Compendio Ciencia de La Policia Digitalizado Enrique Fentanes PFA Abril 2021
Compendio Ciencia de La Policia Digitalizado Enrique Fentanes PFA Abril 2021
Compendio Ciencia de La Policia Digitalizado Enrique Fentanes PFA Abril 2021
COMPENDIO DE
CIENCIA
DE LA POLICÍA
BUENOS AIRES
1979
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EDITORIAL POLICIAL
PROEMIO
No puedo refrenar los impulsos de la emoción cuando escribo estas palabras introducidas
al Compendio de Ciencia de la Policía del Comisario General D. ENIRIQUE FENTANES.
Este sentimiento indominable se acrecienta cuando discurrimos que desde las palabras
liminares que pusimos en su Tratado a estas sencillas que ahora redactamos, su autor ha
desaparecido y esta obra adquiere el trágico carácter de póstuma. En este pequeño libro
esta condensado el profundo saber del maestro que, con otras miras, iba a desarrrollar
meticulosamente en su Tratado. Fue redactado para servir de enseñanza a los alumnos del
Curso de Subcomisarios de la Escuela Superior de Policía. Sin embargo, trasciende en
mucho a los comunes “apuntes de clase” para constituir una síntesis de su podero
pensamiento en las ciencias policiales.
EL MAESTRO
adjetivos qué acumulan nuestros sentidos, no faltaría quien pensara en una sustitución del
elogio merecido, por palabras preñadas de amistad y admirantes sentimientos.
En cambio, es deber señalar, aunque más no sea en pocos conceptos, lo que significó
para nuestra didáctica y para la doctrina de la Policía Federal. En relación con la primera,
puede decirse que por su obra tomó jerarquía universitaria, junto a un nuevo sesgo. Partió
del principio de que la didáctica policial tiene, sobre todo un carácter institucional. Por ello,
en sus lecciones fue trasmitiendo preocupada y tesoneramente una doctrina de la que hoy
nos enorgullecemos.
Cuando era un oficial subalterno en 1935, se encargó de plasmar la idea del Jefe de
Policía, Coronel LUIS J. GARCIA y organiza la Escuela Superior. Luego comienza a
profesar en ellas y sus clases causan admiración. Tomaba la palabra definitivamente. No
eran simples exposiciones pedagógicas, sino doctrina policial pura. Su norte es la formación
más que la información. Demostró que debe instituirse, pero que de las distintas disciplinas
que se dictan deben fluir paralelamente con concepto finalista, principios de ética y de
conducción. Lo dijo en una ocasión: “En nuestra ilustración el oficial debe elevarse al plano
integral de los intereses institucionales; debe olvidar, incluso su predilección por aquellos
servicios donde se ha formado”. Blasonaba ser discípulo de antiguos y prestigiosos
funcionarios policiales como el Comisario de Ordenes D. CÉSAR ETCHEVERRY o el
Comisario General D. AMLETO DONADÍO.
No cabe duda que nuestra didáctica tiene dos vertientes: la primera nacida en el siglo
pasado, más que nada por el pensamiento del Comisario D. ANTONIO BALLVÉ, con
algunos textos de instrucción y, la segunda, creada por el magisterio del Comisario general
D. ENRIQUE FENTANES, alrededor de 1935. Es entonces cuando toma vuelo. Es que éste
era un incansable buscador de claves de interpretación. Hizo crecer la aptitud para conocer
en los alumnos, quienes se afanaron en profundizar sus conocimientos y aplicar los
principios a la función.
Proyecta la Biblioteca Policial, idea también aprobada por el Coronel GARCÍA, quien lo
designa su Director. El primer tomo publicado llevaba la firma del gran criminalista francés
EDMUNDO LOCARD. A su vez, es designado Director de la Revista de Policía y
Criminalística de Buenos Aires, donde encuentra el adecuado medio para desarrollar su
doctrina. Sus editoriales y los artículos que llevan su firma, escritos en un castellano castizo,
con cuidadas y bellas expresiones, merecían por su actualidad el homenaje de la reedición.
Se perciben en ellas un compromiso con sus tiempos y la sociedad ha de reflejar la realidad
auténtica y libremente.
En 1944 crea la cátedra de Derecho Policial Federal que él mismo se encarga de
desarrollar en magistrales lecciones, donde se enseñan principios dogmáticos a los oficiales
destinados a las delegaciones. Lamentablemente, una equivocada política sobre pases al
interior frustra el dictado de esa disciplina.
Con obsesiva perseverancia y ante la incredulidad de muchos, logra dar un carácter
científico a los estudios policiales. Lo anuncia en la década del 30 y logra pasmarlo en 1952
con la creación de la cátedra de Ciencia y Técnica de la Administración Policial, orientada al
estudio de la Policía como Institución y como estructura. Hoy en varios países existe la
preocupación de dar a las disciplinas policiales condición de ciencia, con propio objeto,
método y sistema. Basta leer al respecto los últimos informes de la F.I.F.S.P.
Administrador del eminente filósofo alemán Spranger, en el que halló un programa de
investigación didáctica conceptualmente sintético, pero de profundos desarrollos, aplica los
principios al magisterio policial y a esas teorías agrega las propias decantadas a través de
un largo menester en la cátedra para arribar a un metódico itinerario que públicamente
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expone en 1954. Y entre otras de las creaciones que propone, menciona la Academia
Federal de Policía, “la primera en su género en el mundo”. “Nuestra vieja Policía –dice-
creadora de un sistema policial y de métodos criminalísticos de universal prestigio culmina
así un proceso de superación, tiene títulos y jerarquía para hacerlo.” Al tiempo que proyecta
la total revisión de los métodos didácticos de todos los cursos, propone la organización de
un Instituto de Altos Estudios Policiales para la ilustración del oficial superior con la finalidad
programática de desarrollar la capacidad de conducción.
En 1969 participa en la comisión que proyectara la Academia Nacional de Ciencias y
Técnicas Policiales, con una escuela dedicada a la Ciencia de la Policía, otra a la
Criminalística y un Centro de Altos Estudios. El proyecto, que ya tenía la conformidad del
respectivo Ministerio, sirvió de base para la actual Academia Superior de Estudios Policiales,
cuyo Consejo pasa a integrar.
Pero el magisterio del Comisario General FENTANES no se limitaba al restricto ámbito
del aula. En las comisiones que integraba, en sus asesoramientos, en sus conferencias e
incluso en su conversación amigable volcaba sus opiniones grávidas de enseñanzas. Basta
leer, a guisa de ejemplo, las exposiciones de motivos por él redactadas del Estatuto
Orgánico de la Policía Federal, de 1943, o del proyecto de Ley Orgánica de 1969, para
percatarnos que estamos en presencia de textos de hondos contenidos conceptuales.
Pudo haber ejercido la abogacía con el brillo y eficacia que ponía en cada una de sus
actividades. Pero la docencia ilusionó su vida y a ella se dio por entero. Quienes profesamos
con él en la Escuela Superior de Policía nunca lo vimos como un colega, lo que nos hubiera
parecido una irreverencia, sino como un maestro. Nuestras pretensiones, como la de tantos
otros policías, era que no se considerara como un discípulo.
Sé que en nuestras aulas la profundidad de su pensamiento gozará del privilegio de la
perduración. ¡Cuántas de sus ideas, sin que tal vez se percate quien las exprese, se
transmitirán a los alumnos, se incorporarán a las mentes de las futuras generaciones!
El año pasado, en un día destemplado del mes de julio llegó enfermo a la Escuela
Superior a dictar sus clases; de allí lo condujeron al Hospital Policial donde ya, en serio
estado, quedó internado. Pretendió en momentos de reacción corregir las pruebas que días
antes había tomado a los alumnos. Los pensamientos de su mente brillante y despierta
hasta el final, fueron, dedicados a su Curso de Subcomisarios. Esa fue la última lección de
quién era catedrático en su integridad, Días después, sus alumnos, acongojados, colocaban
en bronce estas palabras “Al insigne maestro, su último curso”.-
EL DOCTINARIO
Agosto de 1978.
ALBERTO J. GONZÁLEZ
Comisario General (R.)
Ex. Subjefe de la Policía Federal Argentina
TÍTULO ÚNICO
CAPÍTULO I
3. La teoría institucional
humana (por ejemplo, la propiedad). Comprende, asimismo, la protección contra los ataques
al grupo social mismo, y luego, a la estructura política del Estado. Involucra, por unidad de
fines, la protección contra peligros inmediatos, o sea, la incolumidad individual y pública.
Esta seguridad de policía no es una mera seguridad de hecho, una especie de defensa
propia ejercida por un órgano colectivo. Es una seguridad “normada”, que se desenvuelve
en el ámbito de un ordenamiento jurídico una “seguridad por medio del Derecho”, como dice
Radbruch. Tampoco es una “defensa ilitar”, la cual, desde sus orígenes, ha respondido a
otro orden de ideas, ha tenido otros fines y se ha ejercido por otros medios.
La seguridad responde a la idea de que en la vida reine un orden, cierto y de seguro
cumplimiento. El orden puede ser objetivo de varias determinaciones, pues se trata de un fin
valorado de amplísimo contenido social y político. Pero en la base de todas esas
determinaciones subyace un orden primario, un orden de policía, al que suele
concepturalizarse modernamente como “orden público”, aunque en forma bastante
multívoca. Para los propósitos de esta indagación elemental basta con señalar que en el
orden de policía hay una idea de protección de tutela de la autoridad contra alteraciones
violentas del orden social, jurídico y político. Con lo cual ese orden viene a vincularse
indisolublemente con el fin de seguridad en la esfera que a la policía corresponde.
La misma idea de protección y garantía contra ataque o agresiones violentas motiva que
haya una esfera policial en los dominios del fin justicia. Puede hablarse de una participación
insoslayable de la policía en las objetivaciones de ese fin, participación que, por las mismas
motivaciones de protección y tutela contra los ataques, tiene especifico campo en la
prevención y represión del crimen.
La idea de policía, pues, en su sustento más elemental, se refiere a la protección, tutela y
garantía pública, ejercidas en una esfera de factores naturales primarios de la vida
individual, social y política, y orientadas por el fin de seguridad en vinculación con los fines
“Orden” y “Justicia”.
Si quisiéramos expresar la idea en términos populares, diríamos: Para vivir hay que tener
seguridad, en una comunidad de orden y justicia. Lo que en síntesis significa: para vivir hay
que tener policía.
La Función de Policía
La función de policía tuvo origen en el primer grupo social prehistórico, que fue una
comunidad familiar, social, mística y defensiva. Los sociólogos designan a esa comunidad
con el nombre genérico de clan, que corresponde, en líneas generales, al genos, griego, y a
la gens, latina.
La comunidad prehistórica se regía por un conjunto de preceptos no escritos, de origen
místico, transmitidos de generación en generación, al que se lo ha denominado código de la
Themis (Themis: diosa griega que personificaba la justicia familiar y clánica). La institución
gubernamental de la comunidad clásica se basaba en un régimen unipersonal. Gobierno,
sacerdocio y justicia se hallaban confiados a un jefe vitalicio, personaje místico, sagrado,
representacion viviente de los antepasados. Cada cultura dio denominacion propia a ese
jefe clánico.
Por ejemplo: los gregos “basileys”, los latinos “princeps” (el primero) y luego, “rex”. Los
viejos autores usaban el término “patriarca”, y los sociólogos modernos prefieren el de “jefe
de paz”.
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En consecuencia, el gobierno del grupo social prehistórico era un sincretismo: una sola
función, ejercida por un solo órgano. La función era la paz. El órgano supremo, el jefe de la
paz encargado de aplicar el código de la Themis. Lo asesoraba un consejo de ancianos,
órgano que aparece en todas las comunidades prehistóricas, y que seguramente
representaba las familias constituyentes del clan y estaba integrado por sus respectivos
patriarcas. Configuraba, pues, por sus caracteres y fines, una función de gobierno interior.
La función de paz no era una función de guerra exterior, para la cual se elegía
temporariamente un “jefe de guerra”. La función de guerra estuvo siempre separada de la
paz interior. En las luchas contra los clanes no había una autoridad superior que pudiera
aplicar la justicia de la Themis. Por eso se idearon los procedimientos de la justicia de la
Diké. (Diké: diosa griega que personificaba la justicia interclánica). La Diké surgió de reglas
consuetudinarias, afirmadas luego como preceptos sagrados, que tendían a resolver los
conflictos mediante la intervención de un tribunal arbitral formado por los jefes de los clanes.
Su institución característica fue la “composición” (reparaciones pecuniarias, matrimonios y
otras satisfacciones), sellada con un pacto de amistad y un ágape ritual.
En aquella función sincrética de gobierno, seguridad y justicia, estaba necesariamente
involucrada la función de policía, de acuerdo con los principios que emergían de los factores
naturales y primarios de la organización social, expuestos anteriormente. Dada la índole
preponderantemente criminal del código de la Themis, lógico es suponer que la más
importante función de policía ejercida en la comunidad clánica fuese la de policía criminal
(denominada también, en nuestro tiempo, de policía judicial). Todo hecho criminal requiere
ser investigado. Hay que descubrir al autor, detenerlo y reunir las pruebas para someter a
juicio. Por más elemental que sea un grupo socialmente organizado, la función policial
específica de investigación se impone por la naturaleza de las cosas. También habría en la
comunidad clánica cierta función policial de seguridad, porque donde hay hombres en
sociedad no toda la inconducta es criminal. Dada la disciplina clánica es de suponer que los
crímenes fuesen excepcionales, y que lo más común de la actividad represiva estuviese
motivada por desórdenes, desarreglos de conducta, negligencias, pereza en el cumplimiento
de los deberes impuestos por el bien común, como la custodia de los rebaños y otras faltas.
Toda esa función estaba en manos del jefe del clan, gobernador del grupo, sacerdote y
juez, asesorado con el consejo de ancianos. Por ende, él mismo haría de investigador
criminal y dispondría las demás medidas de policía. Lo policial, inserto en la función
sincrética de paz, estaba consubstanciado con la institución de autoridad, como prerrogativa
ejecutiva, con la inherente atribución de disponer la fuerza. Esta asociación originaria de
autoridad ejecutiva y policía se ha mantenido desde esos remotos orígenes, en forma tal
que asume los caracteres de una ley histórica. Esa notable preexistencia del principio
comprueba que está afirmado en los factores constantes, primarios, de la organización
social.
Los clanes asentados en un territorio formaron la comunidad de aldea (la komé, griega; el
pagus, latino). Su creciente prosperidad excitó la codicia de los nómadas que persistían en
ese estado, y de los piratas. Para defenderse constituyeron una unión, y en la mayor parte
de los casos erigieron un recinto fortificado en el lugar estratégico (por ejemplo, en lo alto de
una colina: la acrópolis griega). Edificaron templos y casas, y con el tiempo se fue formando
la ciudad (el asty, griego; la urbs, latina). Nació la unión religiosa y política (la polis, girega, la
civitas, latina) que vinculaba los clanes establecidos en la ciudad y sus alrededores y los que
permanecieron en las aldeas. En las grandes concentraciones la unión no se formó con los
clanes directamente sino con sus organizaciones más amplias: las fratrías y las tribus. Este
proceso de concentración urbano-territorial, denominado sinecismo, estaba ya desarrollado
o en curso de desarrollo según las áreas, cuando comenzó la era histórica, hacia el año
4000 antes de Cristo.
Los autores han dado en denominar “Ciudad-Estado” a ese tipo de unión urbano-
territorial, y de esa denominación han derivado interpretaciones poco satisfactorias sobre su
naturaleza política. Todo proviene de una confusión de conceptos entre la ciudad como
aglomeración urbana y la ciudad como sociedad política, o sea, el Estado. Una cosa era el
régimen político de la polis o la civitas, y otra la administración edilicia del núcleo urbano
(asty o urbs). No hay que confundir ambos regímenes si se quiere partir de ideas claras
acerca de los comienzos del Estado. El municipalismo, en todos los tiempos, ha explotado el
equívoco para pretender fundar en los antecedentes históricos, mal interpretados, un poder
comunal de naturaleza política.
El sinecismo impuso a las comunidades clánicas adaptaciones y transformaciones
profundas en la vida social y en el régimen normativo y de gobierno. Comienza el proceso
de formación del Estado, si por él se entiende la primera forma de estructura política
superclánica, con sus elementos esenciales: población, territorio, poder de derecho,
gobierno.
El sinecismo fue un fenómeno universal en los tiempos antiguos, pero los procesos
correspondientes al mismo en cada una de las culturas se verificaron discronicamente.
(Discronía: falta de paralelismo temporal entre los procesos). (Tratado, tomo I, Nº 48, pag.
157). Para la cultura helénica el sinecismo se produjo en el siglo XI y en el año 750 antes de
Cristo, y para la cultura itálica en la misma época, o un poco más tarde. Pero los principales
pueblos del Oriente y del medio Oriente ya habían desarrollado ese proceso desde varios
siglos antes. El proceso oriental se consolidó tempranamente en reinos e imperios, con
centralización del poder bajo el régimen del absolutismo, y perduró así sin cambios
esenciales. Como la policía, tal como se presenta en nuestro tiempo, es una creación de la
cultura occidental, debemos prescindir de los antecedentes orientales (Egipto, Israel,
Babilonia, Persia, India, China, el Islam, Japón). En ellos sólo hallaríamos analogías de
forma y coincidencias de técnicas, interesantes para un estudio de historia policial, pero
poco aprovechables para nuestro análisis. Los procesos que nos interesan directamente,
por corresponder a las fuerzas principales de la cultura occidental, son los de Grecia y
Roma.
En los primeros tiempos de la fundación de la ciudad no hallamos hechos significativos
para la evolución de la función de policía. La razón es simple: los clanes (genos, griegos;
gens, latinas) y sus organizaciones más amplias: fratrías y tribus, conservaron sus poderes
para el gobierno interior y la disciplina de los integrantes de su propio grupo, poderes que,
como sabemos, estaban fundados en el código de Themis. Los conflictos entre los
miembros de los distintos clanes se dirimían por los procedimientos de la Diké. El régimen,
de tal modo, comenzó funcionando como una especie de confederación. Al frente de la
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defensiva y del santuario común se colocó un jefe confederal (“rey de reyes”, griego; rex,
latino) que oficiaba de sacerdote y de caudillo militar (se unificó la jefatura de paz y la
jefatura de guerra, principio político-militar que fue prácticamente universal). La función de
policía continuaba inserta en el sincretismo funcional propio del gobierno interior de cada
grupo.
Es una ley histórica, en materia política, que una confederación evolucione hacia la
unidad, a medida de que el espíritu de unión se vaya imponiendo sobre las fuerzas que
resisten a la integración. Con mayor razón debió producirse esa evolución en el Estado-
ciudad, ya que no se trataba de una mera asociación confederal sino de un nuevo tipo de
estructura social y política, que debía conducir fatalmente a la constitución de un derecho de
la ciudad, con los órganos para establecerlo y aplicarlo, y de una autoridad para el gobierno
ejecutivo de la nueva sociedad política.
La evolución de las instituciones de Grecia y Roma, en esos siglos decisivos para la
constitución del Estado, conforma un panorama histórico grandioso, que no podemos
exponer detalladamente en este curso. Del cuadro histórico, de esa era, que culminó con la
constitución de la democracia en Atenas y la república en Roma, extraemos solamente, en
breve síntesis principios y realizaciones vinculadas con la función de policía, algunos de los
cuales perduraron en las eras posteriores, y aún se manifiestan en nuestros tiempos.
De esa época proviene el término policía, que deriva del griego politeía. Los autores
griegos, como Platón y Aristóteles, aplicaban ese término con un contenido muy amplio: la
constitución política, la forma de gobierno, el gobierno mismo y la administración del Estado.
Ese contenido concordaba con la idea expresada por la radical del término: polis, que, como
sabemos, significaba la comunidad política y religiosa. Los romanos formaron la palabra
politia (y se pronuncia “policía”) pero sólo la usaban para traducir la expresión griega, y
cuando aludían a su propio régimen político preferían la palabra “res-pública” (la cosa
pública).
La “policía”, entendida como función general del Estado, venía a representar, de cierto
modo, la función de paz, característica del sincretismo funcional del régimen de los clanes.
Pero en la época en que estamos tratando entró en un proceso de diferenciación. Se fueron
caracterizando funciones distintas, que se asignaron progresivamente a órganos públicos.
Seguir esta evolución es cometido de la ciencia política y de la historia del Derecho. Sólo
nos interesa analizar, brevemente, en qué forma se fue diseñando la fisonomía de la función
de la policía propiamente dicha.
De aquella función general debemos desglosar, en primer término, la función de
legislación. La legislación fundamental (constitucional, civil, criminal) terminó por ser
atribución de las asambleas del pueblo (ecclesia, griega: comitia, romanos) mediante la
aprobación dada a las proposiciones de los magistrados con poder para convocar al pueblo.
Otra función que se caracterizó fue la judicial. En Grecia, en la era del régimen
democrático, juzgaba un gran jurado popular (la Heliea), excepto en los casos de homicidio
y otros delitos graves, que era de competencia de tribunales especiales, regidos por un
procedimiento ritual, resabio del código de la Themis. En Roma, por un principio de unidad
y plenitud, los magistrados con imperium (Consules y pretores, principalmente) ejercían el
mando ejecutivo, judicial y militar, pero la función judicial fue competencia ordinaria de los
pretores. En la investigación de los crímenes intervenían los cuestores, los antiguos de los
cuales fueron los “cuestores de los homicidios”.
Separando las instituciones legislativas y judiciales, especialmente el “magisterio penal”
del Estado (como diría Carrara) quedaba una amplia esfera remanente que podríamos
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caracterizar como policía – función general del Estado y de la urbe. En esa esfera, muy
heterogénea y de límites poco definidos, pueden señalarse, sin embargo, algunos principios.
En primer lugar, la atribución al magistrado de dictar normas obligatorias en la materia de
su competencia, que sin ser leyes formales tenían “vigor de ley”. O sea, lo que en la
terminología moderna denominaríamos el ejercicio del “poder de Policía” por vía
reglamentaria. En Atenas suponemos que ese poder fue ejercido en primer término por el
Consejo (la Bulé) mediante un “decreto” (psephisma), pues esa corporación “tenía
atribuciones de policía y de justicia, en virtud de la delegación general que le daba el pueblo
soberano y que le confería una magistratura suprema” (Glotz). Ese ejercicio reglamentario
del poder de policía correspondía también a los altos magistrados de orden gubernamental y
político (los archai) que en virtud de la delegación de soberanía que se les confería, dentro
de los límites de sus atribuciones, tenían, entre otros poderes, el derecho esencial de
ordenar y tomar medidas obligatorias (epitáxai) lo que implicaba el de aplicar penas de
policía (multa y flagelación para los exclavos). En Roma, todo magistrado tenía, en principio,
el jus edicendi, o sea, la potestad de emitir el edictum, precepto obligatorio en materia de su
competencia.
En segundo lugar, comenzó a diferenciarse lo que con el tiempo sería la función de
“policía de seguridad” (orden público, seguridad pública, seguridad de Estado, prevención y
represión del delito) que es una función de gobierno. Y paralelamente, la función de “policía
administrativa”, o del bienestar general (en la que está comprendida la “policía Edilicia”) que
es una función de administración general o urbana. Los autores suelen confundir ambas
ramas, llevados a ello por la comprensión multívoca del término “policía”, como por no tener
en consideración la doble estructura del Estado-ciudad, a que ya nos hemos referido. Pero
la diferenciación surge tanto de la naturaleza y materia de los textos como de la investidura
y competencia de los funcionarios. En Atenas, la policía de seguridad era función de los
arcontes, los máximos magistrados, mientras que la policía edilicia y de las costumbres
correspondía a los astynomos, bajo la dirección de uno de los arcontes. En Roma, la policía
de seguridad la ejercían los cónsules (sobre todo en materias de orden público y seguridad
de Estado) y los pretores (especialmente en la represión del delito). La policía edilicia era
atribución de los ediles curules, magistrados menores encargados de vigilar las
construcciones, el abastecimiento, los mercados, las pesas y medidas, y otras materias
afines.
Aunque en esta era del Estado-ciudad tuvieron inicio algunos principios interesantes,
como acabamos de ver, ellos se refieren más bien a la institución –función, ejercida por
órganos personalizados, no a la institución cuerpo. Los magistrados con poderes de policía
eran, como todos los demás, elegidos para desempeñar su cargo durante un periodo muy
breve, que en Roma era de un año. Sus auxiliares, que les prestaban la fuerza, como los
vigiles y los lictores en Roma, y los arqueros en Atenas, quizás eran servidores con alguna
permanencia, pero no se formó nada semejante a un cuerpo institucional. De todos modos,
hay que tener en cuenta el contexto histórico. La ciudad de Atenas, en la época de su
apogeo cultural, en el siglo de Pericles (499-429 a. de C.) llegó a tener unos 40.000
ciudadanos, a los que habría que sumar una cantidad no censada de extranjeros residentes
(metecos) y de esclavos, que quizá duplicaban esa cifra. Roma era mucho más populosa,
pero sólo en la era imperial llegó a adquirir las proporciones de una gran metrópoli. En la
época republicana, el magistrado de policía se bastaba a sí mismo, con unos pocos
auxiliares, para vigilar y reprimir. Conviene advertir que la portación de cualesquier clase de
armas estaba rigurosamente prohibida en el recinto de la urbe, incluso para los militares.
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Los comienzos del principado (desde el siglo I de nuestra era) hallaron a la metrópoli
latina convertida en una gran urbe. Conformaba, pues, un contexto muy semejante al de
nuestras grandes ciudades contemporáneas, y sus problemas de orden y seguridad serían,
sin duda, análogos. El régimen aplicado por los romanos para el cumplimiento de la función
de policía, en esa época, significa la culminación de siglos de evolución y de experiencias, e
interesa, no sólo desde el punto de vista histórico–cultural sino, principalmente, por los
principios que de ese régimen emergen. Se trata, en esencia, del primer “sistema de policía
general metropolitana” que conoció el mundo occidental.
El gobierno de Julio César halló a Roma en anarquía, desorden, criminalidad y abandono
edilicio. El gran estadista proveyó algunas medidas en materia de justicia criminal, leyes
contra la violencia y, especialmente, policía edilicia. Pero fue el principado de Augusto el que
señaló el comienzo de las grandes reformas.
Al frente de la policía de la metrópoli se colocó un prefecto de la ciudad (praefectus
urbis). Su jurisdicción se extendió hasta 100 millas alrededor de Roma (140 kilómetros),
sentando un precedente técnico que aún en nuestros tiempos no se ha respetado, salvo en
París. El recinto urbano se distribuyó en catorce barrios, en cada uno de los cuales la
función de policía quedó a cargo de un curator urbis (cuardor de la ciudad), que podría
considerarse como antepasado de los modernos comisarios de policía. Tenían de auxiliares
a los denuntiadores, que venían a ser como agentes de investigaciones, y recorrían su zona
acompañados por dos lictores, que acreditaban la autoridad del funcionario y le prestaban la
fuerza para detener inculpados. El prefecto de Roma comandaba tres cohortes urbanas
(cohortes urbanae), de unos seiscientos hombres cada una que por su nombre serían
cuerpos policiales organizados según el sistema militarizado. Existían policías stationari, en
destacamentos o puestos fijos.
Subordianado al prefecto de la ciudad, que era jefe superior de Roma, había un prefecto
de los vigilantes (praefectus vigilum), a cargo del servicio de seguridad contra los incendios,
el permanente peligro de la gran ciudad. Tenía a su mando directo siete cohortes de vigiles,
que además de su misión como bomberos desempeñaban un servicio de vigilancia policial
nocturna.
La organización policial de Roma quedaba completada con los vicomagistri, remotos
antecesores de nuestros alcaldes de barrio, que eran personajes caracterizados de la zona,
dependientes del respectivo “curator”, con facultades para hacer observar la ley a los
vecinos de su radio, y auxiliar a la policía.
Debe señalarse que el príncipe (luego emperador), en virtud de los poderes que había
asumido, pudo tener tropas armadas dentro de Roma, lo cual, en la época republicana, no
era lícito. Así, se estableció en la ciudad la guardia personal a que tenía derecho todo
comandante en campaña (la “chorte pretoria”). Pero se convirtió en un cuerpo militar
poderoso, de nueve cohortes, denominado Prefectura del Pretorio (Praefectrua Pretoril),
colocada al principio bajo el mando conjunto de dos caballeros, que más tarde se unificó
bajo un solo prefecto. Este cuerpo no desempeñaba en Roma funciones policiales.
En el resto del Imperio latino, cada municipio y cada colonia tenían un régimen de
administración local, basada en la ley municipal de Julio César. Eran “Romas en miniatura”,
con una copia de las magistraturas metropolitanas. Había, pues, en muchas de esas
ciudades municipales o coloniales, el correspondiente prefecto urbano, con su policía. Pero
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no hay que pensar, como lo hacen algunos municipalistas, que los municipios gozaban de
autonomía. Lo que hubo fue descentralización, pero no autonomía.
En la campaña, fuera de la acción de los magistrados de las ciudades, proliferaban los
malhechores, que eran generalmente soldados bárbaros desertores o esclavos fugitivos. La
única fuerza disponible para reprimirlos era la militar, y por consecuencia la milicia se hizo
cargo de imponer el orden y afirmar la seguridad en esas dilatadas regiones, especialmente
a lo largo de las notables carreteras (las “vise”), que comunicaban todas las regiones del
Imperio. En muchos casos se establecieron destacamentos en los lugares más importantes.
Fue el germen del servicio de policía rural, desempeñado, en tiempos modernos, por
cuerpos de gendarmería. También los emperadores confiaron a los militares más adictos
una especie de policía secreta (“agentes in rebus”), para vigilar a los sospechados de
deslealtad.
Por lo demás, en la era imperial se mantuvieron y desarrollaron los caracteres
funcionales que ya hemos advertido en la era del Estado-ciudad, aunque debe señalarse la
concentración ejecutivo-judicial en manos del prefecto de la ciudad, que se erigió en el
magistrado más importante de la metrópoli, después del emperador. Sólo en la época del
auge del militarismo cedió esa primacía al prefecto del Pretorio.
e) La era contemporánea
La era contemporánea, en policía, comienza con el siglo XIX. Está señalada por el
establecimiento o la consolidación de las policías de Estado. Entre las primeras: la
Prefectura de Policía de París, 1800; la Policía de Buenos Aires, 1821; la Policía
Metropolitana inglesa (Scotland Yard), 1829. La policía va pasando gradualmente a la fase
de “institución–cuerpo”. Se fueron delineando los principios dogmáticos y técnicos de los
grandes sistemas: el frances, el inglés y el argentino. La función de policía entró en la etapa
de la elaboración de sus categorías y conceptos, luchando por afirmar sus propios principios
doctrinarios frente a las teorizaciones y los dualismos de la doctrina jurídica. El amplio
material de estudio que ofrece la policía contemporánea se comenzará a desarrollar desde
el próximo capítulo. Toda síntesis sería, aquí, inoperante.
La institución policial es un órgano del poder público, un órgano del Estado. Ya hemos
visto, por el análisis histórico cultural de la función de policía, cómo, desde sus orígenes y a
lo largo de su dilatadísima evolución, fue un órgano del Estado el encargado de cumplir esa
función, ya dentro de una institución sincrética de gobierno, seguridad y justicia, ya con
atisbos de una autonomía funcional que en el transcurso de los siglos se fue definiendo
progresivamente, siempre manteniéndose la institución en la esfera del Estado. Las
desviaciones a este principio, como las señaladas en las épocas del feudalismo y del
comunalismo, fueron circunstanciales. Algunos resabios que aún en nuestra época se
observan, son puros anacronismos destinados a desaparecer inexorablemente, porque no
hay designios que puedan prevalecer contra una ley histórica.
Esta vinculación esencial entre el Estado y la policía-institución está rubricada por nuestra
expresión componente político, entendido lo “político” como lo concerniente al Estado, y no
lo relativo a la acción política partidaria. Pero conviene determinar la esencia de esa
vinculación entre el Estado y la policía. En primer término, deriva del principio de la
soberanía. La soberanía es la cualidad propia del poder del Estado, que es “supremo”,
superior a cualquier otro. En una concepción comprensiva, la soberanía vendría a significar
el poder supremo del Estado para establecer, ejecutar y aplicar el derecho, y para cumplir
sus demás fines. La soberanía tiene dos aspectos: la “soberanía exterior”, que coloca al
Estado en un plano de independencia e igualdad frente a las demás potencias extranjeras, y
la “soberanía interior”, derecho de mando, imperium, sobre los habitantes y el territorio. La
policía, en esta esfera de la soberanía, es un órgano de la “soberanía interior” del Estado
(en los Estados federales es, también, un órgano de la autonomía de cada uno de los
Estados particulares que lo componen). Por eso, cuando el principio de la soberanía se
aplica a los fines del Estado, se dice bien que la policía es el órgano natural de la seguridad
interior del Estado. El otro aspecto de la soberanía, que se refiere a la defensa del Estado
contra agresiones exteriores, o sea, la “seguridad exterior”, se vincula con otros órganos (las
fuerzas armadas), otras esferas normativas y otras técnicas específicas para ese fin.
En segundo lugar, la vinculación de la policía con el Estado se relaciona con el
componente coactivo de la soberanía. Así como las fuerzas armadas son los órganos
18
ejecutores en los actos de soberanía exterior, la policía es la institución ejecutora del Estado
en sus actos de soberanía interior, cuando debe llegar al jus edicendi (derecho de obrar), a
la coerción, para hacer efectivo el “imperium”. Es “la ejecución y el brazo activo del gobierno
y su delegado inmediato en este ramo”, como apuntaba sabiamente el Reglamento de
Policía de 1812, emitido en el Segundo Triunvirato. La policía es “un poder de autoridad”
(Posadas). En los Estados modernos ese poder de ejecuciones es uno de los atributos del
Poder Ejecutivo, tanto por aplicación del principio de la división de poderes en su legítima
interpretación como por prerrogativa natural que proviene desde los más remotos orígenes
del Estado y que se ha conservado a lo largo de toda la evolución histórica cultural. Por los
mismos principios, confirmados por la misma evolución, la sociedad ha institucionalizado
mediante un consenso consuetudinario, el órgano nato al servicio del “imperium” coactivo de
aquel poder: la policía. En este aspecto, pues, la institución es policía ejecutiva, y la única
que dicho consenso consuetudinario ha investido con ese carácter.
Por último, la vinculación de la policía con el Estado está dada por el hecho de que la
institución es un órgano del derecho. Pero esta materia se refiere ya al componente jurídico,
que tratamos a continuación.
Bibliografía
CAPÍTULO II
Es muy propio del conceptualismo racionalista creer que basta con imaginar un concepto
para que quede revestido de naturaleza y sustancia. Se olvida que los conceptos son meros
instrumentos lógicos y verbales para aprehender la realidad. De tal modo, dividida
conceptualmente la policía en dos funciones, se ha hecho de cada función un mundo
distinto, autónomo y antagónico, y de ello se hace derivar la necesidad forzosa de una
policía para cada mundo. Del artificioso dualismo entre policía de seguridad y policía judicial
se dedujo, por sofístico silogismo, el dualismo institucional. Así nació la titulada “policía
judicial (de la justicia).
El que acabamos de mencionar es el dualismo institucional más antiguo, que aún persiste
en la mente de ciertos juristas apegados a la doctrina racionalista y su consiguiente estilo de
legislar. (Tratado, I, pág. 125). Pero apareció en los últimos tiempos un formalismo de nuevo
cuño, que practican algunos cultores de las técnicas aplicadas a la organización de los
servicios del Estado. No es de extrañar que la policía, con sus disciplinas científicas y
técnicas tan poco conocidas como mal valorizadas, esté expuesta a nuevas y singulares
especulaciones.
La materia de policía de seguridad de Estado se ofrece, entre otras, como muy propicia
para esas especulaciones. Ese concepto funcional nació en el seno de la policía de
seguridad, para especializar, con fines jurídicos y orgánicos, una acción preventiva y
represiva tan vieja como la Institución misma. Las modalidades, extensas y refinadas, de la
subversión y la insurrección en los tiempos modernos, han impuesto a las grandes policías,
desde mediados del siglo pasado, la progresiva adaptación y el continuo perfeccionamiento
de sus tácticas y servicios, para cumplir con mayor eficacia su misión de tutela y garantía en
materia de seguridad los poderes públicos y del orden constitucional. Motivos de
ordenamiento jurídico, de estudio doctrinario y de estructuración orgánica, indicaron la
conveniencia de dar a esa acción una denominación específica. Así germinó, en la categoría
funcional de seguridad, esa noción de policía de seguridad de Estado, que estaba
subyacente en el viejo concepto de “orden público”. No significa una función nueva, ni
menos, autónoma. Es una materia más, modernamente caracterizada, como se ha hecho
con otras que integran la función de policía, sin quebrantar la unidad funcional, con su
consiguiente dualismo institucional del que resultaría una policía de seguridad de Estado
autónoma, separada de la policía de seguridad, es tan artificial desde el punto de vista
técnico como peligroso por sus consecuencias. Este punto de la policía de seguridad de
Estado será tratado con mayor detenimiento en el capítulo VI.
Otros conceptos funcionales también son aprovechados para revestir de apariencia
institucional el quehacer de ciertas pseudo-policías. El caso más notorio es el concepto de
“policía municipal”. Es sabido que, entre nosotros, no existe ni puede existir la policía
municipal, esto es, el régimen por el cual la policía de seguridad depende del municipio. Se
trata de un régimen anómalo, anacrónico, en plena regresión en aquellos países donde
subsiste, y, por lo demás, impracticable en las metrópolis nacionales. El sistema policial
argentino, incorporado definitivamente a la tradición nacional, lo ha excluido desde sus
comienzos, anticipándose en siglo y medio a la evolución universal. Pese a todos los
principios constitucionales, políticos, jurídicos y técnicos que presiden esta materia, el
municipalismo ha hecho renacer últimamente la tesis en la Capital Federal, como
culminación de sus variados intentos de autogeneración de cuerpos policiales y de su vieja
práctica de invasión o interferencia en la esfera de orden y seguridad pública propia de la
Policía. La Jefatura, a la altura de las imposiciones de la política institucional y velando por
los intereses públicos afectados, se ha visto obligada a establecer la correcta doctrina,
23
mediante un análisis general y exhaustivo, que es conveniente leer, porque informa sobre
puntos muy importantes de la doctrina institucional (Ver bibliografía).
El anterior no es el único caso. La “policía ferroviaria”. La “policía económica”, y otras
expresiones funcionales, también son aprovechadas para propósitos institucionales. De esta
política administrativa mal orientada resultan organismos híbridos, sin base legal o con
bases muy precarias, con funciones utilitarias encaminadas al ámbito de los intereses de las
reparticiones que las prohijan, y que tienen limitada o nula aplicación para los fines de orden
y seguridad generales. Tales organismos son cuerpos extraños, que se intenta insertar en
nuestro sistema policial, y por inspiraciones de una mal entendida autonomía. En algunos
casos tiene analogía con ciertos organismos de otros países, pero es una norma elemental
de buena técnica la de no seguir modelos anómalos y mal fundados. Es claro que en los
sistemas policiales más evolucionados las creaciones de esa índole no hallan justificación.
Por eso se elude informarse cómo son y funcionan los servicios especializados para tales
cometidos en las grandes policías que los han establecido. Los modelos anómalos surgieron
por circunstancias locales, subsisten por la fuerza de la inercia o de los intereses creados, y
están destinados a desaparecer o ser absorbidos por la legítima institución.
Bibliografía
CAPÍTULO III
Nación. Es un principio que emerge de la soberanía del Estado nacional, y que hemos
caracterizado en términos dogmáticos con el “principio de la unidad jurisdiccional” (ver
capítulo II, punto 3).
Este principio de unidad jurisdiccional es característico de nuestro sistema desde sus
orígenes hispanos y patrios, y tan destacables como los de unidad funcional e institucional,
con los cuales forma un complejo básico. Es conveniente señalar los antecedentes
históricos en que dicho principio aparece en sus primeras afirmaciones, para comprender
que la actual jurisdicción de la Institución no sólo se impone por su naturaleza y función sino
que, fundamentalmente, es la consecuencia natural del proceso histórico del sistema.
El gobernador del Río de la Plata, brigadir don Juan José de Vértiz y Salcedo, por el
célebre bando del 21 mayo de 1772, instituyó funcionarios denominados “comisionados” del
Gobierno, que su mismo creador llamó luego “comisarios de barrio”, y más tarde pasaron a
ser “alcaldes de barrio” (el título de comisario designó, décadas después a los oficiales
superiores de la Policía). De este documento nos interesa destacar aquí el hecho de que
confería a todos los comisionados, junto y a cada uno, para todos los asuntos consignados
en el bando, el uso de las facultades que residían en el gobernador “y en nombre le de Su
Majestad toda la jurisdicción que por derecho necesiten para el ejercicio de su cometido, sin
que en el desempeño de sus deberes pudieran ser inquietados por ninguno de los jueces,
quedando únicamente sujetos al Gobierno…” (Romay, “historia”, t.I, pág. 111). En esta
primera manifestación histórica de la Policía de Estado, quedó sentado el principio de que la
jurisdiccción que por derecho necesitaran los niveles funcionarios, era la misma jurisdicción
del gobernador, delegada en nombre de la Corona.
El Reglamento Provisional de Policía, del 22 de diciembre de 1821, al crear la
Intendencia General de Alta Policía, “que dependerá inmediatamente del Gobierno” (art. 1º),
“con exclusión de toda otra autoridad” (art.9º), reconoció al intendente de policía toda la
jurisdicción civil, económica, directa y gubernativa que sea necesaria para el desempeño de
sus funciones” (art. 11), cláusula esta última que rubrica la persistencia de la docrina del
bando de 1772. El reglamento termina, en el artículo 35, con la siempre recordada fórmula:
“La Intendencia de Policía no es una magistratura de pura dignidad, es la ejecución y el
brazo activo del Gobierno y su subdelegado inmediato en este ramo…” Implica, no sólo
ratificar que la Policía es esencialmente policía ejecutiva, sino también un órgano inmediato
de la soberanía del Gobierno. A su vez, los comisarios (que, ya dijimos, eran los oficiales
superiores), tenían la misma competencia que el intendente de policía, como “delegados”
del mismo (art. 12). (Romay, “Historia”, I, 228). La ley del 24 de diciembre de 1821, que
consolidó el régimen de policía de Estado y ejecutiva, mantuvo, desde luego, los principios
que ya eran tradición en el sistema policía. Dio por jurisdicción a la Policía “todo el terriotrio
de la Provincia”, y estableció un único jefe de policía, con seis comisarios para la capital y
ocho para la campaña. (Romay, “Historia”, II, 67).
La policía de la campaña fue reglada por el “Reglamento de los Comisarios de
Campaña”, del 28 de julio de 1825 (Romay, “historia”, II, 91). Su ejercicio sufrió variadas
alternativas, motivadas por la intromisión de ese singular personaje que fue el “juez de Paz”
(ver E. Fentanes, “La Policía judicial”, págs. 68 y sigts.). Cumplida la organización nacional,
solucionada la “cuestión capital” por la ley 1029, la provincia de Buenos Aires debió
constituir su propia policía, para su nueva capital, La Plata, y el resto del territorio. Heredera
de nuestro sistema, la Policía de la Provincia de Buenos Aires lo desarrolló bajo los mismos
principios de unidad funcional-institucional-jurisdiccional, llegando a estructurar un verdadero
modelo de la policía estatal.
26
Desde 1880 nuestra Institución quedó definitivamente bajo la dependencia del gobierno
de la Nación, y se intituló Policía de la Capital. Encargada de la función en la metrópoli, no
por eso era mera policía “urbana” o “local”. Es interesante a la esencia de una metrópoli, a
su “capitalidad”, que no haya en ella actividades meramente urbanas o locales. Aparte de
que casi todas las actividades son, en mayor o menor grado, interjurisdiccionales, interesan
en su conjunto a la Nación. Se desarrollan ante el asiento de los poderes del Estado
nacional, cabecera de la administración pública, sede de las misiones diplomáticas
extranjeras y, en la generalidad de los casos, en el centro mayor de gravitación política,
económica, cultural, de las comunicaciones, del transporte y del intercambio internacional.
Por todas esas situaciones, y por principios políticos que la experiencia histórica ha
impuesto como inexcusables, la policía de una capital nacional debe responder al “sistema
policial metropolitano”. El componente básico de ese sistema es el de policía de Estado.
(Ver Policía Federal, “Cuestiones de competencia”, pçag. 23, Orden del Día 29 de marzo de
1969, capítulo VI). Pero no es el componente único. Sería muy extenso desarrollar los
caracteres específicos de un sistema de esa naturaleza. Para los propósitos de este curso
basta señalar que un buen régimen policial metropolitano debe estar integrado en el de una
policía nacional (o federal, si el Estado tiene esta estructura) cuya jurisdicción sea la misma
que la del gobierno nacional. En una metrópoli todo es nacional por su naturaleza, y por
ende, la policía. Pero así como no se concibe un poder nacional encerrado en los límites del
distrito metropolitano, porque entonces tendría una soberanía imperfecta, tampoco la policía
que a tal poder representa puede tener su jurisdicción circunscripta dentro de dichos límites.
Este régimen de jurisdicción policial imperfecto impide o entorpece la acción materia
interjurisdiccional, en las de seguridad nacional y policía judicial, y en muchos asuntos de
orden y seguridad donde lo local y lo nacional están interrelacionados. Los efectos negativos
son aún más notorios en materia de policía de seguridad de Estado.
Nuestra Institución, desde 1880 a 1943, debió desenvolverse bajo ese régimen de
jurisdicción imperfecta. (En la misma situación estaba, y sigue estando, la Policía
Metropolitana de Inglaterra (Scotland Yard). Pero, fuera de Londres, puede desempeñar sus
“funciones imperiales y nacionales”, especialmente las de seguridad de Estado, porque
representa a la Corona, y, por ende, tiene la jurisdicción real). Como Policía Federal, como
lo era por la naturaleza del poder del cual emanaba, continuó a cargo de aquella función de
policía de seguridad de Estado que le fue confiada desde los orígenes patrios, como lo
prueba la expresiva fórmula del Reglamento General de 1885: “El orden público comprende
también la seguridad de los poderes del Estado y el libre ejercicio de las instituciones
políticas, mediante la garantía que la autoridad presta a la efectividad de las leyes, vigilando
y previniendo toda trama, atentado o movimiento subversivo” (art. 3º). Al servicio de la
función en dicha materia, el proceso de perfeccionamiento orgánico originó la creación de
secciones especializadas en el orden político, social y especial. Todo lo cual no tendría
sentido en una policía urbana o local. Sin embargo, para esa acción y otras relativas a la
criminalidad interjurisdiccional, cuando debían desarrollarse fuera del distrito federal,
dependía de la colaboración y buena voluntad de las autoridades provinciales y sus
respectivas policías. No es que la función de Policía Federal, en todo cuanto la misma
comprende, no existiera en el interior del país, pues la naturaleza de lo federal no depende
de la autoridad que lo aplique. En términos exactos, lo federal –excepto la jurisdicción
judicial- estaba en ese entonces confiado a las autoridades de las provincias, en virtud del
artículo 110 de la Constitución Nacional, que autoriza un régimen de ejecución delegada,
que no es forzoso y exclusivo, hasta tanto el Gobierno nacional establezca sus propios
agentes.
27
En 1943, por el trascendental decreto ley 17.550, del 24 de diciembre, aquella situación
fue superada. Nuestra Institución, ya como Policía Federal en propiedad, estuvo habilitada
para ejercer, donde estableciera sus servicios, la jurisdicción federal del Gobierno de la
Nación en el interior, en las materias que le son propias. Su jurisdicción, plena en la Capital,
se perfeccionó con la que le correspondía en lo federal del interior, que ya estaba dada en
potencia por su naturaleza institucional e histórica de Policía del Gobierno Nacional. Los
principios de unidad, en sus tres concreciones, hallaron su consolidación en un sistema de
Policía Federal, que es el más integral, técnico y evolucionado entre sus similares del
mundo.
De conformidad con los principios expuesto, a la Policía Federal Argentina le corresponde
ejercer su función en la Capital Federal, y en la jurisdiccion del Gobierno de la Nación en
todo el resto del territorio nacional. Es la misma jurisdicción reconocida en la fórmula del
artículo 1º de la Ley Orgánica vigente, aunque el texto de esta última requiere algunos
ajustes técnicos, como los proveídos por el proyecto de 1969.
Por la naturaleza de la jurisdicción nacional en nuestro régimen federal, a los fines
jurídicos y dogmáticos, deben determinarse dos especies de ámbitos jurisdiccionales: a) el
ámbito de jurisdicción metropolitana, y b) el ámbito de jurisdicción federal, que serán
examinados más adelante.
La jurisdicción que le corresponde a la Policía Federal Argentina, en sus ámbitos
metropolitano y federal, es originaria y completa, y no deben entenderse exluida ni coartada
cualesquiera sean las competencias especiales que dentro de tal jurisdicción se confieren a
otras policías nacionales. Este principio, lamentablemente, ha sido objeto de pertinaces
desconocimientos, con grave deterioro de la función de la Institución. En su lugar oportuno
se expondrán los respectivos antecedentes. Para poner una valla a esos desconocimientos,
los proyectos de 1963 (art. 27), 1967 (art. 27) y 1969 (art. 28), propusieron consagrar dicho
principio en la ley.
Del principio de la unidad jurisdiccional deriva un efecto importante: las competencias
territoriales de los organismos que integran la estructura orgánica institucional, son
meramente de orden interno policial, y establecidas para el mejor desenvolvimiento de sus
funciones específicas. En virtud de este principio, todos los funcionarios de la Institución
tienen poder para actuar en todo el ámbito jurisdiccional de la misma, para ejecutar actos
propios de su función. Un organismo con competencia inmediata en la Captial Federal, debe
actuar medianamente en el interior, dentro de la jurisdicción federal que le corresponde a la
Institución, en los casos que el reglamento determine. Del mismo modo, un organismo con
competencia inmediata en el interior, debe poder actuar medianamente en la capital. En este
principio tenían a mano la solución los redactores del Estatuto de 1944 para sus
preocupaciones de unidad institucional, pero no supieron hallarla, pese a las
consideraciones críticas que formularon en la nota elevación. La afirmación de este
principio, tan importante para la función, fue propuesto por los proyectos de 1963 (art. 28),
1967 (art. 28) y 1969 (art. 30).
La policía Federal Argentina ejerce la función que le es porpia, para la cual ha sido
instituida, en la Capital Federal.
Es el que denominamos “ámbito jurisdiccional metorpolitano”. Los fundamentos de esta
jurisdicción son los de la Institución misma. La policía Federal cumple su función en la
28
del poder nacional, y declarado que no puede concebírsele sin los medios indispensables
para defender su existencia y la del orden social y político que garantiza.
Con relación a este ámbito territorial, la Ley Orgánica conservó la expresión “en el
territorio de las provincias” (art. 1º), que provenía de los precedentes. Esa expresión ha
resultado equívoca. En su fuente originaria, el Estatuto de 1943, utilizó como frase común y
breve, con el sentido técnico de “territorio nacional comprendido en los límites de las
provincias”, según se expresa en la nota al art. 2º, párrafo final, pág. 148. Además era
propósito en esa época que la Institución no actuara en los territorios nacionales existentes,
que tenían establecida policía nacional, y hacía falta señalar la distinción. El equívoco
provocado por aquella expresión sobre el territorio de las provincias proviene del hecho de
que, pese a largo siglo transcurrido desde la organización nacional, persisten aún erróneos
conceptos acerca de la verdadera naturaleza de nuestro sistema federal. Uno de esos
conceptos erróneos es el que atañe al territorio nacional. El territorio de todo el país es
territorio nacional, sometido a la soberanía de la Nación en su esfera de poder, sin perjuicio
de que sea al propio tiempo territorio de cada provincia sometido a la autonomía provincial
en lo que a la misma corresponda. La Corte Suprema de los Estados Unidos de
Norteamérica lo estableció en el caso Siebold, con gráfica expresión: “Se argumenta que la
preservación de la paz y del buen orden de la sociedad no está dentro de los poderes
confiados al Gobierno de los Estados Unidos (equivale, entre nosotros, a Gobierno Federal),
sino que pertenece exclusivamente a los Estados Unidos (entre nosotros, provincias). Nos
encontramos aquí de nuevo con la teoría de que el Gobierno de los Estados Unidos no se
asienta sobre el suelo y el territorio del país. Pensamos que esta teoría se funda en una
concepción totalmente errónea de la naturaleza y atribuciones de este Gobierno.
Sostenemos que es un principio incontrovertible que el gobierno de los Estados Unidos, por
medio de la fuerza física ejercida por sus agentes oficiales, puede hace cumplir en cada pie
del suelo americano los poderes y las funciones que le corresponden. Esto implica
necesariamente el poder de ordenar la obediencia a sus leyes y, por tanto, el poder de
conservar la paz en la medida en que ello sea necesario”. ( Ex parte Siebold, 100 U.S. 37;
Estel E. Eilloughby, “the Constitutional Law of the United States”, N. York, 1929, t. I, Nº 77,
pág. 138. Sobre este célebre “leading casa”, ver con mayor extensión, Estatuto de 1932,
Exposición de Motivos, págs. 64 y 91, nota, pág. 149). Juan Bautista Alberdi ya había
expresado: “Siendo uno y nacional el país en los objetos constituidos del Gobierno Federal o
común, para la acción de este gobierno nacional deben ser como no existentes los
gobiernos provinciales” (Bases, cap. XXII, en Obras Completas. t.III pág. 484). Desde luego
que el dejar de mencionar el territorio de las provincias no debe implicar, de ningún modo,
que el agente federal olvide que su acción coexiste con el ámbito de la autonomía provincial,
justamente celosa de sus fueros. Deben evitarse, pues errores de jurisdicción, desplegar el
más delicado tacto y distinguirse por el respeto escrupuloso de los derechos y garantías.
Estas normas han presidido la conducta de los componentes de la Institución en los difíciles
tiempos del establecimiento de sus servicios en el interior, y deben seguir presidiéndola.
En cuanto al ámbito jurisdiccional federal, propiamente dicho, los fundamentos
constitucionales los hemos sistematizado también en la Exposición de Motivos del Estatuto
de 1943, capítulo IV, a la que hay que remitirse para el estudio completo de tan compleja
materia. Había que establecer con claridad esta jurisdicción, porque era lo verdaderamente
orgánico en la creación de la nueva rama. Se trataba de deslindar esa jurisdicción
específicamente, en lo que respecta a la policía de seguridad y judicial, separando lo
nacional y lo interjurisdiccional, de la provincial o local. Materia novedosa, sin antecedentes
en nuestro país, cuyas dificultades sólo podían salvarse con el método más riguroso.
31
Creemos haberlo logrado, pues pese a que dicho estudio fue examinado en todas y cada
una de sus líneas, como con lupa, por los más acérrimos defensores de las autonomías
locales, no apareció publicada ninguna contradicción, ni en aquellos momentos ni en las tres
décadas transcurridas. Por otra parte, la materia constituye un aspecto muy especializado
de la doctrina de las relaciones entre el poder central y los poderes locales en el régimen
federativo. Ninguna cuestión es más ardua en derecho constitucional. Un profesor
norteamericano dijo que era “un rompecabezas”. Wilson expresó que: “no puede ser
solucionada por la opinión de una generación, porque es una cuestión evolutiva y cada
etapa sucesiva de nuestro desarrollo político y económico plantea un nuevo aspecto, genera
una nueva cuestión”. Alberdi, que fue un precursor genial en la interpretación cultural
histórica del derecho público, dijo que, “establecer con claridad material la línea de división
que separa lo provincial de lo nacional, es dar el paso más grande a la organización del
gobierno común y del gobierno de cada provincia”. (Elementos de Derechos Público
Provincial, Introducción, en “Obras Completas”, t.V pág. 7). Algún día se habrá de reconocer
a la Policía Federal su contribución para organizar definitivamene el régimen federal
argentino, que áun no se ha logrado cabalmente, porque persisten ideas, prácticas y
políticas que no son federales sino confederales.
Los principales fundamentos del ámbito jurisdiccional federal en lo que específicamente
interesa para la función de Policía Federal son, en síntesis, los siguientes:
1º.- El poder para reglar el comercio exterior e interprovincial, reconocido por la
Constitución Nacional al Gobierno Federal en distintos textos: artículo 67, inciso 1º, 5º, 9º,
º0, 11, 12, 13 y artículo 108. El fundamento de esos textos es el del art. 67, inciso 12;
“Reglar el comercio marítimo y terrestre con las naciones extranjeras, y de las provincias
entre sí”. Esta norma proviene de la Constitución norteamericana, art. 1º, sección 8ª,
cláusula 3, conocida como “la cláusula comercial de la Constitución”. Es un texto famoso,
que la legislación y la jurisprudencia desarrollaron en forma excepcional, al punto de que en
él se apoya casi toda la legislación penal federal sobre criminalidad interjurisdiccional, y que
constituye la fuente más fecunda de jurisdicción para nuestro congénere, el F.B.I.
Es imposible reseñar esta materia, cuya sola exposición absorbería todo un curso.
Doctrina, jurisprudencia y legislación norteamericana y nacional se hallarán, volvemos a
señalar, en la Exposición de Motivos de 1943. Una actualización más condensada apareció
en la Exposición de Motivos que redactamos para el “Proyecto de Ley sobre Secuestro de
Personas y Extorsiones de Jurisdicción Federal”, de 1969, cap. II.
De los poderes para reglar el comercio interprovincial e internacional (que en 1943
caracterizamos, por primera vez como “comercio interjurisdiccional”, expresión adoptada
luego por la ley 12.906, de represión de los monopolios, en su art. 12), y que consideramos,
desde el inicio, como “fuente principal de la jurisdicción policial federal”, tenemos como
jurisdicción federal de seguridad y judicial la relacionada con la prevención y represión de
los actos que afecten la garantía de la seguridad de las personas y cosas comprendidas en
el comercio interjurisdiccional. Las atribuciones que surgen de estos poderes se estudiarán
en el capítulo V, al tratar la materia de seguridad federal.
2º.- La jurisdicción judicial de la Nación, que emana del Art. 100 de la C. N., con la
interpretación legal de la ley Nº 48. El Estatuto de 1943 introdujo una enumeración de los
actos y procedimientos comprendidos en la jurisdicción federal emanada de esa fuente (Art.
8º), como asimismo de los delitos que afecten al comercio interjurisdiccional (Art. 9º). El
Estatuto de 1944 (ley 13.030) reprodujo esos textos, que desaparecieron en la ley vigente.
No se ha insistido en proponerlos en los proyectos de reforma posteriores, por las razones
expresadas en sus exposiciones de motivos. Principalmente, por el criterio de la justicia
32
En términos del Art. 2º de la Ley Orgánica, la Institución depende del “Poder Ejecutivo
Nacional” por intermedio del “Ministerio del Interior”. Tanto por fundamentos políticos y
jurídicos, como por larga experiencia de la política institucional, hemos propiciado que esa
dependencia se exprese como del “Presidente de la Nación”, y por intermedio del “Ministerio
del Interior”. La propuesta fue aceptada por las comisiones de los proyectos de 1963, 1967 y
1969, como ya había sucedido en el proyecto de 1939.
En la práctica jurídica y administrativa suele asimilarse la expresión “Presidente de la
Nación” a la de “Poder Ejecutivo”. La Constitución Nacional, al estructurar el Gobierno
Federal en los tres poderes clásicos, denominó a uno de ellos “Poder Ejecutivo”. Pero al
estatuir la “naturaleza” de ese Poder, comienza estableciendo que será desempeñado por
un ciudadano con el título de “Presidente de la Nación Argentina” (Art. 74, C.N.). Y cuando
regla atribuciones del Poder Ejecutivo, se las discierne al “presidente de la Nación” (Art. 86),
norma complementada entre otros textos, por el Art. 23, en el cual utiliza la denominación de
“Presidente de la República”.
Si por Poder Ejecutivo se entendiera siempre, como es designio de la ley suprema, el
órgano unipersonal desempeñado por el presidente de la Nación, no habría inconveniente
en aceptar el uso alternativo de ambas denominaciones. Sin embargo, cierta doctrina sobre
la función ministerial dentro de la estructura de ese poder, ha promovido la tesis de que es
un órgano colegiado. Sin terciar en el debate de esta cuestión sólo apuntaremos que tal
concepción, cuando trasciende del plano doctrinario al de la acción de gobierno, puede
conducir a enervar la autoridad ejecutiva de la magistratura presidencial en aquellos
dominios, como el de la Policía, que, por no ser de mera administración, requieren el
ejercicio pleno de esa autoridad.
La institución ministerial aparece en la Constitución con caracteres muy concretos. Los
“ministros secretarios” tienen a su cargo el despacho de los negocios de la Nación, y
refrendan y legalizan los actos del presidente por medio de su firma, sin cuyo requisito
carecen de eficacia. Una ley especial deslinda el respectivo despacho de los ministros (Art.
87). Los ministros no pueden, por sí solos, en ningún caso, tomar resoluciones, a excepción
del régimen económico y administrativo de sus respectivos departamentos (Art. 89). La
expresión “actos del presidente” se refiere, evidentemente, al ejercicio de atribuciones
presidenciales que deban cumplirse por vía de decretos y reglamentos. La refrendación y
legalización de esos actos, y los términos “secretarios y “despacho”, configuran, en términos
estrictos, una actividad secretarial. La función ministerial se extiende, además a la adopción
de resoluciones relativas al régimen económico y administrativo del respectivo departamento
y la información que sea requerida por el Congreso (Art. 63).
Por la complejidad y extensión cada vez mayor de la acción propia del Poder Ejecutivo, la
función ministerial fue adquiriendo gravitación muy superior a la que resultaría de la
interpretación literal de los textos constitucionales. Pero no menos cierto es que, cualquiera
sea la concepción actual de la función ministerial, siempre la institución presidencial
conserva esa sólida estructura que los constituyentes le han proporcionado sabiamente
como garantía de firmeza y unidad en la gestión de gobierno y administración. Entre los
34
amplios aspectos de la gestión destacamos, para los propósitos de este comentario esencia:
que la suprema decisión ejecutiva corresponde al presidente de la Nación.
La Policía es ejecutiva y activa por excelencia. En su acción, en cuanto requiera
decisiones de nivel gubernativo, los actos decretales y reglamentarios son los menos. Esos
caracteres explican por qué en la superior conducción de la Institución ha predominado, en
todas la épocas, el aspecto ejecutivo en sentido estricto, sobre los administrativos y
burocráticos. De tal modo, los presidentes, en general, han mantenido vinculación personal
y directa con la conducción superior de la Institución en el plano político, social y
gubernamental. Es una consecuencia de la jefatura suprema que constitucionalmente
corresponde a esta magistratura (C.N., Art. 86, incs. 1º y 3º). Toda jefatura es de índole
personal por esencia, y así debe figurar en una “Ley de Policía”, tanto más por cuanto
coincide con la naturaleza del poder de que emana y está expresamente atribuida por la ley
fundamental.
Los principios expuestos precedentemente no implican excluir la cogestión ejecutiva del
ministro del Interior, sobre todo en aquellos actos del presidente que deban revestir forma
instrumental. Ello resulta implícito de su responsabilidad política por los actos que legaliza y
por mal desempeño (C.N., Art. 88 y 45). Pero también se trata de una participación personal
del ministro, dada la naturaleza de la gestión. No es del “Ministerio” como organismo. El uso
de esta última expresión tiene connotaciones burocráticas, que son proclives a desvirtuar en
la práctica, como a veces ha sucedido, la verdadera ubicación de la institución en el Poder
Ejecutivo, y a tratarla como una dependencia administrativa del organismo ministerial, con
desconocimiento de su estructura, investidura y fines.
Estos principios no fueron tenidos en cuenta por los redactores de los dos últimos
ordenamientos orgánicos. Evidentemente los desconocían, y carecían de la suficiente
experiencia en la política institucional para saber cuáles fueron y podrán ser sus efectos, no
tanto en el desenvolvimiento normal de las instituciones como en los casos de conmoción
interior y en otras circunstancias excepcionales, en que el poder presidencial debe
manifestarse con toda su plenitud constitucional.
Bibliografía
CAPÍTULO IV
Como sabemos, por el principio de unidad (capítulo II, punto 1), la función de policía es
una sola, única, indivisible, que sólo admite determinaciones por materias en cuanto sea
necesario a los fines del ordenamiento legal, del estudio doctrinario, de la estructuración
orgánica. Pero sin que tales determinaciones impliquen quebrantar la unidad esencial de la
función policial, ni signifiquen funciones distintas que puedan ser artificialmente
desmembradas y originen entes institucionales para cada una de ella. No es ésta una tesis
fundada sólo en razones dogmáticas, sino también y principalmente en la realidad de la
función, sus exigencias técnicas y la comprobación histórica, tanto en nuestro sistema como
en los otros grandes sistemas extranjeros.
Estas materias eran, tradicionalmente, las de policía de seguridad y policía judicial. De la
primera, que es la categoría histórica y clásica de la función policial, hemos especificado dos
baterias: a) Seguridad Federal, para caracterizar y sistematizar las modalidades que la
función presenta en el ámbito jurisdiccional propio de nuestro régimen de gobierno. La
estructura federal, por consiguiente, fundamenta y condiciona esos aspectos de la función
de la Institución. b) Seguridad de Estado, como consecuencia de la evolución conceptual y
técnica ya comentada en el capítulo II, punto 2.
En consecuencia, la construcción dogmática de la función de la Policía Federal Argentina
ha conducido a determinar las siguientes materias: Seguridad, Seguridad Federal,
Seguridad de Estado y Policía Judicial. Agregando el componente de Fuerza Pública,
tenemos integrada la caracterización funcional de la institución.
propósito clarificador, pues la noción de “función” de policía también se presta para las
interpretaciones divisionistas, pues se deja de ver que en estos casos debe ser entendida
como “función específica” (ver lo dicho en el capítulo I, punto 1). Como tales interpretaciones
se afirman, casi siempre, en el término “policía”, concepto funcional trasladado
desaprensivamente a lo institucional, lo más conveniente es evitar que la legislación policial
misma favorezca esas arbitrarias aplicaciones. “Seguridad” es una materia de la “función de
la Policía Federal Argentina”, y ello basta para su caracterización.
En esta materia de Seguridad, la función consiste, en general, en el mantenimiento del
orden público, la preservación de la seguridad pública y la prevención del delito.
La precedente definición merece una consagración como fórmula legal, y así lo propuso
el proyecto de 1969, Art. 4º, primer párrafo. En efecto, tiene inmediata relevancia técnica,
pues todo cuanto se presenta luego sistemáticamente en relación con las atribuciones y los
medios de ejercicio, no es más que el desarrollo y la aplicación del contenido que en esa
fórmula se expresa. También derivan de la fórmula efectos jurídicos, no sólo en cuanto
atañe al derecho policial propiamente dicho, sino también al derecho común, al especial y al
administrativo, en los cuales se alude frecuentemente a esos conceptos que integran esta
gran categoría de la función de policía. No es menor la importancia de la mención en otros
órdenes, pues conduce a afirmar esa esfera esencial del patrimonio funcional de la
institución, frente a las invasiones e interferencias que continuamente se producen o
intentan desde distintos sectores. Por último, la fórmula asume una significación
trascendente, pues lleva el sello de un contenido cultural y finalista, avalado por la autoridad
de principios, nociones y prácticas seculares que constituyen toda una tradición histórica,
doctrinaria y técnica.
La definición señala los fines tradicionales de la Policía: 1) mantener el orden público, 2)
preservar la seguridad pública, 3) prevenir el delito.
Es tan universal el reconocimiento de estos componentes primordiales de la función de
policía que, con términos iguales o análogos, los hallaremos expresados en cualquier
sistema. Por ejemplo, el “Manual de Instrucción Policial” de la Policía Metropolitana inglesa
(Scotland Yard) está encabezado por una declaración cuyo origen se remonta al año 1929:
“El primordial objeto de una policía eficiente es la prevención del crimen; el segundo es la
averiguación y castigo de la delincuencia si el crimen ha sido cometido. A estos fines deben
dirigirse todos los esfuerzos de la Policía. La protección de la vida y la propiedad, la
preservación de la tranquilidad pública y la ausencia del crimen, probarán por sí mismas si
esos esfuerzos han tenido éxito y si se han logrado los objetivos para los cuales fue creada
la Policía”. La redacción de ese texto se debe a Sir Richard Mayne, uno de los primeros
jefes (“commissioners”), pero recoge conceptos del ministro fundador, Sir Robert Peel. Esas
instrucciones “sentaron los principios del nuevo sistema policial, con palabras que nunca fue
necesario alterar”, según comenta Sir Mcyland. Se advierten, aunque en distinto orden, los
mismos elementos conceptuales de nuestro sistema.
En el sistema francés la función de policía propiamente dicha, comprendida en el cuadro
funcional de la “policía general del Estado” (“police génerale de I Etat”), tuvo su primera
conceptualización en el Código del 3 brumario del año IV, artículos 19 y 20, cuyas famosas
definiciones ya hemos presentado al estudiar el dualismo funcional (capítulo II, punto 1). La
exposición más reciente y calificada de la doctrina policial francesa, la “encyclopédie
nationale de la Police”, considera como función única, básica y originaria de la Policía, “el
orden”. La función policía es caracterizada, luego, como “la defensa del orden público”. De
tal manera, el orden público, que era entonces un concepto subordinado, pasa a asumir la
entidad de gran categoría funcional, que abarca todas las materias. Los camaradas
37
Según ese precedente de 1939, por orden público, en materia de policía de seguridad, se
entiende la conservación de la persona y de la propiedad, la seguridad de los poderes del
Estado y el libre ejercicio de las instituciones políticas, mediante la protección contra todo
ataque. Comprende también esos conceptos el mantenimiento de la tranquilidad de la
población en cuanto pueda ser objeto de perturbaciones graves, y el cuidado de las buenas
costumbres en cuanto puedan ser efectuadas por actos de escándalo público.
Por seguridad pública, también en materia de seguridad, se entiende la integridad física
de las personas, en cuanto puedan ser amenazadas por peligros inmediatos que escapen a
la acción de la policía administrativa en general.
Por prevención del delito, en materia de seguridad, se entiende toda actividad de
observación destinada a impedir la comisión de actos punibles y a recoger elementos de
juicios sobre las actividades de personas de quienes se suponga fundadamente intenten
cometerlos o hagan del delito su profesión habitual.
Las notas que preparamos para dicho proyecto de 1939 contienen una amplia exposición
de los principios en que se confirman los citados textos, que corresponden a los artículos 3º,
4º y 5º.
Ámbito jurisdiccional
Modalidades específicas
a) Prevención general;
b) Policía de profesiones y oficios
6. Policía tutelar:
a) Policía de seguridad de menores;
b) Protección de desvalidos;
c) Intervenciones oficiosas.
3. Tráfico público
La cuestión del tráfico público tiene en primer término un aspecto de orden técnico. Ha
sido estudiado desde hace varios lustros en la esfera policial, y sobre él se ha escrito larga y
exhaustivamente, en los trabajos que se señalan en la bibliografía de este capítulo, punto 3.
El aspecto técnico se bifurca en cuatro direcciones: 1) La reglamentación del tráfico; 2) Las
actividades de aplicación técnico-administrativas; 3) La comprobación de las infracciones; 4)
La dirección del tráfico. Todas ellas tienen un objeto común: la materia del tráfico. Pero son
de naturaleza distinta. La reglamentación es de naturaleza normativa. La aplicación técnico-
administrativa puede ser policial (Londres, París, etc.), o municipal (Buenos Aires), según el
sistema de administración seguido en la materia. La dirección del tráfico es de naturaleza
policial (sistema universal, con dos excepciones entre las grandes capitales: Roma y
Madrid), fundada en principios propios y no como simple derivación ejecutiva del
ordenamiento.
1) En la reglamentación del tráfico público son dos los sistemas que aparecen en la
legislación comparada, con relación a las grandes ciudades: a) En el sistema estatal el
ordenamiento emana de una ley o de un reglamento gubernativo. Modelo de este sistema es
el de Inglaterra. En las últimas décadas la materia del tráfico urbano y vial por imperio de su
naturaleza interjurisdiccional y de los problemas de orden público que crea, ha entrado
definitivamente en la esfera de los poderes reglamentarios nacionales o estatales. Son
muchos los países que la han reglado por leyes o reglamentos nacionales, que dejan a las
autoridades locales sólo un margen delegado de regulaciones específicas. En este sistema
estatal las regulaciones específicas urbanas y de aplicación pueden ser delegadas a la
policía o al municipio. En París, que en esta materia de tráfico metropolitano, como en tantas
otras de administración urbana, ha sido guía y maestra, la regulación específica es
atribución de la Prefectura de Policía. b) En el sistema municipal el tránsito de la ciudad está
42
ley. Bien plantado, bien uniformado, austero pero servicial, es el orden encargado, es una
incitación al orden. La actitud más elemental que refleja esa autoridad y ese orden es la de
levantar el brazo para detener el tráfico. Los ingleses, con ese instinto político que los
caracteriza, han hecho del “policeman” de Scotland Yard un símbolo de sus instituciones
ciudadanas, y lo reproducen en estampas y estatuillas precisamente en aquel gesto clásico
de autoridad. Los policías, con su secular intuición, consideran indispensable mantener los
servicios de agentes de infantería y en especial los de tráfico. Es la presencia de la
autoridad en la calle. Lamentan que el progreso de la motorización y las regulaciones
luminosas vayan relevando al agente de calle y alejando su presencia tradicional. Y no tanto
por razones técnicas como para mantener viva esa representación de la disciplina social; en
Londres y en París se suele acompañar el sistema automático con las señales manuales de
los agentes, y a veces se lo sustituye.
Las mismas razones, agregadas a la conveniencia de una educación para la
preservación de la integridad personal en peligro inmediato por las contingencias propias de
la circulación han hecho que las policías extendieran su acción a la esfera ciudadana y
escolar. Es una función preventiva de seguridad pública, o sea, específicamente policial.
Nuestra Institución fue precursora de esa actividad tan trascendente.
Las policías de seguridad no se limitan al desempeño meramente formal de dirigir el
tráfico público y carretero. El explosivo incremento de los automóviles y del transporte
automotor, el aumento incesante de los accidentes y delitos de tráfico, la motorización de la
delincuencia, el problema del contralor de los movimientos de masa y la acción policial de
salvaguardar la seguridad pública en casos de siniestros, son cuestiones que preocupan a
las instituciones del orden en todo el mundo. Como dijo Taylor, todos vuelven los ojos hacia
la policía y a sus departamentos especializados, para solucionar la “catástrofe”. Las policías
responden con una tecnificación cada vez mayor de sus servicios especializados, manejo
centralizado de semáforos, televisión de circuito cerrado, equipos electrónicos,
intercomunicación radial, etc. Pero, además, hacen estudios de legislación e intercambio de
técnicas en un plano nacional e internacional.
La presencia actual, manifiesta, de las policías de seguridad en los problemas del tráfico,
y la trascendencia de esa presencia al plano internacional, se hacen cada vez más notorias,
y por contraste se advierte la ausencia de los municipios en esas actividades nacionales e
internacionales. Es una elocuente demostración de que en el Estado contemporáneo la
materia ha salido definitivamente de la esfera municipal, o tiende a hacerlo en los pocos
países donde se practica todavía un régimen ya superado.
El Estatuto orgánico de 1944 (ley 13.030) contenía, en su artículo 5º, inciso d) una
disposición específica para la materia: ”Dirigir el tránsito público y hacer cumplir las
ordenanzas que lo rigen, en cuya preparación deberá ser consultada”. Su fuente, en lo
sustancial, es el proyecto de 1939, artículo 7º inciso 3º. En la reforma de 1958 ese texto
desapareció inapropiadamente, sin que puedan aventurarse los motivos, pues en este
punto, como en tantos otros, no se expusieron. Las invasiones e interferencias en esta
esfera de la función pública databan de mucho tiempo atrás, pero no hay duda de que la
laguna legal favoreció esa política. Se ignoró siempre el correcto encuadramiento de la
policía del tráfico en la función de la Institución que no depende de la existencia de ningún
texto expreso, pero sí de un conocimiento adecuado de la dogmática policial y del sistema
en que se funda. Este desconocimiento, aunado al laconismo legal, ha favorecido en toda la
épocas la política de invasión y divisionismo en la esfera tradicional y legítima de la
Institución. Los fundamentos legales se afirman, en primer término en la jurisdicción y
función reconocida a la Policía Federal por su Ley Orgánica 14.467, artículo 1º, en cuanto le
46
4. Seguridad de menores
juvenil”, tal como aparecen en distintos países del viejo mundo, son, entre otras, las
siguientes: desorden, temeridad, brutalidad, vandalismo –en otras modalidades: quietismo,
vagancia, abandono, suciedad-, embriaguez, promiscuidad sexual, relaciones sexuales
prematuras en las jóvenes, maternidad ilegítima, aborto, prostitución, rufianismo,
enfermedades venéreas, exhibicionismo, uso de estimulantes y estupefacientes. Está
bastante generalizada la práctica de esos actos en grupo, a veces de formación ocasional
pero que en ciertos lugares están constituidos a la manera de bandas o pandillas, con su
organización, jefatura, vestimenta característica, símbolos y disciplina.
La segunda categoría comprende a los menores y a los jóvenes delincuentes
(delincuencia juvenil en sentido amplio). Se trata de los menores iniciados en la senda del
delito habitual o profesional, especialmente en los delitos contra la propiedad: robos, hurtos,
sustracción de automotores, etc., con toda la gama de delitos conexos: lesiones, homicidio,
atentado a la autoridad, uso de armas prohibidas, etc. También en esta categoría se
presenta la modalidad asociativa, la banda organizada, de cierta permanencia, con un jefe,
repartición de tareas en el grupo, zona de operaciones, etc., aunque también actúan bandas
semipermanentes y bandas ocasionales.
Entre ambas categorías no existe un deslinde preciso. Los menores del primer grupo
incursionan con frecuencia en el delito: lesiones, agresión, violación, abuso deshonesto,
corrupción, exhibiciones obscenas, daños, atentados a la autoridad y, en ocasiones recurren
al robo para obtener dinero que aplican a sus excesos. Los del segundo grupo incurren en
actos de desenfreno, especialmente los secuaces, a veces con las mismas muchachas
asociadas a la banda.
El conjunto es un problema de sociología criminal y de psicología social, que presenta
caracteres comunes y ciertos aspectos de diferenciación. Tiene incidencia casi universal y
provoca la constante atención de criminólogos, sociólogos, juristas, médicos, jueces,
policías, poderes públicos, entidades oficiales y privadas. Es un tema preferido para las
conferencias científicas internacionales, y ha sido considerado insistentemente en las
asambleas de la Organización Internacional de Policía Criminal Interpol.
II. Evidentemente en nuestro país la situación no es tan grave en ambos aspectos de la
conducta juvenil antisocial, o sea, el desenfreno y el delito. Estamos en los comienzos del
mal, pero seguirá inexorablemente en incremento si no encaramos con firmeza, sin
prejuicios, un examen de conciencia de la sociedad argentina, su concepción de los valores
individuales y colectivos, su régimen familiar y educativo, sus instituciones. Desde luego que
no es nuestra intención estudiar esos aspectos generales del problema, ni sugerir
soluciones. Pero sí podemos aportar un punto de vista policial, ese punto de vista casi
siempre olvidado en el impresionante número de opiniones científicas o empíricas que, a
diario, se emiten, escriben o televisan sobre esas cuestiones.
1º- El mundo del desorden y del delito juveniles no es un mundo aparte. El orden, la
seguridad, la tutela penal, como opuestos al desorden, al peligro moral o material, al delito,
son estados de hecho y de derechos únicos e indivisibles en el ambiente social, en el cual
conviven menores y adultos.
2º- El régimen penal y contravencional aplicable a los menores no es represivo o de castigo.
Es correctivo y educativo. Ello no implica desconocer el principio anterior. No hay una escala
de valores sociales y jurídicos para los menores y otra para los adultos. Lo que hay es un
juicio de la inconducta adaptado a la falta de discernimiento del niño, o a la mayor o menor
madurez del adolescente. Y un sistema de medidas formativas de la personalidad del
menor, tendientes a encaminarlo hacia la comprensión de aquellos valores sociales y
jurídicos.
48
3º- Con finalidades distintas a las del régimen correctivo y educativo del menor desordenado
o delincuente, hay una acción tutelar sobre el menor en estado de abandono o de peligro
moral y material. Esta acción, supletoria o concurrente con la de la patria potestad, tiende en
forma inmediata a la asistencia del menor. Sólo en forma mediata previene que un ambiente
familiar o social inadecuado lo induzca al desorden o al delito. Es erróneo creer que todo
menor abandonado o indigente se encuentre en estado predelictual, y que la ambulancia de
los servicios sociales baste por sí misma para evitar el incremento del delito juvenil.
4º- Si el abandono y la miseria fueran los factores desencadenantes del desenfreno y de la
delincuencia juvenil, no aparecerían estos fenómenos en los jóvenes de las clases
acomodadas. Los hechos demuestran lo contrario. Precisamente son con frecuencia hijos
de familia en regular o buena situación económica. Así se ha comprobado en los Estados
Unidos de Norteamérica, Inglaterra, Francia, Suecia, Australia y Canadá.
Las precedentes consideraciones nos conducen a las siguientes aplicaciones en la esfera
policial:
a) Si la policía de seguridad tiene por fin esencial mantener el orden, preservar la
seguridad y prevenir el delito, y si esos estados de hecho y de derecho son indivisibles en la
vida social, la acción previsora y garantizadora de la autoridad policial debe ejercerse sobre
los agentes perturbadores y sobre los amenazados o las víctimas, tanto sean menores o
mayores en ambos casos. La evidencia de esta norma se comprueba a diario en el plano
práctico. Los excesos del desenfreno juvenil son prevenidos y controlados, en primer
término, por los servicios ordinarios de la policía de seguridad, y la delincuencia juvenil es
prevenida e investigada por esos mismos servicios y los de investigaciones. Obra un factor
más: esa delincuencia se halla generalmente asociada a la delincuencia de los adultos, por
instigación, coparticipación o encubrimiento.
b) El propósito de corrección y educación que orienta el régimen de los menores, bien
conocido por la Policía, ha motivado que sus procedimientos con los mismos se adapten a
esas finalidades, evitando a los menores humillaciones, violencias y contacto con
delincuentes adultos. Se tiende a la formación de servicios especializados de policía de
menores, con la participación de policía femenina y asistentes sociales. La acción de la
Policía se amplía en los últimos años hacia la función social de organizar “círculos policiales
de jóvenes”.
c) La función policial se extiende a la protección inmediata de los menores en estado de
abandono y de peligro moral y material, especialmente para impedir su vagancia, apartarlos
de lugares y compañías nocivos, y reprimir todo acto atentatorio para su salud física y moral.
Es una función de policía de seguridad. Es de orden público, porque se trata de la
conservación de la persona del menor: de seguridad pública, porque tiende a protegerlo de
peligros inmediatos; de prevención del delito, cuando se han dado circunstancias que lo
hagan presumir, y de represión, si el menor ha resultado víctima de una acción delictiva.
Esta función policial es ineludible e irrenunciable por la propia naturaleza institucional que la
impone, y por razones prácticas, pues sólo la Policía puede cumplirla con la debida
persistencia, eficacia y extensión. Del ejercicio de esta actividad derivará, en la generalidad
de los casos, la intervención de los órganos jurisdiccionales, como así también, en otros
supuestos, la de entidades públicas o privadas encargadas de la asistencia de menores.
Pero esta acción judicial o asistencia no excluye la autonomía de la policía de seguridad en
esa función que le es propia.
En resumen: Corresponde a la policía de seguridad, por su naturaleza institucional y
funcional, mantener el orden y preservar la seguridad en cuanto puedan ser afectadas por el
desenfreno juvenil; prevenir e investigar los hechos de delincuencia juvenil: ofrecer
49
porteño del actual desenfreno juvenil. En materia de menores, el “edicto concerniente a las
contravenciones cometidas por menores que no hayan cumplido 18 años de edad”, con sus
previsiones sobre moralidad, desórdenes oficios callejeros, vagancia, mendicidad y oficios
perjudiciales para la salud o moral del menor, fue el gran instrumento para la efectividad de
la ley 10.903, y la fuente principal de intervención de jueces correccionales de menores.
Agreguemos a esa acción policial la creación del “Hogar Alberdi”, para varones, y Mujeres
de la Dirección Judicial; la erección de la vieja Alcaldía en “Instituto de Menores Varones” al
ser trasladada a su nuevo y amplio edificio, donde se le agregó el servicio médico, la
escuela primaria y los talleres de especialidades manuales; el anexo, de mujeres menores
en Asilo San Miguel; la habitación del anexo “El Retiro”, en Marcos Paz, para ubicar a los
menores más peligrosos, los cuales fueron iniciados con todo éxito en trabajos rurales y de
granja, al punto de llegar a proveer casi todo el consumo de hortalizas y otros alimentos del
Hospital Policial y los Hogares; la creación de la Policía de Menores, ya en marcha en 1955
con la incorporación de asistentes sociales diplomados. En el orden didáctico, la materia de
menores fue objeto de preferente atención en los cursos de la Escuela como así también en
las academias al personal de comisarías. La Biblioteca Policial publicó una obra clásica
entre nosotros y siempre de actualidad, “La Delincuencia Juvenil”, del profesor Ernesto
Nelson, y el medular estudio de Leopoldo Lugones (h.), “La Menoría”. En numerosos casos,
menores de la Alcaldía y del Instituto fueron agregados a la maestranza y a los talleres de la
Institución.
Esa obra ingente se desmoronó en 1956. Una política de desmembramiento de funciones
privó a la Policía Federal de todos sus servicios, institutos y hogares de menores. Ocurrió
precisamente en momentos en que la experiencia universal aconsejaba una revisión a fondo
de los enfoques, sistemas e instituciones no policiales de previsión y tutela. Se realizó esa
política sin una base de estudios estadísticos, técnicos y sociales, principalmente
comparativos, que hubieran demostrado los elementos positivos de nuestro sistema. Se
desmonoció, sustituyó y eclipsó la acción policial en la materia, contrariando los principios
del quehacer institucional y se entró extemporáneamente en un régimen civil que en los
países originarios está en franca revisión y en pleno abandono de sus premisas. Los
perniciosos efectos de este régimen se produjeron tiempo después, como era previsible.
Una expresión de ese cambio de rumbo fue la ley 15.244, que creó el ”Consejo Nacional
de Protección de Menores”, cuyas generosas inspiraciones no discutimos, pero que no
autorizan a llevarlas al extremo de excluir la acción policial de seguridad. La ”protección de
la minoridad”, que constituía el cometido de la novel organización, se refería a los aspectos
tutelares, asistenciales y educativos, como surgía del texto legal en general, y de sus
contenidos específicos. Pero en el artículo 3º, inciso 6º, se hablaba del ejercicio de la
“Policía de la Minoridad”, concepto funcional que debe encuadrarse en la policía
administrativa del bienestar general, pero que resultaba equívoco, por la tendencia
invertebrada de los órganos administrativos de trasladar esa clase de conceptos a la esfera
institucional de policía. Dicha ley fue sustituida por la 20.419, del 18 de mayo de 1973, en
cuyo artículo 2º, inciso d), se atribuye al Consejo ejercer “la policía de protección y
prevención de la esfera de su competencia”. La expresión parece algo más apropiada a la
función del organismo. De todos modos, nada había en la ley anterior y nada hay en la
vigente, que autorice a interpretar que esa entidad sustituye a la Policía en las funciones de
orden, seguridad y prevención que le son propias, ni que se le hayan asignado poderes para
ello, lo que sólo podría surgir de textos expresos y no de menciones genéricas que en los
aspectos jurídicos y orgánicos son inoperantes. Si la sustitución se intentara, se daría el
extremo paradojal de que un sistema creado con generosas intenciones de protección de la
52
Parece una concepción graciosa, que puede o no, o eliminarse, como ha sucedido en
algunos casos.
El proyecto de 1969 ofrece la última sistematización de los medios de ejercicio de la
materia de seguridad (Art. 6º). Son los siguientes, haciendo una síntesis de los textos
propuestos:
1º- La emisión de edictos en materia de policía de seguridad.
2º- El juzgamiento de la infracciones a los edictos.
3º- Fiscalizar el ejercicio de profesiones o actividades reglamentadas por edictos.
4º- A los fines de tráfico público: a) Intervenir en la preparación de las ordenanzas o
disposiciones, mediante dictamen previo a su sanción; b) Intervenir en los estudios previos
para la colocación de dispositivos de regulación e instalaciones c) Adoptar regulaciones
transitorias y suspender o regular temporariamente el uso de los dispositivos e instalaciones
cuando razones de orden o seguridad públicos lo impongan; d) Observar ante el Poder
Ejecutivo la aplicación de ordenanzas disposiciones no consultadas, pudiendo suspender su
aplicación en la esfera de su competencia.
5º- A los fines de la seguridad contra incendios: a) Establecer las normas de protección y
asegurar su aplicación y observancia, estando facultada para practicar inspecciones, aplicar
multas, disponer clausuras y adoptar otras medidas de conformidad con los edictos o
reglamentos; b) Otorgar y revocar certificados; c) Establecer normas y exigir su
cumplimiento, para la fabricación y venta de equipos, materiales e instalaciones contra
incendios, acordando certificado de aprobación y sello de calidad; d) Otorgar certificados
habilitantes para ejecutar instalaciones de defensa contra incendios y de idoneidad para su
atención y empleo; e) Aprobar la reglamentación de los servicios de bomberos voluntarios, y
fiscalizar su instrucción, medios y prestación de los servicios específicos.
6º- A los fines de orden y seguridad públicos: a) establecer normas de seguridad contra
robos en los locales destinados a actividades bancarias, financieras y comerciales; b)
establecer las normas para asegurar la provisión de agua en los campos de deportes, con
caudal suficiente para las acciones represivas de desórdenes y tumultos. Facultad de
practicar inspecciones, aplicar multas, disponer clausuras y adoptar las medidas que
garanticen el cumplimiento de las normas fijadas por los edictos y reglamentaciones
respectivas.
7º- Inspeccionar hoteles, casas de hospedaje y establecimientos afines, y fiscalizar el
movimiento de pasajeros, huéspedes y pensionistas, en cuanto intereses a la función de
policía y en cumplimiento de los edictos y ordenanzas respectivos.
8º- Clausurar las casas y locales donde se ejerza la prostitución o se incite a ella.
Disponer igual medida, en caso necesario, respecto de los locales públicos donde se
practiquen actos de corrupción o se haga uso indebido o tráfico ilegal de droga
toxicomanígenas; y de los lugares privados donde esos actos se realicen con modalidades
que por su trascendencia lo justifiquen.
9º- Organizar el registro de vecindad.
10º- Mantener en depósito las cosas perdidas que se hayan asegurado, adoptando las
medidas que se reglamentan, que se aplicaran análogamente a los depósitos abandonados
por los detenidos.
11º- Adoptar con respecto a los bienes abandonados las medidas que se reglamentan.
Algunos de los medios de ejercicio están reconocidos por vía legal o reglamentaria. Otros
requieren sanción legal, injustificadamente demorada pese a las reiteradas propuestas que
se ha formulado desde 1963. Constituye toda una paradoja el hecho de que otras policías
nacionales y provinciales hayan aprovechado los textos elaborados por nuestros proyectos
54
para incorporarlos a sus respectivas leyes orgánicas, mientras que nuestra Institución haya
sido reiteradamente defraudada en sus justas peticiones de reformas fundadas en estudios
de extensión y profundidad poco comunes en nuestro medio, y casi inéditos en la materia
policial. Uno de esos medios que hay que recuperar es la facultad de edictar, anulada por
vía jurisprudencial después de siglo y medio de ejercicio, y derivada a la esfera legislativa
parlamentaria, lo que implica, prácticamente, su cristalización. Aún en recientes períodos de
legislación por decreto, no ha sido posible lograr la aprobación de la reforma de los edictos,
escrupulosamente estudiada y elaborada en sede policial, y que quedó supeditada a
criterios insuficientemente informados de asesores ministeriales.
Bibliografia
CAPÍTULO V
española, que son unitarias (y lo mismo ocurre con los penalistas y los procesalistas),
resulta de ello que la materia de seguridad federal es prácticamente inédita. Como
consecuencia de ese enfoque unitario, también sigue siendo inédita, fuera de nuestra
Institución, la doctrina del delito interjurisdiccional.
La Policía Federal, precursora de la doctrina policial federal, creadora de su dogmática,
autora de numerosos proyectos de ley sobre criminalidad interjurisdiccional, no ha tenido,
hasta ahora, pese a los treinta años transcurridos desde la iniciación de su política
institucional en la materia, el debido reconocimiento y la consagración legal y jurisprudencial
de su doctrina. Ni tampoco ha podido establecer en el interior del país los servicios
indispensables para poner en ejercicio este aspecto primordial de su función. Mientras tanto,
todas las formas de la criminalidad interjurisprudencial, cuya prospección se hizo en 1943,
fueron apareciendo inexorablemente, hasta llegar a los niveles peligrosos que con justificada
alarma conmueven a la opinión pública. La deplorable política de descuidar, entorpecer y
aún debilitar la evolución de la Policía Federal Argentina ha producido los resultados
previsibles. El crimen se va enseñoreando de nuestro país, y llegará a convertirse en su
“principal industria”, como lo fue en los Estados Unidos de Norteamérica hasta que
gobernantes estadistas impulsaron el engrandecimiento orgánico y jurisdiccional de nuestro
congénere policial, el F.B.I. En esta materia de seguridad federal se halla la clave del futuro
en la lucha contra la criminalidad, en la esfera que corresponde a nuestra Institución,
siempre que su acción sea acompañada por una política legislativa que le proporcione los
instrumentos legales imprescindibles, y de unas políticas de gobierno que promueva y apoye
nuestra evolución institucional.
En materia de seguridad federal está comprendida en el ámbito jurisdiccional federal de
nuestra Institución, cuyos fundamentos constitucionales hemos tratado en el capítulo III,
punto 4. Pero esa sistematización dogmática se refiere a todo el ámbito jurisdiccional
federal, que comprende no sólo esta materia sino también la de seguridad de Estado y otras
materias nacionales. (Desde el punto de vista orgánico interno se ha adoptado una
expresión comprensiva para designar el órgano direccional de los servicios especializados
en todas esas materias: “Superintendencia de Seguridad Federal”). En lo que atañe
específicamente a este concepto funcional de seguridad federal, su aplicación es la garantía
de las personas y cosas comprendidas en el “comercio interjurisdiccional”. La importancia de
este cometido funcional, al que está vinculado gran futuro de nuestra Institución, impone un
mayor desarrollo de la doctrina esbozada en el capítulo III, punto 4, N 1, bien, dada la
extensión y complejidad de la cuestión, para su estudio más completo habrá que recurrir a la
Exposición de Motivos del Estatuto de 1943, y al resumen actualizado inserto en la
exposición de Motivos del proyecto sobre Secuestro de Personas y Extorsiones de
jurisdicción federal, de 1969, capítulo II Orden del Día, 14 de abril 1970).
desde el Estado de origen al pueblo de otro Estado. Tal acción no es otra cosa que el mero
ejercicio del poder de policía en beneficio del público, dentro del campo del comercio
interestadual” (267 U.S. 432).
Sobre el concepto de “comercio”, utilizado en nuestro texto constitucional, la doctrina y la
jurisprudencia, sin excepciones, están de acuerdo con los autores y jurisprudencia
estadounidenses. Véase, por ejemplo, el extenso desarrollo que hace González Calderón
(tomo III, pág, 115, de su “Derecho Constitucional”, y la notable exposición de Joaquín V.
González, en uno de sus debates parlamentarios más importantes (Cámara de Diputados,
1899, págs. 563 y sigts., en “Obras Completas”, t.V, pág. 26).
Nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación hace del término una interpretación
concordante. Así, ha dicho: “Es cierto que el vocablo “comercio” usado en la Constitución
norteamericana, igual al de nuestro inciso 12 del artículo 67, ha sido interpretado en sentido
de comprender, además del tráfico mercantil y la circulación de efectos visibles y tangibles
para todo el territorio de la Nación, la conducción de personas y la transmisión por telégrafo,
teléfono u otro medio, de ideas, órdenes o convenios”. (122 U.S. 347). (Fallos, t. 154, pág.
104).
Acerca de la extensión de este poder, había declarado la Corte norteamericana: “Es un
poder absoluto y completo en sí mismo, que no tiene más limitaciones que las prescriptas
por la Constitución. Está libre de la influencia de los Estados…”. Y en otro caso: “Este poder
está conferido al Congreso tan absolutamente como lo puede ser un gobierno unitario”. (128
U.S. 17; 188 U.S. 536). Nuestra Corte de Justicia declaró: “El poder para regular el comercio
así comprendido es la facultad de prescribir las reglas a las cuales aquél se encuentra
sometido y su ejercicio corresponde al Congreso de la Nación de una manera tan completa
como podría serlo en su país de régimen unitario” (t.154, pág. 104). Nuestra doctrina
concuerda con esa extensión. Joaquín V. González, en el debate ya mencionado, dijo al
respecto: “Pero aún así, y sobre la base práctica del poder conferido al Gobierno Federal,
como es excepcional respecto de los poderes inherentes de los Estados, tiene que ser
supremo sobre todos aquellos poderes que están incluidos en la regla general; y en este
concepto el poder del Congreso, universalmente entendido entre los autores americanos y la
jurisprudencia, prima sobre todos los agentes, medios, instrumentos y elementos de que
pueda necesitar para hacer efectiva esta cláusula, en toda la extensión en que el Congreso
la crea necesaria; de otro modo no sería aceptable, ni hubiera sido razonable conceder al
congreso un poder que no podría desenvolverse con toda la amplitud que su soberanía
requiera (debate citado anteriormente) González Calderón adhiere en un todo (t. III, pág.
138).
En cuanto se refiere a la jurisdicción de Policía Federal de seguridad y judicial que emana
de los poderes regulatorios del comercio interjurisdiccional, la materia puede comprender en
las siguientes especies:
1- Actos que se vinculan a la locomoción de las personas de una provincia a otra, de una
provincia a un territorio nacional, puerto o Capital Federal, o de éstos a aquélla, como ser el
turismo, la inmigración y el tránsito interjurisdiccional, y algunos delitos en que la víctima es
transportada a través de las fronteras nacional o provinciales.
2- Actos que se vinculan al transporte interjurisdiccional de cosas, como ser el hurto o
robo de ganado mayor o menor (abigeato o cuatrerismo), extorsión y circulación de libros
obscenos o de propaganda al sabotaje.
3- Actos que se vinculan a los medios de transporte de personas y mercaderías, en
tránsito interjurisdiccional, como los delitos contra los medios de transporte y la policía de
seguridad de los ferrocarriles, transportes automotores y aeronavegación.
58
4- Actos que se vinculan a los medios de comunicación, como los delitos que se refieren
a los mismos, y la policía de seguridad del Correo nacional y de las telecomunicaciones.
5- Actos que se vinculan al comercio interprovincial o internacional; como la vigilancia y
represión de los monopolios ilícitos, fraudes al comercio y la industria, falsificación de
acciones y títulos, y delitos relacionados con los bancos y otras instituciones comerciales,
siempre que las personas y las cosas se hallen afectadas al comercio interjurisdiccional; los
delitos contra la salud pública por medio de cosas destinadas a ese comercio y el tráfico
interjurisdiccional de estupefacientes.
1
La materia de “contrabando” (delito federal cuya prevención es imperativo legal para la Policía Federal, Art. 38,
Incs. 1 y 2 de la Ley Orgánica y específicamente contenida además en los propósitos el proyecto de 1969 (Art.
73) y también tradicional función de competencia de nuestra Institución fue desvirtuada por la ley 19.044 (que
modificó el decreto ley 6660/63), que atribuyó capacidad exclusiva a la Administración nacional de Aduanas con
facultades y medios de ejercicios policiales. Ello fue en desmedro de la Policía Federal, y policías nacionales. A
su tiempo (1971) mereció la presentación de nuestra Institución ante las autoridades nacionales, sin que se
hubiera modificado el “status” creado por la ley 19.044.
2
Respecto a la “inmigración”, los decretos 4805/63 (ley 17.294): 4418/65 y la resolución 4056/67 de la Dirección
Nacional de Inmigraciones, refirman el tradicional papel de la Policía Federal como policía inmigratoria auxiliar.
3
La competencia del control del tráfico por las rutas nacionales, estatuida por el Art. 2 de la Ley 13.893, está
siendo revisada actualmente en el seno de la Comisión de Prevención de Accidentes que actúa en el Ministerio
de Bienestar Social de la Nación, que se encarga de la nueva redacción de la citada ley, en muchos aspectos de
su contenido.
59
Sin perjuicio de los medios generales de ejercicio, que se verán en el capítulo VI, son
medios específicos de seguridad federal:
1- El “jus edicendi” federal. Este medio fue legislado, por primera vez, en el Estatuto de
1943, artículo 5, inciso 2. Es indispensable para reprimir el desorden, el escándalo, la
ebriedad y otras faltas en los lugares y establecimientos donde el Gobierno Federal tiene
absoluta y exclusiva jurisdicción. En las últimas décadas esos lugares y establecimientos ha
aumentado en número y extensión. Muchos de ellos cuentan con una considerable
población estable y transeúnte. Como el Congreso Nacional no ha dictado para los mismos
una legislación de faltas, los hechos de esa índole que allí ocurren deben ser entregados a
la represión de las autoridades provinciales, las cuales, por regla general, se niegan a esa
intervención por considerarla ajena a su jurisdicción. La situación es anómala, y puede
conducir a la impunidad de toda clase de excesos, perturbando el normal desenvolvimiento
de las actividades en tales lugares y establecimientos nacionales, privando de tranquilidad y
garantías a su población y concurrencia. Los edictos de la Policía Federal contribuirían a
hacer efectiva e integral la jurisdicción nacional. También el “jus Edicendi” federal podrá ser,
en el futuro, un medio de ejercicio para la prevención del delito federal, limitado, desde luego
4
Los propósitos mencionados en el inciso 4 de “aclaración de conceptos del comercio interjurisdiccional” han
quedado malogrados por nuestra institución en razón de haberse decretado la ley 21.521, creando la Policía
Nacional Aeronáutica con amplísimas facultades acordadas por ampliaciones mediante decreto 157/78,
excediendo los propósitos iníciales de la ley 18.711, que tanto inconveniente crea a Policía Federal, cuya
presencia, además, en los aeropuertos nacionales comerciales en función de policía de seguridad y judicial, data
desde los inicios de esas actividades.
60
5
Ver comentario (3).
61
régimen fascista fue disuelta al terminar la guerra, y sus servicios pasaron al Ministerio del
Interior e integrados en los servicios de policía. Actualmente corresponden a la Policía de
Fronteras y Transportes, de la Dirección General de Seguridad Pública (“Pubblica
Sicurezza”), que es la gran policía nacional italiana. “La “inspección de Policía de la
Circulación” de dicha dirección fiscaliza los servicios en todo el territorio de la República, que
están divididos en 16 “Comandi Compartimentali di Polizia Stradale”, los cuales tienen a sus
órdenes las secciones, subsecciones, destacamentos y puestos móviles de la Policía
Caminera. En total son 336 unidades, formadas por personal especializado del “Cuerpo de
Guardias de Seguridad Pública”, que actúa también como fuerza de prevención represión en
las funciones de seguridad de Estado. El Código de la Circulación, en vigor desde 1959,
encomienda a la “Polizia Stradale” la responsabilidad principal de la prevención y
averiguación de los delitos en él previstos y penados, la comprobación técnica de los
accidentes que tengan interés para la actuación judicial, los servicios camineros y de escolta
para la seguridad de la circulación, y todas las operaciones de auxilio en las carreteras. La
intervención de la Policía Caminera nacional en estas materias se considera “institucional”, y
los otros organismos policiales, como los Carabineros, Guardia de Finanzas o policías de
municipios, pueden intervenir en asuntos de Policía de la Circulación con carácter
“ocasional”, o sea, supletorio. La “Polizia Stadale” hace frente a sus cometidos con 7.600
hombres, agrupados en 336 unidades (16 comandancias de circunscripción, 92
comandancias de sección, 50 de subsección, 167 de destacamentos y once grupos móviles.
Dispone de 4600 vehículos (1.300 automóviles y 3.000 motocicletas). Las comandancias
tienen equipo de radio fijo, y equipo de radio móvil los vehículos que operan en las
autopistas, los de servicios de urgencias y muchos de los restantes. El aparato clave del
equipo técnico es el radartaquímetro para comprobar la posición y velocidad de los
vehículos, aparatos fotográficos y cronotaquímetro.
La evolución de la policía vial en Francia y en Italia hacia la órbita de las grandes policías
nacionales era de prever. Ese servicio no tiene por fin exclusivo controlar la circulación por
las rutas nacionales y reprimiera las infracciones de esa naturaleza. No es una mera “policía
de tránsito”. Naturalmente esa finalidad justiciaría de por si su instituto. El dramático avance
los delitos de tráfico y de los accidentes en los caminos es un fenómeno contemporáneo que
preocupa a las policías de todo el mundo, a tal punto que ya recibió una denominación
propia: “delincuencia de caminos” (“delinquance routiere”), y mereció que la O.I.P.C –
Interpol- le dedicara una conferencia, realizada en París en 1961, a la que asistieron 52
delegados policiales en representación de 25 países. Pero, repetimos, ese servicio no tienen
ese fin exclusivo. Un servicio motorizado, estratégicamente distribuido en destacamentos a
lo largo de las rutas nacionales, intercomunicados radiotelegráficamente entre sí y con la red
policial central, patrullando constantemente su sector, auxiliado por helicópteros y con
medios modernos de detección, en estrecha coordinación con los servicios de las policías
provinciales y nacionales, es un poderoso instrumento para prevenir y reprimir el delito
interjurisdiccional y para perseguir a los prófugos en tránsito. No menor es su utilidad para
misiones de policía de seguridad de Estado, especialmente en la acción anti sabotaje de los
medios de comunicación y transporte, y para la represión del contrabando en su etapa final
de transporte motorizado.
Ese complejo de funciones sólo puede ser desempeñado con la mayor eficacia por un
servicio dependiente de una institución policial de jurisdicción extensa, con comunicaciones
y comando centralizado, apto para actual y coordinar los procedimientos con la máxima
rapidez que la materia exige, que disponga de amplia información en el campo delictivo y de
ricos archivos de antecedentes internos e internacionales para la identificación inmediata de
63
Pública, incluso la de los servicios desempeñados por los carabineros y los guardianes
ferroviarios particulares de las empresas. (Muy parecido al sistema italiano, aunque en
embrión, fue el organizado por nuestra institución, por intermedio de la Dirección del Interior,
en 1945, cuando tuvo a su cargo la policía ferroviaria en el ámbito de los ex Ferrocarriles del
Estado. Las funciones de los Comisariatos Departamentales italianos eran desempeñadas
análogamente por los delegados de la Policía Federal de la respectiva jurisdicción. Los
Ferrocarriles del Estado se limitaban a abonar los sueldos del personal como policía
adicional, sin ninguna injerencia orgánica ni funcional).
4) En nuestro país, al instalarse el primer ferrocarril, que fue el del Oeste, el decreto de
26 de febrero de 1867 autorizó a la comisión directiva de la empresa a designar vigilantes o
guardas para velar por la seguridad del transporte, de las dependencias y de los viajeros,
con facultades para detener preventivamente y conducir al Departamento de Policía a los
culpables de las infracciones que se especificaban en el decreto. El sistema rigió hasta
1878, cuando al ponerse en vigencia el Reglamento de Ferrocarriles, la institución policial
quedó encargada de los servicios de seguridad, que se extendían a la vigilancia en los
trenes en marcha, estaciones centrales y tránsito. La dirección del servicio estaba a cargo
de un comisario de Inspección de Ferrocarriles y Tranvías, con personal de escribientes y
agentes y oficinas en el Departamento Central. El comisario elevaba diariamente a la
Jefatura un parte de las novedades ocurridas y los procedimientos adoptados. Federalizada
la capital, esa dependencia cesó al establecerse la Dirección Nacional de Ferrocarriles,
organismo administrativo que no pudo asumir esas funciones de seguridad. Se malogró, de
tal modo, el servicio policial emprendido. Luego se practicó el sistema de policía privada
(excepto el citado precedente de los Ferrocarriles del Estado) hasta 1958.
Por el decreto 5054/58 se creó una “Policía Ferroviaria”, con un régimen de anómala
delegación del poder de policía de seguridad por vía de un instrumento reglamentario,
incluso en sus formas de ejercicio más representativas, como la facultad de editar,
prerrogativa insólita que no tiene precedente alguno, ni aún en el singular régimen
anglosajón de las “policías de industria”. La jefatura reiteró a Superior Gobierno, por nota del
24 de noviembre de 1966, el pedido de derogación del citado decreto, y meses después, en
enero de 1967, produjo en el expediente formado al efecto, y que tuvo una larga tramitación,
una comunicación final que contiene amplia exposición doctrinaria, jurídica y técnica de la
materia. Demuestra que el régimen del decreto no sólo ha quebrantado los principios del
sistema policial. Se ha hecho a un ente empresario una delegación inadmisible de poderes
del Estado, poderes de soberanía y ejecución que la Policía Federal representa en su forma
más eminente. Que ese ente sea propiedad del Estado, y que esté sometido a cierta
dependencia ministerial, en nada cambia la naturaleza en esta materia de policía. Se trata
de una empresa, como tantas otras, que pertenecen al dominio del Estado, en las cuales
éste actúa como Estado–empresario, y no como Estado-poder público. Una empresa sin
mejor derecho que las demás para disponer de una policía propia. Estando en tramitación
ese expediente, aparece el decreto ley 18.360/69, sobre “Funcionamiento de la Empresa del
Estado Ferrocarriles Argentinos”, en cuyo artículo 4 determina que para el cumplimiento de
su fines, Ferrocarriles Argentinos tiene la atribución de: “Inciso j): mantener su propio cuerpo
de policía de seguridad, que actuará en jurisdicción ferroviaria, conforme a normas que
establecerá Ferrocarriles Argentinos, reglamentando su organización, facultades y
competencias” (Orden del Día, 12 de febrero de 1970).
El citado decreto ley implica, desde luego, la sustitución del régimen emergente del
decreto 5054/58. Pero la denominada “Policía de Seguridad” que autoriza, pese a la
apariencia institucional buscada con ese rótulo, no podrá ser más que un servicio
66
administrativo de inspección ferroviaria, porque es obvio que ninguna empresa puede, por
vía de reglamentaciones empresarias, establecer legalmente el “status” jurídico y policial
requerido para ejercer la verdadera y propia función de policía.
La política institucional a seguir en esta materia es análoga a la señalada en la sección
anterior para la policía del tráfico federal. El ejercicio de este aspecto de la policía del
transporte federal, como función de la Policía Federal, no está supeditada al régimen de
policía administrativa que pueda establecer el reglamento de la empresa ferroviaria. Ese
régimen no puede referirse a la prevención y represión del delito federal, ni menos a la
policía de seguridad de Estado o a la seguridad del tráfico interjurisdiccional contra
atentados y peligros. Todo esto es propio de la función de la Policía Federal, y la Institución
puede y debe establecer los servicios necesarios para cumplirla. Como expreso la Jefatura
en el informe citado (Expediente M.I. 21.216/66), la cuestión afecta al sistema de defensa
social y de lucha contra la criminalidad. Es notorio que estamos enfrentados a un incesante
auge del delito y la subversión, tanto por factores propios de nuestro ambiente como por un
fenómeno de contagio de factores que provienen del exterior. La policía ferroviaria no es,
como se cree comúnmente en las esferas de las empresas, un quehacer “local”. El área del
transporte ferroviario es muy importante para la acción preventiva y represiva de toda gran
policía. No solo en cuanto concierne a la seguridad del transporte y a los delitos que en su
medio puedan cometerse, sino también como instrumento de circulación de los elementos
criminales y subversivos. Por otra parte, la seguridad, la prevención y la represión, no son
específicos de los ambientes ferroviarios. Los atentados y los delitos de mayor gravedad
proceden de delincuentes que pertenecen al hampa común, o a la gran criminalidad
organizada en bandas, especialmente de acción interjurisdiccional. Estos mismos caracteres
son notorios con relación a la acción subversiva. La destrucción de vías y puentes, de
material rodante e instalaciones, figura como objetivo dilecto de la acción insurreccional o
disolvente, tanto para provocar la paralización del transporte como con propósitos de
intimidación pública. Por ende, en un buen sistema policial la policía de seguridad de estado
está vinculada a la policía de seguridad del transporte, sin perjuicio de las especialidades
orgánicas dentro de la misma institución.
Por todos esos caracteres, un servicio de policía de seguridad del transporte ferroviario,
en nuestro país, debe estar integrado en el gran conjunto funcional y orgánico de la Policía
Federal. Sólo de tal modo podrá actuar eficientemente, con los medios legales de ejercicio
de la Institución, la colaboración de Seguridad Federal, Investigaciones e interpol. Con el
apoyo de los sistemas de comunicaciones y de los cuerpos de seguridad en caso necesario.
Con la información documentación, identificación, registro de malvivientes y demás medios
tácticos indispensables. Así, únicamente, un servicio de esa especialidad puede integrarse
como elemento útil y efectivo, en la acción técnica y coordinada que es necesario estructurar
con urgencia para responder a las exigencias presentes y futuras de la lucha contra el
crimen y la subversión6.
6
La ley 20.952, Art. 1, otorgó a la Policía Federal jurisdicción como policía de seguridad y judicial, en todo el
ámbito de los ferrocarriles de la Empresa Ferrocarriles Argentinos. Posteriormente, la ley 21.444 publicada en
B.O. del 30 de noviembre de 1976, restringió esas facultades a favor de Prefectura Naval Argentina en su
jurisdicción e igual propósito perseguiría Gendarmería nacional, en función de la ley 18.711, de seguridad de
fronteras y zonas interiores, que se comentara en el texto del autor.
67
Bibliografía
1. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto 1969, cap. III, Nros. 23 y sigts.; del
mismo: “Exposición de Motivos”, Estatuto 1943, Nro. 24, págs. 104 y sigts., y Nro. 28,
pág. 121.
2. E. FENTANES, “Notas” a los Arts. 8 y 4, Estatuto 1943; del mismo: “Exposición de
Motivos”, proyecto 1967, cap. III, Nos. 28-29, y del proyecto 1969, Art. 7.
3. POLICÍA FEDERAL, proyecto 1969, Art. 8; E. FENTANES, “Exposición de Motivos”,
proyecto 1967, Nos. 25 y sigts.
4. POLICÍA FEDERAL, “Proyecto de Reglamento de la dirección de Tráfico Federal”, 1970,
Nro. 33; E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto 1967, Nro. 27.
5. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto 1967, Nro. 28; “Proyecto Reglamento
Dirección Tráfico Federal”, 1970, Nro. 29.
68
CAPÍTULO VI
policial: “Artículo 1. La policía tiene por objeto principal el mantenimiento del orden público.
Artículo 3. El orden público comprende también la seguridad de los poderes del Estado y el
libre ejercicio de las instituciones políticas, mediante la garantía que la autoridad presta a la
efectividad de las leyes, vigilando y previniendo toda trama, atentado o movimiento
subversivo”.
El trascendental impulso de modernización del sistema policial argentino, que significó la
creación de la rama federal de la vieja Institución, producida el 24 de diciembre de 1943,
sentó la base jurisdiccional necesaria para afirmar el cumplimiento de esa función en todo el
ámbito territorial de la nación, como esencial, dada su naturaleza y de acuerdo a sus fines.
Como se dijo en la comunicación de la Jefatura al ministro del Interior, del 7 de agosto de
1969, en esta materia de policía de seguridad de Estado es donde se imponen con mayor
rigor los principios de unidad del sistema policial. La policía de seguridad de Estado sólo
puede darse institucionalmente en el seno de una gran policía, de función y jurisdicción
plena. Las modalidades contemporáneas de la subversión política y social no pueden
prevenirse y reprimirse nada más que con medios informativos y de represión armada. Entre
la información y la represión armada hay un vasto campo de actividades y tácticas que
únicamente esa gran policía está en condiciones de satisfacer, cuando dispone de los
poderes legales, la organización y los servicios especializados. La acción de policía de
seguridad de Estado es muy compleja. Sus componentes son: Información, observación,
vigilancia, prevención general, prevención especial, investigación de los actos preparatorios,
investigación y represión de los actos de ejecución, comprobación legal sumarial, acción
directa en cualquiera de esos momentos, en caso necesario, sobre todo en los movimientos
de masa. En todos estos pasos del “iter” de la subversión, la Policía puede actuar,
ostensible o encubiertamente, con sus medios de ejercicio de la función general, y recurrir
con frecuencia a la colaboración de sus servicios ordinarios, despistando la acción cuando
así convenga. Hay notorios principios de unidad, técnica que explican los caracteres de la
materia: la acción es de toda la Policía, todos sus servicios la cumplen, y los organismos
especializados la perfeccionan, con el apoyo del conjunto. Esa unidad técnica se quebranta
o es imposible cuando los servicios policiales interjurisdiccionales, como, por ejemplo, los de
policía caminera, área, ferroviaria y otras, están desperdigados bajo distintas autoridades, o
no existen.
No menos indudable es, en materia de seguridad de Estado, la vigencia del principio de
unidad jurisdiccional. La subversión no se cuida de fronteras internas, ni siquiera de las
internacionales, como es notorio en estos momentos. Es natural que la soberanía nacional
se detenga ante el ámbito de otra soberanía nacional. Pero es antinatural crear fronteras
internas, al modo de compartimientos estancos, por la práctica de una soberanía policial,
quebrantando la pena e incondicionada jurisdicción, indispensable para el ejercicio de la
policía de seguridad de Estado, como así también para la seguridad federal que le esta
esencialmente ligada.
Otra forma de debilitamiento de la función en esta materia es la práctica de asignar a
Gendarmería Nacional la acción colectiva en los casos de movimientos de masa, políticos,
sociales o de mera rebeldía, con preferencia o exclusión de la que corresponde a la
Institución en su jurisdicción federal propia o en apoyo de las autoridades de provincia. El
problema de la acción policial para enfrentar ese movimiento preocupa profundamente a las
grandes instituciones del orden. La ola de rebeldías y estragos callejeros es un fenómeno
universal, que se ha reflejado últimamente en nuestro país, y obliga a investigar las causas,
afinar la información, actualizar la prevención general y especial, modernizar las tácticas y
los medios de represión. Toda política de prevención y represión debe partir de un postulado
70
Esta modalidad funcional se halla prescripta en la vigente ley Orgánica, Art. 3, inc. 3, en
los siguientes términos: “Proveer a la seguridad de las personas o cosas de la nación,
entendiéndose por tales los funcionarios, empleados y bienes nacionales”. La fórmula del
proyecto de 1969 es más completa, pues agrega “autoridades” y “reparticiones autárquicas
nacionales”. Los textos provienen del Estatuto de 1943 (Art. 3, inc. 2), que remiten a los
fundamentos constitucionales ya mencionados.
Lógicamente se deduce de la fórmula general que a la Institución le corresponde, en
primer término, la seguridad del jefe del estado, que es el supremo funcionario de la nación.
No obstante, para evitar equívocos, es conveniente una fórmula legal explícita para afirmar
este deber, como la propuesta por los proyectos de 1963, 1967 y 1969. Es una función
tradicional de nuestra Institución, y está afirmada en el carácter específicamente policial de
seguridad de la custodia presidencial.
La naturaleza y los métodos policiales de tal custodia lo comprueban no sólo nuestra
experiencia en la materia, sino también la de otras instituciones policiales. Por la unidad
esencial de la función policial, en diferentes países, algunos con secular experiencia en la
materia, se ha coincidido en las mismas prácticas respecto de la custodia del jefe del
Estado.
En Francia, el presidente tiene una escolta de tipo militar, la “Guardia Republicana”, pero
la custodia policial, en el orden nacional, es competencia de la seguridad nacional, que le ha
dedicado un servicio con tres secciones: 1, Seguridad general y protección del jefe del
Estado; 2, organización de los viajes oficiales; y 3, Protección de altas personalidades.
Este servicio atiende la custodia del presidente cuando se desplaza de la capital. En París y
departamento del Sena la custodia se encuentra a cargo de la Prefectura de Policía, por
intermedio de su servicio de Seguridad de la Presidencia de la República. Cubre también el
Servicio de Seguridad del Eliseo y protección de altas personalidades, con asiento en el
palacio de la Presidencia (“Palais de I¨Elysèe”).
En Inglaterra, el monarca tiene una escolta militar, desempeñada por el conocido cuerpo
real del Buckingham Palace, pero la custodia policial está a cargo de la Policía
Metropolitana, por intermedio de la rama especial del Departamento de Investigaciones
Criminales.
El 9 de octubre de 1934, en una calle de Marsella, fueron asesinados el rey Alejandro II
de Yugoslavia y el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, M. Barthou. El monarca
acababa de llegar al país y era objeto de una entusiasta recepción. Iba en un automóvil que
72
avanzaba lentamente, al paso de los caballos de los militares que lo escoltaban. El asesino
se desprendió de la muchedumbre, hacia el estribo del vehículo y disparó con una pistola
automática sobre los ocupantes, a los que dio muerte. Con motivo de este inicuo atentado,
el insigne policía Florente E. Louwage, que llegó a ser inspector general de la policía de
Bélgica y presidente de la Interpol, realizó un estudio que con el título “Conveniencia de
modificar la técnica de los servicios de escolta”, publicó en la “Revue de la Gendarmerie”
francesa, en el número de noviembre de 1934. Analiza los factores que influyen en la
perpetración de esos crímenes, y el resumen de sus conclusiones es el siguiente: 1) El
servicio de información. Es una de las fases más delicadas de la preparación de los
servicios. Todos los informes deben ser dirigidos a una “autoridad centralizadora”, y ésta
comunicarlos a las autoridades de los servicios de prevención y vigilancia y demás
dirigentes responsables. 2) Las medidas preventivas. Búsqueda de sospechosos;
inspecciones en alojamientos, hoteles, fondas, lugares de reunión, garajes, etc.; vigilancia
de las fronteras, ferrocarriles, estaciones, puertos, aeropuertos, etc. Se disponen en base a
las informaciones recogidas. Tiene que haber para ello una completa coordinación entre los
servicios de informaciones y las autoridades encargadas de las medidas preventivas. 3) El
servicio de orden en el itinerario. Debe ser, siempre que sea posible, confiado a una sola
autoridad, cualesquiera sean los organismos que cooperen, los cuales generalmente son
poco homogéneos. “Sin tal unidad de criterio, sin esta coordinación, solo se logrará una
dispersión desordenada de fuerzas, una debilitación total o parcial engendradora del caos”.
La autoridad central del servicio de orden debe inspirarse en los informes del servicio de
información y del servicio de ejecución de las medidas preventivas. El cordón de contención
del público debe ser numeroso, y en lo posible que dé cara a él. Esta posición será
considerada extraña cuando el cordón lo formen tropas militares, que acostumbran
presentar armas. Se producen así soluciones de continuidad en las fuerzas del cordón.
Puede atenuarse el inconveniente utilizando barreras. 4. La velocidad del vehículo tiene
influencia evidente en las posibilidades de hacer blanco. Esta fuera de duda que de ella
depende las probabilidades del atentado. Los riesgos aumentan, desde luego, en las
marchas a pie y en las paradas. 5) La escolta. Hay que introducir en este punto profundas
modificaciones en el concepto que prevalecía hasta ahora. La finalidad primitiva de la
escolta de caballería era la defensa del personaje. Pero muchos de sus integrantes
consideran que están para contribuir al brillo de la ceremonia. En caso de atentados los
caballos se encabritan y espantan, impidiendo la aproximación del personal policial. La
escolta así concebida debe suprimirse, aún a riesgo de restar brillo a la ceremonia; a no ser
que la amplitud de las arterias del recorrido permita encuadrar la escolta. La presencia de
civiles, periodistas y fotógrafos contribuye a aumentar los peligros de atentados, por la
confusión que origina en el personal policial. No puede descartarse esa presencia en
determinados lugares. Hay que permitir a los miembros de la prensa que ejerzan su
profesión dentro de la mesura compatible con el servicio de protección. Se puede admitir
que en los puntos de parada los reporteros gráficos y los periodistas se aproximen a la
comitiva, a condición de que la muchedumbre se mantenga prudentemente alejada, pero no
debe tolerarse que durante la marcha de la comitiva tales personas circulen próximas al
personaje. Ello irá en perjuicio del brillo de la ceremonia, y sus idas y venidas siembran la
confusión en el servicio de protección y facilitan la infiltración, entre ellos, del asesino. “Se
requiere, pues, mantener la mayor intransigencia y firmeza para excluir de las filas del
cortejo a los miembros de la prensa, lugar que ellos miran siempre con ojos codiciosos,
como el más adecuado para llenar las necesidades de su cometido. En cuanto a los demás
civiles, administrativos y municipales, deben ser descartados, y si se cree indispensable la
73
3. Fuerza pública
Atribuciones
doctrina, creemos, sin embargo, que para orientar un cambio decisivo en la práctica judicial
es más conveniente introducir en el Código Penal una norma expresa acerca del uso
legítimo de las armas por los agentes de la autoridad. Así lo hizo el Código penal de Italia,
en su artículo 53, por el cual los autoriza a hacer uso u ordenar los usos de las armas u otro
medio de coacción física, para rechazar una violencia o vencer una resistencia a la
autoridad, o en otros casos determinados por la ley. En Francia la cuestión está
reglamentada, principalmente por la Ordenanza 58.1309, de 23 de diciembre de 1958. En
nuestra Institución, el proyecto de ley sobre Criminalidad Violenta contra la propiedad
(Orden del día, 19 de mayo de 1967), propuso una norma de fondo sobre presunción legal
de legítimo ejercicio de la autoridad (art. 9), y otra norma procesal sobre excepción
perentoria de falta de acción por ejercicio legítimo de la autoridad (Art. 14).
Es notorio el auge creciente de la delincuencia violenta en nuestro medio. Desobedece
abiertamente a la autoridad policial cuando ésta lo sorprende en el lugar de sus fechorías o
en sus refugios. No trepida en atracar a los agentes con armas de fuego poderosas, o en
embestirlos brutalmente con sus veloces vehículos. En los últimos tiempos se ha asociado a
esos métodos los terroristas, que buscan a los agentes como blanco de alevosos atentados.
La sociedad confía en que la Policía ha de poner enérgico límite a la audacia y crueldad de
los criminales, que ha de hacer cesar ese desafío a la ley y ese desprecio por la autoridad.
Pero para ello la ley debe respaldar a su agente cuando obre en legítimo cumplimiento de su
deber. Es su propio agente. Es la ley armada, la personificación de su imperio, y del respeto
y obediencia que todos le deben para que sea posible la convivencia social propia de un
pueblo civilizado. Es el soldado de un ejército que está en guerra permanente, día tras día.
Muchas veces se ve obligado a luchar solo, sin apoyo, sin la compañía estimulante de los
camaradas, exponiendo su vida contra un enemigo que no respeta las leyes de la guerra. Si
tales son los rigurosos deberes y los cotidianos riesgos de la vida profesional del policía, no
es posible que deba estar también expuesto a otros riesgos que lo desmoralicen, lo afecten
en su dignidad profesional, lo expongan a consecuencias procesales y disciplinarias; el
riesgo de que la ley, por equivocadas interpretaciones, se vuelva contra él y lo coloque en el
banquillo de los acusados. Esta paradoja increíble es un lugar común en la vida de nuestros
policías, a quienes no se les ha considerado aún acreedores a garantías procesales que
impongan un examen previo sobre la legitimidad de su acción. La situación es cada vez más
inquietante. Hay que enfrentar con energía a la delincuencia envalentonada. Los apoyos
legales proporcionarían al abnegado personal de policía un factor más de estímulo y
seguridad para continuar sin vacilaciones la lucha. (ver, sobre este candente problema,
nuestro editorial “Desamparo Legal”, en la Revista de Policía y Criminalística, año IV, 1940,
N 18; y comentario del Crio. Gral. Alberto J. González, “Delincuencia y Policía, Desamparo
Legal”, en el “Boletín” de la dirección de Investigaciones, 1959, t.I, N 5, pág. 4).
El proyecto de 1969 (Art. 10), al igual que sus precedentes de 1963 y 1967, propuso una
serie de normas legales sobre el uso de la fuerza. Son las siguientes:
“Inciso 5. En el empleo de la fuerza, sus agentes podrán llegar al uso de sus armas o de
cualquier otro medio de coacción física:
a) Cuando se ejerza contra ellos violencia o vías de hecho o sean amenazados por
persona armada.
b) Cuando no puedan defender de otro modo la posición que ocupen, las instalaciones
que protejan o los puestos o personas que le hayan sido confiadas o mantengan bajo
su custodia.
c) Cuando no puedan inmovilizarse de otra forma los vehículos, embarcaciones u otros
medios de transporte cuyos conductores no obedecieren la orden de detenerse dada
77
Las de este Inciso fueron redactadas, con ciertas adaptaciones, de acuerdo con la
legislación comparada, especialmente la francesa y la italiana.
Sería muy oportuno que las disposiciones legales orgánicas establecieran el contenido y
el alcance del término “fuerzas de seguridad”, que en los últimos tiempos se ha extendido
hasta comprender a toda la Institución. Se ha querido utilizar un neologismo de formación
semejante al de “fuerzas armadas”. Los resultados no han sido felices. Técnicamente es
inapropiado. Ya hemos expresado que el concepto de policía significa mucho más que el de
fuerza pública o fuerza de seguridad. La Policía se desempeña en su ámbito muy amplio de
normas legales, jurídicas y técnicas, referidas a una función desempeñada por “funcionarios”
con iniciativa y responsabilidad personales. No pueden trasladarse al sistema policial
conceptos y estructuras de sistemas que no concuerdan con su naturaleza. En el sistema
policial el policía es, ante todo, “un funcionario de la ley”. Esta le señala deberes, fija límites
a su discrecionalidad y sanciona sus inobservancias. Ese estado de dependencia jurídica
constituye un principio sustancial para la garantía de las libertades y los derechos
individuales. En Inglaterra, por ejemplo, este principio tiene una secular aplicación. El policía
jura servir a la Corona “de acuerdo a la ley”. Es un oficial de la Corona y no un servidor de la
autoridad policial. Es el depositario independiente de una función pública cuyo deber es
hacer observar la ley del país. La responsabilidad del policía es distinta a la que concierne a
los miembros de las fuerzas armadas (J.M. Hart. “The Britis Police”, 1951, pág. 11). En los
grados superiores los funcionarios de policía son verdaderos “magistrados”, y no
únicamente jefes de una “fuerza”, entendido el concepto con un sentido militar. Así se
reconoce expresamente en Francia. “Los comisarios de policía son magistrados del orden
administrativos y del orden judicial” (Instrucción Ministerial, 21 de Julio de 1958). Por eso
prestan el siguiente juramento: “Juro cumplir las funciones que me son confiadas como un
buen y leal magistrado”. Y en los servicios relacionados con reuniones públicas y
alteraciones del orden, los comisarios llevan la faja tricolor, símbolo de la autoridad “de la
República”.
Pero en un aspecto los efectivos policiales, en su carácter de policía de seguridad –no de
policía judicial-, son “fuerzas de seguridad”. Se trata de su actuación en materia de policía
de seguridad de Estado para el cumplimiento de medidas de emergencia, como policía
ejecutiva. En ese carácter tiene “comandos”.
Con el propósito de determinar los conceptos enunciados, el proyecto de 1967, Art. 11,
propuso el siguiente texto: “Los efectivos uniformados integran las fuerzas de seguridad de
la Policía Federal Argentina. Los mandos naturales de esa fuerzas no serán suplantados,
total ni parcialmente, por otras autoridades, con la única excepción del caso de guerra
78
Ya hemos visto que hay medios de ejercicio de la función que son específicos del ámbito
jurisdiccional metropolitano (capítulo IV, punto 5). Otros son específicos del ámbito
jurisdiccional (capítulo V, punto 3). Restan otros medios que son aplicables en el ámbito
jurisdiccional y a todas las materias que integran la función.
La última sistematización proviene del proyecto de 1969, articulo 12, en los siguientes
términos:
1- Dictar reglamentaciones cuando sean indispensables para poner en ejecución
disposiciones legales que se le refieran, e impartir órdenes a personas determinadas cuando
el cumplimiento de la Ley así lo exija.
2- Identificar a toda persona de la cual sea necesario conocer sus antecedentes y medios
de vida, en circunstancias que lo justifiquen o cuando se niegue a probar su identidad. La
demora o detención no podrá prolongarse más del tiempo indispensable para su
identificación, averiguación de domicilio, conducta y medios de vida, sin exceder del plazo
de veinticuatro horas en la Capital Federal y de cuarenta y ocho horas en el interior.
3- Expedir cédulas de identidad, pasaportes, certificados de viaje y demás certificados y
credenciales que los reglamentos establezcan y en las condiciones que ellos determine. Los
pasaportes y certificados de viaje serán extendidos exclusivamente por la Policía Federal
Argentina, sin más excepción que los que otorgue el Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto.
4- Vigilar, registrar y calificar a las personas habitualmente dedicadas a una actividad que
la Policía deba prevenir y reprimir.
5- Inspeccionar con finalidad preventiva los vehículos en la vía pública, garajes públicos,
talleres y locales de venta. Controlar conductores y pasajeros de los que se encuentren en
circulación. Consultar en forma directa e inmediata las constancias del Registro Nacional de
la Propiedad Automotor y demás organismos nacionales, provinciales y municipales que
lleven registros de esa naturaleza.
6- Gestionar la expulsión de extranjeros en los casos determinados por las leyes, e
intervenir en la ejecución de la medida.
7- Requerir de los jueces competentes de la nación autorización para allanamientos
domiciliarios con fines de pesquisa detención de personas o secuestros. La autorización
judicial no será necesaria para entrar en establecimientos públicos, en los que solo se dará
aviso de atención, ni a domicilios privados cuando lo autoricen sus ocupantes. Tampoco lo
será para cualquier procedimiento en negocios, comercios, locales, centro de reunión o
recreo ni demás lugares abiertos al público, y establecimientos industriales y rurales, sin
más excepción que las dependencias privadas.
80
Reglamentaciones
Identificación
extraídos de su reconocido saber y experiencia. (ver cita en Estatuto de 1913, “Nota”, pág.
154).
El reconocimiento legal de la facultad de identificar fue propuesta por el proyecto de
1939, Art. 6, Inc. 7; incluida en el Estatuto de 1943, Art. 5, Inc. 1; incorporada al Estatuto de
1944 (ley 13.030), Art. 6, Inc. a), y mantenida en la ley Orgánica (Nro. 14467), Art. 5, Inc. 1 y
su reglamentación. Art. 78.
Este medio de ejercicio solo puede aplicarse cabalmente cuando la Policía ha
organizado, en la forma más amplia posible, la identificación civil. La identificación puede
realizarse sin otorgar documento alguno, certificándola con el otorgamiento de una cédula
de identidad. Este documento es una creación original de nuestra Institución. Fue una idea
de aquel eminente policía, el inspector general don Gregorio Rossi, y quedó oficializada por
la Orden del Día del 24 de abril de 1907, en la jefatura del coronel don Ramón Lorenzo
Falcón. Con ella nuestra Institución se adelantó a todas sus congéneres del mundo en la
resolución del problema de la identificación civil. Se concretó, pacientemente, con el
creciente apoyo del público, y su éxito actual es el más rotundo mentis a las trabas que
incomprensión y el sectarismo trataron de oponerle. La lucha fue ardua, pero la población,
árbitro soberano, al comprender la sana intensión y los beneficios de la iniciativa, le aportó
toda su colaboración. Es así como se han otorgado hasta ahora 9.100.000 cédulas de
identidad, cuyos legajos, con sus respectivas fichas dactiloscópicas y patronímicas,
conforman el archivo “no criminal” más extenso del mundo, en términos relativos a la
población de nuestra jurisdicción metropolitana. De hecho, casi toda la población está
prácticamente identificada. Esa extensión casi total de nuestra identificación civil policial
produce asombre en las policías extranjeras que carecen de ese instrumento y se ven
obligadas a desenvolverse con dificultades a veces insuperables. Porque la identificación
policial no solo se aplica a sus fines inmediatos ciudadanos, que incluyen la garantía de
saber quién es una persona en cualquier circunstancia equívoca, quién es un enfermo,
accidentado, amnésico y alertar a sus parientes, quién es un fallecido desconocido,
problema este último casi insoluble en otros países. Tiene fines mediatos muy importantes
para la prevención especial del delito y para la investigación criminal. Fuera del caso clásico
de la identificación de la víctima, hay que destacar el tan común de los malhechores
primarios, los de doble o múltiple identidad, y en tantos otros procedimientos.
Este medio de ejercicio ha sido objeto de nuevos embates y desconocimientos, y para su
defensa es indispensable una firme política institucional. Uno de los casos es el Registro
Nacional de las Personas. Este Registro, proyectado con la colaboración de nuestra
Institución, tenía un objetivo básico: la identificación de toda la población con fines civiles y
políticos. Y con un objetivo complementario: facilitar la documentación a la Policía para su
manejo directo en la prevención y la represión, y aún enriquecer su archivo propio mediante
duplicados. El borrador del proyecto, elaborado en una sección del Comando de Regiones
Militares, excluía el otorgamiento de cédulas de identidad por parte de las policías. La tesis
fue rechazada en el Consejo de Defensa Nacional, ante los fundamentos expuestos por
nuestra Institución. En la redacción definitiva del proyecto quedó aclarado que el novel
organismo en nada afectaba la continuación del otorgamiento de ese tradicional y necesario
documento policial. Aparte de que, en jurisdicción provincial, tal prohibición hubiera sido
manifiestamente inconstitucional. Sin embargo, desde su instalación el Registro desvirtuó
sus finalidades originales. Su objetivo complementario no se cumplió. Y ahora pretende
hacer renacer la tesis categóricamente rechazada cuando se gestó su creación. Sus
autoridades confunden la identidad del ciudadano y del extranjero residente, que es la
función que justificó el Registro, con la identificación para fines de seguridad, que es un
82
Calificación de malvivientes
Vigilar, registrar y calificar a toda persona habitualmente dedicada a una actividad que la
Policía debe prevenir y reprimir, es un medio de ejercicio tradicional. El proyecto de 1939,
Art. 6, Inc. 8, categorizada: “amorales, tratantes de blancas, delincuentes conocidos, vagos,
malvivientes en general y elementos perturbadores del orden público”. El Estatuto de 1943,
Art. 5, Inc. 5, con relación al ámbito de la rama federal a que se refería, preceptuaba “vigilar
y registrar a los delincuentes conocidamente dedicados a una acción interjurisiccional o a la
comisión de delitos federales, como así también a los individuos de quienes se sospeche
fundamentalmente el ejercicio de actividades lesivas a un interés nacional.” El Estatuto de
1944, Art. 6, Inc. d) sintetizó: “vigilar, registrar y calificar a las personas dedicadas a una
actividad que esta policía deba reprimir, como así también a los sospechados de obrar en
perjuicio de un interés nacional”. La Ley Orgánica vigente, Art. 5, Inc. 3, con su ya
comentada política minimizadora, se limita a decir: “Registrar y calificar a las personas
dedicadas habitualmente a una actividad que la policía deba reprimir.” Pero por vía de la
reglamentación, Art. 76-85, se establece y desarrolla este importante medio de ejercicio,
aplicando textos tradicionales que proviene de los viejos reglamentos de la División
Investigaciones.
Bibliografía
Criminalística, año IV, 1940, Nro. 18: ALBERTO J. GONZÁLEZ, “Delincuencia y policía.
Desamparo legal”, en “Boletín” de la Dirección de Investigación, 1959, t. I, N 5, pág. 4.
4. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto 1967, N 36; del mismo: “Texto
Anotado”, proyecto 1939, Art. 6, Incs. 3, 7 y 6; del mismo: “Notas” al estatuto de 1943,
Art. 5, inc. 8, pág. 157, y Art. 5, Inc. 1, pág. 154; REVISTA DE POLICÍA Y
CRIMINALÍSTICA, “La cédula de identidad argentina. Lo que dice Mr. Hoover sobre
nuestra identificación policial”, t. I, 1935, N 2, pág. 84.
CAPÍTULO VII
2- El aspecto jurídico: la policía judicial en el derecho positivo. Debe ser objeto del
Derecho procesal Penal Policial.
3- El aspecto policial-técnico-científico: la policía judicial como investigación criminal.
Debe ser objeto de la ciencia y técnica de la investigación criminal.
4- El aspecto criminológico y de política criminal: la policía judicial como componente del
sistema de defensa social y de lucha contra la criminalidad.
5- El aspecto técnico-orgánico: la policía judicial como servicio general o específico de la
policía, en nuestro sistema y en los otros grandes sistemas extranjeros. Es materia de la
técnica de la Policía o técnica de los servicios policiales.
6- La policía judicial y la política legislativa, administrativa, judicial y doctrinaria. Se refiere
a los problemas derivados de las limitaciones, desajustes, inoperancias e incomprensiones
en la consideración de esta materia policial por parte de la legislación, la administración, la
justicia y los juristas en general.
7- La policía judicial y la política institucional. Se relaciona con la forma, oportunidad y
alcances de la acción a seguir para afirmar este basamento de la acción policial, y hacer
frente a los factores negativos de las políticas señaladas en el punto anterior.
La dogmática policial ha construido un concepto de la policía judicial, como resultado de
la investigación histórica, sociológica, cultural y jurídica, confrontada con la técnica de la
Policía y de sus servicios. Resulta de tal modo un concepto pleno de contenido real,
sustancial, viviente. No es el producto de una especulación abstracta, como la idea que de
tal materia se ha hecho la doctrina jurídica, en la que ha fundado tantas fantasías y de la
que provienen tantos desajustes y limitaciones.
El punto de partida de la construcción dogmática es el principio de la unidad funcional de
la policía. Ya lo hemos tratado en el capítulo II, punto 1, y conviene recordar aquí sus
fundamentos básicos. La función de la Policía es una sola, única, indivisible. Solo admite
determinaciones por materias, en cuanto sean necesarias a los fines del ordenamiento legal,
del estudio doctrinario y de la estructuración orgánica. Pero sin que tales determinaciones
impliquen quebrantar la unidad esencial de la función policial, ni signifiquen funciones
distintas que puedan ser artificialmente desmembradas y originen entes institucionales para
cada una de ellas. Durante mucho tiempo esas materias, o determinaciones funcionales, se
denominaron por sí mismas “funciones”. Por ejemplo: “función de policía de seguridad”,
“función de policía judicial”. Pero cuando tales términos se aplicaban, no en sentido jurídico
general sino a la Policía, o sea, con sentido funcional-institucional, siempre entendimos que
queríamos significar funciones específicas, especificaciones de la función general, al modo
de subfunciones dentro de la función integral. La experiencia de las especulaciones
divisionistas a que esa terminología daba pie, aconseja que sea eliminada definitivamente.
En lo que a nuestra Institución respecta, su función se ejerce en las materias de
seguridad, seguridad federal, seguridad de Estado y policía judicial. Aparece, así, la policía
judicial como una materia, determinada a los fines anteriormente expresados, como una
modalidad de ejercicio integrada en el conjunto, y en armonía con el principio de la unidad
funcional.
Sabemos que la doctrina jurídica ha construido un dualismo funcional, cuya formación
más antigua opone la “policía administrativa” a la “policía judicial”. Ya hemos demostrado la
falacia de ese dualismo, con la prueba de la unidad ontológica de la “policía” proclamada por
la fuente misma de ese dualismo doctrinario, el Código Francés del 3 brumario del año IV
(capítulo II, punto 1; E. Fentanes, “La Policía Judicial. Teoría y Realidad”, Biblioteca Policial,
1968, N 7, pág. 46).
85
Volviendo a los conceptos funcionales creados por la doctrina: Hay que reconocer que
fueron útiles. Permitieron sistematizar una materia tan vasta y compleja, y estudiar las
fuentes normativas, legales y reglamentarias, el contenido, los medios de ejercicio, etc., de
cada modalidad funcional. Pero aún antes de que tales conceptos se formaran, la Policía-
Institución, la policía de seguridad, desde sus orígenes cumplía la función a que dichos
términos se refieren, sin que estuviera jurídicamente rotulada. Aún en nuestros días,
expresiones tales como policía de seguridad y policía judicial son inusuales en el sistema
policial inglés y en la doctrina jurídica anglosajona, donde solo se habla de una función y de
una sola institución, la “Policía”. Sin embargo, el cometido de Scotland Yard, por ejemplo, es
idéntico en lo esencial al de las policías francesas o argentina. Por donde se prueba una vez
más, que la función de la policía no depende de rótulos, títulos, ni terminologías, por otra
parte muy variados y a veces impropios. Es como es, por la naturaleza de las cosas, como
siempre ha sido en sus componentes primarios, históricos y reales, y como siempre será
mientras el aventurismo teórico no se lo impida con sanciones legales divisionistas.
Es muy propio del conceptualismo racionalista, al que todavía están apegados muchos
juristas, creer que basta con imaginar un concepto para que el mismo quede revestido de
naturaleza y sustancia, olvidando que los conceptos son meros instrumentos lógicos y
verbales para aprehender la realidad. De tal modo, dividida conceptualmente la Policía en
dos funciones, se ha hecho de cada función un mundo distinto, y de ello se hace derivar la
necesidad forzosa de una policía para cada mundo. Se origina, así, artificialmente, el
dualismo institucional. Con esa singular maniobra nace a titulada “policía” judicial (de la
Justicia), como minerva surgida de la cabeza de Júpiter.
Esa fantasmal, hipostática, criatura de la tesis judicialista de policía judicial, ha renacido
entre nosotros. Estaba sepultada en su continente de origen. Su certificado de defunción fue
extendido implícitamente por el “Seminario sobre Protección de los Derechos Humanos en
el Procedimiento Penal”, realizado en Viena entre el 20 de junio y el 4 de julio de 1960 y
organizado por las Naciones Unidas, con asistencia de 23 Estados europeos y un
observador de la O.I.P.C _Interpol_. Pero en estas tierras de Latinoamérica los aires han
sido siempre muy propicios para los vuelos de la imaginación desenfrenada.
Es asombroso comprobar que a esta altura del siglo XX pueda seguirse prohijando entes
surgidos de la especulación teórica, de una suprema inconsistencia técnica y de un
superlativo desconocimiento de lo que es en la realidad la policía judicial, y en especial su
principal componente, la investigación criminal, en todos los grandes países del mundo y en
la orgánica de sus policías.
Sorprende que pueda pensarse en retrotraernos a los tiempos de la vetusta combinación
de policía y juez” (“The old-time combination of constable and justice”) que caracterizaba a
los antiguos jueces de Bow Street (que de todos modos dependían de la Corona) en el viejo
Londres, o al de nuestros folklóricos jueces de paz de campaña en el siglo pasado. Que no
se advierta la aberración constitucional de concebir una policía ejecutiva dependiente del
Poder Judicial, y que esta herejía se fundamente, sin probarlo, en una sorprendente
interpretación del principio de la división de poderes.
No menos admirable es que una materia de tal envergadura en el sistema policial
moderno, se la considere de posible desempeño por meros “auxiliares técnicos”, que deben
formar parte del Poder Judicial y depender de jueces y fiscales “por la misma razón que
tiene auxiliares para protocolizar los actos que cumplen durante la tramitación de los
procesos”.
No menos increíble es que a tal engendro se lo considere apto para funcionar en una
gran metrópoli como Buenos Aires, y en la jurisdicción federal en todo el país, para luchar
87
sede policial conforme al derecho que debe regirla, esto es, la regla de procedimientos en
contravenciones policiales. Se ha llegado al extremo de sentir la doctrina sin precedentes
conocidos en el mundo, de considerar afectados los testimonios del personal policial
interventor, que en todas partes tienen valor privilegiado, e incluso, en ciertas modalidades,
hacen plena fe mientras no se pruebe fehacientemente lo contrario. Esa doctrina implica,
sencillamente, establecer la impunidad judicial para cometer contravenciones policiales en
circunstancias en que no haya, o no se puedan obtener, testigos civiles. Sabemos que la
prevención especial es la primera de las formas en que se ejerce la policía judicial con
relación a los elementos del hampa y la mala vida. Sabemos que a esa finalidad están
dirigidos varios de los edictos que prevén conductas sintomáticas de peligrosidad. La cita
doctrina judicial conduce, por consecuencia, a anular eses medio de lucha contra la
criminalidad, que en muchos casos es el único disponible.
La investigación criminal
Mayores desarrollos se hallarán en nuestro trabajo “La Policía Judicial. Teoría y Realidad”.
En él hacemos de la investigación criminal un análisis conceptual, histórico, orgánico y
técnico, para probar el desconcepto que en la materia tiene la doctrina propiciadora de la
tesis judicialista de “policía judicial”. Lo que sigue es una reseña sucinta.
El enfoque, exclusivamente jurídico de la represión penal y de la policía represiva
conduce, por lógica consecuencia, a asignar igual naturaleza a la investigación criminal. Esa
idea no ha encontrado clima alguno en el derecho anglosajón, y ello demuestra que la raíz
de la misma radica en el sistema francés. Mejor dicho, en una mutación anómala de este
sistema, que lo alejo de su significación originaria y alteró la esencia policial ejecutiva de la
investigación criminal.
El origen del sistema francés es el “Código de Instrucción Criminal” de 1808, sancionado
en el periodo imperial de Napoleón, creador del denominado “sistema mixto”. Los códigos
continentales europeos y los hispanoamericanos fueron hijos de ese momento jurídico. Peor
ya en la primera generación, o a veces en la segunda, desvirtuaron sus principios sobre
policía judicial. Esto acaba de ocurrir, incluso, en la misma Francia, en la reforma
recientemente sancionada.
El Código de 1808, en su artículo 8, definió: “La policía judicial investiga los crímenes,
delitos y contravenciones, reúne sus pruebas y libra a sus autores a los tribunales
encargados de castigarlos”. Como enseña Garraud, el ilustre tratadista francés, de esa
definición surge para la policía judicial “la triple misión de investigar las infracciones (actos
de investigación), reunir las pruebas (actos de instrucción), y de librar a los autores a los
tribunales encargados de castigarlos (actos de persecución)”. La función de policía judicial,
con su triple desarrollo, está confiada, en el sistema del Código, a funcionarios que no obran
en nombre de la Justicia sino en el del Poder Ejecutivo (en su orden: policía, juez de
instrucción, fiscal). El mismo autor citado lo expresa así: “La función del Estado, que
consiste en hacer efectiva la justicia penal, implica operaciones de “orden administrativo” y
operaciones de “orden jurisdiccional”, de ahí la necesidad de constituir dos organismos
distintos: la “policía” y la “justicia”. A esta idea responde la división del Código de Instrucción
Criminal en dos libros: el de la policía y el de la justicia. En efecto, el Código establece esa
clara separación: “Libro Primero: de la policía judicial y de los oficiales de policía que la
ejercen”. “Libro Segundo: de la justicia”. Y coloca entre los oficiales de policía judicial al juez
de instrucción al fiscal. Así se explica la naturaleza de la investidura del juez de instrucción,
creación del sistema francés y que no existe en el inglés. Lo nombraba el rey (luego el
presidente de la República) por tres años, eligiéndolo entre los jueces del cuerpo general, y
mientras cumplía su función temporaria de instrucción conservaba su cargo permanente en
la justicia. En su calidad de oficial de policía estaba colocado bajo la vigilancia del
procurador general (magistrado ejecutivo), que tenía poder para reprenderlo en caso de
negligencia y denunciarlo a la Corte si fuera reincidente. Como juez era inamovible, pero en
calidad de juez de instrucción era amovible y dependía del Poder Ejecutivo. Esta naturaleza
ejecutiva del juez de instrucción es un principio capital para comprender la esencia de la
policía judicial. Se trataba, en realidad, de un policía–magistrado, y en virtud de ello el
código lo colocaba en el elenco de los “oficiales de policía que la ejercen”.
Si bien fue encarada como función de policía, cumplida por oficiales de policía, la
investigación criminal quedó involucrada en los actos preliminares del proceso, y adquirió
así una fisonomía preponderantemente jurídica. Lo doctrina desarrolló este aspectos
jurídico, con olvido de la esencia técnica “policial” de la investigación, y formó la imagen del
juez-investigador o del fiscal-investigador, que adquirió relieves inefables en el “Manual del
Juez de Instrucción como Sistema de Criminalística”, de Hans Gross, publicado en 1894.
91
decide a detener al acusado, lo presenta entonces ante el juez del jurado de acusación (o de
la vista preliminar, en algunos Estados norteamericanos). En Inglaterra y Gales la policía
está a cargo de la función del Ministerio Público. Función notable, como señala Sir Moyland,
y cuyo relevo nadie ha pedido, porque hay reconocimiento general de la forma satisfactoria
en que la policía la cumple.
Los caracteres del sistema inglés de investigación criminal, esto es, de policía judicial,
podrán parecer sorprendentes para quienes están formados en la mentalidad latina, y
apegados a sus prevenciones y prejuicios hacia la policía. Revelan hasta qué punto son
artificiosos los planteos políticos del programa de garantías, que desconoce la autonomía
investigadora policial. Pues nadie puede afirmar con seriedad que los países británicos y
neo británicos son menos celosos que nosotros de esas garantías individuales.
El sistema francés, rector del derecho latino, no es tan ajustado como el inglés a los
principios técnico-policiales de la investigación criminal. Además, como ya dijimos, la
doctrina desarrollada sobre la base del viejo Código de Instrucción Criminal de 1808
desvirtuó la concepción policial ejecutiva con que el mismo había estructurado la función de
policía judicial. Esa doctrina provocó en gran parte, que la investigación criminal fuera
concebida como institución jurídica y absorbida en la Instrucción. La reforma de 1958 había
despertado entre los policías franceses grandes esperanzas de que fuera consagrada la
autonomía policial en la investigación, pero quedaron desvanecidas. El legislador francés,
como el italiano de 1930, perdió la oportunidad de desembarazarse del lastre de
instituciones carcomidas por el tiempo y la ineficacia, y de construir, sobre nuevas bases
técnicas y científicas, la ley procesal del porvenir.
No vamos a exponer el sistema francés, que es bastante complejo, y que con detalle se
comenta en nuestro trabajo sobre esta materia. Solo diremos, en términos generales, que en
la reforma de 1958 se han conservado los delineamientos del código de 1808 en materia de
policía judicial. Pero al radiarse de la nómina de oficiales de esa policía al juez de instrucción
y al fiscal, la nómina quedo prácticamente limitada a funcionarios de la policía de seguridad,
a los cuales se les reconoce esa cualidad por derecho propio, emergente de su investidura
policial superior, o previas ciertas calificaciones. Por otra parte, en ese sistema el concepto
de policía judicial es funcional y no institucional. No hay tal “policía” judicial de la Justicia, si
bien esta ejerce una superintendencia o contralor sobre los actos cumplidos por los
funcionarios de policía en el desempeño de ese cometido, sin que ello implique
subordinación. A tal punto este principio es evidente, que un juez francés no ordena
diligencias a un comisario de policía, sino que se dirige a él por una “comisión rogatoria”,
equivalente a nuestro exhorto, como si se tratara de otro magistrado (en realidad, el
comisario francés es investido por juramento como “magistrado de orden administrativo y
judicial”).
Conviene, sin embargo, señalar que la investigación de flagrante delito otorga a la policía
poderes más amplios que los que entre nosotros se consideran factibles. Por ejemplo,
puede proceder a las pesquisas domiciliarias por propia autoridad, sin necesidad de orden
judicial.
Pero lo más interesante de la reforma de 1958 es el haber legalizado el procedimiento de
la investigación preliminar, que el reglamento del Código ha extendido aún a los casos de
delitos flagrantes, a elección del investigador. Con la investigación preliminar (“enquete
preliminaire”) desaparecen las trabas e inconvenientes del majestuoso procedimiento de
instrucción. Es el régimen más apto para la lucha contra la delincuencia, flexible, rápido y
eficaz. Constituye la actuación que más se aproxima a los principios técnicos de la
investigación criminal como función de la policía, e introduce en el sistema francés, por la
93
puerta posterior, una práctica semejante a la del inglés. Pero la puerta grande quedó
reservada, una vez más, a la investigación criminal como concepción jurídica, con todos los
anacronismos, conceptualismos e inoperancias que ya conocemos.
De todos modos los jueces y fiscales franceses no ejercitan sus facultades de intervenir
personalmente en la investigación de los hechos, salvo en asuntos de gran resonancia
social y política. Y aún en esos supuestos lo hacen “pro formula”, dejando la continuación de
la investigación en manos de la policía. En todos los demás casos, es norma que el juez de
instrucción, cuando ya tiene abierta la instancia para la instrucción del sumario, y necesite
diligencias y comprobaciones, las solicite a la policía por comisión rogatoria. En virtud de
esta comisión, la policía ejerce todos los poderes del juez de instrucción en cuanto a las
medidas requeridas y por eso en la práctica se la denomina “delegación judicial”.
Nosotros tenemos también una norma semejante, establecida por vía legal, la del artículo
7 de la Ley Orgánica, que proviene del Art. 11 del decreto ley 17550/43. Determina que en
las actuaciones procesales levantadas fuera del asiento de los jueces de la Nación, el
funcionario instructor de la policía federal tendrá las atribuciones que el Código de
Procedimientos en lo criminal otorga al juez para la instrucción de los sumarios, los cuales
cesarán cuando se presente el juez. Esta atribución legal se practica desde hace treinta
años en el interior del país, con beneplácito de los jueces federales y sin inconvenientes.
Pero en la capital de la Nación, la Policía Federal sigue en periodo de sospecha y en estado
de tutela.
La investigación preliminar fue propuesta por el proyecto de Dirección en lo Penal
Económico, elevado el 18 de mayo de 1963, con una reglamentación más completa que la
del derecho francés. Se incluyó también en el proyecto de la Ley Sobre la Trata de
Personas, Drogas Toxicomanígenas y Sustracción de Automotores, elevado el 21 de abril
de 1967. Es un medio de actuación indispensable para la lucha contra el delito, y que
permitiría superar en parte las limitaciones que para la investigación criminal a cargo de la
Policía, imponen el vetusto sistema de nuestro Código y su interpretación judicial.
Llegamos, así, al sistema del Código de Procedimientos en lo Criminal. Tampoco
podemos analizar el detalle. Sólo diremos que nació viejo, pues se basó en las leyes
españolas de 1872 y 1879, las cuales, cuando se sancionó nuestro Código de 1889, ya
había sido suplantada por la Ley de Enjuiciamiento Penal de 1882.
El codificador, Dr. Manuel Obarrio, consideraba a la policía de su época merecedora de
ser colocada bajo tutela o patronato judicial, como se deduce del informe, por sospecha de
incompetencia jurídica.
Sin embargo, para esa época, la de la gran jefatura del General Don Alberto Capdevila,
nuestra policía tenía ya no menos de 64 años de minuciosa actuación a cargo de los
comisarios (el Reglamento de Comisarios de Sección data de 1825), con contralor sumarial
de la Oficina Principal, germen del sistema de contralor originario de nuestra Institución, que
con el tiempo culminó en la División Judicial, luego Dirección Judicial, que recientemente
como Dirección General de Asuntos Judiciales, perdió su nivel direccional y fue colocada
bajo dependencia de un órgano destinado a otra área funcional. Ya se había publicado en
1881 el “Manual de Procedimientos” del que fue autor Don Saturnino Márquez, funcionario
de carrera de gran versación y prestigio, oficial 1 en la jefatura de Don Marcos Paz, jefe de
la mencionada Oficina Principal, redactor, según tradición oral que hemos recogido, del
histórico Reglamento General de 1885 (excepto en la parte relativa a los deberes de la
gente que se le atribuye a Don Máximo Paz, hermano de jefe). Desde 1822 nuestra Policía
contaba con el servicio médico-legal, toxicología y autopsias, cuyo primer jefe fue el
eminente Dr. Don Carlos Duránd, reglamentando ese mismo año y luego, muy
94
Toda gran policía tiene su política institucional. Una de las imposiciones categóricas de
ella es defender el sistema policial, la jurisdicción, la función orgánica, que son elementos
básicos de la estructura contra toda exclusión, cercamiento o deterioro insólito o arbitrario.
Otra imposición es alertar a los poderes y a los sectores de la opinión pública, sobre las
limitaciones, carencias, entorpecimientos, que se produzcan en el ámbito propio de la
función policial, y que afecten el normal desenvolvimiento de su sistema o le impidan hacer
frente a sus responsabilidades. Con prudencia y objetividad, pero también con firmeza. Con
pertinacia en el estudio de los problemas y en ofrecer a los poderes públicos soluciones.
Aunque por momento no éramos oídos. Algún día, cuando el problema de la criminalidad,
del desorden, de la subversión, se convierta en una “catástrofe nacional”, como ocurrió en
otros países, se recurrirá a los estudios y proposiciones de la Institución, y se lamentara el
tiempo, las vidas y los bienes perdidos.
Mientras tanto, sigamos en la lucha con lo que tenemos, con el mismo indeclinable
espíritu que siempre nos caracterizó y enorgullece nuestra tradición. Dejemos que los
ideólogos y los tecnócratas sigan siendo discípulos del sabio Arquímedes, que abstraído en
sus especulaciones matemáticas no advirtió que los enemigos habían tomado por asalto
Siracusa y entrado en su propia casa, donde lo mataron. Nosotros no somos tan sabios, ni
nos entretenemos en especulaciones, pero tenemos la experiencia y el sentido común para
apreciar como son las cosas en la realidad y como sucederán en el futuro. No podemos
bajar la guardia, porque es inherente a nuestra vocación de policías la conciencia de cuanto
ha confiado la sociedad a nuestra previsión tutela y garantía.
Así como los Estados Unidos no viven aislados, del mismo modo las instituciones
policiales no pueden aislarse en sus propios dominios jurisdiccionales y funcionales respecto
de las otras policías, tanto las extranjeras como las nacionales. Es indispensable la
coordinación interpolicial interna e internacional.
La coordinación interna argentina entre la distinta policía nacional y provinciales también
fue, como la internacional, una vocación permanente de nuestra institución.
Ya el jefe de policía D. Luis Jorge García propicio, en 1933, la realización del primer
“Congreso de Policía”, y proyectó sus bases en diez capítulos. La desaparición prematura
de ese distinguido jefe no permitió concretar la iniciativa.
En 1940 se realizó en Mendoza una conferencia sobre coordinación de medidas
policiales para contrarrestar las actividades antiargentina, concretada al año siguiente en las
“Bases de Tucumán”, interesante antecedente de esta materia, aunque en un plano más
general. (Ver “Revista de Policía y Criminalística”, t. VI, N 26-27). Desde 1945 comenzaron
las asambleas periódicas de Jefes de Policía Nacionales y Provinciales, que paso a paso
establecieron los principios de la coordinación policial argentina, Señalamos las de 1945,
1956, 1961 y 1964, concretadas en importantes convenios. En 1959 se realizó en Córdoba
el primer “Congreso Policial de investigaciones” con un temario extenso, que originó
fundadas resoluciones. Fue convocado a iniciativa de la Jefatura de esa capital, lo cual
indicaba que la inquietud coordinadora había trascendido a las autoridades policiales
provinciales. (Una nota errónea de la “Revista Internacional de Policía Criminal”, órgano de
la Interpol, publicada en el número 30, pág. 219, lo consideró el Primer congreso de Policía
habido en la Argentina. Nuestra Sección Interpol hizo al respecto una comunicación, con
101
interesantes reseñas de nuestra actividad coordinadora, que fue inserta en el Nro. 134, pág.
29 de dicha publicación).
Los congresos interpoliciales nacionales han sido un notable modelo de coordinación
interna, sin precedentes en los países federales. Pero como las delegaciones están casi
siempre presididas por los jefes de policías provinciales, que por lo general son funcionarios
de origen político, se ha podido advertir, a veces, algunas tendencias que pueden conducir a
desvirtuar el funcionamiento cabal del sistema. Hay que colocar la coordinación en el
estricto plano policial técnico y profesional, y no intentar desconocer que el órgano nato de
relación coordinadora y centralizadora, por imperio de su naturaleza, jurisdicción,
experiencia y vinculación internacional, es la Policía Federal Argentina. Hay que seguir en el
plano nacional el sistema que en el internacional se practica por casi todos los países
componentes de la O.I.P.C. Interpol, y que es el único apto para esas relaciones y obtener
de ellas el máximo rendimiento. Sería ilógico y contrario a toda técnica que si en el plano
internacional la P.F.A. desempeña indiscutiblemente el Bureau Central Nacional, no pudiera
hacerlo en el orden interno del país. Estas cuestiones deben dejarse en manos de los
policías profesionales, que los hay y buenos en las provincias, y no inmiscuir en ellas
injustificados celos o tendencias disociadoras del común anhelo de obra solidaria, que no
haría desandar el fructuoso camino recorrido y volver a pocas que pertenecen al pasado.
Así lo entendieron, felizmente, las autoridades policiales nacionales y provinciales, al confiar
a nuestra institución la “Oficina del Convenio Policial Argentino”7.
Bibliografía
1. E. FENTANES, “La Policía Judicial. Teoría y Realidad”, Bs. As., Biblioteca Policial, 1968,
Nos. 3-5, págs. 25-27; N6 pag.38; Nos. 24-28, págs. 83-105; del mismo: “la materia de
policía judicial en la función de policía”, conferencia inaugural de las academias de la
Dirección de Investigaciones, curso lectivo de 1969; “Exposición de Motivos”, proyecto
1963; Nro. 56; “Exposición de Motivos”, proyecto 1967, Nro. 38; “Notas” al proyecto de
1939, Art. 11; “Notas” al Estatuto de 1943, Art. 7, pág. 162; Coronel LUIS JORGE
GARCIA, “Policía judicial. Enseñanzas que se pueden obtener de diversas
organizaciones policiales”, Rev. de Pol. Y Crim., t. I, 1935, Nro. 3, pág. 4 y sgts.;
inspector general AMLETO DONADIO, “Reformas procesales”, Rev. de Pol. y Crim., t. I,
1935, Nro. 1 pág. 6; coronel LUIS J. GARCIA “Conceptos erróneos sobre policía judicial
y policía municipal”, en “La Nación”, 17 de enero 1934, y “Memoria de Policía”, 1934,
pág. 51; inspector general OSVALDO C BERNACCHI, “Informe y Ponencia” para el
Primer Congreso Panamericano de Criminalística, Biblioteca Policial Nro 125, págs. 21,
40 y 61; MARCEL SICOT, “Police Generale et Police Judiciaire”, en Revue Internationale
de Criminologie et Police Technique”, 1954, t. VIII, Nro 1, pág. 32 JEAN MARIE
CHAUMEIL, “La Policie Judiciaire”, Lille, 1953, pág. 21; R. GARRAUD, “Pecis de Droit
Criminel”, 13 edic., Paris Sirey, 1921, pág. 789; Sir JOHN MOYLAND, “The Police of
Brittain”, Londres, 1946, págs. 32 y sigts.; “Policía de Francia”, en “Encyclopedie
Nationale de la Police”, 1955, págs. 149 y sigt; POLICÍA FEDERAL DIRECCIÓN
JUDICIAL, “La prueba en materia contravencional”, en su “boletín”, Nro 16, 1959, pág. 3
7
Actualmente dependiente del Ministerio del Interior.
102
CAPÍTULO VIII
2. El principio de inmediación
Este principio es otro de los que asume mayor relevancia orgánica. En virtud del mismo,
los órganos superiores de la estructura -en nuestro caso los órganos direccionales- se
encuentran en un mismo nivel de jerarquía institucional.
Los más antiguos órganos –Seguridad, Investigaciones, Judicial, Administración,
bomberos- llegaron a ese nivel, casi todos en 1908, como resultado de una evolución
natural. Otros fueron secciones que se desprendieron, emanciparon o elevaron, a medida
que su significación institucional desbordó sus antiguos límites –Personal, Institutos,
Comunicaciones, Secretaría General, Asesoría Letrada-. Nuevos órganos superiores
resultaron del engrandecimiento jurisdiccional, de modernas circunstancias funcionales o de
la creciente jerarquía de su contenido con relación al bienestar del personal –Interior,
Coordinación Federal, Obra Social y Sanidad-. Todos esos órganos fueron acreciendo el
elenco direccional de la Institución y se integraron en el mismo nivel, hasta que la Ley
Orgánica de 1958, en parte, y la reforma orgánica de 1970, de un modo general, alteraron la
estructura con inobservancia de éste y demás principios, como comentaremos más
adelante.
La experiencia directiva nos ha permitido apreciar la sabiduría con que nuestros mayores
consolidaron la orgánica de la Institución, permitiendo el ejercicio pleno, directo y ejecutivo
de la gestión funcional en cada área, y su armónica relación con la gestión de la dirección
superior de la Jefatura y la Subjefatura, dentro de un sistema direccional que era notable por
su practicidad y equilibrio. El principio de inmediación conducía la dinámica funcional. El de
nivel direccional promovía el desenvolvimiento armónico de las relaciones interdireccionales,
facilitaba el intercambio del personal de seguridad –con excepción, desde luego, de las
especialidades- sin menoscabo de su concepto profesional, y concitaba el quehacer
solidario de todas sus ramas y servicios. Era una expresión real, concreta, de la unidad de la
106
Es otro de los principios importantes por sus efectos en el normal ejercicio de la función.
Ya sabemos que la Policía se desempeña en su ámbito muy amplio de normas legales,
jurídicas y técnicas, referidas a una función desempeñada por “funcionarios” con iniciativa y
responsabilidad personales, que son, esencialmente, funcionarios de la ley (ver capítulo VI,
punto 3, fuerza pública). Se trata de una “autonomía normada” (por ley y reglamento), y
debidamente controlada, pero con un campo de ejercicio individual tanto mayor cuanto más
elevado sea el nivel del funcionario.
La teoría de los órganos superdireccionales suele justificarse por la necesidad de limitar
el área de atención y decisión de las instancias superiores. Se traen a colación, para ello,
esquemas hipotéticos elaborados para la organización empresarial o administrativa,
atribuyéndoles una generalidad pragmática de que carecen. Porque una cosa es teorizar en
materias relativas a actividades que se desenvuelven en el mundo de las normas técnicas
casi exclusivamente, y otra teorizar en el mundo de la Policía, que es un mundo normado,
con áreas funcionales muy específicas. En materia policial, la atención y decisión superior
dependen de la naturaleza del asunto, y muchas veces los actos están regidos por normas
legales que no admiten la delegación discrecional que aquellas disciplinas proponen como
norma. En aras de teorías sobre la capacidad de atención, concretadas en índices
numéricos de relaciones, no puede provocarse la ruptura de los principios orgánicos de
107
8
Actualmente se la ha colocado en el más alto nivel.
109
propia del órgano centralizador absorbe, en la labor diaria siempre apremiante, la mayor
parte del tiempo. De tal modo, interrumpida la inmediación, sometidos a niveles
intermediarios, privados de la gestión directa de su policía funcional y evolutiva, los órganos
subordinados entran en ese cono de sombra que es consecuencia de los eclipses. Estas
consideraciones no son teóricas; están avaladas por la experiencia de las estructuras
orgánicas ya practicadas a lo largo de la historia institucional.
Desde 1909, por ejemplo, un órgano con el título de “División Central”, al que le
correspondía esencialmente el área de los servicios de seguridad uniformados, concentró la
gestión de otras áreas, en esa época incipiente, caracterizada al nivel de sección. Todavía
en 1923 ese antiguo órgano conservaba en su órbita secciones tales como Personal,
Telégrafos y Teléfonos, Sanidad y Escuela de Policía. En 1933, Sanidad pasó a depender
de Jefatura y Personal, de Secretaría General. Dicho órgano, ya titulado “División
Seguridad”, mantuvo a Institutos y Comunicaciones e incorporó a Bomberos, que había sido
privado de su nivel divisional. En 1942 regía aún el mismo esquema, aunque vimos a
bomberos otra vez con su autonomía divisional. (En ningún caso se alteró el nivel y la
autonomía de la vieja Judicial).
La antigua División Central, con su sucesora División Seguridad, podría representar por
su concentración de áreas, la imagen de un órgano superdireccional. Pero debe tenerse en
cuenta en abono de aquella solución que las áreas subordinadas todavía no habían
evolucionado. Cuando lo hicieron, a la par del progreso de la Institución, se puso de
manifiesto, cada vez más la discordancia entre su nivel real en la vida institucional y el que
mantenían en el esquema orgánico, y se presentaron todos los inconvenientes de gestión
que hemos venido señalando. Es así como Sanidad obtuvo su inmediación con Jefatura, y
Personal también aunque a través del secretario general. Y era frecuente la inmediación de
hecho del jefe y del subjefe de Policía con los jefes de Institutos y de Comunicaciones. Por
eso, como resultado de la evolución orgánica, se produjo el reconocimiento progresivo del
nivel divisional (luego direccional) de los órganos representativos de las distintas áreas de
gestión. Y en 1945 hallamos consolidado el siguiente esquema: Jefatura: Coordinación
Federal, Secretaría General, Asesoría Letrada: Subjefatura: Dirección de Seguridad,
Dirección de Investigaciones, Dirección Judicial, Dirección del Interior, Dirección de
Administración y las Divisiones (Autónomas) Bomberos, comunicaciones, Personal,
Institutos y Sanidad. Con el posterior reconocimiento del nivel direccional de las divisiones
autónomas, quedó completada la estructuración de la institución, después de medio siglo de
evolución. La reforma de 1958 alteró la estructura con la desaparición de la dirección del
Interior y otras minimizaciones ya comentadas, pero no llegó, pese a sus inspiraciones
regresivas, a imponer mutaciones en el sistema.
La reforma de 1970, por consiguiente, lejos de aparecer inserta en la corriente del
proceso evolutivo de la orgánica institucional, implica un retorno a fases anteriores de
inferior nivel, y es, por ende, anacrónica.
2- La reforma afectó también el “principio del nivel direccional”. Sabemos que en virtud
del mismo los órganos superiores de la estructura, caracterizados como “órganos
direccionales”, se encuentran en un mismo nivel de jerarquía institucional. Ya hemos
hablado de la relevancia de este principio. Los órganos direccionales responden a áreas
específicas de la gestión (funcional, técnica, administrativa). Para que esa gestión pueda
cumplirse con plenitud y eficacia, los órganos no solo requieren la inmediación, sin niveles
intermediarios, con los órganos de la conducción superior (Jefatura, Subjefatura), sino
también en el mismo plano de jerarquía institucional, y a cargo de funcionarios del mismo
grado. Ya hemos visto como, a lo largo de una trayectoria de medio siglo, esos órganos
111
direccionales fueron llegando a esa posición en virtud de una evolución orgánica progresiva,
y los que hemos vivido la experiencia de esa estructuración podemos certificar en que forma
la observancia de estos sabios principios aseguraba el armónico, dinámico y fecundo
desenvolvimiento de la vida institucional. Con algunas lamentables excepciones, como la ya
comentada de la ex Dirección del Interior, el nivel direccional se mantuvo hasta 1970, en
que quedó quebrado seriamente. Perdieron su nivel: Judicial, Bomberos, Comunicaciones,
Secretaria General, Institutos, Obra Social y Sanidad y Asesoría Letrada. Bomberos y
Comunicaciones lo recuperaron ya, en 1972.
Dentro del anómalo panorama orgánico que estamos comentando, es sensible,
principalmente, la situación en que ha quedado la vieja Dirección Judicial. Como hemos
dicho en nuestro trabajo especializado, un elemento orgánico muy significativo de nuestro
sistema de policía judicial lo representa la “Dirección Judicial”, que cumple los servicios
direccionales de sistematización y contralor del ejercicio de aquella materia en sus aspectos
de comprobación legal o sumarial por parte de todas las ramas de la Institución. Sus
gérmenes orgánicos provinieron de las áreas funcionales: por una parte, la de policía
judicial, por la otra, la competencia policial en materia de contravenciones. La policía judicial,
en su aspecto sumarial, no había salido, hasta 1886, de la órbita de los servicios de
seguridad uniformada, pero la creación de la Comisaria de Pesquisas, luego Comisaría de
Investigaciones, señaló la aparición de una nueva rama que en su carácter de policía judicial
sería instructora de los sumarios emergentes de sus propias investigaciones. Era necesario
sistematizar el contralor sumarial de ambas ramas, para asegurar la unidad de los
procedimientos y la observación de las normas legales; realizar igual cometido en materia
contravencional, ofreciendo a la Jefatura una colaboración especializada en su función de
tribunal de faltas, y unificar la dirección superior de los establecimientos de detenidos y las
restantes oficinas vinculada a la materia. La solución de esos problemas de técnica orgánica
fue clara y directa: la creación de la División Judicial, luego Dirección Judicial. (Ver: E.
Fentanes, “La Policía judicial. Teorías y Realidad”, N 35, pág. 114).
El nivel inferior en que ha sido colocado este órgano, como Dirección General de Asuntos
Judiciales, significa un serio impedimento para el pleno ejercicio de su función de contralor y
garantía legal en aspectos tan importantes como los sumariales y contravencionales,
detenciones, clausuras, etc., de todas las ramas de la Institución, tanto metropolitanas como
del interior. Además, ese órgano tan prestigiado a lo largo de décadas de gestión, obraba
como una secretaría de relaciones con la Justicia, tanto local como federal, y con los
órganos análogos de las policías provinciales. Sin contar con la representatividad que se le
reconocía por parte de las autoridades del Gobierno, que frecuentemente solicitaban su
intervención y asesoramiento en delicados asuntos públicos. Toda esa gestión requiere,
notoriamente, un órgano jerarquizado del más alto nivel.
3- Además de la ruptura de los principios orgánicos que hemos comentado, la reforma de
1970 ha afectado nuestro sistema en un principio dogmático fundamental: el de la unidad
funcional. El informe ministerial lo dice paladinamente: “Se ha puesto un énfasis especial en
la diferenciación de las funciones de policía de seguridad y policía judicial”. La consecuencia
orgánica de este inesperado brote del dualismo funcional es la de transformar nuestras
viejas comisarías seccionales en organismos de investigaciones criminales. La
estructuración ha decretado, pues, la “desaparición” de la comisaría seccional, que el
proyecto de 1967, Art. 50, propuso incluir entre los “organismos fundamentales” de nuestro
sistema orgánico.
La superioridad, con todo acierto, luego de dos años de experimentación de las
innovaciones orgánicas de 1970, resolvió, el 27 de diciembre de 1972, reformar los
112
ambas funciones. Las tesis judicialistas pretendieron que era muy fácil crear la “Policía
Judicial” de la Justicia, mediante la transferencia a ella de los servicios de investigaciones
destinados a la represión del delito. La unidad funcional entre ambas materias era, sin
embargo, un obstáculo insuperable para los teorizantes, hábilmente utilizado por nuestros
defensores, a la cabeza de los cuales estaba el eminente jefe, coronel García. Pero, en la
situación actual, se ha entregado al judicialismo (que ha renacido una vez más), armado por
las propias manos policiales, el aparato de policía judicial que ambicionaban.
Correlativamente, la reforma ha implicado la desaparición de nuestro sistema de servicio
de calle, dependiente de la respectiva comisaria, y cuya unidad de base era la parada. Se lo
ha sustituido por el servicio de patrullaje motorizado, agrupado en cuerpos, con áreas
independientes de las comisarías. Es cierto que la técnica policial contemporánea ha
recurrido a la organización de esos servicios de patrulla motorizada de seguridad para
vigilancia especial y represión de la delincuencia. Pero como complemento del servicio
básico seccional, de paradas fijas o móviles. La sustitución de este servicio por la
motorización fue iniciada en grandes ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica. Con
el tiempo se fue comprobando que los resultados, en cuanto a la represión, no compensaron
la pérdida de funciones y relaciones que, en una esfera aparentemente modesta,
representaba la acción del agente de calle en el barrio. Desapareció, prácticamente, la
presencia de la Policía en la comunidad, se perdió el elemento de información, se deterioró
la prevención, cundió en el vecindario un sentimiento de inseguridad y desamparo. Si los
autores de la reforma orgánica se hubieran informado de los precedentes extranjeros del
régimen que pensaban establecer, tenían a su mano, para ese entonces, el informe
producido en los Estados Unidos por la Comisión Nacional Asesora sobre Desordenes
Civiles, conocida como la “Comisión Kerner”. La designó el presidente Johnson para indagar
las causas de los graves tumultos ocurridos en varias grandes ciudades de ese país en
1967. El informe de la comisión dedica un capítulo al tema “La policía y la comunidad”. De
sus extensivas investigaciones resulta una certera crítica a la “motorización de la policía”: “El
patrullero llega a ver la ciudad a través del parabrisas del coche, y oye de ella por medio de
la radio policial….La pérdida de contacto entre el agente de policía y la comunidad a la cual
sirve, perjudica la ejecución de la ley (“law enforcement”). Si un agente nunca es juntado con
la comunidad, no sabe obrar ni puede conocer la forma de expresarse ni las costumbres del
pueblo en su área de vigilancia, y no puede desempeñar un servicio policial efectivo. Está
disminuida su habilidad para detectar con seguridad los comportamientos sospechosos. Se
priva el mismo de importantes fuentes de información”, aportada por esa clase de personas
que en la comunidad están dispuestas a apoyar la ejecución de la ley, sacrificando así, su
contribución para el mantenimiento del orden. Entre otras recomendaciones, la Comisión
Kerner señala la necesidad de establecer nuevas prácticas de vigilancia para acrecentar el
conocimiento del barrio por parte del agente y aunque se refiere preferentemente a los
barrios bajos y de mayor criminalidad, sus conceptos son generales: “Ello requerirá colocar
al agente fuera de los coches y dentro de la vecindad, y cuidar de que permanezca en la
misma parada (beat) bastante tiempo como para que conozca la gente y se entre de las
condiciones”. (“report of the National Advisory Commision en Civil Disorders”, edic. The New
York Times, 1968, pág. 204 y sigts).
En síntesis: hemos retrocedido a los tiempos de la “Partida Celadora”, cambiando los
caballos por automóviles, y adoptado un régimen de “gendarmería móvil”, que en un
ambiente metropolitano, con esos caracteres de exclusividad, es anómalo. No
desconocemos las urgencias represivas que puedan haber condicionado esas reformas, ni
las presiones que se hayan ejercido, dada la época en que se produjeron los cambios. Pero
114
pensamos que debía haberse recurrido a los medios indicados por la técnica de los servicios
policiales, sin producir una mutación radical en su sistema avalado por experiencia secular y
confirmada por los principios. Porque, como ya hemos dicho repetidamente, estos no son
problemas exclusivamente técnicos. La técnica está supeditada al finalismo institucional. Los
medios deben ponerse al servicio de los fines. Los fines de la Policía responden a la idea de
policía, subyacente en el inconsciente colectivo desde tiempos inmemorables. La idea de
policía es esencialmente de tutela y garantía. La falta de una presencia real, efectiva,
permanente de la Policía en la calle, produce un sentimiento de inseguridad, de indefensión,
que llega a la angustia en ciertos lugares y condiciones. Sentimientos que son muy
respetables, aunque con frecuencia descuidados.
El sistema de las esferas de competencia y de las relaciones directivas entre los órganos
superiores de la Institución, es una de las materias más delicadas y transcendentes en el
campo de las investigaciones de dogmática orgánica y de la ley y los reglamentos si no se
basan en el sistema direccional. De poco vale una estructuración si en la instancia de
aplicación carece de organicidad, de principios y de funcionalismo. Para imprimirle esos
caracteres no basta con conocer la existencia de los órganos superiores y fijarles su
competencia, si luego la gestión, las relaciones directivas y a la coordinación de los órganos,
no responden a un sistema y quedan libradas a criterios personales o circunstanciales. El
ordenamiento legal es importante, por lo menos el ordenamiento direccional. A tal punto es
esto evidente que la carencia de una ley básica no fue obstáculo para el progreso
institucional en sus grandes épocas, que siempre han coincidido con un sabio y prudente
manejo de las relaciones y competencia de los órganos superiores. Lo cual no puede
decirse de toras épocas en que ya existía la ley básica.
Para asegurar el desenvolvimiento de la vida institucional sin pausas ni retrocesos, es
menester adoptar un ordenamiento de la dirección superior. El propósito no es fácil, porque
hay que conciliar la necesidad de establecer lo que se considera fundamental, con el
reconocimiento de la esfera de autonomía, iniciativa, impulso y decisión, que es propia del
ejercicio de toda dirección.
No existe una “praxiología policial”, esto es, una teoría de la “praxis”, la acción, en el
desempeño directivo, la cual, de todos modos, sería solo una disciplina preceptiva, apta
para sugerir criterios. El funcionario debe tener autonomía y ese ámbito personal no puede
ser taxativamente regulado porque desaparecería el funcionario como tal. Aparte de que
ninguna ciencia ni forma puede sustituir el intelecto, la imaginación creadora, la volición, ni
ninguna de las otras facultadles o caracteres que conforman la personalidad. Pero no se
trata de ninguna autonomía discrecional. Por la naturaleza del sistema policial es, en primer
término, una “autonomía normada”, en cuanto solo puede desenvolverse en el ámbito
delimitado por el derecho. Luego, ya en la esfera de las competencias internas, es una
“autonomía reglada”, cuya mayor o menor extensión depende del nivel del funcionario y de
la naturaleza de su competencia. Pues si bien la norma es que a más alto nivel corresponde
mayor autonomía y menor reglamentación, también no es menos cierto que el funcionario
está al servicio de la función, y en esta esfera orgánica interna se le confía la dirección de un
órgano de la Institución, es decir, de una parte de la estructura, diferenciada por diversos
motivos, pero que no es una parte aislada del conjunto. De tal manera, la gestión
115
direccional, en todos sus niveles, aún dentro de la más amplia autonomía posible, no puede
concebirse sino guiada por un espíritu de labor mancomunada y por principios que aseguren
el desenvolvimiento armónico y coordinado de los órganos.
La falta de continuidad que se ha podido advertir en las últimas décadas quizás induzca a
pensar que no existe un “sistema direccional” en la Institución. Sería una cosa muy notable,
sin embargo, que nuestra Institución, creadora de un sistema policial que tantas excelencias
acreditan en todos sus aspectos, no hubiera sido capaz de completarlo con un sistema
direccional. La verdad es otra. Cuando este sistema ya estaba con soldado en la práctica,
comenzaron, a partir de 1930, las alteraciones que lo desvirtuaron. La experiencia terminó
por demostrar que una institución policial de tan vasta y compleja acción y de tanto
magisterio técnico como la nuestra, no puede ser regida satisfactoriamente sino de acuerdo
con el régimen que le es propio y natural, consolidado a lo largo de su evolución.
El sistema direccional que exponemos no es una teorización pura, sino la sistematización
de las prácticas directivas tal como culminaron luego de un secular y paulatino desarrollo. La
base del sistema ha sido la caracterización de los ámbitos directivos dentro de la esfera
direccional superior, caracterización lograda por nuestros mayores, quizás empíricamente,
pero con gran sentido institucional y con el apoyo de ilustrados jefes.
El sistema direccional superior se fue formando progresivamente para la consecución de
los siguientes fines: 1) la gestión funcional; 2) La política institucional; 3) la dirección técnica,
profesional y administrativa; 4) la coordinación de los órganos direccionales.
Cada órgano tiene un área específica (funcional, técnica, administrativa), concretada en
las sucesivas etapas de la evolución institucional, según hemos comentado anteriormente.
En su área, cada órgano cumple los mencionados fines del sistema direccional, con mayor o
menor extensión según su naturaleza y nivel. Del juego armónico entre la unidad de los fines
y, al propio tiempo, la autonomía, personalidad y especificidad de cada órgano, surgió ese
régimen de relaciones que caracterizó nuestro sistema direccional en sus épocas más
representativas. Es cierto que no siempre las gestiones respondieron a ese esquema, ni que
todos los titulares de los órganos superiores se adaptaron al mismo, aún en las épocas de
buen gobierno. Pero sin insistir en ver una uniformidad absoluta, que hubiera sido
sorprendente dada la fuerte personalidad característica en los altos funcionarios policiales,
hay una resultante general en la obra común de todas esas individualidades, sobre la cual
se puede delinear el sistema direccional y extraer de él los principios necesarios para la
dogmática orgánica.
La gestión funcional
La gestión funcional es una acción que corresponde a cada órgano de acuerdo con su
nivel y área de competencia. Ya sabemos que, en líneas generales, es una gestión normada
(por ley o reglamento).
En el nivel de jefatura la gestión funcional se refiere principalmente al ejercicio de la
instancia resolutiva superior en aquellos asuntos que la requieren, y a la iniciativa e impulso
en aquellos otros que caracterizan la “dirección superior” de la Institución. Por su amplitud,
que abarca varias áreas, se trata de una esfera funcional bastante compleja.
En el nivel de la Subjefatura la gestión funcional está dado por su participación en la
dirección superior de la Institución y el ejercicio de las instancias resolutivas que le han sido
discernidas. Es un órgano fundamental del sistema de nuestra Institución, porque dentro de
la dirección superior le corresponde especialmente la esfera de la dirección técnica
116
La política institucional
Por tratarse de la política de una “institución”, no puede ser una política personal,
subjetiva, inexperimentada, circunstancial. Este es un principio fundamental.
Hay distintas áreas de relaciones externas que ordinariamente están a cargo de las
respectivas direcciones y sus organismos, como las que se vinculan con la justicia, la
prensa, las autoridades nacionales, provinciales, municipales, etc. Se trata de relaciones
propias de la gestión de esos órganos superiores, que ordinariamente no trascienden de ese
nivel. Cuando puedan afectar la política institucional, es norma que deben ser llevados al
nivel de la Jefatura o Subjefatura.
La política institucional es también interna. Sus principales aspectos radican en:
propender a la armonía en las interrelaciones de los órganos, velar por el exacto
cumplimiento de las funciones, auspiciar las iniciativas de progreso, apoyar y defender los
procedimientos justos, estimular al personal merecedor de ello, promover el bienestar de los
integrantes de cada organismo. Esta política es propia de todos y cada uno de los órganos
en la esfera superior.
El ejercicio cabal, inspirado, prudente aunque enérgico en caso necesario, de la política
institucional, ha caracterizado con mayor relieve la dirección superior de la Jefatura en sus
figuras más representativas. Muchas de las actitudes relacionadas con la misma se han
incorporado a las tradiciones de la institución. Sin perjuicio de la autonomía que en esta
materia les es propia, el jefe de Policía ha observado ordinariamente la práctica de
asesorarse por el subjefe, y en casos importantes convocar a consejo a los mayores
responsables de cada área (superintendentes o directores), según corresponda.
Esta área comprende una serie de actividades que, en mayor o menor grado, son
ejercitadas por cada órgano direccional. Pero cuando se trata de la dirección técnica,
profesional y administrativa del conjunto de la Institución, constituye ya una esfera de fines
que exige la existencia de un órgano superior. Su función, en términos generales, consiste
en promover, orientar y decidir el estudio y la acción que correspondan en las materias legal,
funcional, reglamentaria, estatutaria, administrativa, de planificación y de cumplimiento de
los servicios. Por consiguiente, en la instancia natural para los asuntos de carácter general,
proyecto y planes que deban proponerse a la decisión y resolución de la Jefatura. Es el área
jurídica, técnica y profesional en la esfera de la alta dirección de la Institución. También
corresponde a ese órgano superior el área de la coordinación de los órganos direccionales,
con el fundamento y alance que examinaremos en el punto siguiente. Y por gravitación de
su posición, calidades y funciones, es el señalado para acompañar al jefe de Policía en su
gestión, asesorándolo en la dirección superior y en la política institucional. El sistema
impone que ese órgano tenga el más alto nivel, inmediato a la Jefatura y que el titular, el
subjefe, sea un funcionario de carrera, del grado máximo, porque de otra manera no se
satisfarían los fundamentos técnicos que lo justifican. Y por otras razones, lo regular es que
se trate de un funcionario en actividad, del escalafón de Seguridad.
No es posible estructurar técnicamente un sistema direccional en el cual estén
concentradas en la Jefatura, en el nivel de la dirección superior, las tres esferas de fines que
hasta ahora hemos considerado y la que es seguida hemos de ver. Por más capaz, activo e
ilustrado que fuere un jefe que viene a regir la Institución desde otros ámbitos públicos o
privados, le sería imposible adquirir, en el trascurso del tiempo de su gestión y en medio de
las urgencias de su alto cargo, los conocimientos necesarios para dominar la vasta materia
118
La estructuración orgánica
7. El sistema reglamentario
proyecto elaborado por una comisión, pero el texto legal solo incluyo un resumen de las
principales disposiciones proyectadas. El decreto reglamentario de esta ley no llegó a
dictarse.
Hasta esa época, pues, el régimen reglamentario general orgánico e interno, era casi por
completo atribución de la Jefatura en virtud de la delegación mencionada, con excepción de
aquellas materias del estatuto del personal legisladas por la ley 12.349 o establecidas con
aprobación del Poder Ejecutivo. Pero de hecho la autoridad y el prestigio del Reglamento de
1885 y de las grandes órdenes del día, los hacían poco menos que intocables, y la
intervención de los antiguos comisarios de órdenes fue siempre, con relación a los textos
reglamentarios básicos, moderadora de los entusiasmos reformistas que no tuvieran
fundamentos. De tal modo, el discrecionalismo a que exponía el régimen fue regulado y
condicionado por el ejercicio prudente y muy meditado de las facultades reglamentarias
propias y delegadas. La depuración y consolidación de toda materia en el gran digesto
“Disposiciones de Policía”, de 1942, preparado en la Jefatura del general de brigada D.
Domingo Martínez, bajo el control del subjefe, el inspector general D. Amleto Donadio,
señaló una etapa culminante en el histórico y secular desarrollo del viejo régimen
reglamentario.
El “Estatuto de la Policía Federal”, aprobado por el decreto ley 33.265, del 9 de diciembre
de 1944 (convalidado por la ley 12.030), en la Jefatura del coronel D. Filomeno Velazco,
siendo subjefe el teniente coronel D. Juan Bautista Molina, ofrecía, por primera vez, la
oportunidad de sistematizar el régimen reglamentario de la institución en sus tres órdenes:
a) reglamentación general; b) reglamentación orgánica básica; c) facultades diapositivas de
la Jefatura para el régimen interno y el cumplimiento de los servicios. O sea, mantener el
régimen reglamentario policial, a la nueva situación legal y fijarlo en normas de mayor o
menor estabilidad según su contenido. No se hizo así. Prescindiendo de lo propuesto en el
proyecto de 1939, se estableció un régimen reglamentario que no puede denominarse
sistema, en virtud del cual toda reglamentación, cualquiera fuera su naturaleza, si bien era
provista por la Jefatura, debía recabar aprobación del Poder Ejecutivo. (Así lo disponía el
Art. 26, inc. h de dicho Estatuto). Compárese con el proyecto de 1939, Art. 24, Inc. 8 y Art.
31, este último específicamente referido al sistema reglamentario y que fue omitido.
De todos modos la norma del Estatuto de 1944 hubiera permitido la sistematización de la
materia en unos pocos cuerpos reglamentarios. Pero su aplicación demostró que, al
redactarse el Estatuto, ya se había pesado en usar el método característico de las Fuerzas
Armadas y de las policías militarizadas. Se trata, como es sabido, del régimen de los
reglamentos parciales y autónomos, en cantidad indeterminada, cada uno de los cuales
lleva el rubro que supone el más apropiado a su contenido, y una sigla identificatoria. No
vamos a considerar aquellas razones técnicas que, en el orden militar hayan motivado el
abandono del método de las ordenanzas generales del viejo ejército español, por la de los
reglamentos del ejército alemán. Menos podemos juzgar de su eficacia, pues no tenemos la
versación necesaria para ello. La aplicación del método en la policía militarizada es, sin
embargo, discutible, pero la cuestión atañe a la técnica de la Policía. En cuanto se refiere a
la institución de sistema policial propiamente dicho, el método militar de los reglamentos es
manifiestamente extraño a su naturaleza, sus principios y sus técnicas, como lo demuestra
el hecho de que ninguna de las grandes policías de ese tipo lo haya adoptado.
Hemos insistido en señalar que las instituciones policiales obedecen a principios propios,
y que no pueden trasladarse a ellas los principios de otros sistemas, por análogos que
parezcan, pues responden a otras técnicas y persiguen otras finalidades. En un sistema que
se desenvuelve casi exclusivamente en el ámbito de las normas técnicas, puede admitirse
126
que la materia sea tratada por arma, especialidad, servicio, misiones, etc., reglamentada
específicamente y dispuesta en manuales autónomos. En el sistema policial los principios
son diferentes. La policía se desenvuelve en un ámbito normado, y el ámbito técnico esta
tan condicionado que en pocos y específicos aspectos puede admitirse cierta autonomía.
Hay órganos con competencias especializadas, como no puede menos que suceder en una
estructura jurisdiccional y funcional tan compleja, pero esos órganos están al servicio del
cumplimiento de una función que es general para toda la Institución. El ámbito funcional
general, que representa la unidad de la institución, debe ser ordenado con ese mismo
carácter en una “Ley de Policía” o un título principal de la misma. La reglamentación que se
refiere a ese ámbito funcional debe ser también, por esencia, general, y que no permite
fraccionamientos que contrarían la unidad institucional, dificultan la sistemática dogmática, la
didáctica, y ofrecen grandes inconvenientes en el manejo diario de los textos. En cuanto a la
materia específicamente orgánica, así como la ley debe establecer el ordenamiento básico
integral de la Institución, del mismo modo el reglamento que a esa materia se refiere, o sea,
el reglamento orgánico, debe integrarse con la máxima unidad posible dentro de la
diversidad de órganos y especialidades.
Ya nos hemos referido a la deficiente técnica del Estatuto de 1944, y en especial a su
régimen de anexos orgánicos. Pero el régimen de los reglamentos parcializados no es uno
de sus menores defectos porque ha tenido trascendencia hasta en la didáctica policial y en
la formación del personal.
Un efecto negativo grave del método fue el haber sometido íntegramente el régimen
reglamentario a la instancia aprobatoria del Poder Ejecutivo, sin distinciones sobre la
naturaleza de su contenido. Por consiguiente, desapareció la tradicional facultad dispositiva
de la Jefatura, que en un sistema reglamentario bien establecido es indispensable para
regular el régimen interno de los servicios y para muchos otros fines propios de la
conducción superior. Hay muchos ejemplos aleccionadores sobre las consecuencias de tal
anomalía, de cuya mención anecdótica debemos prescindir ahora. Una forma de facultad
dispositiva de la Jefatura se introdujo por el Art. 134 del Reglamento 2 sobre jurisdicción,
competencia, funciones, atribuciones y coordinación, que reglamento el art. 6, Inc. b) del
Estatuto de 1944. Este texto se refería a la facultad de dictar reglamentaciones para poner
en ejercicio disposiciones legales que se le refieran. Se declaró, entonces, como facultad de
la Policía Federal dictar las reglas de procedimientos necesarias para el ejercicio de las
funciones y facultades que el Reglamento prescribía. En virtud de ese texto, la orden del día
del 29 de marzo de 1917 aprobó cuatro anexos de dicho Reglamento 2, con disposiciones
sobre expedientes de exposiciones, sumarios de prevención, procedimientos varios, auxilio
de fuerza pública y cooperaciones. Por la misma vía se experimentaron después varias
modificaciones. Se abrió, así, un cambio para revivir las facultades dispositivas de la
Jefatura, aunque en materia muy concreta.
El decreto ley 333, del 14 de enero de 1958 (luego ley 14467) quizá recogiendo la
experiencia poco favorable de su precedente, lo reformó, pero sin llegar tampoco a
determinar un sistema reglamentario. Siempre con ubicación dentro de las atribuciones de la
Jefatura, y omitiendo los textos que hubieran sido necesarios para fijar el sistema
reglamentario, mencionó la facultad de proponer al Poder ejecutivo la reglamentación de la
ley y dictar la reglamentación de los servicios internos (Art. 18). El decreto ley 18.894/70,
Art. 20, reprodujo la norma, agregando el dictado de la organización de los servicios internos
a nivel de sección. Recordamos que la estructuración de los órganos quedó fijada en los
anexos de la ley.
127
El decreto 6580, del 30 de abril de 1958, aprobó los cuatro libros públicos y un libro
secreto de la Reglamentación de la Ley Orgánica. Es notable su heterogéneo contenido. El
Libro I, sobre jurisdicción y competencia, vendría a ser, aunque no por completo, el
Reglamento general, y reproduce disposiciones del anterior Reglamento 2. Lo que interesa
señalar aquí es que este nuevo régimen obedeció a principios distintos de los seguidos por
el presente estatuto. A juzgar por el contenido que se dio al decreto reglamentario, no es
materia del mismo la reglamentación orgánica interna, cuya significación institucional ya
conocemos. Además, no se caracteriza con claridad cuál es el ámbito de la facultad
dispositiva de la Jefatura. De hecho, salvo lo trasladado al decreto, siguió practicándose el
método de los reglamentos anteriores, a los que siguieron incorporando sucesivas reformas
y adiciones hasta formar un conjunto farrogoso y difícil de manejar. Últimamente, el decreto
3073, del 30 de diciembre de 1970, incorporó a esa Reglamentación un nuevo Libro, el VI,
sobre Organización de la Policía Federal (Orden del Día 30 de diciembre de 1970),
supliendo la laguna ya comentada. Ya sabemos que esta organización debe corregirse, y ya
se ha hecho en algunos aspectos por disposición de la Jefatura.
Para que lleguemos a gozar de un verdadero sistema reglamentario, establecido sobre
bases y doctrinas policiales, es necesario un cambio total, con derogación de las prácticas
introducidas desde 1944 a la fecha. Como modelo para ese cambio podrán servir los
proyectos de 1967 y 1969, que, en síntesis, proponían el siguiente sistema: 1) Un
“Reglamento General”, para la aplicación de las normas jurisdiccionales y funcionales y el
uso de las atribuciones y medios de ejercicio, establecidas por la Ley Orgánica o la Ley de
Jurisdicción, Función y Atribuciones; 2) Un “Reglamento Orgánico”, para la aplicación de las
normas de estructuración orgánica: 3) Disposiciones, dictadas por el jefe de la Policía
Federal, para reglamentar el régimen interno de los servicios e impartir directivas e
instrucciones que sean necesarias para el mejor cumplimiento de la función y el desempeño
del personal. El estatuto del personal (ingreso, promociones, egreso, régimen disciplinario,
retiro, etc.) sería objeto de una ley especial (también proyectada) y un reglamento propio, el
“Reglamento del Personal”. Los reglamentos y sus reformas, serían propuestos al Poder
Ejecutivo por la Jefatura.
Bibliografía
1. E. FENTANES, “Tratado de ciencia de la policía”, Bs. As., Editorial Policial, 1972, t. I, Nos.
2 y 3, pág. 19
2. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, para el proyecto de 1967, Nro. 52, punto 1
3. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto de 1967, Nro 53, punto 2.
4. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto de 1967, Nro. 52 punto 3; DIVISION
DELEGACIONES DE COORDINACIÓN FEDERAL, Misión, organización y funcionamiento,
Informe 1970.
5. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto de 1967 Nro. 53 puntos 1,2,3 y 4.
6. E. FENTANES, “Exposición de Motivos” proyecto de 1967, Nro. 54
7. E. FENTANES, “Exposición de Motivos”, proyecto de 1967, Nro. 61.
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ÍNDICE DE CONTENIDO
CAPÍTULO VI .......................................................................................................................68
1. La materia de seguridad de Estado. Antecedentes históricos y dogmáticos ..............68
2. La seguridad de las personas y cosas de la nación. La custodia presidencial. ..........71
3. Fuerza pública ...........................................................................................................74
Atribuciones ..................................................................................................................74
Estatuto legal del uso de la fuerza .................................................................................75
Fuerzas de seguridad. Mandos naturales ......................................................................77
4. Los medios de ejercicio: reglamentaciones, identificación, calificación de malvivientes
79
Reglamentaciones.........................................................................................................80
Identificación .................................................................................................................80
Calificación de malvivientes ..........................................................................................82
Bibliografía ........................................................................................................................82
CAPÍTULO VII ......................................................................................................................83
1. La materia de policía judicial. Modalidades de ejercicio. La prevención especial del
delito. La investigación criminal. Descubrimiento y detención de autores y partícipes.
Archivo de identificación y antecedentes. Actuación sumarial...........................................83
La prevención especial del delito...................................................................................87
La investigación criminal ...............................................................................................89
Descubrimiento y detención de autores y partícipes ......................................................95
Archivo de identificación y antecedentes .......................................................................97
La actuación sumarial o comprobación legal en la etapa policial de procedimiento .......98
2. La coordinación interna e internacional....................................................................100
Bibliografía ......................................................................................................................101
CAPÍTULO VIII ...................................................................................................................102
1. La dogmática orgánica interna. Principios específicos orgánicos .............................102
2. El principio de inmediación ........................................................................................103
3. El principio del nivel direccional ...............................................................................105
4. El principio de autonomía y responsabilidad del funcionario ....................................106
5. El sistema direccional. La gestión funcional. La política institucional. La dirección
técnica, profesional y administrativa. La estructuración orgánica ....................................114
La gestión funcional ....................................................................................................115
La política institucional ................................................................................................116
La dirección técnica, profesional y administrativa ........................................................117
La coordinación de los órganos direccionales .............................................................121
La estructuración orgánica ..........................................................................................121
6. Principios de la evolución orgánica .............................................................................122
7. El sistema reglamentario.............................................................................................123
Bibliografía ......................................................................................................................127