50 DOMINGO DE PENTECOSTES JN 20, 19-23 He 2, 1-11 1co 12, 3b-7.12-13

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9no Domingo de T.O. - Año Par Ciclo A (He 2,1-11; 1Co 12,3b-7.

12s; Jn 20, 19-23)


Domingo de Pentecostés, Solemnidad
INVOCACION DEL ESPIRITU SANTO

✞ ✞ ✞ Padre, en Tus manos abandono mi vida y todo mi ser, para que me vacíes de todos
los pensamientos, palabras, obras, deseos e imágenes que me separan de Ti.
Calma mi sed y sacia mi hambre, lléname de Ti. Con humildad te entrego mi intención
de consentir tu Presencia y acción en mí, sáname, transfórmame, hazme de nuevo.
Ahora mismo anhelo y te pido a nombre de tu Hijo Jesús que me des al Espíritu Santo;
pues ya dispuesta mi alma, por tu gracia y misericordia; espera la luz que abra mi
mente y mi corazón para escucharte y ahí en mi meditación dejarme encontrar,
sorprender, seducir, tocar, y guiar por Ti.
Dime lo que quieres de mi para hacer Tu voluntad y no la mía. Dame el don de la
contemplación y la gracia para ver, aceptar y perseverar sin apegos, en este camino
hacia la Gloria.

✞ ✞ ✞ Señor Jesús, que tu Espíritu, nos ayude a leer las Sagradas Escrituras en el mismo
modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de
Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía
ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los
acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren.

Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú
estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo
pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu.
Amén

✞✞✞
Jesús, enséñame a gustar la infinitud del Padre. Háblame, Señor Jesús, acerca del
Padre. Hazme niño para hablarme de él como los padres de la tierra conversan con sus
pequeños; hazme amigo tuyo para hablarme de él como hablabas con Lázaro en la
intimidad de Betania; hazme apóstol de tu palabra para decirme de él lo que
conversabas con Juan; recógeme junto a tu Madre como recogiste junto a ella a los doce
en el Cenáculo..., lleno de esperanza para que el Espíritu que prometiste me hable
todavía de él y me enseñe a hablar de él a mis hermanos con la sencillez de la paloma y
el resplandor de la llama (G. CANOVAI, Suscipe Domine).
“JESÚS: RENUEVA MIS DONES CON TU ESPÍRITU”
 «Jerusalén. Tarde del domingo, reunidos los discípulos a puertas cerradas».

 «Jesús resucitado se presentó y les dijo: La paz esté con vosotros, y les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al
verlo».
 «Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el
Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros»
 «Sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis
los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los retengáis, Dios se los
retendrá»

1 RITOS INICIALES
✞ ✞ ✞ Antífona de entrada Sab 1, 7

El Espíritu del Señor llenó la tierra y todo lo abarca, y conoce cada sonido. Aleluya.
O bien: Cf. Rm 5, 5; 8, 11
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
habita en nosotros. Aleluya.
Monición de entrada
Hoy, solemnidad de Pentecostés, celebramos la culminación de la Pascua. El Señor Jesús
nos envía desde el Padre el don de su Espíritu: el Espíritu Santo que los profetas
anunciaron y Cristo nos prometió; el Espíritu Santo que dio a la Iglesia naciente su
primer impulso y constantemente actúa en ella. El Espíritu Santo que nos da el
convencimiento de la fe y nos congrega en la unidad; que llena el universo con su
presencia y promueve la verdad, la bondad y la belleza; que alienta en la humanidad la
firme esperanza de una tierra nueva.

Nos reunimos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
✞ ✞ ✞ Saludo al altar y pueblo congregado

Misa del Domingo: Domingo de Pentecostés, solemnidad, ciclo A. 31 de Mayo 2020


Día de Pentecostés, en el que se concluyen los sagrados cincuenta días de la Pascua y
se conmemoran, junto con la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en
Jerusalén, los orígenes de la Iglesia y el inicio de la misión apostólica a todas la tribus,
lenguas, pueblos y naciones (elog. del Martirologio Romano).
Celebramos el nacimiento de la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, el pueblo de la Alianza
nueva y eterna, no escrita en tablas de piedra, sino en nuestros corazones por el
Espíritu que hemos recibido. Un pueblo del que están llamados a formar parte gentes de
todo pueblo, raza y nación, bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo
cuerpo (2 lect.). Un pueblo diverso pero con un lenguaje común, el del Espíritu Santo, el
amor de Dios derramado en nosotros (1 lect.). Un Espíritu que procede del Padre y del
Hijo y que fue dado por Cristo a los apóstoles para que perdonaran los pecados (Ev.).
• En el evangelio de hoy, Jesús quiere que recibamos a este gran amigo que es el
Espíritu Santo, para que podamos dar frutos a través de sus maravillosos dones. En
Pentecostés celebramos ese fuego que viene a poner a arder nuestros corazones.
Debemos pedir los dones al Espíritu Santo para poder mirar la vida de una mejor
manera, y permitir que obre en nuestra vida con sus inspiraciones.
• En la lectura del Evangelio de hoy, recibimos de Jesús todo lo bueno que viene de Él y
del Padre: recibimos al Espíritu Santo, fuego divino y creador que viene hacer nuevas
todas las cosas. Hoy, día Pentecostés, pedimos al Padre amoroso que el Espíritu Santo
descienda sobre Ti y tu familia, sople su fuerza transformadora y te haga salir triunfante
de todos esos tropiezos de la vida.
Oración. El Espíritu Santo te ayuda, te sana, te libera, te da fuerzas y aumenta tu
esperanza cuando esas crisis se avecinan, pero tienes que tener fe y dar lo mejor de ti
para concretar todo lo que deseas y quieres. ÁNIMO.
Espíritu Santo de amor, Te agradezco por las personas en mi vida que son fáciles de
amar. Te agradezco por mi familia y amigos que entienden mis acciones, que me
apoyan en mis decisiones, y cuya presencia puede levantar la carga de un día espinoso.
Y ahora pido de Ti, oh Espíritu Santo, que me des la gracia de amar a aquellos que son
difíciles de amar. Cuando vienen a mí con críticas, burlas, cuando me ignoran o tratan
de hacerme ver que no valgo nada. Déjame recordar la actitud de Cristo hacia quienes
le ofendieron y dame la fuerza para llevarlos a la luz de tu amor. Amén.
SOBRE LITURGIA
Del Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia
Pentecostés
El domingo de Pentecostés
156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de
Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (cfr.
Hech 2, 1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a toda lengua,
pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha adquirido, especialmente en la
catedral, pero también en las parroquias, la celebración prolongada de la Misa de la
Vigilia, que tiene el carácter de una oración intensa y perseverante de toda la comunidad
cristiana, según el ejemplo de los Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre
del Señor.
Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés
ilumina la piedad popular: también esta "es una demostración continua de la presencia
del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en los corazones la fe, la esperanza y el
amor, virtudes excelentes que dan valor a la piedad cristiana. El mismo Espíritu
ennoblece las numerosas y variadas formas de transmitir el mensaje cristiano según la
cultura y las costumbres de cualquier lugar, en cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni, Creator
Spiritus; Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum tuum et
creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu, sobre todo al comenzar una actividad
o un trabajo, o en situaciones especiales de angustia. También el rosario, en el tercer
misterio glorioso, invita a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además,
saben que han recibido, especialmente en la Confirmación, el Espíritu de sabiduría y de
consejo que les guía en su existencia, el Espíritu de fortaleza y de luz que les ayuda a
tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas de la vida. Saben que su
cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe ser
respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la potencia del
Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos
mueve hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio,
deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso social e
impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en
algunas comunidades como "jornada de sacrificio por las misiones".
• Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu. Que todos ustedes reciban el Espíritu Santo y que Él esté siempre con nosotros.
R/ Y con tu espíritu.
• La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con nosotros.

✞ ✞ ✞ Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

• Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu gracia los corazones
que Tú mismo has creado. Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en
nuestros corazones, y con tu auxilio da fuerza a nuestros cuerpos. Concédenos que por
Ti conozcamos al Padre y al Hijo, y haz que en Ti creamos en todo momento. Amén.
(Del himno Veni Creator Spiritus)

✞ ✞ ✞ Introducción por el Celebrante.


El aliento de fuego. ¿Quién no sueña en un día futuro, en el que ya no tenga miedo de
hacer las cosas proyectadas por tanto tiempo, simplemente porque le faltaba valor y
coraje para emprenderlas? ¿Quién no espera tener más entusiasmo para realizar con
alegría las tareas de cada día, para arriesgarse a amar más profundamente a Dios y a
los hermanos, sin condiciones ni vacilaciones? ¿Quién no desea estar mucho más
inspirado y ser mucho más dinámico y creativo en la vida? Hoy es el día en que esto
puede comenzar a suceder, porque hoy es Pentecostés, el día del Espíritu, el día en que
el viento celestial huracanado renueva nuestro amor, el día en que el fuego divino nos
trae alegría y libertad, el día del Espíritu Santo. Que Jesús, el Señor, aliente su Espíritu
sobre nosotros e inflame nuestros corazones con su luz y con su vida.
Como una Tormenta. Nos resultan familiares los vientos huracanados, las tormentas y
los huracanes, que sacuden casas y arrancan árboles de cuajo. Hoy celebramos la acción
de otro viento misterioso, que unas veces se presenta violento y tempestuoso sin ser
destructor, y otras veces se muestra suave y refrescante como dulce brisa
reconfortante. Es el Espíritu, el aliento de Dios, el Espíritu Santo que irrumpe y sopla.
¿De dónde viene este Espíritu alentador? ¿A dónde va; y a dónde nos dirige? Es el
Espíritu poderoso de Dios, tormenta divina de amor y valentía; Espíritu creativo,
renovador, “inspirador”, que quiere realizar con nosotros un nuevo Pentecostés. Que
ojalá hoy, en esta celebración eucarística, el Espíritu Santo de Dios traiga aire fresco a
nuestros corazones, renueve nuestra fe y haga crecer visiblemente nuestro amor.

✞ ✞ ✞ Acto penitencial

Nosotros, tantas veces, no hemos utilizado los dones maravillosos que el Espíritu Santo
continuamente nos ofrece. Pidámosle a Dios que nos perdone bondadosamente y que
abra nuestros corazones a los dones del mismo Espíritu. (Pausa)
Señor Jesús: Alienta tu Espíritu sobre nosotros que nos quiere impulsar a entendernos y
acogernos, a apreciarnos y a apoyarnos mutuamente. Señor, ten piedad de nosotros.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Señor Jesucristo: Alienta tu Espíritu sobre nosotros que quiere unirnos en un mismo
amor. Haz que ese amor sea inventivo y creador.
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús: Alienta tu Espíritu sobre nosotros para que nos libere de todos los miedos
que nos paralizan y para que nos mueva a servir con alegría a Dios y a los hermanos.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
• Señor Jesús, Tú que eres el eterno presente, el hoy, el ahora, y que nos llamas a la
Eucaristía dominical, tiempo de renovación perpetua. Tu que no eres historia, sino, Pan
Vivo bajado del Cielo. Acéptanos indignos, pero prosternados humildemente, y
perdónanos por no aceptar tu cuerpo, tu sangre, tu alma y tu divinidad en muchas de
las misas en las que nos congregamos. O por recibirte aún sin haber perdonado a
nuestros hermanos. O comerte y beberte consciente de que no hemos tenido una
verdadera contrición en nuestro propio corazón, una confesión sincera. ! Dios Padre! en
el nombre de tu Hijo amado, instrúyenos y concédenos por tu infinita gracia Aceptar a
Cristo como nuestro Señor y Salvador, nuestro alimento que da Vida; para morir con Él,
caminar por Él y gozar en Él. Amén.
Por tu gran bondad, Señor, perdona nuestros pecados, ábrenos al Espíritu de vida y
amor y llévanos a la vida eterna. R/ Amén.

✞ ✞ ✞ Gloria a Dios.

Que el Espíritu Santo nos ayude a alabar a Dios con entusiasmo y alegría.
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu
inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos
gracias. Señor Dios, rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor, Hijo único,
Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre. Tú que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra
súplica. Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros. Porque
solo Tú eres Santo, solo Tú Señor, solo Tú Altísimo, Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en
la gloria de Dios Padre.

✞ ✞ ✞ Oración Colecta:

Oh, Dios, que por el misterio de esta fiesta santificas a toda tu Iglesia en medio de los
pueblos y de las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de
la tierra y realiza ahora también, en el corazón de tus fieles, aquellas maravillas que te
dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor
Jesucristo.
Pidamos a Dios nuestro Padre que nos envíe el Espíritu Santo como lo envió en
Pentecostés a su joven Iglesia. (Pausa)
Oh Dios, Padre nuestro: Haz, te pedimos, que el Espíritu Santo nos sorprenda con el don
del ardor y del vigor cristianos; que nos rejuvenezca y nos renueve como lo hizo con los
miembros de la Iglesia recién nacida. Que tu Espíritu renueve nuestros días, nuestro
amor y nuestra vida; que nos traiga ternura y alegría junto con apertura y acogida para
con todos; que nos fortalezca con valentía y coraje para defender y apoyar todo lo que
es recto y justo. Que el mismo Espíritu nos una en su amor y nos lleve a ti. Todo esto te
lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. R/ Amén.

2 LITURGIA DE LA PALABRA
✞ ✞ ✞ Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 2,1-11

Ruido ensordecedor, fuerte tormenta, fuego, diferentes lenguas... han sido


símbolos tradicionales para describir el primer Pentecostés cristiano. Estos
símbolos nos hablan con fuerza de que algo totalmente nuevo está brotando. El
Espíritu poderoso de Dios está irrumpiendo en el mundo para unir a la
humanidad dividida en una nueva comunidad, donde haya lugar para todos.
1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.
2 De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la
casa donde se encontraban.
3 Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se posaban sobre
cada uno de ellos.
4 Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas,
según el Espíritu Santo los movía a expresarse.
5 Se hallaban por entonces en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las naciones
de la tierra.
6 Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron estupefactos, porque cada uno los oía
hablar en su propia lengua.
7 Todos, atónitos y admirados, decían: - ¿No son galileos todos los que hablan?
8 Entonces ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua
materna?
9 Partos, medos, elamitas, y los que viven en Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto
y Asia, Frigia y Panfília, Egipto y la parte de Libia que limita con Cirene, los forasteros
romanos,
10 judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos proclamar en nuestras
lenguas las grandezas de Dios.
PALABRA DE DIOS. R/TE ALABAMOS, SEÑOR
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• Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento


narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche
precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1,1-5) en un contexto que
recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19,
preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de
Pentecostés (vv. ls). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la
promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como
fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno,
comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples
lenguas extrañas (vv. 3s).
El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número
restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una
obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («.todas las naciones de la tierra»: v.
5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la
alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos,
puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).
Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación
ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la
unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11,1-9); en segundo lugar, parece referirse a
la palabra extática de los profetas más antiguos (cf. 1 Sm 10,5-7) y, de todos modos, es
interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a
los judíos de todas procedencias (vv. 17s).
El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de
intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena
comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y
38s; cf. Ef 4,13).
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Ver Evangelio.
http://www.caminando-con-jesus.org

En la celebración del Pentecostés judío, la pequeña comunidad de discípulos toma


conciencia de que la Alianza del Sinaí, que ahora se conmemora, ha sido reemplazada
por la Nueva Alianza realizada en Cristo y caracterizada por el don del Espíritu y de la
libertad, y no ya por una ley grabada en tablas de piedra, sino en el corazón. Si el viejo
relato de la torre de Babel, evocaba la humanidad profundamente dividida, Pentecostés
reúne a los hombres y les revela las maravillas de Dios. El don que recibimos se
transforma ahora en compromiso y solidaridad con el mundo. Ojalá este milagro se
realice hoy para todos aquellos que buscan la unidad entre los hombres y creen en el
poder del amor.

✞ ✞ ✞ Salmo

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu, y los creas, y
repueblas la faz de la tierra.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras; que le sea agradable mi
poema, y yo me alegraré con el Señor.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

✞ ✞ ✞ Segunda lectura: 1 Corintios 12,3b-7.12-13

Cualquier cosa buena que tengamos, cualquier don que Dios nos ha dado, todo
proviene del Espíritu que obra en nosotros. Por encima de nuestros diferentes
talentos, tareas y responsabilidades, el Espíritu nos une en el Cuerpo de Cristo,
formando una comunidad de fe, esperanza y amor.
Hermanos:
3 Nadie puede decir: «Jesús es Señor» si no está movido por el Espíritu Santo.
4 Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.
5 Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo.
6 Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas
en todos.
7 A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos.
12 Del mismo modo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un cuerpo, así también
Cristo.
13 Porque todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un
mismo Espíritu en el bautismo, a fin de formar un solo cuerpo, y todos hemos bebido
también el mismo Espíritu.
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• Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que
tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto
discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos
extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que
Jesús es Dios (v. 3b).
¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un
incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el
cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo
por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana
y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la
multiplicidad de carismas -don del único Espíritu-, ministerios -servicios eclesiales
confiados por el único Señor- y actividades que hace posible el único Dios, fuente de
toda realidad (vv. 4-6). ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva
procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la
comunidad?
Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para
el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la
medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4,13): por eso el mayor de
todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad
(12,31-13,13).
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Ver Evangelio.
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San Pablo enseña que un mismo Espíritu que se manifiesta en diversidad de dones y
actividades, anima un mismo cuerpo, que es la Iglesia.

✞ ✞ ✞ Secuencia

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus
dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú
le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de
vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al
esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

✞ ✞ ✞ Aleluya:

Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu
amor.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.

✞ ✞ ✞ “Padre, dame tu bendición”: “El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies
dignamente su Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

✞ ✞ ✞ Lectura del Santo Evangelio según: Juan 20,19-23

El Espíritu Santo completa la obra de Cristo en nosotros, y, a través de


nosotros, en el mundo. Al igual que los apóstoles, también nosotros hemos
recibido el mandato de romper y abandonar nuestros muros cercados y llevar
sanación y paz al mundo.
19 Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una casa con
las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y
les dijo: - La paz esté con vosotros.
20 Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al
Señor.
21 Jesús les dijo de nuevo: - La paz esté con vosotros. Y añadió: - Como el Padre me
envió a mí, así os envío yo a vosotros.
22 Sopló sobre ellos y les dijo: - Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará, y a quienes se los
retengáis, Dios se los retendrá.
PALABRA DEL SEÑOR. R/ GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.

✞ ✞ ✞ “Que por el Evangelio sean perdonados nuestros pecados veniales”

Solemnidad de Pentecostés.
• El tiempo pascual concluye con la celebración de la Solemnidad de Pentecostés. Es el
día del Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad que, nos enseña el Credo, junto
con el Padre y el Hijo es Dios y reciben una misma adoración y gloria. Es el día en que
celebramos el cumplimiento de la promesa del Señor Jesús: «Yo rogaré al Padre y les
dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre, el Espíritu de verdad» (Jn
14,16-17). El Espíritu, en efecto, descendió en forma de lenguas de fuego sobre María y
los Apóstoles.
Para cada uno de nosotros esta promesa de Jesús cobró un significado único y personal
en el día en el que fuimos bautizados. Ese día fuimos verdaderamente hechos nuevas
creaturas a imagen de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo. Y desde ese día el Espíritu
habita en nuestro corazón. «Después del baño del agua, el Espíritu Santo desciende
sobre nosotros desde lo alto del cielo» nos dice San Hilario. Y añade: «Adoptados por la
Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios». Todo esto, que podría parecernos teología
complicada, es expresión de algo que sucede realmente en la vida. Es algo que hemos
experimentado y que “llevamos dentro”; es algo que estamos invitados a profundizar y a
cultivar.
Tal vez encontramos una “dificultad” en nuestra relación con el Espíritu Santo en el
hecho de que no es fácil hacernos una “representación” suya. El Padre nos es más
comprensible y nos puede ayudar la analogía con nuestro padre; el Hijo se hizo hombre,
hubo ojos que lo vieron y manos que lo tocaron y de ello hemos recibido testimonio; ¿y
el Espíritu Santo?
En la Biblia encontramos una serie de símbolos a través de las cuales el Señor nos ha
revelado quién es el Espíritu y la Iglesia ha recogido en su reflexión espiritual y en su
práctica litúrgica: el agua, el fuego, el viento, la unción con óleo sagrado, la nube y la
luz, la mano, la paloma, el dedo. Cada una, a su manera, nos dice algo de quién es el
Espíritu Santo y cuál es —si cabe el término— su “fisonomía”. Tal vez esta celebración
sea una buena ocasión para que profundicemos en la fe de la Iglesia sobre el Espíritu.
Para ello podemos recurrir al Catecismo, especialmente a los números 687 y siguientes.
Una pregunta que nos puede guiar en la meditación personal es esta: si hemos recibido
al Espíritu Santo, ¿vivimos según el Espíritu? Cuando hablamos de que es necesario
cultivar nuestra “vida espiritual”, ¿no es el Espíritu Santo un actor principal? Ciertamente
sí. Él es Señor y Dador de vida (ver Rom 8,2), es el vivificador. Como dice el Papa San
Juan Pablo II, «Él, el Espíritu del Hijo (ver Gal 4,6), nos conforma con Cristo Jesús y nos
hace partícipes de su vida filial». ¿Qué lugar, pues, le damos en nuestra vida espiritual?
Podemos hacernos la pregunta en otro sentido: ¿Qué es lo esencial en nuestra vida
espiritual? San Pablo nos diría: el amor. ¿No nos enseña nuestra fe que el Espíritu Santo
es la “Persona Amor”? Si queremos vivir el amor y en el amor, abramos nuestras
mentes y corazones al Espíritu de Amor pues «el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5).
Si el Espíritu ilumina nuestras mentes y transforma nuestros corazones sus frutos se
expresarán también en nuestras obras y en toda nuestra vida. San Pablo insiste en que
«si vivimos del Espíritu caminemos también según el Espíritu» (Gal 5,25). ¿Cómo será la
vida de una persona que camina según el Espíritu Santo? ¿Qué frutos espirituales
produce su acción en nosotros? El mismo Pablo señala: «El fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal
5,23). Mientras que aquel que no vive según el Espíritu Santo sino según el espíritu del
mundo y del mal tomará otro sendero y en su vida aparecerán otras obras: impureza,
idolatría, fornicación, celos, discordias, iras, ambiciones, divisiones, envidias… (Ver Gal5,
19ss).
Pentecostés es un fiesta de unidad, de alegría, de impulso evangelizador; es una fiesta
en la que se nos invita a congregarnos bajo una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor
(ver Ef 4,5-6), bajo el manto protector de María nuestra Madre. El Espíritu Santo nos
ilumina, nos fortalece, nos transforma. No tengamos miedo de dejarnos impulsar por Él,
confiemos en su acción y caminemos bajo su soplo e inspiración.
• Un conocido teólogo del siglo XX escribió hace ya algunos años un libro sobre el
Espíritu Santo titulado “El gran desconocido”. Sin que sea un fenómeno generalizable,
tenemos que reconocer que muchas veces nuestra relación con el Espíritu Santo es
difícil y en ese sentido el título de la obra mencionada señala un punto débil en la vida
cristiana de muchos discípulos de Jesús. ¿Será tal vez que no sabemos suficientemente
quién es el Espíritu Santo? ¿O no entendemos bien cuál es su misión en la historia de la
reconciliación y en la vida espiritual de todos los hijos de la Iglesia? ¿O quizás
encontramos algunas dificultades más cotidianas: qué rezarle, cómo dirigirnos a Él, qué
pedirle, qué esperar de Él? Sea como fuere, la Solemnidad de Pentecostés es una
excelente oportunidad para celebrar con toda la Iglesia la venida del Espíritu Santo, para
renovar nuestra relación personal con Él y para pedirle que ilumine nuestra mente y
corazón y nos encienda en el fuego del amor divino.
Recordemos 5 cosas que nos enseña la fe de la Iglesia sobre el Espíritu Santo y que nos
pueden servir bien para renovar y alentar nuestra relación con Él, o bien para empezar a
cultivar una relación personal que seguramente será de muchísimo fruto en nuestra vida
cristiana.
El Espíritu Santo es Dios y, junto con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y
gloria. Está presente desde el inicio del mundo, cuando aleteaba sobre las aguas, y se
manifestó bajo diversos símbolos a lo largo de la historia de la salvación. Entre otros: el
agua que da vida y purifica, el óleo que unge, el fuego que transforma, la nube y la luz,
el sello que marca un carácter indeleble, la mano que bendice, la paloma.
El Espíritu acompañó desde el inicio hasta el final la vida de Jesús sobre la tierra. Desde
su Encarnación en el seno de María hasta su gloriosa Ascensión al Cielo, todas las obras
del Hijo de Dios estuvieron íntimamente animadas y acompañadas por el Espíritu Santo.
Recordemos, por ejemplo, que «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto» (Mt4, 1);
su manifestación en el Bautismo de Jesús (ver Mt3, 13-17); cuando Jesús expulsa los
demonios con el poder del Espíritu (ver Mt12, 28); o cuando Jesús, antes de entregarse
para ser muerto en Cruz, dice a los apóstoles: «conviene que Yo me vaya. Porque si no
me fuere, el Abogado no vendría a ustedes» (Jn16, 7). El Espíritu resucitó a Jesús de
entre los muertos (ver Rom8, 11) y los apóstoles reciben el soplo divino del Resucitado:
«Reciban el Espíritu Santo» (Jn20, 23).
El Espíritu Santo nos permite conocer y comprender todo lo que Jesús nos ha enseñado,
como Él mismo nos lo dice: «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi
nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho» (Jn14, 26). El
Espíritu Santo inspira las Sagradas Escrituras (ver 2Tim3, 16; 2Pe1, 21) nos enseña a
interpretarlas y garantiza que las enseñanzas que hemos recibido de Jesús se
transmitan de generación en generación bajo el cuidado del Magisterio de la Iglesia.
Para que las Escrituras no queden en letra muerta, «se ha de leer e interpretar con el
mismo Espíritu con que fue escrita» (Dei Verbum, 12,3).
Desde nuestro Bautismo, el Espíritu Santo es el principio de nuestra vida en Cristo, nos
alienta y sostiene en nuestro camino de configuración con Él. «El Espíritu Santo —
enseña Juan Pablo II con este hermoso texto— forma desde dentro al espíritu humano
según el divino ejemplo que es Cristo. Así, mediante el Espíritu, el Cristo conocido por
las páginas del Evangelio se convierte en la “vida del alma”, y el hombre al pensar, al
amar, al juzgar, al actuar, incluso al sentir, está conformado con Cristo, se hace
“cristiforme”».
El Espíritu Santo es principio de la unidad de la Iglesia, crea la comunión entre los
bautizados y nos impulsa a la misión apostólica. Los apóstoles reunidos con María en el
Cenáculo reciben el Don de lo Alto que crea la unidad de la Iglesia: «un solo cuerpo y un
solo Espíritu, como una es la esperanza… Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo»
(Ef4, 4-5). La comunión que une a la Madre de Jesús y a sus discípulos está tejida de
lazos de Amor divino, y es lo que estamos llamados a vivir como cristianos. Esa
experiencia viva, alegre e intensa del amor de Dios lanza a la naciente comunidad a
predicar el Evangelio superando todos los temores y dificultades, pues los anima Aquel
que es el Protagonista de la evangelización.
La Solemnidad de Pentecostés es un día muy especial para mirar a María y pedirle que
atraiga sobre nosotros el Don de Dios. Ella, que ha sido llamada «río colmado de los
aromas del Espíritu Santo» (San Juan Damasceno), vivió a lo largo de toda su vida una
relación muy íntima con Él. Su Corazón coronado con el fuego del Amor de Dios nos
alienta a crecer cada día en una relación vital y personal con el Espíritu Santo. En lo que
a cada uno respecta, pongamos de nuestra parte para que nunca más se pueda nombrar
al Espíritu como el gran desconocido.

1 Contexto. La palabra se ilumina.


www.sanJeronimo.Brown,Fitzmyer,Murphy

El Señor se aparece a los discípulos (20,19-23). El evangelista se sirve del relato


tradicional sobre la aparición de Jesús a los discípulos en Jerusalén para mostrar que las
promesas acerca del retorno de Jesús se están cumpliendo en «la hora» de su
exaltación/glorificación (cf. Lc 24,36-43.47-48).
En 1 Cor 15,5 se da cuenta de una aparición del Resucitado a los discípulos. No está
claro si Juan piensa que sólo estaban presentes diez de ellos (los Doce menos Judas y
Tomás) o que había un grupo mayor (Lc 24,33). Este episodio y el siguiente constituyen
la conclusión joánica del relato de la exaltación de Cristo, y es significativo el contraste
con la sección anterior.
19. al atardecer del primer día de la semana: Nótese que en lo que sigue la
atención de Juan continúa fija en el domingo de Pascua, los discípulos tenían las puertas
cerradas: Jn no da explicaciones; se limita a observar las cualidades espirituales del
cuerpo resucitado de Cristo (cf. 1 Cor 15,44).
Miedo de los judíos: El evangelista ha añadido esta frase a la introducción del
episodio. La súbita aparición de Jesús en medio de sus discípulos reunidos y el saludo de
«Paz» son ambos elementos tradicionales (cf, Lc 24,36, si aceptamos la versión
ampliada que incluye el saludo de «paz»).
Paz con vosotros: Cf. 14,27; 16,33.
20. les mostró sus manos y su costado: Aunque el cuerpo resucitado de Cristo posee
cualidades espirituales, la esencia del testimonio del NT acerca de la resurrección afirma
el retorno del mismo Jesús de Nazaret al que los primeros testigos habían tratado
familiarmente (cf. 1 Jn 1,1-3). La resurrección, en otras palabras, no implicaba
simplemente unas experiencias individuales de los discípulos de Cristo, convencidos de
que Jesús había sobrevivido de algún modo a la muerte. De ahí la insistencia del NT en
la tumba vacía y en detalles como su testimonio de la existencia continuada del Jesús
histórico. De ahí que se aluda a la herida del costado de Jesús y a las huellas de los
clavos en sus manos (cf. vv. 25-27). Esta es la única prueba que da el evangelio de que
Jesús fue clavado y no atado a la cruz (como se hacía frecuentemente); Lc 24,39
también implica que fueron clavados los pies, se alegraron los discípulos: Cf. 16,22; Lc
24,37 subraya en lugar de ello el miedo y el susto de los discípulos por lo ocurrido.
• La demostración de que el Resucitado es verdaderamente el Crucificado forma también
parte de la tradición (p.ej., Lc 24,39). En el contexto de la narrativa joánica, esta
demostración sirve de respuesta a la pregunta « ¿Dónde se lo han llevado?». «Ellos»
(¿= los judíos?) no se han llevado el cuerpo de Jesús a ninguna parte. Pertenece a la
gloria celestial del Jesús exaltado. El gozo que sienten los discípulos significa el
cumplimiento de las promesas de una alegría renovada (14,19; 16,16-24).
21. paz: También un don prometido (14,27). La misión que Jesús encomienda a los
discípulos aparece en otros relatos de resurrección (p.ej., Lc 24,47-48; Mt 28,19-20a).
En Juan se describe como el «envío» de los discípulos (que ahora representan a Cristo)
al mundo (p.ej., Jn 13,16.20;
• Cristo resucitado confiere a sus discípulos la misión de que había hablado en 17,18 (cf.
4,38; 13,20). Esta es la misión que compete a la Iglesia: perpetuar la obra de la
salvación divina realizada en Cristo.
22. alentó sobre ellos: Se trata de una parábola en acción, de un signo, un
sacramento, para indicar que se les confiere el Espíritu (pneuma: aliento, espíritu; cf.
3,8). Jn utiliza el mismo verbo que el texto griego de Gn 2,7 para describir esta nueva
creación, recibid el Espíritu Santo: El don del Espíritu Santo dependía de la glorificación
de Jesús (7,39), de su retorno al Padre (15,26; 16,7). En el v. 17 dijo a María
Magdalena que todavía no había ascendido al Padre, pero que esta ascensión era
inminente. Por el presente versículo vemos que la ascensión ya ha tenido lugar; por
consiguiente, en la perspectiva joánica, resurrección, ascensión y venida del Espíritu
tienen lugar en el mismo domingo de Pascua. Esta perspectiva no está necesariamente
en conflicto con la descripción lucana de la ascensión y Pentecostés como
acontecimientos separados de la resurrección en el tiempo (cf. Lc 24,49-53; Act 1,3-11;
2,1ss); sin embargo, no debe olvidarse que los autores del NT están preocupados
primariamente por los misterios históricos y sólo secundariamente prestan atención a las
circunstancias cronológicas y estadísticas (cf. E. Schillebeeckx, «Worship» 35 [1961],
336-63). En lo que Jn insiste es en la íntima conexión que se da entre la resurrección y
la animación de la Iglesia por el Espíritu (cf. 1 Cor 15,45), algo que siempre se ha
reflejado en la liturgia y en la enseñanza de la Iglesia.
22-23. Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados...: Esta
afirmación parece derivar de la fuente del evangelista, puesto que utiliza una expresión
(«perdón de los pecados») que no es propia del cuarto evangelio. En Juan, el Espíritu
expresa la presencia íntima de Dios (14,17) y fluye del Cristo exaltado para dar la vida
eterna (7,39). Lc 24,47-49, en cambio, sí relaciona el envío de los discípulos como
«testimonios» y el anuncio del perdón con el Espíritu que les será dado en Pentecostés.
1 Jn parece demostrar, sin embargo, que la expresión «el perdón de los pecados»
formaba parte de la tradición joánica (p.ej., 1,9; 2,19); y a pesar de ello, a lo largo del
cuarto evangelio aparece solamente un «pecado»: la falta de fe (8,24; 9,41). La doble
fórmula es paralela a la de Mt 18,18; 16,19 («lo que atéis en la tierra...»). Puesto que
Juan utiliza el término «discípulos» sin más especificación, es de suponer que la misión
se encomienda a la comunidad creyente como un todo, y no a «los Doce» ni a ningún
otro grupo en particular. El «poder» de perdonar probablemente se expresa en el don
del Espíritu que será concedido a todos los que creerán gracias a la «misión» de los
discípulos y que se unirán a la comunidad, y no (como en Mt 18,19) en relación a un
cristiano que ha pecado.
23. El don del Espíritu es relacionado aquí específicamente con el poder otorgado a la
Iglesia para continuar ostentando el carácter judicial de Cristo (3,19; 5,27; 9,39) en lo
referente al pecado (cf. Mt 9,8; 16,19; 18,18; Le 24,47). La tradición católica (DB 920;
DS 1710) ha visto con razón en este acto el origen del sacramento de la penitencia, si
bien es igualmente cierto que el poder de la Iglesia sobre el pecado se ejerce también
en el bautismo y en la predicación de la palabra redentora.
www.santaclaradeestella.es

• La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos


mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1,4), se aparece a los apóstoles reunidos en
el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Es el Pentecostés
joáneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su
particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia
terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y
la entrega del Espíritu en la muerte (19,3ab, al pie de la letra), y es también,
inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta
hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv.
19.21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.
El Espíritu -como repite la Iglesia en la fórmula sacramental de la absolución- fue
derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el
pecado del mundo (1,29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (cf. Col
2,13s; Ef 2,15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo
renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a
recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el
don del Espíritu Santo (Hch 2,38s).
www.EvangelioJuan.GiorgioZevini

Igual a Santa Clara, y continúa.


Con este texto concluye la primera jornada pascual de los discipulos, en la que Jesus se
une de nuevo a los suyos, que estaban en crisis por el escándalo de la cruz, con una
relación personal basada en el don del Espíritu. La misión de Jesus se transmite ahora a
los suyos: su testimonio de fe prosigue el juicio de Jesus, que es un juicio de condena
para el mundo incrédulo, pero de salvación para los que se adhieran a Él.
www.sermonwriter.com

Juan 1-21. El contexto


Este Evangelio es un tapiz intricadamente tejido que deriva su riqueza de sus entre-
tejidos hilos. Por ejemplo:
• En el Prólogo, el evangelista declaró, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron
hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho” (1:1-3). Ahora Tomás se dirige a
Jesús como “¡Señor mío, y Dios mío!” (v. 28), reafirmando la divinidad de Jesús. Muchos
académicos creen que capítulo 21 fue añadido más tarde. Si eso es verdad, entonces
este Evangelio está marcado al principio (capítulo 1) y al final (capítulo 20) por
declaraciones de la divinidad de Jesús.
• Jesús les prometió a los discípulos, “No os dejaré huérfanos: vendré a vosotros”
(14:18). Ahora, él regresa después de su resurrección a discípulos que se sienten
huérfanos de la crucifixión.
• En esa misma discusión él dijo, “La paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la
da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (14:27). Ahora, al entrar
en presencia de sus discípulos, sus primeras palabras para ellos son, “Paz a vosotros”
(v. 19). Repite esto una semana más tarde cuando de nuevo se encuentra con los
discípulos y con Tomás (v. 26).
• En su oración poco antes de su muerte, Jesús rezó, “Padre, la hora es llegada; glorifica
á tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti” (17:1). Jesús ha sido glorificado en
la cruz y ahora se les aparece a los discípulos como el Salvador resucitado.
• Antes, el evangelista dijo, “…aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no
estaba aún glorificado” (7:39). Ahora que Jesús ha sido glorificado, él les da el regalo
del Espíritu Santo a los discípulos (v. 22).
• Pensamos de nuestra lección del Evangelio (10:19-31) como la historia del Tomás que
Duda. Sin embargo, en el próximo capítulo, Jesús se les aparecerá a siete discípulos, y
solo cinco de ellos son nombrados. De los cinco, tres dudaron de Jesús o le negaron,
pero sobrellevaron su duda y su negación para llegar a expresar gran fe:
• Natanael es mejor conocido por su duda de que algo bueno pudiera salir de Nazarea
(1:46) – pero más adelante confesó, “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de
Israel” (1:49).
• Tomás es famoso por dudar de la resurrección (20:25) pero más tarde confiesa,
“¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28).
• Pedro confesó a Jesús como “el Hijo de Dios viviente” (6:69), pero más tarde le negó a
Jesús (18:15-18, 25-27).
Estos ejemplos demuestran como la lección del Evangelio de esta semana se relaciona al
Evangelio completo.
Juan 20:19-31. Jesús se les aparece a los Discípulos
“Juan da un relato simple y honesto de la aparición resucitada, revelando su fe en ella.
Si hubiera estado menos seguro, hubiera embellecido el relato” (Lindberg, 61). Las dos
apariciones de Jesús toman lugar con una semana de tiempo entre las dos, la primera
siendo la tarde de la Pascua y la segunda siendo meth hemeras okto – literalmente
“después de ocho días” – a menudo traducido como “una semana después.”
Jesús les habla a los discípulos tres veces. “Cada vez, sus palabras les dan fuerza a los
discípulos que las oyen” (Althouse, 107):
• “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío” (vv. 19, 21).
• “Tomad el Espíritu Santo: A los que remitiereis los pecados, les son remitidos: a
quienes los retuviereis, serán retenidos” (vv. 22-23).
• “Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y métela en mi costado: y
no seas incrédulo, sino fiel” (vv. 27).
Este Evangelio nos dice que los discípulos están reunidos, pero no nos dice cuáles de
ellos. En el Evangelio de Lucas (Lucas 24:36-49), son los once “y a los que estaban con
ellos” (24:33). En el Evangelio de Juan, dada la ausencia de Tomás, son realmente los
diez y sus compañeros.
Este Evangelio nos demuestra que fe viene de diferentes maneras a gente diferente. El
discípulo querido cree al ver la tumba vacía (v. 8). María cree cuando el Señor dice su
nombre (v. 16). Los discípulos deben ver al Señor resucitado (v. 20). Tomás dice que
debe tocar las heridas (v. 25) – aunque esa necesidad se evapora una vez que ve a
Cristo resucitado (v. 28).
La gente encuentra fe de diferentes maneras.
Es instructivo mencionar que Tomás creyó, perdió la fe, pero después vuelve a una fe
aún más fuerte.
2 Reflexión. ¿Qué nos dice Dios en el Texto? La palabra me ilumina.
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Juan 20:19-23. La primera aparición


“Y como fue tarde aquel día” (v. 19). Ésta es la tarde de Pascua, el mismo día que
los discípulos vieron la tumba vacía y que María vio a Jesús. Los discípulos se
encontraron en un cuarto en Jerusalén con “las puertas cerradas.” Las puertas cerradas
reflejan el miedo de los discípulos, pero también demuestran el poder del Cristo
resucitado, quien no se puede contener por una tumba de piedra ni por una puerta
cerrada con llave.
(v. 19). Es sorprendente que los discípulos tengan miedo, porque Pedro y “el otro
discípulo” han visto y creído (v. 8). María Magdalena ha hablado con el Cristo resucitado
y les ha contado a los discípulos de su experiencia (v. 14-18). Sin embargo, aún
después de que “el otro discípulo” haya visto y creído, no está claro qué es lo que cree,
“porque aún no sabían la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos”
(v. 9). Además, los discípulos aún están traumatizados por la crucifixión y atemorizados
por la posibilidad de que los enemigos de Jesús ahora se puedan dirigir a ellos.
Su temor nos desanima, porque están actuando como discípulos cuyo líder está muerto.
Su temor “les pone, claramente, al mismo nivel que los padres del hombre ciego que fue
sanado y que los discípulos secretos como José de Arimatea (9:22; 19:38)…
Aparentemente, hasta el previamente “Querido” Discípulo ha sido reducido a este estado
tan bajo de temor” (Howard-Brook, 456).
“Paz a vosotros” (v. 19). A estos discípulos atemorizados, Jesús les da su paz, como
prometió (14:27). Los discípulos tendrán paz a pesar de ser perseguidos por un mundo
que les odiará tanto como odiaba a Jesús (15:18-25). Mientras que este texto usa la
palabra griega para paz, eirene, el concepto es el de shalom judío – que indica más la
ausencia de conflicto – un bien que es el regalo de Dios. “En pensamiento judío, paz y
alegría eran señales de tiempo escatológico cuando la intervención de Dios habría traído
armonía a la vida humana y al mundo. Juan ve esta edad cumplida cuando regresa
Jesús para verter su Espíritu sobre los hombres” (Brown, 1035).
“Mostróles las manos y el costado” (v. 20). Por un lado, Jesús entra por una puerta
cerrada, sugiriendo que su cuerpo ha adquirido una cualidad diferente. Por otro lado, sus
heridas confirman su resurrección corporal, y su cuerpo es claramente reconocible por
sus discípulos. Lucas habla de Jesús comiendo con los discípulos (Lucas 24:43). Esto es
misterioso – el cuerpo resucitado de Jesús es, a la vez, como el nuestro y no como el
nuestro. Pablo habla del cuerpo resucitado como incorruptible, glorioso, poderoso, y
espiritual (1 Cor. 15:42-44). Sin embargo, no debemos llevar la palabra “espiritual”
demasiado lejos porque, claramente, el cuerpo de Jesús es también físico. “El punto
significante, por supuesto, es que la misma persona que fue crucificada ha sido
resucitada” (Sloyan, 224).
En la época que este Evangelio fue escrito, la iglesia tenía un problema con Docetitas y
Gnósticos. Ambos creían que la materia física era malvada y que, por lo tanto, Jesús no
podría haber sido verdaderamente humano. La mención de las manos y el costado
heridos de Jesús presenta una discusión para ese tipo de dualismo.
“Y los discípulos se gozaron” (v. 20). Los discípulos se alegran al ver al Señor. Éste
es el punto de partida para ellos, y nunca más temerán ni dudarán.
“Paz a vosotros: como me envió el Padre, así también yo os envío” (v. 21). Jesús
les da su paz por segunda vez y añade, “como me envió el Padre, así también yo os
envío.” Igual que Dios mandó a Jesús al mundo, así Jesús manda a sus discípulos al
mundo (véase la oración de Jesús en 17:18). Éste es el equivalente Johanino de la Gran
Comisión (Mateo 28:19-20). Refleja el comienzo del pensamiento que la autoridad del
que es mandado es igual a la del que le mandó – el emisario del rey habla con la
autoridad del rey. Dios está presente en la obra de Jesús; Jesús estará presente en el
trabajo de los discípulos.
“Sopló, y díjoles: ‘Tomad el Espíritu Santo’” (v. 22). Sin embargo, mandar a estos
discípulos al mundo solos sería fútil, entonces, Jesús les prepara respirando sobre ellos –
o respirando dentro de ellos (griego: enephusesen). Igual que Dios respiró en un
hombre el aliento de vida (Gen. 2:7 – LXX), Jesús respira en los discípulos el Espíritu de
vida. Este regalo del Espíritu renueva la vida de los discípulos igual que el aliento de
Dios dio nueva vida a los huesos del muerto (Ezek. 37:9). Los discípulos han estado
temerosos y confundidos – escondidos en un cuarto cerrado para escapar del peligro.
Ahora, encuentran la fuerza para levantarse, abrir la puerta, salir afuera, y empezar su
proclamación.
“Tomad el Espíritu Santo” (v. 22). ¿Cómo podemos reconciliar este ‘dar del Espíritu’ con
el relato de Pentecostés en Hechos 2?
• Algunos sabios dicen que los dos relatos son irreconciliables y que vs. 22 es del
Pentecostés Johanino.
• Otros, anotando la falta de artículo definido – Jesús dice, “Tomad Espíritu Santo” en
vez de “Tomad el Espíritu Santo” – creen que los discípulos recibieron algo menos que el
pleno regalo del Espíritu en esta ocasión.
• Otros dicen que Juan sabe de Pentecostés, pero escribe la historia de esta manera
“porque su peculiar visión teológica que une el descenso del Espíritu en la muerte y
exaltación de Jesús… El relato de Juan, en otras palabras, es teológico pero no
cronológico” (Carson, 651).
• Aún, otros dicen, “Es falso tanto para el Nuevo Testamento como para la experiencia
cristiana el mantener que hay solo un regalo del Espíritu. En vez, el Espíritu
continuamente se manifiesta en nuevas maneras… Juan habla de un regalo del Espíritu y
Lucas de otro” (Morris, 748).
“A los que remitiereis los pecados, les son remitidos: a quienes los retuviereis,
serán retenidos” (v. 23). Esto nos recuerda a Mateo 16:19 cuando Jesús le dice a
Pedro, “Todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares
en la tierra será desatado en los cielos.” Mateo 18:18 les da a los discípulos la misma
autoridad en un contexto que tiene que ver con la resolución de conflicto en la iglesia.
Rabíes tienen la autoridad de “unir” y “separar” según su interpretación de la ley para
determinar lo que es y no es permitido, pero no perdonan pecados. Jesús abre camino
aquí. “Esta manera de hablar claramente demuestra que originalmente la fórmula de
‘unir y separar’ describe la… declaración del juez de la culpabilidad o la inocencia de las
personas que aparecen ante él, que son ‘unidas’ o ‘separadas’ de los cargos puestos
contra ellas” (Schlatter, citado en Beasley-Murray, 383).
“En Juan, el pecado es un fallo teológico, no una trasgresión moral o de comportamiento
(contrastado con Mateo 18:18)” (O’Day, 847). El pecado es no ver la verdad – el
rehusar aceptar a Cristo resucitado. Jesús está mandando a los discípulos al mundo,
dándoles el poder del Espíritu para proclamar a Cristo resucitado. Alguna gente aceptará
su testimonio, y otros la rechazarán. Su respuesta determinará si esta gente se
encuentra entre aquéllos cuyos pecados son perdonados o entre aquéllos cuyos pecados
son retenidos.
V. 23 presenta dos preguntas: Primero, ¿Da Jesús el poder de perdonar o retener
pecados – o solo el poder de discernir la voluntad de Dios en casos particulares y hacer
saber la decisión de Dios? Segundo, ¿Da Jesús este poder a cristianos individuales o a la
iglesia? Mientras que exista lugar para discusión, una cosa está clara – solo mientras
actuemos bajo el liderazgo del Espíritu tendremos el poder de Dios.
www.ocarm.org

1. Oración inicial
Señor, Padre misericordioso, en este día santísimo yo grito hasta ti desde mi cuarto con
las puertas cerradas; a ti elevo mi oración desde el miedo y la inmovilidad de la muerte.
Haz que venga Jesús y que se detenga en el centro de mi corazón, para arrojar toda
miedo y toda oscuridad. Haz que venga tu paz, que es paz verdadera, paz del corazón. Y
haz que venga tu Espíritu Santo, que es fuego de amor, que inflama e ilumina, funde y
purifica; que es agua viva, que salta hasta la vida eterna, que quita la sed y limpia,
bautiza y renueva; que es viento impetuoso y suave al mismo tempo, soplo de tu voz y
de tu respiro; que es paloma anunciadora de perdón, de un comienzo nuevo y duradero
para toda la tierra.
Manda tu Espíritu sobre mí, en el encuentro con esta Palabra, en este encuentro con tu
Palabra, en la escucha de ella y en la penetración de los misterios que ella conserva;
que yo sea colmado y sumergido, que sea bautizado y hecho hombre nuevo, por el don
de mi vida a ti y a los hermanos. Amén, aleluya.
2. Lectura
Juan 14, 15-16.23-26
a) Para situar el pasaje en su contexto:
Estos pocos versículos, por otra parte no continuos, son como algunas gotas de agua
extraídas del océano; de hecho, forman parte del largo y estupendo discurso del
evangelio de San Juan que desde el cap. 13,31 abarca a todo el capítulo 17. Desde el
comienzo hasta el final de esta unidad discursiva, profundísima e indecible, se trata
solamente de un único tema: «ir a Jesús», que aparece incluso en 13, 33: “Todavía por
un poco estoy con vosotros, donde yo voy, vosotros no podéis venir” y en 16, 28: “Salí
del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» y aún en
17, 13: “Pero ahora voy a ti, Padre”. El ir de Jesús hacia el Padre incluye también el
significado de nuestro caminar, de nuestro recorrido existencial y de fe en el mundo;
aquí es donde aprendemos a seguir a Jesús, a escucharlo, a vivir como Él. Aquí se nos
ofrece la revelación más completa sobre Jesús en el misterio de la Trinidad, como
también la revelación sobre su vida cristiana, su poder, su misión, su alegría y su dolor,
su esperanza y su lucha. Penetrando estas palabras, podemos encontrar la verdad del
Señor Jesús y de nosotros ante Él, en Él.
Estos versículos hablan en particular de tres motivos de consolación muy fuertes para
nosotros: la promesa de la venida del Consolador; la venida del Padre y del Hijo al alma
del discípulo que cree; la presencia de un maestro, que es el Espíritu Santo, gracias al
cual la enseñanza de Jesús no pasará jamás.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv. 15-16: Jesús revela que la observancia de sus mandamientos no está hecha a base
de constreñir, sino que es un fruto dulce, que nace del amor del discípulo hacia Él. A
esta obediencia amorosa está unida la oración omnipotente de Jesús por nosotros. El
Señor promete la venida de otro Consolador, enviado desde el Padre, que permanecerá
siempre con nosotros para conjurar definitivamente nuestra soledad.
vv. 23-24: Jesús repite que el amor y la observancia de sus mandamientos son dos
realidades vitales esencialmente unidas entre sí, que tienen el poder de introducir al
discípulo en la vida mística, esto es, en la experiencia de la comunión inmediata y
personal con Jesús y con el Padre.
v. 25: Jesús afirma una cosa muy importante: hay una diferencia substancial entre las
cosas que Él ha dicho mientras estaba junto a los discípulos y las cosas que dirá después
cuando, gracias al Espíritu, Él estará dentro de ellos. Antes, la comprensión era solo
limitada, porque la relación con Él era externa: la Palabra venía de fuera y llegaba a los
oídos, pero no eran pronunciadas dentro. Después, la comprensión será plena.
v. 26: Jesús anuncia al Espíritu Santo como maestro, que no enseñará ya desde fuera,
sino viniendo desde dentro de nosotros. Él vivificará las Palabras de Jesús, que habían
sido olvidadas y las recordará, hará que los discípulos puedan comprenderlas
plenamente.
c) El texto:
Juan 14, 15-16.23-26
15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre.
23 «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que
me ha enviado.
25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.
26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo
enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
3. Momento de silencio orante
Dentro de la escuela del Maestro, el Espíritu Santo, me siento a sus pies y me abandono
en su presencia; abro mi corazón, sin miedo, porque Él me instruye, me consuela, me
amonesta, me hace crecer.
4. Algunas preguntas
a) “Si me amáis”. Mi relación con el Señor, ¿es una relación de amor o no? ¿Hay espacio
en mi corazón para Él? Miro dentro de mí y me pregunto: ¿“Dónde está el amor de mi
vida, existe?” Y si me doy cuenta que dentro de mí no existe el amor, o hay poco, trato
de preguntarme: “¿Qué es lo que me bloquea, lo que tiene mi corazón cerrado,
prisionero, con tanta tristeza y soledad?”
b) “Observaréis mis mandamientos”. Me sale al encuentro el verbo observar, con toda la
carga de sus muchos significados: mirar bien, proteger, prestar atención, conservar en
vida, reservar y preservar, no arrojar, mantener con cuidado, con amor. ¿Vivo iluminado
por estas actitudes mi relación de discípulo, de cristiano, con la Palabra y los
mandamientos que Jesús nos ha dejado para nuestra felicidad?
c) “Él os dará otro Consolador”. ¿Cuántas veces me he puesto a la búsqueda de alguno
que me consolara, se preocupara de mí, me mostrase afecto o prestara atención? ¿Me
he convencido que la verdadera consolación viene del Señor? O, ¿me fío más de las
consolaciones que yo encuentro, que mendigo aquí y allí, que recojo como migajas, sin
poder quitar el hambre verdaderamente?
d) “Haremos morada en él”. El Señor está a la puerta, llama y espera; Él no fuerza, no
constriñe. Él dice: “Si quieres…”. Me propone de convertirme en su casa, en el lugar de
su reposo, de su intimidad; Jesús está pronto, es feliz de poder encontrarme, de unirse
a mí en una amistad del todo especial. Pero ¿estoy yo pronto? ¿estoy esperando la
visita, la venida, la entrada de Jesús en mi existencia más íntima y personal? ¿hay lugar
para Él en mi casa?
e) “Os recordará todo lo que os dicho”. El verbo “recordar” conlleva otra realidad muy
importante, esencial, diría. Soy provocado, escrutado por la Escritura. ¿Dónde aplico mi
memoria? ¿Qué es lo que me esfuerzo en retener en la mente, hacer vivir en mi mundo
interior? La Palabra del Señor es un tesoro muy precioso; es una semilla de vida que se
ha sembrado en mi corazón; ¿presto atención a esta semilla? ¿Sé que me defenderá de
los miles de enemigos y peligros que me asaltan: los pájaros, el calor, las piedras, las
espinas, el maligno? ¿Llevo conmigo, cada mañana, una Palabra del Señor para
recordarla durante el día y hacer de ella mi luz secreta, mi fuerza, mi alimento?
5. Una clave de lectura
En este momento me acerco a cada uno de los personajes presentes en estas líneas, me
pongo a la escucha, en oración, en meditación – rumiando - en contemplación …
El rostro del Padre: Jesús dice: “yo pediré al Padre” (v. 16) y levanta un poco el velo
del misterio de la oración: ella es el camino que conduce al Padre. Para llegar al Padre
se nos ha dado el camino de la oración; como Jesús vive su relación con el Padre a
través de la oración, así nosotros. Recorro las páginas del Evangelio y busco
atentamente cualquier indicio respecto a este secreto de amor entre Jesús y su Padre,
ya que entrando en aquella relación, también yo puedo conocer más a Dios, mi Padre.
“Y os dará otro Consolador”. El Padre es el que nos da al Consolador. Este don está
precedido del acto de amor del Padre, que sabe que necesitamos de consolación: Él ha
visto mi miseria en Egipto y ha oído mi grito, conoce, de hecho, mis sufrimientos y ve mi
opresión, que me atormentan (cfr. Ex 3, 7-9); nada se escapa a su amor infinito por mí.
Por todo esto, Él nos da el Consolador. El Padre es Dador: todo viene de Él y de nadie
más.
“Mi Padre le amará” (v. 24). El Padre es el Amante, que ama con amor eterno, absoluto,
inviolable, imborrable. Como lo dice Isaías, Jeremías y todos los profetas (cfr. Jr 31,3; Is
43,4; 54,8; Os 2,21; 11,1).
“Vendremos a él”. El Padre está unido a su Hijo Jesús, es una sola cosa con Él y con Él
viene a cada hombre, está dentro de cada hombre. Se traslada, sale, se inclina y camina
hacia nosotros. Impulsado por un amor delirante e inexplicable, Él se acerca a nosotros.
“Y haremos morada en él”. El Padre construye su casa en nosotros; hace de nosotros, de
mi existencia, de todo mi ser, su morada. Él viene y no se va, sino que permanece
fielmente.
El rostro del Hijo:
“Si me amáis…” (v. 15); “Si alguno me ama…” (v. 23). Jesús entra en relación conmigo
de un modo único y personal, cara a cara, corazón a corazón, alma a alma; me propone
un lazo intenso, único, irrepetible y me une a Sí a través del amor, si yo quiero. Siempre
pone el “si” y dice, llamándome por mi nombre: “Si quieres…”. El único camino que Él
recorre para llegar a mí, es la del amor; de hecho, percibo que los pronombres
“vosotros” y “alguno” están relacionados al “me” del verbo “amar” y de ningún otro
verbo.
“Yo pediré al Padre” (v. 16). Jesús es el orante, que vive de la oración y para la oración;
toda su vida está llena de oración, era oración. Él es el sumo y eterno sacerdote que
intercede por nosotros y ofrece oraciones y súplicas, acompañadas de lágrimas (cfr. Hb
5, 7), por nuestra salvación: “De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que
por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7,
25).
“Si alguno me ama guardará mi palabra” (v. 23); “El que no me ama no guarda mis
palabras” (v. 24). Jesús me ofrece su Palabra, me la da como consigna, para que yo la
cuide y la guarde, la ponga en el tesoro de mi corazón y allí me dé calor, la vele, la
contemple, la escuche y, haciéndolo así, la haga fructificar. Su Palabra es una semilla;
es la perla más preciosa de todas, por la cual vale la pena vender todas las riquezas; es
el tesoro escondido en el campo, por el cual se excava en el mismo, sin temer al
cansancio; es el fuego que nos hace arder el corazón en el pecho; es la lámpara que nos
permite tener luz para nuestros pasos, aunque la noche sea oscura. El amor a la Palabra
de Jesús se identifica con mi amor por el mismo Jesús, por toda su persona, ya que Él,
en definitiva, es la Palabra, el Verbo. Y, por lo tanto, en estas palabras, Jesús me está
gritando al corazón ¡que es a Él a quien debo guardar!
El rostro del Espíritu Santo:
“El Padre os dará otro Consolador” (v. 16). El Espíritu Santo nos es dado por el Padre; él
es la “dádiva buena y el don perfecto que viene de lo alto” (St 1, 17). Él es “otro
Consolador” con relación a Jesús, que se va y viene para no dejarnos solos,
abandonados. Mientras que esté en el mundo, yo no estoy desconsolado, sino
confortado por la presencia del Espíritu Santo, que no es solamente un consuelo, sino
mucho más: es una persona viva junto a mí siempre. Esta presencia, esta compañía es
capaz de darme la alegría, la verdadera alegría; de hecho dice San Pablo: “El fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz …” (Gal 5, 22; cfr. también Rm 14, 17).
“Para que esté con vosotros para siempre”. El Espíritu está en medio de nosotros, está
conmigo, como Jesús estaba con los discípulos. Su verdadera presencia se hace
presencia física, personal; yo no lo veo, pero sé que está y que no me abandona. El
Espíritu permanece para siempre y vive conmigo, en mí, sin una limitación de tiempo o
de espacio; así Él es el Consolador.
“Os lo enseñará todo” (v. 26). El Espíritu Santo es el Maestro, el que abre la vía para el
conocimiento, para la experiencia; nadie, fuera de Él, puede guiarme, plasmarme,
darme una forma nueva. Su escuela no es para alcanzar una ciencia humana, que
hincha y no libera; sus enseñanzas, sus sugerencias, sus indicaciones concretas vienen
de Dios y a Dios vuelven. El Espíritu Santo enseña la sabiduría verdadera y el
conocimiento (Sal 118, 66), enseña la voluntad del Padre (Sal 118, 26.64), sus senderos
(Sal 24,4), sus mandamientos (Sal 118, 124.135), que hacen vivir. Él es el Maestro
capaz de guiarme a la verdad plena (Jn 16, 13), que me hace libre en lo más profundo,
hasta donde se divide el alma y el espíritu, donde solamente Él, que es Dios, puede
llevar vida y resurrección. Es humilde, como Dios, y se abaja, desciende de su cátedra y
viene dentro de mí (cfr. Hch 1, 8; 10, 44), se entrega a mí así, de modo pleno,
absoluto; no es celoso de su don, de su luz, sino que la ofrece si medida.
6. Un momento de oración: Salmo 30
Canto de alabanza al Señor, que nos ha enviado desde lo alto la vida nueva del Espíritu.
R. Tu me das la vida plena, Señor, aleluya!
Te ensalzo, Yahvé, porque me has levantado, no has dejado que mis enemigos se rían
de mí. Yahvé, Dios mío, te pedí auxilio y me curaste. Tú, Yahvé, sacaste mi vida del
Seol, me reanimaste cuando bajaba a la fosa. R.
Cantad para Yahvé los que lo amáis, recordad su santidad con alabanzas. Un instante
dura su ira, su favor toda una vida; por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos
de júbilo. R.
Al sentirme seguro me decía: «Jamás vacilaré». Tu favor, Yahvé, me afianzaba más
firme que sólidas montañas; pero luego escondías tu rostro y quedaba todo conturbado.
A ti alzo mi voz, Yahvé, a mi Dios piedad imploro. R.
¡Escucha, Yahvé, ten piedad de mí! ¡Sé tú, Yahvé, mi auxilio! Has cambiado en danza mi
lamento: me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta. Por eso mi corazón te
cantará sin parar; Yahvé, Dios mío, te alabaré por siempre. R.
7. Oración final
Espíritu Santo, deja que te hable todavía, una vez más; para mí es difícil separarme del
encuentro de esta Palabra, porque en ella estás presente Tú, vives y actúas Tú. Te
presento, a tu intimidad, a tu Amor, mi rostro de discípulo; me reflejo en Ti, Espíritu
Santo. Te entrego, dedo de la derecha del Padre, mis proyectos, mis ojos, mis labios,
mis orejas… realiza la obra de curación, de liberación y de salvación; que yo renazca
hoy, como hombre nuevo del seno de tu fuego, de la respiración de tu viento. Espíritu
Santo, sé que no he nacido para permanecer solo; por esto, te ruego: envíame a mis
hermanos, para que pueda anunciarles la Vida que viene de Ti. Amén. ¡Aleluya!
www.santaclaradeestella.es

El domingo de Pentecostés recoge toda la alegría pascual como un haz de luz


resplandeciente y la difunde con una impetuosidad incontenible no sólo en los
corazones, sino en toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del
universo: todas las cosas tocadas por él quedan como investidas por el fuego, envueltas
en su luz, se vuelven incandescentes y transparentes ante la mirada de la fe. Ahora
bien, ¿es posible decir que «Jesús es el Señor» sólo con la palabra?
Que Jesús es el Señor sólo puede ser dicho de verdad con la vida, demostrando de
manera concreta que él ocupa todos los espacios de nuestra existencia. En él, todas las
diferencias se convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias
forman la armonía de la unidad en el amor. Hemos sido reunidos conjuntamente «para
formar un solo cuerpo» y, al mismo tiempo, tenemos dones diferentes, diferentes
carismas, cada uno tiene su propio rostro de santidad. El amor, antes que reducirlo,
incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don para los
otros. Sin embargo, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos paz en el corazón y si
no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos, testigos de la
esperanza, custodios de la verdadera alegría.
www.Dioscadadía.Bastin,Pinkers,Teheux

No hay reflexión.
www.fraynelson.com

1. El Espíritu que obra maravillas


1.1 Son innumerables las enseñanzas que nos ofrece la teología del Espíritu Santo. Hoy
queremos dar una mirada a las maravillas que obra el Espíritu, de las que poco
hablamos en nuestro contexto católico. El resultado es que nuestra fe se vuelve más un
asunto de conducta, de liturgia y de obediencia, y puede perder espontaenidad, alegría y
fuerza de testimonio.
1.2 Nos apoyamos en preciosos textos del P. Jordi Rivero, sobre el Don de Lenguas, y de
la Madre Adela Galindo sobre el Don de Milagros, ambos de la página
http://www.corazones.org . Conservamos el formato propuesto por los autores.
2. El Don de Lenguas
2.1 Se le llama "don de lenguas" a diferentes dones que se deben distinguir para evitar
confusión:
1- El don milagroso de hablar un idioma que no se ha aprendido por la vía natural. Este
don se manifestó en Pentecostés. - quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. -Hechos
2:4
Se trata de un don milagroso. San Agustín enseña que en el comienzo de la Iglesia este
don era necesario para que el Evangelio se comunicara rápidamente a todas las
naciones, así todos podían recibirlo y además se daba testimonio del origen divino de su
doctrina. Pero cuando la Iglesia ya hablaba los diferentes lenguajes (por medios
naturales) el don se hizo menos necesario.
En su tratado 32 sobre el Evangelio de San Juan, San Agustín, Padre del la Iglesia, siglo
IV, escribe: Hoy día, cuando el Espíritu Santo ha sido recibido, nadie habla en las
lenguas de todas las naciones pues la Iglesia ya habla las lenguas de todas las naciones
y si uno no está en ella, este no recibe el Espíritu Santo.
Santo Tomás, en su Summa Thelogia, confirma que este don milagroso de lenguas no es
tan común como lo era antes. El don, sin embargo, no ha desaparecido. Entre los santos
que lo ejercieron están: San Pacomio (siglo IV), San Norberto (siglo XII), San Antonio
de Padua (siglo XIII), San Vicente Ferrer (Siglo XIV), San Bernardino de Siena (siglo XV)
y San Francisco Javier, el gran misionero en el Oriente (siglo XVI). En cada caso el don
abrió la puerta para comunicar el mensaje del Señor. En nuestro tiempo también hay
numerosos testimonios de este don. Por ejemplo, sacerdotes que, en un momento de
necesidad, han confesado o predicado en un idioma que desconocían.
2- Profecía en lenguas. Es el don de pronunciar profecías en un lenguaje ininteligible o
desconocido por los que están presente. Estas palabras pueden ser interpretadas por
alguien con el don de interpretación (sea porque conoce el lenguaje naturalmente o por
un don especial). Entonces el mensaje edifica a la iglesia. Si no se interpreta, este don
de lenguas se dirige solo a Dios y no a la comunidad.
Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; ... a otro, poder de milagros;
a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a
otro, don de interpretarlas. ( I Corintios 12, 8; 10)
Según San Pablo estos dones (lengua y su interpretación) son parte del don de profecía
pero advierte que debe estar sometido al orden de la iglesia. No deben, por ejemplo,
varias personas hablar en este tipo de lenguas al mismo tiempo.
3- Orar en lenguas o canto de júbilo. Este don es muy diferente a los de arriba. Por
medio de el se expresa, con sonidos ininteligibles, la devoción que no se puede poner en
palabras. Se ha comparado con el canto gregoriano, cuando este extiende las sílabas en
una hermosa armonía de alabanza.
A diferencia del don antes mencionado, este tipo de lenguas pueden ejercerlo varias
personas o muchas, de igual manera que se expresa el canto en la comunidad. Mientras
unos alaban en lenguas, otros pueden alabar con palabras del vernáculo o cantar. Es un
don muy sencillo por el cual el Espíritu Santo nos asiste en la oración, particularmente
en la alabanza. Este don se manifiesta con frecuencia en los grupos de oración
carismáticos.
Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la
aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. (Rm 8,
26-27)
Este don de lenguas es a la vez una forma de oración bajo la influencia del Espíritu
Santo y bajo el dominio de la voluntad del sujeto. Dios no viola su libertad, por lo que la
persona utiliza sus facultades normales. Es por eso que la persona debe rezar en
lenguas utilizando su discernimiento en cuanto al momento y la forma apropiada para
ejercerlo. Puede, por ejemplo elegir rezar en lenguas en alta voz o en silencio según sea
o no una distracción para otros. No se trata por lo tanto de un milagro propiamente
hablando sino de un don que se acopla a las capacidades normales de la naturaleza. En
la oración en lenguas no se utiliza el intelecto para formular el lenguaje. El intelecto se
absorbe en adoración.
San Agustín, Padre de la Iglesia del siglo IV, incluye el don de lenguas en el canto de
"júbilo": Mas he aquí que él Mismo (Dios) te sugiere la manera que has de cantarle: no
te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a
Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo.
¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con
palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la
vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que
manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no
poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de
júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y
este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es
inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y,
por otra parte, no te es lícito callar, lo único que pueden es cantar con júbilo. De este
modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por
unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo. (S.Agustín Salmo 32, sermón 1, 7-8:
CCL 38, 253-354) Mas sobre este texto">
Como todo don, las lenguas pueden utilizarse bien o mal.
No se debe exagerar ni minimizar la importancia de ningún don. Cada uno tiene su lugar
en al plan de Dios y debe utilizarse solo a su servicio. Ningún don es prueba de santidad.
Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy
como bronce que suena o címbalo que retiñe. I Corintios 13, 1.
Debemos aceptar con gratitud todos los dones de Dios y usarlos bien. San Pablo dice:
Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos vosotros - I Corintios 14,18
Habiendo clarificado gratitud por el don de lenguas que el mismo posee, San Pablo
escribe en el próximo versículo: pero en la asamblea, prefiero decir cinco palabras con
mi mente, para instruir a los demás, que 10.000 en lengua. -I Corintios 14,19
En las reuniones de cristianos todo don tiene su lugar en el orden que debe existir. (Cf 1
Cor 14, 39-40)
El don de lenguas también es una gran ayuda en la oración privada.
Los sacerdotes y líderes de grupos tienen una responsabilidad de enseñar el uso correcto
de los dones. Deben ayudar a vencer las dudas y otros obstáculos como también
advertir sobre los excesos. De igual manera, no es justo condenar un don de Dios
porque algunos lo hayan mal usado o mal interpretado.
Las lenguas no son una "señal" para los creyentes
San Pablo: Así pues, las lenguas sirven de señal no para los creyentes, sino para los
infieles; en cambio la profecía, no para los infieles, sino para los creyentes. I Corintios
14, 22
San Pablo no está sugiriendo que no se use el don entre creyentes. Solamente dice que
no se tenga entre ellos como señal. Y es que algunos enseñan falsamente que el don de
lenguas es señal de elección o de santidad o asumen que si no hay oración en lenguas
no está actuando el Espíritu Santo. Estos errores se deben condenar. San Pablo exhorta
a la madurez, a valerse con gratitud de todos los dones pero no fascinarse con los dones
mas visibles, sino reconocer el lugar de cada uno. El de lenguas es inferior a los demás
dones y virtudes.
El don de lenguas, siendo para el bien de la Iglesia, nos ayuda a abrirnos a otros dones.
Pero esto solo ocurre si el corazón está bien ordenado según la sana doctrina.
Testimonio: El don de lenguas ha sido una gran ayuda para abrir mi corazón en oración.
Una vez explicado correctamente en el contexto de una comunidad que acepta el don,
las lenguas son recibidas por muchos y la comunidad incrementa su alabanza. En
nuestra experiencia, el don de lenguas, una vez recibido, permanece como don. Pero
muchas veces se abandona como si fuese un don solo para principiantes. Si se desprecia
el don, si se puede perder. Tenemos una tendencia a estar en control y convertir los
grupos de oración en grupos de discusión o compartir, cosas buenas en sí pero que no
deben sustituir la alabanza.
3. El Don de Milagros
I. El don de milagros
¿Que es el don de milagros?
Es una manifestación temporal del poder de Dios a través del cual, un obstáculo es
removido o una oportunidad se da, de forma especial. Para que sea milagro, este efecto
tiene que venir de la intervención directa de Dios en las realidades humanas.
Es un medio de conversión para algunos y aumento de fe para otros.
¿Que eventos son los que se pueden considerar milagros?
a) Una curación inmediata de una enfermedad de gravedad.
b) Un cambio completo de mente o de corazón de una persona.
c) La conversión repentina de un enemigo de la Iglesia.
d) El movimiento de objetos materiales (por ejemplo: que se pueden encontrar.)
e) Tanto la llegada de repente de una persona, como el ser removida de repente, lo cual
hace posible la solución de algún problema.
** La Iglesia tiene mucha cautela en decidir definitivamente si ha ocurrido un milagro.
Si es tan difícil decir si ha ocurrido un milagro, ¿que valor tiene el conocimiento de este
don?
Es importante saber y creer que Dios interviene a través de milagros porque así, si El
inspira a una persona (o a un grupo) a pedir por un milagro, esta persona (o este grupo)
podrán estar disponibles a cooperar con Sus inspiraciones.
¿Que propósito tienen los milagros?
Hay tres propósitos:
a) Corregir una situación que no se puede corregir de forma natural;
b) Apoyar y aumentar la fe de los que están envueltos;
c) Demostrar la aprobación de Dios al ministerio de predicación.
¿Son evidentes los milagros en el movimiento de la Renovación Carismática?
Si. La apertura de estos grupos a la oración y a los dones carismáticos es la condición
necesaria para que Dios manifieste su poder. Como el don de milagros es un don
poderoso, se puede esperar mayor desarrollos en el ministerio de milagros a la medida
en que las personas van creciendo en la vida espiritual.
Si los milagros son extraordinarios, ¿porque San Pablo los incluye en la lista de los
dones carismáticos regulares?
Hay momentos en la vida de los grupos de oración o en la vida de un individuo, que
hace falta un verdadero milagro para obtener algún designio que Dios quiere. Por tanto,
aunque sea un ayuda extraordinaria, la necesidad de ella surge en cada grupo y en la
vida cotidiana de los individuos.
II. Don de milagros en las SagradaS Escrituras
¿No seria demasiado extraordinario la presencia del don de milagros como algo regular
en la vida cristiana?
Los milagros fueron por seguro, una parte regular de la Iglesia Primitiva y sin embargo
la vida de los primeros cristianos era una vida ordinaria. Los milagros eran
intervenciones extraordinarias en vista de necesidades extraordinarias. Las personas
llevaban una vida normal, pero creían que Dios intervendría en algunas situaciones para
salvarlos.
¿Cual es la actitud del Antiguo Testamento en referencia a los milagros?
Es difícil decir cual es la actitud. En el Antiguo Testamento la naturaleza no era
considerada como regida por leyes estables y tampoco existía una palabra en Hebreo
para milagro. Algunas de las figuras del Antiguo Testamento si tenían poderes
milagrosos (como Moisés y Elías) pero es difícil decir que fue lo que ocurrió.
¿Que enseñan los evangelios sobre los Milagros?
Los Evangelios usan la palabra poder para indicar milagros. También consideran que el
poder de Dios entró en el mundo de forma especial en la persona de Cristo.
¿Cuales son los textos del Nuevo Testamento que testifican el poder que tenían los
apóstoles de hacer milagros?
a) La muerte de Ananías y Safira (Hechos 5 : 1 -1 0)
b) Los milagros de Felipe en Samaria (Hechos 8 : 6)
c) La resurrección de Tabita (Hechos 9 : 36 - 43)
d) La resurrección de Eutico (Hechos 20 : 10)
e) La protección de Pablo después de haber sido mordido por una serpiente (Hechos 28 :
5)
III. El don de milagros y otro dones carismáticos
¿En que manera se distingue el don de milagros del don de sanación?
El don de milagros abarca muchas situaciones y su naturaleza sobrenatural es mas
patente. Una curación grande e inmediata sería considerada un milagro, mientras que
en otras curaciones Dios actúa sobre un periodo de tiempo.
¿Como se relacionan el don de milagros y el don carismático de la fe?
Son muy unidos en que, a través de ambos, Dios eleva el poder de la intercesión a un
nuevo nivel. También, porque el don carismático de la fe esta operante en el don de
milagros.
Son distintos en que el don de milagros tiene un efecto externo, verificable y por tanto,
es un signo extraordinario del poder y la protección de Dios. El don de la fe por lo
general, no necesita este signo externo. Muchas veces la misma persona no esta
consciente del poder que hay en su oración de fe.
¿Como están relacionados el don de milagros y la palabra de sabiduría?
Se puede decir que ambos operan en situaciones importantes o peligrosas. La palabra
de sabiduría es Dios actuando mas en sentido espiritual o intelectual de forma que las
personas son movidas a través del poder de la palabra que se dice. Los milagros
intervienen en las situaciones por el poder de Dios y muchas veces sin que se digan
muchas palabras.
¿Cuando ocurren los milagros?
a) Hay veces en que Dios esta dispuesto a obrar un milagro aun para las persona que Le
huye. Este milagro se le atribuye a las oraciones de los demás.
b) A veces, cuando una persona esta recién convertida, Dios obra un milagro como un
signo inolvidable para esa persona de su poder y de su fidelidad. Pero la presencia
regular de milagros no es normal en los comienzos de la vida espiritual.
¿Que debe hacer una persona para predisponerse a este don?
Los milagros requieren una fe activa y un amor para los demás que mueve al individuo a
rogarle a Dios continuamente, sin dejar de interceder. Además se requiere una
sensibilidad extrema a las mociones del Espíritu Santo y al poder divino.
IV. Crecimiento en el don de milagros
¿Existen condiciones que alimentan el crecimiento del don de milagros?
Son los siguiente:
a) Como muchas veces son la confirmación de Dios a la palabra que se predica, los
milagros se hacen mas presente cuando la palabra de Dios es predicada y vivida.
b) Como están supuestos a remover los obstáculos a la voluntad de Dios, los milagros se
hacen mas presentes cuando la persona esta totalmente comprometida a Su Voluntad y
a la promoción del Reino.
c) Los milagros se encuentran mas entre las personas que han madurado mas en la vida
Espiritual.
¿No es una forma de presunción hablar de crecimiento en el don de milagros?
Aunque pueda parecer así, esta presunción se basa en:
a) El hecho que San Pablo considera los milagros como un ministerio que se da de forma
regular a las comunidades cristianas.
b) Estos dones carismáticos extraordinarios se hacen cada vez mas abundantes en vista
del bien que redunda a la Iglesia. En estos tiempos actuales, parece ser que estos son
mas abundantes en las comunidades carismáticas.
V. Aplicación practica del don de milagros
¿No podríamos decir que la Era de milagros ya paso, ahora que el hombre ha
descubierto las medicinas milagrosas y otras formas de cambiar la vida humana?
No porque:
a) Con la complejidad de la vida contemporánea, el hombre se enfrenta a problemas
mayores hoy que en siglos pasados.
b) Aun con todos sus poderes humanos, el hombre se encuentra indefenso ante sus
dificultades.
c) Son los mismos poderes humanos (poder nuclear, etc.) lo que son la causa de mucho
de las problemas del hombre.
¿Cual es la actitud correcta ante el don de milagros?
a) Los milagros ocurren solamente cuando los medios humanos han fracasado o no
están presentes.
b) El hombre no debe ver el milagro como algo normal, sino que lo debe ver como una
intervención extraordinaria del amor de Dios.
c) El hombre no debe limitar las acciones de Dios con ideas preconcebidas de lo que Dios
no puede o no va hacer.
d) El individuo deber entregarse totalmente a Dios y Su Reino utilizando todos los dones
con discernimiento, sabiendo que, cuando se presenten obstáculos, el puede mirar con
fe a Dios para conseguir los milagros necesarios en su favor.
www.elmisericordioso.me-Pildorasdefe.net

Conversando con el amor


Señor, regálame la gracia de la perseverancia, que sea constante en las cosas que haga
y ante cualquier eventualidad sea capaz de sobreponerme, pues los fracasos son
experiencias que me deben motivar y no hacerme desfallecer. Confío en Ti. Amén.
Evangelio de hoy. Santo Evangelio, domingo Solemnidad Pentecostés
Reflexión por el Papa Francisco.
En la Lectura del Evangelio de hoy, vemos que, el protagonista del perdón de los
pecados, es el Espíritu Santo. Él es el protagonista... Jesús resucitado hizo el gesto de
soplar sobre ellos, diciendo: "Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a
los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Jesús, transfigurado en su cuerpo, ahora es el hombre nuevo, que ofrece los dones de
Pascua fruto de su muerte y resurrección: ¿y cuáles son estos dones? La paz, la alegría,
el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo dona al Espíritu Santo que todo
esto es la fuente. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones.
El aliento de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica
la transmisión de la vida, la nueva vida regenerada por el perdón.
Pero antes de hacer el gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus heridas en
sus manos y el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación.
El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando por "las llagas de Jesús.
Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. ¿Pero cómo es esto? Porque
es un poco difícil entender como un hombre puede perdonar los pecados.
Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves: para abrir, cerrar,
para perdonar.
Dios perdona a cada hombre en su misericordia soberana, pero Él mismo quiso que los
que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón a través de los ministros de la
Comunidad.
A través del ministerio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis pecados son
perdonados y se me da la alegría. (Reflexión del Evangelio de hoy. Catequesis, 20 de
noviembre de 2013)
El Espíritu Santo y la paz.
Jesús también da la paz. La paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo. Su saludo
inicial es: "La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo". Ésta es la paz de Jesús:
es una Persona, es un regalo grande.
Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la
paz,nadie. Es una paz definitiva ¿Cuál es nuestro trabajo?
Custodiar esta paz, custodiarla. Es una paz grande, una paz que no es mía, es de otra
Persona que me la regala, de otra Persona que está dentro de mi corazón y que me
acompaña toda la vida. Me la dio el Señor"
Esta paz se debe recibir como un niño recibe un regalo, sin condiciones con el corazón
abierto. Esta paz es la presencia del Espíritu Santo, gran regalo de Dios, y quien
debemos recurrir en toda circunstancia.
Si ustedes tienen esta paz del Espíritu, si tienen al Espíritu dentro de ustedes y tienen
conciencia de esto, que no se turbe el corazón de ustedes. Estén seguros.
Pablo nos decía que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario pasar por tantas
tribulaciones. Pero todos, todos nosotros, tenemos tantas, todos. Más pequeñas.... más
grandes... Pero que no se turbe el corazón de ustedes: y ésa es la paz de Jesús.
La presencia del Espíritu Santo hace que nuestro corazón esté en paz. No anestesiado,
no. Consciente, en paz: con esa paz que sólo da la presencia de Dios. (Homilía del
Evangelio de hoy. Santa Marta, 20 de mayo de 2014)
Oración para el Evangelio de hoy.
Mi Señor, Bendito seas que ante las dificultades me sostienes y me llenas de coraje.
Quiero crecer contigo en el amor, sabiduría, paz y en misericordia.
Me has prometido que vendrá sobre mí el gran Consolador, ese que lleva al Espíritu a la
calma, lo llena de alegría y saca lo más valioso que llevo dentro.
Envía sobre mí la fuerza del Espíritu Santo para poder dar testimonio de tus palabras y
poder así, acercar a los míos y a los demás a tu Divina Presencia.
Quiero ser lámpara de vida. Dame ese don precioso del Espíritu que libera de tristezas,
temores y angustias y me da la serenidad en los momentos turbios.
Sé que vendrán persecuciones y desafíos por seguirte; pero el poder de tu Espíritu me
cobija, guía mis pasos y me capacita para no dejarme derrotar.
Señor, consuélame, protégeme y hazme consciente de que sólo la verdad de tu Espíritu
Santo, es la que me hará libre, fuerte y capaz de salir adelante.
Confío en Ti, confío en el Padre que me ama, confío en que el Gran Defensor me asistirá
en todo momento y colmará mi vida con todos sus dones.
Ven a mi corazón, anida allí la esperanza. Pon palabras de ánimo y bendición en mi boca
para llevarte a los que aún no han abrazado tus maravillas. Amén
Propósito para hoy.
Por amor a Jesús, hoy voy a hacer un acto consciente de caridad a esas personas
necesitadas que el Espíritu Santo ponga en mi camino.
Frase de reflexión.
"María, Virgen de Fátima, estamos seguros de que cada uno de nosotros es precioso a
tus ojos y que nada de lo que habita en nuestros corazones es ajeno a ti. Custodia
nuestra vida entre tus brazos, guíanos a todos nosotros por el camino de la santidad".
Papa Francisco.
www.evangelizacion.org.mx

Oración en Familia
Sacerdote: Jesús para que podamos anunciar con poder su evangelio y ser sus testigos
en todo el mundo nos ha enviado desde el cielo la fuerza del Espíritu Santo. Pidamos a
Dios que podamos cumplir con nuestro compromiso diciendo:
Todos: Envíame Señor yo iré.
Papá: Te pedimos Señor que continúes asistiendo a tu siervo el Papa Francisco para que
anuncie con poder y valentía el mensaje del Evangelio.
Todos: Que la luz de tu Espíritu esté siempre con él para que lo guíe y le dé la sabiduría
que viene de ti para ser maestro de todas las naciones.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Mamá: Al celebrar la venida del Espíritu a nuestra Iglesia te pedimos que hagas
descender en nuestras familias la sabiduría y la paz.
Todos: Especialmente te pedimos por todos los padres de familia para que puedan guiar
a sus hijos en el camino del Evangelio.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Tu Espíritu ha traído a nuestras vidas la alegría y la fuerza para predicar el
Evangelio.
Todos: Quita de nosotros todo temor y vergüenza para que seamos auténticos
discípulos y podamos ser constructores de tu Reino.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Tú sabes bien que nuestra sociedad consumista se ha cerrado a la luz al amor
y al perdón y se ha cegado en el materialismo.
Todos: Envía tu luz sobre todos aquellos que dirigen las estructuras tanto en el gobierno
como en las empresas para que haya más justicia y paz.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Hijo(a): Envía el fuego de tu Espíritu sobre todos nuestros jóvenes para que tu calor los
llene de amor y de celo por el Evangelio.
Todos: Haz de cada uno de ellos un testigo fiel de tu evangelio para que lleven tu
mensaje a todos sus hermanos especialmente en las universidades donde tanta falta
hace.
Todos: Envíame Señor yo iré.
Sacerdote: Señor Jesucristo tú que has enviado la fuerza del Espíritu a nuestros
corazones escucha benigno todas estas súplicas que elevamos hacia ti por manos de
María Santísima y concédenoslas tú que vives y reinas y que eres Dios por los siglos de
los siglos.
Todos: Amén.
www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini

Con la efusión del Espíritu Santo, toda la alegría pascual, recogida como en un haz de
luz fulgurante, se difunde con incontenible ímpetu no solo en los corazones, sino sobre
toda la tierra. El Resucitado se ha convertido en el Señor del universo: todas las cosas
que toca quedan como investidas por el fuego, envueltas en su luz, hechas
incandescentes y transparentes al ojo de la fe. En él, todas las diversidades se
convierten en una expresión de la belleza divina, todas las diferencias forman la armonía
de la unidad en el amor.
El amor incrementa todo lo que hay de bueno en nosotros y nos hace a los unos don
para los otros. Ahora bien, no podemos vivir en el Espíritu si no tenemos la paz en
nuestro corazón y no nos convertimos en instrumentos de paz entre nuestros hermanos,
testigos de la esperanza, custodios de la verdadera alegría.
www.catholic

Los dones del Don divino. Hay tres cosas que necesita todo ser humano. Tres bienes
tan fundamentales como el agua, como el alimento, como el vestido. Tres tesoros tan
valiosos que no se consiguen con el solo esfuerzo de la naturaleza. Cristo murió, resucitó
y subió al cielo para poder obsequiarnos con estos tres dones.
Uno de ellos es la paz. "La paz esté con ustedes", Jesús nos dice hoy en el Evangelio. En
un mundo donde nos rodean preocupaciones, tensiones, enfrentamientos, Él quiere ser
nuestra paz. Una paz muy especial y que no se limita a la inactividad o el armisticio. Él
nos anuncia su paz mostrándonos sus heridas, pues éste es el precio de la reconciliación
con Dios. Sólo por medio de la cruz el hombre recibe el perdón y puede sanar las grietas
que hay en su propio corazón y en su relación con Dios y con los demás.
Otro don es la alegría. También ésta consiste en algo más que humano; no es como la
alegría de una fiesta o de un logro personal. Es mucho más que eso. Es la alegría que
nace de ver a Cristo. Sólo en Él podemos contemplar el Rostro de Dios, y así saciar la
sed más profunda de nuestra alma: ¡ver al Señor!
Por último, el don de la misión. En nuestra vida hay muchas cosas que hacer, pero sólo
el que encuentra a Cristo descubre para qué ha sido creado y adónde lo envía Dios. Esta
misión que Dios nos da es algo mucho mayor que cualquier otro servicio, oficio y
negocio. Es un honor inmerecido, pero esencial para el alma, pues Dios nos dice de esta
manera que para Él somos importantes y necesarios.
Tres dones, pero que en realidad se dan en un solo Don: el Espíritu Santo que Cristo nos
envía. Pidamos la gracia de recibir con más fuerza en nuestra vida al Espíritu Santo, el
Don de Dios. Pidamos también los tres dones que vienen siempre con Él: la verdadera
paz, la profunda alegría, la auténtica misión.
• "La tarde de Pascua Jesús se aparece a sus discípulos y sopla sobre ellos su Espíritu
(cf. Jn 20, 22); en la mañana de Pentecostés la efusión se produce de manera
fragorosa, como un viento que se abate impetuoso sobre la casa e irrumpe en las
mentes y en los corazones de los Apóstoles. En consecuencia reciben una energía tal
que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo."
(Homilía de S.S. Francisco, 24 de mayo de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con
Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees
que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy estaré atento a mis palabras, buscando transmitir paz y alegría con lo que digo.
www.BibliaStraubinger

22 s. Recibid: Este verbo en presente ¿sería una excepción a los reiterados anuncios de
que el Espíritu sólo descendería cuando Jesús se fuese? (16, 7 y nota). Pirot expresa que
“Jesús sopla sobre ellos para significar el don que está a punto de hacerles”. El caso es
igual al de Lucas 24, 49, donde el Señor usa también el presente “yo envío” para indicar
un futuro próximo, o sea el día de Pentecostés. Por lo demás esta facultad de perdonar o
retener los pecados (cf. Concilio Tridentino 14, 3; Denz. 913) se contiene ya en las
palabras de Mateo 18, 15-20, pronunciadas por Jesús antes de su muerte. Cf. Mt. 16,
19. La institución del Sacramento de la Penitencia expresada tan claramente en estos
versículos, obliga a los fieles a manifestar o confesar sus pecados en particular; de otro
modo no sería posible el “perdonar” o “retener” los pecados. Cf. Mt. 18, 18; Conc. Trid.
Ses. 1; cap. V. 6, can. 2-9
http://www.ciudadredonda.org

Testigos del Espíritu, testigos del amor. En nuestro mundo se hablan muchos
idiomas. Muchas veces no nos entendemos. Seguro que en nuestra ciudad también nos
encontramos por la calle con personas que hablan otras lenguas. Quizá nosotros mismos
hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que entendiese nuestro idioma
cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar adecuadamente a alguien porque
sencillamente no le entendíamos.
Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre aquel primer grupo de
apóstoles y discípulos que, después de la muerte y resurrección de Jesús se seguían
reuniendo para orar y recordar al maestro. La venida del Espíritu Santo tuvo un efecto
maravilloso. De repente, los que habían estado encerrados y atemorizados se atrevieron
a salir a la calle y a hablar de Jesús a todos los que se encontraron. En aquellos días
Jerusalén era un hervidero de gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles
pasaban gentes de todo el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que
todos escuchaban a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios,
del gran milagro que Dios había hecho en Jesús resucitándolo de entre los muertos.
Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las naciones, de las
culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos rincones de nuestro
mundo, proclamando siempre las maravillas de Dios de forma que todos lo han podido
entender. Junto con el Evangelio ha llegado también la paz a muchos corazones y la
capacidad de perdonar, tal y como Jesús en el Evangelio les dice a los apóstoles.
Hoy son muchos los que se siguen dejando llevar por el Espíritu y con sus palabras y con
su forma de comportarse dan testimonio de las maravillas de Dios. Con su amor por
todos y su capacidad de servir a los más pobres y necesitados hacen que todos
comprendan el amor con que Dios nos ama en Jesús. Con su capacidad de perdonar van
llenando de paz los corazones de todos. El Espíritu sigue alentando en nuestro mundo.
Hay testigos que comunican el mensaje por encima de las barreras del idioma o las
culturas. ¿No ha sido la madre Teresa de Calcuta un testigo de dimensiones universales?
Su figura pequeña y débil era un signo viviente de la preferencia de Dios por los más
débiles, por los últimos de la sociedad.
Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a proclamar las maravillas
de Dios, a amar y a perdonar a los que nos rodean como Dios nos ama y perdona, a
encontrar nuevos caminos para proclamar el Evangelio de Jesús en nuestra comunidad.
Hoy es día de fiesta porque el Espíritu está con nosotros, ha llegado a nuestro corazón.
¡Aleluya!
Para la reflexión
¿Qué me llamaba más la atención de la madre Teresa de Calcuta? ¿Qué otras personas
me parece que son hoy testigos del amor de Dios en nuestro mundo? ¿Cómo podría yo
ser testigo del amor y perdón de Dios para los que me rodean?
••• Recibe el Espíritu Santo. El Espíritu Santo completa la obra de Cristo en nosotros, y,
a través de nosotros, en el mundo. Al igual que los apóstoles, también nosotros hemos
recibido el mandato de romper y abandonar nuestros muros cercados y llevar sanación y
paz al mundo.
Cincuenta días después de la noche de Pascua, celebramos la fiesta de Pentecostés. En
los textos de las lecturas de este domingo, aparecen las condiciones para poder acoger
al Espíritu de Jesús:
Primero: Estar reunidos: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”,
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. No sólo reunidos, sino unidos:
“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el
cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de
ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo”. La comunidad, es el símbolo de
la presencia del Espíritu y el sueño del Reino que quiere reunirnos a todos en una mesa
común, como veremos siguiendo las reflexiones de los textos. Solo nadie puede
salvarse, ni llenarse de la fuerza del Espíritu.
Segundo: Hay que hacer y tener una experiencia de encuentro y acogida, que
los que la tienen, la describen así: “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz
a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor”, “De repente, un ruido del cielo, como de un viento
recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas,
como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del
Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería”. Y es, que como dice San Pablo a los Corintios: “Nadie puede decir
Jesús es Señor, sino es bajo la acción del Espíritu Santo”. Sin esa paz, que irrumpe
como lenguas de fuego o agujeros del costado, no podremos sentir a Jesús como dueño
de nuestras vidas, no podremos superar el miedo.
Cuál sería la experiencia, para que aquellos apóstoles asustados y escondidos, tuvieran
la valentía de salir a la calle, a anunciar que Jesús había resucitado, sabiendo que en ello
les iba la vida, como así sucedió. Pocos estamos dispuestos a dar la vida por una idea,
incluso por una persona, algo pasó en el interior, la presencia del Espíritu, es un viento
huracanado que lo transforma todo, bien se lo dijo Jesús a Nicodemo.
Tercero: Somos enviados a todos: “Como el padre me ha enviado, así también os
envío yo”, a los judíos y griegos, esclavos y libres, partos, medos, elamitas, de
Mesopotamia, Capadocia, del Ponto, Asía, Frigia, Panfília, Egipto, Libia, Cirene, Roma,
Cretenses y árabes… Ya no hay torre de Babel, en la que cada uno habla su propio
idioma, todos entienden el lenguaje del amor. Nosotros, debemos vivir nuestra vida
ordinaria en estado de misión, cuando conversamos con un amigo, nos comprometemos
en algo social, cumplimos en nuestro puesto de trabajo, en todo debe estar presente el
sentirnos enviados.
Y cuarto: Para realizar esta misión contamos cada uno con una serie de dones,
que hemos de poner al servicio de toda la comunidad: “Hay diversidad de dones, pero
un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad
de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el
Espíritu para el bien común”. Por eso, es hoy el día de la Acción Católica y el Apostolado
Seglar. Las parroquias, movimientos apostólicos y grupos cristianos, aportamos desde
nuestros ambientes, dones y carismas, lo necesario para construir una Iglesia que es
comunión y en la que cada uno asume sus responsabilidades.
Pentecostés inicia el tiempo de la Iglesia. Si el Espíritu nos ha congregado en esta
Eucaristía, ahora nos envía, para que seamos en todas partes los testigos de una
novedad: es posible saltar las barreras del individualismo y del miedo, para compartir la
misma fe, el mismo pan y la misma lengua. Salgamos a anunciar que el Espíritu del
Señor, renueva y repuebla la faz de la tierra.
http://www.aqplink.com/roguemos

Juan 20,19-23 – Reciban el Espíritu Santo.


El Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, es desde luego una poderosísima
fuerza con la que Jesús, por Voluntad del Padre, ha querido revestirnos. Es el Espíritu
Santo que obra en nosotros el que hace posible que alcancemos las promesas de Cristo.
No hay otra forma. Jamás las alcanzaremos por nuestros propios medios. Nos
engañamos si pretendemos ignorar esta fuerza y valernos por nosotros mismos. La
Divinidad no está a nuestro alcance si no es por obra del Espíritu Santo. La Buena
Noticia del Reino nos ha sido dada por Jesús, soplando el Su Espíritu Divino, para que
seamos capaces de acogerla y llevarla al mundo entero. Dios Padre ha pensado en todo.
No podía ser de otro modo. Junto con la Misión, nos ha dado los recursos necesarios
para cumplirla. Entonces, solo así está a nuestro alcance. Hemos de oírla y disponernos
obedientemente a cumplir con lo que Jesús nos manda, porque solo así alcanzaremos la
Vida Eterna, vida que Dios Padre quiere compartir con todos nosotros. La paz con
ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y
les dijo: Reciban el Espíritu Santo.
Nuestra reflexión el día de hoy debe estar dirigida a tratar de comprender la importancia
del Espíritu Santo en nuestras vidas. ¡Sin Él no podemos hacer nada! Pero esto lejos de
ser una fórmula que repetimos muchas veces de memoria sin llegar a comprender su
significado real y profundo, debemos aprender a gustarlo, a sentirlo, a trasuntarlo.
Desde que amanece el día, hasta que vamos a dormir es el Espíritu Santo el que nos va
conduciendo, guiando y fortaleciendo. Él nos da la capacidad para superar toda
dificultad, para desempeñarnos adecuadamente. Él pone en nuestros labios la palabra y
el gesto justo. Tenemos que dejar de actuar como si todo de pendiera de nosotros…Se
dice fácil, pero qué difícil nos resulta llevarlo a la práctica. Líneas muy finas separar lo
que es nuestra voluntad de lo que es Voluntad del Padre. Igualmente lo que está cifrado
en nuestras capacidades, de aquello que en realidad es obra del Espíritu Santo que
habita en nosotros. Ser cauce de ambas, debe ser nuestra oración permanente, hasta
alcanzar a hacernos totalmente disponibles, dejándonos llevar por donde nos conduzca
nuestro Señor, confiando plenamente en Él. La paz con ustedes. Como el Padre me
envió, también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu
Santo.
Una señal determinante de la presencia del Espíritu Santo es la paz. Por lo tanto, hemos
de tener en cuenta que si aquello que nos mueve e impulsa a actuar nos angustia o nos
aflige, debemos reconsiderarlo, pues podría tratarse de un mero activismo, o de un
propósito más bien nuestro, incluso egoísta. Porque aquello que viene del Espíritu Santo
debe colmarnos de paz. Es cierto que a veces tendremos que afrontar situaciones
adversas, particularmente duras, en las que nos será difícil mantener la calma y la
ecuanimidad, pero es justo en esos momentos en los que debemos pedir el auxilio del
Espíritu Santo y el vendrá a nosotros a iluminarnos, a darnos claridad y serenidad en
cuanto tengamos que hacer. Si estamos orientados a cumplir con la Voluntad del Padre,
el Espíritu Santo nos guiará y fortalecerá, dándonos todo lo que requiramos para hacerle
frente, pero fundamentalmente paz y serenidad, sabiendo que nada ni nadie puede
oponerse a la Voluntad de Dios y que esta tarde o temprano prevalecerá, porque así lo
quiere Dios Padre. Es esta seguridad la que nos permite avizorar el triunfo final, sea cual
sea la circunstancia que estemos atravesando y es esta la que nos animará y permitirá
aguardar serenos cualquiera que sea el resultado temporal o parcial, con paz, con
alegría y gratitud hacia nuestro Padre. Nuestra mirada y nuestra confianza debe estar
siempre puesta allí, en lo alto. La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo
los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.
El inmenso poder del Espíritu Santo viene en auxilio de la fe. Jesucristo nos otorga
poderes determinantes en la vida de nuestros hermanos, sean estos amigos, familiares,
vecinos, compañeros, conocidos o simplemente miembros de nuestra comunidad. Pero
aunque aquí no se diga expresamente esto solo está al alcance de quienes nos hacemos
uno con Cristo, quienes hacemos Su Voluntad, que es la del Padre, tal como Jesucristo
mismo la hace, porque Él nos envía exactamente como el Padre lo envió. Esto es
fundamental. Tenemos que esforzarnos por comprender esta condición, porque es solo
ésta a cuyo servicio se encuentra el mismísimo Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Es en
esta medida, que confluyamos y nos hagamos uno con Jesús que el Espíritu Santo
gobernará nuestros actos e incluso se hará cargo de los mismos, de tal modo que no
habrá obstáculo que no podamos salvar, a tal extremo que incluso tendremos en
nuestras manos el poder del perdón de los pecados, que está por encima de todo poder,
tal como el Señor nos lo hizo notar en tantas oportunidades en las que curó. Este es un
poder que tal vez pasa desapercibido, porque no tiene manifestaciones externas tan
evidentes como la de alguien que empieza a caminar, a hablar o a ver, pero que va más
allá de cualquier limitación física, porque cura, limpia y purifica lo más importante, como
es el alma, el espíritu. Es con la confianza de haber sido perdonados por Dios, porque es
en su nombre y por su poder y actuando en unidad con Él, que podemos enfrentar el
mundo, sabiendo que por Su Voluntad quedamos limpios de toda culpa, de toda maldad,
de todo egoísmo, de todo pecado. Como nosotros perdonamos por obra y mandato de
Dios, así también seremos perdonados. La paz con ustedes. Como el Padre me envió,
también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo.
Oremos: Padre Santo, solo queremos pedirte que nos hagas dóciles a Tú Espíritu Santo.
Que nos dejemos iluminar y conducir, para hacer Tu Voluntad…Te lo pedimos por
Jesucristo nuestro Señor…Amén. Roguemos al Señor… Te lo pedimos Señor.
http://www.caminando-con-jesus.org

Sed del Espíritu. “Reciban el Espíritu Santo”. El gran don pascual de Cristo es el
Espíritu Santo. Para esto ha venido Cristo al mundo, para esto ha muerto y ha
resucitado, para darnos su Espíritu. De esta manera Dios colma insospechadamente sus
promesas: “Les daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un Espíritu nuevo” (Ez
36,26). Necesitamos del Espíritu Santo, pues “el Espíritu es el que da la vida, la carne
no sirve para nada” (Jn 6,63). El Espíritu Santo no sólo nos da a conocer la voluntad de
Dios, sino que nos hace capaces de cumplirla dándonos fuerzas y gracia: “Les infundiré
mi Espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis
mandatos” (Ez 36,27).
“Sopló sobre ellos”. Para recibir el Espíritu hemos de acercarnos a Cristo, pues es Él – y
sólo Él – quien lo comunica. Él mismo había dicho: “El que tenga sed que venga a mí y
beba” (Jn 7,37). Es preciso acercarnos a Cristo en la oración, en los sacramentos, sobre
todo en la Eucaristía, para beber el Espíritu que mana de su costado abierto. Y es
preciso acercarnos con sed, con deseo intenso e insaciable. De esta manera, Cristo no
nos deja huérfanos (Jn 14,18), pues nos da el Espíritu que es maestro interior (Jn
14,26; 16,13), que consuela y alienta (Jn 14,16; 16,22).
“Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Jesús afirma al inicio de
su ministerio que ha sido “ungido por el Espíritu del Señor para anunciar la Buena
Noticia a los pobres” (Lc 4,18). Y a los apóstoles les promete: “Recibiréis la fuerza del
Espíritu y seréis mis testigos” (Hech 1,8). Jesús nos hace partícipes de la misma misión
de anunciar el evangelio que él ha recibido del Padre y lo hace comunicándonos la fuerza
del Espíritu Santo. El Espíritu nada tiene que ver con la lentitud, la falta de energías, la
pasividad; es impulso que nos hace testigos enviados y apóstoles.
• Según el testimonio de Juan, el envío en misión y el don del Espíritu ocurrieron
durante la primera aparición del Resucitado a sus apóstoles la noche de Pascua: es
decir, lo esencial del misterio de Pentecostés en su plena manifestación. El Pentecostés
judío, que evocaba la Alianza del Sinaí, era apropiado para servir de punto de apoyo al
primer testimonio autorizado sobre la resurrección. Una nueva Alianza se ha concluido
en el Espíritu del Padre y del Hijo.
1. Al atardecer del primer día de la semana
Estas apariciones a los apóstoles son destacadas en el Evangelio de San Juan para
relatarnos su particular importancia, estos son hechos excepcionales. La primera
aparición, sucede en la “tarde” del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la
semana era llamado por los judíos como lo pone aquí San Juan, “el primer día de la
semana.”
Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Suponemos que los once apóstoles están juntos, sin embargo también se puede
presumir que posiblemente hubiese con ellos otras personas, pero estas no se citan.
El relato evangélico no precisa el lugar donde sucedieron estos hechos, no obstante
creíblemente podría ser en el cenáculo (Hech 1:4.13). Los sucesos de aquellos días,
siendo ellos los discípulos del Crucificado, les tenían temerosos. Esa es la razón por la
cual se ocultaban y permanecían a puertas cerradas. Temía la intromisión inesperada de
sus enemigos.
2. El estado “Glorioso” en que se halla Cristo Resucitado
Pero la entrega de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado “glorioso”
en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos. Es así como
inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. En el relato de Lucas, se
comenta que quedaron “despavoridos,” pues creían ver un “espíritu” o un fantasma.
Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con
ustedes!”. Con ello les dispensó lo que ésta llevaba adjunto (cf. Lc 24:36-43). San Juan
omite lo que dice en evangelio de Lucas, sobre que no se turben ni duden de su
presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra “las manos,” que con sus
cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes perforadas por los clavos, y “el
costado,” abierto por la lanza; en ambas heridas, mostradas como títulos e insignias de
triunfo, tal así que Tomás podría poner sus dedos.
En el evangelio de Lucas se relata que les muestra “sus manos y pies,” y se omite lo del
costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere decir esto que Cristo
tenga que conservar estas señales en su cuerpo. Como se mostró a Magdalena
seguramente sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en aspecto de un caminante, así
aquí, por la finalidad apologética que busca, les muestra sus llagas. Todo depende de su
voluntad. Esta, como la escena en Lucas, es un relato de reconocimiento: aquí, de
identificación del Cristo muerto y resucitado; en Lucas es prueba de realidad corporal,
no de un fantasma.
Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, San Juan transmite esta
escena de trascendental alcance teológico.
3. Como el Padre me envió a Mí, Yo también los envío a ustedes.
Jesús anuncia a los apóstoles que ellos van a ser sus “enviados,” como Él lo es del
Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los “apóstoles” (Mt 28:19; Jn
17:18, etc.).
Jesucristo tiene todo poder en cielos y tierra y los “envía” ahora con una misión
concreta. Los apóstoles son sus enviados con el poder de perdonar los pecados. Para ese
tiempo, ese envío era algo insólito. En el Antiguo Testamento, sólo Dios perdonaba los
pecados. Por eso, de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos
escandalizados: Este “blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc
2:7).
4. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “reciban el Espíritu Santo”
El Espíritu Santo es el “don” por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien
cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La
donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra que
ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascual; es el supremo don de
Cristo que, habiendo muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el
derecho y el poder de concedérselo. La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés
renueva y completamente este don, y se realiza no de una manera íntima y privada,
como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y
públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos
privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres
murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no
sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es
su acto conclusivo.
5. “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán
retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Al decir esto, “sopló” sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios
concede (Gen 2:7; Ez 37:9-14; Sab 15:11). Por la penitencia, Dios va a comunicar su
perdón, que es el dar a los hombres el “ser hijos de Dios” (Jn 1:12): el poder de
perdonar, que es dar vida divina. Precisamente en Génesis, Dios “sopla” sobre Adán el
hombre de “arcilla,” y le “inspiró aliento de vida” (Gen 2:7) Por eso, con esta simbólica
sopladura explica su sentido, que es el que “reciban el Espíritu Santo.” Dios les
comunica su poder y su virtud para una finalidad muy concreta: “Los pecados serán
perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se
los retengan”.
Aquí el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de “perdón.” Los
apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este
poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados,
necesitan saber si pueden perdonar o han de retener. Evidentemente es éste el poder
sacramental de la confesión.
Por otra parte, para no confundirse, esta no es la promesa del Espíritu Santo que les
hace en el evangelio de Juan, en el Sermón de la Cena (Jn 14:16.17.26; 16:7-15), ya
que en esos fragmentos se les promete al Espíritu Santo, que se les comunicará en
Pentecostés, una finalidad “defensora” de ellos e “iluminadora” y “docente.” En este
relato san Juan trata sólo del poder que se confiere del perdón de los pecados. “Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los
que ustedes se los retengan”.
6. El Espíritu del Señor llenó toda la tierra, y él que da unidad a todas las cosas,
habla con sabiduría. (Sab 1, 7)
Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día
de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos se llenaron todos de
Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le sugería” (Hech 2, 4).
Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús: Pero yo les digo la verdad:
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito; pero
si me voy, se los enviaré: (Jn 16,7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al
cielo: “serán bautizados en el Espíritu Santo” (Hech 1, 5); como también el
cumplimiento de sus palabras: “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto
en pie, gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí , como dice la
Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu
que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía
Jesús no había sido glorificado. (Jn 7, 38-39) No había sido dado en su plenitud, pero
no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio o atestigua de Isabel, de
Simeón y de otros más. Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la vigilia de su muerte:
“ustedes le conocen, porque permanece con ustedes” (Jn 14, 17); y más aún en la tarde
del día de Pascua, cuando apareciéndose a los Once en el cenáculo, “sopló y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo”
7. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el
fuego de tu amor. Aleluya.
Pentecostés, no es un hecho que sucedió cincuenta días después de la Pascua para que
haya quedado cerrado y cumplido, esto es una realidad vigente y presente, y cada vez
estamos más deseosos de poder atenderlo y recibirlo con toda plenitud, agrandemos
nuestro corazón para recibirlo efusivamente, como en la secuencia de la liturgia de
Pentecostés que incluye hoy un himno de súplica y alabanza al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped
del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las
pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del
corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea
inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza
nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede
a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva
nuestras almas, danos la eterna alegría.
3 Para la reflexión personal
– (Haz silencio en tu interior y pregúntate:)
1.- ¿Qué me dice el evangelio que he leído?
2.- ¿Cómo ilumina mi vida?
3.- ¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús?
4.- ¿Qué me falta para ser más como Él?
ORACION. ¿Qué le decimos a Dios? La palabra se convierte en Oración.
1 No hay oración. www.Dioscadadía.Bastin,Pinkers,Teheux

2 Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus
dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce
huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las
horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Ven, Espíritu
enviado por el Padre, en nombre de Jesús, el Hijo amado: haz una y santa a la Iglesia
para las nupcias eternas del Cielo. www.santaclaradeestella.es
3 Espíritu Santo, deja que te hable todavía, una vez más; para mí es difícil separarme
del encuentro de esta Palabra, porque en ella estás presente Tú, vives y actúas Tú. Te
presento, a tu intimidad, a tu Amor, mi rostro de discípulo; me reflejo en Ti, Espíritu
Santo. Te entrego, dedo de la derecha del Padre, mis proyectos, mis ojos, mis labios,
mis orejas… realiza la obra de curación, de liberación y de salvación; que yo renazca
hoy, como hombre nuevo del seno de tu fuego, de la respiración de tu viento. Espíritu
Santo, sé que no he nacido para permanecer solo; por esto, te ruego: envíame a mis
hermanos, para que pueda anunciarles la Vida que viene de Ti. Amén. ¡Aleluya!
www.ocarm.org

4 ¡Dios de día, Dios de noche, Dios nuestro de todas las horas, mi Dios, mi todo! Es ya
tarde, y nuestro miedo asoma, junto con las tristezas, enfermedades y aflicciones del
día. Nuestro corazón por ello está cerrado y «enceguecido». Pero, Él no nos falla, Él,
nuestro verdadero amigo Jesús, siempre llega y nos saluda «la Paz esté con vosotros».
Él que es humilde y manso de corazón quiere que nos unamos a su Sagrado Corazón…
¿Pero cómo? Recibiendo su Espíritu Santo, nuestra fuerza, nuestra luz, nuestro
consolador. Él, nuestro Pentecostés, quien nos renueva, transforma, alegra, sana, y nos
concede dones gratuitos, para dar frutos para nuestra salvación.
Padre nuestro, por el santo Nombre de tu Hijo Jesucristo, dame la gracia de vivir
siempre con el «dulce huésped del alma», invocarlo a cada instante para discernir tus
escrituras, comprender tus palabras y correr por tu camino hacia la eternidad por medio
de sus inspiraciones. Y Vos Madre María, intercede a tu fiel esposo, para que nos brinde
las palabras y testimonios a proclamar a nuestro prójimo, para que acepten a Jesús por
la fe, como nuestro único Salvador y Señor de Señores. Amén. www.dario.res
5 Señor resucitado, al aparecerte a tus discipulos nos dijiste que la misión implica el
perdón de los pecados, y la misericordia y el perdón constituyen un juicio que la Iglesia
está invitada a emitir, rechazando el pecado y todo lo que se opone a la luz, y acogiendo
al pecador arrepentido que se confía a tu Palabra de vida. Te agradecemos este don que
nos purifica de todos nuestros pecados. Ahora comprendemos mejor la referencia
explícita que hiciste a la cruz: tu Palabra sobre el poder de remitir los pecados
acompaña al gesto con el que mostraste las llagas de la Pasión y nos hace comprender
que el ministerio del perdón es la actualización del sacrificio por el que tú, buen Pastor,
das la vida por nosotros, tus hermanos. Te pedimos que nos hagas gustar con
agradecimiento los dones de tu misericordia. www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
5 Contemplación. ¿Cómo interiorizamos la palabra de Dios? La palabra en el
corazón de los Padres.
Muéstrate solícito en unirte al Espíritu Santo. Él viene apenas se le invoca, y sólo hemos
de invocarlo, porque ya está presente. Cuando se le invoca, viene con la abundancia de
las bendiciones de Dios. Él es el río impetuoso que da alegría a la ciudad de Dios (cf. Sal
45,5) y, cuando viene, si te encuentra humilde y tranquilo, aunque estés tembloroso
ante la Palabra de Dios, reposará sobre ti y te revelará lo que esconde el Padre a los
sabios y a los prudentes de este mundo. Empezarán a resplandecer para ti aquellas
cosas que la Sabiduría pudo revelar en la tierra a los discípulos, pero que ellos no
pudieron soportar hasta la venida del Espíritu de la verdad, que les habría de enseñar la
verdad completa.
Es vano esperar recibir y aprender de boca de cualquier hombre lo que sólo es posible
recibir y aprender de la lengua de la verdad. En efecto, como dice la verdad misma,
«Dios es Espíritu» (Jn 4,24). Dado que es preciso que sus adoradores lo adoren en
Espíritu y en verdad, los que desean conocerlo y experimentarlo deben buscar sólo en el
Espíritu la inteligencia de la fe y el sentido puro y simple de esa verdad.
El Espíritu es -para los pobres de espíritu- la luz iluminadora, la caridad que atrae, la
mansedumbre más benéfica, el acceso del hombre a Dios, el amor amante, la devoción,
la piedad en medio de las tinieblas y de la ignorancia de esta vida (Guillermo de Saint-
Thierry, Speculum fidei, 46). www.santaclaradeestella.es
«Aquel mismo domingo, por la tarde, estaban reunidos los discipulos en una casa con
las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos»
(Jn 20,19). Era por la tarde más por el dolor que por el tiempo. Era por la tarde porque
las mentes estaban ofuscadas por la tétrica nube del dolor y del desconsuelo, puesto
que, aunque la noticia de la resurrección había permitido alguna vislumbre de luz, a
pesar de todo el Señor aún no se había aparecido esplendoroso con la luminosidad
completa de su luz. La grandeza del terror y la tormenta de un delito tan atroz habían
cerrado la casa y los corazones de los discipulos, y de este modo habían cerrado
cualquier entrada a la luz. Y así, al estar los sentidos cada vez más oprimidos por el
dolor, aumentaba el tenebroso extenderse de la noche.
«Y les dijo: Paz a vosotros» (20,19). Los corazones de los discipulos soportaban la lucha
de un conflicto continuo entre la fe y la duda, entre la desesperación y la esperanza,
entre la debilidad y la grandeza de ánimo. Al ver, pues, la lucha de tales pensamientos,
aquel que los penetra y los escruta en lo secreto, restituyo la paz a los que le veían por
primera vez. En la misma medida en que es más agradable la luz después de las
tinieblas, la calma después de la tempestad, así también apreciamos más la alegría
después del dolor.
«Les dijo por segunda vez: Paz a vosotros» (20,21). ¿Que nos revela la generosidad que
supone repetir el saludo de la paz, sino que desea que reine la tranquilidad entre ellos?
«Como el Padre me ha enviado, así os envió yo a vosotros » (20,21). Como me ha
enviado a mí., así os envió yo a vosotros: no con la autoridad del que todavía manda,
sino con todo el afecto del que ama. Os envió a vosotros a pasar hambre, os envió a
vosotros a las pesas de los encadenados, a la sordidez de la cárcel, a soportar todo tipo
de penas, a sufrir una muerte execrable a los ojos de todos: cosas, todas estas, que el
amor, no el poder, manda a los espíritus humanos (Pedro Crisólogo, Sermon 84, 2-6;
edición italiana: Milan-Roma 1996, 161-163, passim). www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
6 Acción. ¿A qué me comprometo con Dios? Para custodiar y vivir la palabra.
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Ven, Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (de la liturgia).
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «La paz este con vosotros. Como el
Padre me envió a mí, así os envió yo a vosotros» (v. 21).
7 Para la lectura espiritual. Caminar con la palabra.
La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón,
palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu
Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a
sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una
poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora
en nosotros y por nosotros «con gemidos inefables» y que interpreta el discurso que
nosotros solos no sabemos dirigir a Dios. La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto,
la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el
coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña «toda
verdad».
A continuación, necesita también la Iglesia sentir que vuelve a fluir, por todas sus
facultades humanas, la onda del amor que se llama caridad y que es difundida en
nuestros propios corazones «por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». La Iglesia,
toda ella penetrada de fe, necesita experimentar la urgencia, el ardor, el celo de esta
caridad; tiene necesidad de testimonio, de apostolado. ¿Lo habéis escuchado, hombres
vivos, jóvenes, almas consagradas, hermanos en el sacerdocio? De eso tiene necesidad
la Iglesia. Tiene necesidad del Espíritu Santo en nosotros, en cada uno de nosotros y en
todos nosotros a la vez, en nosotros como iglesia. Sí, es del Espíritu Santo de lo que,
sobre todo hoy, tiene necesidad la Iglesia. Decidle, por tanto, siempre: « ¡Ven!» (Pablo
VI, Discurso del 29 de noviembre de 1972). www.santaclaradeestella.es
«Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz este con vosotros» (Jn 20,19). El
que en aquel día se puso entre los discipulos tomó pues, el puesto central, subiendo al
trono que le correspondía por derecho y que se encuentra en el corazón de la historia
del mundo. Jesús lleva y creo la paz a todos los hombres de todas las naciones y de
todos los tiempos, de toda la tierra, del mundo visible y del invisible. Aquel Jesús
crucificado y resucitado, en cuanto Señor de todos, tomó su puesto con autoridad en
medio de toda la población humana, que a veces exulta de alegría y otras veces se aflige
mortalmente, entre los necios y los inteligentes, entre los que están demasiado seguros
de sí mismos y los que se muestran demasiado temerosos, entre los hombres religiosos
y los que no creen. En medio de todas las enfermedades y las catástrofes naturales, de
todas las guerras y las revoluciones, de los tratados de paz y de su ruptura; en medio
del progreso, del inmovilismo y del retroceso, en el centro de toda la miseria humana
inocente y culpable, se apareció y se reveló como el que era, es y será: «La paz esté con
vosotros», dijo, y les mostró las manos y el costado.
Aquel día se sembró, entre muchas espinas y hierbajos, un grano de trigo que está
madurando en vistas a la cosecha. Podemos fiarnos: lo que sucedió aquel día era y sigue
siendo el centro en torno al que todo lo demás se mueve, del que todo deriva y hacia el
que todo se encamina. Existen muchas luces, verdaderas y aparentes, claras y oscuras,
pero ésta es la que brillará durante más tiempo, mientras que todas las demás se
extinguirán cuando se acabe su tiempo. Porque todas las cosas duran durante cierto
tiempo, pero el amor de Dios, que actuaba y se expresaba a través de la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, dura para la eternidad. En consecuencia, Jesús, el único
gran Mediador entre Dios y los hombres, resucitado de entre los muertos, tomó sitio en
el centro de su comunidad, de la vida de cada ser humano y de la historia del mundo (K.
Barth, Ce qui demeure, Ginebra 1965, 121-123, passim). www.evangeliodeJuan.GiorgioZevini
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✞ ✞ ✞ Profesión de Fe

Proclamemos nuestra fe en Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu
Santo.
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor,
Se inclina levemente la cabeza en señal de respeto.

Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen.
Se finaliza la inclinación de la cabeza.

Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a
los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

✞ ✞ ✞ Intenciones (Oracion de los fieles)

Oremos a Dios Padre, que por la muerte y resurrección de Cristo nos ha dado el Espíritu
Santo.
- Por la Iglesia, extendida por todo el universo, para que, impulsada por el Espíritu
Santo, permanezca atenta a lo que sucede en el mundo, haga suyos los sufrimientos,
alegrías y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, intuya los signos caritativos
que debe realizar y así pueda iluminarlo todo con el Evangelio. Roguemos al Señor.
- Por todos los pueblos y razas en la diversidad de culturas y civilizaciones, para que el
Espíritu Santo abra los corazones de todos al Evangelio, proclamado en sus propias
lenguas, y los guíe hasta la verdad plena. Roguemos al Señor
- Por nuestro mundo de hoy, sujeto a cambios profundos y rápidos, para que el Espíritu
Santo, que abarca la historia humana, promueva la esperanza de un futuro mejor y
vislumbremos el gran día de Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Por todos los laicos, para que, renovados por el Espíritu Santo, sepan llevar el mensaje
de Jesús a la vida de cada día en su trabajo, en su familia y en todos los lugares del
mundo en el que viven. Roguemos al Señor.
- Por nosotros, aquí reunidos, para que, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo,
demos testimonio de nuestra fe. Roguemos al Señor.
Dios, Padre nuestro, tu Espíritu ora con nosotros, dentro de nosotros; escucha la oración
de tu Iglesia, morada suya, concédenos lo que el mismo Espíritu nos sugiere pedirte. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
• Roguemos a Dios Padre que derrame sobre nosotros y sobre el mundo entero el
Espíritu de audacia y de unidad. Y digamos:
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre las iglesias locales esparcidas por toda la tierra, sobre las comunidades con mil
rostros, sobre los cristianos diseminados por todo el ancho mundo, Señor: derrama tu
Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre el Papa y demás líderes de las Iglesias, sobre obispos y sobre pastores, sobre
todos aquellos que tienen un ministerio de servicio, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los cristianos perseguidos por su fe, sobre los que dudan, vacilan o flaquean,
sobre todos los que buscan a Dios y esperan al Espíritu Consolador, Señor: derrama tu
Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los que oprimen a sus hermanas y hermanos, sobre los que ostentan posiciones
de poder, sobre los que son y se sienten marginados y esclavizados, y también sobre los
que se sienten liberados y libres, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre los que extienden y proclaman el evangelio, sobre aquellos cuya misión es
perdonar pecados, sobre aquellos atrapados por los cepos de sus vicios y pasiones,
Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Santo Espíritu renueve la faz de la tierra.
Sobre todos los que estamos reunidos aquí, ahora, en tu nombre, sobre aquellos que
han abandonado nuestra comunidad, sobre los nuevos bautizados en estos días
pascuales, Señor: derrama tu Espíritu.
R/ Que tu Espíritu Santo renueve la faz de la tierra.
Por todos ellos te rogamos, Señor Dios nuestro. Envía tu Espíritu a cada uno de
nosotros; que Él nos inflame con su amor siempre, todos los días de nuestra vida, y por
los siglos de los siglos.
R/ Amén.

3 LITURGIA EUCARISTICA
Sacerdote: Orad hermanos para que este sacrificio, mío y vuestro, sea
agradable a Dios, Padre todopoderoso.
Todos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria
de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia. (→ Este es el
Compendio de la Misa)

✞ ✞ ✞ Oración sobre las Ofrendas

*** Se llevan al altar los dones; el pan y el vino. *** Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro
espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios
nuestro. *** Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
Te pedimos, Señor, que, según la promesa de tu Hijo, el Espíritu Santo nos haga
comprender más profundamente la realidad misteriosa de este sacrificio y se digne
llevarnos al conocimiento pleno de toda la verdad revelada. Por Jesucristo, nuestro
Señor
Oh Dios, Señor nuestro: Dígnate concedernos que tu Espíritu descienda sobre este pan y
este vino y los llene con la fuerza vital de Jesús, tu Hijo. Que tú Espíritu descienda sobre
nosotros, invitados a sentarnos a la mesa santa de tu Hijo Jesús, y llénanos con su vida
y alegría. Que Él nos convierta verdaderamente en el Cuerpo de Cristo en el cual
nosotros seamos visiblemente el corazón y las manos de nuestro Señor y Salvador, que
vive y reina por los siglos de los siglos. R/ Amén.
Introducción a la plegaria eucarística
Centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El
sentido de esta oración es que toda la congregación de fieles se una con Cristo en el reconocimiento de
las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.

• Con el Espíritu Santo en nuestros corazones, participemos juntos, con alegría y


gratitud, en la acción de gracias de Jesús nuestro Señor.
a) Acción de gracias
El Señor esté con vosotros. R/ Y con tu espíritu. Levantemos el corazón R/ Lo tenemos
levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. R/ Es justo y necesario.
Prefacio: El misterio de Pentecostés
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en
todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues, para llevar a plenitud el Misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los
que habías adoptado como hijos por la encarnación de tu Unigénito. El Espíritu que,
desde el comienzo de la Iglesia naciente, infundió el conocimiento de Dios en todos los
pueblos y reunió la diversidad de lenguas en la confesión de una misma fe.
• Gracias, Jesús, por mostrarme una vez qué hermoso es el camino de la Luz. Quiero
avanzar por ese camino de la mano de tu Madre, la Sierva humilde y pura a quien se le
reveló la grandeza del amor de Dios. Quiero, Señor, ser portador de la luz verdadera
para mi familia, mis amigos y para todos aquellos con los que pueda compartir la
inmensa alegría de creer en Ti. Amén
Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría, y
también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan el himno de tu gloria
diciendo sin cesar:
b) Santo: con esta aclamación toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita
las alabanzas a Dios.

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu
gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo.
c) Epíclesis Se implora el poder divino para que los dones se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes
la reciban.

Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas
todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin
mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso. Por eso, Padre, te suplicamos que
santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera
que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios.
d) Narración de la institución y consagración. Con las palabras y gestos de Cristo, se
realiza el sacrificio que él mismo instituyó en la última cena. Momento más solemne de la Misa; es la
transubstanciación: pan y vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Cristo. Dios se hace presente ante nosotros con todo su amor. ¡Bendito Jesus en el Santísimo sacramento
del Altar!

Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y dando gracias te
bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman todos de él,
porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes".
Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, y, dando gracias te bendijo, y lo pasó a
sus discípulos, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi
Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por
muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía".
e) Anámnesis. La Iglesia, al cumplir este encargo que, a través de los Apóstoles, recibió de Cristo
Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, su Reactualización, recordando principalmente su
bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo.

Éste es el sacramento de nuestra fe. R/ Anunciamos tu muerte, proclamamos tu


resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!
f) Oblación. La asamblea ofrece al Padre la víctima inmaculada, y con ella se ofrece cada uno de los
participantes.

Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su


admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te
ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo.
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya
inmolación quisiste devolvemos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la
Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un
solo espíritu.
Que Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto
con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, (san
N.: santo del día o patrono) y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener
siempre tu ayuda.
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al
mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu
servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N., al orden episcopal, a los presbíteros y
diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.
g) Intercesiones. Con ellas se da a entender que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la
Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus miembros, vivos y difuntos.

Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el
domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida
inmortal. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el
mundo.
A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor
nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
Padre eterno, te ofrecemos la Preciosísima Sangre de Jesús, con todas las
Misas celebradas en el mundo en éste día, por las benditas Almas del
Purgatorio. Y Concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellas la luz
perpetua. Amén.
h) Doxología final. Se expresa la glorificación de Dios y se concluye y confirma con el amen del
pueblo.

Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo Honor y toda Gloria por los siglos de los siglos. Amén
✞ ✞ ✞ Rito de la comunión
Significa "común unión". Al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros y de
abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y amor.

a) Introducción al Padrenuestro
Con las palabras de Jesús nuestro Señor oremos al Padre de todos para que su reino venga a cada
persona de la tierra.

• No podemos decir “Jesús es Señor” si no es por medio del Espíritu. No podemos llamar
“Padre” a Dios sino por el Espíritu, que clama desde lo más íntimo de nosotros. Movidos
por este Santo Espíritu, digamos ahora con total confianza la oración que Jesús mismo
nos enseñó.
• Unidos en el amor de Cristo, por el Espíritu Santo que hemos recibido, dirijámonos al
Padre con la oración que el Señor nos enseñó:
R/ Padre nuestro…
b) Rito de la Paz
Los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana y se expresan
mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.

Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz de Cristo en nuestros días, paz
que es obra de tu Espíritu. Por tu bondadosa misericordia líbranos de todos los pecados
que obstaculizan la unidad y la universalidad de tu Iglesia; protégenos de todo peligro y
perturbación y danos la seguridad de que, incluso en las incertidumbres de nuestro
tiempo, el Espíritu Santo nos conduce hacia adelante, con gozosa alegría, hacia la
gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

R/. Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.


Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: "La paz les dejo, mi paz les doy", no
tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/.
Amén.
La paz del Señor esté siempre con ustedes. R/. Y con tu espíritu.
Dense fraternalmente la paz.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. R. Ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. R. Ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. R. Danos la paz.
Invitación a la Comunión
El Espíritu y la Iglesia dicen: ¡Ven! Que cada uno que escucha responda: ¡Ven! Que
todos los que tienen sed vengan a beber. Que todos los que quieran saciarse con el agua
de vida la obtengan siempre como el mejor don. Éste es Jesucristo glorioso y resucitado,
cuyo Espíritu nos impulsa a dar testimonio del amor de Dios.
• Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la
cena del Señor.

R. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya
bastará para sanarme.
c) El gesto de la fracción del pan: Significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión
de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17)

d) Inmixión o mezcla: el celebrante deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz.
Antífona de comunión Hch 2, 4- 11
Se llenaron todos de Espíritu Santo y hablaron de las grandezas de Dios, aleluya.

✞ ✞ ✞ Oración después de la Comunión

Oh, Dios, que has comunicado a tu Iglesia los bienes del cielo, conserva la gracia que le
has dado, para que el don infuso del Espíritu Santo sea siempre nuestra fuerza, y el
alimento espiritual acreciente su fruto para la redención eterna. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Oh Dios y Padre nuestro: Hemos escuchado a tu Hijo Jesús, que graciosamente nos ha
dirigido su palabra y con gozo nos hemos alimentado con el Pan de Vida en su mesa
eucarística. Que el Espíritu Santo ponga fuego en esas palabras de Jesús, que ojalá
sigan ardiendo en nuestros corazones y nos sacudan y nos saquen de nuestra
indiferencia. Haz, Señor, que el Espíritu Santo nos urja y nos impulse a llegar a ser, los
unos para con los otros, como sabroso pan; que rejuvenezca y edifique a nuestras
hermanas y hermanos en su caminar hacia ti, nuestro Dios de vida. Todo esto te lo
pedimos en nombre de Jesucristo, el Señor.

4 RITO DE CONCLUSION
Consta de saludo, bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que
cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo al Señor.

✞ ✞ ✞ Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos
de los siglos. R/ Amén.
¡Cristo, Rey nuestro! R/ ¡Venga tu Reino!

Consagración a María
Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te
dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen
gloriosa y bendita! Amén.

Oracion a San Miguel Arcángel.


San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad
y acechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde
súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido,
arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo
para la perdición de las almas. Amén

✞ ✞ ✞ Bendición

1
Se puede utilizar la bendición solemne. Espíritu Santo.
Dios, Padre de los astros, que [en el día de hoy] iluminó las mentes de sus discípulos
derramando sobre ellas el Espíritu Santo, os alegre con sus bendiciones y os llene con
los dones del Espíritu consolador.
R. Amén.
Que el mismo fuego divino, que de manera admirable se posó sobre los apóstoles,
purifique vuestros corazones de todo pecado y los ilumine con la efusión de su claridad.
R. Amén.
Y que el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado
había dividido en diversidad de lenguas os conceda el don de la perseverancia en esta
misma fe, y así podáis pasar de la esperanza a la plena visión.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo ✠ y Espíritu Santo, descienda sobre
vosotros y os acompañe siempre.
R. Amén.
2
En esta eucaristía Dios ha derramado de nuevo sobre nosotros el fuego vivo y el fuerte
aliento del Espíritu. Ojalá que este mismo Espíritu nos mueva a arriesgarnos con
valentía en nuestro sincera y total entrega a Dios y a los hermanos. Que Él nos dé el
valor para transformarnos a nosotros mismos y a la Iglesia que tanto amamos. Que
lleguemos a ser para todo el mundo signos vivientes de la presencia bondadosa de Dios.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre
nosotros y nos acompañe siempre.
Amén
Podemos ir en paz; y que el Espíritu Santo mantenga nuestros corazones ardiendo
siempre con el amor de Dios.
Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
R. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

✞ ✞ ✞ Abba Padre, gracias te doy por enseñarme a Cristo histórico. Y ahora, por tu gracia
y Espíritu Santo concédeme fortalecer la fe, para caminar con Cristo, por Cristo y en
Cristo, ya no histórico, sino Pan vivo bajado del cielo.
«Tú eres Cristo, el Hijo de Dios Vivo» Mt 16, 16

Acabado el tiempo de Pascua, se apaga el cirio pascual, que es


conveniente colocar en un lugar digno del baptisterio, para que, en
la celebración del bautismo, se enciendan en su llama los cirios de
los bautizados.
Donde el lunes o también el martes después de Pentecostés son
días en los que los fieles deben o suelen asistir a misa, puede
utilizarse la misa del domingo de Pentecostés o decirse la misa
votiva del Espíritu Santo.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro, Domingo 4 de junio de 2017
Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús
hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu
Santo. Él es, en efecto, el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea
siempre cosas nuevas. En las lecturas de hoy se nos muestran dos novedades: en la
primera lectura, el Espíritu hace que los discípulos sean un pueblo nuevo; en el
Evangelio, crea en los discípulos un corazón nuevo.
Un pueblo nuevo. En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de
«lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas» (Hch 2, 3-4).
La Palabra de Dios describe así la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada
uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en
unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta
manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal. En primer lugar,
con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto
hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza
la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: «Reduce por sí mismo a la unidad a
quienes son distintos entre sí» (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan,
XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es
uniformidad, sino unidad en la diferencia.
Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones
frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos
destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros
planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás
considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Son los así llamados
«custodios de la verdad». Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o
a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos «seguidores» partidistas en
lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de «derechas o de
izquierdas» antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del
futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una
diversidad sin unidad. En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin
diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la
obligación de hacer todo junto y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la
unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo,
«donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17).
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su
unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su
Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las
murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres
y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también
pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora
y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo.
Y llegamos entonces a la segunda novedad: un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la
primera vez que se aparece a los suyos, dice: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 22-23). Jesús no los condena, a
pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el
Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar
para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que
nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el
perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que mantiene unidos a pesar
de todo, que evita el colapso, que refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón y le
permite recomenzar: el perdón da esperanza, sin perdón no se construye la Iglesia.
El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías:
esas precipitadas de quien juzga, las que no tienen salida propia del que cierra todas las
puertas, las de sentido único de quien critica a los demás. El Espíritu en cambio nos
insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y del perdón recibido, de la
misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que «ha de ser en todo
momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas
como están» (Isaac de Stella, Sermón 31). Pidamos la gracia de que, renovándonos con
el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada
vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.
Pidámoslo al Espíritu Santo, fuego de amor que arde en la Iglesia y en nosotros, aunque
a menudo lo cubrimos con las cenizas de nuestros pecados: «Ven Espíritu de Dios,
Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la
Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua:
desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros
corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas.
Amén».
SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana, Domingo 8 de junio de 2014
«Se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hch 2, 4).
Hablando a los Apóstoles en la Última Cena, Jesús dijo que, tras marcharse de este
mundo, les enviaría el don del Padre, es decir, el Espíritu Santo (cf.Jn 15, 26). Esta
promesa se realizó con poder el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió
sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Esa efusión, si bien extraordinaria, no fue
única y limitada a ese momento, sino que se trata de un acontecimiento que se ha
renovado y se renueva aún. Cristo glorificado a la derecha del Padre sigue cumpliendo
su promesa, enviando a la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña y nos recuerda
y nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el justo camino, a
través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino, el sendero. En los primeros
tiempos de la Iglesia, al cristianismo se le llamaba «el camino» (cf. Hch 9, 2), y Jesús
mismo es el camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar siguiendo sus
huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu Santo es un maestro de vida. Y de
la vida forma parte ciertamente también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte
más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo lo que dijo Jesús. Es la memoria
viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace comprender las palabras
del Señor.
Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es
un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en su Iglesia. El Espíritu de
verdad y de caridad nos recuerda todo lo que dijo Cristo, nos hace entrar cada vez más
plenamente en el sentido de sus palabras. Todos nosotros tenemos esta experiencia: un
momento, en cualquier situación, hay una idea y después otra se relaciona con un
pasaje de la Escritura... Es el Espíritu que nos hace recorrer este camino: la senda de la
memoria viva de la Iglesia. Y esto requiere de nuestra parte una respuesta: cuanto más
generosa es nuestra respuesta, en mayor medida las palabras de Jesús se hacen vida en
nosotros, se convierten en actitudes, opciones, gestos, testimonio. En esencia, el
Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de
camino, es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe tomar en
consideración su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio,
con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los
acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la
sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. Que el
Espíritu Santo reavive en todos nosotros la memoria cristiana. Y ese día, con los
Apóstoles, estaba la Mujer de la memoria, la que desde el inicio meditaba todas esas
cosas en su corazón. Estaba María, nuestra Madre. Que Ella nos ayude en este camino
de la memoria.
El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda, y —otro rasgo— nos hace hablar, con Dios y
con los hombres. No hay cristianos mudos, mudos en el alma; no, no hay sitio para
esto.
Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos
gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite
dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abbá (cf. Rm 8, 15; Gal 4, 6); y esto no es
sólo un «modo de decir», sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de
Dios. «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8,
14).
Nos hace hablar en el acto de fe. Ninguno de nosotros puede decir: «Jesús es el Señor»
—lo hemos escuchado hoy— sin el Espíritu Santo. Y el Espíritu nos hace hablar con los
hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos
a hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, con mansedumbre,
comprendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero hay algo más: el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en la
profecía, es decir, haciéndonos «canales» humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La
profecía se realiza con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las
injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención de construir. Llenos del Espíritu
de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, sirve y dona la vida.
Recapitulando: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las
palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en
el diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «se llenaron de Espíritu Santo», fue el
bautismo de la Iglesia, que nace «en salida», en «partida» para anunciar a todos la
Buena Noticia. La Madre Iglesia, que sale para servir. Recordemos a la otra Madre, a
nuestra Madre que salió con prontitud, para servir. La Madre Iglesia y la Madre María:
las dos vírgenes, las dos madres, las dos mujeres. Jesús había sido perentorio con los
Apóstoles: no tenían que alejarse de Jerusalén antes de recibir de lo alto la fuerza del
Espíritu Santo (cf. Hch 1, 4.8). Sin Él no hay misión, no hay evangelización. Por ello, con
toda la Iglesia, con nuestra Madre Iglesia católica invocamos: ¡Ven, Espíritu Santo!
REGINA COELI, Domingo 8 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La fiesta de Pentecostés conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo. Como la Pascua, es un acontecimiento que tuvo lugar durante
la preexistente fiesta judía, y que se realiza de modo sorprendente. El libro de los
Hechos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esa extraordinaria efusión: el
viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja espacio a la valentía; las
lenguas se desatan y todos comprenden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo
renace y se transfigura. El acontecimiento de Pentecostés marca el nacimiento de la
Iglesia y su manifestación pública; y nos impresionan dos rasgos: es una Iglesia que
sorprende y turba.
Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las
sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba ya nada de los discípulos: después de la
muerte de Jesús formaban un grupito insignificante, estaban desconcertados, huérfanos
de su Maestro. En cambio, se verificó un hecho inesperado que suscitó admiración: la
gente quedaba turbada porque cada uno escuchaba a los discípulos hablar en la propia
lengua, contando las grandes obras de Dios (cf. Hch 2, 6-7.11). La Iglesia que nace en
Pentecostés es una comunidad que suscita estupor porque, con la fuerza que le viene de
Dios, anuncia un mensaje nuevo —la Resurrección de Cristo— con un lenguaje nuevo —
el lenguaje universal del amor. Un anuncio nuevo: Cristo está vivo, ha resucitado; un
lenguaje nuevo: el lenguaje del amor. Los discípulos están revestidos del poder de lo
alto y hablan con valentía —pocos minutos antes eran todos cobardes, pero ahora
hablan con valor y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así está llamada a ser siempre la Iglesia: capaz de sorprender anunciando a todos que
Jesús el Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que
su paciencia está siempre allí esperándonos para sanarnos, para perdonarnos.
Precisamente para esta misión Jesús resucitado entregó su Espíritu a la Iglesia.
Atención: si la Iglesia está viva, debe sorprender siempre. Sorprender es característico
de la Iglesia viva. Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia
débil, enferma, moribunda, y debe ser ingresada en el sector de cuidados intensivos,
¡cuanto antes!
Alguno, en Jerusalén, hubiese preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el
miedo, se quedaran encerrados en casa para no crear turbación. Incluso hoy muchos
quieren esto de los cristianos. El Señor resucitado, en cambio, los impulsa hacia el
mundo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). La Iglesia
de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado «destilada».
No, no se resigna a esto. No quiere ser un elemento decorativo. Es una Iglesia que no
duda en salir afuera, al encuentro de la gente, para anunciar el mensaje que se le ha
confiado, incluso si ese mensaje molesta o inquieta las conciencias, incluso si ese
mensaje trae, tal vez, problemas; y también, a veces, nos conduce al martirio. Ella nace
una y universal, con una identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al
mundo pero no lo captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta
plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Nosotros,
los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres.
Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el
Cenáculo, y la Madre estaba con los hijos. En ella la fuerza del Espíritu Santo realizó
verdaderamente «obras grandes» (Lc 1, 49). Ella misma lo había dicho. Que Ella, Madre
del Redentor y Madre de la Iglesia, nos alcance con su intercesión una renovada efusión
del Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sobre el mundo.
DIRECTORIO HOMILÉTICO
Ap. I. La homilía y el Catecismo de la Iglesia Católica
Ciclo C. Solemnidad de Pentecostés.
Pentecostés
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida
dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del
Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como
antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del
monte Carmelo (cf. 1R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo
que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1,
17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16),
Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego",
como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó
de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como
uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz,
Llama de amor viva). "No extingáis el Espíritu"(1Ts 5, 19).
726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva
"madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella
está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu"
(Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la
mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
731 Pentecostés
El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se
consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama
profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino
anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne
y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no
cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la
Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
"Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la
verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado" (Liturgia
bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias
eucarísticas después de la comunión)
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y
Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo
en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los
hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor
resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su
Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para
reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn
15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que
es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la
Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
"Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu
Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho que nosotros
seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo
habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la
unidad a aquellos que son distintos entre sí … y hace que todos aparezcan como una
sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo
hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que
también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible,
los lleva a todos a la unidad espiritual" (San Cirilo de Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo,
quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus
funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al
Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la
Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo
(esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la
Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el
objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir
como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables"
(Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración
(esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).
830 Qué quiere decir "católica"
La palabra "católica" significa "universal" en el sentido de "según la totalidad" o "según
la integridad". La Iglesia es católica en un doble sentido:
Es católica porque Cristo está presente en ella. "Allí donde está Cristo Jesús, está la
Iglesia Católica" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 2). En ella subsiste la plenitud del
Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cf Ef 1, 22-23), lo que implica que ella recibe de Él
"la plenitud de los medios de salvación" (AG 6) que Él ha querido: confesión de fe recta
y completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La
Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (cf AG 4) y lo
será siempre hasta el día de la Parusía.
1076 El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al
mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación
del Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y
comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga"
(1Co 11, 26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con
ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los
sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la
Economía sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de los
frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia "sacramental" de la
Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación sacramental" (capítulo primero).
Así aparecerán más claramente la naturaleza y los aspectos esenciales de la celebración
litúrgica (capítulo segundo).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el
Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36, 25-27; Jl 3,
1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf Lc 12, 12; Jn 3,
5-8; Jn 7, 37-39; Jn 16, 7-15; Hch 1, 8), promesa que realizó primero el día de Pascua
(Jn 20, 22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2, 1-4).
Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios"
(Hch 2, 11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos
mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron
bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf Hch 2, 38).
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos,
"reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban "perseverando en la oración
con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda
todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida de
oración.
El testimonio apostólico en Pentecostés
599 "Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de
circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los
judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el
determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico
no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente
ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones
evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los
protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo Dios conoce, no se
puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a
pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las
acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de
Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; Hch 3, 13-14; Hch 4, 10; Hch 5, 30; Hch 7, 52; Hch 10,
39; Hch 13, 27-28; 1Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34)
y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los Judíos de
Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una fórmula de
ratificación (cf. Hch 5, 28; Hch 18, 6), se podría ampliar esta responsabilidad a los
restantes judíos en el espacio y en el tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: "Lo que se perpetró
en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían
entonces ni a los judíos de hoy… no se ha de señalar a los judíos como reprobados por
Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada Escritura" (NA 4).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se vincula
al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que "una
parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20).
San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y
convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el
tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por
boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha
sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre
los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la
salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21,
24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios
será todo en nosotros" (1Co 15, 28).
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son
oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con
los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez 11, 19; 36, 25 - 28; 37, 1-14; Jr 31, 31-
34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf.
Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor
renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y
reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios
habitará en ella con los hombres en la paz.
El misterio de Pentecostés continúa en la Iglesia
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación
a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no
anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del
cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua
Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la
gloria del cielo.
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo
Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo,
para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2, 38).
Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos,
hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2, 41; Hch 8, 12-13; Hch 10, 48; Hch 16,
15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás
tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero
inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16, 31–33).
LOS EFECTOS DE LA CONFIRMACION
1302 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial del
Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
1303 Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia
bautismal:
- nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá,
Padre" (Rm 8, 15). ;
- nos une más firmemente a Cristo;
- aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;
- hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11);
- nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe
mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar
valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS
1319; LG 11, 12):
"Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e
inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de
piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha
marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la
prenda del Espíritu" (S. Ambrosio, Myst. 7, 42).
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los Apóstoles se vieron enriquecidos
por Cristo con la venida especial del Espíritu Santo que descendió sobre ellos. Ellos
mismos comunicaron a sus colaboradores, mediante la imposición de las manos, el don
espiritual que se ha transmitido hasta nosotros en la consagración de los obispos" (LG
21).
La Iglesia, comunión en el Espíritu
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue
enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la
Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la Iglesia se manifestó públicamente ante la
multitud; se inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante la predicación"
(AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia, por
su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de
ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2, 5–6).
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de
la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión
de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la
unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne
hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia
es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
798 El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en
todas las partes del cuerpo" (Pío XII, "Mystici Corporis": DS 3808). Actúa de múltiples
maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad(cf. Ef 4, 16): por la Palabra de
Dios, "que tiene el poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante
el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer
y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre
estos dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las
múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan
"preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a
renovar y construir más y más la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3).
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica también
la distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con
frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la Esposa. El tema de Cristo esposo de la
Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El
Señor se designó a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; Mt 25, 1-13).
El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa
"desposada" con Cristo Señor para "no ser con él más que un solo Espíritu" (cf. 1Co 6,
15-17; 2Co 11, 2). Ella es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22, 17;
Ef 1, 4; Ef 5, 27), a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de santificarla" (Ef
5, 26), la que él se asoció mediante una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar
como de su propio Cuerpo (cf. Ef 5, 29):
"He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos … Sea la cabeza la
que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en el papel de cabeza ["ex
persona capitis"] o en el de cuerpo ["ex persona corporis"]. Según lo que está escrito: "Y
los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la
Iglesia. "(Ef 5, 31-32) Y el Señor mismo en el evangelio dice: "De manera que ya no son
dos sino una sola carne" (Mt 19, 6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos
personas diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal …
Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" ". (San Agustín, psalm. 74,
4:PL 36, 948–949).
813 "El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR 2)
La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es
la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas"
(UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe
de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios… restituyendo la unidad
de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a
su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la
Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan
íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a
la esencia misma de la Iglesia ser una:
"¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo
y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen
hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia" (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la
celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la
Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo" que
reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las
afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en
comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la
viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15, 1-17; Ga 5, 22). En la
Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El
Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es
el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El
fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y
comunión fraterna (cf 1Jn 1, 3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la Asamblea
con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y
la comunión del Espíritu Santo" (2Co 13, 13) deben permanecer siempre con nosotros y
dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que
envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios
mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad
de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad.

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