15-Introducción Al Comentario de Jean Hyppolite Sobre La Verneinung de Freud

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Introducción al comentario

de Jean Hyppolite
sobre la “Verneinung” de Freud

SEMINARIO DE TÉCNICA FREUDIANA


DEL 10 DE FEBRERO DE 19541

(traducción y notas de Juan Bauzá)

Han podido medir ustedes cuán fecundo se revela [muestra] nuestro método de
recurrir a los textos de Freud para someter a un examen critico el uso presente [actual]
de los conceptos fundamentales de la técnica psicoanalítica y especialmente de la
noción de resistencia.
La adulteración que ha sufrido en efecto esta última noción recibe su gravedad
de la consigna que Freud consagró con su autoridad de dar preferencia [prioridad}
(donner le pas) en la técnica al análisis de las resistencias. Pues si Freud pretendía en
efecto señalar con ello un viraje (tournant) de la práctica, creemos que no hay sino
confusión y contrasentido en la manera en que algunos se autorizan en una orden de
urgencia para apoyar en ella una técnica que desconoce, nada menos, aquello a lo que se
aplica.
La cuestión es la del sentido que hay que restituir a los preceptos de esta técnica
que, por haberse reducido pronto a fórmulas estereotipadas (toutes faites), han perdido
la virtud indicativa que sólo podrían conservar en una comprensión auténtica de la
verdad de la experiencia que están destinados a guiar. Freud, por supuesto, no podría
escapar a esta consideración ni más ni menos que los que practican su obra. Pero,
ustedes han podido comprobarlo, no es el punto fuerte de aquellos que en nuestra
disciplina se parapetan ruidosamente detrás de la primacía de la técnica -sin duda para
cubrirse con la concomitancia segura que hace concordar en efecto con ella (qui y
accorde en effet) los progresos de la teoría, en el uso entontecido (abéti) de los
conceptos analíticos que es el único que puede justificar la técnica que es la suya.

1
Se da aquí el texto corregido de uno de los coloquios del seminario que tuvo lugar en la clínica de la
Facultad en el hospital Sainte-Anne y consagrado durante el año 53-54 a los Escritos técnicos de Freud y
a la actualidad a la que interesan. Únicamente se ha ampliado con algunas referencias [recordatorios]
(rappels), que han parecido útiles, a lecciones anteriores, sin que se haya podido con eso suprimirse
(lever) la dificultad de acceso inherente a todo fragmento escogido de una enseñanza.

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Inténtese examinar un poco más estrechamente lo que representa en el uso
dominante el análisis de las resistencias: se sentirá una gran decepción. Pues lo primero
que llama la atención cuando se lee a sus doctrinarios i es que el manejo dialéctico de
una idea cualquiera les resulta tan impensable, que no sabrían ni siquiera reconocerlo
cuando se ven precipitados en él a la manera de Monsieur Jourdain que hacía prosa sin
saberlo, por una práctica a la que la dialéctica le es en efecto inmanente. Desde entonces
[Por consiguiente] no podrían detener en ella su reflexión sin aferrarse bajo un modo
pánico a las objetivaciones más simplistas, aunque fuesen las más groseramente
productoras de imágenes (imageantes).
Así es como la resistencia acaba por ser para ellos imaginada más que
concebida, según lo que connota en su empleo semántico medio 2, o sea, si se examina
bien ese empleo, en una acepción transitiva indefinida. Gracias a lo cual "el sujeto
resiste" se entiende como "resiste a..."-¿A qué? Sin duda a sus tendencias en la conducta
que se impone en cuanto sujeto neurótico, a su confesión en las justificaciones que
propone de su conducta al analista. Pero como las tendencias vuelven a la carga, y como
la técnica está ahí por una vez, se supone que esta resistencia es seriamente puesta a
prueba: entonces para mantenerla es preciso que ponga algo de su parte y, aun antes de
que tengamos tiempo de volvernos, ya estamos resbalando en el carril (l’ornière) de la
idea obtusa de que el enfermo “se defiende”. Pues el contrasentido sólo se sella
definitivamente gracias a su conjunción con otro abuso de lenguaje: el que atribuye al
término defensa el beneficio de la firma en blanco que le confiere su uso en medicina,
sin que se note, porque no se es mejor médico por ser mal psicoanalista, que también
aquí hay un malentendido (maldonne) en cuanto a la noción, si es que se pretende hacer
eco a su sentido correcto en fisiopatología -y que no se traiciona menos, pues no se es
mas instruido en psicoanálisis por ser ignorante en medicina, la aplicación
perfectamente al tanto [advertida] (avertie) que Freud hace de ella en sus primeros
escritos, sobre la patogenia de las neurosis.

2
Éste, digámoslo de pasada, implica ciertamente oscilaciones no despreciables [desatendibles] en
cuanto a la acentuación de su transitividad, según la especie de alteridad a la que se aplica. Se dice: to
resist the evidence como to resist the autority of the Court – pero en cambio nicht der Versuchung
widerstehen. Observemos la gama de matices que pueden repartirse mucho más fácilmente en la
diversidad del semantema en alemán: widerstehen, - widerstreben, - sich sträuben gegen, andauern,
fortbestehen, por cuyo intermedio widerstehen puede ser intencionalmente más adecuado al sentido que
vamos a deducir [desbrozar, despejar] (degager) como siendo el sentido propiamente analítico de la
resistencia.

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Pero, se nos dirá, al centrar su punto de mira (votre visée) de una idea confusa en
su aspecto (son point) más bajo de disgregación, ¿no cae usted en el desvío de lo que se
llama propiamente un proceso por intención [tendencia] (un procès de tendanceii)? Es
que también, responderemos, nada retiene en esa tendencia [inclinación] (pente) a los
usuarios de una técnica así aparejadaiii (appareillé), pues los preceptos con que adornan
su confusión original no ponen ningún remedio a sus consecuencias. Así, se profiere
que el sujeto no puede comunicarnos nada sino de su yo y por medio de su yo, -y aquí
una mirada de reto [desafío] del buen sentido que vuelve por sus fueros en la casa (qui
reprend pied à la maison); que para llegar a algo hay que apuntar a reforzar el yo, o por
lo menos, añaden corrigiendo, su parte sana -y los bonetes asienten ante esta burrada (et
les bonnets de hocher à cette ânerie); que en el uso de material analítico procederemos
por planos -esos planos de los que por supuesto tenemos en el bolsillo el alzado (le
relevé) garantizado; que iremos así de la superficie a la profundidad -nada de poner la
carreta delante de los bueyes-; que para hacer esto el secreto de los maestros es analizar
la agresividad, -nada de carreta que mate a los bueyes-; finalmente aquí está la dinámica
de la angustia, y los arcanos de su economía -que nadie toque, si no es experto
hidráulico, los potenciales de ese maná sublime. Todos estos preceptos, digámoslo, y su
ornamentación (parure) teórica serán dejados de lado por nuestra atención
sencillamente porque son macarrónicos.
La resistencia en efecto no puede ser sino desconocida en su esencia si no se la
comprende a partir de las dimensiones del discurso en que se manifiesta en el análisis. Y
las hemos encontrado de entrada en la metáfora con que Freud ilustró su primera
definición. Quiero decir la que comentamos a su debido tiempo (en son temps)3, y que
evoca los pentagramas en que el sujeto desarrolla “longitudinalmente”, para emplear el
término de Freud, las cadenas de su discurso, según una partitura de la que el “núcleo
patógeno” forma [constituye] el leitmotiv. En la lectura de esta partitura, la resistencia
se manifiesta “radialmente”, término opuesto al precedente [el de longitudinalmente], y
con un crecimiento proporcional a la proximidad que tiene la línea en curso [proceso] de
desciframiento de la que entrega acabándola la melodía central. Y esto hasta el punto de
que este crecimiento, subraya Freud, puede considerarse [tomarse] como la medida de
esa proximidad.

3
Cf. G.W., I, p. 290-307, en el capítulo “Zur Psychotherapie der Hysterie”, p. 254-312, debido a Freud
en los Studien über hysterie publicados en 1895 con Breuer. Hay una edición inglesa: Studies on histeria.

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Es en esta metáfora donde algunos han querido incluso encontrar el índice de la
tendencia mecanicista que gravaría el pensamiento de Freud (dont la pensée de Freud
serait gravée). Para darse cuenta de la incomprensión de que da pruebas esta reserva
basta con referirse a la investigación que hemos llevado adelante paso a paso en los
esclarecimientos sucesivos que Freud aportó a la noción de resistencia, y especialmente
en el escrito sobre el que nos encontramos y donde da su fórmula más clara.
¿Qué nos dice Freud en efecto en él? Nos descubre un fenómeno estructurante
de toda revelación de la verdad en el diálogo. Hay la dificultad fundamental que el
sujeto encuentra en lo que tiene que decir; la más común es la que Freud demostró en la
represión, a saber esa especie de discordancia entre el significado y el significante, que
determina toda censura de origen social. La verdad puede siempre, en este caso,
comunicarse entre líneas. Es decir que el que quiere hacerla escuchar [darla a entender]
puede siempre recurrir a la técnica que indica la identidad de la verdad con los símbolos
que la revelan, a saber: llegar a sus fines introduciendo deliberadamente en un texto
discordancias que responden criptográficamente a las que impone la censura.
El sujeto verdadero, es decir el sujeto del inconsciente, no procede de otra
manera en el lenguaje de sus síntomas, que no es tanto descifrado por el analista como a
dirigirse a él (qu’il ne vient à s’adresser à lui) de manera cada vez más consistente, para
la satisfacción siempre renovada de nuestra experiencia. Esto es en efecto lo que esta ha
reconocido en el fenómeno de la transferencia.
Lo que dice el sujeto que habla, por muy vacío que pueda ser al principio su
discurso, toma su efecto de la aproximación que se realiza en él de la palabra en la que
convertiría plenamente la verdad que expresan sus síntomas. Precisemos incluso en
seguida que esta fórmula es de un alcance más general, lo veremos hoy, que el
fenómeno de la represión por el cual acabamos de introducirla.

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Sea como sea, es en cuanto que el sujeto llega al límite de lo que el momento
permite a su discurso efectuar de la palabra, como se produce el fenómeno en el que
Freud nos muestra el punto de articulación de la resistencia con la dialéctica analítica.
Pues ese momento y ese límite se equilibran en la emergencia, fuera del discurso del
sujeto, del rasgo que puede más particularmente dirigirse a ustedes en lo que está
diciendo. Y esta coyuntura es promovida a la función de puntuación de su palabra, Para
dar a entender (faire saisir) semejante efecto hemos hecho uso de la imagen de que la
palabra del sujeto bascula hacia la presencia del oyente4.
Esta presencia que es la relación más pura de que es capaz el sujeto con respecto
a un ser, y que es tanto más vivamente sentida como tal cuanto que ese ser está para él
menos calificado, esta presencia por un instante liberada hasta el extremo de los velos
que la recubren y la eluden en el discurso común en cuanto se constituye como discurso
del se (de l’on) precisamente para ese fin, esta presencia se señala [marca] en el discurso
por una escansión suspensiva a menudo connotada por un momento de angustia, como
lo mostré a ustedes en un ejemplo de mi experiencia.
De donde el alcance de la indicación que Freud nos dio siguiendo la suya: a
saber que, cuando el sujeto se interrumpe en su discurso, pueden ustedes estar seguros
de que le ocupa un pensamiento que se refiere al analista.
Esta indicación la verán ustedes casi siempre confirmada si hacen al sujeto la
pregunta: “¿Qué piensa usted en este instante que se refiera a lo que le rodea aquí y más
precisamente a mi que le escucho?” Con todo, la satisfacción íntima que puedan ustedes
sacar de oír unas observaciones más o menos ofensivas (désobligeantes) sobre su
aspecto general y su humor de ese día, sobre el gusto que denota la elección de sus
muebles o la manera en que está usted ataviado (dont vous êtes nippé) no basta para
justificar su (votre) iniciativa, si no saben ustedes qué esperan de esas observaciones, y
la idea, aceptada por muchos, de que dan una oportunidad de descargarse a la
agresividad del sujeto es propiamente imbécil.

4
Puede reconocerse aquí la fórmula por medio de la cual introducimos en los comienzos de nuestra
enseñanza esto de lo que se trata aquí. El sujeto, decíamos, empieza su análisis hablando de sí mismo sin
hablarle a usted, o habándole a usted sin hablar de él. Cuando pueda hablarle a usted de él, el análisis
estará terminado.

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La resistencia, decía Freud antes de la elaboración de la nueva tópica, es
esencialmente un fenómeno del yo (moi). Entendamos aquí lo que eso quiere decir. Eso
nos permitirá más tarde comprender lo que se entiende de la resistencia, cuando se la
refiere a [relaciona con] (on la rapporte) las otras instancias del sujeto.
El fenómeno aquí en cuestión muestra una de las formas más puras en que el yo
puede manifestar su función en la dinámica del análisis. En lo cual hace captar bien que
el yo tal como opera en la experiencia analítica, no tiene nada que ver con la unidad
supuesta de la realidad del sujeto que la psicología llamada general abstrae como
instituida en sus "funciones sintéticas". El yo del que hablamos es absolutamente
imposible de distinguir de las captaciones imaginarias que lo constituyen de pies a
cabeza, en su génesis como en su estatuto, en su función como en su actualidad, por otro
y para otro. Dicho de otra manera, la dialéctica que sostiene nuestra experiencia,
situándose al nivel más envolvente de la eficacia del sujeto, nos obliga a comprender el
yo de cabo a rabo en el movimiento de alienación progresiva en que se constituye la
consciencia de si en la fenomenología de Hegel.
Lo cual quiere decir que si tienen ustedes que vérselas, en el momento que
estudiamos, con el ego del sujeto, es que son ustedes en ese momento el soporte de su
alter ego.
Les he recordado que uno de nuestros colegas, curado después de ese prurito del
pensamiento que le atormentaba todavía en un tiempo en que cavilaba sobre las
indicaciones del análisis, había sido dominado por una sospecha (saisi d’un soupçon) de
esta verdad; así, mientras el milagro de la inteligencia iluminaba su rostro, hizo
culminar su discurso sobre dichas indicaciones con el anuncio de esta noticia: que el
análisis debía subordinarse a la condición primera de que el sujeto tuviese el
sentimiento del otro como existente.
Es precisamente aquí donde empieza la pregunta: ¿cuál es la clase de alteridad
por la cual el sujeto se interesa en esta existencia? Pues de esta alteridad misma es de la
que el yo del sujeto participa, hasta el punto de que, si hay un conocimiento que sea
propiamente clasificatorio para el analista, y de naturaleza tal para satisfacer esta
exigencia de orientación previa que la nueva técnica proclama con un tono tanto más
fanfarrón (fendant) cuanto que desconoce hasta su principio, es la que en cada estructura
neurótica define el sector abierto a las coartadas del ego.

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En pocas palabras (En bref) , lo que esperamos de la respuesta del sujeto al
hacerle la pregunta estereotipada, que las más de las veces lo liberará del silencio que
señala para ustedes ese momento privilegiado de la resistencia, es que les muestre quién
habla y a quién: lo que no constituye sino una sola y misma pregunta.
Pero queda a discreción de ustedes dárselo a entender interpelándolo en el lugar
imaginario en que se sitúa: eso será según que ustedes puedan o no ajustar esa agudeza
incisiva (en raccorder le quodlibet) en el punto de su discurso con que haya venido a
tropezar su palabra.
Homologarán así ese punto como una puntuación correcta. Y aquí es donde se
conjuga armoniosamente la oposición, que sería ruinoso sostener formalmente, del
análisis de la resistencia y del análisis del material. Técnica en la cual se forman ustedes
prácticamente en el seminario llamado de control
Sin embargo, para aquellos que han aprendido otra, cuya sistemática conozco
demasiado, y que le concedan todavía algún crédito, haré observar que por supuesto no
dejarán ustedes de obtener una respuesta actual al patentizar la agresividad del sujeto
para con ustedes, e incluso al mostrar alguna finura en reconocer en ello bajo un modo
contrastado la “necesidad de amor” Después de lo cual, el arte de ustedes verá abrirse
para él el campo de los manejos de la defensa ¡Vaya negocio! (La belle affaire!) ¿No
sabemos acaso que en los confines donde la palabra dimite empieza el dominio de la
violencia, y que reina ya allí, incluso sin que se la provoque?
Si llevan pues allí la guerra, sepan por lo menos sus principios y que se
desconocen sus limites si no se la comprende con un Clausewitz como un caso
particular del comercio humano.
Es sabido que fue reconociendo, bajo el nombre de guerra total, su dialéctica
interna, como éste llegó a formular que ella exige ser considerada como el
prolongamiento de los medios de la política.
Lo cual permitió a ciertos practicantes más adelantados en la experiencia
moderna de la guerra social, a la que él preludiaba, sacar [despejar] (de dégager) el
corolario de que la primera regla a observar sería no dejar escapar el momento en que el
adversario se hace otro que lo que era -lo cual indicaría proceder rápidamente a ese
reparto de las apuestas que funda las bases de una paz equitativa Ustedes pertenecen a
una generación que ha podido comprobar que este arte es desconocido de los
demagogos que no pueden desprenderse de las abstracciones más que un psicoanalista
vulgar. Por eso las guerras mismas que ganan, no hacen sino engendrar las
contradicciones en las que apenas hay ocasión de reconocer en ellas los efectos que
ellos [los demagogos] prometían.

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Desde entonces se lanzan a la desesperada (à corps perdu) a la empresa de
humanizar al adversario que ha caído bajo su cargo en su derrota -llamando incluso al
psicoanalista al rescate (à la rescousse) para colaborar en la restauración de human
relations, en lo cual éste, al paso que él lleva ahora las cosas, no vacila en extraviarse.
Todo esto no parece desplazado para volver a encontrar a la vuelta de la esquina
la nota de Freud sobre la que me he detenido ya en el mismo escrito, y tal vez esto
ilumina con una luz nueva lo que quiere decirnos con la observación de que no habría
que inferir, de la batalla que se encarniza a veces durante meses alrededor de una granja
aislada, que ésta represente el santuario nacional de uno de los combatientes, ni siquiera
que, albergue una de sus industrias de guerra. Dicho de otra manera, el sentido de una
acción defensiva u ofensiva no debe buscarse en el objeto que le disputa aparentemente
al adversario, sino más bien en el designio del que participa y que define al adversario
por su estrategia.
El humor obsidional que se trasluce (trahit) en la morosidad del análisis de las
defensas, daría pues sin duda frutos más alentadores para quienes se fían de ellos si tan
sólo lo pusieran en la escuela de la mínima lucha real, que les enseñaría que la respuesta
más eficaz a una defensa no es llevar a ella la prueba de fuerza.
De hecho se trata sólo en ellos, por falta de atenerse (s’asteindre) a las vías
dialécticas en las que se ha elaborado el análisis, y por falta de talento para volver al uso
puro y simple de la sugestión, de recurrir a una forma pedante de esta a favor de un
psicologismo ambiente en la cultura. En lo cual no dejan de ofrecer a sus
contemporáneos el espectáculo de unas gentes que no eran llamadas a su profesión por
otra cosa sino por estar en posición de tener siempre en ella la última palabra, y que, por
encontrar en eso un poco más de dificultad que en otras actividades llamadas liberales,
muestran la figura ridícula de Purgones obsesionados por la “defensa” de cualquiera que
no comprenda por qué su hija está muda.

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Pero con eso no hacen sino entrar en esa dialéctica del yo y del otro que
constituye el impás del neurótico y que hace a su situación solidaria del prejuicio de su
mala voluntad. Por eso he llegado a decir que no hay en análisis otra resistencia que la
del analista. Porque este prejuicio sólo puede ceder ante una verdadera conversión
dialéctica, y aun es preciso que se mantenga en el sujeto por un ejercicio continuo. A
eso se reducen verdaderamente todas las condiciones de la formación del psicoanalista.
Fuera de tal formación, seguirá siendo siempre dominante el prejuicio que ha
encontrado su más estable fórmula en la concepción del pitiatismo. Pero otras la habían
precedido, y no quiero inducir lo que Freud podía pensar de ello sino recordando sus
sentimientos ante la más reciente de los tiempos de su juventud. Tomo el testimonio
correspondiente del capítulo IV de su gran escrito sobre Psicología de las masas y
análisis del yo. Habla de las asombrosas proezas (tours de force) de la sugestión de las
que fue testigo en casa de Bernheim en 1899.
“Puedo recordar –dice- la sorda rebeldía que, incluso en aquella época,
experimenté contra la tiranía de la sugestión, cuando un enfermo que no mostraba
bastante flexibilidad oía que le gritaban: “¿Qué es lo que está haciendo? ¡Se está usted
contrasugestionando!” ('Qu'est ce que vous faites donc? Vous vous contre-
suggestionnez!'. En francés en el texto de Freud) Me decía en mi fuero interno que era
la más palmaria (la plus criante) de las injusticias y de las violencias que el enfermo
tenía todo el derecho a utilizar la contrasugestión cuando se intentaba subyugarlo por
artificios de sugestión. Mi resistencia tomó más tarde la dirección más precisa de
sublevarme contra el hecho de que la sugestión que lo explicaba todo, tuviese ella
misma que sustraerse a la explicación. Solía yo repetir pensando en ella la vieja broma:

Cristóbal llevaba en vilo a Cristo,


Cristo en vilo al mundo entero,
¿dónde los píes de Cristóbal
encontraban pues apoyo?"

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Y si Freud prosigue deplorando que el concepto de sugestión haya derivado
hacia una concepción cada vez más relajada, que no le deja prever para pronto el
esclarecimiento del fenómeno, ¿qué no habría dicho del uso actual de la noción de la
resistencia, y cómo no hubiera alentado cuando menos nuestro esfuerzo de estrechar
técnicamente su empleo? Por lo demás, nuestra manera de reintegrarla en el conjunto
del movimiento dialéctico del análisis es tal vez lo que nos permitirá dar un día de la
sugestión una fórmula a prueba de los criterios de la experiencia.
Tal es el designio que nos guía cuando iluminamos [esclarecemos] la resistencia
en el momento de transparencia en que se presenta, según la feliz expresión del Sr.
Mannoni [Octave MANNONI], por la punta transferencial.
Y por eso la iluminamos [aclaramos] por ejemplos donde puede verse jugar la
misma síncopa dialéctica.
Así es como hicimos caso5 de aquel con que Freud ilustra de manera casi
acrobática lo que entiende por deseo del sueño. Pues si él lo da para zanjar [salir al paso
a] (couper court à) la objeción de la alteración que el sueño sufriría por su
rememoración en el relato, aparece claramente que sólo le interesa la elaboración del
sueño en cuanto se prosigue en el relato mismo, es decir que el sueño no vale para él
sino como vector de la palabra. Tan es así que todos los fenómenos que da de olvido,
incluso de duda, que vienen a estorbar (entraver) el relato, han de interpretarse como
significantes en esa palabra, y que, si no hubiese de quedar de un sueño más que un
despojo tan evanescente como el recuerdo flotante en el aire del gato que se disipa de
manera tan inquietante ante los ojos de Alicia, esto no sirve sino para hacer más seguro
que se trata ahí de la punta quebrada de lo que en el sueño constituye su punta
transferencial, dicho de otra manera lo que en dicho sueño se dirige directamente al
analista. Aquí por intermedio de la palabra “canal”, único vestigio subsistente del sueño,
o sea otra vez una sonrisa, pero ésta impertinente y de mujer, con que aquella a quien
Freud se tomó el trabajo de hacer paladear su teoría del Witz acoge su homenaje, y que
se traduce por la frase que concluye el chiste (l’histoire drôle) que a invitación de Freud
ella asocia con la palabra canal: “De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.”

5
G. W., II-III, p. 522, n. 1; S. E., V, p. 517, n. 2; Science des rêves, p. 427 [La interpretación de los
sueños, A. V, p. 512, n. 11]

378
Del mismo modo, en el ejemplo del olvido de un nombre, que tomamos antes
literalmente como el primero que se presentó 6 en la Psicopatología de la vida cotidiana,
pudimos darnos cuenta de que la imposibilidad en que se encuentra Freud de evocar el
nombre de Signorelli en el diálogo que sostiene con el colega que es entonces su
compañero de viaje, responde al hecho de que censurando en su conversación anterior
con el mismo, todo lo que las palabras de éste le sugerían, tanto por su contenido como
por los recuerdos que en él formaban su séquito, de la relación del hombre y del médico
con la muerte, o sea con el amo absoluto, Herr, signor, Freud había abandonado
literalmente en su interlocutor, y por lo tanto desprendido de sí, la mitad rota (la moitié
brisée) (entendámoslo en el sentido más material del término) de la espada de la
palabra, y por un tiempo, precisamente aquel en que seguía dirigiéndose a dicho
interlocutor, ya no podía disponer de ese término como material significante, por quedar
ligado a la significación reprimida -y esto tanto más cuanto que el tema de la obra cuyo
autor se trataba de recordar en Signorelli, concretamente el fresco del Anticristo, en
Orvieto, no hacía sino historiar bajo una forma de las más manifiestas, aunque
apocalíptica, este señorío de la muerte.
¿Pero podemos contentarnos con hablar aquí de represión? Sin duda podemos
asegurar que está presente sólo por las sobredeterminaciones que Freud nos da del
fenómeno, y podemos confirmar también por la actualidad de sus circunstancias el
alcance de lo que quiero darles a entender en la fórmula: el inconsciente es el discurso
del Otro.
Pues el hombre que, en el acto de la palabra, parte (brise) con su semejante el
pan de la verdad, comparte la mentira.
¿Pero esta dicho todo con esto? Y la palabra aquí retirada (retranchée) ¿podía
acaso no apagarse ante el ser-para-la-muerte, aun cuando se le hubiera acercado hasta
un nivel donde sólo la broma (le mot d’esprit) es todavía viable, las apariencias de la
seriedad para responder a su gravedad no tienen ya sino el aspecto de la hipocresía?
Así la muerte nos aporta la cuestión de lo que niega el discurso, pero también la
de saber si es ella la que introduce en él la negación. Pues la negatividad del discurso,
en cuanto hace ser en él lo que no es, nos remite a la cuestión de saber lo que el no-ser,
que se manifiesta en el orden simbólico, debe a la realidad de la muerte.

6
Este ejemplo en efecto inaugura el libro, G. W., IV, p. 5-12; Psychopatologie de la vie quotidiaenne,
p. 1-8. [Psicopatología de la vida cotidiana, A. VI, pp. 10-13]

379
Así es como el eje de los polos en que se orientaba un primer campo de la
palabra, cuya imagen primordial es el material de la tésera (donde volvemos a encontrar
la etimología del símbolo), esta cruzado aquí por una dimensión segunda no reprimida
pero necesariamente engañosa. Ahora bien, es aquella de donde surge con el no-ser la
definición de la realidad.
Así vemos ya saltar el cemento con que la sedicente (soi-disant) nueva técnica
tapa ordinariamente sus fisuras, a saber un recurso, desprovisto de toda crítica, a la
relación con lo real.
No hemos creído poder hacer nada mejor, para que sepan ustedes que esta crítica
es absolutamente consubstancial al pensamiento de Freud, que confiar su demostración
al Sr. Jean Hyppolite, que no sólo ilustra este seminario por el interés que se sirve
mostrar en él, sino que, por su presencia, les garantiza en cierta forma que no me
extravío en mi dialéctica.
Le he pedido que comente de Freud un texto muy corto, pero que, por situarse
en 1925, es decir mucho más adelante en el desarrollo del pensamiento de Freud, puesto
que es posterior a los grandes escritos sobre la nueva tópica 7, nos lleva hasta el núcleo
[corazón] (coeur) de la nueva cuestión planteada por nuestro examen de la resistencia.
He nombrado el texto sobre la denegación.
El Sr. Jean Hyppolite, al encargarse de este texto, me descarga de un ejercicio en
el que mi competencia está lejos de alcanzar a la suya, Le agradezco haber accedido a
mi petición y le cedo la palabra sobre la Verneinung8.

7
Debíamos consagrar el año que siguió al comentario del escrito titulado: Más allá del principio del
placer.
8
Puede leerse el discurso del Sr. Hyppolite como apéndice al presente volumen, p. 881 [errata en el
original, debería decir p. 879].

380
NOTAS DEL TRADUCTOR

381
i
Los “doctrinarios” son aquí quienes sostienen el modo de análisis de las resistencias como un uso dominante. En
general el término se refiere a aquellas personas que se muestran estrechamente ligadas a una opinión, a una doctrina,
de un modo dogmático.
ii
En francés hacer “un procès de tendance” a alguien es juzgarlo según las intenciones que tiene o se le atribuyen, tal
vez también podría decirse en función de sus tendencias, o deseos?, sin esperar a los actos, que son los que
verdaderamente constituirían objeto de delito. Las tendencias no son como tales un problema jurídico, en cambio puede
considerarse jurídicamente la “intención”, entendida como “la voluntad consciente de hacer o no hacer lo que la ley
prohíbe o prescribe”, que podría ser incluso objeto de “proceso”.
iii
Del verbo appareiller, tener los aparejos listos para zarpar.

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