Imperios de Europa Sigo XIX y XX

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El Imperialismo en Europa

Por  Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea


Europa y el mundo: viejo y nuevo imperialismo.
 La industrialización y el enorme desarrollo tecnológico de Europa, especialmente en la época de la Segunda
Revolución Industrial, provocaron la separación del mundo en dos grandes grupos: los países
industrializados y los no industrializados. Los primeros terminaron por imponerse sobre los segundos, que
quedaron bajo su dependencia directa o indirecta. La Europa industrial, gracias a su vitalidad demográfica, su
superioridad industrial, técnica, comercial y financiera impuso su modelo económico, sus valores, ideales y
su cultura a gran parte del mundo.
 El imperialismo se puede definir como el sistema en el que la política, la economía y la cultura de una parte
del mundo se organizan en función del dominio de unos países sobre otros. El imperialismo que surge en el
siglo XIX fue la culminación del colonialismo iniciado en los siglos XV y XVI. Pero ambas formas de
dominación colonial fueron muy distintas. Los viejos imperios coloniales estuvieron ubicados principalmente
en América, mientras que los nuevos imperios coloniales se centraron en Asia y África. Las antiguas colonias
habían sido de asentamiento y los emigrantes habían creado sociedades que pretendían ser similares a las
europeas, frente a las nuevas colonias que fueron, sobre todo, territorios de ocupación, donde una minoría
europea no se mezclaba con la autóctona y ejercía el control político y económico. Por otro lado, si el ritmo
de ocupación había sido lento y limitado en el pasado, en el siglo XIX la rapidez fue la tónica general. Por
último, las posesiones coloniales de la época moderna dieron lugar a escasos conflictos en comparación con
los desarrollados con el imperialismo del siglo XIX, con guerras constantes, ya que la expansión colonial se
había convertido en un objetivo fundamental de la economía y la política de los países industrializados.
Factores

Desde el punto de vista económico, el desarrollo del imperialismo se vincularía a las necesidades de las
industrias de los países europeos desarrollados. La industria llegó a tal grado de crecimiento que se hizo
necesaria la búsqueda de nuevos mercados para sus productos, de materias primas abundantes y baratas,
así como de nuevos espacios económicos donde poder invertir el capital excedente y hallar más beneficios,
donde, además la mano de obra era abundante y, por lo tanto, barata. Esas condiciones se encontraban en
los territorios más atrasados, sin medios técnicos y más débiles de otros continentes, especialmente de Asia
y África.  Tenemos que tener en cuenta que la crisis de 1873 provocó que los países industrializados
desarrollaran políticas proteccionistas, por lo que se hizo indispensable buscar esos nuevos mercados, más
materias primas y lugares donde invertir y encontrar rentabilidad. Actualmente, se está matizando esta
teoría clásica económica en relación con el imperialismo. Hay estudios que consideran que la mayor parte de
las inversiones extranjeras de los países desarrollados no se encaminaron hacia los nuevos territorios sino
hacia otros países industrializados o en vías de serlo, como los Estados Unidos. Además, siempre según esta
nueva teoría, la mayor parte del comercio exterior, tanto de productos industriales como agrarios, siguió
siendo entre los países industrializados. Por fin, se en duda la rentabilidad económica de algunos imperios,
como el británico, el principal de todos ellos. Se habría comprobado como los costes para mantenerlo –
administración, ejército, etc.- no justificaban los beneficios obtenidos. Además, el imperialismo no benefició
a toda la población ni a todos los sectores económicos británicos por igual. Los principales beneficiarios
fueron los sectores económicos que invirtieron en empresas coloniales mientras su contribución a los costes
de la administración colonial fue muy reducida. Las clases medias fueron las que contribuyeron a este coste
con sus impuestos, y obtuvieron muy pocos beneficios o ninguno de la expansión imperial de su país.
El enorme crecimiento natural de la población europea durante el siglo XIX generó un importante flujo
migratorio. La posibilidad de contar con territorios coloniales donde poder asentar los excedentes
demográficos contribuyó a la expansión imperialista. Bien es cierto que la mayor parte de la población
europea se encaminó hacia los países americanos, pero buena parte de la opinión pública de los países
industrializados europeos valoraba la conquista de territorios para poder asentar esos excedentes
demográficos.
La expansión imperial de las potencias europeas tiene mucho que ver con el deseo de aumentar sus
respectivos poderes políticos a escala internacional. Los países europeos se apresuraron a controlar
militarmente, además de económicamente, territorios, rutas terrestres y marítimas, a obstaculizar la
expansión de sus competidores y a aumentar su influencia en el contexto diplomático. Los gobiernos
europeos consideraban sus imperios como un factor estratégico.
En el siglo XIX se vivió una verdadera fiebre descubridora, un enorme interés por explorar todos los rincones
del planeta, especialmente las zonas desconocidas hasta ese momento. Se constituyeron importantes
sociedades científicas y geográficas para adentrarse en Asia y en África. Estas exploraciones abrieron nuevas
rutas, permitieron conocer casi todos los territorios y a muchos pueblos que no habían tenido contacto con
los europeos. Los conocimientos adquiridos fueron utilizados para colonizar estas áreas. Livingstone, Stanley
o De Brazza fueron destacados exploradores.
El imperialismo no puede ser entendido sin conocer las concepciones racistas sobre la superioridad de la
raza blanca de la época. Esta mentalidad vino acompañada por la exaltación nacionalista de las potencias
europeas. Los estados afirmaban su superioridad y defendían su deber de difundir sus valores, su cultura, su
idioma, la religión y la civilización occidental por todo el mundo.
Por fin, no se puede negar la concepción paternalista del colonialismo. El hombre blanco tendría la supuesta
responsabilidad de civilizar a los pueblos considerados como inferiores. Las grandes confesiones cristianas –
católica, anglicana y protestante- defendieron la actividad misionera. Justificaron el colonialismo por la
necesidad de evangelizar a los considerados pueblos primitivos.
La ocupación de Asia
En el siglo XIX, las principales potencias colonialistas europeas occidentales, especialmente, Gran Bretaña y
Francia, así como Rusia, Estados Unidos y Japón, intervinieron activamente en el continente asiático.
Gran Bretaña se concentró en la India, la “joya de la Corona”. En el siglo XVIII, la Compañía Inglesa de las
Indias poseía o controlaba los puertos de Madrás, Calcuta y Bombay. Tras las revueltas de los cipayos –
soldados indígenas del ejército británico- de 1857, el gobierno británico asumió directamente el control de la
India, estableciendo una administración gobernada por un virrey. La India fue el más acabado ejemplo del
imperialismo británico. La reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India en 1877. Para garantizar una
zona de seguridad alrededor de la colonia, los británicos se enfrentaron a los franceses para controlar
Birmania (1886).
Francia, por su parte, se centró en Indochina. En primer lugar, los franceses comenzaron a adueñarse de la
Conchinchina desde finales de la década de los años cincuenta. Entre 1860 y 1880 se anexionaron toda la
región del Mekong y establecieron un protectorado sobre Camboya. Después de vencer a los chinos, Francia
implantó sendos protectorados sobre Annam y Tonquín. Todos estos territorios conformaron, a partir de
1887, la Unión Indochina, a la que se unió, en 1893, el reino de Laos. Aunque esta zona fue de presencia
eminentemente francesa, los británicos ocuparon Birmania, los Estados Malayos y Singapur. Para asegurar la
paz, las dos potencias europeas decidieron mantener libre y neutral el Estado de Siam, que funcionaría como
una especie de frontera entre los dos imperios coloniales.
Los holandeses, por su parte, establecieron un imperio colonial en Indonesia.
El imperio ruso aceleró, durante el siglo XIX, su tradicional expansión hacia Siberia. En la segunda mitad del
siglo más de cinco millones de rusos emigraron a las nuevas tierras siberianas. Uno de los motores de la
expansión por Siberia fue la construcción del famoso ferrocarril transiberiano. Los rusos intentaron, además,
expandirse hacia el sur. Por esta zona llegaron hasta los límites de la India, generando un largo litigio con los
británicos por el control de Persia y Afganistán, así como por el Tíbet. La otra gran rivalidad colonial de los
rusos fue con los japoneses. En 1904-1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que el gigante ruso fue
vencido por un Japón en plena expansión imperial en el continente.
La intervención en China se convirtió en un asunto conflictivo durante el siglo XIX. El país no fue ocupado por
ninguna potencia aunque algunos países europeos consiguieron establecer algunos enclaves comerciales.
Los británicos deseaban equilibrar sus compras de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la
India. El gobierno chino prohibió en el año 1839 la entrada de opio, pero los ingleses decidieron seguir
vendiéndolo. Este hecho desembocó en las guerras del opio, que finalizaron con el Tratado de Nanking de
1842. Este tratado proporcionó a la Gran Bretaña el enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al
comercio. Pero este tratado tuvo otra consecuencia: la demostración de la debilidad del Imperio chino ante
Occidente. En el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX se produjo un verdadero acoso occidental
y japonés sobre China. Francia consiguió una zona de influencia en el sur. En el nordeste, en la región de
Manchuria entraron rusos y japoneses. Los alemanes y británicos se situaron en la península de Shandong.
Éstos últimos también controlaron zonas en el sudeste y en el Yangtsé. Los británicos deseaban controlar la
economía china, especialmente la explotación de las minas, los ferrocarriles y el comercio. Todas estas
injerencias provocaron reacciones de signo nacionalista, destacando la protagonizada por reformadores
radicales en el levantamiento de los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los boxers (1900-1901),
duramente reprimidas. Pero la situación de China desembocó en 1911 en una revolución que terminó con el
imperio e instauró una república. Las nuevas autoridades buscaron liberar a China de las injerencias
extranjeras, además de reconstruir el país.
En Oceanía hay que destacar el poderío británico, ya que controlaban los dos territorios más importantes:
Australia y Nueva Zelanda, colonias de poblamiento, que terminaron por alcanzar un alto grado de
autonomía dentro del imperio.
El reparto de África
El continente africano, escasamente poblado, fue ocupado y repartido entre las potencias europeas. A
principios del siglo XIX, los europeos solamente poseían factorías costeras o pequeñas colonias. Pero en la
segunda mitad del siglo, exploradores y misioneros recorrieron África, aprovechando el curso de los grandes
ríos: Níger, Nilo, Congo, Zambeze y por el Sahara.
A partir de 1870, las expediciones se multiplicaron y las potencias europeas se lanzaron a una verdadera
carrera de conquista y colonización de territorios. Los británicos deseaban establecer un imperio de norte a
sur, vertebrado por el ferrocarril El Cairo-El Cabo, dominando, a su vez, la fachada oriental del continente
con vistas a controlar el Océano Índico. Gran Bretaña obtuvo territorios muy ricos en minerales (oro y
diamantes), así como de gran valor estratégico, como el Canal de Suez, por el que controlaban el paso entre
el Mediterráneo y el Mar Rojo hacia el Océano Índico.
Por su parte, los franceses pretendían levantar un imperio de este a oeste del continente africano.
Comenzaron por dominar Argelia y desde allí fueron dominando gran parte del norte de África (Marruecos y
Túnez), la costa occidental del continente y se extendieron hacia Sudán, punto de fricción con los británicos,
ya que era la zona de choque con la línea norte-sur británica.
El rey de los belgas -Leopoldo II- encargó la exploración de la zona del Congo para levantar un imperio
propio. Los alemanes se establecieron en África central. Así pues, muy pronto comenzaron a entrar en
colisión los intereses de las grandes potencias. Ante esta situación, en el año 1885 Bismarck convocó una
conferencia internacional en Berlín. En la Conferencia se tomaron una serie de decisiones sobre la
colonización de África: garantía de libre navegación por los ríos Níger y Congo, establecimiento de unos
principios para ocupar los territorios por parte de las metrópolis, como eran el dominio efectivo y la
notificación diplomática al resto de las potencias del establecimiento de una nueva colonia. Pero la
Conferencia no terminó con los enfrentamientos entre las potencias coloniales.
Posteriormente, los alemanes se establecieron en Togo, Camerún, África suroccidental y Tanganica, mientras
que los portugueses se hacían con Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Italia estableció su imperio en Libia
y Somalia. Por fin, España se estableció en lo que luego fue Guinea Ecuatorial y en el Sahara Occidental (Río
de Oro). También, estableció un protectorado en la zona del Rif marroquí.
En el sur de África, dos pequeñas repúblicas vecinas –Transvaal y Orange- estaban en manos de los
holandeses nacidos en el continente africano y conocidos como bóeres, después de haberse marchado de la
zona de El Cabo, huyendo de la expansión británica en la zona. Pero la noticia del descubrimiento de
importantes minas en Transvaal motivó a los ingleses para invadir los territorios de los bóers, provocando el
estallido de una guerra, que duró tres años, con un alto coste en vidas humanas. Al final, esos territorios
fueron anexionados al Imperio británico.
La administración colonial
Las metrópolis establecieron sistemas de gobierno y administración en los territorios coloniales.
Dependiendo del tipo de poblamiento se pueden definir dos tipos de colonias. En principio, estarían las
denominadas colonias de explotación, con poca población emigrada de las metrópolis. Lo que se buscaba
era la explotación sistemática de sus recursos. Casi todas las colonias africanas y asiáticas eran de este tipo.
En segundo lugar, estarían las denominadas colonias de poblamiento. Estas colonias contaban con un fuerte
contingente de población europea emigrada, que se impuso a la escasa población indígena. Estas colonias
terminaron por contar con un alto grado de autonomía y fueron las primeras que se independizaron. Los
ejemplos más destacados fueron: Canadá, Australia y Nueva Zelanda, dentro del imperio británico.
En función del gobierno impuesto por las metrópolis, tendríamos, las colonias propiamente dichas, es de
decir, sin gobierno propio y dependientes directamente de la administración de la metrópoli. La autoridad
era ejercida, generalmente por un gobernador o virrey, junto con una administración de funcionarios
coloniales. Las colonias eran los territorios que estaban más sometidos a los intereses económicos de las
metrópolis.  La India británica o la Indochina francesa son dos ejemplos, entre los muchos que se pueden
aducir. Otro caso sería el de los protectorados. En estos territorios había un gobierno propio indígena pero la
administración colonial supervisaba su acción y ejercía las funciones de defensa y política exterior. Era una
fórmula que se estableció en lugares que con anterioridad habían sido estados independientes, como en los
casos de Egipto o de Marruecos. Los dominios eran territorios con escasa población indígena, en los que la
población blanca dispuso un gobierno y sistema parlamentario propio, aunque dependiente de la metrópoli.
Fue la fórmula de casi todas las colonias de poblamiento: Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Los mandatos
nacieron después de la Primera Guerra Mundial como una fórmula para administrar los territorios
dependientes de las potencias perdedoras en el conflicto. La mayor parte de los mandatos fueron ejercidos
por Gran Bretaña y Francia, en representación de la Sociedad de Naciones, destacando los establecidos en
Próximo Oriente. Por fin, las concesiones eran territorios cedidos o arrendados por estados independientes a
las potencias coloniales por un tiempo determinado. Solían ser enclaves muy codiciados por su interés
estratégico o comercial, como el caso de Hong Kong, concesión china a Gran Bretaña durante cien años, o
porque tenían materias primas y recursos valiosos, en cuyo caso la concesión se solía circunscribir a la
explotación de los mismos.
Consecuencias del imperialismo sobre los pueblos colonizados
El colonialismo provocó un profundo impacto en la vida de los pueblos colonizados en todos los aspectos. En
lo económico, la situación empeoró para la mayoría de la población, a excepción de las élites locales. Se
produjo un proceso de expropiación de las tierras indígenas, que pasaron a manos de los colonizadores o sus
empresas. En la agricultura se abandonaron los cultivos y formas de cultivar tradicionales, vinculados a la
subsistencia familiar, y se establecieron plantaciones, implantando monocultivos extensivos para la
producción de productos que cubriesen las necesidades de las metrópolis. Como ejemplos, se pueden citar
los siguientes: caucho en Indochina, cacao en Nigeria o café en Tanganica. Por otro, lado se potenciaron las
explotaciones de recursos minerales y energéticos a favor de las metrópolis. La imbricación de las colonias
en la economía mundial potenció el empleo del papel moneda, por lo que la economía monetaria se
yuxtapuso a la de subsistencia anterior. Las potencias coloniales construyeron nuevas infraestructuras:
puertos, carreteras y ferrocarriles, que quedaron cuando las colonias se independizaron, pero que se
hicieron para beneficio de la explotación económica colonial y no para atender a las necesidades de las
poblaciones indígenas.
En el ámbito demográfico hubo aspectos positivos y negativos. En lo positivo, fueron indudables los
beneficios producidos por la introducción de la medicina moderna, por las mejoras higiénicas y la
construcción de hospitales. La mortalidad en muchas colonias disminuyó y aumentó la población, ya que la
natalidad continuó siendo alta. Pero, también es cierto, que en algunos lugares la intensidad de la
explotación de la población indígena provocó una clara disminución demográfica, siendo el caso del Congo el
más significativo. Por otro lado, donde la población indígena era más débil se redujo aún más, como en
Oceanía. Pero, además en el caso de los aumentos de la población, gracias a la disminución de la mortalidad,
se rompió el equilibrio entre la población y los recursos, comenzando a producirse problemas de
abastecimiento y de subalimentación crónica.
La estructura de las sociedades indígenas cambió con el colonialismo. Los nuevos ritmos de trabajo
desorganizaron la vida tribal o indígena, así como las jerarquías previas. Además, muchos grupos étnicos
fueron divididos o unidos a otros de forma artificial y, de ese modo se rompieron etnias y se forzaron
convivencias de grupos enfrentados. Por último, las administraciones coloniales utilizaron a determinados
grupos indígenas para reclutar a sus ejércitos o para parte de la estructura administrativa, generando
diferencias y favoreciendo a unos sobre otros a cambio de su fidelidad.
Los repartos coloniales tuvieron graves consecuencias cuando se produjeron los procesos descolonizadores.
En el caso de África, las fronteras establecidas por las metrópolis no respetaron las etnias y cuando las
colonias se independizaron estallaron odios tribales y guerras crueles.
Las costumbres, las religiones, las tradiciones y formas de entender el mundo y la vida de los pueblos
indígenas sufrieron el fuerte impacto de los valores, ideas y religiones occidentales. Se produjo una fuerte
crisis de identidad de estos pueblos. En el caso de los pueblos de la zona subsahariana, el impacto fue mayor
que en Asia donde estaban muy asentadas culturas de tradición milenaria, como la hindú o la china, entre
otras.
La crítica al imperialismo
En las metrópolis no hubo unanimidad en la defensa del colonialismo. Algunos políticos, intelectuales,
religiosos y grupos de opinión se opusieron a la dominación colonial. En Francia hubo un intenso debate, al
respecto. Políticos como el radical Clemenceau o el socialista Jaurès se opusieron al colonialismo. La II
Internacional Socialista condenó el imperialismo como una forma de explotación capitalista, aunque hubo
socialistas que valoraron, en cierta medida, algunos aspectos positivos del imperialismo, tanto en relación a
las poblaciones indígenas, como hacia los obreros europeos. Por su parte, Lenin hizo una interpretación
fundamental sobre el imperialismo, como estadio supremo del capitalismo. El capitalismo habría pasado de
su forma industrial a la financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha política entre los
estados por los mercados, las materias primas, las colonias, etc.. El desarrollo de esta teoría permitiría a
Lenin defender la revolución en Rusia, ya que el proletariado occidental se habría enriquecido y ya no era la
base revolucionaria que había explicado Marx en la fase anterior del capitalismo. Ahora era el turno del
proletariado de países más atrasados.

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