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Los inconformistas del

Centenario
Intelectuales, socialismo y nación en
una Bolivia en crisis (1925-1939)

Stefanoni, Pablo

Altamirano, Carlos

2014

Tesis presentada con el fin de cumplimentar con los requisitos finales para la


obtención del título Doctor de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires en Historia
Los inconformistas del Centenario
Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis
(1925-1939)

TESIS DOCTORAL DE PABLO ANTONIO STEFANONI


(D.N.I. 22.544.925)

DIRECTOR: CARLOS ALTAMIRANO

FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS

UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

2014
Índice

Introducción general ……………………….………………………………………… 5

PRIMERA PARTE: UNA NACIÓN MÁS ANCHA


La Bolivia del Centenario y la irrupción de la cuestión social

Introducción………………………….………………………………………………. 24

Capítulo 1. El Centenario como realidad y como ilusión .…………………………... 28

Capítulo 2. Cuando la “cuestión social” se politiza: redes de


difusión de la idea socialista……………………………..…………………………... 51

Capítulo 3. “Ni dioses en el cielo ni amos en la tierra”:


Intelectuales, caciques y obreros en la batalla por las ideas.………………………… 80

Conclusiones………………………………………………………………….……… 122

SEGUNDA PARTE. UNA NACIÓN ESQUIVA


Comunismo, indianismo, feminismo: nuevas sensibilidades en tiempos de guerra

Introducción………………………………………………………………………….. 126

Capítulo 4. La Internacional Comunista “descubre América”, ¿y Bolivia?................. 133

Capítulo 5. “Guerra a la guerra”: pacifismo, antiimperialismo y antifascismo…….... 177

2
Capítulo 6. Indianismo y nación… en clave vitalista…………………….………….. 192

Capítulo 7. Ciudadanía, sufragio y sotanas: mujeres inconformistas


en la disputa por la nación……………………………………………………………237

Conclusiones…………………………………………………………………………. 261

TERCERA PARTE. ¿UNA NACIÓN MÁS DENSA?


El socialismo como salvación nacional

Introducción……………………………………………………………….…………..265

Capítulo 8. El socialismo militar en la postguerra:


la respuesta funcional a la nación liberal…………………………...…………………271

Capítulo 9. Rejuvenecer la nación:


¿socialismo nacional o nacionalsocialismo?................................................................ 300

Conclusiones ………………………………………………………………………….366

CONCLUSIONES GENERALES. …… …………………………………………… 369

AGRADECIMIENTOS. ……………………………………………………………. 379

BIBLIOGRAFÍA……………..…………………………………..…………………. 381

3
“Yo os digo con Renan: ‘La juventud es el descubrimiento
de un horizonte inmenso, que es la Vida”
(José Enrique Rodó, Ariel, 1900)

“Un joven puede ser comunista, fascista, cualquier cosa menos tener viejas ideas
liberales […] Los jóvenes queremos para la política, como hemos querido para el
arte, ideas actuales, de hoy, con el perfil y el carácter de nuestra época”
(César Arconada, escritor español, 1928).

4
INTRODUCCIÓN GENERAL

Especificación del tema

Esta investigación se propone indagar sobre el entramado de discursos, debates, redes


de sociabilidad y transformaciones políticas en el que se disputó el sentido de la nación
boliviana desde el Centenario de la República, en 1925, hasta el final del llamado
“socialismo militar”, en 1939. El trabajo se enmarca en la historia intelectual, a la cual,
parafraseando a José Sazbón, podemos considerar un campo de estudios crecientemente
reformado y “hospitalario”, en parte por una atenuación de cánones y fronteras1. O, en
palabras de Carlos Altamirano, una subdisciplina, donde –al igual que en el campo de la
historia en su conjunto– “reina también la dispersión teórica y la pluralización de
criterios para recortar objetos”, y se busca comunicar historia política, historia de las
élites culturales y un análisis histórico de la “literatura de ideas”2. A su vez, Martin Jay
planteó el potencial de la historia intelectual como un campo de fuerza entre diferentes
impulsos, en un momento en el que ya no se puede pretender tener el “viento de la
historia en las velas”: “el viento ha sido eliminado no sólo de las narrativas marxistas de
la historia sino también de la idea misma de narrativa rectora”3.

1
José Sazbón, Historia y representación, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2002, p. 9.
2
Carlos Altamirano, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Buenos Aires, Siglo XXI,
2005, pp. 13-14. Sobre el recorrido de la historia intelectual en las últimas décadas, cfr. Anthony Grafton,
“La historia de las ideas. Preceptos y prácticas, 1950-2000 y más allá”, Prismas, Revista de historia
intelectual, Nº 11, 2007, pp. 123-148.
3
Martin Jay, Campos de fuerza. Entre la historia intelectual y la crítica cultural, Buenos Aires, Paidós,
2003 [1993], p. 14. Jay explica su visión de la historia intelectual: “Juzgada a menudo como un híbrido
entre la filosofía, la historia de los intelectuales y sus instituciones y la historia cultural en un sentido
amplio, la historia intelectual ha sido acusada de no cumplir bien ninguna de las tareas de estas
disciplinas. Su modo de manipular las ideas rara vez es lo suficientemente riguroso para el filósofo
profesional; la atención que presta al contexto con frecuencia es demasiado superficial para satisfacer a
los sociólogos del conocimiento, y el persistente interés que manifiesta por la cultura de elite ofende las
sensibilidades antijerárquicas de muchos historiadores de la cultura [...] A veces se la acusa […] de poner
a hervir la olla sin cocer bien ninguno de los ingredientes. Sin embargo, bien podría ser una fuerza oculta
de la historia intelectual el hecho de que ésta opere en la cambiante intersección de diferentes discursos a
menudo en conflicto. Consciente de la deuda que el pensamiento actual tiene con el pasado, la historia
intelectual elude la falacia de pensar que la originalidad es siempre una virtud evidente por sí misma.
Antes que desmerecer el ‘mero’ comentario y considerarlo inferior a la innovación creadora, esta

5
El corpus de esta investigación se basó en obras publicadas en el periodo
estudiado –enmarcadas en la “literatura de ideas”–, en la lectura de periódicos, revistas,
documentos oficiales y privados, y folletos donde se discutió el devenir de la nación y
se disputó el sentido del socialismo –en tanto ideología de salvación nacional– en la
Bolivia de los años veinte y treinta. Pero a su vez, el trabajo de archivo nos proveyó de
cartas que, sumadas a la lectura de memorias, nos permitió reconstruir biografías
intelectuales y círculos de sociabilidad. Finalmente, trabajamos sobre documentos
históricos reunidos en fondos personales así como en la correspondencia oficial
relevada en archivos de Bolivia y Argentina, y en los debates parlamentarios,
especialmente los de la Convención Constituyente de 1938. Gracias al generoso apoyo
de Andrey Schelchkov pudimos acceder también a documentación desclasificada de la
Internacional Comunista presente en el Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica.
En gran medida nos “dejamos llevar” por los materiales sin olvidar algunas
precauciones metodológicas.
La hipótesis orientadora que recorre esta tesis es que en el periodo estudiado se
fue procesando una revolución de las ideas tanto dentro como fuera del Estado, cuya
fuente principal fue el antiliberalismo, articulado bajo diferentes figuras del socialismo.
Estas ideas renovadoras tuvieron como sustrato una serie de redes político-intelectuales
y soportes materiales que buscaremos reconstruir desde una perspectiva que no se ocupe
solamente de los textos canónicos ya relevados por la historia de las ideas en su sentido
estricto, sino que traiga hacia el presente obras “menores” pero influyentes en la
construcción del espíritu de la época. Asumimos junto a Robert Darnton –aunque de
manera más modesta que su enorme y erudita investigación plasmada en Edición y
subversión y otros de sus trabajos sobre la Francia del siglo XVIII– que “escarbar en la

disciplina reconoce el impacto aún poderoso que ejercen las ideas del pasado en nuevas e inesperadas
constelaciones con otras procedentes de diferentes contextos. En inevitable sintonía con las tendencias
intelectuales recientes, desconfía de los enfoques históricos que fingen indiferencia ante las disputas
teoréticas actuales. Por el contrario, los historiadores intelectuales frecuentemente se sienten impulsados a
incorporar algunos logros de los desarrollos recientes en su intento por recrear el pasado. La variada
recepción de las ideas –la enmarañada madeja de lecturas y las apropiaciones erróneas que caracterizan la
circulación de cualquier idea o creación cultural que merezca ser estudiada– inevitablemente incluye
aquellas que dominan la época misma que le toca vivir al historiador. En esencia, la historia intelectual
puede entenderse a su vez como el producto de un campo de fuerza de impulsos que con frecuencia están
en conflicto y que la atraen hacia un lado o hacia otro y plantean más interrogantes de los que esta
disciplina puede responder. Antes de situarse como el observador distante de un campo cultural o
discursivo, el estudioso de la historia intelectual debe pues conceptualizar su propio punto de vista
ventajoso como un campo de juego” (Ibidem, pp. 15-16).

6
historia intelectual requiere nuevos métodos y nuevos materiales, desenterrar archivos
antes que detenerse en tratados filosóficos”4.
En este sentido, tomamos varios recaudos metodológicos, entre ellos –como ya
advirtiera Quentin Skinner, aunque este trabajo no se enmarca en el tipo de objeto con
el que él trabaja–, evitar considerar a las “ideas” y los “conceptos” como unidades
teóricas “que atraviesan la historia intocadas por la contingencia que ella implica,
sobrevolándola desde el lugar de una intemporalidad cerrada y autosubsistente”5. Por el
contrario, es necesario “atravesar la supuesta homogeneidad significante de nuestro
objeto poniéndolo en relación con el contexto particular del que emerge. Una puesta en
relación que implica contrastar el episodio intelectual que estamos estudiando con el
contexto de significaciones disponibles en su propia época, para evaluar los alcances,
conservadores o disruptivos, de la intervención estudiada”6. Dicho de otro modo: “situar
su contenido proposicional [del acto de habla] en la trama de relaciones lingüísticas en
el que este se inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, la intencionalidad
(conciente o no) del agente (su fuerza elocutiva), es decir, qué hacía este al afirmar lo
que afirmó en el contexto en el que lo hizo”7. En este sentido, el contexto no es
determinante de lo que se dice sino el marco último para ayudar a decidir qué
significados convencionalmente reconocibles tiene lo que se dice en una sociedad
determinada8.
Con estas salvaguardas –junto a otras que indicaremos a continuación– y
acompañando la constatación de que “las ideas no se pasean desnudas por la calle”9, nos
enfocaremos en cómo las nuevas ideas –y una serie de significantes como “cuestión
social”, “democracia funcional”, “totalitarismo”, etc.– encontraron un terreno fértil

4
Robert Darnton, Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen, Madrid, Fondo de
Cultura Económica, 2003, p. 15.
5
Luis Ignacio García, “Encuesta sobre el concepto de recepción”, en Políticas de la Memoria, Anuario de
Investigación e Información del CeDInCI, Buenos Aires, 2008, p. 107. Cfr. Elías J. Palti, “De la historia
de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’. Las escuelas recientes de análisis conceptual. El
panorama latinoamericano”, en Carmen McEvoy y Ana María Stuven, La república peregrina. Hombres
de armas y letras en América del sur 1800-1884, Lima, IFEA-IEP, 2007, pp. 63-81.
6
García, “Encuesta sobre el concepto de recepción…”, ob. cit., p. 107.
7
Palti, “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’…”, ob. cit., p. 68.
“Erróneamente, el ‘contexto’ llega a considerarse como determinante de lo que se dice. Es necesario,
antes bien, tratarlo como un marco último que colabore en la tarea de decidir qué significados
convencionalmente reconocibles, en principio, podría haber sido posible que alguien pretendiera
comunicar en una sociedad de ese tipo” (Quentin Skiner, “Significado y comprensión en la historia de las
ideas”, en Prismas. Revista de Historia intelectual, Nº 4, 2000, p. 188).
8
Palti, “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’…”, ob. cit., p. 69.
9
Jacques Julliard, “Le fascisme en France”, AESC, Nº4, julio-agosto 1994, citado en Jean-François
Sirinelli, Génération intellectuelle : Khâgneux et normaliens dans l'entre deux guerres, París, Quadrige
des Presse Universitaire de France, 1994, p. 11. (Traducción nuestra).

7
donde germinar y “trabajaron” para producir nuevos imaginarios transformadores que
disputaron con el liberalismo-conservador en declive los sentidos de la nación y
buscaron su renacimiento en medio de un clima de crisis marcado por la Guerra del
Chaco (1932-1935)10.
En el caso boliviano, este fenómeno de inconformismo que conoció expresiones
a escala mundial tuvo la particularidad de que un socialismo que contuvo diversidad de
figuras –a menudo en tensión– encarnó en la “generación del Centenario” y, durante el
clima de crisis y desorganización propiciado por la guerra, se transformó en una
ideología de salvación nacional bajo el llamado “socialismo militar”. O dicho de otro
modo, estas ideas (y filosofías) –cuyos centros “emisores” eran Moscú, Roma, Berlín y
México– fueron incorporadas en el marco de un objetivo más general –aunque muy
preciso–: encontrar un “pegamento” que permitiera unir a un país en crisis y
fragmentado social, regional y étnicamente y construir una nación más densa y
articulada. Todo lo cual amplió tanto la influencia del socialismo en tanto gran paraguas
significante para la construcción de una nación “de verdad” como erosionó sus
fronteras, que fluctuaron entre el marxismo y el nacional-socialismo, con preeminencia
de un socialismo en clave vitalista y regeneradora.
Otro resguardo metodológico: como ya es habitual en los trabajos
contemporáneos que incluyen la recepción de ideas, y siguiendo los trabajos de Horacio
Tarcus y Mariana Canavese, no buscaremos acá detectar “desviaciones” respecto a una
idea “original” de socialismo. Por el contrario, nos concentraremos, más que en la
recepción, en sus usos en un país –muy alejado de lo que los teóricos socialistas
europeos en todas sus variantes tenían en mente– y en un contexto histórico
determinado11. Junto con Jorge Dotti podemos decir que “ni siquiera la aduana
ideológica más impermeable puede evitar un efecto paradójico: leer textos ajenos
genera inevitablemente respuestas autóctonas; más aún: receptar y concretizar discursos
que se generan en otros ámbitos es siempre un gesto original por menardista que fuere.
Así como todo autor precedente es inevitablemente contemporáneo a la lectura que de él

10
Sobre el liberalismo boliviano, cfr. capítulo 1.
11
Sobre este enfoque acerca de los usos de autores e ideas, este trabajo es deudor de escritos como
Horacio Tarcus, Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos, Buenos
Aires, Siglo Veintiuno, 2007; y Mariana Canavese, Usos de Foucault en Argentina (1958-1989): del
hombre nuevo al fin de la primavera democrática, Tesis de Doctorado, UBA-EHESS, 2013.

8
se hace, así también toda idea receptada es necesariamente tan local como la
comprensión y uso –argumentativo, retórico y/o político– que de ella se ensaya”12.
Como ha mostrado Darnton para el caso de la ilustración tardía, en la circulación
e influencia de las “grandes ideas” intervienen una serie de publicistas y difusores muy
alejados de la erudición, la elegancia y la consistencia teórica presente en las “grandes
obras” de los clercs, pero mucho más cercanos al gran público (y esto es
particularmente importante en contextos como el boliviano de los años veinte y treinta,
donde la mayoría de la población no estaba habituada a la lectura). En ese sentido, no
cabe duda que en la Bolivia del Centenario las ideas renovadoras transitaron por las
“páginas obreras” de algunos periódicos masivos, diversas columnas de opinión en la
prensa “burguesa”, pasquines más o menos elaborados, panfletos diversos y discursos
orales que permitieron a los obreros pensarse como clase políticamente autónoma,
informaron sobre sucesos mundiales que pusieron en cuestión (al menos en los
discursos) al liberalismo dominante –y a las jerarquías sedimentadas–, y, a la postre,
aglutinaron una serie de figuras ideológicas desde las cuales los sectores inconformistas
–obreros, estudiantes, militares– se lanzaron a disputar el sentido de la bolivianidad y de
la nación con las clases dominantes.
Una última precaución: en este trabajo buscamos evitar caer en la tentación de
analizar el accionar político (e intelectual) como un mero reflejo de las ideologías en
juego. Si la historia muestra que los referentes políticos (e intelectuales) no han tenido
mayores problemas en contradecir sus ideas siempre que lo consideraran necesario13,
eso requiere reponer algunas tramas de la historia política que explican las tomas de
posición de los actores. Ello no significa que las ideas no importen, por el contrario, la
historia intelectual se justifica en que los hombres y mujeres, “por más cínicos que sean,
no tienen una vía de acceso inmediata respecto del sentido de sus acciones y eventos,
[por lo que] éstos deben hacer uso de herramientas conceptuales, socialmente
trasmitidas, a fin de comprender el sentido último de su accionar”. En este sentido, el
objetivo último de la historia intelectual no sería comprender qué dijo cada pensador
sino cómo fue posible para éste decir lo que dijo en un contexto determinado14.
Dicho esto, encontramos sugerente la propuesta de Luis Ignacio García de
pensar –asumiendo que existen tensiones– posibles articulaciones entre el “giro

12
Jorge Dotti, “Encuesta sobre el concepto de recepción”, en Políticas de la Memoria, ob. cit., p. 98.
13
Palti, “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’…”, ob. cit., p. 66.
14
Ibidem, p. 70.

9
lingüístico” y el “giro material”. Por un lado, incorporando el descentramiento e
historización del sentido que se opera en la historia de las ideas y, por el otro,
repensando los procesos de circulación de las ideas, las condiciones materiales de su
difusión, edición, lectura, traducción, etc.15.
En este marco, las preguntas orientadoras que nos convocan son: ¿Cuáles fueron
las vertientes político-ideológicas de las que se nutrió el socialismo boliviano desde el
Centenario de 1925? ¿Qué significados adquirió el significante socialismo en Bolivia
entre 1925 y 1939? ¿Sobre qué redes de sociabilidad y estructuras organizativas se
asentaron una serie de ideas antisistémicas capaces de contener visiones opuestas sobre
la realidad nacional y aspiraciones muy divergentes sobre el porvenir del país que desde
la mitad de la década del treinta (en la posguerra del Chaco) y con múltiples
significaciones llegó a transformarse en proyecto estatal –conocido como el “socialismo
militar”– y a teñir de manera sorprendente casi toda la discursividad política nacional?
¿Cómo operó el concepto “socialismo” para dar forma a nuevos proyectos estatales de
reforma social antiliberal?, ¿cómo se articularon estas sensibilidades renovadas con la
búsqueda de soluciones al llamado “problema indio”? y, finalmente, pero no menos
importante: ¿qué nos dice este periodo acerca de la consolidación de una cultura política
subalterna de tipo sindical-corporativa (cultura del cogobierno estatal/popular) que con
diversas mutaciones predomina hasta hoy en día?
Creemos que así como otras naciones en Europa y América Latina, Bolivia tuvo
también su “espíritu” de los años veinte y treinta y sus “inconformistas” que leyeron la
realidad, construyeron sus diagnósticos y pensaron proyectos de renovación nacional en
clave antiliberal, vitalista, indigenista y socialista. Dicho de manera muy sintética,
buscaron fórmulas que les permitieran reemplazar la “democracia burguesa” (o
democracia del número) por formas organicistas de representación en las que lo
colectivo subsumiera y disciplinara el “egoísmo” del individuo, lo que en muchos casos
se expresó con la fórmula “democracia funcional”; à la limite, un sistema que se
proponía hacer desaparecer a los partidos políticos (que fragmentaban el cuerpo social)
y sustituirlos por organizaciones sindicales obreras y patronales. En este marco, el
Estado boliviano asumió un rol desconocido hasta entonces, como entidad que encaró la
tarea de colocarse –al menos en teoría– por encima de las clases y equilibrar el capital y
el trabajo. Pero en gran medida operó un “estatismo sin Estado” (estrictamente

15
García, “Encuesta sobre el concepto de recepción…”, en Políticas de la Memoria, ob. cit., p. 109.

10
estatismo con un Estado débil) que fue un problema con el que durante toda la historia
nacional se enfrentaron los proyectos socializantes en la nación andina.
En el caso boliviano, este inconformismo fue encarnado por la “generación del
Centenario”, retomando la definición de Enrique Baldivieso (parte él mismo de esa
“generación”). Creemos que esta idea de comunidad o núcleo generacional16 resulta útil
para pensar cómo un conjunto de bolivianos y bolivianas nacidos hacia 1900 asumieron
críticamente la realidad del país en los festejos del Centenario (un momento de
introspección nacional en el que comenzaban su actividad política e intelectual desde la
universidad, el movimiento obrero o el periodismo –y también en las Fuerzas Armadas).
Pero, al mismo tiempo, estos se propusieron ser portavoces de nuevas ideas radicales
bajo la influencia de las revoluciones rusa y mexicana, la reforma universitaria
argentina, el ascenso del fascismo y el nazismo, y los primeros gobiernos reformistas
(presididos por Bautista Saavedra y Hernando Siles). Pero también bajo el peso de un
acontecimiento tan traumático como productivo en términos de emergencia de nuevos
imaginarios de país: la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, en
el marco de la cual se embarcaron en diversas experiencias político culturales.
Obviamente, estamos atentos al hecho de que esta noción de comunidad generacional
no implica ninguna unanimidad entre sus miembros sino más bien unas respuestas
plurales a unas preguntas comunes de un tiempo compartido, un “espíritu del tiempo”;
se trata, como señala Dosse, de un concepto “no reductible a su función biológica, sino
considerado como el resultante de la travesía en una edad juvenil de acontecimientos
traumáticos”17 expresada en un conjunto de palabras claves: una de las más
pronunciadas en los treinta bolivianos fue “socialismo” (pero también “democracia
funcional”, “totalitarismo”, “cuestión social”).
En nuestro trabajo, no pensamos en la generación del Centenario en un sentido
“fuerte”, como por ejemplo lo hace Sirinelli al analizar los normalistas franceses18, que
compartieron un espacio de sociabilidad específico, sino como un camino con
itinerarios, preocupaciones y preguntas comunes, a partir de las cuales, un conjunto de
jóvenes asumieron desde temprana edad una tarea de creadores y mediadores culturales
y un compromiso con la vida pública, proponiéndose personificar una nueva
“conciencia de época” que los obligaba a ser contemporáneos de su tiempo.

16
François Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual, Valencia,
Universitat de València, 2007, pp. 45-51.
17
Ibidem, p. 47.
18
Sirinelli, Génération intéllectuelle…, ob. cit., cfr. “Introducction”.

11
Lo que constituye una posición común en el ámbito social –escribió Karl
Mannheim en 1928 como parte de su análisis sociológico de las generaciones– “no es el
hecho de que el nacimiento tenga lugar cronológicamente al mismo tiempo –el hecho de
ser joven, adulto o viejo en el mismo período que otros–, sino que lo que la constituye
primariamente es la posibilidad, que en ese periodo se adquiere, de participar en los
mismos sucesos, en los mismos contenidos vitales; más aún, la posibilidad de hacerlo a
partir de la misma modalidad de estratifición de la conciencia [y de la vivencia]”19. Esa
participación en el destino común le permitirá al autor húngaro-alemán distinguir entre
posición, conexión y unidad generacional20. Pero ello no implica de ningún modo
homogeneidad ideológica. Por el contrario, “en el ámbito de la misma conexión
generacional pueden formarse varias unidades generacionales [que no implican grupos
concretos aunque los grupos actúen como embriones] que luchen entre sí desde
posiciones polarmente opuestas”21. Esas unidades generacionales establecen
“conexiones” –un “agitarse juntos”, un rango de experiencias posibles y la exposición a
similares síntomas sociales e intelectuales– que establecen una sintonía entre sí aunque
se combatan (o precisamente por ello). En este sentido, la generación es una potencia
“dormida” que a veces se activa debido a la aceleración de la dinámica social y a
procesos de desestabilización dinámica que despiertan a los nuevos “impulsos
generacionales”.
Las preguntas comunes desde mediados de la década del veinte referían a cómo
construir finalmente una nación incluyente, cuál debía ser el rol del Estado en este
proceso y qué sistema poner en práctica tras la crisis del liberalismo, tanto en Bolivia
como en Europa. Y el antiliberalismo –que en este periodo tomó el nombre de
socialismo– habilitaba diversas “conexiones” generacionales y experiencias comunes.

En nuestra investigación no tomamos el concepto “socialismo” como dado,


tampoco nos interesa dilucidar si estos socialistas fueron “verdaderos socialistas” o si
eran doctrinariamente consistentes, sino, por el contrario, buscaremos problematizar la
construcción de las ideas socialistas en el marco de la disputa por la nación, en el
escenario concreto de la Bolivia entre 1925 y 1939 donde a menudo se confundía
socialismo con mero antiliberalismo y los sentidos del concepto eran “jalados” tanto del

19
Karl Mannheim, “El problema de las generaciones”, en Revista Española de Investigaciones
Sociológicas [Reis], Nº 62, abril-junio, 1993, p. 216.
20
Ibidem, p. 221.
21
Ibidem, p. 225.

12
socialismo soviético como del nacionalsocialismo alemán, pasando por el cardenismo
mexicano, en una época en la que la experiencia alemana (y también la italiana) era
discutida como un modelo disponible de cambio político y social revolucionario.
Dicho en términos de Koselleck, procuraremos retomar “las conexiones
vivenciales”22 que dieron origen a las ideas renovadoras en el periodo estudiado.
Aunque la guerra del Chaco contribuyó a acelerar la historia, el proyecto socialista de
posguerra actuó sobre ideas, redes y sentidos construidos ya desde los años veinte, por
eso optamos por denominarla “generación del Centenario” y no “generación del
Chaco”.
Como ya señalamos, en el abordaje de esta investigación no queremos
enclaustrarnos en el análisis de las ideas, menos aún prestar atención sólo al discurso de
los “grandes personajes”. Por eso miramos hacia un conjunto de “intelectuales
menores” (maestros, periodistas, estudiantes, obreros, que en muchos casos no quedaron
consagrados por la historia y en otros quedaron instalados por su actividad en las
siguientes décadas, pero se perdió el registro de sus aportes de juventud); “intelectuales
menores” que actuaron –desde dentro y fuera del Estado– como agentes de emisión y
circulación de una serie de discursos que contribuyó a dar forma al clima ideológico de
esta década y media, tanto en lo referido a la cuestión social como a la cuestión étnico-
cultural.
Asumiendo este objetivo, abordamos también la producción de mujeres que
desde diferentes lugares cumplieron una función intelectual en un momento en el que
las discusiones sobre los derechos civiles y políticos de la mujer tuvieron
particularidades propias que las diferenciaron de la década anterior. Pero también
trabajaremos sobre las redes y estructuras de sociabilidad político-intelectual puestas en
pie. En este tránsito, publicaciones como Arte y Trabajo, Flecha, América Libre, etc.
nos permiten reconstruir instancias de sociabilidad así como espacios de fermentación
intelectual y de puesta en escena de “deseos de expresión colectiva”23. Pero también nos
enfocamos en otro tipo de redes como agrupamientos político-intelectuales y culturales,
asociaciones de mujeres, congresos, convenciones y eventos “materiales” de diverso
tipo, sin olvidar las conferencias de los “intelectuales viajeros”, que atraían la atención
del público con la promesa de nuevas filosofías traídas de Europa.

22
Reinhart Koselleck, “Historia de los conceptos y conceptos de historia”, en Ayer, Nº53, 2004 (1), p. 27-
45.
23
Jacqueline Pluet-Despatin, “Une contribution a l’histoire des intellectuels: les revues”, en Les Cahiers
de l’IHTP, Nº 20, marzo de 1992, pp. 126-127.

13
Estamos convencidos de que estos recorridos nos pueden ayudar a dar cuenta de
una presencia de las ideas socialistas –articuladas con nacionalismo, indigenismo y
vitalismo– que no se explicaría si sólo miráramos los (pequeños) partidos socialistas
más o menos institucionalizados, ni las obras escritas en la época (algunas de ellas en el
exilio y con poca circulación en el país). Por ejemplo, podemos interrogarnos: ¿cómo un
obrero gráfico simpatizante de las ideas comunistas (y pacifistas durante la guerra del
Chaco) llegó a convertirse en el primer ministro de trabajo en un país como Bolivia,
donde la bibliografía indica que las ideas de izquierda eran extremadamente débiles –y
doctrinariamente inconsistentes–, especialmente si se las comparaba con países vecinos
como Chile y Argentina? ¿Qué nos dice eso acerca de una lógica de “cogobierno”
sindical/estatal que se volverá una de las claves de las futuras revoluciones nacional–
populares? ¿Por qué Bolivia no tuvo un Partido Comunista afiliado a la IC (ya
Kominform) hasta 1950? Sobre este último interrogante, creemos que el material de
archivo de José Antonio Arze (intercambios epistolares con la Internacional Comunista,
estatutos de partidos, informes de la IC, etc.) nos dan pistas que están ausentes en sus
obras académicas e intelectuales, donde este pionero de la sociología y del marxismo
boliviano aparecía simplemente como un estalinista convencido y como un gran
admirador de la Unión Soviética, lo que efectivamente era, pero no le alcanzó para
ganarse la confianza de Moscú.
A partir del trabajo realizado, tenemos la convicción de que en el periodo
elegido (1925-1939), y eso justifica este recorte temporal, se procesó una intensa
disputa por la nación –en la que irrumpieron con fuerza la cuestión social y la búsqueda
de las raíces “antiguas” de Bolivia, lo que no pareció contradictorio con la necesidad de
rejuvenecer la nación– en un “magma” antiliberal e inconformista que puso en crisis el
Estado oligárquico en paralelo a la emergencia de nuevos actores: universitarios
radicalizados, obreros clasistas, jóvenes militares nacionalistas y mujeres feministas.
Esta periodización comienza con el Centenario patrio, las postrimerías del
saavedrismo y el inicio de la administración de Hernando Siles, que conllevó un
esfuerzo frustrado en clave nacionalista. Y finaliza con el suicidio de Germán Busch y
el fin de la experiencia del “socialismo militar”. Un periodo atravesado, cabe destacar,
por la Guerra del Chaco, que actuó como un acelerador de la historia nacional. Fue en
este periodo que maduraron las condiciones para la emergencia –al final de la década–
de nuevas fuerzas que lograron hacer cuajar en cuatro corrientes político-ideológicas el
inconformismo de los años treinta: el Movimiento Nacionalista Revolucionario

14
(nacional-reformista), el Partido de la Izquierda Revolucionaria (un caso sui géneris de
comunismo nacional), Falange Socialista Boliviana (inspirada en la Falange chilena) y
el Partido Obrero Revolucionario (trotskista). Pero el mencionado magma
socialista/antiliberal del interregno 1925-1939 llama a ser analizado desde perspectivas
que lo tomen como objeto de estudio más que como mero “antecedente” de lo que vino
después. En este sentido, tomamos este periodo como un momento de experimentación
política y social reformista en el que una nueva generación civil y militar –la
mencionada “generación del Centenario”– participó en un bloque de poder en el que las
tensiones entre los “jóvenes” y los “viejos” –muchos de estos últimos convertidos sin fe
a la “idea socialista”– transformaron al “socialismo militar” en un verdadero régimen en
disputa entre, por un lado, la conservación remozada del viejo orden; y, por el otro, la
puesta en marcha de un nuevo Estado, capaz de salvar a Bolivia de la debacle mediante
la activación de toda sus energías vitales.

Estado de la cuestión

Aunque evidentemente existen trabajos que se ocupan de diferentes aspectos de la


realidad boliviana en los años veinte y treinta, el aporte de esta tesis reside en
reconstruir un “espíritu de época” y el modo en el que las ideas socialistas –desde las de
matriz clasista hasta las vitalistas– “trabajaron” para dar a luz nuevos imaginarios y
proyectos de nación.
La historiografía de los años veinte y treinta sobre Bolivia, especialmente desde
la subdisciplina de la historia intelectual, es menos abundante de lo que podría parecer,
dada la importancia –y las especificidades– que este periodo tiene en el siglo XX. A
menudo, este periodo aparece en la historiografía –con excepción de la historia política-
militar referida a la guerra del Chaco– como un “antecedente” de la Revolución
Nacional de 1952 que, dada su enorme importancia política y simbólica, construyó
como hechos precursores a muchos de los acontecimientos que la precedieron.
Aunque ya un clásico, e imprescindible para cualquier historia sobre el siglo XX
boliviano, en esta perspectiva se enmarca la obra de Herbert Klein, Orígenes de la
revolución nacional boliviana24, sostenida en una historia política que comienza con el
liberalismo y culmina en la década de 1940. Algo similar ocurre con La revolución

24
Herbet S. Klein, Orígenes de la Revolución Nacional boliviana, La Paz, Librería editorial “Juventud”,
[1968] 1995.

15
derrotada de Liborio Justo, el cual, no obstante, incluye una perspectiva –y una lectura–
marxista militante sobre el proceso político, en oposición a la línea del nacionalismo
revolucionario25. En el plano de la historia de las ideas en su sentido tradicional, una
obra pionera es Historia del pensamiento boliviano en el siglo 20, de Guillermo
Francovich26, quien por otra parte ha buscado escudriñar en algunos “mitos profundos”
que dan cuenta de la cultura política local27.
Dicho esto, debemos señalar, antes de proseguir, que esta tesis tiene una deuda
especial con el trabajo de Andrey Schelchkov El laberinto boliviano de
experimentación social: el régimen del “socialismo de estado”, 1936-193928, el cual –
construido en una intersección entre la historia política y la historia de las ideas– influyó
en una doble vía en nuestro trabajo: como base de información y análisis imprescindible
y, no menos importante, como fuente de inspiración intelectual. También retomamos
algunos análisis de Laura Gotkowitz respecto a la cuestión de la relación de los sectores
subalternos con al ley –y el uso que hicieron de ella-, los debates sobre la ciudadanía y
la nación y las discusiones en eventos como la Asamblea Constituyente de 193829.
Otros libros sobre el periodo, desde la historia política en sentido estricto, son
los dos tomos de Ferrán Gallego30. Fuente detallada de la historia de los años treinta,
encontramos, sin embargo, que el uso explicativo de categorías como “generación del
Chaco” y el clivaje establecido entre el “antiguo régimen” y el nuevo orden, tienden por
momentos a dibujar contornos demasiado nítidos para un periodo caracterizado por la
fluidez del magma antiliberal, lo cual, sin embargo, no reduce su importancia en
términos historiográficos, como una minuciosa obra de referencia sobre el socialismo
militar.
Para quien decida enfocarse en la historia del movimiento obrero y la izquierda
boliviana, el trabajo de Guillermo Lora sigue siendo imprescindible. Aunque está
escrito como una historia militante, en gran medida para justificar sus posteriores

25
Liborio Justo, Bolivia: La revolución derrotada, Buenos Aires, Razón y revolución, [1961] 2007.
26
Guillermo Francovich, El pensamiento boliviano en el siglo 20, México, Fondo de Cultura Económica,
1956.
27
Guillermo Francovich, Los mitos profundos de Bolivia, La Paz, Los amigos del libro, 1980.
28
Andrey Schelchkov, El laberinto boliviano de experimentación social: el régimen del “socialismo de
estado”, 1936-1939, Moscú, mimeo. Hay edición rusa: Щелчков А.А. Режим «государственного
социализма» в Боливии. 1936 – 1939 гг. М.: ИВИ РАН, 2001.
29
Laura Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución. Luchas indígenas por tierra y justicia en
Bolivia 1880-1952, La Paz, Pieb-Plural, 2011.
30
Ferrán Gallego, Los orígenes del reformismo militar en América Latina. La gestión de David Toro en
Bolivia, Barcelona, PPU, 1991; F. Gallego, Ejército, nacionalismo y reformismo en América Latina. La
gestión de Germán Busch en Bolivia, Barcelona, PPU, 1992.

16
decisiones políticas como jefe máximo del Partido Obrero Revolucionario (POR), ello
no le quita su valor: además de contar con un envidiable archivo personal y de haber
vivido muchos de los hechos históricos que relata, su Historia del movimiento obrero
boliviano incluye breves biografías intelectuales, resoluciones de congresos y debates
ideológicos que resultan en una fuente difícil de subestimar31. Hay que decir que, a
menudo con opiniones personales mezcladas con la información histórica, y cierto
desorden expositivo, casi nada de lo que se pueda decir sobre la izquierda boliviana es
completamente ajeno a esta obra de historia política-social. Dentro del género del
ensayo histórico, libros como El dictador suicida32, o Toro Busch Quintanilla 1936-
194033, constituyen una mezcla de libros de intervención, historiografía militante y
expresión de vivencias, que dejan traslucir las experiencias de los propios actores, de
allí la validez de este género y su utilidad en la historia intelectual. Estos libros
constituyen fuentes así como bibliografía de consulta.
Más recientemente, Irma Lorini produjo dos trabajos sobre el periodo en el que
centramos nuestra tesis: El movimiento socialista “embrionario” en Bolivia 1920-1939
y El nacionalismo en la pre y posguerra del Chaco (1910-1945)34. En el primero de los
libros, la autora reconstruye los itinerarios de la izquierda antes de la contienda del
Chaco; se trata de un texto en gran medida precursor –con la excepción mencionada de
Lora–. En el segundo reconstruye grupos, redes e ideas del nacionalismo boliviano.
Nuestra diferencia con el enfoque de Lorini reside en su perspectiva a menudo
normativa sobre la “calidad” de las izquierdas bolivianas en comparación con las
experiencias vecinas –chilenas o argentinas– y su menor interés por los usos de esas
ideas “receptadas”; al mismo tiempo nos distanciamos de su tesis fuerte acerca de que la
debilidad de las izquierdas andinas se debió a la escasa migración. Aunque es un
elemento a tener el cuenta, la experiencia de difusión –y apropiación– del comunismo
en Asia, por ejemplo, pone en cuestión una correlación demasiado rápida, al igual que la
difusión de algunas izquierdas sui géneris en la región andina (como Sendero Luminoso

31
Guillermo Lora, Historia del movimiento obrero boliviano 1900-1923, La Paz, Los amigos del libro,
1969; G. Lora, Historia del movimiento obrero boliviano 1923-1933, La Paz, Los amigos del libro, 1970;
G. Lora, Historia del movimiento obrero boliviano 1933-1952, La Paz, Los amigos del libro, 1980.
32
Augusto Céspedes, El dictador suicida, La Paz, Librería editorial “Juventud”, [1956] 2002.
33
Porfirio Díaz Machicao, Toro Busch Quintanilla. 1936-1940, La Paz, Libería editorial “Juventud”,
1957.
34
Irma Lorini, El movimiento socialista “embrionario” en Bolivia 1920-1939. Entre nuevas ideas y
residuos de la sociedad tradicional, La Paz, Los amigos del libro, 1994; I. Lorini, El nacionalismo en la
pre y posguerra del Chaco (1910-1945), La Paz, Plural, 2006.

17
en la sierra peruana). Un caso inverso (numerosa migración-debilidad de la izquierda),
como lo es Estados Unidos, evidencia también la dificultad que a menudo presenta este
factor explicativo. La expriencia argentina, modelo de este tipo de análisis, también
tiene múltiples aristas, especialmente si consideramos la emergencia del peronismo y la
debilidad relativa del movimiento socialista y comunista respecto a otras opciones,
primero el radicalismo y más tarde el peronismo. Lorini y Lora comparten, por otro
lado, el abordaje del socialismo como una doctrina cerrada, cuya recepción, apropiación
y desvíos pueden evaluarse de manera más o menos objetiva.
En la intercepción de la historia política y militar, el trabajo de Robert
Brockmann, que sigue la huella del general Hans Kundt en Bolivia, reconstruye varios
aspectos fundamentales de la década del veinte y treinta, echando luz sobre el
Centenario –nuestro trabajo sobre esas celebraciones encontró en este libro una serie de
datos para “tirar del ovillo” en función de nuestro propio interés–, el periodo
saavedrista, la era Siles y, especialmente, la guerra del Chaco.
Respecto al anarquismo, la historia del anarcosindicalismo, de Huáscar
Rodríguez, incluye un epílogo informado sobre Cesáreo Capriles y la revista Arte y
Trabajo35, el cual, sumado a Artesanos libertarios de Silvia Rivera y Zulema Lehm,
permite abordar diversas facetas del movimiento libertario boliviano36. Una mención
especial merece el artículo de Forrest Hylton en el que reconstruye las redes urbano-
rurales entre caciques apoderados, militantes socialistas y dirigentes obreros y
artesanales, que iluminan un aspecto crucial de la circulación de ideas radicales en los
años veinte en Bolivia37.
Tres tesis resultaron imprescindibles para esta investigación. La tesis de maestría
de María Elvira Álvarez sobre el movimiento boliviano de lucha por el sufragio
femenino38 nos permitió reponer una serie de elementos sobre las transformaciones del
feminismo boliviano entre los años veinte y treinta, para poder contextualizar las
polémicas –y redes– en torno a la Legión de Educación Popular “América” (que

35
Huáscar Rodríguez García, La choledad antiestatal. El anarquismo en el movimiento obrero boliviano
(1912-1965), Buenos Aires, Libros de Anarres, 2010.
36
Zulema Lehm y Silvia Rivera C., Los artesanos libertarios y la ética del trabajo, La Paz, Gramma,
1988.
37
Forrest Hylton, “Tierra común: caciques, artesanos e intelectuales radicales y la rebelión de Chayanta”,
en AA.VV., Ya es otro tiempo el presente. Cuatro momentos de la insurgencia indígena, La Paz, Muela
del Diablo, 2003, pp. 134-198.
38
María Elvira Álvarez, Mouvement féministe et droit de vote en Bolivie (1920-1952), Tesis de Maestría,
Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne, París, 2010. (Todas las citas a este trabajo que no están en español
son traducción nuestra).

18
tomamos como objeto de esta investigación sobre la participación de las mujeres en la
disputa por la nación), para cuyo abordaje resultó fundamental el libro compilado por
las hijas de Etelvina Villanueva: Acción socialista de la mujer en Bolivia39.
La segunda tesis –en este caso de licenciatura– de la que se nutrió nuestra
investigación es la de Ivan Bonan, sobre las relaciones boliviano-italianas bajo el
socialismo militar. La investigación está basada en un minucioso trabajo de archivo en
la Cancillería italiana sin el cual nos hubiera resultado imposible reconstruir el impacto
que tuvo la misión policial italiana en Bolivia y a partir de ella una serie de cuestiones
relativas al lugar que el fascismo ocupó en las mentes de los políticos e intelectuales de
la Bolivia de los años treinta40. Finalmente, la tesis de licenciatura de Hernán Topasso
dio forma a una rica historia intelectual del joven Tristán Marof, que permite articular
sus obras con sus redes de sociabilidad –especialmente en Europa– y reponer una etapa
hasta ahora poco estudiada de la vida de este particular intelectual boliviano41.
Aunque se trata de un trabajo sobre periodo anterior, el libro de Françoise
Martinez, Régénérer la race. Politique éducative en Bolivie (1898-1920), resulta una
provechosa obra analítica sobre las políticas educativas liberales –en relación con la
propia voluntad de construir una nación moderna– y en este sentido ha sido muy
relevante para poder poner en perspectiva una serie de tópicos posteriores referidos
tanto a la educación del indio como a las ideas en juego sobre etnicidad y nación42. Lo
mismo ocurre con el el libro de Martha Irurozqui –La armonía de las desigualdades43–,
también sobre el periodo liberal, y Entre el pacto y la confrontación, de Pilar Mendieta,
sobre Pablo Zárate Willka y la Guerra Federal (1899); estas obras brindan perspectivas
de análisis, nuevos datos, y lecturas historiográficas estimulantes para estudiar los
periodos posteriores44. El artículo de Irurozqui sobre el saavedrismo brinda también una
perspectiva interesante sobre los cambios societales y las formas de dominación en la

39
Etelvina Villanueva y Saavedra, Acción socialista de la mujer en Bolivia, La Paz, Cooperativa de Artes
Gráficas E. Burillo, 1970, p. 17 (compilación de textos de Magda y Delma Arguedas Villanueva).
40
Ivan Bonan: La Paz-Roma: il “socialismo militare boliviano” nelle corrispondenze dei diplomatici
italiani (1936-1942), Tesis de licenciatura, Universidad de Padua, 1998.
41
Hernán Topasso, Tristán Marof o el enigma de América Latina (1915-1920), Tesis de Licenciatura en
Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2007.
42
Françoise Martinez, « Régénérer la race ». Politique éducative en Bolivie (1898-1920), París, IHEAL-
CEDAL, 2010.
43
Marta Irurozqui, La armonía de las desigualdades. Elites y conflictos de poder en Bolivia 1880-1920,
Madrid-Cuzco, Consejo Superior de Investigaciones Científicas- Centro de Estudios Regionales Andinos
“Bartolomé de las Casas”, 1994.
44
Pilar Mendieta, Entre la alianza y la confrontación. Pablo Zárate Willka y la rebelión indígena de
1899 en Bolivia, La Paz, Asdi-IFEA-Plural-IEB, 2010.

19
primera mitad de la década del veinte boliviana y la experiencia del gobierno “plebeyo”
de Bautista Saavedra45.
En relación al lugar que Tiwanaku ocupó en el indianismo de este periodo, el
trabajo de Pablo Quisbert aporta una mirada novedosa y productiva sobre las
articulaciones entre indianismo, arqueología y nación que inspiraron parte de este
trabajo46.
Finalmente, pero no menos importante, el libro de Patricia Funes –Salvar la
nación– provee una interpretación de la década del veinte imprescindible para quien
decida sumergirse en los debates de ideas de esos “años locos” con una perspectiva
latinoamericana. Y a este texto debemos agregar los trabajos de Martín Bergel sobre
antiimperialismo, latinoamericanismo y “orientalismo” a partir de la reforma
universitaria de Córdoba47.
Con respecto a nuestra propia producción, el libro Qué hacer con los indios… Y
otros traumas irresueltos de la colonialidad, junto a algunas ponencias para congresos
y artículos de revistas48, fueron trabajos realizados antes o en paralelo a esta tesis, y nos
permitieron ir introduciéndonos en los laberintos de este periodo de la historia boliviana
marcado por los primeros esfuerzos para realizar cambios políticos y sociales profundos
con el objetivo de disputarle la nación a las clases dominantes liberales y conservadoras
tradicionales.

45
Marta Irurozqui Victoriano, “Partidos políticos y golpe de estado en Bolivia. La política nacional-
popular de Bautista Saavedra, 1921-1925”, en Revista de Indias, vol. LIV, Nº 200, 1994, pp. 137-156.
46
Pablo Quisbert, “'La gloria de la raza'. Historia prehispánica, imaginarios e identidades entre 1930-
1950”, en Estudios Bolivianos Nº 12, [El discurso del pre-52], La Paz, IEB-Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, Universidad Mayor San Andrés, 2004, pp. 177-212.
47
Patricia Funes, Salvar la Nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos,
Buenos Aires, Prometeo, 2006; Martín Bergel, “Latinoamerica desde abajo. Las redes transnacionales de
la Reforma Universitaria (1918-1930)”, en AA.VV. La Reforma Universitaria. Desafíos y perspectivas,
noventa años después, Buenos Aires, Clacso, 2008; ------. “Orientalismo invertido y
prototercermundismo en la cultura argentina y latinoamericana de la primera posguerra”, Coloquio
Internacional “El Orientalismo en América Latina: ¿Un discurso y una visión propios de Occidente?”,
Fundación Los Cedros- Centre de Recherches et de Documentation sur l'Amérique Latine (CREDAL)-
Grupo de Investigación Interdisciplinario Mundo Arabe y América Latina, Buenos Aires, 23 y 24 de
junio de 2011; El anti-antinorteamericanismo en América Latina (1898-1930). Apuntes para una historia
intelectual, Nueva Sociedad, Nº 236, noviembre-diciembre 2011, pp. 152-167; “Un caso de orientalismo
invertido. Representaciones intelectuales del oriente en la cultura argentina de la primera posguerra
(1918-1930)”, Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2010.
48
“Qué hacer con los indios”…y otros traumas irresueltos de la colonialidad, La Paz, Plural, 2010;
“Jano en los Andes: buscando la cuna mítica de la nación. Arqueólogos y maestros en la Semana
indianista boliviana de 1931”, en Esther del Campo (ed.) Interculturalidad, democracia y desarrollo en
Bolivia, Madrid, Los libros de la Catarata, 2012; “‘Guerra a la guerra’: comunismo, antiimperialismo y
reformismo universitario durante la contienda del Chaco, en Revista Boliviana de Investigación-Bolivian
research review, junio 2014 (en prensa).

20
***

La presente tesis está organizada bajo un doble criterio: cronológico y analítico. El


trabajo está compuesto de tres partes y nueve capítulos. La primera –“una nación más
ancha”– aborda los efectos sociopolíticos e intelectuales de la difusión de la “cuestión
social” en la Bolivia del Centenario; la segunda parte –“Una nación esquiva”– remite a
las disputas por la nación en tiempos de la guerra del Chaco; y la tercera –“¿Una nación
más densa?”– nos acerca a los esfuerzos (y tensiones) del llamado socialismo militar
para construir la nación apelando a los efectos “depuradores” de la guerra y a la energía
vital desplegada en el campo de batalla. Cada parte tiene un acápite conclusivo.
En los capítulos 1, 2 y 3 problematizamos la reconfiguración del mundo
político-intelectual a partir de tres actores centrales: estudiantes, obreros e indígenas,
procurando mostrar cómo se “ensancha” la nación mediante tres planos de análisis: los
debates intelectuales, las transformaciones en el mundo sindical y la emergencia de los
primeros partidos socialistas, y finalmente los impulsos juvenilistas renovadores
plasmados en el Partido Nacionalista de Hernando Siles y en el movimiento
universitario.
En los capítulos 4, 5, 6 y 7 analizamos cómo el comunismo, el indianismo y el
feminismo –ideas cuyo significado último estaba lejos de ser cerrado– “trabajaron” en
este periodo para construir redes de sociabilidad político-intelectual y nuevos
imaginarios de cambio social. En esa medida, nos enfocamos en los inestables vínculos
de los comunistas bolivianos con la Internacional Comunista y abordamos la activa
campaña antiguerrera del comunismo internacional (capítulos 4 y 5). Luego nos
dedicamos a indagar en los numerosos pliegues del indianismo de los treinta –que
combinaba diversas facetas del romanticismo con perspectivas de izquierda inspiradas
en la revolución mexicana– (capítulo 6) . En el capítulo 7 dirigimos nuestra atención a
las trasformaciones en el mundo de la mujer y su participación en la disputa por la
nación.
En los capítulos 8 y 9 nos enfocamos en las vertientes intelectuales y los modos
de apropiación de las ideas socialistas bajo el régimen del “socialismo militar”; para ello
recortamos dos dimensiones: el objetivo de implementar una “democracia funcional”
como modo de organización político-social, y la voluntad de emprender un
rejuvenecimiento vitalista de la nación. Todo ello en el marco de cruzadas influencias

21
mexicanas, italianas y alemanas que llegaban al país por diferentes canales sobre los
que nos detendremos en la exposición.
Finalmente, en las conclusiones recuperamos las preguntas e hipótesis que han
guiado la investigación y las ponemos en relación con los hallazgos centrales de la
pesquisa, con la finalidad de remarcar algunas especificidades del periodo estudiado y la
originalidad del estudio.

22
PRIMERA PARTE

UNA NACIÓN MÁS ANCHA


La Bolivia del centenario y la irrupción de la cuestión social

23
Introducción

Los años veinte bolivianos coinciden con la salida del poder del Partido Liberal, la
fuerza que entre 1900 y 1920 intentó plasmar un proyecto de “orden y progreso” capaz
de modernizar al país con la mirada puesta en Europa y en naciones vecinas como
Argentina (panacea del blanqueamiento de la sociedad). En vista de estas metas, no
resulta sorprendente que los liberales –cuyo proyecto buscaba implantar una cultura
civilista que dejara atrás el caudillismo– hayan invertido parte de sus energías en la
puesta en marcha de una educación moderna (en gran medida pensada para neutralizar
la amenaza de la “guerra de razas”), cuyas fórmulas fueron a buscar a los países más
avanzados de entonces: Bélgica respecto de la escuela normal o Suecia en cuanto a la
gimnasia científica49.
Paralelamente, una camada de intelectuales con residencia entre La Paz y París,
como Alcides Arguedas, se propusieron identificar las “taras” de la nación (de ahí el
título de su libro más conocido: Pueblo enfermo50 al tiempo que el mismo Arguedas
denunciaba los penosos tratos que los indios recibían en las haciendas (Raza de bronce
[1919]). Otros, como Armando Chirveches, plasmaron en sus novelas, como La
Candidatura de Rojas [1909], el espesor de la cultura rentística respecto a la política
que esterilizaba a la élite mestiza que había reemplazado a los colonizadores españoles.
El ciclo liberal coincidió con la consolidación de La Paz como sede del gobierno
luego de derrotar militarmente a la más “aristocrática” Sucre, lo cual se sobrepuso, a su

49
Sobre el darwinismo social y el positivismo en Bolivia, Demélas destaca que “si el comtismo apenas ha
tocado a los criollos bolivianos, una teoría europea ha conocido cierta fortuna: el darwinismo social que,
de 1880 a 1910 aproximadamente, representa el modo de pensamiento común a la mayor parte de los
dirigentes que tratan de aplicar a la sociedad leyes científicas, en particular las de la lucha por la
existencia y de la selección natural por ‘la supervivencia del más apto’ […] El positivismo boliviano es,
entonces, una manera convencional de reagrupar bajo el mismo término el interés de las élites criollas por
las ciencias exactas, el liberalismo y algunas veleidades anticlericales. En efecto, este concepto está
tomado en una acepción tan vaga, que algunos conservadores, clericales de buen tono, podrían ser
calificados de positivistas; por lo demás, teniendo el positivismo buena prensa en Europe, ¿no lo debía
[profesar] todo criollo cultivado? (Marie-Danielle Demélas, “Darwinismo a la criolla: el darwinismo
social en Bolivia 1880-1910”, en Historia boliviana, I/2, La Paz, 1981, p. 56).
50
Alcides Arguedas, Pueblo enfermo, La Paz, América, [1909] 1996.

24
vez, al reemplazo del “ciclo de la plata” por el “ciclo del estaño” como base de sustento
de la economía nacional. Pero con el comienzo de la década del veinte, los liberales ya
estaban fuera del gobierno y el poder recayó en Bautista Saavedra, un político hábil y
con proyección intelectual que hizo del cholaje su base de sustentación. Los años veinte
son también los de la llegada –en barco desde Europa, y en tren desde Chile y
Argentina– de las nuevas ideas sobre la “cuestión social”; en efecto, muchos debatían,
como veremos, si tal cosa existía en Bolivia, donde la mayoría de los trabajadores eran
artesanos capaces de vender su voto por un poco de alcohol (preferentemente chicha)51–
decían los críticos– al Partido Republicano de Saavedra, e incluso a los liberales. Pero
en cualquier caso, los procesos de modernización –aunque muy moderados– dejaban
ver, también, a “verdaderos proletarios” como los mineros, los ferroviarios o los
gráficos, quienes pusieron en pie los primeros experimentos sindicales que se
proyectaron a la política a través de pioneros partidos socialistas (en la práctica, partidos
de los propios sindicatos, que funcionaban regionalmente)52. Los años veinte son, así,
un periodo de aparición de nuevos actores: a los mencionados obreros “modernos” se
sumaron los estudiantes, cuyo inconformismo los llevó a distanciarse de su propia clase
para buscar alianzas con trabajadores urbanos, al tiempo que estos últimos buscaron
tender puentes con los indígenas de las comunidades y las haciendas.
Las ideas renovadoras provenientes de la revolución rusa y mexicana –y de
experiencias como la del APRA peruana, así como de las filosofías vitalistas en auge–,
comenzaban a hacer mella en un país que parecía lejos de haber podido construir una
verdadera nación y ponían en tela de juicio a quienes imaginaron la comunidad
imaginada, que había colocado a una minoría blanco-mestiza en la cúspide y a la
mayoría indígena fuera de cualquier pretensión de ingreso a la fortaleza blindada de la
ciudadanía, reservada para unos pocos. Es precisamente en 1925 –durante los festejos
del Centenario de la República– cuando la impugnación a la nación oficial, y los
intentos por romper los techos de cristal construidos por las élites, alcanza nuevas
dimensiones y coloca a los estudiantes inconformistas como un nuevo sujeto

51
Sobre la ética del trabajo de los artesanos anarquistas y la crisis del mundo artesanal, narrada por los
propios actores como historia oral, cfr. Lehm y Rivera, Los artesanos libertarios…, op. cit., pp.119-152.
52
Sobre las transformaciones en la minería y la emergencia de una nueva identidad de clase, cfr. Gustavo
Rodríguez Ostria, “Los mineros de Bolivia en una perspectiva histórica”, en Convergencia. Revista de
Ciencias Sociales, vol. 8, Nº 24, enero-abril, 2001, pp. 271-297. Como advierte el autor, para los mineros,
pero vale para todos estos sectores “modernos”, no hay que considerar cambios radicales entre nuevas y
viejas formas de organización sino concatenaciones y recreaciones de diversas tradiciones en los nuevos
contextos (“La hermenéutica de la acción minera mezclaba por ello mismo las conductas preindustriales
del motín y del tropel con las ‘modernas’ huelgas obreras” (p. 278)).

25
sociopolítico. Además de cuestionar a la nación liberal-conservadora heredada, muchos
de ellos impugnaban la forma de “gobernar a patadas” de Saavedra, a quien asimilaban
con los caudillos del siglo XIX, precisamente esos que el liberalismo procuró dejar
atrás. En este sentido, el Centenario, detrás de los fuegos de artificios de las
celebraciones, operó como un momento de introspección. Las “taras” que los
“darwinistas a la criolla” atribuían a los indios (y pesimistas/degeneracionistas como
Arguedas a la nación toda) cobraban otro sentido: comenzaban a ser leídas como el
resultado de un régimen concreto de dominación que era menester dejar atrás. Cabe
destacar, además, que ese régimen empezaba a ser visualizado en un contexto más
amplio de relaciones desiguales –respecto al orden mundial– a través de la lente de las
ideas antiimperialistas y latinoamericanistas cuya circulación estaba anudada a la
iniciativa de los activos viajeros intelectuales del periodo, como Alfredo Palacios o José
Ingenieros, pero también a las obras de José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, José
Vasconcelos –y en ultramar, de Romain Roland o Henri Barbusse– entre varios otros53.

En esta primera parte nos enfocaremos en las formas que tomaron estas
impugnaciones a lo que aparecía como una nación quimérica, las dimensiones que
adquirieron los nuevos agrupamientos, los esfuerzos de los trabajadores por desbordarse
del sindicalismo mutualista hacia la puesta en marcha de partidos socialistas con base
sindical, y las apuestas de los estudiantes inconformistas en esta nueva realidad, sin
olvidar cómo estas nuevas ideas fueron usadas para organizar lenguajes y nuevas
fuerzas reformistas y/o antisistémicas que buscaban ser “contemporáneas de su tiempo”.
Revistas como Arte y Trabajo nos proporcionan, en este marco, una buena base de
apoyo para analizar la circulación de estas ideas (que incluían un decidido entusiasmo
por los descubrimientos científicos pero también cuestionamientos al materialismo
liberal en clave espiritualista) a partir de sus soportes materiales y redes intelectuales
que daban vida a nuevas sociabilidades que permitían desnaturalizar las exclusiones y
opresiones sobre las que se había construido Bolivia y leerlas desde perspectivas
renovadas. Estos inconformistas dieron forma a un núcleo generacional cuyo tránsito
informa sobre diferentes experimentos en favor del cambio (y la igualdad) social, pero
también sobre las dificultades para dejar atrás un pasado considerado ominoso.

53
Cfr. Patricia Funes, Salvar la Nación…, ob. cit.; Martín Bergel, “Latinoamérica desde abajo. Las redes
transnacionales de la Reforma Universitaria (1918-1930)”, en AA.VV., La Reforma Universitaria.
Desafíos y perspectivas, noventa años después, Buenos Aires, Clacso, 2008, pp. 146-184.

26
27
CAPÍTULO 1
El Centenario como realidad y como ilusión

Gobierno plebeyo: entre el paternalismo y la represión

El 12 de julio de 1920, un golpe de estado derrocó al gobierno liberal de José Gutiérrez


Guerra (débil y enfermo) y llevó al poder al Partido Republicano, una formación
disidente del liberalismo entre cuyos líderes se encontraban Bautista Saavedra, José
María Escalier y Daniel Salamanca, que había sido capaz de incorporar a diversos
sectores desplazados del Partido Liberal. Se ponía fin así a dos décadas de predominio
del liberalismo que, de la mano de ideas positivistas y darwinistas a la boliviana, había
buscado la superación del atraso y la regeneración racial del país mediante una
ideología civilista y un inédito empeño por poner en pie un Estado docente capaz de
integrar al indio por la vía de las nuevas propuestas pedagógicas entonces en boga54. No
obstante, esos esfuerzos liberales encontraron como límite unas ideas que atribuyeron
los males nacionales a las “taras” sociales y étnicas (además de los déficits morales) y
no al tipo de organización social del país, que más tarde sería denunciada por los
inconformistas –socialistas y nacionalistas– como el dominio de la feudal-burguesía55.

54
Sobre el periodo liberal, cfr. Irurozqui, La armonía de las desigualdades…, ob. cit.; sobre el proyecto
de regeneración racial a través de la educación –y de la introducción de la educación física–, cfr.
Martinez, « Régénérer la race », ob. cit.. Sobre la Guerra Federal y la alianza entre liberales e indígenas,
que allanó el camino al ciclo liberal (1900-1920), cfr. Mendieta, Entre la alianza y la confrontación…,
ob. cit.; Ramiro Condarco, Zárate, el “temible” Willka: historia de la rebelión indígena de 1899, Santa
Cruz de la Sierra, El País, [1965] 2011; Marta Irurozqui Victoriano, “Los hombres chacales en armas.
Militarización y criminalización indígenas en la revolución federal boliviana de 1899”, en M. Irurozqui
V. (editora), en La mirada esquiva. Reflexiones históricas sobre la interacción del Estado y la ciudadanía
en Los Andes (Bolivia, Ecuador, Perú), siglo XIX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, 2005, pp. 309-310. Sobre la formación del intelectual liberal, cfr. Salvador Romero Pittari, El
nacimiento del intelectual en Bolivia, La Paz, Neftalí Lorenzo E. Caraspas, 2009; Josefa Salmón, El
espejo indígena. El discurso indigenista en Bolivia 1900-1956, La Paz, Plural, [1997] 2013.
55
Sobre la visión patológica del país, cfr. Edmundo Paz Soldán, Alcides Arguedas y la narrativa de la
nación enferma, La Paz, Plural, 2003. A una escala latinoamericana, cfr. Patricia Funes y Waldo Ansaldi,
“Patologías y rechazos. El racismo como factor constitutivo de la legitimidad política del orden
oligárquico y la cultura política latinoamericana”, en Cuicuilco. Revista de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, nueva época, vol. 1, México DF, septiembre-diciembre de 1994, pp. 193-229.
Para el caso de Arguedas, Demélas destaca la condena del mestizaje y el pesimismo moralizador como el

28
El golpe de estado republicano –motorizado por un partido que había nacido en 1914
como una instancia de los disidentes liberales y los antimontistas56 logró atraer a casi
todos los descontentos y hacerse con el poder en 192057. Todas las previsiones de la
élite apuntaban a posicionar a Daniel Salamanca (ex parlamentario y rico propietario de
tierras) como nuevo Presidente, pero las cosas no salieron como fueron previstas y el
rápido ascenso de Saavedra cambió la correlación de fuerzas al interior del Partido
Republicano.
Aunque la revolución contra los liberales fue dirigida por el mencionado
triunvirato, Saavedra –que combinaba enormes dosis de ambición personal con una
impresionante habilidad política– logró desplazar a sus adversarios internos y hacerse
con el poder. Mientras que, tras el golpe, Escalier se hizo cargo de una posición tan
prestigiosa como simbólica (el Ministerio de Relaciones Exteriores), y el otro miembro
de la Junta, Juan Manuel Ramírez, asumía en las carteras de Guerra y Hacienda,
Saavedra se quedó con el estratégico Ministerio de Gobierno, desde el cual, en un país
unitario como Bolivia, podía modificar a su antojo la composición de los poderes
regionales, lo que concretó poniendo a sus adeptos a la cabeza de prefecturas

eje de su obra, influida por Taine, Renan, Le Bon y, más aún, de Gobineau, y la diferencia del
darwinismo social: “Mucho más próximo a Gobineau que a Spencer, enlaza con una tradición del
lenguaje político sudamericano: la condena del adversario en nombre de la moral” (Demélas,
“Darwinismo a la criolla…”, ob. cit., pp. 79-80). Una buena biografía intelectual de Arguedas puede
encontrarse en Juan Albarracín Millán, Arguedas. La conciencia crítica de una época, La Paz, Réplica,
1979. Referido a las limitaciones que mencionamos, Millán señala que “Aunque reformista en la crítica,
Arguedas sólo ve perfiles individuales en el atraso. Por esta ausencia de método genético y de contenidos
socioeconómicos, sostiene que la decadencia del criollismo liberal obedece sólo a la preeminencia de
impulsos egoístas de sus personalidades dominantes”. Su procedimiento consistió en “identificar vicios
sociales” para corregirlos después, propiciando un mejoramiento del sistema dentro de los moldes del
liberalismo en crisis (p. 35).
56
Ismael Montes (1861-1933) fue uno de los hombres fuertes del Partido Liberal y ejerció dos veces
como presidente (1904-1909; 1913-1917); durante su presidencia se firmó el acuerdo de paz con Chile de
1904 que selló la pérdida del litoral marítimo boliviano.
57
Al republicanismo acudieron antiguos conservadores chuquisaqueños desplazados tras la Guerra
Federal [de 1899 que trasladó el poder a La Paz]; artesanos y empleados afectados por la crisis económica
y los aspirantes a puestos en la administración que necesitaban un cambio de partido en el poder para
acceder a los derechos clientelares (Ferrán Gallego, “La postguerra del Chaco en Bolivia (1935-1939).
Crisis del Estado liberal y experiencias de reformismo militar”, en Boletín Americanista, Nº36 Edicions i
publicacions de la Universitat de Barcelona, enero 1987). Como todo partido recién fundado, los
republicanos propugnaban elecciones libres y sin violencia, un Parlamento independiente y una justicia
libre de la manipulación del Poder Ejecutivo; pero una vez logrado el objetivo de llegar al poder lo
trataron de conservar sin demasiados escrúpulos legalistas. Dado que el partido que ejercía el poder no
podía perder en unas elecciones censitarias y completamente alteradas, el recambio solía hacerse
mediante “revoluciones” (golpes cívico-militares). Esta búsqueda de cargos públicos sin muchos pruritos
a la hora de elegir el partido por el cual presentarse está bien reconstruida en la novela La candidatura de
Rojas, escrita por Armando Chirveches en 1909, en la que cuenta las peripecias de un joven abogado de
la élite de provincias que busca desesperada –e infructuosamente– conseguir prestigio y una vida
acomodada mediante una diputación. Aunque era ideológicamente liberal (lo que incluía simpatía por el
positivismo y rechazo al clericalismo), Rojas se candidateó finalmente con los conservadores luego de ser
rechazado por los liberales en el poder por tener ya cubierta esa candidatura.

29
(gobernaciones) y otros cargos provinciales. Incluso logró armar una buena base de
apoyo al interior de las Fuerzas Armadas58. Carente de un apoyo significativo entre las
élites, más cercanas a su contrincante Salamanca, apodado “el Tribuno” y con un
importante ascendente entre la juventud universitaria, Saavedra apeló a los sectores
plebeyos y comerciales urbanos –una “chusma chola”, según la oposición– con la que
ya mantenía lazos desde la fundación del Partido Republicano. Ello, a su vez, abría
canales institucionales para las demandas de los emergentes sectores artesanales y
obreros. Fue así como el saavedrismo se pudo imponer fácilmente en la Convención
Constituyente de 1921, destinada a legitimar la asonada republicana y, a la postre,
mecanismo funcional al encumbramiento de Saavedra como el nuevo caudillo nacional
frente a la impotencia de Salamanca y Escalier, que fundaron el Partido Republicano
Genuino, férreamente opositor al “caudillo de la plebe” y otra vez cercano a los
liberales contra los que habían combatido poco tiempo atrás. Una de las figuras de
relieve en el golpe republicano y en el armado político saavedrista en la Convención fue
Hernando Siles, llamado a jugar un rol central en la política boliviana en la segunda
mitad de la década de 1920.
De los mencionados grupos urbano-populares, el caudillo letrado sacó también
una masa de milicianos que constituyeron la Guardia Republicana, un grupo paramilitar
en un comienzo utilizado para cimentar su poder y más tarde encargado de neutralizar
golpes y revoluciones promovidos por sus opositores, que iban desde sectores del
Ejército regular hasta los viejos liberales. Si la Guardia Blanca liberal estaba
conformada por jóvenes hijos de la élite, la nueva milicia civil de Saavedra estaba
compuesta por los “cholos” urbanos y acabó por estar mejor pagada y por contar con
mejor equipamiento que la propia policía regular (e incluso que el Ejército)59.
Obviamente, esta fuerza –que contaba con su propia banda de música y era mucho más
que un simple grupo de matones aunque no ahorrara en brutalidad– respondía
directamente al entronado Saavedra, un hombre sofisticado que combinaba una enorme
erudición con un castellano propio de los aymarahablantes que delataba unos orígenes

58
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 77.
59
Robert Brockmann, El general y sus presidentes. Vida y tiempos de Hans Kundt, Ernst Röhm y siete
presidentes de Bolivia 1911-1939, La Paz, Plural, [2007] 2009, pp. 62-63. Esta constatación no debe
ocultar que también los liberales habían organizado sus propias pandillas o “clubes” formados por cholos
y sectores sociales bajos cuyo centro de reunión eran las chicherías (cfr. Klein, Orígenes de la Revolución
Nacional…, ob. cit., p. 56).

30
alejados de la alcurnia hispánica60. Fue así, precisamente, como lo describió la revista
Time: “En Bolivia hay menos blancos que en Minneapolis, y hay unos 3.000.000
millones de indios y cholos (mestizos). Hay un cholo que se llama Saavedra. Bien
educado, abogado astuto, fue rector de la universidad estatal; es un hombre viajado.
Hace un tiempo condujo una revolución. Ahora es el presidente Saavedra”61. Por eso,
sus adversarios le reprochaban el abismo entre su cultura y su forma de gobernar “a
patadas”, apelando a esa “chusma alcoholizada” para poner a raya a los opositores,
muchos de ellos estudiantes universitarios provenientes de las élites que admiraban las
cualidades de Salamanca, ahora un férreo opositor al republicanismo oficial. Parte de
esa chusma eran las “ovejas de Achacachi”, famosas después de que la prensa opositora
denunciara que el prefecto (saavedrista) de La Paz utilizaba esa clave para pedir fuerzas
de choque al alcalde de esa localidad del Altiplano boliviano.
Saavedra asumió la presidencia el 28 de enero de 1921 y puso en marcha un
proyecto tibiamente reformista que mezcló paternalismo y represión, y asumió la
necesidad de construir un Estado más autónomo capaz de regular la conflictividad
social (así como las disputas intraélites) en un momento en el cual los grupos
subalternos –como nunca antes– buscaban formas de autorepresentación influidos por
ideas radicales. En algunos aspectos, su régimen represivo, con aspiraciones
modernizadoras y apoyo de parte de los sectores populares, puede compararse con el
régimen de Augusto B. Leguía en el vecino Perú, en momentos de transición hacia
sociedades más urbanizadas62.
Para completar el armado de su poder, Saavedra necesitaba un jefe militar ajeno a
la desconfianza que sentía hacia la cúpula militar (incluso hacia quienes lo habían
llevado al poder mediante el golpe de 1920); esa necesidad abriría las puertas a un
militar alemán que había llegado al país varios años antes como instructor, había vuelto
a Europa durante la Primera Guerra Mundial y finalmente –ya de baja de la
Reichswehr– estaba de regreso en los Andes animado por la posibilidad de emprender
negocios privados: Hans Kundt.
Pero el destino del militar germano cambió abruptamente con el ofrecimiento del
nuevo mandatario, que lo proyectó como hombre fuerte del Ejército, y, como ha

60
Fue uno de los introductores de la sociología positivista spenceriana en Bolivia, un erudito profesor
universitario y autor de obras clásicas como El Ayllu.
61
Time, 12/11/1923, citado en Brockmann, El general y sus presidentes..., ob. cit., p. 63.
62
Saavedra fue el único presidente que concurrió a los festejos del Centenario de la batalla de Ayacucho,
en Lima, en 1924.

31
señalado Robert Brockmann, lo transformó en una suerte de “general-policía”
encargado de desactivar cualquier conato de rebelión interna en unas Fuerzas Armadas
siempre incómodas bajo el saavedrismo. Paradojas de la historia: con la finalidad de
“limpiar” al Ejército de las influencias liberales, fue un general alemán quien contribuyó
a una cierta indianización de la fuerza armada, lo cual fue captado por el ministro
plenipotenciario de Estados Unidos en La Paz, Jesse S. Cottrell, quien el 1 de junio de
1925 informaba al Departamento de Estado en términos elogiosos:

Gradualmente, [Kundt] dio de baja del Ejército a todos los oficiales y soldados de
ideas liberales y comenzó a construir un Ejército de entre 8.000 y 10.000 efectivos
indios aymaras y quechuas. Estableció escuelas en todos los cuarteles, eliminó el uso
de coca y alcohol y proveyó alimentación adecuada y acomodación confortable, con
el resultado de que hoy Bolivia tiene el mejor Ejército de su historia –el primero que
es científicamente entrenado63.

La eficacia de Kundt para montar una enorme red de espías y delatores al interior
del Ejército fue clave en la estabilidad política de la que gozó Saavedra pese a todos los
intentos por derrocarlo. A ello se sumaron los atropellos a diputados opositores, asaltos
nocturnos a las casas de enemigos políticos y manifestaciones callejeras ante el menor
conato de rebelión, lo cual tiñó al régimen de un innegable carácter plebeyo64.
Como ha señalado Marta Irurozqui, las imágenes de peligrosidad atribuidas desde
el siglo XIX, y especialmente a comienzos del siglo XX, a los indios refractarios a la
civilización, comenzaron a desplazarse hacia el emergente mundo obrero/artesanal, de
la mano de la persistente instalación de la “cuestión social” en el debate político
boliviano y de la ampliación de la actividad sindical, a menudo asociada a ideas
anarquistas y socialistas de reforma social65. Eso no significa que las rebeliones
indígenas hubieran desaparecido (ni que el temor a la guerra de razas se hubiera
extinguido, como lo dejó en claro la rebelión indígena de 1921, en Jesús de Machaca,
cuando los atávicos miedos de los vecinos de pueblo en esas región del Altiplano
volvieron a emerger), pero no dejan de ser sintomáticos ciertos desplazamientos

63
US Departament State, Serial Files on Bolivia, 1910-29, Records relating to Internal Affaires of
Bolivia, National Archives, 824.20/31. Citado en Brockmann, El general y sus presidentes..., ob. cit., p.
71.
64
Agustín Barcelli S., Agustín Barcelli S., Medio siglo de luchas sindicales revolucionarias en Bolivia
1905-1955, La Paz, Ed. del Estado, 1956, p. 104.
65
Irurozqui Victoriano, “Partidos políticos y golpe de estado en Bolivia…”, ob. cit.

32
discursivos sobre ellas. La reacción tradicional era denunciar las pulsiones de los indios
–especialmente los aymaras– hacia la guerra de razas y el exterminio de los blancos,
discurso que tuvo su momento más resonante en los juicios a los acusados por la
masacre de Mohoza durante la Guerra Federal de 1899, en los cuales fue precisamente
Saavedra quien, como abogado, defendió a algunos de los acusados con argumentos que
combinaban percepciones sobre el indio víctima de todo tipo de abusos e iniquidades
por parte de hacendados, curas y corregidores, con imágenes del indio criminal y dado a
orgías de sangre y utopías de aniquilamiento de la raza blanca66. Pero ahora, en los años
veinte, había otros elementos en juego, los grupos obreros y sobre todo artesanales
advertían sobre otro peligro –la revuelta social–, transformada en el nuevo fantasma que
perturbaba a las élites. De este modo, la “barbarie” ya no provenía solamente de los
indios sino de una plebe urbana mestiza –tanto en las grandes urbes como en los
pueblos– que el saavedrismo supo instrumentalizar en su favor como fuerza de choque
contra la oposición liberal y “republicana genuina”. En ese desplazamiento de sentidos,
en paralelo a la emergencia de nuevos actores, la principal rebelión indígena de la
década –la de 1927 con sede en Chayanta, a la que nos referiremos más adelante– fue
duramente reprimida durante el gobierno de Hernando Siles, bajo la acusación de que
los indios sublevados estaban influenciados por activistas marxistas (notablemente por
el Partido Socialista de Tristán Marof) y buscaban instaurar el comunismo mediante una
guerra de razas. Así, la guerra de razas se articuló con la imagen del resentimiento
mestizo, que, en el nuevo contexto ideológico post revolución rusa, se manifestaba
como lucha de clases67 y por medio de ideologías “exóticas” como el comunismo.

66
El caso de Mohoza fue clave para estabilizar esa imagen del indio víctima/indio criminal por sus
repercusiones y el uso que el liberalismo hizo de la masacre ocurrida durante la Guerra Federal, en la que
los aymaras –liderados por Pablo Zárate Willka– combatieron como “ejército auxiliar” del lado de los
liberales paceños contra los conservadores de Sucre. Esa masacre es una de las más traumáticas de la
historia boliviana. Entre el 28 de febrero y el 1 de marzo de 1899, 120 integrantes del regimiento Pando,
varios vecinos del pueblo y la familia Rocha fueron ultimados por un grupo de indios liderados por
Lorenzo Ramírez, lugarteniente de Zárate Willka, jefe del ejército auxiliar aymara. El hecho fue
particularmente perturbador porque los indígenas eran aliados de los liberales; otras masacres contra los
conservadores, como la de Ayo Ayo o Corocoro, no habían provocado tanta excitación entre las élites
liberales (de hecho, las aprobaron), pero si los indios podían masacrar a sus aliados eso los mostraba
como verdaderamente sanguinarios e incontrolables. Las causas de Mohoza aún son discutidas por los
historiadores (en la misma participaron también mestizos), pero en cualquier caso la matanza sirvió para
construir una imagen criminal del indio: a semejantes salvajes no podían concedérsele derechos
ciudadanos. Sobre este tema, que no podemos desarrollar aquí, cfr., entre otros, Gotkowitz, La revolución
antes de la Revolución…, ob. cit.; Mendieta, Entre la alianza y la confrontación…, ob. cit.; Condarco,
Zárate, el “temible” Willka…, ob. cit.; Irurozqui, “Los hombres chacales en armas…”, ob. cit. Sobre el
alegato de Saavedra, cfr: “Proceso de Mohoza. Defensa del abogado Bautista Saavedra. Pronunciada en la
Audiencia del 12 de octubre de 1901”, en B. Saavedra, El ayllu. Estudios sociológicos /Proceso de, La
Paz, Librería editorial G.U.M., s/f., pp. 133-159.
67
Irurozqui, “Partidos políticos y golpe de estado…”, ob. cit., p. 153.

33
No deja de ser significativo que una huelga general de ferroviarios y tranviarios
declarada en enero de 1921 tuviera como caldo de cultivo un hecho en apariencia
menor: la “indignación moral” de los trabajadores frente a un agravio sufrido por el
“diputado socialista” Ricardo Soruco Ipiña68. El ataque verbal fue lanzado por su colega
Abel Iturralde, cercano a posiciones clericales y antiizquierdistas, quien amenazó con
hacerlo fusilar por sus ideas radicales69. Tras ello, la contundente respuesta obrera ante
el altercado parlamentario habla de una creciente autoconfianza del movimiento obrero
“moderno”, en ese entonces minoritario frente a los sectores artesanales de matriz
tradicional, y afincado especialmente en los ferrocarriles, las empresas gráficas y la
minería. Como veremos luego, los grupos vinculados al marxismo de la época atribuían
a estos sectores un rango superior en la escala civilizatoria frente a unos artesanos
“prostituidos” por el alcohol y la inmoralidad, y puestos al servicio del “matonismo
saavedrista”.
En este nuevo contexto, no es sorprendente que Saavedra impulsara una legislación
social limitada pero inédita hasta ese momento, que incluyó una ley de accidentes
laborales, una de jornada máxima de trabajo y otra de indemnización por accidentes
mineros. Más importante aún, una iniciativa enviada al Parlamento para reglamentar
huelgas y establecer consejos de conciliación entre el capital y el trabajo fue justificada
en el hecho de que “el fenómeno de las huelgas se ha presentado entre nosotros como
consecuencia de la lucha de obreros de grandes empresas industriales en resguardo de
sus intereses de clase”70. Estos cambios en la idea de Estado –que promovían el
fortalecimiento de sus capacidades reguladoras– quedan bien ilustrados por esta
definición aparecida en La República, el órgano de los republicanos: “La misión del
Estado no es otra cosa que una perpetua transacción o concordancia entre el ideal
individual que pugna por salirse de su esfera y el ideal colectivo y político que tiende a
centralizar, unificar los distintos sentimientos aislados de los particulares, todo para el

68
Soruco Ipiña ingresó al Parlamento en 1921 como candidato republicano pero era considerado un
diputado obrero y socialista, especialmente por los sindicatos ferroviarios. En el Congreso defendió la
causa obrera desde una perspectiva de izquierda. Son memorables sus intervenciones en repudio a las
masacres de Jesús de Machaca y Uncía que mencionaremos más adelante. Trifonio Delgado apunta que
ante la negativa congresal a revalidar sus credenciales fue impuesto en su banca por una huelga
ferroviaria (Trifonio Delgado, 100 años de lucha obrera en Bolivia, La Paz, ediciones Isla, 1984, p. 124).
69
Al parecer, Iturralde replicó una intervención proobrera de Soruco Ipiña gritándole: “Es usted un
filibustero que solo merece el fusilamiento por sus ideas socialistas” (Barcelli, Medio siglo de luchas
sindicales…, ob. cit., p.p. 94-95; Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 421).
Según Lora el incidente generó una movilización de protesta de 10.000 obreros en La Paz, a la que se
plegó el Partido Socialista de Uyuni.
70
Barcelli S., Medio siglo de luchas sindicales…, ob. cit., p. 104.

34
bien y el progreso de la patria”71.
No obstante, en el quinquenio saavedrista no estuvieron ausentes las tradicionales
represiones sangrientas, como ocurrió con la rebelión indígena de Jesús de Machaca
contra los abusos del corregidor y la usurpación de tierras comunitarias, que provocó la
muerte varios vecinos del pueblo –incluyendo al odiado corregidor Lucio Estrada– y la
posterior y sangrienta represión militar72.
Otro tanto ocurrió en la localidad minera de Uncía, donde los trabajadores del
socavón libraron una enérgica batalla por sus derechos a la organización sindical y
escribieron una de las páginas más heroicas de la historia social boliviana. Vale la pena
detenernos un momento en estas luchas. El 1º de mayo de 1923, los mineros de esta
región ubicada en el departamento de Potosí no sólo conmemoraron a los mártires de
Chicago, sino que pusieron en pie a la anhelada Federación Obrera Central de Uncía
(FOCU), constituida en portavoz de los obreros de la Empresa La Salvadora (del
magnate Simón I. Patiño) y de la chilena Estañífera Llallagua, y ferozmente resistida
por las patronales mineras.
La voluntad de sindicalización se entrelazó con el rechazo a los abusos cometidos
por el gerente chileno Emilio Díaz, y en un clima de creciente descontento y agitación
las demandas confluyeron en un pliego petitorio enviado al gobierno en La Paz, al que
los mineros consideraban si no aliado al menos neutral en el conflicto. Incluso, en sus
esfuerzos por expulsar al gerente, la FOCU envió un telegrama a la central obrera
chilena pidiéndole apoyo contra Díaz por sus “vejámenes y ultrajes deprimentes”
dejando constancia –no obstante– “que obreros ésta proceden sin reparos nacionalidad,
inspirados solamente defensa proletarios que no conocen fronteras”. De hecho, los
migrantes chilenos a las minas bolivianas eran agentes de agitación y transmisión de
ideas clasistas. El telegrama iba firmado por Guillermo Gamarra, el presidente de la
Federación, que se había formado en las ideas socialistas en el Centro Obrero de
Estudios Sociales de La Paz73. Uno de los vocales era Milquíades Maldonado, quien
más tarde migró a Argentina donde entró en contacto con la Internacional Sindical Roja
y a su regreso, como imprentero –según Lora– se volvió un distribuidor de El
Trabajador latinoamericano, el vocero sindical de la Internacional Comunista.

71
“La oposición”, La República, La Paz, 7/6/1923, citado en Irurozqui, “Partidos políticos y golpe de
estado en Bolivia…”, ob. cit., p. 143.
72
Para una documentada exposición de la rebelión, cfr. Roberto Choque y Esteban Ticona, Jesús de
Machaca: la marka rebelde 2. Sublevación y masacre de 1921, La Paz, Cedoin-CIPCA, 1996,
especialmente pp. 41-83.
73
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 383.

35
El gobierno respondió con una actitud ambivalente. Mientras aprobaba casi todo el
petitorio –y garantizaba a los trabajadores el derecho a la sindicalización– permitió que
la empresa desconociera el acuerdo y actuara decididamente para romper la FOCU.
Todo ello pese a que el propio ministro de Fomento y Comunicaciones, Adolfo Flores
(quien, según dijo para generar más confianza entre los mineros, había militado en el
Partido Socialista argentino), se hizo presente en Uncía, el 19 de mayo, donde dio la
razón a la federación en la mayor parte de sus demandas74.
En este clima, los mineros se prepararon para la huelga, pero en sus esfuerzos por
no quedar aislados en una lejana región altiplánica donde podían ser masacrados como
en anteriores oportunidades, buscaron expandir el conflicto buscando el apoyo de otras
federaciones, así como de los sindicatos ferroviarios. La respuesta oficial no se hizo
esperar y en un aumento de la escalada de violencia fue decretado el estado de sitio. En
opinión de Saavedra –como explicó más tarde– “trabajos de subversión” promovían un
“paro general de obreros de toda la república”, con obreros armados “con dinamita y
armas de fuego”. El envío de fuerzas militares, en medio de tensas negociaciones,
engaños y movilización general de la población local, acabó con los militares abriendo
fuego contra los movilizados, con un saldo de cinco muertos, según consignaron con
nombres y apellidos periódicos como Bandera Roja. Aunque en comparación con otras
represiones la cifra puede parecer baja, estos hechos pasaron a ser conocidos dentro y
fuera de Bolivia como la “masacre de Uncía”. Para Lora “ningún otro acontecimiento
ha tenido tanta influencia en la estructuración del movimiento sindical y revolucionario
de Bolivia […] Antes de esta fecha ha habido huelgas y enfrentamientos de las masas
con las fuerzas gubernamentales, pero ninguno ha tenido como objetivo la lucha por el
derecho a la sindicalización”. Por otro lado, en este caso, “el asesinato colectivo fue
consumado por el gobierno que ostentaba con orgullo sus ribetes populacheros”75. Sea
como fuese, esas jornadas fueron investidas de una épica tal que el 4 de junio fue
declarado como el “Día del trabajador boliviano” y desestabilizaron la imagen populista
de Saavedra, al menos entre la emergente dirigencia clasista, minoritaria pero cada vez
más efectiva para construir imaginarios de autonomía de clase frente a los “partidos
burgueses”.
En verdad, pese a su “cara plebeya”, Saavedra logró el apoyo de uno de los tres
barones del estaño, que habían desplazado a las tradicionales élites vinculas a la

74
También Hernando Siles participó en las negociaciones como delegado del gobierno.
75
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 371.

36
explotación de la plata. Así el magnate minero Félix Avelino Aramayo fue enviado
como embajador a París y su hijo Víctor como representante de Bolivia ante la Liga de
las Naciones76, al tiempo que el gobierno daba un notable impulso al ingreso de
inversiones extranjeras y estrechaba los vínculos con los capitales estadounidenses. En
ese marco, una de las medidas más significativas de Saavedra fue la apertura de las
explotaciones petroleras que comenzaban a desarrollarse en el país a empresas
norteamericanas, notablemente a la Standard Oil de Nueva Jersey, que creó como filial
local la Standard Oil Company of Bolivia. Pero estas políticas no carecieron de
detractores, entre los que se encontraban sectores conservadores que propiciaban la
explotación de los recursos naturales por parte de capitales nacionales. Uno de estos
conservadores con perspectivas nacionalistas sobre el petróleo fue el mencionado
parlamentario de la derecha clerical y antiobrera Abel Iturralde, quien se transformó en
un defensor de la renta petrolera para el país, e incluso fue llamado por el escritor
Moisés Alcazar el “Centinela del petróleo”77, por ser el autor de una ley que limitaba las
concesiones petroleras a 100.000 hectáreas.
La Standard Oil, no obstante, no fue afectada por esta ley, porque la norma no tenía
carácter retroactivo y fue aprobada después de que la empresa estadounidense
adquiriera las concesiones de la Richmond Levering, de Nueva York, y de la William &
Spruille Braden78. No obstante, las mayores críticas a Saavedra se concentraron en el
llamado “empréstito Nicolaus” por el cual el Estado boliviano tomó el mayor préstamo
extranjero conocido hasta entonces (33 millones de dólares) en condiciones
extremadamente comprometedoras para al erario –y la soberanía– nacional: de acuerdo
a los términos del contrato, Bolivia comprometía el total de sus recaudaciones
aduaneras (equivalentes al 45% de los ingresos totales del gobierno), pero además
brindó seguridades colaterales como valores del Banco de la Nación y bonos de
ferrocarril. Empero, el punto más sensible fue la cláusula que establecía la
conformación de una Comisión Fiscal Permanente compuesta por tres integrantes, dos
de ellos nombrados por los bancos estadounidenses, que debía hacerse cargo de la
recaudación de impuestos en Bolivia durante el cuarto de siglo de duración del
empréstito79. No obstante, pese a que ello implicó una fuerte erosión de la soberanía,
algunos reconocen que esa comisión acabó por coadyuvar en la sistematización del

76
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 84.
77
Moisés Alcazar, Abel Iturralde, el Centinela del Petróleo, La Paz, editorial La Paz, 1941.
78
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 89.
79
Ibidem, p. 91.

37
arcaico sistema tributario boliviano y terminó siendo elogiada tanto por el gobierno
como por la oposición80. De hecho, para resolver parte del déficit del Estado,
aprovechando el aumento del precio de los minerales que siguió a la crisis de 1920-21,
el gobierno aumentó los impuestos a la gran minería, tratando de que, en la nueva
coyuntura, la bonanza beneficiara al menos parcialmente a la nación81. Pero todas estas
medidas reformistas se llevaron adelante sin una gran convicción y a menudo el
gobierno saavedristas cedió ante las presiones o los cantos de sirenas de la gran minería.
Sea como fuere, Saavedra tuvo la oportunidad de pasar a la historia sobre el final
de su mandato, brevemente prorrogado mientras buscaba febrilmente un delfín para
mantener su poder tras las sombras. Los festejos del Centenario le dieron una
excepcional plataforma para aparecer como el artífice de un ansiado despegue nacional
que, aunque se estrellaba contra las evidencia, escenificó el avance nacional y logró,
durante unos días, fascinar a los bolivianos con diversos artefactos publicitarios, fiestas
populares, y exposición de los progresos técnicos. Vale la pena revivir esos momentos,
que como en otros países de la región, constituyeron hitos en los que se luchó –tras los
fuegos de artificio– por (re)definir el rumbo del país, en una verdadera disputa por la
nación.

La “voz de la centuria”: discursos y contradiscursos en el Centenario

El 5 de agosto de 1925 (el día previo al primer centenario patrio), Oruro despertó con
salvas y repiques de campanas, mientras la Banda Departamental recorría toda la
ciudad. A lo largo de esa larga jornada habría una misa en la plaza principal, en
homenaje a los caídos en las guerras del Acre y del Pacífico, se entregaría la obra de la
Avenida “6 de agosto” –que reemplazó al Boulevard del ferrocarril– y asociaciones
como la Sociedad Yugoslava de Socorros Mutuos recorrerían en procesión la ciudad. En
la noche fue organizada una marcha de antorchas y carros alegóricos, se dispuso la
iluminación general de esa importante urbe minera, una banda escolar de Challapata
amenizó la fiesta nocturna y el Directorio Obrero Republicano ofreció un banquete
celebratorio82.

80
Idem.
81
En mayo de 1924, en parte para evadir las nuevas tributaciones, Patiño trasladó sus empresas a Estados
Unidos, estableciendo la Patiño Mines & Enterprises Consolidated Inc en el estado de Delaware (ibidem,
p. 92).
82
La Patria, Oruro, edición especial, agosto de 1925.

38
De esa forma, Oruro –una ciudad que junto a la más elegante y bella Potosí
constituía el corazón económico de un país dependiente de la extracción de minerales–
recibía al 6 de agosto entre pitazos de sirenas y de locomotoras (símbolo de la
modernidad que justamente buscaba proyectarse en esos cien primeros años de la
nación83). Ya el día patrio, una enorme procesión cívica movilizó a sociedades de
albañiles, mineros, choferes, electricistas, matarifes, mecánicos, panaderos, sastres y
zapateros; además de instituciones como la Filarmónica 1º de Mayo, la Federación de
Box o la Sociedad de Fútbol. Las colonias de Alemania, Argentina, Austria, Chile,
España, Francia, Inglaterra, Italia, Japón, Estados Unidos, Perú, Yugoslavia, Siria y
Palestina atestiguaban que la actividad minera atraía a numerosos extranjeros que se
afincaron en esta ciudad del altiplano boliviano y participaron de los festejos junto a las
cámaras de Comercio y Minería, que además de los desfiles incluyeron diversos tipos
de actividades como corridas de toros y match de box84.
Estos fueron los festejos en Oruro, y puestas en escena similares se desarrollaron
en toda Bolivia. Pero las celebraciones oficiales se concentraron en La Paz (la sede de
gobierno) –con el argumento de que era más fácil la llegada de las delegaciones
extranjeras–, lo cual dejó en un segundo lugar a Sucre, capital constitucional del país85.
Ello actualizó la rivalidad histórica. Por ello, en uno de los clásicos conflictos locales
que afectan a Bolivia desde su fundación, los sectores regionalistas llamaron a boicotear
los festejos oficiales por considerar que la decisión presidencial implicaba “un
monstruoso ultraje a Chuquisaca”. No obstante, Saavedra viajó a la capital, donde llegó

83
Françoise Martinez, “Monumentos de papel. Las obras conmemorativas publicadas en México y
Bolivia en el primer centenario de su independencia”, en Revista Boliviana de Investigación-Bolivian
research review, vol.10, agosto de 2013, pp. 47-90.
84
La Patria, Oruro, edición especial, agosto de 1925.
85
La Paz se transformó en la sede formal del gobierno tras la mencionada Guerra Federal de 1899. La
llamada Ley de Radicatoria, aprobada el 29 de noviembre de 1898, que declaraba a la ciudad de Sucre
como asiento del Poder Ejecutivo fue la gota que desbordó el vaso en las ya tensas relaciones entre La
Paz y Sucre. Aunque esta última era la capital formal del país, como solía decirse los presidentes
bolivianos “gobernaban desde el caballo”, y en verdad, pasaban más tiempo en su sede paceña –el
conocido como Palacio Quemado– que en la “culta Charcas”, como era llamada la capital constitucional
de la República, mucho más aristocrática que la urbe mestiza y “acholada” del Altiplano, y heredera de
las familias patricias que manejaban el país en la era colonial. Como reacción a la nueva “Ley de
Radicatoria”, votada por el Parlamento en diciembre de 1898 se puso en marcha una insurrección,
dirigida –desde La Paz– por una Junta de Gobierno que el 12 de diciembre conformó un poder
revolucionario al grito de “¡Viva la federación!” (Irurozqui, La armonía de las desigualdades…, ob. cit.,
p. 107). Tras el triunfo paceño, los liberales se hicieron con el poder pero abandonaron sus discursos
federalistas y reconstruyeron el unitarismo desde La Paz. Un elemento fundamental de este conflicto es
que para poder triunfar sobre los conservadores, los liberales se aliaron a los aymaras de Pablo Zárate
Willka, que combatió con un “ejército auxiliar” indígena (sobre este tema, que no podemos desarrollar
acá, cfr., entre otros, Gotkowitz, La revolución…, ob. cit.; Mendieta, Entre la alianza y la
confrontación…, ob. cit.; Condarco Morales, Zárate…, ob. cit.; Irurozqui, “Los hombres chacales en
armas…”, ob. cit.).

39
por vía terrestre el 4 de agosto “en medio de ovaciones y aclamaciones del pueblo de
Sucre representado por todas las clases sociales”, según el oficialista periódico La
República86. A las seis de la mañana del 6 de agosto, las iglesias de todas las ciudades
hicieron repiquetear sus campanas y la población despertó bajo el tronar de las salvas de
artillería87. Bandas militares recorrieron las ciudades y el presidente Saavedra asistió al
Tedéum en Sucre.
En La Paz, una de las actividades más importantes programadas para el mes del
Centenario fue la Exposición Industrial Internacional, cuyo propósito era –como en
otros centenarios latinoamericanos– “poner en contacto y comunicación más estrecha al
mundo comercial boliviano con los fabricantes e industriales del mundo entero”88. Para
garantizar el éxito de la exposición fue creado el Centro de Propaganda y Defensa
Nacional. La idea del gobierno de Saavedra era que todo el mes de agosto fuera de
fiesta pero las celebraciones programadas se desarrollaron entre el 5 y el 22, para lo cual
el Comité de Celebración del Centenario previó la entrega de una serie de obras,
financiadas con el Impuesto Pro Centenario. El mensaje no era original, ya había
aparecido en los centenarios de México, Perú, Argentina o Brasil: progreso,
administración, orden, luces, civilización89. Una operación publicitaria que hoy se
llamaría “marca país”. Pero el saavedrismo combinaba políticas sociales limitadas con
destierros y continuos abusos de poder, lo cual no era novedoso pero contribuyó a que
las celebraciones generaran fuertes expresiones de introspección crítica, especialmente
de parte de una nueva generación de estudiantes, más tarde conocida como “generación
del Centenario” que simplemente se preguntaba, sin esperar la respuesta, si en verdad
Bolivia tenía algo que festejar, al tiempo que denunciaba la “tragicomedia de los cien
años”.
Estos jóvenes inconformistas hablaban de la “centuria trágica”, de una “voz
mojada en lágrimas pero de la que se exprime sangre” y denunciaban con riesgo de ir a
la cárcel que tras el encandilamiento de las avenidas iluminadas, los sonidos de las

86
La Liga Cívica de Sucre lanzó un Manifiesto a la Nación solicitando que fueran suspendidos los
festejos debido a que los actos oficiales no se realizarían en la capital de la República (Gastón Dick, Las
fiestas del Centenario de la República de 1925, Bolivia de ayer, Serie: Ciudades de Bolivia de Ayer y
Hoy, Vol. 10, La Paz, 2000, p. 51).
87
Brockmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., p. 88.
88
Eugenia Bridikhina, “Bolivia en 1925 en busca de una imagen”, Discurso de ingreso a la Academia de
Historia, La Razón, 29/12/2012 (suplemento Tendencias).
89
Patria Funes, “Centenarios en América Latina ¿Canto del cisne del orden oligárquico?”, en Waldo
Ansaldi, Patricia Funes y Susana Villavicencio (comps.), Bicentenario: otros relatos, Buenos Aires,
Editorial del Puerto, 2010, pp. 275-299.

40
bocinas de las locomotoras y la música de las fanfarrias, y junto a las grandes obras,
sólo se procesaba un operativo de legitimación del “matonismo saavedrista”90. ¿Acaso
expresiones como progreso, administración, orden, luces y civilización significaban
algo en esas alturas en el Altiplano?, ¿tenía futuro un conjunto desarticulado de regiones
y razas tan lejos de imaginarse como una comunidad nacional? Si el futuro se limitaba a
proyectar el pasado sólo debía esperarse atraso, anarquía, represión y degradación
moral. También los liberales, desplazados por Saavedra en la revolución republicana del
12 de julio de 1920, se enfrentaron a la fiesta del “tirano”, “verdugo” o “gran simio”.
En todos los periódicos opositores se repitió el argumento: el pueblo no podía
festejar la fecha de la libertad cuando esa libertad había sido escarnecida; Bolivia no
podía manifestar alegría cuando estaba “gimiendo bajo el tacón de la tiranía de
Saavedra”91.
Los estudiantes sucrenses se declararon en huelga activa contra los festejos e
intentaron sabotear el Desfile Escolar en Homenaje a los Cien años de Fundación de la
República, cometiendo –según el gobierno– “actos de irreverencia a la bandera”. La
respuesta del presidente fue drástica: Saavedra emitió una resolución mediante la cual
fue cerrada la Facultad de Medicina –“foco de indisciplina y de desorden”– por cinco
meses, “perdiendo el año universitario sus alumnos comprometidos con la huelga y
otros actos”92. Igual determinación se tomó con el tercer curso de la Facultad de
Derecho, el sexto año del Colegio Junín, el cuarto y quinto año del Liceo de Señoritas, y
el tercero y cuarto de la Escuela Normal de Mujeres. Pero la huelga estudiantil
trascendió las puntuales motivaciones de Sucre y se extendió a varias partes del país. En
Cochabamba, según La República, estudiantes huelguistas trataron de impedir el desfile
escolar “vociferando en la plaza principal a pesar de los pedidos de calma hechos por el
prefecto y un honorable caballero”. Los colegios Sucre y Bolívar fueron clausurados
mientras los medios oficialistas llamaban a los “imberbes escolares al cumplimiento de
sus deberes patrios”93. Pero estas críticas no lograron opacar las puestas en escena del

90
“Así deberíamos hablar en esta fecha del 6 de Agosto de 1925. Esta debe ser la voz de la centuria. Voz
mojada en lágrimas pero de la que se exprime sangre” (“La Voz de la Centuria”, Arte y Trabajo (nueva
época), 6/8/1925). La misma revista ironizaba en un editorial: “Cien años más pasarán y la sola disculpa a
tanta ignominia será –a guisa de consolación– que el tirano Montes lo fue menos que el tirano Saavedra…
Es decir que hay progreso, porque las tiranías son la única cosa en que Bolivia se perfecciona”, “Honor
nacional” (Arte y Trabajo, 15/12/1922).
91
Gastón Dick O., Ciudades de ayer…, ob. cit., p. 44.
92
Ibidem, p. 57.
93
Ibidem, p. 60.

41
caudillo, que por esos días buscaba desesperadamente mantener el poder a través de un
delfín en el Palacio Quemado.
En una época en la que los raids aéreos estaban en boga, se organizó uno para
conmemorar los cien años de la “Hija predilecta de Bolívar”, como la historia escolar
solía referirse al país andino cuyo nombre fue un homenaje al libertador venezolano. El
piloto argentino Juan José Etcheberry voló en un raid de confraternidad argentino-
boliviano los 2.800 kilómetros y 19 horas que separan Buenos Aires de La Paz en un
biplano Curtiss, con escalas en las que fue agasajado por grandes fanfarrias y “colosales
recibimientos al valiente aviador”. En un telegrama desde Uyuni, el piloto advertía: “no
se si podré llegar a La Paz que tiene la misma altura [a la que vuela el avión, unos 4000
metros]”. Pero finalmente aterrizó “sin novedad” en el campo de volación [sic] de El
Alto el 12 de agosto guiado por el eterno nevado Illimani y por las vías del ferrocarril94.
En ese marco de entusiasmo con los avances de la aviación y sentimientos patrióticos, la
colonia alemana en La Paz donó al gobierno un Junkers F-13 “de puro metal”, que sólo
un mes después se convertiría en la primera nave del Lloyd Aéreo Boliviano95, fundada
por Guillermo Kyllman y una de las primeras aerolíneas de América Latina.
El 15 de agosto fueron inauguradas las sesiones oficiales de un Congreso
remodelado; al día siguiente, 20.000 estudiantes, con uniformes provistos por el Estado,
desfilaron ante unas 60.000 personas, a lo largo de la Avenida Saavedra –inaugurada
para la ocasión en el barrio paceño de Miraflores–. El lunes 17 al medio día, el
presidente Saavedra descorrió la bandera que cubría al monumento ecuestre al
libertador Simón Bolívar, en la Plaza Venezuela, obra del escultor francés Emmanuel
Frémiet, mientras tres biplanos militares “evolucionaban” sobre la ceremonia96. Por la
tarde, el jefe del Estado se dirigió a la zona de El Alto, hoy una ciudad de un millón de
habitantes pero en ese tiempo un inmenso descampado, con una estación de trenes, un
retén policial, algunas casas precarias y la escuela de aviación97. Allí se desarrolló una
de las actividades estrella del Centenario: la parada militar del lunes 17 agosto, “que
sería la joya sobre las coronas de los festejos”, bajo el mando del general Kundt. Ese
desfile, en el cierre de un mes que buscó transformar radicalmente la imagen del país,
tuvo un testigo peculiar: el mayor alemán Adolf Röpnack, parte del grupo del general
Kundt, y que sirvió en el ejército boliviano entre 1923 y 1927. El militar –que fue

94
Dick O., Ciudades de ayer…, ob. cit., pp. 75-76.
95
Brokmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., p. 91.
96
Ibidem, p. 90.
97
Ibidem

42
inspector de municiones durante la Segunda Guerra Mundial– dejó testimonio de esos
momentos en un artículo publicado en una revista del ejército alemán, donde escribió
que “la culminación de los festejos del Centenario en todo el mundo sudamericano fue
el desfile militar –se puede decir tranquilamente– germano-boliviano del 17 de
agosto”98. Y agregó un conjunto de impresiones que permiten reconstruir el clima del
acto, marcado por la influencia cultural germana personificada en el jefe de las FF.AA.
de Bolivia, pero que iba más allá del propio general Kundt, que había llegado a La Paz
en 1911 como parte de una misión militar alemana99.

El Jefe del Ejército y jefe del desfile, el general Kundt, descendió de la primera
gradería y se acercó al carruaje de gala, tirado por seis caballos blancos del cual se
apeó el presidente Saavedra. El general reportó las novedades y sonó el Himno
Nacional. Los regimientos presentaron armas en filas de acero. Los estandartes
bajaron al ritmo de la Marcha Prusiana de Presentación (Preussische
Präsentiermarsch) […] ¡Un nuevo cuerpo de músicos hace una figura! Ahí, de
manera espontánea, una dama en la tribuna de la colonia alemana exclama en alemán:
‘¡Caramba! Pero si esa es nuestra marcha alemana de desfile, Du Berliner Pflanze
¡Qué te parece!’ Y así era en efecto. Al ritmo de esa marcha, acompasada por el
bombo de un ejecutante indio con su penacho rojo oscilando, pasó también el
Segundo Regimiento100.

Röpnack consideró al desfile “un gran evento histórico que nunca de repetirá de la
misma manera”, una “simple y sencilla tropa morena” que con “su sangre indígena
había sido capaz de semejante hazaña a la altura de la cumbre del Montblanc”101.
Soldados indígenas capaces, además, de marchar al ritmo del compás y la música de
Lampenputzer ist mein Vater; Alte Kamaraden; Torgauer-Marsch, “¡e incluso

98
Adolph Röpnack, “Aus den Memoiren eines Deutschen Offiziers in bolivianischen Diensten”, en
Deutsches Soldatenkalender, 1962, pp. 239-242, citado en Brokmann, El general y sus presidentes…, ob.
cit., p. 90-91.
99
Para una historia del general Kundt en Bolivia, cfr. ibidem…, pp. 1-410.
100
Ibidem, 91-92. “Después […] marchó la última tropa montada, el espectacular y hasta entonces
desconocido Regimiento Montado en Mulas. Este regimiento había sido formado con todo sigilo en el
año previo en un rincón alejado de la cordillera cerca de la frontera argentina, país del que provenían las
mulas. Había funcionado de manera espléndida, considerando el difícil manejo de estos animales
intratables, los jinetes, sin lanzas naturalmente, iban en uniforme caqui según el modelo de las tropas
coloniales alemanas y con sombrero, lo cual los diferenciaba considerablemente de los restantes
regimientos”.
101
Ibidem, p. 92.

43
Fridericus-Rex!”102. El diario germanoparlante argentino Deutsche La Plata Zeitung,
reproducía pocos días después declaraciones de Kundt en las que aseguraba que los
soldados indios podía ser considerados “los mejores infantes del mundo después del
soldado alemán”, ya que, acostumbrado desde joven a la escasez de todo, el indio es
“muy poco exigente con la alimentación, vestuario y vivienda, hasta el punto de que en
casos de urgencia se contenta en materia de alimentación con algunas hojas de coca. Su
aptitud para las marchas y como tirador es muy buena, por su calma, tranquilidad y
resistencia física; por su costumbre al frío, al hambre y a la vida mala”103. Pero no todos
consideraban de esta forma al indio boliviano.
En una columna en El Diario, uno de sus periodistas escribió en la sección
“Comentarios ingenuos”: “Llegó ayer a la Plaza Murillo un indígena que llevaba sobre
sus hombros un poncho de vistosos colores; su sola presencia fue un toque de alarma
para el guardián de esa jurisdicción. En términos nada corteses –¿qué cortesía es
menester con un autóctono?– el vigilante le notificó la prohibición de atravesar ese
paseo y concluyó por echarlo del lugar a empellones sin que aquél se animara a
formular la menor protesta. Resulta irónico que uno de los legítimos dueños de la tierra
fuera arrojado de ella con la mayor severidad”104. En efecto, Saavedra había aprobado
una resolución que prohibía a los indígenas circular por zonas céntricas vestidos con sus
ropas típicas, lo que posiblemente combinara motivaciones racistas con la intención de
impedir asambleas de indios que, de la mano de los llamados “caciques apoderados”,
venían reuniéndose en las ciudades para organizar las luchas por la tierra, la educación y
el autogobierno originario local.
¿Pero qué tipo de nación proyectaba el Centenario saavedrista?

Proyecciones y quimeras del Centenario: la nación y sus indios

Françoise Martinez analiza en el artículo “Monumentos de papel. Las obras


conmemorativas publicadas en México y Bolivia en el primer centenario de su
independencia”, lo que en ambas naciones proyectaban en sus respectivos Libros del
Centenario105. En el caso del país andino, la obra se tituló Bolivia en el primer
centenario de su independencia, alcanzó las 1.141 páginas en papel ilustración y su

102
Idem.
103
Citado en Ibidem, p. 93
104
Dick O., Ciudades de ayer…, ob. cit., p.15.
105
Martinez, “Monumentos de papel...”, ob. cit.

44
estética lujosa –que incluía tapas duras de cuero con motivos tiwanacotas– abrigaba el
deseo de proyectar una nueva imagen del país, “atractivo, turístico, exótico, digno de
descubrirse y lleno de potencialidades [para los inversores]”106. Pero ¿qué es lo que se
buscaba mostrar? Básicamente, “una alianza de lo pintoresco y de la modernidad. Así,
por ejemplo, se privilegió una foto del Lago Titicaca que juntaba las tradicionales
totoras con las grúas del vapor ‘El Inca’”107. Martinez observa que de Cochabamba,
“que solía rimar con paisajes bucólicos, se presentaron los trenes, entonces motivos de
orgullo por toda América Latina al constituirse en indicios innegables de progreso
nacional”. De las ciudades mineras, “se presentaron los monumentos, casas, avenidas y
escuelas, convirtiéndolas en ciudades que podían hacer alarde de su historia y cultura”.
Y en este marco, “las pocas llamitas presentes abajo [de una de las fotos] sólo pretenden
dar una idea del entorno de la ciudad, un paisaje sosegado y tranquilo”108.
Como reivindicación del litoral del Pacífico perdido en la guerra con Chile
(1879-1883) el libro incluye a Antofagasta, la provincia litoraleña que pasó a manos del
país trasandino, desprendiendo a Bolivia de su “cualidad marítima”. Esta amputación de
la nación marcaría a fuego a la generación de intelectuales que intervino en las letras y
la política en el último cuarto de siglo XIX y la primera década del XX (La “generación
de la amargura”):

Los jóvenes indagaron asimismo con instrumentos y conceptos nuevos las razones de
la derrota. Hallaron parte de esa respuesta en el pasado anárquico, repleto de golpes
de Estado y cuartelazos, en las autocracias personalizadas de militares ignorantes, en
la falta de instrucción del pueblo, en la pervivencia del dogmatismo y de la moralidad
encogida e hipócrita, reñida con la ciencia moderna, en la estrechez de las relaciones
sociales que se basaban en el nacimiento y la herencia, en los rangos109.

En efecto, a comienzos del siglo XX, Bolivia tenía 1.600.000 habitantes (La Paz
era el departamento más poblado con 427.000, 76% de los cuales eran indígenas), y la
estimación para 1925 es de aproximadamente dos millones: 900.000 blancos y mestizos

106
Ibidem, p. 68.
107
Ibidem, p. 69.
108
Ibidem, p. 70.
109
Romero Pittari, El nacimiento del intelectual…, ob. cit.. “Esa actitud seria de la juventud [intelectual]
se volcó al conocimiento de le geografía, de la historia nacional, de la cultura, de las riquezas nacionales
del suelo, y de las potencialidades de la población”, uno de cuyos resultados fue la creación en varias
capitales departamentales de sociedades geográficas y de historia (p. 25).

45
y 1.100.000 indígenas110. Pero más que una nación, el país andino aparecía, según uno
de sus referentes intelectuales, Franz Tamayo, como una amalgama de pueblos
dispersos sin lazos afectivos ni físicos (debido a la incomunicación terrestre) y sin
sentimientos de pertenencia nacionales111.
La casa editorial extranjera The University Society Inc se hizo cargo del “Álbum
del Centenario”, como fue conocido, aunque la obra fue supervisada por la Presidencia
de la República. Con tapa grabada con motivos tiwanakotas, el libro incluye
monografías sobre las diferentes regiones de Bolivia, además de un acápite dedicado
elogiosamente a la “administración Saavedra”, escrito por Gabriel Gosálvez, quien
tendrá un importante rol político en los siguientes años. El estudio preliminar fue escrito
por el prestigioso intelectual Daniel Sánchez Bustamante, quien plantea sin eufemismos
la visión que las élites del Centenario tenían de la cuestión indígena: “No hay sino un
dilema al frente: o se eliminan las razas indígenas implacablemente, para situar en su
lugar otras de tinte caucásico, o se las educa e incorpora dentro de la civilización,
afectuosamente”112. Educador él mismo –fue ministro de Educación bajo el régimen
liberal en los años diez–, Sánchez Bustamante era, sin duda, partidario de la segunda
opción, a la que, no obstante, considera muy compleja. Si lo primero “solo se le
ocurriría a algún ideólogo vendado ante las enseñanzas sociológicas que expresan que
no hay razas incapaces en lo absoluto para la cultura […] lo segundo es el tema un tanto
estropeado de programas y campañas políticas y será una realidad militante y eficaz
sólo el día en que aparezcan algunos apóstoles como Pestalozzi o Booker Washington
que pongan en el terreno de los hechos lo que no pasa de ser hasta hoy plática
circunstancial”113. Para Sánchez Bustamante, los migrantes indígenas a las ciudades
constituyen una evidencia de que la raza puede mejorar cambiando algunos parámetros
del medio (alimenticios, educativos, etc.) pero el alcance de “altas cualidades morales e
intelectuales” es una tarea de más largo aliento. Estas “no son el fruto improvisado de la
escuela sino de una larga elaboración ancestral, y los tres siglos que [los indígenas]
llevan de tinieblas y de tristeza sobre su frente no dan margen a ilusiones en ese
concepto”114. De lo que se trata, entonces, es de hacer del indio un buen agricultor,
preferentemente un agricultor “moderno”. “No es posible sostener que el indio

110
Ricardo J. Alarcón (dir.), Bolivia en el primer centenario de su independencia, La Paz, The University
society, 1925.
111
Martinez, « Régénérer la race… », ob. cit., p. 35.
112
Bolivia en el Primer Centenario…, p. X.
113
Idem.
114
Ibidem, p. XI.

46
boliviano será de golpe excelente filósofo, fecundo descubridor, jurisconsulto o
político”. Por el contrario, “sus aptitudes manuales, su inteligencia práctica, sus virtudes
de hogar y su adaptabilidad social, le enseñan como a uno de los tipos étnicos mejor
aprovechables en la América. Mil veces preferible al roto chileno o al negro peruano.
Excepcionales ejemplares de buenos pensadores, hombres de Estado o empresarios, de
pura cepa indígena, tampoco han faltado ni faltarán... malos sobran!”115. Pero donde el
indígena es verdaderamente “irreemplazable y maestro es en la agricultura”, lo único
que le falta es “conocer y aplicar la máquina, el moderno arado, el fecundo abono y el
amor al árbol”116. En síntesis, el indígena no tiene “ninguna tara irremediable”. Pero los
remedios no son sencillos ni rápidos. Parafraseando al argentino Juan Bautista Alberdi,
Sánchez Bustamante sostiene que si en América, gobernar es poblar, en el Altiplano
gobernar es educar al indio.
Sin embargo, estas menciones a los indios no evitaron que estos hayan quedado
invisibilizados en la imagen de nación mostrada por la lujosa obra. Bolivia en el Primer
Centenario… presentó unas 500 fotos sin un solo indígena o mestizo en primer plano.
Pero sí posaron damas de la élite sonriendo y disfrazadas con los trajes tradicionales
indígenas en las galerías117. En otras fotos, los indígenas aparecen como parte del
pasado lejano y heroico de Tiwanaku (es decir, como expresión del pasado), o, peor
aún, como mendigos: al pie de una de las fotografías se escribe que los soldados
muestran su compasión con los indígenas y se ve a dos militares entregándoles unas
monedas a dos andrajosos indios, fotografiados entre los centenares que pedían una
limosna en las urbes bolivianas del Centenario con el epígrafe “Caridad militar”118. La
Cancillería boliviana recomendaba a las legaciones bolivianas en el exterior que en las
ilustraciones sobre Bolivia “no aparezcan tantos clichés de indígenas”, priorizando las
imágenes sobre el progreso industrial y urbano del país119.
Es que los “indios”, que según Kundt, podían ser (bajo la jefatura de un
prusiano), los mejores soldados del mundo, también podían rebelarse de manera
violenta contra los seculares abusos en las haciendas, donde vivían como colonos las
iniquidades corrientes del patrón, el corregidor y el cura; en efecto, las rebeliones
violentas fueron una constante en la historia boliviana, aunque más violenta aún fue a

115
Idem.
116
Idem.
117
Martinez, “Monumentos de papel…”, ob. cit., p. 85.
118
Bolivia en el Primer Centenario…, ob. cit., p. 14.
119
Bridikhina, “Bolivia en 1925…”, ob. cit.

47
menudo la respuesta del Estado. Eso había ocurrido recientemente con la sublevación de
Jesús de Machaca, en 1921, y durante la Guerra Federal, con las ya mencionadas
masacres de Mohoza y Ayo Ayo, que aunque habían ocurrido hacía veinticinco años
aún proyectaban la imagen de la “guerra de razas” y los peligros de una rebelión general
de indios que buscara borrar a los blancos del mapa boliviano. Esta imagen del peligro
de la guerra de razas será, como hemos señalado, fundamental en estos años. En plenos
preparativos de los festejos del Centenario volvieron a circular rumores de
sublevaciones de indios, según denunciaron vecinos de pueblos y autoridades locales.
En mayo de 1925, Francisco Guachalla, propietario de la finca Ancoamaya, ubicada en
el cantón de Santiago Huata, en la combativa provincia de Omasuyos, pedía amparo y
garantías contra las violencias y hechos punibles cometidos por sus colonos, y la
investigación policial reveló que los indígenas enviaron comisionados a otras
comunidades de Omasuyos y Lacareja para promover una sublevación general120.
Supuestamente, los indios

contagiados con la propaganda descabellada de los principales caciques de ayllos en


toda la república, preparaban un golpe decisivo contra la vecindad de pueblos y más
claro desaparecer por completo la raza blanca [sic] y quedar de este modo como
‘señores’ y dueños absolutos tanto de comunidades como de fincas, con autoridades
propias, que ello significa el Centenario, señalado para la sublevación121.

Bajo esta zozobra, los indígenas se limitaron a participar de los desfiles desde
“las colinas adyacentes a la avenida [con sus coloridos trajes]”122. De este modo, la
invisibilización de los indios de carne y hueso, convivía con la exaltación de las
“civilizaciones indígenas” precolombinas, cuyos restos de gloria pasada quedaron
sedimentados en las ruinas de Tiwanaku, por esos años ya promocionadas por el
arqueólogo austriaco residente en Bolivia Arturo Posnansky. Estas ambivalencias traen
a la palestra una actitud ya resumida por la historiadora peruana Cecilia Méndez en la
fórmula de “incas sí, indios no”, con que la élite peruana pensó el pasado y presente de
las poblaciones indígenas en relación a la construcción de la imaginería nacional123.

120
Idem
121
Ibidem
122
Jorge Mac Lean: Crónica de las fiestas patrias del primer centenario de Bolivia, 1926. Citado en
Bridikhina, “Bolivia en 1925…”, ob. cit.
123
Cecilia Méndez, “Incas sí, indios no: Apuntes para el estudio del nacionalismo criollo en el Perú”,
IEP, en Documentos de Trabajo N° 56, Lima, 1996, pp. 1-34.

48
Aunque más modestas que en México o en Buenos Aires, las celebraciones
bolivianas fueron igualmente un éxito. Pero Bolivia estaba en plena ebullición, y detrás
de los cambios socioculturales que acompañaban la emergencia de un movimiento
obrero más extendido y una expansión de la universidad que ponía en crisis los
esquemas de gobierno y educación tradicionales, se iba creando un caldo de cultivo
adecuado para la penetración de nuevas ideas renovadoras, en las cuales, la llamada
“cuestión social” ocuparía un papel significativo en la conformación de nuevos sujetos
y nuevas impugnaciones al orden establecido.

49
50
CAPÍTULO 2
Cuando la “cuestión social” se politiza: redes de
difusión de la idea socialista

Los “hijos del taller” se lanzan a la política: los primeros partidos socialistas

En los años veinte, Bolivia vive un intenso debate de ideas que incluye fuertes desafíos
a la estancada estructura política y económica nacional. A pesar de los procesos de
urbanización, crecimiento de la clase obrera –aunque con un importante peso de los
sectores artesanales– y el auge de la minería, la mayoría de los bolivianos seguía
inmersa en un sistema agrario-latifundista heredado del periodo colonial124. Esas
transformaciones socioeconómicas tuvieron como correlato la expansión de las ideas de
reforma social durante los años veinte. Si la intelectualidad crítica de matriz liberal
había limitado su proyecto a una suerte de regeneración moral del país125, desde los
sectores laborales y universitarios irán apareciendo planteamientos –y espacios de
sociabilidad político-intelectual– que permitirán constatar que la “cuestión social”
finalmente hacía su ingreso al debate de ideas boliviano, incluso si muchos se
mostraban escépticos sobre el hecho de que tal “cuestión” existiera realmente en un país
atrasado, “feudal” y “de indios” como la nación altiplánica. Por una parte, el Partido
Republicano de Saavedra había incluido proyectos vinculados a la cuestión obrera en su
programa y sectores laborales importantes adherían a la figura del caudillo letrado126.

124
La Paz se convierte en una metrópolis de más de 150.000 habitantes en 1930. Cfr. Klein, Orígenes de
la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 189; Lorini, El movimiento socialista “embrionario”…, ob. cit.;
Schelchkov, “El laberinto boliviano…”, ob. cit.
125
Albarracín Millán, Arguedas…, ob. cit., p. 32.
126
Cfr., por ejemplo, el periódico El Obrero, de la oriental región de Beni –dirigido por José M. Prat–,
que en su número 3 sostenía esta posición: “los obreros bolivianos encontraron en la asociación el medio
para desarrollar su conciencia de clase y encontraron en la tutela legislativa el razonable motivo de poner
su mayoría numérica organizada a disposición del actual partido político triunfante [el Partido
Republicano] […] Los obreros del Beni concientes de sus derechos y deberes se aprestan a llevar su
contribución colectiva para el triunfo de las próximas elecciones generales en las personas de don
Hernando Siles y don Abdón Saavedra”. Antes del gobierno de Saavedra “la explotación de nuestras
riquezas naturales se efectuaba explotando también al obrero nacional, al cual no sólo se le desconocía su

51
Incluso figuras como el izquierdista Ricardo Soruco Ipiña ingresaron al Congreso a
través del republicanismo, aunque al mismo tiempo este “diputado obrero” formaba
parte de uno de los partidos socialistas. Por la otra, las federaciones obreras de los
distintos departamentos de Bolivia –muchas de las cuales participaron de la revolución
antiliberal de 1920– lograron poner en pie partidos socialistas locales127.
El movimiento sindical era entonces disputado por anarcosindicalistas,
sindicalistas vinculados a los partidos tradicionales y los emergentes comunistas,
organizados en la Federación Obrera del trabajo (FOT) y la Confederación de
Trabajadores de Bolivia (CTB), además de las numerosas federaciones obreras
locales128. Este aspecto –la puesta en pie de partidos socialistas regionales– resulta
particularmente interesante e ilustrativo de las dinámicas gremial/corporativas que
asume la política popular en Bolivia (y esas capas superpuestas de culturas políticas
modernas y tradicionales). Se trataba de partidos organizados partir de las estructuras
sindicales regionales, en un contexto en el que el movimiento obrero aún no había
logrado una efectiva unificación nacional, de allí las dificultades que encontraron los
varios intentos de unificar a esos múltiples partidos socialistas obreros en un partido
socialista único a escala nacional. Como apuntó correctamente Guillermo Lora, en
general se confundían las organizaciones sindicales con los partido políticos obreros –de
allí el hecho de que muchos de ellos perdieran fuerza luego de la contienda electoral,
para volver a organizarse a veces con un nombre algo diferente en la siguiente elección–
, y era común que estos partidos socialistas obreros concentraran sus fuerzas en las
contiendas municipales129. El peso del artesanado favorecía, además, el regionalismo y
el federalismo sindical y político.
En efecto, “partidos socialistas obreros”, en los que tuvieron influencia las ideas
del chileno Luis E. Recabarren, lograron ingresar obreros en los consejos municipales
de algunas de las grandes ciudades bolivianas130. Y esas victorias conllevaban

carácter jurídico sino también su carácter humano” (El Obrero, Órgano de la clase trabajadora de
Trinidad, Beni, 25/10/25, p. 1).
127
Guillermo Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., , pp. 142 y 147.
128
Ibidem y Lehm y Rivera C., Los artesanos libertarios…, ob. cit.
129
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit, p. 142.
130
Uno de los trabajadores bolivianos que se formó políticamente en el sindicalismo chileno y llevó luego
sus ideas a Bolivia fue el sastre Enrique Loza, quien en los años veinte fue uno de los pilares de un
movimiento de amplio alcance que se cristalizó en varios partidos socialistas (ibidem, pp. 134-135).
También Dick Ampuero, quien publicó “Organización sindicalista”, influido por su experiencia en la
FOCh. Lora sostiene que el periódico Despertar, de la Federación Obrera de Chile, era leído en Bolivia
(como mencionamos, el movimiento iba en ambos sentidos, bolivianos que trabajaban en Chile, y
chilenos en Bolivia).

52
importantes acciones en el espacio público, con festejos y manifestaciones de júbilo de
los sectores laborales implicados en estos tempranos proyectos de independencia de
clase, que sobre todo en el ámbito municipal iba perforando, aunque aún débilmente, el
carácter exclusivista de una democracia basada en el voto censitario que exigía saber
leer y escribir y poseer autonomía económica.
El primer ensayo registrado en este sentido fue la constitución del Partido
Socialista en 1914 (organizado por miembros de la Federación Obrera Internacional –
antecedente de la FOT– como Ezequiel Salvatierra)131. Pero esta experiencia tuvo corta
vida. Hacia el mismo año se creó una organización de gran importancia en la difusión
de las ideas socialistas (y luego marxistas): el Centro Obrero de Estudios Sociales
(COES), animado por el sastre y abogado orureño Ricardo Perales, y que contó con una
importante participación de Angélica Azcui. El COES sostenía que “no hay que esperar
que otros lo hagan porque eso es imposible, ya lo dijo Carlos Marx: ‘La obra de la
emancipación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos’”. Como parte de sus
actividades puso en pie hacia 1918-1919 el Cuadro Dramático Rosa Luxemburgo, en el
que Angélica Azcui tuvo un rol destacado, y junto al grupo “Luz y verdad”, de Arturo
Borda, fueron los precursores del teatro social en Bolivia132.
Más tarde –ya en 1919– se retomó la propaganda en favor de la conformación
del Partido Socialista, que logra plasmarse en los PS de Oruro, La Paz y Uyuni
(importante núcleo ferroviario); los panfletos solían ser firmados por “obreros
socialistas”133 y en efecto, esa apelación marcará con fuerza los intentos de poner en
marcha partidos en los años veinte. La candidatura de “hijos del taller” marchaba en
paralelo a los llamados a la independencia de clase y a los notables esfuerzos por sacar a
los obreros de la influencia de los partidos tradicionales. Por esos años, la emergencia
131
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., p. 131.
132
“Fue un ideal el que nos animó querer trocar las ilusiones en realidades y llenos de ardor juvenil nos
presentamos en el escenario por primera vez con la obra “El Sendero del Crimen”, escrita por nuestro
infatigable compañero doctor Ricardo Perales, la noche del Primero de Mayo de 1918” (Angélica Azcui,
“El Cuadro Dramático Rosa Luxemburgo ante la sociedad”, en Cultural, revista del Centro Social
Educativo, La Paz, 1928; reproducida en Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit.,
p.191)
133
Por ejemplo, el titulado “A la clase obrera de Oruro” (1/12/1919) decía: “Los trabajadores que se han
agrupado en derredor de la bandera roja; los que han llevado un pan a las víctimas de Uncía; los que han
amparado a los mineros de Huanuni, Monte Blanco y Colquiri; los que han pedido leyes obreras al
Legislativo; los que están consiguiendo un instituto nocturno para formar bachilleres obreros; en fin, los
que han consagrado su vida al servicio de la causa del trabajo, esos han jurado solemnemente en nombre
de Dios, de la Patria y del Honor, unirse y llamar a sus hermanos para defender la sagrada enseña del
pueblo proletario […] Obreros: ¿al bando de los ricos y de los pobres? ¡Si sois pobres uníos a nosotros!”
(citado en Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit. p. 137). La mención a Dios que
vemos acá es bastante excepcional, dado que estos movimientos eran anticlericales y es más bien
excepcional.

53
de la cuestión social quedó plasmada en las “páginas obreras” que algunos periódicos
“burgueses” incluían como parte de su modernidad, una inestimable tribuna de difusión
de las ideas de la reforma social134.
Pese a los esfuerzos de unificación, como el de 1921, siguió habiendo partidos
obreros socialistas en La Paz, Oruro, Uyuni, Potosí, Cochabamba y Santa Cruz. Como
señalaba el folleto “El socialismo en Bolivia, polémica y didáctica” (1921), “Bolivia
tiene que ser arrastrada en el torbellino de la cuestión social, como lo fueron todas las
naciones civilizadas”. No obstante, esa publicación consideraba que Bolivia aún no
estaba preparada para una revolución que impusiera el “programa máximo del
socialismo, con su carácter revolucionario y catastrófico” y que había que bregar por un
conjunto de reformas135. Otros –como ocurría con el PS de La Paz– estaban influidos
por ideales más utópicos, difundidos por Gerardo F. Ramírez, autor del folleto La
sociedad futura, donde esbozaba una próxima República Federal Socialista en
Bolivia136. Sin agrupamientos doctrinarios nítidos, estos programas giraban entre el
proyecto de la segunda internacional y el marxismo revolucionario, cuyas ideas se iban
asentando entre grupos pequeños pero activos de dirigentes obreros y artesanales.
Uno de los voceros del socialismo marxista fue el periódico Bandera Roja, a cargo
de Carlos Mendoza Mamani, Oscar A. Cerruto137, Rafael A. Reyeros y Julio M.
Ordoñez, con Felipe Reque Lozano como administrador gerente. Fue una de las
publicaciones más importantes de la izquierda radical de los años veinte, con un fuerte
contenido anticlerical y antimilitarista. Salió entre 1926 y 1927 y llegó a las 52
ediciones. Algunos de sus redactores colaboraron puntualmente con Correspondencia
Sudamericana y, en opinión de Guillermo Lora, este periódico puede ser considerado
como el primer vocero que pone en evidencia la influencia de la Tercera Internacional
en Bolivia. En sus páginas, bajo el slogan “Periódico de doctrina y de combate. Órgano
oficial del proletariado”, Bandera Roja se convirtió en un vocero de las diferentes

134
Los dirigentes obreros apreciaban mucho estas tribunas, que resultaron un inestimable espacio de
difusión de ideas desde la propia prensa comercial. En 1922, cuando el propietario del diario El
Republicano se negó a otorgar la página obrera prometida por el director, salió un volante en el que se
denunciaba: “El pueblo de Cochabamba sufre un atropello por parte de la burguesía. La clase trabajadora
está en el deber de boycotear a ‘El Republicano’”. Firman los “obreros socialistas” de Cochabamba.
(Citado en Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., p. 153).
135
Ibidem, p. 149.
136
“La sociedad futura”: Conferencia socialista, disertada en la Federación de Estudiantes el 1º de Mayo
de 1921, en homenaje a la fiesta universal del trabajo.
137
Lora lo considera el “cerebro” de la revista pese a que sólo tenía 15 años. Cerruto colaboró con
Amauta (dirigida por J.C. Mariátegui). Radicó en Chile y en Buenos Aires, donde fue redactor de la
revista Pan.

54
corrientes de izquierda y la redacción fue incrementando la presencia de obreros en
detrimento de los intelectuales. Al tiempo que denunciaba los abusos en las minas y las
diferentes empresas, no se olvidó nunca de los curas, a menudo atacados con tono
violento y con referencias a “la podredumbre moral del clero”138. Al mismo tiempo,
llamaba a los obreros a solidarizarse con los indígenas frente a los abusos patronales y
eran comunes interpelaciones como estas: “Obrero: no permitáis que se ultraje al
compañero indio, defiéndelo con energía en toda ocasión”. “Camarada obrero: si ves
que un compañero indígena es ultrajado o conducido por la fuerza por un gendarme,
soldado u otro, para prestar sus servicios gratuitos, defiéndelo e intercede por él porque
es tu hermano”. También recomendaba la lectura de libros como El derecho de matar,
del peruano Serafín del Mar (en colaboración con Magda Portal), considerada una
“hermosa obra revolucionaria [por la] que a su autor le fuera aplicada le ley de
residencia”139. La dinámica de participación en el terreno social y al mismo tiempo
electoral (en ámbitos sobre todo locales) queda bien reflejada en el enérgico artículo que
cuenta la elección del “Camarada Dr. Carrasco” como concejal por La Paz, y el
“delirante entusiasmo y grandioso desfile triunfal” tras el resultado electoral; sin
mencionar el partido que lo llevó en sus listas, Bandera Roja habla simplemente del
“candidato del proletariado”, lo que deja en evidencia esta visión “sindicalista
revolucionaria” de la política radical boliviana, que perdurará hasta nuestros días140.

Terminada que fue la elección y conocido el resultado, más de dos mil proletarios
frenéticos de entusiasmo desplegaron el pendón rojo, organizaron una grandiosa
manifestación, colocando al camarada Carrasco en hombros, y dando así varias
vueltas a la Plaza España, y recorriendo con atronadores vítores al citado camarada y
a Bandera Roja, las calles Colombia, Recrero, Lanza, Comercio, dando una vuelta
por la Plaza Murillo y continuando por Socabaya y Potosí, para rematar en la casa del
camarada Carrasco, situada en la calle Colón, desde cuyos balcones dirigió la palabra,
en frases cálidas de agradecimiento y de entusiasmo dicho camarada. También
hablaron los camaradas Wenceslao Hermani y Felipe Reque Lozano141.

138
“A pesar de todo, el semanario rinde tributo a las condiciones nacionales en que se desarrolla el
movimiento sindical: aparece exageradamente anti-clerical, gran parte de sus páginas se dedican a
divulgar las ideas del anarquismo, a denunciar la inmoralidad y las arbitrariedades de obispos y curas
menores de parroquias. Técnicamente se trataba de un semanario magnífico para la época, impreso a dos
tintas y casi todos sus números tenían 12 páginas” (Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923,
ob. cit., p. 258).
139
La edición fue publicada en 1926 por la imprenta Continental en La Paz.
140
Se trataba de Demetrio Carrasco, abogado de federaciones y sociedades obreras.
141
Bandera Roja, 13/12/1926.

55
También alcanzaron la victoria candidatos obreros en varios distritos fuera de La
Paz; por su parte, en Corocoro se impuso la fórmula de la Unión Obrera, en Uncía
triunfó “el camarada Desiderio Aillón M., de la candidatura popular obrera”. Hasta en la
lejana y campesina Chayanta llegó al municipio el “camarada Juan Manuel Crespo”142.
Al mismo tiempo, el uso que se le daba a las concejalías y diputaciones obreras (o de
amigos del proletariado) resulta muy claro en ocasión de un incidente en el que quedó
involucrado el activista Gustavo Navarro (alias Tristán Marof), en la ciudad de Potosí.
En el breve período entre su regreso de Europa y su nueva salida de Bolivia, Marof
intentó dictar una conferencia en esa urbe colonial, pero sus intentos de difusión de la
idea socialista –con consignas como “Minas al Estado, tierra a los indios”– acabaron en
un escándalo, con patrullas policiales para impedirla y movilización obrera para
apoyarla. Al salir de su alojamiento, el político socialista fue notificado de la
prohibición de la conferencia y posteriormente fue “expulsado” de Potosí143. El
conflicto siguió; Marof era un verdadero agitador de ideas que no se rendía con
facilidad (aunque su victoria fue muy provisional y poco tiempo después debió huir
hacia Argentina luego de ser apresado en agosto de 1927). Haciéndose eco de la batalla
por la libertad para difundir ideas radicales, Bandera Roja publicó un largo artículo, en
el que, con tono optimista, informó sobre la victoria obrera contra el prefecto potosino.
El periódico proletario informó que con motivo del “grave atentado” perpetrado
contra el “hábil y temido conferencista Gustavo Navarro” se organizó una interpelación
al Ministro de Gobierno por parte del “diputado obrero y socialista Soruco Ipiña”, en la
que el parlamentario exigió al funcionario que manifestara con claridad “si la
propaganda del sindicalismo marxista y de cualquier otra doctrina moderna estaba
reñida con la Constitución”, que explicara “por qué había cometido el prefecto de Potosí
el delito al que hemos hecho referencia y cuáles eran las medidas que había tomado el
gobierno para el castigo del culpable”. Para presionar el gobierno, el sindicalismo llenó
de trabajadores las galerías del Congreso, en una imagen que grafica el clima de
extensión de la organización obrera bajo la administración de Hernando Siles (1926-
1930) y la propia evolución político/social del país que se estaba produciendo. Así
describe Bandera Roja la interpelación parlamentaria:

142
Bandera Roja, 16/12/1926, citado en Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p.
266.
143
Agradezco a Hernán Topasso varias precisiones sobre estos hechos en una conversación informal.

56
Ante la justa ansiedad del pueblo obrero que se había agrupado en el recinto de la
cámara baja, el representante del ejecutivo declaró enfáticamente que según dispone
la Carta Magna y las leyes de la república podía hacerse cualquiera propaganda
doctrinal y cualquier manifestación del pensamiento. Dijo también que el prefecto de
Potosí sería destituido luego de ser juzgado por la Corte Superior de aquel distrito.
Y la cámara por gran mayoría aprobó la dispensión de trámites de la siguiente minuta
de comunicación presentada por el diputado socialista: Dígase al Poder Ejecutivo que
la Cámara de Diputados considera necesario garantizar en el país, sin limitación
alguna, la propaganda de todas las doctrinas sociales, tendientes al mejoramiento de
las clases trabajadoras144.

Otro propagandista de la causa socialista de la segunda mitad de los años veinte fue
Moisés Dick Ampuero, quien en 1923 dice haberse presentado a las elecciones como
“candidato obrero comunista”145 y tras su destierro de Bolivia estableció sólidos
vínculos con el sindicalismo y la izquierda chilena146. El folleto más importante de Dick
Ampuero es Organización sindicalista (1926), marcado por un fuerte tono
autorreferencial147. De hecho, escribe que “para evitar adulteraciones o falsas
interrogaciones, todo folleto del autor lleva su sello: Taller Artístico de pintura M. Dick.
A.”. En efecto, el dirigente sindical parecía seguro de que con su retorno a Bolivia se
iniciaba el cambio social (por eso fecho el follero estaba fechado en el “primer año de la
etapa revolucionaria de Bolivia”) y que su convocatoria permitiría poner en pie una
poderosa Federación Obrera de Bolivia, adherida a la Internacional Sindical Roja,
organizada siguiendo el ejemplo de la Federación Obrera Chilena (FOCh). Para ello se

144
“Un hermoso triunfo de la causa proletaria”, Bandera Roja, 14/2/1927, p. 2 (cursivas en el original).
145
Lora señala que si esa información es cierta, sería el primero en utilizar ese rótulo en una contienda
electoral.
146
Dick Ampuero estaba enemistado con Reque Lozano y Bandera Roja, a la que consideraba un
“pasquín”, pero no son claros los motivos de la disputa, en general refiere a conflictos coyunturales que
llevan a Dick Ampuero a acusar a Reque Lozano, Exequiel Salvatierra y Moisés Álvarez de “vender la
causa proletaria” (M.L. Dick Ampuero, “Preparando una respuesta. Al pasquín ‘Bandera Roja’”,
2/2/1927).
147
“Esta obra fue escrita en Copacabana de regreso del Ostracismo, después de haber militado en los
Sindicatos de Chile y de haber sido Consejero de las Organizaciones del Perú. En Junio 16 de 1923,
[Dick Ampuero] fue deportado por el Tirano Saavedra, de Potosí, por haber terciado como Candidato
Obrero Comunista, por la Capital de Potosí y Provincia Frías, en las elecciones de ese año; arrojado a
Chile, ingresó el autor, inmediatamente, en la Federación Obrera de Chile, donde habría ocupado (no
hemos podido verificarlo) los siguientes cargos:
Secretario de la Junta Provincial (cabeza o dirección de los Sindicatos).
Secretario General del Consejo de Oficios Varios.
Secretario General y Organizador de la Federación de Comerciantes Ambulantes
Secretario de la Juventud Comunista.
Secretario General del Comité Departamental del Partido Comunista de Antofagasta.
Secretario General del Grupo Comunista Boliviano Organizado en Chile”.

57
dedicó a elaborar –en eso consiste básicamente el folleto– el “Programa y estatutos de la
Federación Obrera de Bolivia”. En él se considera a la propiedad privada “el germen de
la desgracia humana”, por lo que se proponía abolirla, junto con el salario y la
desigualdad social148. No obstante, la nueva central sindical deberá dotarse –sostiene–
de un programa de acción inmediata que incluye la lucha “contra el alcohol y otros
vicios: juegos de azar, boxeo, carreras de caballos, peleas de gallos, corridas de toros, y
lucha romana”, y el impulso a escuelas, bibliotecas e imprentas, y cooperativas de
consumo149.
Por esos mismos años, el periódico El Socialista, “Órgano del proletariado
socialista de Sucre” y tribuna del Partido Socialista de Marof (donde militaba Rómulo
Chumacero) bregaba también por la autoorganización política de clase y el rechazo a los
partidos tradicionales. En uno de sus primeros números, sostiene que “el obrero que se
afilia a un partido burgués, llámese republicano, liberal o ‘mamón nacionalista’ es un
traidor a su clase150, al tiempo que establece vínculos entre la causa socialista y “la
causa de Cristo”151. Todos los miércoles a las ocho de la noche, en el local de la FOT, el
periódico organizaba las “Conversaciones socialistas”, en la que todos los obreros
estaban invitados a “nutrirse de nuestras ideas o refutarlas, si [lo] creyeran
conveniente”.
En sus páginas, El Socialista difundió el Tercer Congreso obrero reunido en 1927
en la ciudad de Oruro, presidido por Chumacero. Según reportó, participaron dirigentes
universitarios (como Rafael Reyeros y Manuel Frontaura Argandoña) y “varios indios
fueron a presentar sus quejas” ante el cónclave de los trabajadores, lo cual se
correspondía con el esfuerzo de partidos como el de Marof por establecer vínculos con
los caciques apoderados indígenas, como veremos más adelante. Carlos Mamani,
delegado por La Paz, propuso un homenaje a los proletarios caídos durante la sangrienta
represión de la huelga minera de Uncía (bajo el gobierno de Saavedra) y, en ese marco,
se aprobó su propuesta de declarar el 4 de junio como el Día del obrero boliviano junto
a la iniciativa de enviar a los trabajadores de Estados Unidos un voto de protesta ante la
sentencia a muerte contra Sacco y Vanzetti.

148
Moisés Dick Ampuero, Organización Sindicalista, Biblioteca Revolucionaria, La Paz, [s.n.], 1926, p.
12.
149
Ibidem , p. 13.
150
El Socialista, Sucre, 24/1/1927.
151
El Socialista, Sucre, 19/2/1927.

58
Arte y Trabajo: un espacio para la intelectualidad crítica de Cochabamba

Si las ideas se anclan en dispositivos materiales que permiten su circulación y la


construcción de espacios de sociabilidad152, vale la pena enfocarnos en una de las
revistas más importantes de los años veinte como espacio de difusión de sensibilidades
inconformistas en un formato que trascendía el periódico partidario o las revistas
culturales o literarias de pequeños círculos. Arte y Trabajo funcionó como una revista
comercial y, al mismo tiempo, como difusora de las ideas de renovación social que ya
se discutían desde hacía tiempo en otras partes del mundo y luchaban por ingresar a
Bolivia153.
Guillermo Lora escribió que Arte y Trabajo no sólo tuvo importancia dentro del
movimiento obrero o de tal o cual secta izquierdista, sino que fue la expresión de la
cultura del país en un cierto momento. Quizás dicho así suene algo exagerado, pero
ciertamente la revista habilitó la confluencia de una cierta sociabilidad crítica
cochabambina154. En esa medida, funcionó como una “estructura de sociabilidad” o un
“tejido humano”155 para quienes ya podían considerarse parte de la “generación del
Centenario”, un grupo de jóvenes contestatarios que vivían con hastío la monotonía de
la vida pueblerina de la élite cochabambina156, levantaban banderas juvenilistas de
renovación moral, se sentían influidos de manera más o menos difusa por las nuevas
ideas radicales y rechazaban con virulencia la política caudillista de entonces,
considerada causa de la decadencia nacional. El factótum de la publicación fue un
singular personaje que adhería al anarquismo, aunque no formaba parte de ningún
grupo: Cesáreo Capriles López.

152
Pluet-Despatin, “Une contribution a l’histoire des intellectuels…”, ob. cit.
153
Consultamos los ejemplares de la revista en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Sucre, la Biblioteca
Municipal de Cochabamba y el archivo personal de José Antonio Arze. Agradezco a Alber Quispe, quien
me facilitó fotocopias de varios ejemplares.
154
Cochabamba fue históricamente un importante centro de producción de ideas en Bolivia, especialmente
marxistas y nacionalistas, con una activa casa de estudios: la Universidad Mayor San Simón, editora de
publicaciones importantes como la Revista Jurídica.
155
Pluet-Despatin, “Une contribution a l’histoire des intellectuels…”, ob. cit., p. 125-126.
156
Terán remarca esta cuestión –la del hastío– en el joven Mariátegui cronista parlamentario, y en sus
notas sobre la política oficial, que llevaban títulos como “No pasa nada”, “Pereza”, “Monotonía”,
“Languidez”, “Fastidio cotidiano”, “Nos aburrimos”… (Oscar Terán, Discutir Mariátegui, México,
Universidad Autónoma de Puebla, 1985, p. 31).

59
Arte y Trabajo y el inconformismo cochabambino

El historiador Andrey Schelchkov dijo una vez que un personaje histórico con una
biografía extraordinaria no es extraño en un país como Bolivia. “Parece que la propia
tierra dota a sus hijos de una suerte única. Bolivia –añadía– da al mundo innumerables
ejemplos de destinos extraños, de peripecias contradictorias, de historias trágicas pero,
lamentablemente, su historia es a menudo olvidada por sus propios habitantes”157. No
estaba hablando de Cesáreo Capriles López, pero esta frase se ajusta exactamente a su
doble destino de personaje fuera de lo común y luego olvidado. Claro que en este caso,
como veremos luego, el propio Capriles contribuyó activamente a construir su propio
olvido, a que no quedara registro alguno de él para las generaciones futuras. No lo logró
por completo, pero estuvo cerca. De hecho, hoy no tenemos siquiera una fotografía para
conocer a este personaje, dicen que delgado, enhiesto y taciturno, y que exponía sus
puntos de vista con una franqueza que desafiaba cual bomba al orden establecido.
Hacer historia intelectual sobre él constituye una especie de profanación de su
voluntad de desaparición, de llevarse con él fotos, recuerdos, cartas y cualquier cosa que
testimoniara su paso por el mundo y, más aún, su influencia sobre el escenario político
cochabambino en los años veinte, treinta y en mucha menor medida en la década del
cuarenta. Sin embargo, no debemos exagerar este perfil “excéntrico”, aunque en efecto
le cabía a la perfección. Para el periodo previo a los años treinta, personajes así no son
tan infrecuentes en América Latina. Se trataba de hijos descolocados de la élite,
influidos por un conjunto de ideas donde se entrecruzan ideales libertarios con cierta
visión elitista (y hasta racista), el nietzschianismo se combinaba a menudo con un
higienismo social puritano, y el apoyo a la organización de los trabajadores no parecía
contradictorio con la creencia en el individualismo como motor de la modernización158.
Hoy aparecen como personajes románticos, egocéntricos, perdedores natos, que brillan
respecto al modelo de militante partidario disciplinado, a menudo gris y aséptico, que se
fue imponiendo de la mano de la homogeneización de la cultura comunista promovida
por la Comintern, especialmente tras la bolchevización de los partidos después de la
Primera Conferencia latinoamericana, que abordaremos más adelante, y el
debilitamiento y/o desaparición de las corrientes libertarias en beneficio de la

157
Andrey Schelchkov: “Roberto Hinojosa: ¿revolucionario nacionalista o Goebbels criollo?”, en
Izquierdas, Nº 2, Santiago de Chile, 2008, versión on line consultada el 10/1/2011, disponible en
http://www.revistas.usach.cl/ojs/index.php/izquierdas/article/view/964.
158
Agradezco a Horacio Tarcus el intercambio informal sobre este tema.

60
estructuración de campos políticos más institucionalizados, dominados por
nacionalistas, socialistas y comunistas ya organizados bajo formas partidarias más
sólidas, modernas y jerárquicas159. En ese sentido, pese a sus innegables costados
quijotescos, es posible encuadrar a Capriles en un ethos militante propio de los años 20:
junto a algunos proyectos alocados, el intelectual ácrata logró poner en pie una
publicación que sobrevivió más de una década, y consiguió articular durante varios años
un significativo espacio intelectual mediante la revista Arte y trabajo, cuyo primer
número vio la luz en 1921, además de mantener vínculos con las organizaciones obreras
cochabambinas160.

Capriles nació en 1883 en el seno de una familia culta y fervientemente católica


de Cochabamba. Su niñez se desarrolló en lo que entonces era un apacible poblado en la
zona valluna de Bolivia pero, dadas las condiciones socioculturales de su hogar, tuvo
acceso a una nutrida biblioteca familiar. En efecto, no podemos entender el devenir
posterior del joven Capriles sin ese vínculo con la lectura, que lo fue llevando por el
camino de las ideas inconformistas y radicales que marcarían su vida. Al parecer –no
existe una biografía en el sentido estricto de la palabra y cualquier reconstrucción de su
vida tiene baches y aspectos conjeturales– accedió a textos anarquistas a través de un
fotógrafo italiano, apellidado Modotti, que tenía su taller en la Plaza 14 de Setiembre,
en el centro de la ciudad. Así, el joven inquieto habría comenzado a leer a Bakunin,
Faure, Tolstoi, Proudhon y Kropotkin161. En su investigación sobre el anarquismo
boliviano, Huáscar Rodríguez García encontró una carta en la que Capriles cita a los
franceses del siglo XVI Montaigne y La Boétie, este último autor de los discursos sobre
la servidumbre voluntaria. Estas lecturas fueron llevando a Capriles hacia el anarquismo
individualista o filosófico, al mismo tiempo desarrollaba una irresistible pasión por la
astronomía (la farmacia “Cosmos”, que regenteó en los últimos años de su vida, y que

159
Los jóvenes Leopoldo Lugones y José Ingenieros entran dentro de esta tipología, a la que se suman
muchos otros, como Germán Avé Lallemant, que combina la citada mezcla de actitud pioneer,
individualismo, socialismo y racismo (Cfr. Horacio Tarcus, Marx en la Argentina…, ob. cit. pp. 176-
267). Sobre el mundo anarcosocialista atravesado por el iluminismo, la política como pedagogía, el
higienismo social y el afán modernizador a través de las nuevas tecnologías –aplicadas no sólo a la
industrialización sino al servicio del pueblo, especialmente a través de la educación– cfr. Dora Barrancos,
Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo, Contrapunto, Buenos Aires,
1990.
160
Nivardo Rojas, “Recordando al semanario Arte y Trabajo”, Bolpress, 7/11/2005.
161
Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit., p. 332. Las cartas fueron consultadas por
Rodríguez en el archivo privado de Luis Alberto Ponce, hijo de Luis Ponce Suárez, amigo de Capriles y
colaborador de Arte y Trabajo.

61
sigue en pie en la plaza de armas de Cochabamba, queda como recuerdo de esas
aficiones) y un interés por la minería, área en la que trabajaría brevemente en Estados
Unidos. Es difícil, en un personaje como este, separar la realidad de la mitología
construida alrededor de su figura. Guillermo Lora, por ejemplo, señala que Capriles
poseía “una fortaleza admirable y, con los músculos debidamente templados, era capaz
de cubrir a pie enormes distancias a un ritmo acelerado y casi sin consumir alimentos.
Es fama que de Oruro a Cochabamba se trasladaba en dos días y sin llevar impedimento
de ninguna clase”. Capriles –arriesga Lora– se nos antoja una especie de John Muir
criollo, con la diferencia substancial de que nunca llevó libreta de notas162. Su
personalidad sedujo al político y escritor trotskista, que no era afecto a elogios fáciles
hacia quienes defendieron ideas antisistémicas antes que él: “Todo obrero tenía abiertas
las puertas de su casa para ir en busca de consejo o aliento. Se descubre fácilmente su
finalidad, empujar hacia delante el proceso social”163.
Uno de los proyectos más singulares de Capriles lo llevó adelante en su
juventud, cuando ya la idea de sacar a Bolivia del atraso había germinado en su cabeza
y –como sería una marca en su vida– se lanzó a una aventura romántica: con un
pequeño capital obtenido de un regalo paterno y de una “sociedad” que armó con un
amigo de su padre –Teodomiro Estrada, con quien compartía la pasión por la
astronomía– puso en marcha su plan: instalar teléfonos en Uncía, una aislada localidad
minera del Norte de Potosí, donde se produjo la masacre de 1923. En 1906 llevó los
postes, cables y equipos desde La Paz, a lomo de mula. Previsiblemente, el plan fue un
fracaso, y Capriles quedó varado en ese pueblo de montaña donde, para intentar
recuperar el capital perdido, terminó trabajando en una pulpería164. La situación se le
volvió insoportable.
En sus cartas a Estrada, Capriles trasmitió la angustia que le provocaba ese sitio
sórdido y de clima hostil, y la creciente aversión que fue acumulando frente al alcohol.
“Todos estos días ha habido que entendérselas con los borrachos y con los copteles
[sic]. […] Quisiera dormir un sueño tranquilo y no despertar jamás. Me desagrada tanto
este lugar y me aburre todo que no sé donde quisiera huir”. En otra parte agrega: “Mi
estado es peor que el suyo, a usted aqueja un mal físico, en mi el alma está muerta […]

162
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., p. 107. Se refiere al explorador y
naturalista escocés que vivió entre 1838 y 1924 y escribió numerosos artículos y libros de sus viajes.
163
Ibidem, p. 111.
164
Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit. , p. 331.

62
Las noches son terribles, los días desesperantes y este lugar me parece un infierno”165.
La historiografía es una especie de permanente violación de los deseos de
Capriles, que le pedía a un amigo que “queme lo que escribo”, ya que “el contenido de
las cartas debe ser solo para el que escribe y para aquel para quien van dirigidas”. Pero
gracias a algunos que conservaron esas esquelas podemos reconstruir los días que
Capriles pasó en Uncía y algunas marcas que dejaría esa residencia en su vida posterior,
como sus posiciones radicalmente contrarias al alcohol (que eran compartidas por varios
socialistas y anarquistas de esos años en otras latitudes). El hecho de que su trabajo en
la pulpería fuera “dar veneno a los desgraciados borrachos” y batir cócteles “para toda
una cáfila de puercos” le causaba una profunda conmoción interior (“la rabia sale
espumante de mi boca”); sensación desagradable que trataba de aplacar leyendo libros
“de esas colecciones sociológicas que tanto me gustan”166.
Finalmente, en 1907 decidió abandonar Uncía, y dada la imposibilidad de
retornar a Cochabamba sin que su padre le pasara cuentas, terminó embarcándose
rumbo al Beni, en la amazonía boliviana, donde trabajó en la oficina de Aduanas167. En
1916 o 1917 se casa con Julia Gutiérrez de la Reza, de quien se había enamorado varios
años atrás, y con quien tendrá tres hijos. La muerte de su madre lo marcaría a fuego:
dicen que el negro que vistió desde entonces se debió a la decisión de mantener un luto
perpetuo. Pero que, al mismo tiempo, el funeral activó en él un rechazo a las ceremonias
fúnebres que tendrá una consecuencia directa en su propia muerte/desaparición a
comienzos de los años cincuenta.
En 1921 emprende un nuevo proyecto, destinado a dejar una huella en la historia
intelectual cochabambina: ya reinstalado en Cochabamba funda la revista político-
cultural Arte y Trabajo, en la cual no sólo escribió sino que la puso al servicio de una
nueva generación de jóvenes inconformistas que influirían decisivamente en el
marxismo y el nacionalismo posteriores168.

Más que una revista anarquista

“Cochabamba no piensa en revolución, porque no piensa en nada”, dirá, Arte y Trabajo,

165
Ibidem, p. 332.
166
Ibidem
167
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., p. 109.
168
Nivardo Rojas sostiene que el nombre de la revista está inspirado en el ex libris de la editorial
valenciana F. Sempere y Com, denominado “Arte y libertad”, que publicaba autores anarquistas y
literatura universal (Rojas, “Recordando al semanario…”, ob. cit.).

63
en uno de sus artículos169. Y este clima inconformista tuvo su impacto también en la
universidad del valle. Rodríguez Ostria recuerda que, en 1923, se operó un cambio
sustancial en el seno del estudiantado cochabambino. Ese año, un grupo de estudiantes
de la Facultad de Derecho, entre los que se encontraban José Antonio Arze, Carlos
Montenegro, José Valdivieso y Augusto Guzmán fundan el Centro de Estudios, que
rompió con la Federación de estudiantes, de orientación tradicional170. Conocidos por la
prensa gobiernista como los “sovietistas”, mostraban lo que, en términos de Oscar
Terán, podríamos considerar una “voluntad de marxismo”171 alentada por la bibliografía
comunista que llegaba a Cochabamba, y desde ese lugar subversivo lograron controlar
brevemente la Federación en 1924, difundiendo desde allí ideas de izquierda172. Varios
de estos jóvenes eran colaboradores más o menos fijos de la revista de Cesáreo Capriles
(para los cuales constituyó una suerte de círculo iniciático como intelectuales públicos),
e incluso, como ocurrió con Arze y Montenegro, fueron parte de dirección de la misma.
¿Pero cuáles eran las afinidades político-ideológicas, estéticas y culturales
puestas en juego en Arte y Trabajo? La publicación vio la luz unos meses después de
que Bautista Saavedra llegara a la presidencia con el apoyo de los artesanos –y los
sectores plebeyos– urbanos. A diferencia de otras publicaciones de la época, que
utilizaban el formato de periódico, Arte y Trabajo apostó a la “forma revista”, con una
estética modernista que incluso apeló a concursos (por ejemplo uno en el que se
obsequiaban lapiceras) para lograr más lectores y difusión, al tiempo que promocionaba

169
El editorial del 24/12/22 “¡Somos cobardes…!”, firmado por Carlos Montenegro, sostiene: “Y quien
aferra a los viejos principios nacidos de nuestra mala sangre –¡no olvidemos que ni somos indios ni
somos castellanos!– es nada más que un cobarde; tú mismo, lector, eres algo menos que un hombre
cuando al conocer un atropello, una violación, un apaleamiento, apenas te indignas […] ¿Hasta cuándo
vamos a complicarnos en el vergonzoso crimen de elegirnos amos que nos engañan y que terminan por
robarnos? […] Vamos directamente hacia el final de nuestra disfrazada vida republicana; vamos sin
esperanza de atajo hacia el momento en que algunos, menos hipócritas, y menos cobardes que nosotros,
planten su bandera de conquista sobre el montón de nuestra podredumbre, que ellos ya sanearán con su
sangre. ¿Nada hemos de hacer para salvarnos?” (Arte y Trabajo, 24/12/1922, pp. 3-4.).
170
Gustavo Rodríguez Ostria, “Orígenes del movimiento universitario cochabambino (1924-28)”, en
Revista de Cultura, Universidad Mayor San Simón, Nº 7, Cochabamba, 1983, p. 69.
171
Oscar Terán, Aníbal Ponce: ¿el marxismo sin nación?, Cuadernos de Pasado y Presente, Buenos
Aires, 1983, p. 7.
172
En mayo de 1924, el Comisario de Asuntos Públicos de la Federación, Carlos Montenegro, informó
que la nueva directiva tomaría posesión de sus cargos. El nuevo Directorio en cuestión estaba conformado
por Raúl Prada, Carlos Montenegro, José Antonio Arze, José Valdivieso, Avelino Loza y Campero
Araoz, quienes juraron “a la manera soviética” (con el puño en alto) a sus cargos de Comisario de Prensa,
de Ceremonias, de Educación, de Actas, de Hacienda, y de Correspondencia respectivamente. El Rector
no reconoció a los nuevos dirigentes y la antigua directiva, encabezada por Antonio Zegada, acusó a los
recién posesionados como “ácratas”, solicitando a los estudiantes desconocer a los izquierdistas (El
Republicano, 7/5/1924, citado en Rodríguez, “Orígenes del movimiento universitario…”, ob. cit., p. 70).
Este grupo volverá pronto a cargos dirigentes en el movimiento estudiantil; en esos años la Federación de
estudiantes incluía a universitarios y secundarios.

64
consultorios jurídicos y médicos gratuitos (por correo).
Sus tapas podían variar entre un llamado a votar por “candidatos obreros” en las
elecciones municipales173, a dibujos, fotos de regiones de Bolivia, motivos tiwanakotas
o figuras del espectáculo174, e incluso –en el número 40– un retrato del ministro de
exteriores soviético Gueorgui Chicherin bajo el título: “M. Tchitcherine. El célebre
Comisario de relaciones del soviet, que ha representado a Rusia como delegado en las
conferencias de Génova demostrando su gran capacidad de estadista”. En el número 131
promocionan en portada el combate entre el profesor Kentaro Jara –introductor del
karate en Bolivia– y el famoso “gigante” Manuel Camacho, un hombre de casi dos
metros y medio cuya popularidad llegó hasta Brasil, Argentina y otros países de
América Latina como figura de combates y exposiciones en circos (a veces presentado
junto al “enano Ayalita” para aumentar aún más el efecto de su gigantismo175).
Arte y Trabajo comenzó con un tiraje de 500 ejemplares, con una frecuencia
semanal, y logró todo un récord para Bolivia: resistió, con algunas interrupciones (una
de ellas de unos seis meses) hasta el número 300 (1934)176. Su encabezamiento rezaba:
“Literatura. Arte. Propaganda comercial. Actualidades”. Se imprimió en la imprenta de
F.O. Cuenca y el propio F. Otthón Cuenca fungió como gerente administrador.
Si es cierto que las revistas suelen encarnarse menos en un grupo que en una
persona que le da su principal impulso177, ese factótum individual fue Cesáreo Capriles,
quien ideó y puso en marcha el proyecto. No obstante, este rol personal estuvo lejos de
teñir a Arte y Trabajo como una “revista anarquista”178: se trató de un emprendimiento
que, sobre todo, se dedicó a fustigar la indiferencia pueblerina de Cochabamba, además
de luchar a viva voz por la higiene, contra el consumo de alcohol y contra el

173
En el número 154, dice la portada: “Candidatura Independiente para munícipes del bienio 1923-1924:
Gerardo Barrios, Juan José Quezada, Moisés Meruvia, ¡Obreros! Los que no tenéis corrompida vuestra
moralidad política: uníos para hacer surgir vuestra candidatura, que significa Honradez, Civismo y
laboriosidad”; en la 174 interpela: “Obreros: No os dejéis engañar con los políticos y sus promesas
siempre viles, siempre falsas. No seáis verdugos de vuestros compañeros. No os vendáis por un puñado
de dinero ni por una granjería ideal. Anulad a quien quiera comprar vuestra conciencia, volved el arma
sobre quien quiera armaros. Sed hombres, no seáis cosas”.
174
En el número 155 aparece Perla White con la leyenda: “La estrella cinematográfica cuyas risas son
cantos de oro actuará en el papel de Perla Standis en ‘La joya fatal’”; en el número 128 bajo el título “El
genio del terror”, se anuncia: “¡Robespierre!. Película que el cine Olimpo ofrece a nuestro público”.
175
Sobre el Gigante Camacho, cfr. Alber Quispe, Manuel María Camacho Medrano. Semblanza del
gigante de Jaihuayco (1899-1952). Colección Semblanzas Ignoradas de Nuestro Pueblo, Nº 1, Archivo y
Biblioteca Nacionales de Bolivia-ABNB, Sucre, 2011.
176
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 118.
177
Pluet-Despatin, “Une contribution…”, ob. cit., p. 126.
178
En el editorial Nº 9 de Arte y Trabajo (24/4/1921), escribía: “Sus páginas están al servicio de todos los
ideales y en ellas admite la controversia de las teorías más divergentes. No le temáis porque toque los
extremos; refutadle si juzgáis preciso”.

65
clericalismo. Son estos ejes, junto a la difusión de la idea socialista –que por momentos
le daba una cierta tonalidad anarcocomunista–, los que nos interesan en este trabajo,
aunque la revista abordaba otros temas culturales, poesía, cine, nuevos descubrimientos
científicos (como la teoría de la relatividad de Einstein), etc. Nos concentramos en su
primera etapa –hasta 1925– luego de la cual su línea editorial se vuelve más compleja,
ya sin Capriles, dado el apoyo de varios de los jóvenes colaboradores al nuevo régimen
“renovador” de Hernando Siles.
Aunque Arte y Trabajo podría genéricamente ser considerada una revista de
izquierda, que combatió al régimen de Saavedra y apoyó a las incipientes
organizaciones sindicales locales, la publicación contaba con abundante publicidad
comercial, incluyendo bancos, concesionarias de automóviles y laboratorios de
medicamentos (además de la zapatería “Tolstoy”, que promociona regularmente sus
productos) –sin olvidar que el antialcoholismo radical no le impidió incluir algunos
avisos de cervecerías y bodegas–. En efecto, las ideas anarquistas se publicaban de
manera discontinua, a iniciativa de su director, pero dejaron su marca: un homenaje al
anarquista ruso Kropotkin, un fragmento del libro Filosofía del anarquismo, de Charles
Malato, o algún otro texto firmado por el propio Capriles, como el publicado en el
número 35, en el que tras las iniciales CCL, exclamaba:

¡La palabra anarquía aterroriza! Y hiere por igual los oídos del burgués que los del
proletario, ¡y aún quizás los de los sabios también!, ¿Habrá razón o simplemente se
desconoce el concepto? Pensamos que cuando mentalidades de selección, individuos
de elevado sentimentalismo como Reclus y Kropotkine, para no citar más, se hicieron
panegiristas de la teoría, no hay motivo para el espanto, y sí, más bien, para la
reflexión.
Si observamos el proceso humano en sus aparentes progresos, y consideramos la
realidad de sus fracasos en su constante batallar […] no cabe sino aceptar la
incapacidad de perfeccionamiento de la especie o la inutilidad de las instituciones
políticas.
Y entretanto se resuelva el dilema, el único ideal no humillante para el hombre será la
ANARQUÍA, porque esta forma de sociedad, que presupone una cultura general
superior, es la única que lo dignifica, ya que le quita de encima al hombre el tutelaje
de otro hombre (gobiernos y gerarquías [sic]) y lo eleva en el campo ético hasta

66
hacerle rechazar a dios por inútil179.

Arte y Trabajo incluía noticias, cuentos, humor, dibujos, caricaturas, grabados,


poesía, artículos de divulgación científica, notas proaviación o proferrocarril... Cabe
destacar también sus referencias a Lenin (bautizado como “el precursor”), Luis
Recabarren y Anatole France en ocasión de sus respectivos fallecimientos180.
Adicionalmente, dieron espacio a Romain Rolland y a la conferencia del “intelectual
Seoane” en La Paz181; y destinaron varios números a cubrir las tres conferencias que el
regeneracionista español Eugenio Noel dio en el teatro Achá de Cochabamba (“ante un
lleno raramente visto”) en 1925182. Pero, como bien señala Rodríguez García, más allá
de su eclecticismo, una serie de constantes daban su personalidad a la revista: el
antialcoholismo, los llamados a la profilaxis social y la necesidad de promover la
modernización de Cochabamba. Incluso llegó a considerarse que “el desconocimiento
de la higiene” conduce a la degeneración de la raza, al igual que el alcoholismo183.
Cochabamba era, para Capriles y su revista, “la ciudad más mortífera del mundo”184,
plagada de inmundicias, carente de alcantarillado y cubierta por una atmósfera
irrespirable, lo que efectivamente estaba bastante cerca de la realidad urbana de
entonces.
“Puede observarse –apunta Rodríguez García– que Arte y Trabajo encerraba las
más íntimas preocupaciones y obsesiones personales de su director: Capriles no bebía,
desconfiaba de los políticos, era exageradamente pulcro y manifestaba con entusiasmo
su fe en el progreso económico […]”185. En este punto, Cesáreo Capriles combinaba
anarquismo con alguna dosis de lo que hoy se denominaría anarcoliberalismo, ya que

179
Arte y Trabajo, 1/5/1922, citado en Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit., p. 338.
Nótese que Capriles escribía dios con minúscula, lo que era sólo una de las expresiones de su
anticlericalismo.
180
Cfr., por ejemplo, Juan Pérez [Carlos Montenegro]: “Anatole France ha muerto”, Arte y Trabajo,
20/10/1924, p. 5.
181
Más adelante nos referiremos a este viaje que el aprista peruano residente en Buenos Aires dejó
retratado en su libro Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia, Buenos Aires, Imprenta y papelería Juan
Perrotti, 1926.
182
Apodado E. Noel, Eugenio Muñoz Díaz (1885-1936) fue un republicano español que formó parte de la
llamada Generación del 98 y que dedicó su vida a la causa antitaurina y antiflamenquista. Arte y Trabajo
se refería a él como el “Maestro” Eugenio Noel. Entre los temas tratados por Noel estuvieron el
“Sentimiento trágico de la vida en la conciencia nacional” y “Proyección del genio de la raza sobre el
arte. Energía y espiritualidad modernas”. Los artículos sobre Noel fueron escritos por Carlos Montenegro
(para una reproducción de esos artículos, cfr. Mariano Baptista Gumucio, Montenegro el desconocido, La
Paz, Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora, 1979, pp. 267-273).
183
Juan Mirón, “La fabricación del alcohol en Bolivia”, Arte y Trabajo, 3/4/1921.
184
Arte y Trabajo, 23/7/1922.
185
Rodríguez, La choledad antiestatal…., ob. cit., p. 342.

67
sentía atracción y simpatía por la iniciativa individual (como vimos en su propio caso
con su frustrado intento de llevar teléfonos a Uncía) y el emprendedorismo privado.
Para Capriles, el obrero era un explotado a quien su incultura empujaba al vicio.
Por eso, en ocasión del Primero de Mayo de 1921 –frente a la ingente circulación de
alcohol en la fiesta de los trabajadores–, se atrevió a caracterizar al artesano
cochabambino como “un animal anfibio que vive entre la chicha y la política”186 (es
decir, la política caudillista de los partidos tradicionales, en esos años hegemonizada por
el republicanismo saavedrista). El artículo dice que su función no es agradar a los
artesanos sino interpelarlos crudamente acerca de su realidad. “Al dirigirnos hoy a los
artesanos de Cochabamba, queremos hacerlo en forma sincera, hablándoles con la
crudeza que requiere su desgraciada condición social, para incitarlos a reflexionar sobre
su posible rehabilitación a la categoría de hombres”187. Para ese “animal anfibio”,

la mayor gloria consiste en tener por compadre a un abogado a quien sirve bajamente todo el
año, y a quien tiene el alto honor de abrazar el día de las elecciones […] todo en medio de un
mar de chicha. ¡Qué honor codearse con los grandes de la patria, insultar a los contrarios, poder
apalear a los de levita188, y todo ello sin saber leer ni escribir! Así, al artesanado de aquí y en
este estado de salud moral, le ha llegado el socialismo, al que hoy [primero de mayo]
festejará189.

En estas circunstancias, la redención de estos “seres caídos en el fango”


correspondía a la nueva juventud –a la que Capriles atribuía una misión redentora– y la
revista tendría un lugar de primer orden en la lucha contra la “incivilización”
cochabambina190. Por eso convocaba: “¡Juventud, deja la política del caudillaje y el
parasitismo y entrégate de lleno a la propaganda de este ideal humano [el socialismo].
Redime al artesano del alcohol, aléjale de la política, sustráelo del fanatismo religioso,
dale el ejemplo del trabajo y habrás hecho obra socialista”191.
A Capriles lo indignaba el hecho de que en las manifestaciones del día del trabajo
estuvieran “los mismos” que en las del 6 de agosto (día patrio), el viernes santo y las

186
Arte y Trabajo, 1/5/1921, p. 5.
187
Idem.
188
Acá está analizando a las bases del saavedrismo, como ya vimos, un partido “popular” con fuerte
apoyo del artesanado que los días de elecciones se enfrentaban a los liberales y otros partidos
“burgueses”.
189
Ibidem
190
Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit., p. 335.
191
Arte y Trabajo, 1/5/1921, p. 9.

68
fiestas de los clubes republicanos y liberales, y que después de la conmemoración los
artesanos se dispusieran a llenar las chicherías “sin saber ni remotamente por qué se
sacrificaron los mártires de Chicago”192. Era, pues, una época en la que a menudo se
consideraba que la cuestión social atañía a los “verdaderos” proletarios –ferroviarios,
mineros, gráficos– y no a un artesanado que era la base de los caudillos que sobornaban
a la plebe con algunas prebendas para usarla en su beneficio durante las jornadas
electorales (donde se buscaba que los adversarios no llegaran a los lugares de votación
por medio de la violencia) o cuando alguna revolución cívico-militar amenazaba su
poder.
Otro de los temas que ocupaban las páginas de Arte y Trabajo eran el feminismo y
la defensa de los derechos de la mujer. Desde allí se reivindicaba el derecho al divorcio
absoluto. “¿Necesitará Bolivia que todas las naciones del orbe hayan establecido la
disolubilidad del vínculo matrimonial para integrarse a la civilización y seguir la
irresistible corriente del progreso humano?”, se preguntaba Guillermo Viscarra desde un
artículo económicamente titulado “El divorcio”193. Y unos versos atribuidos a Víctor
Hugo daban fuerza a la lucha contra los roles de la mujer en la sociedad burguesa: “de
soltera nos reprimen/de viuda nos oprimen /de casada nos exprimen/y de vieja nos
suprimen”194. Pero como ha registrado Huáscar Rodríguez García195, estas posiciones
convivieron, en las páginas de la revista cochabambina, con ácidos, y a veces irónicos,
ataques al feminismo –en boca de Carlos Montenegro– y a la revista femenina de Oruro,
Feminifor196. Con su pseudónimo “Juan Pérez” y a sus veintiún años, Montenegro
calificó a las jóvenes orureñas pertenecientes a la élite de necias, pedantes, snobistas y
sin educación197. Tampoco se contuvo de calificar a las feministas como “feas”198. No

192
Idem.
193
Arte y Trabajo, 26/11/22, p. 11.
194
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 116.
195
Rodríguez García, “El patriarcado ‘progresista’. Mujeres, moral y vida cotidiana en la revista Arte y
Trabajo (1921-1926)”, La Paz, mimeo, 2013.
196
Feminiflor fue una revista editada por jovencitas orureñas, destinada a un público femenino y dirigida
por Bethsabé Salmón, no exenta del tono cursi de la época (Cfr. Luis Ramiro Beltrán, “Feminiflor”. Un
hito en el periodismo femenino de Bolivia, La Paz, CIMCA- Círculo de Mujeres Periodistas- CIDEM,
1987.
197
Rodríguez García, “El patriarcado ‘progresista…”, ob. cit., p.8.
198
“Si yo fuera mujer, por lo fea que resultaría, juro que me declaro feminista ¡Qué iba a ser si no! […] y
me tendrían ustedes hablando de derechos de feminista […] Hay dos formas, para las mujeres feas, de
remediar su lógico y lamentable desencanto: o enclaustrarse, colocando entre ellas y el mundo los
fúnebres muros conventuales, o dedicarse al feminismo, con lo cual no hay varón, por densamente
idiótico que se presuma, capaz de incubar sentimientos amorosos hacia una dama, fea de nacimiento y
feminista por inclinaciones. […] Pero todo esto pudiera ser tomado como algo de sentido harto severo. Y
es justo evitarlo; no son solamente feas las feministas. Las hay bonitas, aunque en número inferior y
transitoriamente, pues, hasta las bien parecidas pierden su modesta belleza a poco de iniciarse en los

69
obstante, él mismo se terminó casando con la feminista María Quiroga Vargas y
mostraba una admiración apologética por la poetiza Adela Zamudio, también
colaboradora de la revista; una suerte de “santa laica” incorporada al panteón de las
mujeres distinguidas de la patria en 1926 y a menudo considerada como “alma de luz”,
“mujer cumbre”, “esclava de sus impulsos generosos”, etc.199.
Como toda publicación política boliviana, en Arte y Trabajo no podía estar ausente
el “problema indio”, especialmente en un momento –primera parte del siglo XX–
atravesado por violentas sublevaciones indígenas y sangrientas represiones militares
punitivas (como la mencionada de Jesús de Machaca en 1921). En el semanario no
escasearon menciones a las degeneraciones raciales (producto de la falta de higiene, la
explotación y el alcohol), mientras se mantenía siempre presente la denuncia de la
explotación de los indígenas, no sin grandes dosis de ironía. Por ejemplo, un artículo
titulado “Peligro latente. El indio”, organiza la crítica tomando algunos argumentos –y
prejuicios– corrientes del momento y dándole una vuelta irónica, en un juego de
pliegues superpuestos que por momentos desorientan al lector. ¿El indio es un peligro?
Frente a las noticias alarmistas sobre las “recientes sublevaciones de indios”, el artículo
responde: “Tranquilízate lector. Todo esto lo inventa la ardiente imaginación criolla, o
el miedo burgués. Mas no pierdas de vista que un levantamiento general de indios sería
cosa grave, y que esta raza constituye un peligro latente para el organismo nacional”.
¿Pero por qué ocurre esto? Simplemente como consecuencia de siglos de abusos. “Si
examinamos sin apasionamiento su condición actual, acaso se puede justificar el
espíritu subversivo y su apetito de carne blanca…”. El artículo firmado por Ruy Barbo
(atribuido por Lora a Capriles) prosigue: “Tiene, pues, el indio en Bolivia, sobradas
razones para sublevarse y pensar en recobrar sus derechos, mas su raza está tan
desgraciada y la voluntad de sus dominadores es tan ajena a salvarla, que quizás el
único remedio que cabe para evitar el amenazante peligro es exterminar al indio, para lo
que tal vez convendría a la nación sustituir a los polígonos de tiro con ellos”. Pero el
autor continúa el razonamiento hasta el final, sin mostrar alteración alguna: “Si el solo
remedio es este, ¿quién debería encargarse de su aplicación? El problema ofrece

encantos del feminismo. La regla general, en semejante orden de cosas, me parece que se formula así: las
niñas feas hacen el feminismo y el feminismo hace feas a las niñas. Y no es chiste. […] qué hace,
realmente, una feminista? Hace papel ridículo y quiere hacer de la mujer un hombre, más o menos
afeminado, o una mujer más o menos ahombrada […] El feminismo se ha hecho para las mujeres que
tienen barba o para las que no tienen nada útil que hacer. Y si el feminismo no fuera tan cursi, resultaría
digno de una casa de orates o de una penitenciaría” (Juan Pérez, “Feminismo”, Arte y Trabajo, 7/9/1924,
pp. 8 y 14).
199
Rodríguez García, “El patriarcado ‘progresista…”, ob. cit., p.11.

70
dificultades por razones étnicas, porque ¿quién no es indio? ¿La clase militar? No nos
parece, porque si miramos sin tanto patriotismo, nuestro ejército es de indios. ¿La clase
sacerdotal? En el supuesto de que se pudiese pedir licencias para q’ maneje el rifle
tampoco nos parece, porque nuestro clero, con excepción hecha de alguna Señoría,
parece descender en línea recta del santo Benito. ¿Los políticos? Peor, ¡si tienen hasta el
alma cobriza!”. Pese al uso de cosméticos, concluye con sarcasmo, basta rascar un poco
la epidermis de cualquier boliviano –desde el Presidente de la República hasta un
ciudadano común– para ver “salir a flor de piel todas las roñas que hacen despreciable
al indio”200. Quizás una solución alternativa, dice, es propiciar la inmigración europea…
Y estos pliegues discursivos superpuestos –comunes en la época– hacen por momentos
difícil separar los razonamientos irónicos de los literales, los prejuicios de las
denuncias, en una combinación de críticas radicales de la explotación con imágenes
arraigadas de degeneración racial de las poblaciones originarias aymaras y quechuas,
presentadas como una raza agotada.

Cesáreo Capriles dejó sus huellas en Arte y Trabajo, pero más que un escritor, fue
un lector –y un conversador– de grandes proporciones. Aunque era un anarquista
convencido, escribe Lora, siempre se negó a tratar de convencer a otros de sus ideas
ácratas201. No fue un maestro ni tuvo discípulos. Menos aún se le ocurrió formar un
grupo. Lo cual, sin embargo, no le impidió articular en torno suyo a una nueva
generación de jóvenes idealistas, recomendarles libros, empaparlos de ideas y
provocaciones, y convocarlos a formar parte de la singular experiencia que tomó vida
alrededor de Arte y Trabajo, donde hicieron sus primeras armas como escritores.
Tras la muerte de Capriles, José Antonio Arze recordará que Arte y Trabajo –una
revista que le ocasionaba pérdidas pecuniarias a su director en cada número– era ante
todo una tribuna del pensamiento de izquierda, pero dio también amplia acogida a otras
expresiones ideológicas. Y apunta que

fueron colaboradores de sus páginas la poetisa Adela Zamudio, el financista Rafael


Urquidi, el vate Gregorio Reynolds, el político Daniel Salamanca, el novelista Arturo
Oblitas. Todos los intelectuales cochabambinos que se han hecho una reputación de
escritores en las últimas tres décadas –Jesús Lara, Carlos Walter Urquidi, Augusto

200
Arte y Trabajo, Nº6, 3/4/1921, p. 11.
201
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., p. 110

71
Guzmán, Carlos Montenegro, los Unzueta, etc., etc.– hallaron en ‘Arte y Trabajo’ una
acogida siempre auspiciosa para sus producciones. Y es que Capriles intentó hacer de
su revista una verdadera palestra, donde se pudiese discutirse con plena libertad todos
los credos filosóficos202.

Arze y Montenegro (quien firmaba también como Vago Vega y Juan Pérez), llegaron a
dirigir temporalmente la revista en la primera mitad de los años veinte, y mantuvieron
una colaboración regular en sus páginas.

Una tribuna de la idea socialista y la organización sindical

Arte y Trabajo estuvo siempre abierta a los sindicatos y a la Federación Obrera del
Trabajo de Cochabamba, y fue además una tribuna de difusión de las ideas renovadoras.
Con sólo 17 años, el precoz y entusiasta lector José Antonio Arze –que será una
de las principales figuras del marxismo boliviano– había fundado el Instituto Superior
de Artesanos (también llamado Instituto Superior de Obreros), dependiente de la
Municipalidad de Cochabamba; un establecimiento educativo nocturno destinado a
llevar la cultura al proletariado en el que se difundían ideas socialistas y de reforma
social203. El propio Arze, en un discurso el 30 de abril de 1921, explica el origen del día
del trabajador y convoca a “cultivar el terreno donde ha de caer la semilla de la
revolución social” una vez que el desarrollo capitalista vaya generando en Bolivia las
condiciones para transformaciones de tipo socialistas204. En su artículo “Patria
burguesa”, el joven Arze (que también firmaba como León Martel y que es quien más
escribe sobre temas obreros en la revista) apuntaba que la contradicción principal de la
sociedad era entre burgueses y proletarios, defendía una posición internacionalista y
cuestionaba el patriotismo: “sobre todas las fronteras y bajo todos los pendones se alza
un solo enemigo universal: el capitalismo”205. Arze –que dirigió un tiempo la revista a
partir del número 11 (mayo de 1921)– identifica el nuevo sistema en la Rusia Soviética,

202
José Antonio Arze, “Don Cesáreo Capriles López ha desaparecido desde el 4 de mayo”, La Razón, La
Paz, 15/5/1950. Reproducido en José A. Arze, Escritos Literarios (Comentarios y semblanzas)
[preparación, prólogo y notas de José Roberto Arce], La Paz, Rolando Diez de Medina, [1981] 2009, p.
143.
203
Valentín Abecia López, 7 políticos bolivianos, Librería editorial “Juventud”, La Paz, 1986, p. 44; cfr.
Arte y Trabajo, 1/1/1922, p. 5.
204
José Antonio Arze, “En memoria de los mártires de Chicago”, Discurso pronunciado en la velada del
Instituto Superior de Artesanos de Cochabamba, reproducido en Arte y Trabajo, 8/5/1921, pp. 7 y 21.
205
León Martel, “La patria burguesa”, Arte y Trabajo, 19/2/1922, p. 10.

72
que según su visión ocupa en los comienzos del siglo XX el papel de Francia en el siglo
XVIII. Allí enmarca la importancia del nuevo Partido Socialista de Cochabamba, que
agrupa a algunos obreros e intelectuales. “Aunque sepamos que la significación de este
grupo es todavía pigmea”206, su proyección se asocia al desarrollo mundial de las
nuevas ideas y a las luchas concretas de los trabajadores. Por eso Arte y Trabajo era un
amplificador de esos combates del proletariado boliviano, en una década de avance de
la sindicalización de los sectores claves de una economía basada en la explotación
minera.
Fiel a estos principios, en febrero de 1922, la revista cochabambina acompañará
una serie de reacciones a un intento del gobierno de restringir el derecho de huelga. Los
conflictos comenzaron como respuesta a una curiosa ordenanza: en una medida absurda,
el gobierno prohibió la circulación de taxis a partir de las diez de la noche por la ciudad
de La Paz. Aunque el argumento formal fue que el transporte de alquiler perturbaba el
sueño de los habitantes de “la Hoyada”, la verdadera razón era que se buscaba impedir
que supuestos conspiradores usaran el trasporte público en las noches para reunirse y
eventualmente trasladar armas207. Indignados por la medida, los choferes decretaron el
paro y pidieron el apoyo de la FOT. Uno de los sindicatos más activos que salieron en
su apoyo fue la Federación de Artes Gráficas, que puso su órgano periodístico, Palabra
Libre, al servicio de los huelguistas; otro fue el de los ferroviarios. En medio de un
ascenso de la protesta, el 9 de febrero de ese año, la FOT declara una huelga que pasaría
a la historia como la primera huelga general boliviana: choferes, ferroviarios, gráficos,
Luz y Fuerza y tranviarios se sumaron a la medida, y su efecto fue contundente: durante
algunos días no hubo transporte ni periódicos208.
En medio del conflicto, el 12 de enero, Arte y Trabajo salió con un número
titulado “Parando el golpe”, donde denunciaba un decreto de Saavedra que declaraba
funcionarios públicos a los trabajadores ferroviarios, con la finalidad inmediata de
evitar la declaratoria de huelga. Pero su objetivo, de acuerdo a la revista, era de mayores
proporciones: “asestar un golpe maestro al socialismo obrero boliviano, en su única
agrupación verdaderamente organizada y fuerte numéricamente: la Federación de
ferroviarios”209. Desde el editorial la revista defiende el derecho a la protesta como “un
derecho inalienable e inherente a la condición de hombre civilizado, y aunque se emplee

206
León Martel, “Significación del Partido Socialista de Cochabamba”, Arte y Trabajo, 5/2/1922, p. 13.
207
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 87.
208
Álvarez, Historia del sindicato gráfico…, ob. cit.
209
Arte y Trabajo, 12/2/1922, p. 6.

73
mordaza en todas sus formas, se levantará la protesta donde haya tiranos”210.
El 13 de febrero la disposición fue finalmente revocada por el Consejo
Municipal de La Paz. Pero pese al triunfo obrero, o más bien a causa de él, se procedió a
la detención selectiva de varios dirigentes, a la clausura de Palabra Libre y a varios
cuestionamientos parlamentarios al derecho de huelga. Esos intentos de limitar la
protesta social fueron también enfrentados desde Arte y Trabajo, que abrió su número
del 9 de abril de 1922 difundiendo el mitin obrero organizado en la Plaza Colón de
Cochabamba contra la iniciativa gubernamental. El artículo estaba firmado por León
Martel (Arze) que por ese entonces tenía 18 años de edad. Con estas protestas,
Cochabamba demostró que “no estaba tan muerta como parecía” y que los obreros
llevaban la delantera respecto a los intelectuales y los estudiantes universitarios en la
lucha contra el gobierno211. Defender el derecho de huelga era como defender “la
función respiratoria de su colectividad aprisionada en las injustas redes del imperante
capitalismo”212. En varios números, Arte y Trabajo emprendió campañas contra los
esbirros políticos y en defensa de la FOT, que iba dando sus primeros pasos y ya ponía
en alerta a la burguesía.

Se inquietan los ricos, se inquietan los de levita, se inquietan las autoridades y hasta
el clero se inquieta” –escribe nuevamente Arze– pero finalmente explica que pasará
aún mucho tiempo antes que Bolivia esté madura para el socialismo: “Dormid
tranquilos, señores propietarios: vuestros hijos y aún vuestros nietos usufructuarán
todavía de las prerrogativas del actual sistema económico”; no obstante aconsejaba a
los capitalistas no cerrarse en sus privilegios y habilitar algunas reformas si no
querían dejar como única opción la revolución: “Lo que debéis hacer, para ahorraros
sinsabores, es ir adaptándoos con cordura a la gravedad histórica de nuestro siglo,
porque si persistís en considerar a los asalariados máquinas de producción sin derecho
a las expansiones de ser racional, si os empeñáis en negarles su clamor al reposo, a la
instrucción, a la higiene, a las distracciones, cortándoles los caminos a su
dignificación, habrá de levantarse un día esa masa de esclavos para hostilizaros a su
vez, y entonces tendréis que soportar su dictadura y exclamar el Nostra Culpa”213.

210
Idem.
211
León Martel, “Meeting obrero”, Arte y Trabajo, 9/4/1922, pp. 5-6.
212
Idem.
213
León Martel, “El movimiento obrero”, Arte y Trabajo, 1/5/1922, pp. 7-9.

74
A los “enlevitados” les dice:

se asocian los mugrientos, los malolientes; esos que no usan cuello ni corbata, esos q’
no habitan viviendas confortables sino pocilgas, se asocian esos que no conocen los
refinamientos de la moda, ni los códigos de urbanidad ni las novedades. ¿Y por qué
os alarmáis de que se solidaricen? ¿Es acaso para turbar el ruido de vuestras fiestas o
invadir vuestros salones? ¿Teméis acaso por vuestra seguridad personal? […] no
podemos esperar su resignación perpetua [de los obreros]. Sois ciertamente
egoístas!214.

Los únicos que sí tienen razón inmediata para alarmarse –prosigue Arze– son los
gobernantes y los partidos burgueses, porque ya no podrán usar a su antojo a los obreros
como mera fuerza de choque de tal o cual caudillo. A partir, sobre todo, de su pluma,
Arte y Trabajo se erigió así en una activa defensora de la vigencia de la “cuestión
social” en Bolivia y en tribuna de combate contra quienes señalaban que el socialismo
era una idea absurdamente importada en la nación andina en virtud de su atraso
socioeconómico215:

También está gastado el sofisma de que la ‘cuestión social’ no existe en Bolivia y


que, por ende, corrientes socialistas son exóticas o inoportunas. Eso es lenguaje de la
miopía moral o del interés. ¿Que no hay ‘cuestión social’ en un país donde vegeta un
paria llamado ‘indio’; donde bajo el barniz de la democracia está entronizado el
caudillismo; donde hay obreros parasitarios y alcohólicos porque hay demagogos que
los envilecen; donde hay juventud venal y sin ideas porque se la corrompe con el
sanchopancismo; donde hay mujeres sin instrucción y sin derechos porque se las
embrutece en el aislamiento y en la superstición religiosa? Con todo esto, ¿no existe
216
una ‘cuestión social’?” .

Polemizando con el periódico El Republicano, en su editorial del 17 de septiembre de


1922, Arte y Trabajo sostiene:

Un buen número de plebeyos haraganea toda su vida y los más de estos son

214
Idem.
215
León Martel, “Sobre el movimiento socialista en Bolivia”, Arte y Trabajo, 1/10/1922, p. 5.; L. Martel,
“Significación del Partido Socialista de Cochabamba”, Arte y Trabajo, 5/2/1922, p. 13.
216
L. Martel, “Significación del Partido Socialista…”, ob. cit., p. 13.

75
cabalmente los agentes de los políticos; pero, ¿por qué no se quiere ver como
proletarios a los ferroviarios de las grandes empresas que consumen su vida en un
trabajo sin el cual Bolivia no tendría ni la etiqueta de civilización de los rails sobre los
que corre el penacho del progreso? ¿No es proletario el minero sin cuyos músculos no
podría cubrirse el presupuesto de peculados con que se paga esa otra haraganería de la
administración pública, ese cretinismo de los legisladores y la osadía de los
gobernantes? ¿No es proletario el indio de los campos sin cuyo sudor se moriría de
hambre el indio de las ciudades, que desconociendo su paradero inmediato lo carga de
todas las culpas que son las suyas? […] Hay peligro en propagar ideas
revolucionarias, pero también hay peligro de mantener la podredumbre actual217.

A partir del número 145 (12 de octubre de 1924) se observa una fuerte
inestabilidad en la dirección (R. Sahonero, Miguel Mercado, Roberto Barbery I.,
Armando y Carlos Montenegro, José Valdivieso, Ricardo Anaya, David Escóbar M.,
José Peña dirigirán algunos números de la revista). La situación había cambiado: en
1925 había llegado a la presidencia Hernando Siles, un ex saavedrista que tras romper
con el viejo caudillo fundó un nuevo partido –el Nacionalista– e interpeló a una nueva
fuerza sociocultural: los jóvenes inconformistas. Allí estarían varios de los editores de
Arte y Trabajo. Pero todo ello generaría un distanciamiento con Capriles, quien se
mantuvo firme en sus ideas ácratas218.
En la segunda mitad de los años veinte, este singular personaje viajó a La Paz y
luego a Estados Unidos donde trabajó como capataz en un emprendimiento minero de
carbón y vivió algo más de un año219. Más tarde retornó a Bolivia, donde en los años
treinta se opuso radicalmente a la guerra del Chaco y apoyó activamente los actos de
resistencia pacifista en el interior de Bolivia. Los vínculos de Capriles con el
sindicalismo propiciaron que la federación obrera de Cochabamba lo propusiera como
ministro de trabajo durante el socialismo militar de los años treinta. Como recuerda
Lora, su personalidad atrevida y su excesiva franqueza para expresar sus ideas radicales
le dieron fama de excéntrico y hasta de chiflado220. Más tarde, un incidente con un
clérigo, en plena calle Sucre de Cochabamba, le agregaría fama de “pega curas”. La
discusión, mientras compraba en un almacén, derivó hacia la guerra civil española y las
posiciones franquistas del sacerdote acabaron con la paciencia de Capriles, quien le
217
Arte y Trabajo, 17/9/1922, p. 6.
218
Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit., p. 343.
219
Ibidem.
220
Lora, Historia del movimiento obrero… 1900-1923, ob. cit., pp. 116-117.

76
asestó un cachetazo. Nivardo Paz Arze recuerda que a partir de entonces las beatas se
persignaban cuando se lo topaban en la calle, y en algunas ocasiones el ácrata gustaba
provocarlas gritando frases como “¡viva el demonio!”. En las movilizaciones de
protesta que recorrieron los años cuarenta bolivianos, dicen que Capriles gustaba gritar
consignas provocadoras, como “¡Abajo dios y su concubina la patria!”221, precisamente
en un momento de ascenso del nacionalismo político boliviano: ya se había fundado el
Movimiento Nacionalista Revolucionario. Se enfrentó también, al parecer con éxito, a
un cáncer de los ojos222. Y la última parte de su vida gestionó la mencionada farmacia
“Cosmos”, en el centro de Cochabamba.
En 1950, con 70 años, Capriles pone en marcha su plan para desaparecer. Recoge
cartas y fotos en manos de sus amigos con diversas excusas y prepara su partida223. La
última misiva que le envió a José Antonio Arze incluía una frase inquietante: “No me
conteste esta carta, mañana viajo con rumbo desconocido”, cuyo significado completo
comprendería poco tiempo después. Todas las hipótesis coinciden que ese rumbo
desconocido elegido por el anarquista fue la región subtropical del Chapare (hoy una
región cocalera), ubicada entre Cochabamba y Santa Cruz, donde se internó para nunca
más regresar. Sus amigos armaron expediciones, la Escuela de Aviación envió un avión
explorador… El artículo homenaje escrito por Arze termina con una expresión de
deseos:

Me resisto todavía a admitir que la desaparición de Capriles signifique un suicidio, y


por eso no querría que las presentes líneas fuesen tomadas como un homenaje
necrológico, sino como una simple exposición de los antecedentes biográficos de ese
amigo leal, integérrimo, de ese luchador de izquierda honesto a quien todos
admiramos y respetamos como a uno de los pioneros del socialismo boliviano en este
siglo224.

Pero, efectivamente, fue una necrológica. Capriles nunca más aparecería vivo ni
dejó rastros que permitieran encontrar su cuerpo. Había decidido simplemente
“desaparecer” y evitar la humillación postmortem de sus denostadas ceremonias

221
Rodríguez García, La choledad antiestatal…, ob. cit., pp. 345-347.
222
Según Rodríguez García viajó a tratarse a Buenos Aires, según Arze lo hizo a Chile.
223
No existen fotografías de Capriles, aunque se dice que una fotografía, en la que aparece con Demetrio
Canelas, está “perdida” en alguna parte de los depósitos del periódico cochabambino Los Tiempos
(Rodríguez García, La choledad antiestatal…., ob. cit., p. 349, nota 145).
224
Arze, “Don Cesáreo Capriles…”, ob. cit., p. 145.

77
fúnebres; quizás tuvo otras razones que a falta de información nunca sabremos. Lora
señala que “cuando comprendió que ya era inútil la lucha se autoeliminó”225. Para
Rodríguez García, fiel a sus creencias, Capriles dejó un testimonio nietzschiano de
“voluntad de poder como desaparición”. Pero en cualquier caso se trata de conjeturas; lo
cierto es que lo que no pudo hacer desaparecer son las páginas de su revista, que en
unas pocas colecciones (generalmente incompletas) perviven en bibliotecas y archivos
personales y públicos de Bolivia y el extranjero.

225
Lora, Historia del movimiento obrero… (1900-1923), ob. cit., p. 117.

78
79
CAPÍTULO 3
“Ni dioses en el cielo ni amos en la tierra”:
Intelectuales, caciques y obreros en la batalla por las ideas

En el plano intelectual, los jóvenes de la segunda mitad de los años veinte se dividían
entre quienes se dejaron seducir por las propuestas renovadoras del presidente Hernando
Siles (1925-1930) y su flamante Partido Nacionalista, y los que –en su mayoría en el
exilio y con vínculos más o menos cercanos con el comunismo– denunciaban a la
“dictadura silista” (posición, esta última, asumida por la Internacional Comunista). En
el primer grupo se encontraban, entre otros, el líder estudiantil paceño Enrique
Baldivieso, Humberto Palza, Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, quienes
encabezaban el ala radical del partido y proponían una suerte de programa antiliberal y
socialista de renacimiento nacional226. También José Antonio Arze fue seducido por el
proyecto silista227 y Roberto Hinojosa (luego antisilista virulento) fue enviado como
secretario a la embajada boliviana en Brasil. Por esos años estaba en boga la idea de
reemplazar a la democracia parlamentaria por la democracia funcional (es decir, de
matriz corporativista). José Ingenieros, de amplia influencia en Bolivia en su faceta
positivista228 ya había publicado La democracia funcional en Rusia, donde consideraba
que la democracia parlamentaria es una forma de gobierno “detestable” que mantiene a

226
Schelchkov, El laberinto boliviano..., ob. cit., p. 15.
227
En una carta al Secretariado de la Internacional Comunista, Arze se justifica, señalando que al
conformarse el Partido Nacionalista, “recluta bajo sus banderas a los jóvenes de más avanzada ideología
del país, prometiendo la realización de medidas atrayentemente renovadoras” por lo que “caigo yo en el
error de creer que ese movimiento podría representar, en efecto, una nueva curva histórica, en la
monótona trayectoria conservatista que venía viviendo la política boliviana”. Sin embargo, su vínculo con
el silismo duró hasta final del gobierno. “La única función pública que he ejercido fuera del ramo de la
instrucción ha sido la de Subsecretario de Fomento (abril de 1929 a junio de 1930), situación a la que fui
llevado desde mi cátedra de Cochabamba por el entonces Presidente de la República, don Hernando
Siles” (José Antonio Arze, “Carta al Secretariado de la Internacional Comunista”, Lima, octubre de 1933,
Archivo José Antonio Arze, en custodia de José Roberto Arze).
228
Ignacio Prudencio Bustillo, “La deuda de Bolivia al pensamiento de José Ingenieros”, en Páginas
dispersas, Sucre, Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, 1946, pp. 117-120 [originalmente
el artículo apareció en la revista Claridad, de Sucre, en 1925].

80
la sociedad en estado de guerra, ya que falsea la representación al corporizar a una
mayoría inorgánica229.
En el segundo grupo se destaca Gustavo Navarro, quien posteriormente será
conocido por su pseudónimo Tristán Marof, además de Alipio Valencia Vega (Iván
Keswar), José Aguirre Gainsborg y Carlos Mendoza Mamani, “el hombre del Buró
Sudamericano de la IC” en Bolivia230. Hinojosa se sumó más tarde al antisilismo “desde
el destierro”, donde terminó publicando un manifiesto titulado: “Hay que derrocar a
Siles para implantar un régimen de justicia social y salvar la soberanía de Bolivia”
previo a lanzarse a su quijotesca “revolución de Villazón”231.

El nacionalismo de Hernando Siles

Al caudillo Bautista Saavedra la idea de alejarse del poder debido a una restricción
constitucional que impedía un segundo mandato consecutivo no le parecía una
alternativa a la altura de su liderazgo, y fue entonces, en 1925, que se lanzó a buscar un
“delfín”, lo que no resultaba una tarea fácil. Muchos de sus seguidores se habían pasado
a la oposición, que se había unificado en torno del republicano genuino Daniel
Salamanca y del liberal José Luis Tejada Sorzano. Finalmente, para llevar adelante la
opción de un político dócil al gobierno, Saavedra (al parecer siguiendo el consejo de su
suegra) optó por su médico personal y ministro de Instrucción Pública: Gabino
Villanueva. Pese a la resistencia original en el propio Partido Republicano, el caudillo
pudo imponer a su candidato, en una de las elecciones más violentas de la historia
boliviana, en mayo de 1926232. Para controlar al médico-presidente, Saavedra colocó
como vicepresidente a su hermano Abdón.
Pero tras su elección, Villanueva cometió un serio error: en una entrevista con el
director del periódico La Patria, de Oruro, el presidente electo pero aún no posesionado
se alejó de facto de la posición de su jefe y anunció su intención de poner en marcha un
gobierno de unidad nacional, convocando a republicanos genuinos y liberales, y
declarar la amnistía general. Todo esto produjo la furia de Saavedra, ya que colocaba a
su supuesto delfín en una intolerable posición de autonomía, de manera que estas
apresuradas declaraciones desestabilizaron por completo la estrategia de “Villanueva al

229
José Ingenieros, La democracia funcional en Rusia, Buenos Aires, ¡Adelante!, 1920, pp. 25, 28 y 33.
230
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., pp. 19-20.
231
Roberto Hinojosa, La revolución de Villazón, La Paz, Editorial Universal, 1944.
232
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 97.

81
gobierno, Saavedra al poder” y la situación tomó un giro inesperado. Apelando a su
clásica viveza criolla, el caudillo desempolvó una ley de 1895 que obligaba a los
funcionarios que se presentaban a elecciones para cualquier cargo público a renunciar a
sus puestos con una anterioridad mínima de seis meses. Villanueva no había renunciado
a su cargo como ministro, por lo que las elecciones debían ser anuladas.
La sorpresiva maniobra saavedrista causó sorpresa en la oposición que quedó en
la paradójica situación de defender una elección en la que había perdido mientras el
oficialismo que las había ganado buscaba ahora anularlas, lo que finalmente logró. Todo
ello llevó al primer plano a un político que había ocupado varios cargos en el gobierno
de Saavedra pero en ese momento se encontraba desterrado en el vecino Perú: Hernando
Siles Reyes.
Siles había sido un importante dirigente del comité republicano de Oruro y
convencional constituyente. Rápidamente, escaló en el gobierno saavedrista hasta
ocupar el ministerio de Instrucción Pública y después el de Guerra y Colonización,
desde donde trabó estrechas relaciones con la oficialidad joven, que serían decisivas
poco más tarde. Tuvo un papel destacado en el Congreso y fue negociador en el
conflicto que derivó en la ya mencionada masacre de Uncía.
Pero su ascenso generó celos internos y desconfianza del propio Saavedra, que
veía cómo iba constituyéndose una suerte de fracción silista al interior de su partido. En
ese marco, el nuevo ministro de Guerra, Juan Manuel Sainz, fue el encargado de montar
la maniobra para neutralizar al dirigente, que ya aparecía como un posible sucesor de
Saavedra. Así, en 1923, Siles fue transferido como embajador a Perú y posteriormente,
en 1924, en una hábil maniobra destinada a lograr su renuncia, Sainz convenció a
Saavedra de que nombrara a Ricardo Jaimes Freyre como enviado a Lima en ocasión
del Centenario de la batalla de Ayacucho, para acompañar al presidente, lo que
constituía un desplante para el popular Siles. Como se esperaba, este presentó su
renuncia, tras la cual Saavedra le prohibió su ingreso a Bolivia, quedando desterrado.
Pero en 1926 la situación había cambiado. Saavedra no sólo ya no tenía un
candidato sino que el silismo, junto con la oficialidad joven, había retomado la
iniciativa y la presión para que Siles fuera el candidato republicano. La revista Time, del
5 de octubre, informaba que “Bautista Saavedra, el tirano de Bolivia, fue obligado a
moverse más rápido de lo que hubiese querido” ya que “los oficiales del ejército se le
pusieron insolentes. [Y] le sugirieron a Saavedra que el candidato idóneo a presidente

82
en las elecciones especiales de diciembre era Hernando Siles”. Concluía que “La
situación fue tan tensa que Saavedra hizo algo sin precedentes: aceptó la sugerencia”233.
En esta deriva hubo una figura clave: el general Kundt, quien con 6.000 soldados
desplazados por el propio Saavedra a La Paz, logró romper el impasse a favor de Siles.
Como último acto desesperado, el caudillo obligó al nuevo candidato –en el que
no confiaba en absoluto– a firmar un curioso compromiso que, entre otros puntos,
establecía que “el jefe del gobierno debe marchar con el jefe del partido en todos los
asuntos que refieren al programa nacional e internacional […] quedando para el jefe de
este [¡del partido!] la dirección de los intereses de la política interna”. Es más, el
documento disponía que en caso de divergencias, debía primar la opinión del jefe del
partido234. Se trataba, evidentemente, de un compromiso insostenible, pero que Siles
firmó gustoso a la espera de un mejor momento para mostrar su voluntad de autonomía
y su propia ambición de poder. Había aprendido la lección: primero había que llegar al
Palacio para luego lanzarse a su propio juego político.
En efecto, apenas asumir, y con Saavedra en Europa como embajador, Siles se
aprestó a poner en pie su propio proyecto político, para lo cual envió a una larga gira al
exterior a su vicepresidente Abdón Saavedra con la simpática excusa de agradecer a
todos los países que enviaron delegaciones a su toma del poder. Céspedes recuerda que
el carnaval de 1926 reflejó el júbilo por el cambio de gobierno, con todos los clubes con
sus puertas abiertas y numerosos paceños que echaban mistura sobre el nuevo
Presidente, al que parte de la prensa llamaba el “libertador”. Para festejar la partida de
Abdón Saavedra (quien más tarde sería expulsado del país) los estudiantes hicieron
sonar las campanas de las iglesias235. El saavedrismo de gobierno encontraba su fin.
Ya emancipado de su rol de delfín de Saavedra, Siles intentó dar cuenta de la
nueva realidad social boliviana y poner en pie un nuevo partido con sectores obreros y,
sobre todo, jóvenes universitarios, un grupo crecientemente activo que daba al nuevo
presidente la oportunidad de mostrar su compromiso con la renovación política y social
–y moral–. El nuevo mandatario se propuso desde el comienzo poner de su lado esa
fuerza juvenilista para debilitar, aunque sólo hasta cierto punto, a los sectores
tradicionales de su propio partido.

233
Brockmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., p. 96.
234
Ibidem, p. 97.
235
Céspedes, El dictador suicida…, ob. cit., p. 86.

83
Tras esa meta, a fines de 1926, Siles reunió a un grupo de jóvenes intelectuales que
profesaban ideas orteguianas sobre la renovación de la nación, varios de los cuales eran
miembros de la efímera Sociedad Boliviana Nacionalista. Entre ellos estaba Enrique
Baldivieso, que formaba parte en ese entonces de los jóvenes inconformistas, junto a
José Tamayo, Humberto Palza y Augusto Céspedes.
Este último describe floridamente a esa generación protonacionalista más atraída
por el vitalismo que por el marxismo, y que buscaba de manera aluvional un nuevo
rumbo para una república que festejó el Centenario “desdichada y frustrada”. Su pluma
sintetizará muy bien, dos décadas más tarde, ese clima de época, que comenzaba a
marcar la segunda parte de los años veinte y se desplegaría con mayor intensidad en la
década siguiente, en la que la Guerra del Chaco operaría a favor de la “aceleración” de
la historia. Así, en palabras de Céspedes, los estudiantes bolivianos mantenían
“inquietudes vagas, despertadas por ciertas brisas continentales como la reforma
universitaria de Córdoba y la Unión Latinoamericana236”, todo ello “bajo los muros de
clausura que en que mantenían a Bolivia sus propios hermanos del continente”237.

Vacilábamos entre la anticultura mental y un sentimiento confuso, pero fuerte, de la


obra negativa realizada por la oligarquía con las ideas liberales. En la universidad era
desconocida la concepción marxista. Algunas librerías poseían folletos de los
conductores de la revolución bolchevique: Lenin, Trotzky, Bujarin, Kamenev,
Lunacharsky, que hojeábamos en desorden. Más nos atraían la fraseología del APRA,
y los relámpagos de la revolución mejicana. Leíamos los discursos de Obregón y de
Calles y la lírica premonitoria de la ‘Raza Cósmica’, que se escuchaba entre los
disparos de fusil de la reforma agraria. Por tales sendas titubeábamos olfateando las
brisas del conocimiento, hasta que nos proporcionó otro aviso el mensaje de José
Ortega y Gasset, quien distribuía en América una subfilosofía de origen alemán, en
novedoso castellano que daba color y bulto a las abstracciones […] Las traducciones
de la biblioteca de la ‘Revista de Occidente’ proclamaban la apelación vital al
espíritu, ofrecían un lente nuevo sobre el mundo, y creíamos que también sobre
nuestra realidad nacional […] Despertamos entonces al anuncio de que cada
generación poseía un destino; que tenía un stock de ideas y de modos para la época
correspondiente; comenzamos a pensar en el gassetiano ‘tema de nuestro tiempo’, en

236
Ibidem, p. 86.
237
Idem.

84
el kayserliniano ‘mundo que nace’. De ese modo, en el yermo cultural boliviano, nos
dábamos a la caza de fugaces meteoros para fijar la ruta en la montaña238.

De esta articulación de sensibilidades emergerá el Partido Nacionalista, mediante el


cual Siles buscaba rejuvenecer la nación y sustentar su propio poder sin emprender
reformas profundas en la estructura socioeconómica boliviana. Se trataba, ciertamente,
de jóvenes de la élite, muchos de los cuales estarían llamados a jugar un papel de primer
orden en las siguientes tres décadas (e incluso algunos se revelaron biológica y
políticamente más longevos)239.
No obstante, el programa “revolucionario” redactado por Céspedes, Baldivieso y
Palza quedó desplazado en favor de un proyecto de cambio más suave. Incluso Siles
impuso un nombre partidario más moderado (Unión Nacional) en lugar de Partido
Nacionalista, aunque fue este segundo nombre el más recordado por la historia, y para
encabezarlo fue elegido Rafael Taborga, un industrial minero que representaba a los
pequeños y medianos empresarios venidos a menos, prototipo de la “burguesía
nacional” que deseaba potenciar el silismo frente al capital extranjero. Así, el nuevo
partido reflejaba un ideario reformista social (que incluía la propuesta de elaborar un
código laboral y una legislación agraria más moderna –sin expropiación de los
latifundios–, y reformar el sistema financiero). La diversificación económica comienza a
ser un término clave de este protonacionalismo: “Mientras no busquemos una fuente
segura para nuestra riqueza el país seguirá debatiéndose en la misma situación
angustiosa de todos los tiempos”, decía Salinas Aramayo en relación a la vulnerabilidad
derivada de la dependencia de la minería, cuyos precios presentaban grandes
fluctuaciones en el mercado internacional240. En línea con el contexto de crisis del
liberalismo, los jóvenes nacionalistas-silistas más radicales cuestionaban la democracia
liberal y el “individualismo, falso como principio en sí mismo” y se sumaron, al menos
en términos de programa, a la popularizada fórmula de la “democracia funcional”. Ello

238
Céspedes, El dictador suicida…, ob. cit., p. 86-87.
239
Entre quienes el 29 de diciembre de 1926 estaban en la casa de Víctor Alberto Saracho, donde se
fundó el nuevo partido, podemos mencionar a Manuel Carrasco (hijo de un encumbrado dirigente liberal),
Pablo Guillén y Vicente Mendoza López, Hugo Ernst (más tarde alcalde de La Paz y embajador en
Alemania), el escritor Carlos Medinaceli, Gustavo Adolfo Otero (escritor, político y diplomático),
Augusto Céspedes y Carlos Montenegro (dos importantes ideólogos del futuro MNR), Humberto Palza
(que animaría la llamada corriente “telurista”), Javier Paz Campero (más tarde ministro de Busch), Carlos
Salinas Aramayo (asesinado bajo el régimen de Villarroel en los años cuarenta) y Mario Flores (futuro
director del diario nacionalista La Noche).
240
René Danilo Arze Aguirre, Carlos Salinas Aramayo. Un destino inconcluso: 1901-1944, La Paz,
imprenta Artes Gráficas Latina, 1995, p. 83.

85
ayudó a la expansión sindical, en un contexto de crecimiento de las masas obreras, y al
pasaje de las asociaciones de ayuda mutua a sindicatos de tipo clasista. En líneas
generales, el silismo buscó implementar proyectos de modernización del Estado pero
evitando enemistarse con las élites, de las cuales provenía el propio presidente, nacido
en Sucre en 1882, y limando las aristas más disruptivas del entusiasmo antiliberal de
Baldivieso, Palza y Céspedes (encargados de redactar una primera versión del programa
que “horrorizó” a los moderados Finot, Taborga, Vaca Chávez, Guachalla y otros, que
en verdad buscaban un liberalismo remozado alejado del nacionalismo revolucionario
socializante que algunos imaginaron como el devenir de la etapa superior del silismo).
El arquetipo de esta generación “inquieta y confusa” –al decir de Céspedes– era
Enrique Baldivieso, quien además de líder estudiantil en La Paz ocupará el cargo de
secretario privado de Siles241.
Una muestra del protagonismo juvenil quedó reflejada en ocasión de la Gran
Cruzada nacional Pro-indio. La Iglesia la había organizado con la tradicional finalidad
de convocar a la solidaridad caritativa de la población con los “miserables” indios, en
este caso para llevar adelante un proyecto de educación en las zonas rurales de Bolivia.
Pero esta vez, la iniciativa encontró una firme resistencia del movimiento estudiantil. El
17 de abril de 1926, la Federación Universitaria de La Paz, liderada por Baldivieso,
condenó dicha cruzada en un memorable manifiesto que denunciaba:

Creemos que la incorporación del indio a la civilización no debe ser patrimonio de


ningún credo religioso. Toda tendencia de redención del indígena debe descansar en
un fenómeno eminentemente económico: la propiedad o enfiteusis de la tierra y como
consecuencia de este postulado, la alfabetización y educación técnica242.

La movilización estudiantil contra la curia dejó ver el proceso de radicalización que


vivía el movimiento estudiantil boliviano, al tiempo que la decisión del presidente de
suspender la campaña visibilizaba las transformaciones en marcha así como los
mencionados deseos de Siles de hacer pie en la nueva generación. El hecho terminó con

241
Baldivieso escribía obras de teatro y llegó a ser presidente de la Asociación Boliviana de Autores
Teatrales.
242
Citado en Ricardo Melgar Bao, “Señas, guiños y espejismos revolucionarios: México y Bolivia”, en
Pacarina del Sur. Revista de pensamiento crítico latinoamericano, s/f, versión on line consultada
1/7/2011. Disponible en
http://www.pacarinadelsur.com/home/mallas/248-senas-guinos-y-espejismos-revolucionarios-mexico-y-
bolivia. En este artículo puede encontrarse un buen panorama del anticlericalismo en Bolivia durante los
años veinte, influenciado por la revolución mexicana.

86
la renuncia del obispo a continuar con su plan y marcó un nuevo punto de acción de los
universitarios que meses después organizaron la Federación Universitaria Boliviana
sobre nuevas bases, ya bajo la órbita de un núcleo pequeño pero muy activo e influyente
liderado por José Antonio Arze, emergente del ya descripto inconformismo de los
jóvenes cochabambinos.

El paralelo al fenómeno desplegado por Siles, una activa izquierda radical entre
cuyos ideólogos se destacaba Tristán Marof, buscó construir otro tipo de redes: en este
caso con un sector de la dirigencia indígena que mantenía un pie en las ciudades y otro
en las comunidades, constituida por los llamados “caciques apoderados” que desde los
años diez del siglo veinte venían organizándose en defensa de sus tierras, en pro de la
educación del indio y en favor de la reconstrucción de formas de autogobierno local.
Publicaciones izquierdistas comenzaban a circular en el campo y los apoderados indios
tejían redes con estos intelectuales y artesanos socialistas que, como Marof, podían
hablar de comunismo en relación con la propia experiencia comunitaria de estos indios
que combinaban demandas legales –a veces sofisticadas en su forma– con rebeliones
que hacían temblar el orden establecido, al menos en zonas donde la “trilogía siniestra”
conformada por el hacendado, el corregidor y el cura mantenía formas de opresión
feudalizantes sobre el mundo indígena desde los vecindarios pueblerinos y desde las
casas de hacienda. La rebelión de Chayanta es un momento particularmente productivo
para estudiar estos vínculos, y a ello dedicaremos las siguientes líneas. Para ello nos
basaremos en la investigación ya desarrollada por Forrest Hylton243 pero añadiremos
algunos elementos adicionales referidos a la lectura que los propios militares hicieron
de esta notable rebelión, la más importante desde la Guerra Federal de 1899.

La rebelión de Chayanta: ¿indios comunistas que leen Bandera Roja?

En julio de 1927, la finca de Florentino Serrudo, “Cruz Khasa”, fue ocupada e


incendiada por unos 300 comunarios provenientes de las comunidades circundantes,
liderados por el ayllu Jaihuari, en coincidencia con el festival de Santiago establecido en
el santoral católico. Veinticuatro horas después ocupaban las propiedades de Andrés y
Sixto Garrica244. Y así comenzó una de las principales rebeliones indígenas desde la

243
Hylton, “Tierra común: caciques, artesanos e intelectuales radicales...”, ob. cit.
244
Ibidem, pp. 135-136.

87
Guerra Federal de 1899, que volvió a despertar miedos atávicos sobre la guerra de
razas. Las alertas llegaron hasta La Paz, al tiempo que el carácter estratégico de esta
región minera (Potosí era un centro económico neurálgico del país) hicieron que este
levantamiento atrajera la atención de la prensa internacional. Según la información
citada por Hylton, y su trabajo en base a fuentes agrupadas bajo el título “Sublevación
indigenal” en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, unos diez mil indios
participaron en saqueos, incendios y otras formas de violencia colectiva en cuatro de los
nueve departamentos de Bolivia, y la revuelta fue “pacificada” con un saldo de unos
trecientos muertos, casi todos indios245. Varios terratenientes fueron asesinados y no
faltaron actos de canibalismo ritual por parte de los sublevados.
A esas fuentes hemos agregado los telegramas que el general a cargo de la
“pacificación”, Raimundo González Flor, iba enviando al presidente Hernando Siles,
donde relataba las características y los éxitos en la represión contra los indios, pedía
instrucciones y trataba de entender él mismo, y explicarle al Presidente, la naturaleza de
la rebelión. También, a partir del periódico El País ponemos de relieve la forma en la
que se construyó una opinión pública favorable a los sublevados y fuertemente crítica
del sistema de dominación, lo cual obligó a los “gamonales” a poner en pie su propio
medio de difusión (bautizado sin ambigüedades La Defensa) durante los levantamientos
de 1927.
Aunque el eje de estas protestas, como en las del pasado, se vinculaba a la lucha
por la tierra y contra los abusos de hacendados y autoridades locales, varias cosas
habían cambiado en Bolivia, y la revuelta de Chayanta tuvo especificidades propias, que
dan cuenta de transformaciones más generales en el país. En efecto, a las demandas
tradicionales se sumó la lucha por la escuela, la cual otorgó una dinámica propia a estas
contiendas, y permitió establecer novedosas y productivas redes entre líderes indígenas
–los llamados “caciques apoderados”– e intelectuales y artesanos radicales urbanos,
habilitando vínculos que encendieron las alarmas de las élites criollas, que comenzaron
a denunciar que la rebelión de Chayanta tenía un carácter verdaderamente comunista.
Para esa élite, se trataba de una temible combinación de agitación comunista
promoscovita, activación de mitos sobre la restauración del “comunismo incaico” y la

245
Ibidem, p. 137.

88
siempre acechante guerra de razas, que constituía una renovada amenaza para la paz
social y la dominación criolla246.
Así lo leyó también el New York Times, que, en base a las agencias y a informes
oficiales, publicó la noticia de Chayanta con el título “Rojos culpados de
levantamiento” al lado de un artículo sobre los condenados anarquistas Sacco y
Vanzetti. Allí se dice que: “Armados con palos y hondas, 80.000 descendientes de los
indios incas antiguos andan en la senda de la guerra […] matando blancos y quemando
casas en un intento por destruir el último vestigio de la civilización del hombre
blanco”247. El interés del periódico norteamericano derivaba del hecho de que el
epicentro de la rebelión coincidía con un importante complejo minero-ferrocarrilero,
construido en gran parte con créditos de Estados Unidos248. No obstante, el periódico de
Nueva York trataba de tranquilizar a sus lectores, afirmando que el ejército boliviano
estaba muy bien equipado con armas modernas (precisamente británicas y
estadounidenses)249.
Desde la primera década del siglo XX, los caciques apoderados venían
reclamando las tierras tradicionales, intentando de ese modo recuperar el “pacto
colonial”250 que, aunque de manera asimétrica, les había permitido a las comunidades
conservar sus tierras ancestrales y mantener ciertas formas de autogobierno, y desde el
último cuarto del siglo XIX venía siendo arrasado por la expansión de la hacienda,
además del ferrocarril y la minería que había valorizado tierras ubicadas en zonas
alejadas del país251. Estos caciques apoderados combinaban métodos de lucha legales

246
Cfr. “Un boletín comunista sirve de evangelio al alzamiento”, El Heraldo, 12/8/1927; “Los indígenas
de Colomi quieren proclamar el Comunismo”, El Republicano, 5/8/1927, y Yuri F. Torrez, El indio en la
prensa. Representación racial en la prensa boliviana con respecto a los levantamientos
indígenas/campesinos (1899-2003), La Paz, Centro Cuarto Intermedio, 2010, pp. 95-114.
247
New York Times, 13/8/1927, citado en Hylton, “Tierra común…”, ob. cit., p. 149.
248
Sobre el empréstito Nicolaus, cfr., por ejemplo, Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit.,
pp. 90 y ss.
249
“Los rebeldes, a pesar de su número preponderante, no pueden con los soldados, quienes están
maravillosamente equipados con el material de guerra más moderno. En consecuencia, se espera que el
movimiento sea rápidamente apagado, no sin antes, sin embargo, sacrificar muchas vidas” (Hylton,
“Tierra común…”, ob. cit., p. 150).
250
Tristan Platt, Estado boliviano y Ayllu andino. Tierra y tributo en el norte de Potosí, IEP, Lima, 1982.
251
La expansión del ferrocarril impulsada por los liberales incrementó el valor de tierras distantes, dando
lugar a una nueva ola de ventas y tomas de tierras comunales entre 1905 y 1915, pero a diferencia del
periodo de expropiaciones del último cuarto del siglo XIX, que se concentró en cantones donde ya
existían haciendas, esta segunda fase de contrarreforma agraria incluyó a regiones donde las comunidades
libres aún eran fuertes y hasta entonces protegidas de la expansión hacendal (Gotkowitz, La revolución
antes de la Revolución…, ob. cit, pp. 80-81).

89
(búsqueda de títulos coloniales que los declaraban dueños de sus tierras) con acción
directa comunitaria contra los abusos de hacendados, curas y corregidores252.
Para hacerse de esos títulos, las redes de caciques apoderados y abogados
urbanos, agrupadas alrededor de figuras como Martín Vásquez y Santos Marka T’ula –y
también del educador aymara Eduardo Nina Qhispi– hicieron uso incluso de los
archivos históricos y promovieron la educación indígena253. Caciques como Agustín
Saavedra, de Copavilque, viajaron a ciudades lejanas como Buenos Aires, sede del
Virreinato del Río de la Plata, mientras que Martín Vásquez viajó hasta Lima con el
mismo objetivo: buscar títulos de composición coloniales254. En muchos casos, estos
eran asesorados por abogados que acompañaban la causa india, y que combinaban
efectiva solidaridad junto con la intención de armas redes políticas y clientelares en el
campo, por ejemplo por parte del Partido Republicano255.

252
Cacique es un término en castellano para kuraka o mallku, y se los llamaba apoderados porque
actuaban como representantes de sus comunidades mediante poder notariado, y en algunos casos se
consideraban descendientes de sangre de los caciques coloniales, a los que la Corona había reconocido su
nobleza. Con una primera camada a fines del siglo XIX, a mediados de los años diez del siglo XX
emergió una nueva generación, capaz de conformar una amplia y fluida red nacional, donde algunos se
consideraban caciques y otros simplemente apoderados, y varios de ellos tenían residencia urbana. De
esta forma, estas autoridades originarias buscaron hacer frente a las iniciativas legales del Estado para
desconocer a las comunidades como entidades corporativas, y a sus dirigentes como verdaderas
autoridades “ancestrales”; pero en muchos casos estos caciques eran apoderados de excomunarios
transformados ya en colonos de hacienda (cfr. Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit,
pp. 77-110). La presentación de memoriales –una de las iniciativas de los caciques apoderados– era una
práctica común desde la época colonial. Las comunidades (o ayllus) convivían en tensión con las
haciendas, que funcionaban bajo el sistema del colonato, y cuya expansión presionaba sobre las tierras
ancestrales (cfr. Silvia Rivera Cusicanqui, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara
y quechwa de Bolivia, 1900-1980, La Paz, La mirada salvaje, [1984] 2010. Sobre la crisis del sistema
colonial de cacicazgo, y el pasaje del señorío étnico al sistema más contemporáneo de “democracia
comunal” y autoridades rotativas, cfr. Sinclair Thompson, Cuando solo reinasen los indios. La política
aymara en la era de la insurgencia, La Paz, Muela del diablo, 2007).
253
Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit, pp. 85-88. Allí pueden encontrarse datos
biográficos de estos líderes, dimensiones de su doble residencia urbano-rural, sus vínculos con
organizaciones obreras, como la FOL (anarquista), y sus posiciones diferenciadas con respecto a la
nación, el patriotismo, el progreso y la institucionalidad republicana. Una forma esquemática pero
ilustrativa de agrupar a estos caciques y/o apoderados separa a quienes se regían por las “leyes antiguas”
(coloniales) y las “leyes recientes” (republicanas) (ibidem, p. 87). Marka T’ula recae en el primer grupo,
en tanto que Nina Qhispi podría ser incluido en el segundo. Pero lo destacable, como señala Gotkowitz,
es que ambos hacían peticiones a todos los niveles de gobierno, publicaban artículos en la prensa
nacional, editaban sus propios boletines, se entrevistaban con funcionarios de gobierno y creaban
instituciones, por ejemplo educativas (idem).
254
Al regresar de Lima, en marzo de 1924, Vásquez convocó a una asamblea en la céntrica calle
Sagárnaga de La Paz, donde se reunieron unos cien delegados provenientes de La Paz, Sucre, Potosí y
Cochabamba para deliberar sobre los manuscritos recuperados (Rivera, “Pedimos la revisión de límites:
un episodio de incomunicación de castas en el movimiento de caciques-apoderados de los Andes
Bolivianos, 1919-1921”, en Segundo Moreno Y. y Franck Salomon (comps.), Reproducción y
transformación de las sociedades andinas, siglos XVI y XX, Quito, Abya-Yala, 1991, p. 606-607, citado
en Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit., p. 82).
255
Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit., p. 97.

90
Esta estrategia estaba vinculada, como muestra el libro ya citado de Laura
Gotkowitz, a un hábil uso de la ley por parte de los indígenas, en este caso de la norma
que en 1883 estableció la validez de esos documentos coloniales en las cortes estatales
bolivianas256. Pero como varias leyes habían quitado reconocimiento a la comunidad
como ente corporativo257, los indios apoderaron mediante notarios a esos caciques,
luego conocidos como los “caciques apoderados”. Para prevenir las temidas
confiscaciones, los títulos eran guardados en sitios alejados de las haciendas y pueblos
rurales, como Sucre o La Paz. Y ese uso de los archivos históricos en busca de
información en beneficio de las comunidades (que pervive hasta hoy) es una muestra
fascinante del uso de la historia en busca de sustento legal para sus derechos por parte
de las poblaciones indígenas bolivianas.
Al mismo tiempo, estos caciques luchaban contra todo tipo de abusos cometidos
por hacendados y autoridades locales que vivían de esquilmar a los indios, e incluso
lograron traducir sus denuncias –con la ayuda de abogados urbanos contratados por los
propios indígenas– a un lenguaje republicano y abolicionista que puso sobre el tapete el
hecho de que mientras la Constitución nacional prohibía la esclavitud, ellos eran
tratados como esclavos e incluso peor, dado que –a diferencia de los esclavistas– los
propietarios de tierras no habían invertido en ellos y podían reemplazar a sus colonos
gratuitamente258. Entre los abusos más corrientes estaban desde la expropiación de
ganados y los trabajos forzados hasta la violación de sus mujeres259.
Finalmente, los caciques comenzaron a ocuparse de la educación, que
financiaban mediante ramas –colectas obligatorias en las comunidades– que permitían
la autoconstrucción de escuelas y el pago a los maestros, pidiendo solamente al Estado
la provisión de docentes y la protección frente a los intentos patronales por impedir la

256
Mendieta, Entre la alianza y la confrontación…, ob. cit., p. 107; Gotkowitz, La revolución antes de la
Revolución…, ob. cit., pp. 77-108.
257
Mendieta, Entre la alianza y la confrontación…, ob. cit., pp. 95 y ss.
258
Hylton, “Tierra común…”, ob. cit., p. 152. Por ejemplo, uno de los indígenas afirmó tras la rebelión de
Chayanta que “todos los arriendos y catastros aumentan cada año también forzosamente y [el patrón] nos
cobra los yerbajes un precio que no vale y las obligaciones aumentan y con crueldad recoge también
corderos con un precio que no vale [en este caso menor al “justo]” (Ibidem, p. 153).
259
Este tema, el de los abusos contra las mujeres y la rebelión posterior, fue novelado por Alcides
Arguedas en Raza de Bronce, una de las primeras novelas indigenistas de América Latina, publicada en
1909. La temática de la rebelión violenta frente a los abusos gamonales aparece en numerosas obras de la
época, como el cuento “En las montañas”, de Ricardo Jaimes Freyre (Revista de Ciencias Sociales,
Tucumán, 1906) en el que recrea una rebelión en una hacienda, que acaba con la brutal tortura y muerte
del patrón y uno de sus amigos por parte de los indios cansados de su cinismo y sus abusos.

91
educación indigenal que percibían, a todas luces, como una amenaza260. Una carta
redactada para explicar a los padres de familia en las comunidades el sentido de los
alcaldes de escuela explicaba que “Cada indígena padre de familia debe pensar y
reflexionar […] que harto tiempo hemos vivido y vivimos todavía en la más oscura e
infame ignorancia. No tenemos noción de lo que es la vida, la patria y la sociedad;
somos verdaderos semi-animales. En esta situación lamentable, la República, en sus
cien años de vida no ha podido remediar la condición del indio desheredado”261.
De este modo, la rebelión de Chayanta combinó reclamos por la tierra, campañas
por la educación y demandas de autogobierno local, en pos de las cuales, de manera
novedosa, los caciques apoderados, una de cuyas figuras era Manuel Michel,
establecieron vínculos con intelectuales y obreros agrupados en el Partido Socialista
liderado por Marof y Chumacero262. Una de las manifestaciones de esas relaciones fue

260
El 23 de setiembre El País (p. 2) publicó, bajo el título “Piden justicia”, una carta del indio Manuel
Rivera dirigida “Al Señor Prefecto del Departamento de Chuquisaca”, donde los indígenas se quejan de
haber sido robados por el propio corregidor. La carta dice así:

Señor prefecto:
Pide justicia.

Manuel Rivera, indio originario del ayllu de Asanaque, cantón de San Lucas, provincia de Cinti, me
presento ante Ud. señor Prefecto con toda sumisión y respeto, en nombre de mis compañeros los
Caciques: Félix Villca, cacique del ayllo Quellaja, Manuel Colque, cacique del ayllo Yucasa, Melchor
Guallpa y Carmelo Caro, y en representación de todos los comunarios del cantón San Lucas como
Cacique mayor. Expongo: Que el año pasado en el mes de junio y julio hemos recolectado una rama, a
indicación del señor Corregidor Dn. Carlos Molina, poniendo cada indio originario la suma de veinte
centavos por cabeza, y se ha reunido la suma de setenta y cinco bolivianos que le hemos entregado en
dinero efectivo, en propia mano, al Sr. Molina.
Como somos siempre engañados y esquilmados en distintas formas, ya en trabajos forzados con el
nombre de faenas, haciendo casas nuevas, poniendo reparos, todo esto en propiedades de los
Corregidores, y otros trabajos que no expongo, porque tengo seguridad plena de que tiene que arreglarse
con la presente denuncia; de todo esto en justicia reclamamos.
Esa rama se reunió con objeto de COMPRAR textos para las ESCUELAS de indios que sustentamos con
nuestro propio peculio ¿y que seamos robados por el propio Sr. Excorregidor Molina? Es lo que nos
duele. Callar sería cooperar a los muchos fraudes que nos hacen. Ud., señor Prefecto, imponga, obligue, a
que se nos devuelva esa suma. No se ha comprado un solo libro, todo íntegramente, sin que nadie reclame
por nosotros se ha retenido. Ud. que siente por los indios que somos también sus súbditos ponemos en su
conocimiento esta queja justa para que conozca la desvergüenza del ex corregidor de San Lucas.
Pedimos Sr. Prefecto que nuestros hijos se eduquen, sepan leer para no ser ya tanto estropajo de los que
nos ultrajan como en el presente caso.
Esperamos su resolución en la puerta de su despacho, por ser de Justicia.
Sucre, Sbre. 9 de 1927
261
Hylton, “Tierra común…”, ob. cit., p. 167.
262
Rómulo Chumacero: Sucre (1882-1966). Vivió 40 años en Potosí, donde desarrolló actividades
sindícales y políticas. En 1913 contribuyó al nacimiento del núcleo marxista “Defensa Obrera”. Participó
en la fundación de El Socialista de Potosí. Fue presidente de la Federación Obrera de Sucre y uno de los
fundadores de la Escuela Ferrer de estudios sociales; presidente del II y III congresos nacionales obreros.
Apuntaló a Marof frente a otras tendencias marxistas, por considerarlo el “jefe del socialismo boliviano”.
En su testamento, escrito en 1936, dice: “A mi juicio, el Partido Socialista de Bolivia, debe ser un partido
de clase. No deben incluirse en este partido a los oportunistas ni traficantes del socialismo, porque
entonces las masas desconfiarían de este partido. Tampoco debe aceptarse componendas de ninguna

92
la participación de Michel –Cacique General de Sucre y Potosí– en el Tercer Congreso
Obrero, realizado en Oruro en abril de 1927.

La represión de la sublevación fue brutal, como quedó registrado en la


correspondencia del general de división González Flor. En un telegrama despachado el
21 de agosto, este informa y pregunta al Presidente Siles: “Comisión Teniente Portugal
en choque que tuvo con indios sublevados en Jaihuari hizo nueve bajas de estos,
incendió algunas casas y tomó cuatro burros, catorce bueyes, ochenta y un cabras y
ovejas. Consulto Ud. qué se hace con este ganado”263. En efecto, como informaba el
New York Times, el ejército estaba bien armado para “pacificar” la región. El Mayor
René Pareja indica que su comisión a Huañoma cuenta con un escuadrón de carabineros
con 59 carabinas y dos fusiles ametralladoras Madsen, y un escuadrón de ametralladoras
con 19 carabinas y dos ametralladoras pesadas Maxim264. En estas misivas, Manuel
Michel es sindicado como instigador de la sublevación “pues les remitía papeles a los
indios incitándolos a sublevarse”.
Pero junto a sus reportes “bélicos”, González Flor desarrolló sus propios análisis
acerca de las razones que llevaron a los indios a sublevarse y acabar –a veces con saña–
con la vida de varios hacendados. Las misivas dejan ver con una claridad meridiana las
razones de los indios y –en una de ellas, que citamos en su totalidad– el militar dice que
sus tropas encontraron ejemplares del periódico paceño Bandera Roja en las casas de
algunos sublevados, ¿pero alcanzaba eso para concluir que se trataba de una
insurrección comunista? Dejemos hablar al propio González Flor:

Ayer hablé detenidamente con indígenas presos tratando de investigar causas que
motivaron su alzamiento, fines que perseguían y deseos que tienen. Muéstranse
sumamente reservados y lejos confesar su participación en levantamiento decláranse
inocentes. Sin embargo unos pocos manifiestan que no han hecho otra cosa que
defender sus terrenos y objetos de propiedad contra maldad de patrones y autoridades
cantonales que los martirizan constantemente. En cuanto a origen de sublevación
dicen que al saber que en otros lugares se alzaban sus compañeros ellos también lo

naturaleza” (Guillermo Lora, Diccionario político, histórico, cultural, La Paz, Masas, 1985 [versión on
line consultada el 13/5/2011, disponible en
http://www.masas.nu/DICCIONARIO%20POL%C3%8CTICO.html]).
263
ABNB, Presidencia de la República, Correspondencia 1927, PR 012, fol. 12.
264
“Informe que presenta el Mayor René Pareja ante la consideración del General comandante de la
Primera División de la comisión del destacamento a Huañoma” (ABNB, Presidencia de la República,
Correspondencia 1927, PR 012, vol. 12).

93
hicieron, pero solo por vengarse de ultrajes de sus patrones265 y no por ninguna idea
especial. No obstante esta declaración se han encontrado en las casas de algunos
varios números del periódico Bandera Roja, de La Paz, y dicen que les pedían
contribución para mantener dicho periódico que les mandaban para que lo hagan leer
con los alfabetos y les expliquen su contenido. Como conclusión he sacado que el fin
principal de la sublevación era el comunismo, mas como mayoría indígenas no
comprenden estas ideas, ellos se plegaron al movimiento solo por vengarse de
terribles ultrajes que reciben de los curas, corregidores y patrones, autores verdaderos
de levantamiento266.

Luego de “pacificar” esta zona del sur boliviano a sangre y fuego, González Flor
realizó un extenso informe, en el que describe sus acciones, pero también el rechazo que
le provocó la actitud de las élites pueblerinas. Dice que “Fue necesario encastillarse
bastante para no sentir el influjo de tantos intereses creados”. Tras su primera reunión
con los vecinos de Colquechaca, donde González Flor llegó escoltado por una decena
de soldados, admitió que “Tantos y tan múltiples velos se me decorrieron que sentí
fastidio por la voracidad maldiciente de los habitantes de estos pueblos”. Pero esa
confesión, junto a la constatación de que “los actos de violencia [de los indios] han
estado en proporción a las vejaciones y opresiones de patrones, corregidores y curas”,
no le impidió, poco después, proceder a “dar órdenes telegráficas a los distintos
destacamentos para que obraran con prontitud y energía con los sublevados, debiendo
hacerse uso de las armas, capturar ganado y, si fuera preciso, incendiar sus casas […]
medida extrema, por cierto, pero de cuya eficacia no se duda”267. Sus contradicciones
eran, en alguna medida, las mismas que las del gobierno tibiamente reformista de Siles,
que buscó llevar adelante una renovación política sin enfrentarse a los intereses de la
“feudoburguesía” cuyo poder se sustentaba en la propiedad agraria.
González Flor señala que el movimiento era muy heterogéneo y los indios estaban
divididos entre sí, al igual que los corregidores, algunos de los cuales fueron promotores
de la sublevación y otros damnificados. En sus interrogatorios, el militar llegó a la
conclusión de que algunos caciques difundieron la versión de que los indios estaban
protegidos por el gobierno para recuperar sus tierras. Y, al mismo tiempo, denuncia que

265
Esta frase está subrayada con lápiz azul, presumiblemente por el propio Siles, a quien iba dirigido el
telegrama.
266
Telegrama 25/8/1927 (ABNB, Presidencia de la República, Correspondencia 1927, PR 012, vol. 12.)
267
Carta del Gral. Raimundo González Flor al Presidente de la República, Hernando Siles, 30/8/1927
(ABNB, Presidencia de la República, Correspondencia 1927, PR 012, vol. 12.)

94
las autoridades locales no obligan a los indígenas jóvenes a presentarse a hacer el
servicio militar porque “notan que se vuelven del cuartel altivos y rebeldes y no se
prestan a satisfacer sus exigencias” –actitud que representará un verdadero obstáculo en
la guerra del Chaco unos años después–. Finalmente, González Flor observa lo que ya
todos sabían y contra lo cual los gobiernos centrales poco y nada habían podido o
querido hacer desde que los liberales se propusieran “civilizar” el país:

que los abogados, fiscales, jueces, subprefectos, intendentes, corregidores y soldados


de policía llegan en algunos pueblos a constituir el más serio peligro, una vez que
forman una sociedad mutua para despojar al indio de sus derechos. Y por último que
los curas del pueblo solo se preocupan de una inicua explotación, sin sujeción a
arancel, viviendo de parásitos de los indios, hasta el punto de llegar a exigirles por
cualquier fiesta religiosa, que en su fe incomprendida estos la mandan celebrar con
demasiada frecuencia, una contribución que según datos que he podido recoger no
disminuye de una pierna de vaca, un cordero, medio cerdo, y seis gallinas, además del
estipendio por ellos fijado268.

Todo esto, en efecto, era sabido, pero no deja de ser ilustrativo leerlo de la
propia pluma de quien acababa de fusilar, encarcelar y quemar las casas de quienes se
habían rebelado para terminar con ese estado de cosas y buscar un futuro más humano.
El informe de González Flor se vuelve, así, un alegato sobre la situación de
abusos contra el indio, la cual, aprovechada por los agitadores, deviene fuente de
profundas inestabilidades en el país. El militar se quejaba, incluso, de las exageraciones
de los informes alarmistas de propietarios, subprefectos, y otros actores locales respecto
a la crueldad de los sublevados.
Esas “exageraciones” provenían en gran medida de la Liga de Defensa Social de
Sucre, constituida por los propietarios, que editaban el periódico La Defensa, donde
escribían que “es tan inmenso el pánico que ha dejado regado el movimiento indígena
que estamos seguros, no hemos de tener ni tranquilidad en nuestras relaciones
comerciales ni seguridad en la consecución del pan de mañana”269. En sus páginas, los
dueños de tierras buscaban escudriñar también las causas de la revuelta, que atribuían a
“la contaminación del avance aymará [sobre zonas quechuas], la explotación canallesca

268
Ibidem.
269
La Defensa, 2/9/1927 p.1. En este mismo ejemplar los hacendados denuncian que 45 propiedades
“quedaron arrasadas”.

95
de tinterillos [abogados] y zánganos al incauto indígena, y la instigación del
comunismo”. A diferencia de algunos intelectuales y gobernantes reformistas, estos
hacendados no creen que la educación del indio mejore las cosas, por el contrario, “la
civilización del indio [es decir, su educación], sin haber antes modificado sus
costumbres, hábitos y cambiado su idiosincrasia sería uno de los peligros más grandes
para el país”. Dado que constituyen el 80% de la población, se apoderaría en pocos años
“no solo de la tierra sino de todo” y los “civilizadores pasarían a mejor vida”270.
La civilización del indio debe ser, por el contario una acción lenta, acorde al
avance del país, “querer civilizarlo de un porrazo –advierte el órgano de los hacendados
con una sinceridad cruda– es criar cuervos para que nos saquen los ojos”. Por lo pronto,
hay que educarlo en religión y en tareas agrícolas. Incluso desaconsejan obligarlo a
hacer el servicio militar ya que, con ello, no sólo se alejan brazos de la tierra sino se
cambian completamente sus costumbres y se convierten en elementos peligrosos para la
estabilidad. Finalmente, son los patrones de hacienda quienes padecen cada día al indio
–“cuesta un triunfo poderlo soportar y comprender”–, y no los ideólogos de bufete que
proponen su “civilización”.
Cabe destacar que la rebelión de Chayanta se desarrolló en el marco de
expandidas redes urbano-rurales que incluyeron vínculos con el rector de la Universidad
de Chuquisaca para poner en pie las escuelas en el campo271 y con educadores obreros
como Víctor Vargas Vilaseca, factótum de la Escuela Ferrer, dedicada a la educación de
los trabajadores y bautizada en homenaje al pedagogo librepensador y anarquista
español Francisco Ferrer i Guàrdia, impulsor de la Escuela Moderna.
Pero también los indígenas sublevados encontraron un aliado clave en el periódico
El País, de Sucre, dirigido por José Prudencio Bustillo, que no sólo justificó a los
rebeldes sino que se embarcó en una virulenta polémica contra La Defensa, a la que
acusó de haber sido puesta en pie con el solo propósito de “predicar el castigo de una
raza infeliz que solo pide justicia ofreciendo su carne a la boca de las ametralladoras
como única prueba de sus derechos”272. En dos ediciones El País abrió su portada con el
sugestivo titular: “Lo que cuentan los indios” y en una tercera anuncia como título
principal “Reportaje a un indígena”, lo que introduce un periodismo de nuevo tipo que
le da directamente la voz a los subalternos, con nombre y apellido, introduciendo una

270
Ibidem, p. 2.
271
Hylton, “Tierra común...”, ob. cit., p. 96.
272
El País, 28/8/1927.

96
novedad en el campo periodístico –e intelectual– boliviano donde los mestizos solían
hablar por los indios (lo que en Ecuador denominan ventrilocuismo). La mayoría de los
testimonios corresponden a mujeres, ya que los hombres estaban presos o fugados y
contribuyen a desestabilizan (e incluso a invertir) el clivaje civilización/barbarie
construido por los “civilizados”. A modo de ejemplos:

Manuela Flores ha visto los cadáveres de León N. de Tinguipaya y N. Villacorta a los


que los soldados le cortaron las orejas; al último lo hizo enterrar Emiliana Rasguido.
A León lo enterraron después de cuatro días de muerto, cuando los perros y los
cuervos lo comían. Cuando las mujeres y los niños se oponían a que fueran quemadas
sus casas las baleaban. A su marido Liaco Ariaca lo trajeron preso porque no
encontraron a su hijo que dice que lo mataron en Macha, pero no asegura porque dice
que tiene que ir a averiguar a Colquechaca. Le robaron cuatro bueyes, ovejas,
gallinas. Issac Espada le robó un costal, anilinas, lana, herramientas, cueros [y] echó
por tierra los cereales. Que los soldados incendiaron el tambo de Karakara y las casas
de Mariano Quinteros, Dominga N., Jacinta N., y otras por orden de Armando
Delgadillo de Kollpa. Su marido está en la cárcel por cuenta de su hijo, a quien se le
atribuye ser Cacique pues reclamaba escuelas para su ayllu273 […]
Isabel Ballester dice que el corregidor de Antora Mariano Elebar (Aguilar) hubiera
soltado a otros indios presos porque le pagaron. Con pretexto de ‘auxilios’ ha
obligado a todos los indios a que le den ovejas, gallinas, papa, cereales, leña. […]
Que a su marido Mariano Yupari y a ella los han puesto en prisión durante ocho días
en la cárcel de Antora. Su marido es epiléptico274 […]
Manuela Flores agrega a su declaración que ya publicamos que durante su ausencia le
han robado dos burros y un chancho con crías. Que su hermano Mariano Flores ha
sido muerto en Tipakari y enterrado después de cuatro días durante los cuales perros y
buitres se lo comieron”.

Otro testimonio denuncia al propio Santelices, director de La Defensa, por


aprovecharse de los indios como abogado:

Cayetano Flores, originario de Toroca, ayllu Challcha, dice que tiene su terreno
colindante con la hacienda Pucamoko, de César Garvizu. Garvizu lo hizo notificar a
Flores, con el corregidor Felipe Rosas, diciendo que tenía que desocupar sus terrenos.

273
El País, 23/9/1927.
274
Idem.

97
En Sucre tomó al abogado Juan A. Santelices que desde hace seis años lo defiende
tanto en Colquechaca como en Sucre. El indio lleva gastados 75 Bs., está en posesión
de sus terrenos y se defiende… se defiende… se defiende… de nada. Pero ya es el
pretexto para que cuando muera, caigan sobre sus herederos y los depongan. Porque
iniciar pleito con notificación de un corregidor que el mismo espoliador lo hace
nombrar; que el indio siga en posesión de su terreno; que dure seis años el pleito; que
sus papeles estén correctos y que el pleito no se acabe nunca… es otro de los sistemas
de explotación de la clase indígena275.

Si la barbarie es parte constitutiva de la civilización, el periódico de Prudencio


Bustillo realizó todos sus esfuerzos para ponerlo de relieve, con el inestimable apoyo
del escritor Jaime Mendoza276. Al mismo tiempo, los testimonios echaban luces sobre la
sublevación, como ocurre con algunas menciones muy breves sobre el rol de los
“llameros” en los acontecimientos de Chayanta.
La edición del 23 de septiembre, cuando los ecos de la rebelión continuaban vivos,
comienza con el artículo de portada “Lo que cuentan los indios. Los innumerables
abusos de que son víctimas. Algunas de sus muchas quejas”, donde se señala desafiante
que

Los patrones, al leer estas líneas, han de tratar de vengarse de los indios, cuyos
nombres anotamos. I es necesario que esos patrones sepan que los indios no son
bestias, ni esclavos. Tienen derecho a defenderse. I si recurren a venganzas, sepan
también que la opinión de el país está formada en el sentido de que ellos son los
causantes de la sublevación, por el estado miserable en los que los tienen y que los
hemos de defender. Es necesario que sepan que el indio puede aprender a defenderse
personalmente y entonces la vida de un indio puede valer la de un patrón277.

De este modo, a diferencia de otros periódicos que condenaban los abusos pero
justificaban la represión de los violentos, El País defendía incluso el derecho a la

275
Ibidem, p. 4.
276
Sucre (1874-1939). Médico (graduado con una tesis sobre la tuberculosis en Sucre), profesor
universitario, poeta, novelista social y ensayista dedicado a temas históricos y espacio-territoriales. Formó
parte del Partido Socialista de 1914. Secretario General del Primer Congreso Médico y, consagrado como
“Maestro de la Juventud”, fue el primer rector autonomista de la Universidad San Francisco Xavier.
Senador de 1931 a 1935. Se dice que Rubén Darío lo llamó “el Gorky americano”. Su tesis central era
que el “macizo andino” era el núcleo de la unidad nacional boliviana (Lora, Diccionario político…, ob.
cit.).
277
El País, 23/9/1927, p. 1.

98
rebelión desde la propia ciudad de Sucre, para escándalo de parte de la sociedad de la
capital formal de la República, que se ufanaba de sus orígenes aristocratizantes. Por eso,
La Defensa, en un larguísimo artículo, también en portada, protestaba ante el hecho de
que El País lo hubiera tildado de periódico conservador, y con la firma de su director,
Juan A. Santelices, le advierte a Prudencio Bustillo que “no es bueno regirse por el lloro
de los indígenas”. Pese a estos lloros, recordaba, la indiada ha sido artífice de salvajes
violaciones, asesinatos e incluso actos de canibalismo: a algunos patrones “no les
dejaron ni los huesos, porque se los comieron”278.
Cabe destacar que es precisamente este “duelo” entre los dos periódicos lo que
evidencia que la rebelión de Chayanta no sólo puso de relieve el tradicional clivaje
poscolonial entre blanco/mestizos e indios, sino que las reacciones de parte de los
intelectuales urbanos progresistas dejaban en evidencia la pérdida de legitimidad de la
República oligárquica-liberal y la emergencia de corrientes renovadoras que
propiciaban un nuevo orden.
Jaime Mendoza escribe en el mismo diario una emotiva defensa de los indios
sublevados; tan emotiva que, según cuenta, su propia madre “murió trágicamente a
manos de ellos” en otra de las cruentas sublevaciones que acecharon al país. “Declaro,
pues, que hoy igual que antes, al ponerme, en cuanto escritor, del lado de los indios, lo
hago como ciudadano de esta Nación, como boliviano”. Y prosigue:

Aun los que llevamos en las venas “sangre de claros españoles”, como dijo,
refiriéndose a mi, el escritor Luis Toro Ramallo, no podemos considerarnos del todo
exentos de los atributos que caracterizan al indio. Esos atributos –o por lo menos los
más hondos y radicales– los adquirió el indio en su medio; y como ese mismo medio
está operando en todos los demás elementos étnicos bolivianos, he aquí otro nexo que
nos ata al indio con lazos que aunque no queramos ver, teníamos fatalmente que
soportar por eso no solo los mestizos sino los blancos, son de algún modo, “indios
blancos”. En ese sentido, no es incorrecto llamar a Bolivia “un país de indios”
porque, en efecto, en este país “todos somos indios”. Todos, incluso los que solemos
entretenernos recordando títulos nobiliarios de ascendientes de pura cepa española.
Es el medio, el “macizo boliviano”, el que talló a todos los bolivianos, indios, blancos
y mestizos… el medio opera en todas partes como un constructor, un maestro, un
artista. Nadie escapa a su acción. Eso es también un imperativo categórico279.

278
La Defensa, 26/9/1927, p. 1.
279
El País, 23/9/1927.

99
El 30 de septiembre, José Prudencio Bustillo envió una carta al Presidente de la
Cámara de Diputados a través del diputado Soruco Ipiña, donde explica su versión de
“las verdaderas causa de la sublevación”, “sofocada de una forma que ha tomado los
caracteres de una hecatombe”. En el texto, el periodista argumenta que “es mejor que
reviente tanta podredumbre, para curarla, antes de seguir manteniendo a 700.000 indios
que habitan nuestra patria en el miserable estado de esclavitud en el que ahora se
encuentran”. Y agrega que “no ha sido la propaganda comunista la que provocó la
sublevación” ya que “la mentalidad del indio es incapaz de comprender las finalidades
del soviet”. Por el contrario, “la causa del levantamiento –como muy bien ha
comprendido el Exmo. Sr. Presidente de la república al ordenar el enjuiciamiento de tres
terratenientes– está en la explotación inicua que de esta raza hacen el corregidor, el cura
y el ‘mozo’” 280.
Respuesta de Soruco Ipiña: “Presidente Cámara no creyó conducente lectura
memorial”.
Prudencio Bustillo tuvo, empero, la última palabra desde su periódico: “Los
diputados están buenos para pasar el tiempo bostezando y fumando, para cobrar sus
sueldos y hacer chanchullos. Los problemas vitales de la patria los dejan para que los
resuelvan… los que colonicen Bolivia”.

Si Prudencio Bustillo agitaba las aguas del statu quo oligárquico-liberal desde la
“culta Charcas”, el estudiante Roberto Hinojosa lanzaba incisivas denuncias desde el
diario Crítica de Buenos Aires, que llegaban como dardos venenosos hasta el Altiplano,
donde cosechaba diversas expresiones de repudio de parte de la sociedad
conservadora281. Pero provocar fue lo que, durante toda su vida, inspiró los libros,
libelos y artículos de este joven cuya vida fue tan agitada como la de Bolivia y América
Latina por esos años. Nacido en Cochabamba, Hinojosa perteneció a la generación de la
reforma universitaria y fue dirigente estudiantil en su ciudad natal a comienzos de los
años veinte además de un efusivo antisaavedrista, por lo que conoció un temprano exilio
en Buenos Aires y Montevideo, donde se vinculó al ambiente universitario de

280
El País, 19/10/1927, p. 2
281
El vínculo entre Hinojosa y el diario de Natalio Botana era estrecho, de hecho, el boliviano fue
expulsado de la Asociación de amigos de Rusia a fines de la década del veinte acusado de no haber
apoyado una huelga de periodistas de Crítica (“Expulsión de R. Hinojosa” y “Traición de Roberto
Hinojosa”, Revista de Oriente Nº 9/10, septiembre de 1926). (Agradezco a Natalia Bustelo por esta
información).

100
izquierda282. A mediados de los años veinte comenzó a escribir en el diario Crítica,
donde era considerado “comunista”283. En Bolivia comenzó a ser más conocido cuando,
en 1926, regresó con una delegación de intelectuales argentinos, uruguayos y
brasileños, tras lo cual Siles, en su plan de atraer a los jóvenes brillantes, le ofreció un
cargo diplomático en Río de Janeiro284. Mientras continuaba sus colaboraciones con
Crítica, comenzó a escribir en Folha académica, portavoz del reformismo universitario
brasileño. No obstante, sus encendidas posiciones contra la injerencia imperialista en
Nicaragua y en favor del México revolucionario acabaron en un incidente diplomático,
luego de que la embajada de Estados Unidos presentara una protesta por la conducta
poco diplomática del joven boliviano. Frente a los pedidos de Siles para que presentara
su renuncia en La Paz, Hinojosa desobedeció y rompió pública y ostentosamente con el
Presidente285. En 1927 retornó nuevamente al país, donde se vinculó con Marof con
quien fundó el Partido Socialista Maximalista, que atrajo la atención de la dirigencia en
Moscú, la cual –según pudo constatar Schelchkov en los archivos de la Internacional
Comunista– pidió información sobre el grupo a su secretariado Sudamericano286. Pese a
ser un partido pequeño, su actividad –sumada a las personalidades resonantes de ambos
intelectuales– provocó la reacción represiva del gobierno de Siles y en febrero de 1927
Marof fue arrestado y luego desterrado, lo que provocó una enérgica reacción de
Correspondencia Sudamericana, el órgano de la IC en América Latina287. Sin embargo,
los métodos y el estilo de Hinojosa no tardarán de alejarlo del comunismo prosoviético
y acercarlo a un nacionalismo de izquierda que lo llevará a tratar de articular un
marxismo sui géneris con posiciones indigenistas, encontrando en la revolución
mexicana, como veremos más tarde, su fuente de inspiración. Por lo pronto, continuó
con su trabajo en Crítica, donde combinó anticlericalismo y antimilitarismo,
especialmente en relación a la cada vez más tensa situación en el Chaco boliviano. Y al
mismo tiempo, se vinculó al régimen de Plutarco Elías Calles, para más tarde volverse
un propagandista a sueldo –pero no sin convicción– de Lázaro Cárdenas. Como ha
mostrado Schelchkov en base a archivos de la Cancillería mexicana, esas relaciones
fueron siempre complejas y generaron situaciones incómodas para la embajada

282
Valentín Avecia López, 7 políticos bolivianos…, ob. cit., p. 98.
283
Mario Chabez, La revolución francesa de Bolivia, Arequipa, editorial Portugal, 1946, citado en
Abecia, idem.
284
Schelchkov, “Roberto Hinojosa…”, ob. cit., p. 3.
285
Idem.
286
Ibidem, pp. 3-4.
287
Ibidem, p. 4.

101
mexicana en Buenos Aires, dada la radicalidad con escaso tacto que a menudo mostraba
el escandaloso Hinojosa288.
Entre las colaboraciones que generaron más “ruido” en Bolivia estuvieron,
precisamente, las referidas a la rebelión de Chayanta desde Crítica. El diario de Natalio
Botana le dio amplio espacio al joven boliviano que se caracterizaba por agitar las aguas
allí por donde pasaba. Un buen ejemplo fue el viaje del boliviano a Asunción, a
comienzos de agosto de 1927, con la finalidad de promover el pacifismo entre ambos
países cuando los tambores de guerra por los diferendos territoriales en el Chaco
comenzaban a sonar de manera perturbadora para quienes defendían el ideal de la
unidad latinoamericana. Su paso por la capital paraguaya derivó en serios incidentes
entre estudiantes, obreros y policías.
La historia comenzó con la prohibición del rector de la Universidad de
Asunción, Eusebio Ayala, de que la federación estudiantil recibiera a Hinojosa en el
salón de actos de la casa de estudios, decisión que se estrelló contra la intransigencia de
estudiantes y obreros radicales que decidieron que recibirían al “hermano boliviano”
“cueste lo que cueste”. Así, miembros de la Confederación Regional Obrera, de la Liga
Marítima y del movimiento estudiantil se dirigieron a tomar por la fuerza la
universidad, y finalmente Hinojosa, como él mismo le dijo a Crítica, pudo hablar “en
presencia de una autoridad revolucionaria”: el joven comunista Oscar Creydt, entre
gritos de “¡Abajo la guerra! y ¡Viva Bolivia!”289. Evidenciando ya una causa que
marcaría su devenir político, Hinojosa difundió un mensaje de solidaridad con México,
país hermano “que lucha contra el imperialismo yanqui y el imperialismo de la sotana”.
No contentos con lo conseguido, los estudiantes declararon “cadáver” a quien
sería justamente el presidente durante la Guerra del Chaco (1932-1935), y organizaron
un funeral carnavalesco, entre cirios y banderas rojas. Mientras esto ocurría, Marof era
acusado de “complot comunista” y detenido en La Paz, de lo que Hinojosa se enteró
mediante un telegrama.
Tras su regreso a Buenos Aires, Hinojosa se involucró desde las páginas del
periódico porteño en la denuncia de la represión de los indios de Chayanta. Crítica le
dedicó varios artículos al tema, probablemente en base a información suministrada por
el propio Hinojosa, y en todos ellos rechazan que se trate de una rebelión comunista;
por el contrario, se trata de una lucha de los indígenas contra la esclavitud a la que

288
Ibidem, pp. 4 y ss.
289
Crítica, 2/8/1927, p. 2.

102
fueron sometidos por hacendados, curas y corregidores. Así, publica Crítica el 12 de
agosto, en medio de una activa campaña a favor de un indulto a Sacco y Vanzetti que
nunca llegó, en medio de una inédita solidaridad mundial:

Un historiador que dentro de un siglo tenga la paciencia o la oportunidad de revisar la


historia de los movimientos revolucionarios de nuestra época se encontrará con este
asombroso comodín: que las insurrecciones motivadas por la injusticia de clase son
designadas por los gobiernos capitalistas con el nombre de “movimientos
comunistas”. En Bolivia no existe comunismo, en Bolivia lo que existe es
esclavitud290.

Crítica denunciaba que a la muerte de cien indios y un soldado “las autoridades


bolivianas llaman un choque sangriento”, cuando lo más probable, señalaban, es que se
tratase de “una carga del Ejército contra un puñado de hombres sin armas, que luchan
por la libertad individual”291. Pero lo que más escándalo causó fue una entrevista,
reproducida como artículo, en la que Hinojosa se refirió en primera persona a la
rebelión de Chayanta y a la situación de los indios. Para el joven universitario, los
aymaras son “una raza de hierro forjada en los martillazos del dolor, que alguna vez
supo construir una suntuosa ciudadela como Tihuanacu, hoy en escombros y pisoteada
por la plebe republicana, ignorante e insensata”292. Denunciaba con nombre y apellido a
los magnates y terratenientes Patiño, Escalier, Aramayo y otros, “asociados a los
politiqueros” como Saavedra y Siles para explotar al indio. Mientras los curas
“esquilman al indio al pie del crucifijo”, los corregidores “lo atormentan con el terror de
la ley”293. Pero lo que generó diversas reacciones condenatorias hacia el “estudiante
Hinojosa” –como era llamado por la prensa boliviana–, fue su polémica (y no
comprobada) afirmación de que los oficiales del Ejército del país andino “ejercitaban su
puntería asesinando indios indefensos amarrados en los postes de los cuarteles”.
Uno de quienes respondió, en una indignada carta al periódico, fue el político
republicano genuino José María Escalier (mencionado por Hinojosa entre los
explotadores de indios). Para Escalier, que residía largas temporadas en Buenos Aires,
tal acusación era una calumnia en sí misma, pero resultaba más grave aún al ser

290
Crítica, 12/8/1927, p. 6.
291
Ibidem.
292
“El indio no es bestia”, Crítica, 12/8/1927, p. 6.
293
Idem.

103
pronunciada por un boliviano en el extranjero. Escalier afirma que “los militares de
Bolivia son hombres de honor y aman su cartera y su país para manchar una y otra con
una conducta tan salvaje e inhumana como la que les atribuye el señor Hinojosa. Sólo
un cerebro enfermo puede concebir semejante enormidad. En Bolivia debe conocerse
esa publicación insertada en un diario de tan amplia difusión como Crítica, para que su
autor reciba la protesta de su país, repudiando semejante acto”294.
No obstante, aunque Crítica publica la misiva del político boliviano, lo hace
para desmentirlo y avalar a Hinojosa, lo cual queda claro desde el título: “Roberto
Hinojosa, sobre la sublevación de indios en Bolivia, ha dicho la verdad”. El artículo
resalta que Hinojosa “es un hombre de honor y de conciencia altiva, puesta al servicio
de altos ideales de democracia y de libertad” y que “su actuación en los movimientos
idealistas de la juventud universitaria americana se ha destacado con relieves propios
personalísimos”, mientras que el señor Escalier “con patriotismo que le honra, quisiera
que una vergüenza nacional no rebasara los límites de su frontera”. Pero no debe
olvidarse –remata el artículo sin firma– que existe “un patriotismo superior y es,
precisamente, el de denunciar los abusos, crímenes y atropellos que se consuman contra
los indios, la triste raza autóctona que sufre el castigo milenario del alcohol, la sífilis y
la prepotencia esclavizadora del blanco”295.

En este contexto de revolución de las ideas que venimos describiendo, lo que


verdaderamente alertó a las autoridades sobre el “peligro comunista” en el campo
fueron las reuniones entre los caciques con Marof, Chumacero y otros dirigentes
socialistas que el propio Michel reconoció en una carta al presidente Siles, donde llama
“compañeros” a los socialistas. Luego de su arresto, el 3 de agosto, el Cacique General
de Chuquisaca y Potosí señala que “se imputa a nuestros Navarro [Marof], Chumacero,
Murillo y otros de estar instándonos a sublevarnos, siendo así que ellos no han hecho
otra cosa que ayudarnos en nuestros reclamos por las injusticias múltiples de las que
somos víctimas”, y se pregunta: “¿será que ellos, al procurar nuestra alfabetización, al
hacer reclamos ante los terratenientes, al proyectar una Liga de Defensa pro Indio, han
obrado mal?”. Michel finaliza señalando que “la ignorancia en la que nos mantienen es

294
Crítica, 18/8/1927, p. 5.
295
Ibidem.

104
el origen de nuestra esclavitud y los que tratan de sacarnos de ella son justicieros, son
humanos” 296.
Cabe destacar que Michel participó del Tercer Congreso Nacional de
Trabajadores de Oruro, reunido en abril de 1927, en el que se desarrolló una intensa
lucha entre marxistas y anarquistas. Según Lora, concurrieron a las deliberaciones unos
150 delegados, entre ellos veinte campesinos297. Pero antes de eso el dirigente indígena
se había reunido “tres o cuatro veces” en la casa de Chumacero, en Sucre. Finalmente
viajó a Oruro en tren junto a Agustín Morales, su Comisionado de Instrucción. El acto
comenzó con la entonación de La Internacional y el profesor Víctor Vargas Vila leyó un
mensaje de Marof, que había huido de Bolivia después de haber sido detenido acusado
de “complot comunista” (señalado, junto a otros intelectuales y activistas, como agente
soviético), donde remarcaba la índole izquierdista del congreso y cifraba las esperanzas
del proletariado en la revolución social. Participaron también delegaciones de
estudiantes universitarios en un clima de radicalización de una parte del estudiantado
que, como veremos, irá en busca de una alianza con los sectores proletarios. Presidido
por Chumacero, el Congreso se refirió a los problemas indígenas reclamando que, tal
como establece la Constitución, se declare extinguida la esclavitud, término con el cual
se señalaba el pongueaje (trabajo doméstico gratuito en las casas de los hacendados)298
y la propia situación opresiva del sistema hacendal, plagado de múltiples tipos de
exacciones e iniquidades. Aunque se planteó que “la liberación del indio será obra de él
mismo” y se reclamó la expropiación de tierras en favor de familias y comunidades
rurales no se llegó a proponer una reforma agraria integral y un programa efectivo para
la liberación del indio299.
Michel afirmó luego de ser detenido que aunque no entendió la mayor parte de
lo que allí se discutió, participó igualmente del Congreso e incluso hizo uso de la
palabra para manifestar “que somos víctimas de abusos y que las autoridades no nos
amparan ni nos protegen”. Incluso, según declaró, recibió un certificado de asistencia a
ese cónclave proletario.
Esta experiencia resume, en efecto, uno de los momentos en los que se buscó
desplegar una versión del marxismo capaz de dar cuenta de las particularidades de un

296
Hylton, “Tierra común…”, ob. cit., p. 171.
297
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., p. 21.
298
Sobre el tema, cfr. José Salmón B., “El indio escribirá mañana la historia de Bolivia”, La Paz,
Imprenta Atenea, 1931.
299
Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-1933, ob. cit., pp. 24-25.

105
“país de indios”; y fue Marof uno de los más entusiastas y consistentes artífices de ese
experimento tal como quedó plasmado en La justicia del inca, publicada en Bélgica en
1926. Allí planteó la que sería la consigna insignia de la revolución boliviana para los
siguientes años: “tierras al indio, minas al Estado”, uno de los más tempranos esfuerzos
por plantear, en Bolivia, la cuestión del indio como la cuestión de la tierra que poco
después Mariátegui desarrollaría en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana.
El recorrido teórico –y la propia figura de Marof– siguen siendo bastante
enigmáticos y su personalidad dio lugar a grandes controversias. Nacido en Sucre en
1898, con sólo 22 años parte a Europa con una misión diplomática en la ciudad de El
Havre tras el golpe de Saavedra y esa será su oportunidad –ampliamente aprovechada–
para vincularse con figuras destacadas del marxismo europeo, notablemente Henry
Barbusse. Será allí donde cambia su nombre por el pseudónimo, Tristán Marof, que lo
acompañará el resto de su vida. En la Francia de anteguerras asistía a las conferencias
de L’Humanité –a la que solían ir figuras como George Pioc y Charles Rapoport– y en
las tertulias del barrio latino podía mezclarse con César Vallejo, Miguel Ángel Asturias,
o Víctor Raúl Haya de la Torre300. Es claro que el joven cónsul, atraído por la bohemia
y las ideas radicales, utilizó su cargo para construir una densa red de relaciones, en la
que su formación no despreciable, su juventud y su procedencia de la lejana Bolivia,
todo ello sumado a un pseudónimo búlgaro, posiblemente resultaran una buena carta de
presentación en ese mundo de los “locos años veinte”. De allí sus traslados, primero a
Glasgow y más tarde a Génova, debido a la incomodidad que generaban en los
ambientes diplomáticos sus pasionales tomas de posición301. De esta época son sus
libros El ingenuo continente americano (1922), prologado por el propio Barbusse, que
generó una fuerte crítica de la cancillería de Chile por sus posiciones críticas hacia el
país trasandino y dos textos más: el satírico Suetonio pimienta, memorias de un
diplomático de la República de Zanahoria (1924) y La justicia del inca (1926) editado
en Bruselas302. Pese a que Marof logró influir en la situación interna boliviana, lo hizo
casi siempre desde sus múltiples exilios, que lo transformaron en un intelectual nómada.

300
Hernán Topasso, Tristán Marof…, ob. cit., p. 7.
301
Idem.
302
La ausencia de ejemplares en La Paz es un indicador de que posiblemente no hayan llegado muchos
volúmenes a Bolivia, y de que su contenido circuló mediante citas, reproducciones de multicopiado, etc.

106
Lo expuesto hasta aquí nos muestra la existencia de significativas redes urbano-
rurales de izquierda y la voluntad de varios intelectuales y obreros radicales de entablar
alianzas interétnicas, un dato a menudo poco resaltado en la historización del socialismo
boliviano. Empero, no debería exagerarse el vínculo ideológico entre los líderes
indígenas y las izquierdas. No cabe duda que los comunarios también tenían múltiples
redes con los republicanos saavedristas; y no hay razón para suponer que las alianzas
con Marof y los socialistas no repetían el tipo de vínculos instrumentales con los que los
indígenas buscaban aliados estratégicos para recuperar las tierras, reponer formas de
autogobierno perdidas y garantizar la construcción de escuelas303. Como hemos visto,
Saavedra tuvo una posición muy compleja sobre el asunto indígena, que lo llevó a
actuar como defensor y represor, alternativamente y de acuerdo a la posición que ocupó
en cada momento, combinando la denuncia de las comunidades como “reaccionarias”
con la estructuración de redes rurales entre el Partido Republicano y apoderados
indígenas, en parte para contrarrestar el poder de sus enemigos políticos (en ese sentido,
Saavedra actuó como un verdadero populista, que intentó utilizar a sectores populares,
convenientemente controlados, y levantar un discurso tibiamente antioligárquico, contra
sectores de las viejas élites liberales). Por ejemplo, Gotkowitz, citando a Rivera,
recuerda que entre 1916 y 1917 Saavedra, junto a su hermano Abdón y su cuñado Max
Bustillos, ofreció asistencia legal a Marka T’ula y otros caciques para enfrentar
acusaciones sobre actos criminales que pesaban sobre ellos, y también para la
inscripción de sus tierras304. Ya presidente, promovió una ley contra la venta
fraudulenta de tierras comunales que resultó relativamente efectiva para frenar la
expoliación mediante las revisitas o, al menos, para dotar de instrumentos legales a los
apoderados305. Por todo esto –y el apoyo indígena a la revolución republicana de 1920–
muchos consideraban al saavedrismo el “partido de los caciques” en las regiones
rurales, especialmente las dominadas por hacendados liberales306. Pero no se trataba
solamente de enfrentamientos partidarios: las tensiones entre el Estado central y los
grupos dominantes regionales explica muchas de las críticas de escritores y políticos de

303
En este sentido, matizamos la afirmación de Hylton, de que las redes analizadas constituyeron una vía
alternativa, aunque truncada, al nacionalismo revolucionario estatalista que emergió en los años treinta y
más aún en los cuarenta. Es verdad que el marxismo indigenista de Marof abría otros caminos, pero fue
muy minoritario e inestable como proyecto, en gran medida –es cierto– por el hecho que Marof pasó
escaso tiempo en Bolivia y vivió la mayor parte de sus años de marxista en un nomadismo permanente.
304
Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit., p. 97.
305
José Flores Moncayo, Legislación boliviana del indio, La Paz, Instituto Indigenista Bolivia, 1953, pp.
328-329.
306
Gotkowitz, La revolución antes de la Revolución…, ob. cit., p. 99.

107
la élite a las prácticas abusivas de los hacendados y vecinos de pueblo que, a la postre,
conspiraban contra la construcción de un Estado moderno y una nación integrada. Como
hemos visto, la resistencia hacendal contra la educación y el servicio militar de los
indígenas (clave en el disciplinamiento civilizatorio del cuerpo y alma de los indios)
ponía palos en la rueda sobre los ejes de la modernización liberal continuada por el
liberalismo disidente más “cholificado” (saavedrismo y silismo) hasta comienzo de los
años treinta.

Bajo el signo de México y Moscú: la primera convención nacional de estudiantes


universitarios

Un núcleo específico de la juventud boliviana estaba constituido por la dirigencia


universitaria cochabambina liderada por José Antonio Arze, una minoría activa de
izquierda que, crecientemente distanciada de las orientaciones tradicionales, en 1928
impulsó el primer congreso estudiantil destinado a constituir la Federación Universitaria
Boliviana a escala nacional y a impulsar la reforma universitaria307. En 1923, con sólo
19 años, Arze viajó a Argentina, Uruguay y Chile encomendado por el Concejo
Municipal de Cochabamba para estudiar el funcionamiento de los institutos de
formación profesional para obreros. Así, en Argentina pudo tomar contacto con el clima
de la reforma universitaria del 18 y aumentar su prestigio entre sus compañeros de
universidad308.
Los años veinte fueron una década cargada experimentaciones estéticas e
ideológicas y apuestas radicales en diferentes terrenos y disciplinas309. Y pese a su
relativo aislamiento, Bolivia iba recibiendo la influencia de los vientos de cambio que
soplaban en las naciones vecinas. En 1919 había visitado La Paz el líder socialista
argentino Alfredo Palacios, quien fue “recibido por los centros universitarios y por las
organizaciones obreras con fervoroso entusiasmo”310. El Diario advierte en la portada

307
Rodríguez Ostria, “Orígenes del movimiento universitario cochabambino…”, ob. cit., pp. 69 y ss.
308
“Memorándum de viaje. Crónicas sobre Chile, Argentina y Paraguay”, revista Arte y Trabajo, julio y
agosto de 1923 respectivamente.
309
Para un panorama de la década a escala regional, cfr. Funes, Salvar la Nación…, op. cit.
310
Lora, Historia del movimiento obrero…1900-1923, ob. cit., p. 145. En “La semana obrera” del diario
orureño La Patria, del 15/6/1919, se lee: “Su paso por las ciudades de Bolivia no sólo unificó el
sentimiento nacional… sino que tuvo la virtud de despertar las energías dormidas de las clases
trabajadoras. No otra cosa significa el caluroso empeño con que los obreros de esta ciudad saludaron al
apóstol de las huestes proletarias de América. Ello demuestra que se aproxima la hora de procurar la
organización obrera en Bolivia” (citado en ibidem, pp. 145-146). Lora agrega que ante los ataques de los
elementos clericales, los obreros formaron guardias defensivas en las estaciones ferroviarias.

108
del 11 de junio de 1919 que Palacios debe ser recibido con “muestras de simpatía” y
debe brindársele “hospedaje generoso”, pero aclaraba que una cosa es el Palacios figura
intelectual de prestigio que hace el honor de visitar el país y otra el Palacios político
socialista cuya presencia corre el riesgo de mover las ya enturbiadas aguas de la
cuestión social. Por eso la advertencia:

las clases obreras de Bolivia no desean, bajo ningún concepto, que el señor Palacios
venga a aconsejarles normas de conducta internacional o interna […] ¿El propósito
del señor Palacios es agitar a las masas de forma inconducente y perjudicial? Y esto
decimos porque en Lima han ocurrido disturbios tan graves que se ha tenido que
fusilar en masa al pueblo que se había levantado proclamando ideas efectistas [sic],
para alterar el orden público… el señor Palacios no puede ni debe pretender hacer lo
que hizo en Perú311.

Seis años después de esta visita, ya en medio de los festejos de la primera


centuria nacional, llegó a Bolivia el líder aprista exiliado en Argentina Manuel Seoane,
con la finalidad de “ir a alentar a esa muchachada de Bolivia que en pleno centenario
era diezmada a sablazos”312. “Llevaba la voz de los estudiantes del Perú, de la
Federación Universitaria de La Plata y de los distintos centros estudiantiles de la
Argentina” y, desde una posición que prefería el dinamismo a la erudición, Seoane
sostiene que “el academicismo es un lento suicidio del carácter”313. En efecto, apunta
que una de las razones del viaje era desarrollar una experiencia vital frente al
aburrimiento que sentía en Buenos Aires, debido al viciado ambiente académico.
El libro fue prologado por el “maestro de la juventud” Alfredo Palacios, quien
elogió la obra por su “cautivante vehemencia razonada”. Allí Palacios cita Creación de
la pedagogía nacional de Franz Tamayo y al profesor belga George Rouma quien llegó

311
Editorial, El Diario, 11/6/1919, p.1.
312
Seoane, Con el ojo izquierdo…, ob. cit., p. 15. Para un análisis contextualizado de la obra, cfr. Martín
Bergel, “Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia, de Manuel Seoane. Estudio preliminar”, en Alexandra
Pita González y Carlos Marichal Salinas (coord.), Pensar el antiimperialismo. Ensayos de historia
intelectual latinoamericana (1900-1930), México, El Colegio de México/Universidad de Colima, 2012,
pp. 283-315.
De familia de prosapia, Seoane (Lima 1900) fue presidente de la Federación de Estudiantes del Perú
(1923-1924), fue el líder de la célula aprista de Buenos Aires y se transformó en la segunda figura en
importancia detrás de Haya en el APRA. Se exilió en Argentina (1924-1936, con interrupciones en las
que vuelve a Lima), y luego en Chile (1936-1945 y 1948-1956 aproximadamente). En Argentina, fue
periodista del diario Crítica y director de Renovación, órgano de la Unión Latinoamericana. Fundó y
dirigió el diario aprista La Tribuna en 1931. Es autor de varios libros, entre otros: La Garra Yanqui
(1930), Nuestros Fines (1931), y Las seis dimensiones de la revolución mundial (1960).
313
Ibidem, p. 17.

109
a La Paz, contratado por los liberales, para fundar la primera escuela normal314. Cabe
destacar que, además, Palacios aceptaba ciertos postulados indigenistas al señalar que
“los habitantes del Tahuantinsuyo tenían un espíritu de solidaridad extraordinaria y
realizaron instituciones admirables. Admitieron la propiedad colectiva de la tierra y
socializaron el trabajo y la riqueza”. Por eso el político socialista sostiene que “para la
transformación social que Ud. auspicia, esas comunidades tienen verdadera importancia
y no deben ser descuidadas en el plan[o] económico” 315.
Con el ojo izquierdo… es un vivo retrato de la Bolivia del Centenario: el aprista
peruano participó en las celebraciones oficiales (de las que dejó un colorido testimonio)
y, al mismo tiempo, y principalmente, se relacionó con estudiantes y obreros radicales.
Especialmente con integrantes del grupo rebautizado “Platonia”, anteriormente llamado
“Claridad”, que congregaba a Abraham Valdez, Oscar A. Cerruto, Félix Eguino, Moisés
Álvarez y Rafael Reyeros, con quienes nos encontraremos más adelante. “Lo que
distingue a la Federación de estudiantes –escribió Seoane captando el nuevo espíritu de
época– es su sensibilidad hacia la cuestión social y la voluntad de propiciar una
refundación de la patria en base a las fuerzas vivas de la nación: intelectuales y
obreros”316. También estableció estrechos lazos con Enrique Baldivieso, quien lo
despidió al concluir su viaje, al pie del tren, con emotivas palabras: “Es usted el
mensajero de la juventud de Bolivia. Cuente lo que ha visto, que ello basta”317, y con
los editores del periódico izquierdista La Raza.
Seoane pronunció una conferencia en La Paz, en una universidad que reflejaba
“no la época republicana mestiza, más o menos disfrazada de liberalismo, sino la época
colonial, dogmática, untuosa” además de “apolillada y con olor a naftalina”318. Al
mismo tiempo, se vinculó con los sectores obreros que buscaban poner en pie una
organización laboral a escala nacional, y participó –como invitado y orador– de una de
las sesiones del Primer Congreso Obrero reunido en la calle Lanza, con Carlos Mendoza
Mamani y Angélica Azcui. De la reunión rescató estas imágenes: “Unas docenas de
sillas, los retratos de Marx y Lenín y el escudo simbólico de la hoz y el martillo. En la
barra se apretujaban los indios y los cholos, acuciados por esa mística esperanza, plena
de optimismo difuso pero caudaloso, que Sorel denomina el nuevo mito

314
Sobre Rouma y la Normal de Sucre, cfr. Martinez, «Régénérer la race…», ob. cit., p. 230.
315
Seoane, Con el ojo izquierdo…, ob. cit., p.11.
316
Ibidem, p. 131.
317
Ibidem, p. 13.
318
Ibidem, pp. 133-134.

110
multitudinario”319. Seoane habló contra el imperialismo, el capitalismo, los políticos
profesionales y la Iglesia… el entusiasmo fue tal que lo nombraron miembro de la
organización obrera y le emitieron la respectiva credencial que lo declaraba “portavoz y
representante de la Confederación Nacional de Trabajadores [de Bolivia] ante las
organizaciones de todos los explotados de la República Argentina”, firmada por
Rómulo Chumacero y Carlos Mendoza Mamani320.
Respecto al tema del indio y su educación, Seoane, cita ampliamente al español
antiliberal Eugenio d’Ors, quien en sus Glosas a la nación boliviana, publicadas en La
Nación de Buenos Aires en 1925, sostiene que en Bolivia “el problema universal de la
educación del pueblo se concreta localmente en el problema de la educación del indio”
(“raza especial, cuya ingenuidad y persistencia, carácter y condiciones de vida, nos
conmueven y apasionan”)321. El Director de Instrucción Pública de la Mancomunidad
de Cataluña entre 1917 y 1919 no deja de referirse a los principales intelectuales
bolivianos, quienes según su opinión habían desertado de sus tareas en Bolivia
buscando refugio en Europa o Estados Unidos.
Lector de Tamayo y Guillén Pinto, d’Ors, critica un enfoque racionalista que,
aunque se presenta como científico, es político, y está enlazado con un progresismo
democrático-liberal (el de la escuela Normal de Paraná) que le quita eficacia para la
tarea que se propone: educar al indio.
“¿Qué acontecería –se pregunta d’Ors– si en presencia del [grupo humano a
educar] se colocaran educadores que, con igual complejidad vital que el tipo del
sacerdote, no tuvieran sus limitaciones dogmáticas y pudiesen sinceramente entrar en
colaboración con la misma alma popular y utilizar para la obra de cultura sus mismas
fuentes espontáneas de creación?”, “¿Qué sucedería si, por ejemplo, el maestro de
nuevo cuño, en lugar de pretender extirpar una costumbre, un sentimiento, un mito,
tomara, generosamente, esta misma costumbre, este mismo sentimiento, este mismo
mito, y los elevara, utilizando sus virtudes activas, hasta dotar a la costumbre, de
normalidad jurídica; al sentimiento, de sociabilidad benévola; al mito, de simbólica

319
Ibidem, p. 139.
320
Ibidem, p. 142 y Apéndice 3.
321
Eugenio d’Ors, “Glosas a la nación boliviana”, en La Nación, Buenos Aires, número extraordinario
dedicado al centenario de Bolivia, 6/8/1925 (reproducido en Mariano Baptista Gumucio, Antología
pedagógica de Bolivia, Enciclopedia boliviana, La Paz, Los amigos del libro, 1979, pp. 73-93). Para una
evaluación de las ideas antiliberales del intelectual español, cfr. Maximiliano López Codera, “Hacia lo
desconocido. Eugenio d’Ors en la crisis de la conciencia europea, en Historia social, Nº 74, 2010, pp. 23-
42.

111
verdad?”322. La propuesta de d’Ors es una educación fundada en la actividad (poesía
más trabajo más épica), una verdadera Kulturkampf que dé lugar a una nueva educación
que liquide el positivismo, “una educación pública que continúe y perpetúe la obra del
arte popular. Una educación que, inspirada en el folklore, se cifre en la artesanía”. Pero
esto no significaba constituir una propuesta de armar escuelas de artes y oficios, nada
más lejos, el planteo remitía a una filosofía, la del hacer, en la que “el último y
definitivo maestro debe ser el pueblo mismo”323.

Como lo constató Seoane, el Centenario fue una ocasión para que la juventud
inconformista expresara sus impugnaciones a la nación oficial y a la retórica patriótica
hueca con la que los republicanos –herederos de los liberales– buscaban tapar el hecho
de que en Bolivia no se había logrado construir nada parecido a una verdadera
comunidad nacional: la herida del Pacífico estaba ahí para recordarlo. Pero a las
humillaciones sufridas en la guerra contra Chile –y contra Brasil en el Acre– se sumaba
un país internamente desintegrado, en el que la política aparecía como sinónimo –y a la
vez generadora– de decadencia nacional. Contrariando el espíritu de los grandes
festejos, la Federación Universitaria de La Paz envió a los parlamentarios una carta de
fuerte contenido crítico, en el tono de renovación moral y generacional/juvenilista en
boga en esos años:

[L]a centuria trágica vivida ha purificado nuestros espíritus y hoy, la generación del
centenario, consciente de la misión que le cumple llenar en esta hora decisiva, reniega
del pasado, delata ante la nación toda la tragicomedia de los cien años y condena la
obra disolutiva y anárquica de los caudillos y tiranos que han matado los ideales de
los que nos dieron patria y libertad324.

322
D’Ors, “Glosas a la nación boliviana”, ob. cit.
323
“¿Qué más me da que en Bolivia surja un paisajista, por ejemplo? Mañana un pintor alemán cruzará
los Andes y pintará los aspectos de la naturaleza boliviana mejor que aquél. ¿Qué más me da que se
establezca en Potosí una manufactura de tejidos a la moda de París o a la de Washington? En Washington
o en París siempre fabricarán mejor tales alfombras. ¿Qué más me da que las zarzuelas madrileñas se
ejecuten también en los teatros de La Paz? Lo que yo quisiera es que la música quichua anónima llegase
naturalmente y por una elevación sin violencia, a producir, como en árbol de sanas raíces un rico fruto, el
poema musical boliviano”.
324
“Mensaje dirigido por la Federación Universitaria de La Paz al Congreso Nacional con motivo del
Centenario”, en Gabriel del Mazo (comp.), La reforma universitaria. Documentos relativos a la
propagación del movimiento en América Latina (1918-1927), Tomo VI, Buenos Aires, Federación
Universitaria Argentina, 1927, pp. 288-289.

112
Pero el clima de agrupamiento crítico se expandió a las diferentes regiones de
Bolivia. En Potosí un grupo estudiantil editaba el semanario Insurrexit325, que se
presentaba como el “órgano de la juventud estudiosa de Potosí”. La revista publicaba
pequeños textos de Rodó y reivindicaba su idea de Iberoamérica –siendo los
iberoamericanos “nietos de esa heroica y civilizadora raza” hispana–. El número 1
estaba encabezado con un epígrafe del autor de Ariel, y habla de “ese entusiasmo viril
de las edades mozas”, de las “rebeldías batalladoras”, y exalta la “juventud pletórica de
idealismos” contra la “patria caduca”, víctima del caudillaje. De allí la tarea del
momento: “derribar mucho de lo que está arriba, para levantar sobre sus escombros,
obra nueva, bondadosa y modesta, pero que marque un paso cultural”. Por eso la revista
se distancia de los festejos del Centenario y de la parafernalia patriótica que comenzaba
a ser desplegada por el saavedrismo. En el estado en que se encontraba Bolivia, los
jóvenes potosinos encontraban “sincero y justo [a]bstenerse de conmemorar ese
Centenario, dada nuestra situación de ‘nación crucificada’, pulsando nuestro raquitismo
presente y nuestro pasado ‘triste y sin relieve’”326. En un artículo titulado “El
Centenario de la nacionalidad”, los arielistas potosinos se explayan sobre su visión
(trágica) de la historia nacional y sobre unos festejos a los que consideran una verdadera
farsa; por eso mejor declarar un día de luto que fingir una felicidad –plagada de “galas
barnizadas”– que era ajena a la “nación crucificada” –condenada a la mediterraneidad
por una oligarquía que no había dudado, en 1904, en (con)firmar la pérdida del litoral
marítimo boliviano a manos chilenas a cambio de una compensación económica–:

Diez meses más y habremos cumplido una centuria de vida republicana, vivida al
amparo de hogueras que alimentaban odios y desvergüenzas; y nuestra Historia en
cien años, más que Historia es un proceso de crímenes y prevaricaciones, de los
mismos que juraron la dicha de la Nación, los más de ellos se sostuvieron con una
espada en la mano, no para defenderla del enemigo extranjero, sino para clavarla en el
corazón mismo de la Patria.
Y esas infamias nacidas en 1825 queremos festejar el año venidero, aparentando un
regocijo de civismo del que muy huérfanos somos. Añádase a esto que por la
ignominia de 1904, cuando los malos bolivianos de entonces permitieron que el brutal

325
En la primera parte de los años veinte (1920-21) se publicó en Argentina una hoy mítica revista con el
mismo nombre –de cuño marxista-libertario–, donde escribieron Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni,
Horacio Quiroga (Horacio Tarcus, “Insurrexit, revista universitaria (1920-1921)”, Lote, Rosario, Nº 8,
diciembre 1997, versión on line consultada el 2/7/2010, disponible en
http://www.fernandopeirone.com.ar/Lote/nro008/rcinsurre.htm).
326
“La juventud universitaria frente al Centenario de la Patria”, Insurrexit, Potosí, 26/10/1924, p. 1.

113
asaltador de ayer pusiera precio a territorio boliviano, estamos por esa afrenta
enclaustrados en el corazón del continente, soñando una utópica reivindicación. […]
Ahora pulsemos nuestra situación presente, desposeídos de toda pasión y doloroso
será confesar que nada de relieve tenemos que poder lucir en tan magno
acontecimiento. […] queremos presentarnos el 6 de agosto venidero con traje
prestado, fingiendo una felicidad no alcanzada todavía. Entonces, sincero y justo es
abstenernos de galas barnizadas. Enlutar ese día la imagen de la Patria, y hacer
concebir ante el mundo que Bolivia está de luto hasta que en sus fronteras haya paz y
haya también justicia327.

También por esos años hay tendencias juveniles nacionalistas de derecha, como la
plasmada en el periódico La Revancha, de Oruro, presentado como “órgano de la
juventud”. Nítidamente, el título de esta revista que apoya al presidente Siles alude a la
necesidad de recuperar el mar, pero adicionalmente, muestra una tendencia
anticomunista, como puede verse en su rechazo a la publicación del periódico Bandera
Roja, al que acusa de estar “saturado de esas bárbaras tendencias del comunismo
actual”328.
Ya desde comienzo de los años veinte, aunque de manera muy incipiente, la
necesidad de una reforma universitaria que llevara a Bolivia las banderas de Córdoba
había sido difundida por el líder universitario paceño Carlos Salinas Aramayo, un activo
antisaavedrista –y adherente al sector republicano de Salamanca– que editaba el
interdiario Rebeldías (creado en 1921 e impreso en la Imprenta “Mundial” de La Paz).
En uno de sus editoriales de ese año, titulado “Encaremos la Reforma Universitaria”,
Salinas Aramayo sostuvo que en Bolivia era necesaria una revolución universitaria que
siguiera consecuentemente a la “valiente muchachada de Córdoba que en América ha
dado el gesto de los libres”329.
La fracción republicana del “Tribuno Salamanca” constituyó un refugio para
jóvenes que, como Salinas Aramayo, impugnaban radicalmente la situación –
especialmente la “tiranía saavedrista” que lo encarceló numerosas veces y lo terminó
desterrando a Argentina– pero desde posiciones políticamente moderadas en cuanto al

327
“El Centenario de la nacionalidad”, Insurrexit, Potosí, 19/10/1924, p. 1.
328
La Revancha, 20/6/1926, p. 2.
329
Arze Aguirre, Carlos Salinas Aramayo…, ob. cit., p. 51.

114
proyecto societal330, y que terminaron vinculándolos a liberales de la generación
anterior como Arguedas, Finot o Vaca Chávez331. No obstante, según Arze Aguirre, en
su exilio en Argentina en 1924 el joven Salinas Aramayo simpatizó con los socialistas
rioplatenses. Pero este perfil ideológico filoliberal de liderazgo universitario será
reemplazado (al menos a nivel cupular), en los siguientes años, por una “minoría activa”
más cercana del marxismo –en la que tuvo un rol clave un grupo de universitarios
cochabambinos– que comenzará a comulgar con ideas más radicales de transformación
(y redención) social.
Reunida en 1928, la Primera Convención Nacional de Estudiantes fue
hegemonizada por los marxistas de la Universidad Mayor San Simón, liderados por
José Antonio Arze y Ricardo Anaya. El cónclave organizado en Cochabamba entre el
17 y el 19 de agosto de 1928 aprobó un programa mucho más radicalizado que en
cualquier reunión anterior del movimiento universitario332. Es de destacar la presencia
en la convención de Carlos Medinaceli, animador del grupo Gesta Bárbara, creado en
Potosí en 1918, del que formó parte el escritor peruano residente en Bolivia Gamaliel
Churata. Medinaceli era un admirador de Ignacio Prudencio Bustillo, un positivista a
menudo catalogado como socialista, y escritor del ya citado homenaje a Ingenieros.
Prudencio Bustillo –inspirado en el belga Adhemar Gehain– organizó en 1915 la
Universidad Femenina en la tradicional Sucre, tribuna de jóvenes inquietos y rebeldes333
y tuvo un papel importante en la renovación de las ideas en Bolivia.
Al parecer, sin mayores objeciones, los estudiantes reunidos en la Primera
Convención aprobaron el Programa de Principios propuesto por Arze y Anaya, y entre
las decisiones más trascendentales se aprobó la creación de la Federación Universitaria
Boliviana, además de propiciar, en lo que marcaría una época, la cooperación entre “el
proletariado manual e intelectual” mediante comités de solidaridad obrero-estudiantil.

330
La vida de Salinas sigue con un silismo convencido que lo llevó al Congreso antes de sus treinta años;
apoyó y fue funcionario del régimen de Busch y finalmente sería asesinado en 1944 en los conocidos
como los “asesinatos de Chuspipata” durante el régimen nacionalista militar de Gualberto Villarroel.
331
Ello no le impedía participar en actividades obreras, como el acto del 1º de mayo de 1920 en el Teatro
Municipal, organizado por el Centro Obrero de Estudios Sociales, donde Salinas arengó: “Permitídme
que irrumpa en vuestra fiesta pues como estudiante que soy no puedo permanecer indiferente a la
conmemoración de esta fecha gloriosa que selló con sangre el primer gesto de altiveces de las masas
proletarias. Y no puedo permanecer indiferente, ahora más que nunca, porque ha llegado el momento de
que obreros y estudiantes marchemos juntos hacia la conquista de las reivindicaciones sociales pese a la
tiranía [que] se nos impone” (ibidem, p. 49).
332
Entre los delegados estuvieron además de Arze, Ricardo Anaya, Félix Eguino Zaballa, Eduardo
Ocampo Moscoso, Alfredo Mendizábal, Antonio Campero Arce y Carlos Medinaceli.
333
Guillermo Lora, Juan P. Bacherer, Elena Gentino y Vilma Plata, Sindicalismo del magisterio (1825-
1932)-La escuela y los campesinos -reforma Universitaria (1908-1932), La Paz, Masas, 1979, (capítulo
IV).

115
El lema “Sin dioses en el cielo, ni amos en la tierra” trataba de evidenciar esa voluntad
de radicalidad en relación al cambio social que, en muchos sentidos, quedó en
posiciones de principios bastante genéricas, sin avanzar en esfuerzos más precisos por
entender la realidad concreta de un país como Bolivia.
La Convención propició una reforma educativa “integral” mediante un sistema
educativo dependiente de una universidad que debía ser autónoma. Asimismo, se
pronunció sobre temas como la sindicalización de maestros (considerados empleados
públicos y por ende excluidos de la posibilidad de organizar sindicatos) a la que la
Convención dio su apoyo. Empero, su programa desbordó el plano educativo y se
propuso dejar inscripta la irrupción de los estudiantes renovadores en la nueva era.
Desde una perspectiva que buscaba alinear a los universitarios bolivianos, de manera
tardía, con procesos previos ya desplegados en naciones vecinas como Argentina y
Perú, los izquierdistas que dirigieron la Convención plantearon que la lucha se daba
entre la reacción y la renovación, y en ese terreno “la juventud universitaria de Bolivia
no permanece extraña a las profundas conmociones que viene sufriendo la actual
organización social en todas partes del mundo334. Por el contrario, “la juventud
universitaria no vacila en declarar que se coloca frente a la reacción, junto a la causa de
las juventudes libres, del proletariado conciente y de los pensadores imparciales y
altivos del orbe entero”335. En efecto, el Programa señala que “la Universidad, en estos
tiempos de dinámica social intensa, no cumpliría su función si, restringida en el campo
de los problemas esencialmente educativos, se abstuviera de pronunciarse acerca de la
Cuestión Social”.
En el plano económico, el programa aprobado incluyó la nacionalización de las
minas y el petróleo, la limitación del latifundismo y la dotación de tierras a los indios.
Paralelamente, se propiciaba la adopción del sistema federal de gobierno336, la
separación de la Iglesia y el Estado, la organización del Poder Legislativo sobre la base
de la representación gremial (democracia funcional) y la autonomía municipal y
universitaria. En el plano social planteaba la protección de las clases proletarias “como
en la Constitución mexicana de 1917 y la alemana de 1919”, y la ley de divorcio

334
José Antonio Arze, La autonomía universitaria y otros escritos afines, La Paz, Imprenta de la
Universidad Mayor San Andrés, 1989, p. 97.
335
Ibidem, p. 98.
336
El federalismo de izquierda tiene una cierta tradición en Bolivia, desde que Andrés Ibáñez impulsara
una revolución federalista e igualitaria en Santa Cruz a fines del siglo XIX. Sobre el tema, cfr. Andrey
Schelchkov, Andrés Ibáñez. La revolución de la igualdad en Santa Cruz, La Paz, Le Monde
Diplomatique-edición Bolivia, 2008.

116
absoluto. Tampoco la Convención evitó referirse a temas relacionados con la liberación
de la mujer, entendida como igualdad jurídica, política y social de la mujer y el hombre.
Además, los universitarios demandaron el derecho de Bolivia al litoral marítimo
perdido en la guerra del Pacífico, el establecimiento de la Liga de Naciones
Latinoamericana, el rechazo al principio monroísta y panamericanista, la defensa contra
la acción del imperialismo yanqui y la difusión del pensamiento de los maestros de la
juventud latinoamericana (Ingenieros, Vasconcelos, Palacios)337. En un mundo que
perfilaba la polarización entre el fascismo y el comunismo, los jóvenes tomaban
posición: “si de elegir alguna dictadura se tratase, la juventud boliviana entre optar por
el tipo clerical de la dictadura fascista o el tipo socialista de la dictadura rusa, no
vacilaría en preferir el último, porque representa, por lo menos, la violencia puesta al
servicio de un porvenir generoso”. Con todo, aclaran que creen “ineficaz, inoportuna y
hasta criminal” la instauración de una dictadura en Bolivia338.
Al año siguiente se realizó la Segunda Convención mientras el movimiento
estudiantil se debatía entre seguir a los “maestros de la juventud” provenientes de las
élites –como Daniel Sánchez Bustamante o Daniel Salamanca– o asumir postulados más
radicales, mientras la lucha contra el gobierno de Siles tomaba nuevos bríos y llevaba a
varios dirigentes universitarios a prisión, como ocurrió con Alberto Echazú, elegido
secretario general de la FUB en 1929. En esa lucha también ocupó un lugar destacado
José Aguirre Gainsborg –Secretario de vinculación obrera de la Federación paceña–,
quien más tarde será uno de los fundadores del Partido Obrero Revolucionario, de
tendencia trotskista.
Aunque algunos jóvenes del Centenario –como Baldivieso o Céspedes– seguían
adhiriendo al silismo, en 1930 la FUB ganó las calles contra el intento prorroguista del
presidente, constituyéndose en una suerte de fuerza de choque del levantamiento
popular que coaligó a sectores de la izquierda con los partidos tradicionales (incluyendo
a liberales, saavedristas y republicanos genuinos) y militares opositores339. Desde 1928,
debido al aumento de las protestas, Siles venía gobernando en permanente estado de
sitio, en el marco de un gobierno crecientemente represivo cuyo operador era el
ministro de Gobierno Guillermo Viscarra, un ex estudiante de la Sorbona que en 1924
hizo un viaje a Italia que lo impresionó favorablemente, al punto de proponerse

337
Arze, La autonomía universitaria.., ob. cit., pp. 118-119.
338
Ibidem, p. 118.
339
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 127.

117
militarizar a los empleados públicos340. Pese a la impopularidad de la medida, el
gobierno repuso la censura a la prensa y se enfrentó con los principales diarios.
Finalmente, el 22 de junio de 1930 comenzó la revolución que lo derrocaría341. Ni el
general Kundt ni el coronel David Toro –figuras claves del régimen en el campo
militar– pudieron parar la debacle, y ambos –junto al Presidente– terminaron buscando
refugio en legaciones extranjeras mientras las casas de los silistas más emblemáticos
eran saqueadas y Kundt se volvía una de las figuras más odiadas del país342.
En este marco se produjo un curioso hecho, que pasó a la historia boliviana –de
manera marginal– como la “revolución de Villazón”, un acontecimiento bastante
confuso al que quedó asociado el nombre de su impulsor: el ya mencionado Roberto
Hinojosa.
El admirador de la revolución mexicana había decidido retomar su acción
política en Bolivia después de un frustrado viaje a México y en medio de tensas
relaciones con Marof debido a divergencias en la estrategia política para dar forma a
una revolución en Bolivia y en el continente343. En septiembre de 1927 publicó en
Crítica el programa mínimo de la Juventud Revolucionaria Bolivia que incluía la
nacionalización de las empresas estratégicas del país y un sistema de enfiteusis para
resolver el problema del latifundio, además de un conjunto de ideas de avanzada que
incluía la remanida “democracia funcional”344. La IC lo considera un “pequeño burgués
anarquista”, mientras trata de atraer a Marof, en el que los comunistas veían una pieza
clave para armar un partido promoscovita en Bolivia345.
Al mismo tiempo, Hinojosa proseguía con sus esfuerzos por conseguir fondos de
la embajada mexicana para viajar al país cuya revolución había provocado primero su
curiosidad y más tarde su apoyo activo. Pero sus acciones terminarían en un nuevo
conato de escándalo. Ante la negativa de las autoridades a financiar su viaje –el giro
radical de Hinojosa inquietaba al régimen de Calles– el boliviano amenazó con armar
un gran escándalo en la prensa, “desenmascarando a los diplomáticos mexicanos”. No
obstante, como ha constatado Schelchkov en los archivos de la Cancillería mexicana,

340
Brockmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., p. 115.
341
Para un recuento detallado de los hechos, cfr. ibidem, pp. 133 y ss.
342
Ibidem, pp. 180 y ss.
343
Schelchkov, “Roberto Hinojosa…”, ob. cit.
344
Ibidem.
345
Andrey Schelchkov, “En los umbrales del socialismo boliviano: Tristán Marof y la Tercera
Internacional Comunista”, revista Izquierdas, Santiago de Chile, año 3, Nº 5, 2009, versión on line
consultada el 5/4/2011, disponible en
http://www.izquierdas.cl/revista/wp-content/uploads/2011/07/Schelchkov.pdf.

118
estos se mantuvieron intransigentes y el Secretario de Relaciones Exteriores, por medio
de un cable, instruyó con indignación a sus representantes en Buenos Aires para que “no
se dejaran chantajear por propagandistas baratos”, y cortara todo tipo de relaciones con
Hinojosa346. Recién con la llegada del general Lázaro Cárdenas al poder, el intelectual
boliviano logrará entablar relaciones más estrechas con el poder mexicano, que lo
llevarán a ser inactivo propagandista del presidente que pasó a la historia como el
nacionalizador del petróleo.
A fines de los años treinta, Hinojosa decidió armar un grupo revolucionario para
entrar a Bolivia por la frontera argentina aprovechando la situación de crisis que vivía el
gobierno de Siles, con la ambiciosa intención de generar una revolución social en la
nación andina. El 16 de junio, Hinojosa y su grupo, de unos cuarenta hombres, atacaron
el puesto fronterizo de la ciudad de Villazón, ubicada en el extremo sur boliviano con la
consigna: “A La Paz a implantar la primera República Obrero-Agraria y Socialista de
Sud América”347. Según el periódico La Patria, en los sucesos tomó parte el dirigente
obrero Enrique G. Loza, que había sido electo diputado por la provincia de Porco en
1927 como candidato del Partido Socialista de Marof e Hinojosa, sin conseguir que el
Congreso validara sus credenciales para poder asumir. En efecto, Loza fue detenido en
Villazón acusado de ser el lugarteniente de Hinojosa. Al parecer este último había
convencido a los participantes de la aventura de que tenía apoyos en varias zonas del
país, incluidos sectores militares. Así se desprende de una carta, en la que Loza dice que
Hinojosa le “enseñó cartas de esclarecidos militares y jefes del ejército, quienes
manifestábanle su decisión para apoyar la revolución […] también me enseñó un
centenar de cartas de universitarios y colectividades obreras. Ante tanta adhesión del
elemento popular boliviano, convinimos en hacer estallar el primer gran grito
revolucionario y así fue, Villazón fue tomado, Villazón fue foco de la insurrección”348.
Entre los pocos que dieron entidad a este intento revolucionario estuvo Víctor Raúl
Haya de la Torre, que además lo apoyó con entusiasmo, e incluso creyó que era cierto
que “el Ejército, o la parte joven de él”, había proclamado Presidente provisional de la

346
Ibidem, p. 7.
347
La Patria, Oruro, 13/7/1930, citado por Lorini, El movimiento socialista “embrionario”..., ob. cit., p.
194.
348
Ibidem.

119
República a Hinojosa349. En realidad, fue el propio Hinojosa quien se autoproclamó
Presidente y el movimiento estuvo lejos de lograr apoyo popular.
Si evaluamos el putsch desde el punto de vista político-militar, fue un absoluto
fracaso que obligó a Hinojosa a huir nuevamente a Argentina –y de allí a Uruguay350–
luego de enfrentamientos con fuerzas militares que acabaron con la muerte del prefecto
de Tarija, Coronel Núñez del Prado, en un confuso episodio. Pero desde el punto de
vista de la historia intelectual resulta interesante rescatar el programa de avanzada que
atrajo a Haya de la Torre. Varios años después, Hinojosa insiste en que la revolución de
Villazón no fue el designio de un hombre sino la expresión armada del pensamiento de
una generación351, lo cual está lejos de ser una constatación histórica, pero lo que sí es
verdad es que parte de la urgencia del joven boliviano se relacionaba con un
antibelicismo que lo urgía a parar una contienda militar contra Paraguay a cualquier
precio, y el intento de revolución, un tanto rocambolesco, desde la lejanísima población
fronteriza, se vinculó en gran medida a esos objetivos latinoamericanistas.
Además de plantear nacionalizaciones, el Manifiesto de Villazón se proponía
“rehabilitar la raza nativa” y la “formación de una cultura nueva en Eurindia”, y agitaba
consignas como “¡Tierra y libertad y las minas para los trabajadores bolivianos!”
además de escuelas para los indios352. “Contra la guerra del Chaco, contra el
chauvinismo, por la unidad latinoamericana. Hacia la Confederación Americana”.
Plenos derechos para las mujeres, sufragio universal y sindicalización obligatoria como
paso al socialismo (lo que será ensayado en el socialismo militar de la década del
treinta). Como ha apuntado Schelchkov, el “manifiesto” contenía 70 puntos, lo que
resultaba un tanto desmedido para un llamamiento a la acción353. Además, todo el
movimiento estuvo marcado por la megalomanía de Hinojosa que ante la evidencia del
349
Víctor Raúl Haya de la Torre, ¿A dónde va Indoamérica? (1935), citado en Hinojosa, La revolución de
Villazón…, ob. cit. Hinojosa también apoyó al APRA. En un artículo de 1938, firmado en México,
escribió que “todos los anarquistas, comunistas, socialistas, apristas y demócratas de Indoamérica sólo
tienen dos actitudes que tomar: apoyar con toda energía al gobierno revolucionario mexicano en el norte y
prestar efectiva solidaridad al aprismo en el sur”, y concluía: “¡México y Perú! ¡Cárdenas y Haya de la
Torre! ¡Que al calor de las fraguas sociales de aztecas e incas redimidos, se alumbre la entristecida faz de
un continente, a la hora de su amanecer emancipador” (Roberto Hinojosa, “América Latina debe estar
junto al A.P.R.A. luchando por la redención del Perú”, Claridad, Nº 324, abril de 1938).
350
El gobierno boliviano lo acusó del robo de la caja de aduana de Villazón y reclamó la extradición de
Hinojosa como delincuente común, pero la opinión pública se movilizó en su defensa. Aunque todos
reconocían el hecho de haber sacado el dinero de la aduana por parte de los revolucionarios, el caso era
obviamente político, por lo que las autoridades uruguayas rechazaron su extradición (Schelchkov,
“Roberto Hinojosa...”, ob. cit., p. 10).
351
Hinojosa, La revolución de Villazón…, ob. cit., p. 1.
352
Al mismo tiempo planteaba no una partición de los latifundios en pequeñas propiedades sino una
suerte de estatización de la tierra.
353
Schelchkov, “Roberto Hinojosa...”, ob. cit., p. 8.

120
desbande, atribuyó el fracaso a un problema de retraso en la llegada del tren, en un
párrafo lleno de lenguaje exaltado y florido:

De no habérseme presentado una dificultad inesperada de movilidad ferroviaria, a mi


me habría correspondido empujar con un dedo a ese miserable trono que se
tambaleaba y hacerlo rodar por tierra junto al títere que allí se sentaba [Siles], con la
banda tricolor sobre su grotesco pecho de dictador en ciernes354.

El investigador ruso señala que el programa de Hinojosa no satisfacía a los


revolucionarios radicales que le reprocharon ignorancia, confusión ideológica y
reformismo mientras asustaba a los centristas y reformistas nacionalistas que
percibieron en la revolución de Villazón una peligrosa amenaza anarquista355. Pero,
notablemente, la Internacional Comunista, en plena reivindicación del derecho de los
indígenas a conformar sus propias naciones, lo acusó de no ser consecuente con esa
reivindicación. “Hinojosa se cuida muy bien de proclamar la reivindicación nacional
para los indios: es esa, empero, una reivindicación dominante de la revolución
boliviana. A través de esa por ahora oposición silenciosa a tal reivindicación puede
juzgarse la índole del movimiento que intentó recientemente el grupo de Hinojosa”356.
Curiosa acusación para un experimento revolucionario como el comentado –que tenía
innumerables flancos para atacar. Pero significativa del momento que vivía el
comunismo internacional, bajo el llamado “tercer período”, que explica en parte el
devenir del comunismo en Bolivia y las dificultades para poner en pie un partido local.
A este tema nos abocaremos en las siguientes páginas.

354
Idem.
355
Ibidem, p. 9. Muchos años después, el nacionalista José Fellman Velarde, incluyó a Hinojosa en la
“generación confundida” y caracterizó a su programa como “semisocialista” (Abecia López, 7 políticos
bolivianos…, ob. cit., p. 99).
356
“Las tareas actuales de los P.C. de la América Latina”. Tesis política, Correspondencia Sudamericana,
segunda época, 25/6/1930, p. 18.

121
Conclusiones

A lo largo de las páginas anteriores hemos buscado reconstruir un “mundo”: el de la


Bolivia del Centenario, atravesada por la expansión de la “cuestión social” como
problema político, societal e intelectual, y por el ingreso a la política del movimiento de
universitarios inconformistas, quienes se alejaron de las élites y emprendieron nuevas
alianzas con sectores del proletariado atraídos por una serie de intelectuales (“maestros
de la juventud”) cuyas proclamas les permitían comenzar a pensarse como una
“generación” con una misión histórica. Finalmente, las redes urbano-rurales, entre
indígenas y activistas radicales, completan el nuevo escenario de difusión y apropiación
de nuevas ideas de justicia, solidaridad y cambio social, que llegaban desde los procesos
revolucionarios de México o Rusia, desde los vecinos Chile, Perú y Argentina, o desde
el mundo intelectual francés, español y alemán, y eran leídas desde la particular realidad
boliviana, al tiempo que orientaban nuevos cursos de acción contestataria.
Todo ello se anudó a un momento especial del país: el Centenario constituyó un
escenario de disputa por la nación, en el que las imágenes de progreso difundidas por el
gobierno de Saavedra eran desafiadas tanto por los liberales como por un frente común
de inconformistas influidos por las ideas sociales (desde el marxismo hasta el
anarquismo, además del popular arielismo difundido por la obra de Rodó, aunque a
menudo articulado con perspectivas antiimperialistas y anticapitalistas más
radicalizadas que las sostenidas por el escritor uruguayo357).
Las ideas socialistas –parte de las cuales llegaron desde Chile, tanto a través de
trabajadores que migraban a las minas bolivianas como de bolivianos que trabajaban en
las salitreras trasandinas– germinaron en partidos socialistas de base sindical, realidad
que respondía a una cultura obrera aún fuertemente atravesada por las viejas filiaciones
artesanales que desdibujaban las fronteras entre prácticas tradicionales y modernas –lo
cual era muy visible en el movimiento obrero minero–. Esos partidos socialistas obreros
aprovecharon las grietas abiertas en el Estado oligárquico, en el marco de una
democracia censitaria, y lograron ocupar espacios institucionales, especialmente en el

357
Omar Acha, “Estudio preliminar”, en Ariel y el camino de Paros, Buenos Aires, Capital Intelectual,
2013, p. 16.

122
ámbito local. Pero, al mismo tiempo, dirigentes sindicales (notoriamente gráficos, como
Waldo Álvarez) establecieron redes con sectores universitarios que serán muy
importantes en los siguientes años.
En la medida en que parte de nuestra preocupación son los soportes materiales
de la difusión de ideas, la revista Arte y trabajo nos permitió reconstruir las formas en
que la cuestión social –incluyendo los festejos del 1º de mayo y la conformación de los
mencionados partidos-sindicales– se difundió en la Bolivia de los años veinte, y fijar
algunos de sus sentidos en relación con los contextos discursivos de la época. La
distinción entre obreros “modernos” (a los que la cuestión social aparecía perfectamente
aplicable) y artesanos (vistos sobre todo como fuerza de choque de los caudillos) fue
parte de la construcción de la cuestión obrera desde una izquierda radical
(especialmente no ligada al anarquismo) que se proponía trabajar a favor de la
conciencia de clase y la autonomía política proletaria a partir de su cuestionamiento al
particular régimen de Bautista Saavedra, con fuerte predicamento entre los artesanos y
el “cholaje” urbano.
Al mismo tiempo, la expansión de la izquierda provocó nuevas lecturas de la
cuestión indígena por parte de las élites: al miedo atávico al exterminio de los blancos
se sumó el temor al comunismo, por eso no resulta sorprendente que la rebelión de
Chayanta de 1927 fuera leída en clave de guerra de razas pero también de lucha de
clases. Ciertamente, los lazos efectivos entre caciques apoderados y dirigentes radicales
como Tristán Marof –junto a productivas alianzas de indígenas con grupos urbanos con
la finalidad de hacer un uso efectivo de la legislación vigente, para defender sus tierras
y expandir la educación– parecía dar una base real a las preocupaciones acerca del
crecimiento de la agitación social, temores que llevaron a un endurecimiento en la
persecución del comunismo en el país, especialmente a fines de los años veinte y más
aún a comienzo de los treinta.
Se trata de un periodo en el que nuevos actores emergen en el escenario político
y “ensanchan” la idea de nación construida en los estrechos límites de un liberalismo a
la boliviana que traducía los problemas nacionales en metáforas médicas. Esas
“desgracias nacionales” pasarán a ser leídas, ahora, en clave económico-social, como
producto de un régimen de dominación preciso, que sería denominado “feudal-burgués”
para dar cuenta de la pervivencia del colonialismo en el tránsito de la Corona española a
la república independiente, con una clase “gamonal” que sometía a las mayorías
indígenas a un régimen de colonato en las haciendas. Un régimen que, a la postre,

123
impedía el desarrollo del país, de allí la necesidad de buscar alternativas para removerlo,
lo que –como veremos– llevaba directamente a proyectar una nación alternativa,
poniendo en cuestión a quienes habían figurado esa comunidad imaginada llamada
Bolivia desde 1825.

124
SEGUNDA PARTE

UNA NACIÓN ESQUIVA


Comunismo, indianismo, feminismo:
nuevas sensibilidades en tiempos de guerra

125
Introducción

La década de 1930 boliviana está marcada por la guerra del Chaco. Antes de 1932 como
una amenaza sombría sobre la nación en crisis, entre 1932 y 1935 como penoso
patriotismo que se movió del entusiasta chauvinismo al sacrificio resignado para, en la
segunda mitad de los treinta, fungir como fuente de depuración del alma nacional y
plataforma para construir una nación en clave vitalista. Pero la guerra también puso en
tensión una forma de ciudadanía que, al tiempo que limitaba los derechos políticos a
una pequeña minoría, exigía a la mayoría excluida que pusiera sangre, sudor y lágrimas
para defender a “su” nación.
La caída de Siles mediante una sublevación cívico militar dio lugar a un
gobierno transitorio encabezado por el general Carlos Blanco Galindo –
tradicionalmente alineado con Salamanca contra Saavedra–. Fue precisamente Daniel
Salamanca quien terminó siendo el candidato de consenso de los partidos tradicionales
–liberal, republicano genuino e incluso saavedrista– para tratar de estabilizar la
situación política en medio de los coletazos de la crisis mundial sobre la nación andina.
La caída de los precios del estaño –principal producto de exportación boliviano– estaba
haciendo estragos en el presupuesto nacional358. Y fue en ese marco que se procesó una
virulenta batalla entre los liberales y los republicanos genuinos (salamanquistas) por el
rumbo de la política económica a seguir; mientras los primeros controlaban el Banco
Central (con Ismael Montes a la cabeza) y contaban con la mayoría del Congreso, los
segundos digitaban la política económica desde el Ministerio de Hacienda, bajo la tutela
de Demetrio Canelas.
Pero a los problemas internos (crisis económica, protestas sociales) –que
incluían un obsesivo y exagerado temor del nuevo presidente Salamanca ante la
“amenaza comunista”– se sumaba la tensa relación con Paraguay respecto del Chaco.
Sin fronteras delimitadas, ambas naciones se apoyaban en títulos coloniales para
reivindicar esa terra incognita, más incógnita aun para Bolivia, cuya economía, su
identidad nacional y su cosmovisión estaban sostenidas en el “macizo andino” y los

358
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., pp. 158-163.

126
intereses nacionales habían seguido el trazado de las vetas minerológicas que
constituían el sustento y la razón de ser del país, a enorme distancia física y mental de
las arenas chaqueñas. Pero para Bolivia, el control del Chaco comenzó a tener un
sentido diferente después del descubrimiento de petróleo en la primera parte del siglo
XX. Con su salida al mar clausurada por la pérdida del litoral marítimo en la guerra del
Pacífico con Chile (1879-1883), el acceso a una salida por el río Paraguay resultaba
crucial, ya que los hidrocarburos bolivianos se encontraban cerca de esta zona en
disputa.
En ese clima de tensión, Bolivia y Paraguay comenzaron, desde la década del
veinte, la construcción de fortines –en su gran mayoría chozas precariamente
fortificadas– en los territorios considerados como propios359. Fue precisamente una
escaramuza en uno de ellos, en el llamado Gran Lago por los bolivianos –después
Laguna Chuquisaca–, la que derivó en la sangrienta contienda entre las dos naciones
vecinas, habilitada por una serie de desacatos de los jefes castrenses y la ineptitud
militar mezclada con autosuficiencia de Salamanca360. En efecto, dada la crisis
económica –y la falta de organización militar adecuada para una guerra de gran
alcance– el presidente había ordenado a las tropas no enfrentarse con los paraguayos,
pero el mayor Oscar Moscoso desobedeció las instrucciones y se empecinó en ocupar
esa estratégica fuente de agua: el Chaco es un desierto verde en el que hasta temerarios
combatientes, como Germán Busch, nacidos en la región amazónica, podían sentirse
desfallecer por el calor y la sed361.
En ambos casos, se trataba de naciones acomplejadas por los fracasos bélicos.
Bolivia, como mencionamos, había sido derrotada sin apelaciones por los chilenos (y
había perdido el Acre a manos de Brasil a inicios del siglo XX), y Paraguay había sido
completamente destruido por la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), de ahí que el
discurso chauvinista que buscaba recuperar el orgullo patrio se apoderara de ambos
países una vez iniciados los primeros disparos por el control de la Laguna Chuquisaca
(Pitiantuta para los paraguayos).
Estrictamente, fueron los bolivianos quienes atacaron primero. Asunción uso
entonces su posición de país agredido para conseguir simpatías internacionales, en un
continente que había buscado formas de evitar la contienda desde los incidentes de 1928

359
Brockmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., pp. 199-200.
360
Ibidem, cfr. pp.193-214.
361
Jaime Céspedes Toro (comp.), Diario de guerra de Germán Busch y La epopeya de Boquerón, La Paz,
Fundemos, 2000, citado en ibidem, p. 217.

127
en Fortín Vanguardia362. El presidente paraguayo saliente, José P. Guggiari, fogueaba
con que “nuestra raza superior arrojará al invasor de vuelta a través de la frontera y
reconquistará lo que es nuestro”363. Salamanca, a su turno, se entusiasmaba con “pisar
fuerte en el Chaco”. No tardó en pasar de sus prevenciones iniciales a la recuperación
de un radicalismo que había sostenido en los años veinte respecto al diferendo
fronterizo que a la postre resultaría suicida. El ejército boliviano carecía de un plan, y
mientras que para Asunción el Chaco era una región cercana, para La Paz era una zona
aislada a la que resultaba casi imposible llegar sin perder las líneas de abastecimiento.
Por otro lado, mientras los paraguayos decretaban la movilización general, en el caso
boliviano el patriotismo creciente no impidió que los soldados estuvieran a menudo al
borde de la deserción. Además del hecho, que agravaría la situación boliviana, de que
los militares y Salamanca jamás lograron limar las asperezas de una relación que se
tornaría insostenible; al punto que este último terminó siendo derrocado en pleno campo
de batalla, donde los militares lo detuvieron en el llamado “corralito de Villamontes”.
Por otra parte, la guerra tuvo poderosos efectos en el área rural, como lo ha
mostrado el trabajo pionero de René Danilo Arze Aguirre, para quien la contienda alteró
profundamente el ordenamiento del mundo rural de entonces364. El hecho de que los
indios que habían partido al frente denunciaran que los hacendados aprovechaban la
situación para avanzar sobre sus tierras, ponía de relieve la falta de espíritu nacional de
las clases dominantes, al punto que el ministro de Gobierno, Enrique Hertzog, debió
ordenar la protección de los fundos de los comunarios que habían marchado al
Chaco365. Por otro lado, el reclutamiento se enfrentó tanto a la resistencia de los
terratenientes (que no deseaban perder brazos en sus haciendas) como a los problemas
de desabastecimiento de alimentos derivados del envío de campesinos la zona de guerra,
muchos de ellos para construir caminos. Pero, además, los hacendados, con perspicacia,
detectaron rápidamente los efectos que el servicio militar tenía sobre el “carácter” del

362
Ibidem, p. 131.
363
Ibidem, p. 208.
364
René Danilo Arze Aguirre, La Paz, Guerra y conflictos sociales. El caso rural boliviano durante la
campaña del Chaco, Ceres, 1987, p. 2.
365
“Sé que elementos […] se han dedicado al oficio de despojadores de los derechos y garantías de los
movilizados” (ibidem, p. 32). A su vez, una carta del indígena Ajacopa denunciaba: “no perdiendo
oportunidad para apoderarse de nuestras tierras, bajo cualquier pretexto y expandir sus latifundios que por
desgracia colindan con las nuestras. [Los hacendados] son pues los dignos imitadores de los paraguayos,
que quieren aprovecharse de lo que no les pertenece, tan sólo prevalidos por la fuerza, sin que les asista
derecho ni razón alguno” (Carta de Juan Manuel Ajacopa, representante de las comunidades de Jesús de
Machaca (de las provincias de Aranzaya y Urinzaya) al Ministro de Gobierno y Justicia, La Paz, 20 de
agosto de 1934 (ALP/UMSA), citado en ibidem, pp. 35-36).

128
indio (recordemos que la rebelión de Chayanta había ocurrido sólo cinco años antes del
comienzo de la guerra y que sus ecos amenazantes no se habían extinguido por
completo). “Juzgamos que el cuartel es lo más pernicioso para él [el indio] porque
además de cambiarle completamente sus costumbres, aleja de la agricultura brazos
robustos que son positivo sostén para el país y los convierten en brazos peligrosos”366.
El propio Prefecto y Comandante de Potosí se había preguntado, en 1928, si “la
militarización del indio no será un nuevo peligro nacional […] Esta es la interrogante
que debe merecer meditación por parte de los hombres de Estado”367. El trabajo de Arze
Aguirre aporta un dato relevante: no sólo los indígenas se sentían “poco bolivianos”
como suele afirmarse, en virtud de su situación de exclusión ciudadana y explotación
laboral y se resistían en muchos casos a ser reclutados. Los propietarios de tierras
subordinaron la defensa nacional a sus intereses más inmediatos, dando lugar a
tensiones con el Ejército. Así, el campo boliviano vivió, durante la guerra del Chaco, su
propia contienda, producto de los abusos del reclutamiento, al que se sumaban las
históricas iniquidades de los patrones, corregidores y otras autoridades locales (sin
olvidar a los curas).
Ciertamente, el patriotismo alentado por la guerra no logró transformarse en
popularidad de los gobernantes ni de los militares. A los tempranos fracasos en el frente
(como ocurrió en la derrota de Boquerón368) se sumaba la denuncia, cada vez más
expandida, de que la contienda había sido promovida por intereses ajenos a Bolivia. Los
mencionados vínculos entre la guerra y la explotación de los hidrocarburos llevaron a
los nacionalistas y a la izquierda a denunciar que se trataba de una guerra
interimperialista, fogoneada por la Standard Oil del lado boliviano y de la Royal Dutch
Shell del paraguayo. Aunque esta tesis hoy sea poco apreciada por la historiografía del
Chaco, en su momento sirvió para alinear posiciones y construir una subjetividad en
relación a la guerra, la nación y el antiimperialismo: mientras los socialistas
nacionalistas consideraban que, de todos modos, se debía pelear por la patria y luego
ajustar cuentas con la “rosca” minero-feudal, para la izquierda comunista el desafío,
como lo había sido en la Rusia de la Primera Guerra Mundial, era transformar la guerra
internacional en guerra civil, con la finalidad de conquistar revolucionariamente el
poder. La Internacional Comunista, con pocas fuerzas en Bolivia, puso todo su empeño

366
La Defensa, Sucre, 6/9/1927, p. 2, citado en ibidem, ob. cit., p. 55 (destacado nuestro).
367
Informe Anual del Prefecto y Comandante de Potosí, general José Lavadenz (gestión 1928), La Paz,
Imprenta “Renacimiento”, 1928, p. 110. Citado en ibidem, p. 55.
368
Brockmann, El general y sus presidentes…, ob. cit., pp. 215-226.

129
en la causa antibélica, que activó varias redes en América latina, uno de cuyos
epicentros, como veremos, fue la ciudad argentina de Córdoba, donde exiliados
bolivianos liderados por Tristán Marof articularon sus inquietudes con los antiguos
reformistas universitarios, cuyo referente más importante era Deodoro Roca, autor del
Manifiesto Liminar de 1918.
Es en este contexto que Bolivia fue procesando una profunda disputa por la
nación (marcada por la guerra) que, a comienzo de los años treinta, incluyó una serie de
ideas inconformistas que irían ganando en potencia y capacidad para desafiar al orden
tradicional. En ese sentido, es posible relativizar el “antes y después” de la Guerra del
Chaco (al menos en sus versiones demasiado simplistas y derivadas de la escatología
nacionalista), tratando de pensar cómo un conjunto de ideas renovadoras propiciaron el
cambio político y social antes de la guerra, continuaron operando en el nuevo contexto
bélico, y brindaron a la nueva generación que se hizo cargo del poder en la posguerra
una serie de significantes para el cambio, cuya palabra de orden fue “socialismo”.

En esta segunda parte nos proponemos analizar cómo el comunismo, el


indianismo y el feminismo –ideas cuyo significado último estaba lejos de ser cerrado–
“trabajaron” en este periodo para construir redes de sociabilidad político-intelectual y
nuevos imaginarios de cambio social. Se trata de significantes y significados
atravesados por una “atmósfera” antiliberal, que parecía volver a la nación
efectivamente más “ancha” –como ya señalamos– pero también más “antigua”, a partir
de una revisión del pasado en clave telúrica/vitalista, en busca de una cuna mítica de la
nación capaz de trastocar los complejos nacionales en nuevas energías renovadoras,
habilitantes de un renacimiento nacional que diera cuenta de las mayorías indígenas que
poblaban el país369. Aunque es cierto que este indianismo reproducía muchos tópicos
del clásico indigenismo que reivindicaba indios imaginarios y despreciaba a los de
carne y hueso, nos proponemos mostrar que también incluyó facetas y propuestas
novedosas para abordar el “problema indígena” desde combinaciones variables de
indianismo socioeconómico con indianismo cultural. Asimismo es posible verificar
cómo algunas ideas sobre razas superiores y energías vitales –en línea con el ascendente

369
Usamos el término “atmósfera” en el mismo sentido que es utilizado en María Pía López: “Lukács
llamó atmósfera a la trama de distintas producciones culturales, teóricas, imaginativas y políticas de una
época, que la producen a la vez que son teñidas por el color peculiar de su concurrencia” (María Pía
López, Hacia la vida intensa. Una historia de la sensibilidad vitalista, Buenos Aires, Eudeba, 2010, p.
17).

130
nazifascismo– adquirían sentidos diferentes, resultado sugerente ver cuán “fuera de
lugar” estaban o no estas ideas en los Andes.
En relación al comunismo, al tiempo que Marof representó el más serio esfuerzo
por construir un marxismo para la realidad boliviana –en la veta que seguía Mariátegui
en Perú–, un estudio del comunismo de este periodo –y de los desencuentros entre
figuras como el joven José Antonio Arze y la Comintern– echan luz sobre el hecho de
que Bolivia no viera emerger un partido comunista promoscovita recién hasta 1950.
Pero si la nación era más ancha en virtud de la emergencia de la “cuestión
social”, también lo comenzaba a ser en tanto comenzaba a destacarse un grupo de
mujeres que se propusieron actuar como intelectuales, cuya intervención nos
proponemos insertar en un marco más general de la disputa por la nación, procurando
iluminar redes donde participaban algunas de estas mujeres “que escribían como
hombres” –al decir de algunos de los intelectuales consagrados que buscaban destacar la
calidad de su trabajo a partir de sus marcos ideológicos patriarcales–. Pero también nos
concentraremos en espacios más propiamente “feministas” en los que los debates sobre
el voto de la mujer, el socialismo, el clericalismo y la justicia social –trastocados por la
guerra y anudados a las nuevas realidades emergentes– provocaron virulentos
desencuentros, rupturas y realineamientos. Fue en estos años que sectores medios de la
sociedad rompían lanzas con las élites oligárquicas y establecían nuevas alianzas con
núcleos de vanguardia del emergente proletariado en un incipiente proceso de
nacionalización de las masas, proceso obstaculizado, en el caso boliviano, por la
cuestión “racial”, que excluía de la ciudadanía a la mayoría de los habitantes,
especialmente a quienes trabajaban como colonos en las haciendas.
Comunismo, indianismo y feminismo no serán tratados empero –más allá de sus
efectivas especificidades– como compartimientos estancos, sino, por el contrario, nos
esforzaremos por mostrar cómo en su fluir, con tensiones y polémicas, estas ideas
construyeron redes de sentido antes, durante y después de la guerra, en gran medida
mediante el trabajo político e intelectual de los inconformistas del Centenario, que
habían hecho su (frustrante) experiencia con el gobierno de Siles y buscaban respuestas
para una nación cada vez más esquiva, que parecía rumbear sin frenos rumbo al
despeñadero. Con todo, no nos centraremos sólo en las ideas, nos interesa,
específicamente, reconstruir redes políticas e intelectuales, espacios de sociabilidad y
otros dispositivos “materiales” que contribuyeron a la circulación y difusión de las ideas
en juego.

131
Con este objetivo a la vista, un análisis de la atmósfera de la primera parte de la
década del treinta aportará a la reflexión sobre qué –y en qué sentido– cambió con la
traumática guerra del Chaco. Donde los nacionalistas revolucionarios posteriores vieron
una suerte de mezcla de todas las sangres que selló el mestizaje como identidad e hizo
emerger una verdadera conciencia nacional, creemos ver que la guerra efectivamente
provocó severas transformaciones pero en un sentido no siempre lineal ni como una
eterna (y sólo cambiante en apariencia) lucha entre la nación y la antinación.

132
CAPÍTULO 4
La Internacional Comunista “descubre América”, ¿y Bolivia?

El Sexto congreso de la IC, reunido en 1928, fue considerado el del “descubrimiento de


América” por parte de la Tercera Internacional370. En esas fechas, el trotskismo había
sido derrotado en la Unión Soviética (Trotsky fue deportado al extranjero en 1929
después de su exilio interno) y el jefe de la Internacional era Nicolás Bujarin. Pero si las
tesis de la IC sobre América Latina pueden considerase un reflejo de la posición de
Bujarin ello se debía a que el encargado de los asuntos latinoamericanos –que presentó
al Sexto congreso el informe sobre la región– era el suizo Jules Humbert-Droz, un
confeso bujarinista371. No es casual que ese “descubrimiento de América” se haya
producido después de la invasión estadounidense a Nicaragua, cuando el entonces
Secretario de Estado, Franck B. Kellog, dijo que esa acción fue necesaria “para luchar
contra el bolchevismo y la Tercera Internacional y salvar así a la civilización”372. Al
mismo tiempo, una serie de revoluciones de diversos tipos –obviamente, no socialistas–
sobrevolaba a varios países latinoamericanos (Colombia, Guatemala, Bolivia, etc.), lo
que motivó varias discusiones acerca de cómo debían posicionarse los comunistas para
disputar esos procesos a la pequeña burguesía liberal y en favor de una salida obrero-
campesina373.
Pero, a la vez, se estaba procesando un cambio radical en la estrategia política de la
IC: las políticas de alianza con la burguesía nacional (que habían conducido a un duro
fracaso en China) fueron súbitamente reemplazadas por la estrategia denominada clase
contra clase a partir de la caracterización de que se abría una época de polarización
marcada por el enfrentamiento decisivo entre la burguesía y el proletariado. El

370
Manuel Caballero, La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana, Caracas, Nueva
Sociedad, 1987, pp. 107-120; Horacio Tarcus, Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de
Samuel Glusberg, El cielo por asalto, Buenos Aires, 2001, pp. 64-74.
371
Caballero, La Internacional…, ob. cit., p. 113. Humbert-Droz terminaría siendo el líder del Partido
Socialdemócrata suizo.
372
Idem.
373
Ibidem, pp. 131-132.

133
capitalismo había entrado en el “tercer período”, caracterizado por una agudización de
los conflictos interimperialistas. Al respecto, Victorio Codovilla, líder máximo del
Partido Comunista argentino y del Secretariado sudamericano, señalaba ante el V Pleno
del Partido Comunista de Uruguay:

El VI Congreso de la I.C., sobre la base de un análisis de las diversas etapas


recorridas por el capitalismo de post-guerra, estableció ya que el periodo actual es el
de las guerras imperialistas y de la revolución proletaria, periodo agónico del
imperialismo, y por consiguiente, después del tercer periodo no podía haber un
cuarto, ni un quinto, etc. porque este era el último periodo de la era capitalista374.

En este marco, la socialdemocracia europea y los movimientos nacionalistas


populares latinoamericanos como el batllismo uruguayo o el aprismo peruano, pasaron a
ser caracterizados como contrarrevolucionarios (notablemente, los socialdemócratas
pasaron a ser llamados “hermanos gemelos del nazismo” o “socialfascistas”)375.
Como correlato de estas lecturas, fueron impulsadas nuevas formas organizativas
(celulares) en los partidos de América Latina junto a la decisión de “proletarizar” sus
filas y aumentó notablemente la tradicional desconfianza comunista hacia los sectores
pequeñoburgueses376. Como escribió Horacio Tarcus, “si estudiantes e intelectuales
ocuparon siempre un lugar subalterno, e incluso ‘sospechoso’ dentro de la lógica
política de la Komintern, en el llamado ‘tercer periodo’ (1928-1934) el sectarismo
obrerista y antiintelectualista alcanzó quizás su grado más exasperado”377. Ello tuvo un
efecto directo en la relación con uno de los más atípicos intelectuales comunistas de
entonces, el peruano José Carlos Mariátegui, líder del Partido Socialista Peruano378.
Pero también en relación con José Antonio Arze, un exponente en estado puro del

374
Victorio Codovilla, ¿Qué es el Tercer Período?, Montevideo, Editorial “Justicia”, [ca. 1928], p. 3. El
primer periodo duró desde la revolución rusa a la derrota de las revoluciones alemana y búlgara (1923), a
lo que se sumó la muerte de Lenin en 1924; el segundo periodo se caracterizó por la estabilización parcial
del capitalismo “en el que la socialdemocracia juega su rol más infame” (p. 5) pero al mismo tiempo por
la “consolidación de la Unión Soviética” (p. 6) y se extendió entre 1923 y 1928.
375
Tarcus, Mariátegui en la Argentina…, ob. cit., p. 64. “La fascistización de la socialdemocracia se está
cumpliendo a ritmo acelerado”, dirá Otto Kuusinen en el XIII Pleno de la Comintern (Terán, Aníbal
Ponce…, ob. cit., p. 31).
376
En la primera conferencia de Buenos Aires, según reportes de la IC, el 51% de los delegados eran
obreros y el 11% campesinos (Caballero, La Internacional Comunista…, ob. cit., p. 95).
377
Tarcus, Mariátegui en la Argentina…, ob. cit., p. 65.
378
Cfr. Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma
universitaria (1918-1938), México, Siglo XXI, 1978.

134
intelectual/político ilustrado y erudito cuyas ideas acerca del cambio social fueron
cristalizando en un marxismo bastante cercano al de la Internacional Comunista379.
Si la etapa había cambiado, ello requería un “nuevo curso” de los partidos
comunistas, que debían hacer suyas las caracterizaciones construidas desde la jerarquía
con sede en Moscú. Para moldear adecuadamente unas organizaciones aún bastante
caóticas ideológicamente –al menos para los parámetros moscovitas– se decidió
organizar para 1929 dos conferencias comunistas latinoamericanas de enorme
importancia: la Conferencia sindical en Montevideo y la Primera conferencia de
partidos latinoamericanos en Buenos Aires.
La reunión sindical de Montevideo, en mayo de 1929, fungió de Congreso
Constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana (CSLA), integrante a su
vez de la Internacional Sindical Roja (ISR), fundada en Moscú en 1921. En base a los
archivos de la Internacional Comunista en Moscú, Andrey Schelchkov sostiene que en
vísperas de la conferencia, los informes recibidos desde Bolivia eran muy
contradictorios, lo cual llevó al responsable del evento, M.S. Khaskin (Moris), a invitar
también a la FOT, además de la CTB. Ello formaba parte, además, de una estrategia
destinada a buscar la unificación de las centrales sindicales bolivianas en base a alianzas
con los anarcosindicalistas y sindicalistas para enfrentar a los socialistas, los anarquistas
y los mutualistas380.
De esta forma, Bolivia estuvo representada por Carlos Mendoza Mamani –
representante de la CTB y pieza clave en los infructuosos intentos de la IC de poner en
pie un partido comunista en Bolivia– y Alfredo Suazo, sindicalista minero potosino. Por
la FOT, el enviado fue el sindicalista gráfico saavedrista Hugo Sevillano. Su
participación dio lugar a virulentos conflictos en torno a un posible conflicto boliviano-
paraguayo, tema que ya flotaba en el aire de la política latinoamericana.
Bolivia y Paraguay ya habían tenido en 1928 las primeras escaramuzas en los
fortines chaqueños, que no pasaron a mayores por la sensatez diplomática de Siles, pero
la situación estaba lejos de haberse distendido; por el contrario los vientos de guerra

379
Cfr. Valentín Abecia López, José Antonio Arze y Arze, Inventario, La Paz, Librería Editorial
“Juventud”, 1992. Ideológicamente estalinista, Arze mantuvo una curiosa independencia frente a Moscú –
que por otro lado, nunca simpatizó con él–. Pese a sus posiciones prosoviéticas recomendaba leer incluso
libros de Trotsky y otros “disidentes” comunistas. El Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) –
fundado por él en 1939– no se afilió a la Tercera Internacional y según Schelchkov, Arze sería visto por
los soviéticos, después de los años 40, como “brauderiano” (comunicación personal con A. Schelchkov,
febrero de 2013). Arze dictó clases en Estados Unidos, donde fue profesor de Relaciones Interamericanas
en el Willams College de Massachusetts.
380
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 18.

135
acicateaban el patriotismo en ambas naciones vecinas. En este marco, Sevillano se
distanció de los otros dos delegados al sostener que nunca aceptaría la postura pacifista
de la ISR y que en caso de un conflicto con Paraguay se colocaría del lado de su
gobierno381. Las intervenciones de Sevillano generaron tal indignación en las filas de la
CSLA que fue aprobado un rechazo colectivo a sus posiciones –el antiguerrerismo era
el eje de la estrategia de la IC–, y ese texto fue incluido en las actas del cónclave, lo que
evidencia que la dirigencia comunista consideró necesario dejar constancia de esas
desavenencias. Como veremos más adelante, la cuestión del antibelicismo era una
cuestión clave para la IC, que consideraba a la posible guerra boliviano-paraguaya como
parte de un conflicto interimperialista de mayores proporciones que era ineludible
enfrentar haciéndole la “guerra a la guerra”.
En uno de los párrafos de la declaración de rechazo a Sevillano se puntualiza que
“su intervención en el debate ha sido coincidente con la defensa que Siles hace de los
intereses de la burguesía boliviana ligada al imperialismo yanqui, frente a la burguesía
de otros países ligadas a otro imperialismo [el británico]”382. Ante esta situación, el
congreso resolvió “declarar que la exposición del ciudadano Sevillano no ha contenido
la defensa de los intereses del proletariado boliviano sino –queriéndolo o no– los de la
burguesía y del imperialismo coaligados”. Los delegados consideraron que su
intervención era signo de “la ideología gubernamental en el movimiento obrero y de la
falta de una verdadera conciencia obrera y de clase en ciertos dirigentes”, ante lo cual se
solidarizaron con los obreros “que han luchado y que luchan contra los peligros de
guerra imperialistas”. La condena concluye: “El congreso expresa, así mismo, a los
trabajadores de Bolivia, a los obreros y a los campesinos indígenas que en todos los
momentos de sus luchas los trabajadores de América Latina estarán de su lado para
ayudarles a conseguir la victoria”383. De hecho, al regresar a Bolivia, Sevillano declaró
en la FOT que la CSLA no representaba otra cosa que los intereses de los marxistas y de
la política exterior de Moscú384. Entretanto, Mendoza Mamani fue elegido para el
Consejo General de la CSLA y en 1930 el dirigente S. Saavedra Morales viajó al V

381
Idem.
382
Bajo la Bandera de la C.S.L.A., Resoluciones y documentos del Congreso Constituyente de la C.S.L.A,
mayo 1929, Montevideo, 1929, pp. 253-255.
383
Idem.
384
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 18.

136
Congreso de la Profintern en Moscú en representación de la CTB (también participó de
la II Conferencia Comunista Latinoamericana en la capital rusa)385.

La Conferencia de 1929 y la bolchevización de los partidos comunistas

Posteriormente a la reunión de la CSLA se realizó la primera conferencia de partidos


comunistas latinoamericanos, en la cual, además de Mendoza Mamani y A. Suazo, fue
incluido el dirigente universitario Alfredo Mendizábal cuyo perfil fue extremadamente
bajo386. Sus exposiciones en el cónclave fueron breves y periféricas. En uno de los
debates sostuvo que en Bolivia, “la masa acepta en principio la táctica del comunismo;
pero la mayoría teme el nombre del partido”. Adhirió a la necesidad de transformar la
potencial guerra imperialista en guerra civil por el gobierno obrero y campesino y
añadió con un tono obsecuente –parcialmente comprensible para un joven estudiante en
medio de la flor y nata del comunismo latinoamericano–: “Hemos venido a esta
conferencia con la esperanza en encontrar en vosotros, la línea política exacta que
nosotros esperamos para ponernos de inmediato a trabajar en sentido de practicarla”387.
En el debate sobre campesinado y cuestiones raciales –cuyo informe fue escrito por
Mariátegui–, Mendizábal hizo una descripción de quechuas y aymaras apelando a
prejuicios corrientes. Así, habló de los aymaras rebeldes frente a unos quechuas menos
combativos, sin ninguna mención a la estructura agraria diferenciada en el Altiplano y
los valles. Así, mientras la raza quechua “soporta estoicamente la situación que le
impone el capitalismo y el imperialismo, la aymará es completamente rebelde y jamás
ha llegado a conformarse con su situación, siendo muchos los casos de revueltas por esa
aspiración del aymará a libertarse de las represiones de los capitalistas e
imperialistas”388. De ahí deduce –no sin mecanicismo– que “será más fácil para los
comunistas conquistar a los aymarás para sus ideas”.

385
Ibidem. Lazar Jeifets, Víctor Jeifets y Peter Huber, La Internacional comunista y América Latina,
1919-1943. Diccionario biográfico, Moscú-Ginebra, Instituto de Latinoamérica de la Academia de las
Ciencias-Institut pour l’histoire du communisme, 2004, p. 293.
386
Mendizábal fue delegado de Oruro al Congreso nacional de estudiantes de 1928 y secretario de prensa
de la Federación Universitaria. Más de una década después sería “uno de los dirigentes de la corriente de
derecha del Partido de la Izquierda Revolucionaria” (Jeifets [et al.], La Internacional comunista…, ob.
cit., p. 210). En su estadía en Buenos Aires se reunió con la fracción “chispista” disidente del PCA, tal
como declaró ante las autoridades comunistas.
387
El movimiento revolucionario latinoamericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista
Latino Americana. Junio de 1929, Buenos Aires, ediciones de Correspondencia Sudamericana, 1929, p.
47.
388
Ibidem, p. 303.

137
Por esos años, parte de la lucha por la normalización ideológica y organizacional
prosoviética tenía entre sus ejes rebautizar a los partidos como comunistas, lo que
vuelve nada inocuo el hecho de que el partido fundado por Mariátegui en 1928 fuera
llamado socialista y no comunista, con la finalidad declarada de atraer a sectores medios
radicalizados (pero también de construir una fuerza culturalmente más densa y
articulada al mundo intelectual que lo que permitía el estilo gris de partido
cominterniano)389. Pero el panorama ideológico era bastante complejo: si el giro
ultraizquierdista del “tercer período” hacía que el mariateguismo se ubicara en muchos
sentidos “a la derecha”, dado que combatían las posiciones sectarias y obreristas de la
IC, por otro lado, su énfasis en la revolución socialista los colocaba a “la izquierda” de
la posición de la IC a favor de la revolución agraria y antiimperialista390.
El eje de las agrias críticas que recibieron los delegados peruanos al congreso (el
médico Hugo Pesce y el obrero Julio Portocarrero) se centró en la visión que los
mariateguistas tenían del imperialismo (como erosionador de las relaciones feudales en
Latinoamérica y promotor de relaciones sociales capitalistas), junto con la importancia
de los “factores espirituales” y la relación con los intelectuales, además de la obsesiva
cuestión del nombre, que subvertía la normalización impuesta por la IC391. Incluso los
mariateguistas fueron acusados de querer crear un nuevo APRA392. Las recurrentes
referencias a la “realidad peruana” por parte de los delegados del PSP enervaron a
Codovilla, quien finalmente intervino procurando aclarar el núcleo de las divergencias
con los díscolos peruanos:

Para “justificar” la creación de ese partido los compañeros llaman a la reflexión al


Secretariado [Sudamericano] sobre las condiciones ambientes y digamos –para

389
Cfr. Tarcus, Mariátegui en la Argentina…, ob. cit., p. 66; Portantiero, Estudiantes y política..., ob. cit.
390
Horacio Tarcus resume así el escenario: “mientras la Internacional Comunista aprueba para América
Latina una estrategia de revolución democrático-burguesa (agraria y antiimperialista), articulada a una
táctica obrerista ultraizquierdista; el PSP sostiene una estrategia socialista articulada a una táctica más
amplia y frentista” (Tarcus, Mariátegui en la Argentina…, ob. cit., p. 67). Pese a todo, la ruptura con el
APRA generó varios elogios de Codovilla y Mariátegui fue invitado a la reunión de Buenos Aires.
Aunque no pudo concurrir por razones de salud envió el texto para la discusión sobre “el problema de las
razas en América Latina” y “Punto de vista antiimperialista”, que fueron leídos como posiciones del PSP.
391
Ya en el cuarto congreso de la Internacional Sindical Roja (Moscú, 1928) habían mantenido una
notable independencia ante las presiones al negarse a firmar una condena al líder de la Oposición de
Izquierda catalana, Andreu Nin, asesinado posteriormente por la GPU estalinista (Tarcus, Mariátegui en
la Argentina…, ob. cit., p. 67).
392
Así se expresó el camarada “Luis” (Droz): “Temo que bajo una forma nueva y con una nueva etiqueta,
tengamos en Perú un resurgimiento del APRA”. Para un análisis sintético de las relaciones entre el
mariateguismo, el APRA y la IC, cfr. Terán, “Entre el aprismo y la Comintern" en Discutir… ob. cit., pp.
101-117.

138
utilizar una expresión ya clásica– sobre la “realidad peruana”. Indiscutiblemente, toda
táctica debe ser adaptada a las condiciones peculiares de cada país. ¿Pero es que las
condiciones del Perú se diferencian fundamentalmente de las del resto de los países
de Sudamérica? ¡Absolutamente no! Se trata de un país semicolonial, como los otros.
Y si la internacional Comunista establece que en todos los países deben crearse
Partidos Comunistas, ¿por qué el Perú puede constituir una excepción?393.

Desde el antiintelectualismo clásico del “tercer período”, el camarada “Luis” (Humbert-


Droz) agrega:

El solo hecho de querer atraer a los intelectuales demuestra que el Partido Socialista
tendría una base y una composición social distinta a la de un verdadero Partido
Comunista. Hay que tener en cuenta otra posibilidad: es posible que durante algún
tiempo, los pequeños burgueses y los intelectuales sean disciplinados; pero en el
momento decisivo, traicionarán, como ha pasado siempre, y es preciso precavernos de
ese peligro394.

Como puede observarse, la discusión sobre el nombre conllevaba una serie de


cuestiones vinculadas con el tipo de organización e identidad partidaria; al final, el
partido peruano sería rebautizado “comunista” –y sovietizado– tras la temprana muerte
de Mariátegui en 1930.
En la misma línea de bolchevizar los diversos agrupamientos comunistas, en
1932, el Buró Sudamericano publicó una carta titulada Las tareas de los partidos
comunistas latino-americanos en el frente ideológico, que tiene dos partes. En el folleto
se reproduce como introducción –y clara fuente de autoridad– una carta “del compañero
Stalin”, en la que el líder soviético reprende con dureza a los redactores de la revista
soviética Revolución proletaria. Lo que provocó la ira del líder soviético fue la
publicación de un artículo “calumniador” hacia la historia del Partido Bolchevique, y en
particular hacia Lenin, respecto a su relación con la socialdemocracia alemana395. Más
allá de los detalles del debate historiográfico/hermenéutico, lo significativo es que
Stalin ordenaba poner fin al “liberalismo podrido” que provocaba una excesiva

393
El movimiento revolucionario latinoamericano…, ob. cit., p. 187.
394
Ibidem, p. 200.
395
“Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo. Carta enviada por el compañero Stalin a la
redacción de la revista ‘La Revolución Proletaria’”, en La lucha por el leninismo en América Latina,
Buenos Aires, edición del Bureau Sud-americano de la Internacional Comunista, marzo de 1932.

139
condescendencia del partido hacia los elementos “semitrotskistas” que aún quedaban, en
este caso, en sus filas intelectuales.
Retomando esas ideas-fuerza lanzadas por el jefe máximo, el Buró
Sudamericano redactó un documento titulado: “Las tareas de los partidos comunistas
latino-americanos en el frente ideológico”. Allí se advierte que “en los partidos de
América del Sud, la lucha ideológica contra nuestros adversarios y su influencia sobre
nuestros partidos, contra las desviaciones en el seno de los mismos, es muy débil”396. Se
refería concretamente a la necesidad de poner fin a la tolerancia frente a las tradiciones
socialistas y anarquistas que aun pervivían en los partidos de la Tercera Internacional, a
la urgencia de reeducar en un sentido proletario a los elementos no proletarios y al
establecimiento de un “severo control obrero”397. El fin principal era terminar con la
“pasividad en la lucha contra el trotskismo”398, un tipo de “desviación” que constituía
una fuente de “descomposición de nuestros partidos”399. Entre los elementos
“aventureros y extraños al movimiento” revolucionario se cita, entre otros, a Tristán
Marof, por entonces uno de los izquierdistas bolivianos más conocidos en el exterior400.

El viraje campesino-indígena de la IC y la izquierda comunista boliviana

Un aspecto notable –especialmente para un país como Bolivia– de las instrucciones de


la IC a los partidos latinoamericanos por esos años lo constituyó la insistencia en que
emprendiera, sin dilaciones, un trabajo con los campesinos e indígenas sobre todo en los
países andinos (además de los negros “donde los hubiera”).

Nuestros partidos han menospreciado las luchas nacionales de los negros e indios, no
sabiendo ligar sus reivindicaciones con las reivindicaciones de clase. No comprenden
que la lucha por la autodeterminación (derecho a disponer de sí mismos) de los indios
y de los negros va dirigida contra el estado actual feudal-burgués y que esta lucha es
parte integrante de la lucha de los explotados. […] No ligando la revolución agraria y

396
“Las tareas de los partidos comunistas latino-americanos en el frente ideológico”, en La lucha por el
leninismo…, ob. cit., p. 15.
397
Ibidem, p. 22.
398
Idem.
399
Idem.
400
Idem.

140
antiimperialista con las reivindicaciones de las razas y naciones oprimidas, repiten el
viejo error menchevique401.

Para reforzar estas posiciones, el Buró Sudamericano publicó en 1933 una carta
titulada, sin ambigüedades, “Por un Viraje Decisivo en el Trabajo Campesino”402. No se
trataba, simplemente, de un déficit táctico: “la insuficiente preocupación de los Partidos
por este problema comprueba la debilidad de todo su trabajo, siendo un reflejo de todas
las desviaciones en el terreno ideológico, de enorme sectarismo y de falta de orientación
revolucionaria de que adolecen”403. El documento presenta una amplia descripción de
las luchas campesinas en la región y critica las estrategias y posiciones teóricas de los
diferentes partidos comunistas con bastante dureza. Y a este texto se suman otros con la
misma finalidad: “liquidar la subestimación inadmisible del trabajo en el campo”404.
Para ello resultaba necesario entender con exactitud el carácter de la revolución
agraria y antiimperialista, superando diversos tipos de “desviaciones”, como la
mariateguista y la aprista entre los comunistas peruanos405. Se trata de ganar a los
campesinos medios y no solamente a los pobres; no es posible luchar por el socialismo
inmediato en el campo, la meta es impulsar la revolución agraria y antiimperialista que
destruya al latifundio. Pero ya no se trataba del frente único –ni de partidos biclasistas
obrero-campesinos– sino de partidos del proletariado de la ciudad y del campo406.
Las instrucciones son precisas, e incluyen tareas prácticas. Por ejemplo, “la
cuestión de la literatura de masas para los campesinos y particularmente las ediciones
adaptadas para los analfabetos y los semi-analfabetos es de mucha importancia para la
mayoría de nuestros partidos”407. “Expropiar a los latifundios sin compensación y dar
las tierras a los campesinos, que se las repartan entre ellos. He aquí la divisa con la cual
debéis ir a los campesinos”, vuelve sobre el tema el soviético Alexandr Losovsky en El

401
“Las tareas de los partidos comunistas latino-americanos…”, ob. cit., p. 15.
402
Por un Viraje Decisivo en el Trabajo Campesino (Carta del Buró Sudamericano de la I.C. a los
Partidos Comunistas de Sudamérica), Montevideo, Sud América, 1933.
403
Por un viraje…, ob. cit., p. 3.
404
“Las tareas actuales de los P.C. de la América Latina”. Tesis política, Correspondencia Sudamericana,
segunda época, 25/6/1930, p. 11.
405
El documento critica al “camarada Mariátegui” por considerar que “el imperialismo liquidaba las
formas feudales en el campo” (Por un viraje…, ob. cit., p. 15).
406
Portantiero, Estudiantes y política…, ob. cit., pp. 89-114.
407
Las tareas actuales…, ob. cit., p. 15.

141
Movimiento Sindical Latino Americano (Sus virtudes y sus defectos)408, donde plantea
claramente que la dirección debe ser obrera:

No debéis olvidar que es el movimiento obrero de las ciudades quien debe conducir
ese movimiento de los campesinos, por la entrega de la tierra a los indios, por la
confiscación de todas las propiedades feudales […] Si planteáis el problema de esa
409
manera, entonces el indio más atrasado os sostendrá .

La IC avanzaba mucho más que cualquiera de las izquierdas continentales,


incluyendo a los grupos indigenistas, en términos de pensar la cuestión indígena como
autodeterminación nacional. Apelando a la teoría de la autodeterminación de las
nacionalidades (aunque a menudo de manera mecánica) apuntaba que las
reivindicaciones indígenas no podían limitarse a la cuestión de la tierra sino debía
ampliarse hasta el propio derecho a la secesión. “Hay que reivindicar para el indio el
derecho absoluto a su separación de Bolivia, a la creación de su propio Estado
independiente”, sostenían. Y junto con ello, “hay que proclamar la consigna de la
confiscación sin indemnización alguna de las tierras, su restitución a las comunidades
indígenas y su división entre los campesinos que se hallan fuera de las comunidades”410.
Con todo, los comunistas no lograron revertir la debilidad organizativa que
mostraban en Bolivia. Codovilla admitió que la estrategia de entrismo en el pequeño
Partido Laborista no había dado resultado y se decidió crear un partido basándose en el
colectivo de Carlos Mendoza Mamani –uno de los pequeños agrupamientos de esos
años–. Hacia 1928 –no se sabe la fecha exacta– se conformó el Partido Comunista
(clandestino)* que, como señala Schelchkov, “no era un partido sino un pequeño grupo
de intelectuales y sindicalistas”411. El hecho de que la IC le exigiera “reclutar unos 40 o
50 trabajadores” para comenzar a discutir su conversión en sección boliviana de la
Tercera Internacional deja ver la exigua cantidad de militantes con la que contaba el
grupo. Con todo, el nucleamiento –que después comenzó a ser llamado Agrupación
Comunista– atrajo a varios personajes llamados a ocupar un sitial en la historia política

408
Alexandr Losovsky, El Movimiento Sindical Latino Americano (Sus virtudes y sus defectos), Ediciones
del Comité Pro Conferencia Sindical Latino Americana, marzo de 1929, p. 23.
409
Idem.
410
Las tareas actuales..., ob. cit., p. 18.
*
Tomamos esta terminología de Lora para distinguirlo de otros colectivos comunistas.
411
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., pp. 18-19, cfr. También Lorini, El movimiento socialista
“embrionario”…, ob. cit., p. 179.

142
y social boliviana: allí militaron José Antonio Arze, José Aguirre Gainsborg y Walter
Guevara Arze; este último, parte del trío fundamental del gobierno de la Revolución
Nacional en los años cincuenta y futuro presidente de Bolivia durante un breve periodo
en 1979412. El hecho de que no haya consenso historiográfico sobre la fecha exacta de la
fundación ni de la desaparición del PC (c) da cuenta de su debilidad política y
organizativa. Quedan pocos materiales de este agrupamiento, pero a partir de uno de
ellos –que forma parte de un juicio penal anticomunista– es posible concluir que este
grupo intentó llevar adelante las consignas de la IC, con una buena dosis de
vanguardismo autocelebratorio y desacoplado de su real capacidad de influencia sobre
las masas413.
Particularidad boliviana, habrá que esperar hasta 1950 para que se estructure en
esta nación andina un partido comunista afiliado a la Internacional Comunista. Sin
embargo, a comienzos de la década del treinta, las protestas contra la Ley de defensa
social, en un contexto de pauperización abierto por la crisis del 29, se mezclaron con las
proclamas antibélicas y alarmaron al gobierno, que además de declarar el estado de sitio
en julio de 1932 alentó el procesamiento de dirigentes comunistas y anarquistas, como
puede verse en los varios juicios criminales en la Corte Superior de La Paz. Y como ya
mencionamos, la “amenaza comunista”, que con su prédica anti-guerra buscaba relajar
la tensión patriótica que el país necesitaba, fue amplificada por la prensa. Si los
nacionalistas, también críticos de la guerra, habían decidido combatir heroicamente en
una guerra estúpida414, un grupo de intelectuales y obreros comunistas y anarquistas
prefirieron el exilio o la prisión415.
José Antonio Arze salió a Perú por el Lago Titicaca con Waldo Álvarez y José
Cuadros Quiroga ayudado por los contactos indígenas urus que le había proporcionado
el arqueólogo Arturo Posnansky416; José Aguirre Gainsborg se exilió en Chile después
de ser detenido en La Paz, y en la nación trasandina llegó a posiciones dirigentes en el

412
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 19.
413
Allí sostienen que frente a la masacre de Contonio y el robo de tierras a los indios, el Partido
Comunista, vanguardia del proletariado y del pueblo oprimido, protesta enérgicamente y llama a obreros,
indios, artesanos y a todos los explotados y oprimidos a la lucha revolucionaria contra los asesinos de los
indios y explotadores de los trabajadores, la burguesía, los hacendados y los imperialistas extranjeros. “El
proletariado y su guía el Partido Comunista, os llama por vuestra completa liberación hasta conseguir la
formación de repúblicas aymaras y quechuas” (Juicio criminal por publicaciones clandestinas y libelo
inflamatorio, 1932”, AHLP, citado en Lorini, El movimiento socialista “embrionario”…, ob. cit., p. 183.
414
Augusto Céspedes, Crónicas heroicas de una guerra estúpida, La Paz, Librería editorial “Juventud”,
1975.
415
Waldo Álvarez España, Memorias del primer ministro obrero, editorial Renovación, La Paz, 1986.
416
Ibidem, pp. 51 y ss. Álvarez debió retornar a Bolivia por la enfermedad que provocó la muerte de su
pequeño hijo y volvió a Perú deportado en 1934.

143
PCCh, desde el cual adhirió a la Oposición de izquierda (trotskista), al mismo tiempo
que participaba del grupo Izquierda Boliviana integrado por exiliados.
El Diario de La Paz publicaba noticias como estas: “Descubierta una tenebrosa
conspiración destinada a sembrar el derrotismo en el país…. Plan descabellado… que el
país abandone las armas y fraternice con los paraguayos. Los que operaban eran tres
extranjeros”. O: “Un manifiesto comunista en el ejército, ciertos individuos
posiblemente desequilibrados, dirigen iniciativas para precipitar la derrota boliviana que
haga posible la exaltación de los rojos en el poder”417.
Lo cierto es que, pese a la debilidad del comunismo local, los grupos de exiliados
lanzaron una activa campaña antibelicista. Entre los principales estaban el grupo Tupac
Amaru, liderado por Marof desde la ciudad argentina de Córdoba, e Izquierda Boliviana
de Aguirre Gainsborg, en Chile. Su modesta actividad logró una amplificación mayor
en el marco de la gran actividad desplegada por la Internacional Comunista contra la
guerra del Chaco como una actividad central, dado que consideraban que esta contienda
sudamericana no era más que un aviso de lo que el “tercer período” del capitalismo
mundial traería al continente y al mundo entero en términos de carnicerías bélicas. Por
eso, los eventos antiguerreros sobre el Chaco están, en gran medida, en el origen de
organizaciones antiguerras y antifascistas de mayor amplitud, en las que la Tercera
Internacional buscó jugar un papel destacado, y en las cuales participaron intelectuales
de celebridad mundial como Henri Barbusse, Waldo Frank o Romain Rolland, entre
varios otros418.
Pero, al mismo tiempo, la contienda en el Chaco boreal tuvo otro efecto. La
matanza chaqueña daba al traste con el latinoamericanismo trabajosamente construido
por la generación de la reforma universitaria del 18: si el primer párrafo del Manifiesto
Liminar terminaba diciendo que “estamos viviendo la hora americana”, y maestros de la
juventud como José Ingenieros, Alfredo Palacios, Víctor Raúl Haya de la Torre o
Manuel Ugarte recorrían el continente con un discurso latino o indoamericanista y
antiimperialista, ahora dos pueblos hermanos –e incluso muchos indios que ni siquiera
eran considerados ciudadanos plenos en Bolivia o Paraguay– se estaban desangrando o

417
El Diario, citado en Lorini, El movimiento socialista “embrionario”…, ob. cit., p. 184.
418
Cfr., entre otros, Ricardo Pasolini, “Intelectuales antifascistas y comunismo durante la década de 1930.
Un recorrido posible: entre Buenos Aires y Tandil”, en Estudios Sociales. Revista Universitaria
Semestral, Universidad Nacional del Litoral, 2004, pp. 81-116.

144
simplemente muriendo de sed o enfermedades en el infierno chaqueño419. Por eso, no
fue casual que figuras como Deodoro Roca pusieran toda su energía en la cruzada
antibélica. Ni tampoco que editores como Antonio Zamora pusieran a su revista y
editorial Claridad a disposición del campo del pacifismo y contra la contienda
boliviano-paraguaya.
Estas redes combinarían, no sin tensiones, una serie de sensibilidades que buscaban
actuar en un mundo marcado por la polarización europea entre el comunismo y el
fascismo, cuyos ecos llegaban a América Latina; una situación crítica que activó una
variedad de compromisos y solidaridades antifascistas. Los propios comunistas
abandonarían, antes del fin de la contienda chaqueña, el ultraizquierdismo de clase
contra clase para dar un viraje radical hacia los frentes populares con fuerzas
demoprogresistas e incluso liberales. Pero antes de seguir, volveremos a Bolivia y a la
figura de José Antonio Arze.

Académicos, periodistas y obreros gráficos: los inicios de una hermandad

La vida de José Antonio Arze durante los años treinta estuvo marcada por sus esfuerzos
para organizar una fuerza marxista en Bolivia y por sus intentos de acercamiento a la
Internacional Comunista, siempre frustrados pese a ser un entusiasta estalinista y
admirador de la URSS. En 1930, Arze tenía veintiséis años y, como hemos visto en las
páginas anteriores, contaba ya con una notable trayectoria intelectual, una hoja de vida
que lo colocaba como uno de los principales luchadores por la reforma universitaria y a
cargo de una cátedra de derecho. En ese año, el joven marxista conocerá a un dirigente
sindical con quien entablará una relación personal que se mantendría hasta el final de su
vida y marcará los siguientes años de su devenir político. El líder obrero, proveniente
del sindicalismo gráfico, era el linotipista Waldo Álvarez España (nacido en 1900,
cuatro años mayor que él), y el artífice de ese encuentro fue el joven periodista José
Cuadros Quiroga, editorialista de El Diario, donde también trabajaba Álvarez420. Los
tres anudarían una hermandad que los mantuvo unidos en el clima represivo de la
primera mitad de la década del treinta, cuando el chauvinismo asociado a la guerra del

419
Cfr. Martín Bergel, “Flecha, o las animosas obsesiones de Deodoro Roca,” prefacio a Deodoro Roca.
Obra Reunida. Tomo IV. Escritos Políticos, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 2012, p. XXV-
XXVI.
420
Algunos documentos y testimonios sobre José Cuadros Quiroga pueden encontrarse en Mariano
Baptista Gumucio, José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario, La Paz,
[s.n.], 2002.

145
Chaco se articuló a una persistente política de combate oficial del “derrotismo”
comunista, seguiría en un improvisado viaje a Perú para evitar combatir en las arenas
chaqueñas y, ya en la postguerra, continuará en los primeros años de la aventura del
socialismo militar. Más tarde, a fines de la década del treinta, Cuadros abandonará el
comunismo y se transformará en el autor del programa del naciente Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR), en tanto que Arze y Álvarez se mantendrán fieles
al marxismo y organizarán el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), de fuerte
influencia política –y posiciones controversiales– durante la década del cuarenta.
Álvarez formaba parte de la “aristocracia obrera” letrada –el sindicalismo
gráfico– y dentro de este sector social se destacaba como un intelectual obrero, como lo
atestiguan los dos libros que dejó escritos ya en su vejez: Los gráficos en Bolivia.
Historia de la organización y luchas de este sector social (1977) y Memorias del primer
ministro obrero (1986), al igual que la fundación de dos editoriales: Trabajo (junto a
Fernando Siñani) y Renovación. El título de sus memorias hacen referencia a que fue el
fundador del ministerio de Trabajo en 1936, cargo al que llegó por decisión de los
sindicatos en una torsión del viejo orden oligárquico hacia las modernas visiones
reformistas sobre el Estado y la sociedad que en esos años eran leídas en clave
corporativa/funcional.
En 1930, ya bajo el gobierno emergente de la revolución cívica-militar que ese
mismo año derrocó al presidente Hernando Siles y llevó al poder al general Carlos
Blanco Galindo, Álvarez ocupaba el cargo de Secretario de Agitación y Propaganda de
la Federación de Artes Gráficas, desde el cual fundó el periódico sindical La Huelga,
considerado por el gobierno una publicación comunista421. Ese mismo año, marcado por
la agitación política y laboral, Álvarez llega a la presidencia de la Federación de Artes
Gráficas422. Al tomar posesión, el nuevo dirigente hizo un llamado a alejarse de la

421
Álvarez, Memorias…, ob, cit., p. 30.
422
Vale la pena detenernos un momento en la evolución del mundo gráfico/editorial en Bolivia. Como en
otros países, el sindicalismo gráfico jugó un importante rol en el movimiento obrero boliviano. En 1905
se funda la Unión Gráfica Nacional (UGN). En 1913 un grupo de jóvenes gráficos acusan a la UGN de
“retrógrada y conservadora, al servicio del liberalismo” y fundan el Centro Tipográfico, manteniendo el
carácter mutualista de la organización. Y será en 1916 cuando se crea la Federación de Artes Gráficas, la
primera organización sindical moderna del sector. En su historia del sindicalismo gráfico, Álvarez
recuerda que entre 1912-1920 se produjeron grandes avances técnicos en la industria gráfica boliviana.
Por esos años se publicaban en La Paz, El Diario, El Tiempo, El Fígaro, El Hombre Libre, El
Republicano, El Norte, La Verdad, La República y La Razón y en la sede de gobierno funcionaban
grandes talleres de impresión como La Boliviana, La Moderna, González y Medina, La Eléctrica,
Imprenta Velarde y Renacimiento. En 1914 llegan a Bolivia las primeras máquinas linotipo modelo 8 de
tres almacenes, adquiridas por El Diario, El Tiempo y La Verdad. El Norte, propiedad de Patiño, importa
dos linotipos y la primera retoplana para imprimir en colores, transformando la técnica periodística en el

146
politiquería, enfrentar a la burguesía y a la rosca minera feudal, y luchar contra el
imperialismo y por la redención social de los explotados.
El programa de reivindicaciones lanzado por Álvarez incluía la lucha por
aumentos de salarios, disminución de la jornada de trabajo, jubilación, seguro para los
desocupados, seguro médico gratuito, igualdad de salario para la mujer y libertades
democráticas423. Su prestigio como dirigente gráfico lo llevará en ese mismo año a la
secretaría general de la Federación Obrera del Trabajo424. Desde ese cargo, y con la
colaboración de varios periodistas, funda el semanario El Mundo, una publicación “al
servicio de la clase trabajadora”. Desde allí, Álvarez participó en varias polémicas con
la “prensa burguesa”. Por ejemplo, desde El Mundo respondió a un artículo de El Diario
que informaba que en México los intelectuales se habrían organizado sindicalmente
como una necesidad de defensa frente a unos sindicatos de clase egoístas que buscaban
su completo predominio en el campo político, social y económico. El dirigente gráfico
contestó que la idea del articulista de El Diario era absurda y que si los intelectuales se
organizan en sindicatos ello deberá conducir a un encuentro con los obreros para luchar
juntos contra el enemigo común: la explotación capitalista425. Esa era precisamente su
meta: una articulación entre proletarios e intelectuales bolivianos.
En efecto, ese mismo año de 1930 Waldo Álvarez –“siguiendo su tren de auto–
culturización”– se relacionó con varios intelectuales de izquierda: periodistas,
profesores y estudiantes universitarios, y en ese marco, fue que una noche Cuadros
Quiroga le presentó a José Antonio Arze, en ese entonces profesor de la Universidad
Mayor de San Andrés426. Se inició así un largo vínculo político y personal que incluyó
la fundación de grupos políticos, el arribo a la función pública y varios destierros.
Según relata Álvarez en sus memorias, los tres solían ir al bar nocturno Chaj-Chaj,
sobre la calle Uchumayo de La Paz, donde entre varios té con té (singani con té)
discutían hasta altas horas de la noche, y así se fue organizando una peña que “iba

país. También se producen avances en el interior con periódicos como Eco Obrero o La Opinión obrera
en Sucre. Uno de los impulsores de la Federación de Artes Gráficas fue Felipe Reque Lozano, el fundador
de Bandera Roja, espacio de difusión de ideas socialistas radicales en Bolivia (Los gráficos en Bolivia.
Historia de la organización y luchas de este sector social, La Paz, editorial Renovación, 1977, pp. 24-
29).
423
Álvarez, Los gráficos en Bolivia…, ob. cit., p. 56. Un año después, la Federación de Artes Gráficas
entrará en una crisis y Álvarez y otros dirigentes de izquierda opuestos al “sindicalismo mutual-
colaboracionista” y promotores del “sindicalismo revolucionario” fundan el Sindicato Gráfico.
424
Álvarez, Memorias…, ob. cit. p. 35.
425
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 36-37.
426
Ibidem, p. 37.

147
creciendo cada día”427. Uno de sus nuevos miembros fue Walter Guevara Arze (primo
de J.A. Arze), que llegó con varios estudiantes universitarios que en ese cenáculo de
reformistas sociales discutían con choferes, gráficos, tranviarios, sastres y otros
trabajadores y artesanos428, un caldo de cultivo para la circulación de ideas radicales
acerca de las transformaciones sociales que requería Bolivia.
De este conglomerado de obreros e intelectuales surgió en 1931 la Agrupación
Socialista Revolucionaria, que tuvo a Álvarez como presidente, a Guevara Arze como
secretario de Relaciones, a Cuadros Quiroga como secretario de Propaganda y a José
Antonio Arze como encargado de Cultura. Con la voluntad de nacionalizar al grupo, se
acordó enviar comisiones al interior para crear núcleos similares, designándose a
Álvarez para viajar a Oruro y a Guevara Arze a Cochabamba. Según recordará Álvarez
décadas después, esta comisión tuvo un gran éxito. En el caso de Oruro, al conocerse la
llegada de los delegados, se autoconvocaron en la estación del ferrocarril muchísimos
intelectuales y obreros que les dieron la bienvenida. Fueron recibidos en asamblea por
la Federación Obrera de Oruro y esa misma noche asistieron a reuniones con
intelectuales locales, varios de los cuales formaban parte del Grupo Avance, un
nucleamiento de izquierda local. En Cochabamba, fueron recibidos por la FOT y el
Grupo de Izquierda liderado por Ricardo Anaya. Y comisiones similares viajaron a
Sucre y Potosí, “con el mismo éxito”429.
Más allá de que seguramente haya exageraciones retrospectivas en la
descripción del impacto de las visitas, son estos vínculos entre intelectuales y obreros
uno de los signos más remarcables de estos espacios del socialismo embrionario, como
lo denominó Irma Lorini430, pese a los recurrentes fracasos por poner en pie
instituciones partidarias más estables e influyentes en el movimiento de masas. Esto
último llevó a Lorini a subestimar a estas organizaciones socialistas por carecer de
visiones doctrinales más estructuradas, como ocurría en los casos de Chile o Argentina
con los emergentes partidos socialistas y comunistas431.

427
Idem.
428
Idem.
429
Ibidem, pp. 37-38
430
Irma Lorini, El movimiento socialista “embrionario”… ob. cit.
431
“En esos años, de 1926 a 1930, el marxismo que se propagó en el país fue un marxismo de manual o
de compendio y de ninguna manera contenía los textos exactos de las fuentes originales. El nivel
alcanzado por sus dirigentes (si tomamos en cuenta el documento comunista de Ampuero [se refiere a
“Organización sindicalista”]), fue pobre y provinciano. Este provincialismo en el nivel teórico bajo de los
dirigentes comunistas fue señalado ya por Codovilla (dirigente comunista argentino) en la conferencia de
1929”. Lorini insiste en varias ocasiones en la “deficiente cultura política” de los dirigentes socialistas a
la que se sumaba su “debilidad doctrinaria” (El movimiento socialista “embrionario”…, ob. cit., pp. 176-

148
En vísperas de lº de mayo de 1932, el Centro de Estudios Jurídicos de la
Universidad Mayor de San Andrés invitó a Álvarez a dar una conferencia titulada “La
proletarización de los intelectuales”432. El Diario del 3 de mayo de ese año informa que
Álvarez fue recibido “con una estruendosa salva de aplausos”. Paso seguido, el líder
obrero agradeció la invitación para ocupar una tribuna “en un recinto burgués” y pidió
excusas por las carencias de su discurso. “Espero que quienes me escuchen disimulen
cualquier deficiencia en mi lenguaje, lenguaje de obrero, no esperen de mí lirismo de
ninguna especie. Sólo puedo decir palabras que son fruto de mi sinceridad, de la
sinceridad de la clase trabajadora orientada invariablemente hacia la lucha de clases”433.
A lo largo de su exposición señaló:

Mucho se ha hablado de marxismo, de emancipación de la clase trabajadora, de


proletarización, etc. en este recinto. He podido escuchar los más preciosos discursos
“revolucionarios”. Pero muy pocos han dicho cómo se realizará esa proletarización y
cuáles serán las tácticas de lucha para esa emancipación. Hasta ahora han venido a
nosotros con aires de suficiencia, de apóstoles, de caudillos, a tendernos la mano para
sacarnos de la ignorancia en que estábamos sumidos y mostrarnos el camino que
debemos seguir; pero el obrerismo organizado –y no la masa ignara que sigue a
Saavedra o a los caudillos tradicionales– ha ido formando una conciencia de clase y
se ha fijado como táctica de lucha una línea esencialmente revolucionaria. De esta
manera, cada obrero posee una buena dosis de cultura revolucionaria y no necesita de
apóstoles que no hacen sino desviar al obrero de la senda que sin equivocarse
sigue434.

177). Pero en nuestra opinión, no resulta muy productivo discutir si los socialistas bolivianos leyeron
“correcta” o “incorrectamente” a Marx, sino analizar cómo lo leyeron y por qué lo leyeron de ese modo,
además de cómo usaron esas ideas (ello más allá de las consideraciones sobre el vuelo teórico de
Codovilla). Parafraseando a Horacio Tarcus, y su estudio sobre el marxismo argentino, resulta a nuestro
criterio más estimulante indagar qué lecturas de Marx y el socialismo eran posibles en un país como
Bolivia, cuyas coordenadas geográficas, sociales y temporales poco tenían que ver con las de Alemania,
Francia o Gran Bretaña. Sin duda, en un país con escasa alfabetización, afecto a la difusión oral de las
ideas y con procesos de individuación societal muy incompletos y fuertes culturas corporativas, el
marxismo dio inicialmente lugar a un socialismo intuitivo, pero productivo para instalar ciertas ideas
fuerza, al tiempo que se constituían partidos obreros basados en los sindicatos capaces de participar con
relativo éxito en elecciones aún censitarias, especialmente en el nivel municipal (sobre el tema de la
recepción y usos de Marx, cfr. Horacio Tarcus, Marx en la Argentina…, ob. cit., pp. 21-54).
432
De ese ciclo participaron también José A. Arze, José Cuadros Quiroga, Abraham Valdez, Rafael
Reyeros, Félix Eguino Zaballa y Alipio Valencia Vega.
433
Álvarez, Memorias…, ob. cit., pp. 45-46.
434
Ibidem, pp. 46-47. Destacado en el original.

149
En la misma intervención, Álvarez citó varias frases del secretario general de la
Internacional Sindical Roja, Alexandr Losovsky, y criticó a los intelectuales que
terminaron asumiendo como consigna “Ni con Moscú ni con Nueva York”, cuando
“Moscú representa la primera república obrera y Nueva York el más poderoso
capitalismo”. Finalmente, el líder gráfico se interrogó sobre quiénes serán los
intelectuales que, “en estas condiciones difíciles”, estarían dispuestos a proletarizarse.
Un ejemplo de esa proletarización verdadera era Rolland: “Romain Rolland, el hombre
cumbre de las letras francesas, es un intelectual que se ha proletarizado
sinceramente”435. Es claro que su intervención estuvo lejos de las deficiencias de
lenguaje mencionadas, pero sus prevenciones fueron útiles para reafirmar su condición
de clase en una universidad que, pese a los cambios que conducirían a la reforma
universitaria a comienzo de los años treinta, seguía siendo un reducto de la élite paceña.
Al mismo tiempo, su presencia en ese recinto iba sellando alianzas de mayor alcance
entre estudiantes inconformistas y obreros clasistas, ambos minoritarios en sus
respectivos ámbitos aunque en todo caso minorías activas que anudaban el malestar
general con un marxismo que iba llegando de manera fragmentada pero alcanzaba para
sostener nuevos imaginarios que hacían eje en la justicia social y la necesidad de que los
trabajadores se organizaran de manera independiente de los partidos tradicionales.

José Antonio Arze o las desventuras de un comunista boliviano durante el “tercer


período”

En 1931 José Antonio Arze promovió el cambio de nombre de la Agrupación Socialista


Revolucionaria e intentó plasmar en una organización política una idea que había ido
madurando en los años previos y que no lo abandonaría completamente en su vida
política posterior: la necesidad de poner en pie un partido comunista trinacional
boliviano-chileno-peruano. En opinión de Arze, una serie de razones históricas (el
pasado incaico y colonial), y una pluralidad de cuestiones geográficas, económicas y
étnico-sociales otorgaban viabilidad a la propuesta. Pero detrás de esa idea estaba una
convicción más profunda: que “la actual mediterraneidad de Bolivia haría imposible el
sostenimiento de un gobierno obrero, aún dado el caso de que este llegue a instaurarse:

435
Ibidem, p. 47. Álvarez leyó, además, partes de un manifiesto de Rolland llamando a los intelectuales a
abrazar la causa del proletariado.

150
[dado que Bolivia depende de Chile para salir al océano Pacífico y exportar sus
productos] el bloqueo marítimo ahogaría en sus comienzos cualquier intento
subversivo”436. Pero todo ello se podía resolver “de manera comunista” –opinaba Arze–
mediante una confederación política de los tres países.
La historia de las izquierdas ha prestado poca atención a esta faceta del
pensamiento de Arze y a su concreción en una organización política: la Confederación
de Repúblicas Obreras del Pacífico (CROP)437. ¿Pero acaso es importante detenerse en
una agrupación que apenas duró un breve tiempo y congregó sólo un puñado de jóvenes
convertidos al marxismo en los años veinte? Es cierto que la CROP prácticamente
murió al nacer. Fueron varias, como veremos, las razones que imposibilitaron su
implantación y desarrollo. Pero no se trata acá de poner el foco en los pies de página de
la historia con veleidades de originalidad forzada; por el contrario, creemos que
detenernos en la breve experiencia de la CROP, en la desconfianza de la IC y en las
razones de su fracaso nos permitirá iluminar dos aspectos relevantes que hacen a la
historia intelectual de las izquierdas bolivianas de la década del treinta. Por un lado, la
CROP plasmó vínculos personales que fueron relevantes más allá de la temprana
disolución del grupo e ilustran sobre las redes de socialización de las fragmentadas
izquierdas de la preguerra del Chaco438. Por otro lado, los viajes e intercambios de
correspondencia entre los cropistas y la Internacional Comunista (el Buró Sudamericano
y la CSLA) dejan ver los desencuentros e incomprensiones entre la entidad matriz del
comunismo regional y un grupo de jóvenes bolivianos ansiosos por entablar vínculos
con la patria de los soviets y difundir en los Andes las ideas marxistas ya implantadas
en la Unión Soviética. Finalmente, esta experiencia echa luz sobre la biografía
intelectual de uno de los fundadores de la sociología boliviana y entusiasta difusor del
marxismo en Bolivia: José Antonio Arze.
Arze fue el factótum de la CROP; el ex líder universitario estaba convencido de
que la debilidad del comunismo en Bolivia sólo podía resolverse en una escala superior,
es decir, mediante la fusión de los partidos chileno, peruano y boliviano en un solo
partido comunista trinacional, que funcionara bajo una forma confederada. El nombre
436
“Oficio-credencial del comité de la CROP al secretariado Sud-Americano de la Internacional
Comunista” (copia), pp. 1-2, Archivo personal de José Antonio Arze, en custodia de José Roberto Arze.
437
Hay breves menciones en Guillermo Lora, Historia del movimiento boliviano… 1933-1952, ob. cit.,
pp. 153-154. Schelchkov sí aborda brevemente el tema y echa luces en base a documentos de la IC en
Moscú (El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 17), finalmente, hay algunas referencias en Valentín Abecia
López, José Arze y Arze, inventario, Librería y editorial Juventud, La Paz, 1992.
438
Entre quienes constituyeron el grupo comunista se encontraban, además de Arze, Waldo Álvarez,
Carlos Mendoza Mamani, José Cuadros Quiroga y Walter Guevara Arze.

151
del grupo remitía a dos objetivos con temporalidades diferentes: en primer lugar, la
fusión triconfederada de los partidos comunistas; en segundo, la perspectiva de
unificación de las tres naciones, como un paso previo hacia la unidad latinoamericana y,
en un futuro aún más lejano, una comunidad mundial de naciones que sería la extensión
de la URSS, fundada casi una década y media atrás.
Todas esas propuestas quedaron plasmadas en el Estatuto de la CROP,
considerada a sí misma una “asociación comunista”, detrás de la cual operó la ya
mencionada convergencia de estudiantes universitarios y obreros gráficos. Este estatuto,
conservado por Arze en su archivo personal, no carece de singularidades, y es un reflejo
de la inmadurez política de los jóvenes marxistas que no tardarán en estrellarse con el
obrerismo secante del “tercer período” del Comintern. Entre las disposiciones más
curiosas está la obligación, para poder militar en la CROP, de “leer una disertación de
ingreso, que versará precisamente sobre un tema de interpretación marxista de
problemas americanos”. O, “en defecto de esta disertación, podrá exigirse, al menos, la
presentación de un trabajo escrito, de tema sencillo, pero relacionado con problemas
obreros”439. Paralelamente, se promueve la fundación de una biblioteca marxista, un
periódico y una revista, además de una editorial440. Que todo ello ocupara los primeros
artículos del estatuto nos habla de la importancia que se le asignaba a la
“autoinstrucción” de sus futuros miembros pero también de su carácter acentuadamente
academicista, obra, sin duda, de la pluma de Arze. No es difícil percibir que esto
constituía un serio problema en un país con elevados índices de analfabetismo en sus
sectores populares y donde hasta hoy día predomina la cultura política oral. Por lo que
era previsible anticipar el desprecio que ello provocaría en una IC antiintelectual y
proletarizante.
La CROP tenía la finalidad de “iniciar la formación de un Partido Comunista
Cropista”, es decir de un PC boliviano-peruano-chileno. No obstante, su debilidad para
difundir abiertamente sus objetivos políticos marxistas quedó en evidencia en el artículo
7º, en el que se señala que “La CROP podrá disfrazar sus actividades bajo la forma de
actuaciones puramente académicas”, lo que no impedía un apoyo claro a la IC. En el
artículo 8º de los estatutos puede leerse: “La CROP se adhiere, de modo general, a los
principios doctrinales y tácticos sancionados por el Proletariado Internacional que se

439
“Estatuto de la CROP”. Archivo personal de José Antonio Arze, en custodia de José Roberto Arze. La
primera página lleva a la cabeza del título la palabra “copia” entre paréntesis.
440
Cada miembro debía donar cuatro libros socialistas al año para sostener la biblioteca.

152
reúne en Moscú bajo los auspicios del gobierno soviético de la URSS”441. Y más
adelante reafirma su “adhesión al Programa de la III Internacional y a la política del
Proletariado internacional afiliado a ese Programa”. Ya en el ámbito interno, la CROP
se sumaba a lo que constituían las consignas típicas de los partidos izquierdistas de la
época: reparto de tierras a los indios y nacionalización de las minas, a lo que añadía la
“apropiación de las industrias urbanas por Soviets de trabajadores”. Se pronunciaba, al
mismo tiempo, por la organización federal del Estado y por la “adhesión al principio del
Pacifismo Comunista, cuyo lema es ‘Guerra a la guerra’” y por una alianza militar con
la URSS. Finalmente, sostenía la confiscación de los bienes de la Iglesia y el destierro
de los sacerdotes como objetivo de máxima. La “creación de la Iglesia Reformada, bajo
el gobierno directo del Estado” debía ser la meta de transición “mientras la difusión del
ateísmo justifique su subsistencia transitoria”. En el orden moral y eugenista, la CROP
defendía “el amorlibrismo, el neomalthusianismo, el feminismo integral y el
indigenismo artístico”442.
Una vez constituido, mediante la aprobación de sus estatutos, el grupo se
propuso una meta que se mostraría en extremo compleja y plagada de malentendidos: el
reconocimiento como “organización comunista ilegal” por parte de la Tercera
Internacional. Para ello, el 20 de octubre de 1931 la CROP envió una extensa carta al
Secretariado sudamericano en la que explicaba los objetivos y el carácter del grupo y las
razones que justificaban su propuesta de un PC trinacional:

Nuestra asociación juzga que es un imperioso deber para la causa revolucionaria de


esta hora, tender a la fusión de los Partidos Comunistas de Bolivia, Chile y Perú en un
solo Partido Comunista Confederal, que tenga como objetivo inmediato la
instauración de la Primera República Soviética de América Latina443.

Es más, los jóvenes cropistas se animaron a dar consejos a la IC, lo que


probablemente no cayera bien en la dirección manejada con mano de hierro por el ítalo-
argentino Codovilla: proponían extender esta propuesta de partidos comunistas
regionales a agrupamientos análogos que podrían ser organizados en el bloque Ecuador-
Colombia-Venezuela, el de México con los países centroamericanos y de las Antillas, y

441
Estatuto de la CROP, ob. cit.
442
Ibidem.
443
Oficio-credencial del Comité de la CROP, p. 1 (Archivo personal de José Antonio Arze, en custodia
de José Roberto Arce).

153
el de las Repúblicas del Plata (Argentina, Paraguay y Uruguay). Pero el dato más
notable es que los cropistas carecían de contactos y trabajo previo con los chilenos y los
peruanos y esperaban que el partido trinacional surgiera a partir de una mera instrucción
de la IC, a la que esperaban convencer con su propuesta444.
Vale la pena detenerse en algunos nombres: en ese entonces, la CROP había
nombrado secretario general a Waldo Álvarez (líder, como ya señalamos, del sindicato
gráfico), a Carlos Mendoza Mamani (abogado, sastre y ex delegado al Primer Congreso
de la CSLA) a cargo de propaganda política e indigenal445, y a Ernesto Calero y Moisés
Álvarez (dirigentes gráficos) en el Socorro Rojo. Como responsables de la Universidad
Popular fueron designados Gregorio Taborda (maestro normalista y estudiante de
derecho) y Felipe Saavedra (delegado al V Congreso de la Internacional Sindical Roja
en Moscú). José Antonio Arze (profesor de la Facultad de Derecho de La Paz) quedó a
cargo de Hacienda y tesorería, Walter Guevara (estudiante de Ciencias Económicas) de
Actas y correspondencia, y José Cuadros Quiroga (periodista, corresponsal de The
Associated Press) quedó responsabilizado del área de prensa. La carta al secretariado de
la Tercera Internacional fue firmada por Álvarez y Guevara.
Esta visión cosmopolita, bastante desarraigada, no tardará en chocar con un
comunismo que, aunque quería hacer pie en Bolivia, no estaba dispuesto a dejar esa
tarea en un grupo de intelectuales a los que percibía como poco confiables y demasiado
pretenciosos. Arze no tardará en comprobar esa animadversión sobre su persona.

El viaje de J.A. Arze a Montevideo y la respuesta de la CSLA

La respuesta de los comunistas no se hizo esperar. No hemos encontrado la carta del


Buró Sudamericano (si es que existió) pero sí una comunicación de la CSLA que
representaba la misma línea política del comunismo en esta etapa ultraizquierdista de
clase contra clase. Fechada en Montevideo el 10 de noviembre de 1931, la misiva no
responde directamente a la carta de la CROP enviada desde La Paz sino a una serie de
preguntas que el propio Arze dirigió a la CSLA en ocasión de un viaje a Uruguay,
donde pudo sentir en carne propia la frialdad del Buró Sudamericano hacia su figura. En

444
El propio líder comunista chileno, Elías Lafertte, le planteó a Arze en un encuentro casual en
Montevideo, sus objeciones a esta propuesta (José A. Arze, “Al secretariado de la Internacional
Comunista”, Lima, octubre de 1933 (no figura el día exacto), p. 15 (Archivo personal de José Antonio
Arze, en custodia de José Roberto Arze).
445
Para una breve biografía de Mendoza Mamani, cfr. Lora, Historia del movimiento obrero… 1923-
1933, ob. cit., pp. 245-250.

154
el “tercer período”, su perfil de intelectual pequeño burgués resultó la peor credencial
posible frente a un comunismo que, como ya vimos, estaba en el auge de la
desconfianza hacia los intelectuales (si a figuras de relieve como Mariátegui podían
tolerarlas, no ocurría lo mismo con jóvenes que empezaban su actividad política-
intelectual y ya aparecían con demasiada autonomía).
En octubre de 1931, Arze viajó a Montevideo para visitar el Buró Sudamericano
de la IC y buscar instrucciones para transformar a la CROP en la sección boliviana del
órgano matriz del comunismo internacional. Al parecer, debía viajar también Mendoza
Mamani, pero los cropistas no lograron recaudar los recursos para el viaje446, por lo que
el académico viajó solo, sin el dirigente obrero que se había ido ganando la confianza de
los comunistas. En Montevideo, Arze se reunió con “el camarada Pereyra”447 –del Buró
Sudamericano– en el local de la CSLA (el Buró se había mudado de Buenos Aires a
Montevideo escapando de la represión del régimen de Uriburu), y con el secretariado
del sindicalismo comunista latinoamericano. Pero el clima de los encuentros estuvo en
las antípodas de lo esperado por el joven boliviano, y sus sueños de liderar
intelectualmente el partido comunista del país andino se desvanecieron apenas pisar
suelo uruguayo. El hecho de que los intentos de Arze hayan coincidido con la etapa
ultraizquierdista del estalinismo mundial dejó una marca indeleble de desconfianza en
su relación con la IC, que condicionaría los vínculos futuros y no haría más que
agrandarse.
Arze recordará poco más tarde que sus reuniones estuvieron marcadas por “un
sentimiento ostensible de recelo que advertí en la CSLA desde el día mismo de mi
llegada”448. Esa sensación sólo sería ratificada al leer la detallada respuesta de la CSLA
a sus consultas sobre la CROP, que recibió en mano al momento de embarcarse para
regresar a La Paz después de 17 días en Montevideo, tras lo cual sufriría una breve
detención en Buenos Aires por posesión de libros marxistas449.
“Consideré, en suma, que mi misión en Montevideo había sido un fracaso”,
recordará Arze dos años después ya desde su exilio peruano, cuando su desesperación
por su condición de comunista no aceptado por Moscú lo llevó a escribir una extensa

446
Arze, “Al secretariado de la Internacional Comunista…”, ob. cit..
447
Posiblemente se trató de Francisco Muñoz Díez cuyo su pseudónimo era “Rafael Pereira”.
448
Arze, “Al secretariado de la Internacional Comunista…”, ob. cit., p. 7.
449
Arze telefoneó a La Nación, que registró la detención en sus páginas y motivó la intervención del
embajador boliviano Daniel Sánchez Bustamante. Al salir en libertad se entrevistó con Alfredo L.
Palacios y por indicación del dirigente socialista escribió “una carta de enérgica protesta” contra el
régimen de Uriburu.

155
carta de casi cuarenta páginas a la IC en la que exponía en detalle su vida política,
justificaba unas acciones, se rectificaba por otras y pedía al secretariado una suerte de
rehabilitación. En su misiva “Al secretariado de la Internacional Comunista” que no
sabemos si llegó a enviar, pero que conservó en sus archivos escribió:

Parece que el hecho de ser yo quien había ideado la fórmula CROP y el hecho de
haber discutido mis puntos de vista con sincero calor en la CSLA dejaron en ésta la
impresión de que quería hacerme un pequeño “caudillo” del movimiento, a expensas
de los prestigios de la IC. Y nada podía ser más gratuito que esa suposición, pues en
Bolivia todos los comunistas conveníamos que el Strio. General del Partido debía ser
Waldo Álvarez, obrero gráfico de clara inteligencia, cultura poco común, inmaculada
probidad revolucionaria y general popularidad entre los círculos obreros de toda la
República450.

Las ocho páginas de análisis de la CSLA sobre la CROP, escritas en 1931, mientras
Arze aún estaba en Montevideo, fueron demoledoras. Firmado por el propio secretario
general de la CSLA, Miguel Contreras, el texto señala descarnadamente que

por sus estatutos, su “programa”, su composición social, sus antecedentes en el


movimiento proletario, por sus “tácticas” y por su falta de acción efectiva la CROP
en nuestra opinión es un organismo que no tiene casi nada en común con el
sindicalismo revolucionario de masa que encarna la CSLA y la ISR [Internacional
Sindical Roja], es decir con el movimiento que lucha cotidianamente por el pan de los
trabajadores y por el derribamiento del capitalismo, según el ejemplo dado por el
Proletariado de la Unión Soviética451.

Para la CSLA no hay matices: de ningún modo es posible considerar a la CROP


como un partido comunista ya que “su posición, su nombre mismo, indican que su
desarrollo los llevará a cualquier cosa menos a ser un verdadero partido proletario y
revolucionario”452.
Aunque los documentos del grupo boliviano denunciaban al partido de Haya de la
Torre como contrarrevolucionario, ello no impidió que la CSLA definiera a la CROP

450
Arze, “Al secretariado de la Internacional Comunista…”, ob. cit., p. 8.
451
“Comunicación dirigida por la CSLA al Comité de la CROP”, Montevideo, 10/11/1931, Archivo
personal de José Antonio Arze. Destacado en el original.
452
Ibidem, p. 2, destacado en el original.

156
como un APRA boliviano. El hecho mismo de haberse bautizado con un nombre que
evitó una definición comunista explícita (recordar los agitados debates sobre el asunto
de la denominación de los partidos comunistas en la conferencia de 1929), junto a su
falta relativa de acción práctica, bastó para considerar que la CROP “encierra en sí un
comienzo oportunista”: “Por ahí comenzó también el Apra en el Perú, los Haya de la
Torre, los Seoane, etc. y otros pseudoantiimperialistas que se decían amigos de Rusia,
defensores del proletariado y simpatizantes del comunismo y que en sus comienzos
justificaban la adopción de ese nombre por razones que ellos también llamaban
‘tácticas’”453.
Empero, lo que más cuestionaba la CSLA era la ausencia de lucha por las
“reivindicaciones inmediatas de los obreros y de las masas indígenas, mejor dicho de las
nacionalidades indígenas”. La exigencia de presentar una disertación para ingresar el
partido no podía pasar desapercibida, y Contreras le dedica un párrafo ácido, no carente
de ironía, hacia los intelectuales cropistas: “es como presentar una tesis de doctorado
comunista en un instituto universitario […] Evidentemente que los obreros y los indios
analfabetos, las dos grandes fuerzas de la revolución social boliviana, que se cumplirá
bajo la dirección del PC como vanguardia del Proletariado, [con estos requisitos]
quedan excluidos y descartados por anticipado del selecto y estudioso grupo de la
CROP, grupo de intelectuales de la CROP”454.
Por otro lado, la CSLA critica al grupo boliviano por retomar la “vieja estrategia
aprista” de utilizar al clero nacional contra el clero extranjero, cuando el clero nacional
es “tan agente de la burguesía nacional y de los imperialistas y explota, oprime,
embrutece y engaña a los obreros y fundamentalmente a las masas indias en la misma
medida y proporción que lo hace el clero extranjero”455. Finalmente, la cuestión
sindical, punto fuerte de la CSLA. La intención cropista de participar en el Consejo de
la Economía Nacional, convocado por el gobierno, fue considerado una evidencia del
colaboracionismo y del “reformismo más puro” de la CROP, aunque esta última lo
pensara como una tribuna para darle visibilidad a los reclamos populares. La dirección
sindical comunista acusó, además, a los inexperimentados jóvenes bolivianos de no
responder seriamente a “la política de constante lloriqueo ante el gobierno” desarrollada
por la FOT con sus petitorios.

453
Idem.
454
Ibidem, p. 3.
455
Idem.

157
Conclusión sin apelaciones: la CROP “más que una organización proletaria
revolucionaria y de acción, por su programa, estatutos, sus normas internas y sus
llamadas ‘tácticas’ se parece en nuestra opinión a un grupo selecto, sectario e
infantilmente conspirativo divorciado de la acción y de las masas”456.
Ya no será suficiente, para recuperar la confianza de la Comintern, que en
diciembre de 1931 los cropistas acepten las objeciones del Buró Sudamericano, se
autocritiquen457, disuelvan el grupo y den lugar a un nuevo agrupamiento. El nuevo
“partido” estaba constituido por ex cropistas y por el también disuelto Comité
Comunista, un minúsculo colectivo armado por los peruanos Jorge Ilo (seudónimo de
Saavedra Fajardo) y César Negri (Chávez Bedoya), que actuaban “de acuerdo con las
instrucciones del camarada Buccone de la CSLA”458.
El papel de estos dos militantes peruanos resulta aún enigmático. Según relata el
propio Arze, en 1931 Buccone viajó con los dos peruanos a La Paz desde el sur de Perú
y luego siguió a Montevideo. En ese trayecto coincidió en el tren con Arze (en su viaje
a Uruguay) quien creyó que se trataba de un “pacífico comerciante”, el rol que Buccone
asumió para no ser detectado por la policía. Lo curioso es que, según Arze, en las
conversaciones que tuvo con él más tarde en la capital uruguaya en relación a la CROP,
el dirigente de la CSLA nunca le mencionó nada de los “camaradas peruanos”, a
quienes habría dejado en La Paz la misión de fundar el Comité Central del PC boliviano
con el compromiso del Buró Sudamericano de reconocer al nuevo partido. Arze recién
se enterará de la presencia de Ilo y Negri ya de vuelta en La Paz, cuando ambos habían
formado ya un pequeño grupo comunista con algunos obreros y artesanos. Al mismo
tiempo, los peruanos, según el relato de Arze, habrían intentado dividir a la CROP
enemistando a los obreros con los intelectuales. El caso es que Waldo Álvarez terminó
quedando a cargo del Comité armado por los peruanos, sin haber roto efectivamente con
Arze y los otros “intelectuales”. En efecto, los vínculos entre los “cropistas” y los
cominternistas son parte de una compleja historia de enredos.
Al regreso de Arze y en medio de pequeñas conspiraciones se desarrolló una
“asamblea general de autocrítica” 459 en la que se decidió la disolución de ambos grupos
–la CROP y la Agrupación Comunista– y en medio de una creciente tensión entre Arze

456
Idem.
457
J.A. Arze dirá, por ejemplo, que al redactar los estatutos de la CROP desconocía los de la IC.
458
“Acta de fundación del Comité Central Provisorio del Partido Comunista Boliviano”, La Paz, 13 de
diciembre de 1931, Archivo personal de José Antonio Arze en custodia de José Roberto Arze.
459
José A. Arze, “Al secretariado de la Internacional Comunista”…, ob. cit., p. 18.

158
y los enviados de la CSLA se creó el Comité Central Provisorio del Partido Comunista
Boliviano460.
Entretanto, el contexto político se había vuelto cada vez más crispado, y ya
soplaban los vientos de lo que sería la más cruenta contienda militar de la que participó
Bolivia. Así, la creación del nuevo partido coincidió con las protestas contra el proyecto
de Ley de Defensa social enviado por el presidente Daniel Salamanca al Congreso, que
declaraba ilegal cualquier movimiento vinculado al comunismo o a la lucha de clases.
Esa nueva situación propició la unidad de acción de comunistas, anarcosindicalistas,
“socialreformistas” y estudiantes de izquierda, que desembocó en un multitudinario
mitín el 5 de enero de 1932, donde Moisés Álvarez (ex cropista) pronunció un
combativo discurso frente al palacio de Gobierno de La Paz. Esas luchas populares
lograron que el presidente retirara el proyecto mientras era discutido en el Senado. Pero
el pequeño PC ilegal esperó en vano el reconocimiento de la IC que, estimaban, iba a
funcionar como un fuerte impulso simbólico/moral que los ayudaría a salir del
aislamiento, ya que de ese modo podrían presentarse como los representantes en Bolivia
de la República de los Soviets y del partido mundial del proletariado.
La IC no reconoció al PC como partido, sino como un grupo comunista, por lo
que se transformó en la Asociación Comunista de La Paz461. El secretariado
latinoamericano estableció que la condición principal para que el grupo fuera
reconocido como sección boliviana de la IC era que se convirtiera en un partido obrero
de masas; pero exigía, además, una purga de intelectuales y sindicalistas pequeño-
burgueses, lo que efectivamente se produjo, y cuya víctima principal fue Arze, ya
entonces considerado un obstáculo en la construcción de un partido comunista
boliviano.
A fines de 1931 o comienzos de 1932 había llegado a La Paz el “Camarada
Rafael” (quizás Francisco Muñoz Díez), enviado del Buró Sudamericano. Schelchkov,
señala que “en La Paz, este mensajero-controlador de la IC insistió en convocar a una
reunión en la casa de Carlos Mendoza Mamani, violando todas las reglas conspirativas.
Como resultado, la policía arrestó a dicho Rafael, que estuvo preso unos días y luego

460
El documento fundacional es firmado por W. Álvarez, Carlos Mendoza, José A. Arze, Walter
Guevara, Jorge Ilo, César Negri, Julio Ordóñez, y otros.
461
Arze, “Al secretariado…”, ob. cit., p. 19.

159
[fue] expulsado del país. En sus informes al Buró, la culpa de este fiasco fue echada a
Mendoza Mamani quien fue destituido de su puesto de líder de la AC”462.
La “depuración” había sido una condición del Bureau Sudamericano para
comenzar a evaluar el reconocimiento de la Agrupación o Asociación Comunista como
parte de la IC. Con la purga, los dirigentes “pequeñoburgueses” fueron pasados a
categoría de simples simpatizantes, pero la tensión en la reunión en la que se tomó la
decisión impuesta por la IC llegó a tal grado que el propio Waldo Álvarez resolvió pasar
también a la categoría de simpatizante en solidaridad con sus amigos. Carlos Mendoza y
J. Saavedra –más tarde enviado a Moscú– creían en ese momento ser personas de
confianza de la IC.
Una carta fechada el 25 de enero de 1932, despachada en Buenos Aires y
firmada en nombre del Bureau, clarifica algunas de las exigencias de la IC para avanzar
en el trabajo en Bolivia; además de la purga, con la que se sentían satisfechos, los
cominternistas demandaban una expansión del partido hacia la clase obrera. Vale la
pena citarlo in extenso:

Nos satisface que nuestro grupo haya iniciado el proceso de depuración […]
Hallamos inadmisible que en la dirección del futuro PC puedan encontrarse
redactores de la prensa burguesa. Es claro que tales elementos no pueden estar en el
partido y menos en la dirección. Ustedes deben realizar los mayores esfuerzos para
atraer obreros revolucionarios como adherentes a nuestro grupo, con lo que la
composición social de este se transformará de un grupo pequeño burgués en un grupo
obrero de verdad, en el cual los mejores y honestos intelectuales deben constituir una
pequeña minoría y los obreros deben ser la verdadera dirección. Después de la salida
de J.A. Arce [sic], José Cuadros, Moisés Álvarez, Waldo Álvarez y [¿Hernando?]
Lara es necesario continuar la discusión sobre las tareas próximas y someter a los
militantes que queden, sobre todo a los intelectuales, a pruebas muy serias […] Las
palabras son fáciles y la formal aprobación y acuerdo con la línea del Bureau no nos
impresionan mucho. Todo depende de la actividad, de la política de conjunto que
adoptéis en todas las luchas, de la política frente a las diversas cuestiones y
problemas. […] Sólo en estas circunstancias podremos apoyarnos en vosotros y
reconocer al grupo en La Paz como PC, como sección de la IC. Creemos que, ya
ahora, con el comienzo de vuestra separación de esos cinco elementos, sería todavía

462
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 20.

160
prematuro el reconocimiento. De vuestro trabajo en los próximos meses dependerá.
Trataremos entonces, también [de] prestaros alguna ayuda463.

La misiva insistía con la necesidad de dirigirse a los obreros anarquistas y en la


lucha contra sus dirigentes para ganarlos a la causa comunista. El hecho de que la
exigencia para ser reconocidos fuera “ganar 40 o 50 obreros” mostraba la debilidad en
la que se encontraban los comunistas andinos464.
En una “Carta de nuestro amigo comunista en Bolivia” (5/5/1932), en la que se
informaba acerca de la situación boliviana y las actividades del grupo comunista, se
señalaba que la AC contaba con unos 30 militantes, de los cuales sólo unos 15
desarrollaban actividades efectivas. Para esa fecha, el informante decía que “los
peruanos Ilo y Negri ya no están aquí. Al primero lo había echado la policía y el
segundo se había ido a Chile”465. Con tono duro, el “amigo que trabaja en Bolivia”
informa que el grupo comunista se compone mayoritariamente de artesanos, “la
mayoría gente muy cómoda y miedosa”. Imaginando un terrorismo que hasta el
momento no existe, el grupo se colocó en una estricta ilegalidad, y, además, carece de
cualquier vínculo con los indios y con elementos en otras regiones fuera de La Paz. El
informe sobre Carlos Mendoza, a la cabeza de la AC, es claramente negativo: “Además
de lo que yo conocía de Mendoza –prosigue el informante– varios compañeros de base
lo acusan de que no se preocupaba en desarrollar la organización y de ser muy poco
activo”466.
Este tipo de acusaciones tienen una funcionalidad: la IC consideraba que las
condiciones en Bolivia eran favorables para formar un partido y que la situación era
“objetivamente revolucionaria”, por lo cual debían justificar las enormes dificultades
para lograr avances concretos entre las masas obreras e indígenas y los fracasos eran
achacados a debilidades personales; es más, acusaban a Mendoza de seguir ligado a la
CROP, que más que una organización sólo consistía en algunos grupos más o menos
vinculados a Arze. Por ello, el objetivo era el reemplazo de Mendoza, a quien, de
momento, sin embargo necesitaban: “A mi llegada, Mendoza era una especie de
caudillo y todo el grupo [la AC] estaba en sus manos. Se resiste bastante a darme las

463
Российский государственный архив социально-политической истории (Archivo estatal ruso de
historia sociopolítica- RGASPI, por sus siglas en ruso), Fondo 495, legajo 122, Nº 2, F. 17 (Agradezco a
Andrey Schelchkov, por el aporte del material de los archivos rusos).
464
Idem.
465
RGASPI, Fondo 495, legajo 122, Nº4, F. 1-3.
466
Idem.

161
direcciones de los compañeros de otras regiones”, por lo que es necesario “desplazar
completamente a Mendoza pero con habilidad”.
Con la finalidad de reclutar obreros, la AC participó el 1º de mayo de 1932 (ya
bajo el signo de la guerra) con tres oradores, uno de ellos aymaraparlante, y distribuyó
un manifiesto, pese a la dificultad para encontrar imprentas dispuestas a imprimir esos
materiales subversivos. Uno de ellos se tituló: “Contra la masacre de los indios y contra
el robo de sus tierras. Contra los encarcelamientos de soldados. A los obreros, indios,
empleados y artesanos”. En otro denunciaba la Ley de Defensa Social y el peligro de la
guerra imperialista, frente a lo cual convocaba:

Obreros, indios, empleados, artesanos, y estudiantes pobres: sólo es posible salir de la


situación en la que nos encontramos con la organización de un fuerte Partido
Comunista y sindicatos revolucionarios, y luchar con energía por nuestras
reivindicaciones inmediatas: por mayores salarios, por una subvención a los
desocupados, por la jornada de 7 horas de trabajo, etc. uniendo la lucha por estas
reivindicaciones a la lucha por la liberación completa de los indios, su independencia
y su derecho a gobernarse como pueblo; lucha por la Revolución Agraria y por el
Gobierno Obrero-Campesino. […] Ingresad a la Agrupación Comunista. LA
LIBERACIÓN DE LOS TRABAJADORES SERÁ OBRA DE ELLOS MISMOS467

Ya en la carta del Bureau a su contacto en La Paz, el tema de la guerra se vuelve


urgente junto a la escalada bélica entre Bolivia y Paraguay. Eso no impide que se siga
insistiendo en la necesidad de reemplazar a Mendoza en la dirección del grupo y sobre
todo en la “inevitabilidad” de la lucha contra la CROP. Para el firmante de la carta
(Lop) la CROP es una organización pequeñoburguesa que menosprecia al proletariado,
que lucha contra la formación de un partido de clase en Bolivia, que está en contra de la
plena liberación de las masas indígenas y que emplea métodos de conspiración
burgueses y no se basa en la lucha de las masas. Es más, la CROP sería uno de los más
grandes obstáculos para la construcción del partido comunista boliviano, por lo cual, es
necesario separar de la CROP a “los mejores obreros” y a los “elementos
pequeñoburgueses que vacilen todavía y que no están definitivamente podridos”. El
verdadero objetivo de la CROP es formar el APRA boliviano y frente a tal desafío, “la
falla de nuestros amigos peruanos [Ilo y Negri] consistió en que ellos se han ocupado

467
“A todos los obreros, empleados, artesanos e indios campesinos. A todos los explotados y oprimidos
del país”, panfleto de la Agrupación Comunista, mayo de 1932 (mayúsculas en el original).

162
demasiado de la conducta familiar y de pequeñas cosas de algunos elementos, sin
aclarar el contenido político de esta lucha y sin elevar de tal modo el nivel político de
nuestros núcleos formados”468. La llave de la situación estaba, empero, en ganar a los
obreros anarquistas, “los mejores elementos” de la clase trabajadora boliviana.
Los intercambios de correspondencia continuaron, pero la estrategia cominternista
chocaba con una clase obrera que hacía política desde los sindicatos, y en la cual la dura
estrategia organizativa sovietizante no lograba penetrar. El 28 de mayo de 1932, el
informante desde Bolivia confiesa que

Nuestro trabajo va progresando aunque no con la rapidez que deseamos. El


reclutamiento de nuevos miembros, debido a la pasividad de los viejos elementos, ha
quedado en una cifra inferior a la que habíamos planeado, si bien hemos conquistado
nuevos miembros, en su casi totalidad obreros y con ligazones con los indios. Los
elementos podridos que componían nuestra agrupación ante la necesidad de ponerse
en actividad nos abandonan y hasta sabotean nuestro trabajo469.

Entretanto, seguía acechante el fantasma de la CROP. La carta denuncia que


mientras dice ser comunista, Moisés Álvarez pertenece, en verdad, a la agrupación de
Arze. La red de Arze es casi omnipresente:

La CROP continúa con su tentativa de organizar un partido ‘comunista nacional’


independiente de la IC, en los móviles más o menos del APRA. Las maniobras de
esos elementos son bastante dañosas para nuestro trabajo, pues dada la mala
composición social e ideológica de los grupos que se dicen nuestros en las ciudades
de Oruro, Potosí y Cochabamba, los cropistas podrán obtener allí algunos adeptos.
Entretanto, nosotros, al mismo tiempo que combatimos a Arce [sic] como caudillo del
cropismo, tratamos de arrancarle todos los elementos aprovechables470.

Uno de los éxitos que menciona el informe es la incorporación de un “compañero


indio aymará” al comité dirigente. “Políticamente es débil y tiene muchos prejuicios
anarquistas, con cuya gente está bastante ligado, pero según me consta y mismo por su
trabajo, muestra ser el compañero que está más relacionado con los indios. Nosotros

468
RGASPI, Fondo 495, legajo 122, Nº4, F. 5.
469
RGASPI, Fondo 495, legajo 122, Nº4, F. 7-8. Menciona especialmente a Saavedra, que a su regreso de
Moscú (del V Congreso del Profintern) se habría vinculado a la CROP.
470
Idem.

163
controlamos su trabajo, constantemente le enviamos a las comunidades próximas de
aquí con nuestra propaganda y nuestra línea”471.
El estallido de la guerra del Chaco terminará de abortar este intento de construir
una organización comunista fiel a Moscú. No obstante, una carta firmada por Díaz (del
Bureau Sudamericano) llama a poner el énfasis organizativo y agitativo en las
conferencias antiguerreras junto a las celebraciones por el XV aniversario de la
Revolución de Octubre: “la propaganda por la URSS debe hacerse ahora en mayor
escala y en forma mucho más amplia” debido a los peligros de una “guerra imperialista”
contra la patria del soviet472.
Sin embargo, la estrategia desplegada en Bolivia no dio sus frutos y el interés de
la IC se concentró en la resistencia contra la guerra desde el exterior. Aunque se trata de
historia contrafáctica, es posible que la animadversión de Moscú frente a Arze, uno de
los jóvenes marxistas más formado de Bolivia, haya contribuido a ese fracaso. Y habrá
que esperar hasta 1950 para ver la fundación del PCB, afiliado al Kominform, que
reemplazó a la ya disuelta Tercera Internacional.

Entre la ortodoxia y el librepensamiento

José Antonio Arze fue una figura singular de la izquierda boliviana. Erudito al extremo,
manejaba varios idiomas, incluyendo el inglés y el esperanto, y fue uno de los
fundadores de la sociología boliviana. Careció, evidentemente, del “exotismo” de
figuras como Tristán Marof, desde su aspecto físico hasta la forma de polemizar y
escribir. Era, en muchos sentidos, primero un académico y después un político, lo que
claramente no encajaba en los parámetros de la Tercera Internacional. Ese orden de
prioridades produjo un curioso resultado: mientras Arze era un estalinista convencido
podía recomendar como bibliografía textos de León Trotsky, como La revolución
traicionada, en plena furia de Stalin contra los seguidores del “compañero de Lenin”473,
simplemente porque consideraba que había que leer, discutir y tomar posición a partir
de una variedad amplia de elementos. Aunque provenía de una familia tradicional
cochabambina (ya sin grandes fortunas), Arze se jactaba no sólo de no haber sufrido la
influencia de la “ideología pequeñoburguesa” de su familia sino, por el contrario, de

471
Idem.
472
RGASPI, Fondo 495, legajo 122, Nº4, F 9.
473
Cfr., por ejemplo, Frente de Izquierda Boliviano (FIB), ¡Hacia la unidad de las izquierdas bolivianas!,
Santiago de Chile, Talleres Gráficos “Gutenberg”, 1939.

164
haber convertido a su madre y a sus hermanos a las ideas comunistas “que las
exteriorizan en forma discreta, para defenderse de un ambiente tan reaccionario como es
el de Bolivia”474.
En octubre de 1933, ya en su exilio peruano durante la guerra del Chaco, Arze
escribirá la ya mencionada carta a la IC en un desesperado intento de obtener la
rehabilitación. No sabemos si la misiva fue efectivamente enviada puesto que sólo
contamos con la copia de Arze, pero en cualquier caso es un inestimable documento
acerca de los desencuentros entre uno de los comunistas más entusiastas de Bolivia y la
Tercera Internacional. No dejaba de ser paradójico que, mientras rechazaba a Arze, la
IC intentara tozudamente –como mostró Schelchkov– atraer a sus filas al “trotskista”
Marof a quien sus vínculos con Rolland y otros “grandes” de Europa –junto a sus lazos
con el movimiento obrero– lo volvían una figura apetecible para la IC, ya que podrían
presentar su conversión al comunismo moscovita como la constatación de los avances
de este en Bolivia475.
En la carta citada, el joven Arze hace un recorrido por su trayectoria militante y
académica, la fundación de la CROP, sus dos viajes a Montevideo (1929 y 1931), su
exilio en Lima, y la situación “insoportable” que le generaba el rechazo de la IC.
Aunque gran parte del texto es autojustificativo o genéricamente autocrítico,
Arze se permite plantear discrepancias con la línea de la IC, lo que posiblemente,
tratándose de un joven de 29 años “recién cumplidos” al momento de escribir la carta,
no cayera bien en el Secretariado. Son dos los temas en los que se explaya en su
disenso: uno está referido a la negación de “autonomía seccional a los comunistas de
Bolivia, a título de que todavía necesitan la tutela de un país vecino [se refiere a Perú]”.
Lo único que se consigue con ello, prosigue Arze, es “retardar el movimiento de nuestra
causa, a favor de la reacción. Porque se presentaría –como se ha presentado ya– el
fenómeno de una justificada resistencia a hacer el simple papel pasivo de ejecutar
directivas impartidas desde capitales inevitablemente desvinculadas de las necesidades
de la lucha nacional”476. Finalmente, previendo la respuesta, se justifica
preventivamente desligándose de todo nacionalismo: “No veo que en esto haya
‘patrioterismo pequeño burgués’ como objetaron unos camaradas comunistas peruanos

474
Arze, “Al secretariado de la Internacional Comunista…”, ob. cit., p. 2.
475
Schelchkov, “En los umbrales del socialismo boliviano…”, ob. cit.
476
Arze, “Al Secretariado de la Internacional Comunista…”, ob. cit., p. 11.

165
en La Paz”477. No obstante, Arze no proponía la autonomía absoluta, sino como ya
señalamos, la confederación de partidos, pero en condiciones de igualdad y sin tutelaje
hacia Bolivia. “Yo no quiero poner en duda la sinceridad comunista [de Ilo y Negri] –
dice, no sin cierta sorna– pero mientras en Montevideo guardaban tantas reservas sobre
Cuadros y sobre mí por ser intelectuales procedentes de la ‘pequeña burguesía’ se les
daba carta blanca a aquellos para intrigar a sus anchas en Bolivia”478.
La discrepancia mayor de Arze respecto a las directivas del Comintern
abarcaban, empero, un problema que, como vimos, era presentado como neurálgico en
la lucha revolucionaria continental: el derecho a los indígenas a separarse de los estados
nacionales. Aunque algunas visiones poscoloniales retrospectivas en Bolivia tienden a
pensar que los comunistas siempre despreciaron la cuestión étnico-racial, esta ocupó un
rol de primer orden en los primeros años treinta. Que esas estrategias pecaban de
esquematismo y tenían pocos vínculos con los indígenas realmente existentes (más en
Bolivia que en otros países como Ecuador, donde los comunistas efectivamente
organizaron sindicatos agrarios indígenas) parece evidente al leer los textos, pero lo
cierto es que la necesidad de ir hacia el campo era una de las consignas del “tercer
período”. En ese marco, Arze se permitió discrepar abiertamente con la consigna de
poner en pie “repúblicas aymaras y quechuas” y consideró que esa estrategia “incurre en
el defecto […] de sobreestimar el valor de dichos grupos étnicos en el proceso de lucha
revolucionaria”479. Su visión era, ciertamente, tributaria de los análisis positivistas de la
época, que veían en esos pueblos alguna vez heroicos, grupos racialmente agotados
debido a la explotación de siglos. Aunque demográficamente mayoritarios, aymaras y
quechuas son siervos feudales y “como lo eran los Mujiks [bajo el zarismo], son
ignorantes y son humildes con sus explotadores”. De este modo, se trata de razas
explotadas pero al mismo tiempo degeneradas, cuyo rencor hacia el “blanco” estalla
cada tanto en cruentas rebeliones reprimidas a sangre y fuego. No obstante, Arze va un
poco más allá. Considera que la consigna de creación de repúblicas quechuas y aymaras
termina siendo tributaria de una corriente indigenista que tras la revolución rusa ha
desarrollado un movimiento de retrospectiva simpatía hacia el comunismo incaico. Pero
para Arze este “comunismo” poco tiene que ver con el comunismo moderno, y se
basaba en un orden semifeudal en beneficio de “los intereses dinásticos-teocráticos del

477
Idem.
478
Ibidem, p. 25.
479
Ibidem, p. 10.

166
Inca y su Nobleza”480. “Claro que dicho régimen era más humano que los regímenes
colonial y semicolonial que le han sucedido en América Latina, mas esto no es
suficientemente decisivo para inclinarnos en el sentido de su restauración”481. Ello sería,
en definitiva, una utopía reaccionaria. Además, desde el punto de vista táctico, la
estrategia indigenista (a esta altura ya había mezclado al indigenismo con la teoría de
las nacionalidades leninista) sobreestimaría en exceso el valor de la lucha de razas, ya
que los indígenas no tienen una pertenencia homogénea desde el punto de vista social y
clasista. No es difícil imaginar cómo habrá caído el remate de este razonamiento en caso
de que la carta efectivamente haya llegado a manos de la nomenklatura de la
Internacional Comunista.

En suma –concluye Arze– confiar en que los indios serán capaces de formar la base
principal de la acción de los PP.CC. en esta parte de América Latina creo que es
incurrir en un espejismo análogo al del Partido Populista Ruso, que creía ver en el mir
(similar al ayllu aymaro-quechua) la base sólida de una revolución agraria y que creía
contar con el socialismo ‘instintivo’ que suponía los mujiks ligados a esa forma de
propiedad, para instaurar en la Rusia zarista un régimen social y político socialista
[…] Las críticas de Lenin a semejante manera de enfocar el problema, tan conocidas
por los camaradas dirigentes de la I.C., me eximen del trabajo de ahondar en el
análisis de esta desviación marxista 482.

Conclusión: “Todo lo que haya podido informarse respecto a resultados de


agitación de los PP.CC. del Ecuador, Perú y Bolivia entre las masas indígenas no pasa
de ser un delirio del optimismo o una interesada leyenda”.
En la carta a la IC en Moscú, Arze avanza también en una reivindicación de
Cuadros Quiroga, que por entonces tenía 24 años y ya había sido Secretario de
Relaciones Exteriores del Comité Central de la Federación Universitaria Boliviana.
Había participado, además, en el Congreso Iberoamericano de Estudiantes en México,
en 1930, donde “presentó una tesis de carácter marxista que, como es de suponer, fue
rechazada por los elementos pequeñoburgueses que formaban la mayoría de esa

480
Cfr. José Antonio Arze, Sociografía del inkario ¿Fue socialista o comunista el imperio inkaiko?, La
Paz, Librería editorial “Juventud”, [1952] 1981. Los primeros estudios que dieron origen al libro se
ubican en los años treinta.
481
Arze, “Al Secretariado de la Internacional Comunista”, ob. cit., p. 12.
482
Ibidem, p. 13.

167
conferencia”483. El problema –vuelve a cuestionar– es que “la política suspicaz a
outrance [sic] [de la IC contra los intelectuales] ciegamente subestima los sacrificios
revolucionarios” y se traduce en “el cultivo de una especie de fobia contra el
intelectualismo en general” en detrimento de las aún pequeñas fuerzas de los grupos
revolucionarios484.
“¿No es ciertamente desesperante una situación tan equívoca?”, pregunta Arze
en la parte conclusiva de su carta referente a su situación de “excomulgado”, esperando
contar con el apoyo de los soviéticos frente a las injusticias que se habrían cometido en
Montevideo. Se anima, incluso, a solicitar ayuda material y moral de los Soviets para
que Cuadros y él pudieran viajar a Moscú –donde se proponían trabajar– para satisfacer
el “deseo vehementísimo” de “conocer personalmente el grandioso laboratorio de la
edificación socialista”. Este deseo de viajar a la URSS lo acompañará durante toda su
vida y su fidelidad ideológica al estalinismo no impidió que cuando lo intentó estando
en Europa (en 1948 y en los años cincuenta) no consiguiera los visados para llegar a la
meca revolucionaria485. Esa adhesión a Stalin y su obra quedó plasmada en el obituario
que Arze escribió al momento del fallecimiento del “Hombre de acero” en 1953, donde
lo considera “la más grande de las figuras de la humanidad”486. Allí se pregunta si no
resulta irónico el título del libro de Trotsky (Stalin, el gran organizador de derrotas)
después del “arponazo mortal al Monstruo Pardo de Hitler y Mussolini” y concluye que
“Stalin ha pasado, pues, a poblar el Olimpo de los cuatro Inmortales Gigantes del
Socialismo [con Marx, Engels y Lenin]”487.
Quizás los desencuentros de Arze con el comunismo soviético se debieran a que
hizo sus primeros pasos en una coyuntura particular: el “tercer período”, de
exacerbación obrerista de los partidos comunistas. Pero, probablemente, haya una razón
más profunda: José Antonio Arze combinó una fuerte ortodoxia ideológica con una gran
apertura intelectual. Apertura que lo llevó, por ejemplo, a escribir un sentido obituario a
José Aguirre Gainsborg, líder socialista muerto a los veintinueve años al caer de una

483
Ibidem, p. 28.
484
Ibidem, p. 30.
485
Algunas especulaciones –como las del español Francisco Lluch– vinculan esos viajes frustrados a
discrepancias de Arze en París con el líder comunista francés Jacques Duclos y a la supuesta adhesión del
boliviano a la disidencia de Earl Browder en el PC de EE.UU., país donde Arze daba clases de sociología.
(José Roberto Arze, Javier Galindo Cuento: testigo de la historia, Druck Industrias Gráficas, La Paz,
2010, pp. 26-27).
486
José Antonio Arze, “Stalin: un muerto inmortal”, La Nación, La Paz, 8/3/1953, reproducido en: José
Antonio Arze, Polémica sobre marxismo y otros ensayos afines (preparación, prólogo y notas de José
Roberto Arze), La Paz, Ediciones Roalva, 1980.
487
Ibidem, p. 188.

168
rueda de Chicago en un parque de diversiones de La Paz. En su emotivo homenaje
desde Chile, Arze destacó que “más que simple promesa [Aguirre Gainsborg] era ya un
efectivo valor en las filas de avanzada de Bolivia”488; todo ello sin importarle que
Aguirre Gainsborg fuera un entusiasta seguidor del “renegado” Trotsky, en un momento
de furiosa batalla estalinista contra sus partidarios (ya en la etapa de los frentes
populares que había sucedido a la de clase contra clase). Dos años después, el propio
Trotsky sería asesinado en México por Ramón Mercader, en una operación de grandes
proporciones organizada desde Moscú. Sea como fuere, Arze no encajó en los
parámetros de la Internacional Comunista, un aspecto que, a menudo, quedó obturado
detrás de su cerrada defensa del modelo soviético y de sus fundadores, su marxismo
“cientificista” y su seguimiento ideológico a las posiciones de Moscú, lo que lo llevó a
caracterizar como nazi-fascista al régimen nacionalista de Gualberto Villarroel (1943-
1946) y a unas alianzas con “la rosca” que hipotecaron su futuro político y el del PIR.

Tristán Marof: un programa para la revolución desde un marxismo indianista

Mientras el marxismo cominternista se encontraba envuelto en los infructuosos


esfuerzos por poner en pie un “verdadero” Partido Comunista en Bolivia, en medio de
las ya descriptas disputas internas –y la obsesión por las purgas y depuraciones– en
grupos que apenas aglutinaban a unas pocas decenas de adherentes, algunos “exiliados
románticos” –entre los cuales sobresalía Tristán Marof– realizaban algunos esfuerzos
por adaptar la teoría marxista a las condiciones bolivianas. En efecto, una vez
publicados los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, por José Carlos
Mariátegui en 1928, esta idea de que la realidad nacional, especialmente en los
abigarrados países andinos, llamaba a repensar algunos aspectos del marxismo, había
atraído a algunos socialistas continentales (mientras que, como vimos, exasperaba al
ítalo-argentino Codovilla). En esta clave mariateguiana, la voluntad y el mito, fuentes
que llegaron del vitalismo y de revisiones antimaterialistas del marxismo, como la de
George Sorel, se contraponían al marxismo de matriz soviética489. Pero, además, los
Siete ensayos permitían pensar el problema indio como el problema de la tierra, lo cual
habilitaba una superación del indianismo romántico/literario que en la primera parte del

488
Arze, “A la memoria de José Aguirre Gainsborg”, en: Escritos literarios…, ob. cit., p. 109.
489
Sobre este revisionismo soreliano, cfr. Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri, El nacimiento
de la ideología fascista, Siglo Veintiuno, Madrid, 1994, especialmente pp. 47-113.

169
siglo XX había derivado en una serie de novelas indigenistas y que en los treinta
llegaría a su plenitud490. Ya no se trataba de una raza de bronce tan milenaria como
degradada –y por consiguiente inepta para el ejercicio de la ciudadanía–, sino de pensar
a los indios como actores sociales y sujetos del cambio revolucionario. En ese marco,
las diferencias con la IC –Mariátegui era parte de ella– no remitían a la necesidad de ir
en busca de los indios como condición de posibilidad de la revolución –por el contrario,
el Bureau Sudamericano venía insistiendo denodadamente en ello– sino a la forma de
incorporar la historia precolombina y construir mitos movilizadores entre los indígenas,
tendientes a la unidad de las clases oprimidas. Incluso a menudo el problema no eran
tanto las divergencias ideológicas como la resistencia a aceptar de manera indiscutida
formas organizativas y tácticas que llegaban desde Moscú, mediadas por el Partido
Comunista argentino a través del Bureau Sudamericano, como la cuestión de rebautizar
a los partidos como comunistas sin preocuparse por los problemas que ello creaba en
contextos represivos donde el nombre de comunista volvía a esas organizaciones blanco
de todo tipo de ataques y leyes proscriptivas especiales.
Si en Bolivia hay que encontrar un correlato de Mariátegui, ese es –salvando las
enormes distancias– Tristán Marof, quien a mediados de la década de 1930 se
encontraba exiliado en Córdoba. A diferencia del joven Arze, Marof era, además, una
referencia internacional, “avalada” por su amistad con figuras de renombre como
Romain Rolland y Henri Barbusse, lo cual generó, como mencionamos, un interés de la
IC por integrarlo a sus filas pese a sus simpatías por León Trotsky, sus ideas a veces
heterodoxas y su personalidad poco amoldada al modelo de militancia comunista gris
promovida por la cultura comunista oficial491.
Por esos años, ya iniciada la guerra del Chaco, los comunistas, que abrazaron la
causa del pacifismo y del derrotismo, eran sinónimo de meros traidores a la patria que
sólo merecían la cárcel o el exilio. A diferencia de los nacionalistas, que aunque
consideraban a la contienda un producto de la competencia entre el imperialismo
británico y el norteamericano fueron al frente de batalla a poner el cuerpo por Bolivia,
los derrotistas buscaban transformar la guerra del Chaco en guerra civil, y terminaron
presos o exiliados. Ese fue el caso, también, del comunista boliviano con pseudónimo
búlgaro, quién ya estaba exiliado en Argentina, desde donde desarrollará una enérgica
campaña antiguerra.

490
Antonio Cornejo Polar, La novela indigenista, Lima, Lasontay, 1980.
491
Schelchkov, “En los umbrales del socialismo boliviano….”, ob. cit.

170
Fue en esa provincia mediterránea, también, donde Marof terminó de dar forma
al libro que sintetiza el programa de la revolución boliviana –programa que, dicho sea
de paso, sigue vigente hasta hoy en día y marcó todos los procesos revolucionarios
desde los años treinta–. Retomando sus puntos de vista ya publicados en el más breve
La justicia del Inca492, Marof concluye una de sus principales obras: La tragedia del
Altiplano, donde su consigna “Minas al Estado, tierras al indio” –lanzada en el libro de
1926– era ahora desarrollada como un tratado de interpretación de una Bolivia que se
desangraba en las trincheras del Chaco493. Se trataba, en efecto, de un análisis
sociopolítico bien informado acerca de las causas del atraso nacional, además de las
características culturales y las posibilidades de transformación de Bolivia. Para Marof –
en una clara respuesta al moralismo psicologicista arguediano (con influencias
evidentes del positivismo leboniano)– si el pueblo estaba enfermo era por la opresión
económica y social derivada de un régimen feudal-burgués basado en la explotación del
indio en la hacienda y del obrero en la mina, en beneficio de la casta criolla mestiza y
del imperialismo. Si en Bolivia no surgieron “grandes cerebros” como en otras naciones
del continente, era por las mismas razones, no por taras inherentes a la nacionalidad494.
En la línea de otros estudios de época, Marof enfoca el análisis de la realidad
boliviana separando las condiciones sociales en las que vive el indio, el cholo y el
blanco. Mientras este último dio forma a la feudalburguesía, los mestizos formaban
parte de una suerte de “gleba electoral” al servicio de los blancos y los indios eran un
equivalente de los intocables de la India. En una línea interpretativa que mostraba
puntos de contacto con la que vimos en Arte y Trabajo, Marof ensayaba un análisis en
el que los artesanos resultaban políticamente inconsecuentes, pequeñoburgueses
“prendidos siempre de la cola de latifundistas y patrones mineros”, además de los
doctores que arrean –y sobornan– a la plebe en función de sus luchas intestinas por el
poder, anudando ese trágico vínculo caudillo/artesano que daba cuenta de los males de
la nación495.

492
Tristán Marof, La justicia del Inca, Bruselas, Librería Falk Fils, 1926. En el libro, recupera la máxima
incaica Ama sua, ama lulla, Ama Keclla [sic]: no robes, no mientas, no seas perezoso, y asocia la “idea
comunista” con el incario.
493
El texto comienza: “Este es un libro político. Escrito a comienzos de este año, rectificado luego,
siguiendo el ritmo terrible de la guerra del Chaco, el drama boliviano, tan sombrío y trágico, aparecerá en
estas páginas escritas nerviosamente con pasión y con dolor […] Mi vida tiene un objeto: la revolución
proletaria” (Tristán Marof, “Prólogo”, en La tragedia del Altiplano, Buenos Aires, Claridad, 1935).
494
Ibidem, p. 13. Las enemistades entre Arguedas y Marof no se limitaron a la actividad intelectual, y se
plasmaron en una sucesión de agravios –y desprecios mutuos–, como puede verse en el Diario íntimo ya
referido del primero. Sobre la visión de Arguedas, cfr. Pueblo enfermo…, ob. cit.
495
Marof, La tragedia…, ob. cit., pp. 27-28.

171
Pero La tragedia del Altiplano es también un alegato contra el indigenismo
literario. Al indio, según Marof, se le ha quitado todo, desde sus tierras hasta su
mentalidad496. Frente a ello, unos patrones “que piensan con cerebro del medioevo y
que proceden sin ninguna hipocresía en sus fundos”, cuando se encuentran en la ciudad
y participan de actos públicos, por el contrario y de manera descarada, “rivalizan en la
expresión de un lenguaje conmovedor de libertad, humanidad y fraternidad. Así dicen:
‘hay que civilizar al indio’”. Marof avanza en el “desenmascaramiento” de estos
escritores de la élite cuyos privilegios nunca parecen puestos en cuestión:

Es un tema literario defender al indio, condolerse de su miseria y bordar sobre su


miseria artículos, poemas y libros. Pero ninguno de esos sentimentales ha ido aún a la
campaña y ha predicado la insurrección, mezclando su sangre por la libertad de los
indios. Ningún patrón sentimental y católico, a pesar de que el evangelio prohíbe la
explotación, ha permitido que sus indios aprendan a leer y menos se organicen para
defender sus derechos. Ningún militar ha puesto su espada y ha luchado por ellos,
menos se negó cuando le exigieron que masacrase a los indios. Y cuando alguna vez
se quisieron fundar escuelas de tipo socialista, los diarios conservadores, junto a los
patrones, elevaron sus airadas protestas ante las autoridades. No deja de ser un falso
sentimentalismo, explotado por todos, inclusive por los curas, los pastores de la
iglesia evangélica y las ilustres damas497.

Para Marof, el problema indio transita por otros carriles, alejados del
indigenismo literario pero también de los planteamientos puramente pedagógicos
que reclamaban “educar al indio”: “Lo que le interesa al indio no es su instrucción,
sino su libertad inmediata, vale decir, su independencia económica, la ruptura de su
sumisión con el patrón, la revalidación de sus condiciones de hombre”. Y continúa:

Mariátegui –amigo leal y sincero de los indios como que era proletario– tuvo mucha
razón al escribir que el asunto no era de libro ni de discurso sino de distribución de
tierras. El indio con tierra, libertad y organizado, podría darse la instrucción y
educación que le plazca, sin recibir favor de nadie ni estar sujeto a la vejatoria
filantropía social498.

496
Ibidem, p. 42.
497
Ibidem, pp. 45-46.
498
Ibidem, p. 46. Marof conoció a Mariátegui, ya enfermo, en Lima, encuentro que dejó plasmado en un
emotivo texto: “El abrazo a José Carlos Mariátegui”, América Libre, Nº 3, agosto-septiembre 1935,

172
Las condiciones de tal explotación ya habían sido denunciadas por el grupo
Revolucionario Tupac Katari, organizado por Marof desde Córdoba. Para el exiliado
boliviano, la liberación del indio –y las posibilidades de conseguir aliados entre otros
grupos étnico-sociales– dependía de dos cosas: de su firme deseo de organizarse para la
insurrección y de la descomposición de la clase dirigente, ya incapaz de tenerse en pie.
Para evitar que fracciones de las clases dominantes se aprovecharan de los indios en sus
luchas intestinas, como ya ocurriera muchas veces (ahí estaba La Guerra Federal),
resultaba imprescindible la estructuración de una “vanguardia indígena”. “El deber de
los revolucionarios es crear esa vanguardia [de los indígenas], vincularlos a los mineros
y los estudiantes; hablarles en su idioma y ponerles en el corazón un profundo y
orgulloso sentimiento de clase”499.
Al igual que Mariátegui, Marof estaba lejos de proponer una restauración del
incario, aunque sí lo admiraba “sin reservas” por unas leyes agrarias “que garantizaban
la vida del último habitante de la colectividad, por su orden y sus reglamentos de
trabajo”, todas cosas que la república poscolonial, con muchos más recursos y
posibilidades, según Marof nunca pudo igualar. Por eso el proyecto marofista era un
socialismo modernizador construido con los indios, que al mismo tiempo, debía incluir
las lecciones de la experiencia mexicana500.

Córdoba. A su turno, Mariátegui escribió un elogioso texto sobre el boliviano: José Carlos Mariátegui,
“La aventura de Tristán Marof”, Variedades, Lima, 3/3/1928, reproducido en Temas de Nuestra América,
Lima, Biblioteca Amauta, 1988. “Como Waldo Frank –como tantos otros americanos entre los cuales me
incluyo–, en Europa descubrió a América. Y renunció al sueldo diplomático para venir a trabajar
rudamente en la obra iluminada y profética de anunciar y realizar el destino del Continente. La policía de
su patria –capitaneada por un intendente escapado prematuramente de una novela posible de Tristán
Marof– lo condenó al confinamiento en un rincón perdido de la montaña boliviana. Pero así como no se
confina jamás una idea, no se confina tampoco a un espíritu expansivo e incoercible como Tristán Marof.
La policía paceña podía haber encerrado a Tristán Marof en un baúl con doble llave. Como un fakir,
Tristán Marof habría desaparecido del baúl, sin violentarlo ni fracturarlo, para reaparecer en la frontera,
con una barba muy negra en la faz pálida. En la fuga, Tristán Marof habría siempre ganado la barba. A
algunos puede interesarlos el literato; a mi me interesa más el hombre. Tiene la figura prócer, aquilina,
señera, de los hombres que nacen para hacer la historia más bien que para escribirla. […]. Lenines,
Troskys, Mussolinis de mañana. Como todos ellos, Marof tiene el aire a la vez jovial y grave. Es un Don
Quijote de agudo perfil profético. Es uno de esos hombres frente a los cuales no le cabe a uno la duda de
que darán que hablar a la posteridad. Mira a la vida con una alegre confianza, con una robusta seguridad
de conquistador (p. 125).
499
Ibidem, p. 53.
500
Siguiendo esta experiencia, que conoció de cerca como parte de su exilio, Marof publicó México de
frente y de perfil, Buenos Aires, Claridad, 1934. Ese libro le valió un desencuentro con Aníbal Ponce, que
había dicho que atiborrado de estadísticas en la primera parte, el texto se transformaba luego en un
panfleto de mal gusto, por la terminología insultante que usaba. Marof respondió que “en un tiempo
lejano yo también fui humanista y me entusiasmó Erasmo, cuando no tenía otro trabajo que cobrar mi
renta diplomática. Entonces, la ironía fluía de mis labios, insignificante y ligera”. En su respuesta, llamó a
Ponce a dejar de lado sus “resabios de fino esteta de tiempos de paz”, lo acusó de haber devenido un
marxista ortodoxo de la revolución sólo para no quedar rezagado frente a otros intelectuales europeos,
pero, al mismo tiempo lo encontraba “muy atildado, con gotas de perfume en el pañuelo y en el espíritu,

173
Esa experiencia mexicana influyó, probablemente, en una veta menos destacada
del pensador sucrense: su mestizofilia. Lejos del rechazo al mestizaje que había
predominado en las primeras dos décadas del siglo XX –y que, como veremos, aún
estructuraba imaginarios y marcos interpretativos en la Bolivia de los treinta– Marof
realiza una defensa de las bondades de las mezclas. Contra “el dilettante Gobineau”,
Marof se apoya en experimentos realizados en esos años con cereales, así como en
textos de Eugen Fischer sobre la mezcla de boers y hotentotes, para argumentar que “el
cruzamiento produce individuos más fuertes” y no una combinación de lo peor de cada
raza como argumentaban los mestizofóbicos. Crítico de la obra de Carlos Octavio
Bunge501, el intelectual socialista contraargumenta que las taras que el argentino
encontró en el mulato, el zambo o el mestizo, no eran otra cosa que el resultado terrible
y miserable de la situación económica y, por ello mismo, corregible con ella502.

Todas estas discusiones sobre razas no tienen un contenido serio. En la sociedad


sudamericana, como en el mundo entero, no distinguiríamos sino dos grandes clases
sociales separadas por un abismo de privilegios: proletarios y burgueses. Zambos,
mestizos, indios, integran el ilimitado ejército de los desposeídos. Sus taras y defectos
–transitoriamente exagerados por su depauperización– son un índice de su condición
miserable; no pueden ser el resultado de su progenie o de su estigma503.

Para Marof, la política de dominación de la feudalburguesía podría resumirse en la


fórmula: “al mestizo alcohol, al indio palo”504. Para encontrar virtudes en el país –y
superar una chatura cultural en la que lo único que destaca son las fiestas populares–
resultaba necesario, en su criterio, acabar con ese régimen opresivo, ya que los blancos
son una clase sin visión.

No obstante las diferencias entre Arze y Marof, que ocupaban posiciones


diferentes en el mapa de la izquierda marxista boliviana (y tenían personalidades muy
disímiles), ambos coincidirán en el rechazo frontal a la guerra del Chaco, y en el

sin perder sus habituales costumbres de burgués (“Mi crítico Don Aníbal Ponce”, Claridad, Nº 279, julio
de 1934).
501
Nuestra América (Ensayo de psicología social), Buenos Aires, Talleres Gráficos L. J. Rosso y Cía,
1919.
502
Marof, La tragedia…, ob. cit., p. 63.
503
Ibidem, p. 64.
504
Ibidem, p. 76. En Bolivia, “el mejor elector es el alcohol”, dice un personaje en La candidatura de
Rojas, (Armando Cirveches, La candidatura de Rojas, La Paz, Librería editorial “GUM”, [1909] 2010).]

174
antibelicismo militante (aunque las condiciones represivas en Perú impedían a Arze
llevar adelante una actividad dinámica como la emprendida por Marof en la ciudad
argentina de Córdoba, donde residía). Estas iniciativas antiguerreras constituyen un
momento importante en la expansión del comunismo en América Latina, pero también
de fuertes tensiones entre las diferentes culturas políticas de las izquierdas
continentales, precisamente cuando Moscú buscaba disciplinar a sus huestes
latinoamericanas.

175
176
CAPÍTULO 5
“Guerra a la guerra”:
pacifismo, antiimperialismo y antifascismo

Ya en 1928, los enfrentamientos por el fortín Vanguardia advirtieron que la contienda


entre Bolivia y Paraguay era sólo cuestión de tiempo. Aunque en ese entonces el
presidente Hernando Siles evitó la guerra mediante una intensa actividad diplomática,
no faltaría el presidente que en medio de la crisis del Estado oligárquico, intentara
revertir las sucesivas derrotas bélicas bolivianas (Pacífico en 1879-1883; Acre en 1899-
1903) y sus efectos sobre la autoestima nacional, “pisando fuerte en el Chaco”. De paso
Bolivia podría acceder a una salida al Atlántico mediante un puerto en el río Paraguay y
garantizar la explotación y exportación de petróleo. El ejército boliviano estaba al
parecer mejor preparado y no faltó quien se ilusionó con que las fuerzas andinas
plantaran bandera en Asunción. Por eso, ante los primeros conatos bélicos, la
Internacional Comunista se puso en alerta, advirtiendo a los trabajadores de ambos
países que esa no era su guerra. Así, podemos leer en El trabajador latinoamericano el
siguiente llamado:

Trabajadores de Bolivia y Paraguay: la guerra que se prepara no es la vuestra, no se


hará para vosotros ni en vuestro beneficio. Se trata de una lucha de dos bandos de
negreros, por el reparto de los esclavos y del botín. El contenido real del litigio por la
frontera del Chaco Boreal, es una prolongación de la lucha entre el imperialismo
inglés y el americano, por la conquista de América Latina, y en este caso por la
conquista de las riquezas que contiene aquella región. El petróleo del Chaco Boreal
como las riquezas, en general, del Paraguay y de Bolivia, no os pertenecen a vosotros,
sino a los imperialistas que mandan en ambos países. En la guerra que se prepara no

177
tenéis nada que ganar y sí mucho que perder. Si los señores capitalistas quieren la
guerra, que vayan ellos a pelear505.

En efecto, la convicción detrás de estos análisis era que se trataba de un


enfrentamiento interimperialista personalizado en los enfrentamientos de la Standard
Oil y la Royal Dutch Shell. Por eso el periódico sindical proseguía: “No os dejéis
engañar por los cantos de sirena de vuestras burguesías. En cada patria hay dos patrias:
la de los proletarios y las de los capitalistas ¡Esas son las verdaderas fuerzas de la
contienda!”506.
Esta idea de que la guerra constituía en verdad un enfrentamiento interimperialista
por el petróleo va a ser compartida por las izquierdas de diverso signo, e incluso por
sectores nacionalistas. En este marco, la estrategia de la Internacional Comunista fue el
llamado al frente único antiguerrero y antiimperialista. Los cominternistas consideraban
que “el fortalecimiento ininterrumpido del poder económico y político del proletariado
ruso, bajo la directiva del plan quinquenal, al coincidir con el desquiciamiento del
sistema capitalista, pone a la orden del día la necesidad de una guerra imperialista
contra la Unión Soviética”507. Y la guerra boliviano-paraguaya no era más que la
expresión de esas contradicciones interimperialistas del sistema capitalista a escala
regional. Por eso el comité latinoamericano se vinculaba al Comité mundial contra la
guerra imperialista con sede en Ámsterdam. Esa era la lectura que la IC había logrado
difundir entre los partidos, movimientos y sindicatos con hegemonía comunista. Por
eso, la Trade Union Unity League escribía desde Estados Unidos que

Interpretando las guerras en Latino-América como guerras por la supremacía de los


imperialismos yanqui e inglés, y como una preparación para el ataque a la Unión
Soviética, nos comprometemos a conducir una lucha activa contra los preparativos de
guerra de EEUU y a dar pasos para detener el envío de municiones a Sudamérica,
ejecutando así el pacto de solidaridad firmado en Montevideo en mayo de 1929 entre
la Confederación Sindical Sudamericana y la Trade Union Unity League508.

505
El Trabajador Latinoamericano, Nº 6-7, 30 de noviembre al15 de diciembre de 1928 (énfasis en el
original).
506
Ibidem, p. 8.
507
“Los problemas de la guerra en América Latina y el Congreso Anti-Guerrero de Montevideo”, Boletín
del Comité Organizador del Congreso Antiguerrero latinoamericano, Nº1, 15/12/1932, p. 1.
508
Idem.

178
Por momentos predominan visiones exitistas y los comunistas consideran que “el
motín naval en Chile, las sublevaciones parciales en Perú, los frecuentes casos de
indisciplina colectiva en los ejércitos de Bolivia y Paraguay, y la agitación
revolucionaria entre los indígenas bolivianos, disconformes con la guerra, constituyen
demostraciones concretas de las amplias posibilidades que hay para una lucha efectiva
de masas contra la guerra”509. En otros artículos, se insistía, por el contrario, en las
dificultades de los grupos comunistas en Bolivia y Paraguay para llevar adelante la línea
política de la IC y se ponía atención a las tareas de organización, agitación y
movilización en combinación con las reivindicaciones de obreros, campesinos e
indígenas, y la intervención entre las mujeres, los jóvenes e incluso en el seno del
ejército. Frente a la alternativa de la deserción individual, los comunistas se propusieron
–sin éxito– penetrar el ejército para insubordinar a la tropa y lograr la confraternización
boliviano-paraguaya510. No es difícil ver acá la voluntad de repetir el esquema de
revolución rusa, cuando los bolcheviques armaron comités de soldados rojos con
posiciones de derrotismo revolucionario durante la Primera Guerra Mundial, para
transformar la guerra en revolución. Entre las actividades desarrolladas se mencionan
mítines ilegales en el puerto de Rosario contra un barco inglés y otro japonés cargados
con material bélico con destino a Paraguay, protestas al interior de una fábrica de tejidos
que trabaja para el ejército de Paraguay, irrupción de mujeres antiguerreras argentinas
en un acto de mujeres de clase alta que juntaban víveres para los paraguayos, ocupación
del Capitolio Nacional en Bogotá por un millar de obreros en rechazo a la guerra
imperialista, un acto frente a la embajada de Japón en la ciudad de México y mítines
callejeros en Montevideo en apoyo del congreso contra la guerra.

El Congreso Antiguerrero de Montevideo (1933): los intentos fallidos de la unidad


de las izquierdas

El Congreso Antiguerrero será la actividad de mayor envergadura entre las desplegadas


por la IC. La comisión organizadora quedó a cargo del secretario de la CSLA, Miguel

509
“Posibilidades para una lucha de masas contra la guerra en América Latina”, Boletín del Comité
Organizador del Congreso Anti-Guerrero Latinoamericano, Nº1, 15/12/1932, p. 3.
510
Juan Hernández, “Debates sobre la guerra del Chaco. Anarquistas y comunistas. Nervio y
Correspondencia sudamericana”, ponencia presentada en la IV Jornadas de Historia de las Izquierdas,
[Mesa 5: Del antifascismo a la guerra fría: prensa política y revistas latinoamericanas de los ‘30 y ‘40],
Buenos Aires, 14, 15, 16 de noviembre de 2007. Consulta on line 3/11/2008, disponible en
http://www.cedinci.org/jornadas/4/M5.pdf

179
Contreras, la escritora Nydia Lamarque y el escritor uruguayo Bernabé Michelena,
respectivamente a cargo de los comités antiguerreros en Argentina y Uruguay. El
cónclave regional se inauguró el 11 de marzo (después de dos postergaciones) y se
buscó darle un carácter público. Así, se levantó una tribuna frente a la Casa de los
Sindicatos de Montevideo donde hablaron algunos delegados en el marco de una
concentración popular. Luego, las deliberaciones se desarrollaron en el teatro Stadium
hasta el 16 de marzo511. Fiel a los lineamientos del “tercer período”, la IC buscó darle al
evento un perfil netamente obrerista. Aunque los llamados convocaban a los “millones
de indios y negros oprimidos”512, ese llamado parece haber sido bastante formal. Por su
lado, los intelectuales fueron una cara visible, cuya utilización de manera bastante
instrumental buscaba generar una irradiación de mayor alcance en la causa
antiimperialista. En ese marco, el evento fue presidido por Aníbal Ponce, pero el
objetivo fue mostrar una presencia aplastante de obreros513. La Internacional informa
que de las 446 delegaciones, 362 delegados eran obreros industriales, 12 campesinos y
jornaleros, 4 artistas, 23 intelectuales y 45 estudiantes. Notablemente, en el Presidium
no había ningún boliviano y solamente un paraguayo (O. Creydt)514.
El trabajo en Argentina –de donde viajaron 176 delegados515– resultaba
particularmente importante. Por un lado, Argentina era acusada –con evidencias– de

511
“Bajo la bandera del Congreso Antiguerrero”, La Internacional, Órgano del Partido Comunista
Argentino, 13/4/1933, p. 4.
512
“Por un grande [sic] Congreso Antiguerrero”, La Internacional, 7/11/1932, p. 2.
513
A fines de 1932, en ocasión de la Conferencia Estudiantil contra la Guerra en Argentina, habían
publicado una adhesión firmada por Emilia Bertolé, Aníbal Ponce, Agustín Riganelli, C. Córdova
Iturburu, Niceto Loizaga, Álvaro Yunque, Wladimiro Acosta, Elías Castelnuovo, D. Rizzo Baratta,
Roberto Arlt, G. Facio Hebequer, Alejandro Sux, Héctor I. Eandi, José Katz, Rodolfo Ghioldi, Enrique
González Tuñón, Gregorio Klimovsky, Leónidas Barletta, Héctor P. Agosti, Manuel Kirschbaum, Paulino
González Alberdi, A. López Ascona (“escritor proletario”), Ricardo Setaro, Santiago Parodi (“pintor
proletario”), Álvarez Terán y Carlos Moog, entre algunos más.
514
Según información contenida en La Internacional, el Presidium quedó conformado por Aníbal Ponce
(presidente del congreso organizador), Miguel Contreras (CSLA), Emilio Troise (Comité Antiguerrero de
Argentina), José Peter (en representación de los obreros frigoríficos de Argentina), Marcos Kanner
(Federación Obrera Marítima de Posadas), Francisco Romero (Comité de Unidad Nacional Sindical
Clasista de Argentina); Florindo Moretti (oposición sindical revolucionaria de los ferroviarios), P.
González Alberdi (PC Argentino); “un delegado socialista de Córdoba expulsado del partido por venir a
Montevideo”, Suárez (obrero anarquista delegado de los obreros del puerto de Rosario), A. Montes
(subcomité de la CSLA del Caribe); Bernabé Michelena (escultor, Comité Antiguerrero del Uruguay);
José Lazarraga (diputado comunista de Uruguay); “un huelguista del Puerto de Montevideo”, Antonio
Cubenelli (CGT Brasil), María Silva (obreros textiles de Brasil), P. Oliveira (Comité Marítimo Portuario
Latinoamericano y oposición sindical revolucionaria de Brasil), Oscar Creydt (Comités Antiguerreros
Paraguayos), Ingeniero Martínez (Comité Nacional Antiguerrero de Chile), J. Mario (delegaciones
juveniles antiguerreras), Nina Flores (SRI de Chile y Comité Antiguerrero de Antofagasta), R. Barrientos,
(Confederación Sindical Unitaria de México), Carlos Geisser (estudiantes antiguerreros de EE.UU.),
Hodward (Federación Nacional de Marítimos de EE.UU.), Jesús Manzanelli (CE Mundial de Socorro
Rojo Internacional), Juan Llorca, CSLA, y “un pioner uruguayo” (La Internacional…, op. cit.).
515
“Bajo la bandera del Congreso Antiguerrero de Montevideo”, La Internacional, 13/4/1933, p. 4.

180
jugar del lado paraguayo, siguiendo el mandato de su “patrón” británico, en tanto que
Buenos Aires será la sede de las futuras negociaciones de paz en las cuales el canciller
Carlos Saavedra Lamas tendrá un papel de trascendencia mundial; un rol abiertamente
cuestionado por los bolivianos, al igual que por el estadounidense Spruille Braden –
futuro embajador en Buenos Aires–, quien en su autobiografía trata a Saavedra Lamas
de ególatra, vanidoso, ambicioso, estúpido e inepto. En el citado boletín antiguerrero,
pueden leerse artículos con títulos como “Jefes argentinos dirigen la guerra”,
“Exploraciones de la aviación argentina”, “Armas argentinas para el Paraguay”, etc. En
este marco, la cantidad de adhesiones sindicales ponen en evidencia que los partidos
comunistas pusieron toda su fuerza militante al servicio de la causa antibélica516, al
tiempo que buscaban articular estas actividades con otras corrientes de la izquierda que
fueron invitadas a Montevideo, incluso trotskistas y anarquistas.
Aunque se buscó la unidad de acción contra la guerra, pronto las tradicionales
divisiones en el campo antisistémico clausurarían el proclamado frente único. Entre los
disconformes estaban los anarquistas. Según La Internacional, estos “pidieron una hora
de derecho al uso de la palabra para dos representantes de la fracción, que les fue
concedido, y a su vez también a los trotskistas”517. Para el diario comunista, fue la
presión de los obreros anarquistas, entre ellos los “valientes militantes portuarios”, lo
que llevó a participar a los libertarios, que habían criticado el evento desde revistas
como Nervio, porque –según la prensa del PC– “esa masa anarquista revolucionaria
quiere luchar contra la guerra y en defensa de la Unión Soviética”518. En realidad, los
anarquistas planteaban la consigna de “guerra a la guerra” más allá de quienes fueran
los contendientes, mientras que los comunistas llamaban a defender a la URSS de
cualquier ataque imperialista. Se trataba de una enorme discrepancia estratégica y el
conflicto no tardó en estallar.

516
Entre otras, el boletín cita la adhesión de la Federación Obrera de Chile (FOCH), la CGT de Perú, los
Comités de Unidad Sindical Clasista de Argentina y del Paraguay, las organizaciones sindicales
revolucionarias de Bolivia, la Confederación General del Trabajo de Brasil, la Confederación Unitaria de
México, la Confederación Nacional Obrera de Cuba, el Comité pro CGT de Colombia, el Comité
organizador de la CGT de Ecuador, los petroleros de Comodoro Rivadavia, la Federación de Obreros de
la Carne, la Organización de Asalariados Agrícolas de Alcorta, el sindicato de la madera (estos cuatro
últimos de Argentina). Se anuncia que irán delegados campesinos de Firmat (Santa Fe) y Alta Gracia
(Córdoba). Aseguran que en Moisés Ville se realizó una gran asamblea con 600 campesinos, donde se
eligió como delegada a una compañera obrera del Partido Comunista (“Desde los umbrales del Congreso
Anti-Guerrero”, Boletín del Comité Organizador del Congreso Anti-Guerrero Latinoamericano, Nº4,
marzo de 1933, p.1).
517
Idem.
518
Idem.

181
Según los anarquistas, cuarenta y cinco delegaciones ácratas (que incluían al mítico
Simón Radowitzky) se retiraron del evento, denunciando que el mismo había sido
manipulado por los estalinistas, que monopolizaron la reunión y coincidieron en una
“apología interminable del bolchevismo y en un ataque incesante contra los anarquistas
a los cuales también habían invitado a participar”. Estos grupos sostienen que

En medio de un público casi únicamente compuesto por vociferadores y


amenazadores siguieron los discursos en los cuales se nos lanzaron los peores insultos
y calumnias incalificables. Ante la evidencia de estos hechos, decidimos retirarnos de
ese congreso, que después de la expulsión inmediata y vergonzosa de los
representantes de la fracción trotskista, se transformó de inmediato en un simple mitín
comunista, donde se atacó más a los revolucionarios no serviles y a los hombres
libres, que a la guerra […] la lucha contra la guerra pierde eficacia gracias a ese odio
sistemático de cuanto no se somete a la férula dictatorial de Stalin erigido en
emperador del mundo519.

Los comunistas respondieron concediendo “que el Congreso cometió el grave error


de dejarse arrastrar –a pesar de los propósitos formalmente expresados en contra– a una
discusión doctrinaria con los representantes anarquistas, que no tuvo otra consecuencia
que ahondar las disidencias con ellos”. Todo ello en lugar de ceñir “enérgicamente el
debate a la coordinación de acciones concretas de lucha antiguerrera”. No obstante,
acusan a los libertarios de buscar un pretexto para romper e invitan “al heroico
proletariado anarquista a incorporarse al frente único antiguerrero surgido de
Montevideo”520. Son varias las oportunidades en las que, mediante elogios a la
combatividad de las bases anarquistas, los comunistas buscan introducir brechas con sus
direcciones. A los socialistas, y a revistas como Claridad (en definitiva, parte del
ominoso “socialfascismo”), los comunistas los acusaban de ser “simples aparatos de
repercusión del pacifismo imperialista” que buscaban “llevar el conflicto de límites a la
Liga de las Naciones”521.

519
“Fracaso del congreso antiguerrero. Razones del retiro de cuarenta y cinco delegaciones” [folleto
consultado en el archivo del CeDInCI],. Ver también, en em mismo archivo,: “‘Guerra a la guerra’.
Ponencia presentada al Congreso Continental Antiguerrero Latino Americano por las organizaciones
libertarias que celebraron acuerdo para concurrir al mismo”.
520
“Desde los umbrales del Congreso Anti-Guerrero latinoamericano”, Boletín Organizador del Congreso
Anti-Guerrero Latinoamericano, Nº 4, marzo de 1933.
521
“Revisando posiciones. La postura de la pequeño burguesía frente al peligro de una guerra boliviano-
paraguaya”, Correspondencia Sudamericana, Nº 8, segunda época, 30/1/1929, p. 4.

182
Desde el trotskismo, se sumó a las críticas la Liga Comunista Argentina, que se
consideraba a sí misma como una fracción del Partido Comunista oficial. Esgrimiendo
posiciones obreristas, el grupo liderado por Antonio Gallo criticará a los comunistas por
entregar “a manos inseguras de escritores ‘izquierdistas’ radicales o semi-radicales, la
organización del luchar antiguerrero”. Una acusación notable teniendo en cuenta que,
como ya apuntamos, la IC se encontraba en la etapa de mayor sospecha y sectarismo de
su historia sobre los intelectuales, aunque consideraba que, al mismo tiempo, debía
usarlos para la causa. La Liga Comunista acusará al Comintern de hacer “arrastrar al
proletariado tras las luminarias de salón, los parásitos intelectuales” y se pregunta:
“¿Qué autoridad tienen para convocar al proletariado los González Tuñón, los Petit de
Murat, y Nidia Lamarque [sic]?”522.

América Libre y Flecha: Córdoba como centro del antiguerrerismo*

En la ciudad argentina de Córdoba estas actividades antibélicas encontraron un caldo de


cultivo muy especial. Allí, una serie de configuraciones particulares –asociados a la
existencia de antiguos reformistas universitarios y a un grupo de activos exiliados
bolivianos– transformaron a esta urbe mediterránea en el escenario de un importante
movimiento antibélico en el que se vincularon izquierdistas andinos como Tristán
Marof y Alipio Valencia Vega (Iván Keswar)523 –e incluso el joven comunista
paraguayo Oscar Creydt– con figuras como Deodoro Roca y Gregorio Bermann, que
buscaban actualizar el espíritu de la gesta cordobesa del 18 en nuevas causas524. Todo
ello amplificado por el talante progresista y proobrero del diario local La Voz del
Interior.

522
“El congreso antiguerrero de Montevideo y la Liga Comunista”, febrero de 1933. Volante consultado
en el Cedinci.
*
Agradezco especialmente a Martín Bergel, quien compartió generosamente conmigo sus trabajos sobre
Deodoro Roca, Flecha y el reformismo universitario, y me alertó sobre las útiles informaciones
contenidas en La Voz del Interior.
523
Perteneciente a la generación del Centenario, durante la guerra del Chaco se radicó en Buenos Aires y
junto con Marof puso en pie el Grupo Tupac Amaru, que discutió con Aguirre Gainsborg con miras a
estructurar el POR (1935). Más tarde se dedicó a escribir manuales de instrucción cívica para los
colegios. En 1931 fue secretario general de la Federación Universitaria Local paceña. Fue secretario
general de la Asociación de Periodistas de La Paz y decano de la Facultad de Derecho de la UMSA. En la
escisión de 1938 del POR siguió a Marof en el PSOB. Más tarde se incorporó al MNR, fue presidente del
Colegio de Abogados (1969-1972) y Presidente del Consejo Nacional de Reforma Agraria. En la
izquierda marxista fue conocido bajo el nombre de Iván Keswar y como columnista de Ultima Hora usó
el seudónimo de Fedor Yunque (Lora, Diccionario político, ob. cit.).
524
“Los del ‘18 se lanzan de nuevo a la pelea”, América Libre, Nº 1, junio de 1935, p. 6.

183
De esta atmósfera emergieron dos revistas críticas que se volvieron tribuna del
“pacifismo heroico” contra la contienda fraticida: América Libre (de la que salieron
cinco números) y Flecha, que se constituyó en el órgano del Comité Pro Paz y Libertad
de América (CPPYLA) y publicó quincenalmente 17 números525.
La posición predominante era que la Guerra del Chaco anticipaba conflictos
continentales de mayor amplitud, que se trataba de un conflicto acicateado por los
imperialismos estadounidense y británico, y, finalmente, que había que desconfiar de la
Cancillería argentina, que se proponía como factótum de la paz. “El petróleo es el más
formidable pleito que ha conocido la era capitalista […] Se trata de una basta contienda
por la hegemonía mundial [y] Sudamérica es, en este momento, el frente donde la pugna
imperialista se ha hecho más dramática”526.
En ambos casos, las revistas salieron a luz en las postrimerías de la guerra, pero
en ese momento pocos creían que el fin de la contienda se encontraba bastante cerca.
Por el contrario, la impresión entre las izquierdas era que la guerra podía tomar
dimensiones continentales. Poca confianza podía tenerse, sostenía Roca, en la labor de
las cancillerías “que persiguen a los intelectuales y obreros antiguerreros de Paraguay y
Bolivia”. Más aún, “la próxima conferencia en Buenos Aires, en las circunstancias en
las que ha nacido, lejos de ser un síntoma favorable, señala el punto de máxima
gravedad, la posibilidad de que la guerra que se quiere conjurar se extienda por todo el
continente”527. En este marco, para lograr la paz es necesario no confiar “en los
gobiernos de las clases dominantes” y “revelar al pueblo y en especial a la clase
trabajadora de América Latina los oscuros y amenazadores telones de la política
internacional”528.

Desde su primer número, publicado en junio de 1935, América Libre funcionó


como un espacio de encuentro entre exiliados bolivianos radicales e intelectuales
argentinos. El nombre mismo remitía a la “lucha enconada contra el imperialismo
extranjero y sus aliados nacionales”529. “Nuestros himnos patrios, fogosos de libertad y
gloria, son humorísticos cuando en cada calle de las colonias o semi-colonias el capital
monopolizador extranjero nos tiene cogida la garganta con su mano de hierro,

525
Bergel, Flecha..., ob. cit., p. XXIII.
526
“¡Por la paz en América! A los intelectuales, obreros, estudiantes y maestros de Latinoamérica”, en
Deodoro Roca, El difícil tiempo nuevo, Córdoba, Lautaro, 1956, p. 232.
527
Ibidem, p. 234.
528
Ibidem, pp. 234-235.
529
Tristán Marof, “Nuestra revista”, América Libre, Nº1, junio de 1935, p. 1.

184
indicándonos sumisión […] Por eso, ante nosotros, se posa la aspiración máxima:
‘América Libre’. Pero esta frase no debe tener un sentido lírico, sino precisamente un
contenido económico y social. También internacional”530. Para lograr esa tarea, Marof
se propone “robustecer a la clase obrera” y buscar aliados entre otros sectores sociales
con “ansia de liberarse”, “vincularse con las masas y luchadores de otros continentes”.
Como apunta Martín Bergel, tanto América Libre como Flecha tomaron
distancia del aprismo (lo que las diferenciaba de iniciativas como Claridad) o fueron
tribuna de apristas de izquierda que polemizaron con Manuel Seoane, acusado de ser el
ala derecha del movimiento531. “Ni hispano-americanismo, ni latinoamericanismo, ni
siquiera el último invento que viene de México y del Perú: indo-América. No. América
Libre y socialista dentro del mundo, no a la cola del mundo”, se posicionaba América
Libre desde su nacimiento532. El proyecto sólo contaba con algunas publicidades
comerciales, como librerías, sastrerías, repuestos para automóviles, etc., por lo que
solicitaban el apoyo de sus lectores: “América Libre lucha y luchará por las
reivindicaciones proletarias y por la justicia social. Colabore con ella y APÓYELA”,
decía el aviso, a veces inserto entre las publicidades, a las que sumaron una guía de
profesionales encabezada por el estudio jurídico de Deodoro Roca y que incluía el
consultorio médico de Gregorio Bermann, experto en “enfermedades mentales y
nerviosas”. En la contratapa tenía un grabado de un indio y un cóndor, retomando la
estética indigenista de revistas como Amauta.
El animador de América Libre era Tristán Marof, quien había llegado desterrado
a la Argentina en 1927, donde permanecerá con un breve interregno en México, hasta
1937, cuando el gobierno “socialista-militar” de Germán Busch le permita su regreso en
el nuevo escenario político abierto tras la guerra del Chaco.
América Libre y Flecha tenían muchos vasos comunicantes. En su primer número,
la revista de Marof publicó “Los cuatro párrafos que ocultó la prensa” del discurso de
Deodoro Roca en el teatro Coliseo de Buenos Aires. Esos cuatro párrafos fueron
titulados “La política tradicional de la Argentina”, “El imperialismo británico y
Paraguay”, “La Standard Oil y Bolivia” y “Paraguay y el negocio del petróleo”. Ese
discurso, pronunciado en 1935 en la capital argentina es vibrante y en él, el ex líder
universitario se diferencia del mero pacifismo, trasmutado en pacifismo heroico y

530
Idem.
531
Martín Bergel, Flecha…., ob. cit., p. LVIII n. 71.
532
Tristán Marof, “Nuestra revista”, América Libre, Nº1, junio de 1935, p. 2.

185
articulado a fuertes críticas antisistémicas. Así Roca enfatiza que “para provocar la paz,
yo traigo un mensaje de guerra”:

Vengo de Córdoba y traigo –en nombre de la gente viva de mi ciudad– un mensaje


pacifista. Pero no del pacifismo recalentado de protocolo y de ‘Tedéum’, para uso de
diplomáticos, de congresales y de periodistas latinoamericanos… Ni de ese otro
inefable y dulzón para colgar en los balcones […] y que al cabo sólo sirve para
estimular dominicalmente una honrada y dulce secreción lagrimal. El nuestro es un
pacifismo sin crisis de nervios, sin lágrimas, sin retórica […] Nuestro pacifismo viene
de otra zona y no va a terminar ni en un protocolo, ni en una elegía. Para provocar la
paz yo traigo un mensaje de guerra533.

En su largo discurso, Roca aclara que no se trata de un mero rechazo a “la guerra
como estado” sino a la “guerra como proceso”. Si la primera puede terminar con
acuerdos de paz, sellados en las cancillerías –reconociendo el clima más optimista que
ya se comenzaba a respirar en las arenas diplomáticas– el fin de la segunda tiene como
condición de posibilidad “terminar con el régimen social, económico y político que la
produce”534. Y de ello, sostiene Roca, se derivan dos pacifismos: uno inconducente, de
conferencias y banquetes, y otro que busca poner fin a un “orden periclitado”. Por eso,
para conseguir la paz es menester “herir en sus raíces a la guerra”535. Lo que está en
crisis es la misma civilización, asociada a la sociedad capitalista, por lo que la verdadera
paz sólo se logrará en “una sociedad sin clases y en una humanidad liberada y bella”536.
Incluso si se sellaba la paz, lo que pronto ocurriría, eso no clausuraba la necesidad de
cambio político y social, tanto en Bolivia como en Paraguay:

Ni vencedores ni vencidos… ¿Y los cien mil muertos? ¿Y los mutilados, los


enfermos, las viudas y los huérfanos? ¿Y la miseria y el hambre de los pueblos? ¿Y la
subordinación absoluta de la economía nacional a los imperialismos?537

Como anotó Bergel, al igual que luego ocurrirá con otras organizaciones
antifascistas, el CPPYLA se reveló como una herramienta eficaz para organizar grupos
533
Deodoro Roca, “Los anglo-argentinos en el Chaco norteamericano”, en El difícil tiempo nuevo…, ob.
cit., pp. 236-237.
534
Ibidem, p. 237.
535
Idem.
536
Ibidem, p. 249.
537
Ibidem, p. 252.

186
ideológicamente plurales de agitación al tiempo que lograba estructurar redes
intelectuales que amplificaban su voz. Paralelamente, Flecha se convirtió en una tribuna
de voces variadas, a partir de la actividad infatigable de Roca, quien dirigió la
publicación de manera personalista y se enfrentó a una variedad de dificultades538.
Aunque, obviamente, la ofensiva diplomática lanzada por Saavedra Lamas ocupaba
cada vez más espacio político y mediático, La Voz del Interior reflejó en sus páginas las
posiciones críticas del CPPYLA y registró sus movilizaciones, a veces de dimensiones
considerables, al tiempo que daba voz y apoyo explícito a conflictos obreros de
entonces, como el de los trabajadores madereros.
Una de las actividades del CPPYLA fue el mitin antiguerrero multipartidario que el
5 de mayo de 1935 se reunió en la Plaza General Paz de la ciudad de Córdoba. Según el
diario cordobés, el discurso más elocuente fue el de otro ex reformista universitario y
psiquiatra, Gregorio Bermann, quien a tono con las posiciones de Roca señaló que “el
Comité Pro Paz en América no viene pues amparado en un flácido y quejumbroso
pacifismo” y reclamó no sólo la paz sino “una paz ejemplificadora, con sanciones
severísimas para los responsables”, “una paz de tal índole que sólo podría firmarse por
la acción revolucionaria de los pueblos”539. En el acto –en el marco de la política de
frente único contra la guerra y el fascismo– participaron la Federación Universitaria y
de Estudiantes Secundarios, la Juventud Radical, la Agrupación Femenina Antiguerrera,
la Juventud Socialista, la Federación Juvenil Comunista y el CPPYLA.
Regularmente, La Voz del Interior, publica materiales vinculados a la contienda. El
17 de mayo reproduce un artículo de La Razón de La Paz titulado “Existe en Bolivia
una poderosa reacción contra la guerra”. El 1º de junio dedica una página entera al
artículo “Un nuevo estado en América del Sur. ¿Santa Cruz de la Sierra se
independiza?”, donde plantea la posibilidad de que en ese departamento del oriente
boliviano pudiera triunfar el movimiento separatista aprovechando el caos que produjo
la guerra en Bolivia. La “Carta al pueblo alemán” de Henri Barbusse, publicada el 5 de
mayo (“Traducida especialmente para La Voz del Interior”) advertía que el tema de la
guerra estaba lejos de limitarse a la guerra fraticida en las arenas chaqueñas. El mundo

538
Martín Bergel, Flecha…, ob. cit.
539
“Alcanzó destacadas proporciones el mitín antiguerrero celebrado ayer”, La Voz del Interior, 6/5/1935,
p. 7.

187
era, como advertía Roca, víctima de una “marcialidad enloquecida”540 que era necesario
conjurar.
En las páginas de América Libre, no sólo se discutía la problemática de la guerra y
la paz. Con un claro signo antiestalinista, se combinaban artículos sobre la situación
boliviana (y de las izquierdas andinas) con artículos sobre la realidad argentina, sin
dejar de lado las intensas polémicas al interior del movimiento comunista marcado,
como ya señalamos, por la ofensiva de la IC para “normalizar” a los partidos
latinoamericanos. Córdoba será, en 1935, el escenario de la fundación del Partido
Obrero Revolucionario (POR) en el cual convergen el grupo Tupac Amaru de Marof e
Izquierda Boliviana de Chile –liderada por el prometedor líder comunista José Aguirre
Gainsborg–. En ese momento un partido de exiliados, el POR estará llamado a
constituir una fuerza importante dentro del campo político boliviano, además de una de
las corrientes trotskistas más importantes del mundo en lo que se refiere a su incidencia
nacional. Todo ello, en el contexto del “marxismo minero” que durante medio siglo
introdujo un repertorio de luchas que combinó solidaridades intensas construidas en los
socavones, discursos radicales, un relato cargado de masacres y resistencias heroicas y
un verdadero proyecto de país acaudillado por la clase obrera, más específicamente los
mismos mineros.

Paz y nuevos escenarios

La firma del tratado de paz, en junio de 1935, tuvo una enorme repercusión en Córdoba,
al punto que fue declarado un feriado regional y clases alusivas en las escuelas541. Sería
la última guerra de grandes dimensiones en América del Sur. Y su culminación
reconfiguraría radicalmente el escenario político boliviano. En línea con las posiciones
ya descriptas, Marof critica los términos de la paz y anticipa algunos de los debates de
la posguerra:

No hay tal paz, lo que hay es CAPITULACIÓN. Bolivia de rodillas acepta todo,
aceptará todo. Las condiciones son lamentables. […] No hay tal paz. Hay

540
Roca, “Los anglo-argentinos…”, ob. cit, p. 237.
541
“De la paz entre Paraguay y Bolivia se hablará hoy a nuestros escolares. Luego habrá asueto”, La Voz
del Interior, 12/6/1935; “Hoy es feriado provincial. En homenaje a la firma del tratado de paz”, La Voz
del Interior, 13/6/1935; “Como cosa propia se celebró en Buenos Aires la paz en el Chaco”, La Voz del
Interior, 13/6/1935, allí describe la concentración del estudiantado secundario en la Plaza Congreso, que
derivó en un gran desfile hacia la casa de gobierno en la Plaza de Mayo.

188
agotamiento, cansancio, amotinamiento de las tropas que se niegan a combatir. El
hambre, la miseria y la ineptitud de los Comandos han impuesto la paz. […] Brasil ha
levantado la mano cuando Estigarribia se dirigía al Oriente boliviano y la cancillería
paraguaya soñaba con la independencia del rico departamento de Santa Cruz. Por el
instante, Brasil presionado por su delicadísima situación interna no puede lanzarse a
ninguna aventura guerrera. ¡Esta es la paz que se festeja con champaña, tedeums y
oliendo a sangre y petróleo! ¡Hermosa paz de cuervos, hienas y empresarios!542

En síntesis, lo que buscaba el flamante Partido Obrero Revolucionario con sus


denuncias era que la crisis posbélica del Chaco no se difuminara como ocurrió en la
posguerra del Pacífico en la década del ochenta del siglo anterior; esta vez entre los
“lirismos de la juventud ‘cobarde’ del 30”543. El antifascismo que permeaba a los
movimientos antiguerreros en Argentina se expandía también al momento de leer la
situación boliviana. Así, un artículo sin firma critica a los “flamantes nazis bolivianos”,
los cuales estarían corporizados en el grupo Beta-Gama (Bolivia Grande) del que
formará parte –con un rol dirigente– el propio Aguirre Gainsborg, con certeza en las
antípodas de cualquier simpatía con el nazismo. “¿Qué pretenden estos jóvenes? Crear
un ‘partido de la juventud’. ¿Cuál partido? Un partido NACIONAL SOCIALISTA”544.
Que el porista Aguirre Gainsborg formara parte de ese partido “fascista” da cuenta,
además, de la laxitud de las fronteras políticas e identitarias de entonces, donde la “idea
socialista” comenzaba a expandirse como un gran contenedor de todas las reformas
progresivas y modernizadoras que el país necesitaba, al tiempo que la difusión
incontrolada del término conspiraba, sin duda, contra sus contornos específicos. Llegó
un momento en que en Bolivia todos parecían ser “socialistas”.
En el tercer número de América Libre, Keswar había procurado desmontar el “mito
de las generaciones” (lo cual ya había hecho antes Mariátegui). Allí escribe que “el
mundo actual se divide, no entre ‘viejos’ y ‘jóvenes’ sino en clases: en explotados y
explotadores, en burguesía y proletariado”. El mito de las generaciones sería, para
Keswar, un nuevo ardid de las clases dominantes para permanecer en el poder luego de
la contienda bélica, que sumergió al Estado oligárquico en una profunda crisis de
legitimidad (además de la crisis política y económica), “e incluso –insistía– generar un

542
Tristán Marof, “La Paz del Chaco”, América Libre, Nº 2, julio 1935, p. 12 (mayúscula en el original).
543
M. Fernández, “Dos actitudes”, América Libre, Nº 2, julio de 1935, p. 17.
544
“Flamantes nazis bolivianos”, América Libre, Nº 5, diciembre 1935, p. 15 (probablemente el texto fue
escrito por el propio Keswar).

189
ciclo de violencia fascista”545. Keswar y Marof también escribían en Flecha, donde
destacaban el nuevo rol del POR y plantebaan posiciones ambivalentes frente al
naciente Partido Socialista que estaban creando intelectuales de izquierda y militares
“socialistas”, al igual que ante la participación del POR en el Frente Único de
Izquierdas lanzado por el PS y otras fuerzas. En un exceso de autoconfianza, coloca al
aún muy débil POR como “guardián y vigía de la revolución”, a partir de su “recia
teoría y una clara visión de la realidad nacional”546. Era, por el momento, una lectura a
la distancia de lo que ocurría en las tierras del altiplano.
En Bolivia, no obstante, la idea de la ruptura generacional tenía aún mucho para
dar en términos de configuración de nuevos proyectos políticos. Incluso se extenderá al
interior de las Fuerzas Armadas y de los ex combatientes del Chaco, un poderoso
“movimiento social” con un rol clave en las reformas socializantes de la posguerra. La
figura clave del periodo será Germán Busch, el héroe mítico de las trincheras
chaqueñas, símbolo de una nueva generación llamada a rejuvenecer la nación. Con 33
años llegó a la presidencia, en 1937, luego de derrocar a David Toro, quien había
iniciado el llamado “socialismo militar”, una novedosa experiencia política –continuada
por el propio Busch– en la que convivieron, no sin tensiones, desde ex combatientes
filofascistas hasta obreros e intelectuales marxistas, pasando por socialistas moderados.
En el tercer número de América Libre, publican “El testamento de Lenin”, un texto
titulado “Staline” de Boris Souvarine, una semblanza de Trotsky de Karl Radek, y
“Lenin y el estudio de la literatura”, de Anatoli Lunacharsky; en el quinto un “Repaso
histórico del frente único” escrito por Trotsky. Este posicionamiento de Marof del lado
del antiestalinismo lo llevará a distanciarse violentamente del Partido Comunista,
especialmente luego de apoyar públicamente el derecho al asilo para Trotsky en México
en el Comité Pro-Exiliados, en medio de las fuertes presiones soviéticas para frustrarlo,
como ya lo habían hecho en varios países europeos, lo que llevó a Trotsky a hablar de
“un planeta sin visado”. Estas posiciones generaron fuertes discusiones en el Comité de
Ayuda al Pueblo Español (CAPE), que funcionaba en Córdoba, y provocaron la ruptura
definitiva con Bergmann, a quien Marof acusó de actuar como un provocador al
servicio del partido comunista oficial por haber pedido un voto de desconfianza contra
él al interior del CAPE. “La triste consigna del partido en las partes donde no puede

545
Iván Keswar, “‘Nueva Patria’. Nuevas ideas! Contra el ‘mito de las Generaciones’”, América Libre
Nº3, agosto-septiembre de 1935, p. 22.
546
Iván Keswar, “La post-guerra”, Flecha, Nº12, 16/5/1936, p. 3.

190
fusilar ni encarcelar como en Rusia es difamar y calumniar a los hombres que no se
acomodan a sus turbios designios. Ya no es, pues, la Internacional de la Revolución
sino la Internacional de la Infamia”547. No solamente, el intelectual sucrense declaró su
“posición irreductible, contraria al estalinismo” sino que acusó a Stalin de ser el “tirano
más feroz que ha conocido la historia, y ante el cual las atrocidades del zarismo son
apenas un pálido reflejo” y sentenció que el gobierno de la URSS, por el camino que va,
“es igual al de Hitler o Mussolini”548.

***
En la historia que sigue a la contienda, la acusación contra quienes se negaron a
combatir y levantaron las banderas de la “guerra a la guerra” fue selectivamente
utilizada por el socialismo nacionalista para descalificar a sus contrincantes
izquierdistas. La heroicidad en la “guerra estúpida” cotizó más que el pacifismo
cosmopolita en la nueva Bolivia y la guerra fue presentada como una suerte de
depuración nacional y la clave del resurgimiento a partir de un pacto de sangre en las
trincheras; Busch sostendría –frente a los embajadores de la Italia de Mussolini y del
México de Cárdenas– que “la espada [el ejército] debe ser en la postguerra el baluarte
del pueblo indefenso contra los intereses creados que no lo dejan vivir”549 y los ex
combatientes deben ocupar el lugar de garantes de las transformaciones que plasmarían,
a la postre, el ansiado equilibrio entre el capital y el trabajo. Lo que en la época fue
bautizado como “socialismo de Estado”.
Pero antes de introducirnos en los escenarios de posguerra, nos enfocaremos en
otras ideas que, desde el vitalismo, el indianismo y el rescate más o menos idealizado
del “socialismo incaico”, pugnaron por redefinir la identidad nacional buscando una
cuna mítica que permitiera ubicar una edad de oro para –como el dios Jano, con una
cabeza mirando hacia atrás y otra hacia delante– proyectar el renacimiento del país. El
antiliberalismo –cuya atmósfera teñirá los años 30 bolivianos– encontrará así puntos de
apoyo en un indianismo vitalista, pero también a nuevas corrientes de feminismo
socialista que sumarán a las mujeres a los grupos de excluidos que golpeaban la puerta
para ingresar a una ciudadanía plena, negada en nombre de la supuesta minoría de edad
de mujeres e indios.

547
Tristán Marof, “Un caso de infamia”, Claridad, Nº 311, marzo de 1937, p. 61.
548
Idem. Estas discusiones provocaron la salida de organizaciones socialistas y anarquistas del comité.
549
“Posesionaron al Coronel Busch en el cargo de Jefe Supremo de la Legión de exCombatientes”, El
Diario, 11/7/1937, p.7.

191
CAPÍTULO 6
Indianismo y nación… en clave vitalista

Las ideas inconformistas sobre la nación, sus élites y sus indios, con diferentes
declinaciones y tonalidades, tuvieron otros espacios de sociabilidad al interior de
Bolivia. Los inicios de la década del treinta van a dar ciertos bríos a un indigenismo
romántico que articulará a maestros, arqueólogos (notablemente Arturo Posnansky),
escritores y pintores, que buscarán en el indio un sujeto de renacimiento nacional en
clave vitalista.
En este caso, muchos indianistas vitalistas contrapondrán el indio puro al
mestizo decadente; para ellos no fueron los blancos (al fin de cuentas inexistentes en
Bolivia) sino los mestizos quienes se hicieron cargo de las riendas de la nación después
de la independencia y sometieron al indio, a quien atribuyeron todas las taras de la
nación para ocultar su propio fracaso como clase dirigente para desarrollar el país. En
este marco, la llamada Semana Indianista, convocada en La Paz a fines de 1931, nos
sirve de punto de partida para abordar a este indianismo romántico/vitalista que pudo
construir puentes a priori inesperados entre indianismo y algunas teorías de superioridad
racial à la mode con el ascenso del nacionalsocialismo alemán. Pero no cabe duda que
esas articulaciones (indianismo/“nazismo”, en un sentido amplio y a veces
contradictorio) daba resultados muy diferentes en un contexto como el boliviano, donde
las razas superiores, además, serían justamente unos indios “andrajosos” y dominados,
considerados las más de las veces subhumanos. En estas tensiones y pliegues nos
concentraremos en las siguientes líneas, con la finalidad de echar luz a las tensiones,
aporías y potencialidades disruptivas del, en muchos sentidos sorprendente, indianismo
de los treinta.

192
Maestros y arqueólogos en busca de la nación: Tiwanaku como cuna mítica en una
nación a la deriva

A las 17 horas del 19 de diciembre de 1931, una wiphala (bandera indígena multicolor)
fue izada en el balcón del Club Bancario de La Paz, sede de un encuentro que buscaba
llevar la otredad al centro de la sede de gobierno boliviana: la Semana
indianista/Cruzada pro-arte nativo. El evento incluyó conferencias y números artísticos
vinculados a la temática indígena, y hasta una romería a las ruinas de Tiwanaku que
tuvo como guía al propio Arturo Posnansky, en ese entonces la principal autoridad
arqueológica en Bolivia sobre el origen de la civilización tiwanakota, que precedió en el
tiempo a la incaica y aún hoy es un misterio a develar550.
La singularidad de la Semana indianista no se desprende del hecho de que
sectores de la élite se ocuparan de discutir el “problema indígena” –tema que
sobredetermina cualquier debate político desde la independencia boliviana y aun más
desde mediados del siglo XIX–. Su interés deriva de la escenificación, las apuestas
estéticas, la variedad de actividades y la repercusión que la Semana indianista –
organizada por “Los amigos de la ciudad”– consiguió concitar en la prensa y el mundo
político. Todo ello se desarrolló en un contexto más amplio –la crisis del pensamiento
liberal hegemónico en las primeras dos décadas del siglo XX– y un contexto particular:
pocos meses después de la Semana indianista se desatará la Guerra del Chaco contra
Paraguay (1932-1935), un conflicto enormemente traumático que actuaría como
catalizador de la emergencia de un socialismo nacional que comenzará a erosionar
irremediablemente las bases materiales y simbólicas del viejo Estado oligárquico
poscolonial, al tiempo que abría nuevos horizontes de posibilidad para la tarea del
momento: construir la nación y redimir al indio.
Además de ver cómo algunos intelectuales de la época exaltaron Tiwanaku, es
interesante también ocuparnos de la Semana indianista en sí misma –como espacio de
solidaridad, de construcción de redes y de irradiación de ideas– y, a partir de ella, echar
luz sobre una parte del movimiento intelectual boliviano de esos años: el indianismo
arqueológico/cultural, que movilizó a arqueólogos aficionados, maestros y artistas,

550
Salvo en citas textuales optamos por escribir Tiwanaku, en lugar de otras formas también utilizadas.
Usamos también la versión castellanizada del nombre de Posnansky (Arturo, en lugar de Arthur) porque
así era mencionado en la Bolivia de la época. Incluimos además una aclaración: en esos años se utilizaba
más el término indianista que indigenista, en un sentido diferente al actual, cuando los grupos indígenas
refieren al indianismo como su propio proyecto frente al indigenismo como proyecto de los no indígenas.

193
quienes, frente a lo que era vivido como un verdadero fracaso nacional, y no sin
profundas divergencias entre ellos, intentaron encontrar un futuro para Bolivia en su
pasado precolonial, en tanto fuente de energías morales y vitales para la regeneración de
la nación. Como señaló el escritor Gustavo Adolfo Otero, “es a este mundo mágico
donde la emotividad nacional deberá arrancar estímulos para la realización de la obra
genésica de la patria”551.
Con este fin, nos enfocaremos en algunas figuras relevantes, como el escritor y
organizador del evento Alberto de Villegas; el austriaco Posnansky, ingeniero naval
militar y arqueólogo aficionado con amplia repercusión en el mundo científico de
entonces tanto dentro como fuera de Bolivia, que teorizó sobre los orígenes de
Tiwanaku y contribuyó a proyectar a esas geométricas ruinas precolombinas como el
origen mítico de la nación; y finalmente María Frontaura Argandoña, hoy olvidada,
quien además de participar del debate sobre el indio articuló sus ideas con su propia
práctica como maestra de escuela en Oruro y dirigente del sindicalismo docente.
No obstante, no es posible captar la compleja y a veces abigarrada “musicalidad
ideológica” del indianismo cultural pre-52 sin referirnos a las influencias vitalistas,
irracionalistas y místicas de los años 20552, lo que Albarracín Millán consideraba el
“advenimiento de un nuevo espectro irracionalista fundado en el misticismo de la tierra,
la geopolítica de la derrota [en las trincheras chaqueñas] y relativismo spengleriano”553.
En efecto, cabe destacar que el conde de Keyserling –invitado a Buenos Aires
por Victoria Ocampo– viajó a La Paz en 1929, donde, fascinado por la “potencia
telúrica” andina, creyó ver hombres propiamente “mineraloides”554. En terreno no era
virgen para las ideas de renovación keyserlinianas. Tres años antes, en 1926, el
historiador argentino Ernesto Quesada había dictado una muy difundida conferencia en
La Paz sobre la sociología relativista spengleriana, de la que participó el propio

551
Otero, Gustavo Adolfo, “Prólogo”, en Tihuanacu: Antología de los principales escritos de los cronistas
coloniales, americanistas e historiadores bolivianos, La Paz, Ministerio de Educación, Bellas Artes y
Asuntos Indígenas, Biblioteca Boliviana, 1939, Número 2, pp. X-XI. Citado en Pablo Quisbert, “‘La
gloria de la raza’…”, ob. cit., p. 203.
552
Funes, Salvar la nación…, ob. cit., p. 33.
553
Juan Albarracín Millán, Sociología indigenal y antropología telurista, Réplica, La Paz, 1982, p. 21.
Para un enfoque resumido del indianismo en diferentes etapas, cfr. Manuel Sarkisyanz, Kollasuyo.
Historia indígena de la República de Bolivia. “Profetas del resurgimiento autóctono”, Quito, Abya Yala,
2013.
554
Herman Keyserling, “La potencia telúrica andina”, en Raúl Bothelo Gosálvez (comp.), El hombre y el
paisaje de Bolivia, La Paz, Biblioteca del sesquicentenario de la República, Dirección General de
Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, 1975. Sobre la intensa y a la vez
tormentosa relación intelectual y de amistad entre la escritora argentina y el conde alemán, ver Victoria
Ocampo, El viajero y una de sus sombras. Keyserling en mis memorias, Buenos Aires, Sudamericana,
1951.

194
presidente de entonces, Hernando Siles555. Sólo que si para Spengler era la cultura
occidental la que dejaba ver su ocaso, para el conde báltico eran todas las culturas las
que estaban en crisis.
Nacionalismo, socialismo y autoctonismo iban tejiendo, así, un relato
refundacional. Especialmente después de la Guerra del Chaco, muchas de estas ideas –e
imaginarios milenarios– movilizadas por el indianismo arqueológico/cultural serán
rearticuladas por el nuevo nacionalismo revolucionario (primero con hegemonía militar
y ya en los años cincuenta, civil/popular) a un nuevo proyecto de nación donde las
imágenes de las ruinas gloriosas de Tiwanaku ya no serán solamente la cuna mítica de
los aymaras sino de Bolivia toda556. Una Bolivia en la que el mestizaje vilipendiado por
estos indianistas románticos seráreleído como en clave vitalista e irá dando cuerpo a un
vocabulario ideológico que buscaba construir finalmente la patria, juntando los
segmentos étnicos, geográficos y sociales que hasta entonces aparecían dispersos en un
gran territorio desarticulado y estatalmente raquítico. En ese sentido, más allá de las
polémicas arqueológicas y pedagógicas, el mérito de arqueólogos y maestros de las
décadas de 1920-1930 es haber contribuido a crear condiciones de posibilidad para
pensar en una nación compartida y con igualdad ciudadana.

Una versión telúrica de la nación: la Semana indianista de 1931

La Semana Indianista /Cruzada pro-arte indio fue organizada por un personaje singular:
el “elegante croniqueur” Alberto de Villegas –como lo llamó sin ironía un periodista de
la época–. Sus actividades se desarrollaron entre el 19 y el 27 de diciembre de 1931. De
Villegas (1897-1934) nació en La Paz, donde se tituló como abogado y posteriormente
viajó a París como parte de la misión diplomática boliviana ante la Liga de las
Naciones. Allí estudió Ciencias Políticas y adquirió cierto aspecto de dandy –“falso
francés y auténtico parisino”, al decir de Roberto Prudencio557– y al terminar sus
estudios regresó a La Paz, lo cual quedó registrado en varias columnas sociales de
bienvenida. Allí abrió el café Mala-Bar.
555
Ernesto Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo (Conferencia dada en la
Universidad Mayor San Andrés, en la ciudad de La Paz, capital de Bolivia, el viernes 15 de enero de
1926)”, en Humanidades. Publicación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad Nacional de La Plata, 1926, pp. 9-48.
556
Quisbert, “’La gloria de la raza’…”, ob. cit., p. 207.
557
Omar Rocha, “Alberto de Villegas, el inactual”, en Alba María Paz Soldán, Blanca Wiethücher,
Rodolfo Ortiz, Omar Rocha, Hacia una lectura crítica de la literatura en Bolivia, La Paz, PIEB, , 2002,
Tomo 2, p. 33.

195
El local era un lugar exótico para La Paz, pero muy de época: en su sala ahumada
podía escucharse fox trot o tango arrabalero, y Buda convivía con esculturas
tiwanakotas558. Al cruzar su puerta, según un periódico, “uno tiene la sensación de
haber dado un salto prodigioso de La Paz a París”559. Duró un breve tiempo, en medio
de comentarios sobre la mala reputación del private bar. Al momento del cierre, De
Villegas escribió un breve opúsculo, Memorias del Mala-Bar, donde, luego de lanzar
odas al cocktail y el flirt, escribía: “Sí, amiga mía, decepciónese usted; [el bar] no es
nada más que un observatorio de almas de mujer”. Y proseguía: “Esta tarde cerraré las
puerta del Mala-Bar, que ya nada puede enseñarme, e inventaré mañana una nueva
pirueta... ¡para seguir estudiando a Freud!”560.
Esas “memorias”, son, como apunta Paredes, un pequeño libro “escrito con
galanura, buen gusto, que uno lo lee hasta con placer; pero al final de la lectura no
queda nada, es vacuo, ajeno aún al movimiento nacional que se vivía en Bolivia.
Literatura para una sociedad holgazana que con ese tipo de lecturas evadía enfrentar la
realidad. Recordemos que se avizoraba una guerra”561. Pero esa falta de compromiso era
sólo aparente: Villegas fue a combatir a esa guerra y dejó su propia vida en las
trincheras, como muchos, muerto por las peores balas de la contienda: la sed y las
enfermedades.
Su “afrancesamiento” no le impidió a Villegas –más bien favoreció– una evolución
hacia un entusiasta indianismo, condimentado con un repaso de sus viejos apuntes de
arqueología y craneometría. En una de sus cartas, reproducida por La Gaceta de Bolivia
tras su trágica muerte en la guerra del Chaco, el escritor boliviano apuntaba:

Mi viaje a Cuzco [...] me ha proporcionado algunas emociones que fermentándose y


sedimentándose en el espíritu, aliadas a evocadores de lecturas más o menos recientes
van formando lentamente la obra562.

La forma en que continúa una de las misivas de invitación a la Semana indianista


(La Gaceta no menciona al destinatario ni las fechas de las cartas extractadas) dan

558
Ibidem, p. 34.
559
Mario Flores, “París en La Paz”, [1929?], recorte de prensa, ALP/A de V, caja 1.
560
Alberto de Villegas, Memorias del Mala-Bar, La Paz, Publicaciones Antonio Paredes-Candia, [1928]
1983, pp. 79-80.
561
Villegas, “Prólogo” en ibidem, p. 10.
562
“Pensamientos inéditos de Villegas que extractamos de sus cartas”, La Gaceta de Bolivia, año 1, Nº 20,
18/11/34.

196
cuenta, a su turno, de la cantidad de símbolos que toma del mundo aymara como marca
de autenticidad de su indianismo –evidentemente, necesarias para “compensar” su
afrancesamiento–, al tiempo que su florido lenguaje deja ver parte de los contenidos de
las actividades desarrolladas tanto en La Paz como en las regiones aymaras:

Habría deseado enviarle un Chaski, con este mensaje de Tambo en Tambo, hasta la
ciudad. Quisiera coronar de fuego las serranías, en la tibieza de estas noches de
diciembre o hacer resonar en la puna áspera el clamor insistente del PUTUTO, para
convocarlos a la celebración del próximo INTIP RAYMI [fiesta del sol, en los
solsticios de verano e invierno] a orillas del Chekheyapu. Proclamado yo, por la
fuerza de las circunstancias, gonfalonero del indianismo en La Paz, estoy agitando la
WIPHALA, vieja bandera de los Aymaras, desde el aislamiento ahora roto de mi
PUKARA. Habrán ceremonias únicas, para nosotros los iniciados. Asistiremos
fervorosamente a las cumbres de la superstición. Iremos a buscar el más recóndito
fondo de la vieja Raza de Indios Guerreros. El público tendrá una romería a
Tiahuanacu, donde se hará la ‘Fiesta de la Kantuta’, allí se verán bailes indígenas y se
premiará a los maestros rurales.
En el salón indianista estará presente la Farmacopea Kallawaya. El cine representará
películas de argumento indio. La Radio difundirá discursos en Aymará y Quechua.
Melodías de la cordillera en kenas y pinkillos. Se realizarán varias conferencias sobre
arte indianista (tejidos, cerámica, folklore, etc.). Los diarios consagrarán sus páginas,
habrá finalmente una velada en teatro donde se cogiera en Europa [sic]563.

Los telegramas de los prefectos (gobernadores) de varios departamentos adhiriendo


a la Semana indianista paceña confirman el impacto que tuvo la actividad desarrollada
en inmediaciones de la céntrica Plaza Murillo564. Como indicábamos al principio de este
apartado, la Semana indianista comenzó con la izada de la “Huipalla” [sic], bandera
aymara “galantemente proporcionada por el señor Felipe Pizarro”, en el balcón del Club
Bancario, sede del evento. La finalidad era divulgar la cultura indígena –desde la
música hasta la farmacopea– y al mismo tiempo discutir la rehabilitación de la raza
india, como se decía por entonces.
A partir del folleto del programa se puede ver la variedad y cantidad de actividades
y el involucramiento de algunas reparticiones estatales. Se anuncia, por ejemplo, la obra

563
Ibidem. Mayúsculas en el original.
564
ALP/A de V, caja 1.

197
de teatro Supay Marca, de Zacarías Monje Ortiz, que constituye un “poema dramático
con escena en un punto del Altiplano, a la entrada de la muy Heroica, Valerosa y
Denodada N.S. de La Paz”. En otra parte del programa se destaca la “canción bucólica y
epitalámica indígena” Irpastay, con música a cargo de la Orquesta Filarmónica 1º de
Mayo y la actuación de zampoñistas aymaras de Chijini (trasmitida por Radio
Nacional). Al mismo tiempo se anuncian conferencias como “El Mujik y el Indio”, a
cargo de Belisario Cano o “La historia de Bolivia la ha de escribir mañana el indio”, de
José Salmón B. “con ilustraciones musicales”. La maestra María Frontaura disertó sobre
“El problema del indio” y Federico Buck sobre “El tejido indígena y su simbolismo con
proyecciones luminosas”; Félix Eguino habló sobre “La cultura pro incaica de
Tiahuanacu en el panorama de la historia universal”, y el Dr. David Capriles brindó una
conferencia sobre “La alimentación como factor social en la vida del indio”.
En una carta, a tiempo de celebrar la organización de La semana indianista, el
director de la Escuela Normal Indigenal, Alfredo Guillén Pinto, le propuso a De
Villegas organizar la Fiesta de Nuestra Raza, una suerte de contrafestejo del día de la
raza, “para echar las bases de un alma nacional única”565.
Se anunciaban suplementos especiales en El Diario, Última Hora y otras
publicaciones y la trasmisión por radio de música indígena ejecutada por alumnos de la
Escuela Normal Indigenal, con las canciones Cóndor Mallcu, “canción de los
deportistas aymaras”, Suxa-Suca Tata, “marcha de los labradores” y Kantuta, “flor
imperial”.
Finalmente se programó una visita a la escuela-ayllu de Warisata, recientemente
fundada y dirigida por Elizardo Pérez566. Esta escuela fue uno de los proyectos más
elaborados del indianismo pedagógico y atrajo el interés de los mexicanos, como se
puede verificar en el libro de Adolfo Velasco, que viajó con otros pedagogos a conocer
la experiencia567. Frente a la tesis de la asimilación del indio, Pérez opuso la tesis de la
rehabilitación de la sociedad india y para ello propuso el modelo de la escuela-ayllu,
cuya misión era desarrollar la “cultura terrígena heredada” –base de la futura Bolivia– y

565
Carta de Alfredo Guillén Pinto a Don Alberto de Villegas con motivo de la Semana indianista, La Paz,
18/12/1931 (ALP/A de V, caja 1, carpeta 6).
566
Programa de la Semana Indianista, ALP/A de V, caja 1.
567
Adolfo Velasco, La escuela indigenal de Warisata, Primer Congreso Indigenista Interamericano,
Departamento de Asuntos Indígenas, México, 1940; Laura Giraudo, “De la ciudad 'mestiza' al campo
'indígena': internados indígenas en el México posrevolucionario y en Bolivia”, en Anuario de Estudios
Americanos, 67, 2, julio-diciembre, Sevilla, 2010, pp. 519-547.

198
no el occidentalismo, como proponían los asimilacionistas; un proyecto que se enfrentó
a todo tipo de resistencias, primero hacendales pero más tarde también estatales, etc.568.
Pero uno de los platos fuertes ofrecidos por la Semana indígena era la excursión
a Tiwanaku, bajo la dirección de Posnansky, quien iba a cargar de sentido estas ruinas,
animándose incluso a ponerlas simbólicamente por encima de las de Machu Pichu.
Posnansky consideraba a los incas usurpadores de una cultura superior previa y el suyo
fue un indianismo anti-incásico569. Allí, Felipe Pizarro se encargó de traducir al aymara
el discurso del arqueólogo austriaco recomendando a los indios el amor que merecen
esas ruinas.
De Villegas había acompañado a Posnansky en sus aventuras arqueológicas. De
hecho, formó parte de la fundación de la Sociedad Arqueológica Boliviana, creada por
Posnansky en 1930 (es decir, un año antes de la Semana Indianista) con un místico
ritual iniciático en las propias ruinas de Tiwanaku: en el amanecer del 23 de septiembre
de 1930 (equinoccio primaveral austral) en el recinto interior del Templo de Kalasasaya
el arqueólogo austriaco tomó el nombre aymara de Apu-Willca (sumo sacerdote) e
inició a los otros 11 miembros del grupo, entre los que se encontraba de Villegas570. Sus
12 miembros –uno por cada mes del año– sólo podían ser remplazados por fallecimiento
o renuncia (este número no podía ser ampliado), y, de acuerdo a los estatutos de la
sociedad, debían reunirse por lo menos cuatro veces al año en Tiwanaku, durante los
dos solsticios y los dos equinoccios571. Posnansky era el presidente vitalicio de la
Sociedad572. Más tarde se sumó el maestro Max Bairon, con fuerte incidencia en los
debates educativos de esos años y editor de la revista Altiplano, del magisterio orureño.
Entre marzo y septiembre de 1932 de Villegas y Posnansky participaron de las
emblemáticas excavaciones de Wendell Benett en Tiwanaku, al tiempo que en el plano
de las hipótesis ejercían una antropología bastante “creativa”.

568
Albarracín Millán, Sociología indigenal…, ob. cit., pp. 53 y ss.
569
Arthur Posnansky, Tihuanacu y la civilización prehistórica en el Altiplano andino, La Paz, Imprenta
de la Verdad, 1911, pp. 23 y ss. “Cualquiera que mire con alguna detención los edificios de piedra
engastada atribuidos a los Incas, pronto reconocerá que encima de ellos hay construcciones sobrepuestas
de un trabajo muy inferior, tosco y de otro estilo arquitectónico” (ibidem, p. 28).
570
David L. Browman, “La Sociedad Arqueológica de Bolivia y su influencia en el desarrollo de la
práctica arqueológica en Bolivia”, en Nuevos aportes, Nº 4, 2007, p. 32.
571
Alberto Laguna Meave [et al], Tiwanaku: enigma de enigmas. Obra Póstuma, Hisbol impresión &
Diseño, La Paz, 2002. Cit. en Browman, “La Sociedad Arqueológica de Bolivia...”, ob. cit., p. 32.
572
Posteriormente a la muerte de Posnansky y ya en el marco de la Revolución Nacional, la Sociedad
Arqueológica de Bolivia ayudó a poner en pie el Instituto Indigenista Boliviano. De todos modos, la
asociación fue perdiendo terreno en la arqueología reorganizada por Carlos Ponce Sanginés (Browman,
“La Sociedad Arqueológica…”, ob. cit, y Quisbert, “la gloria de la raza…”, ob. cit., pp. 205-208).

199
Como ya señalamos, Alberto de Villegas murió en la guerra del Chaco en 1934,
al parecer de una enfermedad contraída en esas tierras inhóspitas. Algunos recortes de
periódicos que se encuentran en el fondo “Alberto de Villegas” del Archivo de La Paz
recuerdan así a este personaje de La Paz de fin de los años 20 y principios de los 30, un
momento extremadamente dinámico del arte indianista.

Por su estilo alado y dulce, por la belleza de sus frases y la dulce emotividad de sus
pensamientos era prácticamente un escritor francés. En tiempo de borbones y de
Luises habría sido un villón cortesano, y en tiempos actuales, un señor del buen decir
y de la amable risa gala, desbordada en noches de bohemia y de alegría, junto a una
crátera de champagne y de burdeos573.

En un pequeño recorte titulado “Villegas”, se señala que el escritor indianista fue el


“introductor” de todo intelectual que llegaba a La Paz, como Keyserling, Foujita,
Morand, etc.574. Y, en efecto, en los años veinte muchos llegaron a La Paz
entusiasmados por Posnansky, lo autóctono y sus obsesiones milenarias.

Decadencia de Occidente y “hombres mineraloides”

Uno de esos visitantes fue Ernesto Quesada (1858-1934). A principios de enero de


1926, el historiador y jurista argentino (dueño de una prodigiosa biblioteca, con la que
se puso en pie el Instituto Iberoamericano de Berlín) emprendió un viaje por tren rumbo
a la sede del gobierno boliviano, invitado por el arqueólogo austriaco para hablar del
tema que lo había obsesionado desde hacía varios años: la sociología relativista
spengleriana. De hecho, Quesada había ganado fama por haber dedicado un curso
entero a Spengler a comienzo de los años veinte, antes de que su obra cumbre –La
decadencia de Occidente– hubiera sido traducida al castellano. El historiador argentino
solía recalcar su amistad con el pensador alemán, a quien Quesada conoció gracias a su
esposa575.
Los diarios bolivianos recogieron rápidamente la noticia de su llegada a La Paz,
retrasada por un desplazamiento de tierra que lo obligó a permanecer algunos días en la
573
Artículo firmado por WDM, La Gaceta de Bolivia, Nº 20, 18/11/1934.
574
ALP/ A de V, caja 1.
575
Sandra Carreras, “¿Cómo circulan los saberes? La relación intelectual entre Leonore Deiters, Ernesto
Quesada y Oswald Spengler”, en Políticas de la memoria, Anuario del CeDInCI, Nº 8-9, 2008, pp. 221-
228.

200
sureña ciudad de Tupiza. “Ha sido un viaje en cierta medida repentino, pues ha
obedecido a que las circunstancias y la invitación del señor Posnansky han removido
toda la curiosidad y el interés que guarda para mi esta tierra... ha sido también un
motivo eficaz para hacerlo en estas precipitadas condiciones mi deseo de hacer ciertos
estudios sobre la cultura precolombina, visitando personalmente los lugares donde
perduran esas culturas”, le dijo Quesada a un periodista del diario La República576. Las
repercusiones del argentino resultan más claras si mencionamos que entre quienes
escucharon su conferencia estaban el presidente Hernando Siles, el vicepresidente
Abdón Saavedra, Daniel Sánchez Bustamente y Felipe Guzmán, entre otras
personalidades político-intelectuales de la Bolivia de entonces.
No fue casual la convocatoria de Quesada ni la popularidad del tema elegido. Por
esos años de entreguerras, el fin de la ilusión (ingenua) en el progreso era un clima de
época. Escritores, poetas, estudiantes, se lanzaron a diversas aventuras teóricas y
estéticas antiliberales. El vitalista Franz Tamayo entusiasmaba a los estudiantes
radicales quienes ya comenzaban a interesarse por Spengler, y muchos reivindicaban la
kultur contra la civilisation; tensión que puede sintetizarse en espíritu frente al
materialismo (concepción utilitaria de la vida)577. O en la “naturaleza viviente de
Goethe” frente a la “naturaleza muerta de Newton”. Pero además, Spengler fue un
precursor, un difusor avant la lettre, de la idea poscolonial de “provincializar” Europa y
criticó el relato hegemónico de la historia universal:

He aquí lo que le falta al pensador occidental y lo que no debiera faltarle


precisamente a él: la comprensión de que sus conclusiones tienen un carácter
histórico-relativo, de que no son sino la expresión de un modo de ser singular y sólo
de él. El pensador occidental ignora los necesarios límites en que se encierra la
validez de sus asertos […] La validez universal es siempre una conclusión falsa que
verificamos extendiendo a los demás lo que sólo para nosotros vale578.

Para Spengler –y he aquí su atractivo en ese entonces– los ciclos culturales son
“organismos” que nacen, crecen, envejecen y mueren, y eso le estaba ocurriendo a
Occidente en el clima pesimista de la primera guerra mundial. En efecto, era una época

576
La República, La Paz, 12/1/1926, reproducido junto a otros artículos de diarios, como notas al pie, en
Ernesto Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo…”, ob. cit.
577
Adam Kuper, Cultura: la versión de los antropólogos, Buenos Aires, Paidós, 2001.
578
Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, Madrid, Espasa Calpe, [1918] 2009, p. 54.

201
donde estaba a la orden del día la búsqueda de relevos para Occidente. En este marco,
desde el púlpito de la universidad, Quesada saludó en el alemán al “gran pensador de
este primer tercio del siglo XX” y convocó a “construir una disciplina autónoma de la
ciencia precolombina”, adhiriendo al indigenismo arqueológico de Posnansky, quien
además operó de guía entre las ruinas. Retomando las difundidas tesis sobre el
comunismo incaico y en un cierto giro indigenista en su vejez, Quesada continuó:

Y cuando, cabalmente, en los momentos actuales, el tremendo experimento


bolshevista en Rusia organiza aquella nación con una orientación comunista marcada
–la socialización del trabajo y la intervención del estado en todas las
manifestaciones– el estudio de nuestras culturas precolombinas, como la incaica,
basadas en los mismos principios comunistas y de absorción del individuo por la
comunidad, resulta por ello mismo doblemente interesante579.

En efecto, a partir de estas ideas, Quesada polemizará con Spengler sobre el rol
de las cosmovisiones indígenas sudamericanas en ese descentramiento de Occidente580.
Quesada sostiene que, “para la inmensa mayoría americana el ciclo cultural occidental,
eminentemente urbano, es cosa perfectamente ajena y con la cual carecen de puntos de
contacto los millares de indígenas de América, pues son elementos incontaminados con
los gérmenes de la decadencia de aquel ciclo, desde que nunca formaron parte de él”581.

¿De dónde vendrán, entonces, los elementos para la renovación cultural? He ahí parte
de la polémica:

Spengler sostiene que vendrán de Asia, por conducto del elemento eslavo, porque la
población rusa es, en su inmensa mayoría, incontaminada con los gérmenes de la
decadencia de un ciclo cultural del cual, en realidad, ha sido ajena, desde que la
europeización petrínica fue siempre artificial y sólo de una reducida minoría. A eso le he
observado –dice Quesada– que hasta ahora la ley histórica de los ciclos culturales lleva la
dirección de Oriente a Occidente, de modo que, tras el ciclo cultural occidental, hoy
eminentemente europeo, debería lógicamente seguir un ciclo cultural americano, pero no

579
Quesada, “Spengler…”, ob. cit., pp. 24-25.
580
De hecho, Spengler admitirá al jurista e historiador argentino que carecía de suficiente material en
alemán sobre el tema de las culturas indígenas en América, y le pide textos en francés o inglés, ya que no
leía el castellano.
581
Ibidem, p. 43.

202
anglosajón, sino sudamericano, con carácter netamente indianista y no caucásico. No
admite Spengler tal posibilidad, pero le falta el conocimiento in situ del problema
americano para poder compararlo con el problema eslavo. Si el alma rusa es ajena a la
cultura occidental, también lo es el alma indígena americana; si aquella, más cercana a la
naturaleza que a la civilización urbana es de índole comunista y religiosa, cosa análoga
sucede con la otra; si la población eslava tiene que despertar para servir de fermento a la
nueva vida cultural, parecida cosa tendría que suceder con la población indígena
americana. Y si es cierto que el alma rusa es virgen, por no haber tenido hasta ahora
cultura propia, en cambio el alma americana, que tuvo evidentemente esa secular y propia
cultura, ha rehecho esa virginidad después de 5 siglos de barbecho. En el fondo, el alma
indígena americana es tan virgen como el alma eslava, porque vive en contacto directo
con la naturaleza y es refractaria a la civilización urbana, con todas sus lacras físicas y
morales. En ambos casos, paréceme, la situación espiritual es la misma582.

Esa argumentación alimenta una convicción: es en el despertar de las razas


americanas donde yace el “secreto del porvenir que asombrará al mundo en la forma del
nuevo ciclo cultural” frente a la “senilidad y chochez” en la que se va extinguiendo el
ciclo actual. De ahí que los “sociólogos objetivos” deban “auscultar esa alma aún
dormida y tratar de percibir los futuros nuevos latidos”. Por eso Quesada critica los
intentos de llevar migrantes europeos a Bolivia y enfatiza que Spengler debería visitar –
como él mismo lo estaba haciendo– a esta “estupenda Suiza americana” (apodo dado a
Bolivia en virtud de su mediterraneidad) para observar los movimientos fetales del
nuevo ciclo cultural, próximo a su alumbramiento.

Bolivia atraía la atención de esta sociología antiliberal y filosofía telurista. Tres


años más tarde, en 1929, será el conde alemán Hermann Keyserling quien visitará La
Paz y en una de sus conferencias comenta entusiasmado: “Bolivia es la América en
trasunto, y América es el continente que puede ufanarse de una fuerza más plasmadora
que cualquier otro. Bolivia es probablemente la parte más antigua de la humanidad y no
hay mejor promesa de futuro que un pasado remotísimo, porque no hay fin en el
tiempo”583. En el artículo “La potencia telúrica andina” escribió que “Jamás conocí

582
Ibidem, p. 44.
583
Guillermo Francovich, El pensamiento boliviano…, ob. cit., p. 88. Keyserling (1880-1946) es una de
las figuras de la filosofía alemana no académica del siglo XX; aunque cayó en el olvido –se ocupan de él
los historiadores intelectuales, mas no los filósofos– tuvo gran influencia en América Latina en los años
20 y 30 (desde Argentina hasta México). Fundó la Escuela de la Sabiduría en 1920; bajo el régimen nazi

203
almas tan broncíneas como las de aquellos habitantes de las grandes alturas ni me
pareció más extraño lo que a pesar de todo habría de reconocer humano”584.
Keyserling llegó al gélido y árido altiplano el 14 de agosto, cansado e
indispuesto, y desde La Ceja de El Alto, donde lo esperaba el entonces joven empleado
de la Cancillería Augusto Céspedes y personalidades intelectuales y universitarias, bajó
585
hasta La Paz . El conde de origen lituano tenía previsto dar una conferencia sobre
cómo se forma una nación. Eso era todo un desafío: a 4000 metros de altura, el paisaje
altiplánico parecía el lugar menos indicado, precisamente, para construir un país. Se
alojó en el Hotel París, ubicado en una de las esquinas de la Plaza Murillo, y el rector de
la UMSA, el ingeniero –cultor del estilo neotiwanakota– Emilio Villanueva, y el
encargado de Negocios de Alemania, Ludwig Mays, se encargaron de su estadía en La
Hoyada paceña586. El Diario dedicó un suplemento especial al alemán (el domingo 18
de agosto) con un artículo de Daniel Sánchez Bustamante y una síntesis de sus ideas
escrita por Carlos Alberto González. Unos días más tarde se refirió al filósofo el
intelectual socialista nacionalista Félix Eguino Zaballa, quien buscó vincular “lo
planetario spengleriano” con “lo ecuménico de Keyserling”, y todo en el marco del
“rumor socialista idéntico de todas las masas en todos los países del mundo”587. El 20

sus actividades fueron limitadas al extremo, como lo cuenta la propia Victoria Ocampo, quien lo visitó en
Alemania por esos años (Ocampo, El viajero…, ob. cit.). Andrés Kurz recuerda que en su reseña de enero
de 1929 del Diario de viaje de un filósofo, el texto más leído del alemán, [Bernardo J.] Gastélum
interpreta a Keyserling como la reconciliación entre Nietzsche y Spengler, los dos iconos de la
irracionalidad, ya que corrige el pesimismo spengleriano y enseña la virtud al “hombre belicoso y
dominador de Nietzsche”. Por las vueltas de la historia, y de la circulación de los libros, Keyserling es
recordado por haber sido rechazado, en sus cortejos, por Victoria Ocampo, como ella lo deja saber en el
ya citado libro (Andrés Kurz, “El pensamiento de Hermann Keyserling”, en La Jornada semanal,
23/11/2008, versión on line consultada el 11/2/2012, disponible en
http://www.jornada.unam.mx/2008/11/23/sem-andreas.html).
584
Keyserling, “La potencia telúrica…”, ob. cit., p.30.
585
“[Céspedes] Recordaba de sus tiempos de oficial de protocolo de la Cancillería la vez que llegó de
Buenos Aires nada menos que el Conde Hermann de Keyserling, que había sido huésped de Victoria
Ocampo [...] Pues bien, el Conde llegó por ferrocarril a La Paz en agosto de 1929. Años después Victoria
Ocampo recordaría que el hombre era un gran bebedor, gran comilón, gran conversador, desbordante de
vitalidad, exuberante, ególatra, infantil, orgulloso, genial y arbitrario. Céspedes fue a buscarlo a la
estación y lo dejó en el hotel París para que descansara. Al día siguiente en la mañana acudió nuevamente
al hotel y el gerente le dijo alarmado que el Conde se hallaba muy indispuesto. Cuando entraron a la
habitación, Keyserling estaba sentado en un sillón con la mirada perdida en el horizonte, muy pálido y
rígido como en un estado cataléptico. Céspedes se alarmó y fue corriendo a buscar a un médico. Este,
después de un examen cuidadoso le dijo al oído: Lo único que tiene este hombre es un fuerte
estreñimiento; basta que le pongamos una lavativa y quedará como nuevo. En efecto, aplicada la receta,
el Conde recuperó su color y su apetito habitual aunque se negó de plano a salir de paseo a Tiahuanacu y
otros lugares, alegando que el paisaje de la puna ya lo había capturado desde la ventanilla del tren. Y era
cierto” (Mariano Baptista Gumucio, Evocación de Augusto Céspedes, La Paz, Neftalí Lorenzo E.
Caraspas, 2000. p. 15, destacado en el original).
586
Juan Pablo De Rada, “El filósofo Keyserling en La Paz”, en Página Siete, 14/4/2013, pp. 20-21.
587
“Félix Eguino Zaballa, “Fascetas de la filosofía de H. Keyserling”, El Diario, 19/8/1929, p. 7.

204
de agosto el mismo periódico publicó un diálogo exclusivo de diez minutos con el
filósofo, que acompañaba con la noticia de su conferencia.
Villanueva había concertado la conferencia de Keyserling para el martes 20 de
agosto de 1929 en el Teatro Municipal. El día anterior, el escenario estaba reservado
para las funciones de la Compañía de Teatro Tiahuanaco, que con su obra Manco
Kápac, del guionista Adán Sardón, aprovechaba la ola nacionalista imperante en esos
días de conflictos diplomáticos con Paraguay y creaba, de manera involuntaria, el
“clima” para el telurismo keyserliniano588. Entre esos años y la primera parte de los
años treinta, podemos identificar algunas de las lecturas de los paceños “culturizados” a
partir de la publicidad de la librería La Paz (ubicada en Ingavi esquina Yanacocha) que
promovía títulos como Manual de la nueva Rusia (Anatolie de Monzie); El infierno y
Stalin. Un mundo nuevo a través de un hombre (Henry Barbusse); Figuras simbólicas y
El mundo que nace (Keyserling); Cuestiones modernas de historia (Rafael Altamira);
Telepatía y clarividencia y Nuestras fuerzas ocultas (Panchadasi). Además la librería
paceña ofrecía las revistas Amauta (editada por José Carlos Mariátegui en Lima),
Labor, La Sierra, “y otras revistas de Vanguardia”.
Apenas se recompuso, el Conde Keyserling pidió recorrer las calles paceñas y,
según un reportero, lo que más capturó su atención fueron los trajes multicolores de los
indígenas, a los cuales empezaba a admirar por sus esfuerzos de sobrevivir en este
agreste entorno natural589.
El automóvil llegó al Montículo, en Sopocachi, desde el cual el pensador alemán
divisó las enormes serranías, para finalmente posar su vista en el nevado perpetuo del
Illimani. Después de recorrer el centro, el automóvil se dirigió hacia la zona de Obrajes
y Calacoto, entonces todavía cubiertas por la naturaleza (hoy zonas urbanas y muy
pobladas). El pensador se fijó en las casas de los indígenas y sus ojos se concentraban
atentamente en la humanidad de aquéllos. En ese instante, Keyserling se acercó al
reportero y le dijo: “Este país es muy original”. Inmediatamente le preguntó “si el indio
había influido en la vida política del país, si ha tenido hombres de estudio”. Ante la
respuesta del reportero, el filósofo mencionó que “es un valor que habría que
aprovechar y esto es muy importante para el porvenir de este país”590. Por razones de
salud no visitó Tiwanaku y desistió de viajar a Perú. Ante el lamento de un periodista

588
De Rada, “El filósofo Keyserling….”, ob cit., p. 20-21.
589
Idem.
590
Idem.

205
sobre la suspensión del viaje a las ruinas cercanas a La Paz, el Conde respondió que, de
todos modos, “ya las percibo [esas culturas] con los ojos del espíritu”. “Mis
interpretaciones del Oriente, la China, la India, no las he realizado a plan de
excursiones: las he realizado con las facultades intuitivas que permiten acercarse a los
grandes centros espirituales, al alma misma de los pueblos, desde el silencio de un
cuarto de hotel […] el filósofo no necesita explicar lo que ve sino comprender la
enorme relación de las cosas descubriendo sus significaciones sutiles”591. Parte de lo
que captó fue un gran parecido con el Tibet.
Pese a lo breve de su estadía en La Paz, en sus Meditaciones suramericanas,
escritas tres años después, Keyserling recordará sus vivencias en el Altiplano como las
más intensas de su gira por América del Sur. De hecho, se refiere a ellas al comienzo
del libro de algo más de 400 páginas con un lenguaje que deja ver la trascendencia
mística que les atribuye, al punto de constituir, según él, un parteaguas en su vida:
paisaje primordial, levadura de la creación, fuerza telúrica, horror, son algunas de las
imágenes que Sudamérica le provocan al conde báltico. Vale la pena citar in extenso sus
impresiones vitales en el Altiplano, para captarlas en una dimensión que sólo su pluma
puede trasmitir (esa pluma y ese tono daban forma, justamente, a su filosofía): en esas
tierras de altura sintió desmembrarse su propio cuerpo, tomó conciencia de su
mineralidad y sufrió una metamorfosis probablemente similar a la de los reptiles cuando
las influencias telúricas les plantearon el dilema de convertirse en mamíferos o perecer:

En la altiplanicie de Bolivia llegué a experimentar cuán profundamente había


penetrado en mí aquella tierra. Ya había presentido que viviría allí algo prodigioso.
Una tarde, mucho tiempo antes de mi salida de Europa, surgió de pronto en mi
pensamiento, sin conciencia ninguna de lo que podía haber provocado su emergencia,
la frase siguiente: “Lo más interesante de toda Suramérica es la puna”, enfermedad,
endémica en ciertas regiones mineras precisamente delimitadas y que proviene
evidentemente de las emanaciones del subsuelo. Penetré, pues, interiormente
preparado, en sus dominios. Mas no esperaba en modo alguno lo que en ellos me
sucedió, y que yo sepa ningún blanco ha vivido nada semejante, quizás porque hasta
ahora ninguno ha sido tan profundamente penetrado por aquella tierra. Querer
explicar la puna por la altitud es tan insensato y tan irreverente como especular sobre
marcas de cerillas con el objeto de adquirir algún conocimiento sobre el infierno.

591
“Hoy dará su primera conferencia el Conde Hermann Keyserling. Diez minutos con el ilustre
filósofo”, El Diario, 20/8/1929, p. 7.

206
Todo mi equilibrio orgánico quedó destruido en un plazo brevísimo. Los órganos
específicos del equilibrio fueron los primeros en fallar; siguieron luego síntomas de
inflamación cerebral; los riñones y el hígado enfermaron gravemente y las glándulas
salivares rehusaron seguir funcionando; sólo el corazón se mantuvo firme. Más que
una enfermedad fue una verdadera desagregación de mi organismo, tal como una roca
se desagrega bajo la acción del ácido fluorhídrico. Metamorfosis análogas, pero
infinitamente más poderosas, fueron, sin duda, las que en el transcurso de la historia
de la tierra condicionaron las catastróficas metamorfosis de las faunas. Mi estado de
ánimo era, correlativamente, análogo al que acaso hubo de ser el de los reptiles
cuando las influencias telúricas les plantearon el dilema de convertirse en mamíferos
o perecer. Me sentí parte del devenir cósmico tan íntimamente como el embrión
habría de sentirse, si tuviera conciencia, parte de un proceso orgánico supraindividual.
Supe, entonces, que, entre otras cosas, soy tierra y pura fuerza telúrica. Soy tierra y no
sólo como material, pues este no-yo es una parte esencial de aquello como lo cual me
experimento. En el crisol de la puna, la constelación de elementos telúricos por mi
encarnados luchaba con otros más poderosos. Y si no hubiera abandonado a tiempo
aquel campo de batalla, la lucha hubiera terminado con mi muerte o con una
transformación.
[…] En el curso de la batalla que por mi identidad hube de librar en el crisol de la
puna, adquirí conciencia de mi propia mineralidad. Y comprendí en un nuevo sentido
aquella nostalgia de la muerte que se apodera de mi una y otra vez como un vestigio
obsesionante. […] Esta prepotencia de los influjos telúricos ha impreso su sello al
hombre de las alturas andinas. El hecho de que las residencias de los príncipes fueran
construidas, todavía en la época de Tiahuanacu, en forma de tumbas, tiene una
significación simbólica: El hombre de aquellos parajes es propiamente mineraloide.
A mi juicio, estos indios son mucho más antiguos de lo que la investigación histórica
admite. Esta civilización de altura en derredor del lago Titicaca me da la impresión de
algo inhumano592.

El día de su conferencia, Keyserling llegó al teatro Municipal poco después de las


cinco de la tarde. La concurrencia, según El Diario, alcanzó las tres mil personas.
Keyserling inició su exposición con una idea: la convicción de que cada ser humano es

592
Hermann Von Keyserling, Memorias suramericanas, Madrid, Espasa Calpe, 1933, pp. 19-22. Sobre la
visita de Keyserling a Sudamérica, cfr. También María Rosa Lojo, “Los viajeros intelectuales: Keyserling
y Frank, en Historia de una pasión argentina de Eduardo Mallea”, en Taller de Letras, Nº 42, 2008, pp.
73-90.

207
único, que cada uno tiene un estilo al hacer las cosas593. Afirmó que uno no puede
repetir lo que otro hizo, que cada uno tiene su sello propio. En resumen, dijo que “esto
explica quizás el aspecto más trágico de la vida, aquella realidad: la ley de la no
repetición. ¡En la vida se presenta una vez, nunca más!”594. Aclaró que tanto el espíritu
como el estilo propio son la base de las naciones. La encarnación perfecta de la nación
la dan los espíritus animadores, creando el espíritu de la raza.
Describió que el espíritu de una persona creativa puede influir en los espíritus de
una nación, de un hombre que gracias a su genio, gracias a la encarnación perfecta del
espíritu de la raza en su propia personalidad, dio un alma propia al pueblo que no la
tenía. Es así como “Grecia se volvió Grecia –nación– gracias a Homero”. “Lo mismo
sucede en nuestros días, Rabindranath Tagore ha creado el alma en toda la historia del
presente, haciendo vivir en cada una de sus palabras y de sus frases parte del alma india.
Una nación es siempre una unidad espiritual”. Una vez concebido su espíritu, esa nación
está destinada a plasmar su estilo, su forma original de ser. Keyserling explicó que
“cuando no se ha formado el estilo propio no hay posibilidad de considerar la nación.
No hay posibilidad de considerar valor alguno. El atavismo puro, en estas
circunstancias, en nuestros días, no tiene ningún valor”. Habló de las culturas
americanas y destacó que éstas lograron un estilo original ante la enorme fuerza de la
naturaleza en América; y la vitalidad de América es tan grande que hace pensar que
muchas cosas del pasado habrán de resurgir. El conde de origen lituano terminó su
disertación con estruendosos aplausos del público595. El 21 de agosto dictó su segunda
conferencia, “El espíritu de la tierra” –también trascripta en su totalidad por El Diario–,
en el marco de la cual le fue entregado el doctorado honoris causa de la Universidad
Mayor de San Andrés. Allí refirió que para Bolivia no hay mejor promesa de provenir,
en virtud de ser la parte más antigua de la humanidad.
Victoria Ocampo le achacaba a su particular amigo Keyserling pecar de
“elefanteasis interpretativa” en sus libros, y esos desvaríos exotistas tiñen las páginas de
todas sus Meditaciones. Pero ello no le impidió seducir a escritores e intelectuales
bolivianos que se motivaron en el telurismo para buscar la sustancia de la nación; los
Apus o cerros tutelares del espectacular paisaje del Altiplano eran una buena fuente de
inspiración, y los restos del imperio tiwanakota –ahora leídos en clave vitalista– estaban

593
En una entrevista periodística anunció que hablaría en castellano.
594
“Keyserling dictó ayer su primera conferencia en el Municipal”, El Diario, 21/8/1929, p. 7.
595
De Rada, “El filósofo Keyserling….”, ob cit., pp. 20-21.

208
ahí para mostrar al mundo que la maltrecha República de Bolivia, que había perdido
todas las guerras y que se aprestaba a perder una más, que carecía de vías de
comunicación que permitieran transformarla en un verdadero cuerpo nacional y cuya
población se componía mayoritariamente de indígenas analfabetos y desarrapados, tuvo
su edad de oro, un imperio que había logrado una centralización del poder digna de los
Estados “de verdad” y que a la vista de ello no podía menos que haber sido poblado por
una verdadera raza superior. Alguna de esas tesis defendía Arturo Posnansky, como lo
ha puesto de relieve –dando cuenta de pliegues menos explorados de su pensamiento– el
historiador Pablo Quisbert.

Don Arturo y el “poder de la raza”

La vida de Arthur Posnansky (1873-1946) o Don Arturo (como era llamado en La Paz)
quedó definitivamente ligada a las ruinas a las que consagró la mayor parte de sus
energías vitales desde que a sus 24 años llegó a Bolivia desde Austria, donde terminó
enrolándose en el ejército boliviano en la Guerra del Acre (1899-1902) contra Brasil596.
En esa suma de escaramuzas entre el débil Estado boliviano y los secesionistas de
origen brasileño –dedicados al negocio del caucho– Bolivia perdió parte de su territorio
a manos de Brasil.
Como recuerda Schávelzon, la vida de Posnansky fue “una permanente
aventura: capitán de barco, combatiente en el Amazonas, cauchero, cartógrafo,
etnólogo, náufrago y sobreviviente. Su apetito intelectual no reconocía límites.
Idolatrado y odiado, acumuló grandes hallazgos, pero también grandes errores que
jamás rectificó”597. Un “amateur” que supo ganar tanto prestigio en su momento como
descalificaciones lanzadas desde la arqueología académica, inclusive más tarde la
nacionalista. Sin embargo, muchas de las cosas que dice el indianismo del siglo XXI
sobre estas ruinas no son ajenas a la mezcla de trabajo entusiasta, activas capacidades de
polemista e “imaginación exaltada” de este austriaco –de familia polaca y formación
germánica– nacionalizado boliviano, que terminó sus días en el Altiplano.

596
Carlos Ponce Sanginés, Arthur Posnansky y su obsesión milenaria. Biografía intelectual de un pionero,
La Paz, Cima, 1994, pp.11-20.
597
Daniel Schávelzon, “La arqueología como ciencia o como ficción: Arthur Posnansky en Tiahuanaku”,
en Todo es Historia, Nº 309, Buenos Aires, 1993. Versión on line consultada el 12/11/2011, disponible en
http://www.danielschavelzon.com.ar/?p=1825).

209
Su monografía de graduación en la ciudad de Pola (hoy Pula) como marino-
ingeniero anticipó su futuro de arqueólogo. Con el título “La isla de Pascua y sus
monumentos prehistóricos”, y sin haber pisado jamás Sudamérica, trazó una
comparación entre esa isla hoy chilena y las ruinas de Tiwanaku598.
En 1897 abandonó Europa y se estableció en la amazónica Manaos, en el auge
de la fiebre del caucho. Su barco Anni –traído de Hamburgo– le permitió hacer fortuna
comprando caucho boliviano y vendiéndolo en Brasil. Pero esa nave tendría un devenir
sorprendente: al comenzar la guerra entre Bolivia y Brasil por el control de parte del
territorio de estas ricas y selváticas regiones, Posnansky, que había tomado partido por
la causa boliviana, utilizó su barco para transportar armas y tropas, lo que fue de gran
ayuda para las misérrimas fuerzas dirigidas desde La Paz599. Su vida de arqueólogo –
que lo hizo conocido en gran parte del mundo– comenzó en 1904, ya como “benemérito
de guerra” instalado en la sede de gobierno de Bolivia. Pero dos años después pasaría a
la historia por otra faceta de su carácter emprendedor: conducir el primer automóvil que
se conoció en Bolivia. Llevó un Mercedes en 1906, que quedó registrado, en medio de
miradas asombradas de un grupo de indígenas, en una fotografía en el libro Bolivia que
la estadounidense Marie Robinson Wright publicó en 1907600.
Más allá de la verosimilitud de sus aseveraciones sobre Tiwanaku –en ese
entonces y más tarde refutadas en varios de sus aspectos, como la antigüedad de más de
12.000 años– la construcción posnanskiana del pasado de los indios altiplánicos brinda
una plataforma conceptual y emotiva para pensar en un renacimiento glorioso de una
raza que se encontraba en apariencia en el límite de sus fuerzas pero que tenía la energía
para resurgir. La principal peculiaridad del arqueólogo fue considerar que la herencia
tiwanakota, aunque oculta, estaba inscrita en los aymaras del Altiplano, incorporando
así una visión optimista sobre su futuro cuando muchos se esforzaban en mostrar lo
contrario, para justificar, entre otras cosas, su minoría de edad política (no hay que
olvidar que en 1900, como ya mencionamos, aun la élite se entusiasmaba con la
desaparición biológica de los indios).
Para defender sus ideas, Posnansky escribió abundantes artículos y libros, tomó
fotos, llevó a las ruinas a grupos de visitantes de diversos países, participó en congresos
internacionales, dibujó planos, fue concejal de La Paz, presidió la Sociedad Geográfica

598
Ibidem.
599
Ibidem.
600
Ponce Sanginés, Arthur Posnansky…, ob. cit., p. 30.

210
Boliviana, construyó su propia casa-museo...601. Si grandes proyectos como la Plaza del
Hombre Americano –frente al estadio de Miraflores en La Paz– quedaron inconclusas
es posiblemente por la debilidad crónica del Estado boliviano para “construir la nación”
más que por falta de energías del encolumne austriaco. En los años veinte incursionó
además en el mundo de la producción cinematográfica, con su sello Cóndor Mayku
Films, de donde salió, en 1926, el largometraje La gloria de la raza, estrenado en cines.
Su guión se estructura a partir del diálogo de un arqueólogo con un venerable anciano
uru (cultura del lago Titicaca), “quien revela la historia de sus antepasados, previa
consulta tradicional con las hojas de coca, y le habla sobre la desaparición de la
civilización de Tiahuanacu”602.
Lo que nos interesa destacar aquí no son las numerosas polémicas arqueológicas
de Posnansky stricto sensu, que las tuvo en abundancia603, sino el efecto
político/intelectual de alguna de sus hipótesis –especialmente las de los años 30– en la
idea de nación que por entonces se encontraba fuertemente disputada entre el viejo
Estado oligárquico y las renovadas fuerzas nacional-populares. Posnansky buscó
explicar el hiato entre la gloria de la raza constructora de las imponentes ruinas
tiwanakotas y el “miserable indio” que en ese entonces habitaba en Altiplano. En esas
ruinas estaban condensadas, según él, las energías para el renacer de la raza y de la
nación.

601
Schávelzon, “La arqueología…”, ob. cit., Ponce Sanginés, Arthur Posnansky…, ob. cit.
602
El cine nacional dio por estos años sus primeros pasos en su acercamiento a la temática indígena con
otros filmes: Corazón aymara, de Pedro Sambarino, y La profecía del lago [Titicaca] de José María
Velasco Maidana –ambas de 1925–. Pero si Corazón aymara y La gloria de la raza fueron bien recibidas
o al menos toleradas, no ocurrió lo mismo con La profecía del lago, que fue un auténtico film “maldito”
para la época. La historia traspasaba los límites de la tolerancia social de la élite: el guión narraba los
amores de un pongo y la esposa de un rico hacendado. El actor Donato Olmos Peñaranda –quien participó
en la película– recordó alguna vez que “como el film escandalizó tanto el día de su estreno, no duró ni
dos días en cartelera”; pero su destino fue aún peor: la cinta fue incinerada por orden de un juez. (Alfonso
Gumucio Dragón, “Cine mudo y cine silenciado: la obra de Velasco Maidana”, Cinemascine, revista
electrónica, edición Nº 12, 2010. Versión on line consultada el 2/3/2011, disponible en
http://www.cinemascine.net/dossier/cine-mudo-y-cine-silenciado-la-obra-de-velasco-maidana-14).
Según Gumucio, el film se proyectó en algunos lugares del interior de Bolivia y más tarde se recuperó
una copia incompleta. Pero sin duda la película estrella de Velasco Maidana fue Wara Wara (1929) que
narra el amor menos perturbador entre un hidalgo español y una princesa aymara. Asimismo, este proceso
de búsqueda de la sustancia de la nación se verificó en el teatro (con la creación de la compañía
Tihuanacu), la escultura (con Marina Núñez del Prado), la arquitectura neotiwanakota, el folklore, las
artes gráficas, etc. En el arte se destacó Cecilio Guzmán de Rojas con su Cristo aymara, Mario Alejandro
Yllanes (1913-1960), con sus murales en la escuela de Warisata, y otros pintores indigenistas (Beatriz
Rossells, “Espejos y máscaras de la identidad. El discurso indigenista en las artes plásticas (1900-1950)
en Estudios Bolivianos Nº 12, [La cultura del pre-52], La Paz, Instituto de Estudios Bolivianos, 2004, pp.
297-400).
603
Entre sus famosas polémicas están las que lo enfrentaron con José Imbelloni, Max Uhle, Ibarra Grasso,
Juan Comas, entre otras (cfr. Ponce Sanginés, Arthur Posnansky…, ob. cit., pp. 105-129).

211
Posnansky encontró en la civilización tiwanakota al Estado centralizado que
proponía en esos años como modelo de avance civilizatorio, pero su apuesta iba más
allá aunque nunca fue propiamente nazi. Empero, elaboró sus tesis sobre la construcción
de Tiwanaku por una raza superior (herrenvolk) –los kollas– que había invadido la
región604. Eso no era muy extraño, la reivindicación de las razas de bronce era común en
Perú y Bolivia pero bajo la lógica que la historiadora peruana Cecilia Méndez sintetizó
en la fórmula: “incas sí, indios no”, lo que en Bolivia operaba simplemente cambiando
incas por tiwanakotas.
Lo interesante de Posnansky fue su convicción de que los aymaras
contemporáneos, de carne y hueso, eran quienes habían heredado esas potencialidades,
lo cual construía un nuevo horizonte de sentido para pensar el siempre vilipendiado
vínculo entre los indios y la civilización (no hay que olvidar que a menudo se
consideraba a los indígenas una raza degenerada y vencida, poco apta para el progreso).
Es esta relación entre la gloria de Tiwanaku y el futuro del indio boliviano lo que nos
interesa retener acá: como señala Quisbert, “Para Posnansky, el legado de la raza estaba
ahí intacto, a pesar de todas las desgracias por las que habían pasado los indios; para
volver a retomar el camino de una nueva edad dorada sólo hacía falta mover los resortes
íntimos para que el ‘poder de la raza’ se manifestara expresamente”605. Ya el 14 de
agosto de 1911 en una conferencia pronunciada en La Paz, Posnansky decía: “[…] No
hay ninguna duda que las razas que hablan aymara y habitan la meseta andina, en la
parte que pertenece hoy a Bolivia, tienen en sus venas restos de la excelente raza de
Tihuanacu”606.

604
Quisbert, “La gloria de la raza…”, ob. cit. p. 181. Más tarde el francés Jacques de Mahieu,
colaboracionista de Vichy y luego de la guerra migrante a Argentina y miembro del peronismo –en el que
logró cierta influencia–, entre sus teorías conspirativas lanzó la curiosa tesis de que Tiwanaku fue un
imperio construido por los vikingos, y no por los indios (Cfr. como resumen de sus posiciones e
investigaciones de los treinta años previos, El imperio vikingo de Tiahuanacu (América antes de Colón),
Barcelona, Nuevo Arte Thor, 1985. Desde una posición contraria, Emeterio Villamil de Rada, consideró
en la primera mitad del siglo XIX que el aymara constituía el origen de todas las lenguas, e incluso que el
paraíso bíblico estaba en Bolivia (Sorata), e incluso intentó convencer al emperador de Brasil (Villamil
residía en Río de Janeiro) de que financiara sus investigaciones, en gran parte filológicas y muy eruditas.
Cfr. Emeterio Villamil de Rada, La lengua de Adán y el hombre de Tiguanacu, La Paz, Ministerio de
Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas, [1888] 1939.
605
Ibidem, p. 196.
606
Posnansky, Tihuanacu y la civilización prehistórica …, ob. cit., p. 12. En el folleto Posnansky es
presentado como Capitán teniente de ingenieros y secretario del XVII Congreso de Americanistas y de la
Sociedad Geográfica de La Paz. El artículo fue republicado en 1939 (Tihuanacu: Antología de los
principales escritos de los cronistas coloniales, americanistas e historiadores bolivianos. Ministerio de
Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas, La Paz, Biblioteca Boliviana Nº 2, pp. 195-239).

212
Todos los viajeros y la mayor parte de la gente del país, suponen al indio un ser imbécil y
de inteligencia un poco superior a la de los seres irracionales, y que por esto debe ser
tratado como menor de edad y sin la garantía de los derechos civiles que le da la
constitución de su país. Los viajeros escritores lo hacen porque en su superficial estudio
del país y desconociendo el idioma autóctono, no pueden introducirse en la confianza del
indio, como tampoco pueden observar su índole, sus verdaderas costumbres, para poder
apreciar el gran tesoro intelectual que duerme en esta desgraciada raza.
El indio, como todos los seres de la raza antigua, es filósofo por excelencia y su
idioscincracia que los europeos desprecian es justamente el fruto de la enorme edad y
experiencia de una larga cultura en condiciones climatológicas desfavorables. Los
antecesores de estas razas que vivían en el Altiplano, construyeron ya obras megalíticas,
cuando en Europa y parte de Asia desconocían el fuego y aun cubrían su desnudez con
pieles de animales salvajes607.

Las causas de la posterior degeneración del indio “hasta el miserable indio que habita
hoy el Altiplano” Posnansky las encuentra en una serie de desastres naturales
(erupciones volcánicas, inundaciones) –dado que se trataba de una raza superior era más
fácil suponer cataclismos que conquistas–, pero, sin embargo, en esos aymaras
derrotados dormía algo de las antiguas razas gloriosas que pusieron en pie la “cuna del
hombre americano”. Es más, Posnansky se lanzó a buscar ejemplares de esa raza kolla
pura, para lo cual tomó fotografías, realizó mediciones antropomórficas, estudió cráneos
y desarrolló indagaciones lingüísticas. Incluso llegó a pensar que esos kollas indómitos
–y braquicéfalos– poblaban las comunidades libres mientras que la mayoría de los
colonos de hacienda eran aruwakes (la raza con cráneos dolicocéfalos que los kollas
supuestamente derrotaron en Tiwanaku) “sometidos hace miles de años” y que cumplen
las obligaciones de colonos608.
Así, Posnansky jugó un papel a priori paradójico: contribuir al desarrollo del
indigenismo desde posiciones eugenistas, antiigualitarios, antidemocráticas y
organicistas (e incluso filonazis609). El indianismo de Posnansky iba en paralelo con la
mestizofobia, especialmente los mestizajes entre indígenas y blancos; no obstante, los

607
Ibidem, p. 30.
608
Pablo Quisbert, “‘La gloria de la raza’…”, ob. cit., p. 200.
609
No obstante, Posnansky se distancia de la idea nazi de raza, precisamente en su artículo “Qué es la
raza” (1943), y considera que esa categoría fue usada por el nacionalsocialismo sólo como arma política,
e incluso esgrimida contra un grupo que no constituye una raza sino una congregación religiosa mosaica
(citado en Quisbert, “‘La gloria de la raza’…”, ob cit., p. 205, nota 41.

213
operados entre indígenas los consideraba como positivos para el mejoramiento racial610.
Estas imágenes del indio puro frente a los mestizos degenerados iban a ser compartidas
por varios de los organizadores de la Semana indianista, al tiempo que –como ya vimos
con Marof y veremos más adelante– ya era cuestionada por intelectuales que veían en el
mestizaje la sustancia y el cemento necesario para unir la nación. Algunos, como Carlos
Medinaceli, como queda retratado en su novela La Chaskañawi (1947), verán en la
chola a la verdadera entrepreneur boliviana, llena de vitalidad e incluso de sensualidad.

Empero, el indianismo fue un terreno de lucha entre diversas concepciones


ideológicas. En ese contexto, hubo también un indianismo de izquierda que buscó llevar
por otros rumbos, de carácter emancipatorios, la cuestión de la educación del indio,
constituyendo un verdadero universo de ideas, relaciones y espacios de sociabilidad
articulados alrededor de la educación indigenal cuya meta fue sacar al indio de la tutela
de los patrones agrarios y construir un futuro promisorio recuperando a las energías de
la raza, en algunos casos apelando al “comunismo incaico” que para sus impulsores aún
habitaba en los aymaras del presente y permitía pensar en una modernización no
occidental del indio y del país, en cuyo caso la escuela, a diferencia del normalismo
hegemónico, debía funcionar como “un organismo de función integral y de raíz
aborigen”611.

Warisata, o la utopía colectivista de redención del indio

En este apartado queremos concentrarnos en un hombre y una obra: Elizardo Pérez y su


escuela-ayllu construida en la localidad de Warisata, en lo que constituyó un
emblemático proyecto del indianismo pedagógico de izquierda que permanece en la
historia boliviana como una suerte de leyenda acerca de la enconada lucha de los
indígenas por (re)construir sus formas de vida frente a los ataques gamonales para
mantener el sistema de hacienda. Más allá de sus virtudes educativas, Warisata se
transformó en un símbolo, al que contribuyeron las memorias escritas de sus
protagonistas, los libros de fotos y las redes intelectuales y artísticas construidas a su
alrededor.

610
Ibidem, p. 199.
611
Elizardo Pérez, Warisata. La escuela-ayllu, La Paz, Ceres/Hisbol, [1962] 1992.

214
En los años diez del siglo XX, Pérez había trabajado como inspector de
educación del departamento de La Paz, lo cual le permitió recorrer el país y ver
directamente las pésimas condiciones en las que se desarrollaban las escasas escuelas
indigenales, donde era que las había. Pese a las normas aprobadas para estimular su
construcción, los hacendados se negaban a poner en pie unidades educativas en sus
haciendas por una razón evidente: percibían la educación del indio como una amenaza
hacia su poder local, que mantenía formas de servidumbre como el pongueaje, además
de otros trabajos obligatorios de los indios en vialidad y correos.
Fue en esos recorridos que Pérez conoció al indígena Avelino Siñani, que había
montado una pequeña escuela cuyo dinamismo sorprendió al inspector llegado de la
sede de gobierno. Corría el año 1917 y lo que apenas podría haber sido un encuentro
fugaz se transformó en el germen de una relación que una década y media más tarde
devendría en el proyecto estrella del indigenismo educativo boliviano, cuyas
repercusiones llegaron hasta México, donde atrajeron la atención de los educadores del
nacionalismo revolucionario del país azteca. La descripción que Pérez hace de Siñani
refleja el fondo de su proyecto educativo de escuela-ayllu:

[…] su cultura no residía en los ámbitos de Occidente, era la cultura de los amautas
del Inkario, de los sabios indígenas de antaño, capaces de penetrar tanto en el misterio
de la naturaleza como en el de los espíritus humanos. Avelino Siñani era la
encarnación de la doctrina contenida en el ama sua, ama llulla ama kella∗ y en
dimensión insuperable. Obligado a gravitar en su pequeño mundo, abrió una
escuelita, pobrísima como él, en la que se proponía nada menos que la liberación del
indio por medio de la cultura612.

Como hemos visto, la lucha por la educación era, también, una de las batallas de
los llamados caciques apoderados, conformando un mismo “paquete” junto a las
demandas por la reconquista de las tierras usurpadas y el autogobierno indígena.
A comienzos de la década del treinta, luego de ser nombrado Director de la
Escuela Normal Indigenal de Miraflores, en La Paz, Pérez se lanza a una campaña
contra el normalismo, “esa monstruosa farsa […] que ha corrompido a toda una
generación de maestros bolivianos”, lo que hará que su cargo concluya en sólo quince


No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso.
612
Pérez, Warisata…, ob. cit., p. 62. Bajo el actual gobierno de Evo Morales la nueva Ley de educación
fue bautizada precisamente Avelino Siñani.

215
días613. No obstante, no fue despedido del ministerio y con el aval del Ministro de
Educación, el pedagogo indigenista se lanzó a lo que sería el eje de su vida: la
fundación de la escuela-ayllu. Luego de evaluar algunas zonas –como Santiago de
Huata– volvió a Warisata, con el objetivo de fundar una escuela no en un pueblo
dominado por los vecinos mestizos sino en el seno mismo de una comunidad indígena,
en este caso a 12 kilómetros de Achacachi, una combativa región aymara ubicada en la
provincia de Omasuyos, cerca del Lago Titicaca. Fue así como el 2 de agosto –más
tarde declarado el Día del Indio–, se puso la piedra inaugural del proyecto que, en
medio de todo tipo de dificultades y privaciones materiales, logró construir un enorme
edificio en pleno altiplano, decorado con murales de destacados pintores de la época,
como Mario Alejandro Yllanes y estimulado con el apoyo de Cecilio Guzmán de Rojas
–recién llegado de España–, que atrajo la atención del ambiente artístico/cultural paceño
que mostraba simpatías por la redención del indio. Para Pérez, esta redención se lograría
mediante la “escuela del esfuerzo”, lo que recuperaba algunas de las tesis vitalistas de
Eugenio d’Ors614. Estas ideas atrajeron a escritores como el peruano residente en
Bolivia Gamaliel Churata y Raúl Bothelo, quienes también contribuyeron con “la obra”,
dictando clases y ayudando en la infinidad de tareas que debía enfrentar la escuela.
Entre los políticos tradicionales, uno de sus sostenedores entusiastas fue el presidente
Tejada Sorzano (1934-1936).
La meta de la escuela no era otra que rehabilitar a la sociedad indígena
colectivista mediante una serie de núcleos escolares que, imitando a Warisata, debían
ser distribuidos en las diferentes regiones ecológicas de Bolivia, en la que “la
contribución social del ayllu –su participación directa en la dirección de la escuela–
constituye el fundamento de la pedagogía indigenal”615. En ese sentido, la nueva escuela
es una escuela del indio, y no una escuela para el indio. Con un apoyo mínimo del
Estado, y mucho de la mística personal de Pérez, debía ser la propia comunidad (y así
fue) la encargada de poner en pie la escuela y luego dirigirla mediante un Consejo de
Amautas. Los maestros debían estar más cerca del apostolado –a favor de la liberación
del indio– que de la psicología del empleado público, lo cual, dadas la titánica lucha
contra el ambiente y la escasez de recursos, fue efectivamente así.

613
Ibidem, p. 69.
614
Pérez no cita a d’Ors, pero sí lo hace Carlos Salazar Mostajo, figura importante de Warisata, a través
de Carlos Medinaceli (Carlos Salazar Mostajo, Warisata mía! Y otros artículos polémicos, El Alto, El
cóndor boliviano, 2006, p. 158).
615
Declaración de principios, citada en Albarracín Millán, Sociología indigenal…, ob. cit., p. 49.

216
El proyecto, además de Pérez como director, contó con el apoyo de un maestro
de carpintería, uno de mecánica y cerrajería y otro de albañilería. El propio director se
mudó a una chujlla (choza) para mostrar su compromiso y diferenciarse de los maestros
rurales que terminaban formando parte de las redes dominantes que, junto al cura, el
corregidor y el patrón, vivían de las exacciones a los indios. Será justamente en ese
entramado llamado gamonalismo donde Warisata encontrará un enemigo jurado que
bregó durante una década por destruirla. En verdad, Warisata no era exactamente un
ayllu, sino una zona comunitaria absorbida por la hacienda, que funcionaba como
territorio sujeto a la explotación de los terratenientes de Achacachi, que habían ido
despojando a los indios de sus tierras en un proceso de expansión del régimen de
colonato con tufillo “feudal”. Pese a las desconfianzas iniciales, una vez que Pérez
mostró que no era “un maestro como los otros” la comunidad se lanzó a construir la
escuela, en un titánico trabajo en el que la adversidad de estas heladas tierras
altiplánicas era directamente proporcional a la precariedad de medios y sólo la
“emoción indigenista” trasmitida por Pérez permitiría construir un enorme edificio, de
gran calidad, en el yermo andino. En clave vitalista, Pérez definía así su proyecto:

No fui a Warisata para machacar el alfabeto ni para tener encerrados a los alumnos en
un recinto frente al silabario. Fui para instalarles la escuela activa, plena de luz, de
sol, de oxígeno y de viento, alternando las ocupaciones propias del aula con los
talleres, los campos de cultivo y construcciones616.

Fue de esta forma que el modelo Warisata debía modelar al indio moderno, “capaz
de captar los deberes de su tiempo y elevarse al nivel humano de que lo priva la cultura
mestiza”617. En paralelo a sus actividades educativas/productivas, la escuela desarrolló
una campaña de profilaxis entre las comunidades y promovió deportes hasta entonces
desconocidos por los aymaras altiplánicos, como la natación.
Todo en esta escuela debía ser indígena: su régimen de gobierno, sus métodos de
enseñanza, sus instituciones, todo debía ser extraído de la experiencia del ayllu, “del
tesoro de la sabiduría telúrica, en la acepción que a esta palabra le da Keyserling”618.
Frente a los dos bandos religiosos enfrentados –católicos y evangélicos–, la enseñanza
de Warisata era laica y tendía al fomento de la tolerancia religiosa. El objetivo de

616
Pérez, Warisata…, ob. cit., p. 86.
617
Ibidem, p. 89.
618
Idem.

217
construir también una estética indígena en su arquitectura llevó a Pérez a organizar una
excursión al las islas incaicas del lago Titicaca, de la que participaron la escultora
Marina Núñez del Prado y la poetiza Yolanda Bedregal (ambas muy jóvenes), junto a
los pintores Yllanes y Fausto Aoiz619. Los dibujos y fotos tomados en las islas del Sol y
de la Luna sirvieron de base para la construcción del “Pabellón México”, destinado a los
talleres, y punto inicial de otros que también llevarían el nombre de países
latinoamericanos. Pero comenzar por el país de la revolución –con apoyo del presidente
Cárdenas– no era casual: la ideología mexicana era una experiencia inspiradora clave de
la “pedagogía hecha edificio”, tal como Joachim Schroeder denominó a la escuela al
analizar su arquitectura. Warisata constituía una suerte de “micro-estado utópico”, en el
que convivían el indigenismo sociopolítico con el indigenismo estético, como puede
verse en las fachadas del pabellón México, que incluían los lemas: “Trabajo, paz y
libertad” y “Arte neoindio para el pueblo”620.
La escuela tenía externados e internados y se fueron construyendo seccionales.
Era, además, sede del Instituto de Investigaciones Indológicas, que buscaba dar
respuesta al problema indígena en forma integral. Ya en la Primera Asamblea de
Maestros Indigenistas de octubre de 1936 (durante el régimen del socialismo militar) se
había aprobado una Declaración de Principios para la educación campesina en línea con
el pensamiento de Pérez, en la que se señalaba que el problema del indio es
“económico-social” y se denunciaba que “la situación del indio boliviano es semejante
y aún peor que la del mujik ruso”621.
No caben dudas que Pérez buscó colocar a Warisata como un modelo de la
educación campesina en todo el país, especialmente luego de ser nombrado Director
General de educación Indigenal en los primeros días de 1937. Armado de una épica
capaz de multiplicar los miserables recursos estatales invertidos, Pérez se embarcó en
una hercúlea misión: replicar Warisata en diferentes ecorregiones de Bolivia, tarea que
desplegó viajando en soledad por los rincones más alejados e inhóspitos de la geografía
nacional. De esta forma, intentó poner en pie núcleos en Mojocoya (Sucre), Jesús de
Machaca (altiplano), Moré (en la selva beniana) y en la región subtropical del Chapare.
También se buscaba replicar el modelo en las varias escuelas indigenales ya existentes
(como por ejemplo Carasabe), pero pronto fue quedando claro que el sistema de Pérez

619
Ibidem, p. 133.
620
Marco Thomas Bosshard, “Warisata en el arte, la literatura y la política boliviana”, en Revista de
Estudios Bolivianos, Universidad de Pittsburgh, vol. 15-17, 2008-2010, pp. 64-90.
621
Pérez, Warisata…, ob. cit., p. 168.

218
requería de una mística y un esfuerzo sobrehumano para el cual no era fácil encontrar
las personas idóneas. El tipo de maestro-militante capaz de renunciar a casi todo a favor
de una obra incierta acechada por enemigos formidables no abundaba en el país.
Al igual que Warisata, estas escuelas debían contar con internados y externados
y reproducir escuelas seccionales dependientes del núcleo central. En cuanto a la
diversidad interna de Bolivia, cabe destacar que si en los Andes se trataba de rehabilitar
una sociedad india preexistente, en el caso de los indígenas de tierras bajas,
especialmente en la selva amazónica, la tarea debía ser una mera civilización del indio:
su desnudez y su nomadismo dejaban en claro, para los indigenistas, que a diferencia de
los descendientes de los incas, en esas selvas subtropicales no había civilización alguna.
“A los primeros grupos [de Carasabe] se los captaba desnudos y en una espantable
promiscuidad, y hubo de conservarles este sistema de vida durante cierto tiempo, para
introducirlos poco a poco en las prácticas civilizadas”622. Una carta escrita por la joven
profesora Juanita Tacaná, fue publicada en el periódico socialista La Calle bajo el título
“Profesorita de salvajes”. Allí la maestra –que había vivido en Europa– describe que
“Los salvajes parecen muy contentos y son muy bien tratados por los profesores,
especialmente por el Director señor Carlos Loayza Beltrán […] la primera noche que
me encontré con los salvajitos pensaba: Quién es raro aquí? Ellos o yo? Sin embargo,
yo”.
Como queda claro, la educación indígena tal como Pérez la concebía trascendía
los aspectos puramente pedagógicos –se centraba en la educación por el trabajo y el
arte– y la escuela era una institución clave en la defensa social del indio frente a los
hacendados, lo que evidentemente no era del agrado de los “gamonales” que veían
como sus propios colonos y comunarios de los alrededores iban siendo influidos por las
ideas subversivas de una escuela a la que percibían como una verdadera célula destinada
al levantamiento social y como un arma comunista contra los derechos de propiedad que
desde “épocas inmemoriales” poseían los latifundistas de “estirpe colonial”. Además,
Pérez se había ligado a dos “marofistas”: Eduardo Arze Loureiro623 y Alipio Valencia
Vega; ambos se desempeñaban, respectivamente, como Inspector General y como

622
Ibidem, p. 205.
623
Nacido en Cochabamba y perteneciente a la generación del centenario y de la reforma universitaria,
Arze Loureiro fue especialista en cuestiones indígenas. Realizó estudios completos en Santiago de Chile,
donde se inició en política junto a José Aguirre G. con el pseudónimo de “Delgado”. Militó en el POR
desde su fundación hasta 1938, fecha en la que se produjo la escisión de los seguidores de Tristán Marof,
que formaron el Partido Socialista Obrero de Bolivia, partido al que apoyó (Lora, Diccionario político…,
ob. cit.).

219
Secretario de la Oficina de educación indigenal dirigida por Pérez. El propio Marof
visitó la obra a fines de los años treinta.
Pero no fueron sólo los terratenientes quienes se opusieron a los objetivos de
Pérez. Entre sus rivales, al interior del Estado, estaba el periodista y educador Rafael
Reyeros, fundador del núcleo escolar Utama, en la localidad de Caquiaviri624.
Posnansky ya había advertido –en una carta a Pérez en 1937– que no había que
hacer del indio un “cholo perezoso, ni un artesano ruin, borracho e informal, sino un
buen y conciente agricultor que obtenga de la tierra todo lo que la tierra puede dar”625.
Para ello, Posnansky relataba cómo en su propia hacienda fue logrando que los indios
dejaran de considerar que los fertilizantes eran una ofensa a la Pachamama (¿qué otra
cosa podía parecer el echarle bosta de animales?) y se embarcaran en una agricultura
más moderna y consciente. Estas ideas eran compartidas por Reyeros y por Pérez.
Ambos creían que la educación campesina debía contar con talleres y campos antes que
con aulas de instrucción “formalista y teórica”. En ambos casos propiciaban la
educación activa, por el trabajo, antifeudal y no religiosa. Pero si Pérez buscaba de
algún modo potenciar la desconexión entre el ayllu y el pueblo mestizo, Reyeros se
proponía precisamente lo contrario, tender “antenas entre el ayllu y la ciudad, que sirven
de nexos, de mayor afinidad y que sean, antes que nada, escudos que protejan al nativo
de la exacción y del abuso”626. Ello conllevaba una verdadera discrepancia de fondo con
el proyecto Warisata: Reyeros aceptaba “rehabilitar” al indio, pero creía que “redimirlo”
–es decir, “sacarlo a flote” a partir de su cultura milenaria–, no era sino una utopía, en su
sentido de impracticable e inviable. La tarea, pues, no era revivir esa cultura incaica
perdida sino “hacer del indio lo que somos nosotros”, es decir civilizarlo627. He ahí el
meollo de los enconos con Pérez, que no sólo fueron teóricos sino también se tradujeron
en una virulenta disputa personal (sumado al hecho de que la escuela de Caquiaviri
recibía más fondos públicos que la de Warisata, lo que había sido denunciado
públicamente por Pérez).

624
Nacido en 1904, se inició como periodista en La Prensa de Oruro y luego pasó a La Patria. En 1926
fue uno de los redactores de Bandera Roja, junto a Felipe Reque Lozano, Oscar Cerruto, Julio M.
Ordóñez, y Carlos Mendoza. Colaboró en varios medios de comunicación escritos. Formó parte de una
misión oficial para estudiar la educación indigenal en México, a su retorno participó en el Departamento
de Asuntos Indígenas del Ministerio de Educación e incursionó en las escuelas indigenales. Dedicó
algunos de sus libros a estos temas. Fue encargado de Negocios en la Alemania Federal. En 1940-47 y
1951 participó como diputado en el parlamento. En 1949 se inscribió en Falange Socialista Boliviana
(Ibidem).
625
Rafael Reyeros, Escuelas para los Indígenas Bolivianos, La Paz, Universo, [1937] 1946, pp. 247-248.
626
Ibidem, pp. 266-267.
627
Ibidem, p. 275.

220
Reyeros había logrado poner en pie la Oficialía Mayor de Asuntos Indígenas,
desde donde impulsaba su propia visión y debilitaba la de su contrincante. Su postura
era clara:

La educación indígena no ha de resolverse únicamente con buena voluntad y con un


puñado de ideas lanzadas a todos los vientos. Hace falta mucho más, más que eso.
Enormes recursos y ejércitos bien disciplinados de pedagogos, ingenieros, médicos,
higienistas, camineros, deben enfrentar la obra con seriedad. […] Trece núcleos de
educación indigenal, ubicados en diferentes centros de la República, no constituyen
maquinaria para mover la rehabilitación del indio628.

La tarea era bolivianizar al nativo, homogeneizar el elemento humano… y en


busca de legitimidad, Reyeros citaba al propio Marof, quien como Mariátegui en los
Siete ensayos, escribió en La Tragedia del Altiplano que “no queremos volver al pasado
indio […] Queremos servirnos de ese pasado para superarlo y agrandarlo”629. Por eso
las escuelas de Reyeros no estaban en el campo sino en pueblos de provincia, como
Caquiaviri.
Pero si un puñado de núcleos escolares no servía para modificar la situación del
indio, sí provocaban inquietud en los hacendados. Que cada 6 de agosto –declarado Día
del Indio en homenaje a Warisata– grandes concentraciones de aymaras se juntaran en
las proximidades de la escuela, que llegaran delegados del gobierno cardenista (tema al
cual nos referiremos en la tercera parte) y que redes de escritores y artistas levantaran a
la escuela como símbolo de la resistencia india, sólo generó una hostilidad cada vez más
manifiesta de la Sociedad Rural Boliviana hacia la obra de Pérez. No alcanzaron los
artículos en La Calle, en defensa de la escuela y contra los abusos de los hacendados630.
Incluso El Diario publicó que los propietarios de Achacachi amenazaron con expulsar a
los maestros indigenistas, “si es necesario a palos”. El propio Pérez –aún Director

628
Ibidem, pp. 275-276.
629
Ibidem, p. 278.
630
Uno de los entusiastas con Warisata era el encargado de negocios de Estados Unidos en La Paz, Allan
Dawson, quien le escribió al muralista mexicano Diego Rivera: “El señor Pérez ha hecho un trabajo
magnífico en Bolivia en pro de la raza que constituye el 80% del país, no obstante la falta de recursos y la
oposición de muchos elementos ciegos pero poderosos. En muchas cosas los colegas mexicanos podrían
aprender de él. El eje de su sistema ha sido hacer escuelas no para los indígenas sino de ellos” (Pérez,
Warisata…, ob. cit., p. 216). También el proyecto recibió elogios del austriaco-estadounidense Franck
Tannembaum, conocedor entusiasta de la revolución mexicana, quien escribió al Presidente Cárdenas: “El
señor Pérez es el único en toda América Latina que ha realizado una labor de fondo para el indio […] Se
lo recomiendo a usted como amigo” (Ibidem, p. 217).

221
General de Educación Indigenal– expresaba su impotencia en una carta a ese medio,
reproducida en la edición del 26 de julio de 1938, donde denunciaba el lanzamiento de
la familia Cruz de su sayana y las amenazas contra los maestros de la escuela. Allí
escribió que “Inútiles han sido los esfuerzos del Director de la Escuela y los míos para
impedir que este bárbaro atentado pueda ser reprimido, pues prácticamente para la
escuela y para el indio no hay autoridad alguna en toda la provincia, existiendo una
verdadera conflagración en su contra631.
Como ha sintetizado Albarracín Millán, Warisata contó en sus comienzos con el
apoyo de todos, pero cuando fueron quedando más claros sus perfiles ideológicos,
surgieron los primeros adversarios: la Sociedad Rural y la Iglesia. Finalmente, el
modelo Warisata se proponía quebrar, desde dentro de la propia hacienda, el sistema
“feudal-burgués”. Por eso Pérez nunca pudo contar más que con el apoyo de tal o cual
autoridad de manera individual. “Pérez y Salazar Mostajo habían olvidado que en
México había tenido lugar una revolución”, pero en Bolivia “la creación de una escuela
empeñada en la reconstrucción de la sociedad india, pagada por un Estado que se
sostenía en la servidumbre india no dejaba de ser una ilusión”632. En efecto, la “emoción
indigenista” no logró vencer a los enormes poderes que tenía enfrente, y no sobrevivió
al fin del socialismo militar luego del suicidio de Germán Busch en 1939, uno de sus
sostenedores. Busch le habría dicho a Pérez: “Elizardo, lo sé todo, sé cómo te combaten
y de qué clase son las fuerzas que tienes enfrente, porque son las mismas que están
socavando mi gobierno. […] Tú y yo caeremos juntos…”633.
La escuela fue cerrada en 1942, después de que un gobierno restauracionista
sucediera al socialismo militar. Había sobrevivido una década.

631
“La escuela de Warizata [sic] está en peligro de desaparecer”, El Diario, 23/7/1938, p. 7.
632
Albarracín Millán, Sociología indigenal…, ob. cit., p. 57.
633
Pérez, Warisata…, ob. cit., pp. 244-245.

222
223
María Frontaura Argandoña: ¿Una maestra comunista?

La maestra María Frontaura Argandoña (amiga de Villegas y de Posnansky) fue una de


las disertantes, como mencionamos, en la Semana indianista y una de las mujeres
intelectuales que en los primeros años treinta participó activamente del debate sobre
indianidad y nación en Bolivia634. Como la “elogiaron” varios intelectuales de la época,
“escribía como hombre” y se ocupaba de verdaderos problemas nacionales.
Egresada de la emblemática escuela Normal de Sucre, creada por los liberales a
principios del siglo XX, por ese entonces se desempeñaba como docente de primaria y
sindicalista en el departamento minero de Oruro, vecino a La Paz. Su conferencia en la
Semana Indianista refiere al tema que deja plasmado en un libro titulado Hacia el futuro
indio publicado en 1931 y reeditado un año después, cuando la conflagración del Chaco
ya había estallado635. La obra fue prologada por el polémico intelectual (y político)
Franz Tamayo y apenas abrirlo puede verse una foto de la autora con un elogioso
comentario del arqueólogo francés Alfredo Métraux636, director del Instituto de
Etnología de Tucumán y discípulo de Paul Rivet, presidente de la Asociación de
Americanistas de París y en 1934 fundador del Comité de Vigilancia de los Intelectuales
Antifascistas637, lo que contribuía a legitimar su trabajo en un mundo intelectual
dominado, obviamente, por varones. De hecho, son varios los intelectuales que
comentan el libro y destacan que María Frontaura “no escribe como mujer”, y son estos
comentarios (incluidos en la segunda edición) los que vuelven al volumen un buen
termómetro del debate intelectual de la época en Bolivia y Perú en relación al eterno
“problema indio”, que como apuntó con ironía Medinaceli era precisamente un
problema de las élites, ya que los indios no se consideraban a sí mismos como un
problema.

634
La información biográfica sobre María Frontaura Argandoña es escasa: de acuerdo con el Diccionario
cultural boliviano (en edición digital) de Elías Blanco Mamani, nació en Potosí, estudió en la Normal de
Sucre y se casó con el muralista Mario Alejandro Yllanes (a veces escrito Illanes). Según familiares
entrevistados, María Frontaura vivió en Estados Unidos desde la muerte de Yllanes y falleció en
Cochabamba entre 1978 y 1979 (consulta telefónica con uno de sus sobrinos). Su hermano, Manuel
Frontaura Argandoña (recientemente recordado con un monumento en el Prado de Cochabamba), fue un
importante dirigente del MNR y autor de El Litoral de Bolivia (1968); Descubridores e historiadores de
Bolivia (1971); El tratado de 1904 con Chile (1974); La revolución boliviana (1974).
635
María Frontaura Argandoña, Hacia el futuro indio, La Paz, Imprenta de la Intendencia General de
Guerra, [1931] 1932. Utilizamos acá la segunda edición consultada en la Biblioteca Arturo Costa de La
Torre-Archivo Municipal de La Paz.
636
El nombre aparece a menudo castellanizado en las citas de la época.
637
Patricia Arenas, “Alfred Métraux: momentos de su paso por Argentina”, Mundo de Antes, 1, San
Miguel de Tucumán, Instituto de Arqueología y Museo, Universidad Nacional de Tucumán, 1998, pp.
121-147.

224
En ese sentido, ni el título ni la temática del libro son sorprendentes, desde
principios de siglo son muchos quienes se proponen utilizar los nuevos herramentales
de la ciencia para echar luz a las oscuridades de las razas autóctonas, ciencia que dio
origen a la denominada indiología o indología. Lo que vuelve destacable al ensayo, y lo
transforma en una obra propiamente intelectual, es que fue escrito con la finalidad de
orientar la acción de los maestros (y también las políticas estatales aunque esa no es su
prioridad en ese momento) en favor de la redención del indio. De hecho, además de ser
la base de su intervención en el salón indianista, sus tesis fueron presentadas ante la
Primera Convención del Magisterio boliviano reunida en Oruro en la cual María
Frontaura participó como delegada.
Un dato adicional: el libro fue publicado en su segunda edición por la imprenta
militar, gracias a la gestión del ministro de Guerra José L. Lanza, a quien la autora
agradece especialmente. Además de Hacia el futuro indio, María Frontaura publicó
textos –libros y artículos– vinculados a los mitos indígenas, destacándose Mitología
aymara-quechua (1935)638 con prólogo de Rivet. También colaboró en revistas como
Altiplano (del magisterio orureño) o Anhelos, una publicación femenina cochabambina
dirigida por Mercedes Anaya de Urquidi639. Y formó parte de la delegación boliviana
del XXV congreso Internacional de americanistas en la ciudad argentina de La Plata,
presidida por Posnansky640.
El libro es iniciado con un sugerente epígrafe para una joven miembro de la
élite, que da cuenta del clima de época ya comentado:

638
María Frontaura Argandoña, Mitología aymara-quechua, La Paz, Editorial América, 1935.
639
Aunque generalmente contribuía sobre temas de folclore nacional, en forma de leyendas míticas,
encontramos un artículo sobre la mujer moderna boliviana: “Qué distancia [hoy] de aquellos siglos en que
[la mujer] tenía la categoría simpática de entidad disponible a un cierto rol alegórico como actividad de
desenvolvimiento, siendo su único porvenir concebible el matrimonio. Niñas que egresadas de las aulas
primarias con estrechos bagajes de contabilidad doméstica, muy menuda, y léxico suficiente para saber
decir ‘papá’, ‘mamá’, ‘rico’, ‘bonito’, se estrenaban en el manejo –ni siquiera científico- de la casa. Y
bien. De qué se iban a preocupar si en la escuela ya habían aprendido la gramática, la geografía de
memoria y la religión, en su amplitud, del principio del temor y la hipocresía? Ah! La religión! El índice
controlador de la moral femenina!. Más tarde, en la sociedad, munida de un disfraz de educación artística,
a vivir la vida, trabajar para dignificarse? Jamás!. Habría sido denigrar al hombre, mucho más si era de
pergaminos! […] Por delante de todo, la preocupación de la moda, que día a día, pincelaba la paleta
femenina con mayores preocupaciones. Intelectualmente? Mantenida en el prurito absurdo de establecer
hegemonías imposibles” (María Frontaura Argandoña, “La mujer moderna boliviana”, en Anhelos.
Revista femenina de Arte y Actualidades, Cochabamba, Nº 4, 17/1/1930).
640
Allí presentó tres trabajos: “Mitología solar y telúrica de los grupos quechua y aymará del Altiplano”,
“Estudio psicológico de las costumbres de los grupos quechua y aymará comparadas con las de los demás
del continente” y “Fuentes de donde deriva la cultura autóctona auténtica de quechuas y aymarás”. (Actas
y trabajos científicos XXVº Congreso Internacional de Americanistas, Tomo I, Universidad de Buenos
Aires, Imprenta y casa editora “Coni”, 1934). Los trabajos sólo están anunciados en el programa pero no
fueron publicados en la selección de los dos tomos sobre el congreso.

225
A los Maestros Indios que emprendan la inicial cruzada rehabilitadora de la Raza de
Bronce; a vosotros que habéis sido mis abuelos; a vosotros indios, que formáis un
poco de mi sangre, mucho de mi corazón, y, todo de mi espíritu; a vosotros raza de
bronce –mi raza– en cuyos músculos palpitará el nuevo Alto Perú.

Casi de inmediato, la autora aclara que no se trata de una obra “frondosa ni


magistral” sino de “un estudio del problema indio bajo el punto de vista educacional
inmediato”641, que no busca añadir nada significativo al estado en el que se encuentra la
“indiología”, ni a los nutridos anaqueles de la bibliografía indigenista “desde que en la
intelectualidad peruana comenzó a operarse un nuevo estado de conciencia para
contemplar al indio”642. En efecto, la parte principal del libro, titulada “El problema del
indio. Visto por una maestra” comienza –como epígrafe– con una cita de Víctor Raúl
Haya de la Torre sobre la fuerza social de la raza india643.
Su posición se concentra en dos ejes, aunque desarrolla más el primero: alfabetizar
y educar al indio y hacerlo un propietario (de sus tierras). Y fue su propuesta (que
expresa de manera genérica, por cierto) de partir las grandes propiedades agrarias junto
con la ciudadanización de los indígenas la que pareció sacar de las casillas a un irónico
columnista de un periódico de Sucre, que acusa de comunista a la maestra:

María Frontaura Argandoña es comunista. En la conferencia que dio en el Salón


Indianista de La Paz sostuvo que hay que dar paso a la parcelación de la tierra
dándola en propiedad al indio, y equipararlo en igualdad de derechos civiles, políticos
y económicos al hombre civilizado. Un indio discutiendo en el foro, dando su voto en
elecciones y girando cheques, ha de ser un fenómeno. Mejor sería bañarlo, cortarle el
pelo y quitarle la coca, para que parezca gente644.

641
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. XIX.
642
Ibidem, p. XXI.
643
Además, como un llamado a favor de su causa, Frontaura Argandoña invoca con religiosidad laica:
“Sean benditos los nombres de Franz Tamayo, Haya de Latorre [sic], Uriel García, Luis Valcárcel, Rafael
Larco Herrera, José Carlos Mariátegui, González Prada, Ricardo Rojas, Daniel Sánchez Bustamante,
Corsino Rodríguez Quiroga, Jaime Mendoza, y la maravillosa juventud que encabezan los hermanos
Víctor y Guillermo Guevara, José Varallanos, Nazario Chávez, Gamaliel Churata, José Portugal,
Domingo Velasco Astete. Sean Benditos” (Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 24).
644
Citado por Porfirio Díaz Machicao en sus comentarios en Frontaura A., Hacia el futuro…, ob. cit., p.
114.

226
No obstante, su propuesta es etapista: ciudadanizar al indio (dotarlo de sus
derechos humanos), educarlo y luego volverlo un propietario, y en este proceso tienen
un rol de primer orden los maestros, quienes “forjaron las más redentoras revoluciones
de que se tiene memoria en los anales de la humanidad”645, por lo que el
ensayo/manifiesto llama a labrar la “revolución humanista” ya “con cuatro siglos de
retardo”. Así, propone las tareas que a su criterio debe asumir el magisterio, para las
cuales debe procesarse un profundo cambio de actitud:

Dos obras pues nos corresponden hoy, y son las de educar a los niños con un criterio
distinto a aquel que conocimos nosotros con respecto al indio. Si nuestros padres lo
despreciaron y lo consideraron como a una lacra social, si alguien se atrevió a
insinuar que se debiera hacer con los indios lo que los ingleses en Tasmania y los
americanos del Norte con los pieles rojas, nosotros nos estamos aproximando a él con
curiosidad y estamos incorporando el conocimiento de su estructura a la ciencia, y de
sus capacidades espirituales en el arte, si algunos hemos llegado a amarlo y a
considerarlo, no como un factor de regresión sino como a una fuerza social capaz de
elaborar la nacionalidad futura, los de mañana realizarán la obra, y verán al indio de
igual a igual646.

En línea con Posnansky, María Frontaura sostendrá que los indios son herederos de
una raza superior, y el fundamento de su reivindicación es que serían la única raza pura
en Bolivia, de donde proviene su “eficacia racial”647. Pero la ignorancia de los españoles
primero y sobre todo de los mestizos después, sólo se dedicó a “atribuir taras a una raza
capaz de dictar enseñanzas a las que ahora ocupan situaciones de hegemonía en el rol de
nuestra nacionalidad incipiente”648. La raza indígena es una raza pura, y en Bolivia no
hay más que una raza: la indígena. Todo ello hace del indio una fuerza y no una tara.
“El 90% de la energía nacional” proviene de los indígenas, decía Tamayo en 1910.
En un artículo en la revista femenina cochabambina Anhelos, María Frontaura
propicia la educación especialmente para la mujer obrera e india, diferenciando a la
migrante campesina que llega a la ciudad de la chola, que ya había ganado un lugar,
como toda mestiza, sin dejar de transgredir las fronteras morales: “la chola, como

645
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 50.
646
Ibidem, p. XXV.
647
En sus tesis históricas toma temas y teorías en boga como las que establecen los nexos entre aymaras y
quechuas y los Atlantis, o la idealización del “comunismo incaico”.
648
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 16.

227
empleada o sirvienta es ultrajada y explotada, para que a su vez como negociante y
letrada sea la despojadora de la clase indígena” –apunta Frontaura Argandoña–. Y
prosigue que

La mujer campesina que ingresa a la ciudad en tarea de comercio o en pos de trabajo,


es aún más humillada, porque no dispone de mejores recursos de defensa que la chola
vinculada a sus mil compadrazgos captados a costa de desprendimientos económicos
o morales de origen denigrante […] Por el contacto con el blanco y el cholo el indio
ha perdido sus principales cualidades que le hacían apto para dominar regiones
extensas […] Estos tipos raciales son degeneraciones del blanco europeo y del indio
autóctono649.

Aquí María Frontaura asume la larga tradición antichola. En efecto, Arguedas


había sustituido a los blancos de su novela Wata Wara por mestizos en la nueva versión
titulada Raza de bronce650. Varias obras literarias trasmitían el rechazo y el temor a la
invasión mestiza/chola, primero con los “caudillos bárbaros” (especialmente el “Tata”
Manuel Isidoro Belzu651) y luego con el Partido Republicano de Bautista Saavedra652.
De todos modos, el “cholaje” será también el exterior constitutivo del indianismo de
Fausto Reinaga en los años 60, quien comienza La revolución india (1969) advirtiendo
que no escribe para los cholos. Pero en los años 30, esta aplicación de las teorías de la
superioridad de las razas a la exaltación de un sector oprimido económica, étnica y
políticamente (aymaras y quechuas) considerados a menudo restos atávicos de una raza
degradada y al borde de la desaparición tiene, sin duda, efectos diferentes a la
exaltación de la raza aria en Europa. Para Frontaura Argandoña

649
Frontaura Argandoña, “La mujer moderna boliviana”, ob. cit.
650
Alcides Arguedas, Raza de bronce, Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2006. Prólogo de
Edmundo Paz Soldán, p. XXXVI. “Los excesos del discurso de la degeneración ya no tienen una
presencia retórica tan marcada. Ha pasado la era del “darwinismo a la criolla”. Eso no significa que
Arguedas haya, en su maduración como escritor, afinado su capacidad de representación del indígena. Lo
que ha sucedido es que la poética biológica degeneracionista, tan negativa en su juicio del indio y del
mestizo, ha dado paso a una retórica mucho menos explícita, que a la vez que metaforiza al indio como
miembro de la imperecedera y gallarda “raza de bronce”, lo condena como un ser premoderno a partir de
la visión de sus costumbres como supersticiones descabelladas. En cuanto al mestizo, sobre él continúa
recayendo el peso de la crítica arguediana” (Paz Soldán, prólogo, p. XXXVII).
651
Andrey Schelchkov, La utopía social conservadora en Bolivia. El gobierno de Manuel Isidoro Belzu
1848-1855, La Paz, Plural, 2011.
652
Sobre literatura y mestizaje ver Salvador Romero Pittarí, Las claudinas. Libros y sensibilidades a
principio de siglo en Bolivia, La Paz, Caraspas editores, 1998; y Ximena Soruco, La ciudad de los cholos.
Mestizaje y colonialidad en Bolivia, siglos XIX y XX, La Paz, PIEB-IFEA, 2012.

228
es menester convencerse ya que algo más de un siglo de dominación del elemento
cholo y pseudoblanco en Bolivia, ha sido suficiente para demostrar claramente su
incapacidad. [Por eso] El futuro de Bolivia no radica en la acción del cholo ni el
blanco; su participación en la vida activa de la nación es transitoria y efímera, es
resultado de un equívoco y de una injusticia; es un paréntesis en que esos dos factores
paupérrimos, huérfanos de capacidad mental y moral, se han colocado en la palestra
activa, hurtando la vigilancia que el destino de las naciones ejerce fatalmente sobre
ellas653.

El futuro, al igual que el pasado, está en el indio. El degradado presente mestizo


será así sólo una breve anomalía en una historia que se cuenta por milenios.
Esta visión se traducirá en una lectura de la independencia como un cambio de
tiranos; incluso en muchos sentidos, la independencia empeoró la situación del indio
(por la ruptura del “pacto colonial” del que habló Tristán Platt, diríamos en nuestros
días). “El acta de la independencia altoperuana fue suscrita por un grupo de doctores y
militares; ningún indio intervino en ella”654. Mientras tanto, “el indio QUE FUE MÁS
LIBRE TODAVÍA CUANDO GEMÍA EN LAS MITAS DE LA DOMINACIÓN
HISPANA, pasivo y olvidado elemento, hacía religión de su suprema indiferencia y de
su escepticismo, que le hizo comprender que el cambio de chapetones por cholos, solo
significó para él el estreno de un nuevo collar de hierro que remachó su servidumbre,
con la única diferencia de que si, el español pretendió en ofrenda de su hidalguía y su
nobleza ser bueno alguna vez, el amo cholo no lo es nunca ni lo será jamás”655.
Bastaba comparar la “maravillosa creación Tihuanacota […] las capacidades
físicas, mentales y morales del indio con la obra del mestizo que no ha podido construir
una casa más que la que dejaron los españoles, empedrar una calle más de la que
dejaron los ‘dominadores’, establecer una institución mejor, instrucción mejor” para ver
que simplemente una “inútil y menguada casta” se apropió del poder tras la
independencia. Por ello, la independencia altoperuana está aún por producirse. El
llamado problema indio es en gran medida producto de la “ridícula suficiencia doctoral”
del cholo, que trata al indio como una “desgracia nacional”656. Bolivia carga así con un
doble fracaso: primero la conquista, después la República, por eso los maestros, más

653
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 17.
654
Ibidem, p. 22.
655
Ibidem, p. 23 (mayúsculas en el original).
656
Ibidem, p. 24.

229
allá de educar, deben construir la patria… esa patria siempre esquiva en la que ni las
élites ni los subalternos se sienten a gusto.
Pero ¿qué tara presenta la raza india?, se pregunta Frontaura Argandoña en línea
con el vocabulario de la época: “Una, simplemente ocasional –responde–: que no está
incorporado el juego de las actividades humanas del momento”657. Y no está
incorporada en virtud de que

los blancos han hecho tanto como han podido para pervertirla, y ya los extraviados y
artificiosos conceptos de justicia, moral y ecuanimidad que han pretendido introducir
las autoridades civiles en su conciencia purísima y honrada, ya los fetichismos
bárbaros de la religión exótica, original e incomprensible de los curas americanos han
sido incursiones, verdaderas invasiones morales, que han atentado hacia la relajación
de la conciencia indígena. El indio no ha adquirido nuevos hábitos, pero estos han
sido suficientes para iniciar la relajación de los que acumuló durante el espacio
evolucional de siglos enteros658.

De este modo, la vuelta a la indianidad idealizada sirve como antídoto contra la


Bolivia mestiza, impura, estancada e inmoral659. Y estos valores indígenas,
potencialmente capaces de regenerar una nación que parecía hacer agua por todas
partes, se concentran especialmente en las mujeres indias, a las que Frontaura
Argandoña dedica líricas descripciones llenas de elogios, trazando las diferencias entre
la mujer quechua y la aymara (esa mujer de acero).
¿Pero qué debe devenir el indio educado? Aquí la autora se muestra en parte
contradictoria con ciertos pasajes previos, y lanza una afirmación con letras más
grandes y resaltadas en negrita: “EL INDÍGENA NO DEBE SER DOCTOR, DEBE
SER CAMPESINO”. “Debe conservarse en su medio ambiente, en la tierra en la que
nació, a la que se integra, se encarna y la ama”660. Pero eso parece contradecirse con la
página siguiente, donde afirma que “el indio es una fuerza, su raza es un capital para la
nacionalidad. Así intelectual como espiritual y físicamente. Toda vez que el indio ha

657
Ibidem, p. 27.
658
Ibidem, pp. 31-32.
659
“El indio, empero, no solo requiere una educación material, sino una lenta modelación de psiquis, de
modo que vuelva a recobrar el estado de alma que tuvo hace miles de años…” –dice Posnansky en el
comentario al libro (Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 71).
660
Ibidem, pp. 25-26. Posiciones mucho más conservadoras, como la expresada por Salmón B. en la
Semana indianista, sostendrían que el pongueaje había de ser erradicado gradualmente porque la
servidumbre de los indios en las casas urbanas de sus patrones representaba un vínculo con la civilización
(Salmón, El indio escribirá mañana…, ob. cit.).

230
logrado alcanzar a las universidades, se ha desenvuelto con capacidad intelectual
notable: maestros sabemos perfectamente que el niño indio es casi siempre el mejor
alumno”. La idea de “doctor” remite a las élites pueblerinas que sometían a los indios a
variadas iniquidades. El manifiesto anarquista “La voz del campesino” (1929), al
parecer escrito por Luis Cusicanqui, se refería en los peores términos a los abogados:
“¿Qué diremos de los doctores Abogados y demás kellkeris [tinterillos]? ¡Oh! Éstos son
los más ladrones y forajidos que nos roban con la Ley en la mano y si decimos algo va
la paliza y de yapa nos mandan a la Cárcel para unos diez años y mientras eso, arrojan a
nuestra mujer e hijos y terminan con el incendio de nuestras casitas y nosotros somos
blancos de las balas de los hombres tan dignamente ilustrados...”661. De hecho, como
señala Gotkowitz, los beneficiarios de la venta de tierras comunales bajo el régimen de
Melgarejo en la década del 60 del siglo XIX fueron, en gran medida, sectores mestizos
ascendentes662.
En efecto, pese a los actuales discursos indianistas y poscoloniales/subalternistas
que enfatizan en los esfuerzos homogeneizadores del Estado, si acercamos la lupa
podemos ver complejos matices. Françoise Martinez muestra con mucha precisión las
diferentes etapas al respecto entre 1898 y 1920: de la posición original de
civilizar/desindianizar/incorporar al indio durante la primera década del siglo XX se
pasó a una posición de énfasis en la diferencia y en la necesidad de “atar” al indio a la
tierra663. Y esta posición “asimilacionista” volverá a presentarse de otra forma con el
nacionalismo revolucionario de los años 50, aunque con una separación urbano/rural de
los programas educativos664. Ambas posiciones combinaban el “miedo blanco” –en el
marco de la psicología del cerco de las élites bolivianas– y la necesidad de desarrollar la
productividad agrícola. Por ejemplo, el pedagogo Teodomiro Beltrán, sostendrá en
1945, en un informe para la Sociedad Rural, que debía educarse al indio en el campo y

661
“La voz del campesino”, citado en Silvia Rivera Cusicanqui, “La identidad ch’ixi de un mestizo: En
torno a La Voz del Campesino, manifiesto anarquista de 1929”, en La Hora Nacional, 1/2/2012. Versión
on line consultada el 2/2/2013, disponible en
http://www.lahora.com.ec/index.php/noticias/show/1101283453/-
1/La_identidad_ch%E2%80%99ixi_de_un_mestizo%3A_En_torno_a_La_Voz_del_Campesino,_manifie
sto_anarquista_de_1929_%2F1.html#.Urku6oXrXbk)
662
Gotkowitz, La revolución…, ob. cit., p.47.
663
Martinez, « Régénérer la race », ob. cit., p. 351 y ss.
664
Con todo, no se pierde del todo cierta idea roussoniana sobre el indio, como se puede ver en el
epígrafe de la foto de tapa de la revista nacionalista Pututo (10/9/1953): bajo la foto de un indígena pone:
“Concurso Folklórico Municipal …la fantasía nativa reproduce en su folklore coreográfico esta
concepción del hombre primario…”. El 26 de setiembre del mismo año, bajo la fotografía de un niño
indígena abrazando un cordero apunta en tapa: “Primavera nativa …esta escena bucólica, supremo
trasunto de ternura instintiva, coincidió con la llegada de la primavera…”.

231
para el campo, “el propósito de la educación del indio no consiste en arrancarlo de su
ancestral ambiente y transformarlo en un postizo y ridículo bachiller, para echarlo
luego, como una plaga perniciosa, a los centros urbanos de la nación”665.
¿Paradójicamente?, Beltrán defiende la instrucción en idiomas ancestrales –quechua y
aymara666– en escuelas-granja. ¿Pero qué debería aprender en ellas? Poco y nada:
oficios manuales, imprescindibles en la profesión agraria: “reparar y embellecer su
vivienda, fabricar algunos de sus utensilios caseros y de sus instrumentos de labranza,
tejer la tela con la que confeccionará su abrigo y en fin, hacer con esmero y buen gusto,
lo que ahora mismo sabe hacer de manera grosera y primitiva: eso y nada más deberá
ser lo que alcance el indio en la escuela del tipo indicado”667. La falla habría residido en
el esfuerzo por castellanizar a los indígenas:

Nuestro error esencial ha consistido, hasta aquí, en pretender que el indio ascienda de
improviso al plano intelectual y ético en que nos hallamos situados. Hemos porfiado
inútilmente, durante años y años por transformar las razas autóctonas en sentido de
homogeneizarlas con la raza semi-instruida y semiblanca que somos nosotros,
forzándolas a castellanizarse a tropezones, y lo único que hemos obtenido es un
producto social híbrido, incoloro, sin personalidad definida y cargado de las taras de
ambas razas y despojado de las pristinas excelencias del indígena puro y primitivo668.

Como podemos ver, Frontaura Argandoña no rompe con varios de los prejuicios
de la época, pero no deja de incluir interesantes pasajes sobre la igualdad ciudadana.
Entrando en la Declaración de los derechos del indio, la autora había propuesto:
1-EL INDIO NO ES UN ESCLAVO: ES UN HOMBRE669.
2-Al amparo de la Constitución Política del Estado que otorga a los ciudadanos de la
República los mismos derechos, dirigirá su acción social indigenista a hacerlos
prácticos y efectivos bajo el siguiente punto de vista:
a) Derechos constitucionales: abolición de la esclavitud; derecho a la ciudadanía,
derecho a la instrucción; derecho a la representación.

665
Teodomiro Beltrán, Memoria de la Tercera Conferencia Nacional de Agricultura, Ganadería e
Industrias Derivadas, Federación Rural de Cochabamba, 12 al 20 de agosto de 1945, Cochabamba,
Editorial Atlantic, 1946, p. 159.
666
“Borrar y extirpar, como si fuesen cizaña perniciosa, el quichua y el aymara, riquísimos idiomas de
inigualable expresión […] comporta un error insostenible (Beltrán, Memoria…, ob. cit., pp. 160-161).
667
Ibidem, p. 164.
668
Ibidem, p. 160.
669
Mayúsculas en el original.

232
b) Derechos civiles: derecho a la propiedad.
c) Derechos económicos: el indio es propietario de la tierra donde ha nacido por la
perpetuación inalienable e imprescriptible de la tradición, la costumbre y el tiempo.
Respecto a sus sistemas comunitarios; todo medio doloso de coacción sobre el indio
para transaccionar con él sobre sus propiedades es un delito. El indio fue y deberá
seguir siendo un propietario.
3- La Primera Convención de Maestros de Bolivia hará uso de todos los medios que su
misión pone a su alcance, para difundir en la conciencia infantil y obtener en la
Legislación Nacional, una obra efectiva y visible que en el decurso del tiempo dé el
óptimo rendimiento de la incorporación de un millón de hombres a las fuerzas activas y
eficientes de la NACIÓN.
Para ello se requería la construcción de escuelas normales para formar maestros
indígenas y la actividad de los maestros en los cuarteles, aprovechando la masa de
indígenas concentrados allí para cumplir con el servicio militar. La visión de Frontaura
Argandoña es gradualista: primero, la educación, luego la tierra (la propiedad) y la
transformación “industrial” de los territorios indígenas. Se trata, en todo caso, de un
orden inverso al que, como ya vimos, proponía el socialista Tristán Marof, cuando
reclamaba primero la tierra (es decir, la libertad del indio) y sostenía que ya con ese
derecho el indígena se daría la educación que quisiera. La misma posición adopta
Métraux, quien luego de elogiar el libro apunta: “A este indio hay que darle no tanta
instrucción como medios para mejorar su nivel de vida, derechos sobre la tierra, alejar
de los pueblos a los cholos y considerarlo con más simpatía y amor. Lo que [le] hace
falta es dignidad”670. En el mismo sentido, quien firma F. D. de M. cita a Mariátegui
para sostener que: “el nuevo planteamiento consiste en plantear el problema indígena en
el problema de la tierra”.
La propuesta de la alfabetización en los cuarteles será criticada en el “Colofón”
del libro por J. Guillermo Guevara quien además de señalar que esa experiencia había
fracasado en Perú reclama educadores laicos capaces de brindar una educación
científica, antifetichista, iconoclasta, ya que, “las religiones como las luciérnagas
necesitan de la obscuridad para brillar’, decía Schopenhauer”. Esta posición se
contrapone a la visión de un “reservista” que comenta el libro y en línea con las

670
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 87.

233
propuestas liberales de principio de siglo propone al cuartel como espacio para sacar a
los indios del primitivismo671.
Pero lo que genera mayor discusión es el tema del mestizaje. Por ejemplo, uno de
los críticos que firma W. D. M. aplica las teorías raciales para discrepar con la autora y
defender el mestizaje:

Divergimos totalmente de María Frontaura [sobre la cuestión del mestizaje].


Posiblemente, estos especímenes sociales, pueden momentáneamente ser o constituir
zonas turbias, pero en modo alguno indefinidas. Entre los pseudo blancos, ocurre aún
este fenómeno, pero en cambio, el cholo tiene una personalidad claramente concreta,
recia y vigorosa. Tampoco puede ser un estado crepuscular. Sería en todo caso un
estado crepuscular, pero matutino, ya que con Uriel García, Carlos Medinaceli y
otros, comienza a asomarse en la América, una nueva conciencia. Despectiva para el
mestizaje endomingado y pseudo aristócrata, y desdeñosa para el lirismo nativo,
sentimental e improductivo672.

Este mestizaje indígena/popular se plasmará primero en el Estado villarroelista en


los años cuarenta673 y finalmente en el Estado nacionalista posterior a la revolución de
1952. Así, Fernando Diez de Medina –un nacionalista de derecha proveniente de una
familia de la élite y ministro de Educación del gobierno del MNR– dirá en un discurso
en el Teatro Municipal de La Paz:

Creo en el blanco, mantenedor de la tradición y la cultura. Creo en el indio, hermano


en el dolor sujeto a las agrícolas tareas. Creo en el mestizo, cuyo ímpetu vital traspasa
de tensión a obra nacional. […] Ya es hora de desmentir a la sociología y a los
difamadores. América es mestiza en lo antropológico y en lo cultural. Y en vez del
antiguo desprecio con el que oíamos decir ‘es un cholo boliviano’, para significar el
complejo de inferioridad racial, debemos gritar al mundo con voz nueva y
orgullosamente ¡soy un cholo boliviano!674.

671
Ibidem, pp. 105-106
672
Frontaura A., Hacia el futuro…, ob. cit., pp. 105-106.
673
Cfr. Gotkowitz, La revolución…, ob. cit., capítulo 6: “La ciudad reticente: El populismo de Villarroel y
la política del mestizaje”.
674
Fernando Diez de Medina, “Una khantuta encarnada entre las nieves: análisis histórico y un mensaje
de fe en torno al problema de la nacion alización de las grandes empresas mineras”, [Conferencia en el
Teatro Municipal de La Paz], Ministerio de Prensa, Progaganda e Informaciones, 1952. Reproducida en
La Nación, La Paz, 9/10/1952, (destacado nuestro).

234
Medinaceli –quien participó del grupo Gesta Bárbara– ironiza sobre el libro de
Frontaura A.: “Es justo y urgente que se labore por la reivindicación social del indio,
por su incorporación a la vida boliviana y por su culturización, pero estudiémosle con el
más riguroso verismo, para no convertirlo –como hacen algunos cuentistas– en simple
tema literario. Porque puede ocurrirnos otra desgracia: que lleguemos a tener dos indios;
el de carne y hueso y el literario. Basta con el primero”675. Ese estudio sociológico de la
actualidad de la vida, las aspiraciones y la realidad social indígena siempre fue escaso
en el indianismo de los años veinte y treinta, que se enfocó en la edad de oro de
quechuas y aymaras para construir un relato mítico regenerador de la deprimente
realidad nacional.
En el libro se “coló”, además, un radicalizado comentario “comunista”. Entre las
cartas remitidas a la autora como contrapartida de su envío del libro resalta la belicosa
expresión juvenilista del entonces joven Porfirio Díaz Machicao, quien se destacaría
como escritor. Siguiendo el “lema normativo de la juventud chilena”, titula su texto:
“Contra nuestros padres”. Machicao apunta –desde un libro que como recordamos fue
editado por la imprenta militar–: “Desde las más altas esferas del poder, con ayuda de la
fuerza y con la ratificación de los satélites del dogma, se dictan leyes lesivas a la
dignidad humana y se colocan fusiles y ametralladoras como muros defensivos del
capitalismo patiñista… Os negáis a la evolución, entonces habéis de perecer”676. Y
amenaza al diario sucrense que acusó a la autora de comunista con que “no tardará el
día en que las juventudes bolivianas vayamos más allá de Rusia…”677.
Finalmente, el grito de Frontaura: “Luchemos contra la venta y el alquiler de
indios” se terminará de hacer realidad tras las resoluciones del Congreso Indigenal de
1945, aunque el trabajo doméstico gratuito y al extremo degradante del pongo se había
venido debilitando al calor de las luchas, los decretos reformistas de protección del
indio, la organización indígena/campesina y el propio progreso material de la

675
Frontaura A., Hacia el futuro…, ob. cit., p. 124.
676
Ibidem, pp. 115-116.
677
Ibidem, p. 117. Con una pluma afilada continúa la saga del “panfleto” con precisa puntería literaria
contra las históricamente temerosas élites bolivianas, siempre afectadas por el temor al cerco indio y la
supuesta guerra de razas: “Que vosotros tenéis fuerza para resolver el problema indio? Os negamos tal
fuerza. Vosotros no habéis hecho nada por él. Lo que os acobarda es simplemente una alucinación
sangrienta. Véis al indio alzándose sobre todos los horizontes como un alma devastadora y rugiente,
impiadosa, vengativa. Véis arder en las llamas de la revancha vuestros edificios burgueses. No tenéis otro
argumento para oponeros. Sois pues limitados hasta en el pánico… El problema indio es un problema de
Revolución Social. Es un problema para la mente joven y renovada. Es un problema de rebeldía. Es un
problema superior a todos los comunismos…”.

235
sociedad678. Y el problema indígena como problema de la tierra se plasmará en la
reforma agraria de 1953, cuando los indígenas y campesinos recibirán los títulos de
propiedad fusil en mano y las milicias campesinas –especialmente las cochabambinas–
aterrorizarán real e imaginariamente a las élites pueblerinas679.
De hecho, la crítica de la poetisa chilena feminista Dinka Ilic, quien hace un
“comentario femenino para el libro ‘Hacia el Futuro Indio’”, resulta aguda y profética.
Ante la expresión de que el indio debe ser campesino, y no doctor, Ilic le apunta a su
amiga Frontaura Argandoña que “no debe olvidar que el barro del indio es igual al
nuestro y el día en que se instruya, tendrá nuestras mismas ambiciones y no aceptará
que se le prive la entrada a la Universidad, primero, más tarde al Congreso y quien sabe
si después al sillón presidencial…”680. Precisamente este fue el devenir de la reforma
agraria, que primero extendió la educación inicial a todas las áreas rurales de Bolivia
(mediante la educación de masas) y abrió camino a que más tarde la universidad pública
se poblara de rostros morenos recién llegados del campo, lo que a la postre dio lugar a
un indianismo de indios (y habilitó un nuevo nacionalismo indígena/plebeyo) y ya no de
sus voceros “pseudo blancos”, y desde los años 2000 a un masivo desembarco en todas
las instancias del Estado, incluyendo el sillón presidencial que imaginaba, con un sutil
“quién sabe”, la poetiza de izquierda chilena desde la ciudad de Chuquicamata.

Esta intervención pública de María Frontaura Argandoña no fue un hecho


aislado. Como veremos en el siguiente capítulo, las mujeres bolivianas, desde los años
veinte, comenzaron a hacer oír con mayor energía su voz a favor de sus derechos civiles
y políticos; es más: la guerra del Chaco trastocó su rol en la sociedad y al igual que
ocurrió con campesinos e indígenas, la obligación patriótica de defender a la patria sin
ser contadas como ciudadanas plenas (de hecho, eran tratadas como menores de edad
sujetas a las decisiones de padres y maridos) constituirá una contradicción por cuya
huella un sector de las feministas avanzará en la formulación de sus demandas en
términos diferentes a las desplegados en la década de 1920. Ese sector, del que nos
ocuparemos en el siguiente capítulo, refiere a la Legión Femenina de Educación Popular
América y a la figura de Etelvina Villanueva, en cuyo feminismo intervinieron

678
Salmón, El indio escribirá mañana…, ob. cit., pp. 1 y ss.
679
José M. Gordillo, Campesinos revolucionarios en Bolivia. Identidad, territorio y sexualidad en el
Valle Alto de Cochabamba, 1952-1964, Cochabamba, Promec-Universidad de la Cordillera-Plural-
UMSS, 2000.
680
Frontaura A., Hacia el futuro indio…, ob. cit., p. 94.

236
perspectivas de izquierda y anticlericales que la enfrentaron con un feminismo
conservador, que aunque también operaba en el marco del omnipresente socialismo que
teñirá los años treinta (tema de la tercera parte de esta tesis), defendía un rol más
tradicional para la mujer y el papel del clero como orientador de la vida social. En este
periodo, será el derecho al sufragio el eje sobre el cual se irán delimitando posiciones y
enfrentando sensibilidades (patrióticas, pacifistas, etc.), al tiempo que se lograba tender
puentes –no carentes de precipicios– entre mujeres de la élite y de la clases trabajadoras,
una de cuyas más destacadas voceras –desde una izquierda radical– era la ya
mencionada Angélica Azcui.

237
238
CAPÍTULO 7
Ciudadanía, sufragio y sotanas:
Mujeres inconformistas en la disputa por la nación

Desde los años veinte varias organizaciones femeninas bregaron por la ampliación de
sus derechos, mientras algunas mujeres ingresaban al ámbito público como portavoces
de una serie de demandas que fueron constituyendo, por primera vez, una “identidad de
género” e incubaban ideales vinculados a la “liberación femenina”681. En las dos
primeras décadas del siglo XX, estas luchas se procesaron bajo los esfuerzos de
modernización impulsadas por el régimen liberal (1900-1920), en el marco de procesos
de urbanización que resultaban más propicios para la irradiación de luchas por la
ampliación de la ciudadanía que la vida en los pequeños pueblos de provincia
vívidamente retratados –algunos años después– en novelas como La Chascañawi y
otras Claudinas682.
Esos procesos de urbanización avanzaron en paralelo a la expansión de la
educación y el laicismo, dos ejes de los gobiernos liberales que abrieron el camino para
la fundación de escuelas normales superiores. Si hasta en el siglo XIX, las mujeres de
las clases acomodadas sólo recibían una educación primaria extremadamente básica,
gestionada por la Iglesia y destinada a ser “buenas esposas y madres” y “delicadas y
femeninas” gestoras del hogar, en 1906 el gobierno liberal de Ismael Montes fundó en
La Paz el Colegio Primario de Niñas (más tarde transformado también en secundario);
en 1909 fue fundada la Escuela Normal de Sucre y en 1912 la universidad abrió sus
puertas a las mujeres, algunas de las cuales comenzaron a estudiar medicina (fueron
habilitadas, además, a estudiar carreras como derecho, ciencias económicas o

681
Gloria Ardaya, Política sin rostro: mujeres en Bolivia, Caracas, Nueva Sociedad, 1992, p. 21.
682
Romero Pittarí, Las claudinas…, ob. cit.

239
ingeniería)683. Aunque esta apertura sólo tuvo un impacto real sobre un grupo reducido
de mujeres (y muchas debían pedir una autorización especial para asistir a colegios de
varones con el fin de continuar sus estudios medios), las transformaciones mencionadas
erosionaron parcialmente el orden tradicional y abrieron grietas que habilitaron el
surgimiento de mujeres propiamente intelectuales, cuya voz comenzó a escucharse en la
opinión pública no sin el recelo de quienes (hombres y mujeres) consideraban
peligrosos –y potencialmente disolventes– esos cambios, especialmente entre los
sectores más vinculados al clericalismo684. La creación de la Normal de Sucre formó
parte de un ambicioso plan educativo de los liberales, cuya meta fue modernizar la
nación mediante la incorporación de las nuevas teorías pedagógicas, lo cual redundaba
en beneficio de la educación de la mujer, sin descuidar un objetivo entonces
considerado trascendental: “regenerar la raza” para clausurar de una vez y para siempre
la amenaza de una temida “guerra de razas”685.
En síntesis, los liberales bregaron por la puesta en pie de un Estado docente
capaz de lograr, finalmente, un país unificado y en paz, o, en términos de la Junta de
Gobierno de 1899, construir la concordia y la confraternidad nacional686. En un clima de
una fuerte susceptibilidad sobre las cuestiones religiosas (los conservadores hablaban de

683
Gloria Ardaya, Política sin rostro…, ob. cit., p. 22. En 1915 fue creada la brigada femenina de scouts
en Oruro a iniciativa de María Gutiérrez de Medinaceli, que fue la base de la Cruz Roja Boliviana,
organizada en 1917 (Álvarez, Mouvement féministe et droit de vote en Bolivie…, ob. cit.).
684
Cualquier mínimo asunto vinculado a la mujer podía provocar una indignada columna de opinión,
como por ejemplo, la nueva costumbre de usar la melena entre las mujeres a comienzo de los años veinte,
en el marco de la expansión de las llamadas mujeres flappers (que desafiaban las normas sociales):
“Moda extravagante. Tal es el calificativo que merece en nuestro concepto moralista el difundido uso de
la melena entre el feminismo. La nueva moda que comentamos es pues de las más ridículas y obscenas
que se han visto, y que lejos de perfeccionar la belleza de la mujer la desfigura lamentablemente. Es por
eso que pedimos al bello sexo, en nombre de la moralidad y de la estética, proscriba el uso de la melena y
vuelva a la moda de ayer” (Democracia, Santa Cruz de la Sierra, 15/11/1925, citado en Dick O., Las
fiestas del Centenario…, ob. cit., p. 23).
685
En 1905, el gobierno de Montes envió a Europa una comisión presidida por Daniel Sánchez
Bustamante, asistido por Felipe Segundo Guzmán, con la meta de buscar el mejor modelo educativo para
Bolivia. Era la época del auge de la “educación integral” y del movimiento de las “escuelas nuevas” –que
promovían una educación práctica, vital, participativa, democrática, colaborativa, activa, motivadora– con
inspiración en Montaigne, Locke, Rousseau (y su Émile), Pestalozzi, Fröbel y Tolstoi. También era una
época de gran prestigio de la “gimnasia sueca” (llamada gimnasia pedagógica o científica), creada por
Pehr H. Ling, quien en 1813 fundó el Real Instituto Central de Gimnasia de Estocolmo. El belga George
Rouma, discípulo de Alexis Sluys, fundador de la prestigiosa Escuela Charles Buls de Bruselas, y
seguidor de Ling, fue contratado en Bolivia donde puso en pie la Escuela Normal de Sucre. También
fueron los belgas quienes introdujeron la gimnasia sueca en Bolivia (Cfr. Françoise Martinez, “¡Que
nuestros indios se conviertan en pequeños suecos! La introducción de la gimnasia en las escuelas
bolivianas”, en Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 28 (3), 1999, pp. 361-386; Martinez,
« Régénérer la race… », op. cit., p. 230. La Normal de Sucre fue mixta entre 1911 y 1921, en 1922
funcionó con dos secciones separadas (una de señoritas y otra de varones). Desde 1911 –año de la
primera promoción– hasta 1924 egresaron 287 maestros y maestras (Dick O., Las fiestas del
Centenario…, ob. cit., p. 7.).
686
Martinez, « Régénérer la race… », ob. cit., p. 105.

240
una revolución jacobina), las determinaciones laicistas y en favor de la coeducación
(escuelas mixtas) generaron enérgicas protestas de los sectores clericales687.
La revista Feminiflor fue uno de los productos más ilustrativos de la
“culturización” de la mujer en el nuevo escenario de los años veinte bolivianos –y de
sus esfuerzos por abandonar el aislamiento hogareño–, puesto en marcha a partir de la
iniciativa de unas jóvenes orureñas que apenas habían pasado la adolescencia y se
lanzaron a la aventura de la edición y el “periodismo femenino”688. Nacida en 1921 y
dirigida por Betzabé Salmón, Laura de la Rosa Torres y Lilí López, la revista buscó
sacar a las mujeres de la asfixiante sociabilidad asignada por una sociedad poscolonial
aún pueblerina y cargada de prejuicios. Pero la lucha por los derechos de las mujeres
requería de otro tipo de acciones y fue así como, en 1923, apareció la más importante
organización femenina de la década del veinte, que dejó su huella en los años siguientes
y colocó en un escalón superior a la batalla feminista: el Ateneo Femenino, que editó el
Índice del Ateneo femenino y Eco Femenino, y cuya principal demanda fue el derecho al
voto para las mujeres letradas; es decir, no se cuestionaba aún el sistema de voto
calificado que excluía a la gran masa indígena/campesina sino que se pedía la igualdad
de derechos con los hombres, que sólo podían votar si sabían leer y escribir y no
desarrollaban trabajo servil. Pero eso no quita mérito a una iniciativa que, en manos de
mujeres de clases acomodadas, contribuyó a poner en circulación imaginarios de
emancipación de la mujer y a sacarlas de una tediosa sociabilidad aristocratizante, llena
de frivolidades y sensiblerías asociadas a la “identidad femenina”, al tiempo que
proyectaba a las mujeres hacia la vida y los debates públicos.
Una de las actividades de mayor repercusión del Ateneo fue su apoyo a la ley de
divorcio, discutida en 1926 y finalmente aprobada bajo el gobierno de Daniel
Salamanca en 1932, cuando en el país sonaban las trompetas bélicas y los nubarrones
del Chaco se iban apoderando incluso de los espíritus más críticos hacia el chauvinismo
desmesurado y los llevaban por el camino del patriotismo689. El Ateneo agrupaba a

687
“Las postulantes mujeres [a la Normal de Sucre] tenían que hacer sacrificios heroicos para romper esas
barreras y las amenazas de excomunión a fin de procurarse una profesión noble que les asegurase la vida.
El populacho, en los momentos de expansión báquica al impulso de la prédica diaria en los púlpitos
pasaba por las puertas de la escuela gritando ¡Viva Dios, abajo Rouma!, como si el Supremo Hacedor
pudiera oponerse de la luz solar, pudiera oponerse a la luz espiritual y a la igualdad de oportunidades para
la educación del hombre y la mujer” (Faustino Suárez, s/d, citado en Guillermo Lora [et al], Sindicalismo
del magisterio..., ob. cit., p. 98).
688
Cfr.Beltrán: “Feminiflor”…, ob. cit.
689
En esta causa, el Ateneo femenino consiguió el apoyo de la Liga del Magisterio, que votó una
resolución que en su artículo 4º sostenía “Que el magisterio de la República no puede quedar indiferente a

241
mujeres de clases medias y altas y entre otros reclamos enarbolaba el derecho de las
mujeres a contar con cédula de identidad, a disponer libremente de sus herencias y a la
paternidad responsable, sin olvidar las demandas económicas, expresadas en el lema “a
igual trabajo igual salario”690. Como escribió María Elvira Álvarez en un trabajo
pionero sobre la lucha por el sufragio femenino (que nos ha permitido captar las
transformaciones previas que condujeron al feminismo de los años treinta y las
mutaciones del propio feminismo a partir de la guerra), la legislación sobre la mujer en
1920 no difería esencialmente de la de 1831, cuando Bolivia recién se había
independizado, lo que constituía un verdadero desfase entre la condición jurídica
femenina y las mencionadas transformaciones operadas en el mundo sociocultural. En
efecto, fue precisamente sobre este desajuste que las nuevas organizaciones de mujeres
sustentaron y justificaron sus demandas y reclamos691.
Pero no sólo se trataba de las mujeres acomodadas. Paralelamente, las mujeres
trabajadoras comenzaban a participar de manera más autónoma en la actividad sindical.
En este marco, en 1927 se crea el primer sindicato femenino en La Paz, organizado por
las vendedoras y las trabajadoras del hogar, y en 1935 se organiza el de culinarias692.
También, a comienzos de la década de 1930, se consolida la organización sindical del
magisterio, en cuyo seno algunas mujeres van jugando un rol más significativo693.

Bajo el signo del Chaco

La guerra del Chaco alteró profundamente, y en diferentes dimensiones, la situación de


las mujeres de todas las clases sociales, en tanto que el nuevo clima de patriotismo y
amenaza sobre la nación las convocaba a actuar desde diferentes trincheras. Si antes de
la contienda varias organizaciones se pronunciaron contra la guerra, como fue el caso de

la petición de solidaridad y apoyo al principio de divorcio absoluto, invocado por los selectos sectores
femeninos” (Lora [et al], Sindicalismo del magisterio…, ob. cit., p. 23).
690
Gloria Ardaya, Política sin rostro…, ob. cit., pp. 23-24. El artículo 11 del Código Civil, que databa de
1831, establecía que “la mujer casada con un extranjero adopta la nacionalidad de su cónyuge”, el 132
disponía que la mujer no podía comparecer ante un tribunal sin la autorización de su marido, y
limitaciones similares tenían para suscribir contratos. Aunque fue modificado por decreto en 1936, esa
legislación no llegó a ponerse en práctica.
691
María Elvira Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 22.
692
Cfr. Ana Cecilia Wadsworth e Ineke Dibbits, Agitadoras del buen gusto. Historia del sindicalismo de
culinarias (1935-1958), La Paz, Tahipamu/Hisbol, 1989; sobre mujeres anarquistas cfr. Zulema Lehm y
Silvia Rivera, Los artesanos libertarios y la ética del trabajo, La Paz, Ediciones del THOA, 1988
(Capítulo 3: Mujeres en la lucha sindical, pp. 153-185).
693
Lora [et al], Sindicalismo del magisterio…, ob. cit.. El 30 de noviembre de 1930, en Oruro, se reunió
la primera convención nacional del magisterio, de la que participaron como delegadas María Frontaura
Argandoña (por Oruro) y Ana Rosa Tornero (Sucre).

242
la Asociación Cristiana Femenina694, una vez que sonaron los primeros disparos todos
estos colectivos dejaron a un lado sus ansias pacifistas y dirigieron sus esfuerzos a la
ayuda de los soldados y sus familias695. En ese marco, el Ateneo Femenino, una de las
organizaciones de mujeres más importantes, bajo la dirección de Emma Pérez de
Caravajal, coordinó esfuerzos con la Cruz Roja para organizar dos legiones de
enfermeras que partieron al frente: una compuesta por mujeres de las clases medias y
altas y otra compuesta por mujeres de las clases populares696.
Las misiones sanitarias, compuestas por médicos y enfermeras, eran despedidas por
miles de pañuelos y sombreros en alto que expresaban las entusiastas dosis de exaltado
amor a la patria que en las estaciones de ferrocarril envolvían a los bolivianos en los
comienzos de la contienda, cuando se creía que el enemigo paraguayo sería rápida y
triunfalmente abatido. La maestra y periodista Ana Rosa Tornero sintetizó las nuevas
tareas de la mujer boliviana estableciendo una línea de continuidad con la entrega y el
patriotismo de las mujeres patriotas de la historia nacional, notablemente de las heroínas
de la Coronilla y la guerrillera de la independencia Juana Azurduy de Padilla, en una
arenga pronunciada en plena Plaza Murillo cuando los primeros soldados eran
despedidos por miles de bolivianos tomados por fuertes sentimientos antiparaguayos697:

Ayer nomás las mujeres bolivianas pedimos paz […] Hoy frente al ultraje a nuestra
Patria y sabiendo que un pueblo salvaje llamado Paraguay cual chacal hambriento
había hincado sus garras en el corazón de nuestros hermanos sentimos que nuestro
espíritu se encoge de rebelión porque también llega a nosotras el grito de la sangre

694
Lo mismo ocurrió con otras organizaciones como el Comité Boliviano de la Confederación Femenina
de la Paz Americana, la Sociedad Protectora de la Infancia, las Damas de San Vicente Paul, la Asociación
de Beneficencia de Señoras, el Ateneo Femenino o la Liga de Damas Católicas.
695
María Elvira Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 152.
696
Renán Estenssoro Valdez/María Ana Cantuta Vela, Historia de la Cruz Roja Boliviana (1917-2007),
La Paz, [s.n.], 2007. El 22 de julio de ese año, la Cruz Roja Boliviana convocó a todas las mujeres
bolivianas a enrolarse. El diario La Razón de esa fecha publica el siguiente llamamiento: “Habiéndose
comenzado la organización del Cuerpo de Enfermeras destinado a la atención de los heridos en la
campaña del Chaco, se hace un llamado a las señoras y señoritas que deseen formar parte de esta
institución. Enfermeras que deseen prestar sus servicios en la región del sudeste. Se comenzarán los
cursos instruyendo únicamente a aquellas personas que, por sus condiciones de independencia, estén
dispuestas a partir al Chaco a la primera indicación, a cuyo fin deberán firmar un compromiso. Las
señoras y señoritas que carezcan de esa independencia, sólo serán admitidas si son autorizadas por la
forma marital o paternal. Las inscripciones se reciben todos los días de hrs. 14:00 a 19:00 en la casa de la
señora Milner, calle Montevideo. Fdo-. Bethsabé Montes de Montes, Presidenta de la Cruz Roja
Boliviana.
697
Se conoce como las heroínas de la Coronilla a un grupo de mujeres cochabambinas que en 1812
combatió contra las tropas realistas, en un hecho que forma parte de la mitificada historia escolar. Ese día
fue adoptado en el siglo veinte como el día de la madre boliviana (sobre los significados atribuidos a las
heroínas en la década de 1940 como símbolo del mestizaje, cfr. Gotkowitz, La revolución…, ob. cit., pp.
227-259).

243
[…] Y en esta hora de angustia nos alistamos todas las mujeres para replegar nuestras
alas y descender a los campos de batalla. Si posible fuera empuñar las armas en
defensa de la integridad territorial sepan los paraguayos que palpita en nuestras venas
la sangre de las heroínas de la Coronilla […] que ilumina nuestros espíritus el nombre
de Juana Azurduy de Padilla698.

Tornero creó más tarde las Brigadas Femeninas y fungió como corresponsal de
guerra de El Diario. Fue, además, la única mujer entre los nueve representantes en la
Asociación de Periodistas699. Laura de la Rosa, organizadora de la Liga Filial en Oruro
y una de las fundadoras de la revista Feminiflor, partió también hacia el frente llevando
alimentos y ropa a los soldados y dejó un libro con sus diarios del campo de batalla
titulado Mi visita a las trincheras y zanjas del velo700.
En el plan de contribuir a los esfuerzos bélicos, muchas asociaciones de mujeres se
embarcaron en colectas (de ropas y alimentos), colaboraron en la confección de
uniformes y actuaron como “madrinas de guerra”701. Pero, a su turno, debieron
reemplazar a los hombres que habían partido hacia el frente, lo cual les permitió salir
del hogar para comenzar a dedicarse a diferentes ocupaciones. Muchas mujeres
acomodadas devinieron enfermeras, dactilógrafas o costureras en la industria textil,
mientras otras comenzaron a ocupar puestos tradicionalmente reservados a los hombres,
principalmente en la administración pública, en el correo o en la empresa privada;
incluso, en el caso de los sectores populares, en las minas, donde la necesidad de mano
de obra a menudo quebró la vieja superstición según la cual las mujeres son fuente de
desagracia si descienden a los socavones de interior mina702. Estos cambios tuvieron,
sin duda, fuertes efectos sociopolíticos sobre la situación de la mujer y habilitaron
renovados esfuerzos tendientes a la conquista de derechos civiles y políticos. Bajo la
restringida democracia política –que establecía el voto censitario– las mujeres, así como
los indígenas, estaban excluidas de los derechos de ciudadanía plena. Uno de esos
efectos de la contienda bélica, como ha mostrado Álvarez, fue una reconfiguración de
las organizaciones feministas: mientras que casi todas las asociaciones de los años
698
Florencia Durán Jordán y Ana María Seoane, El complejo mundo de la mujer boliviana durante la
Guerra del Chaco, La paz, Ministerio de Desarrollo Humano, Secretaría de asuntos Étnicos, de Género y
Generacionales, Subsecretaría de Asuntos de Género, 1997. Citado en Álvarez, Mouvement féministe…,
ob. cit. p. 154.
699
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 158.
700
Laura de la Rosa, Mi visita a las trincheras y zanjas del velo, La Paz, Imp. Atenea de Crespi, 1935.
701
Estas se dedicaban a sostener material y moralmente a los soldados movilizados y sus familias, además
ayudaban a los familiares a economizar recursos y abandonar las “malas costumbres”.
702
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., pp. 160.

244
veinte habían desaparecido una década más tarde –a excepción del Ateneo Femenino–
operó un renacimiento del feminismo que comenzó a plantear la lucha de la mujer en
nuevos términos, un “feminismo de brechas” vinculado a la situación de crisis que vivía
el país y a los nuevos roles en los que la guerra colocaba a las mujeres bolivianas. La
cuestión del voto femenino comenzó a discutirse más abiertamente en la prensa y el
espacio público (como veremos más tarde en la Convención Constituyente de 1938).
Zoila Viganó Castañón dirigía la sección femenina de la revista La Semana
Gráfica, donde publicó artículos como “Introducción al estudio del feminismo”, “El
amor y el matrimonio soviéticos”703, o “El voto de la mujer brasileña”704. Ya durante la
guerra fundó el Comité de Acción Feminista, en el que convergen, entre otras, Etelvina
Villanueva, Cira Aguayo, María Pardo de Vargas, Mercedes Anaya de Urquidi, María
Gutiérrez de Medinaceli , Herminia Carmona y María C. Lara, cuyo posicionamiento es
más radical que el del resto de los agrupamientos de mujeres y marcará los debates de la
segunda mitad de los años treinta: el Comité reclama la lucha por la inmediata
obtención de derechos civiles y políticos, con la meta de llevar a la mujer a la
ciudadanía plena y dejar atrás la minoría de edad con que era tratada por las leyes
vigentes. Su objetivo, además, tenía fecha: querían obtener el derecho a voto antes de
las elecciones convocadas para junio de 1934705.
En uno de sus artículos, Viganó ubica precisamente al nuevo feminismo en las
condiciones específicas y críticas de Bolivia al señalar que “el movimiento feminista
que hoy iniciamos no es imitación a otros países, sino es el efecto de los
acontecimientos actuales, es decir de la guerra”. Y esta, “como todo conflicto o
conmoción grande trae consigo cambios parciales o radicales dentro de la vida social,
política y económica de los pueblos, y como tal, nosotras no podemos sustraernos al
imperativo deber de luchar por nuestros derechos, que el proceso mismo de la Historia
nos enseña en estos momentos graves de transición entre el presente y el futuro del
país”706. Viganó apela a un argumento lógico para fundamentar la demanda de derechos
civiles y políticos: si debido a los efectos de la guerra se confía a las mujeres tareas de
responsabilidad en la administración pública (donde para ocupar cargos era menester
703
Semana Gráfica, Nº 34, La Paz, 17/6/1933. Allí describe brevemente las nuevas leyes soviéticas
respecto al matrimonio, el divorcio y la paternidad.
704
Viganó fundó en 1935 la sección boliviana de la Unión de Mujeres Americanas, que promovía la
unión política y económica de las naciones latinoamericanas, y combatía el imperialismo extranjero (Cfr.
Mouvement féministe…, ob. cit., pp. 202-203).
705
Ibidem, p. 160.
706
Zoila Viganó Castañón, “Por qué las mujeres reclamamos nuestros derechos”, La Razón, 21/9/1934, p.
6.

245
gozar de una ciudadanía plena), no había razón, según argumentaba, para negarle a la
mujer su derecho a intervenir en los destinos del país mediante el voto, venciendo los
prejuicios sociales que aún perviven y que “se oponen a la ley de la evolución que
forzosamente va marcando la conquista de los derechos de la mujer”. La animadora del
Comité de Acción Feminista introduce un argumento destinado a activar la conciencia
moral de la nación: “¿En estos momentos de escasez de electores por la ausencia de
ciudadanos para los comicios electorales puede negársele a la madre, a la esposa o a la
hija de aquel que brinda su sangre por la patria su franca intervención que ha de decidir
la suerte del país?”707. De tono relativamente coyuntural, estos argumentos son
combinados con una conceptualización más general. Apoyándose en la Constitución
Política de Bolivia, y haciendo gala de capacidad polémica y creatividad política,
Viganó arguye que esa Carta Magna no excluye a las mujeres del derecho al voto ya
que en tanto que ninguno de sus artículos hace referencias a varón y mujer, puede
sostenerse que “el término hombre, empleado, abarca a ambos sexos”.
“De allí la oprobiosa realidad de una injusticia en que se exige a la mujer deberes y
sacrificios dentro de la sociedad o colectividad y se le restringe los derechos y garantías
que le son facultades genuinamente inherentes, desde el momento que pone su aporte en
diversas actividades dentro del desarrollo general del país”708. De este modo, como ha
apuntado Álvarez, el feminismo de Zoila Viganó apela a una reivindicación de derechos
no en tanto mujeres sino de individuos neutros, que participan del destino general del
país. Es este enfoque el que las distancia de las feministas de la década anterior, que
reclamaban los derechos políticos en tanto mujeres, poniendo el énfasis en las
cualidades y las funciones femeninas que resultaban útiles para la patria709. En este
marco, en La Semana Gráfica, la activista del Comité de Acción Feminista avanzaba un
poco más en sus concepciones sobre el feminismo y las luchas de las mujeres, al señalar
que “El feminismo es una actitud de lucha […] Se puede ser femenina sin ser feminista;
y una feminista es una paradoja, un contra sentido, simplemente porque la feminidad es
un atributo sexual mientras que el feminismo es una actitud de espíritu plenamente
revolucionaria, precisamente porque su objetivo es establecer la igualdad de derechos
frente a los absolutos del hombre. El Feminismo podría llamarse, en acepción social:
antimasculinismo, pues tiene q dar fin con la tiranía ancestral del varón sobre la mujer

707
Idem.
708
Idem.
709
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 166.

246
humillada”710. De esta forma, la apuesta por la igualdad, como analiza Álvarez, se
impone a la puesta en valor de la femineidad de los años veinte. Ya no se reclama ese
“derecho por etapas” –primero la educación, luego el voto– sino los derechos civiles y
políticos de las mujeres de manera inmediata711.
El Comité de Acción Feminista logró llevar su lucha a la radio Illimani e incluso
consiguió el apoyo de políticos tradicionales, como el liberal José María Gutiérrez,
quien criticó a los “espíritus pusilánimes y pesimistas” –incluso de mujeres cultas– que
“consideran que todavía no ha llegado el momento de que se les reconozca [a las
mujeres] el ejercicio de derechos políticos, como si para ello se requiriese una gran
experiencia y un formidable bagaje de conocimientos”712. También tres diputados
presentaron un proyecto a favor de los derechos civiles y políticos para las mujeres. En
ese marco, en la radio estatal se desarrollaron una “Semanas feministas” y un ciclo de
conferencias a cargo del Comité de Acción Feminista, además de un programa titulado
La hora patriótica, en el que participó Zoila Viganó713. Las posiciones en pro de los
derechos de la mujer eran difundidos también por revistas como Anhelos, fundada en
Cochabamba por Mercedes Anaya de Urquidi714 y María Quiroga de Montenegro. Por
su parte, la escritora vanguardista Laura Villanueva, con el pseudónimo de Hilda
Mundy, y otros, escribió varias columnas sobre la guerra y problema
contemporáneos715, y publicó su libro Pirotecnia en 1936716.
Resulta interesante que, en muchos casos, estos reclamos no derivaban en el voto
universal, ya que, como vimos, se aceptaba que las mujeres cumplieran con los
requisitos que se les exigían a los hombres, lo que excluía a enormes masas de
indígenas del derecho al voto. Sin embargo, pese al intenso activismo, la demanda de
derechos políticos no logró el apoyo de otras organizaciones de mujeres. Por ejemplo, la
Convención de la Asociación Femenina Pro Defensores de la Patria (ASFEDEPA) –
organización encargada de llevar ayuda a los soldados y sus familias– rechazó la
propuesta del Comité argumentando que los temas discutidos por el congreso debían
ceñirse a la defensa nacional717. Incluso el Ateneo Femenino –que en la década anterior

710
La Semana Gráfica, n.d, 1934, La Paz, citada en Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., pp. 167.
711
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., pp. 167-168.
712
La Razón, 21/10/1934, citado en ibidem, p. 170.
713
Esas conferencias incluyeron intervenciones de mujeres intelectuales, poetisas, músicas, etc.
714
Autora de Tradiciones y leyendas del folklore bolivianos (1937) e Indianismo (1947).
715
Hilda Mundy, Cosas de fondo. Impresiones de la guerra del Chaco y otros escritos, La Paz, Ediciones
Huayna Potosí, 1989.
716
Hilda Mundy, Pirotecnia, La Paz, Mariposa Mundial-Plural, [1936] 2004.
717
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 176.

247
demandaba vivamente esos derechos– consideró inoportuna la campaña, en medio de
problemas “más urgentes” vinculados a la guerra. Emma Pérez de Caravajal, en esa
línea argumentativa, consideró que aunque el Ateneo Femenino apoyó en una primera
instancia el proyecto presentado en el Parlamento, ahora “el imperativo patriótico y el
sentido común imponen dejar de lado problemas secundarios” que terminan desviando
dineros “en detrimento de nuestros soldados” y alejando a la propia opinión pública de
las prioridades del momento crítico. Frente a las imágenes de crisis y dolor que devolvía
la guerra, luchar por los derechos políticos inmediatos no significaba aprovechar una
brecha oportunamente abierta sino que resultaba una expresión de egoísmo que era
necesario evitar. Por eso, sostiene que, en función del interés nacional, “nada importa
esperar dos o tres años más a fin de no hacernos cómplices inconscientes del objetivo
perseguido por la eterna politiquería criolla” ya que “hay algo más noble y sagrado en
qué pensar: toda una generación destruida y aniquilada para siempre, que nos contempla
desde el infinito”718.
Gloria Serrano fue más allá y consideró “inhumano” pedir derechos políticos
mientras los soldados se desangraban o morían de hambre y sed en el frente de batalla.
Desde El Diario, Serrano sostuvo “aún a riesgo de ser tachada de pasatista y
reaccionaria” y pese a considerarse a sí misma “una mujer de avanzadas ideas que lucha
por su liberación”, no podía dejar de señalar que la causa por el voto femenino “no está
suficientemente madura”: “los pliegues de la bandera están enrojecidos con la sangre de
los combatientes, humedecido con las lágrimas de mujeres enloquecidas de dolor y es
inhumano pensar en nosotras y en nuestros derechos”. Agrega, además, otro argumento:
“Antes de pensar en el logro de derechos electorales, la mujer boliviana debe prepararse
para que cuando combata en las luchas sufragistas, no fracase como ha fracasado el
hombre”719. Excluir a la “compañera proletaria” por no tener bagaje cultural, sería
injusto; lanzarla al sufragio, sería peligroso. “La camarada chola –espontánea y
apasionada– sin el freno de la educación y cultura que ata los instintos, se arrojaría
sobre sus opositores con la misma furia con que ahora lo hace sobre la presunta rival y
las delicadas damas y hasta la misma policía se sentirían impotentes para arrancarla de
las trenzas de la contraria”720. La tarea debía ser, pues, culturizar a la mujer para
prepararse para la igualdad en la posguerra.

718
La Semana Gráfica, septiembre de 1933, citado en ibidem, p. 178.
719
“Gloria Serrano cree que la labor de la mujer es diferente”, El Diario, 24/9/1934, p. 7.
720
Idem.

248
Esos argumentos provocaron una detallada respuesta de Zoila Viganó. Desde las
páginas del mismo periódico, la dirigente del Comité de Acción Feminista apuntó que si
se trata de un problema de madurez, “ninguna doctrina, aspiración o conquista de
determinada idea, nunca nace ‘maduro’, sino que se inicia poco a poco hasta llegar a su
plenitud a través de una gestación de luchas arduas, siguiendo un proceso natural y
lógico de evolución que ha caracterizado a todos los cambios políticos, económicos y
sociales del mundo”. Frente al segundo argumento, que “el promedio cultural de la
mujer es casi nulo”, Viganó responde que “todas las conquistas democráticas han sido
hechas por multitudes analfabetas que se han apasionado de determinados ideales” y
finalmente concluye que “no podemos esperar que la post-guerra consagre nuestros
derechos” sin luchar antes por ellos; justamente se trata del otorgamiento de derechos a
unas mujeres –madres, esposas e hijas– que sufren el dolor y la miseria de la guerra, y
“a quienes se les exigen todos los sacrificios y se les niega todos los derechos. ¡Por esas
injusticias luchamos!”721.
Empero, la discusión sobre los derechos civiles y políticos no fue la única línea
de conflicto que dinamitó los puentes y abrió profundas grietas entre las organizaciones
de mujeres y al interior de ellas. Otro de los ejes de disputa fue la posición frente al
clericalismo, que provocó la ruptura entre el sector de izquierda del movimiento de
mujeres (en el que militaban Etelvina Villanueva y Angélica Azcui, entre otras) y los
sectores más conservadores y “apolíticos”. Como veremos enseguida, esta divergencias
cuyo seguimiento nos permitirá reconstruir parte de la discusión intelectual de la
Bolivia de la década del treinta, marcaron los debates que se desarrollaron en uno de los
eventos más importantes de los movimientos de mujeres de la posguerra: la Primera
convención de la Legión Femenina de Educación Popular América, dirigida en Bolivia
por Etelvina Villanueva, reunida en la ciudad de Cochabamba en noviembre de 1936.

Mujeres enfrentadas: los debates en la Legión Femenina de Educación Popular


América

El 20 de diciembre de 1935 fue fundada en La Paz la sección boliviana de la Legión


Femenina de Educación Popular América (LFEPA) bajo la dirección de Etelvina

721
Zoila Viganó Castañón, “El problema de la mujer”, El Diario, 7/10/1934. Como parte del debate, a
favor de los derechos políticos, cfr. también “Etelvina Villanueva, “El problema feminista ante la guerra”,
El Diario, 5/10/1934, p. 11, y María Pardo de Vargas, “Derechos de la mujer boliviana”, El Diario,
5/10/1934, p. 11.

249
Villanueva, nombrada Delegada de la Presidenta Internacional por Rosa Borja de Icaza,
a la cabeza de la organización cuya sede se encontraba en la ciudada ecuatoriana de
Guayaquil. Villanueva logró poner en pie sedes de la LFEPA en casi todos los
departamentos de Bolivia, transformando a la Legión en una de las más importantes
organizaciones femeninas de la década de 1930722. En palabras de la propia Etelvina
Villanueva “fue la angustia nacional soportada en las arenas de la Guerra del Chaco la
que motivó la acción feminista de trayectoria en Bolivia con singular repercusión en
nuestra América”723. Pero aunque Villanueva define a la LFEPA como una “institución
socialista”, la misma convocó a mujeres de diversos signos y sensibilidades ideológicas
en defensa del progreso social de la mujer y del niño, presentando en varios planos
ideas muy avanzadas724. El libro compilado por las hijas de Villanueva resulta un
documento privilegiado para reconstruir las actividades de la Legión y de la propia
activista feminista.
Cabe destacar a su vez que un énfasis particular fue concentrado en las
necesidades y demandas de la mujer trabajadora. Como ha remarcado María Elvira
Álvarez, la LFEPA se diferenciaba, precisamente en este punto, de las ideas
paternalistas y caritativas de las organizaciones feministas de los años veinte e
incorporaba con fuerza un programa de reforma social y una significativa apertura hacia
las clases populares, que incluía la demanda de indemnizaciones para empleadas y
obreras, subsidios por gravidez, derecho al divorcio, desayuno escolar, etc725. Es decir,

722
Etelvina Villanueva y Saavedra nació en Lima en 1898, donde obtuvo el diploma de maestra
normalista. Llegó a Bolivia en 1917 donde se desempeñó como maestra y profesora. Desde 1936 fue
directora de escuelas de Oruro y Potosí.
723
Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 17.
724
En su Organización y reglamento, la Legión establecía como “finalidad” los siguientes postulados:
a) vinculación femenina americana, b) asistencia social, c) culturización femenina, d) defensa social del
niño, e) postulados de paz nacional e internacional.
En cuanto a su Programa ideológico impulsaba: igualdad de derechos civiles y políticos con el hombre,
ratificación del tratado de nacionalización femenina [que las mujeres no perdieran su nacionalidad al
casarse con un extranjero], defensa de la madre soltera, derechos sociales y jurídicos del niño, difusión de
la doctrina pacifista, universidad popular para mujeres, establecer y reconocer el Día de la Empleada,
dignificación de la misión de la Madre y la Esposa, profesionalización femenina que dignifique la
independencia económica de la mujer, abolición del Reglamento de la prostitución, por la colaboración
médico social, responsabilidad social en defensa de los hijos, combatir el juego y el alcoholismo, la
coeducación en Escuelas y Colegios, educación sexual, enseñanza práctica de puericultura y primeros
auxilios, biblioteca para mujeres, gremialización femenina, vocero femenino (Villanueva, Acción
socialista…, ob. cit., p. 26).
725
Álvarez, Mouvement féministe…, ob. cit., p. 189. En un artículo en el diario orureño La Mañana, las
afiliadas a la LFEPA señalan: “Se pensará que se trata de una agrupación de hijas de capitalistas, de niñas
ociosas o de damas dadas a hablar de beneficencia en este u otro baile de caridad. Nada de eso. La Legión
Femenina de Educación Popular América, de la que estamos tratando, es apenas un núcleo de muchachas
valientes y emprendedoras que, sabiendo cuánto vale poner un ladrillo sin el aliento de nadie, echaron
sobre sí la responsabilidad de hacer algo que beneficie a los niños pobres que sufren en el Hospital y un

250
las demandas de progreso social de la mujer estaban enmarcadas en una perspectiva más
amplia teñida por el nuevo contexto “socialista” de la posguerra. O, en términos de
Gloria Ardaya, la LFEPA fue una señal de divorcio de las capas medias con las clases
dominantes, y de la constitución de estas como factor de cambio ante el fracaso en la
guerra del Chaco726.
Una de las legionarias más comprometidas con esta perspectiva era Angélica
Azcui, a quien ya hemos abordado como una de las mujeres más importantes del
sindicalismo desde la década del veinte, en el que participó como activista,
propagandista y como animadora cultural a través del grupo teatral Tiahuanacu y del
Cuadro Dramático Rosa Luxemburgo dirigido por Arturo Borda y vinculado a la
Federación Obrera de La Paz727. En los años treinta, en el marco de su participación en
la LFEPA, sumó a sus actividades conferencias en un parque público, en las que llevaba
las ideas de cambio social a los obreros paceños.
En la constitución de la Legión tuvieron un rol particular las dirigentas del
Comité de Acción Feminista y la organización logró una extensión nacional: constituyó
núcleos en La Paz, Sucre, Potosí, Cochabamba, Oruro y Santa Cruz, y aunque con
menos fuerza, en Trinidad y Tarija. Además, lograron sostener un periódico –El
Despetar– que funcionaba como vocero de la organización, que, aunque hoy es
inhallable, podemos rescatar parcialmente gracias al ya citado libro editado por las hijas
de Villanueva: Acción socialista de la mujer en Bolivia. En el marco de sus actividades
regionales, y mostrando una voluntad de extender el debate sobre los derechos
femeninos hacia el conjunto de la sociedad, una de las iniciativas emprendidas por la
Legión orureña fue la elaboración de una encuesta destinada a recoger opiniones sobre
las demandas de las mujeres. Difundida por el diario Noticias, la LFEPA orureña
auspició “una Encuesta sobre los Derechos Civiles y Políticos de la Mujer, teniendo en
cuenta que uno de los problemas de mayor importancia en la hora presente es el de la
liberación femenina, mediante el ejercicio de los Derechos Civiles y Políticos, hasta
ahora exclusivo para el hombre”. La pregunta decía: “En vista de su prestigio

día dijeron ‘Haremos’ y han hecho una obra magnífica” (Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 32).
Sobre las escuelas nocturnas para mujeres, escriben en La Nación de Santa Cruz: “Es la primera vez que
las obreras de Santa Cruz contarán con un plantel educacional que funcione en horas compatibles con las
que emplean en el trabajo, a que obligadamente tienen que entregarse para obtener su sustento diario,
pues el Estado sólo ha demostrado interés por la instrucción de los obreros, dejando en un plano irritante
de injusticia al elemento obrero femenino que nunca contó con una escuela nocturna” (Ibidem, p. 33).
726
Gloria Ardaya, Política sin rostro…, ob. cit., p. 21.
727
Lora, Historia del movimiento obrero… 1933-1952, ob. cit., pp. 255-256.

251
intelectual, solicitamos su valiosa opinión, invitamos a usted a tomar parte en dicha
Encuesta, insinuando responder las siguientes preguntas:
Primero: –Según sus observaciones, ¿la mujer boliviana tiene suficiente preparación
para que se le confiera derechos Civiles y Políticos?
Segundo: –¿Le parece justo y equitativo que siga excluida de esos derechos, aún
reuniendo condiciones ventajosas para el libre derecho de ellos?
Tercero: –En su concepto ¿se debe o no conceder los Derechos Civiles y Políticos a la
Mujer Boliviana?
Cuarto: –¿Qué sugerencias daría usted para orientar la iniciativa de esos derechos?
En la seguridad de obtener su importante respuesta, que orientará las actividades sobre
el tema de palpitante actualidad, nos suscribimos muy atentamente (Firmado: Dra.
Amelia Chopitea, Presidenta, Paz Nery Nava, secretaria)”728. Aunque no contamos con
las respuestas, la iniciativa evidencia el interés por captar opiniones y difundir en
círculos amplios las reivindicaciones femeninas centradas en los derechos civiles y
políticos, los temas que, como vimos, generaban visiones encontradas incluso entre las
mujeres.
No obstante, las disputas ideológicas alcanzaron su máxima tensión en ocasión
de una de las actividades más importantes desarrolladas por la legión: la Primara
convención de la LFEPA que sesionó en la ciudad de Cochabamba entre el 10 y el 19 de
noviembre de 1936 en medio de fortísimas polémicas y virulentas disidencias,
especialmente respecto de la posición de las participantes respecto de la Iglesia católica
y el clericalismo. La reunión tuvo una amplia cobertura de la prensa, y fue inaugurada
por autoridades municipales –incluyendo al alcalde–, el grupo de rotarios y
personalidades e intelectuales locales; el Comité Cívico Femenino realizó una sesión de
honor en el Salón Rojo del Honorable Concejo Municipal y Antonio Barrenechea
disertó sobre la labor de madres y maestras en ese contexto de “reconstrucción de la
nacionalidad”. Pero el tono de Etelvina Villanueva escapó a los formalismos y,
anticipando alguno de los debates que se vendrían, hizo referencia al “rol que
corresponde en estos momentos a la mujer revolucionaria”729.

728
Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 30.
729
El País, 11/11/1936, reproducido en ibidem, p. 42.

252
“Debemos deshacernos de las sotanas”

La primera sesión trascurrió en el salón de acuerdos del Concejo Municipal, donde


Villanueva hizo una retrospectiva de la guerra del Chaco, destacó el dolor de las madres
y llamó a laborar para las futuras generaciones. Varios discursos hicieron eje en el
pacifismo en tanto que la delegación de Oruro, “en un saludo ardiente, habló del
proletariado, de sus necesidades y se hizo presente por la emancipación de la mujer”. El
doctor Macedonio Urquidi –en nombre de la Sociedad Geográfica y del Centro Obrero–
dio parabienes a las mujeres de vanguardia730. Pero fue en la segunda sesión cuando la
tensión fue in crescendo al ritmo de las deliberaciones. Si la ponencia sobre la
investigación de la paternidad halló consenso, más polémica fue la intervención de una
legionaria que manifestó: “Ya debemos dejar de ser fanáticas y deshacernos de las
sotanas. Abracemos la religión de Cristo, pero no la de los sacerdotes”731.
En realidad, la reacción contra la curia fue producto de un irritante artículo
aparecido en el órgano clerical El Lábaro de Sucre con un tono de irrespeto y agravio
hacia las mujeres y especialmente hacia las feministas, a las que trataba de
“marimachos”732. La Dra. Carmela Zuazo se quejó de la “intolerancia de los elementos
reaccionarios” y de la “campaña difamadora” que desde las páginas de El Lábaro
debían soportar las mujeres, y describió la labor de defensa que debieron desarrollar
frente a la actitud del obispo de La Plata, Monseñor Pierini. A su turno, Julia Reyes

730
El Imparcial, 13/11/1936, reproducido en ibidem, pp. 44-45.
731
Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 47.
732
Titulado “¡Alarma!”, el artículo expresaba en algunas de sus partes: “Estoy asustado, apenado al
extremo de no poder callar. Creerán que por la famosa masacre en España, que soy español y me alarmo
por mi familia. No, felizmente. Otro es el temor que me invade, al saber que aquí se está organizando una
sociedad de señoras con fines trascendentalmente funestos. Pero me dirán ¿qué tienes tú que ver con las
señoras? Mucho por ahora y muchísimo porque es el caso que tal sociedad tiene por objeto desmoralizar,
malearlas, hacerlas marimachos, libres de la potestad de los maridos, con todos los derechos del hombre,
cínicas a las sanciones sociales, impávidas en sus faltas usurpadoras de legítimos derechos y estudiantes
de una ciencia, que al hacerse explicar su contenido, si yo fuera chileno habría exclamado:
¡Qué cochinas…!
¿Y Creen ustedes lectores y lectoras jóvenes que los jóvenes decentes se van a poder enamorar de esos
masculinos como ellas? ¿Que en vez de tiernas miradas, de lágrimas de pena, de ráfagas de candor, va a
encontrarse con un abogadil malicioso, irónico que le muestre en vez de una sonrisa, un artículo del
Código? ¿Qué lo viva amenazando con denuncias, juicios, y el colmo que le enseñe ELLA la nueva
ciencia, aquella que yo, hombre, no me animo a clasificar?
Pues no señores; si la mujer de su clase, si la señora de su medio, ya no es mujer con las virtudes que
atraen, con las gracias candorosas que impresionan, qué sucede sino otro masculino, más corrompido que
él, tiene que buscar en la clase baja, a nuestras mujercitas, a nuestras cholitas, que junto con la pollera,
conservarán el feminismo natural y necesario para inspirar el amor, que los masculinos no inspiran.
Señoras Católicas, no os dejéis alucinar con aquello de que es una Sociedad feminista fundada para
mejorar a la mujer, para defender sus derechos, bajo ese velo se oculta la perversión moral más descarada
e impúdica” (El Lábaro, 10/9/1936, sección “Nuestro Buzón”, reproducido en Villanueva, Acción
socialista…, ob. cit., p. 55).

253
Ortiz Canedo sostuvo que “el clericalismo es la perversión de la mujer”, lo que provocó,
según el diario El País –simpatizante del ala izquierda del congreso–, que fuera
aplaudida prolongadamente. La presidenta del congreso, Etelvina Villanueva, reaccionó
con indignación ante la lectura del recorte de El Lábaro, manifestando que “ya era
tiempo de deshacerse de la influencia clerical y que se debía protestar en un amparo a la
compañera Zuazo”.
Este tipo de posiciones alteraron la unanimidad del congreso. Fidelia Corral de
Sánchez –convertida en vocera de las conservadoras– alzó la voz contra las críticas a la
iglesia, señaló que no era correcto que el congreso se pronuncie en contra del elemento
clerical y pidió –entre aplausos– que “no se empiece con protestas contra ningún grupo
social”. Villanueva respondió que no se trataba de una protesta injustificada, que las
legionarias tenían mucha paciencia pero también el derecho a defenderse733, y a su vez,
Cira Aguayo manifestó una posición similar. Finalmente el debate giró en torno a cómo
repudiar al director de El Lábaro, sin extender las críticas hacia el conjunto de la iglesia
ni hacia el obispo Pierini.
Aguayo sumó su tesis sobre el pacifismo, un tema al que la Legión prestaba
particular atención. Empero, Corral de Sánchez, volvió al ruedo para oponerse a esas
posiciones alegando defender con franqueza el patriotismo y el clericalismo. Y las
discusiones continuaron con la cuestión de los derechos políticos, materializada en la
propuesta de tesis presentada por la Dra. Carmela Zuazo. Retomando los debates que ya
se desarrollaban en la prensa, varias delegadas –entre ellas Luisa Mendoza y,
sorprendentemente, Cira Aguayo– expresaron su oposición a aprobar esa “tesis”,
sosteniendo que “la mujer boliviana no está preparada para hacer uso de esos derechos”.
Pero este era un tema particularmente sensible para las legionarias y las pasiones
llegaron a tal punto –en “un desorden verdaderamente criollo”– que obligaron a la
presidenta Villanueva a suspender la sesión.
En este marco de crispación fue que una moción, relativamente anecdótica, que
se aprobó en apariencia sin conflictos, devendría más tarde una fuente de discordia que
informa sobre la heterogeneidad ideológica del evento: en la cuarta sesión, y ante un
numeroso público, se formuló un “voto de admiración y adhesión a la mujer española,
en la persona de la gran escritora [sic] conocida por La Pasionaria”734. Al mismo
tiempo, se acordaba “denunciar ante la conciencia universal los manejos inicuos del

733
Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 52.
734
Ibidem, p. 58.

254
capitalismo parasitario, que por afianzar sus derechos arrastra a las masas a la
hecatombe y la desgracia”. Angélica Azcui propuso sumar en la denuncia “al fascio, al
clericalismo y al capitalismo improductivo, que amenaza destruir los derechos de la
clase proletaria”735. Pero si la moción de simpatía por la Pasionaria se había votado
junto con otros temas y sin mayores problemas, la cuestión retornó en la sexta y última
sesión y se ubicó en el centro del debate junto a las divisiones, cada vez más profundas,
entre clericales y anticlericales. Adicionalmente, varias legionarias del bando clerical se
oponían a las tesis de Aguayo sobre “la enseñanza de la historia correlativa a las ideas
pacifistas”736.
El reporte de El País informa que fue tanto el desorden que Villanueva debió
suspender la sesión, lo que no impidió que poco después se hiciera cargo del evento
Corral de Sánchez quien, según el mismo reporte, comenzó a proceder
“dictatorialmente”737. La vocera del clericalismo propuso reconsiderar el voto de apoyo
a “la escritora y agitadora española” Dolores Ibárruri, ya que ese voto no era otra cosa
que “un recurso político contra la religión”. Paralelamente, pidió que fuera
reconsiderado el voto lanzado contra el obispo de sucre, Monseñor Pierini. El
argumento fue curioso, Corral de Sánchez manifestó –entre aplausos de la barra,
compuesta mayoritariamente por alumnas del Colegio Irlandés, y el rechazo de la
mayoría de las legionarias– que “nos han sorprendido con esos votos y recién en
nuestras casas hemos reflexionado”. Ambas proposiciones fueron rechazadas, pero eso
no desalentó a la legionaria, que reclamó, contrariada, que esas votaciones no constaran
en actas, ya que, en caso contrario se calificaría como acción comunista el trabajo de la
LFEPA. Finalmente, en la séptima y última sesión, Corral de Sánchez se retiró del
congreso.
En efecto, desde las páginas de El Diario, se vinculó al evento con ideas
extremistas y se sostuvo que “Deben disolverse las legiones femeninas [ya que] Los
diarios de Cochabamba aseguran que tienen carácter comunista”738. Es más, en un
artículo titulado sin ambigüedades “Aberraciones femeninas”, un articulista interpretó
que la “‘protección de la madre soltera’ se traduce prácticamente en ‘protección y
estímulo a la prostitución’” y retomó las polémicas sobre la Pasionaria. Para el

735
Ibidem, pp. 58-59.
736
En la misma sesión se escucharon tesis sobre la pena de muerte (de Rosa Morales), el Registro civil
(de Esilda Villa) y desayuno escolar y universidades populares (de Etelvina Villanueva).
737
El País, 18/11/1936, reproducido en Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., pp. 60-61.
738
“Deben disolverse las legiones femeninas”, El Diario, 11/12/1936, p. 3.

255
articulista, la mujer española no está simbolizada en absoluto en Dolores Ibarruri, “que
es la más fanática propagandística del ‘amor libre’”, y aseguró que en uno de sus
“accesos de fobia dio muerte a un indefenso sacerdote, en la calle Alcalá de Madrid, a
mordiscos, cortándole la arteria carótida con sus propios dientes [sic]”. Por eso se
preguntó con tono inquisidor: “¿Es ante esta mujer que las congresistas se ponen en pie
en testimonio de admiración y es esta mujer que se quiere proclamar como prototipo de
la mujer española?”739.
En este clima hostil, durante su discurso de clausura, Villanueva intentó correr el
velo que había empañado el congreso. Señaló que se buscaba echar sombras sobre su
conducta y sobre la convención, “manifestándose que traía ideas comunistas, que
pretendía encender el fuego del desastre social y no se ha mirado ni se ha querido mirar
que la Presidenta es autora de un Proyecto de Resolución en el que acusa de
improcedente en nuestro medio la adopción de doctrinas que vienen del viejo mundo y
aboga por la organización de doctrinas sociales nacidas en nuestro suelo americano”.
Concluyó que, no obstante, “en esta convención solo se ha destacado los errores
comunes en que siempre intervienen las mujeres, que están cegadas por el fanatismo
clerical”740.
Pero esas discusiones se trasladaron a la prensa, dejando en evidencia que la
reunión tuvo repercusiones en el debate público, en un contexto en el que las ideas
reformistas atravesaban a amplios sectores sociales y una concepción anticomunista del
socialismo iba haciendo carne, como veremos más ampliamente en la tercera parte de
esta tesis, en numerosos bolivianos. El País de Cochabamba, donde predominaban ideas
de izquierda, sostuvo que “Hemos aplaudido las primeras deliberaciones del Congreso
Feminista que se realizó bajo los auspicios de la Legión Femenina de Educación
Popular, pero en las últimas reuniones hemos notado una marcada reacción clerical y
escuchado discusiones tan pueriles y bizantinas que no valía la pena consignarlas”; al
mismo tiempo el tabloide bregaba por los derechos y la mejora en la vida de la mujer
boliviana, “especialmente de la mujer proletaria”741.
Los debates –que tuvieron en su centro al socialismo, la religión y el feminismo–
alcanzaron también a la prensa oficialista ya durante el régimen del socialismo militar,
donde los “socialistas conservadores” gozaban de amplio espacio. En una columna

739
“Aberraciones femeninas”, El Diario, 27/11/1936, p. 11.
740
El País, 19/11/1936, citado en Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., pp. 70-71.
741
El País, 19/11/1936, citado en ibidem, pp. 63-64.

256
titulada “A mis hermanas” dentro de la sección Glosario sentimental del periódico El
Socialista –“Órgano del Partido Socialista de Cochabamba”–, una mujer que firma
“Maritza” busca aclarar que el socialismo no debería ser de ningún modo irreligioso,
ateo o anticatólico. Por el contrario, sostiene, varios padres de la Iglesia, como los papas
León XIII y Pío X “consagraron los derechos de las clases proletarias a la justicia
social”. “He leído el programa mínimo de la Junta Militar Socialista de Gobierno y he
encontrado que la mayoría de las prescripciones de la Encíclica de Rerum Novarum de
León XIII, dictada en 1902, está en tal programa”. Para “Maritza”, las mujeres deben
defender especialmente el socialismo “porque así defendemos nuestros hogares y
nuestras costumbres santificadas por el bien”742. El 2 de diciembre de 1936, El
socialista publica un largo manifiesto, ya durante el socialismo militar, que el periódico
progubernamental titula “El socialismo recibe una ponderable adhesión femenina”. Sin
embargo, contra lo que podría esperarse, se trata de un pronunciamiento que busca
“deslindar la posición del grupo más representativo de la Legión Femenina” frente a un
grupo caracterizado como comunista y anticlerical. El texto, cargado de fuertes tintes
conservadores, señala que “Cuando se celebraba el Congreso de las Legiones
Femeninas […] hicimos algunos estudios sobre la función social de la mujer boliviana,
censurando con energía su alejamiento del hogar, su desvinculación de la familia, su
irrespetuidad [sic] con las normas de moral austera, su esnobismo y su errada
concepción del modernismo. Una campaña de esa naturaleza no puede menos que ser
acogida con aplauso por los sectores sensatos, porque defendimos los prestigios de la
mujer boliviana, prototipo de virtud, y enaltecimos, como socialistas, los predicamentos
que hicieron de la mujer cochabambina, un ejemplo de virtudes intachables”743. Sin
embargo, las tendencias opuestas en la reunión dieron paso a una suerte de desbande y
“a comentarios de diversa índole y sabor”.
Un “Manifiesto de la Legión Femenina de Cochabamba”, impulsado por la
disidente Corral de Sánchez (sin la firma de Cira Aguayo) cuestionó el haber “traído al
congreso cuestiones relacionadas con votos de amparo a la Pasionaria y de censura de
asuntos clericales, ya que uno de los postulados [de la LFEPA] es no tratar
absolutamente de religión ni de política, con el fin de respetar las creencias de cada

742
El Socialista, Cochabamba, 1/12/1936, p. 5.
743
El Socialista, 2/12/1936, p. 4.

257
socia”. Según El Diario, el “voto de amparo” fue firmado “por unas trescientas damas
[...] que preconizan la doctrina de Cristo”744.
Por otro lado, las firmantes del documento se declaran alejadas de cualquier
tendencia comunista y disociadora de la familia boliviana. “Queremos que la mujer sea,
ante todo mujer, y que no pierda su feminidad por seguir doctrinas importadas que la
lleven al menosprecio de esa dignidad”. Sus postulados –dentro de un difuso
“socialismo nacional”– son el mejoramiento de la raza, la educación del indio, el
amparo del niño y la organización del trabajo. El ala conservadora del congreso tuvo un
aliado estratégico: el Colegio Médico de Cochabamba, institución que no tardó en
sumarse a la polémica y presentó una censura por haber tratado las mujeres en su
congreso “asuntos que no le incumben”, en referencia al aborto. Esa institución le
sugiere a las Legionarias hacer “labor efectiva culturizando a la mujer y haciéndola
conocer su verdadera misión biológica, preparándolas para ser madre y esposa”745.
Es más, en una acción más decidida, las disidentes desautorizaron a Etelvina
Villanueva y declararon disuelta la Legión Femenina de Educación Popular América746.
La maniobra de esta última, según la opinión de las firmantes, consistió en haber
transformado una reunión de la legión femenina en un congreso que terminó por
desnaturalizarse al avalar a la Pasionaria y a la “comunista paraguaya” María de
Cassati, precisamente cuando “El comunismo no solo en Bolivia sino en casi todos los
países se encuentra al margen de la ley. La misma guerra civil en España no es sino la
tendencia de ahogar por un lado el comunismo y por el otro de imponerlo ayudados por
la PASIONARIA”. En el caso de María Freixe de Cassati, las firmantes hacían
referencia a una activa feminista argentina que había hecho de Paraguay su patria
adoptiva y aunque había apoyado la llamada Revolución febrerista de 1936, poco
después fue desterrada por sus ideas izquierdistas a Bolivia, donde se vinculó con
Etelvina Villanueva y otras feministas747.

744
“Un voto de amparo a raíz del congreso femenino”, El Diario, 8/12/1936. Cfr. también “Etelvina
Villanueva directora de las legiones femeninas de Bolivia hace declaraciones para ‘La Calle’”, La Calle,
23/12/1936, p. 4. Allí Villanueva afirma que el Congreso de Legiones ha fracasado, y acusa a las “damas
fanáticas” de conspirar contra el feminismo renovador.
745
El Socialista, 24/11/36, p. 6.
746
Por las ex legionarias de Cochabamba firman Fidelia C.Z. de Sánchez, Mercedes Rodríguez Z., María
Quiroga Vargas, Aury Albornoz, R. de Carrasco, Elsa Anaya Fernández, María Paz Soliz T.
747
María F. de Cassati, fue presidenta de la Unión Femenina de Paraguay, fundada tras la revolución, y
dirigió el quincenario Por la mujer. En una carta a Etelvina Villanueva destaca que el periódico “tenía
mucho éxito y recorría por toda la República; las cartas que recibía de la campaña me alentaban mucho”
(Carta de María F. de Cassati, Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 127).

258
Con posterioridad a este congreso, la Legión Femenina de Educación Popular
América fue declinando. Hacia el final de la década, Villanueva vuelve a ocupar las
páginas de los periódicos debido a su detención por parte de la policía y su destitución
del cargo de directora de la escuela “Antonio Quijarro” de Potosí acusada de alentar a
los maestros y alumnos potosinos a una huelga que derivó en desórdenes callejeros748.
La noticia repercutió ampliamente en la prensa y generó comunicados de rechazo por
parte de varias federaciones del magisterio.
No obstante, pese al declive de la organización, no cabe duda de que la acción de
Etelvina Villanueva desde la LFEPA, que combinaba la lucha por “abolir la explotación
del capitalismo, amparar a la Madre y proteger al Hijo”749 puso el feminismo y la lucha
por los derechos de la mujer en un escalón superior, al articular demandas de género
con una perspectiva de clase en defensa de la mujer proletaria. Tras el congreso de la
LFEPA, Enrique Vargas Sibila (médico especializado en tisiología, ensayista y más
tarde rector de la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier, y también
parte de la “generación del Centenario”) escribió en La Prensa, de Sucre, que
Villanueva, “con la abierta actitud que acaba de tomar en el seno de la Legión Femenina
de Educación Popular América, peleando con beatas y pechoñas, ha cobrado –recién–
particular interés para nosotros” y sostiene que ya “salida de una legión absurda, de
mujeres fanáticas, libre de contaminaciones burguesas, podrá formar –como se
propone– un bloque de mujeres socialistas bolivianas”. Vargas Sivila prosigue que es
necesario un socialismo auténtico “mezcla de intelectuales y obreras (de maestras,
escritoras, palliris∗) persiguiendo con Marx, una sola causa, la del proletariado
universal”. Prosigue interpelando: “Etelvina Villanueva, Camarada: Agrupe a las
mujeres, pero no olvide nunca a las mujeres proletarias, entonces le irá bien”750. Para el
intelectual potosino, un socialismo femenino finalmente quizás podría ser capaz de
superar la “chacota de los hombres”, subsumidos nuevamente en la “politiquería
nacional”.
Cabe destacar nuevamente que este nuevo feminismo se construyó contra “la
mentira filantrópica cargada de frases huecas” –al decir de Angélica Azcui–. En una

748
La Calle, 26/04/1939.
749
Manifiesto de la Legión Femenina de Educación Popular América, Despertar, Potosí, noviembre de
1936. Reproducido en Villanueva, Acción socialista…, ob. cit., p. 93.

Buscadoras en idioma quechua, las palliris son mujeres mineras que rascan entre las rocas en busca de
minerales de algún valor, en el exterior mina.
750
Enrique Vargas Sivila, “Socialismo femenino”, La Prensa, diciembre 1936, reproducido en
Villanueva, Acción Socialista…, ob. cit., pp. 102-103.

259
entrevista concedida al periódico La Calle, la agitadora y artista radical manifestó que
“las mujeres socialistas, las que perseguimos un sincero ideal, colectivo, no queremos
ser ‘filantrópicas’; no queremos nada por ‘caridad’, sino por el imperativo de los
derechos humanos y por la ley del ‘servicio’ que mutuamente nos debemos entre los
componentes de una nación y del mundo”751. El congreso de la LFEPA, en ese sentido,
“ha tenido la virtud de mostrarnos la experiencia real de lo que podemos esperar de esas
mujeres que prodigan la caridad con la mano derecha y siembran el oscurantismo con la
izquierda”.
En esta lucha, estas “mujeres socialistas” bolivianas se vincularon con
intelectuales y activistas feministas de América Latina. Tal es el caso de la feminista
chilena Isabel Morel752, quien le promete a Villanueva en una carta enviarle “muy
pronto algunos artículos exclusivos para ‘Despertar’”, el sociólogo chileno Luis
Lagarrigue y Nelly Merino Carvallo, editora de la revista pacifista Mujeres de América
en Buenos Aires.
Aunque las divisiones internas hicieron fracasar a la Legión, los debates
promovidos en pos de los derechos civiles y políticos de la mujer volverán a aparecer,
como veremos, en la Convención Constituyente de 1938, cuando el voto femenino
abrirá nuevamente encendidas polémicas dentro y fuera del recinto. Si los derechos
civiles fueron alcanzados en el gobierno de David Toro (1936-1937)753, los derechos
políticos informarán sobre los obstáculos en el tránsito hacia una mayor igualdad
ciudadana, como veremos en la tercera parte de esta tesis.

751
Villanueva, Acción Socialista…, ob. cit., pp. 104-105; y Angélica Azcui, “El Congreso Feminista
reunido en Cochabamba”, La Calle, 23/12/1936, p. 7.
752
Fundadora la Unión Femenina de Chile, autora de Charlas femeninas (1930) y directora de la revista
Nosotras en los años treinta.
753
Porfirio Díaz Machicao, Toro Busch Quintanilla…, ob. cit., p. 39.

260
Conclusiones

En esta parte hemos abordado la disputa por la nación en la primera mitad de la década
del treinta a partir de tres dimensiones.
La primera dimensión está constituida por la expansión más organizada y
sistemática del comunismo a partir de sus principales centros difusores en la región: el
Bureau Sudamericano y la CSLA, que desde Buenos Aires/Montevideo buscaron
expandir la “idea comunista” tal como la entendía el cada vez más poderoso régimen
soviético y –sobre todo– moldear grupos sindicales y políticos según el modelo
marxista-leninista-stalinista, acorde a las tareas del llamado “tercer período”, en el que
la caracterización de que el capitalismo se enfrentaba a su última etapa (en medio de
guerras y revoluciones) planteaba duros desafíos a un comunismo latinoamericano que
encontraba grandes obstáculos para su desarrollo. Fueron las actividades de la IC –junto
al antiguerrerismo y el antinacionalismo– las que hicieron emerger un fuerte temor entre
las élites políticas bolivianas a un fantasma del comunismo que era más imaginario que
real, aunque la radicalización de las masas aparecía ciertamente como un desafío inédito
al viejo orden liberal-conservador.
El llamado “descubrimiento de América” por parte de la IC coincidió con la
estrategia “clase contra clase” –con derivas aislacionistas y sectarias754– que condenó a
los intelectuales a un papel especialmente sospechoso, lo cual, en el caso boliviano, creó
un muro de desconfianzas y desencuentros con una de las figuras más prometedoras del
campo comunista (o al menos con voluntad de comunismo) local. Creemos que
precisamente esa actitud frente al joven Arze –quien pese a todos sus esfuerzos y al
hecho de ser considerado en Bolivia como un estalinista convencido no logró jamás ser
aceptado por Moscú– explican, al menos en parte, la imposibilidad de organizar un
partido miembro de la IC, el cual verá la luz recién en 1950. Entretanto, el sospechado
Arze se fue convirtiendo en referente de una importante y singular corriente de
“comunismo nacional” (especialmente en la década siguiente).
754
Hernán Camarero, “La estrategia de clase contra clase y sus efectos en la proletarización del Partido
Comunista Argentino, 1928-1935”, en Carlos Aguirre (ed.), Militantes, intelectuales y revolucionarios.
Ensayos sobre marxismo e historia en América Latina, North Carolina, Raleigh, 2013, pp. 21-50.

261
Una segunda dimensión en la disputa por la nación que buscamos iluminar en
esta segunda parte fueron las ideas vitalistas, teluristas y comunitaristas, que trabajaron
en el extenso y denso campo del indianismo, y que recortamos en función de los
objetivos de este trabajo: captar las dinámicas de la disputa por la nación (y
contextualizar los términos en juego).
A su vez, la búsqueda de un ancla para pensar una nación más asentada en sí
misma buscó dejar atrás el modelo de intelectual liberal de la primera parte del siglo–
cuyas propuestas civilizatorias partían de un desprecio hacia lo nativo y hacia el país
que les había tocado en suerte755. Para el indianismo de los treinta, es posible que el
pueblo estuviera “enfermo”, pero esas “taras” comenzaron a ser atribuidas más
directamente a la explotación de que era víctima (por parte de blancos y/o mestizos,
según los análisis) y por lo tanto a considerarse que la “enfermedad” tenía cura.
Además, –en una atmósfera vitalista y telurista, afianzada por visitas como la del Conde
de Keyserling en 1929 y las influencias de Oswald Spengler– se comenzó a buscar las
energías de la nación en sus propios habitantes. Si detrás de esa raza vencida y
desgraciada hubo un gran imperio (Tiwanaku) era posible acudir a él para arrancarle
esas energías vitales. De este modo, mientras el indianismo romántico/arqueológico
buscaba recuperar la “cultura”, un emergente indianismo socioeconómico –a menudo no
menos romántico– se proponía recuperar la tierra y las formas de autogobierno propias
de las comunidades. Fuera desde el antiigualitarismo (Posnansky) o desde la izquierda
(Pérez), estas diferentes caras del indianismo de los treinta encontraron vías de
intercambios y comunicación, y, aunque desde posiciones no pocas veces
paternalistas/civilizatorias, pudieron transformar simbólicamente una nación apenas
centenaria en otra varias veces milenaria, llena de mitos y misterios que no sólo serían
simple expresión de la ignorancia de unos indios semisalvajes sino el escondite donde
se encontraban las energías y emociones necesarias para (re)construir una nación que
atravesaba una guerra que conduciría a una nueva derrota bélica.
La tercera dimensión que analizamos fue el modo en que un grupo de mujeres,
que comenzaron a actuar como intelectuales públicas, se posicionó en la disputa por la
nación. En ese sentido, el significante feminismo declinó diversos significados, que a la
luz del conflicto bélico, interactuó con varias reconfiguraciones –materiales y

755
Cfr. Salvador Romero Ballivián, “El nacimiento del intelectual en Bolivia”, Revista de Ciencia y
Cultura, Nº 19, julio de 2007, La Paz. Versión on line consultada el 10/1/2009, disponible en
http://www.scielo.org.bo/scielo.php?pid=S2077-33232007000200002&script=sci_arttext

262
simbólicas– del rol de la mujer en una sociedad profundamente tradicionalista y
aristocratizante. En ese marco, figuras como María Frontaura Argandoña, Etelvina
Villanueva, Angélica Azcui y varias otras, no sólo se ocuparon de los problemas
considerados “femeninos” sino discutieron la cuestión de la guerra, la indianidad, el
socialismo, y buscaron romper vínculos con sus propios orígenes clasistas y
relacionarse con obreros e indígenas que trataban de perforar los techos de cristal que
los mantenían en una situación de opresión étnica-social.
Dicho esto, de ninguna manera tomamos estas dimensiones de forma separada.
Por el contrario, en los vínculos, puentes y precipicios entre las ideas sobre clase,
etnicidad y género, se tejió –como tratamos de mostrar– una disputa por la nación que
tuvo como condición de posibilidad la ruptura de sectores medios –y acomodados– de la
sociedad con la llamada “rosca minero-feudal” (precisamente el grupo que subsumimos
en la generación del Centenario) al tiempo que trataban de imaginar, como veremos en
la tercera parte, una nación más densa. Aunque la guerra fue en efecto un parteaguas
histórico en muchos sentidos, en el próximo apartado veremos de qué modos, y con qué
dificultades, una serie de jóvenes que hicieron su experiencia en el Partido Nacionalista
de Siles (y otros que provenían de la izquierda más radical) volverán a la escena y
disputarán contra “los viejos” el sentido de la nación en tanto portadores de un proyecto
societal marcado por diversas –y a veces antagónicas– figuras del socialismo.

263
TERCERA PARTE

¿UNA NACIÓN MÁS DENSA?


El socialismo como salvación nacional

264
Introducción

A finales de la guerra del Chaco, se fue construyendo un imaginario político renovador


que identificó la decadencia nacional –y la propia derrota bélica– con los partidos
tradicionales y, entre estos, el Partido Liberal se llevó la peor parte en términos de
desprestigio. Otros, como el saavedrista, buscaron adaptarse incorporando, con escasa
fe, las nuevas sensibilidades. Así, el viejo caudillo del Centenario agregó el término
“socialista” al nombre del Partido Republicano, y esta fuerza se sumó al entusiasmo por
el corporativismo con el que se buscaba revertir los males de la República liberal.
La posguerra fue un semillero de grupos de izquierda. Además de Beta Gama –
más tarde rebautizada Acción Socialista Beta Gama– se fundaron agrupaciones con
nombres como “Izquierda” en Cochabamba (donde militaba Arze, Ricardo Anaya y
Mendizábal), “Henry Barbusse” en La Paz, “Antahuara” y “Ariel” en Sucre, “Avance”
en Oruro, o Frente Popular en Potosí (donde militaba Carlos Medinaceli). A su vez, a
fines de 1935 fue fundada la Legión de Ex combatientes, que asumirá un importante
papel en los siguientes años fluctuando entre el apoliticismo y el socialismo de Estado.
Por su parte, el sindicalista gráfico Waldo Álvarez participó de la creación del grupo
Nueva Ruta, que luego de conversaciones con el ala izquierda de Beta Gama (alentada
por Aguirre Gainsborg) pasó a conformar el Bloque Socialita de Izquierda756. Como se
ve, el POR aún no era una realidad al interior de Bolivia, y Aguirre G. buscaba
alternativas de reagrupamiento de la izquierda.
Pero donde la posguerra coincidió con –y provocó– una crisis interna de grandes
proporciones fue en el Partido Nacionalista: si en su gestión del poder (1926-1930) el
partido de Hernando Siles había logrado una convivencia entre izquierda y derecha,
subordinando a la primera que estaba encarnada por los jóvenes de la “generación del
Centenario”, en 1935 ese equilibrio ya se mostraría imposible, con los jóvenes
dispuestos a provocar una crisis que acabaría a la postre con la virtual disolución del
propio partido. El escenario elegido para la ruptura generacional fue la convención

756
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 74.

265
reunida el 1 y 2 de octubre en La Paz, donde la actuación juvenilista tuvo una gran
repercusión en la prensa. El periódico Última Hora, dirigido por Arturo Otero y Jorge
Canedo Reyes– actuó como un aliado estratégico del ala izquierda del nacionalismo y
desde sus páginas apoyó sin tapujos la escisión “contra el tradicionalismo”. Es más, el
diario paceño se desmarcó de las “empresas industriales periodísticas al servicio de los
intereses creados” y brindó una amplia y entusiasta cobertura a la convención silista y a
la disidencia juvenil. Incluso denominó a esta última una “fuerza mesiánica de
renovación” y la comparó con la revolución de Jesucristo: “una revolución del espíritu
que rompe con el pasado para ascender a una nueva vida”, una revolución contra los
“viejos profetas impotentes”757.
El portavoz de la revolución interna del Sector Revolucionario de Izquierda
(luego rebautizado Célula Socialista Revolucionaria) fue Antonio Rico Toro, quien en
una enérgica alocución, en el segundo día de la convención, se lanzó a “un magistral
deslinde de fronteras entre la acción de los hombres maduros y el papel jugado por los
elementos jóvenes del partido”, a partir de lo cual distinguió una tendencia
conservadora –de derecha– y la tendencia revolucionaria –de izquierda–. Para Rico
Toro, fue esta tendencia conservadora la que neutralizó la acción juvenil cuando el
Partido Nacionalista estuvo en el poder en la segunda mitad de la década del veinte, lo
cual, sumado a “móviles biológicos y éticos”, justifican la brusca ruptura con “el pasado
ominoso y servil”758. Además de Rico Toro, la cabeza del bloque estaba conformada por
Baldivieso, José Tamayo y Carlos Montenegro.
En una decisión con fuerte sentido de la teatralidad, el Sector Revolucionario de
Izquierda entregó “la bandera, el credo y la dirección del partido” a los elementos
conservadores y abandonó definitivamente el silismo “para sumarse al gran movimiento
de renovación política y social que anima a la juventud de toda la república”. El voto
juvenilista cayó como una bomba, la presidencia ad-hoc buscó una fórmula dilatoria
para aplacar la tormenta. Un convencional propuso la formación de una “comisión
depuradora” para deshacerse de los malos elementos y purificar las filas nacionalistas.
Otro, Teddy Hartmann, acusó a los jóvenes de “tarados”, ante lo cual recibió gritos de
“derechista”, “conservador”, “tradicionalista”. “Lamento no haber traído el traje negro
para el entierro del partido –prosiguió Hartmann–. Yo, señores, ya estoy cansado de

757
“Un movimiento histórico. Fue sensacional la escisión del nacionalismo. La juventud se agrupa en un
sector revolucionario de izquierda. Sentido mesiánico de la acción juvenil”, Última Hora, 3/10/1935, p. 5.
758
Idem.

266
escuchar hablar de juventud e ideas jóvenes. Los que tenemos 45 años pertenecemos al
consejo de ancianos”. Y lanzó –en una poco velada acusación al ala izquierdista– que
dada la situación partidaria era preferible crear un partido sindical-comunista”759.
En medio de un clima caldeado, el sector juvenil se retiró ruidosamente de la
Convención Nacionalista, lo que, en la práctica, constituyó en efecto una especie de
sepelio del partido silista. Pero una vez disuelta la convención, los disidentes volvieron
a las 18.10 horas a sus butacas del Teatro Municipal, ya no como nacionalistas sino
como socialistas, e instalaron las sesiones de la Asamblea Revolucionaria. En ese
marco, fue elegido un Comité Ejecutivo del Sector Revolucionario de Izquierda,
compuesto por Enrique Baldivieso, José Tamayo, Bernardo Trigo, Carlos Montenegro,
Fernando Campero, el delegado obrero Felipe Tovar y René Ballivián Calderón. El
dilema planteado por Baldivieso no admitía, según los jóvenes, negociación posible:
“Con la guerra viene la escisión ideológica, aparece el dilema: o la generación o el
partido”.
Con “palabra fluida, gesto elegante y voz rotunda” –según los elogios de Última
Hora–, Baldivieso fue la figura de la rebelión generacional y para justificarla realizó un
balance crítico del accionar de la juventud nacionalista, especialmente centrado en el
“prematuro ascenso al poder [con Hernando Siles a mediados de los años veinte]” y las
luchas posteriores a la caída del silismo en 1930760. Baldivieso recalcó que “por la
dolorosa experiencia adquirida en cinco años de persecuciones, de cárceles de destierros
y de venganzas sectarias, esa juventud –que además acaba de pasar la gran valla de
fuego del Chaco– se ha purificado ganando por propio derecho una situación de
vanguardia en la renovación material y espiritual del país”. Finalmente, el ex dirigente
universitario de 33 años expresó la necesidad de “sustituir los caducos principios de la
economía liberal y del romanticismo democrático por una moderna concepción del
estado en función económica-social, que lejos de ser una simple prédica peudo-
socialista, sea una auténtica transformación estadual mediante nuevos organismos
funcionales corporativos”. Este Estado corporativo, remarca Última Hora, es el que
responde a las “modernas corrientes filosóficas, económicas y sociales”761. El dirigente
obrero Moisés Álvarez, desde la prensa, apoyó a los disidentes del nacionalismo y
escribió: “Los partidos políticos tradicionales han cumplido ya su misión histórica en el

759
“Se planteó ayer la disolución del nacionalismo”, El Diario, 3/10/1935.
760
“Un movimiento histórico…”, ob cit.
761
Idem.

267
país […] en cambio se han vigorizado las ideas socialistas del proletariado, que ahora
teniendo como vanguardia a las juventudes intelectuales que buscan proletarizarse, se
aprestan a tomar los destinos del país bajo la instauración de un Estado verazmente
socialista”762.
Entretanto, el Partido Republicano Socialista (saavedrista) incorporó una
retórica aprista para atraer a jóvenes inconformistas, argumentando que Saavedra fue el
presidente que en la primera mitad de la década del veinte dictó una legislación social
pionera. “Hay que descubrir la realidad no inventarla… eso ha hecho y está haciendo el
APRA en el Perú”, decía un grupo de jóvenes para justificar su adhesión al saavedrismo
remozado, mientras desde Última Hora respondían que el APRA no lleva adelante su
programa “de generación” con “flageladores al parecer arrepentidos ni con
hipotecadores de la economía nacional o mercaderes del suelo americano como
Saavedra”763. Por su parte, el recientemente fundado Partido Obrero Revolucionario, en
una reunión del exilio celebrada en Jujuy (Argentina), lanzó el manifiesto “Una voz de
alerta a los trabajadores de Bolivia” en el cual consideró a Saavedra el último caudillo y
acusó de fascista a los republicanos saavedristas –debido a las simpatías de su líder por
el fascismo italiano–. Bajo el título “No se debe escamotear el socialismo”, un artículo
sin firma en Última Hora se pregunta en la misma línea: “¿Cuál es el socialismo que se
propone implantar y en qué consiste? Él [Saavedra] lo dice claramente: patronatos,
régimen jerárquico, régimen funcional, corporativismo’. Eso no es socialismo: eso se
llama fascismo criollo y caciquismo retardatario […] Con ese ‘socialismo’ maniatará a
la clase trabajadora y le arrancará la sangre de los cuatro costados. Servirá de rodillas al
imperialismo extranjero y establecerá una dictadura sin control, claro está, aplaudida
por los acreedores yanquis e ingleses, por Patiño, Aramayo y los negociantes, en fin,
por todos los que siempre han creído que el pueblo boliviano es un hato de esclavos
duros para el trabajo, miserables para rebelarse”764.
Una vez fuera del Partido Nacionalista, la Célula Socialista Revolucionaria
impulsó la unidad de diversos grupos dispersos, como Andes (Asociación Nacional de
ex Combatientes Socialistas), los grupos Beta-Gama, Bolivia, etc. El objetivo era
concentrar la energía “socialista” que amenazaba con difuminarse debido a la dispersión
reinante, de tal forma de aprovechar la crítica coyuntura de la posguerra para dar un

762
“El socialismo frente a la realidad histórica de Bolivia”, Última Hora, 31/12/1935, p. 9.
763
“Adhesiones al saavedrismo e incongruencias”, Última Hora, 24/10/1935, p. 6.
764
“Una voz de alerta a los trabajadores de Bolivia”, Última Hora, 5/12/1935, p. 4

268
rumbo renovador al inconformismo predominante. Uno de los resultados de sus
llamados a la unidad fue la conformación de la Confederación Socialista Boliviana
(CSB). En el pacto confederativo, firmado el 5 de octubre de 1935 entre los ex silistas,
Andes y grupo Bolivia (con apoyo de círculos socialistas universitarios), se afirmaba:
“No propugnamos el comunismo en el sentido igualitario de este término social
extremo, ni mantenemos relaciones directas o subalternizadas con entidades comunistas
internacionales. Proclamamos el principio de la igualdad social entre todos los
trabajadores manuales y profesionales; el de la obligatoriedad del trabajo; y el de la
subordinación del interés particular al interés colectivo”765. Otra vez, se planteaba el
reemplazo “del Estado individualista-liberal por el Estado socialista de base económica,
organizado mediante la sindicalización de todas las actividades sociales de la república
bajo el régimen funcional como instrumento de satisfacción de las necesidades y las
aspiraciones del pueblo”. En el punto sexto establecen, además, “nuestra posición de
franco anti-imperialismo” y el auspicio “del ideal de la unión ibero-americana como
recurso de entendimiento entre los Estados de un mismo origen racial, tendiendo a
lograr la confraternidad socialista de los pueblos del Continente”766.
Desde posiciones marxistas, Aguirre Gainsborg impulsaba también la unidad
socialista y su grupo, el Bloque Socialista de Izquierda, se embarcó en un frustrado
ingreso a la CSB en pos de un Partido Socialista unificado767. Pero las negociaciones
paralelas de la CSB con los saavedristas pusieron en crisis la adhesión del grupo de
Aguirre, que terminó retirándose del congreso regional de la Confederación acusándola
de manipular la representación mediante delegaciones fantasmas. Los delegados del
Bloque Socialista de Izquierda abandonarlo el cónclave denunciando que los ex silistas
no eran verdaderos socialistas, que, por el contrario, “defienden y respetan la propiedad
capitalista y feudal” y que la tarea era fundar un verdadero “Partido Socialista de
Clase”768. Asimismo, Aguirre Gainsborg acusaba desde El Diario a los socialistas de
Baldivieso y Tamayo de “hacer ‘clases’ y monstruos de papel sin encarar realmente el
combate contra nadie”, lo que se derivaba, según el marxista cochabambino, de las

765
“Confederación Socialista Boliviana. Texto del Pacto Confederativo”, Última Hora, 15/11/1935, p. 5.
766
Idem.
767
Guillermo Lora, Historia del movimiento obrero… 1933-1952, ob. cit., pp. 37-38. Sobre la unidad
entre Beta Gama y el Grupo de Izquierda cochabambino de Ricardo Anaya, cfr., José Aguirre Gainsborg,
“El problema de la unidad”, El Diario, 16/10/35, p. 4; y Guillermo Lora, Figuras del trotskismo en
Bolivia, La Paz, Ediciones Masas, 1983, pp. 38-40.
768
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 85.

269
ambigüedades de su programa económico”769. Pero estos grupos de izquierda marxista
no lograrán ampliar su base; el entusiasmo estaba entonces del lado de los socialistas
nacionalistas, cuyo estandarte antiliberal atraía un creciente apoyo popular. Sin
embargo, tanto marxistas como socialistas nacionalistas concretarán una unidad práctica
en las calles, junto a las centrales sindicales, en demanda del reajuste de salarios,
pensiones “adecuadas” para huérfanos, viudas y mutilados de la guerra, trabajo para los
excombatientes y ex prisioneros, y confiscación de la Standard Oil, acusada de
contrabando en plena contienda770. Un programa que, como se verá, requería un cambio
de régimen político y social.

Esta introducción tuvo como finalidad reponer el rol que tuvieron los
imaginarios juvenilistas en la renovación de la política boliviana a comienzos de la
segunda mitad de la década del treinta. Con este mar de fondo, en esta tercera parte nos
concentraremos en las formas en que el socialismo –como invocador de una serie de
ideas de salvación nacional– permitió construir tramas de sentido que estuvieron en la
base del llamado “socialismo militar”, una alianza que –no sin tensiones– articuló a
militares nacionalistas, intelectuales socialistas y obreros que actuaban en política desde
un sindicalismo más unificado y clasista.

769
Aguirre G., “Declaración de principios de la Célula Socialista”, El Diario, 6/11/35, p. 4.
770
Álvarez, Memorias…, ob. cit. , p. 86.

270
CAPÍTULO 8
El socialismo militar en la postguerra:
la respuesta funcional a la nación liberal

Alianzas imprevistas: militares, obreros e intelectuales de izquierda en la


revolución del 17 de mayo

El fin de la guerra del Chaco no sólo implicó un duro golpe al orgullo nacional. La
desmovilización de miles de combatientes introdujo renovados elementos de inquietud
en el país y la aparición de nuevos actores políticos; la sensación de que se produciría
una próxima intervención política de los militares –que estaban fuera del gobierno
desde 1880– se expandió entre la mayoría de los bolivianos. Si en el frente de batalla, la
heroica resistencia que retuvo los campos petroleros en manos bolivianas no pudo
esconder la magnitud de la derrota, en el resto de país la población se sentía doblemente
agraviada: por un ejército extranjero al que en los comienzos del conflicto creía poder
derrotar con relativa facilidad y terminó doblegando a unas fuerzas bolivianas que no
lograron garantizar ni siquiera redes de abastecimiento mínimamente adecuadas, y, peor
aún, por la propia élite política y militar nacional. El presidente Salamanca fue lapidario
con los militares que le armaron el “corralito de Villamontes” y lo obligaron a
renunciar. “Fue el único corralito que les salió bien”, les espetó a los uniformados en
pleno campo de batalla. Pero en esa debacle general, una oficialidad joven emergió del
conflicto sin el pecado original de haber llevado al país al despeñadero, con amplias
credenciales de resistencia heroica en el “desierto verde” donde la sed era mucho peor
que las balas paraguayas y, finalmente, portadora de un discurso –y una voluntad– de
regeneración nacional que se montaba en el descrédito del régimen oligárquico y era
capaz de establecer alianzas con sectores civiles, especialmente con el emergente
sindicalismo independiente y la intelectualidad inconformista.
En verdad, en la posguerra había razones para dos escenarios contrapuestos. Por
un lado, unos pocos descreían de la difundida amenaza de golpe, pues a la luz de la

271
catástrofe bélica –pensaban– el Ejército podría optar por una actitud más distante de la
política. Pero por el otro, los más creían en la inminencia de una revolución cívico-
militar771. En las propias trincheras en las que se mezclaron civiles y militares, donde
había mucho tiempo para reflexionar e incluso conspirar, había ido emergiendo el
fermento para una impugnación sin precedentes del viejo Estado “oligárquico/feudal”.
Augusto Céspedes recordará con su habitual buena pluma que “grupos de gentes
jóvenes querían, desde las trincheras, una nueva conducta en la dirección del poder
público. En las desmayadas tardes del Chaco o en sus noches largas y amenazadoras,
los combatientes juraban destruir el pasado, arrebatar el mando a los grupos
tradicionales y buscar para la Patria vida nueva y nueva moral”772. En este clima,
Augusto Guzmán escribirá contribuyendo a implantar el “mito del Chaco”:

Los pueblos son a veces como los bosques incendiados cuya vitalidad retoma con
más fuerza sobre las cenizas de la muerte. […] Cuando fuimos a la guerra aún no
éramos Nación, éramos simplemente un pueblo lanzado a una prueba de fuego por la
vesania piromaníaca de un gran equivocado. Esta verdad desoladora abrió todas las
conciencias y se asentó en ellas, confirmada a través de treinta y seis meses de guerra.
¿Qué extraño es entonces que hablamos de la Nación como algo nuevo y por hacerse?
[…] Allá en los campos de batalla […] vimos que todo nos desunía: la raza que es la
sangre, el idioma que es el espíritu, la naturaleza que es el mundo y la economía que
es la vida. No éramos una nación. Pero en cambio, con lazos terribles forjados en las
fraguas del tormento, nos unió el Sacrificio, en cuyo nombre hablamos ahora un
lenguaje de hermandad, profundo y eterno, porque lo aprendimos en un momento
volcánico de nuestra historia […] Y este lenguaje cifrado con sangre, fundirá las
razas, unificará los idiomas, formará una unidad geográfica variada y consistente por
sus relaciones y borrará los privilegios económicos. Seremos una nación armónica y
fuerte como un gran pensamiento hecho realidad773

Ciertamente, el temor de los militares a que su actuación en la contienda fuera


puesta en cuestión, e incluso investigada, operaba asimismo como un acicate para el
golpe de Estado, pero no es menos cierto que existía al mismo tiempo una voluntad de

771
Machicao, Toro Busch Quintanilla…, ob. cit., p. 19.
772
Ibidem, p. 20.
773
Palabras del secretario de R. de la F. de Excombatientes”, La Calle, 7/8/1936, p. 5.

272
cambiar el país. Del Chaco –decía Céspedes– “no surgió la conciencia, sino el desorden
propicio para incubarla”774.
Al mismo tiempo, la situación económica alentaba la protesta social. A la guerra
siguió un panorama marcado por la inflación y las demandas de aumento salarial775.
Apenas se callaron los fusiles, varios líderes sindicales retornaron del frente y del exilio
a su activismo gremial, centrando sus objetivos en la reconstrucción de los sindicatos776.
En Oruro, por ejemplo, se conforma el Frente Único Revolucionario (FUR), con la
participación de los sindicatos mineros. En un Congreso de Izquierda, celebrado el 3 de
abril, se aprobó un programa socialista radical, que incluía “socialización de todas las
industrias”, “lucha contra la guerra y el imperialismo”, “reconocimiento legal de todos
los partidos y agrupaciones de extrema izquierda”, “reconocimiento de los derechos de
la mujer” y “colectivización de los campos y racionalización de los cultivos” entre otras
propuestas777. Ante la oposición de algunos delegados a la participación de
intelectuales, Josermo Murillo, uno de los dirigentes mineros, respondió a “algunos
artesanos plutócratas” que “desconocían que la gran hoguera de la revolución rusa había
sido conflagrada por los intelectuales proletarios y por los obreros intelectualizados”778.

En un contexto de creciente malestar, las diferentes industrias (incluidas las


estratégicas explotaciones mineras) se vieron rápidamente envueltas en una ola de
agitación laboral sin precedentes. Primero fueron dos huelgas, en la mina de Corocoro y
en la industria tabacalera, además de los judiciales de Cochabamba, pero más tarde
vendría el reclamo de la FOT –liderada por el gráfico Waldo Álvarez–. El pliego
petitorio de 19 puntos exigía al gobierno liberal de José Luis Tejada Sorzano –quien
como vicepresidente había reemplazado al “acorralado” Salamanca– una reducción del
50% en el precio de los productos de consumo de primera necesidad y su libre
importación, un incremento del 100% en los salarios, supresión de los monopolios,
prohibición del trabajo nocturno para las mujeres y los menores de edad, fin de los

774
Céspedes, El dictador suicida…, ob. cit., p. 155.
775
Citando a la Cepal, Klein sostiene que entre los años de la guerra (1932-1935) la inflación era del
16,6%, en tanto que en el periodo 1936-1939 se disparó a 50,74% anual (Klein, Orígenes de la
Revolución Nacional…, ob. cit., p. 254).
776
Entre otros, se reorganizaron los sindicatos de choferes, tranviarios, textiles, ferroviarios, empleados
de comercio, incluso fue creado un sindicato médico. “Merced a este esfuerzo de gran aliento, llegó un
momento en el que [la FOT] contaba en su seno con treinta y cuatro sindicatos” (Álvarez, Memorias…,
ob. cit., p. 80).
777
Delgado Gonzales, 100 años de lucha obrera…, ob. cit., pp. 96-97.
778
Josermo Murillo V., “Solemnemente se inauguró anoche el Congreso de Izquierda”, El Fuego, Oruro,
4/4/1936, citado en Ibidem, p. 96.

273
estados de sitio y libertad de reunión, así como una nueva legislación social, trabajo
para los veteranos de guerra y medidas en favor de mutilados y huérfanos a causa de la
contienda779. Los trabajadores recibieron el apoyo de la flamante Legión de ex
Combatientes (que se presentaba como inclaudicablemente apolítica), del emergente
Partido Socialista de Enrique Baldivieso y de los saavedristas.
La movilización obrera fue in crescendo hasta estallar en el movimiento
huelguístico de mayor envergadura conocido hasta entonces en Bolivia. Entre el 9 y el
21 de mayo de 1936, una huelga del sindicato gráfico impidió la salida de los
periódicos; mientras, mediante la acción conjunta de la FOT y de la FOL (controlada
por los anarquistas y con fuerte peso entre las vendedoras de los mercados) la huelga se
generalizó a diferentes sectores laborales transformándose en una huelga general
indefinida con connotaciones revolucionarias780. La federación de estudiantes apoyó a
los huelguistas y se enfrentó a la policía, mientras el gobierno de Tejada Sorzano
ordenaba el acuertelamiento de los carabineros. A su vez, el FUR de Oruro envió una
delegación al comité revolucionario de La Paz, de la que participan Trifonio Delgado y
Josermo Murillo V., entre otros, para fortalecer el conflicto781.
En su Diario íntimo, Alcides Arguedas describió el clima de expectativa que se
vivía en La Paz desde el punto de vista de la élite; poco antes de la huelga, registrando
vivamente la ansiedad y los temores de esos días, se preguntaba: “Todo el mundo habla
de la revuelta que ha de estallar en estos días, con insistencia y casi en voz alta […] ¿Se
pasarán las cosas tranquilamente? ¿No dirán nada las masas? Andan furiosas y
descontentas, porque tienen hambre y sienten un odio feroz contra los ricos. La vista de
un automóvil de lujo las enloquece y, si llega el caso, cometerían hazañas inauditas de
crueldad y salvajismo”782. La huelga marcaría la entrada en política, como nunca antes,
de un actor que había venido para quedarse –el movimiento obrero–, y el sindicalista
Waldo Álvarez escribirá una página ineludible de la emergencia del obrerismo moderno
y clasista, poniendo en el primer orden la tantas veces invocada “cuestión social” y
operando como uno de los articuladores de la alianza entre militares, sindicalistas e
intelectuales favorable a la reforma social.
El 16 de mayo, Arguedas participó en una reunión de notables en el Palacio
Quemado convocada por el presidente Tejada Sorzano, un viejo amigo del autor de

779
Klein, Orígenes de la revolución…, ob. cit., pp. 255-256.
780
Barcelli S., Medio siglo de luchas sindicales…, ob. cit., p. 139.
781
Delgado, 100 años de lucha obrera…, ob. cit., pp. 99-100.
782
Alcides Arguedas, Diario íntimo, Tomo 7, pp. 226-227.

274
Pueblo enfermo desde los tiempos de las tertulias de los jóvenes liberales en La Paz y
en Europa. La ciudad está paralizada. “La cita es a las diez de la mañana y yo debo salir
a las nueve de casa porque la huelga es general y no hay coches, ni tranvías, ni nada”,
escribe en su Diario783. Pese a ese clima, “Tejada entra, como siempre, sonriente,
plácido, satisfecho del mundo, contento de vivir”784, pero ese carácter personal no le
impidió poner a los asistentes delante de un cuadro “de veras tétrico y pavoroso”785.
Describió un clima amenazado por las tempestades de dentro y fuera de Bolivia. “Dijo,
por ejemplo, que los peligros que amenazan al país se alzaban ahora más graves que en
ningún otro momento de la historia. El Paraguay no [se] ha desarmado y sus intrigas
solo tienen por objeto apoderarse de las petroleras y de Santa Cruz; la Argentina
reclama territorios donde se habían descubierto formaciones de estaño; Chile exige
rectificación de fronteras y desea apoderarse de territorios ricos en azufre; el Brasil y el
Perú, aunque sin reclamar nada, se muestran reservados y cual si esperasen algo. […] Si
las cosas andan mal con los países vecinos, no van mejor en el régimen interno. Las
finanzas flaquean y no hay manera de hacer frente a las nuevas necesidades de la
administración. El presupuesto se halla en grave desequilibrio y nos amenaza el peligro
de la bancarrota”786.
“Entretanto –continúa Arguedas– sigue la huelga. El comercio ha cerrado sus
puertas y las calles están vacías. No hay autos. Nadie se atreve a sacar el suyo porque
correría el riesgo de hacerlo destrozar por la turba”787. Arguedas cuenta que en el
entierro de Juan Granier “hay poca gente porque los huelguistas no dejan circular
ningún coche y el mismo carro mortuorio tiene que llevar la insignia de la cruz roja, lo
que pasa de cómico y llega a lo grotesco. Naturalmente no hay vehículos para los
dolientes ni para llevar las coronas y estas tienen que ser atravesadas en un mango de
escoba que llevan los indios sobre los hombros. Las coronas sobrantes [las] llevan
algunas señoritas en sus brazos”788.
En efecto, se trató de una huelga con tendencias insurreccionales; los obreros
organizaron su propia policía sindical y patrullaron las calles garantizando el orden

783
Ibidem, p. 227.
784
Idem.
785
Ibidem, p. 228.
786
Ibidem, p. 228.
787
Idem.
788
Ibidem, p. 229.

275
público789: la estructura represiva se resquebrajó. Aunque el gobierno dio instrucción al
Ejército de obligar a los trabajadores a retornar a sus puestos de trabajo, un acuerdo
entre partes logró que los militares no intervinieran mientras el orden público no fuera
alterado790. El propio Germán Busch –jefe del Estado Mayor General del Ejército–
aceptó reunirse con los trabajadores y se opuso a que las tropas reprimieran a los
sindicatos. Fue una reunión entre un jefe militar de 32 años y un líder obrero de 36.
Según recuerda el líder gráfico en sus Memorias, Busch expresó que “estaba del lado
del los huelguistas porque consideraba que sus peticiones eran justas, y que se
comprometía, como Jefe del Estado Mayor, a no sacar al ejército a las calles contra los
trabajadores y a acuartelar a los soldados inmediatamente, a condición de que se
garantice que no habrán desórdenes ni agitaciones políticas”791. Así, luego de que
Álvarez empeñara su palabra en que el orden público no sería alterado, “el Tcnl. Busch
aceptó esa garantía proletaria y se selló el compromiso con un fuerte apretón de manos
y un abrazo, que simbolizaría el nacimiento de una amistad permanente”792.
Álvarez ya se había reunido con el coronel David Toro –en uno de los viajes del
coronel a La Paz–, para reclamar la liberación de Aguirre Gainsborg en ocasión de su
arresto por los militares y, según escribió en sus Memorias, fue recibido “con
curiosidad” por el jefe militar que luego de un largo diálogo le manifestó “su acuerdo
con la juventud que deseaba implantar en Bolivia un nuevo esquema político-social con
ideas renovadoras basadas en la justicia social, que sepulte todo pasado oligárquico
establecido por los partidos tradicionales”793. Al otro día Aguirre Gainsborg fue
liberado.
Gavino Villanueva –ex médico de Saavedra y, como ya vimos, presidente
frustrado– cree “que los militares están desenvolviendo una táctica bastante hábil. Se
han puesto del lado de los obreros y apoyan todas sus reivindicaciones”794. Daniel
Sánchez Bustamante le informa al autor de Pueblo enfermo que “los revolucionarios se
han instalado en el selecto Club de la Unión y han puesto un cartel en la puerta: ‘Comité

789
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 90. “El Comité de Huelga de la FOT y la FOL organizó una Policía
Sindical con el objeto principal de resguardar el orden público, autorizándose la circulación de dos autos
y un camión con los comisionados sindicales respectivos, que llevaban el cintillo blanco en el brazo con
las letras P.S. (Policía Sindical)”. Cfr., también, Barcelli, Medio siglo de luchas…, ob. cit., p. 139.
790
Luis Antezana E., Historia secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario, Tomo 1, La Paz,
Librería editorial “Juventud”, 1986, p. 47.
791
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 90.
792
Idem.
793
Ibidem, pp. 81-82.
794
Arguedas, Diario íntimo, Tomo 7, ob. cit., p. 229.

276
revolucionario’”, en un ataque a uno de los símbolos de la oligarquía que horrorizó a las
clases altas. Manuel Frontaura Argandoña recuerda que la élite tradicional cayó en el
pánico795; ya nadie creía que el país podría llegar a las elecciones previstas para el 31 de
mayo (para elegir también convencionales constituyentes), ni mucho menos que estas
resolvieran la disputa de poder. La huelga emitía un mensaje que trascendía las
reivindicaciones económicas y buscaba condicionar el devenir del nuevo régimen, al
tiempo de tratar de dar contenido a un “socialismo” cuyos contornos constituían un
espacio específico de sorda lucha entre los militares, los sindicalistas y los políticos
tradicionales que habían adherido a los cambios en marcha. De hecho, según el ex
presidente Saavedra, el movimiento militar estaba preparado para julio pero debió
adelantarse por la huelga de los gráficos que “amenazaba tomar mal camino”796.
Esta caldera social explica, en efecto, parte del devenir posterior, en el que el
nuevo régimen asumirá para sí mismo el rótulo de “socialismo de Estado” o gobierno
“militar socialista”, dando cuenta del hecho de que el movimiento obrero comenzaba a
actuar como un actor político (con cierta independencia) en el nuevo escenario de la
posguerra. El 17 de mayo, finalmente estalló la revolución cívico-militar, que nucleaba
a los oficiales jóvenes del Ejército, representados por Germán Busch797, los socialistas
liderados por Enrique Baldivieso y los republicanos saavedristas. A las ocho y media de
la noche comenzó a trasmitir radio Illimani para anunciar los sucesos del día y dar a
conocer los primeros decretos de la Junta de Gobierno798. El clima era de nacionalismo,
cargado de expresiones antiparaguayas y de hostilidad hacia el viejo régimen que
provocaron expresiones de desagrado de Arguedas, quien mientras escuchaba la radio
escribía, en su clásico tono de crítica hacia la idiosincrasia nacional: “Aunque quisiera,
no podría describir lo horrible, lo grotesco y lo vulgar de la audición. Ella nos pinta tal
como somos, sin careta y al desnudo: nos pinta pequeños, ordinarios, vulgares. Nos
pinta plebeyos hasta la médula, torpes, imprudentes, fanfarrones. Nos pinta estúpidos,
ciegos…”799. Desde la radio “se leía los decretos, disposiciones, mensajes y otros del
nuevo gobierno y cada lectura remataba con una cueca, un bailecito de tierra o una

795
Manuel Frontaura Argandoña, La revolución boliviana, La Paz, 1974, p. 79, citado en Schelchkov, El
laberinto boliviano…, ob. cit., p. 70.
796
Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 7, ob. cit., p. 235.
797
“La guerra había probado la incapacidad de los cuerpos de altos jefes militares y también se había
realizado el meteórico surgimiento de los tenientes de la pre-guerra a las posiciones de poder y rango al
finalizar la guerra” (Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 263).
798
Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 7, ob. cit., p. 230.
799
Ibidem, p. 231.

277
macapaqueña… Dos o tres veces se reprodujo un disco que insultaba a los paraguayos
en aymara y decía que el Chaco era boliviano y que no lo perderíamos nunca”800.
La revolución trascurrió sin derramamiento de sangre. El apoyo social al golpe y
la crisis de los partidos tradicionales allanaron el camino al Ejército que venía a poner la
espada al servicio de la justicia social, como sintetizaría más tarde el propio Germán
Busch. A las 10 de la mañana de ese día, a petición de los obreros, el héroe de la guerra
asistió a una asamblea sindical reunida en el Teatro Municipal de La Paz y en su breve
intervención, que sintetizaba las mutaciones en marcha, prometió a los sindicatos
garantizar la participación de sus representantes en el nuevo gobierno801. La población
obrera de La Paz apoyó la asonada y centenares de trabajadores recorrieron la ciudad
vivando la revolución, escenificando, en el espacio público, una capacidad de
movilización que consagrará la entrada a la política –por la puerta grande– de un
movimiento obrero con una creciente autoconfianza: “Mucha gentecilla menuda y hasta
mucho pobre diablo debió dormir anoche el mejor sueño de su vida, porque, no siendo
casi nada ayer, o muy poca y pobre cosa, ha amanecido gobierno, se ha acostado
gobierno y ha dormido gobierno”, resumía Arguedas su desprecio por estas aristas
plebeyas del movimiento cívico-militar802. El escritor confirma los dichos de Sánchez
Bustamante y relata que ese mismo 18 de mayo fue con su hija –a eso de las once de la
mañana– al centro de la ciudad y al pasar por el paseo del Prado vieron flamear la
bandera roja en el Club de la Unión, “el club de los ricos, ociosos y jugadores que
tenían la pretensión de hacerse pasar por aristócratas”, y se podía leer la inscripción:
“‘Comité Revolucionario’ escrito con tinta sobre una banda blanca de percal y con
letras irregulares, letras de artesano primario que no tiene ni la costumbre ni el gusto de
escribir y trazar caracteres”803. Esos “artesanos primarios” eran ahora convocados para
construir el “socialismo de Estado” y la democracia funcional.
Para Antezana E., la invocación al socialismo de la revolución de mayo fue una
especie de “truco” para atraer el apoyo de las masas pero que, no obstante, abriría

800
Idem.
801
SRE. México. Legación en Bolivia. Informes Políticos Reglamentarios. 1936. Informe de 8 de octubre
de 1936. 27-29-13, f. 45, citado en Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 71; Álvarez,
Memorias…, ob. cit., pp. 91-92.
802
Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 7, ob. cit., p. 231.
803
Ibidem, p. 233. El Acta de Fundación del Concejo Funcional de la Comuna de La Paz, “donde flota el
trapo rojo comunista”, reproducido en un boletín, dice entre sus artículos: Art. 4: Desde la fecha el
Palacio Consistorial será denominado Casa del Pueblo; Art 5.: El trato de Honorable entre los
representantes del pueblo queda abolido, sustituyéndose por el de Camarada (ibidem, p. 239).

278
nuevos caminos de transformaciones804. En efecto, como veremos más adelante, este
será el nombre de una nueva articulación entre antiliberalismo y nación que buscó
reemplazar al demoliberalismo por un sistema corporativo supuestamente más acorde a
la realidad boliviana. Adicionalmente, un nuevo actor buscaba carta de ciudadanía y se
revelará fundamental en la experiencia del “socialismo militar”: los ex combatientes
organizados en la LEC, que a través de las organizaciones recientemente creadas,
constituyeron una de los principales basamentos sociales del nuevo régimen, que se
proponía por poner en pie un orden político y social renovado –y depurado–805. Además
de la LEC, emergieron logias como Razón de Patria, un agrupamiento de ex prisioneros,
cuyo secretismo llegó a tal punto que sólo se supo de él tras la caída de Gualberto
Villarroel –su líder máximo– una década más tarde806, la Asociación Mariscal Santa
Cruz y Estrella de Hierro807.
El rostro juvenilista de la nueva etapa quedaba plasmado, entre los militares, en
el Teniente Coronel Busch (32 años), héroe mítico de la guerra (defensor de los campos
petroleros de Camiri), jefe del Estado Mayor y artífice del golpe que pondría al coronel
David Toro al frente de la presidencia de la República. Este último no era una figura
precisamente renovadora, lo que explica mucha de la resistencia que concitaba su
liderazgo –había sido ministro de Siles, un militar íntimamente cercano al general Kundt
y uno de los cuestionados jefes militares en la guerra–. Su acceso al poder sólo fue
posible por el apoyo de Busch –que no quiso asumir la presidencia– y del jefe del
Ejército Enrique Peñaranda –quien también desistió de recibir la banda presidencial–808.
En ese contexto, como veremos después, Busch y Peñaranda (figura más ligada a la
élite) serán el sostén sin el cual Toro no podía mantenerse en el poder.
Entre los civiles se destacaban las figuras de Enrique Baldivieso y Carlos
Montenegro. No se puede comprender el nuevo régimen, ni su lectura del cambio
político y social, sin poner de relieve su objetivo de lograr un “rejuvenecimiento”

804
Antezana E., Historia secreta del MNR…,Tomo 1, ob. cit., p. 49.
805
Aunque la LEC tuvo un rol político destacado, sus regionales estaban a menudo más preocupadas por
la situación económica de sus afiliados que por los grandes debates ideológicos. Así, una carta de la LEC
de Villamontes al general Peñaranda le reclama por el premio de 20 Bolivianos a los ex combatientes,
artículos de primera necesidad, distribución de terrenos y la entrega de una yunta de bueyes y una vaca de
cría para “los efectos de incrementación de la agricultura y la ganadería en la zona” (Carta de la LEC de
Villamontes al general Peñaranda 27/9/36, ALP/LML, 1936-1937, C.3, Nº 21).
806
Elías Belmonte P., Radepa. Sombras y refulgencias del pasado, La Paz, Imprenta Multiservice Ale,
1994.
807
Irma Lorini, El nacionalismo en la pre y posguerra del Chaco…, ob. cit.,, pp. 155-180.
808
Toro se formó bajo el ala del general Hans Kundt y fue ministro de Fomento y Comunicaciones y
luego de Gobierno bajo la presidencia de Hernando Siles, cayendo en desgracia con él y debiendo
exiliarse tras la revolución de 1930 (Brockman, El general y sus presidentes…, ob. cit., p. 180).

279
nacional capaz de dejar atrás a los viejos partidos tradicionales, aunque resultó
inevitable la alianza con algunos de los “viejos” como el caso de Saavedra, al menos en
una primera etapa. Pero la corta edad de Busch –además de su inexperiencia política y
escasa formación general– hicieron que siendo él quien lideró el alzamiento de 17 de
mayo, decidiera entregar el poder a Toro, quien pese a contar con solo 38 años ya tenía
una hoja de vida con innumerables compromisos políticos en el pasado y –pese a ser
considerado un brillante oficial– no pocas sospechas de ineptitud a cargo de las tropas
durante la guerra, especialmente en la batalla de Picuiba809. Toro fue una especie de
eslabón entre los jóvenes y los viejos y, a diferencia de Busch, era una figura
indudablemente más sofisticada y que sabía moverse con desenvoltura en el terreno
minado de la política810. También, a diferencia del espartano Busch, el nuevo presidente
se haría una extendida fama de bon vivant que le acarrearía no pocos problemas en el
futuro cercano.
El viaje del nuevo presidente desde la localidad chaqueña de Villamontes –
donde se encontraba abocado a la desmovilización de las tropas– hacia la sede de
gobierno (para hacerse cargo del Poder Ejecutivo) fue un verdadero periplo. El jefe
militar partió de Villamontes el 18 de mayo en automóvil, llegó a Tarija doce horas
después continuando viaje directamente hasta Villazón, donde se embarcó por tren
hacia La Paz. En su primera conferencia de prensa, el 20 de mayo, Toro informó que el
nuevo gobierno militar se proponía “una reforma social dentro de los ideales de la
izquierda y los postulados socialistas”811. Previamente, en su escala en Viacha, se había
reunido con dos representantes de los “políticos jóvenes”: Baldivieso, del Partido
Socialista, y Gabriel Gosálvez (37 años), del partido Republicano Socialista
(saavedrista), parte de la nueva generación de socialistas moderados que ocupará una
porción de poder bajo el régimen militar-socialista812.
El 21 de mayo, el nuevo presidente se reunió con el ex caudillo Saavedra y le
ofreció dos carteras ministeriales para su partido. En el cónclave, del que participaron
los socialistas Baldivieso y Fernando Campero Álvarez, Toro dijo que asumió el poder

809
Más tarde escribirá un libro para reivindicar su papel en la contienda: David Toro, Mi actuación en la
guerra del Chaco. La retirada de Picuiba, La Paz, Imprenta “Renacimiento”, 1941.
810
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional..., ob. cit., p. 264.
811
“‘El ejército no impondrá ningún caudillo ni dictadura militar’ –dijo el coronel Toro”, El Diario,
21/5/36, p. 8.
812
“El coronel Toro sostuvo una conferencia en Viacha, con varios políticos jóvenes”, El Diario,
21/5/1936, p. 8.

280
del país “por el pedido imperioso de la oficialidad joven del ejército del Chaco”813. El
líder indiscutido de esa “oficialidad joven” era, sin fisuras, el héroe de la contienda:
Germán Busch, quien declinó ser ministro de Gobierno y se mantuvo como un poderoso
fiel de la balanza del nuevo régimen. Su prestigio al interior de las Fuerzas Armadas, su
carácter temerario, y su vocación por salvar la nación le darán un rol destacado en esta
etapa de la historia boliviana, y, como veremos más adelante, lo llevarán a la cima del
poder con sólo 33 años. La guarnición militar de La Paz había establecido previamente
una serie de pactos con los partidos de izquierda para allanar el camino al cambio de
régimen, entre los que se incluyó a los republicanos socialistas (saavedristas). Pero
mientras Saavedra reclamaba la cartera de Gobierno para su partido, Toro indicó que
ese ministerio debía ser un “eje neutral de la revolución socialista”, por lo que debía ser
ocupado por un apartidario, es decir por un militar.
Toro asumió la presidencia en medio de mítines y concentraciones obreras, que
festejaban el cambio de régimen y buscaban ocupar un lugar dentro del nuevo orden; al
fin de cuentas los continuos llamados a poner en pie un gobierno socialista eran una
muestra de apertura de los militares que los obreros no estaban dispuestos a
desaprovechar. El mismo 21 de mayo, una nutrida concentración obrera se reunió en la
Plaza Venezuela de La Paz donde el dirigente Hugo Sevillano (al que ya mencionamos
como partícipe de los incidentes en la reunión comunista de Montevideo) pronunció un
discurso de adhesión al nuevo gobierno. Posteriormente, los trabajadores se dirigieron a
la Plaza Murillo, donde discursearon dirigentes sindicales y de grupos socialistas, entre
ellos Waldo Álvarez, quien se aprestaba a asumir la tarea de poner en pie el Ministerio
de Trabajo y Previsión Social y pasar a la historia como el primer ministro obrero de
Bolivia (y al mismo tiempo, el ministro más joven del primer gabinete del socialismo
militar).
Finalmente apareció el coronel Toro. En un discurso desde el balcón del Palacio
Quemado se dirigió a los “camaradas obreros”, y afirmó que “la doctrina social ha
nacido en las arenas del Chaco, en las trincheras donde civiles y militares han vertido su
sangre por la patria, poniendo a su servicio la suma máxima de energías y
sacrificios”814. La paradoja que había que resolver aparecía a cada momento, y ahora el
coronel Toro le daba voz: mientras los ex combatientes habían puesto su vida al servicio

813
“El jefe del Poder Ejecutivo sostuvo una entrevista con el señor Saavedra”, El Diario, 22/5/1936, p. 7.
814
“La revolución no entronizará caudillos civiles ni militares –dijo el coronel Toro”, El Diario,
22/5/1936, p. 12.

281
de la patria, en la mayoría de los casos carecían de los más mínimos derechos
ciudadanos, incluyendo el del voto (que seguía siendo censitario). Pero ahora, la
“democracia funcional” le daría a los trabajadores el derecho a nombrar un ministro,
encargado de poner en pie el andamiaje legal destinado a construir al fin la “justicia
social” en Bolivia. En este particular caso de “socialismo militar” –tal como se lo
denominó oficialmente–, la fuente de legitimidad estaba en la sangre derramada. Por
eso, frente a la concentración obrera que lo vivaba, Toro bregó porque “la sangre
vertida allá en las arenas del chaco no se esterilice mañana”815.

Los republicanos socialistas Gosálvez y Zilveti asumieron en Defensa Nacional


y Fomento, y Obras Públicas y Comunicaciones, respectivamente, y los dirigentes del
Partido Socialista Baldivieso y Campero se hicieron cargo del ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, y Hacienda, Estadísticas y Consumos816. La cartera de Gobierno
(Interior) finalmente quedó en manos del Teniente coronel Julio Viera y el Teniente
coronel Atenor Ichaso asumió en Minas y Petróleo, una cartera que cobraría un papel
trascendental en el socialismo militar con la nacionalización de las propiedades de la
Standard Oil. A Waldo Álvarez –en una inflexión histórica– le fue encargada la
creación del Ministerio de Trabajo “en representación de la clase obrera, y sujeto a
ratificación cuando el movimiento obrero se unifique a escala nacional”817; las restantes
carteras fueron cubiertas por militares.
De este modo, el nuevo régimen nacía de una base político social constituida por
el Ejército, dos partidos (el socialista y el republicano-socialista) y el movimiento
obrero, que, no obstante, carecía aún de una organización matriz a escala nacional. Para
marcar ese carácter cívico-militar se la denominó “Junta Mixta de gobierno”. El resto de
las fuerzas políticas eran consideradas parte de los “partidos tradicionales” que debían
perecer a favor de la renovación política y moral del país. Para no dejar lugar a dudas,
en un manifiesto a la nación Toro señaló que la tradicional cláusula constitucional de

815
Idem.
816
En el Partido Socialista hubo varias horas de encendidos debates internos por la alianza con Saavedra.
Baldivieso se negó durante algunas horas a asumir la representación del partido en el gabinete debido a
críticas internas hacia su liderazgo, aunque finalmente la presión partidaria lo hizo cambiar de opinión.
(“Designárase nuevo jefe del Partido Socialista”, El Diario 23/5/1936, p.4). El saavedrismo será siempre
motivo de disputas, al fin de cuentas el astuto ex presidente difícilmente podía ser incluido en “lo nuevo”.
Poco más tarde una asamblea del Partido Socialista en Oruro desconoce el pacto Baldivieso-Saavedra: “el
movimiento del 17 de mayo no puede desnaturalizarse con maridajes políticos que denuncian antes que
los postulados socialistas que alentó este movimiento revolucionario, las pretensiones incalmables de los
eternos demagogos” (“Saavedra y Baldivieso suscriben un pacto”, El Diario, 1/6/1936, p.2, “Los obreros
lanzan un voto de protesta contra este acuerdo”, idem).
817
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 97.

282
que “el ejército no delibera” era un gastado precepto aferrado a las doctrinas liberales
“empeñadas en perpetuar abstracciones inaplicables a la realidad” boliviana. Por el
contrario, como quedó claro con la revolución del 17 de mayo, “el ejército delibera” por
su “condición de organismo vital dentro de la nacionalidad”818. Además, la “clase
armada”, dentro del paradigma antiliberal en vigor, estaba por encima de los intereses
partisanos/egoístas del momento, garantizando una articulación orgánica del país en un
momento crucial en que se jugaba la salvación nacional.
En el plano mediático-comunicacional, cabe destacar la fundación del matutino
La Calle, que fungió como una tribuna –cuya energía tiene pocos parangones en
América latina– a favor de la causa antioligárquica. Bajo el lema “Diario de la mañana
del Partido Socialista”, La Calle aglutinó a figuras como Nazario Pardo Valle, Augusto
Céspedes, Carlos Montenegro, Armando Arce, José Cuadros Quiroga, entre otros
destacados periodistas de entonces, y se enfrentó a los medios de los barones del
estaño819. Vendido a sólo 10 centavos, el nuevo periódico se transformó en un poderoso
articulador de la opinión pública nacionalista y antioligárquica. Tapas de soble sentido,
como “En la calle se conspira” daban cuenta de sus verdaderas intenciones: hablar en
nombre de los excluidos e inconformistas de Bolivia con un lenguaje sarcástico, humor
ácido y denuncias burlonas de los más encumbrados representantes de la “rosca minero
feudal”. Knudson escribió que “efectivamente, LC realizó una revolución periodística
tan profunda como la que hizo Benjamin Day en Nueva York cuando empezó a vender
en 1883 su Sun por sólo un penique en las calles independizando la prensa
estadounidense de su tradicional patrocinio político”820. Si La Calle fue un vocero del
socialismo militar nunca fue un órgano oficial del régimen, con el cual mantuvo
relaciones más o menos estrechas de acuerdo a los vaivenes de Toro y Busch. Aunque
el periódico sostuvo posiciones ambiguas respecto al fascismo –y difundió lecturas
antisemitas–, actuó, al mismo tiempo, como un defensor sin fisuras de la República
española contra el franquismo.
Por esos días, Bolivia recibía por miles a los prisioneros de guerra, que iban
llegando por tren desde el sur del país escenificando la magnitud del desastre, y ya en
sus hogares –o en los nuevos espacios donde decidieron radicarse y rearmar sus vidas–

818
“El coronel Toro dirige un manifiesto a la nación”, El Diario, 24/5/1936, p. 12.
819
Carlos V. Aramayo poseía La Razón, Mauricio Hochschild controlaba Última Hora y Simón I. Patiño
era accionista de El Diario. Knudson compara La Calle con el periódico mexicano Regeneración, de
Ricardo Flores Magón por su energía e influencia (Jerry Knudson, “‘La Calle’: un precursor de la
Revolución Nacional boliviana”, en Historia Boliviana, II/2, La Paz, 1982, pp. 111-119).
820
Ibidem, p. 113.

283
se debatían entre el apoliticismo, los reclamos corporativos como “ex combatientes” y
el apoyo al nuevo socialismo regeneracionista que les ofrecería un lugar central en la
política boliviana.
No cabe duda de que entre los numerosos pliegues de la emergencia del socialismo
militar está el mencionado temor de los militares a ser investigados por un gobierno
civil pero esas prevenciones coexistieron, en todo caso, con una no menos intensa
voluntad de transformar el país. Toro logró congregar a su alrededor a los más brillantes
intelectuales de entonces821 y la inédita “alianza entre el Ejército y los partidos de
izquierda” proclamada por Toro va a teñir el clima ideológico de la posguerra. En
palabras del propio militar:

La ideología del Ejército está de acuerdo con la que sostienen los partidos de
izquierda; quiere el ejército –dijo– que se haga un gobierno de justicia social, que
ponga fin a los antiguos métodos y sistemas políticos. Nuestra intención, al tomar
parte en el Gobierno, es la de desenvolver una acción socialista, de socialismo de
Estado, para lo cual he pedido el concurso de los Partidos de izquierda. Para
desarrollar este plan de acción –continuó el coronel Toro– la clase armada ha invitado
a los representantes de los Partidos Republicano Socialista y Socialista…”822.

Definitivamente, se trataba de una formulación sin antecedentes en la historia


nacional que remite, de manera implícita –y a veces explícita–, a la experiencia que
desde 1934 el general Lázaro Cárdenas venía desarrollando en México y tenía como
antecedente a la República Socialista chilena de 1932 que duró sólo doce días.
En efecto, Toro era partidario de “un socialismo bien entendido [es decir, no
extremista o jacobino]” que en su opinión “era el único capaz de salvar [a Bolivia]”823.
Los jóvenes militares del Chaco tenían una idea vitalista y regeneradora del socialismo,
mediante la cual –de manera más intuitiva que doctrinaria– se establecía un vínculo
indisoluble entre la “profesión de fe socialista” y “el dolor de la trinchera”824 que
otorgaba una superioridad política y moral a quienes habían puesto su vida al servicio
de la patria; de allí la emergencia de los ex combatientes como un “movimiento social”

821
Díaz Machicao, Toro Busch Quintanilla…, ob. cit., p. 21.
822
Gustavo Boullón Barreto, Bolivia República socialista, La Paz, Intendencia General de Guerra, 1936,
p. 28.
823
Informe presentado por el señor Coronel Presidente de la Junta Militar Socialista al Ejército
Nacional, La Paz, Imprenta de la Intendencia General de Guerra, 1937, p. 2.
824
Idem.

284
de primer orden en la construcción del proyecto antiliberal y corporativo de la
posguerra. Y ese socialismo de las trincheras estaba destinado a poner de una vez fin a
una historia nacional que, desde la independencia de 1825, “navegó entre el caudillismo
militar y el inconsecuente doctor de las frases deslumbrantes y metafóricas”825. Uno de
estos “doctores” había sido el brillante “Tribuno Salamanca”, quien no obstante sus
dotes discursivas e intelectuales y su no menor dosis de narcisismo redentor, llevó el
país al desastre de la guerra contra el Paraguay con la ilusión de “pisar fuerte en el
Chaco” para, de manera casi milagrosa, acabar con la baja autoestima boliviana e
insuflar una dosis de vitalidad al país que permitiera renacer de las cenizas y recuperar
la seguridad ontológica necesaria para llevar adelante las tareas de construcción
nacional pendientes desde la independencia. Frente a esos fracasos, el socialismo
aparecía como sinónimo de regeneración, lucha contra la “politiquería” y proyecto
antiliberal consecuente. Félix Eguino Zaballa promovió militantemente esta visión del
socialismo como antiliberalismo en su libro Rumbo socialista (1936) en el cual, desde el
primer capítulo, dejaba en claro la antinomia: “No hay más que dos posiciones:
liberalismo o socialismo”. Y agregaba: “O los ciudadanos se compenetran de la realidad
actual boliviana, e integran el socialismo, o se quedan en la vieja estructura feudal con
la reacción tradicionalista que es el liberalismo”826. En ese sentido, no es casual que el
libro comience con un epígrafe del economista y sociólogo alemán Werner Sombart en
una época en la que el autor de ¿Por qué no hay socialismo en Estados Unidos? (1906)
y Der moderne Kapitalismus (cuatro volúmenes, 1902-1916) [traducido como El
apogeo del capitalismo], asumió posiciones ambivalentes respecto al nazismo y adhirió
al Movimiento Revolucionario Conservador. Finalmente, en estas tensiones internas del
“socialismo” boliviano de los años treinta anidan muchos de los vaivenes político-
intelectuales del socialismo militar, que pudo concebirse a sí mismo como un
socialismo anticomunista mientras llevaba al ministerio de Trabajo (recién creado) a un
obrero simpatizante, justamente, de esas ideas, y de la propia Unión Soviética.
En la toma de juramento, en nombre de los nuevos ministros, el canciller
Baldivieso precisó algunas de las bases ideológicas del nuevo régimen: la revolución
protagonizada “por el ejército y los partidos de izquierda” se hizo –enfatizó– no contra
un presidente (las virtudes cívicas de Tejada Sorzano parecían fuera de dudas) sino
“contra la vieja maquinaria del Estado democrático liberal, insuficiente ya para generar

825
Ibidem, p. 3.
826
Félix Eguino Zaballa, Rumbo socialista, La Paz, Editorial Boliviana, 1936, p. 3.

285
las nuevas fuerzas que requiere el país”827. Asumiendo el carácter nacional del flamante
proyecto, el ex líder universitario precisó que el nuevo socialismo no estaba inspirado
por doctrinas universales sino que respondía a la realidad boliviana. Bolivia, en tanto
“país semicolonial productor de materias primas”, no estaba preparado para el
socialismo integral (es decir para el maximalismo de tipo comunista). Es más,
Baldivieso señaló con tono realista que “engañaríamos al pueblo […] si le dijéramos en
esta solemne hora que hemos de lograr transformaciones integrales”828. Con ello se
refería a que el Estado boliviano carecía de capitales suficientes para desarrollar el país,
por lo que –aunque con mayor autonomía y dignidad que en el pasado– Bolivia seguiría
necesitando de inversión extranjera para desarrollarse. Todo ello operaría bajo el nuevo
modelo de representación corporativa y antiliberal: “Aspiramos –concluye Baldivieso–
a que la soberanía no radique, como hasta hoy, en el sectarismo político y en las
mayorías nominales, sino en el conjunto de todas las funciones sociales que constituye
el Estado Moderno”829.
Eguino Zaballa –para quien cualquier cosa que implicara progreso era subsumible a
la idea socialista830– llevará hasta las últimas consecuencias estas posiciones al sostener
–en una línea casi calcada de la del Ingenieros de La democracia funcional en Rusia–
que

el parlamento y el parlamentarismo están en crisis en el mundo político de hoy; ya no


son órganos eficaces del poder público, ni resorte de la acción. Y es que no solamente
está en crisis el parlamentarismo que es la parte, sino TODO EL SISTEMA
POLITICO DEL LIBERALISMO, que es como decir “Constitucionalismo” […] el
parlamentarismo, basado en la cifra de la representación electoral por la “masa
democrática”, es una institución completamente en ruinas. Empero, la acción
legislativa, encaminada por nuevos rumbos, basada en la REPRESENTACIÓN
FUNCIONAL, por entidades de trabajadores, es un instrumento que se viene
bosquejando vigorosamente en el nuevo Derecho Público. Nos referimos
concretamente al régimen funcional parlamentario sobre la representación de fuerzas

827
“El Estado socialista consulta la realidad económica del país”, El Diario, 24/5/1936., p. 6.
828
Idem.
829
Idem.
830
En esta línea, propone, notablemente, “una economía fluvial socialista en el Beni” (Eguino Zaballa,
Rumbo socialista…, ob. cit., p. 46), una región amazónica tradicionalmente aislada ubicada en el oriente
de Bolivia, sin que el adjetivo “socialista” definiera nada, más que una mayor consecuencia con esas
ideas de desarrollo e integración nacional.

286
económicas productoras, así sean manuales o intelectuales agremializadas,
asesorando con su opinión técnica y científica los altos poderes del Estado831.

Este nuevo modelo, como señaló Toro desde el citado discurso desde el Palacio
Quemado, incorporaba a los obreros “a las angustias del gobierno” (y nunca mejor
dicho que en un país como Bolivia). Es decir, el sindicalismo ya no sólo actuaría en el
terreno de la protesta social sino que ahora debía ser parte de las funciones estatales.
Paradoja poco mencionada en la historiografía sobre los años treinta: el primer ministro
obrero no sólo no había derramado su sangre –ni puesto el cuerpo– en las arenas del
oriente boliviano como se exigía en la visión del socialismo heroico de las trincheras:
había escapado a Perú (junto a José Antonio Arze), se había sumado a las proclamas de
“guerra a la guerra” y había considerado a la contienda una guerra orquestada por dos
imperialismos en la que no valía la pena pelear y debía ser rechazada mediante el
derrotismo revolucionario.

Un obrero gráfico comunista ministro de Trabajo: el ensayo de “cogobierno” de


Waldo Álvarez

El 22 de mayo de 1936 fue creado el Ministerio de Trabajo y Previsión Social, cuya


meta explícita fue regular el bienestar de la colectividad sin antagonismos irritables832,
al tiempo que se creaba también el Ministerio de Minas y Petróleo y el Banco Minero.
Ya el 19 de mayo, una asamblea obrera reunida en el edificio de la Municipalidad
(ahora Casa del Pueblo) había emitido una resolución pidiendo la creación de una
cartera laboral y la participación de un representante obrero en el gobierno833. Aunque
en primera instancia se propuso armar una terna, finalmente Álvarez fue elegido por
aclamación. Poco después del arribo de Toro, un edecán llevaba al dirigente gráfico al
Palacio, donde lo esperaba el presidente, quien además accedió a las demandas de los
huelguistas, poniendo fin al conflicto. El 21 el gobierno anunció públicamente la
creación del Ministerio de Trabajo y el nombramiento de Waldo Álvarez a cargo de la
cartera, transformándose así en el primer ministro obrero de Bolivia. De este modo,
Álvarez –cuya figura fue poco estudiada por la historiografía– se vuelve un hilo

831
Ibidem., p. 13 (mayúsculas en el original).
832
“Informe presentado por el señor Coronel Presidente de las Junta Militar Socialista al Ejército
Nacional”, Imprenta de la Intendencia General de Guerra, La Paz, 1937.
833
Álvarez, Memorias..., ob. cit., p. 94.

287
conductor entre la etapa mutualista del obrerismo boliviano y la sindical clasista con
proyección política estatal, que por primera vez va a reclamar un lugar bajo el sol en el
nuevo Estado. Los periódicos “burgueses” ironizaron con que ahora los obreros
manuales tendrían la posibilidad de llevar adelante lo que habían aprendido en sus libros
sobre socialismo. Y Álvarez se abocó a la fundación del ministerio desde unas
provisionales oficinas en el Senado Nacional.
Además del apoyo sindical, el dirigente gráfico, que juró su cargo el 23 de mayo
junto al resto del gabinete, recibió el apoyo del Bloque Socialista de Izquierda. La
organización en la que militaban Aguirre Gainsborg y la ya mencionada luchadora y
actriz Angélica Azcui–, anunció entre sus resoluciones: “Reconocer en el actual
régimen político uno de los medios que pueden servir más directamente a las conquistas
y reivindicaciones proletarias y, por lo tanto, defenderlo y sostenerlo contra la feudal-
burguesía, tratando de hacer efectiva su compenetración con el pueblo en general” y
“Apoyar y expresar su confianza a su Secretario General, el camarada litógrafo Waldo
Álvarez, prestándole toda su cooperación y dirección entretanto ocupe el ministerio de
Trabajo y Previsión Social, primera conquista de los trabajadores en el Estado”834.
El 24 de junio en la municipalidad de La Paz se reunió la Asamblea Obrera de
las dos federaciones (FOT y FOL), donde Álvarez dio un primer informe de gestión.
Allí fue ratificado como ministro, al tiempo que le demandaron que efectúe una gira
para garantizar en persona la aplicación del decreto de sindicalización en las minas y
“estudiar y oír las reclamaciones de los obreros”, que promoviera una plataforma de
unificación de las dos federaciones obreras de La Paz, y, finalmente, que se opusiera al
decreto que ponía a las doctrinas de izquierda fuera de la ley (decreto anticomunista),
“no por lo que importa a las organizaciones obreras, que tienen un carácter apolítico,
sino por lo que significa esta medida para perseguir después sin control a los dirigentes
de las organizaciones”. Se consideró que tal decreto “sería un arma puesta por el
gobierno socialista en manos de la reacción”. Ese decreto –evidenciando los pliegues
del nuevo régimen– establecía que comunistas y anarquistas, junto a cualquiera que
obedezca instrucciones de gobiernos extranjeros quedaban fuera de la ley. Se prohibía la
propaganda comunista o anarquistas incluyendo la propiamente bolchevique, al igual
que el uso de banderas distintas a la tricolor nacional. Para evitar sanciones, se
estableció que las instituciones que tuvieran en sus portadas banderas rojas o

834
“Un voto de apoyo al ministro señor Waldo Álvarez”, El Diario, 27/5/1936, p. 4.

288
conservaran retratos de Lenin o Trotsky (El Diario lo confundió con Tolstoy), así como
de otros políticos y escritores extremistas, debían depositarlas en la sección respectiva
de la policía. Asimismo, comunistas y anarquistas debían ser separados de los cargos
públicos. “Al parecer, por lo que sabemos que contiene ese mencionado decreto –
informaba El Diario– el gobierno desearía realizar un sistema nacional socialista”835. En
este marco, el recién fundado periódico nacionalista La Calle defendió a Álvarez de las
acusaciones de comunismo, y este siguió en su cargo, desde donde comenzó a promover
variadas reformas sociolaborales. Tampoco el decreto afectó las labor de Ricardo
Anaya, José Aguirre Gainsborg y José Antonio Arze, quienes ya habían sido nombrados
asesor técnico, subsecretario y asesor jurídico respectivamente836. Ellos serán también
los promotores de la medida más ambiciosa del nuevo ministerio: la sindicalización
obligatoria.
Al mismo tiempo, Álvarez tuvo también un significativo apoyo del Ministerio
plenipotenciario de México en La Paz, Alfonso Rosenzweig-Díaz, quien le anunció que
tenía la orden del presidente Cárdenas de organizar un banquete en su honor. Según
cuenta el ex líder gráfico, después de un primer rechazo a participar del evento (por
estar enferma su esposa y, sobre todo, por carecer de traje de etiqueta), el embajador
Rosenzweig-Díaz se presentó en persona en su oficina para decirle (en la versión que
quedó en la memoria de Álvarez):

Ministro, el triunfo de la clase trabajadora en Bolivia con la huelga de mayo y con la


creación del ministerio de trabajo donde, por primera vez en Sudamérica, se designó a
un auténtico obrero en dicha cartera, ha impresionado profundamente al presidente
Lázaro Cárdenas, quien me ha encomendado ofrecerle un agasajo, pero por razones
protocolares debemos hacerlo con todo el gabinete. El homenaje es en honor a usted y
cómo es posible que no asista […] Si su señora está enferma, vaya solo; si no tiene el
traje de etiqueta rompa el protocolo y preséntese con cualquier traje oscuro. Eso
causará una impresión nueva en esta clase de ceremonias y será de todo mi agrado837.

Muchos, entre quienes lucían fracs y condecoraciones y aún no lo conocían, se


preguntaban discretamente quién era ese personaje vestido con traje negro, que

835
“Comunistas y anarquistas serán declarados al margen de la ley”, El Diario, 26/6/1936, p. 6.
836
Poco después Aguirre Gainsborg pasará al Ministerio de Industria y Comercio.
837
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 99.

289
concitaba la atención de la diplomacia cardenista y trataba de recordar el rostro de la
mujer que le había asignado el protocolo para acompañar hasta la mesa.

La utopía de la democracia funcional: entre el clasismo y el organicismo

Los años veinte y treinta fueron, en efecto, años de modernización social; las ciudades
aumentaron su población, en un proceso amplificado por la masiva desmovilización de
ex combatientes. Muchos obreros ya no volvieron a las minas, y muchos indígenas no
retornaron a sus haciendas. Esas capas populares generaron una masa que buscaba
empleo en las ciudades y amenazaba con generar escasez de mano de obra en áreas
neurálgicas de la economía nacional. “Era de imprescindible necesidad resolver este
problema a fin de terminar con el vagabundeaje de los campesinos y los obreros
desmovilizados que se estacionaban en las ciudades”, dirá Álvarez, con un lenguaje en
apariencia sorprendente para un líder sindical de izquierda838. La solución pergeñada
por el nuevo gobierno fue el llamado “decreto de trabajo obligatorio”, dictado el 24 de
julio de 1936. Las razones de la medida eran en parte coyunturales, asociadas al
mencionado fenómeno del “vagabundeaje” de posguerra, pero como veremos más
adelante al presentar el cuadro más amplio de medidas sociolaborales, el decreto de
trabajo obligatorio se enmarcaba plenamente en la concepción de la democracia
funcional y el “socialismo de Estado”, de matriz organicista.
Según las nuevas disposiciones, todo ciudadano varón de entre 18 y 60 años que
no contara con empleo quedaba a disposición del Estado durante tres meses, pudiendo
alistarse en las brigadas mineras o camineras. Para garantizar el cumplimiento del
decreto se estableció que patrullas del ejército recorrerían las ciudades y pueblos, e
incluso regiones campesinas, identificando a quienes no trabajaran. Por ello se requería
que todos los comprendidos en el decreto se encontraran siempre munidos de su
certificado de trabajo, facilitado por el empleador. Quienes desarrollaban profesiones
liberales debían obtenerlo de la Policía de Seguridad y de los Alcaldes de Campo (en el
caso de las comunidades agrícolas), y los estudiantes lo debían gestionar en sus
respectivos establecimientos educativos. Finalmente, quienes se encontraban
incapacitados debían portar un certificado médico forense que estableciera que su

838
Ibidem, p. 101.

290
enfermedad/incapacidad se encontraba contemplada en la ley de accidentes de trabajo
del 19 de enero de 1924839.
Según el decreto, la Policía de Seguridad crearía una sección especial encargada
del reclutamiento, concentración y destino de los desocupados (artículo 6). Para evitar
ser reclutada por la fuerza, toda persona desocupada tenía la opción de registrarse en la
policía, con la finalidad de ser ubicada en centros industriales o comerciales840. Las
propias empresas debían remitir listados con sus necesidades de trabajadores, con lo
cual la Policía de Seguridad se transformaba en una suerte de agencia de empleo,
encargada de la suscripción de los contratos, con remuneraciones de acuerdo a las leyes
vigentes. Este decreto era complementario del dictado el 30 de mayo, que establecía la
amnistía para todos los omisos, remisos y desertores de la guerra del Chaco pero con la
condición de que trabajaran en las minas841. No deja de ser paradójico que la medida
que más parecía probar que el gobierno avanzaba en la línea profascista fuera
promovida por el “ministro comunista” del gobierno, junto a sus asesores también
marxistas842.
Paralelamente, los ministros Álvarez, Campero y Gosálvez fueron comisionados
para que elaboraran un proyecto de salario mínimo. Este fue aprobado el 1º de junio y
en 27 del mismo mes fue emitido el Decreto de Bonificación, que establecía los criterios
de indexación salarial en un contexto de carestía. Sanidad pública, seguro social,
conciliación y arbitraje, vinculación de Bolivia con la OIT, estudio de las legislaciones

839
El decreto completo está reproducido en El Diario, 26/7/1936, p. 7. También puede verse en Álvarez,
Memorias…, ob. cit., pp. 101-102.
840
Una carta del ministro Álvarez al Inspector General de Policía deja ver los excesos a los que condujo
la medida. En la misiva lo alerta de que su ministerio recibió varias denuncias de abusos cometidos por
las patrullas de reclutamiento de desocupados y lo intima a poner fin a esas iniquidades: “Expresan los
denunciantes, patrones y representantes comunarios, que las patrullas se ensañan contra los indígenas
agricultores, a quienes negándoles el valor legal que tienen los certificados otorgados en papel corriente
por sus respectivos patrones o por la Sociedad Agropecuaria del Altiplano, les obligan a adquirir carnets
de trabajo previo pago de un boliviano (ABNB, Correspondencia Ministerio de Trabajo, 1936, PR0127).
841
El artículo 1 decretaba: “Concédese amnistía para todos los omisos, remisos y desertores de la guerra
del Chaco que en el término de noventa días a contar desde la fecha comiencen a trabajar en las minas o
reconstrucciones de caminos de la República y permanezcan en esas labores cuando menos un año”. Es
más, de sus salarios se descontaría el 10% para sostener a los huérfanos de guerra y gastos de
beneficencia de las sociedades de ex combatientes. Allí se sostiene que “es humano y justo facilitar la
rehabilitación ciudadana de aquellos que, por deficiente educación moral y cívica, faltaron a sus deberes
patrióticos”.
842
Schelchkov sostiene que ese decreto “contó con la activa participación del capitán Belmonte, conocido
partidario de la organización laboral del Tercer Reich” (Andrey Schelchkov, “La influencia de los
regímenes totalitarios europeos en Bolivia en vísperas de la segunda guerra mundial”, Anuario 2000,
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre, 2000, p. 28). En sus memorias, Álvarez incluye a
Belmonte entre sus “amigos” en el gobierno y en una entrevista de 1961 señala que apoyó el proyecto
sólo con la finalidad de tomar ventaja de la sindicalización de los trabajadores (Klein, Orígenes de la
Revolución Nacional.., ob. cit., p. 277).

291
sociales de países de Europa y América Latina formaron parte, a su vez, de las metas y
preocupaciones del nuevo gobierno.
No obstante, una de las medidas más sorprendentes en su diseño fue un decreto que
establecía la preferencia de los excombatientes a la hora de ocupar cargos en el Estado.
El argumento, extremando el sentido común, era que quienes habían sido declarados
inhábiles absolutos para ir a combatir al Chaco tampoco estaban capacitados para
ocupar ningún cargo público. De esta forma, la medida establecía (en su artículo 1) que
“en igualdad de competencias y moralidad, tendrían preferencia a ocupar cargos
públicos:
a) los ex combatientes
b) los ex cautivos, hayan sido o no combatientes
c) choferes que sirvieron oficialmente en la campaña
d) familiares de quienes hubieran muerto o quedado inválidos en la guerra
e) sanitarios y servicios auxiliares en la zona de operaciones […]
f) familiares pobres de los desmovilizados

Se trataba, ciertamente, de una medida que, de haberse aplicado, hubiera


desorganizado por completo la ya débil administración pública boliviana, y que, al
mismo tiempo, se enmarca en una serie de medidas radicalmente voluntaristas con las
que en diferentes momentos históricos se intentó revolucionar el Estado en esta nación
andina. Sin medir sus potenciales consecuencias, para aplicar el decreto se declararon
en vacancia todos los cargos públicos, tanto nacionales como departamentales y
municipales.
El sistema era tan ambicioso como imposible de aplicar: en cada capital
departamental debía constituirse un Comité pro Desmovilización presidido por el
comandante de brigada o de regimiento e integrado por un representante de la Legión de
ex combatientes y otro de la prensa local, con la atribución de proponer a los jefes de
reparticiones públicas ternas de desmovilizados para ocupar los cargos ocupados por
personas no comprendidas en el orden de preferencia del artículo 1 antes mencionado.
Pero cabía la posibilidad de que el jefe de la repartición cuestionara la “igualdad de
capacidades” de los nombres propuestos por el Comité pro Desmovilización respecto de
los empleados en funciones. En ese caso, llevando la norma a niveles aún más altos de
inaplicabilidad, la divergencia debía ser sometida al fallo inapelable de un tribunal
presidido por el Prefecto departamental (gobernador) e integrado por el rector de la

292
universidad o jefe del Distrito escolar y el alcalde municipal. Si alguno de estos
funcionarios fuera quien observó la terna, sería reemplazado por el fiscal de distrito.
Como otras medidas del régimen, esta no logró llevarse a la práctica, al menos en toda
su magnitud, pero no dejó de crear tensiones. Por ejemplo, en Oruro, el diario La Patria
sugirió la movilización militar de los ex combatientes con el fin de realizar “una sana y
bienintencionada renovación de los cargos públicos”843. Y en este marco, fueron varias
las amenazas de grupos de ex combatientes de desplazar por la fuerza a quienes por
diferentes razones habían desistido de ir al frente; por ejemplo, el grupo de mutilados e
inválidos plantearon que “o se retira de los puestos públicos a quienes no fueron a la
guerra o ellos los desalojarán por la fuerza”.
Entretanto, con apoyo del asesor jurídico José Antonio Arze se fue dando forma
a lo que debería ser una suerte de “Estado sindical”. Para vincular a las asociaciones
obreras con el Estado fue creada la Asociación Nacional Permanente de Organizaciones
Sindicales (ANPOS), que reunía a los delegados de la FOT, la FOL y el resto de los
sindicatos. Estos conformaban una asamblea ante la cual, con una frecuencia semanal,
el ministro de Trabajo informaba acerca de sus actividades y escuchaba los reclamos y
las críticas obreras844. Pero el círculo del Estado corporativo debía cerrarse con uno de
los decretos más ambiciosos –y polémicos– del régimen militar socialista: la
sindicalización obligatoria, medida sustantiva del “socialismo de Estado”, el nombre
oficial con el que fue bautizado el proyecto que debía reemplazar al viejo
demoliberalismo.
El decreto anticomunista no afectó las labores de Arze y Anaya, quienes
continuaron como asesores del ministro de trabajo, y el 20 de julio participaron de la
reunión de gabinete para defender la propuesta de sindicalización obligatoria obrera y
patronal. En opinión de ambos asesores de izquierda era precisamente ese decreto el que
le daría al gobierno “una característica genuinamente renovadora” ya que estaba atado
al objetivo de eliminar a los “partidos tradicionales” e implantar una democracia
funcional: cada ciudadano tendría un carnet sindical con el que quedaría habilitado para
votar845. Además de representantes nacionales debían concurrir a las Cámaras elementos
no políticos pero técnicamente capacitados para orientar al Poder Legislativo en sus
tareas de reconstrucción nacional.

843
Cfr. “Se desplazará a los no ex-combatientes”, El Diario, 27/6/1936, p.2.
844
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 106.
845
“Ayer se inició el debate ministerial sobre la sindicalización obligatoria”, El Diario, 21/7/1936, p. 4.

293
El Diario criticó el proyecto en su editorial del 22 de julio ya que en opinión del
matutino de la oligarquía el país no se encontraba preparado para una medida
semejante, ya que “no puede atribuirse a un obrero absolutamente ignorante el derecho
de intervenir en la cosa pública”. Es más, con estas reformas institucionales “se dará al
proletariado un arma de la que no sabrá hacer uso, que manejará con primitividad e
ignorando el uso lícito que deba hacer de ella”846. Por ello, la sindicalización obligatoria
constituía un verdadero atentado contra la libertad individual, impulsado por una o dos
personas que tratan de imponer sistemas exóticos: los editorialistas de El Diario
afirmaban que si se realizara una encuesta pocos obreros sabrían en qué consiste la
sindicalización. Claro, el periódico se refería, “a los obreros que trabajan, no a los que
han hecho una profesión de la lectura de doctrinas exóticas que no las pueden digerir
mentalmente”847. Para nadie pasaba desapercibido, en el lenguaje de la época, que
exótico era sinónimo de comunista, es decir de un conjunto de ideas supuestamente
ajenas a la realidad nacional. Precisamente por esos días, los órganos periodísticos que
respondían a Bautista Saavedra venían haciendo una campaña contra los “comunistas
incrustados en el gobierno”, incluso el PRS convocó una marcha contra ellos. De hecho,
las tensiones generadas por el saavedrismo fortalecieron el ala de la oficialidad joven
partidaria de un régimen sin partidos, sostenido sólo en el apoyo de los ex combatientes
y el sindicalismo848.
En el propio gobierno se desarrollaron amplios debates, y no faltaron quienes se
mostraron partidarios de medidas más moderadas. En efecto, fueron presentaron dos
proyectos de sindicalización, el de Álvarez/Arze/Anaya y el de Julio Viera, y aunque el

846
“Algo más sobre el proyecto de sindicalización obligatoria”, El Diario, 22/7/36, p. 4.
847
Idem.
848
Álvarez, Memorias…, ob. cit., p. 103. Toro decidió neutralizar al viejo caudillo ofreciéndole el cargo
de Presidente de la Delegación Boliviana en Buenos Aires, para discutir el tratado de paz con Paraguay.
Pero, viejo zorro de la política, el ex presidente rechazó el convite, que era, en la práctica, una suerte de
exilio dorado. Todo ello aumentó la crispación, que llevó a la oficialidad joven representada por Busch a
dar una suerte de golpe de estado contra el saavedrismo el 21 de junio, deportando a Saavedra a Arica y
confinando a los Yungas a sus dos ministros en el Gabinete (Gosálvez y Zilveti). Un manifiesto de Busch
a la nación sostenía que: “En el movimiento del 17 de mayo el ejército buscó la regeneración nacional, no
el poder mismo, y por eso había decidido gobernar con los partidos de izquierda. Infelizmente, la realidad
política que estamos expectando no corresponde a las nobles aspiraciones del ejército. Los partidos de
izquierda, al parecer unidos por pactos sólidamente definidos, no tardaron en romperlos, dándose el
espectáculo de sus apetitos totalmente contrapuestos. En esta inconcebible lucha de primacías y situación
de privilegios, ha correspondido al Partido Saavedrista la responsabilidad máxima de lo que ahora
acontece. El ejército ya estaba harto de las estériles luchas políticas y había decidido gobernar solo, sin la
ayuda de los partidos políticos, basándose más bien en los ex combatientes y en el obrerismo organizado”
(citado en Álvarez, Memorias…, ob. cit., pp.104-105). Toro acusó a Saavedra de conspirar alentando el
regionalismo, tratando de alterar el ejército y agitando los sectores sociales. Aunque se mantienen tres
ministros civiles, estos “permanecerán como personas y no como representantes de partido alguno” (El
Diario, 22/6/1936, p. 5).

294
decreto fue sancionado finalmente el 20 de agosto de 1936, la discusión duró hasta la
salida del ministro obrero del gabinete en diciembre de ese año. No obstante, pese a que
la sindicalización obligatoria no pudo materializarse, los debates alrededor de ella
permiten comprender los contornos, las torsiones y la voluntad transformadora del
socialismo militar boliviano.
En un largo comunicado del 27 de julio de 1936, el coronel Toro explicó que el
país debía ser integralmente reorganizado, y para ello avaló la visión de que era
necesario avanzar hacia un Parlamento que funcionara sobre la base de una doble
representación: una representación de partido mediante el voto ciudadano y una
representación de los gremios, mediante el voto social de los grupos (propuesta que trae
a la memoria la Constitución brasileña de Getúlio Vargas)849. Los sindicatos
funcionales –estaba convencido Toro– serían el esqueleto sobre el que debía
modernizarse y vivificarse la organización sociopolítica boliviana. Ahora bien, Toro
explicaba que el socialismo militar no pretende implantar una forma sindicalista que
agudice la lucha de clases, sino, por el contrario, hacer de esos sindicatos un elemento
de disciplina y educación de las masas “para arrancarlas del caudillismo, la anarquía, y
de la acción extremista”. La meta era debilitar las identidades de clase (capitalistas y
trabajadores) en favor de categorías profesionales y así, en el marco de esta visión
organicista de la nación, el ciudadano emitiría un doble voto: el individual como
miembro de un partido, y el social como miembro de un sindicato850. Claramente, un
ministro como Álvarez planteaba muchos problemas a estas visiones, ya que se trataba
de un sindicalista que, como ya vimos, se había formado en las ideas clasistas y había
absorbido postulados marxistas en los grupos en los que compartió su militancia con los
jóvenes universitarios radicales. Mientras la prensa de derecha calificaba al proyecto de
sindicalización obligatoria de “peligroso y ridículo”, desde sectores de la izquierda
radical también se cuestionó el carácter estatizante del proyecto. Como recuerda el
propio ministro “en coincidencia con la reacción derechista, la ultraizquierda sincronizó
una campaña contra el Proyecto de Sindicalización Obligatoria y contra el Ministerio de
Trabajo, expresando que [con] dicho proyecto al poner a los sindicatos bajo la tutela del
Estado, se entregaba maniatada a la clase trabajadora a un sistema fascista de

849
“El presidente de la Junta de Gobierno hace declaraciones sobre sindicalismo”, El Diario, 28/7/1936,
p. 5.
850
Idem.

295
gobierno”851. En opinión de Álvarez, se trataba de “la sindicalización obligatoria de
todos los habitantes de Bolivia organizados independiente y democráticamente, sin
ninguna intervención oficial, garantizada su libertad de organización por el
gobierno”852, y de esta forma se procuraba un sistema institucional que incluiría una
Cámara Técnica (funcional) y una Cámara Política (partidaria). Esto último resultaba
importante, ya que desmentía los corrillos acerca de que el modelo funcional acabaría
con los partidos políticos. No obstante, no es un dato menor que en su artículo 3º, el
proyecto estableciera que “los sindicatos estarán bajo la tuición y el control permanente
del Gobierno Socialista”.
Desde los sectores conservadores, se convocaba a “limpiar al país del grupito de
sovietizantes”, a depurar a Bolivia “de la influencia y acción comunistas, emboscados
en un socialismo circunstancial que simulan, pero que cumplen finalidades encuadradas
en el comunismo internacional”. Se enfatizaba que “La oficialidad joven no hizo la
revolución de Mayo para que el comunismo pretenda aprovecharse al amparo de una
situación en la que la tolerancia patriótica está convirtiéndose en debilidad”. Y,
apuntando directamente al “ministro obrero”, el diario Última Hora, concluía que “El
Estado Mayor del ejército tiene en este momento el deber de verificar la situación
militar de quienes se dicen constructores de la obra socialista. Los desertores de la
guerra, los que fueron indignos ciudadanos, no pueden ser los dirigentes de hoy”853.
Frente a esta campaña, Álvarez logró apoyo del periódico nacionalista La Calle, que no
obstante sus antecedentes, desmintió que el ministro obrero fuera “comunista”.
La cuestión del comunismo siguió siendo parte de las preocupaciones oficiales, al
tiempo que, en línea con el desarrollo de la propaganda de masas a escala global, se
buscaba desarrollar las capacidades comunicacionales de un Estado que se proponía
controlar la circulación de información. Para ello fue creada la Dirección Nacional de
Propaganda Socialista y Ediciones del Estado. Entre sus tareas estaba la creación de una
editorial del Estado, la concentración y autorización de la emisión de información
oficial en todas las oficinas del Estado, el “combate al alarmismo” y una medida
curiosa: los diarios tendrían obligación de publicar en un lugar preferente y sin
mencionar el origen todo lo que la oficina envíe a tal efecto (art. 2).

851
Álvarez, Memorias…., ob. cit., p. 108. Una lectura en este sentido puede encontrarse en Barcelli,
Medio siglo de luchas…, ob. cit., p. 142.
852
Idem.
853
Última Hora, 26/8/1936, citado en Álvarez, Memorias…., ob. cit., p. 109.

296
Un segundo decreto anticomunista –ya en la era Busch– presentará a las ideas
promoscovitas como opuestas a un “socialismo de estado, nacional y constructivo”
como el que en opinión del gobierno se estaba ensayando en Bolivia. En ese marco,
estipulará que los bolivianos que trataran de poner en práctica procedimientos
comunistas quedarían sometidos a la vigilancia policial y a las sanciones legales
previstas para los perturbadores del orden público; para los extranjeros, a su turno, se
preveía la aplicación de la ley de residencia (artículo único)854. Uno de los perseguidos
fue el escritor peruano Gamaliel Churata (el hecho de trabajar como redactor en el
periódico La Calle no lo salvó de la acción represiva) acusado de “agitador extremista
extranjero en contacto con centros comunistas y apristas”, quien debió salir a Chile855.

La visión organicista y anticomunista era mayoritaria en el gobierno, y Waldo


Álvarez se encontró en una posición cada vez más aislada en el gabinete. Parte de su
trabajo fue sacar de la cárcel a quienes habían sido encarcelados por desertores o
comunistas al regresar del exilio, como ocurrió con Alipio Valencia Vega (Iván
Keswar), considerado por el ejército como uno de los más grandes traidores a Bolivia
por sus actividades antiguerreras desde su exilio cordobés. Por eso apenas puso un pie
en el país, en 1936, el intelectual marofista fue apresado. Álvarez debió hablar
personalmente con el presidente Toro y aunque consiguió su liberación, la situación
para la izquierda filocomunista se volvió inquietante856. El ministro –sin una estructura
administrativa asentada– caminaba en un inestable equilibrio entre los sindicatos
obreros (que seguían apoyándolo) y los militares temerosos de que sus conferencias por
las diferentes regiones del país alentaran una lucha de clases que desestabilizara sus
visiones bonapartistas. Ese temor se vio reflejado en la presión ejercida sobre Toro para
que el Poder Ejecutivo cancelara una visita de Álvarez a las regiones mineras, donde su
presencia era activamente reclamada por los sindicatos, cuya combatividad se había ido

854
Con este fin de solicitó a la Cancillería argentina que enviaran decretos anticomunistas, pero ante la
inexistencia de tales normas se respondió con un proyecto del senador Matías G. Sánchez Sorondo y
decretos anticomunistas provinciales.
855
Cfr. “Secuestraron ayer a Gamaliel Churata, redactor de ‘la Calle’,”, La Calle, 8/7/1937, p. 8, “Una
palabra más sobre Gamaliel Churata”, La Calle, 10/7/1937, p. 8; y “Gamaliel Churata está en Arica”, La
Calle, 11/7/1937, p. 1. “No sabíamos que estar ‘en contacto con centros apristas’ significaba hallarse en
un partido de extrema izquierda. Siempre habíamos creído al Aprismo como el partido socialista
moderado por excelencia”, denunció el diario socialista nacionalista.
856
Álvarez, Memorias…, ob. cit., pp. 111-112. “Toro, en apoyo del Ministero de Trabajo, dijo que el
gobierno, en colaboración con el ejército, debía abrir una ventana de rehabilitación a todos los jóvenes
cultos, que si bien cometieron errores [...] eran hombres útiles para el futuro bienestar de la nación”.

297
forjando en la solidaridad densa de los socavones y en el espíritu de cuerpo desarrollado
como reacción a las continuas masacres del ejército. Su siguiente viaje, invitado por las
fuerzas de izquierda y los sindicatos de Cochabamba, lo concretó sin autorización del
presidente, y aprovechó el viaje para ir hasta Cliza, donde los campesinos de Santa
Clara, alegando querer cumplir el decreto de sindicalización obligatoria, reclamaron el
apoyo del ministro para crear un sindicato. Pero, además, los campesinos presionaron y
lograron el apoyo oficial para arrendar “sin intermediarios” las tierras del convento,
pese a la resistencia de las monjas y de las autoridades locales857.
Finalmente, el gobierno aprovechó las divisiones en el sindicalismo, para
deshacerse de Álvarez y entregar el ministerio a Javier Paz Campero. En diciembre de
1936 se reunió el Primer Congreso Sindical Boliviano que además de definir una serie
de puntos programáticos –incluyendo la formación de un Frente Popular–, aprobó un
voto expreso a favor de los leales españoles y contra los “perseguidos apristas del
Perú”; pero, en lo relativo a la elección del ministro de trabajo, los votos se dividieron
entre Gabriel Moisés (32 votos), Cesáreo Capriles, fundador de Arte y Trabajo, (17
votos), y el entonces ministro, Waldo Álvarez (22 votos)858. Así, el gobierno argumentó
que no había dirigentes suficientemente representativos y birló al movimiento obrero la
cartera ministerial recién creada. Empero, el sindicalismo siguió empeñado en la unidad
en la conferencia de trabajadores de 1937, en la cual se buscaron acercamientos, como
lo muestra la declaración firmada por Fernando Siñani y Mario Illanes. Y manteniendo
postulados socialistas, se apoyó la libertad de acción política de Marof (retenido en
Sucre tras retornar al país) y se discutieron tópicos como “El socialismo” (conferencia
de Josermo Murillo V.) o “Los intelectuales y la clase obrera”, a partir de la disertación
de Mario E. Salazar859.
Por su parte, aun antes de la salida de Álvarez, Arze y Aguirre Gainsborg fueron
acusados de “comunistas”, y finalmente deportados a Arica en septiembre de 1936
luego de una gestión del embajador mexicano Rosenzweig-Díaz ante Toro que permitió

857
Gotkowiz, La revolución antes de la revolución…, ob. cit., p. 166.
858
Las discusiones fueron virulentas. Por ejemplo, la delegación de la región minera de Pulacayo señaló
que “Jamás había pensado que los judaico anarquistas y comunistas de la Federación Obrera Local iban a
convertir el Congreso en una danza de negros inentendible, dando un espectáculo grotesco” y prosiguió:
“La Delegación de Pulacayo considera verdaderos traidores a los anarquistas como Gabriel Moisés eterno
vago, sin oficio ni beneficio, quien, sarcásticamente pretende ser el futuro Ministro de Trabajo, como si el
Ministerio de Trabajo fuera guarida de desocupados e irresponsables” (Delgado, 100 años de lucha
obrera…, ob. cit., p. 103; cfr. también pp. 104-111). En este tipo de posiciones anticomunistas y
antianarquistas no era ajena la mano de los saavedristas, que aún tenían influencia en el sindicalismo.
859
Delgado, 100 años de lucha obrera…, ob. cit., p. 115.

298
cambiar un confinamiento en el Chaco por la salida del país. Todo ello pese a que tanto
Aguirre como Arze se habían afiliado al Partido Socialista aunque pertenecía al mismo
tiempo al Bloque Socialista de Izquierda. Arze fue elegido como Secretario de
Relaciones de la Directiva Nacional. Curiosamente, ese partido oficialista le aprobó a
Arze una “licencia indefinida” en el cargo “en vista de tener que ausentarse del país en
calidad de exiliado político”860. Aunque su intención era seguir a México, finalmente
ambos se quedaron en Chile861.
Pese a su salida del gabinete y a la nueva situación desfavorable, Álvarez se
mantuvo cercano al gobierno y fue uno de los impulsores del Partido Socialista de
Estado (PSE) con el que Toro buscó crear una fuerza política social de mayores
dimensiones, que definió su proyecto como “capitalismo de Estado”862. La iniciativa
confluyó con la creación del Partido Socialista Revolucionario de Vicente Mendoza
López, quien finalmente quedó a la cabeza del PSE863. Pero, pese al apoyo de núcleos
como el periódico La Calle, la iniciativa encontró resistencia en los sectores laborales
(que lo veían como una fuerza creada desde arriba)864, y activó la desconfianza de la
oficialidad seguidora de Busch, hostil a la formación de nuevos partidos, incluso si
estos se concebían de manera organicista como el PSE. La popularidad de Toro se
sostenía, casi exclusivamente, en la emblemática nacionalización de la Standard Oil
“por defraudación de los intereses fiscales”865–. Y en su estabilidad era decisivo el
apoyo de Germán Busch. Cuando perdió el favor de este último, Toro fue derrocado sin
que nadie saliera en su defensa.

860
Carta de José Tamayo (Secretario General del Partido Socialista) a José Antonio Arze, La Paz,
24/9/1936 (Archivo personal de José Antonio Arze en custodia de José Roberto Arze). Fue reemplazado
en esa función por Augusto Guzmán.
861
Carta conjunta de José Antonio Arze y José Aguirre Gainsborg al Ministro Plenipotenciario de México
en Santiago, Ramón D. Denegri, Santiago de Chile, 9/10/1936. (Archivo personal de José Antonio Arze
en custodia de José Roberto Arze). Mientras Aguirre G. regresó en diciembre del año siguiente, Arze
permanecerá en la nación trasandina hasta 1939, donde constituyó el grupo Asociación Boliviana de
Izquierda y se vinculó al Partido Socialista de Marmaduke Grove.
862
“Waldo Álvarez compulsó el movimiento socialista de la República”, La Calle, 3/6/1937, p. 4.;
“Manifiesto a la Nación”, La Calle, 22/6/1937, p. 6.
863
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 297.
864
Cfr. “El Partido Socialista de Estado se organizó en Oruro”, La Calle, 27/6/1937, p. 2.
865
A comienzos de 1935, el Congreso argentino reveló que desde 1925 la Standard Oil venía exportando
petróleo boliviano a Argentina por un oleoducto clandestino, por un total de 9 millones de barriles. La
propia empresa reconoció esas exportaciones ilegales, pero las limitó al año 1925 (Pozo Bermejo Nº 2).
Cfr. Carlos Montenegro, Frente al derecho del estado el oro de la Standard oil (El petróleo, sangre de
Bolivia), Talleres Gráficos Trabajo, La Paz, 1938. Cfr. también: Departamento Nacional de Propaganda
Socialista, Cuartillas informativas, Nº5, La Paz, 23 de marzo de 1937. Allí se dice: “El gobierno Militar
Socialista de Estado Boliviano defiende así las riquezas del país. No persigue al capital extranjero;
bienvenido éste cuando beneficia a la Nación y respeta nuestra leyes”. Sobre el tema del contrabando Cfr.
pp. 6 y ss. Fue la primera nacionalización de América Latina.

299
CAPÍTULO 9
Rejuvenecer la nación
¿socialismo nacional o nacionalsocialismo?

La crisis económica y social de 1929/30 contribuyó con inusitada fuerza a debilitar aún
más las ideologías liberales que ya venían siendo cuestionadas desde la Primera Guerra
Mundial. No sólo el liberalismo, Occidente mismo parecía enfrentar una severa crisis de
identidad (e incluso su “ocaso”, al decir de Spengler). En efecto, en el marco de lo que
aparecía como una crisis sistémica del capitalismo y del libre mercado no resultaba
sorprendente que las ideas antiliberales atrajeran cada vez más adeptos, incluso en
“lejanos” países como los sudamericanos. Frente a las naciones que mantenían los
postulados del libre mercado, Alemania, Italia y la Unión Soviética aparecían como
casos emblemáticos de renacimiento a través de modelos que hacían del Estado
centralizado la base de apalancamiento del despertar político, económico, cultural y
moral de sus naciones.
No debemos olvidar que varios intelectuales apoyaron el experimento soviético
no desde afinidades comunistas o proletarias sino desde cosmovisiones antiliberales866.
Al fin de cuentas, la Gran Revolución de Octubre había destruido el antiguo Estado
zarista, ocluyendo eficazmente la transición hacia un régimen democrático-burgués y
poniendo en su lugar un sistema de representación –soviético– que, aunque era
claramente diferente al Estado corporativo, tenía aires de familia con las propuestas de
democracia funcional (y sindicalista) en boga por esos años. Adicionalmente, los
primeros años de la experiencia soviética fueron interpretados por muchos intelectuales

866
Un ejemplo de ello fue Ingenieros, que transitó desde un determinismo positivista a la certeza de la
caducidad de la vieja civilización dominada por la democracia parlamentaria y la economía capitalista y
se sintió atraído por el modelo “funcional” de los soviets (Ingenieros, La democracia funcional en Rusia,
ob. cit.). Otro, entre varios, fue el catalán Eugenio d’Ors, quien podía imaginar curiosas articulaciones
entre anarquismo, monarquismo y socialismo en tanto eran ideas opuestas al liberalismo con el que había
que acabar (Cfr. Maximiliano Fuentes Codera, “Hacia lo desconocido. Eugenio d’Ors en la crisis de la
conciencia europea”, en Historia social, Nº 74, 2010, pp. 23-42).

300
como el triunfo de un pueblo joven hasta entonces dominado por un Estado dirigido por
los viejos867.
Pero si la URSS de los años treinta estaba dando el gran salto adelante que a la
postre la colocaría como gran potencia, la ideología oficial de la lucha de clases
resultaba poco atractiva para unos militares bolivianos que, justamente, estaban en
busca de un renacimiento nacional sostenido en la unidad a toda prueba de un país
históricamente fragmentado social, étnica y geográficamente. Cualquier cosa que
remitiera a enfrentar a bolivianos contra bolivianos sólo era asociado a mayores niveles
de anarquía en una nación que, justamente, debía salir de ella. Así, la lucha de clases no
era, de ningún modo, vista como el preludio de un nuevo orden, como los comunistas la
entendían, sino como puro divisionismo anarquizante y exotista, y el socialismo militar
había llegado al poder para acabar con él.
En síntesis, la lucha de clases no podía ser vista más que como un nuevo
ingrediente en el marasmo de la disolución nacional. Las ideas fascistas y
nacionalsocialistas, por el contrario, mientras que también garantizaban el ansiado
“Estado fuerte” que permitiría “abolir” la lucha de clases, hablaban en clave de dignidad
y energías vitales, criticaban sin tregua el egoísmo y el materialismo –sin acabar con la
propiedad privada y el mercado– y, no menos importante, brindaban una serie de
insumos de tono espiritualista que servían como “pegamento” de una verdadera unidad
orgánica –y armónica– de la nación. Esas ideas podían ser articuladas, según las
preferencias, a la guerra (del Chaco) como elemento de purificación nacional, a la
necesidad de mirar al milenario imperio tiwanakota como cuna mítica de la nación o,
simplemente, a una visión espartana de moralidad y orden capaz de actuar como
sustrato de la (re)organización nacional. Por todo ello, no resulta sorprendente que la
Alemania nazi y la Italia fascista ejercieran un fuerte atractivo para una parte de la élite
política, intelectual y militar boliviana. De hecho, las simpatías con el nazismo y el
fascismo constituyeron, como veremos, una especie de moda en la Bolivia de la década
del treinta, e incluso muchos “liberales” –como Alcides Arguedas– cayeron rendidos
ante el ave Fénix germana liderada por Adolf Hitler.

867
Cfr. Natalia Bustelo, “La reforma universitaria y la recepción de Eugenio d’Ors”, VII Jornadas de
Sociología de la Universidad Nacional de La Plata: “Argentina en el escenario latinoamericano actual:
debates desde las ciencias sociales”, La Plata, 5 al 7 de diciembre de 2012; Maximiliano Fuentes Codera,
“La encrucijada de posguerra y la primera estancia de Eugenio d’Ors en Argentina”, en Historia y
política, Nº28, julio-diciembre 2012, pp. 245-272.

301
Como ya mencionamos, los vínculos de Bolivia con Alemania –especialmente a
través de la presencia de sus militares en el Altiplano– fueron nutridos desde los años
veinte. Además del general Kundt, que fue con toda seguridad la figura más influyente
y emblemática entre los alemanes en Bolivia, uno de los militares germanos que pasó
por la nación andina como entrenador fue Ernst Röhm, fundador de las fuerzas de asalto
del Partido Nacionalsocialista alemán, conocidas como las SA (Sturmabteilung). Röhm
prestó sus servicios en el ejército boliviano como instructor entre 1928 y 1930,
cumpliendo sus funciones en La Paz y Uyuni. Pero su presencia en Bolivia adquiriría
una dimensión inesperada luego de que, tras su regreso a Alemania en 1930, fueran
difundidas unas cartas enviadas desde Bolivia a su amigo médico y también nazi Karl-
Günther Heimsoth en las que Röhm le hacía confidencias acerca de sus dificultades para
encontrar acompañantes sexuales hombres en una ciudad tan pequeña y conservadora
como La Paz868. Pero más allá de estas anécdotas sobre la homosexualidad bastante
conocida del militar nacionalsocialista asesinado en la “noche de los cuchillos largos”,
en su estadía andina Röhm formó parte de un conjunto de alemanes que, mediante su
trabajo de instructores, tuvieron influencia entre una tropa que ya durante el socialismo
militar se transformó en factótum del nuevo orden antiliberal.
Alemania tenía también fuertes vínculos económicos con el país andino –con el
cual inició relaciones diplomáticas en 1902–, especialmente mediante el lugar destacado
que ocupaban sus empresas de importaciones y exportaciones en territorio boliviano869.
León Bieber sostiene que las relaciones germano-bolivianas tuvieron desde sus inicios
un carácter eminentemente mercantil: Alemania no llegó a controlar ninguna empresa
de magnitud en el sector extractivo, por lo que el ascendiente germano se concentró –
sobre todo entre fines del siglo XIX e inicios de la Primera Guerra Mundial– en el área
comercial: durante este periodo Alemania fue, después de Gran Bretaña, el principal
consumidor de productos bolivianos y el proveedor más importante de mercancías al
país andino870. Algunos cientos de migrantes germanos habían ido instalando –a
menudo con apoyo del Banco Alemán Transatlántico– casas comerciales en todos los
centros económicos dinámicos, en el occidente del país relacionadas con la producción
minera y en el oriente con el caucho871. Lograron incluso sortear las “listas negras” –

868
Brockman, El general y sus presidentes…, ob. cit., , pp. 458 y ss.
869
León E. Bieber, Pugna por Influencia y Hegemonía. La rivalidad germano-estadounidense en Bolivia
1936-1946, Frankfurt, Peter Lang, 2004, pp. 26-33.
870
Ibidem, p. 27.
871
Idem.

302
establecidas por los aliados durante la Primera Guerra–: Bolivia no hizo uso del derecho
estipulado por el Tratado de Versalles de liquidar las propiedades alemanas: en 1939
diez firmas de ese origen, seis de las cuales ya estaban antes de 1924, procesaban cerca
de dos tercios del comercio boliviano de importación872. Al mismo tiempo, empresas
como Orentein & Koppel, Siemens-Schuckert, Borsig, Krupp, Demag, Pholig,
Mercedes Benz y MAN-Dieselmotoren suministraron a Bolivia maquinaria pesada para
la explotación minera como funiculares, andariveles, concentradoras para enriquecer
metales, camiones, material ferroviario, maquinaria para construir caminos, etc.,
entretanto los germanos también tenían una posición clave en el mercado de alimentos,
con la utilización de productos alemanes en la producción de cerveza, embutidos,
molineros, y otros rubros. Finalmente, vinculada a la mencionada presencia de militares
se incrementaron las importaciones de textiles –para confección de uniformes– y
armamentos873. Esta configuración llevó a Bieber a concluir que Estados Unidos poseía
la supremacía financiera en Bolivia, en tanto que Gran Bretaña controlaba el estaño y
Alemania el comercio. Hijo de un médico alemán llamado Paul Busch, la llegada del
héroe del Chaco a la presidencia podía hacer presagiar un acercamiento con Berlín, pero
aunque este en efecto ocurrió, no alcanzó para llevar a Bolivia a la senda del
nacionalsocialismo.

Germán Busch: la espada al servicio de la justicia social

A mediados de 1937 el apoyo social al gobierno de Toro se iba diluyendo


aceleradamente al ritmo del agravamiento de la crisis económica. Los festejos de “La
Gloriosa”, la revolución de mayo, con fuegos artificiales y desfiles, reflejaron ese clima
de cierta apatía hacia el gobierno “socialista”. “Me dicen que el desfile fue una
verdadera calamidad –relata Arguedas– tan pocos eran los manifestantes que tuvieron
vergüenza de mostrarse en las calles y se disolvieron en la plaza misma. Ahora han
podido ver los militares que no tienen ambiente popular”874. La visión de Arguedas
puede ser algo exagerada pero lo cierto es que a la pérdida de apoyo popular, Toro
sumaba un distanciamiento cada vez más visible con Germán Busch. Incluso ese
distanciamiento dio lugar a corrillos en el mundillo político: “se viene diciendo con

872
Antonio Mitre, Los hilos de la memoria. Ascensión y crisis de las casas comerciales alemanas en
Bolivia, La Paz, Anthrôpos, 1996, citado en ibidem, p. 30.
873
Bieber, Pugna por Influencia y Hegemonía…, ob. cit., p. 32.
874
Arguedas, Diario Intimo, Tomo 7, ob. cit., p. 44.

303
insistencia […] que el distanciamiento del Pdte. Toro y el jefe de Estado mayor, coronel
Busch, no se debe a divergencias de opinión, ni mucho menos, sino a cuestión de faldas,
pues ambos persiguen a una mujer joven, elegante y bonita y… ¡paraguaya!875.
El 10 de julio, de regreso a La Paz luego de una visita a su padre en la amazonía
boliviana, Busch asistió a un acto que anticiparía su ascenso a la cima del poder. En una
reunión en el paraninfo de la Universidad Mayor de San Andrés, transmitida por Radio
Illimani, el héroe de la guerra del Chaco fue proclamado Jefe Supremo de la poderosa
Legión de ex Combatientes. “Frente a las ideas que se derrumban es necesario
comenzar otras [sic] que renueven y cimienten a base de la lucha forjada en los campos
de batalla. Esto lo han comprendido el ejército y la juventud a la que debemos prestar
todas nuestras energías. Realmente en el Chaco hemos aprendido a ser bolivianos”, dijo
Busch frente a los embajadores de México e Italia, presentes en la cita junto con los
miembros de la comisión policial italiana a la que nos referiremos más adelante876. Para
Busch, la guerra tuvo un efecto depurador que entre otras cosas debía ayudar a olvidar
el “sentido regionalista de los viejos” a favor de proyectos y miradas auténticamente
nacionales. En ese marco, “la espada [el ejército] debe ser en la postguerra el baluarte
del pueblo indefenso contra los intereses creados que no lo dejan vivir”, como
vanguardia de un nuevo orden que debe llevar al país “a la normalidad basada en el
equilibrio entre el capital y el trabajo”877. En esos momentos Busch estaba ya en franca
conspiración contra Toro, que acabó con el golpe del 13 de julio de 1937. El relato de
Belmonte, quien fue uno de los agitadores de la asonada al interior del ejército –junto a
sus camaradas de la logia secreta Razón de Patria– deja en claro el carácter sui géneris
del golpe, entre reuniones y tazas de café en las que Toro trataba de convencer a Busch
y Peñaranda de retroceder en sus planes golpistas, hasta que, luego de una consulta del
presidente, las guarniciones militares votaron a favor de su renuncia878. El
derrocamiento de Toro por Busch forma parte de un curioso capítulo de la historia
boliviana. Los socialistas se habían alejado de Toro: si bien reconocían como un hito la
nacionalización de la Standard Oil criticaban su cercanía al magnate minero Aramayo y
sus vacilaciones a la hora de llevar adelante las reformas. Montenegro, desde Buenos

875
Arguedas, Diario Íntimo, Tomo 8, ob. cit., p. 29.
876
“Posesionaron al Coronel Busch en el cargo de Jefe Supremo de la Legión de exCombatientes”, El
Diario, 11/7/37, p.7.
877
Idem.
878
Belmonte, Radepa…, ob. cit. pp. 163-172; Gallego, Los orígenes del reformismo militar…, ob. cit., p.
213.

304
Aires, al parecer también llamaba al joven militar a derrocar a Toro y renovar los
ideales de la revolución de mayo del 36.
Pero, al mismo tiempo, sectores de la oligarquía –notablemente Simón I. Patiño–
también apoyaban la caída de Toro y propiciaban el golpe. De esta forma, el frente que
alentaba a Busch a actuar terminó conformado por los socialistas/nacionalistas radicales
y la más rancia oligarquía, sin que estos sectores, obviamente, tuvieran relaciones entre
sí; simplemente cada uno se creía en condiciones de influir sobre el héroe del Chaco.
Los jóvenes oficiales –y parte de la sociedad– se sentían molestos por el estilo de vida
bon vivant del general Toro, que lo mostraba desafecto a los problemas de la
administración del Estado y demasiado cercano a los placeres mundanos; otros
criticaban que el socialismo de Estado se redujera a una agencia de colocaciones en
puestos estatales, aunque casi todos apoyaban la nacionalización de la Standard Oil.
Arguedas resaltaba en su diario la personalidad del presidente. Criticaba que bebiera en
demasía y que se mezclara con mujeres de la clase baja; aclaraba, no obstante, que “no
es bárbaro, ni atrabiliario ni es estúpido, al contrario, insisto, es culto, atento, educado,
pero –y acá anda el pero– bebedor!”879.
En efecto, cuando Busch y el general Peñaranda decidieron finalmente dar el
golpe, Toro estaba en las termas de Urmiri –según los corrillos tirando al blanco,
bebiendo whisky y jugando póker–. El plan consistía en detener al Presidente en aquella
localidad pero el imprevisto adelantamiento del retorno de la comitiva presidencial
alteró levemente los planes. Ya en el Palacio, Toro intentó convencer a los
insubordinados llamando a una consulta de las guarniciones militares, pero la presión de
los sectores cercanos a Busch, incluyendo a la decisiva guarnición de La Paz, obligó a
mantener el plan de destituir el presidente. Un grupo al mando del capitán Elías
Belmonte ocupó radio Illimani, desde donde se anunció la destitución de Toro (más
como presión que como noticia ya que temían que Busch se echara atrás con la
asonada), al tiempo que la sirena del diario La Razón tocaba durante veinte minutos con
la misma intención de dejar en claro el cambio en la cúpula del poder del Estado880.
Como Peñaranda se negó a asumir la presidencia, el poder recayó en el popular Germán
Busch, que llegaba así al sillón presidencial a los 33 años de edad.

879
Arguedas, Diario Íntimo…, ob. cit., Tomo 7, p. 58.
880
Belmonte, Radepa…, op. cit., pp. 163 y ss.

305
La prensa prooligárquica saludó el golpe. En su editorial del día siguiente de la
asonada, El Diario sostenía que el gobierno de Toro cayó víctima de sus propios errores
y continuaba señalando que bajo el militar derrocado

comenzó a diseñarse una dictadura a partir de un diminuto partido político, nacido al


calor de los intereses fiscales. El Partido Socialista de Estado, muerto al nacer, no
logró, en momento alguno, suscitar el menor entusiasmo en la opinión pública. La
careta de socialismo ocasional y de circunstancias ha servido a las mil maravillas para
encubrir los más desenfrenados apetitos de una camarilla que usurpando el nombre
del ejército, estaba llevando al país a la anarquía881.

Por eso, el vocero de la oligarquía festejaba al gobierno recién asumido, indicando


que

Ha llegado el momento de que el país deje de servir de carne de experimentación de


doctrinas exóticas y extremistas que sólo han servido para encubrir las bastardas
ambiciones de un diminuto grupo que con el pretexto del socialismo se dedicó a la
explotación más descarada de los recursos fiscales. Bolivia necesita que el pueblo
trabaje y produzca bajo un régimen de orden y respeto, como el que se ha iniciado
anoche y que es toda una promesa para la prosperidad de la República882.

La convicción de que se trataba de un golpe derechista y “patiñista” –el magnate


Patiño había sido desplazado por Toro a favor de Aramayo– obligó al presidente a negar
públicamente que su asonada fuera financiada por la Standard Oil883. A tal punto había
llegado a consolidarse la imagen de un golpe restaurador entre diversos sectores de la
sociedad boliviana. Pero al mismo tiempo, y en sentido contrario, el escritor Luis
Antezana E., sin citar fuentes, adhiere a la idea de que Busch fue acicateado por Carlos
Montenegro desde Buenos Aires a derrocar a Toro, sin que en un principio el héroe del
Chaco pareciera receptivo a la propuesta, hasta que finalmente, Busch habría expresado
a Montenegro: “si tú me ayudas a hacerlo, acepto”884. Pero todo esto se combinaba, para
el escritor Augusto Céspedes, con tendencias fascistizantes al interior de la Rosca –

881
El Diario, 14/7/1937 (editorial).
882
Idem.
883
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 306.
884
Luis Antesana, La Historia secreta del MNR…, ob. cit., Tomo 1, p. 109.

306
como era llamado el poder minero–, en parte representadas por la logia Estrella de
Hierro, surgida en las trinchera del Chaco885.
El nombramiento como Ministro de Finanzas de Federico Gutiérrez Granier –
referente del Partido del Centro y presidente de la Asociación de Industriales Mineros–
parecía confirmar las tesis retauracionistas. Por su parte, el cónsul argentino en La Paz
anticipaba que el nuevo gobierno parecía dispuesto a aplicar “una prudente y moderada
política socialista, quizás en términos más limitados que en el gobierno anterior ya que
es evidente el contacto con el capitalismo de la nación”, léase, los empresarios
mineros886.
En su informe al canciller Saavedra Lamas, el diplomático ensayaba un perfil
del nuevo jefe de Estado introduciendo dudas sobre su liderazgo: “Busch no es un
hombre de gran talento pero posee condiciones de energía y buen criterio que serían
eficaces para un gobierno transitorio, de estabilización, pero no para una larga gestión
presidencial por su escasa experiencia política y su preparación restringida para una
amplia labor de estadista”887. Empero, esto no parecía obstáculo para la constatación de
que “los círculos financieros, industriales, etc. prestan al actual gobierno su más
decidida cooperación”. Adicionalmente, Montenegro no llegó a ocupar la secretaría
privada del presidente, como al parecer estaba acordado, sino que recayó en ella el
experimentado Gabriel Gosálvez, quien luego de actuar como representante del
saavedrismo en el gobierno de Toro representaba ahora a los republicanos
antipersonalistas, es decir, a los republicanos que tras la caída en desgracia de Saavedra
buscaron independencia del ex caudillo, ahora en el destierro.
Las razones de la caída de Toro –además de la crisis económica– hay que
buscarlas en las luchas de poder al interior de las Fuerzas Armadas y de los ex
combatientes, entre los cuales los ex prisioneros tenían sus propios intereses, y en
general eran hostiles a Toro, como queda claro en el rol de Belmonte junto a la logia
Razón de Patria, organizada por los ex prisioneros en Paraguay. Precisamente, estos

885
Céspedes, El dictador suicida…, ob. cit., p.172.
886
MREC – Sección División Política, Caja 3826, 1937. Arturo Machicao, de la Standard Oil, le escribió
a Peñaranda desde la sede de la empresa en Buenos Aires: “en este momento en el que se agitan las más
recalcitrantes pasiones, su personalidad es un signo de garantía como ejemplo de serenidad y
ecuanimidad, y por eso yo juzgo que consecuente con sus ideales patrióticos, Ud. seguirá en ese sitio para
calmar la vorágine e imprimir un rumbo sensato a la marcha del país en este movimiento juvenil que
seguramente debe caracterizarse en un concepto de reorganización completo”886 (Carta de Arturo J.
Machicao al general Peñaranda, 16-6-36, ALP/LML, 1936-1937, C.3, Nº 21).
887
MREC – Sección División Política, Caja 3826, 1937.

307
sectores que sentían antipatía por Toro sostenían sin dudar la jefatura espartana de
Busch, a quien consideraban uno de ellos.
Al posesionar a sus ministros, tras una asonada sin violencia, este último se
declaró decidido a “restaurar la institucionalidad, consolidar los prestigios del Ejército,
y laborar sin tregua por la felicidad de Bolivia”; la meta del golpe, según el nuevo
presidente fue “salvar la ideología de la revolución [de mayo de 1936]”888. La Calle
dice en su irónica sección “La esquina de los desocupados” que los verdaderos
socialistas, bajo el gobierno de Toro, terminaron desempeñando funciones sin
importancia, fuera de toda situación administrativa, o, finalmente, perseguidos y
desterrados889 (en realidad algunos de los destierros habían sido forzados por Busch).
Por eso, para el periódico socialista nacionalista, el golpe contra Toro fue un “reajuste”
similar a los que, “cuando es necesario”, se operan en el México revolucionario, “donde
los hombres pasan pero la revolución permanece”. Para La Calle se trataba de una
nueva etapa revolucionaria, como rezaba su editorial890.
Poco a poco, Busch fue dando señales de que no buscaba volver atrás la rueda de
la revolución. El 19 de julio, ante la LEC, reivindicó la nacionalización de la Standard
Oil por parte de su antecesor pero señaló que, durante el gobierno de Toro, los sagrados
derechos de los ex combatientes no habían sido tomados en cuenta y que el Poder
Ejecutivo se involucró en la politiquería, reinó la corrupción e incluso se intentó la
organización, con dineros públicos, de un partido “sin ambiente y sin prestigio”: el
Partido Socialista de Estado. Como, finalmente, el descontrol iba a caer sobre la “clase
armada” es que “decidimos enfrentarnos con esta situación de desorden y anarquía”891.
Para Busch, que detestaba la fragmentación partisana del país y la lucha de
clases, los ex combatientes eran la fuerza moral de la nación, la generación del
sacrificio, la garantía contra los regionalismos (como los emergentes en Santa Cruz y el
Oriente boliviano), al fin de cuentas, una suerte de expresión de la sustancia de la
nación892. Según Arguedas, Baldivieso le comentó en una ocasión que Busch le

888
“El ejército ha resuelto salvar la ideología de la revolución”, La Calle, 15/7/1936, p. 5.
889
“Experimento de doctrinas”, La Calle, 15/7/1937, p. 5.
890
“Nueva etapa revolucionaria”, La Calle, 14/7/1937, p. 4.
891
“En una proclama, el Tnl. Busch reitera ante los excombatientes sus ideales patrióticos”, La Razón,
20/7/37, p. 9.
892
Sobre el regionalismo oriental, Cfr. Hernán Pruden, “Separatismo e integracionismo en la posguerra
del Chaco. Santa Cruz de la Sierra (1935-1939)”, en Revista de la Red Intercátedras de Historia de
América Latina Contemporánea, Segunda Época, vol. 3. Nº 3, 1999, pp. 51-77. Allí pueden verse en
detalle los argumentos de quienes buscaban la integración con Bolivia y quienes deseaban separarse, así
como las fuentes identitarias de cada grupo y la relación de ellas con los indígenas de la región oriental,
especialmente los guaraníes.

308
confesó: “a David [Toro] no le perdono dos cosas: haber descuidado armar al ejército y
haber faltado el respeto a esta sociedad con su conducta licenciosa”893. El presidente
Busch nunca olvidó que, al fin de cuentas, los militares eran su base de sustentación.
Así quedó en evidencia en el presupuesto de 1938: de los 274.123.156 de bolivianos, la
parte del león se la llevaban Defensa nacional, que sin embargo había sido fuertemente
reducida luego de los acuerdos de paz con Paraguay: 86,7 millones frente a 23 millones
para educación894.
El equilibrio entre capital y trabajo será una de sus obsesiones hasta su temprana
muerte y el proyecto oficial fue expresado por Baldivieso, nuevamente canciller, como
la búsqueda de “una razonada y humana justicia social”, que debía superar a un
gobierno, el de Toro, que estaba provocando “una peligrosa beligerancia entre el
civilismo y el ejército”895. Varios meses después del golpe, en noviembre de 1937, el ex
líder estudiantil especificó aún más sus aspiraciones en términos de “socialismo
moderado”: “Mucho se ha hablado de los tintes del socialismo que forma parte del
espíritu del actual gobierno. Quiero definir exactamente nuestra situación: estamos
libres de toda influencia exótica. Nuestros anhelos de justicia social nacen de una
realidad auténticamente boliviana. Queremos realizar un mínimum de justicia social,
dignificando el trabajo y humanizando el capital. Todo dentro de un perfecto
equilibrio896.
Busch autorizó a los dirigentes políticos de la “rosca” a regresar a Bolivia –entre
ellos al viejo caudillo Bautista Saavedra–. Incluso manifestó que el líder marxista
Tristán Marof –fuera de Bolivia desde 1927– podía volver a pisar suelo boliviano897. Se
trataba de uno de los más enconados enemigos personales de Alcides Arguedas, quien
no escatimaba calificativos en su diario para descalificarlo (incluso se llegó a
mencionarlo, en los corrillos políticos, como futuro rector de la UMSA). Pero como
señala Klein, después de un cierto ímpetu inicial, los partidos tradicionales comenzaron
a experimentar una fuerte indiferencia en sus filas, en verdad se trataba de débiles
remanentes de los anteriores gigantes de la preguerra898. En efecto, Saavedra retornó a
La Paz en medio de una tumultuosa recepción a principios de octubre de 1937 y en un

893
Arguedas, Diario Íntimo…, Tomo 8, p. 80.
894
“Con Bs. 274.123.156 se aprobó el Presupuesto General de la Nación”, El Diario, 18/1/1938, p. 6.
895
“Hace declaraciones Don Enrique Baldivieso”, Última Hora, 27/7/1937, p. 4.
896
“El gobierno aspira a dignificar el trabajo y humanizar el capital”, La Razón, 24/11/1937, p. 6.
897
“Saavedra y Maroff [sic] volverán al país”, El Diario, 9/9/1937, Klein, Orígenes de la Revolución
Nacional…, ob. cit, p. 309.
898
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional …, ob. cit., pp. 310 y 314.

309
discurso ante la multitud expresó su apoyo al nuevo presidente899. Pero los efectos de
esa demostración de fuerza serían en gran medida un espejismo, contraproducente para
el propio Saavedra.
Ahora los republicanos no sólo eran “socialistas”: los saavedristas reconocían,
en los años 30 y 40, la dialéctica marxista como método de interpretación de los hechos
sociales y del “origen de los males y desventuras que afligen a nuestra sociedad”,
incluso incorporaban cierta retórica de Marx y sus divulgadores, pero rechazaban la
“transformación violenta y radical de la estructura social”, y optaban por un “socialismo
evolucionista900. Esto no impedía la simpatía de Saavedra con el corporativismo
fascista. Incluso comenzó a mencionar la “nacionalización paulatina de la industria
minera”. Pero la estadía del caudillo en Bolivia fue mucho más corta de lo que
esperaban él y sus seguidores: afecto a las conspiraciones, el viejo zorro de la política
plebeya fue apresado y violentamente desterrado el 27 de noviembre, sin que sus
partidarios tuvieran la fuerza para impedirlo901. Y su muerte en 1939 canceló
definitivamente su herencia política.

899
Ibidem, p. 310.
900
Alberto Cornejo S., Programas políticos de Bolivia, Cochabamba, Imprenta Universitaria, 1949, pp.
104-105. Incluso utilizaban cierta jerga marxista para sostener puntos de vista conservadores como este,
respecto a los indígenas y campesinos, lo que no era poco común en la época: “los trabajadores del agro
carecen de conciencia de clase, constituyen una masa amorfa, dispersa y esclavizada, desde hace siglos,
cuya ignorancia y falta de cohesión la incapacita para exigir el cumplimiento de las más elementales
reivindicaciones humanas” (ibidem, p.109).
901
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 311.

310
311
En busca del Ave Fénix: puentes y precipicios La Paz-Berlín-Roma … y México

La Alemania nacional socialista como inspiración

Como ya vimos, pese a las enormes diferencias que desde todo punto de vista separaban
a Bolivia y Alemania, era posible articular indianismo romántico y una sensibilidad
cercana al nacionalsocialismo en clave vitalista y de regeneración nacional. Por eso no
es sorprendente que en la posguerra del Chaco los paralelos entre Bolivia y Alemania
aparecieran, a simple vista, poderosos. Si Alemania había sido derrotada y humillada en
la Primera Guerra Mundial, Bolivia había padecido un fuerte golpe militar y moral en
las trincheras chaqueñas que había puesto en crisis la vieja idea de nación
oligárquica/liberal –en un acumulado de derrotas cuyo hilo conductor llevaba hasta la
guerra del Pacífico en el siglo XIX pasando por la del Acre a comienzos del siglo XX–
y reclamaba con urgencia nuevos paradigmas para salvar la nación. Si Alemania parecía
renacer sus cenizas mediante una revolución antiliberal y totalitaria liderada por los
nacionalsocialistas, ¿por qué no mirar hacia allí en busca de inspiración?. Después de
todo, como ya vimos, los vínculos con Alemania habían sido bastante fluidos,
especialmente en el plano militar, pero también empresarial.
Eso se propuso el gobierno de Busch al enviar a un grupo de jóvenes estudiantes
y militares –de la “nueva generación”– que en 1938 partieron entusiastamente hacia el
Reich, invitados por la jefatura de las Juventudes Hitlerianas a una amplia e intensa gira
por todo el territorio germano para imbuirse de “la educación del carácter y del cuerpo”
bajo los lineamientos del nacionalsocialismo liderado por Adolf Hitler. Gracias a un
conjunto de cartas del joven mayor Noel Monje, jefe del grupo, –publicadas en El
Diario con el título “Informe sobre las labores de la delegación estudiantil” y “Aspectos
de la visita de la delegación boliviana al progresista y pintoresco país de Adolf Hitler”–
podemos reconstruir algunas facetas del viaje así como las percepciones de los
participantes respecto de una larga gira que incluyó un periplo por las diferentes
regiones de Alemania.
El entusiasmo de los jóvenes bolivianos por la calurosa recepción de sus colegas
germanos es notorio en esas páginas: para ellos los alemanes representaban un pueblo
ubicado en un estadio superior de la civilización y ser admitidos en su seno era un
motivo de verdadero orgullo que El Diario socializaba con todo el país, transformando
las “pruebas superadas” de esos jóvenes en una fuente de honor y de esperanza de que

312
las fuerzas vitales de la nación al fin de cuentas no estaban agotadas. Si la guerra del
Chaco las había activado, ahora, en la posguerra, era momento de plasmarlas en un
nuevo orden regenerador, ya no con una perspectiva racista/positivista –como en la
primera década de 1900– sino moralista y vitalista.
La comisión estudiantil arribó a Hamburgo el 24 de septiembre de 1938. En el
mismo salón del barco General Artigas –en el que viajaban– fue agasajada por las
autoridades de las Hitlerjugend, antes de partir hacia Berlín. Además de recorrer la
ciudad, la delegación participó de actividades de camaradería con las Juventudes
Hitlerianas, que son descritas con tono maravillado por el jefe de la delegación
boliviana. Sorprende la amplitud de los recorridos y las visitas a lo largo y ancho del
país, que incluyeron sitios como el castillo de la Orden de los Caballeros Teutones
“donde anualmente se da una recepción a los niños que ingresan a las Hitlerjugend a los
10 años de edad”. Por otro lado, la participación de los jóvenes andinos en el ritual de la
caza del zorro, los puso bajo el aura de las ideas sobre el “suelo y la sangre” exaltadas
por el nazismo.
De esta forma, los bolivianos pudieron conocer de primera mano la estructura y
organización de las Hitlerjugend, para lo cual les fue ofrecida una conferencia dictada
por “el camarada Gert Drasdo, de la Sección de Extranjeros de la Jefatura de la
Juventud”902. También Monje y sus compañeros participaron de actividades deportivas
y de entrenamiento en la escuela juvenil y de una recorrida por el territorio alemán con
la finalidad de conocer “la admirable organización y disciplina de la masa, la admirable
honradez, el aseo urbano, el ritmo de la vida de trabajo, la salud y la profilaxis social, el
cuidado preferente que se da al niño y a la madre”. Con un indisimulado orgullo, en un
segundo informe, el joven boliviano informa que la delegación participó
“impecablemente” de un desfile con 1.500 miembros de las juventudes ante el propio
jefe del Estado Mayor de la Hitlerjugend. Otra parada fue la Escuela de Planeadores del
Partido Nacional Socialista donde se instruía la juventud del Führer. Allí, los oficiales
de aviación que había en el grupo participaron de vuelos de demostración903.
La misión estaba compuesta por veintinueve estudiantes, cadetes y militares de
baja graduación904. Del 24 de octubre al 9 de diciembre se dividieron en siete grupos
que fueron enviados a diferentes regiones del país, alojados en casas de familia

902
“Informe sobre las labores de la Delegación Estudiantil”, El Diario, 7/2/1939, pp. 6 y 9.
903
La delegación estudiantil en Alemania”, El Diario, 8/2/1939, pp. 6 y 9.
904
Puede verse la lista completa en “La misión estudiantil boliviana en Alemania”, El Diario, 9/2/1939,
p.11.

313
alemanas. Según sigue informando Monje, los jóvenes bolivianos tomaron cursos en
escuelas de comandantes “donde practicaron deportes sobre el terreno, conocieron a
fondo la ideología nacional que se inculca en el muchacho, la instrucción teórica,
[practicaron] tiro, llegando a disparar todas las lecciones prescritas”905. En síntesis, los
programas preparados por las jefaturas regionales buscaron mostrarle a los jóvenes
bolivianos “todo lo importante dentro de las actividades de la H.J. y la vida del pueblo”,
ideas que luego debían llevar a Bolivia para contribuir a la construcción de la nación
bajo la ideología del “socialismo de Estado”. El embajador italiano en Bolivia realizó
gestiones para que la delegación continuara a Italia, pero el gobierno decidió armar otro
grupo con los mismos objetivos: en este caso, captar en directo el espíritu de la
revolución fascista906.
Ese mismo año de 1939, también viajó el Reich el general Carlos Quintanilla,
quien el 15 de junio envió al presidente Busch un informe de actividades. Aunque uno
de los motivos del viaje era someterse a un tratamiento médico, el jefe del Ejército –que
había estudiado en Alemania– realizó una visita a las principales industrias bélicas
germanas, incluida la Siemmens, y a diversas escuelas militares. Su reporte es detallado
y da cuenta de sus vínculos con la alta jerarquía del régimen nazi: el 19 de abril almorzó
con el jefe del Estado Mayor Alemán, Walther von Brauchitsch en el Berliner
Gardekavallerieclub, junto al general Bilbao y el capitán Belmonte. Poco después
participó en la Gran Parada Militar por el cincuentenario del nacimiento del Fürher, en
la cual, informa Quintanilla, “Se nos trató con deferencia singular haciéndonos hincapié
en que éramos los únicos militares sudamericanos tratados en esa forma”907. Su balance
no parece incluir ningún aspecto negativo; Bolivia, según él, debía inspirarse en esa
“obra magnánima” que ha permitido a Alemania lograr de manera milagrosa sus
“objetivos raciales, territoriales y económicos” a partir de una articulación única entre el
“gobernante genial” y la “nación conciente”. Leámoslo de sus propias palabras:

El talento previsor de sus hombres, la técnica única de sus especialistas, su


organización minuciosa, el incremento constante de sus fábricas militares, el
funcionamiento admirable de sus institutos y reparticiones militares, unidas a la
disciplina férrea de la raza, el envidiable amor patrio de superación han hecho de

905
Idem.
906
Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de Bolivia. Legación boliviana en Berlín, reporte Nº5,
ALEM-1-R-16 , 14/1/1939, folio 4.
907
ABNB. PR273 Correspondencia, EMG [Estado Mayor General], 1939.

314
Alemania la primera potencia militar europea, que sin recurrir a la guerra [sic] acaba
de conseguir sus objetivos raciales, territoriales y económicos, que jamás pudo
pensarse que se alcanzara en tan escaso lapso transcurrido desde la ascensión al poder
del Canciller Hitler. La confianza del pueblo en su Führer, su cariño y respaldo a este
llegan hasta el fanatismo. Y esa comprensión absoluta entre el gobernante genial con
la nación consciente, decidida y verdaderamente disciplinada para conseguir su gran
destino en la humanidad, son los factores de ese milagro que ha transformado la
derrota sufrida en hegemonía indiscutida y palpitante. [Por eso] no habrá mejor
modelo para nosotros que tomar el ejemplo de Alemania para reconstruir nuestro
Ejército, sobre tendencias espirituales, bases técnicas y procedimientos de detalle que
le han dado su actual superioridad908.

Otro momento de confraternización con el Reich fue la presentación de las


credenciales ante el Führer del embajador Julio Sanjinés en diciembre de 1936. En su
informe a la Cancillería, de tono muy positivo, el general boliviano escribe con
entusiasmo que quedó “gratamente impresionado” del conocimiento que Hitler tenía del
desarrollo de la política en Bolivia “y la labor del socialismo nacional que desenvuelve
el actual gobierno” (esta última frase está subrayada). Hitler le dispensó un cuarto de
hora, en el cual señaló que “el hecho de que también Bolivia vea al Comunismo como
un enemigo de su acción constructiva, no puede ser sino un motivo auspicioso para el
recíproco entendimiento de nuestros pueblos”909. Sin ocultar su entusiasmo, Sanjinés
enfatizó que Hitler conocía el decreto del 16 de septiembre de 1936 que ponía al
comunismo al margen de la ley. Pero, como León Bieber ha destacado en su libro ya
citado sobre las relaciones boliviano-alemanas, el interés de Berlín se centraba más en
el terreno económico que en el político910. Por eso no debería sorprendernos que Hitler
prosiguiera diciendo que “en el propósito que le anima de incrementar el intercambio,
especialmente en el terreno económico, entre Alemania y Bolivia, cuyo acercamiento ha
impulsado eficazmente el tráfico aéreo, puede ud. contar con la absoluta colaboración
mía y la del Gobierno del Reich”911.

908
Idem.
909
Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de Bolivia. Legación boliviana en Berlín, reporte Nº3,
ALEM-1-R-14 , 20/11/36, fol. 131.
910
Bieber, Pugna por la Influencia y la Hegemonía…, ob. cit., p. 59.
911
Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de Bolivia. Legación boliviana en Berlín, reporte Nº3,
ALEM-1-R-14 , 20/11/36, fol. 132. Creación de la Comunidad de Trabajo Germano-Boliviana el 23 de
diciembre de 1937, de la que participaban funcionarios del ministerio de relaciones exteriores, bancos y
empresas industriales, bajo los auspicios de los miembros del instituto Iberoamericano y de la embajada
boliviana.

315
La actividad de Sanjinés en Berlín era fluida, tal como quedó registrada en su
correspondencia con la Cancillería boliviana. En una línea común a la mayoría de las
delegaciones antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando las posiciones frente al
nacionalsocialismo eran ambivalentes, y muchos veían en él un necesario aunque
incómodo antídoto contra el comunismo, sus oficios incursionaron en los grandes
eventos montados por el nacionalsocialismo para impresionar a propios y extraños. En
su carta del 4 de octubre de 1937, Sanjinés informa haberse sentido honrado de
participar, como embajador de Bolivia y junto con los otros diplomáticos, del IX
Congreso nacionalsocialista de Nuremberg, considerado un “acontecimiento de la nueva
Alemania”912. Otra vez, no se escatima en expresiones de admiración para el artífice del
“levántate y anda” de la herida y humillada nación alemana. “La impresión que he
recogido durante mi estadía en Nuremberg, concurriendo a todas las asambleas y
desfiles nacionalsocialistas, –escribe Sanjinés– es de que el pueblo alemán constituye
un bloque unitario fuertemente cohesionado por la fe que supo inculcarle el autor genial
de su resurgimiento: ADOLFO HITLER”913. El mismo entusiasmo muestra el
embajador al relatar el viaje de Mussolini a la Alemania de Hitler; sin dudar, considera
a esos dos hombres “los más representativos de Europa”, y advierte –con proyecciones
a lo que acontecía en Bolivia– que “en el curso de sus proclamas hicieron una reseña de
la lucha formidable realizada por el Nacionalsocialismo y el Fascismo en sus
respectivos países para anular y desarraigar el germen de la Tercera Internacional”.
Este tipo de vínculos –marcados por el poder de imantación del modelo alemán–
continuaron hasta el fin del socialismo militar. El enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de Bolivia ante el gobierno alemán, Hugo Ernst, repitió en 1939
conceptos similares a los de su antecesor Sanjinés914. En su encuentro con Hitler, el
diplomático señaló –en alemán– que “La marcha evolutiva que en el terreno espiritual,
científico y económico sigue la gran Nación alemana bajo la acertada dirección de
Vuestra Excelencia, es seguida con interés por los pueblos jóvenes de América, que ven
con honda simpatía esa labor consagrada al bienestar de la colectividad y la

912
El único jefe de misión que no estuvo, señala, fue el de la URSS.
913
Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de Bolivia. Legación boliviana en Berlín, reporte Nº 31,
ALEM-1-R-14 , 4/10/37, fol. 171 (mayúsculas en el original). Uno de los invitados personales de Hitler
fue Eduardo Santos Montejo, entonces candidato a la presidencia de Colombia.
914
Ernst había estudiado en Alemania, Inglaterra y Francia, fue prefecto de La Paz y alcalde de la Sede de
gobierno. En su actividad privada se dedicaba a la importación de maquinarias y artículos eléctricos
mediante la firma “Hugo Ernst Rivera” y representaba empresas alemanas como A.E.G, Osram, Demag y
I.G. Farbenindustrie, entre otras.

316
dignificación del trabajo”915. Acto seguido, ofreció a Hitler la profundización de los
vínculos comerciales mediante las “ingentes riquezas [mineralógicas] que encierra el
suelo boliviano”, y pueden ser de interés para las industrias alemanas. Es de notar –
prosigue– que en la actualidad Alemania ocupa ya un lugar preferente entre los países
que proveen a mi patria artículos manufacturados de alta calidad. Esta circunstancia,
unida al conocimiento de elementos jóvenes –cual sucede al presente con la visita que
hace a vuestra gran nación un núcleo de la nueva generación de Bolivia, gentilmente
invitada por la Juventud Hitleriana– está llamada a estrechar los vínculos que deberán
establecerse entre las nuevas generaciones, pues serán esos jóvenes bolivianos a quienes
acabo de referirme, los mensajeros de una confraternidad auspiciosa y fecunda entre
nuestra naciones”916. Las raíces alemanas del propio Ernst, junto a las del presidente
Busch, no podían estar ausentes del cordial diálogo con el Führer y, en efecto, fueron
destacadas por el enviado diplomático.
Parte del acercamiento con Alemania consistió en establecer una valija
diplomática directa, ya que hasta entonces los reportes iban a La Paz vía París. A veces
los temas tratados eran sensibles, como las gestiones bolivianas ante el Reich, en 1938,
tendientes a evitar la salida de 15.000 judíos de Austria rumbo a Paraguay. Bolivia
temía, básicamente, que esas colonias fueran usadas por el gobierno de Asunción para
poblar zonas sensibles del “desierto” chaqueño, lo que podía inclinar la balanza en
contra de Bolivia cuando las heridas de la contienda aún estaban lejos de haberse
cerrado. Pero no hay que ser muy suspicaz para ver que pedir que se prohibiera la salida
de judíos de Alemania bajo el nacionalsocialismo, además de prácticamente
condenarlos a muerte en los campos de concentración, podía ser leído, y así lo fue,
como un indolente acto de antisemitismo. Esa insensibilidad, en todo caso, quedó clara
en el reporte enviado por la embajada boliviana en Berlín en el que, de acuerdo a las
exigencias de las nuevas leyes antisemitas, los judíos alemanes que habían sido
contratados por la embajada boliviana debían ser despedidos917.

915
“Traducción del discurso del señor Hugo Ernst Rivera, Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de Bolivia ante el gobierno alemán en el acto de presentación de credenciales ante el
Canciller del Reich Adolf Hitler”, 28/2/1938. Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de Bolivia.
Legación boliviana en Berlín, reporte Nº50, ALEM-1-R-16, 1/3/39, folio 21-22.
916
Ibidem, fol. 22.
917
“Alemania desconoce a los cónsules de Bolivia en Breslau –Kurt Effenberg– ‘matrimoniado con
judía’, y el de Munich, Frotz Boden, de ascendencia judía, en función de las leyes que establecen el no
reconocimiento de funcionarios consulares de una nación extranjera a los alemanes que hayan contraído
matrimonio con una judía o personas de raza semita” (Archivo Cancillería. Estado Plurinacional de
Bolivia. Legación boliviana en Berlín, reporte Nº5, ALEM-1-R-16 , 14/1/1939, fol. 4).

317
En la misma línea, El Diario informa que Manuel Frontaura Argandoña “es
objeto de múltiples agasajos en la capital alemana”, incluyendo una entrevista oficial
con el líder del Frente del Trabajo del Reich, Robert Ley, visitas a campamentos de
trabajo y una entrevista en la revista Volkischer Beobachter –El observador popular,
órgano oficial del Partido Nazi– y en la radio alemana. En una conferencia en el
Instituto Ibero-Americano titulada “Comercio e industria en Bolivia”, el periodista y
escritor andino habló de la política migratoria boliviana, aclarando que esta estipulaba
que las fronteras de Bolivia están abiertas “a todos los extranjeros sanos de cuerpo y
espíritu de todo el mundo, sin más restricción que la de los judíos, gitanos, chinos y
negros, a los cuales se prohíbe el ingreso, salvo excepciones debidamente
justificadas”918.
Sin embargo, en 1939, en una decisión a contracorriente de gran parte del
mundo, Busch aprobó la migración irrestricta de judíos europeos a Bolivia, aunque esta
medida audaz se estrelló contra un fraude montado por miembros del servicio exterior,
cuyo epicentro fue la embajada boliviana en París. Conocido como el “affaire de los
pasaportes judíos”, el caso derivó en un escándalo al conocerse que el Cónsul general de
Bolivia en la capital francesa cobraba abultadas sumas, de manera ilegal, para otorgar
los visados919.
Los mencionados vínculos entre Bolivia y el Eje incluyen un dato curioso y
desconocido: en mayo de 1939, el ciudadano japonés y cuñado del presidente Busch,
Kokichi Seito, anunciaba en Yokohama, como una suerte de carta de presentación, que
Bolivia se había transformado en el primer Estado totalitario en el hemisferio
occidental –por esos días Busch había proclamado la dictadura– y, como esposo de la
hermana mayor del presidente boliviano, Josefina Busch, Seito anunciaba la voluntad
del país andino de formar parte del bloque Anti-Comintern920. No obstante, este
particular personaje –que desapareció por completo de las páginas de la historia
boliviana y recuperamos gracias a un recorte de periódico que un diplomático argentino
en Tokio envió a su cancillería– posiblemente estuviera usando sus influencias para

918
“Frontaura Argandoña está desenvolviendo simpática labor de propaganda en Alemania”, El Diario,
4/1/1939, p. 7.
919
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 357-358. Cfr. “El Director de Policías mayor
Guzmán ha descubierto los hilos de cuantioso affaire relacionado con autorizaciones de inmigración”, El
Diario, 25/5/1939, p. 7.
920
“As the first totalitarian state en the Western Hemisphere, it is my belief Bolivia will in the near future
become a member of the Anti-Comintern bloc”, The Japan Times & Mail, 3/5/1939 (MREC – Sección
División Política, caja 4255,1939, exp. 20).

318
hacer negocios con su patria natal, ya que se dedicaba más a la actividad comercial
privada que a la política.
En cualquier caso aunque sus declaraciones no parecían descabelladas (iban, por
el contrario, en la misma dirección de las citadas anteriormente), parecen no haber sido
tomadas en serio por el gobierno, al menos si consideramos como válida una nota sin
membrete que quedó guardada en los archivos de la Correspondencia presidencial de
Bolivia, lo que implica que llegó al propio presidente Busch. Ciertamente, el tema de
los vínculos con el Eje estaba en el escritorio del presidente921.
En efecto, como lo ha mostrado documentadamente Bieber mediante los
informes del Encargado de negocios en La Paz, Felix Tripeloury, los alemanes no creían
tener en Bolivia una pequeña réplica de su régimen a partir del socialismo de Estado –ni
como realidad ni como horizonte– y su interés radicaba en la posibilidad de obtener
materias primas necesarias para la contienda bélica.
Es verdad que Tripeloury elogió al nuevo régimen militar socialista por mostrar
“un espíritu nuevo, moderno, el cual parece decidido a eliminar radicalmente los
principios liberal democráticos vigentes anteriormente en Bolivia”. Pero, al mismo
tiempo, lamentaba la falta de energía y de talento en el manejo de los negocios del
Estado, así como la falta de consistencia, tanto personal como partidaria, que
caracterizaban al régimen de Toro922. Si las ideas viajan sin sus contextos, acá viajaban

921
En una nota informal y sin firma con membrete del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia,
con una especie de visto bueno probablemente del presidente Busch en lápiz azul, podemos leer:
América latina. Adivinando y contrariando.
Las principales cuestiones que se presentaban a adivinanzas la semana pasada eran dos: el dictador
germán Busch es fascista o un dictador demócrata? Se unirá Bolivia al pacto contra el Comintern? Las
primeras respuestas a estas adivinanzas surgidas de Roma y de Tokyo eran favorables a los fascistas.
En Tokyo hizo su aparición Kokichi Seito, hasta ahora desconocido cuñado del dictador Busch. Seito
sugirió la adivinanza: Bolivia pronto ha de unirse al pacto contra el Comintern. El Ministro Campero
Arce sugirió la adivinanza en Roma: Bolivia es un Estado totalitario, pronto se unirá al Pacto. Las
adivinanzas continuaron en Washington. Observadores de los Estados Unidos continuaron pensando en el
negocio de petróleo que Bolivia ha hecho con Alemania y se acogieron al rumor en el sentido de que un
oficial alemán ex miembro del estado mayor de Bolivia , lo consiguió.
Funcionarios de la Legación de Bolivia en Washington no estaban en adivinanzas sino contrariados. Un
indignado miembro de la legación contó:
1. Ha de unirse al Pacto, Bolivia? “Absolutamente fantástico!”
2. El negocio del petróleo con Alemania? “Absolutamente falso!”
3. Un miembro del Estado mayor en Bolivia? “Hemos tenido nuestra experiencia con los oficiales
alemanes en el Chaco [en referencia al general Kundt]. Los hemos devuelto a su país”
4. Busch ha sido condecorado por Hitler? El Presidente ha recibido diez o doce condecoraciones de otros
gobiernos. Uno de ellos puede que sea Alemania.
5. El cuñado Kokichi Seito? “Sus ideas no tienen ninguna significación”
Seito, según se ha explicado, es un exportador japonés en Bolivia que se casó con la hermana de Busch
que vive en Bolivia. (PR245, Correspondencia, Relaciones, 1939).
922
Deutche Gesandtschaft in Bolivien, B. 125, La Paz, 18/5/1936, citado por Bieber, Pugna por
Influencia y Hegemonía…, ob. cit., p. 56.

319
sin una historia, una sociología y un “espíritu” que podían hacer posible el
nacionalsocialismo y esto no escapaba en absoluto a los diplomáticos alemanes.
Poniendo antes el realismo que la ideología, el diplomático cuestionaba la ley de
sindicalización obligatoria por constituir un proyecto sociopolítico poco adecuado para
“un país cuyos habitantes son en un 80% indígenas y en un 80% analfabetos”923. Dando
cuenta de las ambivalencias reinantes, Tripeloury recelaba además de que el régimen
finalmente acabara por ser arrastrado hacia la esfera de influencia soviética, dado que
los comunistas habían logrado ingresar al gobierno y afianzarse en su seno. Tanto
Waldo Álvarez como sus asesores Arze y Anaya aparecían como evidencia de que
Moscú tenía allí una vía de entrada para tratar de ganar influencia tanto entre el
gobierno como entre los trabajadores. Recién con la salida de Álvarez estas
preocupaciones del diplomático se debilitaron y alentaron una visión más optimista,
pero siempre mantuvo su incredulidad sobre un rumbo fascista o nacionalsocialista del
socialismo de Estado boliviano924. La corrupción y la mala administración también eran
recurrentemente mencionadas como problemas fundamentales del nuevo orden y como
fuentes de descontento popular. Incluso Bieber muestra que un opúsculo escrito en
Alemania por el ex secretario de la Legación, y nazi confeso, Federico Nielsen Reyes,
señalando que desde 1936 Bolivia vivía bajo un liderazgo nacionalsocialista, fue puesto
seriamente en duda por los diplomáticos germanos.
No obstante, el régimen alemán sí mostró simpatías por la figura de Busch,
quien, además de ser hijo de un alemán, a diferencia de la predilección de Toro por la
Italia fascista, mostraba –según la legación en La Paz– “especial simpatía por Alemania,
a cuyo régimen considera ejemplar”925. Es más, en la Conferencia Latinoamericana del
Ministerio de Relaciones Exteriores, desarrollada en Berlín en 1939, el entusiasmo
alcanza un nuevo escalón cuando el Ministro Plenipotenciario en La Paz, Ernst
Wendler, afirmó que la dictadura de Busch se diferenciaba de las “habituales dictaduras
presidenciales sudamericanas”, y que, por el contrario, representaba “el intento de
transición hacia la forma totalitaria de Estado en estrecha adhesión a la ideología
nacionalsocialista”926. Poco antes, el propio Busch había pedido a Alemania ayuda para

923
Idem.
924
Ibidem, pp. 56-57.
925
Deutche Gesandtschaft in Bolivien, B. 43, La Paz, 7/2/1938, citado por Bieber, Pugna por Influencia y
Hegemonía…, ob. cit., p. 58.
926
Äuberunger der Missionschefs aus Latein-Amerika vom 13 Juni 1939, citado en idem.

320
construir, precisamente, un régimen totalitario estilo alemán, lo cual fue recibido con un
entusiasmo limitado en Berlín y a la postre respondido con evasivas927.
El propio Wendler era conciente de que el cambio en Bolivia sólo estaba
sostenido en la figura del presidente y de algunos de sus colaboradores. De allí el
énfasis de la diplomacia germana en poner el acento en las relaciones económicas
bilaterales928, que mejoraron notablemente en la era Busch, al punto que el padre del
presidente, el Dr. Paul Busch, viajó a Alemania, donde de discutió una posible
desvinculación de Bolivia del Pool Internacional del Estaño y la venta de este mineral,
en su totalidad, a Alemania y sus aliados del Eje929. Ya la nacionalización de la
Standard Oil Co. por el coronel Toro había tensado las relaciones con Estados Unidos,
mientras que la creación de la estatal petrolera YPFB y el flamante Ministerio de Minas
y Petróleo buscaban darle al Estado un lugar preponderante en el nuevo mercado de
hidrocarburos. Pero la falta de homogeneidad del gobierno y el sorpresivo suicidio de
Busch cerrarían estos contactos y realinearían a Bolivia con Washington.

Roma-La Paz: el desembarco de los policías fascistas

También los italianos tejieron vínculos con Bolivia –especialmente en el año de


gobierno de Toro–. Por esos días, la Italia fascista había invadido Etiopía y había
proclamado el imperio. América del Sur aparecía como un continente bastante alejado
de sus intereses inmediatos y Bolivia en particular carecía incluso de una colonia
italiana significativa; los italianos que vivían en Bolivia se dedicaban al comercio u
otras actividades productivas sin ejercer influencia cultural en el país andino, a
excepción de algunos sacerdotes. Uno de ellos fue Luigi Picardo –“ex combatiente de la
Gran guerra y fascista del ’23”– quien desarrolló su actividad político-pastoral en el
departamento de Tarija (fronterizo con Argentina), donde publicó el periódico La
Opinión930. Por ese entonces, el fascismo italiano buscaba justificar la “intensa obra
civilizatoria” llevada a poblaciones ‘primitivas’ como la etíope, y el sacerdote replicaba
con entusiasmo esa causa en el sur boliviano. Otro fue Ruggero Tommaseo, director del
Instituto de cultura italiana en La Paz. No obstante, uno de sus artículos en El Diario,

927
Diálogo personal con Robert Brockmann, en base a sus observaciones en los archivos de la Cancillería
alemana.
928
Bieber, Puja por Influencia y Hegemonía…, ob. cit., p. 67.
929
Ibidem, p. 71.
930
Bonan, La Paz-Roma…, ob. cit., p. 73. (Las traducciones son nuestras).

321
donde habló de la barbarie alemana, generaron malestar y desde Roma se dio
instrucciones a la embajada en La Paz de vigilar atentamente la actividad periodística
del profesor931.
La lejanía y carácter periférico de Bolivia para la geopolítica de Roma no
impidió, sin embargo, que desde la legación italiana en La Paz se ensayaran algunos
intentos de penetración ideológica. La figura clave de esos esfuerzos fue el diplomático
Luigi Mariani, quien tras reemplazar a Pietro Toni desarrolló una entusiasta actividad
que quedó reflejada en la prensa y el debate público de la Bolivia de los años treinta,
donde fungía como una activa figura pública. Sus informes detallados sobre el
socialismo militar boliviano mantuvieron informada a la cancillería italiana acerca de
los vaivenes políticos bolivianos y trataron de traducir a Roma lo que verdaderamente
significaba ser “socialista” para el gobierno de La Paz.
Por momentos, Mariani se entusiasmaba, como cuando cuenta que, en una
reunión, el ministro de Trabajo Javier Paz Campero –que había reemplazado a Waldo
Álvarez– se declaró un “profundo admirador del Duce y del fascismo y buen conocedor
de lo que el régimen había hecho por Italia”. Como demostración de ello, el ministro le
mostró al encargado de la legación italiana varios libros editados por el Ministerio de
Propaganda fascista932. Pero en otros reportes, por el contrario, Mariani expresaba
temores sobre la incidencia de la izquierda y de las tendencias socialcomunistas (según
él expresadas por el periódico La Calle y asociadas a la influencia cardenista mexicana;
no hay que olvidar que el diario socialista nacionalista, pese a sus ambivalencias, fue un
intransigente defensor de la República española). Sólo por momentos, el regio ministro
se entusiasma con la posibilidad de algún tipo de orientación hacia el fascismo del
socialismo militar andino.
En ese sentido, Mariani considera que aunque la constitución del Partido
Socialista de Estado bajo el gobierno de Toro “en parte lo acerca[ba] al fascismo”933,
ello no fue suficiente para sacar al gobierno de su impasse. Luego el entusiasmo retornó
fugazmente en algunas ocasiones tras el recambio de Toro por Busch. Pero sin duda,
Bolivia estaba lejos de las condiciones culturales –y de los debates de ideas– que
autores como Sternhell colocan en la génesis de la ideología fascista, así como de las
condiciones socioeconómicas que dieron origen a esas polémicas y a relecturas “en

931
Ibidem, p. 84.
932
Ibidem, p. 79.
933
MAE, Quaderno segreto (Situazione politica in Bolivia del 1937), citado en Bonan, La Paz-Roma…,
ob. cit., p. 87.

322
clave antimaterialista” del marxismo y habilitaron tránsitos hacia el sindicalismo
revolucionario y más tarde hacia el fascismo934. De allí que lo que podía observar el
encargado de la legación italiana era una simpatía hacia el fascismo más que un intento
de replicarlo seriamente en los Andes. Aunque la “cultura” corporativista tiñe los
intentos de cambio social en Bolivia desde la década de 1930 y la práctica de los
sectores populares hasta nuestros días –como ha observado René Zavaleta, estos hacen
política desde los sindicatos935–, ello no alcanzaba para darle consistencia a un proyecto
“antiiluminista” serio: un régimen fascista no se construye con declaraciones aisladas de
simpatía de algunos funcionarios claves hacia el renacimiento imperial italiano de la
mano del fascio ni con medidas aisladas e inaplicables. Cabe destacar, asimismo, que
Bolivia no había roto sus vínculos con Estados Unidos, que en la región estaba atento a
cualquier conato “nazi-fascista”.
Pero todo ello no desanimó a Mariani, quien buscó desentrañar las tensiones que
observaba en el gobierno entre una tendencia hacia un nacionalismo fascistizante y una
contratendencia hacia un socialismo de izquierda, que en opinión del diplomático
provenía de los “elementos bolchevizantes” que operaban desde la activa embajada
mexicana en La Paz. Pese a ello, las palabras de Busch respecto al comunismo –así
como un nuevo decreto anticomunista– parecían alejar ese peligro936. Mariani reportó
que Busch le dijo al ministró alemán: “He escuchado con satisfacción las declaraciones
sobre sus ideales que persigue el gobierno alemán actual y confío en que las
aspiraciones comunes a favor de la conservación de la paz y la seguridad del orden
interno, que han hecho del Reich alemán un baluarte contra el comunismo enemigo de
la civilización, dan a nuestra amistad la fuerza necesaria para hacer la más más sólida
alianza al servicio de la cultura y el bien común”937.
En un contexto político en el cual, según el diplomático italiano, “había temor a
pronunciar la palabra fascismo en voz alta”, uno de los proyectos más importantes fue la
organización de una polémica misión policial italiana, despachada a La Paz en octubre

934
Zveev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri, El nacimiento de la ideología fascista…, ob. cit.
935
René Zavaleta Mercado, “Las masas en noviembre” en René Zavaleta M. (comp.) Bolivia Hoy, Siglo
Veintiuno Editores, México, 1983, pp. 11-59.
936
El decreto del 27 de marzo de 1938 estableció la prohibición del comunismo, el bolchevismo y el
anarquismo, ideologías disolventes de la nacionalidad que se aprovechan de la credulidad de las masas.
Entre los agravantes se consideró “hacer propaganda extremista entre la clase indígena” (art. 6, inciso e).
Entre las penas se incluyó la pérdida por diez años de derechos políticos y se incorporó el decreto al
código penal boliviano.
937
Mariani al MAE, La Paz, 6 de noviembre 1937, AP, Bolivia 1937, sobre 3, TS 1806/768, citado en
Bonan, La Paz-Roma…, ob. cit., p. 92.

323
de 1936 y destinada a entrenar a los policías bolivianos. La comisión fue despedida en
Roma por el propio conde Galeazzo Ciano –ministro de Asuntos Exteriores y yerno de
Mussolini– quien llamó a los enviados a enseñar en el Nuevo Mundo la revelación
fascista938 y señaló: “el envío de una Misión de policía […] constituye sin duda una
nueva afirmación italiana en aquel país, y no faltarán favorables repercusiones en
nuestro prestigio y también para otras nuestras afirmaciones en otros Estados
sudamericanos”939. En efecto, la misión fue concebida como una cabeza de puente para
la penetración de ideas fascistas en otros países de la región, buscando explotar la
latinidad como el espacio de encuentro político-cultural entre Italia y América Latina y
como forma de acrecentar la eficacia del mensaje y la propaganda anti-roja940.
El contrato preliminar fue firmado en La Paz y preveía la permanencia de la
misión por un año, con posibilidades de prorrogar la estadía. En febrero de ese año,
Toro había creado por decreto supremo la Escuela Nacional de Policías, el primer
instituto de formación de oficiales en el país, en un esfuerzo serio por profesionalizar a
la fuerza; pero además de mejorar las capacidades de la policía, se buscaba dotar al
cuerpo de una nueva identidad en un momento de disolución del orden tradicional941.
Como ha señalado Quintana Taborga, no sólo se buscaba modernizar las fuerzas
policiales, sino que la presencia de la misión italiana –además de develar algunas
simpatías ideológicas del presidente Toro– sirvió para impulsar un conjunto de cambios
cuyo énfasis se concentró en la burocracia del Ministerio de gobierno (Interior)942. Bajo
los nuevos preceptos, la policía fue unificada en el cuerpo de Carabineros de Bolivia, un
nombre que remitía a los propios policías del Fascio943. Calò Carducci señala que los
italianos tenían la tarea de organizar todos los servicios de seguridad pública según el
sistema fascista. Desde la policía de investigación al tráfico urbano, así como la policía
de frontera y el servicio de información. En ese marco, el 3 de enero de 1937 llegó el

938
Schelchkov, “La influencia de los regímenes totalitarios…”, ob. cit., basado en informes de la
embajada mexicana en La Paz.
939
AS, Affari Politici, 1931-1945, Bolivia, legajo 4, MAE a Ministero dell’ Interno, Roma, 11/77, 1936,
citado en Luigi Guarnieri Calò Carducci, “La emigración italiana en Bolivia desde la colonia hasta el
siglo XX. Relaciones políticas, económicas, culturales”, en: Anuario 2003, Archivo y Bibliotecas
Nacionales de Bolivia, Sucre, 2003, p. 96.
940
Bonan, La Paz-Roma…, ob. cit., p. 142.
941
Juan Ramón Quintana Taborga, Policía y democracia en Bolivia, La Paz, Fundación Pieb, 2005, p. 44.
942
Idem.
943
La policía se dividió en dos ramas: Orden y Seguridad. La primera de ellas fue uniformada, entrenada
y equipada militarmente, y su misión consistía en controlar los desórdenes públicos. Para ese fin, fue
dotada de un importante y novedoso parque automotor, que sirvió para desarrollar las primeras
experiencias de patrullaje motorizado urbano (ibidem, p. 45). Además, la policía incorporó cuadros de
mando y tropa con experiencia en la Guerra del Chaco.

324
grupo dirigido por el jefe policial Domenico Ravelli junto a ocho miembros, dos del
cuerpo de la Seguridad Pública, tres de los Carabinieri, y tres de la Milicia Voluntaria
para la Seguridad Nacional944.
Sin embargo, pese a que en la historia boliviana esta misión quedó como una
muestra de la influencia fascista en la Bolivia de los años treinta, los informes
diplomáticos citados por Calò Carducci, dejan ver que el grupo enviado por Mussolini
estuvo lejos cumplir con sus objetivos, tanto inmediatos (organizar la policía) como más
generales: difundir la idea fascista945. Así queda demostrado también a partir de la
exhaustiva revisión de la correspondencia de Mariani, que Ivan Bonan recoge en su
tesis de grado en Historia en la Universidad de Padua. Las tensiones emergieron tanto
entre los italianos y la policía boliviana como entre los propios integrantes de la misión,
que respondían a tres grupos diferentes y terminaron presos de fuertes polémicas
internas. Una carta de Barranco deja en claro que desde el comienzo las cosas no
resultaron fáciles, y el tono de la misiva (extraoficial) permite apreciar los obstáculos
con los que se encontró este enviado de Roma, prácticamente desorientado por la
situación, y que lee (de forma posiblemente exagerada) en clave de hostilidad las
diferencias (“ambientales” y culturales) con la que choca al llegar a los Andes
bolivianos, sin ocultar un aire de superioridad y desprecio hacia un país donde “todos
son coroneles”:

Todavía estoy desorientado por varias razones, una no menor es la hostilidad del
medio ambiente. El 29 de diciembre, después de una navegación maravillosa
aterrizamos en Mollendo y de aquí después de cinco días de ferrocarril y de cruce del
Lago Titicaca ubicado a más de 4.000 metros, el 3 de enero llegamos finalmente a La
Paz. Contrariamente a las cordialísimas recepciones recibidas durante el viaje por la
República del Perú, aquí tuvimos una acogida casi hostil. En la estación, a pesar de
que nuestra llegada fue previamente anunciada, ninguna autoridad boliviana se
presentó a recibirnos. Sólo después de varios días apareció el jefe de policía local, un
coronel del Ejército (aquí todos son coroneles), y posteriormente por gestiones de
nuestro Ministro nos presentaron a los diversos ministros (todos oficiales) y al

944
Calò Carducci, “La emigración italiana…”, ob. cit., p. 96. Los miembros eran Michele Palotta, cónsul
de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (MVSN), Giuseppe Togni, centurión de la MVSN,
Salvatore Oppo, mariscal de los Carabinieri, Luigi Bertorelli, teniente coronel de los Carabinieri,
Constantino Luzzago, capitán de los Carabinieri, Rosario Barranco, comisario de la Seguridad Pública,
Saverio Furci, jefe de grupo de la MVSN, Vittorio Senise, secretario de la Seguridad Pública.
945
AS, Affari Politici, 1931-1945, Bolivia, legajo 4, Legazione italiana a La Paz al MAE, 30/9/37, citado
en Calò Carducci, “La emigración italiana…”, ob. cit., p. 97.

325
Presidente de la República (otro coronel), el que, como todos los días, estaba
borracho. La prensa local no ha sido hasta ahora favorable a nosotros, porque cree
que hemos venido aquí, más que cualquier otra cosa, para hacer política. Este punto
de vista, ahora, por suerte está cambiando después de los datos transmitidos a la
prensa por el gobierno. El actual Gobierno es militar pero tiene un carácter socialista
[…]946.

Varias improvisaciones –como la falta de oficinas– conspiraron contra la puesta en


marcha del trabajo de la misión que, además, recorrió parte de Bolivia por tierra y en
aeroplano. Pero al mismo tiempo, como ya mencionamos, no fueron menos dañinas las
pujas –que tomaron ribetes ríspidos– entre los propios miembros de las tres secciones
que componían la misión, como lo evidencia la correspondencia citada por Bonan. Era
la milicia el grupo que se mostraba más ligado a objetivos político-ideológicos.
A su turno, los italianos alegaron impedimentos ambientales y falta de material
humano idóneo para explicar los escasos avances logrados. Mariani, por su parte,
reconoció la necesidad de un verdadero “capo” y no de un primus inter pares en la
misión. De hecho, comenzó a pensarse en una nueva misión, con personas capaces de
“ganarse la simpatía local por su distinción en los modos, por su tacto y por su
educación” y, al mismo tiempo, por su capacidad de aprender rápido la lengua del
país947. Pero entretanto, Toro había sido reemplazado por Busch, y la idea predominante
del gobierno era bajarle el tono político a la misión y reducir la influencia de la milicia.
En opinión de Mariani, el “carácter duro” de Ravelli no logró conquistar simpatías y, al
mismo tiempo, fue incapaz de dar unidad al grupo. Pero mientras el diplomático italiano
buscaba organizar una nueva misión, el ministro de Gobierno, César Menacho, propuso
reducir a tres sus miembros, excluyendo a los milicianos fascistas como Pallota.
Por ello, al finalizar el año los italianos regresaron a Roma, a excepción de dos
de sus miembros (Bertarelli y Barranco) que se quedaron, por decisión personal, como
asesores de la dirección general de la policía boliviana. Pallotta escribió a sus superiores
que la situación boliviana era desfavorable para la difusión del fascismo. La colonia
italiana, según el miliciano, se presentaba dividida por riñas internas e indiferente a
cualquier impulso patriótico, al tiempo que el gobierno representaba una tendencia

946
Lettera di Barranco, La Paz, 13 gennaio 1937, AP, Bolivia 1937, busta 4. Citado en Bonan, La Paz-
Roma…, ob. cit., p. 144.
947
Mariani a Grazzi, La Paz, 7 ottobre 1937, AP, Bolivia 1937, busta 4, Prot. 1623. Citado en Bonan, La
Paz-Roma…, ob. cit., p. 149.

326
“decididamente comunista”, en medio de una opinión pública “totalmente desprovista
de conocimiento sobre el fascismo y engañada por la propaganda antifascista”. Empero,
lejos de las lecturas pesimistas, Pallotta consideró que, tras la misión, la comunidad
italiana se mostraba más unida –producto de una propaganda activa– atribuyendo al
encargado de la legación cierta indiferencia para que los fascistas tengan una sede, lo
que terminaba por amortiguar el entusiasmo de los adherentes al fascio, condenándolo a
resignarse a la “cháchara”948. En un tono exageradamente autojustificatorio, el jefe
miliciano llegó a afirmar que la Legión de Ex Combatientes fue creada por los italianos.
Pero aunque en muchos sentidos la misión fue una operación fallida, bajo el
gobierno de Toro se dictó el Decreto Supremo del 18 de enero de 1937 que unificó en
Carabineros de Bolivia a la policía de seguridad, las comerciales y los regimientos de
carabineros949. Esa policía tendría un rol decisivo en la Revolución Nacional de 1952
cuando los carabineros quedaron del “lado del pueblo” con armamentos que en muchos
casos eran más modernos y eficaces que el de los propios militares950.
Pese al fracaso relativo de la misión policial, en 1938 Bolivia recibió otra misión
italiana, en este caso militar, conducida por el coronel Massimo Asteriti y compuesta
por seis oficiales para fungir como instructores en la Escuela Superior de Guerra. Con
un contrato por diez años, los militares comenzaron a dictar cursos en la Escuela Militar
de Cochabamba, y en ese periodo se compraron armas de fabricación italiana como
metralletas, carros de combate y aviones951. No obstante, estos intercambios se vieron
interrumpidos a comienzos de los años cuarenta con los cambios internos y los
redireccionamientos de la política exterior de Bolivia en el interregnum liberal que duró
hasta 1943 y realineó a Bolivia con la política exterior de Estados Unidos (Bolivia
rompió relaciones diplomáticas con Italia en enero de 1942 en adhesión a las decisiones
de la Conferencia de Río de Janeiro).

948
Bonan, La Paz-Roma…, ob. cit., p. 152.
949
Historia de la Policía Nacional, Tomo II, La Paz, 1990, p. 329.
950
Los falangistas Enrique Achá Álvarez y Mario H. Ramos y Ramos –opuestos a la Revolución
Nacional de 1952– sostienen en su libro hagiográfico sobre el fundador de Falange Socialista Boliviana,
Oscar Únzaga de la Vega, que durante el alzamiento del 9 de abril de 1952 “era ostensiblemente
deficiente el sistema de comunicaciones de que disponía el Ejército; sus equipos de radio, teléfonos de
campaña etc., no funcionaban […] Carabineros, en cambio, contaba con vehículos motorizados provistos
de modernos radio-teléfonos que facilitaban sus comunicaciones y permítanles desplazarse
adecuadamente” (Únzaga: Mártir de América, Buenos Aires, Artes Gráficas Moderna, 1960, p. 29).
951
AS, Affari Politici, 1931-1945, Bolivia, legajo 6 y 7, “Aviazione militare e civile” y “Armi e
munizioni”, citado en Luigi Guarnieri Calò Carducci, “la emigración italiana…”, ob. cit., p. 97.

327
La “penetración comunista”… vía México

Ya vimos las susceptibilidades que los vínculos entre el socialismo militar y el


cardenismo mexicano generaban entre los italianos y alemanes, pero estos no eran los
únicos en creer que si el comunismo representaba un peligro para Bolivia este vendría
de acercamientos que se habían ido tejiendo entre La Paz y México (más que desde
Moscú) especialmente enfocados en la educación indigenal, pero que incluían algunas
otras áreas de cooperación, sobre todo técnica. Tampoco los italianos y alemanes eran
los únicos en encender luces amarillas como así vemos en un expediente “muy
reservado” titulado “Penetración ideológica de México en Bolivia”, elaborado por la
embajada argentina en La Paz para el gobierno del general Justo. Su advertencia,
sintéticamente, señala:

Méjico, país que a todas luces está haciendo una política verdaderamente comunista,
ha desplegado en esta República [de Bolivia] una actividad muy grande con el fin de
cimentar sus doctrinas y hacer activa propaganda entre toda clase de elementos,
especialmente trabajadores y jornaleros así como en los indios del Altiplano. Ya el
Gobierno de este país en alguna oportunidad llamó la atención del señor Ministro
Rosenzweig Díaz, por la forma casi abierta en que hacía trabajo de tal índole, debido
a cuya advertencia la prédica aminoró952.

El texto refiere, más concretamente, a la ya presentada experiencia de Warisata, y


al intercambio de misiones entre ambos países para estudiar la educación indigenal y
enriquecerse con el conocimiento mutuo de las políticas desarrolladas en ese terreno. En
referencia a la comisión que viajó a México, el reporte informa –y advierte– que “Ya
con anticipación [Cárdenas] obtuvo que una delegación de maestros bolivianos fueran a
estudiar métodos educacionales, etc. a ese país”953. Esa comisión pudo “desarrollar una
gran labor” en virtud de “toda clase de ayuda prestada”. Así, la comisión regresó a

952
MREC – Sección División Política, Caja 4255,1939, Exp. 6, p. 2.
953
Participaron del grupo Rafael Reyeros (presidente de la comisión y Oficial Mayor de Asuntos
indígenas), Toribio Claure, Max A. Bairon, Leonidas Calvimonte, Carlos Salazar, entre otros. Luego, una
comisión mexicana viajó a Bolivia con los mismos fines de intercambio. Esa comisión estaba compuesta
de un jefe encargado de organizar y dirigir los trabajos y estudios de antropología, un subjefe encargado
de organización e inspección escolar, un maestro especialista en pequeñas industrias rurales, un maestro
especialista en Psicometría y dos maestros rurales.

328
Bolivia “con un caudal de conocimientos que será puesto en práctica dentro del
ambiente liberal que se pretende dar a la educación en ésta”954.
El escenario era poco auspicioso: “Conversando con un amigo de la Legación –
apuntaba el diplomático–, me expresaba [que] ‘no es de extrañar que Bolivia siga este
camino dada la desmoralización espiritual y es de lamentar que el señor Presidente, que
es un hombre muy bien intencionado, no tenga quien le haga abrir los ojos y recapacitar
sobre el momento actual. […] Me han informado que los planes de enseñanza van a ser
modificados y posiblemente sobre bases totalmente materialistas, y más aún, con la
intervención de los elementos que han llegado de Méjico, quién sabe adonde se llegará.
‘Ya ve –seguía mi interlocutor– estamos en un trance molesto y casi le puedo asegurar,
dado el espíritu que reina en nuestra Universidad, con motivo de la terminación del
mandato del actual Rector, [que] no es nada difícil que sea elegido en su lugar el
conocido comunista Tristán Marof, y esto da una idea del ambiente social”955. Aunque
esto último finalmente no ocurrió –y no dejó de ser un corrillo– el testimonio evidencia
que los temores sobre un giro “comunista” del régimen provenían de la influencia de
México (si los decretos anticomunistas referían a Moscú y a la Tercera Internacional, el
cardenismo estaba fuera de sus objetivos). Más bien, desde una perspectiva que veía la
situación política como un duelo entre Italia/Alemania y México, el diplomático
continúa ilustrando a sus superiores, parte del régimen derechista y represivo del
general Justo:

Para dar una idea de la preponderancia que han adquirido las doctrinas e ideales
mejicanos, bastará decir que, en franca lucha con la Legación de Italia, logró el
Ministro [mexicano] imponerse, y obtuvo la venida de una numerosa delegación
encargada para hacer estudios de regadío en Cochabamba. El jefe de ésta fue
condecorado con la Gran Cruz del Cóndor de los Andes, máxima distinción que
acuerda este gobierno956.

Una de las expresiones de esa influencia mexicana era, de manera emblemática, la


escuela de Warisata. Para la embajada argentina, el régimen de enseñanza en la escuela-
ayllu era “esencialmente comunista”, y estaba dirigida por “maestros de diferentes

954
Ibidem, p. 2-3.
955
Ibidem, p. 3.
956
Ibidem, pp. 3-4. Cárdenas también recibió esa condecoración. Cfr. el follero Condecoración del
Cóndor de los Andes al C. Presidente de la República Gral. Lázaro Cárdenas. Discursos, Talleres
gráficos de la nación, México, 1938.

329
nacionalidades”, “existiendo mejicanos, peruanos apristas” y contaba con una “fuerte
subvención” del régimen cardenista. Es más: “Puedo informar a V.E. que el Ministro
Rosenzweig-Díaz realiza continuos paseos y visitas a esa región”.
Las prevenciones argentinas parecían fundadas en el atractivo que las reformas
mexicanas generaban sobre los educadores bolivianos. Una carta de Rafael Reyeros
(fechada el 28 de noviembre de 1938 y dirigida al embajador Alfredo Sanjinés) dice que
lo observado de la experiencia mexicana por la misión de educadores bolivianos servirá
para superar “la dolorosa experiencia de la etapa feudal” que vive Bolivia, promover el
mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares y la liberación
económica de Bolivia. La comisión realizó observaciones en los estados de Hidalgo,
Michoacán, San Luis de Potosí y Zacatecas. Y a la luz de lo allí visto, Reyeros destaca
que la “tendencia francamente socialista” de la escuela Francisco Madero “es digna de
tomarse en cuenta”. También indica que durante su larga estadía se produjo “la
expropiación del petróleo, la nacionalización de los ferrocarriles, la organización del
Partido Revolucionario Mexicano…”, lo cual “nos ha permitido medir de acuerdo a
nuestros modestísimos conocimientos el sentido revolucionario mexicano”. Estos
intercambios tenían como correlato el plan para organizar el siguiente Congreso
Indigenista continental en La Paz, aunque los problemas políticos provocaron que
terminara postergado y con una nueva sede: la localidad mexicana de Pátzcuaro.

A modo de síntesis: estas influencias cruzadas –Berlín-Roma-México– resultan


útiles para aprehender desde los archivos y no sólo desde las “grandes obras”, el clima
político-intelectual de la Bolivia de los años treinta; también nos permiten ver que sus
embajadores –especialmente los de México e Italia– fueron figuras muy activas en la
vida social y política paceña, y establecieron una suerte de “competencia” por la
influencia ideológica, que incluyó misiones, becas y diversos tipos de apoyos a
iniciativas locales. Es en este juego de injerencias donde podemos captar con claridad la
ambivalencia estructural del socialismo militar boliviano en sus casi cuatro años de
ejercicio del poder y explicar, en parte, sus movimientos pendulares entre izquierda y
derecha.

330
331
La Asamblea Constituyente de 1938: la escenificación (malograda) de un nuevo
orden

Las expectativas de que el régimen de Busch conllevara una restauración del régimen
oligárquico duraron poco tiempo. En pocos meses se irá constatando que, luego de un
breve paréntesis inicial, el gobierno retomaba la agenda del socialismo de Estado.
Luego de haber decidido el cierre de las tiendas estatales de venta de comestibles y
restringir los subsidios a los productos de primera necesidad, Busch volvió sobre sus
pasos y reabrió esos puntos de abastecimiento. Pero no quedó allí: a mediados de
noviembre comenzó un estudio destinado a redactar un ambicioso Código de Trabajo,
precursor en la historia boliviana, que aprobó antes de concluir trágicamente su
gobierno. Bajo esa vocación refundacional, Busch decidió convocar a la Convención
constituyente –cuyo proyecto estaba en marcha desde la era Toro–, que además de
redactar una Constitución para adecuar el esqueleto institucional del país al nuevo clima
“socialista” serviría para elegir presidente y vicepresidente; es decir para legitimarlo a él
en la cabeza del Estado.
Los ex combatientes propusieron que los representantes fueran elegidos
“funcionalmente”. La LEC cuantificó esa representación en uno de sus propuestas:
cuatro representantes por la minería, tres representantes por el comercio y la industria,
dos representantes de la industria petrolera, tres representantes de los profesionales
libres de la república, cuatro representantes por las universidades, tres representantes
por el profesorado, dos representantes por el periodismo, tres representantes del ejército,
cinco representantes por la Legión de Ex Combatientes, cinco representantes de la clase
obrera, tres representantes de los agricultores, tres representantes de las asociaciones
femeninas, tres representantes de la clase indígena957. Pero finalmente, los
convencionales fueron elegidos por medio de fuerzas políticas, aunque los sindicalistas
y la izquierda lograron organizar el “Bloque obrero”.

La Convención (que actuó como poder constituyente y como Parlamento


ordinario) representaba un hecho trascendental para Bolivia: como ha señalado Herbert
S. Klein, el cónclave sumó a Bolivia al movimiento del constitucionalismo social
tempranamente inaugurado con la Constitución revolucionaria mexicana de 1917, y

957
“Proyecto de decreto”, Gran Consejo Nacional de Excombatientes (ALP/LML, 1938, c.11, Nº 2).

332
representó la cristalización del pensamiento de la posguerra del Chaco958. La nueva
Carta Magna puso fin al constitucionalismo de raíz liberal plasmado en la Constitución
de 1880 y las condiciones de ambas asambleas estaban unidas por la guerra. Si aquella
convención se había reunido cuando aún se respiraba el olor a pólvora de la humillante
guerra del Pacífico, que significó para Bolivia la amputación de su litoral marítimo a
manos de Chile, la convención de 1938 discutió una nueva ley fundamental bajo el
clima de derrota de la guerra del Chaco, que obligaba a tomar las medidas necesarias
para salvar una nación que parecía cada vez más esquiva.
El enfrentamiento entre el gobierno y los partidos tradicionales se profundizó
con el destierro de Saavedra y del jefe liberal Carlos Calvo. Esta medida respondía a los
pedidos de los ministros “totalitarios” –término que se usaba con contornos no muy
claros– y fue apoyada por los socialistas y por el congreso obrero celebrado en Oruro959.
Los republicanos genuinos decidieron a su turno boicotear las elecciones, lo que le valió
a su líder, Demetrio Canelas, el destierro a la isla de Coatí en el lago Titicaca. Y esa
posición de abstención fue seguida por los liberales y los republicanos, aunque
posteriormente opositores como el propio Saavedra y Alcides Arguedas presentaran sus
candidaturas.
Entretanto, aunque la vieja oligarquía no fue despojada de su poder, se abrieron
grietas que provocaban inquietud entre los pequeños y tradicionales grupos de poder
locales. Así, Arguedas escribía en su diario luego de regresar de un viaje a París:
“Muchas casas nuevas; muchos automóviles flamantes. Las casas nuevas son de nuevos
ricos; en los automóviles vistosos, gentes que nunca se vio en un salón […] ¡Pero que
feas, qué toscas, que ordinarias estas nuevas caras morenas y cobrizas!”960.
Además de estos mestizos que ocupaban nuevos espacios de poder y que tanto
desagradaban a Arguedas, el gobierno continuó con la alianza con los sindicatos que
había iniciado Toro. No obstante, como en todos los regímenes “bonapartistas”
latinoamericanos, el gobierno de Busch tenía desconfianza de la acción independiente
del movimiento obrero y de este modo, mientras mantenía el acercamiento con los
sindicatos buscaba contener sus actividades en el marco de las fronteras de su proyecto
estatalista. Pero, en cualquier caso, fue capaz de mantener y consolidar los vínculos con

958
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 319. Cfr. también Rossana Barragán,
Asambleas Constituyentes, Ciudadanía y elecciones, convenciones y debates (1825-1971), La Paz, Muela
del Diablo, 2005.
959
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., pp. 122-123.
960
Arguedas, Diario Íntimo, Tomo 7, p. 178.

333
los sectores obreros para quienes, pese a los vaivenes, el socialismo militar era una
alternativa mejor que cualquier restauración “oligárquica”. En este marco, líderes
sindicales de la Central Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB) fueron nombrados
como autoridades locales, a pesar de las protestas de las élites pueblerinas, en su mayor
parte conservadoras961. Era una forma de bregar por la paz social en regiones
potencialmente conflictivas y estratégicas para la economía boliviana, dependiente de la
producción minera, sin caer el la estatización sindical (sindicalización obligatoria) que
se había propuesto Toro, que implicaba demasiados esfuerzos políticos y
administrativos para un Estado crónicamente débil como el boliviano962.
Pero el gobierno socialista se basaba en el liderazgo personal de Busch, el único
capaz de articular, aunque no sin enormes problemas, indecisiones y marchas y
contramarchas, a las fuerzas heterogéneas que componían su gobierno. Posiblemente
por eso el magnicidio fue una opción para derrocar al “socialismo militar”. Andrey
Schelchkov reconstituye el hecho ocurrido el 4 de febrero de 1938. El presidente había
ido al cine por la tarde. Durante la proyección se cortó sorpresivamente la electricidad
en todo el centro paceño. Busch salió de la sala y caminó hacia el Palacio Quemado por
las calles oscuras; era, a fin de cuentas, un joven guerrero que rechazaba guardaespaldas
y se valía por sí mismo. Según los informes de la embajada mexicana en La Paz, cerca
del Palacio unos desconocidos abrieron fuego contra el mandatario, que a diferencia de
sus acompañantes que se dispersaron enfrentó –e hizo desaparecer a sus atacantes–
valiéndose de su arma personal963. Acto seguido, continuó caminando hacia su
despacho.
Más allá de los detalles, un hecho como ese no desentona con la imagen de
temeridad que transmitía el héroe del Chaco. El 17 de enero de 1938, Busch designó al
general Carlos Quintanilla como jefe de las FFAA, en reemplazo de Enrique Peñaranda,
a quien dentro del oficialismo se acusaba de estar preparando una asonada para reponer
a Toro en el poder (Toro nunca dejó de conspirar desde el destierro). Unos meses
después, al llegar de Europa, Arguedas reproduce en su diario una anécdota no
verificada que circuló entre los corrillos políticos sobre el supuesto intento de golpe de
Peñaranda y la forma en que Busch la enfrentó:

961
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 124.
962
Ibidem, 124-125.
963
Schelchkov, El laberinto boliviano…, ob. cit., p. 125. (en base a Informe de la legación mexicana en
Bolivia del 14-2-1938, SER México)

334
Dicen que el generalísimo Peñaranda era el comprometido para dar el golpe en la
última intentona. Busch tomando una pistola le dijo: –Abajo está mi coche. Subimos
al Alto, nos batimos y el que salga vivo vuelve al Palacio y se encarga de la
presidencia… Peñaranda tuvo miedo y dejó el palacio, corrido… Esto cuentan y no sé
si será cierto. Y si lo fuera, lo que sería de admirar sería el modo como Busch
entiende las funciones de gobierno. Para él es cosa de hombría y nada más. –Si yo lo
mato a usted, yo soy el presidente. Si usted me mata, usted es el presidente… La cosa
es simple, fácil, expedita […] El gobierno de los pueblos no es el producto de la
voluntad colectiva ni de la ley. Es únicamente cuestión de suerte o de destreza en el
manejo de un revolver964.

El propio Arguedas sufriría en carne propia, algunos meses más tarde, estas
formas con las que el joven presidente intentaba resolver los problemas y que tanto
escandalizaban al autor de Raza de Bronce. El presidente volvió a mostrar su “estilo
expedito” cuando llamó al Palacio a Arguedas y le espetó una fuerte bofetada a causa de
un artículo que el mandatario había considerado ofensivo965. Luis Antezana E. la

964
Arguedas, Diario Íntimo, ob. cit., Tomo 7, pp. 180-181.
965
El 4 de agosto de 1938 el edecán del Presidente se apersonó en la casa de Arguedas y lo condujo hasta
el palacio. En su versión (no tenemos una alternativa) el escritor cuenta que al entrar al despacho, el aire
que se respiraba era de tensión. Detrás de la mesa central estaba el presidente vestido de uniforme. A su
costado estaba “un hombre gordo de vulgar aspecto, moreno y de bigote”. “Hice una leve inclinación de
cabeza al entrar y el militar [Busch] me miró fijamente con el ceño fruncido y señalándome las dos o tres
sillas que había frente a él al otro lado de la mesa me dijo con voz seca, breve, me ordenó mejor:
-¡Siéntese ahí!
El tono era del amo que ordena a un servidor culpable; el señor que pretende enrostrar una falta al
esclavo. La indignación me hizo ser brusco. Tiré de la silla, eché mi abrigo sobre otra y me senté
-¿Usted ha escrito este artículo? –me preguntó tomando El Diario que tenía desplegado sobre la mesa
-Sí, señor. Yo he escrito ese artículo.
-Es que yo se cuál es su intención. Usted…
No me recuerdo bien sus palabras y no podría reproducirlas fielmente. Lo solo que me recuerdo es que
me reprochó escribir en El Diario con el fin perverso y preconcebido de soliviantar la opinión [pública]
contra el gobierno.
-¡Es usted un canalla! –me sopló con voz fuerte y mirándome a los ojos.
El insulto bajo y cobarde me sublevó e irguiéndome sobre la silla repuse con vehemencia:
-¡Y usted es….!
Tampoco recuerdo lo que dije ni como lo dije pero debiera ser dura mi frase porque de un salto se puso de
pie y con los ojos saltados avanzó hacia mi:
-¿Sabe usted con quién está hablando?
-¡Yo sé a quién le estoy hablando! Y también me puse de pie.
Entonces llegó a mi y con un gesto rápido me cogió por la solapa , me atrajo hacia sí y [me] dio un golpe
violento sobre la ceja derecha con la mano cerrada y armada de un enorme anillo de oro. Repitió el golpe
sobre el otro lado de la cara.
Brotó la sangre a chorros por la ceja abierta, la nariz y la boca […] Aquello era tan insólito, tan plebeyo,
tan brutal, tan salvaje, tan primitivo que hasta la noción de defensa sentí anularse en mi. Pertenezco ¡ay! a
la pobre casta de estudiosos que viven en el aire viciado de las bibliotecas y descuidan cultivar el músculo
de los brazos para únicamente alimentar la sustancia del cerebro…
Yo hablaba ahogándome en la sangre que trataba de contener con un pañuelo. Solo recuerdo dos o tres
frases que eran respuestas a lo que él decía:

335
consideró una “bofetada a la antehistoria”966: al final de cuentas, el nacionalismo
boliviano se construyó contra el “pesimismo arguediano” y su lectura de que no sólo los
indios, sino Bolivia entera estaba enferma.
Pero más allá del aura presidencial, no existía un partido de masas que
sostuviera al gobierno (y con el ejército no se ganan elecciones), de ahí que para
enfrentar la dispersión de las fuerzas nacionalistas y de izquierda, el Ministro de
Gobierno se propusiera la conformación del Partido Único Antioligárquico, que
finalmente fue denominado Frente Único Socialista, compuesto por la CSTB, los ex
combatientes de la LEC, los sindicatos ferroviarios, el Frente Popular de Potosí, los
restos del nunca afirmado Partido Socialista de Estado, la fracción antipersonalista de
los republicanos, encabezada por Gabriel Gosálvez, el Partido Obrero y el flamante
Partido Socialista Independiente (PSI) en el que militaban Paz Estenssoro y
Montenegro967. A la cabeza del FUS fue elegido Armando Campero Arce.
La decisión de la oposición de no participar en las elecciones ayudó a que la
izquierda y los nacionalistas ocuparan una proporción de las bancas que no hubieran
logrado en una elección regular. En este sentido, el cónclave representaba mejor las
necesidades de la “historia”, en el sentido escatológico que le dan los nacionalistas (y
los marxistas), que la correlación de fuerzas de esa coyuntura, al menos con el sistema
de voto censitario en vigor. Por ello no fue casual que la convención se transformara en

-Esto que ha hecho usted es inicuo. Me hace usted llamar a su casa, a Palacio y usted, joven de 34 años de
edad, fuerte, pega a un hombre de 60 y desarmado. Esto le ha de pesar siempre.
-¡Es que ya me pesa! , me interrumpió.
-Todos los días le ha de pesar más y yo ¡no he de olvidar! También Melgarejo […] hizo asesinar a alguien
por ahí, pero… ¡estaba borracho! Usted quiere callar mi pluma y no ha de poder…un solo medio le
quedaría: hacerme dar dos tiros con sus soldados.
-¡Lo voy a hacer azotar! –me interrumpió.
-¡Ya lo veremos!”965.
Luego Busch lo envió a la enfermería a lavarse “para que no salga a hacer escándalo afuera” y el
gobierno emitió una orden prohibiendo comentarios periodísticos sobre el asunto. El 8 de agosto
Arguedas escribe: “hoy fue un gran día. Se movieron los estudiantes y universitarios. Vinieron en masa a
traerme flores y un mensaje escrito. Vinieron al caer la tarde y sus vociferaciones eran terribles: –¡Abajo
el camba!, ¡Abajo los caudillos bárbaros!, ¡Abajo la casta militar!. Arguedas, “desfigurado” salió al
balcón de su casa a agradecerles y posicionarse como un defensor inclaudicable en defensa de las
libertades públicas: las heridas en el rostro del autor de Pueblo enfermo eran un ultraje a la nación. Una
comisión de ex combatientes de la logia Estrella de Hierro –dirigida por Roberto Bilbao La Vieja– fueron
también a manifestarle su adhesión, “una docena de mozos de buenas familias”, al igual que la esposa del
ex presidente Toro exiliado en Chile. Radio El Mundo de Buenos Aires transmite la noticia de la agresión
contra Arguedas. Los estudiantes, según Arguedas, se fueron de su casa vociferando: “Viva el escritor
mártir!, ¡Abajo el Melgarejo de cartón!, ¡Abajo el camba iletrado!” (Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 8,
p. 217-221).
966
Antezana E., Historia secreta…, ob. cit., p. 123.
967
Cfr. el manifiesto del FUS en Delgado, 100 años de lucha obrera…, ob. cit., pp. 119-122. Delgado
recuerda que muchos sindicatos mineros mantuvieron posiciones “apolíticas” en oposición al pacto que
dio origen al FUS. No hay que olvidar el peso del anarcosindicalismo en el movimiento obrero boliviano.

336
la destinataria de feroces críticas de la derecha prooligárquica y de sus medios de
comunicación, que desde los primeros momentos presionaron a favor de su clausura.
Aunque la oposición boicoteó las elecciones, algunos de sus representantes
participaron de los comicios. Tal fue el caso de Bautista Saavedra que sostuvo sólo 115
votos en La Paz [sic] donde triunfaron dos figuras peculiares: los curas de izquierda
Tomás Chávez Lobatón y Luis Alberto Tapia, quienes aunque no formaban parte del
frente oficialista representaban un punto de vista ideológico similar y Tapia estaba
vinculado a los ex combatientes.
La decisión de Arguedas frente a los comicios fue de lo más curiosa. De viaje en
Francia, decidió presentarse y enviar por correo su manifiesto sin hacer la más mínima
campaña electoral y ni siquiera constatar que había sido inscripto. Era, en efecto, una
actitud que reflejaba su propia personalidad amargada y depresiva –tal como lo
trasmiten sus diarios– pero en este caso también puede leerse como una expresión del
estado de debilidad de los partidos conservadores. Al concluir su manifiesto, que luego
enviaría por correo a La Paz, escribió: “He entregado esta mañana al impresor las
cuartillas en que lanzo mi candidatura a la diputación por La Paz… Digo en ese
documento lo que debo decir, y sé que no producirá efecto en nadie. Lo hago por pura
coquetería y sin la menor esperanza de salir elegido”968.
Ciertamente, su manifiesto logró más repercusión en París que en La Paz,
gracias a un comentario elogioso de Max Daireaux en la revista France-Amérique
latine969. La candidatura de Arguedas llegó al extremo de que al parecer nadie se enteró
de su postulación. Cuando de vuelta en Sudamérica hizo escala con su barco en Lima se
encontró con el embajador boliviano Bailón Mercado y le preguntó por las
repercusiones de su candidatura, este le respondió que desconocía absolutamente que se
hubiera postulado y que los diarios bolivianos ni siquiera lo habían mencionado. “¿Y
quiénes fueron los elegidos?” –preguntó el escritor. La respuesta es una buena muestra
de la llegada de nuevos rostros a espacios reservados para las élites tradicionales.
“Gente desconocida. Primero, dos curas que presentaron, me dicen, su candidatura a
última hora, un artesano y algún otro que no [m]e acuerdo”, respondió el diplomático970.
No obstante, El Diario informaba el 11 de marzo de 1938 que “la figura de este
sacerdote [Tapia] es bastante conocida en el país”, ya que permaneció tres años en el

968
Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 8, p.131.
969
“Candidatura de un escritor”, France-Amérique latine, Nº 315, marzo de 1938 (tomamos la referencia
del Diario Íntimo de Arguedas, ya que no pudimos acceder a la publicación original).
970
Arguedas, Diario íntimo…, Tomo 8, p. 172-173.

337
Chaco como capellán militar, “recorriendo los diferentes sectores” y posteriormente
estuvo cinco meses prisionero “habiendo ayudado a los que cayeron en poder del
enemigo”. Como periodista –sigue informando el matutino– Tapia dirige la revista La
Cátedra, que va por el número 106971. “Últimamente el P. Tapia hizo un recorrido por
los centros mineros y varias ciudades del interior, pronunciando disertaciones
patrióticas, sin defender ninguna causa política”. Esta ignorancia reflejaba,
evidentemente, la desconexión de parte de la vieja élite con la nueva realidad nacional.
En la lista de los nuevos convencionales aparecen figuras que serán centrales en
el periodo siguiente como referentes político-intelectuales del nacionalismo
revolucionario. Así, ocuparon bancas en la Convención el experto en finanzas Víctor
Paz Estenssoro (llamado con sorna el “Honorable cifras” por su afección a los
números), el escritor y periodista nacionalista Augusto Céspedes y el político y
periodista Walter Guevara Arze. Pero también había representantes obreros como el ex
ministro Waldo Álvarez, Fernando Siñani, Trifonio Delgado, Adolfo Román (h) y
Rigoberto Villarroel Claure. Alfredo Arratia y el escritor Carlos Medinaceli también
formaron parte del bloque de izquierda.
Desde el comienzo de las sesiones, el bloque obrero y los nacionalistas de
izquierda procuraron escenificar las rupturas con lo que era visto como el ancien
régime. En esta línea, muchos se negaron a realizar el juramento tradicional con un
crucifijo y buscaron formulaciones que dejaran en claro el carácter socialista de la
Convención, aunque a menudo ese socialismo fuera simple y puro –aunque no inocuo–
rechazo al liberalismo. Medinaceli –electo por el Frente Popular de Potosí– juró “por la
causa proletaria, por Bolivia y por la humanidad”972. Fernando Siñani se explayó más en
el asunto: “Camaradas: Así como mi compañero Arratia explicó los motivos porque se
aparta en la forma de juramento tradicional, yo también declaro que no juro por las
creencias extraterrenales, sino por ideales terrenos, por la verdadera causa del pueblo,
por la justicia del proletariado. Manifiesto ante esta convención socialista que casi toda
mi vida me he consagrado a luchar por el bienestar de mi clase, de mis compañeros […]
y seguiré como siempre bajo la bandera del socialismo. Por los proletarios de Bolivia y
por los obreros de esta convención, juro cumplir lealmente el mandato del pueblo”973. El

971
“Candidatura del P. Tapia para diputado”, El Diario, 11/3/1938, p.6.
972
República de Bolivia, Redactor de la H. Convención Nacional, La Paz, Universo, 1938, Tomo I, p. 31.
973
Idem.

338
convencional Adolfo Román (h) juró “por Cristo que es el más grande socialista974.
Poco después, a la hora de elegir presidente y vicepresidente, Chávez Lobatón –elegido
con el voto de los electores de los barrios populares paceños– explicaba: “He venido a
ocupar esta banca parlamentaria por mandato del populacho, de esa masa de obreros y
es mi deber en este instante cumplir lealmente la representación popular”975.
Los convencionales y parte del gobierno otorgaban al cónclave una tarea
histórica, más allá de las posibilidades reales de aprobar muchas de las medidas
radicales que finalmente chocaron con el ala derecha de la convención, representada
sobre todo por los republicanos socialistas antipersonalistas, aliados del gobierno, y con
los propios militares. También había un bloque conservador, especialmente compuesto
por representantes del oriente Boliviano (Santa Cruz y Beni), donde tenía gran poder la
Casa Suárez dedicada a la explotación del caucho y un poder local protoestatal. Y varios
socialistas nacionalistas mantuvieron posiciones conservadoras en temas como la
ampliación de la ciudadanía.
El ministro de Gobierno César Menacho explicaba así, en un discurso inaugural,
la misión de la convención:

La guerra del Chaco ha creado una nueva conciencia colectiva. Nos encontramos
justamente en el ángulo histórico desde el cual nos toca mirar hacia atrás, para revisar
serena y honradamente el pasado patrio… para rectificar nuestra trayectoria de pueblo
y nación. No olvidéis que por el cause ideológico que se abrirá, seguramente la
convención nacional de 1938 orientará las generaciones de cincuenta años
venideros”976.

En este “periodo inquieto de anhelos renovadores” –como se dijo entonces– la


tarea del momento era salvar una nación que parecía hacer agua, y la responsabilidad
era achacada unánimemente al liberalismo aunado con los barones del estaño, que no
había permitido crear una nación sino una “semicolonia”, término que los socialistas
nacionalistas y los marxistas van a ir instalando exitosamente en el sentido común
popular. Por eso, como apuntó Roberto Jordán Cuellar “la primera obra de la
convención debe ser la compactación de la nacionalidad”, “terminar de ‘aunar’ el alma

974
Redactor…, ob. cit., Tomo I, p. 31.
975
Ibidem, p. 75.
976
Ibidem, pp. 3-4.

339
boliviana”977. Para ello era necesario acabar con el individualismo y los intereses
egoístas y poner por encima de ellos los máximos intereses nacionales, buscando la
armonía social entre el trabajo y el capital (es decir, erradicar la lucha de clases). Para
algunos, eso es lo que se había logrado con los regímenes fascista en Italia o
nacionalsocialista en Alemania. Como ha señalado Schelchkov, “al analizar el
nacionalismo boliviano se hace difícil trazar una línea divisoria clara entre nazismo y
pseudosocialismo”978.
No obstante, es conveniente matizar este punto. Para ello nos permitimos un
pequeño paréntesis. Como el autor citado recuerda, no fueron sólo los partidarios del
socialismo militar, sino que las simpatías con el fascismo y el nacionalsocialismo
conformaron un clima de época para las derechas antiliberales (y algunos “liberales”
también) de América latina, en muchos casos la adhesión era superficial, como tributo a
la moda, y en otros más arraigado. El propio Arguedas, militante liberal y hostil a las
dictaduras, cayó en el hechizo y mostró posiciones ambivalentes sobre la Alemania nazi
y aunque destacó el “peligro de desintelectualización” presente en el nazismo elogió la
renovación juvenilista de la nación germana, al tiempo que afirmaba: “con algo de
brutalidad [sic] Alemania pretende purificar aun más su raza”. Arguedas, además,
recibió el premio Roma, el 27 de abril de 1935, otorgado por el gobierno de Mussolini,
por su libro La danza de las sombras, escrito a partir de su diario íntimo y donde
precisamente elogiaba al nazifascismo y, paralelamente, recuperaba la influencia del
regeneracionismo español de Joaquín Costa sobre su pensamiento:

Un libro de autor joven, alemán, y escrito para jóvenes, La Misión de la Nueva


Generación, de E. Günter Gründel, sin desconocer el peligro de esta nueva tendencia
u orientación ‘que es poner en relieve espíritus bien dotados pero a los que no se les
ha dado el tiempo de madurar y los ha hecho superficiales y vanos’, señala con
magnífico entusiasmo las bellas características de la nueva generación de su país y a
las que Alemania se dirige para hallar el camino de su futura grandeza, acaso mayor
que ayer. Y ya la enumeración de esas cualidades nos hace ver que se trata de un país
conductor, superiormente civilizado, lleno de grandes disciplinas morales, de raza

977
Ibidem, p. 5.
978
Schelchkov, “La influencia de los regímenes totalitarios…”, ob. cit., p. 26.

340
seleccionada y que hoy, con algo de brutalidad, pretende purificar más todavía,
eliminando de su seno a los judíos…979.

Para Arguedas “la falla más visible y más peligrosa de esta juventud” es “la
desintelectualización que hasta ese grado puede conducir a la perfecta animalización”.
Pero esta constatación no le impide al escritor seguir con los elogios, y continuando con
Gründel coincide con él en que “dadas las adquisiciones de la biología moderna” solo
gentes estúpidas o de mala fe pueden defender la igualdad. “Subhombres llama a esas
gentezuelas con pretensiones intelectuales y que excitan las pasiones de las masas
gregarias, sin memoria y sin voluntad […] Estos tipos se hallan por lo general enrolados
en las filas del comunismo ruso, que ha recogido mucha morralla en todos los
países”980. También hay fenómenos similares en Italia, donde el fascismo –nos dice
Arguedas– ha traído “una transformación profunda en la mentalidad, hábitos,
costumbres e inclinaciones de la raza. La escuela fascista ha logrado “darle a la
juventud italiana ‘el sentido colectivo de la vida’ dentro de la comunidad orgánica que
se llama Estado, siguiendo así en esto a la tradición romana”.981 Todo lo anterior no le
impide a Arguedas elogiar el papel de la juventud en la revolución española –
incluyendo medidas de la “revolución republicana” como la igualdad de los sexos, el
voto femenino y el divorcio982. Incluso la revolución rusa –nos dice el autor de Raza de
bronce– trajo una cosa buena que no es el comunismo, sino el “orgullo nacional”, la
meta de “sobrepasar e igualar a los países capitalistas”, meta en la que está inserta la
juventud, “que lleva los ojos puestos en el ejemplo americano y abomina de los tipos
que hasta ayer encarnaban el alma popular como Rudine, el orador e ideólogo vago de
Turgueneff y Oblomov, el indolente”983. Finalmente, el último ejemplo es Estados
Unidos “con su prodigioso desarrollo material, su riqueza acumulada y la fuerza de su
espíritu abierto a todas las corrientes idealistas y generosas constituye el espectáculo
más impresionante de la historia moderna”984.

979
Alcides Arguedas, La danza de las sombras, Barcelona, Sobs. de López Robert y Cía. impresores,
1934, p. 365 [Libro cuarto: La terapéutica nacional].
980
Ibidem, p. 368.
981
Ibidem, pp. 369-370.
982
Ibidem, p. 373.
983
Ibidem, p. 370.
984
Ibidem, p. 384.

341
Nos detuvimos en estas opiniones de Arguedas porque en su aparente
incoherencia –más que un precursor del fascismo985– resume parte del clima de época,
que influía en diversos actores, desde nacionalistas hasta liberales.
El ex presidente Saavedra, por su parte, fue atraído por la organización
corporativa del Estado, por una “representación parlamentaria basada no sobre cifras
mayoritarias sino sobre intereses corporativos, industriales, comerciales, universitarios:
municipalidades técnicas y eficientes; función social del ejército”986. El programa de
1930 de su partido, el Republicano Socialista, incluía un acápite, “Raza fuerte y sana”,
propicia el fomento de la migración para “razas vigorosas y progresivas”, la prohibición
de la inmigración de chinos y negros, la prohibición de matrimonios “entre individuos
transmisores de herencia degenerativa”987. Humberto Palza creía –ya entrados los años
cuarenta– que los regímenes como el de Hitler eran capaces de concentrar la voluntad y
energía de millones de personas para crear un nuevo ciclo cultural a favor de la
grandeza nacional988. En 1941, cuando ya nadie dudaba de las atrocidades del
nacionalsocialismo, Roberto Hinojosa hizo su propia contribución sobre el tema con un
libro de 94 páginas publicado en México y notablemente titulado El mito del Rhin. Vida
pasión y gloria de Adolf Hitler. El libro es ambiguo, el autor escribe que puede ser leído
por los nazis –que encontrarán “los aciertos y las virtudes de su ídolo”– y los antinazis
“porque solo conociendo la fuerza moral e intelectual de su enemigo podrá Ud.
derrotarlo en su gran lucha social”989. Y agrega que “Hitler decorará en adelante ya no
las paredes callejeras [como fijador de carteles] sino el escenario del mundo, y lo
decorará con llamaradas rojas y con espectros apocalípticos”990.

985
Marcos Domic, “Alcides Arguedas, precursor del fascismo boliviano”, en Baptista Gumucio, Alcides
Arguedas..., ob. cit., pp. pp. 241-256.
986
E. Gómez, Bautista Saavedra, La Paz, 1975, citado en Schelchkov, “La influencia de los regímenes
totalitarios…”, ob. cit., p. 37.
987
Cornejo, Programas políticos…, ob. cit., p. 100.
988
“Digan lo que digan los detractores de la Alemania de Hitler, tengo para mi que no habría hecho lo que
está haciendo si no hubiese existido en cada alemán como cosa de su propia seguridad y vida, la
convicción del ‘Lebensraum”, el espacio vital, que el ‘fuhrer’ tuvo la habilidad de inculcar en el corazón
de cada alemán”. En contraposición sostenía: “Bolivia es grande, Bolivia es bella, Bolivia es rica, pero es
desconsolador que millones de gentes en el mundo no sepan ni que es grande, ni que es rica ni que es
bella”, “Disquisiciones sobre nuestro país”, Kollasuyo. Revista mensual de estudios bolivianos, año VII,
Nº 64, 1946, pp. 302-303 (desconocemos el año exacto en el que Palza escribió el artículo, publicado,
como se ve, luego de la derrota del nazismo).
989
Roberto Hinojosa, El mito del Rhin. Vida, pasión y gloria de Adolf Hitler, Monterrey NL, 1941, pp. 9-
10.
990
Ibidem, p. 23.

342
Una refundación difícil: el “descubrimiento” del Estado

Volviendo a la Convención Constituyente, quien mejor expresó su espíritu fue el


escritor y periodista Augusto Céspedes que en un larguísimo discurso apeló a la
mordacidad que lo caracterizaba para provocar a los convencionales, que hacían uso y
abuso de la retórica socialista por entonces a la moda. Céspedes formaba parte del
periódico La Calle que mantenía una posición de apoyo crítico del gobierno, con
acercamientos y distanciamientos igualmente pronunciados de acuerdo a las decisiones
pendulares del presidente, tironeado por los ministros conservadores y los nacionalistas
e izquierdistas. El escritor cochabambino apuntó que “las fallas de esta revolución
[socialista] nacieron precisamente de hacer ficción revolucionaria y no revolución
efectiva”991. Apoyándose en Marx y en Ortega y Gasset, señaló que la crisis de Bolivia
era un complejo de un conflicto de clases y un conflicto de generaciones. Así, se trata
de un enfrentamiento entre la vieja generación colonizada y una nueva generación que
quiere fundar la nacionalidad efectiva y libre. Si esa vieja generación es aun dominante
en la política, la economía y al fin de cuentas en la sociedad, la nueva –sigue Céspedes–
ya es dominante en la literatura. Son los viejos quienes manejan a Bolivia como “un
auto llevado por caballos”992. Pero el problema, para el periodista socialista nacionalista
es que la nueva generación no ha logrado constituir un “sistema de convicción” (Ortega
y Gasset), “tiene anhelos y pasiones pero aún no planes ni métodos ni sistemas”993.
Además, denunció que los civiles socialistas fueron desplazados primero por Toro y
más tarde por Busch a favor de los militares, quedando meramente “como comparsa”.
De esa forma, Céspedes habló en nombre de esos “civiles socialistas” desplazados. “A
grandes problemas, pequeños ministros. A intereses nacionales, soluciones de
camarilla”. Los gritos provenientes de las galerías del Congreso, a los que Céspedes
responde tratando a quienes los profieren de “barra de ignorantes”, dejan ver que
incluso dentro del bloque oficialista había profundas luchas de poder y visiones
encontradas sobre la estrategia a seguir. El discurso de Céspedes anticipa, en cualquier
caso, que los cambios radicales efectivos serán difíciles de plasmar en el nuevo texto
constitucional.

991
Redactor…., ob. cit., Tomo I, p. 61.
992
Ibidem, p.63.
993
Idem.

343
El aspecto más significativo de la elección/ratificación de Busch como
presidente es que dado que ningún partido –ni de dentro ni de fuera de la Convención–
se animó a hacerle frente y dieron por descontada su victoria, la batalla se concentró en
la vicepresidencia. Uno de los postulantes fue Hugo Montes, con apoyo del bloque
oriental y de El Diario como “prenda de paz y garantía para el país”994. Pero el sobrino
del caudillo liberal retiró su candidatura luego de una reunión con Busch en la que este
señaló que su candidato era Enrique Baldivieso, lo cual también acabó con las
esperanzas del entonces embajador en Washington Fernando Guachalla, que se había
postulado como candidato995.
Finalmente, con apoyo de la LEC, el postulante oficialista fue el socialista
Baldivieso, que en ese entonces oficiaba de Canciller. Baldivieso había sido ministro de
Siles y de Toro, y mantenía buenos vínculos con parte de la élite. De hecho, Arguedas –
que varias veces se encontró para tomar el té con él– escribe elogiosamente en su diario
que “Baldivieso es un político joven, activo, inteligente”996. Baldivieso se había
formado como dirigente universitario y el aprista Manuel Seoane en su ya citado libro
Mirando a Bolivia con el ojo izquierdo, lo presenta como el líder de la juventud de la
post guerra del Chaco. Estaba casado con la hija del banquero Humberto Cuenca, lo que
provocaba ácidos comentarios de parte de socialistas nacionalistas como Céspedes997.
Arguedas anotó en su diario la versión de la elección del vicepresidente que el
suegro de Baldivieso le trasmitió al ex presidente Tejada Sorzano, que a su vez se la
contó al autor de La danza de las sombras. El ministro del interior y uno de los hombres
fuertes del régimen, Gabriel Gosálvez, habría resignado su propia postulación debido a
su impopularidad. Según Cuenca, este le habría dicho a su yerno: “Oye Enrique […] he
visto que en el país me odian y que no tengo ambiente en las cámaras. Todo lo malo que
sucede me lo atribuyen y en cambio se olvidan de lo bueno… como esto es así yo debo
eliminarme y como tú tienes amigos hemos pensado que debes ser tú el
vicepresidente”998.

994
“La candidatura del doctor Montes significa prenda de paz y garantías para el país”, El Diario, 11 de
mayo 1938, p. 6.
995
“D. Luis Fernando Guachalla es propiciado como candidato a la vicepresidencia de la nación”, El
Diario, 30/4/1938.
996
Arguedas, Diario Íntimo, Tomo 8, p. 83.
997
Por ejemplo, Céspedes cuenta que en una ocasión, al ir a buscarlo a su casa junto con Montenegro,
Baldivieso los recibió enfundado en un robe de chambre de seda, lo que provocó un malicioso comentario
de Montenegro que le susurró al “Chueco” al oído: “¡este hombre se jodió!” (Baptista Gumucio,
Evocación de Augusto Céspedes…, ob. cit., p. 21).
998
Arguedas, Diario Íntimo…, Tomo 8, p.181.

344
En ese contexto, y sin rivales a la vista, Busch obtuvo 108 votos, el viejo
caudillo Bautista Saavedra uno, y dos convencionales se abstuvieron, lo que es una
buena medida de la falta de alternativas presidenciales que por ese entonces daban un
gran poder a Busch. En su discurso de investidura, el héroe del Chaco insistió en que “la
magna tarea es reconstruir la nacionalidad” y en que su gobierno promovía la paz
política y la justicia social “inspiradas en un solo bolivianismo acrisolado”, haciendo
desaparecer los antagonismos de clase: “soldados y ciudadanos, capitalistas y obreros
son servidores solidarios y mancomunados de la Nación”, no trastornos sino
evoluciones progresivas y equilibradas999. Por su parte, Baldivieso reclamó una “paz
justa en lo internacional [con Paraguay] y paz de la justicia social en lo interno”1000.
Prosiguió señalando que la Convención

tiene el mandato imperativo de un pueblo que, en la angustia de la guerra, en ese


trágico sacudimiento, a fuerza de dolor y de heroicidad, ha descubierto las mentiras
en que vivía y ahora, busca la verdad y quiere la justicia […] Es la primera vez que en
el Parlamento de Bolivia se presenta un selecto bloque de representantes de la clase
trabajadora. Han dejado la fábrica y la mina para compartir las lecciones
gubernamentales1001.

Busch describió, finalmente, el país que había que cambiar:

un país inmenso con población pequeña, riquísimas regiones de variada producción,


sin vinculación alguna con los centros de consumo; régimen agrario primitivo, en el
que coexisten el latifundio improductivo, con la comunidad indígena de matiz
colectivista; en las ciudades un artesanado de tipo midioeval; un industrialismo
incipiente; pequeña minería desarrollándose penosamente ante la gran empresa de
capital extranjero; un capitalismo nacional débil y raquítico; y sobre todo este
panorama, la constante amenaza del imperialismo económico1002.

La Convención, que combinó su trabajo como Parlamento con la discusión


constitucional, decidió reponer la Constitución de 1880, y sobre esa base realizar los
cambios estructurales. Hubo largos debates sobre si la reforma debía ser total o parcial.

999
Redactor…, ob. cit., Tomo I, pp., 82-83.
1000
Ibidem, p. 84.
1001
Ibidem, p. 85.
1002
Ibidem, p. 86.

345
Paz Estenssoro acusó a la comisión que había redactado el preproyecto constitucional
de constitución de buscar “agradar a las derechas”1003 . Los “reformistas” argumentaron
–en boca del convencional republicano socialista Montellano– que el caso boliviano
difería de los de la Rusia bolchevique, la España republicana, la Alemania nazi o el
México revolucionario, por lo cual no era necesario un cambio completo de
Constitución ya que no hay un cambio fundamental en el régimen democrático. Además
sostuvieron que la Comisión Redactora de un nuevo texto constitucional se mantuvo
dentro de los límites de la constitución del 80 y que “las incorporaciones que [los
izquierdistas llaman] de principio son simples enunciados de carácter lírico y
romántico”. Este grupo acusaba a la “izquierda” de tomar artículos de la constitución
española que no se adaptaban a la realidad boliviana, por ejemplo respecto a la igualdad
entre hijos legítimos y naturales o disposiciones de que la propiedad debe cumplir una
función social.
Más allá del desorden de las discusiones, a menudo llenas de retórica, de manera
inédita en Bolivia comenzaron a discutirse cuestiones neurálgicas como el sometimiento
del país al imperialismo, el inmenso poder de los barones del estaño y la necesidad de
que el Estado tuviera un rol activo en la regulación de la economía y en el bienestar de
los ciudadanos. Más aún, la convención discutió durante horas que la propiedad debía
tener una “función social”, un tema que evidentemente alteraba a la rancia casta de
propietarios agrícolas, cuya capacidad productiva no se basaba en la técnica sino en
grandes masas de colonos que trabajaban en sus haciendas (e incluso en sus viviendas
particulares como pongos) para mantener sus propias parcelas. En palabras de Eguino
Zaballa, la nueva Constitución debía incorporar lo “que se escapó a la visión de los
hombre del ochocientos: el Estado” y “no puede seguir constituyendo el Estado policía
o meramente administrador. Tiene que ser Estado regulador por excelencia y propulsor
de toda la economía y el progreso nacionales”1004. El convencional Enrique Liendo (de
Oruro) retomó a Tristán Marof y planteó la solución de los problemas con la consigna
“Minas para el Estado, tierras para el indio, síntesis del socialismo boliviano”. Y había
cierto consenso en que el mejor sistema –a la luz del fracaso del liberalismo– era una
“democracia funcional” de tipo corporativa. Pero ello no sólo remitía al fascismo. Un
ejemplo de ello es el caso del diputado de izquierda Rigoberto Villarroel Claure –electo
por La Paz– quien para apoyar su tesis de que “la democracia funcional corrige la

1003
Redactor…, ob. cit., Tomo II, p. 318.
1004
Redactor…, ob. cit., Tomo II, pp. 311-312.

346
democracia parlamentaria” citó a los socialdemócratas austriacos Otto Bauer y Max
Adler1005.
Esta formulación ponía el acento en uno de los temas más controversiales: la
cuestión agraria (no así el llamado “problema indígena”, que recibió mucha menos
atención, en gran medida enfocada en la cuestión educativa). Si la propiedad en general
debía cumplir una función social, ello era un tema mucho más candente en el caso de la
tierra, base de sustentación de las clases dominantes bolivianas. Pero por otro lado había
un consenso bastante generalizado en que el sistema de hacienda había llevado al
estancamiento en la producción agropecuaria. Con tono profesoral, Paz Estenssoro
explicó este pasaje hacia las nuevas concepciones reformistas de la propiedad privada:

Desde fines del siglo XIX se va operando una transformación dentro del régimen
económico de los pueblos del mundo; la propiedad, que en sí es un hecho económico,
también tuvo que experimentar igual transformación, originando una nueva
concepción del derecho que la regula. No se considera ya al individuo completamente
aislado […] sino como integrante de ese organismo que se llama sociedad, es decir
que se reconoce una especie de interdependencia en la que prima el interés colectivo
[…] no se persigue absolutamente el propósito de hacer desaparecer la propiedad
privada, no vamos a colectivizarla, pero sí la condicionamos a que llene una función
social. […] no es posible suponer que enormes extensiones de tierra permanezcan
incultas sin beneficiar a su propietario ni a la colectividad […] La necesidad de la
parcelación de las grandes extensiones de tierras improductivas, para que llenen
precisamente la función a la que me refiero, está reconocida hasta en el tratado del
Dr. José Carrasco, que es la Biblia de los liberales. Dice que debe irse a la subdivisión
de la propiedad para hacer que rinda utilidades en mayores proporciones a la
colectividad y como medio de evitar futuras explosiones sociales1006.

Humberto Montaño (Cochabamba) respondió que “no es posible que reaccionemos


en forma tan violenta contra las garantías que ofrece la Constitución a la propiedad
privada”. En Bolivia, un país con pequeña población y gran cantidad de tierras, “no se
presta el ambiente para un remedo ridículo a los países del viejo continente. La
Constitución del 80 está perfectamente adaptada al estado en que nos encontramos”1007.

1005
Ibidem, p. 428.
1006
Ibidem, pp. 524-525.
1007
Ibidem, p. 532.

347
Un aspecto destacable de la convención es la polémica entre Paz Estenssoro y
Walter Guevara Arze a partir de la oposición de este último a la parcelación de los
latifundios, posición que era compartida tanto por los nacionalistas como por los
marxistas1008. La posición de Guevara era bastante sorprendente ya que en general la
propiedad comunitaria de la tierra era considerada desde diferentes perspectivas
ideológicas como un elemento anacrónico –un resabio del pasado–, opuesto a la
necesidad de progreso técnico en el campo. Para Guevara, no obstante, debía suprimirse
la palabra parcelación “porque es clásicamente liberal”1009. Pero como es necesario
tender a la reorganización de la gran propiedad con el fin de intensificar la economía
agrícola, sin pasar por la etapa de la parcelación del latifundio, debemos suprimir del
proyecto la palabra parcelación y decir simplemente: ‘Los latifundios improductivos
serán expropiados para su explotación por el campesino agrícola’”. Anticipando los
problemas del minifundio, Guevara prosigue que en México la parcelación de la gran
propiedad resultó un inconveniente para la producción. Es por eso que “el gobierno
mexicano obligó a los ejidatarios a unirse y formar cooperativas agrícolas u
organizaciones colectivas para el cultivo con máquinas y en gran escala”1010. El
convencional cochabambino argumentó:

Al considerar en nuestro país los problemas de la tierra y el indio, no debemos caer en


el error de querer implantar la primera etapa de la economía liberal, dando al indio
una pequeña propiedad, porque no podrá constituirse en un factor de progreso. Lo que
hay que hacer es ir a la organización de la gran producción económica, que
felizmente existe en Bolivia y no ha existido en Méjico. En efecto, el régimen
comunario indígena, que es anterior a la dominación incásica, se impuso por el medio
geográfico, ya que los indígenas disponían de tierras pobres y no aptas para la
agricultura, no podían producir ni para sus propias necesidades, entonces implantaron
el sistema de comunidades para ir a la gran producción. Es así que el sentido
comunitario indígena podemos decir que es biológico en nuestro país. Si tratamos de
encarar una reforma agraria en sentido de suprimir el latifundio improductivo, no
debemos ir a su parcelación, sino entregarlo íntegro a los indígenas comunarios, no
para que produzca como los feudos de hace doscientos años, sino para la producción
en gran escala con la cooperación del Gobierno, quien debe tecnificar el trabajo de los

1008
Carmen Soliz, “La modernidad esquiva: debates políticos e intelectuales sobre la reforma agraria en
Bolivia (1935-1952)”, Revista Historia y Cultura, Nº 29, La Paz, diciembre de 2012.
1009
Redactor…, ob. cit., Tomo II, ob. cit., p. 533.
1010
Ibidem, pp. 535-536.

348
comunarios. Repito que los latifundios improductivos deben ser entregados a los
indígenas sin ser pulverizados, para formar la gran empresa agrícola, que es el mejor
sistema de producción; de lo contrario, lo único que vamos a conseguir es subdividir
las grandes haciendas en parcelas, de donde surgirá el mismo problema de la pequeña
propiedad improductiva1011.

Flores Jiménez llamó a distinguir entre la realidad del Altiplano y la del oriente: el
mayor mal del oriente –objetó– no es el latifundismo sino el baldiísmo –sobran tierras y
faltan hombres1012. Paz Estenssoro, uno de los redactores del proyecto en cuestión
ironiza que si el mismo era impugnado por Montaño (por derecha) y por Guevara A.
(por izquierda) ello revelaba que el proyecto tenía todas las posibilidades de acierto.
Respecto a las críticas de Guevara respondió que “es posible que el proyecto que hemos
formulado con el H. Balcázar no coincide exactamente con la dialéctica pura de Carlos
Marx, pero se ajusta a la tradición, y a la realidad de Bolivia. Nosotros tenemos que ir a
la parcelación de tierras para evitar la emigración del campesinado de muchas regiones
del país”… para evitar la fragmentación propone la constitución de cooperativas, pero
por medio de leyes secundarias. Argumenta que se trata de un proyecto de transición
porque “todavía no podemos obrar con un criterio absolutamente socialista1013.

La Convención discutió también la ampliación de la ciudadanía: el 11 de agosto de


1938 comenzaron las sesiones sobre “nacionalidad y ciudadanía”. Paradójicamente,
aunque se buscaba ampliar la ciudadanía se propusieron cambios que implicaban una
mayor restricción, como haber concluido el ciclo primario para poder votar, o estar
sindicalizado para ser ciudadano pleno. Paz Estenssoro rechazó la necesidad de cumplir
con la educación primaria exigida en el proyecto de la Comisión ad hoc por considerar
que ese requisito “no contempla la realidad boliviana” ya que “hay enorme cantidad de
personas que saben leer y escribir y que han sido hasta representantes a las
municipalidades, sin haber cursado instrucción primaria”1014. Por otro lado, continúa el
diputado nacionalista, hay enormes territorios del país donde ni siquiera hay escuelas.
“Si restringimos [la ciudadanía] en la forma que propone la Comisión ad hoc
privaremos a esas masas del derecho electoral. [Por el contrario] El socialismo se basa

1011
Ibidem, p. 536.
1012
Ibidem, p. 538.
1013
Ibidem, pp. 540-541.
1014
Redactor…, ob. cit., Tomo III, ob. cit., p. 107.

349
en el pueblo sin distinciones, y lo que estamos haciendo, precisamente, es una selección,
una élite, al obligar para el ejercicio de la ciudadanía, el requisito de haber vencido los
seis años de instrucción primaria. Hay familias proletarias que no pueden mandar a sus
hijos a la escuela, porque estos desde temprana edad trabajan para ayudar a sus padres.
Al negar la ciudadanía a esos elementos preconizamos un castigo injusto”1015. También
Paz Estenssoro rechazó el requisito de contar con certificado de trabajo, lo que
consideró que representaba una discriminación para los campesinos. Para los
defensores, empero, el requisito de la educación primaria contribuiría a hacerla
efectivamente obligatoria.
El debate sobre si debía exigirse la sindicalización o el certificado de trabajo
como condición para el ejercicio de la ciudadanía generó largas discusiones con
defensores y detractores (por ejemplo, Liendo sostuvo que el certificado de trabajo no
garantizaba el ejercicio honesto de la ciudadanía, pues los primeros en obtenerlo desde
que se estableció el trabajo obligatorio en Bolivia habían sido los “vagos y
malentretenidos”; por eso defiende la sindicalización como condición de la ciudadanía).
Pero el riesgo de tales propuestas era restringir aún más, en lugar de ampliar, los
requisitos para el derecho a la ciudadanía consagrados por la Constitución de 18801016.
Nizario Pardo Valle –uno de los más firmes impulsores del sufragio femenino– sumó
como argumento contrario a estas disposiciones el caso de figuras destacadas a escala
mundial que no pasaron por la escuela, como el catalán Ángel Pestaña, “uno de los más
destacados dirigentes del obrerismo español” o el “genio de la electricidad, Tomás Ava
Edison [quien] tampoco siguió cursos primarios”, ambos, figuras a los que sería absurdo
negar el derecho a la ciudadanía por tal motivo1017. Waldo Álvarez apuntó, a su turno,
que en caso de que se exigiera el ciclo primario completo él mismo dejaría de ser
ciudadano1018.

1015
Ibidem, pp. 107-108.
1016
El proyecto de la Comisión ad hoc contemplaba: “Para los efectos de los derechos políticos, la
ciudadanía se alcanza a los 21 años siendo soltero y 18 siendo casado; ella requiere a) Instrucción
primaria, b) carnet de trabajo, c) servicio militar”. Esos derechos incluían a los indios si hubieran
egresado de escuelas indigenales, fiscales o particulares y saben leer y escribir o si son maestros.
1017
Ibidem, p. 111.
1018
Ibidem, p. 141.

350
Las mujeres… al hogar

Donde el debate alcanzó más intensidad y dejó en evidencia las aristas conservadoras de
la Convención fue cuando un convencional puso en discusión los derechos políticos
plenos para las mujeres que no estaban en el proyecto de la comisión ad hoc. Rodríguez
Vásquez argumentó que dentro de un verdadero socialismo se debe dar a la mujer los
mismos derechos que se reconocen al hombre –aunque el ejemplo citado fue Estados
Unidos–; otros citaron como ejemplo de las capacidades femeninas a reinas y
emperatrices como la reina Victoria de Inglaterra, o las heroínas de la independencia
como Juana Azurduy y otras. Eguino Zaballa se mostró a favor del derecho a voto de las
mujeres con educación primaria completa y extendió ese derecho a los indios (tema casi
no mencionado en el apartado sobre ciudadanía y nación). Para Pardo Valle, por su
parte, el problema no era dar el voto a la mujer sino hacerlo de manera adecuada,
evitando, por ejemplo, que las mujeres terminen superando numéricamente a los
hombres en el padrón electoral. Además sostuvo que no sólo debían incluirse cláusulas
respecto a la instrucción sino a la moralidad –tanto para hombres como para mujeres–
porque mientras se impide el voto femenino muchos hombres “ignorantes o depravados,
que en ningún caso deberían aproximarse a los recintos electorales” están inscriptos
como ciudadanos1019.
Los opositores articularon argumentos sobre moralidad, familia y capacidades
(además de la violencia vigente en el mundo político) para oponerse al sufragio
femenino. Desiderio Rivera argumentó que “es más respetable mantener a la mujer en el
hogar que lanzarla en nuestras apasionadas luchas políticas”1020. Felipe Ayala Gamboa
refutó, no obstante, que no es posible que un criado tenga mayores derechos que una
señorita que ha cursado todos los ciclos de instrucción. Su propuesta era, entonces,
exigir a la mujer algo más que al hombre: no sólo haber concluido el ciclo primario sino
también el bachillerato1021. Al menos, sostiene, debe ser electora y elegida en el ámbito
municipal.
En medio de una discusión apasionada, una de las posiciones más reaccionarias
fue la del escritor y ex combatiente Augusto Guzmán, quien sostuvo que concederle a la
mujer iguales derechos políticos que al hombre es “absolutamente peligroso para la

1019
Ibidem, p. 113.
1020
Ibidem, p. 116.
1021
Ibidem, p. 117.

351
institucionalidad del país”. Su argumento está basado en la desigualdad natural entre el
hombre y la mujer: “Si nosotros hemos de conceder derechos políticos a la mujer, no
haremos más que continuar acentuando esa descentración de la sensibilidad femenina,
operada con motivo de la guerra del Chaco”. Para Guzmán, la admisión de mujeres en
las funciones públicas era “sencillamente inconstitucional”, sólo fue posible porque los
hombres estaban en el campo de batalla. Pero la introducción de la mujer en política
tendría, además, serias consecuencias matrimoniales: “Si en la vida conyugal se
producen constantemente discordias, ¿qué no ocurriría si llevásemos a la mujer a las
luchas partidistas, a la exacerbación de las pasiones políticas? Si tal cosa sucediera,
sencillamente habremos conspirado contra la función social de la mujer, la habremos
convertido en ser que ha perdido su cualidad natural, para adquirir una personalidad
artificial masculinizada”. Para legitimar sus argumentos sostuvo que “Hitler y
Mussolini, que son dos grandes estadistas, se declaran categóricamente contra el
principio propugnado por algunos señores convencionales”1022.
Ayala Gamboa –interrumpiendo a Guzmán– le preguntó qué opinaba del trabajo
agotador de las mujeres mineras, que “desempeñan las mismas funciones que los
hombres” y que, por lo tanto, deben tener los mismos derechos. Guzmán continuó
señalando que no era pertinente la acotación y que “la mujer es el consuelo del hombre,
a condición de que no se mezcle en las funciones públicas propias del hombre”. El voto
femenino, finalizó, no sería otra cosa que asumir “el derrotismo social del elemento
masculino”. Al fin de cuentas, frente a cien genios musicales masculinos, por ejemplo,
¿a cuántas mujeres podría nombrar el convencional Ayala Gamboa? Y así… El
convencional Eduardo Fajarlo respondió con una ironía –entre risas de los diputados–:
“No se por qué el H. [honorable] Guzmán tiene miedo a las mujeres. Le aconsejo que se
acerque a ellas y verá que son buenas y bondadosas”. Su interpretación, en apoyo de los
plenos derechos ciudadanos, era que si las mujeres pagaban impuestos y daban hijos a la
patria, no podían ser excluidas, y además –respondiendo a Guzmán– sostuvo que, de
entrar a la política, esta se humanizaría en gran medida por el “respeto que nos merece
la mujer”1023. Otro de los argumentos contra el sufragio femenino –por ejemplo, de
Gregorio Balcázar– era que los actos electorales habitualmente derivaban en batallas
campales en los alrededores de los recintos electorales –“a bala y garrote”– , situaciones
a las cuales no había que exponer a las mujeres. Pero otros sostenían que la

1022
Ibidem, pp. 117-118.
1023
Ibidem, pp. 121-122.

352
participación femenina sería un factor de moralización de la política. Para el
convencional Lucio Lanza Solares, por ejemplo, la mujer, “por amor propio” no
vendería su voto por alcohol como sí lo hacen muchos electores hombres1024.
En algunos casos, las fórmulas para el acceso de las mujeres a la ciudadanía eran
particularmente complejas; así el convencional Facundo Flores Jiménez propuso que
“Tendrán derecho político o al voto, las siguientes categorías de mujeres: 1º las que
tengan título universitario, 2º las empleadas del Estado, el comercio y las industrias
urbanas que se sindicalicen, 3º las viudas que sean madres de familia, 4º las madres de
los ex combatientes fallecidos en campaña”1025. Agustín Landívar Zambrana, por su
parte, arguyó que “los derechos políticos de la mujer son contrarios a la civilización, al
progreso y al bienestar de los hogares bolivianos”1026. En opinión del diputado Rufino
Saldaña, son las mujeres “que hacen vida de distracción”, más que las madres
responsables, las que más reclaman la ciudadanía.
Los discursos prosiguieron con repeticiones de argumentos a favor y en contra
del voto femenino. Fue Céspedes quien introdujo, en su intervención, una
reivindicación económica de la mujer de pueblo. “El tipo boliviano de la chola es
admirable por su fuerza productora y por su sentido de la vida. La chola ha realizado sin
teorías la perfecta emancipación sexual y económica de la mujer […] Participa con
autonomía propia del mundo de los hombres e incluso pelea al lado de ellos o contra
ellos, a puño y piedra, con un ímpetu totalmente varonil”1027. La india también cumple
una importante función económica. La que no está emancipada, prosigue Céspedes, es
la mujer blanca: aunque la mujer de élite boliviana puede imitar a la flapper de Estados
Unidos, esta es una imitación superficial. He ahí la paradoja: “quien se aproxima más al
tipo de la flapper es la chola y no la chica elegante”. Entonces si se diera el derecho al
voto femenino a las mujeres con las restricciones discutidas en la Convención, se le
estaría otorgando a la mujer no emancipada y se lo negaría a la mujer realmente libre.
Dicho eso, su conclusión termina escapando al tema e introduciendo la cuestión india,
mostrando lo difícil que era una discusión sobre la ampliación de la ciudadanía hacia el
conjunto de los sectores entonces excluidos: “Yo creo que previo, más bien, es
ocuparnos de procurar que se dé ciudadanía efectiva –no con simples leyes– a los dos
millones y medio de hombres que no son ciudadanos: los indios. Si no llenamos eso, es

1024
Ibidem, p. 159.
1025
Ibidem, p. 120.
1026
Ibidem, p. 147.
1027
Ibidem, p. 149.

353
sólo una actitud grotesca y pedante tratar de igualarnos a Estados Unidos dando voto a
la mujer. Y que me disculpen las señoras”1028.
Desde los sufragistas, Villarroel Claure acusó a los opositores al voto femenino
de vivir en la Edad media y citó a “un estadista como Lenin” para argumentar que
“Cada cocinera debe aprender el arte de gobernar”. En el mismo sentido, sostuvo que la
Constitución establece que la soberanía reside en el pueblo y que las mujeres son parte
de él; en caso contrario debería asumirse que “Bolivia es una República democrática
con privilegio masculino”; el convencional también rechazó el argumento de que el
voto femenino le daría más poder a la Iglesia, en virtud de la influencia del clero sobre
las mujeres1029.
Otros, aunque apoyaban el voto femenino lo supeditaban a que las mujeres
hubieran completado estudios universitarios o tuvieran una profesión liberal.
Finalmente un argumento de peso era que “países como Argentina, Chile y Brasil no se
han atrevido a introducir en su legislación esta reforma [el sufragio femenino]”1030.
Fue Pardo Valle quien dejó en claro que una “Asamblea socialista, o así
llamada, mal puede aferrarse a opiniones tan reaccionarias […] A mi me duele –
prosiguió– que en una Convención formada en su mayoría por elementos jóvenes que
han venido ansiosos de renovación y justicia social, todavía se hagan valer argumentos
cuaternarios que lindan en la ridiculez. El voto que ahora produzcamos será el
termómetro que mida el grado de conservadorismo que se agazapa en nuestras
conciencias […] Será, asimismo, un índice de la mentalidad y sensibilidad individuales
para abortar cuestiones de Estado que tenemos entre manos”1031. El convencional
aplaudió que la mujer se “masculinice” para compensar la evidente “feminización” de
los hombres. “El consabido argumento de la impreparación femenina ya no convence a
nadie, porque es visible la insinceridad que encierra. Si la humanidad se hubiera
detenido siempre ante el obstáculo de su propia impreparación para ir en pos de su
mejoramiento, a estas horas nos habríamos encontrado todavía muy cerca de las
cavernas”1032.
Con agudeza, Pardo Valle remarcó que, por un lado, son los parlamentarios
católicos los que se oponen al sufragio femenino, y, por el otro, los anticlericales “se

1028
Idem.
1029
Ibidem, pp. 153-155.
1030
Ibidem, p. 164.
1031
Ibidem, p. 167.
1032
Idem.

354
estremecen de temor ante una posible absorción de la mujer ciudadana por parte del
clero y la Iglesia”. Lo cual conducía a una segura derrota de los sufragistas, en medio de
una participación limitada del ala izquierda en los debates de más de tres días. El
convencional Eduardo Fajardo, quien introdujo el tema del voto femenino en los
debates, pidió el voto nominal, que fue aceptado, pero ese último recurso no impidió la
derrota del proyecto, que fue rechazado por 55 a 31 votos. Mientras Álvarez y Siñani
votaron a favor, Paz Estenssoro votó por la negativa y Céspedes no figura en actas (por
lo que seguramente no votó).
Otro tema de conflicto fue el reconocimiento de los derechos de los hijos
“ilegítimos”, que se aprobó bajo la fórmula “La ley no reconoce desigualdades entre los
hijos, todos tienen los mismos derechos”1033. Aunque se trataba de una norma ambigua
–sin prohibir el registro del estatus de los nacimientos ni provocar alteraciones en el
Código Civil respecto de las herencias1034– la norma generó oposición, también, en el
exterior de la Convención. Fueron las mujeres católicas las que salieron a dar su voz.
Pero el tema de la igualdad de los hijos fue sólo la gota que rebalsó el vaso, ya que este
grupo conservador veía a la propia Convención como un espacio de fermentación del
anticlericalismo en el país.
Así, un pronunciamiento elevado a la propia esposa del presidente, Matilde
Carmona de Busch, señalaba que “Las damas católicas de la ciudad de La Paz no
pueden permanecer indiferentes ante procederes que están causando inquietud colectiva,
como el hecho acaecido en el Palacio Legislativo con motivo del juramento de los
convencionales, proceder que ha ocasionado profunda indignación en el pueblo
católico”. Prosigue: “se dice que la Constitución en proyecto, en forma intemperante y
extremista, trata de cancelar la educación católica en el país y desconoce la religión
Católica Apostólica y Romana nivelándola con cualquier secta”. Las damas católicas
rechazaban también el establecimiento del divorcio absoluto y la igualación de los
derechos de los hijos legítimos y no legítimos “incitando con esto al desenfreno y
amparando la irresponsabilidad”. La Primera Dama respondió señalando que ella
deploró personalmente el “ultraje” a la religión católica ocurrido en la Convención y

1033
Redactor…, ob. cit., Tomo IV, ob. cit., p. 315.
1034
Gotkowitz, La revolución…, ob. cit., p. 177.

355
prometiendo influir en todo lo que pudiera en defensa de “los fueros de la Iglesia
Católica”1035.
Pero un hecho a primera vista anecdótico puso a la Convención en el centro de
los ataques de los sectores conservadores: un discurso del convencional José P. Bilbao
Llano contra el “expansionismo” de los indios y su psicología –“no se ocupa[n] de
cultivar su tierra, únicamente de extender su sayaña”–, produjo una fuerte discusión, en
la que varios diputados interrumpieron al “Honorable convencional”. Otro diputado
denunció que los pongos aún “duermen como perros en los zaguanes de las casas de los
patrones”. Pero Bilbao negó la existencia del pongueaje, presentándolo como cosa del
pasado, ante lo cual, de manera sorpresiva, el diputado Caravajal refutó: “El pongo sirve
actualmente para todo, hasta de consolador de sus patronas”. La bomba no sólo estalló
en la Convención, sus esquirlas llegaron a los medios y toda la “sociedad paceña” se
sintió agraviada por el orureño. El gamonalismo cerró filas y sus periódicos, con
grandes titulares, denunciaron el “agravio” y pidieron la cabeza del diputado obrero,
quien debió abandonar el Parlamento… y la ciudad, retornando a sus ocupaciones en
Oruro1036.

Como ha señalado Laura Gotkowitz, el debate sobre la ciudadanía reflejaba una


divergencia no sólo acerca de quiénes debían votar, sino que los convencionales
pensaban que la ciudadanía significaba –y debía significar– cosas diferentes para
diferentes grupos de personas. Para los hombres significaba saber leer y escribir; para
las mujeres de la élite contar con experiencia profesional y moral elevada; para las
mujeres del pueblo, trabajo duro y contribución a la economía nacional; para los
indígenas “rehabilitación”1037. Por eso, aunque se eliminaron los requisitos de ingresos
económicos, los parlamentarios se enredaron en larguísimos e intrincados debates que
impidieron una incorporación ciudadana de todos los bolivianos y bolivianas, lo que
recién ocurriría tras la revolución nacional de 1952, cuando el partido de gobierno –el
Movimiento Nacionalista Revolucionario– requeriría del apoyo de esos grupos “sin
formación” para consolidarse en el poder con la legitimidad del voto popular.

1035
“Las damas católicas se dirigieron a la esposa del Presidente de la República, acerca del ateísmo de
los convencionales”, El Diario, 2/6/1938, p.6.
1036
Delgado, 100 años de lucha obrera…, ob. cit, pp. 128-133.
1037
Gotkowitz, La revolución…, ob. cit., p. 174.

356
Busch en la encrucijada

La oposición derechista a la Convención fue in crescendo. Ya durante las sesiones del


cónclave la opinión pública conservadora, acicateada por El Diario –que la Convención
intentó cerrar–, comenzó a presionar para que el presidente la clausurara. Y la historia
que sigue estará marcada por los virajes del presidente, entre posiciones conservadoras
(nombramiento de figuras de la élite en cargos claves, como Santiago Schulze en
Finanzas, y poco entusiasmo por las reformas de la Convención) y renovados giros
nacionalistas que hacían revivir el entusiasmo de los editores de La Calle y la izquierda
que aún apoyaba al régimen.
Los partidos tradicionales buscaban también un nuevo soplo de vida
agrupándose todos ellos en la Concordancia para las futuras elecciones que Busch había
prometido1038. Sin embargo, como bien señala Klein, el hecho de que el Partido Liberal
pusiera a su cabeza a Alcides Arguedas –carente de habilidades políticas y hombre de
“otra época”– dejaba ver los límites dentro de los cuales actuaban los “viejos”
partidos1039.
Pero los vaivenes de Busch no eran gratuitos, y el propio mandatario se encontró
enredado en sus propias (in)decisiones, y con un apoyo civil debilitado, especialmente
luego de la renuncia del ministro sin cartera Gosálvez, figura clave de su gobierno. Fue
en ese marco que Busch tomó una decisión trascendental: declararse dictador, con la
convicción de que esa empresa bonapartista podría finalmente ser más adecuada para
acabar con la anarquía reinante y moralizar al país. Así, el 24 de abril de 1938, el
presidente lanzó un manifiesto a la nación en el que volvía a ser el guerrero del Chaco
que no escatimaba esfuerzos para sacar a flote al país. La sorpresiva medida era,
además, una evidencia de su propia decepción sobre el comportamiento de los actores
políticos y sociales, decepción que a la postre lo llevará a tomar medidas más drásticas
aún. Entre sus disconformidades señala que

a la libertad de prensa se ha impuesto el libertinaje con un desborde violento de la


diatriba que es una negación del grado de cultura a que ha llegado la república; a la
acción patriótica y verdaderamente cívica de los partidos de oposición, ha sucedido
una fermentación subversiva y demagógica que envenena el ambiente nacional […]

1038
“Queremos la ‘civilización’ del país, dice Alcides Arguedas”, El Diario, 12/3/1939, p. 7.
1039
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 355.

357
Con la misma fe, con el mismo espíritu de sacrificio con que defendí a Bolivia en los
campos de batalla, ofrendando mi vida a cada instante y en todo momento, quiero
emprender una nueva campaña que salve a esta patria que se desmorona. A partir de
hoy inicio un gobierno enérgico y de disciplina, convencido de que éste es el único
camino que permitirá la vigorización de la república, en lo interno y en lo
internacional. El país necesita orden, trabajo y moral para cumplir su destino1040.

La dictadura representó un giro nacionalista que pareció definir finalmente un


rumbo preciso; el joven socialista nacionalista Fernando Pou Mont asumió el rumbo
económico. Entre las medidas emblemáticas de esta etapa sobresalen dos: la aprobación
del Código de Trabajo –que fue un verdadero pivote en el que se basó la legislación del
trabajo posterior– y, en junio de 1939, la firma del decreto que obligaba a los grandes
mineros de entregar el 100% de las divisas al Estado. El Diario informó que “al
conocerse en el público el texto del decreto se produjo un sentimiento de sensación,
formándose inmediatamente corrillos en las calles y en las oficinas para comentar
animadamente los alcances de la resolución gubernativa”1041. Esta era una medida
verdaderamente revolucionaria para Bolivia, que replanteaba la relación del Estado con
sus recursos naturales en línea con la Convención del 38, y como tal, se especificó en la
norma que se consideraría traición a la patria cualquier boicot empresarial. “Si ellos nos
llaman revolucionarios por esta acción esencialmente moderada que significa sólo el
tomar las ventajas más necesarias para los ciudadanos de la nación, de los ricos recursos
de este país, entonces complacidos aceptamos el epíteto” –argumentó el “dictador” que
mantuvo vigente la Constitución recién aprobada1042. Los ex combatientes, la izquierda
nacionalista y los sectores obreros parecieron recuperar el entusiasmo. El “alma
nacional” se imbuía otra vez de la emoción necesaria para avanzar en la construcción de
un nuevo orden. Busch apeló a una fórmula común al nuevo nacionalismo continental:
si los patriotas del siglo XIX legaron la independencia política, tocaba ahora conseguir
la independencia económica.
El presidente estaba dispuesto a aplicar con mano de hierro esa disposición que
implicaba de hecho la pena de muerte para quienes se negaran a cumplirla –para eso se
había declarado dictador. Uno entre quienes quisieron burlar el decreto fue el magnate

1040
Citado en Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., pp. 360-362. El texto completo
puede encontrarse en El Diario, 25/4/1939, pp. 6-9.
1041
“Causó sensación en el país el Decreto gubernativo sobre divisas y B. Minero”, El Diario, 10/6/1939,
p. 7.
1042
Klein, Orígenes de la Revolución Nacional…, ob. cit., p. 366.

358
minero Mauricio Hochschild. La respuesta no se hizo esperar, Busch ordenó su
detención y en una reunión de gabinete propuso su inmediato fusilamiento. Pero los
ministros, que al comienzo apoyaron la medida, luego se echaron atrás por temor a las
consecuencias, y a ellos se sumaron legaciones extranjeras como la argentina, ya que el
barón del estaño tenía nacionalidad de ese país vecino, que pidieron a Busch retroceder
sobre sus pasos1043. Con todo, las ambigüedades seguían: mientras nombraba a los
nacionalistas Paz Estenssoro y Guevara Arze al frente del nacionalizado Banco Minero,
varios “tradicionales” ocupaban puestos claves del gobierno. El presidente no
encontraba la ruta por la que debía transitar la refundación nacional y la salvación de
Bolivia.
Pero a partir de un momento, los acontecimientos pasan al terreno de la
psicología personal: en medio de la maraña del poder, el joven héroe de la guerra del
Chaco, que había llegado a la presidencia a los 33 años y ahora tenía 35, parecía abatido
por las críticas y por sus propias dudas. Uno de los ataques que lo torturaban era una
serie de anónimos distribuida en Cochabamba. En algunos párrafos se decía: “Militar
joven: La Patria está en peligro de anarquizarse. El actual gobernante no sabe dónde
está parado; lo rodean hombres de mala fe a quienes por su ignorancia y falta de
carácter no puede controlar […] ¿Qué cosa es pues, señor militar? Toda una merienda
de negros ridícula en desprestigio aciago de nuestra nacionalidad. Una danza de títeres
en que el muñeco más inocente hace de presidente, manejado por muchas cuerdas al
mismo tiempo y que siempre lo hacen brincar en falso.”1044.
El 23 de agosto es el día del cumple años el coronel Eliodoro Carmona, hermano
político del presidente y jefe de la casa militar, a quien Busch llama cariñosamente “la
suegrita” por el cuidadoso control al que lo tiene sometido. El presidente está muy
afectado por una dolencia de muelas. No obstante, después de la fiesta sube a su
despacho particular a firmar papeles y conversa con Carmona y el mayor Ricardo
Goitia. En medio de una charla cada vez más sombría, que incluye el tema de los
anónimos, Busch saca sorpresivamente su colt calibre 32 y a las cinco y media de la

1043
Judío alemán, Moritz Hochschild (Don Mauricio, en Bolivia) había obtenido la ciudadanía argentina.
El 5 de julio el diplomático Aráoz informa que se reunió con Busch, quien se encontraba “muy excitado y
decidido a aplicar sanción extrema”, pero que el presidente dijo que tendría en cuenta “la gestión
amistosa” a favor del magnate minero.
1044
Moisés Alcazar, “La muerte de Germán Busch”, Última Hora, 2/5/1986. Versión on line consultada
el 10/12/2013, disponible en
http://www.andesacd.org/wp-content/uploads/2011/12/La-Muerte-de-Germ%C3%A1n-Busch.pdf

359
madrugada se pega un tiro en la sien, sin que sus compañeros de habitación lleguen a
quitarle el arma. En algunas horas estaba muerto.

Sin partido y sin sucesores, esta decisión personal fue el fin de una experiencia
política, de un verdadero experimento estatal. Los militares le dijeron a Baldivieso –
quién debía sucederlo– que “los dictadores no tienen vicepresidente”. Y el general
Quintanilla se hizo cargo del poder, en un nuevo ciclo de “resurgimiento oligárquico”.
No obstante, el país ya no era el mismo, como se verá con los estallidos revolucionarios
de las siguientes dos décadas y con la construcción de partidos reformistas más sólidos,
cuyos dirigentes adquirieron experiencia en el manejo del Estado bajo la capa protectora
del ambivalente socialismo militar. Los años treinta terminaron dando a luz a grandes
fuerzas políticas de masas. El magma antiliberal –que en este periodo no pasaba de
sedimentar en pequeños e inestables grupos– se encauzó hacia fines de la década y
principios de la siguiente en cuatro grandes identidades políticas: el Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR), el Partido Obrero Revolucionario (refundado), el
Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) y Falange Socialista Boliviana (FSB). La
repetición del término “revolucionario” no es mera casualidad. Todos ellos apostaron a
refundar el país sobre nuevas bases.

La emergencia de un marxismo de masas

A su regreso a La Paz en 1938, Aguirre Gainsborg retomó el proyecto de construir el


POR junto a Marof. Ya lejos del entrismo en organizaciones socialistas nacionalistas,
Aguirre se planteó poner en pie un partido socialista de clase. No obstante, los choques
con Marof no tardaron en emerger: mientras Aguirre promovía una fuerza de tipo
bolchevique, Marof bregaba por un partido de izquierda popular, con fronteras más
amplias, aunque también de vanguardia y con una disciplina férrea. Y en ese contexto el
cisma no tardó en llegar: Aguirre se quedó con un pequeño grupo que conservó la sigla
del POR mientras el autor de La justicia del Inca, junto a Eduardo Arze Loureiro,
Valencia Vega y otros fundaron el Partido Socialista Obrero de Bolivia (PSOB), más
numeroso pero de corta vida. Entretanto, Renato Riverín intentó formar en Santa Cruz

360
una Unión Democrática Socialista liderada por Gosálvez1045. E incluso José Tamayo
buscó resucitar su propio Partido Socialista1046.
Pero una de las apuestas más importantes del periodo correspondió a Arze, a
iniciativa de quien, días después de instaurada la dictadura de Busch, se organizaba en
Chile –donde seguía desterrado– el Frente de Izquierda Boliviano (FIB). A su vez, un
petit comité de representantes de los núcleos de izquierda, reunido en Cochabamba en
junio de 1939, acordó establecer un Comité Organizador del Congreso Nacional de
Izquierdas, con sede en Oruro, con la finalidad de poner en pie el Partido o Frente
Único que agrupara a las fuerzas dispersas. En una carta al nuevo presidente, Carlos
Quintanilla, el FIB exigió una “amplísima amnistía” para todos los procesados por
razones políticas y garantías para la realización del congreso de la izquierda, cuestión
que fue aceptada por el gobierno junto a la convocatoria para elecciones presidenciales
y parlamentarias para marzo de 1940 en base a la Constitución de 1938. Desde
Santiago, el FIB hizo un “vehemente llamado a las clases obreras, indígenas y medias
para hacerse representar en esa gran Asamblea, que puede y debe marcar la iniciación
de un movimiento verdaderamente histórico de la auténtica Izquierda Boliviana”1047.
Poco después de la muerte de Busch, el FIB publicó un libro en Chile donde definió su
programa, sostenido en una “base filosófica marxista”, pero sin alineamiento a ninguna
internacional. Empero, se propone una Internacional de Partidos de Izquierda del
Continente Americano, destinada a “reforzar los lazos de solidaridad de los Estados
semicoloniales y semidependientes de América Latina, en conexión con las tareas del
Proletariado Norteamericano”1048.
El documento del FIB se delimitaba del socialismo militar. El nuevo partido no
podía dejar de rechazar la “falsificación socialista” operada en la postguerra del Chaco.
En ese sentido, buscaba una definición doctrinaria más precisa y sostenía que el
verdadero socialismo debía fundarse en el materialismo histórico; es decir, se trataba, ya

1045
“El presidente de la Convención está organizando un nuevo partido del cual será Jefe el sr. Gabriel
Gosálvez”, El Diario, 12/2/1939, p. 7; “No están unificados aún quienes formarán el Partido ‘Social
demócrata’”, El Diario, 9/4/1939, p. 7.
1046
“Está ya organizado el directorio del Partido Socialista”, El Diario, 23/4/1939, p. 7.
1047
Frente de Izquierdas Bolivianos, “¡Hacia la unidad…”, ob. cit.
1048
“El FIB no desconoce la importancia de la solidaridad proletaria internacional, pero cree que, en las
actuales circunstancias de la política mundial, es de toda conveniencia organizar en Bolivia un Partido
Socialista-marxista con plena autonomía nacional. Por eso el artículo 5º del Proyecto de Estatuto
Orgánico propuesto por el F.I.B dice: ‘El Partido no está afiliado a ninguna Internacional Política, aunque
mantiene una actitud de simpatía y solidaridad hacia todas las manifestaciones de izquierda y antifascistas
del mundo. El Partido declara su plena independencia nacional para fijar su Programa, estructurar sus
organismos y elegir sus tácticas de lucha” (ibidem, p. 15).

361
de un “socialismo marxista aplicado a las condiciones sociales de países semicoloniales
y semifeudales como Bolivia [que] ni es cerradamente ‘proletario’ ni es ‘antinacional’
como se empeñan en presentarlo los que lo desconocen o lo calumnian de mala fe”1049.
La tarea del momento era, pues, cumplir la revolución democrático-burguesa, “que
tendrá un carácter básicamente anti-imperialista y agrario”1050. Una de las tareas
fundamentales era la incorporación de “nuestros dos millones de indios a la vida
civilizada”. Además se proponía la abolición del voto calificado, para garantizar una
“amplia participación de indios, obreros y clases medias en la organización del Estado,
ya en función de electores, ya en la de elegidos”. Y un Parlamento sindical, “que sea la
expresión orgánica y técnica de las fuerzas trabajadoras y productoras de la nación” (en
efecto, en una de sus propuestas de estatutos, Arze había bautizado al nuevo partido a
formarse como Sindical-socialista ante la dificultad de llamarlo comunista1051), y
finalmente, propiciaba el reemplazo del presidente unipersonal por un Ejecutivo sindical
pluripersonal, compuesto por Consejos Técnicos surgidos de la organización sindical de
la nación.
Notablemente, el nuevo partido, pese a su alineamiento ideológico con la URSS,
se proponía así mismo como la materialización de un “bloque de las clases campesina,
obrera y media, de un Partido que tenga plena soberanía nacional para estructurar sus
organismos y adoptar sus tácticas de lucha”1052. Esas tácticas buscaban separarse de las
conspiraciones cívico-militares, y apostaban al juego electoral como modo de “ilustrar
al pueblo sobre las realidades sociales de nuestro país”1053.
En su balance de la etapa, el FIB apuntaba que Toro, en consorcio con algunos
dirigentes del que fuera el Partido Nacionalista (silista), aprovechó el estado de
descomposición social provocado por la guerra del Chaco y asumió el poder el 17 de
mayo de 1936. Pero aunque logró granjearse el apoyo de las masas con su propuesta
socialista, a la postre su “socialismo” no era sino la máscara de “intenciones
prefascistas”1054. Aunque la Standard Oil fue expropiada, en su lugar “ganaron
posiciones los intereses petroleros anglo-argentinos”. “¡Y esta caricatura de socialismo

1049
Ibidem, p. 11.
1050
Ibidem, p. 38.
1051
Programa del Partido Sindical-Socialista (Archivo personal de José Antonio Arze en custodia de José
Roberto Arze).
1052
“¡Hacia la unidad…”, ob. cit., p. 11.
1053
“No pretendemos ser una secta prendida a fórmulas de un ‘infantilismo de izquierda’ que propugnen
la subversión del actual orden de cosas mediante conspiraciones de comités o connivencias con
conspiraciones de cuartel” (Idem).
1054
Ibidem, p. 7.

362
pudo campear así durante varios meses en la postguerra, ante la indiferencia cada vez
mayor de las masas verdaderamente explotadas y la burlona sonrisa de las derechas que
veían en esta falsificación un excelente motivo para aguzar sus flechas contra la
doctrina misma del Socialismo!”1055. Esa “comedia pseudosocialista” continuó pese a la
“rectificación” de Busch: la Constituyente del 38 se reunió “bajo el propósito
demagógico de llevar al Parlamento dirigentes domesticados de las organizaciones de
izquierda” y, aunque la Convención votó una Constitución avanzada en no pocos
aspectos, estuvo “huérfana del apoyo de la moral de las masas”1056.
El largo manifiesto del FIB señala también que los “partidos pretendidamente
‘izquierdistas’” han rehusado siempre a llamarse marxistas “invocando el argumento de
que el socialismo en Bolivia debe ser una elaboración esencialmente boliviana, sin
contacto con doctrinas ‘extranjerizantes’. Pero “algunas medidas de este curioso
pseudo-socialismo como el que pretendía implantar el coronel Toro –continúa el
documento– sólo han servido para encubrir la subsistencia de las posiciones de los
imperialismos y de la feudal-burguesía en el país, determinando por desgracia, una
corriente de confusionismo entre ciertos sectores sanamente inspirados de las
masas”1057. “Después de tres años de falsificación izquierdizante, en las que se han visto
brotar como hongos a las más pintorescas facciones ‘socialistas’, urge restaurar los
fueros del verdadero, del único Socialismo, el Socialismo basado en las doctrinas de
Marx y Engels”1058. El FIB, en sus propias palabras, se propone aplicar el marxismo al
estudio de la realidad boliviana, aunque sin incurrir “en la desviación pseudomarxista
que considera, por ejemplo, la existencia de una Realidad Indoamericana donde dejarían
de ser válidas ciertas fórmulas universales del Marxismo”1059. No obstante, el partido de
Arze “señala enfáticamente la necesidad de estudiar marxísticamente [sic] las
peculiaridades sociológicas de la nación boliviana”. Finalmente los futuros piristas
concluyen: “¡Hacia la aprobación de un programa de principios que restaure la pureza
del socialismo marxista y que interprete al mismo tiempo la realidad nacional! ¡Hacia
una organización que garantice la autonomía nacional del partido y su acción
férreamente disciplinada para construir un poderoso e incontrastable movimiento de
masas! ¡Hacia el primer congreso de izquierdas de Oruro!”. El hecho de que el

1055
Ibidem, pp. 8-9.
1056
Ibidem, p. 8.
1057
Ibidem, p. 16.
1058
Ibidem, p. 15.
1059
Ibidem, p. 19.

363
programa ocupara 133 páginas a las que se sumaba una amplísima bibliografía de
consulta, además de dejar en evidencia al “profesor Arze”, mostraba un salto cualitativo
en los programas partidarios de la izquierda1060.
Finalmente, en mayo de 1940 se reunió el Congreso de la Izquierda en Oruro, al
que fue invitado el líder socialista Marmaduke Grove. El militar chileno había sido
presidente en la fugaz República socialista de 1932 y era uno de los líderes del Frente
Popular, que agrupaba a la izquierda y a varias organizaciones sociales, incluyendo a la
Confederación de Trabajadores, y se había hecho con la victoria electoral en 1938.
El clima interno en Bolivia era de tensión debido a las amenazas de la Falange
Socialista Boliviana (FSB), fundada en Chile en 1937 por el joven estudiante de
agronomía Oscar Únzaga de la Vega, junto a otros universitarios bolivianos:
inicialmente inspirada en la Democracia Cristiana chilena, FSB devino rápidamente un
grupo mesiánico y radicalmente anticomunista, con incidencia entre los jóvenes
universitarios y, tras la Revolución de 1952, se transformó en un reducto anti-MNR1061.
Los falangistas no tardaron en pasar a la acción y las huestes anticomunistas
contaron, además, con la simpatía de parte de la policía en su plan para atacar a la
convención izquierdista. En una declaración titulada “Los sucesos de Oruro. Una
jornada en defensa de la bolivianidad”, FSB refiere al congreso de izquierda como un
hecho “repudiable a la conciencia nacionalista”: “miles de bolivianos humildes habían
muerto en el Chaco y ahora los sin Patria, comandados por un desertor [Arze], volvían a
esterilizar el sacrificio de esos bolivianos”. La meta declarada era evitar que Bolivia
entregara su destino a “judíos y marxistas”1062. Para estos jóvenes, la invitación a Grove

1060
Entre los textos que recomienda consultar encontramos, además de obras de Marx y Engels en varios
idiomas, a autores como Plejánov, Max Beer (Historia general del socialismo y de las luchas sociales),
Strachey, M. Prénant, Macdonald Ramsay, Harold Lasky, Schaeffle, Mariátegui, D. Riazanov.
Notablemente, para un partido filoestalinista, se incluye además de Lenin y Stalin (Cuestiones del
leninismo), tres obras de León Trotsky: La revolución de octubre, Mi vida y La revolución traicionada.
Tampoco Arze olvidó mencionar La mujer nueva y la moral sexual de Alejandra Kollontay y Libertad
sexual de las mujeres, de Julio R. Barcos. Incluyó también A dónde va Indoamérica, de Haya de la Torre,
El nuevo indio, de Uriel García, y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de J.C.
Mariátegui, entre muchos otros. Entre las “revistas y diarios” se mencionan Correspondencia
Internacional, Le Journal de Moscú, Futuro (censuario de la Universidad Obrera de México), Rumbo
(mensuario del PC chileno), Orientación (revista del mismo partido), Trinchera (revista aprista editada en
México), Claridad (revista editada en Buenos Aires), Clave (revista trotskista mexicana), y Kollasuyo
(revista mensual paceña).
1061
“Manifiesto de la ‘Falange Socialista Boliviana’ a la nación” (29/4/1939) (Archivo personal de José
Antonio Arze en custodia de José Roberto Arze); “Manifiesto de la Falange Socialista Boliviana”, Célula
segunda, Cochabamba, agosto de 1939; Ricardo Sanjinés Ávila, Únzaga. La voz de los inocentes, Tomo I,
La Paz, edición del autor, 2013, pp. 73-95.
1062
“Los sucesos de Oruro. Una jornada en defensa de la bolivianidad”, Oruro, 16/7/1940, firmado por
Oscar Únzaga de la Vega y Carlos Puente, respectivamente dirigentes de Falange Socialista Boliviana,
Acción Nacionalista Boliviana (poco después, ambos grupos se fusionaron).

364
no era más que la prueba de la “traición” comunista frente a los chilenos, ante cuya
afrenta era necesario poner el cuerpo. Si no pudieron hacerlo en el Chaco, debido a su
corta edad, lo harían ahora frente a los antipatrias. La céntrica plaza 10 de febrero y la
universidad fueron, entonces, sede de violentas refriegas entre falangistas e
izquierdistas. Los falangistas atacaron a tiros las instalaciones del Teatro Municipal,
donde se desarrollaba la sesión de apertura del congreso, con unos ciento veinte
delegados, provocando el fin de las sesiones… y la detención de los dirigentes
“comunistas”1063. No obstante lo cual, se llegó a cumplir con el objetivo del cónclave: la
fundación del Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), que tendrá una amplia
influencia entre campesinos y obreros en la década siguiente. La popularidad de Arze a
comienzos de los años cuarenta era tal que, aún con el voto censitario, consiguió un
sorpresivo segundo lugar en las elecciones presidenciales con 10.000 votos frente al
general Enrique Peñaranda, que contaba con el apoyo de los partidos tradicionales
agrupados en la Concordancia.
Sin embargo, la participación del PIR en la “revolución” del 21 de julio de 1946,
que acabó con la vida de Villarroel1064 y en el gabinete posterior de la “unidad nacional”
(con la “rosca minera-feudal”) contribuyó al desprestigio del partido, de cuya juventud
surgió la escisión que en 1950 dio lugar al Partido Comunista de Bolivia (PCB),
finalmente afiliado al Kominform (sucesor del Comintern tras su disolución por
Stalin)1065.

1063
Juzgado de Instrucción en lo Penal de Oruro, 26/7/1940, declaración de José Antonio Arze y otros.
Una lista de los “antecedentes comunistas funestos” de Arze puede encontrarse en “Informe reservado de
uno de los agentes del Servicio secreto del Estado Mayor General del Ejército”, La Paz, 13/8/1940
(Archivo personal de José Antonio Arze en custodia de José Roberto Arze). Los estatutos de la CROP
fueron usados tanto por los falangistas como por sectores militares para demostrar la adhesión de Arze al
comunismo internacional y su falta de “documentos militares” (fue un desertor) sería más tarde utilizada
para impugnar sus credenciales parlamentarias.
1064
El propio Arze sufrió durante el gobierno villarroelista un atentado del que no se recuperaría nunca
completamente.
1065
Cfr. Guido Párraga Azurduy, El P.I.R. nacimiento y desarrollo del marxismo nacional en Bolivia, La
Paz, edición del autor, 2010.

365
Conclusiones

A no dudarlo, la guerra del Chaco constituyó una hecatombe que por sus dimensiones
generó una serie de alteraciones societales –incluyendo una crisis de los marcos
ideológicos sedimentados sobre el que sostenía el Estado liberal-conservador–. Con
todo, más que provocar la crisis del “viejo” Estado, la guerra parece haber habilitado
una “estructura de oportunidades” aprovechada por una coalición inestable de militares
jóvenes, dirigentes sindicales e intelectuales inconformistas –desde marxistas hasta
socialistas nacionalistas– para promover un intento de refundación nacional a partir de
una serie de influencias ideológicas irradiadas por las experiencias mexicana, alemana e
italiana, pero también por la revolución rusa. A diferencia de lo que ocurriría una
década más tarde, luego de la emergencia del antifascismo y el divorcio violento entre
nacionalistas y marxistas, en la Bolivia de los años treinta las fronteras entre las
diferentes figuras del socialismo (desde el nacionalsocialismo hasta el socialismo de
izquierda, pasando por el socialismo moderado), aunque evidentemente existían, no
impedían que estas tendencias se expresaran –y lucharan por imponer sus puntos de
vista– al interior del mismo espacio político gubernamental (en medio de luchas,
destierros, idas y venidas). Esto no quita que, como hemos mostrado, el proyecto
hegemónico se expresara en un socialismo con tintes organicistas y anticomunistas, que
buscaba plasmarse en una democracia funcional en la que los intereses colectivos
primaran por sobre los individuales. En ese marco, las experiencias italiana, alemana y
mexicana aparecían como ejemplos de renacimiento nacional atractivos para una
Bolivia en crisis.
No obstante, los proyectos de conformar primero el Partido Socialista de Estado
y luego una coalición de sindicatos, ex combatientes y militares promovida desde arriba
no logró cuajar en una fuerza de masas (las Fuerzas Armadas parecían el único
elemento unificador). Por otro lado, las posibilidades de emergencia de un partido
popular se vieron limitadas por los movimientos pendulares del socialismo militar, entre
sus afanes refundacionales y sus temores conservadores. Precisamente, será al finalizar
la experiencia socialista militar, tras el suicidio de Germán Busch, que emergerán dos

366
grandes fuerzas de masas: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR),
heredero de la ruptura generacional con el silismo y vinculado al núcleo duro de La
Calle, y el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), liderado por José Antonio
Arze, que constituyó un caso significativo de marxismo nacional (reacio a afiliarse a la
Comintern).
Aún así, pese a los (escasos) resultados del socialismo militar en el terreno de las
transformaciones socioeconómicas concretas, los debates abiertos y las constelaciones
de ideas acerca de la nación contribuyeron a construir un imaginario movilizador sobre
la necesidad de la unidad nacional y la fortaleza del Estado; asimismo, la Constitución
de 1938 –y otras leyes del socialismo militar– proporcionaron a obreros y colonos de
hacienda “un lenguaje poderoso con el cual hablar acerca de sus derechos como
trabajadores”1066.
Si el obrerismo de los años veinte había contribuido –al menos en el plano
discursivo y en algunas leyes poco aplicadas– a construir una nación más “ancha”, y el
indianismo de comienzos de los treinta proyectó una nación más “antigua”, el
socialismo militar –influido por el antiliberalismo à la mode–, se propuso, en el
contexto de la crisis de posguerra poner en pie una nación más densa y más “joven” y
más “densa”, para lo cual ensayó varias fórmulas de democracia funcional en clave
vitalista y regeneracionista. Pero el problema radicó en que el socialismo de Estado no
pasó nunca de una serie de iniciativas aisladas, y a menudo muy por encima de las
capacidades del Estado (como la sindicalización obligatoria) para implementarlas; al
tiempo que la organización corporativa chocó con un universo de agrupamientos e
identidades sectoriales difícil de articular en dos grandes bloques: trabajadores y
empresarios. Detrás de nombres como “excombatientes” existía, en efecto, un
abigarrado universo de realidades que volvían a esta fuerza político-social una realidad
tan extendida como heterogénea. Cabe destacar que si la guerra había unido a la nación
en el plano simbólico, ello no impidió que la emergencia de nuevas fronteras entre
quienes habían combatido y quiénes no lo habían hecho habilitaran otros clivajes,
inclusiones y exclusiones (un ejemplo de ello es el desorden administrativo que estuvo a
punto de crear la norma sólo habilitaba a los excombatientes para ocupar cargos en el
Estado). Tampoco la guerra como efecto unificador fue capaz de promover una
extensión de la ciudadanía a mujeres e indígenas. Pero también es posible pensar esta

1066
Gotkowitz, La revolución…, ob cit., p 183.

367
experiencia –especialmente a partir del ministerio obrero de Waldo Álvarez, elegido por
los sindicatos– como una primera puesta en escena (limitada) del cogobierno sindical-
estatal que alcanzaría una escala superior con la revolución de 1952 y se transformaría
en cultura política del movimiento popular hasta nuestros días: el gobierno de Evo
Morales la ha recreado bajo la fórmula del “gobierno de los movimientos sociales”.
En todo caso, esta última parte nos permitió visualizar las lenguajes ideológicos,
los proyectos estatales y las articulaciones de sentido –a veces imprevistas– que
alentaron una serie de “ideas fuera de lugar”, que fueron pasadas por el tamiz de la
realidad boliviana de los años treinta. Esta combinaba elementos comunes con otras
partes del mundo –la crisis del liberalismo– con especificidades societales derivadas,
especialmente, del fuerte peso demográfico –y de la persistencia cultural– de las
poblaciones indígenas y campesinas que hicieron de las preguntas “Qué hacer con los
indios” y dónde encontrar la sustancia de la nación, una verdadera obsesión para las
élites nacionales –oligárquicas o nacionalistas– desde la formación de Bolivia en 1825.

368
CONCLUSIONES GENERALES

En las páginas precedentes hemos analizado cómo se procesó la disputa por la nación en
un periodo específico de la historia boliviana, entre en el Centenario de la
independencia (1925) y el final de la experiencia del “socialismo militar” con el suicidio
del presidente Germán Busch en 1939. Para ello enfocamos nuestro estudio en un
corpus que priorizó las formas de circulación, apropiación y usos del socialismo que, en
sus diferentes figuras, dio cuenta de la influencia en Bolivia de la atmósfera antiliberal
de gran parte de Europa y América Latina, pero también de una serie de especificidades
nacionales en la recepción y uso de esas ideas y lenguajes socialistas/antiliberales.
Los jóvenes de la generación del Centenario no tardaron en asumir que ser
antiliberales era ser contemporáneos de su tiempo. Sólo en ese contexto adquiere todo
su sentido la frase del escritor español César Arconada publicada 1928 y citada al
comienzo de esta tesis: “Un joven puede ser comunista, fascista, cualquier cosa menos
tener viejas ideas liberales […] Los jóvenes queremos para la política, como hemos
querido para el arte, ideas actuales, de hoy, con el perfil y el carácter de nuestra
época”1067. Precisamente en ese marco crecía la popularidad en los Andes y los llanos
bolivianos de figuras como Oswald Spengler –que aparece mencionado incluso en
novelas de época, como la Chaskañawi de Carlos Medinaceli (publicada en la década
del cuarenta pero escrita entre los veinte y los treinta)– o el Conde Keyserling, recibido
en La Paz como un auténtico pensador de la nueva era como hemos visto en la
reconstrucción de su paso por Bolivia.
En ese marco, el seguimiento de la trayectoria de varios de los jóvenes del
Centenario, en su papel de generación inconformista que buscaba la transformación del
país en un sentido más incluyente, habilitó el recorte de una serie de temas, biografías y
problemas que informan sobre una época a la que nos acercamos procurando echar luz

1067
La Gaceta literaria, 1/1/1928, p. 1, citada en Manuel Aznar Soler, República literaria y revolución
(1920-1939), Tomo 1, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2010, p. 142.

369
sobre sus especificidades en lugar de abordarla como mero “antecedente” de la
Revolución Nacional de 1952, como generalmente ha sido considerada tanto por parte
de la historiografía como por el sentido común.
Como ya hemos señalado, nos propusimos captar el “espíritu de época” de la
Bolivia posterior al Centenario y una serie de cambios societales, no centrándonos sólo
ni principalmente en las “grandes obras” y en las “grandes personalidades” sino
introduciéndonos en los archivos, desempolvando panfletos y libros olvidados, y
poniendo el foco en la “materialidad” de la circulación de esas ideas: revistas,
congresos, viajes, conferencias, misiones, políticas oficiales.
Esa meta nos llevó también a prestar atención a “intelectuales menores”, es
decir, no consagrados en el canon, que en el periodo estudiado actuaron como
mediadores culturales y divulgadores de ideas radicales y reformistas que estuvieron en
el centro de la disputa por el sentido del término “socialismo” (y a la postre, de la
nación toda). Este era leído tanto desde el clasismo obrero como desde visiones
organicistas, precisamente en oposición a la lucha de clases, a la que consideraban tan
divisionista del ya fragmentado cuerpo nacional como a la democracia liberal, que era la
destinataria de todos los ataques. En efecto, parte de la lucha ideológica de los años
treinta consistió en tratar de colocar a los adversarios como portadores de “ideas fuera
de lugar”, especialmente de parte de los socialistas/nacionalistas contra los comunistas
(y los promotores de la lucha de clases); ni más ni menos significaba considerar al
marxismo como “exótico”, como si el nacionalismo fuera una idea perfectamente “en su
lugar”, producto de su expresión genuina de la nación “verdadera”1068.
Cabe destacar, no obstante, que tanto los socialistas “de derecha”, como los
socialistas “de izquierda” defendieron la necesidad de reemplazar la “democracia del
número” por la “democracia funcional”, y eso permitió la construcción de un espacio
común en el que diferentes tipos de socialismo convivieron en grupos, redes de
sociabilidad político-intelectual y más tarde en el experimento del socialismo militar
como proyecto estatal.
En el caso boliviano, la popularidad de la idea socialista en el recorte temporal
elegido se debió en gran medida a que la misma fue considerada como una vía eficaz
para construir una nación más “ancha”, más “antigua” y más “densa”, en la que sus

1068
Para una revisión crítica de “las ideas sobre las ideas fuera de lugar”, cfr. Elías Palti, “El problema de
‘las ideas fuera de lugar’ revisitado. Más allá de la ‘historia de las ideas’”, Ponencia en el Seminario de
Historia Intelectual, El Colegio de México, enero de 2002. Versión on line consultada el 15/1/2014,
disponible en http://shial.colmex.mx/textos/EliasPalti-Enero2002.pdf

370
fragmentos étnicos-culturales, clasistas y geográficos (todo lo que estaba más allá del
macizo andino apenas parecía formar parte del país) pudieran ser fundidos en una patria
común. Para los socialistas nacionalistas, quienes tuvieron más éxito en “fijar” el
sentido del socialismo en esta etapa, esa fusión provenía del “pacto de sangre” sellado
en las trincheras chaqueñas y debía generar una hermandad entre todos los habitantes de
Bolivia. Por eso el término “totalitario” en muchos casos era usado como sinónimo de
un verdadero “pegamento” de esos pedazos que daban forma a Bolivia (y en esta visión,
evidentemente, los desertores de izquierda que levantaron las consignas de “guerra a la
guerra” corrían en desventaja, aunque muchos de ellos se sumaron a espacios comunes
con los nacionalistas).
Pero, en boca de los referentes del socialismo militar, para terminar de dar forma
a la patria nueva era necesario que ese socialismo de las trincheras fuera capaz de
equilibrar el trabajo con el capital. La “cuestión social” estaba a la orden del día, y
desde los años veinte se había corporizado en una serie de partidos socialistas de base
sindical, en publicaciones como Arte y Trabajo, y en algunas políticas estatales
reformistas. Ahora la utopía de construir un Estado funcional/corporativo –que en la
segunda mitad de la década del treinta asumió tal “cuestión social” y la transformó en la
ley de sindicalización obligatoria– alentó la expansión del sindicalismo y de una cultura
política que se demostraría perdurable: la del cogobierno sindical/estatal, que alcanzó su
formulación más acabada tras la Revolución Nacional de 1952 mediante el acuerdo del
gobiernos del MNR con la Central Obrera Boliviana.
No fue nuestro objetivo, entonces, tratar a los intelectuales estudiados –
estrictamente nos referimos a quienes cumplieron funciones intelectuales1069– como
pensadores aislados, sino, por el contrario, insertarlos en una trama de relaciones
interpersonales. Los recorridos de figuras como el dirigente universitario José Antonio
Arze y el obrero gráfico Waldo Álvarez nos permitieron identificar redes de acción
política de izquierdas –y alianzas obrero-estudiantiles– cuya importancia no hubiera
sido posible captar si sólo hubiéramos puesto la mirada en los pequeños partidos de la
izquierda.
A partir de la biografía político-intelectual de Álvarez fue posible seguir el
tránsito del sindicalismo mutualista al sindicalismo de clase y, finalmente, al
sindicalismo político, personificando él mismo ese desborde hacia la esfera estatal con

1069
Antonio Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultura, Nueva Visión, Buenos Aires,
1984.

371
su nombramiento como primer Ministro de Trabajo de Bolivia. Paralelamente, los
elementos biográficos de Arze, especialmente los vinculados a su relación con la
Internacional Comunista, que reconstruimos mediante documentos de su archivo
personal y el Archivo estatal ruso de historia sociopolítica, nos posibilitaron recentrar su
lugar en la historia de la izquierda en Bolivia: tradicionalmente considerado un
estalinista tout court, destacamos que la hostilidad de la IC hacia su figura le impidió
establecer un vínculo político efectivo con el comunismo internacional (ni siquiera pudo
cumplir su sueño de visitar Moscú) y este fue uno de los elementos que dificultó aún
más la construcción de un Partido Comunista local (el cual fue creado recién en 1950); a
ello se sumó el hecho de que Bolivia no era importante para la URSS y que la cultura
sindicalista de la izquierda conspiraba contra el partido leninista tal como era concebido
desde la Conferencia de 1929. El PIR, fundado en 1940, tuvo la particular característica
de que si bien se mantuvo programáticamente fiel a la URSS, apostó por la autonomía
nacional y por vínculos latinoamericanistas más heterodoxos, especialmente con el PS
chileno de Marmaduke Grove.
Paralelamente, el estudio de los movimientos contra la guerra, en general poco
frecuentados, nos advierten sobre las redes latinoamericanas comunistas, y los lazos
entre los exiliados bolivianos en la ciudad argentina de Córdoba –liderados por Tristán
Marof– y ex reformistas universitarios del 18, cuya figura más destacada era Deodoro
Roca, embarcado en una lucha personal contra la guerra. América Libre y Flecha fueron
los vehículos de esas redes, que impactarán en la política boliviana con la fundación del
Partido Obrero Revolucionario a mediados de los años treinta y transformaron a
Córdoba en un centro importante de las acciones de repudio a la guerra del Chaco. La
importancia de Marof, a la luz de estos recorridos, reside en que fue un articulador
ideológico entre izquierda, nacionalismo e indianismo, cuya consigna “Tierra a los
indios, minas al Estado”, fue capaz de sintetizar un programa de acción que sedimentó
en el imaginario de las izquierdas, tuvo su momento épico en la Revolución del 52 y
volvió a renacer –cambiando minas por pozos de gas– en los comienzos del siglo XXI.
Esa consigna refería a dos problemas nucleares: acabar con la situación de
exclusión ciudadana y semiesclavitud económica en las haciendas de enormes masas de
indígenas (“redención del indio”) y, al mismo tiempo, terminar con la llamada “rosca
minero-feudal” y el imperialismo extranjero que extraían y se llevaban ventajosamente
los recursos naturales del país. No debemos perder de vista que la imagen de un país
mendigo sentado en una mina de oro fue estructurante de una verdadera “psicología del

372
saqueo” y, para enfrentarla, la nacionalización devino un significante con un enorme
plus de sentido, que en términos mariateguianos podría traducirse como nacionalizar el
propio país, o bolivianizar a Bolivia, lo que remitía a poner en cuestión, una y otra vez,
la identidad nacional, anudando al mismo tiempo izquierda y antiimperialismo.
Recién salida de una guerra en la que fue derrotada (que se sumaba al desastre
del Pacífico en el siglo XIX), no debe sorprendernos que todos los debates públicos en
la Bolivia de los treinta condujeran a la necesidad de construir la nación, lo que a su vez
remitía obsesivamente –como trauma irresuelto– a la indianidad. ¿Cómo conciliar esos
dos términos –indianidad y nación– que parecían refractarios uno al otro? ¿Había que
blanquear al país, reconocer que Bolivia era un país de indios, o en la línea mexicana,
pensarse a sí misma como una nación mestiza?
Por eso no es sorprendente que el antiliberalismo tuviera varios pliegues. Uno de
ellos fue el indianismo romántico-vitalista que buscó en glorias pasadas, como las
monumentales ruinas de Tiwanaku, una cuna mítica a la cual arrancarle las energías
vitales necesarias para un renacimiento nacional. Este indianismo tuvo una faceta
arqueológica –cuyo referente más importante fue Arturo Posnansky, máxima autoridad
sobre los misterios de Tiwanaku1070. Y otra educativa, representada en los proyectos
socialistas enfrentados de Elizardo Pérez, cuyo trabajo estaba destinado a provocar un
renacimiento de la indianidad y de sus cosmovisiones y cuya obra cumbre fue la
escuela-ayllu de Warisata, y Rafael Reyeros, partidario de la incorporación del indio a
la civilización occidental. Todo lo cual planteaba varias tensiones que el libro de María
Frontaura Argandoña (una maestra/intelectual hoy olvidada) –pero también la semana
indianista, a la que nos acercamos a través del Fondo Alberto de Villegas del Archivo
de La Paz– permiten sacar a la luz, a partir de las imágenes, ideas y propuestas que a
comienzos de los años treinta constituían parte del universo de significaciones
disponibles sobre la indianidad, el mestizaje y la nación.
Pero el periodo estudiado tuvo otros actores que reclamaron ampliar el foco que
retrataba la “foto de familia” que constituía la nación. Las mujeres buscaron, así, salir
del hogar, y en columnas periodísticas, reuniones y congresos se embarcaron en fuertes
polémicas alrededor del sufragio femenino, el clericalismo y el socialismo. Figuras

1070
La revolución de 1952 transformó a Tiwanaku en un símbolo de toda la nación (y no sólo de los
aymaras), el partido Conciencia de Patria se fundó en esas ruinas en los años noventa del siglo XX, el
katarismo de los años setenta y ochenta se referenció en ese antiguo imperio y Evo Morales, el 21 de
enero de 2006, un día antes de asumir frente al Parlamento, fue investido presidente por los indígenas de
América en esos monumentos preincaicos.

373
como Etelvina Villanueva nos ayudaron a traer al presente ese mundo feminista de los
treinta, y sus fascinantes discusiones y polémicas, además de los obstáculos con los que
se enfrentaron.
Esos ecos lograron, poco después, ingresar a la Convención Constituyente de
1938 (donde obviamente ninguna mujer ocupaba un curul), pero los sufragistas fueron
derrotados por quienes temían los efectos societales del salto de la mujer a la política:
para muchos, el socialismo no era incompatible con el mantenimiento de los roles
tradicionales de las mujeres y las imágenes de las flappers norteamericanas, ya con
resonancias en Bolivia, aparecían como amenazas afectivas para la propia cohesión
familiar… y nacional.
Otra vez la nación. Y la ciudadanía. Las dificultades de la Convención
Constituyente de 1938 para dotar de plenos derechos a todos los bolivianos (sin
distinción de pertenencia étnica y de género) mostraron a su vez los límites de ese
“ensanchamiento” de la nación. La escasa convicción acerca de la democracia liberal
(léase, derechos individuales) se combinó –de manera no virtuosa– con la imposibilidad
de poner en pie efectivamente la democracia funcional, con lo cual, ni las mujeres ni los
indígenas ni parte de los trabajadores fueron incluidos a la ciudadanía plena. No
obstante, el hecho de “nombrar” todas esas cuestiones dejó emerger un lenguaje
poderoso, que habilitó nuevos debates y nuevos combates, tanto en las regiones urbanas
como rurales (adicionalmente, como habían temido algunos hacendados, los indígenas
que empuñaron sus fusiles en el Chaco, por una patria que no los reconocía como
ciudadanos, ya no volverían a la hacienda como habían partido, y no tardarían en
renovar sus demandas y profundizar sus luchas antigamonales).
En este marco, el socialismo, así como el indianismo y el feminismo de estos
años, tuvieron particularidades propias que buscamos escudriñar, procurando “fijar”
algunos de sus sentidos. El hecho de que el vitalismo haya constituido un terreno en el
que indianismo romántico y nacionalsocialismo podían aparecer como sensibilidades
compartidas en algunos aspectos es sólo uno de los ejemplos de la necesidad de evitar
lecturas anacrónicas y fronteras demasiado claras (que sí existirían en los años
cuarenta). Evidentemente, no se trata acá de absolver, relativizar ni condenar esas
simpatías, sino de tratar de reponer elementos que informan sobre sus sentidos e
intenciones, como la voluntad de este vitalismo antioligárquico de transitar vías
revolucionarias alternativas (y en contraposición) al marxismo. Finalmente, ¿qué ideas
estaban en “su lugar” en estos años en los que se buscaba hacer de la frustración

374
nacional energía vital? Básicamente, las que ofrecían una “Bolivia grande”, como
rezaba el acrónimo Beta Gama.
El socialismo militar sintetizó todas las tensiones mencionadas, al mismo tiempo
que permitió que las ideas y los personajes inconformistas se proyectaran inéditamente
a la esfera estatal. El trabajo de archivo nos permitió identificar algunos centros
“emisores” de esas ideas e imaginarios antioligárquicos y antiburgueses, entre los cuales
destacamos a México, Italia y Alemania. Si estos –especialmente los dos últimos–
daban cuenta de la concentración de energías vitales al servicio del renacimiento
nacional, el indigenismo del México revolucionario (con el que se establecieron
vínculos de ida y vuelta) constituía una experiencia con “aires de familia” con la
realidad boliviana. En efecto, uno de los aportes de este trabajo fue poner de relieve las
preocupaciones que la influencia azteca provocaba en las legaciones de Alemania e
Italia pero también de la Argentina de Justo, que no tardaron en concluir, con alarma,
que era vía México que el comunismo buscaba incrementar su influencia política en la
nación andina (como apoyo del grupo izquierdista de Waldo Álvarez y José Antonio
Arze). El peligro mexicano aparecía más real que el peligro soviético.
El socialismo militar también intentó concentrar –y producir– nuevas energías
nacionales. “Como los bosques incendiados cuya vitalidad retoma con más fuerza sobre
las cenizas de la muerte”, Bolivia debía transformar el pacto de sangre de las trincheras
en una nueva institucionalidad y en un nuevo espíritu de cuerpo, cuya base social serían
los ex combatientes. Sin embargo, esta era una fuerza demasiado heterogénea y a
menudo más preocupada por sus necesidades inmediatas que por los grandes debates
nacionales. Por otro lado, el Estado boliviano era débil –tanto en términos materiales
como intelectuales– lo que contrastaba con la fortaleza de una sociedad organizada y
con capacidad de vetos de diferentes sectores. Toro percibió, en efecto, la necesidad de
conformar un “partido socialista de Estado”, como base social de las transformaciones,
pero la hostilidad antipartisana de Busch –que no tardó en reemplazarlo–, buscó
sostener el nuevo orden en los ex combatientes y en el ejército, lo que como vimos
resultó insuficiente, más aún dadas sus propias dubitaciones acerca del rumbo a seguir.
Más que un “antecedente”, como la historia nacionalista construyó a sus
supuestos precursores (desde Túpac Katari hasta Paz Estenssoro, pasando por Simón
Bolívar y Antonio José de Sucre), el experimento del socialismo militar fue parte de una
serie de intentos por poner en marcha programas reformistas radicales que en cada
momento tuvieron características propias (personajes que en un momento fueron

375
oficialistas y en otro periodo también nacionalista fueron opositores o al menos no-
oficialistas). Salinas Aramayo, por ejemplo, fue parte del gabinete de Busch y terminó
asesinado en Chuspipata en 1946 por los sectores duros del villarroelismo; Baldivieso,
figura clave del socialismo militar y canciller de Villarroel, terminó autoexiliado en
Buenos Aires tras la Revolución de 1952. Arze, como ya vimos, un irreductible opositor
a Villarroel, formó parte, no obstante, de la Comisión de Educación encargada de la
reforma educativa de la Revolución Nacional en los años cincuenta (como uno de los
representantes del magisterio) y Ricardo Anaya, otro conspicuo miembro del PIR, de la
de Reforma Agraria: en efecto, los conocimientos de los piristas en la cuestión agraria
contribuyeron al diseño de la eliminación del latifundio en clave de partición de las
haciendas en pequeñas propiedades individuales1071.
Pero no se trata solamente de personas. Mientras el socialismo militar en los
años treinta y el nacionalismo de Villarroel en los cuarenta se sostuvieron
principalmente en el Ejército (o en fracciones de él), la Revolución Nacional –de la
mano de un partido de masas como el MNR– triunfó en 1952 destruyendo
completamente a las Fuerzas Armadas y cerrando el Colegio militar con el apoyo de la
policía y de milicias obreras y campesinas.
Una posible línea de investigación hacia el futuro, que nos inspira nuestro
trabajo, podría iluminarnos acerca de las diferencias entre estos tres procesos socialistas
nacionalistas, al tiempo de buscar captar con mayor nitidez sus modelos societales, las
imágenes de la nación que construyeron y proyectaron, las lecturas de la historia
boliviana que pusieron en juego y los actores sociales que constituyeron sus bases de
apoyo. A estas tres, podría sumarse el “nacionalismo indígena” de Evo Morales desde
2006.
El crecimiento del antifascismo –como una corriente que acercó a
demoprogresistas, liberales, socialistas y comunistas en el marco de la nueva línea de
los Frentes Populares definida por la Internacional Comunista1072–, contribuyó a dibujar
desde los años cuarenta nuevas fronteras (y abismos) entre las izquierdas y los
nacionalismos latinoamericanos, especialmente los militares. El destierro de José
Antonio Arze ya durante el gobierno de Toro –junto a los decretos anticomunistas
replicados por Busch– constituyó el origen de una grieta que sólo se ensancharía para

1071
Cfr. Soliz, “La modernidad esquiva…”, ob. cit.
1072
Sobre la articulación entre marxismo y liberalismo para el caso argentino, cfr. Ricardo Pasolini, Los
marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires,
Sudamericana, 2013.

376
concluir en la traumática experiencia del gobierno de Gualberto Villarroel, en la que
Arze y su partido acusaron al régimen de nazifascista, formaron parte de las protestas
que derivaron en el asesinato y colgamiento del presidente e integraron el gabinete del
gobierno “prooligárquico” que lo sucedió. Esa unidad entre la izquierda y el
nacionalismo fue parcialmente reconstruida en la posguerra, con la Revolución
Nacional de 1952, cuando el nacionalismo revolucionario eliminó de su programa y de
su identidad las aristas más sospechosas de simpatías fascistas. Las nuevas alianzas
fueron posibles, además, porque la izquierda boliviana fue mayoritariamente –y lo es
hasta hoy– una “izquierda nacionalista”, cuya radicalidad se suele medir en la
profundidad del antiimperialismo y sus posturas nacionalizadoras, especialmente de los
recursos naturales estratégicos, que a lo largo de la historia pasaron de la plata, al estaño
y los hidrocarburos.
La experiencia sobre la que trabajamos en esta tesis pone en evidencia elementos
perdurables en la historia boliviana: el cogobierno sindical/estatal como práctica de los
sectores subalternos, las articulaciones izquierda/nacionalismo, el antiliberalismo como
una serie de significantes de fuerte productividad política. (Que Evo Morales haya
ganado varias elecciones y se haya consolidado en el poder, en el siglo XXI, apelando a
esas imágenes ideológicas nos dice mucho sobre su arraigo en la cultura política
boliviana).
Obviamente, no tomar a este periodo como “antecedente” no significa que no
existiera acumulación política e ideológica. Ni que la ocupación de cargos por parte de
socialistas y nacionalistas en los años veinte y treinta no diera forma a procesos de
aprendizaje y maduración política y personal. Y menos aún olvidar que el símbolo del
presidente suicida –“por presión de la oligarquía”– ingresó con fuerza al panteón del
nacionalismo revolucionario (al que más tarde se sumaría el presidente mártir
Villarroel). Resulta claro que el socialismo militar dejó abiertos una serie de senderos
posibles. Y en ese tránsito el MNR fundado en enero de 1941 (si tomamos como fecha
la primera acta suscripta) emergió como la fuerza que expresó la voluntad de cambio
nacional-popular del país y un economista experto en finanzas y con poco carisma –
Víctor Paz Estenssoro– emergió como el Jefe y el Conductor del partido cofundado por
Carlos Montenegro, Alberto Mendoza López, José Cuadros Quiroga, Hernán Siles
Zuazo, Walter Guevara Arze y Augusto Céspedes, entre algunos otros . Sin duda, una
fuerza política que marcó a fuego la política nacional. En parte por la voluntad de
cambio del movimiento, y sobre todo por la presión radical de obreros y campesinos

377
armados, el MNR dirigió la mayor revolución del siglo XX boliviano, que acabó con el
latifundio, sancionó el voto universal y nacionalizó las minas.
A diferencia de Lenin, que en la Estación Finlandia dio su famoso discurso que
abrió el camino a la revolución rusa, Paz Estenssoro vivió la insurrección exiliado en
Buenos Aires después del autogolpe que el presidente Mamerto Urriolagoitia organizó
para evitar transferirle el poder tras el triunfo del MNR en las elecciones de 1951 –golpe
conocido como el Mamertazo–, y el jefe militar de la revolución fue Hernán Siles
Zuazo.
En ese tránsito hacia la transformación política y social, en esa voluntad de una
generación que en el Centenario comenzó a pensar en un país diferente, la Bolivia de
1925 a 1939 ocupa un lugar destacado en términos de revolución de las ideas y de
cambios en las mentalidades –y en menor medida en las instituciones– que, pese a sus
luces y sombras, dejaron una huella que fue recorrida después por parte de los ya no tan
jóvenes del Centenario y por otros que se sumaron para hacer realidad la
bolivianización de Bolivia… un programa que inspiró algunas “estaciones Finlandias”
posteriores (la última en 2003) con la misma finalidad, aunque algunos lenguajes
cambiaran y hoy se hable de “descolonizar” las instituciones del país y las mentes de
sus habitantes.

378
AGRADECIMIENTOS

Una tesis en historia puede ser –y lo es– un proyecto con muchos momentos de trabajo
solitario y diálogo con los fantasmas de los archivos y bibliotecas, pero de ningún modo
es una tarea robinsoniana. Cualquier tesis tiene mucho de colectivo, en la medida que
son muchos quienes aportan a esa obra, desde cuestiones prácticas hasta intercambios
intelectuales. En esa medida, quiero agradecer a quienes contribuyeron a que este
proyecto se transformara en un “objeto tesis”.
En primer lugar debo agradecer a mi director, Carlos Altamirano, quien aceptó
dirigirme y seguir mi trabajo, y compartió su vasta experiencia de manera generosa y
desinteresada. Del mismo modo expreso acá mi agradecimiento a Rossana Barragán por
sus orientaciones como codirectora. También debo mencionar a los miembros del
Centro de Historia Intelectual, dirigido por Adrián Gorelik, en el marco de cuyas
discusiones pude aprender y mirar con más complejidad la historia intelectual.
Deseo además expresar un agradecimiento especial a muchos amigos y colegas
que me apoyaron de diversas maneras (materiales, intelectuales, sin olvidar las
anímicas) y sin cuya ayuda hubiera sido mucho más difícil avanzar en mi trabajo. A
riesgo de algún olvido quiero mencionar a: Andrey Schelchkov, Patricia Funes, Horacio
Tarcus, Françoise Martinez, María Elvira Álvarez, Robert Brockmann, Pablo Quisbert,
Maristella Svampa, Mariana Canavese, Carmen Soliz, Gustavo Rodríguez Ostria, Alber
Quispe, Hernán Topasso, Ivan Bonan, Karina Jannello, Eugenia Bridikhina, María Pía
López, Martín Bergel, Fernando Molina, Marta Irurozqui, Natalia Bustelo, María Pía
López, Hervé Do Alto, Marc Saint-Upéry, Sofía Cordero, Pablo Ortemberg y Manuel
Canelas. A Andrés Mallo por su apoyo moral. Y a Andrea Stefanoni por ayudarme a
acceder a muchos libros.
Adicionalmente, no puedo dejar de expresar mi gratitud a los bibliotecarios y
archivistas del CeDInCI, el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, el Archivo

379
Histórico de La Paz, la Biblioteca Nacional de Argentina (y su Tesoro), el archivo de la
Cancillería argentina, la Fundación Flavio Machicado de La Paz, la Alcaldía de La Paz,
el Museo de Etnografía y Folklore (Musef) y la Biblioteca Municipal de Cochabamba.
Y, finalmente pero no menos importante, a José Roberto Arze, quien me abrió las
puertas del archivo personal de José Antonio Arze y me permitió acceder a este
intelectual boliviano desde otra perspectiva.
Por su parte, Mariana Parma, desde la oficina de Doctorado de la Facultad de
Filosofía y Letras respondió siempre con amabilidad mis dudas administrativas.
Se trata, claro está, de una lista muy parcial. Son muchos quienes, sin tener una
relación directa con la tesis, contribuyeron también a este esfuerzo, a ellos va también
mi gratitud.

380
BIBLIOGRAFÍA

1. FUENTES

1. 1. FUENTES INÉDITAS

a) Archivos y bibliotecas

Argentina

Biblioteca Nacional de la República Argentina.


Diario Íntimo de Alcides Arguedas (en custodia del Tesoro).

Archivo Histórico de la Cancillería.


Correspondencia de la embajada argentina de La Paz (1936-1939).

Centro de Documentación e Investigación sobre la Cultura de Izquierdas en Argentina


(CeDIncI).
Volantes y folletos sobre comunismo y los congresos antiguerreros.

Bolivia

La Paz
Archivo Histórico de La Paz (ALP)
Banco fotográfico
Fondo Alberto de Villegas (AdV)
Fondo León M. Loza (LML)

381
Archivo personal de José Antonio Arze, en custodia de José Roberto Arze.
Correspondencia personal y programas y estatutos de grupos y partidos.

Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores. Estado Plurinacional de Bolivia


Correspondencia de las legaciones de Berlín, México y Roma (1936-1939).

Sucre

Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia.


Correspondencia Presidencial 1927 y 1936-1939.
Correspondencia Ministerio de Trabajo 1936.
Correspondencia Estado Mayor General del Ejéricito 1939.

Rusia
Archivo estatal ruso de historia sociopolítica- RGASPI.
Fondo 495- correspondencia de la IC sobre Bolivia.

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El País (Sucre, 1927).
El Republicano (Cochabamba, 1925-1930).
El Socialista (Cochabamba, 1936).
El Socialista (Sucre, 1936).
La Calle (La Paz, 1936-1939).
La Defensa (Suce, 1927).
La Razón (La Paz, 1934-1937, 1950, 2012).
La Voz del Interior (Córdoba, 1935).
Última Hora (La Paz, 1935-1936).

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Claridad (Buenos Aires, 1926-1939).
Correspondencia Sudamericana (Buenos Aires/Montevideo, 1926-1930).
Flecha (Córdoba, 1935-1936).
Insurrexit (Potosí, 1924).
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