Misa de Vigilia de Pentecostes

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Misa de Vigilia de Pentecostés

Lector 1: Queridos hermanos y hermanas en Cristo, sean muy bienvenidos a la celebración


de esta Vigilia de Pentecostés. ¿Sabían que, en la Iglesia, hay tres vigilias fundamentales?
La de Navidad, la de Pascua y la de Pentecostés. Su finalidad es velar, escuchar y meditar la
Palabra de Dios.

Lector 2: Con la vigilia, nos preparamos para celebrar acontecimientos de salvación. Desde
la palabra y la oración, nos abrimos para acoger la acción de Dios y para disponernos a
secundar lo que Dios nos pide. El Espíritu Santo nos invita a permanecer en vela para
percibir su presencia, para escudriñar sus acciones y para acoger sus movimientos en
nosotros. Velando, estamos dispuestos y abiertos a un nuevo Pentecostés, erradicando las
malas prácticas que nos impiden vivir con gozo la fuerza del amor de Dios. Este es nuestro
anhelo, y es nuestra esperanza. Pentecostés es la Pascua del Espíritu, Aliento de Dios que
pone en movimiento la fe y la vida.

Lector 1: Jesús Resucitado nos deja su Espíritu y la Iglesia naciente inicia una nueva etapa
continuando la obra emprendida por su Señor. Pentecostés es un tiempo de plenitud, de
tomar conciencia de lo que somos por la fuerza del Espíritu. En este tiempo, María también
tiene un sitio. Ella estaba allí, reunida con los Apóstoles y asistiendo al nacimiento de la
Iglesia.

Lector 2: Como en aquel tiempo, también hoy nos reunimos junto con María, la madre de
Jesús y nuestra Madre para reconocer los signos de estos tiempos. El Espíritu Santo que
recibieron los apóstoles es el mismo Espíritu que estuvo en el inicio de la creación, en la
liberación de Egipto, en el nacimiento de la Iglesia y es el mismo también que un día,
recibimos en nuestro bautismo. Es el mismo que se sigue derramando sobre nosotros para
animar nuestro caminar y para acompañarnos en un proceso de discernimiento que nos
conduzca hacia la santidad.

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Lector 1: Unámonos en alabanza gozosa, en oración profunda y en la escucha de la Palabra
y abramos nuestra vida al don del Espíritu Santo para que seamos, en verdad, seguidores
de Cristo llenos del Espíritu Santo y que no temen proclamar la Buena noticia al mundo.

Lector 1: Iniciemos esta celebración cantando: Dios Trino.

En el nombre del Padre, / en el nombre del Hijo, / en el nombre del Santo Espíritu, / estamos
aquí.

Para alabar y agradecer, / bendecir y adorar / estamos aquí, / a tu disposición.

Para alabar y agradecer, / bendecir y adorar / estamos aquí Señor, / Dios trino de amor.

El Celebrante: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. R. Amén.

La gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu
Santo que hoy es comunicado a la Iglesia como en el día de Pentecostés, esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.

OREMOS: Dios, Padre de bondad, que has querido que celebremos las fiestas pascuales
durante cincuenta días, derrama sobre nosotros tu Espíritu de Amor, como hiciste en
Pentecostés, para que seamos también nosotros testigos de la Resurrección de tu Hijo,
Jesucristo, nuestro Señor.

Hoy, como en aquel tiempo, formamos asamblea santa, al igual que a los apóstoles reunidos
con María en oración esperamos que cumplan en nosotros, Dios de Amor, tu promesa para
que todos, celebremos la efusión del Espíritu Santo y la expansión de la Iglesia que Él
quiere.

Hoy es un gran momento para pedir al Espíritu de la Verdad que nos oriente a ser una
verdadera comunidad de hermanos, donde no haya divisiones y disputas; donde,
organizados por carismas (vale la pena mencionar los grupos de la parroquia), seamos
identificados ante el mundo como una verdadera comunidad de fe: La comunidad N.N.

Los invito a tomar asiento y a vivir plenamente cada uno de los momentos de esta Vigilia de
Pentecostés.

En el altar se dispone el Cirio Pascual, se trae el agua que será bendecida en un recipiente
digno y convenientemente adornado que esté ya cerca al presbiterio. Al pie del Cirio, una
imagen de la virgen Maria.

Lector 1: La acción de la Persona del Espíritu Santo, se nos expresa a través de un buen
número de imágenes y símbolos, los más conocidos son:

Lector 2: El Agua: Significa la acción del Espíritu Santo en el Bautismo. El agua bautismal
significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. El

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Espíritu fecunda las aguas propiciando la vida. La tierra caótica adquiere figura por la acción
fecundante del Espíritu. Donde hay caos, hay vacío, confusión y muerte, el Espíritu vivifica.

Lector 1: El Fuego: Mientras que el agua significa el nacimiento y la fecundidad de la vida


dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del
Espíritu Santo. Es el fuego que arde en cada hombre que siente, que lucha y que ama.

Lector 2: La Santísima Virgen María: Dios escogió a María, para que por obra del Espíritu
Santo, concibiera y diera a luz a su Hijo Jesucristo. También quiso Dios que María estuviera
presente no sólo al pie de la cruz, en el nacimiento admirable de la Iglesia, sino también en
el día de Pentecostés cuando la Iglesia, fortalecida por el Espíritu Santo empezó su obra
misionera.

El celebrante: Te rogamos, Señor, que esta luz, encendida en honor de tu Nombre, que llenó
de luz nuestro corazón en la Noche Santa de la Pascua, “continúe ardiendo para disipar la
oscuridad de esta noche y nos recuerde a Jesucristo, tu Hijo, que, resucitado de entre los
muertos, brilla sereno para el género humano”, y nos ha prometido el Espíritu Santo como
luz que llena de vida al mundo y hace de nosotros reflejos a iluminar a todos con la luz de
la fe. R. Amén.

Lector 1: Con la fuerza que recibieron María y los apóstoles, encendemos nuestras velas
como signo del Espíritu. Tomando la luz del Cirio Pascual, continuamos nuestra celebración,
a la espera de que este mismo Espíritu se manifieste hoy, entre nosotros.

Se enciende el Cirio Pascual y luego, los cirios del altar. La asamblea recibe la luz. Los fieles
permanecen con el cirio encendido hasta después de la aspersión. Se entona un canto
apropiado: Yo soy la Luz del mundo. (también podría ser Esta es la luz de Cristo, yo la haré
brillar.)

El Celebrante: En el principio, el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas y de ellas, por la
voz de Dios brotó la vida. Hoy, al celebrar esta solemne Vigilia, en la espera de un renovado
pentecostés, pidamos que el agua que vamos a bendecir, nos renueve en la gracia del Señor
y nos recuerde que, por el Bautismo, fuimos purificados, santificados y enviados a
proclamar la esperanza y la alegría con la fuerza del Espíritu Santo recibido.

Y después de una breve pausa de oración en silencio, con las manos extendidas, prosigue:

Señor y Dios nuestro, acompaña con tu bondad a tu pueblo, que en esta santísima noche
permanece en vela. Al rememorar la obra admirable de la creación y el acontecimiento aún
más admirable de la redención, te pedimos que bendigas esta agua. Ella fue creada por Ti,
para dar fecundidad a la tierra y restaurar nuestros cuerpos con su frescura y pureza. Hiciste
del agua, un instrumento de tu misericordia cuando en el diluvio, purificaste la tierra y le
diste a la humanidad, una nueva oportunidad para vivir en tu amor. Por ella, libraste a tu
pueblo de la esclavitud y apagaste su sed en el desierto. Por ella, los profetas anunciaron la
Nueva Alianza que habrías de realizar con los hombres. Por ella, renovaste nuestra

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naturaleza pecadora con el baño de renacimiento espiritual al ser consagrada por Cristo en
el río Jordán. Que ella, que brotó del costado del redentor junto con la sangre, nos recuerde
ahora nuestro bautismo, y renueve en nosotros la gracia de ser hijos de adopción nacidos a
la fe por la muerte y resurrección de Cristo. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

Se asperja la asamblea, mientras se entona un canto Bautismal. Bautízame Señor con tu


Espíritu.

El celebrante: Hermanos hemos renovado nuestro bautismo y la luz llena ahora nuestra
Iglesia. Seamos luz de esperanza, luz de encuentro, luz de consuelo, luz de paz. Que el
Espíritu Divino nos haga arder en caridad, y que, por la gracia de su amor fecundo, llenemos
de luz la vida y la esperanza de la Iglesia.

Se apagan los cirios del pueblo, a excepción de siete luces ya asignadas y encendidas que se
acercan al altar para disponerlas delante, no sobre él. También se acercará al altar, una
imagen de la Virgen María.

Lector 1: Hermanos, apaguemos nuestras velas y continuemos con la celebración, seguros


que el Santo Espíritu nos bautizará y renovará, con nuevas fuerzas. Como sucedió con los
apóstoles y María, y como símbolo de esta manifestación, vamos a recibir en primer lugar,
a la Virgen María.

Lector 2: Acojamos como modelo el testimonio de María de Nazaret, oyente de la palabra,


creyente cualificada, protagonista activa y testigo esperanzada de la acción liberadora de
Dios sobre la humanidad entera. Su testimonio nos ayuda a discernir, actualizar y celebrar.

Lector 1: María, mujer de fe, madre de Jesús, ayúdanos a decir sí al Espíritu. Un sí


permanente, renovado, comprometido y valiente.

Lector 2: María, mujer reflexiva y comprometida, llena del Espíritu, ayúdanos a llenarnos
de la presencia y de la Palabra de Dios, para comprometernos a imagen tuya y acompañar
al pueblo de Dios, en sus anhelos, sufrimientos y esperanzas más profundas.

Lector 1: María, mujer de la escucha, ayúdanos a escuchar la voz del Espíritu, para aprender
y responder a Él, con total entrega para que así, a imagen tuya digamos, “Hágase en mí”.

Lector 2: María, mujer de servicio, ruega al Padre, para que envíe su Santo Espíritu sobre
nosotros, que estemos prontos a ensanchar nuestra tienda, para salir de nosotros e ir al
hermano. Que podamos desplegar nuestras lonas, para acoger al necesitado.

Lector 1: María, mujer de esperanza, intercede Madre, para que el Espíritu Santo
acreciente nuestra confianza y fe en el Señor. Que, a tu imagen, nuestros labios se llenen
de alabanza y proclamemos: “Mi alma canta la grandeza del Señor que hace proezas con
su brazo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…”.

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Traemos al altar, las luces que nos hablan de los dones del Espíritu Santo.

Lector 1: Acercamos al altar 7 velas, una por cada don del Espíritu Santo, para recordarnos
que estos dones, por el bautismo, ya están presentes en cada uno de nosotros. Pero en la
Solemnidad de Pentecostés, rogamos al Padre, por intercesión del Hijo, para que cumpla
su promesa de enviar el Santo Espíritu y hacer un nuevo Pentecostés, en cada uno de
nosotros y en la Iglesia, y así renovar o reavivar estos siete dones.

Lector 2: Ven Espíritu Santo con el DON DE SABIDURÍA, para conocer y gustar en todo
momento las cosas de Dios, y así poder discernir hoy lo que estamos viviendo como Iglesia.
Que esta gracia nos ayude a descubrir tu presencia y a ver cada cosa con los ojos de
Dios. Danos la luz para que aprendamos a vivir y proclamar la verdad al mundo.

Lector 1: Ven Espíritu Santo con el DON DE ENTENDIMIENTO, para ayudarnos a conocer y
promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de una Iglesia que quiere poner
lo más importante en el centro: Cristo, el Señor. Que esta gracia nos permita comprender
el sentido y el porqué de las cosas, para sorprendernos gratamente con las personas que
nos rodean, reconociendo tu mano donde otros sólo ven casualidades.

Lector 2: Ven Espíritu Santo con el DON DE CIENCIA, para que ilustrados en los valores de
la fe verdadera, sepamos guardar en el corazón tus enseñanzas que superan todo saber y
así cambiar todo aquello que hoy ponga en riesgo la integridad y la dignidad de cada
persona, especialmente los más débiles y los que se encuentran solos, sin sentirse
amados. Danos, Señor, el don de la Ciencia para aferrándonos cada vez más a lo eterno.

Lector 1: Ven Espíritu Santo con el DON DE FORTALEZA, para ser valientes al enfrentar las
dificultades y para no tener miedo de ser los protagonistas de la transformación que hoy
se nos reclama como pueblo de Dios. Danos, Dios de amor, la fuerza que de Ti procede,
para caminar con constancia y perseverancia por tus sendas, para vivir en tu amor
fortalecidos por tu gracia y para ser capaces de dar aliento y paz a los que sufren.

Lector 2: Ven Espíritu Santo con el DON DE CONSEJO. Por este don Tú nos ayudas a vivir y
a tomar las verdaderas y más importantes decisiones que afectan nuestra vida y la de los
demás, porque la vida tiene sentido cuando se entrega. Con este don nos permites escuchar
atentos y callados cuando alguien nos cuenta sus desánimos y sus confusiones, para que
pueda entrar en sí mismo y encontrar la salida más adecuada a lo que le preocupa. Este
don es el que nos une, para animarnos en el camino que nos lleva hacia Ti.

Lector 1: Ven Espíritu Santo con el DON DE PIEDAD, para sentirnos hijos de Dios Padre.
Sentir ternura, admiración y afecto hacia él y sentirnos hermanos de los demás y amarlos,
porque tú mismo nos los has dado como hermanos. Que esta gracia, nos permita vivir
profundamente la amistad, teniendo amigos con los que compartir lo que somos, abrir
nuestro corazón y descansar en la confianza. Este es el don por el que podemos llamar y
sentir a Dios como Padre, y por el que nos atrevemos a llamarlo cariñosamente Papá
(Abba).

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Lector 2: Ven Espíritu Santo con el DON DE TEMOR DE DIOS, que nos ayuda a no creernos
perfectos, a no encubrir y disimular el mal que hacemos, sino a poner en el centro, al único
que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesús el Hijo de Dios.

Lector 1: Ven Espíritu Santo reparte tus siete dones y danos tu gozo eterno.

Lector 2: Eres Don gratuito. El mejor regalo que hizo el Resucitado, a su comunidad en el
día de Pentecostés. Te pedimos que nos dejemos llenar de tus dones, de tus ideas y de tu
creatividad, para ser testigos de tu Reino en este mundo. Tú que eres Amor, llena de ilusión
nuestra vida. Danos la alegría de vivir tu Evangelio, comprometidos con las circunstancias
del mundo actual. Amén.

Gloria y colecta

El celebrante: Llenos de gozo, proclamemos la gloria de la Trinidad. Gloria a Dios en el


cielo….

Oremos. Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés, santificas a tu Iglesia extendida por
todas las naciones; derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y
no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste
en los comienzos de la predicación evangélica, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. R.
Amén.

Lector 1: Escuchemos la Palabra de Dios. Abramos nuestro corazón, a este don maravilloso
y a la capacidad de comprender con el alma, lo que Dios nos quiere revelar. Dejemos que la
gracia de Dios renueve la creación y pidamos que el Espíritu Divino transforme nuestras
vidas y llene con su poder el vacío que reina en tantos corazones.

PRIMERA LECTURA Lectura del Profeta Ezequiel 37, 1-14.

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí, y con su Espíritu el Señor me sacó y
me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y vueltas en torno
a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y estaban completamente secos. Me
preguntó: —Hombre mortal, ¿podrán revivir estos huesos? Yo respondí: —Señor, tú lo
sabes.

Él me dijo: —Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchad la
Palabra del Señor! Así dice el Señor a estos huesos: «Yo mismo traeré sobre ustedes espíritu
y vivirán. Pondré sobre ustedes tendones, haré crecer sobre ustedes carne, extenderé sobre
ustedes piel, les infundiré espíritu y vivirán. Y sabrán que yo soy el Señor.»

Y profeticé como me había ordenado, y a la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los


huesos se juntaron hueso con hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne
había crecido y la piel los recubría; pero no tenían espíritu. Entonces me dijo: —Conjura al

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espíritu, conjura, hombre mortal, y di al espíritu: Así dice el Señor: «De los cuatro vientos
ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan.»

Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron
en pie. Era una multitud innumerable. Y me dijo: —Hombre mortal, estos huesos son la
entera casa de Israel, que dice: «Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza ha
perecido, estamos destrozados.» Por eso profetiza y diles: Así dice el Señor: «Yo mismo
abriré sus sepulcros, y los haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y los traeré a la tierra de
Israel. Y cuando abra sus sepulcros y los saques de sus sepulcros, pueblo mío, sabrán que
soy el Señor. Les infundiré mi espíritu y vivirán; los colocaré en su tierra y sabrán que yo, el
Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor. Palabra de Dios.

Palabra de Dios.

SALMO 103.
R/. Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra
Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la
tierra está llena de tus criaturas. R/. Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra
Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y
repueblas la faz de la tierra. R/. Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y
yo me alegraré con el Señor. R/. Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra
Lector 1: San Pablo describe la acción del Espíritu Santo en nuestro interior: “viene en ayuda
de nuestra debilidad”. Él es el Paráclito, el defensor.

SEGUNDA LECTURA Lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos 8,22-27


Hermanos: Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores
de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos
en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro
cuerpo.

Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve, ya no es esperanza.


¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos,
esperamos con perseverancia.

Así también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos
pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables.

El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por
los santos es según Dios.

Palabra de Dios

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Aleluya. Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos la llama de
tu amor.

Lector 1: San Juan anuncia al Espíritu con la metáfora del agua viva que se ofrecerá a todos
después de la muerte y glorificación de Cristo.

EVANGELIO. Lectura del santo Evangelio según San Juan 7, 37-39

El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: —El que tenga sed, que
venga a mí; el que cree en mí que beba. (Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán
torrentes de agua viva.) Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que
creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.

Palabra del Señor.

HOMILIA

Renovación de la Gracia del Sacramento del Bautismo y la Confirmación

El celebrante: Hay una relación muy especial entre la Pascua y Pentecostés. Podríamos decir
que la Iglesia nace en la Pascua y, reconfortada por el Espíritu Santo, empieza su misión en
Pentecostés. Es lo que sucede al cristiano. Por su bautismo, se hace uno en Jesucristo y
empieza a ser Iglesia, y al ser confirmado con la fuerza del Espíritu Santo, se convierte en
apóstol del Reino de Jesús.

En la noche santa de la Pascua, renovamos las promesas de nuestro bautismo. En esta


noche de Pentecostés, renovemos la gracia del sacramento de la Confirmación. Al hacerlo,
estamos abriéndonos a la acción del Espíritu Santo para que Él forme en nosotros, la imagen
de Jesucristo, ya que esa es la Voluntad del Padre.

El celebrante: ¿Renuncian a Satanás, esto es, al pecado como negación de Dios; al mal, como
signo del pecado en el mundo; al error, como ofuscación de la verdad; a la violencia, como
contraria a la caridad; ¿al egoísmo, como falta de testimonio del amor y la fraternidad? R. Sí,
renuncio.

El celebrante: ¿Renuncian a sus obras, que son, envidias y odios; perezas e indiferencias,
cobardías y complejos; tristezas y desconfianzas; injusticias y favoritismos; materialismo y
sensualidades; a irrespetar la naturaleza que es creación amorosa de Dios; ¿a la falta de fe,
de esperanza y de amor? R.: Sí, renuncio.

El celebrante: ¿Renuncian a todas sus seducciones como, creerse mejores que los demás;
creerse que ya están convertidos definitivamente; quedarse en las cosas, medios,
instituciones, métodos y reglamentos y no ir a Dios? R.: Sí, renuncio.

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El celebrante: ¿Creen en Dios, ¿Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra? R.: Sí,
creo.

El celebrante: ¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que por obra del Espíritu
Santo, nació de santa María Virgen, que pasó por la tierra haciendo el bien, que murió, fue
sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre? R.: Sí, creo.

El celebrante: ¿Creen en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que habló por los profetas,
que anima y santifica a la Iglesia y que ustedes recibieron de un modo singular en el día de
su confirmación, tal como fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés? R. Sí, creo.

El celebrante: Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en
Cristo Jesús. Señor nuestro. R. Amén.

El celebrante: Oremos: Dios Padre santo y fuente de toda santidad, en esta Vigilia de
Pentecostés, te pedimos, que renueves en estos hijos tuyos la gracia del bautismo y de la
confirmación, para que puedan vivir a plenitud los frutos del Espíritu Santo. Que vivan en
caridad, alegría y paz; generosidad, comprensión de los demás y confianza; mansedumbre
y dominio de sí mismo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén

ORACIÓN DE LOS FIELES

Lector 1: Reunidos para celebrar la plenitud de la revelación del amor de Dios, en este día
gozoso de Pentecostés, presentamos nuestras necesidades diciendo: R. Oh, Señor, escucha
y ten piedad.

Lector 1: Por la Iglesia, para que unida al Papa Francisco en la caridad, sea constructora de
paz en medio del mundo y, extendida por toda la tierra, animada por el Espíritu, crezca en
fecundidad y unidad. Por sus ministros, para que, dóciles al Espíritu, sean testigos de
Jesucristo con la palabra y con la vida. R. Oh, Señor, escucha y ten piedad.

Lector 1: Por los que gobiernan las naciones para que, movidos por la paciencia, sean
servidores de la unidad y de la reconciliación, para que con rectitud de conciencia y de
conducta, se abran a las inspiraciones del Espíritu, y así promuevan el bien común y
favorezcan la solidaridad entre los pueblos. R. Oh, Señor, escucha y ten piedad.

Lector 1: Por los hogares, para que, valorando la modestia, la castidad, trabajen unidos en
el gozo de la fe y alienten a todos a vivir en el amor de Dios, por aquellos hogares que
sufren, para que, aliviados por el bálsamo del Espíritu Consolador, puedan unir sus dolores
a la Cruz de Cristo y se llenen de la fuerza de la resurrección. R. Oh, Señor, escucha y ten
piedad.

Lector 1: Por nuestra comunidad Parroquial, para que, enriquecida con los dones del
Espíritu, frutos de gracia, sea mensajera de esperanza y de vida. R. Oh, Señor, escucha y
ten piedad.

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Lector 1: Por nosotros, para que a ejemplo de María, nos dejemos guiar siempre por el
Espíritu y ensanchemos nuestras tiendas y corazones para acoger al hermano. R. Oh, Señor,
escucha y ten piedad.

El celebrante: Acoge, Señor, nuestras súplicas confiadas y concédenos la alegría de servirte


con limpio corazón, por Cristo, nuestro Señor. R. Amén

La celebración eucarística sigue como de costumbre.

MONICIÓN DE OFRENDAS

Lector 1: Presentemos junto al Pan y al Vino, el deseo de ser fieles testigos del amor de
Dios y el anhelo de llevar su Palabra a todos los rincones de la tierra con la fuerza del Santo
Espíritu.

MONICIÓN DE COMUNIÓN

Lector 1: La comunión eucarística nos da toda la fuerza que necesitamos para ir por todo el
mundo predicando el Evangelio. Acerquémonos a participar de este alimento sagrado.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Lector 1: Que el sacramento que hemos recibido, nos comunique Señor, el fuego del Espíritu
Santo que infundiste a tus Apóstoles el día de Pentecostés. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Después de la oración post-comunión, se disponen las personas que harán el signo de los
frutos del Espíritu Santo. Al pie de la Virgen, ya hay un florero vacío. A medida que se nombre
el fruto, las personas van colocando la flor en el jarrón.

Lector 1: Queridos hermanos, este regalo maravilloso de Cristo al terminar la Pascua, nos
tiene que llenar de gozo. Hoy vivimos juntos, este nuevo Pentecostés. A través de su
Palabra, el Señor nos recuerda que hemos sido llamados a ser libres, pero, al mismo tiempo,
nos exhorta a no hacer uso de esta libertad como ocasión de la carne, sino que nos sirvamos
unos a otros por amor.

Lector 2: Si somos hombres espirituales debemos dejarnos guiar por el Espíritu. Los frutos
del Espíritu son: amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad,
mansedumbre y dominio de sí. Pidamos al Señor que podamos dejarnos guiar por su
Espíritu y como signo de que anhelamos que en nuestra vida se vean reflejados los frutos
del Espíritu, presentamos a María, modelo de donación y disposición a la voluntad de Dios.

Lector 1: AMOR. El amor también es caridad. Fruto del Espíritu que nos da buena voluntad,
habilidad para amar, incluso al que no es fácil amar. Es un atributo propio de Dios, Dios es
amor. El amor nos revitaliza. Jesús da su vida, en amor a todos nosotros.

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Lector 2: ALEGRÍA. Es el entusiasmo espiritual que una persona experimenta al ver al Señor.
Descubrirlo, sentirlo cerca. Es el placer de ver que su voluntad se cumple, aún en medio de
los sufrimientos. Es el regocijo que se siente cuando muchos se convierten.

Lector 1: PAZ. Dios nos ha regalado como fruto del Espíritu la paz, armonía interna que nos
permite resolver nuestros conflictos interiores, limpiar la conciencia y sanar cicatrices
afectivas. Ser sereno, tranquilo, no agobiarse en las angustias. Permanecer en calma, aún
en medio de los conflictos.

Lector 2: PACIENCIA. Tiene sentido al controlar la ira y el enojo frente al mal que haga el
otro, con el fin de dar oportunidad al arrepentimiento, a mejorar y crecer. No significa
desilusión ante las cosas cuando no salen como se espera, sino a perseverar ante la tarea
dada por Dios, aun cuando otros hayan desertado.

Lector 1: AFABILIDAD. Es el fruto de la amabilidad, del buen trato hacia los demás. Del
cariño, la disposición a ser ‘dulce’, sensible al otro. Nos lleva a cumplir la regla de plata: “No
hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, o la de oro: “Trata a los demás
como te gustaría que te trataran a ti”.

Lector 2: BONDAD. El fruto de hacer lo bueno. Impulsa a actuar según el Espíritu Santo con
el fin de beneficiar a otros de forma integral. Nos lleva a cumplir la voluntad de Dios y a
extender su carácter a todos los hombres.

Lector 1: TEMPLANZA. Es el dominio propio, el don espiritual más importante de todos. Con
este fruto, somos capaces de controlar nuestros deseos y pasiones. Es la autodisciplina que
pone todo, bajo el señorío de Cristo, para vivir libremente con el fin de ser dueño de sí
mismo.

Lector 2: FE. Como fruto del Espíritu Santo también aparece la fe. Está dirigida a creer.
Aceptar y adherirnos a la voluntad de Dios. Nos lleva a unirnos al Proyecto que Dios tiene
en cada una de nuestras vidas.

Lector 1: MANSEDUMBRE. Es una estrategia de no violencia, que se opone a las relaciones


conflictivas. No agrede al otro, sino que lo desarma. Es ser capaz de asumir la agresividad
del otro en sí, para amarlo, es decir, liberarlo en Cristo.

Lector 2: PERSEVERANCIA. Es la virtud que nos lleva a mantenernos fieles al Señor a largo
plazo. Con ella, no existe aburrimiento ni pena que provengan del deseo del bien esperado,
o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre. El que cree en el
Señor, es constante en Él.

Bendición Final

El celebrante: Señor, que has derramado tu Espíritu a toda la creación y has dado a tu
Iglesia, el don del Espíritu Santo, custodia en nosotros este Don, para que con la fuerza de
tu Espíritu nos comprometamos a vivir un proceso de sinodalidad que nos ayude a

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establecer caminos de conversión y renovación personal y eclesial. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos. R.: Amén

Lector 1: Con la fiesta de Pentecostés, finaliza el Tiempo Pascual. El gesto de apagar el Cirio
nos recuerda que el Resucitado ha dejado en nuestras manos la responsabilidad de
continuar su misión liberadora. En su Nombre, nos toca ser luz en medio del mundo,
impulsados por la fuerza de su Espíritu. Que, a través de nuestro compromiso, sepamos
hacer un proceso de discernimiento profundo que nos ayude a promover un proceso de
renovación eclesial y personal. María nos acompaña en esta Misión.

Lector 2: Con el bautismo, somos hijos de Dios, y el Espíritu del Señor nos ayuda a
reconocernos como hermanos. Los invitamos a ponerse de pie para que, constituidos como
Pueblo de Dios, recemos la oración que Jesús mismo nos enseñó: Padre nuestro...

El celebrante: Invita a disponerse para la bendición final:

El Dios Creador de la luz que hoy ha iluminado los corazones de los discípulos, derramando
en ellos el Espíritu Santo, nos bendiga y nos conceda la gracia de vivir el proceso sinodal
como aporte efectivo en la renovación de nuestra iglesia. R.: Amén

Aquel fuego admirable que apareció sobre los discípulos, purifique sus corazones de todo
mal y los ilumine con su claridad. R.: Amén

Y que el Espíritu Santo que congregó a los pueblos de diferentes lenguas en la proclamación
de una sola fe nos haga perseverar en esta misma fe, para llegar así a la plenitud de la Vida
Eterna. R.: Amén

Y la bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Descienda sobre cada
uno de ustedes y sus familias y los acompañe siempre. R.: Amén

Lector 1: Pentecostés nos ha impregnado de un nuevo vigor en nuestra vida cristiana,


animados de esta experiencia misionera y del Espíritu que habita en cada uno de nosotros,
salgamos a vivir el proceso de conversión y a comunicar el amor de la Buena Nueva de Jesús
a nuestros hermanos.

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