Pablo Levy - Notas Geográficas y Economicas - 03 P2-75-85
Pablo Levy - Notas Geográficas y Economicas - 03 P2-75-85
Pablo Levy - Notas Geográficas y Economicas - 03 P2-75-85
do, por casualidad, un caribe tiene varias mujeres, siempre hay una que
es especialmente "su mujer" Las otras son generalmente viudas o huér-
fanas, y a veces las hermanas de su mujer, las cuales, encontrándose sin
medios de subsistencia, por la muerte de sus maridos o parientes, han bus-
cado asilo en la casa de un amigo, que en verdad las protege y las man-
tiene, pero que también usa de ellas como de sus propias mujeres, hasta
que encuentran con quien casarse.
Todos los que he visto hablaban algo de español, que han aprendido
poco a poco, por su contacto con los nicaragüenses de los departamentos
limítrofes, y sobre todo, por los criminales que, frecuentemente, se ref u-
- 248 —
gian entre ellos, para escapar a las persecuciones de la justicia. Subsisten
entre ellos numerosas tradiciones, algunas interesantes, en las cuales se
trata siempre de negros cimarrones, de misioneros, y, sobre todo, de sol-
dados españoles feroces. Muchos creen que los españoles mandan todavía
en Nicaragua, y les tienen mucho odio, y a la vez mucho miedo. Los po-
cos que saben que no hay más que nicaragüenses, les temen igualmente;
incapaces de comprender la igualdad republicana, se imaginan que aquí
.
hay dos clases, una que oprime y otra que está oprimida; y convencidos
de que si se civilizan, los colocarán en la última clase, se empeñan poco en
salir de su estado actual. Su mayor temor es que les hagan soldados y
les manden después a hacerse matar por algún motivo desconocido de ellos.
Lo que sentirían más sería verse obligados a trabajar, a no pintarse el cuer-
po, a vestirse, y a no poder embriagarse casi permanentemente, como lo
hacen en su tierra.
—249—
Jícara Sábai Yo soy Acaralauiang
Tamal Amkina Tú eres Ayalalauga
Dinero Lijuán El es Alaslauga
Pipante Currín Nosotros somos Yaralalauca
Hermana Amini Vosotros sois ..._Laucayalalauca
Cabeza Tunik Ellos son _____..Eauyoada
Brazo .— Uakalmi —
Pié Calnibas Achiote
Pierna .Calni para pintarse .__..Ahual
Ojos Minikitaka Hollín .Dam
Oreja Tabalki —
Vientre Vaski 1 Aloslag
Pubis Sumakimak 2 __.Muyebu
Arco Sibakuka 3 Muyebas
Flecha 4 Muyaninca
(con fierro) ____. Sibajanaka
. 5 Muyesinca
Flecha 6 .Muidigica
(sin fierro) ___.Sigurna 7 Muibaica
Dormir Amacutin 8 Muyacaca
Comer Cascutin 9 (número
Beber Nikcutin
_ fatal) Yacabaso
Matar Bitongcutin 10 Muyaslug
Correr Sibisicutin
— 250 —
individuos en su casa para hacer otro tanto, y así siguen, hasta que todo
el año, salvo unos cortos intervalos, se pasa en una fiesta perpetua. Sin
embargo, tienen ciertos días en que no beben, porque dicen que esto les
traería desgracias.
Nada haría cazar estos Indios cuando tienen bastantes provisiones; para
que entren en campaña, es preciso que la familia esté completamente des-
provista de víveres. Las mujeres se quedan en casa y fabrican tejidos de
algodón y de corteza, preparan los colores para pintarse el cuerpo, e, inde-
pendiente de los oficios acostumbrados de su sexo, son tan diestras como
los hombres en manejar botes y otros ejercicios violentos.
Se encuentra a veces entre ellos el maíz molido en una piedra hueca, por
medio de otra piedra cónica que sirve de majadero. La masa gruesa obte-
nida por este procedimiento se alza envuelta en hojas verdes hasta que se
agria; después se arrolla entre las manos en forma de pequeños cilindros,
que se cuecen suavemente entre las cenizas. Su cocina se compone de tres
piedras, entre las cuales se hace el fuego. Alrededor de éste se ven siempre
montones de una especie de caracol, muy abundante en todos los ríos de
la República, y que es un alimento muy nutritivo, a pesar de su insipidez.
Estos Indios son alegres y benévolos por naturaleza. Todos son gordos
y robustos; sin embargo, viven poco; los excesos de la embriaguez les arrui-
nan el temperamento. Se deterioran el estómago, quedando frecuentemente
mucho tiempo sin comer, y se consumen el sistema muscular durmiendo
—251—
a menudo, ebrios sin sentido y desnudos, en el suelo húmedo, expuestos
al sol, a la lluvia o al sereno. Un gran número de ellos han contraído la
lepra mosquita, o "pinto", en sus viajes a la costa, y están cubiertos de
manchas blanquizcas o azules. En todos, la piel, constantemente azotada
y rajada por las espinas, se ha vuelto escamosa y callosa, sobre todo la de
las piernas.
En general las casas no tienen paredes; cuando las hay, son de cañas o
de ramas, pero con espacios muy grandes entre sí, lo que hace parecer la
casa a una gran jaula. El suelo es de tierra pisonada; no se ven otros asien-
tos que unas piedras planas o unos tucos cúbicos de madera; a veces hay
un banco de una sola pieza, o una especie de tablón sostenido por trozos
de piedra o de madera. Sin embargo, prefieren sentarse y descansar en
el suelo. La parte más importante del mobiliario es la colección de las
indispensables vajillas de barro. Esas vajillas no son muy comunes, mu-
chas son de una antigüedad muy remota y tal vez anteriores a la conquista,
su forma es graciosa, y su solidez muy grande; no llevan trazas de pintu-
ras, ni de barniz alguno, pero están cubiertas de dibujos toscos, ora en re-
lieve, ora en hueco Las hay de todos tamaños, desde las de más de una
vara de diámetro, hasta las en que no se puede entrar el puño; mas, gran-
des o pequeñas, todas tienen la misma forma, que es la de una olla común
de hierro cuyo fondo sería cónico en lugar de ser esférico. El agua de be-
ber se conserva en calabazas de todas formas y dimensiones, pero sin
adornos.
Cuando hay lugar a temer el ataque de las fieras, la casa está rodeada
de una cerca de estacas. Sucede a veces que las palizadas forman la pro-
pia pared de la casa.
— 252 —
encima de otro. Estas especies de pisos, comprendidos entre los dos de-
clives del techo, están siempre llenos de humo de la cocina; y aunque por
esto parezcan inhabitables, es por el contrario el motivo porque se duerme
allí; el humo espanta los insectos e impide el desarrollo de los parásitos.
— 253 —
Para pintarse empiezan por untarse todo el cuerpo con achiote, o más
bien con un color rojo y firme preparado con achiote, limón y bálsamo;
luego trazan sobre este fondo colorado loe dibujos que les convenga, con
una pasta negra y brillante, parecida al betún, y compuesta de hollín y
varias gomas, aceites o bálsamos vegetales. El hollín de pintar (tile o dam)
se fabrica especialmente para este objeto, quemando maderas balsámicas
bajo una laja, en que se deposita un negrumo muy fino y odorífero.
Las mujeres se contentan casi siempre con juntar sus cejas por una línea
negra, que prolongan después hasta la punta de la nariz. En cuanto a los
hombres, se forman dibujos en el busto, las piernas y sobre todo en la cara,
y esto tan caprichosamente, que es imposible precisar la descripción. Di-
remos, sin embargo, que es muy raro que las pinturas representen un objeto
definido: son óvalos, triángulos, líneas cruzadas o paralelas, etc.... Los
jóvenes que desean agradar a las mujeres pasan a veces cuatro o cinco ho-
ras en pintarse, y después van a ponerse ufanos en medio de ellas y gozar
del murmullo de admiración que inspira la delicadeza de su atavío.
Nunca se peinan los cabellos, que caen hasta las cejas, cubriendo ente-
ramente la frente. Por delante los cortan en línea horizontal y recta, un
poco arriba de los ojos, y por detrás unos los cortan en forma redonda, y
otros los dejan crecer indefinidamente. Para cortar el pelo lo hacen con
piedras filosas: una, que se tiene de la mano izquierda, pasa por debajo
de los cabellos, y la otra sirve para golpear con la mano derecha. Es pre-
ciso que el que ejecuta la operación tenga mucha destreza para no herir
al paciente. La cabellera de las mujeres flota en desorden sobre sus es-
paldas.
—254—
Apenas los muchachos son capaces de andar, ya se mantienen constan-
temente en cayucos proporcionados a sus fuerzas, y se ejercitan en tirar
el pescado con pequeñas flechas. Estos niños de los indios caribes son
incontestablemente lo que sorprende más al observador. En una edad en
que los nuestros se consideran todavía como irracionales, los jóvenes cari-
bes saben hacer ya ellos mismos sus arcos y sus flechas, y aprovisionan
la familia entera con pescados, caracoles, cangrejos, camarones y frutas sil-
vestres. Saben perfectamente salir de apuro en todos los accidentes que
pueden sucederles. Nadan y bucean como patos, trepan a los más eleva-
dos árboles y saben evitar los insectos y animales peligrosos. Su oído per-
cibe, en medio de las selvas, el menor ruido y adivina cuál es la causa que
lo produjo; conocen el nombre, las propiedades y el empleo de un sinnú-
mero de plantas, así como en qué época se puede recoger la parte útil, en
qué luna y cómo se debe proceder; se avanzan sin temor, y penetran a lo
lejos, en las más tenebrosas selvas; se deslizan en los más enredados beju-
cales, sin ruido, casi sin quebrar nada, y sin embargo dejando a cada paso
señales imperceptibles, por medio de las cuales pueden volver a encontrar
su camino, ya de día ya de noche. Observan en el suelo los rastros más
leves, casi invisibles, y suponen inmediatamente cuál es el animal a que
pertenecen, el número de instantes que han corrido desde que pasó, dónde
iba, de dónde venía, su edad, su sexo, si estaba herido, en qué parte del
cuerpo y si la herida era grave, etc.... Saben también aliviarse de la pi-
cadura de las culebras y untarse de zumos que alejan los insectos. Si por
casualidad llegan a perderse, sabe fabricar en un momento un abrigo con-
tra el viento y la lluvia, con ramadas y bejucos; hacen fuego donde quiera
frotando dos pedazos de palo seco, encuentran
y frutas, raíces, aún
y ani-
males para comer. Todos conocen varias clases de silbatos o reclamos para
llamar a las aves y otros animales; saben también disponer, para cogerlos,
los lazos y trampas más ingeniosos y variados.
Las muchachas, hasta los diez años de edad, participan a todas las aven-
turas y expediciones de los muchachos, y sucede a menudo que grupos de
ocho a diez niños quedan ausentes, o perdidos en los bosques, durante mu-
chos días, sin que la familia se inquiete por ellos.
— 255 —
Los funerales se hacen con acompañamiento de cantos lúgubres y de
gritos atroces. Las mujeres de la familia del difunto se arrancan los cabe-
llos, y, de cuando en cuando, alzan los brazos lanzando un grito agudo y
se dejan caer de bruces; algunas se hacen mucho daño: sus pechos pen-
dientes en sus troncos desnudos hacen de esta costumbre un espectáculo
tan cruel que su vista es insoportable. El cuerpo del difunto, pintado de
lo más exquisito, se lleva en el bosque, donde lo entierran al pié de algún
árbol. La ceremonia se termina por abundantes libaciones de "ulung".
Los juegos son casi siempre una especie de lucha de gimnástica o de des-
treza; además tienen desafíos, ya sea a brazo partido, ya sea de pugilato.
Los muchachos se divierten a correr o a buscar y sacar objetos pequeños
del fondo del agua. Todos se ejercitan también en tirar la flecha, ya sea
sobre un objeto móvil, por ejemplo un plátano, que uno de los asistentes
arroja por delante. Los resultados que obtienen en cuanto a la precisión
del tiro son sorprendentes. Otro juego consiste en volar al aire una ma-
zorca de maíz que todos apuntan a la vez, y la experiencia es satisfactoria
cuando la dejan sin un solo grano. Un juego bárbaro es el en que dos
lidiadores se dan recíprocamente, pero uno en pos de otro, un gran puñe-
tazo en el pecho; el que renuncia de primero a seguir la lucha es declarado
vencido, y paga al vencedor una multa o premio convenido antes de co-
menzar.
Los cantos, aún los más alegres, son siempre sobre una música monótona
y apagada, como la del tambor de bambú que los acompaña inevitable-
mente. Entre las mujeres son simple versículos, cantados en coro y acor-
de, y con un compás lento. Entre los hombres es más interesante. Cada
uno a su turno se erige en cantor; y se levanta en medio del círculo se le
— 256 —
pasa el tambor, que se pone debajo del brazo izquierdo, y que toca con
los dedos de la mano derecha. Si no tienen charreteras, ni gorra de plu-
mas, se los prestan, porque parece que son indispensables. El cantor em-
pieza entonces una especie de declamación sorda, cuyos versículos repiten
los asistentes en coro. La originalidad consiste en que los versículos
los aumentan de largo en cada copla, porque se repiten siempre las ante-
riores. Ejemplo:
Esos cantos están acompañados sin interrupción por pitos, flautas y fla-
joletes de caña o carrizo, de a uno o de a dos tubos, y en los cuales el mú-
sico sopla sin saber qué, ora con la boca, ora con las narices. A veces los
músicos tocan y bailan a la vez, y, cuando están cansados, pasan su ins-
trumento a un individuo cualquiera, el que inmediatamente se pone a to-
car, con tanta seriedad y empeño como si fuese su profesión. Las mujeres
bailan aparte, y los hombres también. A veces las primeras bailan toda
la noche, y los otros todo el día. El baile de los hombres es una especie
de pantomima, ejecutada por dos o cuatro de ellos, los cuales, a ese efecto,
se disfrazan, unos en muchachas, otros en ancianos. Se comprende que
quieren representar un episodio amoroso; pero lo acompañan de los gestos
más indecentes y de las posturas más significativas. El baile de las mu-
jeres es mis gracioso: después de haberse formado en círculo, teniéndose
y
por las manos, empiezan a dar vueltas cantando, y, a un cierta señal, se
separan bruscamente, empiezan a saltar aisladamente sobre uno y otro pié,
golpeando al compás un huacal que tienen en la mano, y que antes tenían
en la cabeza. Poco a poco se juntan dos por dos, y luego cuatro porcua-
tro, y en fin, todas vuelven a formar el círculo del principio.
— 257 —
Lo que los caribes prefieren a todo es el tabaco, la sal, los instrumentos
cortantes de hierro, las armas de fuego con sus respectivas municiones, las
bujerías de vidrio, loa pequeños espejos y las campanillas, los anzuelos, los
tejidos de colores chillantes, las vacas y las gallinas. Desgraciadamente
tienen muy poca cosa que ofrecer en cambio. Cuando bajan dos o tres de
ellos a la Costa, con los encargos de la tribu entera, es para vender un ca-
yuco trabajado artísticamente de un solo tronco, sin otro fierro que el ha-
cha y ayudándose del fuego. Lo cargan con cacao silvestre, quincora, va-
rias raíces aromáticas o medicinales, sables de pijibaye, hamacas y corde-
les de pita, etc. Los que son vecinos de las ciudades nicaragüenses llevan
a veces allí plátanos y frutas, para venderlas y comprar aguardiente de
caña. Son éstas sus únicas relaciones con el mundo civilizado. Su horror
por el trabajo y su afición por la embriaguez, son los mayores obstáculos
que se encontrarán si se intenta civilizarlos.
— 258 —