Artaud - Sobre La Concha y El Reverendo y Brujería y Cine

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Sobre "La concha y el reverendo"1

La concha y el reverendo, antes de ser un film, es un esfuerzo, o una idea.


He creído al escribir el guión de La concha y el reverendo que el cine poseía un elemento
propio, verdaderamente mágico, verdaderamente cinematográfico, y que nadie hasta
entonces había pensado en decantar. Este elemento distinto de toda especie de representación
ligada a las imágenes, participa de la vibración misma y del sentir inconsciente, profundo,
del pensamiento. Se desprende subterráneamente de las imágenes y va surgiendo, no de su
sentido lógico y articulado, sino de su unión, de su vibración y de su choque. He pensado que
se podía escribir un guión que no tuviera en cuenta el conocimiento y la ligazón lógica de los
hechos, sino que, yendo mucho más allá, buscase en el oscuro origen y en el divagar del
sentimiento y del pensamiento las razones profundas, los impulsos activos y velados de
nuestros actos tenidos por lúcidos, manteniendo sus evoluciones en el terreno del surgir, de
las apariciones. Es decir, hasta qué punto este guión puede asemejarse y emparentarse a la
mecánica de un sueño sin ser él mismo un sueño, por ejemplo. Es decir, hasta qué punto
reconstruye el mecanismo puro del pensamiento. Así, el espíritu abandonado a sí mismo y a
las imágenes, infinitamente sensibilizado, esforzándose en no perder nada de las
inspiraciones del pensamiento sutil, se encuentra preparado para reencontrar sus funciones
primarias, vueltas sus antenas hacia lo invisible, hasta recomenzar la resurrección de la
muerte.
Éste es, por lo menos, el pensamiento ambicioso que ha inspirado este guión que, en
cualquier caso, sobrepasa los límites de una simple narración y los problemas de música, de
ritmo o de estética habituales en el cine, para plantear el problema de la expresión, en todos
sus terrenos, en toda su extensión.

1
La Coquile et le Clergyman. Cahiers de Belgique, número 8, octubre 1928.
Brujería y cine2

Por todas partes se oye decir que el cine está aún en su infancia y que no asistimos más
que a sus primeros balbuceos.
Debo decir que yo no comprendo este punto de vista. El cine llega en un estadio ya muy
avanzado de la evolución del pensamiento humano y se beneficia de esa evolución. Sin duda,
se trata de un medio de expresión que, materialmente, no alcanza aún su punto culminante.
Se pueden imaginar cierto número de progresos que den a la cámara, por ejemplo, una
estabilidad y una movilidad que hoy no tiene. Probablemente, en un futuro próximo, se
llegará al cine en relieve, y aun en colores. Pero todos estos no pasan de ser medios accesorios
que no pueden añadir gran cosa a lo que es el sustrato específico del cine, que hace de él un
lenguaje, al mismo nivel que la música, la pintura o la poesía.
He apreciado siempre en el cine una virtud propia en el movimiento secreto y en la
materia de las imágenes. Hay en el cine toda una parte de improviso, y de misterioso, que no
se encuentra en las otras artes. Es cierto que toda imagen, la más seca, la más banal, llega
traspuesta a la pantalla. El detalle más pequeño, el objeto más insignificante, toman un
sentido y una vida que les pertenecen absolutamente. Y esto, dejando aparte el valor de
significación de las imágenes en sí mismas, el pensamiento que traducen, el símbolo que
constituyen. A causa del hecho de que el cine presenta los objetos en solitario, les da una
vida aparte, que tiene progresivamente a hacerse independiente y a despegarse del sentido
ordinario de dichos objetos. Una rama, una botella, una mano, etc., adquieren una vida casi
animal, que está pidiendo ser utilizada. Hay, también, las deformaciones de la cámara, el uso
imprevisto que hace de las cosas que se le presentan para que las registre. En el momento en
que la imagen se va, un detalle en que no se había pensado se ilumina con un vigor singular
y acude al encuentro de la expresión buscada. Hay también esta especie de embriaguez física
que la rotación de las imágenes comunica directamente al cerebro. El espíritu se ve sacudido
independientemente de toda representación. Esta especie de potencia virtual de las imágenes
busca en el fondo del espíritu posibilidades no utilizadas hasta ese momento.
El cine es esencialmente revelador de toda una vida oculta con la que nos pone
inmediatamente en relación. Pero esta vida oculta es preciso saberla adivinar. Hay maneras
mucho mejores que un juego de sobreimpresiones para adivinar los secretos que se agitan en
el fondo de una conciencia. El cine simple, tomado tal cual es, en lo abstracto, desvela un
poco de esa atmósfera de trance, eminentemente favorable a ciertas revelaciones. Utilizarlo
para contar historias, una acción exterior, es privarle del mejor de sus recursos, ir en contra
de su fin más profundo. He aquí por qué me parece que el cine está hecho sobre todo para
expresar las cosas del pensamiento, el interior de la conciencia, y, ciertamente, no por el
juego de las imágenes, sino por algo más imponderable que nos restituye con su materia
directa, sin interposiciones, ni representaciones. El cine llega precisamente en un momento
de giro del pensamiento humano, en el momento preciso en que el lenguaje usado pierde su
poder de símbolo, en el que el espíritu está cansado del juego de las representaciones. El
pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro

2
Sorcellerìe et Cinéma. Publicado en el catálogo del Festival del film maldito, 1949.
es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple
apariencia de la vida. Comenzamos a darnos cuenta de que esta vida demasiado conocida y
que ha perdido todos sus símbolos no es toda la vida. Y la época que vivimos es bella para
los brujos y para los santos, más bella que nunca. Toda una sustancia insensible toma cuerpo,
trata de alcanzar la luz. El cine nos acerca a esa sustancia. Si el cine no está hecho para
traducir los sueños o todo aquello que en la vida despierta se emparenta con los sueños, no
existe. Nada le diferencia del teatro. Pero el cine, lenguaje directo y rápido, no tiene
especialmente necesidad de una cierta lógica lenta y pesada para vivir y prosperar. El cine se
acercará cada vez más a lo fantástico, ese “fantástico” que cada vez se advierte más
claramente que es en realidad todo lo real, o no vivirá. O, mejor, le ocurrirá al cine como a
la pintura, como a la poesía. Lo que es cierto es que a la mayor parte de las formas de
representación se les ha pasado su momento. Hace ya tiempo que la buena pintura no sirve
apenas más que para reproducir lo abstracto. Esto no es solamente una cuestión de elección.
No habrá un sector del cine que represente la vida y otro que represente el funcionamiento
del pensamiento, porque cada vez la vida, lo que nosotros llamamos vida, será más
inseparable del espíritu. Un cierto terreno profundo tiende a aflorar a la superficie. El cine,
mejor que ningún otro arte, es capaz de traducir las representaciones de ese terreno, puesto
que el orden estúpido y la claridad consuetudinaria son sus enemigos.
La concha y el reverendo participa de esa búsqueda un orden sutil, de una vida oculta que
yo he querido hacer plausible, plausible y tan real como la otra.
Para comprender este film, bastará con mirar profundamente en él. Abandonarse a esa
especie de examen plástico, objetivo, atento al puro yo interno, lo que hasta el momento era
dominio exclusivo de los “iluminados”.

También podría gustarte