Cómo Orientarse en La Realidad Carlos Quiroga
Cómo Orientarse en La Realidad Carlos Quiroga
Cómo Orientarse en La Realidad Carlos Quiroga
25/12/2012 / POR CARLOS QUIROGA
En el presente trabajo, el psicoanalista reflexiona sobre los alcances del psicoanálisis para
orientarse en la realidad, confrontando con la posición neurocientífica.
¿Qué nos orienta a los analistas en la realidad que nos ocupa, en el lazo social de nuestra
práctica?
En un intercambio de ideas con una mujer dedicada al estudio de la memoria, gran lectora de
Kandel, aquel médico que abandonó el psicoanálisis para abocarse al estudio neurocientífico de
la memoria y que obtuviera el Premio Nobel de Medicina, me decía: “Entre S. Freud y C. Jung,
me quedo con S. Freud porque aunque ambos tienen una concepción popular del inconsciente y
sus desarrollos son preteóricos, S. Freud al menos tiene un método”. ¿Cuál es ese método?, le
pregunté. Y rápidamente con cara de “deberías saberlo”, me contestó: La “asociación libre”.
¡Qué barbaridad! Y yo que pensaba, que la asociación libre para S. Freud no era el método sino
más bien un recurso del método.
En efecto, S. Freud sabía muy bien que la llamada asociación libre, dada la determinación
inconsciente no tenía nada de libre. Entendía a su vez que, ese discurrir iba inventando y
creando recuerdos a los que llamará encubridores. A esas creaciones en la pantalla de la
asociación era preciso sumarle, el arte interpretativo. Un arte interpretativo evoca más a un
“saber hacer” que a una técnica a aplicar. Mal le pese a los mentores del ADD, (Trastorno por
déficit de atención con hiperactividad) la “comprensión” en el análisis se produce en ese
chispazo entre los dos inconscientes que S. Freud llamó “atención flotante”. ¿No es la atención
flotante un relajamiento de la conciencia que en el hombre opera como conciencia moral? Es en
esa apertura, entre percepción-conciencia, donde los fonemas (bo, elli, herr, sig) queman esas
dimensiones que tiene el decir, a saber, la pantalla (recuerdos encubridores), los velos (juegos
de presencia-ausencia) y las escenas (alternancia vacío-lleno)[1]. Son ellos, las huellas que
llevan a S. Freud al recuerdo de Signorelli y a J. Lacan al nombre de Sigmund Freud.
Un devenir que muestra y no demuestra en forma exhaustiva, ¿alcanza para definir un método?
¿Qué nos orienta en la realidad que se abre entre percepción y conciencia en la asociación
llamada libre así como en el sueño, el chiste y el acto fallido? ¿Cómo se entra a esa caverna a la
que se golpea de afuera pero se abre de adentro, si el sujeto que está afuera es el mismo que el
que está adentro?
Hay más de realidad en el mensaje: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” que se da en el
interior del ya canónico sueño de los Cirios que en los estímulos del mundo exterior que lo
provocan. ¿Por qué esa realidad del mensaje no se responde en el interior del dormir? Algo
inasimilable en el reproche del hijo despierta al padre, como el llanto de su cría despierta a la
madre al no poder integrar ese llanto al sueño para seguir durmiendo. ¿En la realidad sexual del
inconsciente la orientación no es a lo Real, a lo inasimilable en el campo del sentido? Esa
orientación nos lleva a obviar lo que se devela como interpretación del sentido, aunque esa
interpretación la realice el inconsciente a través de su formación. Esa interpretación sólo amplía
el sentido.
¿No es como asegura Bárbara Cassin que: “Aún tiemble el ombligo del sueño” S. Freud no
excede el campo del sentido propuesto por Aristóteles?
“Aún tiemble el ombligo del sueño”. En 1975, Marcel Ritter traduce muy bien el
término unerkannt usado por S. Freud al hablar del “ombligo del sueño” por no-reconocido en
lugar de desconocido. Y le pregunta a J. Lacan si se trata de lo Real pulsional. Quien le contesta
que ese das unerkannt indicado por un ovillo de pensamientos, lugar en el que parece haber
fallado la condensación, nos orienta hacia lo Real del inconsciente, que S. Freud mismo definió
como represión primaria. Es un límite de la interpretación, que debemos respetar como límite.
Una mujer me contó que al pasar por una confitería la invadió un olor muy característico de su
infancia. Ese olor le trajo como un relámpago una escena que ella rápidamente intentó alejar de
la conciencia. La escena en cuestión resultaba ser la de su madre practicándole una felatio a un
hombre que ella suponía coincidía con su padre. A la noche, irrumpió en ella un tremendo
“dolor de cara”. Ese dolor, no cedió hasta que las series del decir agotaron la posibilidad del
representar. Una serie que se abrió, conducía a su deseo de practicarle esa felatio a su padre para
elevar así su figura y con ello afirmar su filiación. Otra serie se abrió en la línea de la
identificación con la madre a fin de retenerla como objeto. Éstas son series convergentes que
rodean un agujero ante el cual se agota la capacidad de representar. Todo el asunto estriba para
nosotros, le decía a mi compañero de mesa, en que esta mujer, por ejemplo, pueda hablar de eso
esta vez como sujeto. Es decir, en forma activa.
Mi interlocutor cambió su mirada atenta, por otra que denotaba felicidad de triunfo. Se irguió en
el asiento y muy orondo me dijo: “Yo podría explicar ese fenómeno perfectamente, por ejemplo
si yo veo a mi padre practicándole una felatio a mi madre, entonces…”. La frase cayó como un
rayo, al no tratarse de un análisis, le gasté un pequeño chiste que le permitió seguir con su
explicación científica. El destello iluminó para volver a apagarse, mi interlocutor pudo ser
consciente un instante antes de volver a dormirse. Eso demuestra la fugacidad de nuestra
conciencia como función de lo psíquico. La incomodidad nos invadió a todos, como una
vergüenza ajena. El psicólogo cognitivo mantuvo el sonrojo de sus mejillas hasta el final de su
exposición y más. Un psicolingüista podría haber explicado el “error” de nuestro compañero,
pero ¿podría explicar nuestras vergüenzas?
En el Seminario 24, clase 11, J. Lacan afirmaba: “Estar eventualmente inspirados por algo del
orden de la poesía para intervenir en tanto que psicoanalista. Esto es precisamente hacia lo cual
es necesario orientarlos, porque la lingüística es una ciencia muy mal orientada”[7]. Si lo sabría
él, después del encuentro con Chomsky en Nueva York.
¡Que la inspiración sea del orden de la poesía, no quiere decir que tenemos algo bello que decir!
¡Algo inspirado! La poesía tiene, a diferencia de la novela, por ejemplo que es refractaría a la
traducción. La trama no importa mucho, lo que importa es el sonido de los fonemas que
tintinean allí. Con la poesía, más que con ninguna otra forma de escritura, ocurre que el sentido
viene después de varias lecturas y en cualquier momento. La poesía es una de esas dimensiones
del decir en la que la interpretación se apoya. La interpretación en esa orientación es
apofántica[8]. No se corresponde a lo modal en la que se apoya la demanda.
“Tú lo has dicho”, le responde Jesús al romano cuando éste le pregunta si es el Rey de los
judíos. Nada que explicar. El pez atrapado allí de un golpe de caña. El decir allí es aseverativo.
Tú lo has dicho, no te lo dije ni te lo hice decir más que como objeto causa de tu deseo. El decir,
crea un mundo, no porque las palabras nombren las cosas, sino que las palabras las crean[9].
La interpretación como las buenas películas o las comidas generosas en condimentos, se repite
luego sin intencionalidad de hacerlo. Es necesario que el sujeto pueda partir como objeto (al
menos en el caso de la neurosis) y recorra las vueltas necesarias de la demanda y el deseo para
encontrarse él mismo en el punto de partida, pero ahora, como sujeto. Este efecto delay de la
interpretación, sólo puede producirse si se trata de una enunciación que opera sin enunciado a
modo de un enigma o de un enunciado, una cita. Entre el enigma y la cita, opera el despertar, al
caer la ficha de una interpretación que está en suspenso. La interpretación que fulmina el
síntoma opera en hacerse oír en aquello que se escucha y en hacerse mirar en aquello que se ve.
No hay enunciación animal tampoco del sujeto cibernético. El instinto orienta al animal, la
pulsión desorienta al hombre[10]. El animal cuenta con un sistema de percepción directa. La
atención, garantiza la conciencia de lo que percibe[11].
Ningún animal puede preferir lo divertido de una anécdota antes que a su veracidad. No sólo
porque no puede preferir, sino porque de la estabilidad del signo depende su existencia. Gran
parte de la literatura no resulta más que el relato ampliado y deformado de un episodio mínimo,
de un átomo intraducible de anécdota como le podría gustar decir a Demócrito.
A pesar de la Santa Iglesia y su Tomás de Aquino. ¡El acto ateo del psicoanálisis es: desligar
aquello que Aristóteles ha ligado! Ése es un conocido juego freudiano entre Eros y Tánatos. La
pulsión, concepto límite entre el cuerpo y el lenguaje, desorienta al hombre que se esfuerza en
reprimir el valor pulsional que lo inquieta, su conciencia depende de esa represión. El hombre se
reconoce en el espejo, su imagen viste el resto libidinal inquietante que ha rechazado. La
imagen del cuerpo lo engaña, lo enamora haciendo relación directa entre el goce y el deseo. La
imagen se constituye a condición de ese rechazo. Si el espejo es la conciencia humana, esa
conciencia es efecto de la represión. De allí que conciencia y complicidad se emparentan.
Esa confusión, de memoria por recuerdo, parece ser el centro de una orientación neurocientífica
que busca la causa en el interior del cuerpo. Pero, la causa es exterior al sujeto desde antes de su
nacimiento. De esa confusión no se extrae un sujeto, sino procesos químicos más o menos
registrables. ¿Cómo integrar, en un movimiento dialéctico, la dicotomización entre percepción y
conciencia, o entre sentido y Real?[12]. La apertura entre percepción y saber, efectuada por S.
Freud, abre la dimensión de una práctica. El marxismo, el psicoanálisis y la poética se revelan,
entonces, como tres modos parecidos de practicar con el síntoma, tres modos de ser incautos de
lo Real.
[3] Lacan, J., “Respuesta de Jacques Lacan a una pregunta de Marcel Ritter (26 de enero de
1975)”, en Suplemento a las Notas Nº 1, EFBA, 1980.
[9] La interpretación ilumina la división subjetiva afirma J. Lacan en su escrito “Posición del
inconsciente” y en “L’ Etourdit”. Refuerza el asunto al afirmar que el ser se realiza
señaladamente. El ser no es anterior al decir, el decir crea al ser retroactivamente cuando se
muestra.