Pablo Levy - Notas Geográficas y Economicas - 03 P2-75-85

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La poligamia es permitida entre ellos, aunque poco practicada; y cuan-

do, por casualidad, un caribe tiene varias mujeres, siempre hay una que
es especialmente "su mujer" Las otras son generalmente viudas o huér-
fanas, y a veces las hermanas de su mujer, las cuales, encontrándose sin
medios de subsistencia, por la muerte de sus maridos o parientes, han bus-
cado asilo en la casa de un amigo, que en verdad las protege y las man-
tiene, pero que también usa de ellas como de sus propias mujeres, hasta
que encuentran con quien casarse.

Estos Indios no conocen religión alguna, y tienen sólo prácticas supers-


ticiosas. Entre ellos no se ve ni un templo, ni una imagen de un dios cual-
quiera; en cambio tienen una multitud de fetiches y de creencias en la vir-
tud, ora bienhechora, ora maligna, de una infinidad de objetos materiales.
Confiesan ellos que debe haber un espíritu del bien, el cual ha creado todo
lo que es hermoso y bueno; pero, según su idea, no pudiendo este espíritu
del bien hacer otra cosa que el bien mismo, no hay que ocuparse de él; en
lugar de que estando constantemente el espíritu del mal, alrededor de no-
sotros para perjudicarnos, ea éste sólo que es preciso invocar y rogar. Par-
tiendo de esta base, reconocen dos espíritus maléficos, uno que preside a
la tierra y se llama "Ulaser", y el otro que preside a las aguas y se llama
"Lerrirre". Para dirigirles preces, se tienden boca abajo en el suelo, y pro-
nuncian una oración inintelegible, formando bocina con sus manos.

A pesar de la insuficiencia de este sistema religioso, los crímenes son


raros entre esos indios, y su honradez es muy notable. Puede viajarse en-
tre ellos con la más completa seguridad; no hay más que dominar la im-
presión que causa su aspecto infernal. Manifiestan mucha avidez por ha-
cerse pagar sus servicios; pero el precio que piden es ínfimo, y, fuera de
esto, todas sus transacciones se hacen con la más entera buena fé. Ade-
más, serían castigados por sus jefes si molestaren a un extranjero. Se en-
cuentra entre ellos la hospitalidad más completa, y sus pobres recursos
están todos a la disposición del forastero; les gusta cambiar de nombre
con él en prueba de amistad, pero debemos prevenir a los viajeros impru-
dentes, que los caribes son intratables en cuanto a su honor conyugal. Son
excesivamente celosos de sus mujeres, particularmente con los blancos; y
el que se permitiera alguna tentativa atrevida, la pagaría probablemente
con su vida. La abstención es tanto más fácil que la mayor parte de sus
mujeres son horribles, y que ellas mismas miran al extranjero con desdén.

En general, esos pueblos están regidos únicamente la por costumbre, el


sentido común y los instintos naturales. Ignoran la lectura, la escritura
y no tienen signo alguno para figurar la palabra o los números. Cuentan
con los dedos de las manos y de los piés; pero se enredan siempre cuando
pasan de cincuenta. Miden el tiempo, las edades, etc.... por lunas, y los
días por sueños. Sus conocimientos astronómicos se limitan a observar el
sol, la luna y algunas constelaciones; la luna, sobre todo, cuyos movimien-
tos conocen perfectamente, y sobre cuya influencia tienen un sinnúmero
de preocupaciones.

Todos los que he visto hablaban algo de español, que han aprendido
poco a poco, por su contacto con los nicaragüenses de los departamentos
limítrofes, y sobre todo, por los criminales que, frecuentemente, se ref u-

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gian entre ellos, para escapar a las persecuciones de la justicia. Subsisten
entre ellos numerosas tradiciones, algunas interesantes, en las cuales se
trata siempre de negros cimarrones, de misioneros, y, sobre todo, de sol-
dados españoles feroces. Muchos creen que los españoles mandan todavía
en Nicaragua, y les tienen mucho odio, y a la vez mucho miedo. Los po-
cos que saben que no hay más que nicaragüenses, les temen igualmente;
incapaces de comprender la igualdad republicana, se imaginan que aquí
.

hay dos clases, una que oprime y otra que está oprimida; y convencidos
de que si se civilizan, los colocarán en la última clase, se empeñan poco en
salir de su estado actual. Su mayor temor es que les hagan soldados y
les manden después a hacerse matar por algún motivo desconocido de ellos.
Lo que sentirían más sería verse obligados a trabajar, a no pintarse el cuer-
po, a vestirse, y a no poder embriagarse casi permanentemente, como lo
hacen en su tierra.

Algunos que hacen periódicamente un viaje hasta la costa, han apren-


dido un poco de inglés con los mosquitos, y con los residentes extranjeros
que han frecuentado. Es probablemente en la misma fuente que han
aprendido que la Inglaterra es el país más poderoso, rico y grande del uni-
verso. Se figuran la reina Victoria como una especie de divinidad, de quien
son tributarios todos los demás pueblos de la tierra.

En su lenguaje se expresan con una facilidad extraordinaria; hablan en-


tre sí con un tono melancólico, monótono y sordo, pero precipitado. He
aquí un pequeño vocabulario de su idioma:

Amigo Huamiski Diente Anaki


._._
Casado Yalki Barba Conguibas
Esposa Loana
. Cabello Daski
_
Mujer Yualki Sangre Anaska
Hombre Allian Casa Ua
Padre Pasiki Ciudad Ouaina
Madre Mamskin Plátano Uagi
Hijo Paonima Azúcar Disnok
.
Hija Paocoma Vaca ..Sanó
Muchacho ______Tiguiz Leche ._ .Sanadagosca
Muchacha Batanil Caballo Pomíka
Hermano Uakaini Tigre Nagua
Sol Maa Tigre negro ____.Julpia
Día Maada Caucelo Kurrus
Luna Uaigo Zorro Alasala
Noche Baruca Perro Souló
Estrella Maabka Gato Nisto
Fuego Conu Pescado Taboom-pao
Agua Usas Maíz ..Sirik
Tierra Asán León Naguapocá
Aire o viento _Uing Quiero casarme contigo
Montaña Assang Yaleki ida ialki.
Nariz Nangutak Colorado Poca
Boca nimbas Tabaco Aka
Lengua Tukí Huacal Sontak

—249—
Jícara Sábai Yo soy Acaralauiang
Tamal Amkina Tú eres Ayalalauga
Dinero Lijuán El es Alaslauga
Pipante Currín Nosotros somos Yaralalauca
Hermana Amini Vosotros sois ..._Laucayalalauca
Cabeza Tunik Ellos son _____..Eauyoada
Brazo .— Uakalmi —
Pié Calnibas Achiote
Pierna .Calni para pintarse .__..Ahual
Ojos Minikitaka Hollín .Dam
Oreja Tabalki —
Vientre Vaski 1 Aloslag
Pubis Sumakimak 2 __.Muyebu
Arco Sibakuka 3 Muyebas
Flecha 4 Muyaninca
(con fierro) ____. Sibajanaka
. 5 Muyesinca
Flecha 6 .Muidigica
(sin fierro) ___.Sigurna 7 Muibaica
Dormir Amacutin 8 Muyacaca
Comer Cascutin 9 (número
Beber Nikcutin
_ fatal) Yacabaso
Matar Bitongcutin 10 Muyaslug
Correr Sibisicutin

He dicho ya en otra parte que los caribes raciocinan su salvajismo, y ha-


cen consistir la felicidad en disminuir lo más que se pueda el número de
sus necesidades. Encuentran ingeniosos argumentos para intentar de de-
mostrar al viajero civilizado que comprenden ellos mejor que él la existen-
cia, y que le son superiores en muchos conceptos.

Tienen dos vicios dominantes: la pereza y la embriaguez. Fuera del mo-


vimiento a que se ven obligados para satisfacer a sus más imperiosas nece-
sidades, no se toman otro trabajo que el de cultivar un poco de maíz, con
el único objeto de fabricar una bebida embriagadora, que llaman "ulung".
Para prepararla, ponen el maíz remojado a germinar a la sombra, cubierto
con grandes hojas; se desarrolla así el principio azucarado contenido en
el gluten; luego lo ponen a secar al sol: los gérmenes se separan y después
machacan groseramente los granos. Entonces el maíz es mascado, puñado
por puñado, con todas las bocas disponibles de la familia. La pasta gruesa
que resulta de esta operación se pone con agua en una gran vasija de barro
o en una canoa, y al cabo de pocas horas se desarrolla una fermentación
particular, semi-alcohólica, semi-pútrida y semi-ácida, que convierte este
líquido, de origen ya repugnante, en una bebida horrorosa, a la verdad
embriagadora, pero que exhala un olor horrible de queso, vinagre y alco-
hol mezclados. Se observará que el "ulung" nunca es filtrado, y que se
ve uno obligado a tragar juntas la parte líquida y la sólida, de modo que
es a la vez una bebida y un alimento.

Cuando una familia ha fabricado el "ulung", convida a todos sus veci-


nos, y todos juntos se embriagan, bailan y cantan durante dos o tres días.
Viene después el turno de uno de los convidados de recibir a los mismos

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individuos en su casa para hacer otro tanto, y así siguen, hasta que todo
el año, salvo unos cortos intervalos, se pasa en una fiesta perpetua. Sin
embargo, tienen ciertos días en que no beben, porque dicen que esto les
traería desgracias.

Durante esos intervalos van a desyerbar el maíz, o a cazar para comer


un poco de carne, ya sea de venado, ya de "sahino", o si no alguna ave.
Fuera de esto, su alimentación se reduce al pescado, que es de una abun-
dancia extraordinaria, y que comen, ora tostado sobre las brasas, ora co-
cido debajo de las cenizas, según la especie. Los niños, que hasta la edad
de diez o doce años, pasan la vida completamente desnudos en el agua, o en
un bote pequeño y proporcionado a sus fuerzas, saben matar en una sola
mañana, con pequeñas flechas de palo duro, más pescados de los que la
familia puede comer.

Nada haría cazar estos Indios cuando tienen bastantes provisiones; para
que entren en campaña, es preciso que la familia esté completamente des-
provista de víveres. Las mujeres se quedan en casa y fabrican tejidos de
algodón y de corteza, preparan los colores para pintarse el cuerpo, e, inde-
pendiente de los oficios acostumbrados de su sexo, son tan diestras como
los hombres en manejar botes y otros ejercicios violentos.

Estos indios tienen plátanos, pero no el verdadero, sino el que se conoce


en Nicaragua con el nombre de "Patriota". Sus "Chagüites" (plantacio-
nes de plátano) están sembrados sin orden, y las malas yerbas invaden sus
sementeras; además no tienen cercos, y los monos, las dantas y otros ani-
males las perjudican diariamente. El único motivo que puede decidirles
a salir de su antipatía por las ocupaciones agrícolas, es la necesidad de em-
briagarse, y por consecuencia de cultivar el maíz. De modo que el plátano,
de que no saben sacar alcohol, no tiene atractivo para ellos. Lo contrario
sucede con la yuca, de que saben extraer un aguardiente en verdad desa-
gradable, pero muy fuerte, por medio de un alambique informe de barro.
Saben también hacer una bebida fermentada con la semilla tierna del
achiote, y otra con la pulpa que envuelve los granos del cacao silvestre.
Hacen con este cacao, una especie de chocolate, azucarado con miel de
palo, y aromatizado con varias plantas de olor muy fuerte, entre las cuales
se nota con sorpresa el bálsamo de copaiba.

Se encuentra a veces entre ellos el maíz molido en una piedra hueca, por
medio de otra piedra cónica que sirve de majadero. La masa gruesa obte-
nida por este procedimiento se alza envuelta en hojas verdes hasta que se
agria; después se arrolla entre las manos en forma de pequeños cilindros,
que se cuecen suavemente entre las cenizas. Su cocina se compone de tres
piedras, entre las cuales se hace el fuego. Alrededor de éste se ven siempre
montones de una especie de caracol, muy abundante en todos los ríos de
la República, y que es un alimento muy nutritivo, a pesar de su insipidez.

Estos Indios son alegres y benévolos por naturaleza. Todos son gordos
y robustos; sin embargo, viven poco; los excesos de la embriaguez les arrui-
nan el temperamento. Se deterioran el estómago, quedando frecuentemente
mucho tiempo sin comer, y se consumen el sistema muscular durmiendo

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a menudo, ebrios sin sentido y desnudos, en el suelo húmedo, expuestos
al sol, a la lluvia o al sereno. Un gran número de ellos han contraído la
lepra mosquita, o "pinto", en sus viajes a la costa, y están cubiertos de
manchas blanquizcas o azules. En todos, la piel, constantemente azotada
y rajada por las espinas, se ha vuelto escamosa y callosa, sobre todo la de
las piernas.

Los caribes no son fuertes, a pesar de su corpulencia y de su buen sem-


blante; son más propios para soportar privaciones que para ejecutar tra-
bajos duros. Pocos nacen deformes, y de las enfermedades accidentales
la más común entre ellos es el ser "tuerto". Los ancianos son bastante
decrépitos, sobre todo entre las mujeres.

Hacen sus casas con mucha solidez. Se componen de un techo elegante,


cuyos declives son muy inclinados, y descansan sobre horcones en aparien-
cia demasiado delgados, pero hechos de maderas excesivamente duras e in-
corruptibles. El entejado se hace con una pequeña palma enana llamada
"suita", y cuyas hojas disponen tan perfectamente, que nunca pasa la más
pequeña gotera. Este balago nunca se pudre, y dura indefinidamente. Por
una disposición muy original, casi todas las casas terminan en punta mi
sus extremidades; de modo que el techo tiene la forma de una embarcación
volteada la quilla por arriba y sostenida por horcones. Tal debe haber sido
en efecto el abrigo primitivo de estos pueblos, y aún ahora es frecuente-
mente el único resguardo del Mosquito de la Costa.

En general las casas no tienen paredes; cuando las hay, son de cañas o
de ramas, pero con espacios muy grandes entre sí, lo que hace parecer la
casa a una gran jaula. El suelo es de tierra pisonada; no se ven otros asien-
tos que unas piedras planas o unos tucos cúbicos de madera; a veces hay
un banco de una sola pieza, o una especie de tablón sostenido por trozos
de piedra o de madera. Sin embargo, prefieren sentarse y descansar en
el suelo. La parte más importante del mobiliario es la colección de las
indispensables vajillas de barro. Esas vajillas no son muy comunes, mu-
chas son de una antigüedad muy remota y tal vez anteriores a la conquista,
su forma es graciosa, y su solidez muy grande; no llevan trazas de pintu-
ras, ni de barniz alguno, pero están cubiertas de dibujos toscos, ora en re-
lieve, ora en hueco Las hay de todos tamaños, desde las de más de una
vara de diámetro, hasta las en que no se puede entrar el puño; mas, gran-
des o pequeñas, todas tienen la misma forma, que es la de una olla común
de hierro cuyo fondo sería cónico en lugar de ser esférico. El agua de be-
ber se conserva en calabazas de todas formas y dimensiones, pero sin
adornos.

Cuando hay lugar a temer el ataque de las fieras, la casa está rodeada
de una cerca de estacas. Sucede a veces que las palizadas forman la pro-
pia pared de la casa.

Todas las familias duermen confundidas en un "tapesco", colocado a más


de dos varas de altura, y al que se trepa por una especie de escala formada
de un tronco delgado, en que se han practicado escopleaduras a intervalos
regulares. Cuando hay mucha familia, se hacen a veces dos tapescos, uno

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encima de otro. Estas especies de pisos, comprendidos entre los dos de-
clives del techo, están siempre llenos de humo de la cocina; y aunque por
esto parezcan inhabitables, es por el contrario el motivo porque se duerme
allí; el humo espanta los insectos e impide el desarrollo de los parásitos.

El traje de los hombres consiste únicamente en un largo rebozo de "Uni",


que da la vuelta a la cintura, y cuya extremidad, pasando entre las pier-
nas, se amarra tras de los lomos, escondiendo así las partes vergonzosas.
Las mujeres llevan un pequeño corte del mismo género, mantenido a la
cintura por una correa de corteza, y que cae en forma de enagua hasta la
pantorrilla.

El "Uni' es la corteza del árbol de hule, que se saca en trozos tan


largos y anchos como es posible, en ciertas épocas favorables y por ciertas
lunas. Las tiras se ponen a remojar en las pozas de los ríos, y al cabo de
cierto tiempo se sacan y se ponen a secar; luego las machacan con una ma-
ceta de madera dura y pesada sobre un banco. La parte leñosa cae en
polvo y queda un tejido amarillento, sólido y flexible, de que se hacen
fajas, frazadas, tiendas, etc. Cuando los pedazos obtenidos son demasia-
dos cortos se cosen con un hilo muy sólido, extracto de la pita; las agujas
son espinas de palmeras muy duras o huesos de pescado.

Muchas veces en la fabricación del "Uni" se emplea una maceta estria-


da y se dan los golpes de tal modo, que dejan en la estofa impresiones
estampadas en realce y ornamentales; saben también cosechar el hule, pero
únicamente con el objeto de quemarlo en forma de hachones; algunos de
estos últimos son muy pequeños y sirven de candelas. La faja de "Uni" está
reemplazada a veces por un tejido de algodón muy fuerte, en forma de
rebozo y cuyas puntas llevan dibujos muy originales hechos con plumas
de varias aves, mezcladas y torcidas con el hilo del tejido Este se llama
"Quincora"; la hay de dos clases, blanca y color café; este último color
se obtiene con la corteza del canelo.

El traje primitivo que acabamos de describir se completa por la pintura


del cuerpo. En principio, esta costumbre tuvo por objeto untar el cuerpo
de una materia capaz de preservarlo de la picadura de los insectos; pero,
con el tiempo, se llegó a volverla ornamento, por la combinación de los
colores de las materias empleadas. Hay pinturas para los días de fiesta,
otras para la guerra o la caza, otras que indican el luto o el amor, en fin,
hay pinturas de todos los días. La pintura, pues, es un vestido, y he visto
en una fiesta, llegar un retardatario cuyas primeras palabras fueron que
se le perdonase el llegar tan mal pintado, porque, decía, habían venido a
avisarlo demasiado tarde, y no había tenido tiempo sino de untarse a toda
prisa, con un poco de hollín y de achiote que había tenido la dicha de en-
contrar listo en su casa. Además, cada familia tiene dibujos especiales
que son como sus armas, emblemas o escudos, y cuando un caribe cree tener
algo que temer de la venganza de "Ulaser" o de "Lerrirre", a los cuales
habrá hecho alguna ofensa, cambia su sistema de pintura habitual, para
que el espíritu del mal no pueda conocerlo.
Es el Tuno, árbol del "chicle" (Poinsettia).

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Para pintarse empiezan por untarse todo el cuerpo con achiote, o más
bien con un color rojo y firme preparado con achiote, limón y bálsamo;
luego trazan sobre este fondo colorado loe dibujos que les convenga, con
una pasta negra y brillante, parecida al betún, y compuesta de hollín y
varias gomas, aceites o bálsamos vegetales. El hollín de pintar (tile o dam)
se fabrica especialmente para este objeto, quemando maderas balsámicas
bajo una laja, en que se deposita un negrumo muy fino y odorífero.

Las mujeres se contentan casi siempre con juntar sus cejas por una línea
negra, que prolongan después hasta la punta de la nariz. En cuanto a los
hombres, se forman dibujos en el busto, las piernas y sobre todo en la cara,
y esto tan caprichosamente, que es imposible precisar la descripción. Di-
remos, sin embargo, que es muy raro que las pinturas representen un objeto
definido: son óvalos, triángulos, líneas cruzadas o paralelas, etc.... Los
jóvenes que desean agradar a las mujeres pasan a veces cuatro o cinco ho-
ras en pintarse, y después van a ponerse ufanos en medio de ellas y gozar
del murmullo de admiración que inspira la delicadeza de su atavío.

Nunca se peinan los cabellos, que caen hasta las cejas, cubriendo ente-
ramente la frente. Por delante los cortan en línea horizontal y recta, un
poco arriba de los ojos, y por detrás unos los cortan en forma redonda, y
otros los dejan crecer indefinidamente. Para cortar el pelo lo hacen con
piedras filosas: una, que se tiene de la mano izquierda, pasa por debajo
de los cabellos, y la otra sirve para golpear con la mano derecha. Es pre-
ciso que el que ejecuta la operación tenga mucha destreza para no herir
al paciente. La cabellera de las mujeres flota en desorden sobre sus es-
paldas.

Por encima de las pinturas, hombres y mujeres, llevan en los puños, y


también arriba de los tobillos y de las rodillas, unos brazaletes o pulseras
formados, ora de semillas duras, ora de cuentas de bujerías y de vidrio
compradas en la Costa. Las cuentas de varios colores están arregladas con
bastante gusto y simetría, por medio de un hilo de pita.

En el cuello llevan collares de bujerías de la misma clase que los braza-


letes; pero las más veces los hacen con dientes de pecarí o de tigre, cosi-
das en un cordón de algodón teñido de varios colorea. Esos collares de
dientes son a veces tan largos, que se pasa el brazo en ellos y que caen
hasta las caderas, cruzándose sobre el pecho cuando son varios.

En los días de fiesta se añade a esos atavíos unas especies de charrete-


ras de plumas brillantes, y gorras formadas de una corona espesa de algo-
dón torcido, teñido de varios colores, y en que se plantan o cosen las plu-
mas largas, coloradas y azules que forman la cola de la lapa (ara).

Cuando nace un niño, no se le hace otra práctica que marcarlo en el vér-


tice de la cabeza con una piedra aguda y candente. Se cree así preservarlo
de toda brujería. La mortalidad es muy grande entre las criaturas; pero
las mujeres son fecundas.

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Apenas los muchachos son capaces de andar, ya se mantienen constan-
temente en cayucos proporcionados a sus fuerzas, y se ejercitan en tirar
el pescado con pequeñas flechas. Estos niños de los indios caribes son
incontestablemente lo que sorprende más al observador. En una edad en
que los nuestros se consideran todavía como irracionales, los jóvenes cari-
bes saben hacer ya ellos mismos sus arcos y sus flechas, y aprovisionan
la familia entera con pescados, caracoles, cangrejos, camarones y frutas sil-
vestres. Saben perfectamente salir de apuro en todos los accidentes que
pueden sucederles. Nadan y bucean como patos, trepan a los más eleva-
dos árboles y saben evitar los insectos y animales peligrosos. Su oído per-
cibe, en medio de las selvas, el menor ruido y adivina cuál es la causa que
lo produjo; conocen el nombre, las propiedades y el empleo de un sinnú-
mero de plantas, así como en qué época se puede recoger la parte útil, en
qué luna y cómo se debe proceder; se avanzan sin temor, y penetran a lo
lejos, en las más tenebrosas selvas; se deslizan en los más enredados beju-
cales, sin ruido, casi sin quebrar nada, y sin embargo dejando a cada paso
señales imperceptibles, por medio de las cuales pueden volver a encontrar
su camino, ya de día ya de noche. Observan en el suelo los rastros más
leves, casi invisibles, y suponen inmediatamente cuál es el animal a que
pertenecen, el número de instantes que han corrido desde que pasó, dónde
iba, de dónde venía, su edad, su sexo, si estaba herido, en qué parte del
cuerpo y si la herida era grave, etc.... Saben también aliviarse de la pi-
cadura de las culebras y untarse de zumos que alejan los insectos. Si por
casualidad llegan a perderse, sabe fabricar en un momento un abrigo con-
tra el viento y la lluvia, con ramadas y bejucos; hacen fuego donde quiera
frotando dos pedazos de palo seco, encuentran
y frutas, raíces, aún
y ani-
males para comer. Todos conocen varias clases de silbatos o reclamos para
llamar a las aves y otros animales; saben también disponer, para cogerlos,
los lazos y trampas más ingeniosos y variados.

Las muchachas, hasta los diez años de edad, participan a todas las aven-
turas y expediciones de los muchachos, y sucede a menudo que grupos de
ocho a diez niños quedan ausentes, o perdidos en los bosques, durante mu-
chos días, sin que la familia se inquiete por ellos.

Los casamientos se hacen de una manera muy original. El marido y la


mujer están desposados sin saberlo, cuando están todavía criaturas, por
sus respectivos parientes. Uno y otro crecen llamándose: "mi marido",
"mi mujer". Cuando ha llegado la época de su desarrollo físico, ambos
declaran a sus parientes que quieren ser completamente casados. Enton-
ces las dos familias se reúnen para fabricarles una casa, les dan todos los
utensilios indispensables, y después los abandonan.

A la muerte de un jefe de familia, el mayor de los hijos varones no casa-


dos le sucede en la autoridad, y manda, aún a sus abuelas. Las mujeres
no gozan jamás de autoridad alguna y no poseen nada suyo propio. Las
cosechas en pié, loe botes, etc.... son propiedad del sucesor. Loa hijos
ya casados no tienen derecho a nada; son considerados como habiendo re-
cibido su parte de la herencia de antemano, cuando se casaron. Los hijos
menores de edad y no casados tienen derecho a reclamar a su hermano ma-
yor una cierta parte, el día en que se casan.

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Los funerales se hacen con acompañamiento de cantos lúgubres y de
gritos atroces. Las mujeres de la familia del difunto se arrancan los cabe-
llos, y, de cuando en cuando, alzan los brazos lanzando un grito agudo y
se dejan caer de bruces; algunas se hacen mucho daño: sus pechos pen-
dientes en sus troncos desnudos hacen de esta costumbre un espectáculo
tan cruel que su vista es insoportable. El cuerpo del difunto, pintado de
lo más exquisito, se lleva en el bosque, donde lo entierran al pié de algún
árbol. La ceremonia se termina por abundantes libaciones de "ulung".

Durante estas fiestas de que he hablado al principio y que no tienen otro


pretexto que el de embriagarse juntos, no tardan, cuando las cabezas están
un poco calentadas, a abandonarse a los pasatiempos, juegos, cantos y
danzas.

Los juegos son casi siempre una especie de lucha de gimnástica o de des-
treza; además tienen desafíos, ya sea a brazo partido, ya sea de pugilato.
Los muchachos se divierten a correr o a buscar y sacar objetos pequeños
del fondo del agua. Todos se ejercitan también en tirar la flecha, ya sea
sobre un objeto móvil, por ejemplo un plátano, que uno de los asistentes
arroja por delante. Los resultados que obtienen en cuanto a la precisión
del tiro son sorprendentes. Otro juego consiste en volar al aire una ma-
zorca de maíz que todos apuntan a la vez, y la experiencia es satisfactoria
cuando la dejan sin un solo grano. Un juego bárbaro es el en que dos
lidiadores se dan recíprocamente, pero uno en pos de otro, un gran puñe-
tazo en el pecho; el que renuncia de primero a seguir la lucha es declarado
vencido, y paga al vencedor una multa o premio convenido antes de co-
menzar.

En todas las fiestas y reuniones las mujeres forman siempre un grupo


aparte de los hombres; se sientan en el suelo en uno o varios círculos, con-
versan tranquilamente, beben mucho, y se estiran en el suelo para dormir
cuando están ebrias. En la otra extremidad de la casa, los hombres, por
el contrario, están casi siempre sentados sobre algún trozo de piedra o
banco, o si no van y vienen. Ambos grupos parecen completamente extra-
ños uno al otro, y hace cada uno exactamente como si fuesen solos. La
dueña de la casa es el único vínculo entre ambos, y pasa el tiempo yendo
del uno al otro, con el inagotable huacal de "ulung". Al principio todos
tienen un aspecto bastante lúcido: las pinturas están frescas, las conver-
saciones calmas, los semblantes risueños y sosegados; en el suelo están ten-
didos con el mayor aseo y sobre hojas anchas, los pescados, plátanos y bo-
llos de maíz. Pero luego las fisonomías se embrutecen y el desorden es
completo; se pisotean las provisiones del banquete con los pida llenos de
lodo, lo que no impide volverlas a probar de cuando en cuando, y, por todos
lados, se ven gentes ir a vomitar, y volver a beber otra vez. A pesar de
aquellos excesos las riñas son poco frecuentes.

Los cantos, aún los más alegres, son siempre sobre una música monótona
y apagada, como la del tambor de bambú que los acompaña inevitable-
mente. Entre las mujeres son simple versículos, cantados en coro y acor-
de, y con un compás lento. Entre los hombres es más interesante. Cada
uno a su turno se erige en cantor; y se levanta en medio del círculo se le

— 256 —
pasa el tambor, que se pone debajo del brazo izquierdo, y que toca con
los dedos de la mano derecha. Si no tienen charreteras, ni gorra de plu-
mas, se los prestan, porque parece que son indispensables. El cantor em-
pieza entonces una especie de declamación sorda, cuyos versículos repiten
los asistentes en coro. La originalidad consiste en que los versículos
los aumentan de largo en cada copla, porque se repiten siempre las ante-
riores. Ejemplo:

El Cantor: ¿Quién ha dicho que el sol era alegre?

Asistentes: ¿Quién ha dicho que el sol era alegre?

El Cantor: El que ha dicho que el sol era alegre no ha mentido.

Asistentes: El que ha dicho, etc....

El Cantor: El que ha dicho que el sol era alegre no ha mentido, porque


sin el sol, es la noche, y la noche es triste.

Asistentes: El que ha dicho, etc....

El Cantor: El que ha dicho que el sol era alegre no ha mentido, porque


sin el sol, es la noche, y la noche es triste, puesto que a favor de su
sombra, todos los seres malignos se deslizan hasta sus víctimas.

Asistentes: El que ha dicho, etc....

Se sigue así hasta que todos se enredan y no pueden acompañar más. La


pieza anterior, que yo mismo he recogido, está llena de una poesía extraña;
se termina por una invocación a la luna, que, por su sola aparición, disipa
todos aquellos horrores.

Esos cantos están acompañados sin interrupción por pitos, flautas y fla-
joletes de caña o carrizo, de a uno o de a dos tubos, y en los cuales el mú-
sico sopla sin saber qué, ora con la boca, ora con las narices. A veces los
músicos tocan y bailan a la vez, y, cuando están cansados, pasan su ins-
trumento a un individuo cualquiera, el que inmediatamente se pone a to-
car, con tanta seriedad y empeño como si fuese su profesión. Las mujeres
bailan aparte, y los hombres también. A veces las primeras bailan toda
la noche, y los otros todo el día. El baile de los hombres es una especie
de pantomima, ejecutada por dos o cuatro de ellos, los cuales, a ese efecto,
se disfrazan, unos en muchachas, otros en ancianos. Se comprende que
quieren representar un episodio amoroso; pero lo acompañan de los gestos
más indecentes y de las posturas más significativas. El baile de las mu-
jeres es mis gracioso: después de haberse formado en círculo, teniéndose
y
por las manos, empiezan a dar vueltas cantando, y, a un cierta señal, se
separan bruscamente, empiezan a saltar aisladamente sobre uno y otro pié,
golpeando al compás un huacal que tienen en la mano, y que antes tenían
en la cabeza. Poco a poco se juntan dos por dos, y luego cuatro porcua-
tro, y en fin, todas vuelven a formar el círculo del principio.

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Lo que los caribes prefieren a todo es el tabaco, la sal, los instrumentos
cortantes de hierro, las armas de fuego con sus respectivas municiones, las
bujerías de vidrio, loa pequeños espejos y las campanillas, los anzuelos, los
tejidos de colores chillantes, las vacas y las gallinas. Desgraciadamente
tienen muy poca cosa que ofrecer en cambio. Cuando bajan dos o tres de
ellos a la Costa, con los encargos de la tribu entera, es para vender un ca-
yuco trabajado artísticamente de un solo tronco, sin otro fierro que el ha-
cha y ayudándose del fuego. Lo cargan con cacao silvestre, quincora, va-
rias raíces aromáticas o medicinales, sables de pijibaye, hamacas y corde-
les de pita, etc. Los que son vecinos de las ciudades nicaragüenses llevan
a veces allí plátanos y frutas, para venderlas y comprar aguardiente de
caña. Son éstas sus únicas relaciones con el mundo civilizado. Su horror
por el trabajo y su afición por la embriaguez, son los mayores obstáculos
que se encontrarán si se intenta civilizarlos.

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