50 DOMINGO DE PENTECOSTES JN 20, 19-23 He 2, 1-11 1co 12, 3b-7.12-13
50 DOMINGO DE PENTECOSTES JN 20, 19-23 He 2, 1-11 1co 12, 3b-7.12-13
50 DOMINGO DE PENTECOSTES JN 20, 19-23 He 2, 1-11 1co 12, 3b-7.12-13
✞ ✞ ✞ Padre, en Tus manos abandono mi vida y todo mi ser, para que me vacíes de todos
los pensamientos, palabras, obras, deseos e imágenes que me separan de Ti.
Calma mi sed y sacia mi hambre, lléname de Ti. Con humildad te entrego mi intención
de consentir tu Presencia y acción en mí, sáname, transfórmame, hazme de nuevo.
Ahora mismo anhelo y te pido a nombre de tu Hijo Jesús que me des al Espíritu Santo;
pues ya dispuesta mi alma, por tu gracia y misericordia; espera la luz que abra mi
mente y mi corazón para escucharte y ahí en mi meditación dejarme encontrar,
sorprender, seducir, tocar, y guiar por Ti.
Dime lo que quieres de mi para hacer Tu voluntad y no la mía. Dame el don de la
contemplación y la gracia para ver, aceptar y perseverar sin apegos, en este camino
hacia la Gloria.
✞ ✞ ✞ Señor Jesús, que tu Espíritu, nos ayude a leer las Sagradas Escrituras en el mismo
modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de
Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía
ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren.
Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén
✞✞✞
Jesús, enséñame a gustar la infinitud del Padre. Háblame, Señor Jesús, acerca del
Padre. Hazme niño para hablarme de él como los padres de la tierra conversan con sus
pequeños; hazme amigo tuyo para hablarme de él como hablabas con Lázaro en la
intimidad de Betania; hazme apóstol de tu palabra para decirme de él lo que
conversabas con Juan; recógeme junto a tu Madre como recogiste junto a ella a los doce
en el Cenáculo..., lleno de esperanza para que el Espíritu que prometiste me hable
todavía de él y me enseñe a hablar de él a mis hermanos con la sencillez de la paloma y
el resplandor de la llama (G. CANOVAI, Suscipe Domine).
“JESÚS: RENUEVA MIS DONES CON TU ESPÍRITU”
«Jerusalén. Tarde del domingo, reunidos los discípulos a puertas cerradas».
«Jesús resucitado se presentó y les dijo: La paz esté con vosotros, y les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al
verlo».
«Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el
Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros»
«Sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis
los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los
retendrá»
1 RITOS INICIALES
✞ ✞ ✞ Antífona de entrada Sab 1, 7
El Espíritu del Señor llenó la tierra y todo lo abarca, y conoce cada sonido. Aleluya.
O bien: Cf. Rm 5, 5; 8, 11
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
habita en nosotros. Aleluya.
Monición de entrada
Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la culminación de la Pascua. El Señor Jesús
nos envía desde el Padre el don de su Espíritu: el Espíritu Santo que los profetas
anunciaron y Cristo nos prometió; el Espíritu Santo que dio a la Iglesia naciente su
primer impulso y constantemente actúa en ella. El Espíritu Santo que nos da el
convencimiento de la fe y nos congrega en la unidad; que llena el universo con su
presencia y promueve la verdad, la bondad y la belleza; que alienta en la humanidad la
firme esperanza de una tierra nueva.
Nos reunimos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
✞ ✞ ✞ Saludo al altar y pueblo congregado
• Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu gracia los corazones
que Tú mismo has creado. Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en
nuestros corazones, y con tu auxilio da fuerza a nuestros cuerpos. Concédenos que por
Ti conozcamos al Padre y al Hijo, y haz que en Ti creamos en todo momento. Amén.
(Del himno Veni Creator Spiritus)
✞ ✞ ✞ Acto penitencial
Nosotros, tantas veces, no hemos utilizado los dones maravillosos que el Espíritu Santo
continuamente nos ofrece. Pidámosle a Dios que nos perdone bondadosamente y que
abra nuestros corazones a los dones del mismo Espíritu. (Pausa)
Señor Jesús: Alienta tu Espíritu sobre nosotros que nos quiere impulsar a entendernos y
acogernos, a apreciarnos y a apoyarnos mutuamente. Señor, ten piedad de nosotros.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo: Alienta tu Espíritu sobre nosotros que quiere unirnos en un mismo
amor. Haz que ese amor sea inventivo y creador.
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús: Alienta tu Espíritu sobre nosotros para que nos libere de todos los miedos
que nos paralizan y para que nos mueva a servir con alegría a Dios y a los hermanos.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
• Señor Jesús, Tú que eres el eterno presente, el hoy, el ahora, y que nos llamas a la
Eucaristía dominical, tiempo de renovación perpetua. Tu que no eres historia, sino, Pan
Vivo bajado del Cielo. Acéptanos indignos, pero prosternados humildemente, y
perdónanos por no aceptar tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu divinidad en muchas de
las misas en las que nos congregamos. O por recibirte aún sin haber perdonado a
nuestros hermanos. O comerte y beberte consciente de que no hemos tenido una
verdadera contrición en nuestro propio corazón, una confesión sincera. ! Dios Padre! en
el nombre de tu Hijo amado, instrúyenos y concédenos por tu infinita gracia Aceptar a
Cristo como nuestro Señor y Salvador, nuestro alimento que da Vida; para morir con Él,
caminar por Él y gozar en Él. Amén.
Por tu gran bondad, Señor, perdona nuestros pecados, ábrenos al Espíritu de vida y
amor y llévanos a la vida eterna. R/ Amén.
✞ ✞ ✞ Gloria a Dios.
Que el Espíritu Santo nos ayude a alabar a Dios con entusiasmo y alegría.
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu
inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos
gracias. Señor Dios, rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único,
Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra
súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque
solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en
la gloria de Dios Padre.
✞ ✞ ✞ Oración Colecta:
Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los
pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de
la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te
dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Pidamos a Dios nuestro Padre que nos envíe el Espíritu Santo como lo envió en
Pentecostés a su joven Iglesia. (Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro: Haz, te pedimos, que el Espíritu Santo nos sorprenda con el don
del ardor y del vigor cristianos; que nos rejuvenezca y nos renueve como lo hizo con los
miembros de la Iglesia recién nacida. Que tu Espíritu renueve nuestros días, nuestro
amor y nuestra vida; que nos traiga ternura y alegría junto con apertura y acogida para
con todos; que nos fortalezca con valentía y coraje para defender y apoyar todo lo que
es recto y justo. Que el mismo Espíritu nos una en su amor y nos lleve a ti. Todo esto te
lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. R/ Amén.
2 LITURGIA DE LA PALABRA
✞ ✞ ✞ Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11
No hay reflexión.
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No hay Reflexión.
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Ver Evangelio.
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✞ ✞ ✞ Salmo
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu, y los creas, y
repueblas la faz de la tierra.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras; que le sea agradable mi
poema, y yo me alegraré con el Señor.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Cualquier cosa buena que tengamos, cualquier don que Dios nos ha dado, todo
proviene del Espíritu que obra en nosotros. Por encima de nuestros diferentes
talentos, tareas y responsabilidades, el Espíritu nos une en el Cuerpo de Cristo,
formando una comunidad de fe, esperanza y amor.
Hermanos:
3 Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo.
4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.
5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas
en todos.
7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos.
12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también
Cristo.
13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un
mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido
también el mismo Espíritu.
PALABRA DE DIOS. R/TE ALABAMOS, SEÑOR
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• Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que
tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto
discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos
extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que
Jesús es Dios (v. 3b).
¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un
incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el
cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo
por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana
y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la
multiplicidad de carismas -don del único Espíritu-, ministerios -servicios eclesiales
confiados por el único Señor- y actividades que hace posible el único Dios, fuente de
toda realidad (vv. 4-6). ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva
procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la
comunidad?
Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para
el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la
medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,13): por eso el mayor de
todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad
(12,31-13,13).
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Ver Evangelio.
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San Pablo enseña que un mismo Espíritu que se manifiesta en diversidad de dones y
actividades, anima un mismo cuerpo, que es la Iglesia.
✞ ✞ ✞ Secuencia
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus
dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de
vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al
esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
✞ ✞ ✞ Aleluya:
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu
amor.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
✞ ✞ ✞ “Padre, dame tu bendición”: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies
dignamente su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Solemnidad de Pentecostés.
• El tiempo pascual concluye con la celebración de la Solemnidad de Pentecostés. Es el
día del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad que, nos enseña el Credo, junto
con el Padre y el Hijo es Dios y reciben una misma adoración y gloria. Es el día en que
celebramos el cumplimiento de la promesa del Señor Jesús: «Yo rogaré al Padre y les
dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre, el Espíritu de verdad» (Jn
14,16-17). El Espíritu, en efecto, descendió en forma de lenguas de fuego sobre María y
los Apóstoles.
Para cada uno de nosotros esta promesa de Jesús cobró un significado único y personal
en el día en el que fuimos bautizados. Ese día fuimos verdaderamente hechos nuevas
creaturas a imagen de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Y desde ese día el Espíritu
habita en nuestro corazón. «Después del baño del agua, el Espíritu Santo desciende
sobre nosotros desde lo alto del cielo» nos dice San Hilario. Y añade: «Adoptados por la
Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios». Todo esto, que podría parecernos teología
complicada, es expresión de algo que sucede realmente en la vida. Es algo que hemos
experimentado y que “llevamos dentro”; es algo que estamos invitados a profundizar y a
cultivar.
Tal vez encontramos una “dificultad” en nuestra relación con el Espíritu Santo en el
hecho de que no es fácil hacernos una “representación” suya. El Padre nos es más
comprensible y nos puede ayudar la analogía con nuestro padre; el Hijo se hizo hombre,
hubo ojos que lo vieron y manos que lo tocaron y de ello hemos recibido testimonio; ¿y
el Espíritu Santo?
En la Biblia encontramos una serie de símbolos a través de las cuales el Señor nos ha
revelado quién es el Espíritu y la Iglesia ha recogido en su reflexión espiritual y en su
práctica litúrgica: el agua, el fuego, el viento, la unción con óleo sagrado, la nube y la
luz, la mano, la paloma, el dedo. Cada una, a su manera, nos dice algo de quién es el
Espíritu Santo y cuál es —si cabe el término— su “fisonomía”. Tal vez esta celebración
sea una buena ocasión para que profundicemos en la fe de la Iglesia sobre el Espíritu.
Para ello podemos recurrir al Catecismo, especialmente a los números 687 y siguientes.
Una pregunta que nos puede guiar en la meditación personal es esta: si hemos recibido
al Espíritu Santo, ¿vivimos según el Espíritu? Cuando hablamos de que es necesario
cultivar nuestra “vida espiritual”, ¿no es el Espíritu Santo un actor principal? Ciertamente
sí. Él es Señor y Dador de vida (ver Rom 8,2), es el vivificador. Como dice el Papa San
Juan Pablo II, «Él, el Espíritu del Hijo (ver Gal 4,6), nos conforma con Cristo Jesús y nos
hace partícipes de su vida filial». ¿Qué lugar, pues, le damos en nuestra vida espiritual?
Podemos hacernos la pregunta en otro sentido: ¿Qué es lo esencial en nuestra vida
espiritual? San Pablo nos diría: el amor. ¿No nos enseña nuestra fe que el Espíritu Santo
es la “Persona Amor”? Si queremos vivir el amor y en el amor, abramos nuestras
mentes y corazones al Espíritu de Amor pues «el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
Si el Espíritu ilumina nuestras mentes y transforma nuestros corazones sus frutos se
expresarán también en nuestras obras y en toda nuestra vida. San Pablo insiste en que
«si vivimos del Espíritu caminemos también según el Espíritu» (Gal 5,25). ¿Cómo será la
vida de una persona que camina según el Espíritu Santo? ¿Qué frutos espirituales
produce su acción en nosotros? El mismo Pablo señala: «El fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal
5,23). Mientras que aquel que no vive según el Espíritu Santo sino según el espíritu del
mundo y del mal tomará otro sendero y en su vida aparecerán otras obras: impureza,
idolatría, fornicación, celos, discordias, iras, ambiciones, divisiones, envidias… (Ver Gal5,
19ss).
Pentecostés es un fiesta de unidad, de alegría, de impulso evangelizador; es una fiesta
en la que se nos invita a congregarnos bajo una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor
(ver Ef 4,5-6), bajo el manto protector de María nuestra Madre. El Espíritu Santo nos
ilumina, nos fortalece, nos transforma. No tengamos miedo de dejarnos impulsar por Él,
confiemos en su acción y caminemos bajo su soplo e inspiración.
• Un conocido teólogo del siglo XX escribió hace ya algunos años un libro sobre el
Espíritu Santo titulado “El gran desconocido”. Sin que sea un fenómeno generalizable,
tenemos que reconocer que muchas veces nuestra relación con el Espíritu Santo es
difícil y en ese sentido el título de la obra mencionada señala un punto débil en la vida
cristiana de muchos discípulos de Jesús. ¿Será tal vez que no sabemos suficientemente
quién es el Espíritu Santo? ¿O no entendemos bien cuál es su misión en la historia de la
reconciliación y en la vida espiritual de todos los hijos de la Iglesia? ¿O quizás
encontramos algunas dificultades más cotidianas: qué rezarle, cómo dirigirnos a Él, qué
pedirle, qué esperar de Él? Sea como fuere, la Solemnidad de Pentecostés es una
excelente oportunidad para celebrar con toda la Iglesia la venida del Espíritu Santo, para
renovar nuestra relación personal con Él y para pedirle que ilumine nuestra mente y
corazón y nos encienda en el fuego del amor divino.
Recordemos 5 cosas que nos enseña la fe de la Iglesia sobre el Espíritu Santo y que nos
pueden servir bien para renovar y alentar nuestra relación con Él, o bien para empezar a
cultivar una relación personal que seguramente será de muchísimo fruto en nuestra vida
cristiana.
El Espíritu Santo es Dios y, junto con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y
gloria. Está presente desde el inicio del mundo, cuando aleteaba sobre las aguas, y se
manifestó bajo diversos símbolos a lo largo de la historia de la salvación. Entre otros: el
agua que da vida y purifica, el óleo que unge, el fuego que transforma, la nube y la luz,
el sello que marca un carácter indeleble, la mano que bendice, la paloma.
El Espíritu acompañó desde el inicio hasta el final la vida de Jesús sobre la tierra. Desde
su Encarnación en el seno de María hasta su gloriosa Ascensión al Cielo, todas las obras
del Hijo de Dios estuvieron íntimamente animadas y acompañadas por el Espíritu Santo.
Recordemos, por ejemplo, que «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto» (Mt4, 1);
su manifestación en el Bautismo de Jesús (ver Mt3, 13-17); cuando Jesús expulsa los
demonios con el poder del Espíritu (ver Mt12, 28); o cuando Jesús, antes de entregarse
para ser muerto en Cruz, dice a los apóstoles: «conviene que Yo me vaya. Porque si no
me fuere, el Abogado no vendría a ustedes» (Jn16, 7). El Espíritu resucitó a Jesús de
entre los muertos (ver Rom8, 11) y los apóstoles reciben el soplo divino del Resucitado:
«Reciban el Espíritu Santo» (Jn20, 23).
El Espíritu Santo nos permite conocer y comprender todo lo que Jesús nos ha enseñado,
como Él mismo nos lo dice: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho» (Jn14, 26). El
Espíritu Santo inspira las Sagradas Escrituras (ver 2Tim3, 16; 2Pe1, 21) nos enseña a
interpretarlas y garantiza que las enseñanzas que hemos recibido de Jesús se
transmitan de generación en generación bajo el cuidado del Magisterio de la Iglesia.
Para que las Escrituras no queden en letra muerta, «se ha de leer e interpretar con el
mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum, 12,3).
Desde nuestro Bautismo, el Espíritu Santo es el principio de nuestra vida en Cristo, nos
alienta y sostiene en nuestro camino de configuración con Él. «El Espíritu Santo —
enseña Juan Pablo II con este hermoso texto— forma desde dentro al espíritu humano
según el divino ejemplo que es Cristo. Así, mediante el Espíritu, el Cristo conocido por
las páginas del Evangelio se convierte en la “vida del alma”, y el hombre al pensar, al
amar, al juzgar, al actuar, incluso al sentir, está conformado con Cristo, se hace
“cristiforme”».
El Espíritu Santo es principio de la unidad de la Iglesia, crea la comunión entre los
bautizados y nos impulsa a la misión apostólica. Los apóstoles reunidos con María en el
Cenáculo reciben el Don de lo Alto que crea la unidad de la Iglesia: «un solo cuerpo y un
solo Espíritu, como una es la esperanza… Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo»
(Ef4, 4-5). La comunión que une a la Madre de Jesús y a sus discípulos está tejida de
lazos de Amor divino, y es lo que estamos llamados a vivir como cristianos. Esa
experiencia viva, alegre e intensa del amor de Dios lanza a la naciente comunidad a
predicar el Evangelio superando todos los temores y dificultades, pues los anima Aquel
que es el Protagonista de la evangelización.
La Solemnidad de Pentecostés es un día muy especial para mirar a María y pedirle que
atraiga sobre nosotros el Don de Dios. Ella, que ha sido llamada «río colmado de los
aromas del Espíritu Santo» (San Juan Damasceno), vivió a lo largo de toda su vida una
relación muy íntima con Él. Su Corazón coronado con el fuego del Amor de Dios nos
alienta a crecer cada día en una relación vital y personal con el Espíritu Santo. En lo que
a cada uno respecta, pongamos de nuestra parte para que nunca más se pueda nombrar
al Espíritu como el gran desconocido.
1. Oración inicial
Señor, Padre misericordioso, en este día santísimo yo grito hasta ti desde mi cuarto con
las puertas cerradas; a ti elevo mi oración desde el miedo y la inmovilidad de la muerte.
Haz que venga Jesús y que se detenga en el centro de mi corazón, para arrojar toda
miedo y toda oscuridad. Haz que venga tu paz, que es paz verdadera, paz del corazón. Y
haz que venga tu Espíritu Santo, que es fuego de amor, que inflama e ilumina, funde y
purifica; que es agua viva, que salta hasta la vida eterna, que quita la sed y limpia,
bautiza y renueva; que es viento impetuoso y suave al mismo tempo, soplo de tu voz y
de tu respiro; que es paloma anunciadora de perdón, de un comienzo nuevo y duradero
para toda la tierra.
Manda tu Espíritu sobre mí, en el encuentro con esta Palabra, en este encuentro con tu
Palabra, en la escucha de ella y en la penetración de los misterios que ella conserva;
que yo sea colmado y sumergido, que sea bautizado y hecho hombre nuevo, por el don
de mi vida a ti y a los hermanos. Amén, aleluya.
2. Lectura
Juan 14, 15-16.23-26
a) Para situar el pasaje en su contexto:
Estos pocos versículos, por otra parte no continuos, son como algunas gotas de agua
extraídas del océano; de hecho, forman parte del largo y estupendo discurso del
evangelio de San Juan que desde el cap. 13,31 abarca a todo el capítulo 17. Desde el
comienzo hasta el final de esta unidad discursiva, profundísima e indecible, se trata
solamente de un único tema: «ir a Jesús», que aparece incluso en 13, 33: “Todavía por
un poco estoy con vosotros, donde yo voy, vosotros no podéis venir” y en 16, 28: “Salí
del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» y aún en
17, 13: “Pero ahora voy a ti, Padre”. El ir de Jesús hacia el Padre incluye también el
significado de nuestro caminar, de nuestro recorrido existencial y de fe en el mundo;
aquí es donde aprendemos a seguir a Jesús, a escucharlo, a vivir como Él. Aquí se nos
ofrece la revelación más completa sobre Jesús en el misterio de la Trinidad, como
también la revelación sobre su vida cristiana, su poder, su misión, su alegría y su dolor,
su esperanza y su lucha. Penetrando estas palabras, podemos encontrar la verdad del
Señor Jesús y de nosotros ante Él, en Él.
Estos versículos hablan en particular de tres motivos de consolación muy fuertes para
nosotros: la promesa de la venida del Consolador; la venida del Padre y del Hijo al alma
del discípulo que cree; la presencia de un maestro, que es el Espíritu Santo, gracias al
cual la enseñanza de Jesús no pasará jamás.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv. 15-16: Jesús revela que la observancia de sus mandamientos no está hecha a base
de constreñir, sino que es un fruto dulce, que nace del amor del discípulo hacia Él. A
esta obediencia amorosa está unida la oración omnipotente de Jesús por nosotros. El
Señor promete la venida de otro Consolador, enviado desde el Padre, que permanecerá
siempre con nosotros para conjurar definitivamente nuestra soledad.
vv. 23-24: Jesús repite que el amor y la observancia de sus mandamientos son dos
realidades vitales esencialmente unidas entre sí, que tienen el poder de introducir al
discípulo en la vida mística, esto es, en la experiencia de la comunión inmediata y
personal con Jesús y con el Padre.
v. 25: Jesús afirma una cosa muy importante: hay una diferencia substancial entre las
cosas que Él ha dicho mientras estaba junto a los discípulos y las cosas que dirá después
cuando, gracias al Espíritu, Él estará dentro de ellos. Antes, la comprensión era solo
limitada, porque la relación con Él era externa: la Palabra venía de fuera y llegaba a los
oídos, pero no eran pronunciadas dentro. Después, la comprensión será plena.
v. 26: Jesús anuncia al Espíritu Santo como maestro, que no enseñará ya desde fuera,
sino viniendo desde dentro de nosotros. Él vivificará las Palabras de Jesús, que habían
sido olvidadas y las recordará, hará que los discípulos puedan comprenderlas
plenamente.
c) El texto:
Juan 14, 15-16.23-26
15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre.
23 «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que
me ha enviado.
25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.
26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
3. Momento de silencio orante
Dentro de la escuela del Maestro, el Espíritu Santo, me siento a sus pies y me abandono
en su presencia; abro mi corazón, sin miedo, porque Él me instruye, me consuela, me
amonesta, me hace crecer.
4. Algunas preguntas
a) “Si me amáis”. Mi relación con el Señor, ¿es una relación de amor o no? ¿Hay espacio
en mi corazón para Él? Miro dentro de mí y me pregunto: ¿“Dónde está el amor de mi
vida, existe?” Y si me doy cuenta que dentro de mí no existe el amor, o hay poco, trato
de preguntarme: “¿Qué es lo que me bloquea, lo que tiene mi corazón cerrado,
prisionero, con tanta tristeza y soledad?”
b) “Observaréis mis mandamientos”. Me sale al encuentro el verbo observar, con toda la
carga de sus muchos significados: mirar bien, proteger, prestar atención, conservar en
vida, reservar y preservar, no arrojar, mantener con cuidado, con amor. ¿Vivo iluminado
por estas actitudes mi relación de discípulo, de cristiano, con la Palabra y los
mandamientos que Jesús nos ha dejado para nuestra felicidad?
c) “Él os dará otro Consolador”. ¿Cuántas veces me he puesto a la búsqueda de alguno
que me consolara, se preocupara de mí, me mostrase afecto o prestara atención? ¿Me
he convencido que la verdadera consolación viene del Señor? O, ¿me fío más de las
consolaciones que yo encuentro, que mendigo aquí y allí, que recojo como migajas, sin
poder quitar el hambre verdaderamente?
d) “Haremos morada en él”. El Señor está a la puerta, llama y espera; Él no fuerza, no
constriñe. Él dice: “Si quieres…”. Me propone de convertirme en su casa, en el lugar de
su reposo, de su intimidad; Jesús está pronto, es feliz de poder encontrarme, de unirse
a mí en una amistad del todo especial. Pero ¿estoy yo pronto? ¿estoy esperando la
visita, la venida, la entrada de Jesús en mi existencia más íntima y personal? ¿hay lugar
para Él en mi casa?
e) “Os recordará todo lo que os dicho”. El verbo “recordar” conlleva otra realidad muy
importante, esencial, diría. Soy provocado, escrutado por la Escritura. ¿Dónde aplico mi
memoria? ¿Qué es lo que me esfuerzo en retener en la mente, hacer vivir en mi mundo
interior? La Palabra del Señor es un tesoro muy precioso; es una semilla de vida que se
ha sembrado en mi corazón; ¿presto atención a esta semilla? ¿Sé que me defenderá de
los miles de enemigos y peligros que me asaltan: los pájaros, el calor, las piedras, las
espinas, el maligno? ¿Llevo conmigo, cada mañana, una Palabra del Señor para
recordarla durante el día y hacer de ella mi luz secreta, mi fuerza, mi alimento?
5. Una clave de lectura
En este momento me acerco a cada uno de los personajes presentes en estas líneas, me
pongo a la escucha, en oración, en meditación – rumiando - en contemplación …
El rostro del Padre: Jesús dice: “yo pediré al Padre” (v. 16) y levanta un poco el velo
del misterio de la oración: ella es el camino que conduce al Padre. Para llegar al Padre
se nos ha dado el camino de la oración; como Jesús vive su relación con el Padre a
través de la oración, así nosotros. Recorro las páginas del Evangelio y busco
atentamente cualquier indicio respecto a este secreto de amor entre Jesús y su Padre,
ya que entrando en aquella relación, también yo puedo conocer más a Dios, mi Padre.
“Y os dará otro Consolador”. El Padre es el que nos da al Consolador. Este don está
precedido del acto de amor del Padre, que sabe que necesitamos de consolación: Él ha
visto mi miseria en Egipto y ha oído mi grito, conoce, de hecho, mis sufrimientos y ve mi
opresión, que me atormentan (cfr. Ex 3, 7-9); nada se escapa a su amor infinito por mí.
Por todo esto, Él nos da el Consolador. El Padre es Dador: todo viene de Él y de nadie
más.
“Mi Padre le amará” (v. 24). El Padre es el Amante, que ama con amor eterno, absoluto,
inviolable, imborrable. Como lo dice Isaías, Jeremías y todos los profetas (cfr. Jr 31,3; Is
43,4; 54,8; Os 2,21; 11,1).
“Vendremos a él”. El Padre está unido a su Hijo Jesús, es una sola cosa con Él y con Él
viene a cada hombre, está dentro de cada hombre. Se traslada, sale, se inclina y camina
hacia nosotros. Impulsado por un amor delirante e inexplicable, Él se acerca a nosotros.
“Y haremos morada en él”. El Padre construye su casa en nosotros; hace de nosotros, de
mi existencia, de todo mi ser, su morada. Él viene y no se va, sino que permanece
fielmente.
El rostro del Hijo:
“Si me amáis…” (v. 15); “Si alguno me ama…” (v. 23). Jesús entra en relación conmigo
de un modo único y personal, cara a cara, corazón a corazón, alma a alma; me propone
un lazo intenso, único, irrepetible y me une a Sí a través del amor, si yo quiero. Siempre
pone el “si” y dice, llamándome por mi nombre: “Si quieres…”. El único camino que Él
recorre para llegar a mí, es la del amor; de hecho, percibo que los pronombres
“vosotros” y “alguno” están relacionados al “me” del verbo “amar” y de ningún otro
verbo.
“Yo pediré al Padre” (v. 16). Jesús es el orante, que vive de la oración y para la oración;
toda su vida está llena de oración, era oración. Él es el sumo y eterno sacerdote que
intercede por nosotros y ofrece oraciones y súplicas, acompañadas de lágrimas (cfr. Hb
5, 7), por nuestra salvación: “De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que
por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7,
25).
“Si alguno me ama guardará mi palabra” (v. 23); “El que no me ama no guarda mis
palabras” (v. 24). Jesús me ofrece su Palabra, me la da como consigna, para que yo la
cuide y la guarde, la ponga en el tesoro de mi corazón y allí me dé calor, la vele, la
contemple, la escuche y, haciéndolo así, la haga fructificar. Su Palabra es una semilla;
es la perla más preciosa de todas, por la cual vale la pena vender todas las riquezas; es
el tesoro escondido en el campo, por el cual se excava en el mismo, sin temer al
cansancio; es el fuego que nos hace arder el corazón en el pecho; es la lámpara que nos
permite tener luz para nuestros pasos, aunque la noche sea oscura. El amor a la Palabra
de Jesús se identifica con mi amor por el mismo Jesús, por toda su persona, ya que Él,
en definitiva, es la Palabra, el Verbo. Y, por lo tanto, en estas palabras, Jesús me está
gritando al corazón ¡que es a Él a quien debo guardar!
El rostro del Espíritu Santo:
“El Padre os dará otro Consolador” (v. 16). El Espíritu Santo nos es dado por el Padre; él
es la “dádiva buena y el don perfecto que viene de lo alto” (St 1, 17). Él es “otro
Consolador” con relación a Jesús, que se va y viene para no dejarnos solos,
abandonados. Mientras que esté en el mundo, yo no estoy desconsolado, sino
confortado por la presencia del Espíritu Santo, que no es solamente un consuelo, sino
mucho más: es una persona viva junto a mí siempre. Esta presencia, esta compañía es
capaz de darme la alegría, la verdadera alegría; de hecho dice San Pablo: “El fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz …” (Gal 5, 22; cfr. también Rm 14, 17).
“Para que esté con vosotros para siempre”. El Espíritu está en medio de nosotros, está
conmigo, como Jesús estaba con los discípulos. Su verdadera presencia se hace
presencia física, personal; yo no lo veo, pero sé que está y que no me abandona. El
Espíritu permanece para siempre y vive conmigo, en mí, sin una limitación de tiempo o
de espacio; así Él es el Consolador.
“Os lo enseñará todo” (v. 26). El Espíritu Santo es el Maestro, el que abre la vía para el
conocimiento, para la experiencia; nadie, fuera de Él, puede guiarme, plasmarme,
darme una forma nueva. Su escuela no es para alcanzar una ciencia humana, que
hincha y no libera; sus enseñanzas, sus sugerencias, sus indicaciones concretas vienen
de Dios y a Dios vuelven. El Espíritu Santo enseña la sabiduría verdadera y el
conocimiento (Sal 118, 66), enseña la voluntad del Padre (Sal 118, 26.64), sus senderos
(Sal 24,4), sus mandamientos (Sal 118, 124.135), que hacen vivir. Él es el Maestro
capaz de guiarme a la verdad plena (Jn 16, 13), que me hace libre en lo más profundo,
hasta donde se divide el alma y el espíritu, donde solamente Él, que es Dios, puede
llevar vida y resurrección. Es humilde, como Dios, y se abaja, desciende de su cátedra y
viene dentro de mí (cfr. Hch 1, 8; 10, 44), se entrega a mí así, de modo pleno,
absoluto; no es celoso de su don, de su luz, sino que la ofrece si medida.
6. Un momento de oración: Salmo 30
Canto de alabanza al Señor, que nos ha enviado desde lo alto la vida nueva del Espíritu.
R. Tu me das la vida plena, Señor, aleluya!
Te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado, no has dejado que mis enemigos se rían
de mí. Yahvé, Dios mío, te pedí auxilio y me curaste. Tú, Yahvé, sacaste mi vida del
Seol, me reanimaste cuando bajaba a la fosa. R.
Cantad para Yahvé los que lo amáis, recordad su santidad con alabanzas. Un instante
dura su ira, su favor toda una vida; por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos
de júbilo. R.
Al sentirme seguro me decía: «Jamás vacilaré». Tu favor, Yahvé, me afianzaba más
firme que sólidas montañas; pero luego escondías tu rostro y quedaba todo conturbado.
A ti alzo mi voz, Yahvé, a mi Dios piedad imploro. R.
¡Escucha, Yahvé, ten piedad de mí! ¡Sé tú, Yahvé, mi auxilio! Has cambiado en danza mi
lamento: me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta. Por eso mi corazón te
cantará sin parar; Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre. R.
7. Oración final
Espíritu Santo, deja que te hable todavía, una vez más; para mí es difícil separarme del
encuentro de esta Palabra, porque en ella estás presente Tú, vives y actúas Tú. Te
presento, a tu intimidad, a tu Amor, mi rostro de discípulo; me reflejo en Ti, Espíritu
Santo. Te entrego, dedo de la derecha del Padre, mis proyectos, mis ojos, mis labios,
mis orejas… realiza la obra de curación, de liberación y de salvación; que yo renazca
hoy, como hombre nuevo del seno de tu fuego, de la respiración de tu viento. Espíritu
Santo, sé que no he nacido para permanecer solo; por esto, te ruego: envíame a mis
hermanos, para que pueda anunciarles la Vida que viene de Ti. Amén. ¡Aleluya!
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No hay reflexión.
www.fraynelson.com
Oración en Familia
Sacerdote: Jesús para que podamos anunciar con poder su evangelio y ser sus testigos
en todo el mundo nos ha enviado desde el cielo la fuerza del Espíritu Santo. Pidamos a
Dios que podamos cumplir con nuestro compromiso diciendo:
Todos: Envíame Señor yo iré.
Papá: Te pedimos Señor que continúes asistiendo a tu siervo el Papa Francisco para que
anuncie con poder y valentía el mensaje del Evangelio.
Todos: Que la luz de tu Espíritu esté siempre con él para que lo guíe y le dé la sabiduría
que viene de ti para ser maestro de todas las naciones.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Mamá: Al celebrar la venida del Espíritu a nuestra Iglesia te pedimos que hagas
descender en nuestras familias la sabiduría y la paz.
Todos: Especialmente te pedimos por todos los padres de familia para que puedan guiar
a sus hijos en el camino del Evangelio.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Tu Espíritu ha traído a nuestras vidas la alegría y la fuerza para predicar el
Evangelio.
Todos: Quita de nosotros todo temor y vergüenza para que seamos auténticos
discípulos y podamos ser constructores de tu Reino.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Tú sabes bien que nuestra sociedad consumista se ha cerrado a la luz al amor
y al perdón y se ha cegado en el materialismo.
Todos: Envía tu luz sobre todos aquellos que dirigen las estructuras tanto en el gobierno
como en las empresas para que haya más justicia y paz.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Envía el fuego de tu Espíritu sobre todos nuestros jóvenes para que tu calor los
llene de amor y de celo por el Evangelio.
Todos: Haz de cada uno de ellos un testigo fiel de tu evangelio para que lleven tu
mensaje a todos sus hermanos especialmente en las universidades donde tanta falta
hace.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Sacerdote: Señor Jesucristo tú que has enviado la fuerza del Espíritu a nuestros
corazones escucha benigno todas estas súplicas que elevamos hacia ti por manos de
María Santísima y concédenoslas tú que vives y reinas y que eres Dios por los siglos de
los siglos.
Todos: Amén.
www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
Con la efusión del Espíritu Santo, toda la alegría pascual, recogida como en un haz de
luz fulgurante, se difunde con incontenible ímpetu no solo en los corazones, sino sobre
toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas
que toca quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, hechas
incandescentes y transparentes al ojo de la fe. En él, todas las diversidades se
convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía
de la unidad en el amor.
El amor incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don
para los otros. Ahora bien, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos la paz en
nuestro corazón y no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos,
testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.
www.catholic
Los dones del Don divino. Hay tres cosas que necesita todo ser humano. Tres bienes
tan fundamentales como el agua, como el alimento, como el vestido. Tres tesoros tan
valiosos que no se consiguen con el solo esfuerzo de la naturaleza. Cristo murió, resucitó
y subió al cielo para poder obsequiarnos con estos tres dones.
Uno de ellos es la paz. "La paz esté con ustedes", Jesús nos dice hoy en el Evangelio. En
un mundo donde nos rodean preocupaciones, tensiones, enfrentamientos, Él quiere ser
nuestra paz. Una paz muy especial y que no se limita a la inactividad o el armisticio. Él
nos anuncia su paz mostrándonos sus heridas, pues éste es el precio de la reconciliación
con Dios. Sólo por medio de la cruz el hombre recibe el perdón y puede sanar las grietas
que hay en su propio corazón y en su relación con Dios y con los demás.
Otro don es la alegría. También ésta consiste en algo más que humano; no es como la
alegría de una fiesta o de un logro personal. Es mucho más que eso. Es la alegría que
nace de ver a Cristo. Sólo en Él podemos contemplar el Rostro de Dios, y así saciar la
sed más profunda de nuestra alma: ¡ver al Señor!
Por último, el don de la misión. En nuestra vida hay muchas cosas que hacer, pero sólo
el que encuentra a Cristo descubre para qué ha sido creado y adónde lo envía Dios. Esta
misión que Dios nos da es algo mucho mayor que cualquier otro servicio, oficio y
negocio. Es un honor inmerecido, pero esencial para el alma, pues Dios nos dice de esta
manera que para Él somos importantes y necesarios.
Tres dones, pero que en realidad se dan en un solo Don: el Espíritu Santo que Cristo nos
envía. Pidamos la gracia de recibir con más fuerza en nuestra vida al Espíritu Santo, el
Don de Dios. Pidamos también los tres dones que vienen siempre con Él: la verdadera
paz, la profunda alegría, la auténtica misión.
• "La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu
(cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera
fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las
mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal
que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo."
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con
Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees
que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy estaré atento a mis palabras, buscando transmitir paz y alegría con lo que digo.
www.BibliaStraubinger
22 s. Recibid: Este verbo en presente ¿sería una excepción a los reiterados anuncios de
que el Espíritu sólo descendería cuando Jesús se fuese? (16, 7 y nota). Pirot expresa que
“Jesús sopla sobre ellos para significar el don que está a punto de hacerles”. El caso es
igual al de Lucas 24, 49, donde el Señor usa también el presente “yo envío” para indicar
un futuro próximo, o sea el día de Pentecostés. Por lo demás esta facultad de perdonar o
retener los pecados (cf. Concilio Tridentino 14, 3; Denz. 913) se contiene ya en las
palabras de Mateo 18, 15-20, pronunciadas por Jesús antes de su muerte. Cf. Mt. 16,
19. La institución del Sacramento de la Penitencia expresada tan claramente en estos
versículos, obliga a los fieles a manifestar o confesar sus pecados en particular; de otro
modo no sería posible el “perdonar” o “retener” los pecados. Cf. Mt. 18, 18; Conc. Trid.
Ses. 1; cap. V. 6, can. 2-9
http://www.ciudadredonda.org
Testigos del Espíritu, testigos del amor. En nuestro mundo se hablan muchos
idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también nos
encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá nosotros mismos
hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que entendiese nuestro idioma
cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar adecuadamente a alguien porque
sencillamente no le entendíamos.
Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de
apóstoles y discípulos que, después de la muerte y resurrección de Jesús se seguían
reuniendo para orar y recordar al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto
maravilloso. De repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron
a salir a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días
Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles
pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que
todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios,
del gran milagro que Dios había hecho en Jesús resucitándolo de entre los muertos.
Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las naciones, de las
culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro
mundo, proclamando siempre las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido
entender. Junto con el Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la
capacidad de perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles.
Hoy son muchos los que se siguen dejando llevar por el Espíritu y con sus palabras y con
su forma de comportarse dan testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por
todos y su capacidad de servir a los más pobres y necesitados hacen que todos
comprendan el amor con que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van
llenando de paz los corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo.
Hay testigos que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las
culturas. ¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales?
Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por los más
débiles, por los últimos de la sociedad.
Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas
de Dios, a amar y a perdonar a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a
encontrar nuevos caminos para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad.
Hoy es día de fiesta porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón.
¡Aleluya!
Para la reflexión
¿Qué me llamaba más la atención de la madre Teresa de Calcuta? ¿Qué otras personas
me parece que son hoy testigos del amor de Dios en nuestro mundo? ¿Cómo podría yo
ser testigo del amor y perdón de Dios para los que me rodean?
••• Recibe el Espíritu Santo. El Espíritu Santo completa la obra de Cristo en nosotros, y,
a través de nosotros, en el mundo. Al igual que los apóstoles, también nosotros hemos
recibido el mandato de romper y abandonar nuestros muros cercados y llevar sanación y
paz al mundo.
Cincuenta días después de la noche de Pascua, celebramos la fiesta de Pentecostés. En
los textos de las lecturas de este domingo, aparecen las condiciones para poder acoger
al Espíritu de Jesús:
Primero: Estar reunidos: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”,
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. No sólo reunidos, sino unidos:
“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el
cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de
ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo”. La comunidad, es el símbolo de
la presencia del Espíritu y el sueño del Reino que quiere reunirnos a todos en una mesa
común, como veremos siguiendo las reflexiones de los textos. Solo nadie puede
salvarse, ni llenarse de la fuerza del Espíritu.
Segundo: Hay que hacer y tener una experiencia de encuentro y acogida, que
los que la tienen, la describen así: “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz
a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor”, “De repente, un ruido del cielo, como de un viento
recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del
Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería”. Y es, que como dice San Pablo a los Corintios: “Nadie puede decir
Jesús es Señor, sino es bajo la acción del Espíritu Santo”. Sin esa paz, que irrumpe
como lenguas de fuego o agujeros del costado, no podremos sentir a Jesús como dueño
de nuestras vidas, no podremos superar el miedo.
Cuál sería la experiencia, para que aquellos apóstoles asustados y escondidos, tuvieran
la valentía de salir a la calle, a anunciar que Jesús había resucitado, sabiendo que en ello
les iba la vida, como así sucedió. Pocos estamos dispuestos a dar la vida por una idea,
incluso por una persona, algo pasó en el interior, la presencia del Espíritu, es un viento
huracanado que lo transforma todo, bien se lo dijo Jesús a Nicodemo.
Tercero: Somos enviados a todos: “Como el padre me ha enviado, así también os
envío yo”, a los judíos y griegos, esclavos y libres, partos, medos, elamitas, de
Mesopotamia, Capadocia, del Ponto, Asía, Frigia, Panfília, Egipto, Libia, Cirene, Roma,
Cretenses y árabes… Ya no hay torre de Babel, en la que cada uno habla su propio
idioma, todos entienden el lenguaje del amor. Nosotros, debemos vivir nuestra vida
ordinaria en estado de misión, cuando conversamos con un amigo, nos comprometemos
en algo social, cumplimos en nuestro puesto de trabajo, en todo debe estar presente el
sentirnos enviados.
Y cuarto: Para realizar esta misión contamos cada uno con una serie de dones,
que hemos de poner al servicio de toda la comunidad: “Hay diversidad de dones, pero
un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad
de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el
Espíritu para el bien común”. Por eso, es hoy el día de la Acción Católica y el Apostolado
Seglar. Las parroquias, movimientos apostólicos y grupos cristianos, aportamos desde
nuestros ambientes, dones y carismas, lo necesario para construir una Iglesia que es
comunión y en la que cada uno asume sus responsabilidades.
Pentecostés inicia el tiempo de la Iglesia. Si el Espíritu nos ha congregado en esta
Eucaristía, ahora nos envía, para que seamos en todas partes los testigos de una
novedad: es posible saltar las barreras del individualismo y del miedo, para compartir la
misma fe, el mismo pan y la misma lengua. Salgamos a anunciar que el Espíritu del
Señor, renueva y repuebla la faz de la tierra.
http://www.aqplink.com/roguemos
Sed del Espíritu. “Reciban el Espíritu Santo”. El gran don pascual de Cristo es el
Espíritu Santo. Para esto ha venido Cristo al mundo, para esto ha muerto y ha
resucitado, para darnos su Espíritu. De esta manera Dios colma insospechadamente sus
promesas: “Les daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un Espíritu nuevo” (Ez
36,26). Necesitamos del Espíritu Santo, pues “el Espíritu es el que da la vida, la carne
no sirve para nada” (Jn 6,63). El Espíritu Santo no sólo nos da a conocer la voluntad de
Dios, sino que nos hace capaces de cumplirla dándonos fuerzas y gracia: “Les infundiré
mi Espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis
mandatos” (Ez 36,27).
“Sopló sobre ellos”. Para recibir el Espíritu hemos de acercarnos a Cristo, pues es Él – y
sólo Él – quien lo comunica. Él mismo había dicho: “El que tenga sed que venga a mí y
beba” (Jn 7,37). Es preciso acercarnos a Cristo en la oración, en los sacramentos, sobre
todo en la Eucaristía, para beber el Espíritu que mana de su costado abierto. Y es
preciso acercarnos con sed, con deseo intenso e insaciable. De esta manera, Cristo no
nos deja huérfanos (Jn 14,18), pues nos da el Espíritu que es maestro interior (Jn
14,26; 16,13), que consuela y alienta (Jn 14,16; 16,22).
“Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Jesús afirma al inicio de
su ministerio que ha sido “ungido por el Espíritu del Señor para anunciar la Buena
Noticia a los pobres” (Lc 4,18). Y a los apóstoles les promete: “Recibiréis la fuerza del
Espíritu y seréis mis testigos” (Hech 1,8). Jesús nos hace partícipes de la misma misión
de anunciar el evangelio que él ha recibido del Padre y lo hace comunicándonos la fuerza
del Espíritu Santo. El Espíritu nada tiene que ver con la lentitud, la falta de energías, la
pasividad; es impulso que nos hace testigos enviados y apóstoles.
• Según el testimonio de Juan, el envío en misión y el don del Espíritu ocurrieron
durante la primera aparición del Resucitado a sus apóstoles la noche de Pascua: es
decir, lo esencial del misterio de Pentecostés en su plena manifestación. El Pentecostés
judío, que evocaba la Alianza del Sinaí, era apropiado para servir de punto de apoyo al
primer testimonio autorizado sobre la resurrección. Una nueva Alianza se ha concluido
en el Espíritu del Padre y del Hijo.
1. Al atardecer del primer día de la semana
Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en el Evangelio de San Juan para
relatarnos su particular importancia, estos son hechos excepcionales. La primera
aparición, sucede en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la
semana era llamado por los judíos como lo pone aquí San Juan, “el primer día de la
semana.”
Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Suponemos que los once apóstoles están juntos, sin embargo también se puede
presumir que posiblemente hubiese con ellos otras personas, pero estas no se citan.
El relato evangélico no precisa el lugar donde sucedieron estos hechos, no obstante
creíblemente podría ser en el cenáculo (Hech 1:4.13). Los sucesos de aquellos días,
siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos. Esa es la razón por la
cual se ocultaban y permanecían a puertas cerradas. Temía la intromisión inesperada de
sus enemigos.
2. El estado “Glorioso” en que se halla Cristo Resucitado
Pero la entrega de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado “glorioso”
en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos. Es así como
inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. En el relato de Lucas, se
comenta que quedaron “despavoridos,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma.
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con
ustedes!”. Con ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc 24:36-43). San Juan
omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se turben ni duden de su
presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra “las manos,” que con sus
cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes perforadas por los clavos, y “el
costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de
triunfo, tal así que Tomás podría poner sus dedos.
En el evangelio de Lucas se relata que les muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del
costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere decir esto que Cristo
tenga que conservar estas señales en su cuerpo. Como se mostró a Magdalena
seguramente sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en aspecto de un caminante, así
aquí, por la finalidad apologética que busca, les muestra sus llagas. Todo depende de su
voluntad. Esta, como la escena en Lucas, es un relato de reconocimiento: aquí, de
identificación del Cristo muerto y resucitado; en Lucas es prueba de realidad corporal,
no de un fantasma.
Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, San Juan transmite esta
escena de trascendental alcance teológico.
3. Como el Padre me envió a Mí, Yo también los envío a ustedes.
Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como Él lo es del
Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19; Jn
17:18, etc.).
Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una misión
concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los pecados. Para ese
tiempo, ese envío era algo insólito. En el Antiguo Testamento, sólo Dios perdonaba los
pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos
escandalizados: Este “blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc
2:7).
4. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo”
El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien
cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La
donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra que
ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascual; es el supremo don de
Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el
derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés
renueva y completamente este don, y se realiza no de una manera íntima y privada,
como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y
públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos
privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres
murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no
sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es
su acto conclusivo.
5. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán
retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios
concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su
perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de
perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el
hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta simbólica
sopladura explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les
comunica su poder y su virtud para una finalidad muy concreta: “Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se
los retengan”.
Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los
apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este
poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados,
necesitan saber si pueden perdonar o han de retener. Evidentemente es éste el poder
sacramental de la confesión.
Por otra parte, para no confundirse, esta no es la promesa del Espíritu Santo que les
hace en el evangelio de Juan, en el Sermón de la Cena (Jn 14:16.17.26; 16:7-15), ya
que en esos fragmentos se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará en
Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” En este
relato san Juan trata sólo del poder que se confiere del perdón de los pecados. “Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los
que ustedes se los retengan”.
6. El Espíritu del Señor llenó toda la tierra, y él que da unidad a todas las cosas,
habla con sabiduría. (Sab 1, 7)
Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día
de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos se llenaron todos de
Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería” (Hech 2, 4).
Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús: Pero yo les digo la verdad:
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero
si me voy, se los enviaré: (Jn 16,7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al
cielo: “serán bautizados en el Espíritu Santo” (Hech 1, 5); como también el
cumplimiento de sus palabras: “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto
en pie, gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí , como dice la
Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu
que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía
Jesús no había sido glorificado. (Jn 7, 38-39) No había sido dado en su plenitud, pero
no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio o atestigua de Isabel, de
Simeón y de otros más. Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la vigilia de su muerte:
“ustedes le conocen, porque permanece con ustedes” (Jn 14, 17); y más aún en la tarde
del día de Pascua, cuando apareciéndose a los Once en el cenáculo, “sopló y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo”
7. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el
fuego de tu amor. Aleluya.
Pentecostés, no es un hecho que sucedió cincuenta días después de la Pascua para que
haya quedado cerrado y cumplido, esto es una realidad vigente y presente, y cada vez
estamos más deseosos de poder atenderlo y recibirlo con toda plenitud, agrandemos
nuestro corazón para recibirlo efusivamente, como en la secuencia de la liturgia de
Pentecostés que incluye hoy un himno de súplica y alabanza al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped
del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las
pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del
corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea
inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza
nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede
a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva
nuestras almas, danos la eterna alegría.
3 Para la reflexión personal
– (Haz silencio en tu interior y pregúntate:)
1.- ¿Qué me dice el evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?
ORACION. ¿Qué le decimos a Dios? La palabra se convierte en Oración.
1 No hay oración. www.Dioscadadía.Bastin,Pinkers,Teheux
2 Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus
dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce
huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las
horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Ven, Espíritu
enviado por el Padre, en nombre de Jesús, el Hijo amado: haz una y santa a la Iglesia
para las nupcias eternas del Cielo. www.santaclaradeestella.es
3 Espíritu Santo, deja que te hable todavía, una vez más; para mí es difícil separarme
del encuentro de esta Palabra, porque en ella estás presente Tú, vives y actúas Tú. Te
presento, a tu intimidad, a tu Amor, mi rostro de discípulo; me reflejo en Ti, Espíritu
Santo. Te entrego, dedo de la derecha del Padre, mis proyectos, mis ojos, mis labios,
mis orejas… realiza la obra de curación, de liberación y de salvación; que yo renazca
hoy, como hombre nuevo del seno de tu fuego, de la respiración de tu viento. Espíritu
Santo, sé que no he nacido para permanecer solo; por esto, te ruego: envíame a mis
hermanos, para que pueda anunciarles la Vida que viene de Ti. Amén. ¡Aleluya!
www.ocarm.org
4 ¡Dios de día, Dios de noche, Dios nuestro de todas las horas, mi Dios, mi todo! Es ya
tarde, y nuestro miedo asoma, junto con las tristezas, enfermedades y aflicciones del
día. Nuestro corazón por ello está cerrado y «enceguecido». Pero, Él no nos falla, Él,
nuestro verdadero amigo Jesús, siempre llega y nos saluda «la Paz esté con vosotros».
Él que es humilde y manso de corazón quiere que nos unamos a su Sagrado Corazón…
¿Pero cómo? Recibiendo su Espíritu Santo, nuestra fuerza, nuestra luz, nuestro
consolador. Él, nuestro Pentecostés, quien nos renueva, transforma, alegra, sana, y nos
concede dones gratuitos, para dar frutos para nuestra salvación.
Padre nuestro, por el santo Nombre de tu Hijo Jesucristo, dame la gracia de vivir
siempre con el «dulce huésped del alma», invocarlo a cada instante para discernir tus
escrituras, comprender tus palabras y correr por tu camino hacia la eternidad por medio
de sus inspiraciones. Y Vos Madre María, intercede a tu fiel esposo, para que nos brinde
las palabras y testimonios a proclamar a nuestro prójimo, para que acepten a Jesús por
la fe, como nuestro único Salvador y Señor de Señores. Amén. www.dario.res
5 Señor resucitado, al aparecerte a tus discipulos nos dijiste que la misión implica el
perdón de los pecados, y la misericordia y el perdón constituyen un juicio que la Iglesia
está invitada a emitir, rechazando el pecado y todo lo que se opone a la luz, y acogiendo
al pecador arrepentido que se confía a tu Palabra de vida. Te agradecemos este don que
nos purifica de todos nuestros pecados. Ahora comprendemos mejor la referencia
explícita que hiciste a la cruz: tu Palabra sobre el poder de remitir los pecados
acompaña al gesto con el que mostraste las llagas de la Pasión y nos hace comprender
que el ministerio del perdón es la actualización del sacrificio por el que tú, buen Pastor,
das la vida por nosotros, tus hermanos. Te pedimos que nos hagas gustar con
agradecimiento los dones de tu misericordia. www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
5 Contemplación. ¿Cómo interiorizamos la palabra de Dios? La palabra en el
corazón de los Padres.
Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos
de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de
las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (cf. Sal
45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso
ante la Palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los
sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas
cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no
pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la
verdad completa.
Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible
recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma,
«Dios es Espíritu» (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en
Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el
Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.
El Espíritu es -para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la
mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción,
la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-
Thierry, Speculum fidei, 46). www.santaclaradeestella.es
«Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discipulos en una casa con
las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos»
(Jn 20,19). Era por la tarde más por el dolor que por el tiempo. Era por la tarde porque
las mentes estaban ofuscadas por la tétrica nube del dolor y del desconsuelo, puesto
que, aunque la noticia de la resurrección había permitido alguna vislumbre de luz, a
pesar de todo el Señor aún no se había aparecido esplendoroso con la luminosidad
completa de su luz. La grandeza del terror y la tormenta de un delito tan atroz habían
cerrado la casa y los corazones de los discipulos, y de este modo habían cerrado
cualquier entrada a la luz. Y así, al estar los sentidos cada vez más oprimidos por el
dolor, aumentaba el tenebroso extenderse de la noche.
«Y les dijo: Paz a vosotros» (20,19). Los corazones de los discipulos soportaban la lucha
de un conflicto continuo entre la fe y la duda, entre la desesperación y la esperanza,
entre la debilidad y la grandeza de ánimo. Al ver, pues, la lucha de tales pensamientos,
aquel que los penetra y los escruta en lo secreto, restituyo la paz a los que le veían por
primera vez. En la misma medida en que es más agradable la luz después de las
tinieblas, la calma después de la tempestad, así también apreciamos más la alegría
después del dolor.
«Les dijo por segunda vez: Paz a vosotros» (20,21). ¿Que nos revela la generosidad que
supone repetir el saludo de la paz, sino que desea que reine la tranquilidad entre ellos?
«Como el Padre me ha enviado, así os envió yo a vosotros » (20,21). Como me ha
enviado a mí., así os envió yo a vosotros: no con la autoridad del que todavía manda,
sino con todo el afecto del que ama. Os envió a vosotros a pasar hambre, os envió a
vosotros a las pesas de los encadenados, a la sordidez de la cárcel, a soportar todo tipo
de penas, a sufrir una muerte execrable a los ojos de todos: cosas, todas estas, que el
amor, no el poder, manda a los espíritus humanos (Pedro Crisólogo, Sermon 84, 2-6;
edición italiana: Milan-Roma 1996, 161-163, passim). www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
6 Acción. ¿A qué me comprometo con Dios? Para custodiar y vivir la palabra.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (de la liturgia).
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La paz este con vosotros. Como el
Padre me envió a mí, así os envió yo a vosotros» (v. 21).
7 Para la lectura espiritual. Caminar con la palabra.
La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón,
palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu
Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a
sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una
poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora
en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que
nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto,
la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el
coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda
verdad».
A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus
facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en
nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia,
toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta
caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres
vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad
la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en
todos nosotros a la vez, en nosotros como iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que,
sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: « ¡Ven!» (Pablo
VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972). www.santaclaradeestella.es
«Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz este con vosotros» (Jn 20,19). El
que en aquel día se puso entre los discipulos tomó pues, el puesto central, subiendo al
trono que le correspondía por derecho y que se encuentra en el corazón de la historia
del mundo. Jesús lleva y creo la paz a todos los hombres de todas las naciones y de
todos los tiempos, de toda la tierra, del mundo visible y del invisible. Aquel Jesús
crucificado y resucitado, en cuanto Señor de todos, tomó su puesto con autoridad en
medio de toda la población humana, que a veces exulta de alegría y otras veces se aflige
mortalmente, entre los necios y los inteligentes, entre los que están demasiado seguros
de sí mismos y los que se muestran demasiado temerosos, entre los hombres religiosos
y los que no creen. En medio de todas las enfermedades y las catástrofes naturales, de
todas las guerras y las revoluciones, de los tratados de paz y de su ruptura; en medio
del progreso, del inmovilismo y del retroceso, en el centro de toda la miseria humana
inocente y culpable, se apareció y se reveló como el que era, es y será: «La paz esté con
vosotros», dijo, y les mostró las manos y el costado.
Aquel día se sembró, entre muchas espinas y hierbajos, un grano de trigo que está
madurando en vistas a la cosecha. Podemos fiarnos: lo que sucedió aquel día era y sigue
siendo el centro en torno al que todo lo demás se mueve, del que todo deriva y hacia el
que todo se encamina. Existen muchas luces, verdaderas y aparentes, claras y oscuras,
pero ésta es la que brillará durante más tiempo, mientras que todas las demás se
extinguirán cuando se acabe su tiempo. Porque todas las cosas duran durante cierto
tiempo, pero el amor de Dios, que actuaba y se expresaba a través de la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, dura para la eternidad. En consecuencia, Jesús, el único
gran Mediador entre Dios y los hombres, resucitado de entre los muertos, tomó sitio en
el centro de su comunidad, de la vida de cada ser humano y de la historia del mundo (K.
Barth, Ce qui demeure, Ginebra 1965, 121-123, passim). www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
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✞ ✞ ✞ Profesión de Fe
Proclamemos nuestra fe en Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu
Santo.
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.
Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen.
Se finaliza la inclinación de la cabeza.
Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a
los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Oremos a Dios Padre, que por la muerte y resurrección de Cristo nos ha dado el Espíritu
Santo.
- Por la Iglesia, extendida por todo el universo, para que, impulsada por el Espíritu
Santo, permanezca atenta a lo que sucede en el mundo, haga suyos los sufrimientos,
alegrías y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, intuya los signos caritativos
que debe realizar y así pueda iluminarlo todo con el Evangelio. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos y razas en la diversidad de culturas y civilizaciones, para que el
Espíritu Santo abra los corazones de todos al Evangelio, proclamado en sus propias
lenguas, y los guíe hasta la verdad plena. Roguemos al Señor
- Por nuestro mundo de hoy, sujeto a cambios profundos y rápidos, para que el Espíritu
Santo, que abarca la historia humana, promueva la esperanza de un futuro mejor y
vislumbremos el gran día de Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Por todos los laicos, para que, renovados por el Espíritu Santo, sepan llevar el mensaje
de Jesús a la vida de cada día en su trabajo, en su familia y en todos los lugares del
mundo en el que viven. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo,
demos testimonio de nuestra fe. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, tu Espíritu ora con nosotros, dentro de nosotros; escucha la oración
de tu Iglesia, morada suya, concédenos lo que el mismo Espíritu nos sugiere pedirte. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
• Roguemos a Dios Padre que derrame sobre nosotros y sobre el mundo entero el
Espíritu de audacia y de unidad. Y digamos:
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre las iglesias locales esparcidas por toda la tierra, sobre las comunidades con mil
rostros, sobre los cristianos diseminados por todo el ancho mundo, Señor: derrama tu
Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre el Papa y demás líderes de las Iglesias, sobre obispos y sobre pastores, sobre
todos aquellos que tienen un ministerio de servicio, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los cristianos perseguidos por su fe, sobre los que dudan, vacilan o flaquean,
sobre todos los que buscan a Dios y esperan al Espíritu Consolador, Señor: derrama tu
Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los que oprimen a sus hermanas y hermanos, sobre los que ostentan posiciones
de poder, sobre los que son y se sienten marginados y esclavizados, y también sobre los
que se sienten liberados y libres, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los que extienden y proclaman el evangelio, sobre aquellos cuya misión es
perdonar pecados, sobre aquellos atrapados por los cepos de sus vicios y pasiones,
Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre todos los que estamos reunidos aquí, ahora, en tu nombre, sobre aquellos que
han abandonado nuestra comunidad, sobre los nuevos bautizados en estos días
pascuales, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Espíritu Santo renueve la faz de la tierra.
Por todos ellos te rogamos, Señor Dios nuestro. Envía tu Espíritu a cada uno de
nosotros; que Él nos inflame con su amor siempre, todos los días de nuestra vida, y por
los siglos de los siglos.
R/ Amén.
3 LITURGIA EUCARISTICA
Sacerdote: Orad hermanos para que este sacrificio, mío y vuestro, sea
agradable a Dios, Padre todopoderoso.
Todos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria
de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. (→ Este es el
Compendio de la Misa)
*** Se llevan al altar los dones; el pan y el vino. *** Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro
espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios
nuestro. *** Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga
comprender más profundamente la realidad misteriosa de este sacrificio y se digne
llevarnos al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Jesucristo, nuestro
Señor
Oh Dios, Señor nuestro: Dígnate concedernos que tu Espíritu descienda sobre este pan y
este vino y los llene con la fuerza vital de Jesús, tu Hijo. Que tú Espíritu descienda sobre
nosotros, invitados a sentarnos a la mesa santa de tu Hijo Jesús, y llénanos con su vida
y alegría. Que Él nos convierta verdaderamente en el Cuerpo de Cristo en el cual
nosotros seamos visiblemente el corazón y las manos de nuestro Señor y Salvador, que
vive y reina por los siglos de los siglos. R/ Amén.
Introducción a la plegaria eucarística
Centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El
sentido de esta oración es que toda la congregación de fieles se una con Cristo en el reconocimiento de
las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu
gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo.
c) Epíclesis Se implora el poder divino para que los dones se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes
la reciban.
Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas
todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin
mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso. Por eso, Padre, te suplicamos que
santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera
que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios.
d) Narración de la institución y consagración. Con las palabras y gestos de Cristo, se
realiza el sacrificio que él mismo instituyó en la última cena. Momento más solemne de la Misa; es la
transubstanciación: pan y vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Cristo. Dios se hace presente ante nosotros con todo su amor. ¡Bendito Jesus en el Santísimo sacramento
del Altar!
Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y dando gracias te
bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman todos de él,
porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes".
Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dando gracias te bendijo, y lo pasó a
sus discípulos, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi
Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por
muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía".
e) Anámnesis. La Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los Apóstoles, recibió de Cristo
Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, su Reactualización, recordando principalmente su
bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el
domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida
inmortal. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
mundo.
A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor
nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
Padre eterno, te ofrecemos la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las
Misas celebradas en el mundo en éste día, por las benditas Almas del
Purgatorio. Y Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellas la luz
perpetua. Amén.
h) Doxología final. Se expresa la glorificación de Dios y se concluye y confirma con el amen del
pueblo.
Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo Honor y toda Gloria por los siglos de los siglos. Amén
✞ ✞ ✞ Rito de la comunión
Significa "común unión". Al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros y de
abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y amor.
a) Introducción al Padrenuestro
Con las palabras de Jesús nuestro Señor oremos al Padre de todos para que su reino venga a cada
persona de la tierra.
• No podemos decir “Jesús es Señor” si no es por medio del Espíritu. No podemos llamar
“Padre” a Dios sino por el Espíritu, que clama desde lo más íntimo de nosotros. Movidos
por este Santo Espíritu, digamos ahora con total confianza la oración que Jesús mismo
nos enseñó.
• Unidos en el amor de Cristo, por el Espíritu Santo que hemos recibido, dirijámonos al
Padre con la oración que el Señor nos enseñó:
R/ Padre nuestro…
b) Rito de la Paz
Los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana y se expresan
mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz de Cristo en nuestros días, paz
que es obra de tu Espíritu. Por tu bondadosa misericordia líbranos de todos los pecados
que obstaculizan la unidad y la universalidad de tu Iglesia; protégenos de todo peligro y
perturbación y danos la seguridad de que, incluso en las incertidumbres de nuestro
tiempo, el Espíritu Santo nos conduce hacia adelante, con gozosa alegría, hacia la
gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya
bastará para sanarme.
c) El gesto de la fracción del pan: Significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión
de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17)
d) Inmixión o mezcla: el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz.
Antífona de comunión Hch 2, 4- 11
Se llenaron todos de Espíritu Santo y hablaron de las grandezas de Dios, aleluya.
Oh, Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo, conserva la gracia que le
has dado, para que el don infuso del Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza, y el
alimento espiritual acreciente su fruto para la redención eterna. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Oh Dios y Padre nuestro: Hemos escuchado a tu Hijo Jesús, que graciosamente nos ha
dirigido su palabra y con gozo nos hemos alimentado con el Pan de Vida en su mesa
eucarística. Que el Espíritu Santo ponga fuego en esas palabras de Jesús, que ojalá
sigan ardiendo en nuestros corazones y nos sacudan y nos saquen de nuestra
indiferencia. Haz, Señor, que el Espíritu Santo nos urja y nos impulse a llegar a ser, los
unos para con los otros, como sabroso pan; que rejuvenezca y edifique a nuestras
hermanas y hermanos en su caminar hacia ti, nuestro Dios de vida. Todo esto te lo
pedimos en nombre de Jesucristo, el Señor.
4 RITO DE CONCLUSION
Consta de saludo, bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que
cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo al Señor.
✞ ✞ ✞ Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos
de los siglos. R/ Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! R/ ¡Venga tu Reino!
Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te
dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen
gloriosa y bendita! Amén.
✞ ✞ ✞ Bendición
1
Se puede utilizar la bendición solemne. Espíritu Santo.
Dios, Padre de los astros, que [en el día de hoy] iluminó las mentes de sus discípulos
derramando sobre ellas el Espíritu Santo, os alegre con sus bendiciones y os llene con
los dones del Espíritu consolador.
R. Amén.
Que el mismo fuego divino, que de manera admirable se posó sobre los apóstoles,
purifique vuestros corazones de todo pecado y los ilumine con la efusión de su claridad.
R. Amén.
Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado
había dividido en diversidad de lenguas os conceda el don de la perseverancia en esta
misma fe, y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo ✠ y Espíritu Santo, descienda sobre
vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
2
En esta eucaristía Dios ha derramado de nuevo sobre nosotros el fuego vivo y el fuerte
aliento del Espíritu. Ojalá que este mismo Espíritu nos mueva a arriesgarnos con
valentía en nuestro sincera y total entrega a Dios y a los hermanos. Que Él nos dé el
valor para transformarnos a nosotros mismos y a la Iglesia que tanto amamos. Que
lleguemos a ser para todo el mundo signos vivientes de la presencia bondadosa de Dios.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre
nosotros y nos acompañe siempre.
Amén
Podemos ir en paz; y que el Espíritu Santo mantenga nuestros corazones ardiendo
siempre con el amor de Dios.
Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.
✞ ✞ ✞ Abba Padre, gracias te doy por enseñarme a Cristo histórico. Y ahora, por tu gracia
y Espíritu Santo concédeme fortalecer la fe, para caminar con Cristo, por Cristo y en
Cristo, ya no histórico, sino Pan vivo bajado del cielo.
«Tú eres Cristo, el Hijo de Dios Vivo» Mt 16, 16