Salvador Ortiz Vidales-Guillermo Prieto y Su Época

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DON GUILLERIVIO PRIETO Y su- EPOCA


Propiedad del Editor.

Printed in· Mexico.


SALVADOR ORTIZ VIDALES

DON GUII_JLERMO Pl\IETO


Y SU EPOCA
(Estudio costu1nbrista e histórico del siglo XIX)

EDICIONES¡BOTAS
M E X I C O, 1 9 3 9
OBRAS DEL .AU'fOR

Oro y Hierro. (Poemas.) (Agotada.)

La Arriería en J,,1 éxico. ( Estudio folklórico, costumbris­


ta e histórico.) (Agotada.)

Vidas Pintorescas. (lV1emoriJs de un hombre inverosí­


mil.) Novela.
ESTUDIO PRELIMINAR
LA EPOCA

No se ha insistido todavía lo suficiente en el estudio


costumbrista de Nléxico. Nuestros escritores han desde­
ñado este trabajo previo de investigación erudita, urgidos,
acaso demasiado, por el espíritu creador que busca en sí
mismo su razón de ser y material estético. Pero si esta
actitud es meritoria desde muchos aspectos, no lo es me­
nos la interpretación crítica, mediante la cual las obras
se renuevan y se tornan actuales. Claro que tal tarea no
es la más brillante para un escritor; pero ya es mucho
comprender, o por lo menos tratar de comprender a espí­
ritus de otras épocas.
No hay seguramente entre nuestros poetas ninguno
más popular como don Guillermo Prieto, ni que con más
hondura haya logrado penetrar en el alma del pueblo,
bien que, no siempre de modo afortunado, pues su obra,
como casi toda la de sus contemporáneos, hubo de pecar,
las más de las veces, de superficialidad, debido tal vez a
un exceso de producción.
Pero si la obra literaria de don Guillermo Prieto,
en puridad estética deja seguramente mucho que de­
sear, no sucede lo mismo respecto a sus "Memorias",
libro admirable por su fuerte realismo y su espontanei­
dad, y por ser, sobre todo, un documento humano de
vital importancia para la comprensión integral de uno
de los · períodos más complejos, pero indudablemente
más fecundos de la vida de México.
Abundan en esta época los hombres decididos y au:­
daces, que se plantan frente a frente del cao_s, dispuestos
a forjar una patria, sin otra fuerza acaso que su volun­
tad omnímoda y su impulso creador irresistible. No era

1
lQ S.-\LV.'\DOR ORTIZ VIDALES

don Guillermo, ciertamente, uno de estos políticos audaces.


Su patriotismo, con ser tan relevante, €staba fuertemente
minado por el escepticismo, no exento de una suave iro­
nía, en lo que se refiere a la implantación, en su más
pura esencia, ele un sistema democrático en Nléxico, y
mientras tomaba sus elatos estadísticos para una futura
economía política, en la que sí creía, dejaba a sus amí­
gos la tarea de forjar el porvenir glorioso de la patria, a
base del "Contrato Social" de Juan J acobo.
Los biógrafos y críticos que en la época de don Gui­
llermo Prieto exaltaron ele manera indecible su fervor
democrático, al extremo de compararlo casi con un héroe
de Homero, denotan una incomprensión crasa, cuando
no un servilismo ruin que acaso perseguía, como único
objetivo, la granjería o el favor del político influyente.
Fué don Guillermo Prieto,: por el contrario, un espí­
ritu dúctil que se amoldaba a las circunstancias y tr�ta­
ba de obrar conforme al medio, a trueque de falsear los
principios democráticos, nobles y bellos en la teoría; mas
desgraciadamente irrealizables, al menos por entonces.
Pues don Guillermo Prieto amaba d. su patria, no
en lo que podría ser, sino en lo que ya era. Y esto que
para otros puede ser un defecto, para mí no es sino una
cualidad.
Vivimos siempre con los ojos puestos en el futuro y
nos olvidamos de lo que s0111os, a cuenta de lo que po­
dremos ser. Y si este afán nuestro de perfección, si este
arquetipo perennemente perseguido es conveniente, desde
el punto de vista de nuestra evolución de pueblo joven,
no es menos necesario mirar de vez en cuando en torno
de nosotros, para ver lo que somos en realidad, lo que
hemos sido, y comprender mejor lo que podremos ser. Y
es en este sentido en el que la figura de don Guillermo
Prieto me parece en grado sumo digna ele atención; pues
fué él, entre sus contemporáneos, caballeros andantes de
la idea, nobles espíritus encendidos de amor hacia la
patria, que quisieron ver grande y respetada, el único
en lan alta ascensión, que pone las plantas sobre el sue­
lo y obedece a la ley de gravedad. De esta época, aca­
so la más grande de nuestra historia por ser como el
\

...
DON GUlLLERi\10 l 1 RIÉTO Y SU EPOCA il

primer latido de la patria que surge al fin del caos,


dispuesta a constituirse en una nación libre, no cono­
cemos sino el concepto de ¡lrquetipo que de sus hombres
nos ha dado la historia; nunca la realidad vivida en
que estos grandes hombres se forjaron, ni el porqué
de sus grandes victorias, ni el porqué de sus grandes
fracasos. Y es don Guillermo Prieto con su sinceridad, con
su espíritu ingenuo para ver a la vida, el único que nos
va a presentar este tapiz por el revés, no ya con el gesto
engolado y teatral de la actitud heroica y de alto cotur­
no, sino en su aspecto más humilde y humano. No es
César únicamente César, llevando a feliz término la
unidad del Imperio Romano; es también César escri­
biendo un tratado de Gramática, para entretener sus ocios
en campaña. Como no es Napoleón únicamente, arreba­
tando de las manos del Papa la corona del mundo, para
colocarla él mismo sobre sus sienes, sino es también Na­
poleón, escribiendo, en la campaña de Rusia, un minu­
cioso reglamento para la Comedia Francesa. Y es más:
estos nimios detalles que a veces abstraen la atención de
los grandes hombres, nos los presentan con más verdad
acaso, que en sus gestos heroicos. Pues el político es,
ante todo, humano y aun "demasiado humano". Toda su
fu�rza está en ser esencialmente telúrico, y en hundir
como el árbol sus raíces siempre bajo la tierra, sólo que,
y sirviéndome todavía más del símil, a semej'anza del ár­
bol también, debe bañar su fronda en el azul, que es,
en cierta manera, como otro enraizamiento hacia un
plano elevado.
Hay en los grandes políticos, como en los grandes
poetas, no sé qué de espíritu· infantil que les hace con­
templar la vida como un campo de juego, con la dife­
rencia de que al político le precisa determinarse para
f pensar, y el poeta piensa para determinarse. Una vida
es acción; la otra contemplación. Una obra, conforme a
las circunstancias; la otra, conforme a su verdad inte­
rior. Sin embargo, tratemos de quitar al polítjc;::o esta
superfluidad, este desinterés dé juego por lá fneria y por
el poderío que es, si bien se ve, energía y potencia vital
que vive del exterior y para lo exterior, y la fuerza te-
12 SALVADOR ORTIZ VIDALES

!úrica se habrá transformado en fuerza demoníaca. Pues


de esta manera el político no verá sino una razón per­
sonal, y no se sentirá como parte o encarnación de un
todo; ni sentirá su grandeza, como la grandeza de la
patria, sino por el contrario, su poderío, su fuerza, será
sólo la facultad omnímoda de disponer sobre vidas y ha­
ciendas, y su única grandeza, medrar a costa de la mi­
seria y el infortunio de los otros. En nuestra América,
y sobre todo en lViéxico, ha existido más de una vez
esta clase de hombres. La historia ha lanzado contra ellos
su terrible anatema. Pero si bien se ve, son tan irresponsa­
bles como el león, cuya naturaleza •misma consiste en de­
vorar su presa, o como el reptil, que es fuerza se arrastre
por el suelo, sin que podamos, por cierto, ni condenar
al león por su fiereza, ni a la serpiente porque no tiene
alas. Más que entidades individuales, estos hombres son
seres nacidos del medip y para el medio. Podremos se­
guramente condenarlos, pero la condenación tendrá que
caer por la fuerza sobre nosotros mismos. Lo único que
es posible esperar, es que estos hombres telúricos, estos
hombres sumergidos tan hondamente en el mundo abi­
sal, sean lo mismo que una sensible antena para las
excitaciones del mund9 exterior, y que, al igual que Cé­
sar, si aman la fuerza y el poder, se sientan al mismo
tiempo todo un mundo. Pues si César persiguió la gran­
deza, fué sólo en su carácter de Emperador de Roma,
y si Napoleón ambicionaba la conquista del mundo, era
adorando a Francia. Y es que las naturalezas primiti­
vas y fuertes no pueden confinarse en el círculo estrecho
de una personalidad ruin y mezquina. Viven de lo exte­
rior y para lo exterior, y 'es fuerza por su naturaleza
misma que se sientan una nación, un mundo. Creer que
César persiguió la grandeza de Roma para vivir en la
disipación, el lujo y el boato, es un absurdo. César fué
grande en el triunfo y en la derrota, de la misma mane­
ra que Napoleón fué grande, poniéndose en las sienes la
corona del- mundo, -Y. luego, proscripto en Santa Elena,
dictando su enorme testamento, que es tomado -por mu­
chos como una - profecía de lo que podrá ser alguna vez
la confederación de todas las naciones de Europa.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 13

Ahora bien: no basta la historia para darnos una


visión completa de la vida de un pueblo, sobre todo,
tratándose de una época de transición, como la que se
sucede en nuestra patria, inmediatamente después de con­
sumada la Independencia. El historiador, por su carác­
ter mismo, tiene que colocarse en un plano ideológico,
y desde allí juzgar los acontecimientos, ya en razón de
la ética o bien del progreso y de la evolución. Pero este
sistema, único seguramente viable para el historiador,
y sin el cual se perdería en la multiplicidad de los hechos,
sin obtener la visión de conjunto, no es, sin embargo,
todo. Más acá del principio moral o de la idea arqueti­
po, se encuentra el mundo confuso de bs emociones.
Y es este medio ambiente, es esta realidad fuerte­
mente vivida, la que se nos presenta en las "Memorias"
de don Guillermo Prieto, en toda su verdad dolorosa. A
través de sus páginas vemos pasar como en una película
cinematográfica, seres y cosas que no serán ya más;
pero que, sin embargo, evocan en nosotros remembran­
zas tardías de gentes y lugares más o�menos idénticos a
los que vió el poeta, y que sólo esperaban, para surgir
de nuestro subconsciente, el conjuro de la palabra má­
gica. Y entonces comprendemos que ese mundo antañón
y decrépito que suponíamos muerto irrepara:blemen­
t-e, aun tiene muchos puntos de contacto con nuestro
mundo actual. Y si del plano meramente emotivo, pa­
samos al más grave de los principios y de la ideología,
vemos que los conformistas y los no conformistas de
antaño, es decir, los conservadores y .los liberales, siguen
siendo los mismos.
Los que lo tienen todo y ven con natural reserva
las ideas nuevas y las renovaciones, en donde piensan,
llevan la de perder; nunca la de ganar. Y los que, te­
niendo sól<;:> escasos recursos, arriesgan lo poco por lo
mucho. Claro que estas dos actitudes, que no son por
cierto privativas de México, sino de todo pueblo que es­
tá por constituirse, aparecían entonces con caracteres
más vigorosamente definidos que ahora. Era aquello la
vida casi funambulesca y de · improvisación que vivió
la -Nación Mexicana en las postrimerías de la Colonia,· y
14 SALVADOR ORTIZ VIDA.LES

que tan admirablemente nos describe "El Pensador" en


"El Periquillo Sarniento". Sólo que, lo que en la novela
fué comedia o sainete, se iba a convertir en tragedia, y
el mundo que Fernández de Lizardi vivió con la imagi­
nación, se iba a trasladar en el primer vagido de nues­
tra nacionalidad independiente, al mundo de la realidad
más cruenta y dolorosa.
Forman casi legión los personajes trágico-grotescos
que llenan esta época: pero merece una particular
mención, siquiera sea po¡· razón cronológica y en cali­
dad de rango, don Agustín de lturbide. Ningún persona­
je presenta, como éste, un conjunto más abigarrado y
grotesco, ni se muestra más ávido de explotar todas las
circunstancias de su vida en favor de su ambición y de
un interés personalísimo. Y as1 vemos que, en tiempos
de la Colonia, cuando ésta aparece fuertemente consti­
tuida, don Agustín se muestra el más entusiasta españolis­
ta, y es entre· los jefes del realismo el que con más cruel­
dad se ensaña contra los insurgentes. Y cuando el viejo
absolutismo vacila en sus cimientos, el flamante realista
no tiene empacho en pasarse del lado de los que comba­
tía, y aprovechándose de la situación privilegiada que
le da su traición, se convierte en el árbitro de los desti­
nos de Nléxico; se juzga ridículamente un émulo de Na­
poleón Bonaparte: provoca un motín en qúe se hace pro­
clamar emperador, y acaba por destruir al Congreso, la
única representación genuinamente popular, creando con
su pésimo ejemplo la era de las revoluciones.
Fué también un lamentable error de I turbide creer
en el continuismo, o sea el gobierno de las oligarquías
aristocráticas sobre toda la masa del país. México no ha­
bía hecho ciertamente la Guerra de Independencia, sólo
para cambiar de hombres, sino para cambiar de formas
de gobierno. Repetir los mismos procedimientos de la Co­
lonia, era pues, un absurdo. Y esta actitud, por una reac­
ción inevitable, tenía que hacer surgir al partido con­
trario, o sea a los liberales o a los no conformistas.
Desd<i entonces h; Nación Mexicana quedó dividida
en dos bandos: los que querían el gobierno patriarcal de la
Colonia y los que pretendían el gobierno de todos para to-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 15

dos. Entre los primeros se encontraban los ricos y, sobre


todo, el clero que no quería perder nada de sus pr�l?en­
das. Y entre los segundos, los hombres de principios o los
intelectuales, grandemente influenciados por el racionalis­
mo de la época, que querían resoh·erlo todo a priori,
mediante fórmulas algebraicas o principios abstractos de
derecho que no tenían nada que ver con nuestro medio
ambiente. I\ilas, entre los últimos, existían algunos espíri­
tus más perspicaces o menos soñadores que, compren­
diendo el absurdo que significaba para 1\iléxico tratar de
implantar desde luego un gobierno esencialmente liberal
y democrático, adoptaban las teorías del "Contrato So­
cial" de Juan J acobo, y todos los sistemas novísimos
sobre la Democracia, no a modo de un oráculo, como
tanto se ha dicho, sino más bien como una bandera en
contra deÍ conservadurismo. Pues no podía escapar a
aquellos hombres, entre los que se encontraban talentos
meritísimos, que el liberalismo únicamente llevado a sus
mayores extremos, era capaz de minar el poder tempo­
ral de la Iglesia que poseía la mitad de la riqueza
pública de México. Cosa que conceptuaban . muchos,
y entre ellos don Ignacio Ramírez, como una inmen­
sa rémora en la marcha de la nación novísima, hacia
el progreso y civilización.
Y esta lucha había de ser tanto más sangrienta y
enconada, en cuanto ambos partidos se jugaban en ella
no únicamente su predominancia, sino también la vida.
Ambos comprendían que su actitud debía de ser la del
radicalismo, llevado hasta el último extremo. Y así, na­
da tiene de extraño que los conservadores pusieran en
juego, sin reparar en medios. el poder formidable que
les daba el dinero y el dominio casi absoluto que tenían
en la conciencia pública, y que los liberales se mostra­
ran del todo iconoclastas, y actuaran en el terreno de la
más completa demagogia. Y si los conservadores tenían
'
sólo los ojos puestos en el pasado, y mostraban un com­
pleto hermetismo para toda reforma, los liberales, por l
1
i
su parte, negaban la influencia de la historia y de la
tradición. Claro que· estas dos actitudes, el conservadu­
rismo y la idea del progreso, tan esenciales en toda so- 1
1
1

1
16 SALVADOR ORTIZ V!DALES

ciedad, llevadas en este caso hasta el último extremo,


parecían sencillamente absurdas. Pero si ambos bandos
eran inconsecuentes, no cabe duda que la actitud de los
conservadores era la más ilógica, toda vez que su her­
metismo y su absoluta incomprensión para las ideas nue­
vas constituía la mayor negación de la naturaleza mis­
ma de los pueblos, en lo que se refiere a la evolución y
al progreso. Los liberales, pues, aparecían en este caso
más consecuentes, y más de acuerdo con el sentido his­
tórico, aun concediendo la imposibilidad de implantar en
el medio raquítico y enteco del México de entonces _. las
instituciones democráticas.
Pues no es el medio y la naturaleza de los pueblos,
como quieren algunos sociólogos románticos, los únicos
determinantes para crear una Constitución. ya que la
ley no debe ser sólo complacencia con las tradiciones y •
costumbres de un país, sean éstas las que fueren_. con
todas sus taras y todos sus prejuicios, sino más bien
un principio reactivo, un guía que señale un camino.
Pues si los pueblos hacen a las leyes, también las
leyes hacen a los pueblos. Y en México, donde no exis­
tía propiamente cohesión de ningún género, la ley es­
taba destinada a crear esta cohesión, y no precisamente
por las antiguas fórmulas coloniales, que consistían en
el gobierno de las oligarquías, sino por el sistema liberal y
democrático, que es, en principio al menos, el gobier­
no del pueblo y para el pueblo.
Sólo que para construir, es preciso destruir, y la pa­
tria tuvo al fin que sangrar por todos sus costados, entre
el conservadurismo hermético de los unos, y la impacien­
cia perenne de los otros. Las Constituciones y los gober­
nantes se sucedieron interminablemente, como en una
constante pesadilla. Los pretextos eran innumerables;
pero las causas eran siempre las mismas. Por una parte,
la tendencia de los conservadores al gobierno absoluto
con todas sus reminiscencias coloniales, y que ouscaban el
apoyo en las armas y el poder de Ia ·Iglesia. Por otra,
el liberalismo que aspiraba a la Democracia, y trataba de
abolir para siempre el gobierno de las oligarquías o
de las minorías aristocráticas que durante la época de

l..i.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 17

ia .-Colonia vivieron en constante div0rcio con· -la :masa


del pueblo. Los conformistas que a trueque de conservar
la paz y la tranquilidad, o inspirados tan sólo en un
mezquino egoísmo, trataban de detener indefinidamente
la marcha inevitable de la historia. Y los liberales que,
poseídos ele un impulso creador irresistible y llenos de
un gran sentido histórico, querían hacer de México un
país integral, a pesar del derramamiento de sangre y de
mil sacrificios.
Cierto que entre el antagonismo de estos dos parti­
dos existía un grupo de hombres a quienes se denomina­
ba moderados; pero que no eran en el fondo sino espí-:­
ritus timoratos de esos que encienden una vela al santo
y otra al diablo, y que, según las circunstancias, lo mtsmo
se encontraban de parte de los liberales, que de los 'con­
servadores. Pues incapaces por sus ideas religiosas de ir
hasta el extremismo con los liberales, estaban convenci­
dos de que la Iglesia, apartándose de su misión espiritual
y asumiendo el Gobierno, iría indefectiblemente hacia el
fracaso. Pero siendo el partido moderado únicamente un
tercero en discordia, y no teniendo bandera que empu­
ñar, carecía de significación y era sólo una rémora para
f
los liberales y los conservadores, ya que inclinándose
siempre del lado del más débil, amenguaba los triunfos
ele uno y otro partido. Mas apenas los liberales y los
conservadores adoptaron actitudes enérgicas e irrecon­
ciliables, el partido moderado no pudo ya existir, y
algunos de sus miembros, entre los más connotados,
pasaron al partido liberal por convicción, o bien por
patriotismo ya que, en épocas aciagas de intervención
el liberalismo representó siempre la integridad nacional
Otros, en un escaso número, pasaron a las filas de los
conservadores. Y los restantes se limitaron a adoptar
una actitud neutral y a lamentarse de la situación pre­
caria y dolorosa del país.
Ahora bien: la desaparición del partido moderado.
facilitó en gran parte el triunfo de la Constitución de
57 y de las Leyes de Reforma que son, como todos sa- .,
hemos, el complemento de la acción liberal. Pues dentro
de los principios mismos de la Constitución, el Clero se
Don Guillermo Prieto.-2

(\ i
)
' 1
18 SALVADOR ORTIZ VIDA.LES

encontraba escudado, y el elemento moderado, pesando


grandemente en favor de los conservadores, hubiera de­
bilitado mucho las ideas progresistas de los liberales, que
habían hecho triunfar a la Constitución en la conciencia
pública. Primero, por el federalismo que, á pesar de sus
muchos defectos, como el del cacicazgo, creaba por lo
menos la unión integral de los Estados de la República,
dejándolos vivir de sus propios recursos. Y segundo,
por su primer capítulo, en el que establecía los derechos
del hombre que, por su claridad, no podían menos que
imponerse a todas las conciencias. Pues aunque muchas
veces los derechos del hombre fueran violados por las
autoridades, el pueblo no veía en esto sino el abuso, y
seguía plenamente convencido de la bondad y de la jus­
ticia de la ley. Desde este momento, las revoluciones ya
no se harían en pro de una ley o de otra, sino empu­
ñando a modo de bandera esta Constitución siempre
incumplida que, como es natural, no se reducía sólo a
establecer los derechos del hombre, sino otros muchos
preceptos formulados a priori y a base sólo de principios
abstractos, lógicos en la teoría, mas poco viables en la
práctica. Resultando con esto el caso paradójico de que
la Constitución, hecha para guardar los intereses de la
patria, resultara, sin embargo; el mayor escollo para ]os
gobernantes ya que, de sujetarse a ella, sabían que inde­
fectiblemente irían hacia el fracaso, y al violarla, no
ignoraban tampoco que provocaban una revolución.
No soy por cierto el indicado para hacer una crítica
de la Constitución de 57; pero, si como muchos afir­
man, es en grado sumo defectuosa, esto me confirma en
mi idea inicial de que los liberales conscientes la crea­
ron con el único fin de aniquilar al clero. Claro que
dentro de las restricciones que la época imponía. y te­
niendo en cuenta el plazo perentorio de tiempo, preñado
de inquietud, en que fué redactada. La obra realmente
demoledora de la Constitución, comienza con las Leyes
de Reforma en que se viola por la primera vez el dere­
cho de la propiedad, y se arrebata al Clero su riqueza.
1\1as fuera de esto, la propiedad sigue siendo inviolable
en lo que respecta a los latifundistas. ¿Comprendieron
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 19

nuestros reformadores _que el problema de I\rléxico era


sólo económico y consistía en el latifundismo, o sea en
e1 mal reparto de la propiedad de la tierra, que estaba
sólo en poder de unos cuantos, en tanto que el resto de
la nación se hallaba hundido en la miseria? Seguramen­
te sí; mas no todos se preocuparon con el mismo inte­
rés de este inmenso problema.
Ahora bien: fué don Guillermo Prieto, entre sus con­
temporáneos, el que mayor atención consagra al proble­
ma económico de l\'léxico. Su observación directa de la
,·ida, unida a un sentido práctico y al estudio de las
finanzas que, como Ministro de Hacienda en el Gobier­
no de don Benito J uárez, se viera en la necesidad de rea­
l izar, lo colocan en lugar preferente entre los economistas
de su tiempo, claro que sin superar ni al Dr. lv1ora ni
a otros distinguidos ecónomos.
Bien es cierto, también, que don Melchor Ocampo y
don Ignacio Ramírez comprendieron la vital importan­
cia del problema económico, e hicieron sobre el particu­
lar varios estudios perfectamente docmnentados; mas
nunca lo abordaron de manera tan franca y decidida
como don Guillermo Prieto. Don i\1elchor Ocampo era ele
un espíritu sagaz y observador, y en muchos respectos
se adelantaba a los hombres de su época, mas demasi�do
cerca del Presidente J uárez del que era uno de los más
ilustres consejeros, bien pronto tuvo que abandonar su
tarea inicial en materia económica, para dedicarse sólo
a la política militante. Así como también don Ignacio
R amí rez, cuyos múltiples conocimientos lo hacían fre­
cuentemente ocuparse de variados asuntos en los que
descollaba siempre de modo magistral.
En cambio, don Guillermo, mucho menos intelectual
y culto, pero con las plantas bien puestas sobre el suelo.
tomó como un verdadero apostolado el problema econó­
mico, que era, en su sentir, el punto de vital importan­
cia para la completa integración de Nléxico. Pues 110
creyendo en el triunfo de la Democracia, no creía tam­
poco que las instituciones. aun las más perfectas, basta­

il
1
rían a transformar el medio de miser"ia y de superstición
en que vivía el haz de nuestro pueblo, si antes no s<;>
20 SALVADOR ORTIZ VIDALES

. ejercía, desde el terreno práctico, una enérgica acción


educativa, mediante :el estudio y la aplicación de los pre­
. ceptos de la Economía Política.
En ningún país, dice, el estudio de que tratamos
puede ejercer mayor influencia. En la época Colonial,
"esclavizado el trabajo, inerte el capital y extendido co­
mo un pólipo inmenso, el privilegio sobre todos los ra­
mos de la producción", "se disfrutaba una existencia
artificial", "y nada se desenvolvía, fuera de la tutoría
del Gobierno, que era como el sostén y la rueda motriz
de toda la organización social".
"Esos esclavos, que no tenían más espectativa
de bien que la salvación eterna; esos tiranos que hacían de
la teología y la escolástica, instrumentos de mando; esa
aristocracia del dinero, ignorante y viciosa, compuesta
de eunucos del poder", dió por resultado que cuando la
Nación Mexicana se aprestara a vivir de la misma ma­
nera que los pueblos civilizados, se encontrara, de pron­
to, en medio de la mayor confusión.
Pues "sobre los miembros entumecidos del esclavo
-dice don Guillermo- querían que cayese el correaje
del soldado ciudadano: a los hombres de sacristía, ape­
gados a la Summa de Santo Tomás, se les ponía en '!as
manos a Rousseau y a Voltaire, y a los hombres que no
sabían ni la geografía de su país. se les quería amoldar
a las instituciones inglesas y americanas".
Hubo, pues, en los antiguos colonos, como un pe­
renne carnaval democrático, "en el que servía de policía
rencoroso el clero".
"Pero la fuerza de las ideas, más que la de los
hombres, conquistaba adeptos para la causa del progre­
·so. Y la extensión del territorio, y las mismas grandes
divisiones administrativas del Gobierno Colonial, abrían
cimientos sólidos a la federación.
"Los hombres ilustres promovían polémicas en que
la _exaltación del poder civil derrotaba la preponderancia
clerical; se ··revivían las doctrinas ele la esc�ela legalista
y se fijaba la aten�ión en la instrucción del pueblo, base
del programa de la bienhechora adm-inistración de 1833!'.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 21

Ese triunfo se debió a la incesante propaganda de


las doctrinas. económicas que hicieron el ·· Pensador Me­
xicano", Zavala, Quintana Roo, Santamaría y Roca-fuer­
te, y a los mismos escritos de Abad y Queipo que el
doctor lVlora adopta, "señalándoles en su plan de estudios
la alta distinción a que son acreedores".
Y aun la misma Constitución de 57, afirma don Gui­
llermo, no desconoció el factor económico, "y muchos
de sus artículos son remedio práctico a llagas invete­
radas que minaban la existencia del cuerpo social".
Sólo que, la misma exaltación de los principios, lle­
vados a la práctica en su forma más radical, como pasa­
ba desgraciadamente con todos los preceptos constitu­
cionales, hicieron ele tan sabios principios un nuevo pa­
lenque para la lucha entre ambos partidos, y cuando no
se les atacaba con denuedo, se les burlaba de la manera
más vergonzosa. Se proclamaba la libertad de trabajo,
y la tradición, con sus rémoras escolásticas, le ponía tra­
bas en todas partes. La libertad profesional era un mito,
y también la libertad de enseñanza, y los colegios "se­
guían trascendiendo a monasterio, con sus toques de cam­
pana, sus rayas y los cuidados de nodrizas y de empre­
sarios de hotel de los directores".
Se ansiaba, por una parte, la construcción de las
vías de ferrocarriles, y se sostenían las aduanas inte­
riores.
Se combatía la colonización extranjera como una
competencia para los nacionales, y se sostenían grandes
ejércitos que arrebataban los brazos a los campos y de­
jaban desiertos los talleres.
Se quería que el pueblo tuviera vida propia, "e in­
dependencia y dignidad el hombre, y no se le ofrecía si.no
do.. ,s medios de subsistencia: el .presupuesto y la revolu-
CIOn
,,
Se quería hacer independiente la producción de la
instrucción pública, y la Economía Política sostiene que
la instrucción es la "primera fuente de riqueza".
Se proyectaban sociedades de obreros, "que no eran
sino una variante de los antiguos gremios, y se contra­
decía a la Economía Política, en nombre del trabajo".
22 SALV.-\DOR ORTIZ VlDALES

Se entregab�n Jlgunos agiotist:is a operaciones com­


plicadas de bolsa, p:ir� enriquecerse, sacrificando al pue­
blo, v la Economía Po.lítica denunciaba a estos caballe­
ros de industria, en nombre ele la probidad del crédito.
Y en esta misma forma don Guillermo Prieto conti­
núa sefialando los defectos de su época, para concluir, al
fin, con que hay que implantar la Economía Po.lítica;
pues sólo sus preceptos pueden restituir los fueros de la
\·erdaciera libertad, y crear los principios morales, úni­
cos elementos que constituyen el alma de las naciones, y
sin los cuales, "las formas de gobierno son engaños
y monedas falsas, las palabras que indican adel::rnto y
bienestar del pueblo".
No entendía don Guillermo la riqueza en el sentido
de acumular el oro sobre el oro. "El positivismo de los
pueblos --dice- hizo considerar el oro y la plata como
b verdadera riqueza, como la riqueza por excelencia.
En vano desmentía la historia el abs�Irdo; en vano las
edades primitivas representaban al Oriente, rico, riquísi­
mo, sólo con sus perfumes y sus perlas, con su púrpura
y sus diamantes, y en vano la preponderancia griega
ostentaba, como único esplendor, las maravillas del ar­
te y de la ciencia. Sólo España aparecía insaciable en su
deseo de acumular riquezas, y ello explica los crímenes
de los conquistadores; su barbarie con los indios; la fie­
bre de empleos y distinciones que secan las fuentes del
trabai0 y la corrupción íntima de la administración, de
la religión, del foro, del comercio y de todo el cuerpo
social".
Mas esto que don Guillermo Prieto considera priva­
tivo de España, es un error en todas las naciones. Siem­
pre se ha confundido el medio con el fin, y la riqueza
que debía ser el bienestar de todos, se ha convertido
en la avaricia de unos, a costa de la miseria de los otros.
A destruir tan lamentable error se han consagrado todos
los socialistas, lo mismo los utópicos que los científicos.
Unos proponienJo la equitat!ya repartición de la rique­
za, por medio de la directa ingerencia del Estado en los
asuntos económicos, y otros tratando de armonizar las
dos fuerzas disímbolas, que �onstituyen el proletariado
DON GUlLLERl\10 PRIETO Y Sü EPOCA 23
; "':t.�/j\•�:•:: -;.'• ,:� . . . . .. : . �
· y el :-c-apit�1:··;:obusteciendo el espíritu civil de cooperati­
A

vismo, por medio de las instituciones democráticas y de


L: ·educación que da a todos y cada uno de los medios
necesarios para alcanzar su bienestar y mejoramiento.
De estos últimos era don Guillermo. "Capital -di­
ce- es el ahorro de la riqueza adquirida, para aplicarlo a
la producción futura; o en otros términos, la riqueza pro­
ductora".
El capital está representado, o por los instrumentos
de trabajo,. o por los frutos ele este trabajo, aptos para
producir nuevos valores". A la vez que por "el dinero,
d crédito, las finanzas y máquinas en lo privado y en
lo pú biico; los caminos y canales, los telégrafos, etc."
El obrero, para don Guillermo, constituye igualmen­
te un instrumento de trabajo, que necesita del desarr ollo
moral para su perfección, a la vez "que asociarse con el
sabio", para producir una labor más eficiente.
De aquí que insista en la educación del obrero, to­
mada ésta no tanto . en su valor intrínseco, sino como
factor indispensable del comercio y la industria. "Pues
a n1ayor eficacia en el obrero, se obtendrán los mejores
productos".
En cuanto a la codicia de los ricos en l'vléxico, es
tan grande, dice don Guillermo, que el hacendado que
cultiva el trigo, se hace al mismo tiempo molinero y
aun abre una panadería. El fabricante de mezcal se hace
socio del vinatero, y se pone él mismo al frente del nego­
cio, y esto mismo sucede en casi todos los ramos de pro­
ducción. De lo que resulta que el obrero en estas manos
ávidas, que han monopolizado la inteligencia y el capi­
tal, se convierte sólo en un instrumento servil y su con­
dición muchas veces se hace peor que la del esclavo.-
y "como las condiciones de competencia son tan des­
favorables, para los pocos que se emancipan de la
dependencia del propietario, sus industrias viven parási­
tas, sin raíces sólidas; se arrastran en un círculo mez­
quino
. ,,
y expiran al contacto de la vigorosa producción del
neo.
Además, como el ahorro no existe en México, debi­
l do a la falta de cuitura los pequeños industriales se ven
\1
l
1

1
(
.AL\'.-\DOR OR.TlZ \'!DALES

en la necesidad Je acudir a los agiotistas, y apenJs nace


un esfuerzo, "el buine de la usura se apresta pJ.ra de­
rorar sus entrañas''.
Pero es todavía m.'is terrible la condición del obrero,
y, sobre todo, del peonaje, que carece de tocia similitud
con el hombre, y más se asemeja a la fuerza motriz de
una máquina, o a una simple acémila; pues no tiene
derecho, ni puede reclamar participio en las cosas que
sólo pertencen a la "comunidad inteligente y bien dotada".
De aquí la degradación del campesino hasta el embru­
tecimiento, en ias épocas de paz, y su barbarie hasta el
s:.ilvajismo, ·'en las perturbaciones del orden y en l:.i
guerra de castas".
Don Guillermo Prieto atribuye estos males a la he­
rencia del gobierno español. Primero, por el estuJio pre­
ferente de materias poco :icomodadas a las "benéficas
aplicaciones sociales", tales como la teología y el foro.
Segundo, por la ignorancia en que se mantuvo al pue­
blo. Tercero, por las restricciones y el odio que se tuvo
para las naciones extranjeras con las que se nos inter­
ceptó la comunicación y el conocimiento. Y, finalmente,
por la "segregación de los hijos del país, en los negocios
públicos que, como era natural, estableció un completo
divorcio entre el Estado y la masa del pueblo. Pues, el
Gobierno, que con toda razón se suponía odiado, trataba
sólo de esquilmar al .país, mientras los naturales se subs­
traían por todos los medios a la acción gubernativa.
Son otros muchos los aspectos de l\lléxico que obser­
va don Guillermo en su obra de Economía. Política. lVlas
en la imposibilidad de asentarlos todos, y teniendo en
cuenta que esta ciencia ha sido 1nagistralmente tratada
en los últimos tiempos, juzgo que basta con este ligero
esbozo, para presentar a don Guillermo Prieto como un
adelantado en la ciencia económica. Por lo demás, aun­
que mi biografiado cita en alguna parte los elogios que
sus estudios económicos merecieron de Chevalier y Mo­
linari, no desconoce que él es, ante todo y sobre todo,
un poeta, y así lo manifiesta enfáticamente en una con­
ferencia sustentada en el Colegio de Abogados de l\llé-
DO� Glil LLERJ\1O PRIETO Y Sü EPOCA 23

XlCO r al hacer un resumen de sus lecciones de Economía


Política.
Dice así: ".i'\o una vez, señores, sino mil veces, ha
sel lado mis labios o negado autoridad a mi voz en las
arandes cuestiones sociales, el título de "poeta" con que
han querido personas benévolas galardonear mi afición
literaria".
"Aquel título se ha querido, por algunos, imprimir
en mi frente corno un estigma, y yo en momento tan
solemne lo acepto, y me sirvo de él como de un escudo,
sintiendo sólo no encontrar en el fondo de mi alma la
justificación de este dictado, porque al_ fin es una gloria,
y la gloria es una carta de naturaleza dondequierJ. que
el 1Jlento se manifiesta".
'· Prevalido, o mejor dicho, escudado en el inmere­
cido título a que acabo ele aludir, permítame el hono­
rable cuerpo que me concede el alto honor de dirigirle
l;i palabra, que le explique mi presencia en esta tribuna.
"Y o por un capricho de la fortuna tengo un amigo
de tal manera eminente en la ciencia, de tal modo pro­
fundo en sus observaciones, de tal modo feliz en sus
descubrimientos, que puede hacer un servicio al mundo
revelando la importancia de sus estudios tan desconoci­
dos corno trascendentales. Entre el desdén general de la
rechifla e.le que es objeto mi amigo, yo me persuado cada
vez más de su mérito, por sus confidencias a mí, por el
tino en la resolución de difíciles problemas, por la cla­
ridad con que halla soluciones fáciles ,donde otros se
pierden en intrincados enigmas" .
. . . "Ese humilde amigo soy yo, el ahijado querido
de mi corazón, es el estudio de la Economía Política.
"Ella tiene encerradas en sus manos las altas verda­
des que Jorman la felicidad de los pueblos; ella se acer­
ca a las naciones vencedoras, trayendo en sus labios
palpitantes el beso de la confraternidad de los hombres;
ella cura las heridas de los vencidos; ella hace del libre
carnbio, el evangelio de las armonías universa)es que
arraigan la paz en el universo; ella convierte el crédito
en la fuente de aguas vivas de la regeneración de la
humanidad; ella dilata y consolida la base del derecho
7

26 S.-\L \·.-\DOR URT I Z VI DALES

creando vínculos y estrechandola en consorcio amante


con la filosofía augusta; ellr1, para 1\léxico, mi patria,
crnonizJ su código sagrJdo y forma el apoteosis de la
libertad que debemos a sus pensadores, a sus mártires
y a sus héroes".
Después de tan brillante panegírico sobre la Econo­
mía Política, bien puede don Guillermo Prieto presentar­
.se sin temor ante nosotros; pues este exordio le merece
ya el mejor espaldarazo, para sumarse entre los pala­
dines actuales, ya científicos o ya líricos, de nuestro
socialismo, en unos radical y en otros cauteloso.
1

PRIMERA PARTE

\
LAS 1\1El\10RIAS

El 2 de agosto de 1886, es decir, poco menos que a


los setenta años, inicia don Guillermo Prieto sus "l\lle­
morias". Se halla, pues, muy al cabo de toda vanidad,
y próximo a cruzar el dintel de la vida. Algunos años
más, y este hombre, que lo fué todo, desde modesto em­
pleado de la Aduana con dieciséis pesos mensuales _.
hasta diputado en el Congreso Constituyente y l\llinistro
de Hacienda, habrá dejado de existí r. Sus "1\'lemorias"
son, pues, como su testamento. Exento de toda vanidad,
casi olvidado de todos sus amigos, escribe desde este
pueblecito blanco de Tacubaya, tan quieto y silencioso,
y sobre todo-y esto será para mi biografiado el prin­
cipal encanto- tan cerquita del l\llolino del Rey, en que
pasara casi toda su infancia.
Sus recuerdos aparecen confusos; son, dice, seme�
jantes a un cuadro roto, dividido en fragmentos, en que
se conjeturan mil variadas escenas, pero que es imposi­
ble definir con toda exactitud; o bien, como esos ma­
nuscritos que muestran "unas hojas intactas y otras
arrancadas". Mas don Guillermo no escribe sus "Memo­
rias" con la mirada puesta en la posteridad. Su nombre
de poeta, de escritor y político, él sabe bien que pasará
a la historia. No escribe tampoco para dilucidar puntos
bscuros, ni en contra de las lenguas viperinas, como a
os ochenta y cuatro años de su edad lo hiciera el bueno
ernal Díaz, sino por un interés personalísimo y por el
olo placer de recordar.
Pues no hay placer más grande para un viejo que
1 de recordar. La juventud· es acción, -es agresrVidad; es
n resorte tenso, dispuesto a dispaíarse siempre al más
30 SALVADOR üRTIZ VIDALES

leve impulso. La juventud se absorbe en la Naturaleza,


y vive del presente y lo circunstancial. En cambio, la
vejez es siempre perspectiva: la vida del pasado retor­
na en el recuerdo; mas vista desde este plano, los hom­
bres y las cosas se destacan y adquieren una nueva sig­
nificación. Y los sucesos que en el plano de la Yicla
vulgar y cotidiana, de pronto nos llenan de sorpresa,
vistos ante las amplias perspectivas del recuerdo se su­
ceden de una manera lógica. La vida no nos parece ya
como un fortuito acaso, en que hombres y cosas parecen
obedecer tan sólo a un destino ciego e implacable, sino
que todo adquiere un profundo sentido. Sabemos que
cada hombre y' cada acontecer son como el eslabón de
una inmensa cadena, y que nada es inútil, ni aun lo que
suponíamos menos interesante. Y lo que en el sucederse
cotidiano parecía caprichoso y era como la nota perdida
de un acorde que el oído no podía p�rcibir, ante la pers­
pectiva del recuerdo, vemos que es sólo como parte in­
tegrante
' .
de un todo, o complemento de una sinfonía
armomca.
Por eso las "lVlemorias" de don Guillermo Prieto
constituyen un documento humano de vital importan­
cia, para la mejor inteligencia de la época acaso más
caótica de la historia de l\'léxico. Pues al valor indiscu­
tible de testigo ocular y actor importantísimo de esta
enorme tragedia, reúne don Guillermo la circunstancia
nada despreciable, de haber escrito sus "Memorias" pre­
cisamente al cabo de la vida, cuando ya viejo y valetu.:
dinario pasaba por las c�lles de 1Vléxico, al igual que 'tm
fantasma, como sobreviviéndose a sí mismo.
Luis G. Urbina, que lo conoció, nos lo describe as_í:
'' Era un anciano alto, inclinado por los años, vestido
siempre de negro; amplia levita de volanderos faldones.
pantalón caído y como desfajado, chambergo, de an­
chas alas, y bajo el chambergo .. asomándose hasta semi­
cubrir las orejas y abrigar el pestorejo, la montera
ele dómine, que, cuando se libertaba de la carga del
chapeo, dejaba que su borla de hilo de seda jugase ca-.
prichosamente con el aire. El rostro, de amarillo marfil, .i
surcado, atravesado, acuchillado por las movibles líneas;
l

J
1¡1
DON GUILLERMO PRIETO Y SG EPOCA 31

de las arrugas incontables. La boca, grande e inquieta,


rodeada de un bigote y una barba intrincadísimos y de
blancura sucia. Los ojos pequeños, juguetones, aunque
de pupilas apagadas y párpados cansados, detrás de los es­
pejuelos de vari1Ias doradas. Todo el personaje delatabJ
a las claras descuido y desenfado. La ropa no había te­
nido tratos con el cepillo, ni la barba con el peine. La
camisa entablaba riña abierta con la corbata, y aquí y
allá, a lo lan2"0
...., del chaleco, los botones se habían <livor-
ciado de sus respectivos ojales. En la mano, huesosa y
percudida, una gruesa caña con puño de carey comple­
taba la figura. El viejo marchaba arrastrando penosa­
mente las plantas, mas con visibles señas de alegría en
el ademán y en el gesto. De pies a cabeza era aquel
hombre una sonrisa. Casi nunca se le veía solo. Alguien,
mozo o de edad madura, caminaba a su vera, del lado
opuesto al del bastón, para darle el brazo y servir de
accidental apoyo al risueño valetudinario. Con frecuen­
cia los muchachos voceadores de periódicos le seguían.
El mundo entero le saludabJ de idéntico modo:
"Adiós, maestro".
"Y él, sin fijar la atención, contestaba el saludo de
manera igual siempre:
"Adiós, hijo mío".
Y Rubén M. Cam.pos, que conoció también a don
Guillermo Prieto, dice:
"En la antigua librería de Abadiano, calle de las
Escalerillas, veíase toda vía al viejo "Fidel" ( don Guiller­
mo Prieto) en el verano de 1896. Llegaba cerca del
mediodía, o cerca de las cinco de la tarde, después de
haber dado su paseo diario por el 1\/{éxico viejo del Em­
pedradillo y Plateros; sentábase en una vieja poltrona
que Francisco y Eufemio Abadiano habían extraído de
algún convento abandonado, y sin pretexto ni anteceden­
te, daba cuerda a su imaginación y ·a su lengua, para
narrar vivos episodios de su farga y agitada vida".
i
1

Ahora bien: a pesar de estas llamaradas de entu­

l
siasmo, que durarían lo que la charla an1iga, cuando el 1
v1e30 poeta regresaba a su casa, friolento, arrebujado

¡,

L

32 SALVADOR ORTIZ \/!DALES

entre ·1os anchos pliegues de su capa española, ¿ no senti­


ría la honda desesperanza del que se siente terriblemente
solo y ha visto marcharse a todos los amigos, y tantas.
tantas cosas que le fueron afines? Es posible. I'v1as esto
duraría sólo un pequeño instante, y don Guillermo Prieto
tornaría de nuevo a sonreír, recordando que allá, en el
pequeño estudio de su sonriente y blanca Tacubaya, jun­
tamente con sus libros amados, sus únicos leales, verda­
deros amigos, tenía en un cajoncito un pequeño rimero
ele papeles que en las horas vacías de triste desencanto.
iba llenando lenta, muy Ient2.mente, con su letra apreta­
da. menudita y un poco incierta por el temblor senil.
Y esto, que para los indiferentes, acaso no era nada_.
sino renglones sobre el bianco papel, era, sin embargó,
para aquel viejecito que hiciera tantos versos, Lrntos
grandes discursos _. la obra más perdurable y más ,1111ad a,
acaso por ser la más exent-1 de retórica y de literatura.
Pues gracias a estas "l\1emorias", don Guillermo va aden­
tr[mdose más y E12.s en su alma, como un buzo ele su
propio interior, y va encontrando perlas, muchas perlas
de límpidos orientes. Y son estas "1\llemorias" para aquel
voluptuoso amador de la vida, para aquel hombre que
Jo fué todo; que lo saboreó todo, el mejor medio ele re­
vivir su vida y retocar los trazos defectuosos de su pro­
pio retrato, tan desvirtuado no sólo por el fácil elogio
de los comentaristas aduladores, sino por él mismo en
momentos teatrales y ele escenografía, en que es fuerza
que el político adopte maneras engoladas, para impo­
nerse ante las multitudes que no aciertan a mirar más
c;ue el gesto, nunca L1 última intención, la esencia del
espíritu.
Don Guillermo Ya a trazar, pues, y de hecho _ya ha
trazado en estas "M.emorias", s\1 más auténtico retra­
to: el gesto único, inconfudible, que sólo nos es dado
tener un bren:' instante, al dejar de existir, cuando todcs
los músculos que contrajo el dolor de la agonía se di­
latan por fin, y el rostro parece iluminado de una paz
inefable, como b que experimentan únicamente el· sabio
o el santo. desasidos de todo lo terreno.
I

Don Guillermo Prieto.-3


...
LA INFANCIA

Los recuerdos de mi nmez, dice don Guillermo Prie­


to, son "como esos apoteosis que a veces aparecen en las
comedias de magia". Muy hermosos, por cierto, pero que
no podríamos definir con toda exactitud. "Vergeles deli­
ciosos"; luz de alborada que hace palidecer a las estrellas;
"deidades reclinadas en nubes de oro y nácar, de gualda
y de topacio, y música en que el alma se arroba, y se de­
leita, desprendida de todo lo terreno".
Y tanto por ·razón cronológica, pues es fuerza que
empiecen las iVlemorias siempre en nuestra niñez, como
por una comprensible delectación del ánimo, en un hom­
bre cuyos miembros comienzan a sentir los primeros sín­
tomas del anquilosamiento, don Guillermo inicia sus "lvle­
morias" recordando los aiios de pujanza y plétora de
vida, y goza de sentirse aquel niiio "de una ligereza sal­
vaje en la pelota", o bien, cuando guardando un equili­
brio casi maravilloso, corría por el largo acueducto del
molino", raptando sus encantos al vuelo".
"De estas expediciones, casi etéreas, salía -nos dice-,
:uando no mal parado y contuso, con el "mameluco"
hecho jirones, un zapato extraviado y la cachucha sin
revés ni derecho, convertida en un harapo anónimo".
· ·Y recuerda · el rezo en la capilla, cuando su padre,
rbdeado de los peones, se arrodillaba delante del altar, e
imploraba· la clemencia del cielo, bien para conjurar la
nuhe·de gr_ani_zo que··seguida de espantosos truenos ame­
nazaba :con fdestruir los sembrados, o bien los terribles
estragos de ' a: sequía, ··cuando· los campos parecían calci­
úádos: bajo· él fuego del sol. Entonces," dice, eran las pro­
cesiones :po1:· ··n ilpas · y trigales. ·Los niños se· vestían de
í
36 SALVADOR ORTIZ VIDALES
blanco y llevaban en andas a la Virgen. Las muchachas,
con trajes de pastoras, tiraban flores en torno del ca­
mino, y el sacerdote, cubierto con una inmensa capa que
reverberaba de blanco y de oro, marchaba bajo palio,
cantando letanías, seguido por la gente del campo que
iba con velas encendidas e incensarios, que lanzaban al
viento blancas nubes de humo.

UN VIERNES DE DOLORES
Mas he aquí, que un recuerdo va a ensombrecer a
todos los demás. Lo fija don Guillermo con toda preci­
sión, el Viernes de Dolores de 1825. El poeta tenía sólo
siete años, y su abuelo, el señor don Pedro Prieto, siguien­
do una vieja costumbre, había mandado levantar un
altar a la Virgen. Había en él profusión de aguas de co­
lores; sembrados de tiestos porosos con trigo, "alegría"
y lenteja; banderitas de oro volador; sartas de jalaxó­
chitl y manojos de trébol. Había también gran diversi­
dad de flores; chícharos, amapolas, retamas, rosas, cla­
veles y jazmines. La alfombra estaba formada de polvo
de café, salvado, arena y hojas de flores de chichicastle.
El altar ostentaba gran profusión de velas encendidas.
Y había, finalmente, y esto sería sin duda lo más encan­
tador- y sugestivo, un grande repostero con ollones de
chía, de horchata, de tamarindo, timbirichi, etc. Todo
esto, naturalmente, debería ser servido con su correspon­
diente canela espolvoreada y en jícaras doradas. Sin em­
bargo, la_ nota más brillante de la fiesta era, ante todo y
sobre todo, el sermón, preparado por un padre dieguino,
y que don Guillermo, vestido de canónigo, debía recitar
sin faltar una coma, ante los circunstantes. Y sucede
que llega el momento terrible; la concurrencia es numero­
sísima, el acto solemne; se cantan los misterios con mú­
sica de orquesta y, a mayor abundamiento, oficia en el
rezo un alto personaje, nada menos que don Guadalupe
Victoria. Anúnciase el sermón; los fieles se persignan
y el orador empieza con aquello de "Stabat juxta �ru-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 37

cem J esus mater ejus". No es asombro sino embriaguez,


rayando en el paroxismo, lo que produce en el auditorio
el pequeño Bossuet. l\1as el orador se confunde; tarta­
mudea; alguien quiere alentarlo; otro ríe. Y al fin el
chico no puede más; prorrumpe en un amargo llanto y se
baja del púlpito, entre los regaños y enojos de unos y
lá burla y rechifla de los otros. "De esta terrible derrota
-dice don Guillermo- nace mi poca vanidad oratoria".
Pero si don Guillermo Prieto fracasó como orador
sagrado, tuvo: en cambio, gran éxito en calidad de men­
tor, entre los que dirigían el pequeño mundo de la fa­
rándula, o sea de los titiriteros, a los que profesaba una
gran amistad.
LOS TITERES
Las representaciones de títeres tenían· el privilegio
de endiosarlo y sacarlo de quicio.
"Todos aquellos personajes -dice- constituían
para mí, seres reales, amistades entrañables, y por ellos
me hu b1era sacrificado gustoso". Eran éstos: el Negrito,
enamorado y batallador, que terminaba a puntapiés en
todas las escenas; Don Folías, que prolongaba a discre­
ción el cuello y la nariz, con gran asombro de los niños;
Iv1ariquita, la amada del Negrito, mas ¡ay! demasia­
do dulce con el pr◊jimo, y además, bailadora y gazmoña;
Juan Panadero, que tenía ciertas inconveniencias con el
público, y finalmente, los coristas, que delante del guar­
dián se mostraban "santurrones y rezadores", y "pícaros
y tremendos de desvergüenza" en ausencia de éste.
Los sábados en la tarde era el convite. Los niños
más peripuestos y elegantes del barrio paseaban a los
personajes de la farándula, suspendidos de lujosos bas­
tones. Los seguía en su marcha triunfal una comitiva de
histriones y una banda de música.
Uno de estos sábados, don Guillermo, a fuer de pri­
mado y personaje influyente en el ilustre gremio de los
titiriteros, hubo de ocupar un relevante puesto en el con­
vite.
38 SALVADOR ORTIZ VIDALES
Caballeros, señoritas y niños, se agolpaban en los
balcones, al "ruido de la música" y en la calle la gente
formaba gruesa valla, a la orilla de la banqueta. En el
primer término de la flamante comitiva marchaba mi
biografiado.
Mas he aquí, que de pronto, desde un balcón, es sor­
prendido por sus padres, que mandan a unos criados pa­
ra que despojen al niño de su brillante representación.
"Yo solté llorando los títeres -dice-, marcando
así mi pnmera derrota corno hombre público".

LA ESCUELA
Entre estos recuerdos de la infancia, anota don Gui­
llermo las pintorescas idas a ]a escuela.
Cuando ahora, gracias al tranvía eléctrico o al auto­
móvil, nos transportamos de una Delegación a otra, con
gran comodidad y en un espacio reducido de tiempo, nos
cuesta trabajo imaginar lo que serían estas mismas dis­
tancias, recorridas a lomo de caballo.
Era necesario que los estudiantes que vivían en el
Molino del Rey o Tacubaya, se levantaran demasiado
temprano para llegar a México, a la hora oportuna de
clase.
Estas correrías se hacían en numerosos grupos, con
la correspondiente caravana de los mozos de estribo. Cons­
tituían estas excursiones un gran esparcimiento para los
estudiantes, ademas de un previo adiestramiento del
músculo. Pues aquellos muchachos no se limitaban cier­
tamente a ir al paso lento de las cabalgaduras, sino que
saltaban zanjas, "coleaban :los· caballos", prganizaban
circo en medio de las calzadas, lazaban, corrían y atro­
pellaban a rnás de un transeúnte, causando la natural
desesperación de los criados y sufriendo, además, muy fre­
cuentes caídas. "Yo fuí -dice don Guillermo- un su­
bresaliente jinete, y tengo en mi cuerpo ócatrices que
recuerdan mis travesuras".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 39

La escuela a que asistía don Guillermo, estaba situa­


da en la 2'·' calle del Puente de la Aduana número 14,
y la dirigía don l\tlanuel Calderón Samohano. "Era éste
alto y robusto, casi totalmente calvo, lo que lo obligaba
a usar una gorrilla negra de terciopelo. En su nariz, ro­
ma y atestada de polvo colorado, cabalgaban una gafas
con anillos de plata. La boca era pequeña y expresiva.
Vestía un largo le\'.itón y llevaba al hombro un palia­
cate del que se servía. En su mano derecha se veía in­
defectiblemente la disciplina, y en la siniestra una uña
de plomo que empleaba para tajar las plumas de :i.ve".
Don Manuel, aunque con parsimonia, no escaseaba
por cierto los azotes; pero sin llevar nunca ia crueldad al
estado y punto ignominioso de bajar previamente las ro­
pas del muchacho, como lo hacían otros profesores de la
época. Cosa que, por otra parte, agradecían como una
atención los padres del niño; pues decían que la ropa no
se remendaba �ola, mientras que la piel sí. No obstante,
don l\ilanuel, a pesar de pagar el tributo de barbarie a
su época, mediante los azotes, era seguramente "rara
avis" entre el gremio magisterial de sus contemporá­
neos, por su comprensión clara de la psicología propia del
niño.
"Aprovechaba siempre para hablar -nos dice don
Guillermo- las reminiscencias ingenuas de los cuentos;
los motivos del juego, y se situaba siempre en el plano
del niño".
"¡ Qué bonito y qué sabroso hablaba -agrega- y
cómo tenía palabritas que hacen cosquillas o hacen saltar
las lágrimas a los ojos, y todo sin voz hueca y �in afec­
tación, corriendo como agua clara en descenso!"
'·Era, sin saberlo yo, la gran lección oral. Hablaba
en niño, penetrando sagaz en el a!ma, con el encanto de
la leyenda, con la :magia del cuento de hadas".
-

II

f
L

LA ADOLESCENCIA

Hemos visto a don Guillermo Prieto celebrar con


frases entusiastas su agilidad salvaje de muchacho; lo
hemos visto asistir a aquelias ceremonias del culto reli­
gioso que, acaso por una reminiscencia indígena tuvieron
tanto de paganismo; lo hemos visto también en calidad
de autómata prestar su débil y pequeña personita, al
regodeo igualmente religioso y devoto de las ingenuas
fiestas familiares; y finalmente, lo hemos visto en su alta
calidad ce primado, presidiendo un convite de títeres, y
en su vida escolar. Pero hasta aquí su infancia sumida
en lo inconsciente, era sólo como un amplio remanso,
comparada a lo que fué después su vida borrascosa. Mas
pronto, con la curiosidad y la inteligencia, va a surgir
en el niño la primera inquietud del adolescente, a propó­
sito del trato con las primas en los esparcimientos de las
representaciones teatrales, o en los coloquios que implan­
taron los frailes desde los primeros años de la Conquista,
para adoctrinamiento de los indios, y que fueron después
adoptados en la mayor. parte de los hogares, como inge­
nuo regocijo del ánimo.
"l\tli madre -nos dice don Guillermo-, que era
muy linda, muy servicial y muy afecta a las fiestas de
familia, organizó un coloquio". Chicas y chicos vistie­
ron de pastores, siendo estos últimos_ los empleados de
la hacienda.
Para representar a la Virgen, fué designada Lolita,
la más encantadora de las primas de don Guillermo, y
para interpretar a Luzbel, un tío suyo, el coronel Padi­
lla, "que era arrogante mozo y caballero completo" .. En
44 SALVADOR ORTIZ VIDALES

cuanto a don Guillermo, f ué designado para representar


a San Miguel.
Había una boca de infierno que arrojaba llamas; ha•
bía escotillones y vuelos, y había, sobre topo, una cena de
pastores "de chuparse los dedos".
Como era natural, la encantadora Virgen tuvo sus
fervientes devotos. Y en cuanto a las pastoras, andaban
'·que bebían los víentos, de puros deseos de que se las
llevara Satán".
Por lo demás -afirma don Guillermo- "San Miguel
triunfaba, no sólo de Satán, sino de sus escrúpulos de
arcángel y de niño".
Ivle inquieta esta última frase, pues no se puede
triunfar de la virtud sino a costa de perderla, y esto ya
no es un triunfo, sino una derrota.
¿ Sería que don Guillermo se permitía ya entonces
algunas pequeñas libertades con las lindas pastoras, o
con su prima, acaso, a la que en otra parte nos la des­
cribe bonita y rubia, y cómplice obligada en los hurtos
del azúcar, del queso y chocolate, en la rica y bien abas­
tecida despensa paternal?

EL ETERNO FEMcNINO

Siempre será motivo de una particular mención es­


te momento único, en que el eterno femenino se impone
por la primera vez ante nosotros. Y, sobre todo, tratán­
dose de don Guillermo_, que era de temperamento sensu_al,
bien que en el buen sentido de la palabra. No quiero
yo ufanar de alienista, y el libido de la filosofía de
Freud, al menos por ahora, me tiene sin cuidado.. Mas
como historiador, o si se prefiere, como comentador de
la vida de don Guillermo Prieto, fuerza será tener en
cuenta este detalle; pues las primeras impresiones son
siempre decisivas, y más tratándose del sentimiento eró­
tico, que nos conmueve a veces de una manera súbita,
como un ladrón que entrara por sorpresa en nuestro
mundo psíquico. Hay entonces igual que una catástrofe
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 45

en todas nuestras fuerzas anímicas, y el mundo se trans­


forma a nuestros ojos de manera completa y absoluta.
Otras veces, por el contrario, un sentimiento tierno que
no es precisamente el amor, ni el deseo sexual, se apo­
dera ca�.i inconscientemente de nosotros. El trato de
nuestros compañeros nos molesta, o por lo menos, sen­
timos que no nos es tan grato como antes. Entonces pre­
ferimos la amable compañía de las níñas, y nos encanta
mezclarnos en sus juegos. De la misma manera, si tene­
mos alguna maestra joven y bonita, estudiamos .sólo
por complacerla, y si tenemos alguna tía joven, delicada
y simpática, nos pasaremos ante ella las horas y las ho­
ras en estática, muda contemplación, sin que sepamos
por cierto definir la razón y el porqué de esta admira­
ción beatífica. Ahora bien: en don Guillermo Prieto ob­
servamos esta última manifestación erótica; primero,
en el trato con sus primas, y despu.és en su muda admi­
ración por una tía joven, cuya muerte hubo de presen­
tir el poeta por circunstancias en grado sumo extrañas,
de las cuales me ocuparé más adelante. Por lo que re5-
pecta al trato con las primas, recuerda don Guillermo las
confesiones de Cuaresma· en la iglesi;:1. de La Encarna­
ción.
Era. al caer de la tarde, y sus primas, entre las riue
se encontraba Lolita, habían ido a la iglesia en compañía
de la madre de don Guillermo.
El templo estaba solitario y obscuro, y a lo lejos
se veía brillar muy débilmente la lamparita del Sa­
grano.
El padre confesor se inclinaba sobre don Guillermo
que, trémulo, lleno de confusión decía sus pecados:
-" Acúsome, padre, que me robé unos quesos que
le regalaron a papá y le "achacamos" el robo a la criada". \
1
"¿Qué es eso de "achacamos"?, pregunta el sacer­
dote, severo".
"Que me los robé yo y Lolita", responde· don Gui­
i
llermo, y elevando la voz: "aquella "güerita" que está
junto a mamá". \
!
46 SALVADOR ORTIZ YIDALES

El lector habrá reparado quizá que don Guillermo


Prieto, para nombrar a su prima, no dice al confesor
aquella muchacha, aquella señorita, sino aquella "güe­
r.ita". No es la primera ni la última vez que veremos
usar a don Guillermo de estos mexicanismos. l\,1 as ha
de ser siempre a punto y sazón de nombrar a los seres
y las cosas que le son más queridos "Güera", sinónimo de
rubia entre nosotros, es además, un mote cariñoso que
aplicamos indiferentemente, no sólo :i. las muchachas ru­
bias de verdad, sino aun aquellas que, sin serlo del todo,
nos merecen una particular predilección. Y todavía más,
si a este mote, de suyo cari11oso, agregamos el diminutivo
y decimos, "güerita", no hay nada comparable a este ex­
quisito mimo. "Güerita", muy "güerita", debe haber sido
para don Guillermo esta preciosa chica, compañera en los
juegos, y cómplice obligada en los peque11os hurtos ca­
seriíes. Pero hay un tipo de mujer que parece haber
causado aún mayor impresión en el poeta, una tía jo­
ven a la que ya me había referido, y que don Guiller­
mo nombra con este modismo también mexicanísimo:
"Doloritas".

LA TIA DOLORITAS
Ahora bien: ha llegado el punto y sazón de trata:­
de esta linda muchacha que tanta influencia había de
tener en la adolescenci:i. de don Guillermo Prieto. Doio•
ritas era fina y alegre.
"Había en su carne, luz de lucero -nos dice el
poeta-, y se hallaba en la línea imprecisa que separa a
la niña de la joven. Era tierna, al par que varonil, fun­
gía como caudillo en los juegos, y era .amable compañe­
ra en las representaciones teatrales que se hacían en fa­
milia.
Y fué precisamente después de una de estas repre­
sentaciones, cuando hubo de verificarse un extraño su­
ceso.
Con motivo de celebrar los días de un tío sacerdote,­
nos cuenta don Guillermo, se acordó ensayar- un entre-
DON GUILLERJ'vlO PRIETO Y SU EPOCA 47

més, y se designó por aclamación: "Estreno de los Locos".


Eran muchos los primos de don Guillermo, y para todos
hubo un papel; a cual más sugestivo: "El Loco Enamo­
rado", "El Jugador", "El 1\1úsico·', "El Pintor", etc. Por
supuesto que el papel importantísimo de "Custodio Su­
perior", o capellán de los locos, fué encomendado a la
tía Doloritas, que con su sombrero acanalado, sus za­
patos con hebillas, su látigo ad terrorem, y su habilidad
exquista para secundar en sus manías a todos los locos,
contribuyó grandemente a sostener el interés dramático
de la representación.
Los ensayos eran a veces en la panadería del padre
de don Guillermo, o en la de un tío suyo, que estaba si­
tuada en la l" de Mesones número 14, y que llevaba el
nombre de "Horcasitas".
"Los ensayos -nos dice don Guillermo- eran un
verdadero tumulto, y una perfecta abdicación del juicio;
mas los chicos gozaban enormemente y la tía sobre todo".

NOCHE DE FANTASMAS

Fué después de uno de estos ensayos cuando don


Guillermo, rendido de cansancio, al meterse en la cama
y quedarse dormido, tuvo un sueño terrible.
Se vió de pronto rodeado de seres extraños, envuel­
tos en grandes capas negras, y con los pies desnudos,
blancos como el marfil. De uno, se veía sólo la frente
y un ojo, y del otro, una dentadura blanquísima. Hicie­
ron señas a don Guillermo para que les siguiese, y él, sin
repugnancia, se aprestó a hacerlo, llegando hasta una pie­
za obscura, y colocándose frente a una ventana, desde
donde se veia, a distancia, el sucederse de muchos relám­
pagos. A poco percibió una lejana luz, y un tropel de
gente penetró hasta la pieza. Don Guillermo reconoció
que se hallaba en el comedor de la casa de su tía Dolo­
ritas. Y los extrafios personajes, cuyos rostros reverbe­
raban corrio llamas, se inclinaron sobre el suelo, y alum­
braron un bulto que estaba como envuelto en un tápalo
48 SALVADOR ORTIZ VIDALES
encarnado; desprendieron el lienzo, y apareció ante los
ojos espantados de don Guillermo, la tía Doloritas, de­
rribada, inerte, y completamente desfigurada; sus ojos
aparecían como saltados de !.?-s órbitas, el color de su
rostro completamente negro; la nariz enanchada y la
boca abultada de una manera atroz. Aquello era cierta­
mente un monstruo. Don Guillermo no puede más y en
medio de su sueño lanza un grito terrible, que acaba por
despertarlo, y con él a todos los de la casa. Su madre
acude presurosa a calmarlo. Y en quellos momentos se
oyen golpes precipitados en el zaguán. Sale el padre
de don Guillermo al balcón y pregunta:
-¿Quién es? ¿qué se ofrece?
--Yo soy, señor amo, responde una voz fuera.
-¿Camilo? ,
-Sí, Camilo, el criado de la niña Doloritas.
-¿Qué ocurre?
-Que la niña se muere. . . Allá está el padre. Yo
les vine a avisar a ustedes.

LA MUERTE
"Todos nos trasladamos a la casa de tía Doloritas
-dice don Guillermo-, pues por nada del mundo quise
abandonar a mis padres. La casa resonaba con los la­
mentos de dolor, y a cada paso nos sorprendían desga­
rradoras escenas".
La tía Doloritas estaba de la misma manera que
don Guillermo la había mirado en sueños, es decir, con
los ojos desorbitados, la boca terriblemente contraída y
a mayor abundamiento, mostraba ciñéndole al desgaire,
aquel lienzo encarnado que don Guillermo le había visto
también en sueños.
La conmoción que con este espectáculo sufriera fué
espantosa; durante varias horas permaneció sin conocí­
miento .y cuando volvió en sí, se encontró rodeado de
todas las personas de la casa, y cargado de escapularios
y medalias.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 49

"La sombra más ligera, el ruido más tenue, me es­


tremecían -n_os dice-, y en las noches, que eran para
mí de insomnio y lágrimas, me cercaban vestiglos, me
llamaban fantasmas y veía abiertos abismos a mis pies".
Por la primera vez, la muerte, el espanto y la alu­
cinación invaden la mente del poeta. Sin embargo, su
sensibilidad casi hiperestesiada, se habrá de conmover
más tarde, con temores más reales que los fantasmas y
los seres que pueblan el mundo de la superstición, y un
recuerdo terrible y doloroso, más aún que la muerte de
su tía Doloritas, va a quedar grabado, de manera inde­
leble, en su memoria; el recuerdo del saqueo del Parián
que produjo la ruina de su casa; causó la muerte a su
progenitor y luego la locura a su madre.

,.

Don Guillermo Pdeto.-4


III

L
1

u
EL PARIAN

I-Ie aquí, poco más o menos, la. descripción que don


Guillermo Prieto nos hace del Parián:
Era éste, dice , "un vasto edificio que ocupaba poco
más o menos el cuadrado que ahora ocupa el zócalo".
Sus cuatro costados estaban farmados por acceso­
rias, y éstas tenían ventanas enrejadas que correspondían
al piso superior, destinado a los almacenes.
Bajo las ventanas había una serie de puertas que
correspondían a otros tantos establecimientos comercia­
les, y que se interrumpían únicamente por otras más
grandes, que daban acceso al interior del Parián, y que
se encontraba� situadas frente a los cuatro puntos car-
dinales.
El interior de este edificio estaba cruzado por ca­
llecitas estrechas que iban en todas direcciones, y en el
centro estaban colocadas las tiendas.
El comercio era, en su mayor parte, de ropa; pero
frente al Palacio se veían los cajones de hierro de los
chatos Flores, con su expendio de campanas, rejas, cosas
para labradores, y municiones. Y frente a Catedral, ha­
bía relojerías famosas, "con grandes relojes de campa­
nitas, de tórtolas y otros adminículos".
Frente al Portal de Mercaderes, se encontraba la
Gran Sedería de Rico; la Tiraduría de Oro de Morquecho
y Prieto ( este último, abuelo de don Guillermo). Aquel
establecimiento estaba en correspondencia con la Nao de
China y los cajones de los Mecas. Al lado de la Dipu­
tación se en·contraban acaudalados reboceros, como los
señores Romero y l\1endoza. Y en el centro existían Sl!n­
tuosísimos cajones, como el de Izita, y otros "templos de
54 SALVADOR ORTIZ VJDALES

la moda", en que las elegantes de aquel tiempo, gustaban


de comprar sus atavíos.
Era el personal de todos estos establecimientos co­
merciales, riguroso y exacto en sus deberes, y, sobre todo,
en conservar las tradiciones españolas. Los amos, per­
tenecientes a la más rancia aristocracia de lYléxico, eran
siempre cumplidos observantes de las prácticas religiosas
y fund�dores y bienhechores de conventos. En cuanto
a los dependientes, eran irreprochables en elegancia y
finura, bailadores famosos, buenos jinetes, y "gentes de
rumbo y trueno", aunque sujetos en apariencia "a las
reglas casi monásticas de sus patrones". Se levantaban
temprano; "se aseaban, cerraban el cajón a las doce, co­
mían en comunidad, se encerraban después de la ora­
ción, y acompañaban al amo en las procesiones".

EL SAQUEO
'!Y sobre este emporio, sobre este templo de buen
gusto, cayó la avalancha de las furias del saqueo, para
entronizar una invasión salvaje de robos e inquietudes".
He aquí cómo nos describe don Guillermo este su­
ceso trágico. "Un día -dice-, nos despertó el estampi­
do de un cañón; las gentes corrían despavoridas; atra­
vesaban las calles soldados con las espadas desnudas, y
se oía de boca en boca_ la nueva del pronunciamiento de
la Acordada".
Se veían por todas partes, "infelices heridos a quie­
nes conducían del centro a las afueras de la ciudad; mu­
jeres como locas que preguntaban por sus hijos y por
sus esposos; puertas que se cerraban con estrépito y ca­
dáveres de desgraciados transeúntes, víctimas de las ho­
rrendas descargas que se lanzaban desde las alturas". Y
en medio de tanto horror, una absoluta carencia de no­
ticias; pues sólo se sabía que el Presidente Victoria sos­
tenía a Gómez Pedraza, y que los yorkinos querían al
general Vicente Guerrero.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 55

Los horrores se prolongaban. "El hambre ahogaba


, entre sus brazos descarnados a la población menestero­
sa, y comenzó la gente a salir de la ciudad, como salván­
dose de una inundación o de un incendio".
Pero seguramente, más espantosa que esta carnice­
ría, era la indiferencia de las gentes de los pueblos cer­
, canos.
"Formaba. contraste -dice don Guillermo- este
cuadro lúgubre, con la alegría de los pueblos cercanos;
pues mientras en la capital la gente se moría, en los pue­
blos, "guitarras y almuerzos, paseos en burro y ruidosas
n1eriendas, hacían que el pronunciamiento fuera un acon­
tecimiento· feliz".
Entretanto, en el Parián "se rompían las puertas;
se regaban las joyas y encajes por los suelos"; los ladro­
nes "se herían, se asfixiaban para arrebatarse lo que co­
gían, y ni el delirio, ni el incendio, ni el terremoto, puede
dar idea de aquella invasión, vergüenza y oprobio eter­
no de sus autores".
Los saqueadores "vendían a vil precio los efectos
para volver .a la carga". Y "las calles de la Palma, del
Refugio, -frente al Empedradillo y Plateros, se tapizaban
con el cambray, los riquísimos paños, los vistosos listo-
nes, etc ..
"
Y, sin embargo, los autores de tantos latrocinios y
crímenes, "se paseaban triunfantes entre los vítores del
populacho, ebrio y desenfrenado".
"Mis primeras nociones de política -dice don Gui­
llermo- fueron adquiridas a través de aquellas fatales
impresiones. �l nombre de liberal y de yorkino eran
sinónimos. Y el programa democrático lo resumía la
plebe, diciendo:
Viva Guerrero y Lobato
Y viva lo que arrebato.
"Y a los que querían encarecer las excelencias de la
libertad, se les contestaba:_
No se borra con lechada
El borrón de la Acordada.
56 SALVADOR ORTIZ VIDALES

LA I\1ISERIA

El terrible desastre del Parián, como ya lo he dicho,
originó la muerte del padre de don Guillermo Prieto, y
luego la locura de su madre. Este último suceso, sobre
todo, debe haber causado en el poeta una gran conmoción.
Podemos reaccionar al dolor más intenso, aun a la muer­
te misma de los seres que nos son más queridos, pues
el tiempo es piadoso sedante que aminora las penas, con­
forme van pasando los días, los meses y los años. Mas
la locura parece ser un género de muerte que no aca­
bará nunca. La misma impresión de desasimiento y ser
extraño que nos produce el que ha perdido la razón, es
la misma de ayer, de hoy y de mañana. Inútil, completa­
mente inútil, será para nosotros pretender reaccionar con­
tra esta pena, y más, si el ser desequqibrado es nuestra
madre. Toda la adolescencia de don Guillermo Prieto se
halla, pues, bajo el conjuro de este dolor. terrible, que
aumentan la miseria y la falta del apoyo paterno.
"Y o había salido de la escuela -nos dice- sin
saber nada a derechas. Mis padres querían dedicarme
a los estudios; pero entonces lo único que importaba era
comer".
Por una parte, la versatilidad propia del niño, que
en vano quiere adoptar la seriedad del hombre, y por
otra la orfandad, y el caso doloroso de la locura de su
madre, hacían de don Guillermo un :ser contradictorio.
"Me dejaba poseer por la alegría -dice-, y luego me
sepultaba en hondas tristezas que me hacían por inter­
valos taciturno y funesto". Se regocijaba con una fiesta
y al punto se retraía después, arrepentido, en un templo
solitario, bajo la luz del alba, a soñar con las llamas de
los cirios, el humo del incienso y el canto del saltapared.
Aspiraba a una posición, a algo que realizara sus quime­
ras de hombre; mas volvía presto en sí, ante el espectro
de la orfandad y la miseria. 1
1
Unas veces vagaba perdido en los más apartados
barrios, y otras se recluía en la obscura vivienda en que
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 57

habitaba en compañía de dos buenas y dulces viejecitas.


Ejercían éstas el oficio de costureras, y en agradeci­
miento a dádivas y favores de la familia de don GÜÍller­
mo, habían recogido al niño abandonado. Don Guillermo
pasaba allí grandes horas de soledad, y el único atracti­
vo de su vida �ra por entonces ir a ver a su madre, que
estaba recogic!_a en la casa de unos parientes.
La madre de don Guillermo era todavía joven, pues
tenía sólo treinta años. Sus ojos eran pequeños, mas
llenos de ternura. Su boca era fragante y de dientes
blanquísimos, "como la luzdel día", dice don Guillermo.
Pero lo que más le encantaba eran "sus manitas de ni­
ño, que imprimían en cada caricia placeres del cielo".
Don Guillermo la trataba de la misma manera que a
una niña o un� hermana menor.. Le llevaba dulces, cuen­
tecitas de vidrio o alguna humilde joya que le ponía en
el cuello.
La loquita lloraba y reía sin motivo. Pero a veces
tenía momentos de lucidez que· hacían concebir a don
Guillermo. hermosas esperanzas.
Salía entonces con el alma llena de ilusiones; an­
siaba ser grande, valiente, rico. Mas al punto, el dete­
rioro de su ropa convertida casi en un harapo, y el cal­
zado deshecho, desvanecían sus doradas quimeras y lo
llevaban a la realidad de su vida amarga y triste.

EL PRIMER EMPLEO
Mas a fuerza de constancia y porfía, y de ver a
una multitud de personas, logró inscribirse de capense
de francés en ·el Colegio de Minería. Solicitó y obtuvo
ser meritorio en una comisaría general, y, por último,
consiguió el mismo empleo en un cajón de ropa.
Con el relativo cambio de fortuna, cruza por la
vida de don Guillermo Prieto una ligera racha de opti­
mismo.
58 SALVADOR ORTIZ VIDALES

En esta época mi biografiado se asemeja mucho al


"Periquillo", o a un personaje de la novela picaresca es­
pañola.
Lo que no quita, sin embargo, que el trato asiduo
con las · señoritas costureras, sus protectoras, lo haga
acaso demasiado experto en los quehaceres domésticos,
por más que él se reconozca una gran torpeza de manos.
Y aun diserta ampliamente con las niñas sobre costu­
ras, cintas y torzales, chismorreos y recetas de guisos,
considerándose su opinión como de gran peso. Sin em­
bargo, en todas estas cosas no debemos mirar en don
Guillermo, más que un carácter dúctil, pues con la misma
facilidad que se amolda a estas pequeñas atenciones case­
riles, se hace amigo de gentes poco recomendables, lo que
requiere ya cierta osadía, y se mezcla en más de un en­
redo peligrosq, con mercachifles y empeñeros, a propó­
sito de las compras a plazo, abonos cómodos y présta­
mos sin garantía.
Es también en esta época cuando don Guillermo sien­
te por primera vez el llamado de su vocación poética.
Y es curioso observar en qué circunstancias tan cómicas
y extrañas.
IV
- - ---------------------

�;
LA INICIACION POETICA

"En aquella época -dice-, lo único que tenían


legible los calendarios de La Rosa y Ontiveros, eran los
sonetos dedicados a la Virgen de Guadalupe''.
Y don Guillermo se aficionó de tal manera a ellos,
que terminaba siempre por aprenderlos de memoria.
Había, uno, sobre todo, que gozaba en recitar en
voz alta, cuando iba por la calle, y que empezaba de
esta manera:
"Roba la Parca con fiereza impía ..."
Y cuenta que una vez, queriendo recordar un so­
neto, fallaba su memoria de tal modo, que se decidió él
mismo a hacer el primer pie, y como le resultara bien,
se 11enó de alegría y saltó de gozo. "Aquel fué para mí
-dice- un maravilloso descubrimiento".
Con tan estupendo hallazgo, no cabía en sí de júbi­
lo, y no había para él "ni otra distracción, ni otro an­
helo, ni más delirio, que subir a la azotea, o escapar a los
barrios y a las calzadas solitarias, sólo para d_eclamar"
sus "sonetos".
"En las iglesias, en las peluquerías, en dondequiera
que pescaba un verso, lo aprendía de memoria; pero
guardaba profundísimo secreto sobre "su" habilidad".
Y desde entonces -dice-, "el rumor fué canto, el
eco armonía; la claridad dudosa, luz matutina·. Y todo
anunciaba en mi interior de poeta, un mundo adorable y
desconocido".
Don Guillermo se hace entonces locuaz; se procura
amistades entre sus lindas vecinas; los amigos le bus­
·can y, sobre todo, se hace indispensable_ "entre las cos-
1

62 SALVADOR ORTIZ VIDALES


j
tureritas, viudas entretenidas, sobrinas de frailes; sastre�
rinconetes, músicos sueltos y curiales desvalidos".
"La Alameda --dice- fué mi gran gimnasio poéti­
co". Mucho por el vagar silencioso y meditabundo a tra­
vés de sus calles, y mucho por los dísticos poéticos que
a propósito de las fiestas patrias se colocaban en las
puertas". Eran estos dísticos largas composiciones en ver­
so, escritas por los más esclarecidos poetas de la época:
Tagle, Carpio, Pesado, Barquera, etc.
De aquí tomaba don Guillermo un pie o una octava,
que glosaba después o recomponía a su modo, corriendo
de una a otra puerta, y dando así. ocho o diez vueltas a
la Alameda, olvidado de todo y adquiriendo reputación
de loco; pues todo esto lo hacía con gran acopio de ges­
ticulación, y a grandes voces, "cosa -agrega- que no
puedo dejar de hacer siempre que hilvano versos".
Naturalmente que estos poéticos ejercicios abstraían
por completo la atención de don Guillermo, "importán­
dole una higa los recados, encargos, cuitas y empeños de
la casa. Y únicamente era puntual a las diarias entrevis­
tas con su madre, de las cuales -dice-, "me separaba llo­
rando, pero inundado el corazón de ternura y esperanza".

DON 1VlELESIO

Pero don Guillermo no estaba completamente solo en


el secreto de su tierno y romántico coloquio con las mu­
sas. Había entre sus amistades un ser completamente
afín que le merecía absoluta confianza. Era éste don
Melesio, barbero clásico, que un día hubo de oír las gra­
ves confesiones de don Guillermo, en medio de la mayor
inquietud y mientras ponía al sol su inseparable olla de
sanguijuelas.
Era don Melesio un hombre simpático. Tenía trein­
ta y cinco años, poco más o menos. Era moreno, "del­
gado como un cabello". Llevaba la cabeza peinada cui­
dadosamente, y un mechón de pelo le caía en grandes ri­
zos sobre la nariz. Sus ojos eran negros, "de grandes y
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 63

sedosas pestañas". Sü cuello era bien formado y lo lle­


vaba siempre cubierto por una mascada de Indias, sujeta
por un anillo corredizo. Su gesticulación era animadí­
sima: sus movimientos vivos y sus manos finísimas.
Desde muy joven había sentido un gran entusiasmo
por la política. Era hombre de mundo, y contaba entre
sus amistades a Isabel Rendón, a las monísimas Pau­
trets, y era, además, confidente delicioso de la Chata
Munguía, la Gamborino y Agustina Montenegro. En la
política había corrido peligrosas aventuras con los ami­
gos de Zerecero, los cómplices del Regidor Paz y los par­
tidarios de Gómez Fa rías.
Era un C(?nsumado m2i.estro en tocar la guitarra, de
"siete órdenes''. Y no se desdeñaban de concurrir a su
barbería, artistas tan famosos como Bibián el ciego, Due­
ñas, y hasta el general Gutiérrez, siempre que de su gran
hacienda de Jalapa venía de paseo a la metrópoli.
Pero seguramente, lo que más distinguía a don Mele­
sio, era su "amistad co·n los cabezones", o sea la gente
intelectual, sobre todo si eran camaradas, es decir, yorki­
nos. Pues don Melesio era un exaltado miembro de esta
Logia; un entusiasta admirador de Rocafuerte; no de­
jaba de "hojear el Josafat y no omitía ni una sola le­
tra de un tomo trunco de la Moral de Holbach".
Era un gran conspirador; conocía como pocos el ma­
nejo de la prensa de mano; el uso de la tinta simpática;
sabía esconder de manera admirable en un pan un fo­
lleto; picar con un alfiler un impreso, para que no dijese
lo vedado, y "todas las tretas, ocultaciones y fraudes apli­
cables a la política".
Consecuente con su oficio de barbero, era charlatán
como un Fígaro, y tanto a sus narraciones políticas como
a -los rasgos anecdóticos y a . los detalles biográficos de
algunos personajes, les comunicaba siempre un gran colo­
rido de escandalosa crónica.
Conocía admirablemente la vida de] Pensador, que
acababa de morir ( 1827) en la c::i.lle del Puente· Quebra­

tl
do, después de haber vivido durante algún tiempo en el
Baño de Pajaritos, por el Salto del Agua.

l
64 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Detestaba al director de un periódico denominado


"El Toro", libelo abominable de gran boga entre el po­
pulacho servil y obsceno. Y no desconocía tampoco la
multitud de escritos virulentos que, sobre toda clase de
asuntos, brotaban en erupción perpetua de las prensas,
como desencadenadas, después del enorme silencio de tres
siglos.
No era ya la libertad de prensa, sino el libertinaje.
Los ataques más virulentos, las ideas más atrevidas y aun
disparatadas, salían constantemente a la luz pública, pa­
rodiando rezos y letanías. Pues para hacer penetrar en el
medio de las gentes las nuevas ideas, no había más reme­
dio que adoptar esta forma de literatura sagrada, la única
comprensible entre el vulgo.
No era, sin embargo, don Melesio lo que se Ilama
"un pozo de ciencia". Entendía a su manera la obra de
los enciclopedistas. Y era frecuente que concediera el tí­
tulo de libre pensador, al soldado vulgar "que hacía
patente la vida relajada de los frailes; al que inventa-
. ba escenas de prostitución en los claustros, y a otras estu­
pideces de este género".
Era frecuente en aquella época, que los hombres del
estado más humilde se elevaran a los más altos puestos,
y que de las ideas más reaccionarias pasaran a las más
radicales. Y así don Melesio se jactaba de que su padre
hubiera conocido a Bustamante en cobija; al Gral. Arista
de boticario, vendiendo píldoras en San Luis Potosí; a
don Isidro Gondra, paseándose en un torete por las cailes
de México, y a Pedraza, que habiéndose ordenado de
Evangelio, ingresara después en la masonería.
Excelente gastrónomo y experto conocedor de la me­
trópoli, en lo que se refiere a guisos suculentos, don Mele­
sio gustaba de enterar a sus amigos acerca de los sitios en
donde se podían paladear las más sabrosas viandas. Y
eran "los envueltos de las cañitas, en la calle de Regina;
"las cabezas en los figones y pulquerías de Nana Rosa,
rumbo a la Villa, o en la de Tío Juan Aguirre, en Santia­
_go Tlaltelolco". Sin omitir, naturalmente, en sus infor­
mes, y no sin particular elogio, las pulquerías que, como

I
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 65

"La Nana", "Los Pelos", "La· Retama" y otras, recopila­


ban lo más granado, de escaleras abajo, de los claustros,
de los cuarteles y de la curia".
Ahora bien: don Melesio, después de haber oído la
confesión de don Guillermo, le proporcionó los primeros
libros que el poeta devoró y aprendió de memoria. Eran
éstos un tomo del Parnaso, un volumen de Gerardo Lobo,
otro del Padre Sartorio; comedias de Calderón y Lope, y
luego cosas tan disímbolas como los entremeses mexicanos
"Los Remendones", una composición dedicada a la Purí­
sima, "La Niña en la Retreta", y varias loas de indios
que eran "verdaderos cataclismos de lógica y lenguaje".
Pero si don Melesio estaba muy lejos de ser un men­
tor hábil, era por lo demás un hombre comprensivo, y
fué el primero en saber estimar los méritos de aquel niño
poeta.
LAS TRIBULACIONES DE UN POETA

No fué en aquellos tiempos, como no lo es ahora, el


ejercicio de la literatura cosa recomendable entre la gente
práctica. Y todo aquel que andaba en tratos con las mu­
sas ya podía resignarse a pasar hambres, a ser conside­
rado como loco y a terminar sus días en algún hospital.
Don Guillermo no ignoraba todo esto, y ocultaba sus afi­
ciones poéticas hasta donde le era posible, sobre todo, de
sus amables protectoras, pues no dudaba que éstas, cuan­
do lo supieran, se llenarían al punto de inquietud. Y así
fué, en efecto: apenas las viejecitas se enteraron de aque­
llas aficiones, temblaron por la suerte de su querido niño.
"-¡ La hemos hecho buena -se decían-; morirá en
un hospital!" Y como hubieran observado frecuentes dis­
tracciones en el joven poeta, pensaban: "Ahora compren­
demos por qué pierde siempre la corbata, no tiene botón
en el ojal y se pasea con esos ojos de loco que espantan",
Y era en vano que don Guillermo las llenara de cari­
cias, les hiciera mil muecas cariñosas y aun les recitara
versos que,· si les encantaban de pronto, no bastaban para
sacarlas de su perplejidad.
Don Guillermo Prieto.-5
66 SALVADOR ORTIZ VIDALES

No eran, sin embargo, por esto menos cariñosas para


su protegido. Y apenas llegaba éste, le entregaban los
dulces que habían guardado para él, o bien le sorpren­
dían con una chaqueta o con un pantalón de desecho que
les habían obsequiado unos parientes y que ellas adapta­
ban, a fuer de buenas costureras, a la pequeña estatura
del niño.
"Yo dormía -dice don Guillermo- en la reducida
salita de la casa, en un colchón que por su poca lana ha­
bía perdido el nombre, y se le llamaba ya torreja 1nemela.
El avío era escaso: una sola almohada y una sillita al
lado para mi equipo; mis calendarios y una poca de
agua. En este tiempo no se conocían los fósforos ni los
cerillos". "Las señoras velaban· cosiendo hasta muy en­
trada la noche, y lo hacían en la sala para acompañar­
me. El rezo o el can to les servía de distracción en sus
tareas, y yo me dormía sonriendo a la Virgen o meciendo
mis sueños en las notas del Pescador, repitiendo la es­
trofa de Arriaza":

"No pretendas, Dios traidor,


"Que te doble la rodilla,
"Que mi bien es mi barquilla,
".!v1is redes, todo mi amor".
Y fué una de estas noches, cuando don Guillermo,
aparentando dormir, sorprendió una conversación entre
sus protectoras, que hubo de decidir su suerte.
"Una noche -dice- las señoras, creyéndome pro­
fundamente dormido, emprendieron el siguiente diálogo,
del que no perdí una sílaba:
"-Bien, ¿ qué haremos con él? De holgazán no pue­
de vivir". ,Í\

"-Lo único posible es un oficio".


"-Ni pensarlo; con sus distracciones y con su tor-
peza de manos ... JJ

"-Carpintero, se ron1pe un brazo con el escoplo;


barbero, degüella a un marchante; en un cajón, ya vimos
que no hizo letra... "
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 67

"-Y no es que sea gravoso; pero rompe la ropa con


temeridad, y come como diez tigres".
"-¡ Ya ves! Yo me privo del chocolate, porque él
no sabe beber atole; digo que me irritan los chiles relle­
nos, porque él hasta tres se come de una sentad.a. . . y
como no está en nuestros secretos, no sabe que tocamos
en tres tlacos".
'·-¡ Ni qué coger!. . . ¡ Ni qué empeñar l ¡ Ni qué
vender!"
-"¡Pobrecito, y cómo recordará su casa!..."
"-Dios nos ayudará".
"-Soy capaz de pedir limosna, antes que desampa­
rarlo".
"A poco la luz se extinguió; las señoras se retiraron,
y yo lloré hasta empapar la almohada en que descansaba
mi cabeza".
En esta noche surgió, como ya he dicho, la resolución
de don Guillermo de bastarse a sí mismo, encontrar un
empleo con que poder atender a sus necesidades, y no sa­
crificar por más tiempo a aquellas viejecitas. El único
amigo que le podía orientar para este propósito era don
Melesio. Y así, pues, al día siguiente, apenas abandonó
la casa de sus protectoras, f ué en su busca.

LA DECISION

Después de pensar en mil medios, para conseguir el


anhelado empleo, don Guillermo decide valerse de sus ha­
bilidades literarias, para acercarse a los personajes po­
líticos.
La entrevista que tiene con su amigo don Melesio,
nos lo revela en toda la decisión de su carácter. Por largo
titmpo, este niño, abstraído en sus ensueños poéticos, y
en la pena que le causa la locura de su madre, no ha te­
nido tiempo de enterarse siquiera, de quién es la persona
que rige los destinos del país, bien es cierto, que para
el universo r¡ue hierve y se anima en su mundo interior,
fste es un detalle que no tiene importancia. Mas ahora
68 SALVADOR ORTIZ VIDALES

ha resuelto salir hacia el mundo exterior, y en consecuen­


cia, quiere saber a qué atenerse. Y es cosa de notar, la
actitud decisiva que asume desde el primer momento, an­
tes de lanzarse a la lucha. No se pregunta, a quién puede
servir, sino quién le puede servir, como es fácil observar
por el siguiente diálogo, que sostiene con don Melesio.
"-¿ Y ahora quién manda en nuestra tierra?-pre­
gunta don Guillermo.
"-¡Toma! el General Santa Anna, que acaba de de­
rrotar en Guanajuato a los religionarios".
"-¿ Y para llegar al General Santa Anna, con quién
sería bueno hablar?"
"-Con el dueño de la casa en que está viviendo''.
"-¿Cómo se llama?"
"-Se llama el señor licenciado Andrés Quintana
Roo, Ministro de Justicia".
"-¿ Qué clase de persona es ese señor? .. . !'
"-¡ Oh, amigo!... ¡ Un grande hombre, un pozo de
ciencia!"
"-Píntemelo usted".
"-Figúrese usted que a los diez y nueve años, era
Secretario del gran Morelos, y a poco todo un excelentí­
simo señor. Y es del arma".
"-¿ Cómo del arma?"
"-Lo dicho, poeta como usted. Figúrese usted, un
hombre de treinta y cinco a cuarenta años; moreno; de
frente pálida, amplia y eminente, como hecha adrede pa­
ra trono; de un gran entendimiento, los ojos negros y hú­
medos de pasión, el cabello entrecano; es caído de hom­
bros y lleva la cabeza inclinada, anda expedito y empuña
su bastón por el medio, como si lo llevara de encargo ...
lo principal se me olvidaba, es lampiño y sin rastro de
bigote ni cosa semejante ... "
"-Voy a verme con él y le i�pondré de mis planes".
"-¡ Muchacho del demonio! ¿ .:ómo andamos ahí? ..."
"-Como usted lo oye. Como Dios me ayude; le
dejo con la boca abierta".
Nada dice don Guillermo en su casa, acerca de sus
proyectos. Como de costumbre, verifica su exc;u.r�ión al
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 69

despoblado. Es grande su excitación nerviosa, y al pri­


mer árbol que encuentra, lo hace confidente de sus cuitas;
sostiene largos y animadísimos -diálogos consigo mismo;
llora y a veces se ríe, y por fin se retira a sus salones,.
que eran las pintorescas y "alborotadas calles de San
Juan".
Terminadas sus correrías, torna a la casa de don Me­
Iesio, y estrecha fuertemente la mano de éste, como para
cobrar ánimo; conversa breves instantes con él, y luego
se retira grandemente confortado, como si hubiese reci­
bido la bendición paternal.
Sin embargo, antes de dejar a su amigo, no puede
resistir la tentación de mirarse al espejo. Su facha no
puede ser más rara y pintoresca. He aquí cómo se nos
describe: "Estaba estupendo: mi sombrero había cobrado
la forma de un armónico; mi barragán verde, de forro
encarnado, era una criba y un mapa, según su diversidad
de colores y líneas, y mi corbata, en riña con la camisa,
pugnaba por invadir mi barba, dejando al descubierto
una zona de piel blanca, que tenía toda la novedad de lo
inesperado".
V
LA CASA DEL PRESIDENTE

Cruzó por varias calles: "La de la Inquisición"; la de


los "Sepulcros de Santo Domingo", y al llegar a la
esquina, en la casa número 2, se encontró con el zaguán
de par en par abierto, y comprendió, por el �rajín de las
gentes y por los centineias, que se hallaba en el punto
deseado.
La casa -dice- tenía un "amplísimo patio, quin­
qués y reverberos por todas partes, barriles con naran­
jos, macetas espléndidas en las alturas, y reverberando
como un sol, en una columna. un farol sostenido por u�a
"S" de hierro, con ráfagas y primores.
"En el patio se encontraban las corrientes de cléri­
gos, oficiales, próceres, lacayos y servidumbre bullangue-
ra y 1 a d.ma ... "
Todas las gentes allí reunidas -dice don Guillermo­
"me parecían próceres y gente de coturno, por como los
veía desairar a los unos, dejar a los otros con la palabra,
y estirarse pedantescos, volviendo la espalda a los descono­
cidos".· Nadie hacía caso del jove!1 desarrapado, y él, por
su parte, no se atrevía a dirigirse a nadie, hasta que
por fin columbró a una viejecita, a la que preguntó con
la mayor cortesía por el licenciado Andrés Quitana Roo.
La anciana le designó el departamento destinado al se­
ñor Presidente, y luego la pieza del corredor, casi fren­
te al zaguán, en donde se encontraba el despacho del
Ministro de Justicia.
Don Guillermo se dirigió hacia el punto que se le
señalara, trémulo y palpitante, "temiendo a cada paso
que aquellos hombres feroces de sable corvo y grandes
bigotes lo aprehendiesen como a un malhechor".
74 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Avanza, y al mismo tiempo quiere retroceder; se


embarra casi al muro y llega al fin a la puerta del g�­
binete que se encuentra entornada.
Toca de modo casi imperceptible. Nadie le respcnde,
y se aventura a mirar por la cerradura.
La pieza es vasta; se halla sumida en la penumbra,
iluminada por una veladora verde, que alumbra única­
mente el escritorio y proyecta sobre el techo un círculo
de luz.
Las paredes están primorosam�nte maqueadas, y la
que se halla frente al escritorio muestra grandes estan­
tes con vidrieras, que tienen en lo alto los bustos de S9-
crates, Platón, Aristóteles, Homero, D�nte y otros fi­
lósofos y poetas.
A la dered1a de la mesa hay un amplio sofá de
caoba y cerda negra y, al frente, una mesa pequeña so­
bre riquísimo tapete.
Delante de la mesa central, o el escritorio, hay un
hombre sentado. Su figura es augusta; tiene ,:la pluma
de ave en la diestra mano; la cabeza inclinada y la si­
niestra mano como en la actitud de accionar".
Todo esto parece a don Guillermo casi fantástico, y
ni siquiera se atreve a respirar, por miedo a que desapa­
rezca el encanto.
Por fin se resuelve nuevamente a tocar.
-¡ Pase !-se oye una voz.

LA CONFESION

Don Guillermo avanza al interior de la pieza.


Y el señor Quintana, dejando la pluma y colocando
su mano extendida sobre las cejas, le invita a acercarse
y a tomar asiento.
-¿ Qué quieres, hijo ?-le pregunta.
-Di tu negocio.
"Entonces yo-dice don Guillermo.-, balbuciente y
tímido al principio, al fin arrebatado y vehemente, le
conté la muerte del señor mi padre; las ingratitudes de
que era víctima de parte de mis relaciones aristocráti-
1

L
1
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 75

cas; la locura de la señora mi madre: mis sueños; mis


aspiraciones; mi miseria y mis últimos desengaños". Y
todo esto, declamando y sollozando; "mas haciendo
partícipe a mi oyente -agrega- de mis quimeras arp­
biciosas llenas de fiereza y de orgullo".
Bueno es hacer notar que don Guillermo Prieto, nq
obstante este desbordamiento de dolor, inevitable en un
niño que, desde una posición holgada y aun aristócrata,
se mira de pronto sumido en la mise"ria, no pierde la en­
tereza, ni falta un solo instante al respeto que debe a su
dignidad de hombre. Habla ciertamente de su desam­
paro y de sus dificultades económicas pero al mismo
tiempo expresa su deseo de lucha y sus ansias de gloria.
No es un menesteroso que solicita una limosna; es l!n
luchador que pide a un hombre influyente la posibilidad
de abrirse paso.
Y así, cuando el señor Quintana, después de oír el
relato del niñ.o se retira a sus habitaciones y torna con
algún dinero para socorrer al visitante, éste rechaza in­
dignado la limosna.
"No sé por qué me hirió -dice- hasta enloquecer­
me aquella dádiva; el frío de la limosna sin afecto;
el "hasta aquí" del favor; la fórmula de la vanidad, re­
dimiéndose de las exigencias de la miseria ... "
Y arrojando indignado las monedas al suelo le
dice:
"-Señor, no haga usted esto conmigo. Yo buscaba
un padre, yo quería un amparo que me guiase, que me
hiciera un sabio apreciable como usted, y he aquí que
me trata de la misma manera que a un mendigo. ¿ Es
usted un mal hombre?"
Y no; el señor Quintana no era un mal hombre;
no podía ser mal hombre el que fué secretario de More­ 1

.1'
los y esposo de doña Leona Vicario. Hubo, sí, en el se­
ñor Quintana, una falta de tacto, quizá de comprensión,
pero muy explicable en un hombre que se ve constan­
temente importunado por solicitudes, y que oye a cada
instante historias dolorosas más o menos verídicas. Ade­
más, el señor Quintana, al dar aquel dinero, no se pro­
ponía únicamente librarse del importuno, sino atender
.. .. '.•,

7ó SALVADOR ORTIZ VIDALES

a las necesidades más apremiantes, a reserva de impar­


tir más tarde una ayuda duradera y efectiva.
Y que era est0 verdad, nos lo prueba la manera con
que reacciona ante la indignación del jo\·en:
-Cálmate, porque serás mi hij0-le dice.-Ya no
te doy dinero.
Y le invita después a merendar.

EL PROTECTOR

"El señor Quintana -dice don Guillermo- era na-


;:::;J •

turalmente gracioso; yo estaba contentísimo, y ni reír-


me podía , porque mi boca estaba ocupada por los biz-
,
coc h os .
"Yo le hablaba con el mayor desparpajo; pero re­
cordando a mi mamá y deseando que participase de mi
convite, emboscaba mis dedos y guardaba una soleta o
un mostachón. El señor Quintana veía esto con el raqo
del ojo y se limpiaba el llanto con disimulo".
Don Guillermo estaba para cumplir quince años y
no sabía hacer más que sonetos, oficio poco lucrati�o
y muy a propósito para morirse de hambre.
-¿ Y tú qué sabes hacer?-pregunta el señor Quin­
tana.
-¿ Qué sé hacer? Sé hacer sonetos-contesta don
Guillermo, como el que se siente poseedor de la caja de
Papdora, "y eso sí", agrega, "en menos de un decir Jesús".
El señor Ouitana prorrumpe en una enorme carc�­
jada.
Y don Guillermo, atribuyendo aquello a increduli­
dad, torna inmediatamente la pluma e improsiva el si­
guiente soneto:

"En la risueña edad de los amores,


Cuando el vendado Dios muestra contento
Yo sólo acompañado de tormento,
Sufro de la fortuna los rigores".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA íí

"Y yo no sé cómo seguía el verso -dice- pero sí


que mi suerte estaba en un tris, y que el señor Quin tan a
era su árbitro".
Afortunadamente la impresión que don Guillermo
hizo en el señor Quintana fué muy favorable, y. gracias
a su ayuda, el joven poeta no sólo pudo hacerse de algu­
nos recursos para su sostenimiento y el de su madre loca,
sino tamhién para iniciar sus estudios en San Juan de
Letrán, bajo la dirección del señor Iturralde.
Fué desde entonces don Andrés Quintana Roo, una
estrella benévola para mi biografiado, y aunque no, co­
mo era de desearse, desde el punto de vista económico,
pues don Guillermo, gracias a la recomendación de su
protector, sólo obtuvo en la Aduana un empleo de die­
ciséis pesos mensuales, sí, en lo que respecta al apoyo
moral y a las consideraciones de las gentes; pues no
era poca cosa ser privado de un personaje tan poderoso,
y asiduo concurrente a su casa, ya que don Guillermo
desde este mismo instante tuvo abiertas de par en par
las puertas de la casa del señor Quintana.

LOS CONTERTULIOS DE QUINTANA ROO


Ahora bien: gracias a estas facilidades, hizo cono­
cimiento con los personajes más relevantes de la época.
Entre otros, con don José María Heredia, el poeta lau­
reado de Cuba.
Mi biografiado nos describe al poeta del siguiente
modo: tez morena; frente "radiosa"; nariz delgada y bo­
ca grande con "largos dientes". Su risa estridente y
su carácter desigual repelían. Tenía la pronunciación se­
mi-andaluza, y a don Guillermo le llamaba el escribiente.
Del mismo modo, conoció allí a Rodríguez Puebla,
"mulato amanerado", que confesaba con "lisura su h�1-
mildísimo origen y desconfiaba de cuanto le rodeaba".
El mismo don Guillermo nos cuenta de este personaje
que, cuando mandaba por un coche, siempre decía inde­
fectiblemente al cochero: ¡ A la plaza! y sólo cuando lle-
78 SALVADOR ORTIZ VIDALES

gaba a este punto, daba la dirección del sitio . a don9e


quería ir. Y agrega: "De puro cumplido, era severo y
hasta cruel con los muchachos. A la casa de don Andrés
iba también, de vez en cuando, Lorenzo de Zavala.
Era éste un tipo "rechoncho, moreno; de pobladas
patillas; de ojos pequeños y penetrantes, y de hablar �i­
fícil y precipitado. No le gustaba dormir en alto, y ase­
guraba que lo mejor que había escrito lo había hecho
sin saber lo que decía, y con algunas copas en el estó-
mago "
Nada nos dice, empero, don Guillermo, de doña Leo-
na Vicario, y es una lástima; pues sus observaciones
nos serían ahora de suma utilidad, para la mejor com­
prensión del carácter de esta rara mujer. Pues, fuera
de una alusión completamente accidental que hace de
la familia del señor Quint:rna, cuando éste se retira a
sus habitaciones, y vueh�e con algún dinero, y aun al­
gunas joyas, que, para obsequiarlo a él y a su madre reu­
nieran "la señora y las señoritas de la casa", y la pr9-
bable conjetura de que éstas, movidas de curiosidad y
noble compasión, hubieran escuchado por detrás de la
puerta el relato de sus cuitas, don Guillermo, no vuelve
a referirse en sus "IVlemorias" ni a la familia del señor
Quintana ni a doña Leona.
VI

1
1

DON GUILLERMO ESTUDIANTE


Y COVACHUELISTA

Dejando a un lado todas estas cosas y volviendo


al motivo inicial de estas líneas en que me he propuesto
trasladar al lector a un mundo ya desaparecido, pe�o
que tiene aún innumerables puntos de contacto con nues­
tro mundo actual, seguiré a don Guillermo a través �e
su vida. Y han de ser tanto más estimables sus obser�
vaciones cuanto más sinceras; pues así como muchos
obran sobre la realidad para transformai,.. mi biogra­
fiado goza en dejarse dominar por ella; y son todavía
más estimables sus "Memorias", desde el punto de vista
etnográfico y del estudio de las costumbres, en cuanto
esta actitud de simpatía o de conformidad regocijada,
lo hace más ·sensible a las excitaciones del mundo ex­
terior.
Recomendado por el señor Quintana, don Guiller­
mo ingresó al Colegio de San Juan de Letrán. "Era
un mal estudiante -dice-, estrujaba mi "I riarte" en el
colegio, sin aprender palabra, y concurría a bailecitos
vespertinos. en casas en que una guitarra rengueaba los
compases de un vals". Y algunas veces era llevado en
triunfo a Santa Anita, por toreros, coleadores y an�i­
guos empleados de su casa. Allí había "bailes hirvien­
tes, amores rabiosos, manjares incendiarios y riñas tre­
mebundas".
Toda. esta vida bulliciosa y de disipación encantaba
a don Guillermo, por las muchas observaciones a que
daba motivo.
Don Guillermo Prieto.-6
82 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Pero seguramente el mejor punto de observación pa­


ra mi biografiado, era la casa de vecindad en que ha­
bitaba.

LA VECINDAD
"Ocupaban las viviendas principales personajes ele­
vados por la reciente revolución, que traían el pelo de la
dehesa e invadían con las sillas de sus caballos el trán­
sito". 1V1 ujeres en enaguas y de zapatos enchanclados,
trabajaban por los corredores preparando los guisos y
llenando toda la casa de humo. Entretanto que las esca­
leras eran invadidas por los "pimpollos" con sus corres­
pondientes cortejos, y por las criaditas y los asistentes,
que interceptaban frecuentemente el paso con sus retozos,
y escandalizaban con sus cantos obscenos. Muchas veces
el señor de la casa deslumbraba los ojos de los vecinos,
"con su bota fuerte; su casaca ricamente bordada de
oro"; sus carrilleras doradas; "su sable· corvo de vaina
de acero; su bastón con borlas y su som.brero de tres
picos, con su escarapela, y unas plumas tricolores que
cimbraban airosas sobre su cabeza".
Y había un músico "que convocaba a sus compañe­
ros, y armaba zambras filarmónicas de música epiléptica;
una anciana partera con una crónica divina, misteriosa,
accidentada y sembrada de secretos increíbles; un sas­
tre embustero; un zapatero fanfarrón y ebrio repugnan­
te; un impresor mártir, con una mujer bachillera y ce­
losa; unas bailarinas de lo, - _·andes bailes de Pautret,
"con conexiones de currutacas de gran tono, humos de
reinas y miserias de pordioseras", y finalmente, "una
beatita jamona de voz meliflua, toda enredos, calumnias,
entrometimientos y chismes".

EL CUADRO TERRIBLE DE LA EPOCA

Y sobre todo este conjunto abigarrado ·de costum­


bres y tipos, más o menos grotescos, flotaba en el am­
biente un hálito de tragedia, que si tenía también mu-
l
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 83

cho de melodrama, en el fondo significaba una de las


convulsiones más dolorosas que hubo de experimentar
la patria, antes de convertirse en una nación libre. En
esta época, acaso la más terrible y dolorosa de la vida
de don Guillermo Prieto, sobre un escenario político de
improvisaciones y de tanteos más o menos afortunados,
juntamente con la expulsión de los espa�oles -con la
que se cometió la más terrible de la injusticias, y que
dió lugar a muchas dolorosas escenas-, apareció el es­
pectro del cólera morbo, que llevó el luto y la conste_r­
nación a innúmeros hogares.
Ahora bien, con respecto al escenario político, he
aquí cómo nos lo describe don Guillermo: "Oía, como
entrecortados rumores, los nombres de Santa Ana y Pa­
rías, que ocupaban alternativamente el poder, como dos
empresarios de compañías teatrales. El uno con su co­
mitiva de soldados, balandranes e ignorantes, tahures y
agiotistas. desaliñados; y el otro con algunos eminentes
liberales; pero con su cauda de masones, de patrioteros
anárquicos y de gente de acción, que era un hormigue­
ro de demonios; pero eso sí, cada uno con su virgen de
Guadalupe y su plan de regeneración entre cuero y carne".

LA EXPULSION DE LOS ESPAÑOLES


Y en lo que se refiere a la expulsión de los españo-·
les, dice: "Las escenas dolorosas se sucedían, desgarrando
el corazón de las familias y sembrando por todas par­
tes el duelo y la consternación".
En su familia, y bastante allegado, había un espa­
ñol "noble y generoso sobre toda ponderación". "Vino al
país oliendo a brea, casi sin calzado y con la guitarra
al hombro, cantando la cachucha y el trágala". Se en�­
moró de una parienta de don Guillermo, bastante rica;
"formó un caudal inmenso a fuerza de trabajo y de in­
teligencia, y su casa fué un manantial de caridad y de
ternura para los pobres".
Era de los españoles que llamaban al pan, pan, y al
vino, vino; tenía siempre como estribillo el taca y ha.-
84 SALVADOR ORTIZ VIDALES

nanea; se solazaba en el juego de la pelota, y siendo ex­


celente gastrónomo, gustaba de comer bacalao y gazpa­
cho, y beber Cascarrón o de la Rioja. Tenía el corazqn
en la mano, y nunca el infortunio llegaba a su conoci­
miento sin que acudiera al punto a remediarlo, conm9-
viéndose muchas veces hasta las lágrimas, mas sin dejar
por esto de lanzar, según su costumbre, · enérgicos epí­
tetos.
A la noticia de su partida, se llenó su casa ele menes­
terosos, de empleados, de peones del campo y de indios
que eran sus compad,·es y favorecidos.
Se despidió de todos con gran pena. y les niños se
abrazaban a sus rodillas y los indios querían besar su5
manos.
Unicamente se llevó lo muy indispensable para sn
subsistencia, y el resto de su fortuna lo dejó al país,
para hospitales y obras de beneficencia, empleando tam­
bién tres mil pesos en la construcción de una campana,
que donó a su pueblo y que, por ser tan grande, no
pudo soportar la raquítica torre de su aldea de la mon­
taña.
"La expulsión de los españoles fué una rnedid:i a
todas luces bárbara y ruinosa para el país", dice don
Guillermo. Y así era, en efecto, pues los españoles, ade­
más de ser un elemento ele trabajo valiosísimo, se había!1
identificado por completo con el país. "A esto debe agre­
garse, prosigue don Guillermo, la dolorosa impresión que
causaban las prisiones de Bustamante, Molinos del Cam-·
po, etc., y el desenfreno de la prensa, que en estilo v�­
hemente hacía constantes revelaciones sobre la conduc­
ta del clero, en lo que respecta a "sus intrigas y cábalas
traidoras".

EL COLERA JVIORBO
Pero lo más terrible era seguramente la aparición
del cólera morbo.
¡ De cuántas escenas desgarradoras fuí testigo!- ex­
clama mi biografiado.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 85

"Las calles se encontraban silenciosas y desiertas. Sp­


lo de vez en cuando se oían a distancia los pasos preci­
pitados de ias gentes que corrían en pos de un auxilio.
Por todas partes se veían las banderolas amarillas, ne­
gras y blancas, que indicaban el sitio en donde se encon­
traban los enfermos atacados del cólera". Los templos se
hallaban con las puertas de par en par abiertas; los a_l­
tares profusamente iluminados, y las gentes arrodilla­
das; con los brazos en cruz y derramando lágrimas, re­
zaban rogativas. Mientras que por las calles se oía el
lúgubre rechinar de los carros que pasaban cargados de
cadáveres.
"Recuerdo--dice don Guillermo- haber penetrado
en una casa, por el barrio de la Lagunilla. Tenía ésta
como treinta cuartos, todos vacíos, con las puertas abier­
tas que abría y cerraba el viento, y con los .rirnebles y
enseres abandonados. En ninguna parte -agrega- sen­
tí de un modo más intenso el terror de la muerte y la
desolación".
"Los panteones de Santiago Tlaltelolco, San Lá�aro,
el Caballete y otros, rebosaban de cadáveres". La ex-•
citación, llevada casi hasta el paroxismo, se había apode­
rado de aquellas pobres gentes, llevándolas hasta los
mismos confines de la locura, pues "de los accesos de te­
rror se pasaba en aquellos lugares a las alegrías locas,
y a las escenas de escandalosa orgía, interrumpida sólo
por los cantos 1 úgubres de las ceremonias religiosas".
De esta terrible época del cólera recuerda don Gui­
llermo un episodio verdaderamente alucinante.

EL IVULAGRO
Era una noche de tormenta: Toda la ropa de la ca­
sa, por prescripción higiénica, se hallaba colgada ei: los
corredores y el patio. Y comq la madre de don Guiller­
mo estaba a la sazón paralítica, no había podido reco­
gerla. La tormenta se desataba a cada momento con más
fuerza, y acabó por inundarlo todo, empapando colch9-
nes, sábanas y toda clase de ropa, sin que _ la pobre
r
86 SALVADOR ORTIZ VIDALES

mujer paralítica lo pudiera evitar. En esto llegó don


Guillermo, chorreando agua, y encontró a su madre en
un rincón, sumida en las tinieblas, pues ni siquiera ha­
bía podido proporcionarse luz. Cosa por lo demás muy
ardua, pues "lumbre" significaba entonces "yesca, pajue­
la, buen pulmón y pulso firme".
Pasaba el tiempo en la mayor obscuridad, entre
lamentos y discusiones, cuando un poco después de la
queda, en que se cerraba el comercio y las casas de ve­
cindad, se oyeron en el zaguán unos golpes, primero ac�­
lerados y después débiles. Era el hermano de don Gui­
llermo Prieto, atacado del cólera, que había sido con­
ducido hasta la casa por unas personas caritativas.
Sin tener a quién acudir a aquella hora avan zada ge
la noche, sin lumbre en los braseros y con toda la ropa
mojada, no tuvieron más recurso, don Guillermo y su
madre, que unir sus cuerpos al aterido y casi semides­
n udo del enfermo.
"Nuestra respiración congojosa -dice don Guiller­
mo- fué su abrigo, y las copiosas lágrimas de mi ma­
dre su sola medicina". Mas he aquí que entre aquel so­
llozar y "las aclamaciones a la Providencia Divina, cuan­
do la muerte parece inevitable, de pronto el enfermo se
incorpora, y luego, puesto de rodillas, exclama:
"Creo en Dios Padre, etc."
"Mi madre y yo -dice don Guillermo- seguimos
a aquella oración fervorosa que era para mi espíritu
como un canto de resurrección". Y en el colmo del entu­
siasmo exclama: "¡ Y pensar que hay animales que to­
davía me supongan incrédulo!"_
Cuando a través del tiempo, y por las narraciones
de los historiadores, tratamos de imaginar lo que sería
esta atroz epidemia, seguramente que nos quedamos cor­
tos, no obstante nuestro deseo por comprenderla en toda
su intensidad dolorosa.
Nada tiene de extraño, pues, que don Guillermo
Prieto, afiliado entre los reformistas y acérrimo enemigo
del fanatismo de su época, haga a propósito de este su­
ceso una tan solemne confesión de fe_. y que el primer
soneto que miró la luz pública calzado con su firma, fue-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 87

ra dedicado al Señor de Santa Teresa, en recuerdo de


este acontecimiento que conceptuara de milagro asom­
broso.
Por lo demás, si don Guillermo Prieto, de la misma
manera que otros libeíales de su época, fué en contra
del fanatismo, no iba propiamente en pugna con las
creencias católicas, por otra parte, en él muy arraigadas,
pues las había recibido de su madre, por la que tenía
un verdadero culto.

LA VIDA CALLEJERA
Podemos continuar siguiendo a don Guillermo Prie­
to a través de su vida, sólo que por cauces más tranquilos,
pasada la terrible impresión que en su ánimo produjo
la epidemia del cólera, y cuando los habitantes de es)"a
muy leal y muy noble ciudad de IVIéxico, se dispusie­
ron una vez más a volver por la senda acostumbrada
de su existencia cotidiana y monótona.
Don Guillermo recuerda nuevamente su vida calle­
jera y su nunca desmentida afición de entablar amistad
con las personas más disímbolas y más abigarradas.
"Los pocos momentos de desahogo -dice- que me
dejaban mis aperrados estudios, la oficina, la curaciqn
de mi madre y las atenciones de mi casa, los aprovecha­
ba para flotar, como yo mismo decía, entre mis instin­
tos callejeros, mi amor a la poesía, el cultivo de las
graves relaciones con mis maestros y con las monjas ami­
gas de mi mamá, que eran mi delicia, por su mismo en­
cogimiento y disonancia con el resto de mis relaciones".

EL "CAFE DEL SUR" . ·-·-· .. . . . ·-,¡-c--1


. • ·; -, .: l5 .,,., /J.�:> 1
. . - . -- - u._ .:>
Algunas veces, don Guillermo gustaba de meterse
en el "Café del Sur". Estaba éste situado en el Portal
de Agustinos, y "era como la crema, la sinopsis y expo­
sición perpetua de lo más granado" de que se componía
la sociedad de entonces.
88 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Este establecimiento se componía de una pieza, apro­


ximadamente de ocho varas en cuadro; tenía dos puer­
tas que daban al portal, y en medio de ellas un farol
con el título del café, grabado en uno de sus vidrios.
Entre el humo de los cigarros y los puros, que obs­
curecía el local, se distinguían apenas las pequeñas me­
sitas de palo ordinario, con sus cubiertas de hule, pren­
didas con tachuelas de latón, y rodeadas por las sillas
de tule, que se llamaban entonces "de peras y manzana?".
En el fondo de la pieza se veía el despacho con un
"desmantelado armazón" y un mostrador provisto de
vasos y de copas; charolas de hojalata; un "tompeate con
azúcar; azucareras a guisa de marmajeras, y en hileras
simétricas, roscas y bizcochos de todas clases, sin que
faltaran las tostadas y los molletes que eran los manja­
res de más "privilegiado consumo".
"La concurrencia era consecuente con aquel pobre
aunque pretencioso mueblaje".
Y allí se reunían "militares retirados y en servicio;
tahures en asueto; abogados sin bufete; politiqueros sin
ocupación; clérigos mundanos y residuos de covachue­
las, de sacristías, garitos y juzgados civiles y criminales".
Se veía frecuentemente en el café a un fraile silen­
cioso, sentado delante de una mesa retirada; a un gru­
po de payos, acompañados de un señor que usaba calzo­
neras con botonadura de plata, o bien una señora con
rebozo de Tulancingo, enaguas de indiana inglesa, y
con un enjambre de chiqujllos que se arrodillaban sobre
las sillas para alcanzar la mesa, mientras que la sirvien­
ta, alejada a una respetuosa distancia, cuidaba de los
canastos y envoltorios, a la vez "que de dos o tres canes
consentidos, que se azoraban de verse en tan extraño lu-
gar
Alrededor de las mesas centrales se veían los con­
currentes más asiduos del café, y todos por sí mismos
se clasificaban en diferentes grupos según sus gustos y
aficiones.
Estos grupos estaban formados de políticos, de li­
teratos, de militares, de gentes consagradas a la simple
crónica escandalosa, o "ancianos apologistas que gozaban
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 89

de charlar de sus tiempos", mientras que "refrescaban sus


recuerdos con sendos vasos de catalán puro".
Delante de una mesa se veía al señor Palacios Lan­
zagorta, "hijo de uno de los ilustres compañeros del se­
ñor Cura Hidalgo". Llevaba un sorbete deslustrado; su
rostro era pálido; su boca desdentada. Tenía ideas avan­
zaclísimas y mostraba un ferviente entusiasmo por las
disposiciones de Gómez Farías sobre votos monásticos,
diezmos y plan de instrucción pública.
Le hacía coro un licenciado Borja, "repugnante, mu­
groso y con el labio plegado por una cicatriz, adquirida
en las lides del callej�ro amor".
"Desamortización; tolerancia de cultos; milicia cí­
vica; libertad de comercio. Todo se discutía entre con­
tradicciones y aplausos exagerados, oyendo la mayoría
con la boca abierta a los cabezones, como se llamaba a
los hombres de talento".
En torno de otra mesa se agrupaban los literatos.
Allí "solía llevar la voz un capitán apellidado Antapana,
apuesto, fino y sincero admirador del divino Tagle, de
Fray Manuel de Navarrete, de Couto y de Carpio".
"Mantenían la discusión el capitán Aµ1at, que re­
citaba de memoria las poesías del Padre Ochoa y Bar­
quera, un señor Sierra Rosso y otro señor Pérez Riv�s,
que era un al/oli de chistes, anécdotas y particularidades
de improvisadores estupendos, desde los Villaseñores
hasta Ventim_illa, Rafael I-Ieredia y Guerra Manzanares
Antonio".
En otra mesa colocada en un rincón, se instalaba
la gente de trueno. Allí se hablaba "de valientes y cala­
veras, toreros y gente de teatro, músicos, cantantes y bai­
larinas, jugadores de pelota y tahures arriesgados. Se
voceaba en son de guerra; se daban palmadas en las
mesas, y de vez en cuando volaba una charola o una
silla sobre la cabeza de los interlocutores".
Pero seguramente el grupo más interesante era aquel
en que se discutía de las cosas de teatro. No sólo "por
precederlo una tradición magnífica, en que figuran Lu­
ciano Cortés, Prieto y Garay, sino porque Moratín ha­
bía despertado el buen
,,
gusto por la comedia, porque
90 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Prieto era un consumado actor y porque Amador y


Agustina 1\!lontenegro poseían dotes eminentes".
"Amador era persona de distinguida familia, de pre­
sencia gallardísima; había hecho buenos estudios; tenía
modales finísimos y recitaba los versos con dulzura en­
cantadora", y sobre tocio "las décimas de "La vida es
sueño", de Calderón, que siempre repetía por instancias
del público, tres y cuatro veces".
"Agustina era pequeña de cuerpo, regordeta, chata
y con los ojos más divinos que puede soñar capense ena�
morado. Y representaba a las mil maravillas "A la Ve­
jez Viruelas", de Bretón".
Con respecto a las cantantes, los primeros albores de
la ópera habían destronado totalmente a la Chata 1\/1 un­
guía y a Rocamora, y sólo ciertos apasionados empeder­
nidos seguían ensalzando "La Patera", "Los Hidalgos

1
de Medellín" y "El Trípoli".
Y todavía durante mucho tiempo, "lamiéndose los
bigotes", repetían los viejos la tonadilla que decía:

"Los muchachos de estos tiempos


Son como el ato_le frío ...
Perdidos de enamorados
Y el estómago vacío".
Y la otra que cantaba Rocamora:

"Las muchachas de estos tiempos


Son como las aceitunas:
Las que parecen más verdes
Suelen ser las más maduras".
(�t�c..� � ��- .
Aun restaban algunos defensores de los coloquios
y pastorelas. Y otros ponderaban las excelencias de las
comedias de magia, o sea las representaciones de títeres
y fantoches, por las que don Guillermo conservó siem­
pre una particular predilección, recordando acaso los
años de su infancia, c_uando en los convites, suspendidos
de los largos y lujosos bastones, conducía a los peque­
ños perSOf!ajes de la farándula.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 91

El aspecto que presentaba el teatro en "Juana la


Rabicortona", dice, era ciertamente encantador. Todos
los palcos aparecían llenos de muñequitos muy apuestos,
con sus sombreros, sus pañuelos y sus abanicos, y cuando
el caso lo requería, se ponían de pie muy naturalmente,
y agitaban las manos, saludando "a la milagrosa J ua­
na que atravesaba el foro en marcha triunfal".
"Aquello era de perecerse de júbilo y asombro; los
chicos palmoteaban y se salían de sus asientos, haciendo
cabriolas, y la concurrencia aplaudía enloquecida".
Recuerdos no menos sugestivos que éste de los ca­
fés, de gentes trashumantes, literatos, políticos, toreros y
tahures, con las evocaciones del teatro de la época, y las
representaciones de fantoches, surgen a cada momento
en el recuerdo de este viejo poeta, con toda la emoción
de lo vivido; mas en la imposibilidad de anotarlos to­
dos, sólo mencionaré aq�ellos que tienen una particuiar
importancia, en lo que respecta al carácter de don Gui­
llermo Prieto, y al cuadro de la época.

LA PRI1V1ERA VISION DE LOS FERROCARRILES


Entre estos recuerdos, debe figurar seguramente la
primera visión que de los ferrocarriles tuvo mi biogra­
fiado. Dice así: "Pasando por la calle de Zuleta, me
llamó la - atención un grupo de gente que se apiñaba cu­
riosa a la puerta de un amplio zaguán, y miraba a un
gran patio. Penetré con trabajo, y quedé sorprendido a
la vista de una maquinita pequeña, con figura como de
cilindro, que recorría sola y como por milagro un círcu­
lo de rieles puestos sobre el patio. Era el ferrocarril aca­
pado de descubrir en Inglaterra, y traído a México en
miniatura. ¿ Quién había de presumir siquera -se pre­
gunta- la revolución estupenda que iba a operar aque.l
juguete en la humanidad?"
Este recuerdo lo fija don Gvillermo en 1833. Mu­
chas penalidades tiene aún que pasar el novísimo in­
vento para imponerse en nuestro país. Pues no fué cier­
tamente, el ferrocarril aceptado de una manera unánime

r
\
92 SALVADOR OR TIZ VI DALES

por todas las naciones. Basta recorrer su historia para


ver todas las cortapisas que los particulares y los mis­
mos gobiernos opusieron a este maravilloso invento. Co­
mo era natural, no faltaron entre nosotros estos detrac­
tores, y entre ellos]_ nada menos que el general Santa ¡
Anna. Juzgaba este señor que implantar el sistema de los
ferrocarriles en México era ir sencillamente a la ruina, I
pues aseguraba que aniquilaría los viajes en diligencia
y el comercio de las recuas y arrieros. Y en efecto, ¿ quién
podía contradecirle en esto último? Pero al señor San­
ta Anna se le escapaba que, si el -ferrocarril agotaba unas·
fuentes, podía sin embargo, crear otras, seguramente mu­
cho más productivas, en cuanto fomentaba el comercio,
por la facilidad del tráfico, y acercaba a las poblaciones,
en ninguna parte quizás más distanciadas que entre nos­
otros, hasta formar una única metrópoli. Pero esta ver­
dad que nos suena ahora casi a perogrullada, era en
aquellos tiempos atributo sólo de gentes muy contadas
y discretas, entre ias que seguramente no se hallaba Su
Alteza Serenísima.
Por lo demás, si el general Santa Anna no podía
ver la ventaja de los ferrocarriles en un futuro próximo,
percibía de manera palpable y efectiva, sobre todo, pa­
ra su excelentísimo bolsillo, la nunca extinta mina de
la Aduana, con todas las cábalas y los abusos de los re­
caudadore.s, sobre los gremios esquilmados del pequeño
comercio y las recuas de arrieros.
Ahora bien: don Guillermo Prieto. que como ya ]o
he dicho, ingresara a la Aduana en calidad de meritorio,
con dieciséis pesos mensuales, tuvo oportunidad de ob­
servar muy de cerca a esta flamante institución.

EN LA ADUANA
Sus jefes eran don Joaquín Lebrija, don Ignacio de
la Barrera y don Mariano Domínguez. El primero fun­
gía como administrador, y los dos últimos, uno de con­
tador y otro de tesorero, respectivamente; don Guillermo
nos describe al señor Lebrija de estatura elevada, "de
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 93

cara grande, de risa franca, humano, generoso y simpá­


tico". Al señor De la Barrera, "delgado, arrogante, de
imaginación vehemente; lleno de erudición, burócrata,
honrado y severísimo". Y en cuanto al señor Domfnguez,
por el que debió de tener poca simpatía, dice que era
"hombre de obscuros antecedentes; rimbombante y pre­
tencioso". Llevaba el pelo levantado y tenía el pecho
saliente. Era de gran prosopopeya en la acción y en las
frases, y los causantes le pusieron por sobrenombre "E 1
Moro Babú", que correspondía cumplidamente con su
porte e importancia".
En cuanto a la Aduana, dice don Guillermo, "era
plebeya como la viruela, como el cardo o como el mos­
quito que espanta el sueño". Y aun le encuentra cierta
semejanza "con la red, la ratonera, la trampa y la In­
quisición". De todas maneras, concluye, la Aduana "pue­
de decir como el don Donato de Bretón, "tengo dinero".
La Aduana ejercía una influencia definitiva en las
finanzas de la época, y era de suma importancia su
intervención en las prerrogativas de los altos puestos
oficiales y en los grandes negocios. Por lo demás, su as­
pecto exterior no desmentía en nada esta importancia.
El gran movimiento que había en ella de mulas y de
carros que salían por sus puertas; la multitud de tercios
que se abrían y cerraban en los grandes patios, "al ruido
aturdidor de cuñas y martillos", y la multitud de gentes
de todas categorías que entraban diariamente a la Adua­
na, hacían ciertamente de ésta, "la mansión del ruido, la
estancia del trajín, la guardia de la fatiga y el remedo
del tumulto, de la inundación y del incendio".
La oficina principal tenb cuarenta varas de largo,
y un gigantesco cancel a la entrada. En el interior había
barandillas, mesas y papeleras, y en el fondo una ima�
gen colosal de la Virgen de Guadalupe, que tenía cons­
tantemente dos o cuatro velas encendidas.
En el muro izquierdo del salón se abrían tres gran­

l
des puertas que daban acceso a las más importantes ofi­
cinas. Eran éstas la Administración, la Contaduría y la
Tesorería. Los tres departamentos, dice don Guillermo,
tenían una fisonomía particular: "lujoso y con sillones
94 SALVADOR ORTIZ VIDALES

el primero; silencioso y como substraído a todo trajín el


segundo. y el tercero tumultuoso con el ruido de los pasos
y las voces de los causantes, de los contadores de dinero,
de los cargadores y de los "criados de confianza, ladinos
e insolentes".
Las mesas de la oficina principal estaban d -- -::�:nadas
a las diferentes operaciopes del despacho: "Mesa de
Pases", "1\llesa del viento", "1\tlesa de Abonados" etc.
En las mesas de "Pases", y de "Viento" _. reinaban
el escándalo y la insurrección perpetua. A la primera

1
acudían los viajeros que, listos para marchar desde las
cuatro de la mañana, esperaban hasta las nueve a que se
abriera la oficina. Y a la segunda, los introductores que
habían dejado prenda en la garita, y que habían per­
noctado una noche en M . éxico con grande menoscabo de
sus intereses, sólo por no haber podido despachar sus
asuntos antes de las dos de la tarde, en que se cerraba
indefectiblemente la oficina. Y "ay del infeliz que mos­
traba impaciencia! ¡ Ay del distraído que olvidara qui­
tarse el sombrero reverente!"
Y es de notar que, "mientras los causantes brama­
ban de impaciencia, los empleaditos de tres al cuarto se
engolfaban en una disputa sobre el mérito de Chucha
Moctezuma o Palomera, o en recitar unas coplas, o en
recoger un escote para unas "chalupas" o remedar a los
jefes e imitar sus firmas".
"A la mesa del Viento se agolpaban los queseros,
maiceros, introductores de piedras, vigas, ganados. etc.
La tarifa era voluminosa, las cuotas variadísimas, la ur­
gencia del causante la misma, y la holgura y cachaza de
los empleados, la de siempre. Solía haber sus altercac;ios
provocativos. Mas no faltaban rancheritas de dentadura
blanca y pecho saliente que humanizaran a los canes del
fisco. Sólo que tratándose del Tesorero, era forzoso es­
quilmar y exprimir al contribuyente, so pena de los ana-
temas de la Superioridad".
"Una borrada ligera, un rasgo de pluma acusado
de sospechoso, una entrerrenglonadura, eran pretexto de
una demora o de un proceso o motivo de ruina para un
infeliz. Invento de maldición y tortura . puede llamarse
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 95

a la alcabala; pero los que se interioricen de sus Lt"ámi­


tes, los que puedan valuar sus extorsiones, su ineficacia,
sus delatores y verdugos, tienen que contarla como una
de las mayores calamidades de un pueblo".
En la Contaduría residían los peritos, dedicados a
dictaminar sobre asuntos de contrabando. "Parece que
los veo, dice don Guillermo, calvos, con sus anteojos de
plata en la punta de la nariz; las plumas de ave junto
al hondo tintero de plomo; la escupidera al lado y la
zalea a los pies". Eran aquellas personas "de n1uchJ.
sindérisis y mucha letra menuda", y terminaban siempre
sus dictámenes con esta frase: "V. S. decidirá con sus
superiores luces o su conocida justificación" ...

LA MESA DE VIENTO
Ahora bien, don Guillermo, al ingresar a la Aduana,
pasó a trabajar precisamente en la "Mesa de Viento".
No era mi biografiado un modelo de laboriosidad y de
fiel cumplimiento a sus deberes burocráticos. En la
Aduí:!-na, nos cuenta, había ciertos departament.os habita­
dos por gentes de diferentes categorías: costureritas, pil­
mamas y criadas, cuyo amable trato constituía todo un
gran atractivo para los meritorios y empleados inferio­
res. "Yo era -dice don Guillermo- de esa falange, y
mi natural propensión a los estudios de costumbres me
hizo buscar el contacto de sabrosas, retobadas pilmamas
y suculentas cocineras habitadoras de aquellas regiones.
Mi propensión formó escuela: tuve discípulos, proséli­
tos y cómplices, y a poco andar aquella Aduana era una
maravilla en esto de cuchicheos, trompadas y alegrías" ...
Como era de suponerse, el desagrado de los jefes no se hi­
zo esperar por mucho tiempo. Y so pretexto de mejorar a
nuestro biografiado, se le cambió a la mesa de los te­
nedores de libros, gente seria y poco amante de ruido y
trapisondas. Mas los amigos de don Guillermo eran
fieles, y si al principio los arredró la gravedad de los se­
ñores tenedores de libros, bien pronto fueron cobrando
confianza y asediaron al joven poeta con multitud de
96 SALVADOR ORTIZ VIDALES

encargos que eran, naturalmente, composiciones en ver­


so: un epitafio para un niño que se había tragado un
soldado de ·plomo, con todo y fusil; unos versos para
ablandar el corazón de una ingrata que se había enamo­
rado del sobrino de un cura; y toda clase de décimas,
cuartetos y sonetos. Pero si los versos iban más o menos
bien, los libros iban pésimamente, y en muy poco tiempo
aquello fué un espantoso lío. Entonces se resolvió cesar
a don Guillermo, y en la exposición de razones que se
daba con este objeto, se mencionaba como un defecto ca­
pital el que don Guillermo fuera un poeta, "enfermedad

1
vergonzosa o vicio incorregible", dice mi biografiado.
Pero afortunadamente para don Guillermo, el señor
Lebrija era hombre generoso y comprensivo. Pues dán­
dose cabal cuenta del talento del joven, no sólo se limitó
a no autorizar el cese, sino que lo tomó como su secre­
tario particular.
Y a los pocos días, don Guillermo no sólo llevó la
correspondencia con expedición y soltura, sino que se
aventuró, igualmente, a formular algunos informes; puso
acuerdos y redactó minutas, con tal acierto que mereció
la aprobación y aplauso de su jefe. Y aun se aseguraba
que decía a los altos empleados de la Aduana: "Vean
ustedes a este muchacho; lo han despedido de la Conta­
duría por inepto, y es hoy mi desempeño, se puede decir
que el Administrador".
Sin embargo, no fué muy grato para don Guillermo
el recuerdo de su vida de burócrata. Con frecuencia le ve­
mos lanzar frases incisivas contra los altos empleados de
la Aduana. Pero seguramente donde mi biografiado toma
más cumplida venganza es describiendo el tipo del em­
pleado de entonces.
He aquí una de estas siluetas:

DON DECOMISO

"Es un señor de piel apergaminada, cara larga y


ojos hundidos tras largas cejas. Su cabello largo, que de-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 97

ja ver el carril de la calva, lo lleva sujeto con una peine­


tilla de carey, y un simétrico nudito sobre la frente.
Después de que don Decomiso se ha lavado con
agua tibia y un poquito de aguardiente, y se ha desayu­
nado con chocolate de Ambriz y roscas de manteca, se
dirige a la misa de 8 al Altar del Perdón, y asiste al
Santo Sacrificio, hincado sobre su extenso paliacate". Lue­
go, se dirige a la oficina; se presenta al portero para
que le apunte la hora de entrada, y una vez dentro de
su despacho, coloca su sombrero en la pared, en lugar a
propósito, sobre un pliego de papel pegado al muro con
obleas, e inmediatamente después sacude el asiento y la
mesa. Tiene ésta, en la parte. superior, una gran papele­
ra, coronada por el frasco de tinta; la oblera y el mar­
rnajero; un trapillo para limpiar las plumas y una am­
polleta de vidrio ve1 de para que se remojen.
Abajo de la mesa hay una zalea para los pies; una
bacinilla y un hueco separado para colocar el canasto del
almuerzo. Una vez instalado, don Decomiso abre la pa­
pelera y pasa una revista a todos sus útiles. Son éstos:
una regla, una falsa, el cortaplumas, el lacre, goma ·en
polvo para las raspaduras, y una manga de brin para res­
guardar el brazo derecho de todos los percances del tra­
bajo.
Nadie como don Decomiso conoce más admirable­
mente todas las formalidades relativas al alto desempeño
de su cargo. A saber: "el cuarto margen del oficio, con ]a
ceja para la costura: el expediente con su fecha y refe­
rencias, sus cuatro puntadas, gaza y ñ udo; la inserción
con sus comillas correspondientes; la antefirma, etc."
"No olvida, ni por todas las nueve cosas, a quién co­
rresponde el título y el tratamiento", y sobre todo, tiene
muy en cuenta "los conductos para no salvarlos y poner­
se en ridículo".
"Cuando hace un informe de empeño, pone sobre la
mesa un cuadro de madera, cubierto cop un tafetán ver­
de, para aminorar el reflejo demasiado vivo de la luz, y 1

una vez realizada esta operación necesarísima, se enfrasca


en la lectura de los "tomos de Arrillaga y de la Ordenan- �
Don Guillermo Prieto.-7 \
l
{
98 SALVADOR ORTIZ VIDALES

z1 de Intendentes, y aguza en todo lo que puede su ingeg


nio para descubrir todos los contrabandos".
Es implacable, y tiene como axioma que todos los
comerciantes son unos ladrones, "y que el mejor emplea­
do es el que más creces procura al Fisco, aunque sea de­
jando en cueros vivos a los causantes, con o sin razón".
"La pauta de los comisas constituye toda su ido­
latría, y la llama la ratonera, porque el infeliz que cae
en sus garras, por la más leve omisión, puede contarse en­
tre los muertos·'.
"Profesa un terrible odio para los comerciantes, e
imagina que sería traicionar a la patria concederles la ra­
zón, aunque la tuvieran".
Y para que se vea hasta dónde llegaba la agudeza
y penetración de esta especie de Argos, voy a permitirme
citar algunos casos que don Guillermo nos relata:
Dice mi biografiado que habiéndose una vez descom­
puesto unas latas de sardinas, los causantes se negaban,
como era de justicia, a pagar .el impuesto; mas don De­
comiso, hombre de grandes recursos, resolvió entonces que
se les cobrara conforme al arancel del aceite. Y en otra
ocasión, como por la humedad varios bultos de azúcar
se reviniesen, y los propietarios se negaron a pagar los
derechos al Fisco, nuestro hombre resolvió que se les
debía cobrar por concepto de melaza. Y una letra, una
coma que se cambiaran en un oficio, ya eran causa de
grandes desazones y de dificultades para los infelices cau­
santes.
"Aquel cerebro tenebroso -dice don Guillermo- en
que como en bodega sucia y llena de estorbos existían
los· recuerdos del Virreinato, las doctrinas de la Inquisi­
ción, que graduaba de herejes a los contrabandistas, los
fallos del tribunal, etc., era, además, un hervidero de acu­
saciones y maldades, barnizadas con la apariencia del
amor
. . , , a los interes€s públicos y el celo por el buen ser-
VICIO
Pero lo más extraño es que tan ingrata tarea, dice mi
biografiado, fuera interrumpida frecuentemente por don
Decomiso para encomendarse a San Matías o San Juan
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 99

Nepqmuceno, cuyas estampas tenía al reverso de ia pa­


pelera.
Y estos mismos inicuos procederes, de la misma ma­
nera que no inquietaban la conciencia de don Decomiso,
ni hacían mella en su acendrada devoción a los santos, no
alteraban tampoco su excelente apetito, pues d� la misma
manera que interrumpía su ímproba tarea para consa­
grarse un momento a la oración, la suspendía a la lle­
gada del suculento almuerzo.
Entonces, dice don Guillermo, "la papelera alzaba su
tapa, y en su fondo lucían los bocaditos sabrosos: Jog
frijoles compuestos, las tostadas y otros primores inven­
tados por la gula". Claro que no faltaba el botellón de
pulque, y su correspondiente "vaso colosal".
"Repleto el anciano -continúa don Guillermo- y
medio _dormitando en su asiento, recibía la visita de al­
gún subalterno que le hablaba de los toros o de la come­
dia", de las festividades religiosas, o le proponía la desci­
fración de un jeroglífico, consistente en un letrero que se
leía al revés o al derecho, como el de dábale arroz a la
zorra el Abad.
En estos inocentes .,v amenos divertimientos sonaban
las tres, y don Decomiso se retiraba a su casa para comer
una vez más y dormir su siesta acostumbrada, "cada día
más perezoso, más feliz y más bruto", pero, eso sí, con la
conciencia completamente tranquila.
Por el presente retrato, el lector se podrá imaginar

(
lo que sufriría mi biografiado en el constante trato con
estos personajes. Pero no toda la vida de don Guillermo
se hallaba confinada entre las cuatro paredes de la of i­
cina. Su ánimo callejero -pues no en vano en alguna oca­
sión declara sus "salones" al pintoresco .y alborotado
barrio de San Juan- y su nunca desmentida afición de
trabar amistad con toda clase de personas, sólo por el
. prurito de observar, lo compensarían largamente de las
horas monótonas pasadas en la Aduana. Sin contar sus l
)

¡
frecuentes visitas a la casa del señor Quintana, donde se
d4pap �jta.. Jos hombíes tnás relevantes de la época, y

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(

u (
r . ,.
1

il_

100 SALVADOR ORTIZ VI DALES

otras casas amigas, de no menos finura y distinción, en


que era recibido siempre con beneplácito.

DON MANUEL PAYNO

Fué en esta época cuando don Guillermo conoció a


IVlanuel Payno, seguramente en una de esas casas de la
alta sociedad a que me he referido. Era éste, a la sazón,
meritorio de la Dirección General de Rentas.
"Su buena letra -nos dice don Guillermo-, su ex­
pedición para los negocios, así como su finura proverbial
y el influjo de su ilustre padre, le habían gran3eado la
simpatía de todos sus compa1íeros de trabajo. Y en lo
que respecta a ia buena acogida que se le dispensaba en
la alta sociedad, ella se debía "a su buen decir, a su ama­
bilidad y a su talento".
He aquí la semblanza que de este literato nos hace
don Guillermo. "Era 1\11 an uel -dice- de color apiñona­
do, de cabello negro y sedoso, de ojos hermosos de som­
bría pestaña; esmerado en el vestir, pulcro en las maneras
y de plática sabrosa y entretenida".
Aunqt:e ilamaba la atención por excéntrico, era, no
obstante, amabilísimo.
"Jugaba a la baraja con las señoras ancianas, les
hacía suertes a los chicos y era la admiración y el encan­
to de las polluelas".
Organizaba frascas con los jóvenes aristócratas de
su época. Y frecuentaba b casa del señor licenciado Do­
mínguez, en donde muchas veces había regocijadas ter­
tulias. L�s señores jugaban al tresillo o a la malilla, y
las chicas bailaban o se entretenían con los juegos de·
prendas. Allí se organizaban los paseos al campo, las
posadas, las rifas de compadres y las loterías, en que era
una potencia Manuel Payno, pregonando con ingenioso
gracejo los cartones, "llamando al 8 los anteojos de Pila­
tos", al 22 "las palomitas" y al 90 "el viejo", etc., y con
iJóN OlJILLERMO PRIETÓ Y SU EPOCA 101

tales alusiones a la concurrencia, que hacían desternillar


de risa, a los encopetados y circunspectos caballeros.
Con las mujeres era irresistible Manuel Payno. "E1n­
pleaba desde la sonrisa platónica hasta los preliminares
del suicidio". Y cuando, en lo íntimo, narraba sus a ven­
turas con desgaire ingenuo y una gran naturalidad, de­
jaba llenos de admiración a sus oyentes, que presentían
ya en él "al narrador inimitable".
Sin embargo, a pesar de todo su entusiasmo por las
damas, Payno se mostraba un tanto tímido ante ellas,
y en su hablar había un cierto dejo de "literatura mís­
tica", que era, por otra parte, "el encanto de las mamás".
Pues no en vano este escritor, por culpa de su piadosa
madre, la señora Cruzado, había pertenecido a la Iglesia,
como pajecillo del señor obispo Balauzarán. Cosa de la
que se arrepintió después, colgando la sotana, por su
amor excesivo hacia las hijas de Eva.

EL AMOR
Quizás fué también en esta época cuando mi biogra­
fiado sintió el dulce llamado del amor. Don Guillermo
pone este grato recuerdo de su vida en 1834.
Fué entonces cuando conoció a "su María". "Todo
lo que experimentaba -dice- de tierno y luminoso en
mi alma, lo hallé en aquella niña, sobr� cuyo nombre
caen ahora, después de cincuenta años, mis lágrimas, mis
bendiciones y mis besos".
La vió por la primera vez en el barrio de San Juan,
este mismo barrio que don Guillermo recuerda de manera
frecuente en sus "i\1emorias".
He aquí cómo nos describe este magno suceso:
. "Iba yo por la talle -dice- ligero, riente, rico de
bienestar, con mi capotillo delgado y transparente como
una gasa, y mi Chantreau desencuadernado debajo del
brazo". "Caminaba bobeando y viendo para todos lados,
cuando llamó mi atención, en uno de los balcones de la
102 SALVADOR ORTIZ VI DALES

pana<leríá de San Juan, una niña como de doce afios, ·4ue


enseñaba la calle a una enorme muñeca".
Don Guillermo se fija en la niña, y "viéndola, vién­
dola, pierde el equilibrio, da un traspié, abre los brazos,
y cae regando como un chorro las hojas de su Chantreau".
Se levanta corrido y amostazado; alza los ojos y ve
a la niña de la muñeca reír de modo tan ingenuo y de
tan buena gana, que se siente al punto desarmado en su
cólera. Y ya tranquilo, se sienta en la banqueta; empieza
a recoger una a una las hojas de su libro, colocándolas
cuidadosamente poi su orden, y acaba por reír con la
niña, que en el balcón prosigue contemplando toda re­
gocijada, el cómico suceso.
Don Guillermo desde este punto se siente profunda­
mente enamorado; indaga curioso y lleno de ansiedad, y
sabe que se trata de una nifia de fortuna opulenta, que
pasa en una hacienda la mayor parte del año, y que tiene
un padre terrible como un ogro. Y como es natural, des­
de este instante comienzan las tribulaciones de aquel niño
poeta. Mas él lo da todo por bien habido, pues al fin tie­
ne ya una princesa a quien cantar. Y cuando, en la noche,
se recoja en su pequeña pieza de estudiante, como en "un
oratorio escondido y silencioso", podrá si quiere, aunque
sólo sea en versos, dialogar con la imagen querida; su
existencia se elevará sobre un plano más alto; sus ojos
mirarán m5.s amplios horizontes y por ella, sentirá ardien­
temente el deseo de la gloria.
Pero dejando a un lado estos romanticismos -aun­
que no hay que olvidar que estamos en el año de gracia
de 1834-- volvamos, y esta vez también con don Gui­
llermo, al plano de la vida vulgar y cotidiana.
Entonces -dice- "comenzaron los osos", el rondar
la casa. -La niña no se preocupa en lo más mínimo de la
." asiduidad de centinela" de mi biografiado; los- vecinos
curiosean; las amiga_s se ríen, y "como la casa de la niña
es un comercio, 105 dependientes se tornan en canes celo­
sos, y ni siquiera aparece el aguador condescenaiente, ni
el mercachifle codicioso, ni la vieja contemporizadora",
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 103

que quieran comunicar a la chica las ansias amorosas del


poeta.
En vista de esto, don Guillermo se resuelve a escri­
bir. Sus lecturas, aunque selectas, no son, sin embargo,
las más adecuadas para el caso. Había leído con alguna
frecuencia la biblia; sentía una ingenua admiración por
los místicos, y experimentaba verdadera pasión por el
modo de decir de Heredia. Y claro, con tales elementos,
su estilo era "tan parabólico, tan exagerado y conspicuo",
que siente vergüenza sólo de recordarlo.
Sin embargo, escribe la carta, y ya con ella en el bol­
sillo, se sitúa debajo del balcón de su adorada niña; pide
un hilo conductor; sube la misiva y produce el efecto de
una bomba, pues el suegro se entera; llama a mi biogra­
fiado "poetilla trapiento"; asegura que morirá en el hos­
pital, "con un plato en la barriga", y para saldar cuentas
con mayor rapidez, se marcha un día a la hacienda con
toda la familia.
He aquí sintetizados, por lo menos en el período de
1828 a 1840, los amores románticos de don Guillermo Prie­
to. Otras cosas más interesantes van a llamar la atención
cte mi biografiado y van a ser motivo de una particular
mención en estas líneas: sus eternas conocencias, en que
ap�recen tipos tan representativos del medio ambiente de
la época como Guillermo Valle.

GUILLERMO VALLE
"Nació Guillermo Valle en Oaxaca -nos dice mi
biografiado-, y en la época de mi conocimiento con él
tendría trece años a lo sumo".
De la vida de Valle se contaba que, en I 828, después
de que Santa Anna invadió Oaxaca y se apoderó del
convento de San Francisco, como deseara comunicarse
con las fuerzas que defendían Santo Domingo, para ha­
cerlas pasar a su bando, se paseaba meditando vanamen­
te un ardid, cuando en esto un muchacho del pueblo, que
había seguido al general en sus paseos sin que éste lo ad­
virtiera, se le p1anta delante y le die€:

(
(
104 SALVADOR ORTIZ YIDALES

-Sefio� ¿qué busca?


-Busco -dijo Santa Anna- un medio para que
llegue un papel, o cualquier cosa a Santo Domingo.
El muchacho se queda un momento silencioso, luego
se marcha y vuelve con un barquillo de papel sobre una
tablita, y dice:
-Aquí cabe un papel "chiquito"-. En seguida lo
pone en el caño de agua.
Santa Anna queda encantado de la inventiva del
muchacho; adopta el procedimiento, y de esta manera lo­
gra comunicarse con las gentes que desea.
Y altamente agradecido se dirige al niño y le dice:
-"Oye atento: si · algún día sabes que el general
Santa Anna manda en el Palacio de 1\t1éxico, a tocia costa
ve allá. Búscame; preséntate ante mí, y no te arrepen­
tirás. Yo no lo olvidaré".
Pasa el tiempo. Vallecito entra en la escuela; estu­
dia; guarda en su memoria el recuerdo ele aquel ofreci­
miento, y un día, cuando entre músic1s, cohetes y repi­
ques Santa Anna entra a Palacio y asume la Presidencia
de la República, ·Vallecito se dispone a partir de su pue­
blo y marchar hacia la capital. Hace balance de todos
sus haberes y se encuentra con que únicamente posee una
medalla de oro de la Virgen de Guadalupe, cuyo valor·
es de seis a ocho_ pesos. La vende, y con el producto, des­
pués de escurrirse en un mesón y lograr la amistad de
unos arrieros, se lanza hacia el camino.
Vallecito es jovial, comedido, gracioso, y cuenta chis­
peantes historietas a los arrieros, que prendados del chi­
c?, _lo alimentan y le procuran una cabalgadura para el
Viaje.
Durante el camino, Vallecito asesora a los mozos de
mulas, y se finge ante ellos una entidad de primer orden.
Al llegar a México, los primeros días los dedica al
placer; come y pasea con los amigos, y luego, ya agotados
los f�n_dos, decide poner en práctica el proyecto inicial de
SU VIaje.
Se cuela en Palacio, y allí s� informa con la servi­
dumbre de la manera de acercarse al señor Presidente.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA í05

La fortuna le depara el encuentro con. un galopín


que es su paisano. Este le recomienda con el cocinero,
personaje importante a quien estima mucho e1 señor Pre­
sidente, y con tan excelente introductor, se dispone a espe­
rar el momento propicio para presentarse ante el general
Santa Anna. Por lo demás, no corre prisa, pues Vallecito
ha sido admitido sin reservas en las cocinas presidencia­
les, y disfruta de banquetes diarios con las "maritornes".
La importante entrevista ha sido fijada precisamen­
te para la llegada de los camarones y el huachinango,
que, a fuer de buen Yeracruzano, tienen la facuitad de
poner de un excelente humor al general Santa Anna.
Llega por fin el momento deseado. El Presidente
se halla de magnífico talante, charlando, con su acostum­
brado gracejo, con algunos amigos. "Pues Santa Anna,
aunque iletrado de todo punto- nos dice don Guiller­
mo-, al extremo de empedrar de barbarismos su lengua­
je, y sin más lectura que la de "Casandra", tenía una
conversación chispeante, animada por poderosísima ima­
ginación, y una percepción clara como la luz del día.
Cuando estaba de broma daba cierto acento "jarocho"
a su palabra, que caía en gracia; sus grandes y pene­
trantes ojos negros persuadían más que sus palabras, y
sus ademanes prontos y desembarazados le hacían seduc­
tor e irresistible".
No era, ciertamente, un gastrónomo, ni mucho me­
nos "glotón" el general Santa Anna, pero como casi todos
los veracruzanos, gustaba de la buena mesa, y disertaba
de un modo magistral sobre exquisitos guisos, encare­
ciendo "las preparaciones del ostión, del robalo, del pul­
po y del cazón a la yucateca".
Hablaba, pues, el general Santa Anna de éstas o
parecidas cosas, cuando se presentó el cocinero, con un
platillo dedicado especialmente a Su Alteza Serenísima,
seguido de nuestro conocido, el indito, que iba portador,
a- su vez, de dos excelentes chirimoyas que, despertando
el entusiasmo del general Santa Anna, le hicieron excla­
mar:
106 SALVADOR ORTIZ VIDALES

-¡ Excelentes, muchacho! ¡ 1Vlerecen la g�la ! ¿ Y


quién eres tú?
-Soy un criadito de Su Excelencia que cree cono­
cerlo, y que tiene la pretensión de quererle contar un
cuento.
-"Veamos ese cuento -dijo riendo Santa Anna- y
él mismo comenzó el introito de rutina: -Está usted pa­
ra bien saber, y yo para mal contar, que el pan se hizo
para los muchachos y el vino para los borrachos. . . Es­
te era un rey. . . ahora sigue tú".
-. o, señor, que era un gran general y venía de
1

lejanas tierras a ganar la gran ciudad de Oaxaca, "que


es donde yo nací".
--"¡ Bravo muchacho! No le interrumpan. Acércate".
"Entonces Vallecito -continúa don Guillermo-- con­
tó la historia que conocemos, con tales chistes, con por­
menores tan deliciosos, que Santa Anna se levantaba a
cada instante del asiento, palmoteaba con un gran entu­
siasmo, y cuando al fin el chico terminó de hablar, lo
levantó en sus brazos con emoción; tocó después la cam­
pana, y escribió en un papel. Y he aquí, a poco tiempo,
a nuestro Vallecito instalado con su beca en el colegio
de San I ldefonso, a vueltas con el Musa Musae, y con
las mismas consideraciones que si fuera el hijo del Presi­
dente de la República''.
Vallecito quedó bajo la protección de don Valentín
Gómez Farías, por recomendaciones del general Santa
Anna; mas cuando aquél cayó, llovieron sobre el chico un
gran número de penalidade� .Y escaseces. Entonces se de­
dicó a la confección de sermones blasfemos, que los legos
recitaban sin faltar una coma; se convirtió en médico, y
adquirió a vil precio un caballo. Sólo que con tan mala
suerte, que ni el jinete ni el caballo ganaban para comer,
y a tal extremo llegó esta gran miseria, dice mi biogra­
fiado, que el caballo hubo de perder el juicio, "y al en­
contrarlo Valle paseándose y como hablando solo por las
caballerizas. con la crin de la frénte alborotada", no tuvo
más recurso que darle su bendición y la lib�rta:-d, para
que buscara otros mejores amos.
DON GUILLERMO PRlÉ1ó Y $U f}:> QC/\ 107

No obstante, Valle, debido quizás a los inagotables


recursos de su ingenio, o a la protección de don Valentín
Gómez Farías, que fué para él como un padre, logró por
fin hacer carrera, y en 1845 nos lo encontramos nada me­
nos. que como miembro del Jurado de la Cámara, a pro­
pósito de una causa que trata de formase en contra del
general Santa Anna.
Su comportamiento para su protector en la desgra­
cja no puede ser más leal.
La efervescencia política era inmensa; las pasiones
ardían y se exigía a la Cámara la pronta terminación de
la causa. Sin embargo, ésta no marchaba, a pesar de las
acusaciones que se dirigían en las se)iones secretas en
contra de los miembros del Jurado, y particularmente
de Valle, a quien un doctor González Ureña, en una de
estas mismas sesiones, acusó de parcialidad, asegurando
nada menos que era hijo del general Santa Anna.
Y cuenta don Guillermo que como el diputado Gon­
zález Ureña adoleciera del defecto de la falta de un ojo,
este det_alle sirvió a nuestro Vallecito para contestar a la
interpelación, de b siguiente manera:
"-La aseveración del seiíor González Ureña -dijo
en plena Cámara-- ya la había oído, pero jamás le ha­
bía dado crédito, por mi origen, por la fecha de mi na­
cimiento, por miles de circunstancias. . . Pero ahora que
lo afirma e·l señor González Ureña, dudo. . . ¿y quiere
saber la Cámara por qué dudo? ... ¿Lo permite la Cá-
mara?... ¿ l\lle atrevo a decirlo? .. .
Una voz: "¿ Por qué?"
"-Porque el señor González Ureña tiene un ojo en
el mundo y otro en la eternidad".
"Estalló una carcajada general --agrega don Gui­
llermo- y no hubo más remedio que lev�rntar la sesión".

SANTA ANNA, EL POLI TI CO

No puedo pasar adelante sin detenerm�, siquiera un


momento, ante la figuia del general don Antonio López de
Santa Anna, que llena, por desgracia, muchas páginas
108 SALVADOR ORTIZ VIDALES

de la historia de ivléxico. Fué Santa Anna, como todos


sabemos, compañero de armas de I turbide, y acaso de los
que más contribuyeron para que éste se lanzara a la loca
aventura de hacerse proclamar Emperador de México, a
pesar de su personalidad endeble y sin prestigio y su en­
tusiasmo de últim:i. hora por la Independencia, que, como
era natural, muchos tenían quf ver con desconfianza. En
efecto, no era hurbide el m: a propósito para conver­
tirse en jefe de un Es�ado ir 1piente en que predominaba
el más absoluto des:::onciert , o sea la efervescencia de to­
das las pasiones desatadas, después de largos siglos de
obediencia incondicional al gobierno de España. Pues, so­
bre las ideas de emancipación y libertad reinantes en la
époc:1, existía en todas las conciencias un cierto malestar,
debido a las desproporciones del sistema económico, que
se traducb en toda clase de prebendas para el elemento
español, en una hostilicbd casi sistemática para los crio­
llos, y en la cscb,·itud para los indios. Y todo esto a
ciencia y paciencia del gobierno de España, representado
por sus virreyes y el elemento de la clase rica, en todos
sus aspecto:. Pues en ningún país, según hace notar el
barón de Humboldt, existía más marcada desproporción
entre el elemenlo rico y la clase pobre, ya que, mientras
unos vivbn en la opulencia, los otros se encontraban en
la miseria m;'ts abyecta.
AhorJ. bien. México no había hecho la revolución só­
lo para cambiar cte hombres, sino también para cambiar
de formas de gobierno, y en el fondo, a lo único que as­
piraba el pueblo erzt a un sistema de instituciones más
elástico y equitativo: en una palabra, al gobierno del
pueblo y para el pueblo. Era, pues, de todo punto ab­
surdo creer en el continuismo, o sea en el gobierno de las
oligarquías aristocráticas, sobre la masa general del país,
lo que era la mira del Imperio. Pero el mayor error de los
imperialistas, o por mejor decir, de don Agustín de ltur­
bide, fué seguramente la expulsión de los españoles, pues
ni contentó a los nacionalistas, que vieron en tal proce­
dimiento sólo un grosero ardid, y sí fué inconsecuente
desde el punto de vista político, toda vez que el Imperio
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 109

únicamente se podía constituir a base de las fuerzas con'."


servadoras y del elemento español, ya perfectamente _evo­
lucionado e identificaJo con el país.
Pero lo que no comprendió I turbide lo comprendie­
ron otros, y entre ellos Santa Anna, que olvidándose de
su antigua amistad con el flamante emperador y de su
ingerencia importantísima para el establecimiento del Im­
perio, un buen día se rebela en Veracruz en contra de su
jefe; entra en componendas con el elemento espafíol, gran­
demente resf:ntido con tr:..i. I turbidc, y muestra al mismo
tiempo un gran entusiasmo por las ideas republicanas. Y
es esta veleidad, este aparente estar con todos y no estar
con nadie, este sonreír a los conservadores y esperanzar
a los liberales, lo que constituye el rasgo más esencial
del carúcter de este hombre, que vive sumergido en su
egoísmo ·y que ama a su patria en la misma proporción
que a su dignidad de hombre, es decir, nada.
Pero ¿cómo es posible -preguntará alguien- que
un personaje de tal naturaleza pueda ser defendido en
plena Cámara· por un hombre de honor?
En efecto, esta defensa. parece sencillamente absurda;
pero no es sino en la apariencia, y juzgada desde_ un pun­
to de vista superficial. Hay seguramente en nuestra raza
hispanoamericana una característica que había sido muy
poco observadJ hasta ahora, y que Keyserling hace notar
con su acostumbrada agudeza, en su libro "Meditaciones
sobre la América del Sur".
IVle refiero a la naturaleza emocional de nuestra ra­
za, elemento importantísimo que hay que tener en cuenta
para la comprensión integral de Hispanoamérica y _de al­
gunos hechos que, observados desde el punfo de vista de
una ética inflexible, parecen sencillamente absurdos.
Ahora bien, como dice Keyserling, la emoción puede
ignorar el deber, pero no las ligas de la amistad y del
afecto en su más hondo y profundo sentido. Y esto, que
es sin duda nuestro mayor defecto, constituye también,
según el mismo pensador, nuestra mayor fuerza, a la vez
que nos abre un horizonte inmenso de posibilidades infini­
tas; ya que si por el deber el hombre-lo sacrifica todo y
1o..'¡
).

110 SALVADOR ORTIZ VIDALES

somete a un principio moral sus pasiones y sus bajos ins­


tintos, por el amor, el hombre se emancipa igualmente de
su egoísmo y halla su sacrificio amable. Pues si uno se sa­
crifica por el deber, que es atributo esencial del espíritu, el
otro se sacrifica por el amor, que aun siendo fuerza senso­
rial tiene su lógica en el corazón. Y así la acción de dar, que
es la manifestación más alta del espíritu, cuando ésta se
realiza en nombre de un principio o una razón moral, pue­
de realizarse igualmente en el que ama, con idéntico al­
tru ísrno, y aun muchas veces superando a la acción del de­
ber; pues ni siquiera entre los que se aman existe el "tuyo
y mío". Claro que una actitud de esta naturaleza tiene su
pro y su contra. Pues el amor, como pasión al fin, es las
más de las veces ciego. Pero de la misma man�ra el de­
ber, tomado rio por una elección deliberada del espíritu,
sino por obediencia ciega a una ley escrita, suele conver­
tir a los hombres en secos e incomprensivos y en meros
amadores de las fórmulas, como aquellos a los que com­
paró Jesús con los sepulcros blanqueados: Ahora bien, en
nuestro medio abundan las naturalezas primitivas que vi­
Yen solamente su mundo emocional. De esta aseveración
�on evidentes pruebas Vallecito y el mismo don Guillermo,
cuya naturaleza esencialmente telúrica les hace aceptar la
vida en toda su inmensa plenitud.
Entre estas mismas fuertes naturalezas, me voy a
permitir citar la figura del poeta fernando Calderón, por
el que mi biografiado sentía un profundo afecto.

DON FERNANDO CALDERON

"Ven acá, Fernando, muy amado de mi corazón, que


ahora sigues
. " tú" -escribe don Guillermo Prieto en sus
"M emanas
Y luego:
"Allí le tienen ustedes, grueso, ancho, chaparro, des­
garbado, casi vulgar, con aspecto de vendedor de sarapes
o de cueros de chivo". Don Fernando Calderón era en-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 111

trecano; llevaba una "patilla de �olumpio que al2\fgaba su


rostro. Su nariz era roma, y sus labios gruesos dejaban
al descubierto unos dientes grandes y desiguales"; y hu­
biera seguramente pasado por feo en grado heroico, sin
la mirada de sus ojos garzos, que iluminaba y embellecía
su fisonomía, haciéndola dulce y simpática en extremo".
"Un sombrerillo blanco -dice don Guillermo-,- unos za­
patos bajos y excéntricos y un bastoncillo de ''Pepito":
he aquí pintiparado a Fernando, a la luz de las veinti­
siete primaveras que entonces le iluminaban. ( 1837.)"
Nació don Fernando en Guadalajara. Allí pasó sus
primeros ai'íos y luego f ué a Zacatecas. A pesar de sus
viajes y de los frecuentes cambios de lugar, conservó
siempre en su voz el dejo tapatío, y su predilección "por
aquella tierra del canto y de las flores".
Aunque de noble prosapia, pues descendía de los
condes de Santa Rosa, Calderón amaba con pasión a la
plebe estudiantil, "y con su Nebrija bajo el brazo, an­
daba de bureos" y compartía sus afectos con la literatu­
ra del teatro y con las bailarinas, "de suyo afectuosas",
codiciadas no sólo de los jóvenes estudiantes, sino de los
señores más encopetados y circunspectos.
Además, Calderón era rico, y esto estrechaba, como
era natural, sus relaciones con las bailarinas. Y no era
extraño "verlo capitaneando la claque de una actriz, bue­
na moza, ni andar de ceca en meca en pos de una espada
o de un casacón bordado para un actor favorito".
Don Fernando "era amable en el trato, franco, con­
descendiente, compasivo, servicial, y de una alegría co­
municativa y discreta que desterraba toda sombra de
malhumor. Favorecía los ensueños de las pollas; atizaba
la gula de los viejos; dejaba caer su sal y pimienta en los
chismes y devociones de las "beatas", y tenía abierto su
bolsillo para las penas que llegaban a su conocimiento".
En Zacatecas fué herido en la acción de Guadalupe,
por las fuerzas de Santa Anna que destacaron sobre él •
terribles venganzas. Y debido a esta circunstancia, vino
a la capital en 1836, presidido por la fama de algunas
obras dramáticas de mediano mérito. Y fué dado a co-
--:i
1
1

112 SALVADOR ORTIZ VIDALES


(t
1

nocer. por don José 1\1aría Heredia, no sin ciertos repa­


1
,.,

ros, en una colección de poesías líricas que se publicaron


en un periódico de la época.
He aquí cómo nos narra don Guillermo su conoci­
miento con don Fernando Calderón:
"Por aquel entonces -había una alacena en un án­
gulo de Ios Portales de J\,1ercaderes y Agustinos, en la
que en calculado desorden se encontraban Gramáticas de
Hcrranz y Quiroz, Romances, "Lavalles" y "Ordinarios
de Ia Misa'', en la mejor compañía de periódicos acaba­
dos de imprimir y folletos de ruidosa actualidad".
"El propietario de la alacena era ll!l señor amable
y caballeroso, que con un sorbete de media vara, cha­
quetón de indiana amarilla, chaleco blanco y manos com­
pletamente limpias, atendía ligero y complaciente a los
marchantes".
"Las muchas relaciones de don Antonio -así se lla­
maba este individuo- y la puntualidad y agrado con -1
que a todos servía, hacían de la filacena depósito de en­ ' ;
cargos, oficina de negocios, arca de secretos, estuche de
crónicas, aparador de encomiendas, recurso de tahures y
lonja hasta de corretajes, para conseguir la salvación
eterna. Pero el rasgo más característico de aquella ala­
cena era el de ser expendio de noticias de todo género. Y
así como entre los aztecas solía haber un lugar a propó­
sito para la charla, que se llamaba mentidero, en aquel
tiempo, el mentidero era la alacena de don Antonio, que
veía agrupados a un lado del mostradorcillo, en abiga­
rrada confusión, sombreros acanalados de cura con cha­
rreteras de soldactos, sorbetes y birretes".
"Los elegantes llamaban a la alacena "La Puerta del
Sol", para recordar a 1\1 adrid".
"Don Antonio, en constante movi"miento, vendía gi­
ses y rectificaba noticias, contaba pliegos de papel o con­
.. taba dinero, a la vez que daba su voto sobre los párolis
de un jugador, la paliza ruidosa de un periodista o el
efecto producido por un elocuente sermón del Dr. Or­
machea":
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 113

Y fué en este lugar en donde por primera vez, dice


don Guillermo, "percibí al paleto de levita verde a quien
las ' cien trompetas de la fama llamaban el poeta Cal-
deron ,,
La presentación f ué un tanto fría; mas con el tiem­
po ambos llegaron a tener una amistad entrafiable y pro­
funda.

SUCESOS �OVELESCOS

Y la relación circunstanciada de cómo naciera esta


amistad es, sin duda, uno de los episodios más interesan­
tes de la vida de don C ui llermo Prieto, por los sucesos
extraños ,Y casi novele�cos que en él figuran, y por ser
Calderón, como ya lo había dicho, uno ele los tipos más
representativos de nuestro medio ambiente, por su emo­
tividad, su generosidad inagotable para los amigos y su
alma de poeta bohemio que se entrega por completo a la
vicia y a las excitaciones del mundo exterior.
"Por esos días -dice don Guillermo-, me había
ido a refugiar con la señora mi madre, moribunda, en
una vivienda interior de la calle de los Gallos, de patio
empedrado y caño descubierto; escalera torcida y falla
de pelda-ños; chicos desnudos, mujeres encintas y vecinos
lisiados". En las noches había afuera de la casa "un
farolillo de buche ele pescado", y durante el día se veía
instalado en el zaguán ''a un remención aguardentoso y
<lesvergonz;;ido".
El sueldo ele don Guillermo s-cguía siendo el mis­
mo, es decir, los dieciséis pesos mensuales que percibía
como meritorio de la Aduana, y su único amparo, un
estudiante de m;edicina tan en la "chilla", como él.
l\1as he aquí que una noche de terrible congoja, dos ·
señ_oras piadosas que vivían en la misma vecindad, se
presentan ante él y le indican que dando tres golpes en
la puerta de la iglesia de un convento, a las doce de la
noche, hora en que toca la esquila y entran: las monjas
en el coro, toda la comunidad pediría por el remedio de
Don Guillermo Prieto.-8
114 SALVADOR ORTIZ VIDALES

sus necesidades. Don Guillermo acepta la devota propo­


sición y sale de su casa en compañía de las buenas se­
ñoras, narrándoles entretanto, por el camino, sus penas y
congojas. De pronto nota que alguien le escucha, quiere
indagar quién es, pero el desconocido desaparece en las
tinieblas.

EL HOMBRE MISTERIOSO

Pocos días después, atravesando don Guillermo por


la calle de Capuchinas, observa que un hombre le mira
con fijeza. Es éste "chaparro, moreno, bien peinado y
bien vestido; medio abierto de piernas y lleva un enor­
me puro entre los labios, que arroja densos plumeros
ele humo". El hombre se acerca a mi biografiado y le
pregunta:
-¿ Es usted, don Guillermo Prieto:'
--Sí, señor ...
-¿ Un joven que hace versos?
-Servidor de usted.
-Pase usted -le dice el desconocido, y le señ2la
una tienda.
Penetra don Guillermo, y con ojos deslumbrados ve
al hombre sacar una talega de dinero, vaciarla sobre el
mo�trador y contar hasta doscientos pesos.
-Torne usted eso -dice.
Don Guillermo, en el colmo de la sorpresa, acaba
al fin por tomar el dinero, y lleno de alegría "corre a las
tiendas; hace arreglos; alquila un coche; toma casa en
Tacubaya", y traslada a ella a su madre, seguro de que
le ha salvado la vida.
La cosa se repite durante tres veces, sin que don
Guillermo logre descubrir a su benefactor, hasta que un
día, altamente intrigado, resuelve descubrir el enigma,
y una vez que ha recibido la suma acostumbrada se ins­
tala disimuladamente detrás del tenedor de libros, y ve
el siguiente rubro: "El licenciado Fernando Calderón
para don Guillermo Prieto'_._
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 115

Su conmoción es indeticriptibl�, :' tanto mái> cuanto


que él .. había juzgado a Calderón, . de espíritu seco e
insust�ncial. Y en el colmo del agradecimiento re,suei ve
visitarlo al día siguiente, para darle las gracias y ofre­
cerle la restitución del dinero recibido.

EL POETA i\1AGNIFICO

En la p�ute baja vi\·en dos criados vestidos de cue­


sita de "pbto y taza·'. Esto es, en una accesoria, con
puer'ta a la e-die, "y dos cuartitos en alto, a los que se
subía por un caracol incomodísimo".
En la parte baja viven dos criados vestidos cié cue­
ro, que andan siempre con los sombreros puestos, y tie­
nen cnmo único mueble. sus sillas de montar.
Don Guillermo les pregunta por Calderón, y le indi-
can que suba la escalera.
I-:a habitación en que se halla el poeta, se encuentra
ca�i obscura, pues sólo recibe la luz por un pequeño pos­
tigo abierto en un balconcito.
Ya frente a Calderón. don Guiilermo se deshace en
palabras de v.gradecirniento, y le ofrece devolverle la su­
ma recibida.
-¿ Cuánto tiene usted de sueldo? -pregunta Cal­
derón.
-Dieciséis pesos mensuales, como meritorio gratifi-
cado de la Aduana_ -responde don Guillermo.
-¡Valiente sueldo! ¿Y cuánto me abonará usted?
-Ocho pesos ...
-Ya estaremos grandecitos cuando acabe el pago ...
Don Guillermo, que !o esperaba todo, menos aquel
lenguaje seco, que le recordaba el de los usureros, se ha­
llaba profundamente consternado, herido, y a punto de
deshacerse en llanto.
-¿ En qué términos hago la obligación? --pregun­
tó, tímido.
--En los que usted guste -respondió Calderón,
vistiéndo.se-,. Todo depend� c;l_e las garantías .
116 SALVADOR ORT!Z VIDALES

-¿ Quiere usted, pagarés. de otros enipleados?


--No, señor Prieto, porque estarán a la misma al-
tura.
--¿ Del tesorero?
-Tampoco. Usted no goza de sueldo, sino de grati-
f icéJción. .Mas acabemos de una yez -dijo-, y sentán­
uo5e a la mesa, se puso a escribir en un papel.
Cuando hubo termmado le presentó el papel a don
Guillermo, y le dijo:
--Lea usted, y vea si le con \·ienen mis condiciones.
Don Guillermo toma el papel, lo lee, y llamando
a Calderón hermano. se 2rroja conmovido en sus brazos.
El papel decía:
--"Si me das el dulce nombre de hermano, habrás
satisfecho, con usura, el corto servicio que me debes.
¿ Aceptarás estas condiciones de tu hermano Fernando?''
VII
.,
LA ACADEMIA�DE SAN JUAN
DE LETRAN

Como a este poeta, conoció don Guillermo en el Co­


legio de San Juan de Letrán a ·muchas relevantes figuras
de nuestra literatura, que bajo los auspicios del señor
licenciado José 1\1 aría Lacunza constituyeron la primera
Academia de la Lengua.
"Era el Colegio de San Juan de Letrán -nos dice
don Guillermo Prieto- un edificio tosco y chaparro, con
una puerta cochera por fachada. Junto a él había un
templo _de arquitectura equívoca, sin techo y sin bóvedas".
Había también, adyacentes al Colegio, varias accesorias
y una gran casa de vecindad, formada de casucas que
parecían "pecadoras con buenos propósitos, que sólo es­
peraran la conclusión del templo para arrepentirse de
sus pecados".
"El Colegio en el interior estaba dividido en dos ex­
tensísimos patios, de todo punto desguarnecidos, ruinosos ·
y sombríos".
"En el centro del primero había una gran fuente".
Limitaba a este patio por uno de sus lados "la alta pa­
red del templo, soberbia para jugar a la pelota".· Y el
lado opuesto lo formaba "una galera con estrechas ven­
tanas", debajo de las cuales se veían colocadas a lo lar­
go, en forma de macheros, bancas angostas de palo blan­
co y mesas toscas con chorreones de tinta, con sus corres­
pondientes utensilio�, a saber: las pautas y los plomos,
el cántaro de tinta y la olla de agua negruzca, con su
jarro de hojalata.
A esto se llamaba la Escuela Primaria.
. ','

120 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Y el segundo patio "era propiamente un corral, con


sus caballerizas inmundas y un antro negro y pestilente,
donde en medio del humo se percibía una harpía joroba­
da y harapienta que era la cocinera". En uno de los
costados de este patio había una higuera que los mucha­
chos aprovechaban para hacer gimnasia.
En los corredores de la parte alta, correspondientes
al primer patio, estaban los salones para las cátedras y el
cuarto del Rector, "que era un pande1,1.óniu1n de libros
y sillas de montar a caballo, trastos y santos; la capita
azul para las aventuras amorosas; la caja de hojalata
que encerraba la gran borla de doctor y la beca que se
lucía con garbo en toda clase de solemnidades".
En el pasillo que comunicaba con el segundo patio,
también en la parte alta, estaba la biblioteca, "mate­
rialmente enterrada en polvo, con los estantes desbarata­
dos, y con grandes cortinajes de telarañas sobre los vi­
drios sucios y empolvados". Igualmente en la parte alta
estaban los dormitorios, y en uno ele los áBgulos que
formaban los corredores "había un callejoncito como vai­
na, estrecho y puntiagudo, que remataba en tres cuartos,
de los cuales habitaba uno el señor licenciado don José
1\llaría Lacunza".
Era éste "de frente levantada y hermosos ojos ne­
gros". Usaba grandes patillas; su cuerpo era grueso; su
pecho erguido y sus hombros robustos. Su actitud era
reflexiva; su voz sonora redoblaba la erre "de un modo
particular".
Lacunza era hijo de un magistrado probo, que se
distinguió por varios opúsculos y poesías que firmaba
con el seudónimo de "Can Azul". José María y su her­
mano Juan habían quedado huérfanos muy niños, y les
sirvió de madre y se hizo cargo de su educación una tía
suya, llamada doña Guadalupe Blengio.
"Era ésta -nos dice don Guillermo Prieto- el tipo
más acabado de la matrona colonial: muy pequeña de
cuerpo, de hundidos labios y de ojos vivísimos. Usaba un
zorongo acabado en punta, y llevaba indefectiblemente
un tosco pañolón de abrigo cruzado sobre el pecho, un

-
r
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 121

purillo delgado en la boca, y era su andar expedito y des­


embarazado'·.
José i\tl a ría Lacunza la quería filialmente. Todos
los días iba a besar su mano, y cuando estaba enferma
"la curaba; le daba sus baños de pies" y la colmaba de
innúmeros cuidados. Y esto lo mismo cuando era estu­
cllante que cuando ocupó las más altas dignidades del
Estado.
Lacunza se distinguió siempre en el Colegio, desde
sus primeros estudios. En un acto público lo apadrinó
Pedraza, y quedó tan complacido del talento del joven,
que le asignó una pensión de dieciséis pesos mensuales,
para todo el curso de su carrera.
Lacunza era un aficionado a las Ciencias Naturales.
Suplía por sí mismo, de la manera más pintoresca, los
instrumentos ele laboratorio. Aprendió sin maestros va­
rios idiomas, y se dió a conocer como poeta con una oda
sobre la invasión de Barradas, que le valió justísimos
aplausos.
"Tenía una memoria prodigiosa, una palabra· fácil
y elocuente y una perseverancia en los estudios que ra­
_yaba en tenaz y viciosa".
Solía suplir con sorprendente aptitud todas las cá­
tedras del Colegio, se documentaba ampliamente en
cualquier controversia y era admirable por su enorme
facultad de asimilación. Desgraciadamente, tan brillan­
te. talento era ofuscado por un excesivo amor al sofisma
y a las sutilezas, que le mereció el nombre de "Cubiletes";
pues más que a la discusión propiamente, parecía entre­
garse a juegos de prestidigitación.
Era de una frialdad de hielo con respecto al amor,
y "la ambición no le arrebató ni siquiera un minuto de
sueño". "Contento con su vida monjil y sus pocas ne­
cesidades, la codicia para nada le preocupaba, y su tía
y su hermano sabían mejor que él lo que necesitaba y
lo que ganaba".
"Su gran pasión era la lectura; devoraba libros que
daba miedo; pasaba tres o cuatro horas boca arriba con
,/

122 SALVADOR ORTIZ VIDALES

un librG en las manos, igual que si fuese de piedra, y


sm dar señales de vida más que para voltear las hojas".
"Tenía poquísimos amigos, pero no obstante su re­
traimiento, su trato en público era agradable. Guardaba,
como Lerdo, todas las fórmulas ele la buena sociedad y
cuando sus discípulos o conocidos le exponían sus du­
das, se complacía sinceramente en estudiar con ellos y
en resolver sus dificultades. En cuanto a lo que se llama
mundo, Lacunza era un niño". No así su hermano Juan,
oue era el reverso de la medalla. Gran jugador de pelota
y de billar, distribuía éste su tiempo entre el estudio,
los juegos y el teatro, "y tan pronto asombraba con un
informe de la Corte como llevando la bolea en la pelota
o deleitando con sus versos y chistes" a Cayetana la "Ma­
nitos", en e] teatro de ''Los Gallos", del que era asiduo.
Otro concurrente al cuarto de Lacunza era Nlanuel
Toniat Ferrer. Tenía éste de veintidós a veinticuatro
aüos. "Era rubio, de ojos azules; silencioso, sentimental
y melancólico. Como los Lacunza, ejercía la profesión
de abogado; contemporizaba con Juan, y amaba con
adhesión apasionada a José .lVlaría'·'. Su padre había sido
el ilustre licenciado Ferrer, sacrificado despiadadamente
por Vanegas, sólo por aversión a su talento y a las ideas
liberales que p�ofesaba.
Ferrer era de una educación casi femenil, delicada
y piadosa. Vivía siempre al lado de personas caritati­
vas, de las cuales era el ídolo; su carácter era dulcísimo,
y sus inspiraciones poéticas, si no eran propiamente pro­
vocadas por un profundo sentido de la vida, eran, sin
embargo, dulces emanaciones de un espíritu puro.
"Era tí:---- 1 do como una paloma", y de una excesiva
modestia que le hacía sonreír a cada instante, como si
declarase de este modo su poca valía y pidiese indul­
gencia.
Y el cuarto contertulio era, como lo habrá adivina­
do el lector, mi ilustre biografiado, al que. como él mis­
mo dice, estamos a punto de conocer tan bien como "si
nos hubiera nacido en la palma de la mano".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 123

De estos cuatro personajes a los que bien podemos


considerar como un flamante cuadrilátero, surgió la glo­
riosa Academia de San Juan de Letrán, donde por la
primerJ. vez hubieron de reunirse en fraternal consorcio
los hombres más discrepantes en ideas, pero más afines
en el fondo; pues todos tributaban, aunque a través de
diferentes tendencias literarias y políticas, un idéntico
culto a 1a belleza.

LAS REUNIONES

A una hora determinada concurrían los socios de la


Academia, y eran tan agradables estas reuniones para
José 1\1aría Lacunza, que abandonaba todo género de
ocupaciones para entregarse por completo a sus amigos.
Con la imprescindible levita de color café que usaba
dentro del Colegio, se arrellanaba en un sillón y desde
allí presidía las sesiones.
Después de leer cada socio su trabajo, se pedía la
palabra para hacer notar los defectos, y aquello era, a
-veces, una "zambra tremebunda".
Por mayoría de votos se aprobaba o corregía la
composición, y aunque estas sesiones tenían propiamente
el carácter de un juego, eran en el fondo, merced a la
vasta cultura de _Lacunza, verdaderas cátedras de lite­
ratura, pues so pretexto de una imitación de Herrera o
de Fray Luis de León, don José l\1aría disertaba am­
pliamente sobre los literatos españoles, y otras veces,
presentando alguna traducción de Ossian o de Byron,
hablaba sobre literatura inglesa.
Más de dos años duraron estos ejercicios confinados
entre las c�atro paredes del cuarto de Lacunza. Pero al­
go empezaba a trascender en el público del carácter de
estas reuniones, y al mismo tiempo en los socios se des­
pertaba un cierto deseo de expansión y de procurarse
amigos.
Este deseo llegó a su culminación, una tarde de ju­
nio de 1836, en que los socios resolvieron constituirse de
-,, ...

i24 SALVADOR ORTIZ YIDALES

man�ra formal en una Academia que llevara el nom­


bre del Colegio.

SE FU ·oA LA ACADEMIA

Se invitó a varios amigos y se comisionó a don Jo­


sé l\!laría Lacunza para que pronunciara el discurso de
apertura, pieza oratoria que resultó admirable.
"No sé cómo pasaron las cosas -dice don Guiller­
mo--, que estando los mismos de siempre, sin cambiar
de sitio y sin incidente núevo, cobró el auditorio cierta
compostura y el orador tales ínfulas, que aquél fué un
discurso grandilocuente, conmovedor, magnífico".
"Terminado el discurso, entre abrazos y palmoteos,
el jarro del agua parecía dirigirnos desde la mesita ve­
cina miradas de frío desengaño ..."
Y como estas sesiones se acompañaban siempre con
un piscolabis, Juan Lacunza hizo notar que faltaba el
"banquete"; y todos ofrecieron generosamente sus bol­
s1Ilos; mas la colecta sólo produjo real y medio.
"Era necesario desechar el licor y los bizcochos -di­
ce don Guillermo--, y todos convinimos en la compra de
una piña y en aprovechar algunos terrones de azúcar
que esperaban, envueltos en un papel, el advenimiento
del café".
"Rebanóse la piña; se espolvoreó sobre ella el polvo
de azúcar y. . . el banquete fué espléndido y amenizado
con ruidosas improvisaciones".
A la sesión siguiente ya asistieron Eulalia M. Orte­
ga, Joaquín Navarro y Antonio Larrañaga.
Los académicos se pronunciaron en contra de todo
reglamento, y sólo se dictó como una disposición funda­
mental, y ésta no escrita, consistente en que toda per­
sona que aspirara a ser miembro de la Academia debería
leer antes un trabajo en prosa o en verso, para ser ad­
mitid.a, sujetándose previamente esta composición a la
crítica de los miembros de la Academia, quienes debe-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 12;

rian resolver por unanimidad s·i el nuevo socio era ad�


mitidó.

LLEGAN NUEVOS SOCIOS

l'vl uchos fueron los personajes de la época que se


presentaron a leer sus trabajos ante aquel jurado in1pla­
cable, y de ellos nos da cuenta y razón don Guillermo
Prieto en sus "Nlemorias". Pero en la imposibilidad de
mencionarlos a todos y a que estas glosas se harían inter­
minables, sólo mencionaré aquellas figuras más destaca­
das en la literatura o en la política.
Entre estos personajes, fuerza será anotar en pri­
mer lugar, al señor licenciado don Andrés Quintana Roo
pues su presentación en la AcademiJ_ fué 1; primera san�
c.ión autorizada que deJ ,·erdadero mundo de las letras
recibe esta institución. de tan humndes principios. y que
tanta im;portancia debería de tener andando el tiempo.
en la génesis de nuestro país, y en el primer balbuceo de
la literatura genuinamente nacional.
El señor Ouintana se presentó en la Academia "una
farde tristona v lluviosa". Llevaba. como siempre. su
harragán a cuadros. de color encarnado: Sll vestido ne­
gro correcto y pulcro: la corbata blanca mal anudada
,. un sombrero. un tanto maltratado. con la falda levan­
tada hacia atrás. La ancianidad hacía que su paso ftiera
un tanto penoso, y su cuerpo aparecía notablemente in­
clinado. mas sus ojos seguían siendo brillantes y ex-
presivos, y su frente serena sin una arruga y llena de
majestad olímpica.
-Vengo a ver qué hacen mis muchachos -dijo
apenas penetró en el cuarto de Lacunza.
La Academia toda se puso en pie y prorrumpió en
estrepitosos aplausos que conmovieron visiblemente al
anciano. El nombre de Quintana Roo fué pronunciado
por todos los labios. y por aclamación fué elegido pre 0

}i9ente perpetuo de lél- n�ciente in�tit-µción,


126 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Todos recibieron con júbilo el nombramiento, pues


1� llegada del señor Quintana -dice don Guillermo-­
"nos parecía como la visita cariñosa de la Patria".

LOS TRADICIONALISTAS

Entre los nue\'os miembros de la Academia, y como


necesario complemento al cuadro abigarrado de la épo­
ca. no podían faltar los representantes de la literatura
clásica, en Ivl anuel Carpio y en José Joaquín Pesado,
a los que se llamaba los poetas salmistas, por su ten­
dencia casi sistemática a inspirarse en los asuntos bí­
blicos.
De Carpio nos hace don Guillermo la siguiente
semblanza, poniendo entre paréntesis "plagio de filia­
ción de soldado": "Frente alemana y calva, con un ros­
quete de cabello sobre la región frontal;· ojos azules,
apacibles y melancólicos; ropa holgadísima: frac, pan­
talón azul y chaleco blanco; continente grave; el cuello
como embutido en una ancha corbata blanca; el habla cla­
ra y sentenciosa y con un acento especial".
A este retrato de filiación, agrega que dicho per­
sonaje tenía la manía, un poco indecorosa, "de alzarse
de la pretina los pantalones constantemente, cuando es­
taba de pie".
Era don !Vlanuel Carpio médico eminentísimo; "te­
nía justamente conquistada su gloria científica; pero ni
de ella ni de su gran mérito literario se envanecía".
"En su trato era cortés, pero callado", y formaba
un absurdo contraste su imperturbable seriedad con sus
dichos agudos y sus epigramas, a los f!Ue era afecti•
s1mo.
He aquí uno:

"Todo lo s·abe don Luis ....


¡ Como que estuvo en París!
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 127

Tres ejércitos cabales


de soldados y oficiales
a formar la Europa van.
Que no piense en generales,
porque esos irán de acá.
Con "h" el arte de herrar
tiene Galván, don Mariano:
sin ella digno sería
del Congreso Mexicano".

Y un día, como se le consultase sobre un asunto im­


portantísimo, respondió: "Perdónenme ustedes, pues aho­
ra tengo una federación de ideas en la cabeza que ·no
me ·dejan pensar''.
Su culto por Homero, por Píndaro y por los clá­
sicos españoles, especialmente por Fray Luis de León y
Rioja, lo alejaba del gusto desatado del romanticismo
que imperaba en la época, y de las tendencias democráti­
cas que exaltaban e1 espíritu de la clase media y del
pueblo.
Además, Carpio, por su educación y por su cuna,
pertenecía propiamente a la clase privilegiada, y no po­
día ver sin repugnancia el encumbramiento del pueblo,
o de la plebe, como se le llamaba entonces.
Entre el bando de los aristócratas figuraba tam ..
bién don José Joaquín Pesado, a quien sus amigos lla­
maban el Príncipe, y que, como era natural, hubo de
formar parte también de la Academia.
"Pesado --nos dice don Guillermo Prieto-- era un
apuesto_ caballero; de ojos azules: cabello levantado so­
bre una· hermosa frente; nariz afilada, un tanto curva;
boca preciosa, con una dentadura blanquísima, y porte
ligero, franco y simpático".
Algunos políticos le juzgaban liberal exalt_ado por
sus escritós en La Oposición, que redactó en unión de
Olaguíbel, Couto y Ortega, y por sus relaciones con
Farías, Mora y otros prohombres de la administración
de 1833. Otros .. por el contrarío, "lo juzgaban veleido-
,..
f1
'
1

128 SALVADOR ORTIZ VIDALES

so" y de ideas no muy firmes, por su actuación política


en la época en que fuera ministro de don Ana�tasio Bus­
tamante.
Don Guillermo, por su parte, nos dice que Pesado
era un hombre excesivamente tímido para escribir, aca­
so por la misma excelencia ele su espíritu. Su vasta cul­
tura y su admiración por los el ásicos lo hacían esclavo
de la forma, "y cierta desconfianza ele sí mismo le in­
clinaba más a imitar y a traducir que a exponer los
frutos de sus huertos".
Profesaba, con don Manuel Carpio, un gran culto
por los asuntos bíblicos, y entre los do', nos dice don Gui­
llermo, llegaron hasta construir "una Jerusalén de car­
tón y de corcho. con sus calles, sus piscinas, sus huertos
y cuantas particularidades pueden imaginarse". "Y pal­
paba uno -continúa don Guillermo, un poco sarcástico­
que Pesado estaba en la convicción de haber estado en
el Huerto de los Olivos, y de haberse sentado, solitario
y silencioso, a las orillas del l'v1 ar l\il uerto, dejando co-•
rrer sus lágrimas por el aniquilamiento de Sión".
l\1 as fuera de estas diatribas o niñerías, que podrán
ser o no ciertas, don José Joaquín Pesado era un culto
y excelente poeta, corno es sencillo comprobarlo por el
caluroso elogio que de él hace don Marcelino i\tlenéndez
y Pelayo. Y como el mismo don Guillermo lo reconoce
en muchos casos, sobre todo al declararlo un verdadero
mentor de la Academia, que no sería por cierto en todos
sus aspectos un areópago, y en donde, seguramente, debió
de colarse alguna vez, entre otros escritores venales, un
poeta
,
sin mérito, desmelenado y trágico, al uso de la
epoca.

OTROS TIPOS INTERESANTES

"La· concurrencia en las sesiones de la Academia


-nos dice don Guillermo- era cada vez mayor, pre­
sentándose sucesivamente Eulalia Ortega. Larrañagá. Agui­
lar, Francisco Modesto y, finalmente, Munguía.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 129·

A éste nos ·10 describe don Guillermo, enjuto de car­


nes, de color amarillo como de cera, de cutis pecoso y
obscurecido, y con todo el aspecto de un enfermo "re­
cién salido del hospital".
Era oriundo de un pequeño pueblecito de 1V1ichoa­
cán, y en Puruándiro, fungiendo como dependiente de
una tienda de mestizos, conoció al obispo don .T uan Ca­
yetano Portugal, quien _ se hizo cargo de su educación,
llevándolo consigo al Colegio de San Nicolás.
Enriquecido con bri1Iantes estudios, se dió pronto
a conocer en la literatura por sus elocuentísimos sermo­
nes y sus estudios gramaticales de gran valía. Y había
venido a México con el objeto de segnir Ja carrera del
foro.
Gustaba del trato de los amigos íntimos, y era en
grado sum'o expansivo. siempre que no lo importunara
una ·penosa enfermedad del estómago. que Jo hada bs
más de las veces malhumorado y taciturno.
El· encierro constante a que lo condenaban sus es­
tudios lo hada poco versado en los negocios munda­
no�. y era "disputador y susceptible, como un colegial
malcriado".
Aguilar, en cambio, era lo que se Ilama un hom­
bre de trueno; se afilió entre los liberales v cultivaba
la sátira con gran éxito. Sus versos eran fáciles y sono­
ros, y los dedicados a Juan José Baz eran "un modelo
de chiste intencionado y galanura poética".

APARECE EL ROMANTICISlVIO

Y una tarde, "sin anuncio y s• in ruido"; cae como


llovido de las nubes un pliego misterioso, que el señor
Quintana hace abrir al primer chico que encuentra a
la mano.
El pliego contenía una qda interminable, en que el
autor, _hundido en un calabozo, impotente e inmovilizado
po_r los grillos. tendía inútilmente los· brazos hacia _unos
hombres que· 11evaban antorchas encendidas.
Don Guillermo Prieto.-9
130 SALVADOR ORTIZ VIDALES

"La versificación era trabajosa y brusca", el senti­


miento tierno, las imágenes vivas, novedosas y muy
cercanas a la extravagancia. Toda la composición tras­
cendía a la escuela romántica, pero "indudablemente re­
velaba un ingenio superior".
"Después de un reñido debate -dice don Guiller­
mo-, en el que por primera vez se pronunciaron los nom­
bres de Dumas y Víctor Hugo y vimos relucir los aceros
de clásicos y románticos, nos comisionaron a Lacunza y
a mí para contestar al poeta anónimo, y ambos, en un
abrir y cerrar de ojos, presentamos la siguiente cuarteta
que fué aprobada:

"A la voz de los cantos y dolores


nuestra alma en tierna comunión responde:
si hoy el mérito tímido se esconde,
la gloria un día le ornará de flores".

A la sesión siguiente se presentó don Ignacio Rodrí­


guez Galván, autor de la oda misteriosa.
Venía envuelto en una capa azul, con el sombrero
en la mano. Su cabeza descubierta mostraba la raya del
peinado, hecha con toda pulcritud; "sus dientes eran
sarnosos, su mirada melancólica y tierna; sus piernas
no muy rectas, y todo su conjunto era desgarbado y
encogido".
Entró deshaciéndose en caravanas, removiendo cons­
tantemente sus manos "grandes, gruesas y 1nal hechas",
y escupiendo sin cesar. Por fin se sentó en una silla y
comenzó a leer una nueva composición, fantástica, bru­
mosa, pero en la que se percibía bien, en raros atisbos,
"la Ilama apasionada de un amor delicadísimo a una
actriz que era por cierto, modelo de virtudes y "Rosa
de Oro" del Teatro Principal".
Después de la aparición del romantic1smo en la
Academia, representado, en· opinión de don Guillermo
Prieto, por don Ignacio Ramírez Galván, va a surgir por
la primera vez al mundo de las letras el espíritu más
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 131

mciuieto y más interesante de la época de transición:


don Ignacio Ramírez.

LA APARICION DE "EL NIGROMANTE"

Don Guillermo no quiere ·presentar a este personaje


sin hacer antes un pequeño preámbulo, a modo de los
poetas clásicos que piden el favor de las musas antes de
aventurarse a narrar las proezas de un héroe.
"Para hablar de Ramírez -dice-, necesito purifi­
car mis labios, sacudir de mi sandalia el polvo de la
Musa Callejera, y levantar mi espíritu a las alturas en
que se conservan vivos los esplendores de Dios, los as­
tros y los genios".
Una tarde, al obscurecer, se presentó don Ignacio
Ramírez en la Academia. Venía envuelto en un capotón
o barragán desgarrado, y su cabeza era un bosque de
cabellos erizados. Don Guillermo nos Io describe avan­
zando como una sombra misteriosa, a la luz trémula
de la bujía, hasta ponerse frente a frente del señor
Quintana, quien cortésmente le pregunta:
--¿ Qué manda usted?
-Deseo leer una composición -contesta Ramí-
rez-, para que ustedes decidan si puedo pertenecer a
esta Academia.
-Siéntese usted -dice el señor Quintana.
Y Ramírez se sienta junto a él. La luz de la bujía
le da en pleno rostro. Representa de dieciocho a veinte
,años. Su tez es obscura, y en sus ójos luce una llam.ita
de "luz amarilla tristísima"; parpadea frecuentemente
y de un modo nervioso; su nariz es afilada, su boca
sarcástica y su fisonomía poco atractiva; mas impera
en ella "la frente con rara grandeza y majestad, y como
iluminada por algo extraordinario".
El vestido denota abandono y descuido y abunda
en desgarrones, Reina en el auditorio un profundo si•
lencio_.
132 SALVADOR ORTIZ VIDALES

"Ramtre·z· saca del. bols-il]o del costado un rollo. de


papeles de todos tamaños y colores; algunos· impresos·
por un lado, otros en forma de tiras, como de recortes
de moldes de vestido, o avisos de toros y de teatro.
Arregla aquella baraja y lee con voz segura e insolente
el título:
"No hay Dios".
"El estallido inesperado de una bomba -dice don
GuiIIermo-, la apat ición de un monstruo y el derrum­
.,
be estrenitoso del techo, no hubieran producido mayor
conmoc10n''
Entretanto, Ramfrez miraba todo aquello tranqui­
lo e impasible, corno un hombre de piedra.
Fué el primero en alzar la prntesta contra aque11a
aberración, e1 señor Tturralde, Rector del Colegio, alta­
mente indignado de oue en el seno mismo de un plantel
educativo se pronunciara tan terrible blasfemia. ·
Mas entre los nresentes se encontraban el señor Tor­
neI. a, 1a · sazón Ministro, Quintana, Agreda y otros,
que respetaban, ante todo, Ia libertad de conciencia y q'Je
hacían caso omiso de las protestas de T turralde y otros.
que trataban de imnedir a Ramírez la lectura, supo­
niendo oue sus escritos serían únicamente un "viborero
de blasfemias".
Por fin se alzó la voz autorizada del P. Guevara:
-"¡Triste reunión de literatos -exclamó-, la que
se convierte en reunión de aduaneros. que declaran con­
trc1 bando el pensamiento; y triste Dios y triste religión
de los que tiemblan delante de ese montón de papeles bien
o mal escritos!"
La calma se hizo entonces, y Ramírez pudo dar
principio a su lectura. ,,
. Aquello fué magnífico. "A las exclamaciones de ho-
rror y <le escándaio -dice don G11i1Iermo-. se mezcla­
hrin palmadas, gritos de admiración
· · y vivas entusias-
tas". . .
Y entret<1hto, · el señor· Quinta_n?, · profµndame'nte 1
conmovido, ponía su mano sobre la cabeza de Ramírez, í
cerno para administrarle el bautizo de la gloria.
1

1

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 133

Apenas Ramírez terminó la lectura de su discurso


magistral, la discusión se abrió.
"¡ Qué erudición de Carpio y de Pesado! -exclama
don Guillermo-. ¡ Qué tersura de dicción, qué lógica,
qué poderosa palabra la del doctor Guevara! ¡ Qué des­
treza, qué irradiación, qué flexibilidad admirable, en el
decir de Lacunza! ¡Cuánto talento el de Eulalia Ortega!"
Ramírez, entretanto, a todos replicaba. Unas veces
sabio, otras insolente y cínico.
Y así, por ejempio, a l turralde que le argüía que
la belleza de Dios se veía en sus obras, contestaba Ra­
mírez:
-"¿De suerte que usted no puede figurarse a un
relojero jorobado y feo? ... "
· Y a Guevara, que lleno de entusiasmo le hablab::
del amor a la patria, contestaba:
-"Sí, señor; de ese amor han dado ejemplo lo:,
gatos".
-¿Qué le gusta a usted más de 1\1.éxico? -pregun­
taba Tornel con énfasis.
-Veracruz -contestaba Ramírez-, porque por
Veracruz se sale de él.
A pesar de estas chocarrerías y del discurso mismo,
que era --en opinión de don Guillermo Prieto- "sólo
un pretexto para hacer patentes sus estudios de muchos
años, y como, además, se percibía claramente que el au­
tor hacía alarde de "malas cualidades que no tenía",
don Ignacio Ramírez tuvo la más entusiasta y cariñosa
acogida entre los miembros de la Academia.

EL RADICALISMO DE RAMIREZ
Es frecuente entre los espíritus batalladores exage­
rar desmesuradamente los conceptos, para impresionar
más vivamente al público. Además, entre la controversia
y el fragor de la lucha, precisa que el combatiente se
presente con rasgos definidos y enérgicos, para imponer­
se mejor al auditorio. Sin contar con que en las discu-

J
134 SALVADOR ORTIZ VIDALES

sienes acaloradas las pasiones se exaltan y es imposible,


entre la réplica agresiva, tener la serenidad suficiente
para colocarse en el plano de ecuanimidad que requiere
la persecución de la verdad sólo por la verdad. Don Ig­
nacio Ramírez era, seguramente, uno de estos polemis­
tas, y en la lucha titánica que tenía que librar en con­
tra del conservadurismo, apegado a la tradición y ene­
migo acérrimo de las nuevas ideas, se veía muchas veces
en la necesidad de adoptar actitudes completall)ente ra­
dicales, que iban acaso en pugna con su convicción ín­
tima. Pues _los reformadores, en el fondo, y quizás entre
ellos don Ignacio Ramírez, a pesar de ir abiertamente en
contra del catolicismo, sin embargo tenían mucho del
espíritu cristiano. Sólo que, llevados por su rectitud,
iban las más de las veces hasta el extremismo o la uto­
pía, y si aceptaban la religión de Cristo, la aceptaban
únicamente en el imperio de las almas, en la pure:z:2
de sus primeros tiempos, a través de las persecuciones de
la Roma pagana, o en el desasimiento de todas las
riquezas, en Francisco de Asís y en los primeros fran­
ciscanos que vinieron a México.
A Ramírez, dice don Guillermo Prieto, se le ha juz­
gado un gran poeta, un filósofo, un sabio profundo
y un gran orador. Pero Ramírez, agrega, era ante todo y
sobre todo "la protesta más genuina contra los dolores.
los ultrajes y las iniquidades que sufría. el pueblo".
"En política, en literatura y en religión -sigue di�
cien do--, era una entidad revolucionaria y demoledora",
y además "la personificación del buen sentido que, no
pudiendo lanzar sobre los farsantes y los malvados el
rayo de Júpiter, les flagelaba con el látigo de Ju venal".

QUIEN ERA .RAMIREZ


".En los antecedentes de �u padre insurgente, y en
las lágrimas de su madre, virtuosísirna señora, aprendió
Ratnírez el amor a la libertad y el odio a la tiranía".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCf\ 135

Sus avanzadas ideas y su honradez inmaculada1 lle­


varon al padre de Ramírez al gobierno de Querétaro,
que desempeñó con habilidad y pureza, y a la caída de
Gómez Fa rías, su familia fué envuelta en una cruel per­
secución.
Entonces don Ignacio Ramírez fué a refugiarse al
Convento de San Francisco.
Allí se encerró en la biblioteca, y empezó a adqui-
rir su maravillosa erudición. Tenía una marcada pre­
ferencia por los estudios de Historia Natural, y se aficionó
a la pintura, que nunca llegó a dominar. Sus estu­
dios de Historia Natural le hicieron inclinarse a la me­
dicina, y expresó a su padre el deseo de seguir esa ca­
rrera.
Estudiante "obscurísimo de San Gregario, con relacio­
nes de colegiales pobres, de pintores desconocidos y de
frailes alegres, Ramírez se dió. a conocer por sus blasfe­
mias y sus sangrientos epigramas contra los doctores, los
grandes políticos y los colegas que le chocaban".
Llevado de su pasión al estudio, se convirtió en
concurrente asiduo de la Biblioteca de Catedral, donde
el padre Cortina le cobró un especial cariño. Fungía
como dependiente gratuito del establecimiento, y devoró
una cantidad enorme de libros prohibidos, que aprendía
y comentaba con singular acopio de erudición.
Por aquella.• época conoció a Santiago Villanueva,
pintor de renombre en nuestro medio artístico. Era Villa­
nueva un viejecito chiquitín, coloradito, de cahello y de
patillas blancas. Tenía los ojos retozones y penetrantes,
y usaba un largo chaquetón, pantalones de menguante y
zapatones de vaqueta grosera.
Ramírez se pasaba las horas y las horas en el taller del
pintor, que era un cuarto destartalado y mugroso, con un
caballete acuñado con ladrillos. Se veían por todas pa. -t:es
cristos y madonas, varios estudios pegados a la pared _v
mesitas con carboncillos, esfuminos y tortas de pan.
Allí asi�tía Ramírez siempre serio, reservado, triste,
como abstraído de la conversación, y rompiendo sólo de
136 SALVADOR ORTIZ YIDALES

vez en cuando su silencio con algún l..':omentario satírico,


"que dejaba absortos a los circunstantes".

LA SUSCEPTIBILIDAD DE RAlVUREZ

"Como la mayor parte de los que cultivan la sáti­


ra -dice don Guillermo-, era Ramírez susceptible en
extremo, y en lo íntimo pasaba de ia chanza al reproche
con suma frecuencia".
"De sensibilidad exquisita y exagerada, y conocien­
do su propia susceptibilidad, no sólo ocultaba en lo más
íntimo de su alma sus afectos, sino que aparentaba io
contrario de lo que sentía, como temiendo exponer al
sarcasmo los objetos de su culto reverente".
"Jamás hablaba de sus padres, de su esposa, de sus
hermanos o parientes; pero los que estábamos 1nás �er­
ca de él, en la amistad, nos cercioramos de su ternura
inmensa para sus deudos".
Adoraba a su esposa y decía:
"La sonrisa de la mujer que nos ama es una flo'r
en la punta de una daga".
Era la honradez misma y escribía:
"La conciencia es el resultado del humor con que
,,
uno amanece .
Esta aparente perversidad y este artificio que nadie
ha podido explicar satisfactoriamente, descarrían a los
biógrafos de don Ignacio Ramírez, y "falsean los puntos
de partida del buen juicio, para poner en su luz verda­
dera su talento, su carácter y sus virtudes eminentes".
Ahora bien: completando esta semblanza que de don
Ignacio Ramírez nos hace don Guillermo Prieto, no quie­
ro pasar por alto el recuerdo que del mismo Ramírez
tiene el poeta Urbina, y del que nos habla en su libro
"La vida literaria de México".

AMORES TARDIOS
"Recuerdo --dice- haber. visto pasar por mi_ exis­
tencia escolar a este maestro, cetrino, flaco, viejo, con_ la
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 137

espalda encorvada dentro de la levita de un negro ama­


rillento. Cuando lo rememoro, lo veo siempre abstraído,
siempre triste, en una concentración despectiva. Y re­
cuerdo también que un día, hace ya más de veinticinco
años, una mujer que por entonces tenía la edad difícil
de los treinta, la edad estudiada por Balzac, puso en
mis manos un álbmn de pastas de concha, algo más
grande que un devocionario, y que ella cuidaba con es­
crupulosidad religiosa. Era como su libro de oraciones. Lo
guardaba bajo siete llaves. Lo escondía a las 111iradas
del mundo. Necesitaba estar segura de que la persona
a que lo enseñaba era digna de verlo. Yo tuve esa for­
tuna. Cuando lo abrí no olvido que- me invadió una
emocióh de_ tünidez. Sugerido por la idea del tesoro, me
repetía a mí mismo: estás tocando una reliquia. En una
hora de amistosa intimidad, de familiar confianza, leí,
ávida y respetuosamente, aquellas hojas que el tiempo
comenzaba a patinar con sus aceitunados matices. La
portada era de don Ignacio Rarnírez: un dístico lapi­
dario:

"Ara es este álbum; esparcid, cantores,


a los pies de la diosa, incienso y flores".

LA INMENSA INQUIETUD DE RAMIREZ


Mas no es, seguramente, este reverdecer tardío de
un amor imposible lo único que atormenta a "El Nigro­
mante" en sus últimos años. Fuera de este sentimiento
netamente romántico con que Ramírez paga su tributo
a la época, existía en él, y esto desde su juventud, en el
primer albor de su lucha política, un ansia inenarrable,
i
un furor demoníaco por hallar la verdad, la verdad úni­
1 ca de su raza que presiente poderosa y terrible, pero al
1. igual que un león prisionero en su jaula. Y llega hasta
creer en una evocación tardía de Juliano el Apóstata, ,1
en el resurgimiento de los antiguos dioses tutelares, den­ \
tro de la razón telúrica o en el culto del indio por las
fuerzas de la Naturaleza y por el Sol que fecunda la


1.38 SALVADOR ORTIZ VlDALES

tierra e hincha la simiente. Pero sobre las vieJas teo­


gonías de los indios, sobre la serpiente telúrica, que· no
se puede alzar ni un palmo de la tierra, había hecho
irrupción el espíritu en el reino de Dios. Y aunque el
alma del indio seguía siendo la misma, y se hallaba
como siempre hundida en el mundo abisal, a la serpien­
te que la simbolizaba, le habían nacido alas. ¡ Qué im­
porta si en sus vuelos pesados _, tardíos sólo podía ele­
varse un momento para caer después sobre la dura tie­
rra! No en vano sobre la dulce América habían pasado,
en una gloriosa evocación del Hermano de Asís, Las
Casas, Motolinía, Fray Martín de Valencia y otros re­
levantes varones, predicando el amor. Pues el indio que
no comprendía ni podía comprender el ansia de riqueza
de los occidentales, ya que, por su naturaleza primitiva,
satisfecho el deseo fisiológico, o sea el diario sustento,
nada quería ni nada ambicionaba, comprendía, empero,
de manera entrañable y profunda a los misioneros que
le hablaban en nombre de la fraternidad y del amor,
y que, lejos de servirse de él a manera de bestia de tra­
bajo, ya en las minas o ya en la agricultura, lo defen­
dían de los encomenderos y lo ayudaban en sus nece­
sidades, compartiendo con él, cuando no podían más, el
pan de la miseria.

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SEGUNDA PARTE

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EL PRIMER DISCURSO

La situación económica de don Guillermo sigue siendo


la misma. Y aunque se siente "popular como el frijol
bayo, y alegre como un repique de Noche Buena", las
consideraciones a su situación precaria, la enfermedad
de su madre y su obscura vid� de oficinista, ahogan to­
dos sus entusiasmos y su deseo de obrar. Sin embargo,
no cesa de buscar una oportunidad de darse a conocer
y de hacerse sentir, y ella se presenta como a pedir de
boca, con motivo de una distribución de premios en la
Universidad, en que le cede su puesto de orador, Ma­
nuel Tossat Ferrer, "buen chico, condescendiente y tí­
mido y enemigo de darse a luz". "Yo tenía hecho mi
cálculo -dice don Guillermo-: suelto una arenga de diez
mil demonios contra el primero que me ocurra, y, o me
persiguen y esto me quita de acreedores, compromisos y
empeños que me ahogan, o me procura protección de
alguno, y cátese usted a Periquito hecho fraile, como
dice el refrán".
Y tomada esta decisión, don Guillermo se lava, se
peina muy cuidadosamente y se transforma en el mani­
quí de sus amigos, pues mientras uno le plancha la cor­
bata con un periódico, otro frota los borceguíes, hasta
dejarlos limpios y relucientes como un espejo; otro le pei­
na con agua de linaza, para amansar la rebeldía de sus
cabellos, y otro, con polvo de tortilla quemada, le invita
para que restituya la primitiva blancura de sus dientes. Y
ya debidamente acicalado y dispuesto "a levantar alguno
que otro falso testimonio a Aristóteles y a Séneca; con
tre5 versos rojos de Quevedo y una cita de Homero o de
144 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Virgilio", el joven poeta se dispone a iniciar su carrera


oratoria.

U TA DISTRIBUCION DE PREMIOS
El reparto de premios se hacía en "El General" de
la Uni,·ersidad. Era este un espacioso salón, con ventanas
altas por donde penetraba bastante luz.
A lo Jarfo!O de las paredes. tras una elegante baran­
dilla, se miraba una lujosa sillería, sobre la cual se os­
tentaban enormes retratos al óleo de sabios pálidos y m:al
encarados, que lucían el tra ie de sus diferentes jerarquías
eclesiásticas, forenses o médicas.
El centro del salón estaba ocupado por hileras de
asientos, dispuestos como las butacas de un teatro.
Y pegada al muro, frente a la puerta de entrada,
imponente y majestuosa, se alzaba la cátedra que era un
enorme púlpito de madera, cuadrado y con un techo en la
misma forma, sobre el que se hallaba pintado el símbolo
del Espíritu Santo.
En uno de los extremos del salón y elevada como
a cuatro varas sobre el piso, se hallaba la tribuna. que
era una especie de jaula cuadrilonga. cubierta de celosías
y cortinas. Esta era ocupada por las personas de más
alta distinción.
Y, en el fondo, dominándolo todo, sobre una plata­
forma, se alzaba un enorme dosel, bajo el cual se veían
sillones severísimos, forrados de cuero y terciopelo, de­
lante de una mesa que tenía un crucifijo, un tintero,
marmaja, obleas y una campanilla· de plata.
Era la mesa presidencial y en aquella distribución
de premios, estaba ocupada por el general don Anastasia
Bustamante, Presidente de la República, que tenía a su
lado al Rector del Colegio y al Secretario.
Abundaban en el salón los grandes uniformes; las
plumas airosas y las espadas de puños historiados. Lucían
los doctores sus borlas, y los frailes aparecían con sus
hábitos azules, cafés o negros, con grandes c'ruces rojas.
En el centro se hallaban los padres de familia: las se-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 145

ñoras con su saya y mantilla, y los chicos con vestidos


bordados y listones. · Estos últimos esperaban con los
ojos ávidos de ansiedad el brillante espectáculo.
En las tribunas, entre plumas y gasas, se veían ]os
lindos ojos de las damas y sus cuellos �búrneos que
ostentaban collares de perlas y diamantes. Dos músicas
militares colocadas por fuera del salón, tomaban a la vez
parte en el programa.

EL IVlOMENTO SOLEMNE

Y fué precisamente después de los· acordes ruidosos


de una de estas bandas, y mientras la concurrencia se
encontraba todavía electrizada por la emoción que le
había producido una magistral partitura, cuando llegó
el momento solemne, y don Guillermo aborda la tribuna.
"Desde el principio -dice- me disparé como un ener­
gúmeno y embestí contra tirios y troyanos, atropellando
en mi furia armas y letras; Gobierno, Administración y
Clero". Y todo esto, en medio de una declamación a1tiso­
nante y de_ una acción teatral que había aprendido de
su amigo Lacunza, dando enormes manoteos y revol­
viéndose en la tribuna en un ir y venir, como un león
enjaulado o como un poseído del demonio.
El público, que comienza curioso, acaba por mos­
trarse espantado. El orador es llamado al orden, y baja
entre miradas üacundas; risas reprimidas y gran estupe­
facción de sus catedráticos y compañeros. "Y no era mur­
mullo confuso el que me seguía -dice don Guillermo­
sino reprpches e injurias que de ser pedradas, quedarzi.
muerto allí como otro San Esteban".
Mas al fin, tal como lo deseaba don Guillermo, se
acerca a él el Jefe de la Policía, y le ordena que al día
siguiente, al obscurecer, se presente delante del Primer
Magistrado,- en su residencia del convento de San Agus­
tín.
"Aquello fué el colmo de la felicidad -dice mi bio­
grafiado-. ¡ Qué emoción para mi futuro suegro� ¡ Qué
chasco para mis ingleses! ¡ Qué posición tan dramática pa-
Don Guillermo Prieto.-10
' .-

146 SALVADOR ORTIZ VI DALES

ra m1 adorada y para mí"! Y concluye recordando estos


versos:
"No temas, mi adorada,
Te cantaré en mis penas
Al són de bs cadenas
Del bárbaro opresor".

DON GUILLERMO Y LA ORATORIA


No es la primera vez que vemos sonreír a don Gui­
llermo de la acción todopoderosa de la palabra grandilo­
cuente, tan cara para sus contemporáneos. Y a en otra
ocasión se burla de su primer fracaso en la oratoria, y
es de notar el gracejo e ingenio con qt1e ahora nos des­
cribe su primera presentación . real en b tribui1a. Don
Guillermo no se consideró nunca un orador. o mejor di­
cho, él no deseaba ser un orador, y si a pesar de esto,
hizo tantos discursos, aun en sus mismos ver5os -lo que
es de lamentarse-, Jo hizo siempre de manera fortuita
y obligado por las circunstancias del momento político.
Pues no cabe duda que toda profesión, cuando el indivi­
duo logra identificarse con ella, o por mejor decir, cuan­
do su vocación logra formar parte integrante de su
naturaleza, pone un sello especial, jnconfundible,. en la
persona. Ahora bi.en: es seguramente el orador por su
hábito de mostrarse ante el público en actitud solemne,
acaso el más teatral, aun en su vida íntima. Y don Gui­
llermo Prieto, antes por el contrario, gustaba de andar
siempre a la "negligé", no tanto en lo que se refiere al
atavío, sino en lo de ser humano, y a veces, aun "dema­
siado humano". Don Ignacio Ramírez, que lo estimó
muchísimo, y era, además, un enorme psicólogo, nos lo
describe en las siguientes líneas.
"Sobre su camisa, adrede ajada, se derramaba desde
las poéticas narices, como de un arnero, chorros inago­
tables de tabaco; festivo, ingenioso, audaz, y para su
gloria eternamente mexicano, como si el genio ático de
Aristófanes lo hubiera engendrado durante las horas
r--
'
1

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 147

de carnaval, en la Xóchitlulteca; repartía en rosas su


conversación, de modo que al tomarlas cada uno de los
concurrentes se sentía herido por inesperadas espinas".
No puede ser más fiel este retrato. "El Nigromante"
muestra una vez más su facultad de síntesis. El golpe
certero de su frase, igual que una saeta, se queda como
siemnre clavada sobre el blanco. Fué don Guillermo Prie­
to u� ático ciertamente, y un legítimo hijo de Dionisos,
por su energía vit_al y su entrañable amor hacia esta
dulce tierra que nos da el pan y nos da de comer. De
aquí, quizá, la fuerza de su mexicanismo, y también esa
ironía indulgente con que miraba a todos los fracasos
de su inútil empresa de político. Su sabio escepticismo al
modo de Montaigne, que si no afirma no niega cier­
tamente, y se reduce a. un leve encogimiento de hombros,
a una actitud siempre dubitativa, o en una palabra, a ese
"qué sé yo", que si no crea los héroes, aquieta por lo
menos nuestras fuerzas anímicas, y nos hace aceptar con
alegría la muerte, que es la más pura y santa de las resig­
naciones. Esta actitud serena y de ironía indulgente ante
la vida, es invariable en don Guillermo Prieto, lo mismo
en la niñez que en la juventud; en las horas felices,
que en las horas amargas.
Asentado esto, podemos seguir a don Guillermo a
través de su vida, llena de raros y cómicos sucesos.
II
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EL GEl\J.ERAL BUS1'ANIAN'1'E
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No se hizo esperar por mucho tiempo la ansiada


entrevista con el general Bustamante, y de la cual, como
ya he dicho, don Guillermo esperaba infinitas sorpresas.
El Presidente de la República se hallaba hospedado
a la sazón en el convento de San Agustín, y ocupaba la
celda del Padre Provinciai. El silencio en la habitación,
dice don Guillermo, era casi absoiuto, y sólo se oía afuer:.1
el rodar· de los coches o el grito de los vendedores.
No obstante su audacia, 1ni biografiado no pudo
menos que presentarse con cierto encogin1iento ante Su
Excelencia.
Era B ustarnante de mediana estatura; un tanto
grueso; carirredondo y de ojos pequeños. Su frente era
ancha y cuadrada, y tenía los labios contraídos un poco
hacia adentro. Hablaba de manera pausada y acostum­
braba darse con la palma de la n1ano ;) golpecitos en el
vientre.
-¿Qué hay, hombre? -dijo mirando a don Guiller­
mo de pies a cabeza-., ¿ qué ofrece?
-Vengo al llamado de Su Excelencia -respondió
don Guillermo.
-¿ Realmente me cree usted ese gobernante cruel y
descuidado de la instrucción pública?
Don Guillermo, que no las tenía todas consigo,
guardaba un profundo silencio.
-Y el señor Bustamante continuó con dulzura:
-Hable ·usted lo mismo que si estuviese solo. Nada
tema.
.. -....

152 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Don Guillermo entonces, respetuoso, mas sin encogi­


miento, habló de las censuras que sobre el gobierno de
Bustamante había oído, en tanto que el Presidente, no
disimuiando su sorpresa, pasaba de la ira contenida, a
la sonrisa benévola. Pero cuando don Guillermo, abando­
nando tan importantes tópicos, pasó a hablar de su per­
sona y le contó sus cuitas y amoríos, Bustamante acabó
por reír a mandíbula batiente, y llamó a su ayudante
López, "un negrazo alto; seco y pausado".
-Ponga usted -le dijo- una cama en mi cuarto
para este señor) y obedézcale en todo lo que mande, lo
mismo que si fuera hijo mío.
Acto seguido, hizo llamar a su Secretario, Y u ri
(griego de nacimiento); "hombre muy serio, trigueño y
semicalvo".
-Este joven -le dijo, señalando a don Guillermo­
queda aquí en la Secretaría a mis inmediatas órdenes.
Además, hace usted un acuerdo para que J iménez le
nombre redactor del "Diario Oficial", con la dotación
�signada de ciento cincuenta. pesos.
Don Guillermo se sentía conmovido hasta el llanto,
y no acertaba como expresar su agrf1.decimierlto.
--Bueno, hombre, bueno -dijo Bustamante notan­
do su emoción, y tendiéndole la mano, lo invitó a al­
morzar.
Abandonaron ambos la celda presidencial, y entra­
ron a otra "fría, enlosada y desnuda", en donde había
una mesita de palo blanco, con un mantel albeante, y un
servicio de cristal y de loza del Paraíso.
En el comedor, esperaban de pie al señor Presidente,
don Valente Mejía, jefe del Estado Mayor, "un hombre
chiquitín, alegre y franco", y don Fernando Urre.a, su
ayudante, "alto, seco, simpático, de acento veracruzano,
y además, tartamudo y gracioso". Estaban también en ·el
comedor, el señor Yuri y el señor Tejada, Ayudante de
Guardia, "muy pulcro, con sus charreteras y cordones
de gola reluciente, y su sable marino de vaina de acero".
El señor Bustamante era reservado, aunque afable.
Gustábale promover conversaciones de buena sociedad,
en que mezclaba siempre algún chiste. Hablaba con suma
DON GUILLER.i\10 PRl ETO Y SU EPOCr\ 153

discreción de sus viajes; y 8doraba a I turbide, y refería


con naturalidad las hazañas de sus compañeros.
"Comía poco y era, como se decía, muy afecto a los
huevos tibios, que saboreab::i. y revolvía con paciente cu­
riosidad. No imponía su opinión jamás. En muchas cos�is
se confesaba ignorante, y le enamoraban los hombres de
energía y resolución".
"Hablábase de que no era insensible a los atractivos
de la beldad", y aun se murmuraba que en la frontera
y en ,,París, "quedaban ejemplares vivos de su culto al
amor
Era, además, un cumplido caballero, y hubiera muer­
to, como los paladines legendarios, por su Dios y por su
Dama. Era de buen decir; de suma cortesía en las mane­
ras, y su única ambición consistía en ser el primero en
los peligros.
"Como el Jefe de las Tres Garantías, odiaba Busta­
mante a los insurgentes, y creía acto meritorio tenerlos
J la sombra", o bien, exterminarlos.
"Admiraba el sabio sistema español, y lo que se
entiende por tiranía feroz, se representaba a sus ojos
como energía y severidad necesaria que encaminaba al
bien".
"De esto dependía que la administración de Busta­
mante fuese sangrienta y justamente odiada". NI as en
lo que se refiere al hombre privado, era de suma amabi­
lidad con sus amigos; sencillo, exento de odios y aspi­
raciones bastardas, y "sin deseo de dañar personalmente
a nadie".
Era, además, "escrupuloso hasta el quijotismo en
materia de dinero, y cauto y decente en sus relaciones
íntimas".

DON GUILLERMO FAVORITO


DE BUSTAMANTE
Terminado el almuerzo, volvió don Guillermo con
Bustamante a la celda del Prior, y una vez allí, reanuda­
ron la conversación interrumpida sobre las trapisondas y
154 SALVADOR ORTIZ VIDALES

amores de don Guillermo. Este era un excelente narrador


y contaba con gracejo e ingenio sus locas aventuras.
"Rda el señor Bustamante de buena gana -dice mi
biografiado- repitiendo a cada momento, ¡hombre!
¡hombre! y dándose los consabidos golpecitos en el
vientre".
-"Ya ha hecho usted por 1ní -decía don Guiller­
mo-- todo lo que se podía esperar, y poniendo a flote
mi crédito, bien puedo ya unirme con la persona en .que
he cifrado mi dicha. Y es más, estoy seguro que podr¿
domesticar, sin gran esfuerzo, a mi futura parentela po­
lítica; mas antes quisiera hacerle patente mi cambio
de situación.
-Vamos, hombre, con toda franqueza, diga ¿ qué
quiere usted? -contestó el señor Bustamante.
-"Quisiera -dijo don Guillermo- que, después ele
haber arado el frente de la casa de mi novia; y sufrido
chubascos y soportado burlas de tenderos, recaudadores
y vecinos curiosos e inciviles, me vieran pasar un día
en el coche de la presidencia, muy ufano y echado hacia
atrás, y desde allí enviar una misiva a papá suegro, di­
ciéndole: o me la das por esposa o te mato' a cóleras".
El general se levantó de su asiento, riendo alegre-­
mente de tan extraña puerilidad, y dijo a don Guillermo,
que en las primeras horas del día siguiente, estaría el
coche a su disposición.
"Como era de cajón -dice don Guillermo- la noti­
cia de mi cambio de fortuna, atravesó como una centella
la casa de vecindad y el barrio. Cayó como una bomba
en mi oficina; saltó plazuelas y callejones y retozó en
los lugares en que galleaba mi persona y se cernían mis
bríos poéticos".
"Este me veía torvo, como quien ve con el debido
desprecio la elevación de un mequetrefe; aquél me son­
reía, como simpatizando con mi buena fortuna, y otro
que no me saludaba, me abordaba de pronto con desusa­
da llaneza. Alguien me recordaba favores nunca recibi­
dos, y los chicos y chicas más allegados a mí, hacían
alarde de sus confianzas, para conceptuar si se me babia
subido, y en tal caso retirarme su cariño y favores".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 1;5

"Confieso -sigue diciendo don Guillermo- que me


era forzosa cierta circunspección, cierta compostura y
cierto alejamiento de mis relaciones predilectas; pero a
lo mejor saltaban en mi pecho los instintos callejeros:
respiraba mi ser el aire de la jarana, y vibraban jarabe:--;
y sonesitos en mis oídos. Los ensueños plebeyos cobraban
formas, y como nubes desptdazadas, atropelladas y re­
vueltas por el torbellino, pasaban por mi mente castores
y gorritos, músi�os y beatas, sabios profundos, pelados
analfabetas; matronas, frailes y todos los personajes de
un incandescente prodigio dramático".

LA ESTUFA PRESIDENCIAL
El Presidente Bustamante cumplió su promesa, )'
en las primeras horas de la mañana la estufa presidenci;:d,
resplandeciente de lujo y elegancia, se puso a la disposi­
ción de don Guillermo.
"En el alto pescante, forrado de pana blanca, con su
fleco y sus bordones soberbios, se hallaban los lacayos,
con sus escarapelas tricolores". Y los altos frisones de la
mejor estampa, lucían sus chapetas y hebillas de metal
reluciente.
-"A la Alameda, poco antes de llegar a la fuente
de Corpus Cristi", dijo don Guillermo al lacayo, al pene­
trar al carruaje y hundirse en los mullidos cojines de la
testera.
El coche partió a escape.
"La vista del carruaje -dice mi biografiado- y el
personaje que lo osupaba, inconfundible para mi suegro,
lo dejaron realmente patitieso y con un palmo de nari­
X
;
ces, en tanto que mi novia sonreía a espaldas de su
padre, asombrada, pero triunfal y feliz".
"Yo llevaba prevenido mi lápiz -prosigue- como
una astabandera, y como había antecedentes muy hostiles
de parte de papá, de la manera más descortés, escribí en
una tira de papel":
156 SALVADOR ORT1Z VlDALES

"Señor Caso:
"Deseo casarme cuanto antes con la hija de usted.
Avíseme si sigue o no en su oposición, para tomar mis
providencias".
Y· acto seguido, don Guillermo llama al lacayo, le
señala la casa, y éste, "finchado y con largos pasos", se
dirige al suegro, quien por un tris no lo echa a rodar
las escaleras.

EL NOVIAZGO
Mas al fin la misiva se acepta, y henos aquí en los
inevitables conciliábulos, "entre el confesor y los amigos
de respeto; las amigas oficiosas y las viejas compasivas".
Se habla del convento, del destierro o la entrada a ejer­
cicios, y surgen los consabidos dos bandos: los de San
Francisco Javier y los de San Judas Tadeo, o sea, los
adversos y los propicios al matrimonio. El asunto se
discute ampliamente, mas al fin se decide recibir en la
casa a don Guillermo, una vez por semana, en calidad de
novio oficial.
Un nuevo mundo desconocido, o mejor dicho, olvi­
dado del todo, se ofreció ante los ojos de don Guillermo.
Aquella familia era positivamente uno de los tipos
más acabados de los ricos de la época colonial.
El padre de la muchacha, que no era por cierto un
hombre culto, poseía, empero, un talento claro; "era
puntual y sincero en sus tratos", y además, "inteligente
labrador y diestrísimo jinete".
Usaba un "largo chaquetón de lienzo blanco; pan­
talón de bragueta, de cuadril a cuadril; sombrero de
jipijapa de anchas alas", y a través de la camisa, sus­
pensas al pecho, se le veían medallas y rosarios. Llevaba,
además, suspensa a la pretina, la cadena del reloj, que
tenía en un extremo dijes y chucherías de oro". J:
Su frente era ancha y abovedada; sus ojos peque­ r
t
ños y de agudo mirar; su nariz aguileña, y su boca apa-
recía como contraída, en un gesto imperioso. r
s
Don Guillermo, en su importantísimo carácter de no­
e
vio oficial, deseando aparecer bien ante los ojos de su
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 157
novia, y recordando cierta frase de Calderón que dice:
"hombre pobre, todo es trazas", acude a sus amigos los
"lagartijos", para adaptar-se a la moda hasta donde es
posible. Y hace un gran acopio de perfumes, pomada,
polvo y todo lo que la industria nacional produce en el
ramo de tocador. Después, acude a un "lagartijo", y
éste le sugiere el uso de la camisola, o sea de una pe­
chera de camisa, "con su cuello y jareta en la base, que
se quita y se pone con gran facilidad", y es muy apro­
pósito para los grandes acontecimientos, si se carece de
recursos, y se quiere ufanar de pulcritud y elegancia.
Don Guillermo no es, sin embargo, amigo de estos
postizos. "Todo lo afectado y pretencioso -dice- ha
sido para mí no sólo repelente, sino imposible, lleván­
dome tal contradicción al extremo opuesto". Y antes de
caer en este defecto, prefiere que se le conceptúe de zafio
y abandonado. A esto atribuye el sentirse bien única­
mente entre el pueblo a quien ama. sin que desconozca
"su falta de civilización, sus inconsecuencias y sus vicios".
La casa del suegro de don Guillermo, no rayaba cier­
tamente en la opulencia. Era más bien de una aparien­
cia humilde, y por la sencillez de sus muebles, indicaba.
sólo una mediana fortuna. No así en lo que se refiere
al comedor, que poseía una magnífica vajilla de plata,
v en donde la comida era excelente y "los sirvientes la-
dinos y peripuestos".
El señor de la casa había tenido una viudez tem­
pestuosa, y era rígido, severo y extraordinariamente
celoso.
De manera que la primera educación que recibie­
ron las niñas fué en casa, inclusive la del piano, y tuvie­
ron por maestras a personas en grado sumo deficientes,
"que nada enseñaban a derechas".
El suegro de don Guillermo era madrugador, y lo
primero que hacía al salir de casa, era dirigirse al des­
pacho de sus abogados, Olaguíbel o Elguero, que lo pa­
trocinabajn en encarnizados pleitos con . colinda,ntes y
parientes. Del trato asiduo con los hombres de toga, el
suegro de don Guillermo había adquirido "cierta instruc­
ci6n macarrónica, en que figuraba una nomenclatura
158 SALVADOR ORTIZ VIDALES

forence capaz de desequilibrar el cerebro meJor orga­


nizado".
"Las señoras se ocupaban de las graves tareas del
riego de las macetas, la policía de las jaulas y arreglo
de la casa, en tanto que las niñas se sentaban al piano,
un pobre monocordio que remedaba las gárgaras con
exquisito primor".
Era también costumbre que las señoras se ocuparan
en bordar un paño para un cáliz; o bien confeccionaran
una toquilla de chaquira; unos atadores para la cuelga
del marido, o bordaran unas iniciales para los pañue­
los del padre confesor.
"Al sonar la hora de comer, todo el mundo estaba
listo", sin que faltaran, como era natural, "las sopas de
ordenanza; el puchero con sus sabrosos y variados admi­
nículos; el pavo asado; los chiles rellenos o mancha
manteles, ni el arroz de leche, ni la conserva de zarza­
mora o durazno, regado todo con un buen vino cascarón
y -con pulque º
exquisito del embotellado que expendía la
5enora .Ad_ al 1 d" •
"En la mesa se conversaba poco, y un criado estaba
constantemente a la espalda del amo, ocupado en servir­
le. Al. levantarse los manteles, este mismo criado se
arrodillaba, besaba un trozo de pan, y después de rezar
un padrenuestro y un bendito, iba a besar la mano de
cada uno de los circunstantes.
Terminada la comida, cada quien se encerraba en
su pieza; las habitaciones quedaban en tinieblas, y bien
pronto se escuchaba en ellas el respirar sosegado de la
medianoche, en tanto se oían a lo lejos los altercados y
carcajadas de las gentes que comían en la cocina.
Transcurrido este breve descanso, "soñolientas y
amodorradas las personas de la casa, se peinaban y com­
ponían, y esperaban el espumoso chocolate con "huesi­
tos" o los ricos bizcochos de la casa de Ambris o de
Santa Fe, esquina de Tiburcio y Las Damas.
Después se rezaba el rosario con las tres avemarías
compuestas, siendo en tiempo de lluvias, indispensable el
trisagio y la quema de la palma bendita, en los instantes
de tempestad y borrasca. Sin que, como era natural, se
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 159

, dejara de rezar a los santos del rumbo las novenas corres­


( ndientes.
oo
"A las oraciones de la noche, entraba la criada con
las velas encendidas, diciendo: "¡Ave 1\tlaría Purísima!
¡ Santas y buenas noches! Y en seguida se disponían
las mesitas de la malilla, y se preparaban las niñas para
recibir a los visitantes, que se retiraban al sonar la
que d a .
11

Como se ve, no podía ser más grande el contraste


que ofrecía la vida de don Guillermo, con sus inclinacio�
nes al bureo y a la frasca, con la vida callada y silenciosa
de su novia, que vivía como en la mansedumbre de un
convento, en piena época colonial.
Mas esta misma disparidad entre ambas vidas cons­
tituía para don Guillermo el principal hechizo.
La actitud tímida de su novia, que parecía alarmar­
se sólo por la caída de una hoja; sus grandes ojos negros
_\· profundos y su noble prestancia, "como de estatua
griega", seducían tanto más a don Guillermo, en cuanto
parecía cada vez más identificada con las aspiraciones
_\' gustos de su pobre poeta.
Las visitas de don Guillermo eran, sin embargo, casi
ceremoniosas, y se notaba una cierta hostilidad por parte
del suegro que, no aceptando aquellas relaciones, se re­
signaba tan sólo por temor, encubriendo toda su antipa­
tía con atenciones exageradas de una exquisita urbani­
dad. Esta situación, un tanto difícil, se agravaba con la
imposibilidad de don Guillermo para presentarse conve­
nientemente vestido, no obstante los consejos y tretas
de sus directores de moda.
1\1as he aquí que un incidente, de todo punto cómico,
viene a resolver el conflicto, y a establecer, al fin, una
relación franca y ecuánime entre el suegro y el yerno.

DON GUILLERMO Y SUS


GRANDES RECURSOS
Don Guillermo nos habla de este incidente, con su
(
natural gracejo, probándonos una vez más su aplomo
\ para salir avante en los trances difíciles.
160 SALVADOR ORTIZ VJDALES

Llegaba, dice, a la casa de mi novia, en punto de'


las ocho v encontraba ya a todos los visitantes, rodeados
;i la mesa del tresillo, con su correspondiente platito
de porcelana, para "tantos y cartas sobrantes y su copa de
catalán o de anisete", que cataban damas y caballeros.
Don GuiIIermo, poco afecto a los juegos de azar, y
para el que era poco menos que griego el lenguaje del
naioe. sufría lo indecible en estos divertimientos. v sólo
lo i'n<lemnizaba de aquellas largas horas de aburri�iento.
la mirada furtiva, o Ia sonrisa ingenua de su novi2..
Entretanto los jugadores se encontraban pendientes
"del triunfo y el chiquito; 1 a contrabola y la bola, e1
�.rrastre y e1 codillo", los espectadores esneraban que
entre juego y juego se ech2.ra un "chiJito". esto es, un
Jlhur por cur:nta del más adim:rado de los jugadores.
Aoenas se anunciaba éste. toda b s:i.la se ponía. en
rnovinÍient0, y ancianos y niños. _ió,·enrs y criarlas, acu­
dían al albur y se apuntaban, gu�n-cLrndo un completo si-
1encio, en tanto se corría la baraj:1. Y bien pronto las ex­
cbrnaciones de gozo de los favorecicfos. se unían a las
manifestaciones de disgusto de los desheredados de la
fortuna.
Ahora bien. don Gui1Ierrn0 nos cuenta que. antes <le
;1-.;istir a una de estas tertulias, tenía nor costumbre !!uar­
dar la. pechera de la camisa dentro de su sombrero,·; fin
de conservarla nítida. y colocársela previamente en algún
:,:;1guán. antes de entrar a h casa de su novia.
Y sucedió que un día. don Guillermo se olvida de
ponerse esta elegante prenda, y corno en el curso de la
reunión. sintiera la necesidad de sonarse, no encontrando
el pañuelo en el bolsillo. acude a su sombrero, donde acos­
tumbraba depositarlo. >' sin advertirlo, comienza a
sonarse en la pechcrá _. a la vista de todos los circuns­
tantes.
La espectación que esto produce entre ]os contertu-
1 ios es enorme, sobre todo en la novia de don Guillermo,
c¡ue lo ve roja como escarlata. Prorrumpen todos en una
carcajada, y don Guillermo, dándose cuenta de su equi­
vocación, y comprendiendo al vuelo lo difícil de las
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 161

circunstancias, "echa mano de la oratoria", y recita con


toda tranquilidad estos versos:
"Causa de esto y otros males
digo a ustedes en conciencia,
no e·s falta de inteligencia:
es la falta de reales".

El suegro entonces, lleno del mayor entusiasmo, echa


los brazos al cuello de don Guillermo, y todos los circuns­
tantes aplauden frenéticos, en tanto que la novia oculta
su preciosa carita entre las manos.
Esta escena allanó por fin todas las dificultades, e
hizo nacer una franca amistad entre don Guillermo y su
suegro.
LA VIDA PERIODISTICA
Mas no sólo la novia debe don Guillermo a su gran
amigo y protector, Bustamante, también debe a éste su
entrada al periodismo y su iniciación en la vida política.
De este importante suceso, nos cuenta don Guillermo
que, casi a raíz de su conocimiento
· con Bustamante,
· éste
le dijo:
"No sería malo que hiciera usted una visita al señor
Gondra, del que tiene usted mucho que aprender, y del
que va a ser amigo y compañero".
Y señalándole un rop�ro, siguió diciendo:
-.Tome usted de allí dos o tres pesos para el bol­
si_llo, y vuelva usted a decirme el resultado.
Don Guillermo, que desde su conocimiento con Bus­
tamante, se sentía bajo el influjo de un sueño delicioso,
con aquel nuevo favor que lo ponía en contacto con lo
más relevante del - periodismo de la época, se imaginaba
ya con una cohorte de chicos alegres, de chinas zala­
1 meras y de viejas ladinas y curiosas, a la vez que pensa­
\
1

ba e1_1_ } 9- gr�n. al_egrí_a que aquel inopi_nado encumbra­


miento iba a calJs�t a su novia y su IlJ.�dre.
Don Guillermo Prieto...:...11
162 SALVADOR OR TIZ VI DALES

Y con tan halagadoras réflexiones; don ·Guillermo


llegó por fin a la casa del s:cñor Gondra, y se hizo anun-
ciar. .
Una sirviente lo pasó hasta el comedor, y allí
encontró al señor Gondra, comiendo a la cabecera de la
mesa, y con un enorme rimero de periódicos al lado.
Era el señor Gondra un hombre como de cincuenta
y cinco a sesenta años, y extraordinariamente delgado,
"su cuerpo, como exprimido, lo ocultaba dentro de una
levita vieja y sucia".
Tenía los ojos pequeños y la nariz abultada. Salu­
daba siempre de modo cariñoso, y era de voz dulcísima
y de maneras apacibles. Se notaba en él al hombre fino y
caballeroso; pero estas prendas estaban como ofusca­
das por un hastío y por una indeferencia a todo, que.
helaba la sangre.
-"Usted perdonará -dijo- que me_ haya tomado
1a licencia de llamarlo aquí; pero se me ha retardado el
trabajo, y ya usted ve, tengo que revisar los periódicos,
mientras como, para que no se me escape lo del día".
-"Si usted gusta -contestó don Guillermo- yo
leeré para que usted coma con más libertad".
Y acto seguido, tomó el primer periódico que encon­
tró y leyó el siguiente título: "El clérigo apóstata".
Comprendió inmediatamente que en aquel título
se aludía al director del Diario, y trató de dejar el pe­
riódico; . mas el señor Gondra le suplicó que siguiera
leyendo. . . .
-"Eso e_ s para mí" -dijo con toda tranquilidad.
"Y en efecto, aquello era una tempestad de dicterios
contra el redactor en jefe del Diario; cón--alusiones a su
vida privada" y con descripciones grotescas con respecto
a su físíco.
Don Guillermo tragaba saliva; se encendía de ver­
güenza, y casi no· podía continuar. 1\11.as el señor Gondra
impasible, y sin dejar· de comer, le rogaba qu� siguiera
leyendo.
Fué preciso revisar toda la prensa, y había, entre
otros artículos alusivos, uno que se titulaba "El moni­
gote griego". "Aquello. era terrible� pues· dejando· a- lin
laza

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 163

1ado las injurias,. qt1e a la postre no tenían. importancia,


el articulista, en· el fondo, procedía con justicia al cali­
ficar al señor Gondra de versátil. En efecto, era éste un
hombre sabio, un liberal eminente de ideas luminosas
y avanzadas; mas la fatalidad, la falta de energía, o lo
que se quiera, le hacían defender lo que estaba acaso
contra su conciencia, entregando a discreción su talento
a personas que tenían menos instrucción y valía que él;
pero que se encontraban comprendidos en los fueros de
la ciencia infusa de los favorecidos de la fortuna y el
poder".
Pues nada más llano que un hombre pida remune­
ración por su trabajo, cuando éste se halla acorde con
sus ideas políticas, pero alquilarse y venderse a los inte­
reses contrarios, en pugna con su convicción íntima,
"arguye desgracia suma o perversidad punible".
El señor Gondra había hecho brillantísimos estu­
dios en la carrera eclesiástica, hasta ordenarse de Evan­
gelio. Sin embargo, circunstancias ajenas a su voluntad,
le hicieron 'desistí r de seguir el sacerdocio, y trató de
desligarse de sus votos .. El clero dió a sus gestiones. ca­
rácter ·de. apostasía; lo persiguió cruelmente; le hizo
sufrir prisiones, y le impidió, por todos los me.dios·, hacer
una vida independiente.· ,Para escudarse .contra est_as
persecuciones, el señor Gondra se hizo.- masón; se afilió
en· el partido exaltado, y buscó arrimo cerca. ·de,l -. G o­
bierno, no · importándole nada el -credo y las ideas de
éste. Y -fué entonces, cuando lo conoció· don Guillermo;
fungiendo como Director en jefe pel "Diario Oficial-"·..
La pasión dominante del señor Gondra· era la 'ins­
trucción pública, a la que prestó muy importantes ser­
v1c1os.
Tenía conocimientos variados en ciencia y litera­
tura. Pero, sobre todo, ponía su mayor entusiasmo en los
estudios de investigación histórica, y cuando fué encar­
gado del Museo, recogió importantes manuscritos; hizo

1
estudios arqueológicos muy interesantes, y recabó mate­
riales que _han aprovechado después los dedicados al
e�tµdj9 de las antigüedades m_exica,nas. · •
164 SALVADOR ORTIZ VIDALES

LAS INTRIGAS POLITICAS


El mundo de la política, con los hombres que en ella
figuraban, se iba a hacer completamente familiar para
don Guillermo. Y bien pronto se podría ya codear con
aquellos hombres, "que del campo de batalla pasaban al
Gabinete, y que; como quien adquiere por intuición,
talento, elocuencia e infalibilidad, disponían de la suerte
de los pueblos, y hacían de ellos cera y pabilos a su
antojo".
Iba, de la misma manera, a conocer a los palaciegos,
que entrando por las puertas excusadas, "tenían encar­
gos de uso interno, y madrugaban para disfrutar las
confidencias del genio, en mangas de camisa". Y sabría
de los coros unánimes, de las gentes serviles que están
siempre dispuestas, a tuertas y a derechas, a dar la
razón al que manda, y a inventarle talento y perfeccio­
nes, no sin que le dirijan una que otra alabanza, en voz
muy baja, pero con la intención de ser oídos. Igualmente,
conocería mi biografiado todas las astucias e intrigas
palaciegas, de los que con aparente candor lanzan una
frase que siembra una sospecha, acaba con un empleo,
prepara un negocio, y hace caer al poderoso en errores y
ejercer injusticias. Y, finalmente, se enteraría de los pro­
cedimientos que emplean los de un bando en contra de
Sl.JS enemigos, ya averiguando que uno, es hijo sacrílego,
y que el otro, ha estado en la cárcel por monedero falso;
o bien, que éste, debe su fortuna a la falsificación de
unas firmas en una testamentaría; y aquél, que no se
3pellida Rechupa, sino Gatera, y es hijo del deán de la
Catedral, y en fin, todas las indignidades que puede des­
pertar una ambición desenfrenada y que, a falta de otras
armas, acude a la perversidad y a la calumnia.
Por mi parte. dice don Guillermo, "yo me arrojaba
de bruces en la polémica, lanzando cuantas barbaridades
me ocurrían, y dándome por liberalmente pagado con
sólo que el Presidente repitiera algunas de mis frases;
me sonriera el Ministro defendido, y me diera un medio
de oro el apóstata vindicado"·.
DON GUILLÉRMO PRIÉTO Y SU EPOCA 165

Mas a pesar de esto, don Guillermo, no obstante su


ignorancia en política, no puede menos de comprender
que hace falta un plan, una tendencia definida. Pues
Bustarnante, dice, aunque con mano férrea, y con la me­
jor buena fe, creía -llevado de su admiración por I tur­
bide y por el sistema del Gobierno Colonial-, "que sólo
en sangre se ahogaban los trastornos", y no sentía la
ne cesidad de la "adhesión a una creencia, o a principios
determinados".

CUNDE EL DESCONTENTO
"Entretanto, el descontento se respiraba en la at­
mósfera; los conatos de pronunciamiento se centuplica­
ban"; la libertad de la prensa se convertía en libertinaje,
y los esbirros, delatores y espías, hacían su agosto.
En la frontera el hambre y el descontento de las
tropa) forzaba al general Arista a tomarse licencias en
la Aduana que, como era natural, produjeron escándalos
y determinaron la salida del Gabinete del señor Echeva­
rría.
Este fué reemplazado por don lVIanuel María Canse­
co, hombre sufrido y meticuloso, que recordaba al em­
pleado de la época de la Colonia. Era cejijunto, hablaba
siempre por monosílabos y andaba de manera pausada.
Tenía una mirada recóndita e interrogativa, y "era de
mucho ripio y mucha pauta en el chirumen".
"Yucatán era una cena de negros. Tabasco un cam­
po de agramante. En todos los Estados cundía el des­
contento; en la prensa llovían los altercados, y se decla­
maba y reñía en todos los tonos, en contra de la
administración de Bustamante".
"En Jalisco estalló al fin la rebelión, disfrazada de
movimiento local, y como era costumbre, hizo su apari­
ción la frasca y el bureo; pues a esto, en resumidas
cuentas, se reducía todo pronunciamiento".
Se resfriaban o desaparecían los mejores amigos. Y
nuevos personajes aparecían· en la palestra, con su cohorte
de amigos y parientes. Entretanto llovían los anónimos;
166 SALVADOR ORTIZ VIDALES

la carestía de los empleos hacía casi aullar a los solici­


tantes en contra del Gobierno, y de todas partes se le
tiraban tajos y mandobles, sin que qastaran a aminorar
la saña, los artículos no menos venenosos con que con­
testaban el señor Gondra y don Guillermo, conquistán­
dose odios inextinguibles.
La revolución de Jalisco se ramificó por toda la
República, siendo Veracruz el Estado más importante;
pues "su peso se temía como decisivo en la balanza de los
cambios políticos".
Santa Anna, según su costumbre, aparecía con el
carácter de mediador, mas todos comprendían que su pa­
pel en este asunto, "tendría que ser, por fuerza, el del lobo
entre dos mastines que riñen".

LOS TRAIDORES

Inesperadamente el general Valencia se había pro­


nunciado en la _Ciudadela, y comenzó desde luego el
comercio vil entre los que hacen promesas de un la.do,
para venderse a los contrarios, o se transforman en con­
fidentes, para realizar mejor sus funciones de espías.
"En estos trances, no es extraño -dice don Guiller­
mo- que hombres de armas como Bustamante, que
arrostrarían peligros personales en que la existencia se
jugara a un albur, se desconcierten y desorienten con la
charla política, el kaleidoscopio de la opinión, y las
sombras con que suele rodearse la intriga".
A más del Diario, se juzgó conveniente publicar
boletines, para tener al público más al corriente de los
sucesos. Y el señor Gondra, "como muy conocedor del
mundo", confirió a don Guillermo el honor de escribir
las hojas más insultantes. Cosa que éste hacía con el
mayor entusiasmo, pues sabía que de esta manera de­
fendía a su bienhechor y a personas que le eran muy
queridas, tales como Almonte y Cañedo.
Por lo demás, la indignación de don Guillermo esta­
ba plenamente justificada, ante "la serie inaudita de trai­
ciones" que constantemente veía surgir a su alrededor.
DON GUILLERMO PR1ETO Y SU EPOCA 167

Y sin embargo, aquello era sólo el preludio · del sálvese


el que pueda de las revoluciones. .
Ya era un general X que se levantaba de la mesa
del Presidente, con el que compartiera en amigable charla,
y se llevaba datos para sorprenderlo o aniquilarlo im­
punemente; o era Z, a quien tenía confiada su persona
Bustamante, el que se marchaba de buenas a primeras,
para figurar en su contra, en el encuentro sangriento de
la Viga.
Y a esto debe agregarse el asedio de los pretendien-·
tes de última hora, que pedían un mejoramiento en su
empleo y certificados de lealtad.
Todo impresionaba profundamente a don Guillermo
y le hacía proferir en frases de indignación, que le va-·
lían la burla y la chacota de los más avisados a estos
trances supremos, y que, oportunistas siempre, saben
sacar ventaja, aun de las últimas horas de un Gobierno.
Pero lo más asombroso es la facilidad con que los
políticos, en tales circunstancias, cambian al punto de
librea, sin sufrir el menor sonrojo, y antes bien.; conven­
cidos de que realizan un acto de. habilidad y astucia.
Don Guillermo nos cuenta que en los n1omentos más
angustiosos, como tuviera noticia de que en un patio de
Palacio se tramaba una conspiración en contra de Bus­
tamante, acudió presuroso, y, no sin riesgo, logró des­
baratar la reunión.
Satisfecho de su triunfo. f ué a comunicárselo, a uno
de los que se decían, los más· entusiastas defensores de Bus­
tamante; mas éste riendo y en tono burlón, le dijo:
-Muy bien, chico; merece usted una espada de
honor.
Y llevándole aparte, agregó en tono confidencial:
-No sea usted niño; este pobre come-huevos no
tiene remedio. Y recordando las palabras de cierta come­
dia política muy en boga, llamada la "Escuela del aspi­
rante", siguió diciendo:
"¡ Pascual, Pascual, al que te sacó del polvo de la
nada y te colocó en un trono de cristal, si lo ves caer,
déjalo rodar" !
168 SALVADOR ORT!Z VIDALES

"Y yo tonto -dice don Guillermo- me separé de


este hábil político con las lágrimas en los ojos".

BUSTAMANTE SE HACE FEDERALISTA


Entretanto, los corredores de Palacio estaban con­
vertidos en cuarteles. Las armas se hallaban colocadas
en pabellón, y se veía por todas partes a las mujeres ha­
ciendo lumbre; cosiendo, o sentadas en el suelo, con las
cabezas de sus "juanes" sobre el regazo. Había también
un enorme trajín de ayudantes, próceres y sirvientes,
que entraban y salían de las piezas interiores.
Por consejo del señor Almonte, el Gobierno se había
declarado por la federación. Esta nueva actitud había
sido saludada con repiques y cohetes, y con un vivo en­
tusiasmo por el pueblo, que tenía una gran simpatía por
los federalistas.
Se componía este partido, en su mayoría, de patrio­
tas y sabios, vinculados con la masonería yorkina. Su
tendencia predominante, después de la Independencia,
era la de combatir a los elementos clericales y españoles,
mas carecía de un programa definido, en que pudier�n
apreciarse sus lineamientos de una manera clara. Y así.
era frecuente "que cada quisque de cierta ambición, tµ­
viera en el bolsillo, o en la copa del sombrero, juntamen­
te con una imagen de la Virgen de Guadalupe, un plan
para regenerar a la Nación".
No obstante, "las masas instintivamente proclama­
ban y seguían a Farías, quien contaba con un verdadero
ejército de descamisados".
Entre los federalistas, "había pensadores profundos
y hombres eminentes en las letras, como Quintana Roo,
Zavala, Olaguíbel, Pesado, Couto, l\1ora, Rejón y Zere­
cero. Pero éstos, en su mayoría, no eran hombres de ac­
ción y se hacían representar por matones, hombres sin
educación ninguna, analfabetas, turbulentos y dañinos.".
Pero no era posible otra cosa; pues los ricos y los que se
encontraban en posición holgada, difícilmente hubieran
podido estar con los federalistas sin suicidarse. De aquí
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 169

'' que las ideas liberales anduvieran como escondiéndose


y temiendo la repulsión por todas partes, o fueran aco­
gidas tan sólo por unos cuantos que en el fondo tampoco
tenían mucho que perder, tales como don Hipólito Ro­
dríguez, que cita don Guillermo irónicamente, y que te­
nía una pequeña fábrica de fideos, en la calle de las Es­
calerillas; don José María del Río, notable bizcochero
y entusiasta federalista; Balderas, sastre, y un tal Díaz,
zapatero, etc.

EL PRESIDENTE ES DERROCADO
No obstante lo exótico de este federalismo tardío en
Bustamante, y a pesar de que se traslucía a las claras
que se trataba sólo de una "comedia de circunstancias,
el pueblo, con su nunca desmentido instinto, aplaudía
clamoroso aquella decisión". Sin embargo, aquel último
recurso no surtió sus buenos efectos sino de una manera
momentánea.
Y aunque había aún tropas del Gobierno en Palacio,
el pronunciamiento triunfaba en la calzada de la Viga.
"Coches, vendimias y paseantes, inundaban las ca­
lles en este punto, en que hubo un llamado combate, que
puso de manifiesto las traiciones de los amigos del Go­
bierno".
"Los agiotistas se jactaban de haber llevado recur­
sos a uno y a otro campo de batalla, para prolongar la
situación y sacar raja, preparando el terreno, para que
cada partido conociese con creces las deudas del otro".
"Al fin, como preliminar de los convenios que debían
dar por terminada la revolución, y que tomaron el nom­
bre de la Estanzuela, por ser el lugar en que se firmaron,
desalojó Palacio el señor Bustamante, y fué a habitar
a la ciudad de Guadalupe Hidalgo, en la casa· del canó­
nigo � Corona".
UNA ANECDOTA
"La víspera, las tropas fieles pernoctaron_ formadas
y en alarma, en la plaza de San Lázaro y El Juil, cami­
no de Puebla".
170 SALVADOR ORTIZ VIDALES
. . '

"Los empleados desertaban en bandadas llevando


muchos de ellos, como testimonio de adhesión secreta al
Gobierno, cartas y documentos del en�migo. Y se des­
empolvaron retratos del héroe de Tampico que se expo:-­
nían en tiendas y salones. Brotaban como . hongos pa­
rientes desconocidos del héroe vencedor de Barradas, y
se puso de moda el deserre veracruzano; el hablar como
jarocho y los sones de Butaquito y Petenera".
"Los poquísimos empleados y jefes fieles al seiior
Bustamante, se alojaron en las casas de los canónigos,
y al Presidente le quedó una cortísima guardia que I).O
sabía qué carácter tenía, ni qué misión desempeñaba".
·Acerca de la caída de Bustamante, nos cuenta don
Guillermo la siguiente anécdota:
"La tarde en que se firmaban los convenios de Es­
tanzuela, el señor Presidente salió a paseo".
Para todos y para la guardia, Bustamante segµía
siendo el Presidente de la Repúbljca. De modo que al
salir el General, el centinela de la puerta gritó:
"¡ Los de guardia: Su Excelencia, el Presidente de la
República!" Y todos los soldados formaron valla; pre­
sentaron armas y se tocó la marcha de honor.
Pero bien pronto se esparció la noticia de los conve­
nios; Santa Anna fué a Palacio y todo había cambiado.
Y al volver de su paseo el señor Bustamante, el cen­
tinela, que sabía lo ocurrido, no sabía qué hacer, y al
descubrir al ex Presidente, con el acento más desabrido
y desmayado del mundo, murmuró:
"¡ Los de guardia, el tío!"
"Sonrió el señor Bustamante, y dijo al oficial:
-Mande usted a mi sobrino al calabozo.
Mas, como ya sabemos, los acontecimientos se pre­
cipitaron, y el señor Bustamante quedó desposeído de su
alta investidura, optando al fin por abandonar el país,
no sin haber lanzado antes a la Nación una proclama
que redactara el mismo don Guillermo, y en que, según
decía, dejaba a la mano del tiempo que pusiera en su
\
t
verdadero punto de vista, a los hombres y a las cosas.
r
1

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 171

EL CAMBIO DE FORTUNA

Una vez más se cierne la fatalidad sobre la vida de


de don Guillermo Prieto.
"Después de golpe tan contundente -dice- quedé
. como era de esperarse, mal ferido y peor parado, expían­
do con odios y desprecios mi imprevista elevación".
Pero la musa callejera le torna de nuevo a sonreír,
y si los amigos de antes se vuelven enemigos, y los ha­
lagos burlas, don Guillermo entra de nuevo en su mundo
interior y sueña con realizar en 1\1éxico lo que ya Me­
sonero Romanos se dispone a efectuar en Madrid, o s.ea,
un estudio de las costumbres típicas del ·pueblo b�jo.
Para ello invita a su gran amigo. don Ignacio Ramírez
y juntos recorren las barriadas de México, ansiosos de
atrapar el gesto único de nuestro pueblo que sufre, calla
y ríe.
El l\tléxico di;! entonces, es com,o una ciudad en ges­
tación. Por todas partes, dice don Guillermo, se vejan
en las barriadas callejones como "culebras o alimañas",
que se enroscaban formando vericuetos, y en donde se
miraban "aquí y acullá, gazapos arquitectónicos y jaca­
les de indígenas infelices", o bien, "accesorias con envi­
gados truncos y habitaciones con paredes llenas de tizne,
sucios petates, los bancos del carpintero y el zapatero, o
que mostraban en los rincones el brasero o el tlecuil; unos
todos los enseres para pintar y entular sillas".
"Al Noroeste, dice don Guillermo, se veían plazue­
las y llanuras yermas; y ''después de extraviarse en ca­
llejones sin salida, que carecían de alumbrado, empe­
drado y banquetas, se encontraba el transeúnte, de pronto,
en una especie de aduar formado por jacales y dominado
por la iglesia de Tepito, que parecía felicitarse de estar
todavía en una alegre comarca, que recordaba los tiem­
pos primitivos de la Conquista".
Desde este punto se veían a lo lejos las montañas
del Tepeyac y el Santuario de la Virgen de Guadalupe.
1
1

172 SALVADOR ORTIZ VIDALES


Pero la arteria más importante de esta parte de la
ciudad, era seguramente la calle Real de Santa Ana,
"sembrada de parajes y mesones; comercios de jarcia y
semillas; bodegones y puestos de frutas y verduras", sin
contar con la afluencia de la "arriería afanosa, de cale­
ros, ladrilleros, areneros, burros y mulas".
La calle Real de Santa Ana dividía el barrio de
Tepito del de Tecpan de Santiago Tlaltelolco y Garita
de Vallejo, a cuya vecingad se encontraba la pulquería
del tío Aguirre, famosa en escándalos, y en donde se
preparaban muy exquisitos guisos: caldos, enchiladas, en�
vueltos y chalupas. Toda esta parte estaba formada de
muladares y zanjas; se hallaba en despoblado y era ex­
traordinariamente peligrosa, sobre todo, en el punto lla­
mado "El Puente del Clérigo", a espaldas de la Parro­
quia de la Lagunilla, que había quedado desolada y en
ruinas, a consecuencia del cólera de 1833.

LA VIDA EN UNA VECINDAD


Don Guillermo nos cuenta que en su época existía
en la calle de la Verónica, un convento a medio construir,
en que se formó una. vecindad improvisada que era de
lo más pintoresco.
"La portería, claustros, celdas, dormitorios, estan­
ques y lavaderos", se podían percibir claramente, así co­
mo el "templo, 1� sacristía y la casa del capellán y ser­
vidumbre". Sólo que todo esto estaba por co.�r:luir. En
unas partes había únicamente cimientos y en otras, muros
sin terminar, a los que se agregaban tablas, tejamaniles,
o lienzos para improvisar habitaciones. De manera que
aquello presentaba un aspecto rarísimo, complementado
coh los tipos más estrafalarios y heterogéneos.
Había así, un claro en el techo del corredor, por
donde penetraba el sol libremente, y a la escalera se as­
cendía por tramoya, "o por me9io de mil procedimientos
ingeniosos y ecuestres". A los tugurios, se penetraba a ga­
tas, y esto daba I ugar a apariciones y desapariciones in-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 173

esperadas, en que se ponía al mismo tiempo en acc10n. ,


lo cómico y lo trágico,' y "todo género de literatura".
"El observador curioso podía ver en una rápida
ojeada, la más perfecta infracción a los preceptos del De­
cálogo, así como el triunfo más completo de los siete pe­
cados capitales".
''Un grupo de chicos gritones y harapientos jugaban
a la pol1a con huesos de chabacano y un resignado padre
de familia veía salir a la calle a su esposa oronda y com­
puesta, mientras él se quedaba con el nene en los brazos,
al cuidado qe los quehaceres domésticos".
En un lugar, un ter.ceto de estudiantes arriesgados,
bromeaba con las lavanderas, y en otro, se organizaba
un triduo o se hacía colecta de dinero, hasta completar un
fondo para sacar a un alma del purgatorio.
Por aquí se escurría un personaje, embozado hasta
las cejas, que venía a ver a un niño que se le parecía gran­
demente, como si fuera su retrato.
En otra parte un hombre que tocaba un pistón, ata­
rantaba la vecindad, ensayando cuadrillas del "Eco", y
a dos pasos, infatigables guitarras pespunteaban el lindo
vals de Rosita.
En los· interiores de los cuartos se veían, una sotana
colgada a un clavo, que era como el escudo del hogar
eclesiástico. o bien, la gqrra de un asistent_e, que daba
respetabilidad a un cuartucho en donde habí� muchqs
arreos de guerra.
De uri cuarto salían los sabrosos alfajores que con.�
feccionaba. una señora, venida a menos, y. de otro un.a
canasta con zapatos de orillo, que se vendían como pªl)
caliente.
Chicas desmelenadas jugaban al porrazo 0 al en­
tripado. desde que Dios amanecía, y tahures que 19ernoc�.
taban en la timbirimba, volvían sin blanca, a reñir c.oon
sus consortes.
Por allí lanzaba un párvulo lloros y gritos, y en
otra parte. "una corista de corta fortuna. se desgañitaba,
desgarrando un coro de Rossini o Bellini".
"El patio era an:iplio y lo adornaban múltiples ten­
pegef9?? en que colgaban camisas abiertas de brazos;

"
174 · SALVADOR ORTIZ VIDALES

pantalones danzantes, enaguas extendidas· y medias es�


curriéndose".
"En la puerta se veía a un anciano venerable de ojos
enrojecidos, cano y frentón". Tenía una gran barba y su
camisa desabrochada dejaba mirar su pecho velludo. Se
hallaba siempre delante de un banco de zapatero, con su
correspondiente herramienta y un cabito de vela de sebo.
A su lado dormitaba un gato y completando los indis­
pensables utensilios de trabajo, se encontraba el ineludi-
ble jarro de pulque.
Mas sucedió que una noche infausta, en que el a l­
cohol, los celos, o piques de vecinas habían llegado a su
punto álgido, se armó la gorda, por qu,ítame estas pajas,
se lanzaron gritos, llovieron palos y al fin llegaron los
serenos con sus farolillos, sus pitos y chuzos; ·y en lo más
encarnizado de la contienda un hombre gritó: ·
"¡ Soy muerto!"
Entonces, dominando el tuniulto, salió del cuarto del
portero una voz tronante que decía:
"¡ Paso, paso a un sacerdote·!"
j(Era el propio portero, que con hábito de merceda­
rio, se presentaba, confesaba y absolvía al herido, en me­
dio de la mayor estupefacción de la cohcurrencia".
.· ·"Hiciéronse -�dice don Guillermo- las averigúa-·
ciones judiciales y· se descubrió una interesante novel2.,·
e·n que· las mujeres perdidas resultaban parientes de pró­
ceres, los galanes perdularios, hijos bastardos· de·· persü­
naj"es conocidos; ··el portero u11 ·fraile apóstata; y a mayor
abundamiento, emparentado por tra·smano, con Ramf-·
rez.,,
Con esto, nuestros literatos prescindieron de escribir
"Los Misterios de México", pues si el ·pueblo bajo rio les
proporcidnaba · ciertamente, un asunto, escribir sobre la·
clase· media hubiera resultado peligroso; pues "sus tipos
habrían sido retratos, y sus novelas, boletines de cró­
nica escandalosa".
III
SANTA A�JNA

Entretanto, la situación política de l\1éxico era cier­


tamente aflictiva. Pues, "aunque todos los sabios corte­
sanos -dice don Guillermo- ensalzaban la paz y se
publicaban los loores que las naciones extranjeras }:1acían
al héroe de Pánuco, el resorte oculto del empleo, el se­
creto de- tal contrata, la historia de tal regalo, el influjo
de tal meretriz y ,los repetidos ultrajes a la justicia y el
honor, desmentían la cómica imitación de la grandeza
monárquica" . .'. "y la Nación envilecida sólo esperaba una
oportunidad para poder castigar al sátrapa que había
hecho burla de todos sus derechos". Por lo pronto, el
ejército pasaba por la mayor penuria y la ostentación
de los bordados uniformes, no correspondía con la vida de
miseria que llevaban entonces los hombres de armas
ni con el aditcJ.mento de sus prendas más íntimas. Acerca
de esto, nos cuenta don Guillermo la siguiente anécdota:
Dice que en un baile en donde se encontraban reuni­
dos varios oficiales, celosos los abarroteros y mercachí­
fles del ascendiente que los militares tenían sobre las
damas, y conociendo el estado lamentable de la ropa in­
terior de· los hijos de Marte, "en cierto momento grita­
ron: ¡ Fuera casacas! Pues así se acostumbraba a invitar
a determinada hora, alegando el calor excesivo, que era
sólo un pretexto para lucir camisas de ricos lienzos, con
bordados lujosos y mancuernas de diamantes".
Los oficiales se resistían, como era natural, y los
abarroteros seguían insistiendo, en medio de la mayor ex­
pectación de las damas. Hasta que hubo un momento en
que ya no fué posible negarse, y asi, Schafino, uno de los
oficiales, se adelantó a la mitad de la s;1la y dijo:
Don Guillermo Prieto.-12
¡--
178 SALVADOR ORTIZ VIDALES

"-Señores, es notoria la miseria que sufre el ejército


a que tenemos el honor de pertenecer; pero esto no obsta
para que estemos orgullosos de defender la independen­
cia nacional, y para que procuremos cumplir los deseos
de damas tan hermosas y llenas de virtud, y de caba­
lleros tan cumplidos".-Y luego, dirigiéndose a sus com­
pañeros, ordenó:
"¡ Fuera casacas! Se ha dicho. Demos gusto a todos!"
Y diciendo y haciendo, se quitó la casaca y puso de
rnanifiesto los jirones de su camisa, en donde se hallaba
suspendido el cuello tieso y aristocrático.
En cuanto a las condiciones en que se encontraba el
resto de la sociedad, no eran tampoco muy halagadoré!s,
aunque esto no se notara en México, por la afluencia de
gente que atraía los negocios, o bien, los cargos públi­
cos. Pues era costumbre, siempre que se cimentaba un Go­
bierno, que la vida de toda la Nación se refugiara en
México, "fuente de empleos y favores: manantial de ne­
gocios, lugar de diversiones y modas; punto de cita de
los ricos de todas partes y repertorio en que la civiliza­
ción exponía sus adelantos y tesoros".
"La corte de Santa Anna tenía este brillo; y aunque
en los departamento reinaban el descontento y la miseria,
alrededor del dictador se multiplicaban los bailes", los
banquetes y las reuniones en San Angel, en casa de la
señora Vallejo, que podía figurar entre lo más escogido
de la soéiedad de entonces.
"Por supuesto que todo se calculaba y amoldaba a
los gustos del árbitro de los destinos del país".
Pero donde se podía presentar un cuadro en que,
de una rápida ojeada, se diera a conocer a México, era
seguramente, en la Pascua del Espíritu Santo, cuando
se verificaban las fiestas de San Agustín de las Cuevas.
Había enton'ces grandes funciones en las iglesias, con
repiques, cohetes, chirimías y cámaras. Se multiplicaban
las fondas, casas de huéspedes y neverías por todas par­
tes, y se instalaban carcamanes, ruletas, bolitas de colores
y '.'todos los juegos en sus multiplicadas combinaciones y
trampas".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 179

Las pulquerías se adornaban con banderas y_ se co­


locaban, suspendidos de una a otra azoteé:!., hilos de heno,
en medio de la calle, a la vez que vistosos anuncios de
todas clases.
En las afueras de la población, bajo los árboles y
entre los jacales, se veían asnos, caballos, coches y ca­
rretones con toldo, que conducían a la gente retozona y
de la vida airada.
Las calles y banquetas, se miraban pletóricas de gen d
te vestida de todos los colores y en la forma más abi­
garrada, a saber: calzoneras, levitones, sombreros ten­
didos de ranchero, acanalados de clérigo o redondos de
frailes, y finalmente, los sombreros de petate del "pópulo
bárbaro".
Había partidas o montes, tales como los del Hosr.i­
cio, que ostentaban, carpo en una gran plancha de oro,
las onzas relucientes y que tenían un fondo de cien mil
pesos.
"El salón de la partida daba a un jardín delicioso,
lleno de frondosos árboles frutal�s y flore,s exquisitas",
y había en él una gran variedad de fuentes con "juegos
hidráulicos encantadores".
Bajo los árboles se veían mesas en donde se servían
licores y refrescos, en tanto qué en el cenador del fondo,
se servían "almuerzos y comidas magníficas, chocolate,
café, dulces y cuanto pudiera desear el apetito de los
opulentos tahures".
"La gala consü:tía en arriesgar sumas enormes a un
albur y ver las pérdidas con marcada indiferencia".
Y así, se contaba de Manuelito Rodríguez que, con
el producto de la venta de unas tijeras, ganó en una
Pascua doscientos mi! pesos jugando a la dobla; y de
don Matías Rayuela, que una vez, conversando, puso un
albur de veinte mil pesos, que perdió sin que esto fuera
causa para que interrumpiera la conversación que · sos­
tenía con sus amigos. _
"Lo más granado de la sociedad y-~lo más eminente
en el foro, en la iglesia, en el comercio y en los empleos
públicos, se entregaba al culto de Birján".
rno SALVADOR ORTIZ VIDALES

"H·abía hacendados que se condenaban a privacio­


nes todo -e-1 año, para darse el gusto de perder cuarenta
o cincuenta mil pesos en la Pascua de San Agustín".
"Santa Anna era el alma de este emporio de.l des­
barajuste y la licencia".
"Y era de verlo en la partida rodeado de los poten­
tados del agio, dibujando el albur, tomando el dinero aje­ 1
no, confundido con empleados de tres al cuarto, y aun
de oficiales subalternos. Perdía y no pagaba; se le ce­
lebraban como gracia sus trampas indignas y cuando se
creía que languidecía el juego, el bello sexo le concedía
sus sonrisas, y acompañaba al Birján en sus torerías".
Pero sin duda, en las peleas de gallos el cuadro era
aún más repugnante. Había allí léperos desaforados, pro­
vocativos y logreros, que aturdían con sus gritos y sus
disputas, en tanto se pasaban de unos a otros los cántaros
y cajetes con pulque. Las peleas de gallos las presidía
Santa Anna, haciendo porque se proclamase la chica
grande,· cuidando que estuviesen listos los mochileros
y• "de que saliera vistosa la campaña de moros y cris-
tianos ', f!

"Conocía al gallo tlacotalpeño, al de San Antonio


y al Pelón o de Tequixquiapan. Daba reglas para la pe­
lea de pico y revisaba la botana, para que estuviesen en
orden las navajas de pelea". Entretanto. el cantor de los
gallos lanzaba al aire sus notas guturales: se oían la mú­
sica y las palmadas y se cruzaban terribles desvergüen­
zas en presencia del Jefe Supremo de la Nación, que "reía
y estaba verdaderamente en sus glorias", entre esta de­
nigrante concufrencia.
Al atardecer, comenzaba a surgir la gente en los ca­
llejones y vericuetos, llenos de árboles y flores, y se di­
rigía -al Calvario o las Fuentes,· en carros, a caballo o en
elegantes carruajes.
-El Calvario era una pequeña colina cubierta de
verdura, en donde se elevaba una capilla pintoresca; y
las Fuentes se encontraban entre un verdadero anfiteatro
que formaban las lomas del Sur y de Occidente. En este
.lugar había huertas, chozas de labradores y casitas qu�
blanqueaban entre las enredaderas.
•• • • • • • • • � • • •� 1
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA i8i

En una altura conveniente se instalaba la música,


y "los jóvenes garridos, los heraldos del buen tono y la
moda", rompían el baile sobre el verde césped, formando
cuadrillas, galopas, o bien, concertabJn carreras, efec­
tuaban saltos o ajustaban partidas que no tenían� cier­
tamente, nada que ver con los albures.
Nlas apenas llegada la noche, se efectuaba el gran
baile en la plaza de gallos y la sombra servía de cómplice
a terribles orgías.
"Rimas, cantos, amor callejero y embriaguez repug­
nante", he aquí el saldo de tales desenfrenos, además
de las inevitables consecuencias del juego, en la desespe­
ración del empleado de comercio que ha perdido el di­
nero de su amo y "el padre de familia que ha dejado en
un albur la honra y el pan de sus hijos".

LA REVOLUCION DEL 6 DE DICIEMBRE

Naturalmente que aquello no podía continuar de la


misma manera. Y mientras que el pueblo se solazaba y
en torno del héroe, todo era alegría y ruin adulación, la
maledicencia -bien que, en voz muy baja- comenza­
ba a llamar al César "quince uñas", aludiendo a su amor
al dinero, y en las Cámaras se organizaba una oposición
decidida y concienzuda para reivindicar el honor y el de­
recho ultrajado, que culminó al fin, en la "revolución glo­
riosa del 6 de Diciembre".
"La única -dice don Guillermo-' que puede lla­
marse por excelencia popular; pues nació de la misma en­
traña del pueblo, hasta llegar a las clases elevadas, por
una ineludible reacción del país que estaba fatigado de
aquel cesarismo ridículo y del militarismo estúpido que,
mediante la fuerza bruta, trataba de ahogar los derechos
del hombre".
"Y es de notar, agrega, el inmediato cambio de ideas
y de colores que se notó, aun en los que parecían más
leales a Santa Anna, dando con esto prueba de sus nin­
gunas convicciones políticas e imitando a su misma Alteza
Serenísima, que era una especie de Proteo para tomar
182 SALVADOR ORTIZ VIDALES

todas las formas y alistarse en todas las banderas, lo


mismo con los aristócratas que estaban por la tradición y
los fueros, que con los liberales, que proclamaban la
igualdad y la tolerancia de cultos".
En todo el país ardía el descontento y las mismas
trabas que el Gobierno ponía a la prensa, "eran COITJ.O
aceite que sin gran ruido atizaba la hoguera".

!1
Canalizo, entretanto, digno estafermo de Santa Anna,
realizaba todas las arbitrariedades, desde tomar el mantjo
del ejército, hasta posesionarse de las llaves de la Cáma­
ra y ordenar se protestase obediencia al úkase de 29 de
noviembre, preliminar del golpe de Estado.
Mas la Cámara asumió entonces una actitud resu�l­
ta y Alas y Llaca, lanzaron una acusación en contra de
Santa Anna y Canalizo.
"La agitación cundió violentamente y los empleados
del Gobierno y los propios soldados se convirtieron en
propagadores de la revuelta ... " "El poder se arrastraba
en medio de convulsiones impotentes". Pero Santa An­
na, en su embriaguez "de suficiencia y de mando", per­
1;
l
sistía en su desprecio al pueblo y en su confianza absur­
da en la fuerza.
Los personajes más importantes en aquella revolu­ !
ción fueron, entre otros, Pedraza y Llaca.
Pertenecía este último a una familia distinguida de
Querétaro. Era "alto, huesoso, de pelo rojizo, pecoso, ca­
rilargo y de patilla rala". Su mirada era triste y su as­
pect?, en todo su conjunto, denotaba enfermedad y can­
sanc10.
"Usaba generalmente una capa muy larga con cuello
de nutria", de la que se despojaba al hablar en la tribu­
·n�, mostrando su cuerpo excesivamente delgado, dentro
de una levita negra abotonada.
"Al hablar llevaba su mano derecha a la boca del
estómago y ·apoyaba la izquierda en la barandilla, que­
dando como doblado".
. · Era la Cámara el mayor foco de agitación, y Llaca,
uno de los oradores más celebrados. Pues aunque impa­
sible y monótono en sus discursos, que pronunciaba siem-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 183

pre en tono como _del que reza, producía, sin embargo,


un gran efecto en su auditorio, sobre todo en las galerí�s,
que estallaban en frenéticos aplausos y atroces dicteriqs.
Sin que esto lo inquietara en lo más mínimo, pues apenas
terminaba su discurso volvía a su asiento y se envolvía
en su capa, "extraño de todo punto a lo que pasaba a
su alrededor".
Alas, entretanto, activísimo, buscaba el apoyo de
los hombres de acción y se ponía a la cabeza de las com­
binaciones más peligrosas.
Canalizo había mandado clausurar el Congreso y
Santa Anna se puso al frente de las tropas para batir a
los sublevados. Mas la revolución cundía por todas par­
tes y la situación era cada vez más desesperada para el
Gobierno, al grado de que Canalizó dió orden de que se
volara Palacio. Cosa que afortunadamente no se cumplió,
debido a la intervención oportuna de un tal Falcón, que
prestó este servicio a riesgo de su vida.
En el interior de Palacio y en el atrio del convento
de San Francisco, se reunían paisanos armados de fusi­
les, escopetas, pistolas y sables.
El tumulto aumentaba cada vez más y la gente sal­
taba sobre las rejas de las ventanas, o se columpiaba en
los pies de gallo de los faroles del alumbrado.
Se veían por todas partes cabezas desgreñadas, som­
breros de petate y sorbetes que se agitaban en el ai�e,
entre un bosque movedizo de palos, fusiles, espadas, mar­
tillos y todo lo que podía hacer las veces de armas.
Por fin, la multitud rabiosa se dirigió al teatro, y
demolió la estatua de yeso erigida a Santa Anna. Después
corrió al Panteón de Santa Paula y exhumó la pierna de
Su Alteza Serenísima, jugando con ella y haciéndola mo­
tivo de verdadero escarnio.
No contenta con esto, derribó igualmente la estatua
de este General, que se hallaba en la Plaza del Volador,
colocada en una alta columna.
En vano Santa Anna, desde Querétaro, lanzaba te­
rribles anatemas en contra de los rebeldes, pues las ad­
hesiones al nuevo Gobierno que se establecía en México.
llovían de todas partes.
, '

184 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Pedraza, Otero, Cuevas y otros prohombres del par­


tido moderado, habían, con suma habilidad, dirigido este
movimiento; y del seno de aquel partido había surgido
el Gabinete del señor Herrera, que f ué perfectamente
recibido y que se componía de la� siguientes personas:
don Luis Cuevas, como 1Vlinistro de Relaciones; el li­
cenciado Mariano Riva Palacio, como de Justicia; don
Pedro Echevarría, de Hacienda, y don Pedro García
Conde, de Guerra.
Algunas señoras distinguidas ofrecieron sus servicios
para los hospitales de sangre, "y como adonde van ellas,
van ellos", las reuniones en tales hospitales resultaron
agradabilísimas, pues todo se resolvía "en sonrisas, mi­
radas tiernas o en celos" que, aunque relativamente tem­
pestuosos, "se ajustaban con habilidad a los buenos tra­
tados de paz".
Entretanto, en una casuca del callejón de la Olla,
figuraban Banuet, Payno, Juan José Baz y otros. Allí
"se forjaban folletos diabólicos escritos con hiel y ácido
prúsico, en contra de Santa Anna y los suyos, dándoseles
por un bledo a los papeleros que corrían las calles gri­
tando:"
"¡ Los crímenes de Santa Anna, pidiendo están su
cabeza!"
"¡ Santa Anna fué siempre malo, desde el vientre de
su madre!"
"¡ Santa Anna ante los veteranos de la Indepen­
dencia!"
Y otros muchos folletos y libelos que no hubiera des­
deñado escribir el mismo Satanás.
Otro acontecimiento que conmovió profundamente
a la opinión pública, fué la prisión de don Antonio Haro
y Tamariz, que había sido comisionado por Santa Anna
para llevar proposiciones de paz.
Era don Antonio Haro un hombrecito como de fili­
grana; pequeño de cuerpo "e iba siempre esmeradamente
vestido". Tenía "modales adamados: voz meliflua", y
producía el efecto de primera impresión, "de esos tipos
que lucen en un canta misa o dirigen con acierto unos
lanceros".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 185

Fué aprehendido en la Garita de San Lázaro y "la


noticia, que córrió como un tizón arrastrado sobre un re­
guero de pólvora", causó gran sensación y casi todo Mé­
xico se tr�sladó a San Lázaro.
Entre una triple muralla de soldados y policías mar­
chaba Haro, en medio' de las vociferaciones y denuestos
de la multitud, que a cada instante trataba de arrollar la
columna, lanzando piedras y pidiendo a gritos la cabeza
del servil Ministro de Santa Anna.
La gente se dirigió a Palacio y penetró a la Cámara
en pos del prisionero, que se refugió, todo azorado, bajo
el dosel.
El pueblo rugía enfurecido y se discutía lo que de­
bía hacerse con Haro, en medio del mayor desorden y
gritería.
De pronto, una voz ordenó:
¡Silencio!
Y al punto se extinguió el vocerío "como una in­
mensa tea que se apaga ante un soplo".
Todos los ojos se volvieron hacia la tribuna y vie­
ron a Pedraza de pie, erguido y como de mayor talla.
"-Ese hombre es un villano -dijo - y después de
echarle en cara su innoble comisión, que en el concepto
del tribuno, deshonraba la tierra natal de Haro y a toda
su descendencia, acabó por lanzarle en medio de la más
fogosa catilinaria, una terrible maldición, que muchos
años después todavía preocupaba a este hombre peque­
ñito.
"-¿ Qué le habría dado a don Manuel -decía­
para haberme echado aquella maldición que hace la des­
gracia de mi vida? ¡ Oh, no lo soporto!"
No obstante, el flamante Gabinete y la simpatía de
todo el país para el nuevo Gobierno, "la herencia de in­
moralidad, de desorden y de hábito por los negocios pe­
cuniarios, en que los agiotistas tenían comprometidas
grandes sumas", hacían muy difícil la marcha del Go­
bierno, "agravándose ésta con el avance de los tejanos;
la actitud de los Estados Unidos y las intrigas del gene­
ral Paredes,· representante apasionado del círculo monar­
quista".
I86 SALVADOR ORTIZ VIDALES

EL NUEVO PRESIDENTE
El señor Herrera fué al fin electo Presidente, con
todos los requisitos de ley y su Ministerio renunció, para
dejarlo en libertad de elegir otro·.
Este se compuso de las siguientes personas:
Relaciones, señor Peña y Peña.
Justicia, Bernardo Couto.
Hacienda, Fernando del Castillo.
Guerra, general Pedro Anaya.
"El señor don Manuel de la Peña y Peña era con­
siderado como una gloria del foro".
"Como algunos letrados de su tiempo, era abogado
y únicamente abogado, viendo, si no con desdén, sí con
frialdad, a la literatura que cultivaban con brillantez los
hombres de su tiempo".
Era "corpulento, ancho de espaldas, severo de fac­
ciones, pausado y campanudo en el hablar, ceremonioso
y esmerado en sus maneras".
"Sus relaciones eran con personas de alta posició� y
con dignidades de la Iglesia, porque era cristiano ejem­
plar. Sembraba su conversación de latines y se paga�a
del respeto con que lo veían sus discípulos, entre los que
se encq_ntraba el señor Riva Palacio".
Ahora bien; frente a este Gobierno, que podría lla­
marse propiamente moderado, se encontraban dos par­
tidos completamente antagónicos: el del general Salas,
con visibles tendencias al restablecimiento de la federa­
ción, y en el que se hallaban afiliados Lafragua y Farías,
y el del general Paredes, en que se entronizaba resuelto
el partido anti-independiente que luchaba por la pred9-
minanc1a del trono y del altar.

LOS MONARQUISTAS
Paredes se. había instalado en el Correo, que se ha�
Haba situado entonces en la calle de San Francisco. El

1
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 187

grande edificio se dividía en dos secciones: una, ocupada


por las oficinas y la otra por el General y su familia.
"En el Correo había un gran salón de quince a vein­
te varas, con sillería corriente", y en el fondo, se veía
una mesita cubierta con una carpeta.
El salón se iluminaba débilmente por la noche y
sobre la mesita aparecía una botella, que según se decía,
contenía cucharadas de Vanderlinden, Jefe del Cuerpo
Médico lVlilitar, mas aquel líquido, aseguraban las len­
guas maledicientes, "recordaba más a Noé que a Escu­
lapio".
"A las oraciones de la noche iban llegando uno a uno
los jefes de la Guarnición, a saber: los Coroneles de los
Cuerpos; los asesores y los amigos íntimos del General".
Aquellos personajes presentaban un raro aspecto. Te­
nían el pelo enormemente largo; "el pescuezo hundido
entre los hombros; las piernas en forma de paréntesis;
un dedo de menos o un brazo como arco de violín".
"A cierta hora salía de las piezas interiores el Ge­
neral, con. ,su gorrita de terciopelo
. ,' bordada, e iniciaba la
conversac1on con sus amigos .
Suspiraban éstos por el rey y hacían llover una mul­
titud de calumnias sobre los "pícaros demagogos".
El General se lamentaba de que ya no hubiese hom­
bres y refería que en su tiempo abundaban las palizas
sobre los escritores insolentes.
A propósito de este odio cerval que sentía Paredes
por los escritores, don Guillermo nos refiere que Ramí­
rez y él, en cierta ocasión, escribieron una letrilla de cir­
cunstancias, que decía:
Con bonete anda el soldado,
y el clérigo con morrión.
La cruz y la espada unidas
gobiernan a la Nación.
¡ Que viva la bella unión!
Gran boga tuvieron estos versos, y en la junta noc­
turna un malqueriente se comprometió a dar a costa de
188 SALVADOR ORTIZ VIDALES

don Guillermo, un buen rato a los amigos del generai


Paredes.
Se llamó a don Guillermo de orden del señor Presi­
dente y se le instó, de la manera más provocativa, a que
recitara dichos versos.
-Y a verá usted, mi General -alguien dijo-, el jo­
ven lee con gran garbo.
Entretanto, don Guillermo titubeaba y no hallaba
qué hacer.
-¡Cómo! ¿Tiene usted miedo?- preguntó algt1 i�n
irónico.
-Lea usted, amigo. Ordenó el general Paredes.
Y por fin don Guillermo, "echando el pecho al agua",
en voz alta y marcando bien las palabras, repitió en me­
dio de aquellos esbirros llenos de entorchados y de odio,
los susodichos versos.
A medida que hablaba, los rostros se ponían cada
vez más sombríos. Y en el Presidente se notaba el
furor contenido y el ímpetu por arrancar el papel de
las manos de don Guillermo y de realizar una infame
tropelía. Y en efecto, hubo un momento en que el prócer
estuvo a punto de realizar su intento. Pero mi biografia­
do, que había previsto esta agresión, corrió al punto a
refugiarse en las habitaciones de la familia del señor Pa­
redes, la que lo colmó de innúmeros favores y atenciones
sin cuento.
IV

.\
\
r

LOS ��PUROS" EN EL GOBIERNO

Sin embargo, "el pronunciamiento de la Ciudadela


puso en evidencia la importancia y los recursos de la mo­
narquía. Los actores de ese drama mal ensayado, apa­
recieron como polichinelas, sorprendidos fuera del salón
en que el carnaval se celebra".
La guerra se precipitaba y los acontecimientos san­
grientos de "Palo Alto" y "La Resaca", clamaban vengan­
za. En la Cámara, entretanto, se arbitraban medios 9e
defensa y se ponía la mano en las arcas del clero.
Entonces, con la celeridad del rayo, se extendió la
noticia de la presencia. de Farías en el poder. l\llonjas y
frailes, sacristanes y devotos, por medio de rezos y preces,
desataron sus odios y anatemas, y rompiendo los vínculos
más sagrados de la familia, "presentaban la misma trai­
ción a la patria, como prueba de amor a Dios y méritos
para alcanzar la gloria".
Mientras tanto, Farías, inflexible, pugnaba por lle­
var adelante la ocupación de los bienes del clero. Llovie­
ron las renuncias; y se comisionó a Juan José Baz para
que publicara el bando de Manos Muertas_ y no cejara
ante ningún inconveniente. A don Guillermo y a José
Iglesias se les llamó para que le sirvieran de secretarios,
y ambos cumplieron su cometido, desafiando todo género
de peligros. "A la noticia del Plan de la Ciudadela, Santa
Anna se puso en camino desde el lugar de su destierro,
acompañado de don Antonio Haro, don Manuel Cres­
cencio Rejón, general don Ignacio Basadre y don Juan
Almonte".
"Esta pequeña comitiva, r�almente, no marcaba co­
lor político con respecto de Santa Anna, pues su_s úni�os
192 SALVADOR ORTIZ VIDALES

partidarios de verdad, eran en México, Sierra, Rosso y don


Anastasia Zerecero, quienes lo recibieron con todos los
honores".
"En estas circunstancias surgieron los mítines re­
clamando la atención pública y espantando a los serviles,
que no habían visto nunca frente a frente y en actitud
resuelta, a los enemigos del retroceso y de la servi­
dumbre".
"Los mítines se promovieron para contrabalancear
la cábala, la intriga y los manejos del partido clerical
que enervaba la acción del Gobierno, en nombre de Dios
y de la santa religión".
El licenciado Borda fué el que proyectó estas reunio­
nes políticas y formaron la Junta Directiva, Ramírez,
Juan José Castillo Velasco y d9n Guillermo Prieto.
En el primer mitin, la concurrencia fué inmensa, y
se componía, en su mayor parte, de tenderos, militares ya
francos, colegiales, carniceros y verduleras.
Baz hizo uso de la palabra exponiendo la conducta
del clero y sus maquinaciones y "en el desbordamiento
de su verba, puso como chupa de Dómine al Papa y a todos
sus secuaces y allegados".
Algunos interrumpían al orador y otros lo apoyaban,
provocándose con esto un gran desorden. Hasta que al
fin, se acordó que una comisión se acercase a los padres
de la Profesa y les pidiese auxilio para armar la Guar­
dia Nacional.
Se designaron para esta comisión a Baz y a don
Guillermo, quienes inmediatamente fueron a ver al pa­
dre Propósito.
Los recibió éste "con los ojos bajos; las manos en­
clavijadas sobre el pecho y. con voz quejumbrosa, les
dijo que carecía de recursos; y que, aunque los tuviera
no los daría, porque su misión era de paz". Asegurán­
doles, a modo de consuelo, "que el Dios de los Ejércitos
les daría la victoria si imploraban su auxilio como vér­
daderos cristianos".
Y Baz indignado, respondió al reverendo "que él lo
haría servir a Dios con un fusil al hombro; y que los
verdaderos cristianos no eran ni hipócritas ni traidores".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 193

La concurrencia en el mitin en que se debería dar


cuenta del resultado de esta comisión, era numerosísima.
Los padres habían reclutado a varias personas para que
fueran a la Universidad, y el público se desbordó del
salón a los corredores y se precipitó como una catarJ.ta
al patio, rodando por las escaleras, y unos caían, otros
nadaban entre la multitud, y, finalmente, algunos se su­
bían sobre las columnas o sobre -el "Caballo de Trova".
"Borda hizo proposiciones para que se alistara a
los frailes en los Cuerpos de la Guardia Nacional".
Llegó la noche y aquella reunión parecía ciertamen­
te fantástica, alumbrada por las hachas encenclidJ.s, 1as
mechas y los cabitos de vela que habían llevado varios
ele los circunstantes.
"Se propuso que la votación se gritase y que hubie­
se tres personas que decidiesen, por la intensidad del ru i­
do, cuál era la mayoría. Y aquello fué el día del juicio".
"Había un tribuno del pueblo, llamado Próspero
Pérez. ele cierta L1rilidJ.cl para hablar, que decía cada
blasfemia como una montaña".
Los cristianos eran bastantes; los puros, muchos y
ardientes", y "santos _y diablos te¡1ían gran apetencia . . de
'
11 e.2'ar a 1 ::i.s m.1nos ., . i\11"
(..
Jia �ran d.. esonentac10n
lnas " s1• 11a t,
: '

entre b masa, la predicación de sus derechos había pro-


ducido sus frutos y con el sen ti miento de amor a la pa­
tria, se deson\ olvía y robustecfa el amor a la. I ndepen-
• "
uenCJa
.J

Sin embargo_. la heterogeneidad entre los liberales


era inmensa. Sólo unos cuantos podían explicar sus prin­
cipios, y éstos arrastraban tras sí legiones de salvajes y
hombres de hábitos groseros y viciosos, que confundían
1a libertad con el libertinaje, o mejor dicho, .que se afi­
liaban al Part1do Liberal por suponer que así podían am­
pliar "los caminos de su prostitución". Y no es extraño
que hombres de esta calaña desprestigiaran en el concep­
to de muchos, al Partido Liberal. Y otros había, final­
mente, que se apartaban de sus amigos los liberales "por­
que creían comprometer sus creencias cristianas".
Así, pues, se carecía de toda unión ideológica, y la
Guardia Nacional, para cuya creación se organizaran es-
Don Guillermo Prieto.-13
194 SALVADOR ORTIZ \/!DALES

tos mítines, desde su nacimiento, f ué extraordinariamente


defectuosa, y obedecía más a inte,eses familiaíes y par­
ticularísimos, que a la defensa nacionai y a las indica­
ciones del Gobierno.

LA GUARDIA l'-JACIONAL
Esta Guardia se dividía en varios grupos, que to­
maron diferentes norr.bres, según los Cuerpos en que se
orgamzaron.
A uno de éstos, se le denominó "Victoria", y se halla­
ba compuesto por comerciantes en su mayoría, aunque
también estaban comprendidos en él, médicos, diputados
y hacendados. Este Cuerpo se encontraba al mando de
don Pedro Turrín, "capitalista semimisántropo, rígido
como barra de hi-erro y retrógrado, como el calzón cor­
to". El de "Hidalgo", compuesto de empleados de todo
género, pobres, alegres, decidores y acomodatjcios, y que
se hallaba al mando de Pedro Fernández Castillo, a quien
sucedió don Félix Galindo.
El de "Independencia", que estaba formado por un
brillante grupo de gente de acción, y en donde había hom­
bres fuertes y expertos en el manejo de las armas. Fste
Cuerpo se hallaba al m�rndo de don Pedro Anaya y don
Vicente G. Torres, y a él se aiistaron Otero, Larrafiaga,
Comonfort y otros.
El de "Nlina", mandado por Balderas, el tipo popu­
lar por excelencia. Este hombre reía siempre, y era sano.
expedito y admirable tirador de espada.
Y, finalmente_. el de "Bravos", formado por taba­
queros, que comandaba Gorostiza, y donde fungía como
Mayor, l\1anuel Payno.

LOS POLKOS
Estos Cuerpos tuvieron una gran importancia, mas
los �tr_os, _en que figuraban gentes de menor fortuna, pa­
ra nd1cuhzarlos, comenzaron a llamarlos polkos, con lo
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 195

que se aludía a un- baile entonces de moda, o lo que es


lo mismo, a ciertos soldados de "¡ ay mamá!"
Entretanto, "el señor Farías exageraba su energía
sin consideración", y el clero, por su parte, "lanzaba ex­
comuniones, hacía rogativas, y convertía cada púlpito
en punto de avanzada, donde los sacerdotes clamaban
alerta contra los enemigos de Dios".
"Los moderados querían forzar a Farías a que re­
nunciase, y éste, con unos cuantos guardias nacionales, y
contando con la lealtad de Pedro Lemus, se mostraba
cada vez más firme".
Por su parte, "Santa Anna, desde San Luis, urgía
por recursos. El descontento de los Cuerpos de la Guar­
dia Nacional, era enorme, y se hizo correr la voz de que
se procedía a desarmar los Cuerpos de "Hidalgo", "Vic­
toria" y "1\llina".- Así como también, "que se daba orden
para que el Cuerpo de ,,·Independencia", rn2rchara a Ve-
racruz.
"El amago de desarme se explotó, como si se tratase
de un terrible ultraje, y al fin se convirtió Ivléxico en un
campo de batalla".
Los polkos se transformaron en soldados de la fe, y
se presentaron llenos de escapularios, amuletos y meda­
llas, ante el entusiasmo de las monjitas que, desde sus
conventos, "veían con arrobamiento cristiano, a aquellos
paladines de la gloria y la honra de Dios, que les son­
reían con halagos mundanos".
Los cuarteles se convertían en centros de esparci­
miento y diversiones, y se esmeraban los "cristianos en
ostentar los bienes de la gracia, en almuerzos y merien­
das". Pero eso sí, "bajo una lluvia copiosa de agua ben­
dita, entre aleluyas, rosarios, ternezas de ancianas y
arrullos de palomas, de las almas consagradas a Dios".
Mas a pesar de esto, aquel pronunciamiento era tan
criminal y tan extemporáneo, por encontrarse el invasor
en las aguas de México, que tuvo por fuerza que estan­
carse, y por poco fr;:¡.c;.isa. con terrible escarmiento de sus
.sost�neµore�..
196 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Los moderados, a quienes se d,ebía esta horrible ver­


güenza, empezaron a escasear en las juntas, apenas nota­
ron que la opinión les era completamente adversa, y el
clero no tuvo más remedio que volver las espaldas, y
aparentar que había sido completamente ajeno a este
pronunciamiento.
Don Guillermo, que fungía nada menos que como
secretario del general don 1\1atías de la Peña y Barra­
gán, en qmen caían todas las responsabilidades de este pro­
nunciamiento bochorno o, se lanza a sí mismo los más
terribles vituperios.
"Otro alegaría -dice- su pocJ. edad, su inexperien­
cia, el influjo poderoso de algunas institi.1ciones venera­
das ... Yo digo que J.quella -fué una gran falta, que rea­
parece más, y más horrible a mis ojos, rnientr .1s más veces
me fijo en ella".
V
\

,'
j,.
7

LA G1JERRA

En tales circunstancias \'olvió a Nléxico el general


Santa Anna, y con su venida, se dió completamente por
terminada aquella vergonzosa tevolución, y se tuvieron
entonces detalles sobre los contratos ruinosos, las orgías
de San Luís, el sitio de I\Ionterrey, la bataila de La An­
gostura y la retirada desastrosa.
Mas, en medio de tantos descalabros, se hablaba con
respeto y admiración profunda, de los hechos gloriosos
realizados por l\1oret, que con la espada rota, aún re­
chazaba en Monterrey a los invasores, y de las acciones,
igualmente heroicas, llevadas a cabo por Nájera y los
hermanos Robles y Milchoterena.
Doce días estuvo únicamente Santa Anna en Niéxi­
co, antes de marchar a Cerrogordo: habiéndole sucedido
en su ausencia don Pedro Anaya, quien con notable ac­
tividad, reunió fuerzas y arbitró recursos.
En el Ministerio de Relaciones, Baranda, don Fer­
nando Ramírez, don Guillermo y otros, formaron una
sección de publicaciones en inglés, con objeto de hacer
conocer los derechos de la República, principalmente a
los irlandeses.
Entretanto, en el Ayuntamiento apenas se supo la
derrota de Cerrogordo, se empezaron a tomar violenta­
mente medidas para la defensa de la ciudad.
Se abrieron fosos, se arbitraron recursos, y se man­
daron quitar las cajas de los coches, convirtiéndolos en
carros, para que condujeran los tablones de madera de
la plaza de toros, y fueran éstos utilizados como blinda­
je. "Y - en todo fué tan patriótica y acertada la conducta
200 SALVADOR ORTIZ VIDALES

del Ayuntamiento, que obligó al mismo Santa Anna a


tributarle los más entusiastas elogios".
Con la derrota de Cerrogordo, los acontecimientos
se precipitaron. El general Santa Anna volvió a ocupar
la Presidencia en mayo, y se resolvió que se defendería la
ciudad hasta no dejar piedra sobre piedra. Las procla­
mas oficiales y los escritos de la prensa electrizaban la
atmósfera e infundían entusiasmo.
La Guardia Nacional se empeñaba en borrar el bo­
chornoso recuerdo del pasado y presentaba un bello con­
junto típico, lleno de grandeza y bravura.
Todos, sin excepción de rango y calidad, el prócer
como el mendigo, y el niño como el joven, cargaban a la
espalda la cartuchera, y la gran dama conducía la ca­
nasta con las 1nedicinas para los heridos.
La ciudad de México estaba convertida en un rn­
menso. campamento. Las gentes calladamente hacían sus
provisiones para el sitio, y por las calzadas salían sin
estrépito carros con muebles y familias, que deseaban
ponerse a salvo de los horrores de la guerrzi.
Algunos poetas, como Félix María Escalante y Bo­
canegra, escribían versos exaltando el amor a la patria.
Y los redactores del "l\1onitor'', entre los que se en­
contraba don Guillermo, discutían la manera de ponerse
al servicio de la patria, sin acudir al general Santa Anna,
con el que se hallaban bastante resentidos.
Al frente ele este grupo se encontraba don Vicente
García Torres, "que se había provisto de un magnífico
caballo frisón, ataviándose ele rico dormán, banda en­
carnada y calzonera con botonadura de plata".
Los redactores del "l\i1onitor", resolvieron ponerse a
1as órdenes del general Valencia, y "vencidas a fuerza de
drogas y de combinaciones inverosímiles las dificultades
del presupuesto", por fin se encontraron listos para partir
al toque de marcha.
· LA CIUDAD DESIERTA
El 9 de agosto, a las tres de la tarde, el gemebundo
clamor de la campana de Catedral anunció la aproxi-
DON GUILLERi'viO PRIETO Y SU EPOCA 201

mación del enemigo. Desde este momento no dejó de


escucharse su eco fatídico, y ya a las altas horas de la
noche, "parecía como el trueno lejano de un cañón que
pide· socorro en el naufragio". Cesó el ruido de la vida en
la ciudad, y sólo se oía el golpear de las herraduras
de los caballos de las patrullas, y "el alerta vibrante y
prolongado de los centinelas".
En cuanto a don Guillermo Prieto y sus amigos, bier
pronto se encontraron jinetes sobre cinco caballos, "de
tan desencuadernado empaque, de tan cínicas figuras, y
de andar tan desacompasado y caprichoso, que más pa­
recían hijos de sus jinetes, que animales empleados a su
servicio. Pero el entusiasmo ·era tan grande, la esperanza
de triunfo tan risueña, y la juventud tan vivificadora",
que se sentían satisfechos y orgullosos, "como si el des­
tino les hubiera dado posesión ele llanuras y volcanes,
bosques y lagos".
En Texcoco había tres divisiones que mandaban los
generales Valencia, Salas y Alvarez.
Don Guillermo y sus amigos se dirigieron al gen�­
ral Valencia, que se hallaba hospedado en la casa de don
J\IIanuel Campero, rico capitalista de México.

EL GENERAL VALENCIA

Era el general Valencia "de estatura regular; de


anchas espaldas y levantado pecho". Tenía los ojos gar­
zos; usaba "gran bigote; y su cuello corto, parecía hun­
dirse entre sus hombros". Valencia se mostraba duro y
dominante, quizá porque creía que era la actitud más
conveniente a su carácter de jefe militar.
Ignorante y arrebatado, en sus primeros ímpetus
era verdaderamente terrible; mas pasada la ira, se mos­
traba humano y generoso. Leal y valiente, en el peligro
quería ser el primero, y se contrariaba si alguien le ex­
cedía en arrojo.
Era muy apegado a su familia, sentía un gran amor
por su esposa, que era muy afecta a las diversiones y al
2U2 SALVADOR ORTIZ VI DALES

boato y hacía de su casa una constante tertulia "y un


centro variado de diversiones".
El general Valencia recibió amablemente a sus visi­
tantes, y con especialidad a don Guillermo, del que re­
cordaba una cierta aventura.
Ello fné que, "en los días ele más tremendas luchas
de "Don Simplicio", como se murmurara de que, debido
a las sátiras de esta publicación, se había perdido la ba­
talla de La Angostura, y estas diatribas se atribuían a
don Guillermo, el general Valencia había jurado escar­
mentarle.
Don Guillermo entonces, curándose en salud; deci­
dió entrevistar al general Valencia, para probarle lo in­
justo y ridículo de tales acusaciones.
Se enteró que el general iba todas las tardes a me­
rendar a casa de su cuñada, la esposa del general Lom­
bardini. Y una tarde en que Valencia tomaba a solas
su chocolate, se presentó ante él.
Al verlo el general, altamente sorprendido, le dijo:
-No lo creía a usted tan atrevido.
-Me da valor la bondad de usted -respondió don
Guillermo.
El general, entonces, le invitó a sentarse y entabla­
ron ambos una conversación de la que resultaron los más
c9rdiales amigos.

LAS TROPAS DE TEXCOCO


Cada uno de los tres jefes acampados en Texcoco
tenía su círculo especial.
En el de Valencia, se encontraban los restos del he­
roico Ejército del Norte, figurando, entre otros, Parro­
di; "el monosilábico caballero, J áuregui; el delicado y
severo Francisco Mejía, y como ayudantes, y en el Es­
tado Mayor, Arrieta, Silva, Feliciano Rodríguez, Gri­
marset, Agustín I turbide, Barreiro, Segura, el general
Mendoza" y otros.
Con· el general Salas había soldados y jefes del an­
tiguo régimen y varios clérigos.
/
'
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 203

, ';
Y con A1varez, "su círculo patriarcal y la caballe�
na
A don Guillermo se le designó para alojarse ) 12. casa
del padre Cortazar, que servía de cura. Tenía éste "el
cuerpo de pipa; el rostro encarnado y llevaba la boca
siempre abierta, quizá para lucir mejor un enorme col­
millo que mostraba en medio de la boca, "como una co­
lumna". Era "un comelón insaciable, un bebedor invero­
símil y tenía un sensible corazón".
"No obstante los aprestos de guerra, en el cuarto
se cantaba, se jugaba a las prendas y se representaba
una especie de apoteosis, en que muy modestamente se
comparaba al padre Cortazar con nuestro Señor J esu­
cristo, resultando, por supuesto, el padre mucho más alto
que el Redentor del Mundo".

LOS CUERPOS DE LA GUARDIA NACIONAL

Antes de que el general Valencia presentara a los


nuevos voluntarios en Texcoco, se les invitó para que
presenciaran la instalación de los Cuerpos de Guardia
Nacional, en el Gran Peñón.
Estos Cuerpos estaban formados por los miembros
más selectos de la sociedad que habían sido arrancados,
por así decirlo, del corazón mismo de las familias.
Las mujeres se enjugaban los ojos, despidiéndose de
los soldados, y había matronas que arrastrando sus se­
das, formaban valla para ver pasar por última vez a sus
hijos, que marchaban a los acordes de la música, y en
medio de las aclamaciones del pueblo.
En el Peñón, y en las llanuras que rodeaban el ce­
rro, había carretones, carruajes, caballos ) burros y tra­
ficantes agobiados, con canastos y tercios. Todo esto, re­
verberaba al sol, en medio de la policromía de las som­
brillas, los sombreros de las damas "y los vestidos de
todos los matices y todos los colores imaginables".
"En la bas·e del cerro había tiendas de campaña,
barraucas y jacales enramados". Más arriba, entre los ma­
torrales y las peñas, se veían bs filas de soldados, con
204 SAL\'ADOR ORT!Z \/!DALES

las bayonetas re\·erberand•) al sol, y formando sobre el


cerro como unJ. especie de pir[u11ide blanca y resplan-
deciente.
Y so�:nc b cima, dorninúnclolo todo, aparecía el altar
con sus paramentos dorados; los cirios de ilamas pálidas
y oscilantes y la cruz destacándose en el cielo, con sus
brazos abiertos, ante la n1ultitud arrodilkcla.
La moral del Ejército del Nort e no había -fl::tqueado
ni un solo instante·, y los viejos soidados de la frontera
y del desierto se estremecían a la voz del clarín, recor­
dando sus recientes hazañas. "Sonaban las músicas; flo­
taban las banderas: piafaban los cabailos de los oficia-
1es, y los dragones se alzaban sobre los estribos corno
para aligerar el C'mpuje ele sus corceles". "No se borrará
nunca de mi memoria -dice don Guillermo- aquel
espectáculo, ni
. l
aquella juventud llena de nobles aspira-
. ;'
¡
c1ones a 1a g,or11

SE 1\CERCA EL ENEMIGO

1\ilas presto s� anunció la presencia del enemigo, y


1
el optimismo y la confianza de la victoria desaparecie­
ron al punto ante el terrible espectro de la muerte, que
se cernía implacable sobre aquella fogosa juventud.
Y llovieron sobre don Guiilerrno los encargos:
-A mi padre -le d•ecía alguno- le das mi reloj, y
además dile que me perdone; que es el viejo de mi co­
razón.
-Oye -le decía otro, llamándolo aparte-. ¿ La co­
noces? No le digas nada; deja que pase el tiempo, y vuél­
vele este relicario que no sé como no he fundido con mis
besos ...
Y finalmente otro:
-Ya está grande María. Te oirá, háblale de mí. Tú
me vas a ver; deseo distinguirme; deseo morjr, para de­
jarle un nombre que le dé orgullo...
l
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 205

LAS RENCILLAS Y PEQUEÑAS PASIONES

Y entretanto, "las pasiones personales de Valencia y


Santa Anna; las hostilidades ele sus respectivos círculos,
y las calumnias y chismes rastreros, agravaban aún más
aquel momento ele trágica inquietud. En v;,.no la espe­
ranza del triunfo se apoderaba por un instante de las
conciencias, ante la valiente actÍtud del _ioven Agustín
I turbide, que al frente del batallón de Celaya decía:
"Co!1migo. muchJchos, mi padre es- el p;:idre de nuestra
inclenendencia;" ni ante la heroica hazafía de Gonzalo
i\1endoza, que se lanzab1 como un torrente sobre sus ene­
migos, cantando con sus oficiales el Him!1o Nacional.
Y aquí don Guillermo comienza a relatarnos los su­
cesos sangrientos de que fuera testigo.

EL OFICIAL DE CELA YA

En el ª"alto él Padierna, dice, un soldado americano


se elevó hastél donde estaba el astabandera y arrancán­
dola de su sitio. 1a desgarró y pisoteó orgulloso. "Yo lo
veía -agrega- a través de mi llanto, y aullaba corno
una mujer ... , me dnlía la sangre, gemia algo dentro de
mí que me eso�rntaba..., 1a muerte hubiera sido corno
agua pura y fresca para mi alma sedienta".
1\11 as he aquí que un oficial obscnro de Cela va; pe­
queño de cuerpo. deh,ado, y de movimientos rápidos, pro­
rrumpiendo en estridente risa, se cala su sombrero an­
cho forrado de tela, ernpufia su espada; dirige upas cuan­
tas palabras a los soldados aue 1e rodean, y entre una
lluvia de balas, llega hasta Padierna, mata y aniquila
cu,mto se le opone, y derriba, hecho trizas, el pabellón
americano.
Las músicas prorrumpen en dianas; los estandar­
tes y guiones se agitan en los aires, y todos vitorean con
los ojos inundados "en lágrimas varoniles", aquel ins­
tante robado a la fatalidad del destino.

\
206 SALVADOR ORTIZ VIDALES

EL LUGAR DE LA BATALLA

"El declive de la loma que ocupaba el general Va­


lencia -dice don Guillermo- que era como base de una
sección de la serranía del Sur, estaba circundado de NI al­
pais, y de unél. hondfsima barranca, cuyos bordes, en
semicírculo, daban al Norte o límite del pueblo de Co-
yoacan "
,

"Los americanos habían circunvalado la loma, pe­


netrando por el M alpais y la barranca hasta tener y co­
mo abrazar nuestro cueruo. Por las alturas de Covoacán
• 1 •

se había mzindado como auxilio, pero sin orden de ba-


tirse, la brillante división del general Francisco Pérez
que se situó perfectamente para coger entre dos fuegos
. ".
a 1 enem1go
"Entonces la confianza en el triunfo fué completa,
llovieron felicitaciones. se expidieron despachos y se en­
tregaron a los más increíbles delirios los hombres de
aquella benemérita división".
Pero vino la noche: se suspendió toda corresponden­
-da entre las filas de Valencia y Santa Anna. y se co­
menzó a percibir el avance del enemigo en los puntos
que se suponían mejor defendidos. El general Valencia
mandó entonces expertos exploradores del terreno, y és­
tos volvieron diciendo que todas las fuerzas del general
Santa Anna se habían retirado.

LA COMISION
Valencia conoció lo comorometido de la situación, y
· comisionó. a don Guillermo Prieto y a Luis Arrieta, pa­
ra que fueran a entrevistar al general Santa Anna.
Se encontraba éste en San Angel, en la casa del ge­
neral Mora, y a!l í acudían en tropel políticos, soldadÓs.
_jefes. agiotistas y arrieros. que eran frecuentemente atro-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 207

pelladas por correos que venían de todas partes, y en­


traban a caballo hasta el patio.
Se apiñaban en éste, mujeres, ordenanzas, chimole­
ras y gentes de la servidumbre, formando un espantoso
laberinto de tablas, de canastos y estorbos, que difícil­
mente hubieran podido ser inventariados.
S;i.nta Anna, rodeado de sus favoritos v escribien­
tes. daba órdenes. iunto a una mesita redonda, alumbra­
da por un quinqué.
Anen8s e�tuvieron los comisionados delante del ge­
neral. Arrieta tomó b n2lahr;i.. y expuso de l;:i meior ma­
nera. 1ri situación c¡ue 2t1ardaba e1 Q'eneral Valencia.
-"No me dfaa usted. no me diga usted-- murmuró
C::inh AnnJ imn;icieritf'- ese es 11n arnhirioso insubor­
dinado. ciue lo oue merece es que le fusilen".
"-Señor. V. F. hará 1o nue cre;:i i.ustn -dijo Arrie­
ta- nern ese e_iército no nuecie sacrificarse".
"-Usted no dehe clarme lecciones. . . ¡estamos ! . no
e111ni�ce vn mis esc.::irrniPnto, nor 11st"'des... i Auxilio.
ci.uxilio ! ¡ Y exponer yo mis troDas a la lluvia. al desvelo.
ncw un ... ! ( ac111f no e, rv)sih1f renPtir h, nalabr;:is crne
s;i_E�rnn de ln, h hins de S. A. 'l. Mis soldados a la in­
ternn�rie .... ; cmé dicen ustedes?'.'
"-Es cn1e r1.0111:1los �oldados -ohsPrvó dori Guiller-
mo- n0 P,tán ba in d� techo. ni divirtiéndose".
"-¡ Fh. silPncio ! Lárguense ustedes de aquí ... Fue-
r� .... rna1d1ºtos,, .
"Y Arrieta y v0. dice don Guillermo, nos salirnos lle­
nos de rabia y de dolor".
Desnués de una nenosa travesía, don Gui1Ierrno v
Arrieta llegaron por fin al campamento. Reinaba en él
una profunda obscuridad; las fogatas habían sido apaga­
das, y sólo se percibía el ruido de la lluvia sobre las
hojas de los árboles.
El general Valencia los recibió a la puerta de su
tienda de campaña.
"-¿ Qué dice Santa Anna ?- preguntó a Arrieta. ·
i:-:--:- ···--- ----- -

208 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Y éste, en buenas palabras, le informó del resultado


de la comisión.
La conmoción que las palabras de Arrieta produje­
ron en el general, fué indecible.
"-¡ Traidor, nos han vendido -decía lleno de ira­
�, nos entregan para que nos despedacen y acaben con la
patria!"

EL DESASTRE
Y apenas había dicho estas palabras. comenzaron a
verse, a la luz de Jos relámpagos, grupos de soldados que
huían e:1 varías direcciones; caballos sueltos que se des­
harrancaban en las laderas, y mujeres que prorrumpían
en verdaderos aullidos. en medio del estruendo de la
fusilería. Realmente, desde aquel momento, Ia derrota
estaba consumada.
Al amanecer del 20 de agosto, los americanos, por
medio de n1ovimientos envolventes y rápidos, habían lo­
_grado poner entíe dos fuegos a las fuerzas del general
Valencia, y apoderándose de la arti11ería mexicana, con
?Sta y la suya, comenzaron a disparar sobre las fuerzas
dispersas que huían por el descenso· de las lomas.
"Aquello era terrible. por todas partes se veían re­
gueros de cadáveres; heridos que se arrastraban moribun­
dos: carros hechos pedazos y mujeres enloquecidas que
aullaban. con los brazos levantados y los ojos de lobas
perseguidas".

LA DESPEDIDA
Después de la derrota, don Guillermo se disponía
a marcharse a Churubusco, juntamente con las fuerzas
dispersas, cuando fué alcanzado por un ordenanza del
general Valencia. Le suplicó éste que se apartara un
momento del camino y luego lo condujo hasta el lugar
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 209

en que se encontraba su jefe oculto; pues había órdenes


del general Santa Anna para hacerlo fusilar. Se hallaba
el general Valencia debajo de un árbol, con una manga
morada y desfigurado totalmente. Comisionó a don Gui­
llermo para que influyera en su favor, mediante algunas
personas que se hallaban cerca dei general Santa Anna_.
y a Pepe Cadena, para que cumpliera con ciertos encar­
gos íntimos con su familia, que estaba en Cuautitlán.
Ambos se despidieron con gran amargura del ge­
neral, y después de cambiar los asistentes que deberían
acompañarlos, sus trajes bélicos, por sombreros de peta­
te y calzoneras abiertas, se dieron al camino, no sin dar
antes un gran rodeo por las lomas del Rey, Los 1\llorales
y tierras de Santa Mónica y Tizapán.
Pepe Cadena "eía un archivo precioso de crónicas
escandalosas y de genealogías subterráneas de próceres
y dignidades eclesiásticas".
Su clarísimo talento y su mucha lectura, le dife­
renciaban de los otros soldados que, sin. comprenderlos,
"citaban a Napoleón, al Moro Muza, a Voltaire o a Cha­
teubriand", y "que se creían a la altura del propio Julio
César, cuando sabían de memoria algún capítulo de las
Ordenanzas".

EN CUAUTITLAN

A la caída de la tarde, nuestros viajeros llegaron a


Cuautitlán. Cadena se fué en busca de la familia del
general Valencia, y don Guillermo se clió a vagar por las
calles, lleno de hambre y sed.
De pronto, en el balcón de una casa, llamaron su
atención los ojos preciosos de una hermosa dama.
Don Guillermo acorta el paso; compone la apostu­
ra, y con voz llena de comedimiento, pide a la señora
un vaso de agua.
Esta le atiende con exquisita cortesía, y le insta para
que pase a descansar.
Don Guillermo Prieto.-14
í

210 SALVADOR ORTIZ VIDA.LES

Don Guillermo acepta complacido; deja su caba­


llo a la puerta, y penetra en un saloncito muy limpio, con
piso de ladrillos colorados. En la habitación hay algu­
nas sillas de tule y colgando del muro, en lugar prefe­
ren te, un gran cuaJro que representa una Dolorosa.
-Mucho deben haber sufrido ustedes con la aerro­
ta -dice la señora.
-Pero, ¿ quién le ha dicho a usted?
-¡ Oh, h ego se conoce! Y ustedes extraviarían ca-
mino. . . ¿ \·inieron a Yer a la familia de Valencia?
Don Guillermo calla.
-No quiero ser irnpruclei1te -continúa la señora­
pero parece que veo el desastre. Valencia y Santa Anna,
cada quien por su lado, cometiendo desaciertos. . . Pé­
rez voluntarioso, y la caballería sin poder obrar, a causa
de la ineptitud de los jefes ...
Don Guillermo no puede más y arrebatado por la
cólera, se pone de pie y dice:
-Señora, eso es injusto. La cabailería ha sido he-
roica, principalmente en el encuentro de San Jerónimo.
¿Quién la n1andaba?
-El coronel Frontera.
-Lo mismo que todos ...
-Señora, por Dios, no diga usted eso. Yo le he
visto caer acribillado a balazos, y esforzándose por avan­
zar, bañado en sangre y victoreando a México.
Y al oír esto, la señora se levanta pálida como
muerta; corre a su recámara y vuelve eón dos de sus
hijos que hace arrodillar delante de la Virgen.
-¡ l\!Iadre Santísima -dice- ampara a estos niños
que ya no tienen padre! Y cae al suelo, como herida por
un rayo.
Don Guillermo se siente profundamente impresio­
nado, y después de proporcionar a la señora las primeras
atenciones, sale precipitadamente de la casa.
En la noche se reúne con Cadena, y juntos empren­
den el viaje hacia Toluca, donde se halla el general Va­
lencia.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA Zl 1

· Allí don Guillermo redacta un manifiesto que lanza


el general Valencia a la nación, y regresa de nuevo a
.i\1éxico.
Ya en esta ciudad, nuestro biografiado se encuentra
a su familia alojada nada menos que en la casa de Lu­
cas Alamán.

DON LUCAS ALAMAN


Ello fué que el 9 · de agosto, en medio de la agitación
y de la alarma; la familia de don Guillermo, compuesta
de su madre, su esposa enferma y tres niños, huyendo de
la zona de peligro, acudieron al punto de San Cosme
en busca de alojamiento, y como éste fuera muy difí­
cil, en vista de la mucha demanda, se disponían ya a
regresar, cuando de una casa elegante salió un criado y
ofreció habitación a los viajeros, diciéndoles que se arre­
glarían después, sobre precio y condiciones de arrenda­
miento.
La familia de don Guillermo aceptó y ocupó un de­
partamento cómodo y decente en aquel amplio edificio.

UN BREVE ARMISTICiO
El hospedaje, naturalmente, no era nada simpático
a don Guillermo, pues siempre había publicado contra
el señor Alamán multitud de dicterios y se lo imaginaba,
como una especie de Rodín, tenebroso, sanguinario y ca­
paz de espantar al mismo Satanás.
Sin embargo, nada más falso que esto. El señor Ala­
mán era un hombre tranquilo. Su casa parecía como en­
cantada, y reinaba en ella un profundó silencio. Los
criados eran respetuosísimos, y andaban perfectamente
vestidos, y con chalecos negros. Las criadas eran casi
todas ancianas y usaban delantal, armador y chiquia­
dores en las sienes. En la capilla, la campana llamaba a
l� misa o al rosario. Al mediodía, con gran estruendo

212 SALVADOR ORTIZ VIDALES

de cadenas, se cerraba el zaguán para que la familia pu­


diera comer tranquilamente, y antes ele las 1 O de la no­
che, todos se hallaban recogidos. El departamento ha­
bitado por don Guillermo .Y su familia daba al jardín.
Estaba éste admirablemente cuidado y tenía sus calle­
citas de arena: árboles frondosos y varias fuentes.
El señor Alamán usaba un sombrero de paja de
grandes alas; una levita de lienzo, y llevaba siempre un
grueso bastón.
Era de cuerpo regular: su cabeza era hermosa y se
encontraba completamente blanca: su nariz era roma Y
su frente despejatja. Su boca recogida al sonref r, dejaba
ver una dentadura blanquísima y tenía el cutis fino y
las mejillas sonrosadas.
Al atardecer, pasaba siempre frente a la habitación
de don Guillermo ·y le invitaba a pasear por el jardín.
Don Guillermo, hosco y de mala manera, rehusaba
indefectiblemente la invitación, hasta que un día su ma­
dre, mortificada por aquella actitud, le puso el sombrero
en la mano y le dijo a Alamán:
- ".
"-All'a va, senor
Y don Guillermo no tuvo más remedio que ceder.
Aquella tarde hablaron sobre cosas indiferentes, y
sobre algunos oradores españoles. Al siguiente día se em­
peñaron en algunas discusiones literarias y a los quince
días, don Guillermo buscaba a Alamán, encantado de
sus narraciones de viaje: su conocimiento profundo de la
literatura latina y española, y sobre todo. de su erudi­
ción en lo que respecta a la historia anecdótica de Fran­
cia y España. Claro que sin tocar la política, por cortesía,
pues el señor Alamán, no obstante sus buenas cualidades
personales, era un fanático de sus ideas. Juzgaba la guerra
de Independencia como una insubordinación de bandidos,
y estaba plenamente convencido de que los principios pro­
clamados por la Revolución Francesa eran "una esuecie
de delirios sacrílegos". Y encarecía sobre toda mane;a, el
sistema colonial, no obstante que en su historia hace no­
tar varios de sus abusos, y condenab� "como de charla
impía", las ideas democráticas.
DON GL1 !LLERMO PR.lETO Y SU EPOCA 213

Sin embargo, en el seno de la familia el señor Ála-­


mán eía el prototipo de la virtud, de la decencia y del
orden.
Se levantaba al amanecer: se bvaba, se componía,
y luego se disponía a trabajar en una sala que daba a la
Tlaxpana. Escribía de pie sobre un escritorio alto, y
en un libro como de caja. Era extraordina¡iamente pul­
cro, y en sus manuscritos no se notaba nunca ni una
mancha ni una enmendadura. Al escribir, guardaba suma
compostura, y casi no se le veía la cara que ocultaba
detrás de la visera de la cachucha.
A las doce en punto se servía la comida, a la que
asistía toda la familia, y en que hacía los honores doña
Narcisa, esposa del señor Alamán, "matrona adorable,
de trato finísimo y de bondad angélica". Un sacerdote,
a quien decían, Tata padre, bendecía la mesa, y al con­
cluir la comida, rezaba el Pan Nuestro, no sin que los
criados, como era de costumbre, pidieran la mano a sus
amos, para besarla en acción de gracias.
"Se dormía la siesta, y se dejaba campo para el
chocolate y el rezo del rosario", a la caída de la tarde.
"Yo merecí a esa familia -dice don Guillermo­
la honra de que me admitiese en su seno: recibí atencio­
nes del señor Alamán que me hacen grata su memoria;
y, ante todo, empeña mi gratitud el afecto con que siem­
pre me trató y respetó mís opiniones, no obstante la
acritud y suficiencia tonta con que a veces combatí las
,,
suyas

ACCIONES HEROICAS
Este pequeño paréntesis de paz duró sólo el térmi­
no del armisticio, que se había negociado después de la
batalla de Churubusco. Al romperse de nuevo las hos- •
tilidades, don Guillermo se presentó al "Cuerpo de Hi­
dalgo", que estaba a las órdenes de don Félix Galindo,
y que ocupaba todo el tramo comprendido entre Belén y
Chapultepec. En el paseo de Bucareli se encontraba el
SALVADOR ORTIZ VIDA.LES

batallón "Victoria", en que tanto se distinguieron Ca­


rrasco, Bonsegui, Urquidi y Muñoz. En la garita de
Belén se hallaba el general Torrens, quien fué injusta
y villanamente maltratado por Santa Anna, y en la
Casa Colorada estaba el hospital militar de sangre, a
cargo del general Yanrlinden y del doctor Luis Carre{m.

SANTA ANNA EN FUNCIONES


A Santa Anna se le veía frecuentemente atravesar
la Calzada, por los lugares de mayor peligro. Reñía con
los arrieros: la emprendía a gritos con algunos conduc­
tores de carros, o conferenciaba c9n los jefes y em­
pleados.
Se le miraba con su sombrero de jipijapa; el fuete
en la mano; su paletó color de haba y su pantalón de
lienzo blanquísimo. "Despilfarraba su actividad; desafia­
ba temerario el peligro, y si no se podía, ciertamente,
llamarlo traidor, no se le podía considerar, en justicia,
como buen general, ni como hombre de estado, ni si­
quiera como un individuo a la altura de la situación".

EL ATAQUE AL MOLINO DEL REY


Con respecto a la batalla del Molino del Rey, don
Guillermo da en sus "Memorias" algunos datos sucin­
tos, en lo que se refiere a los puntos estratégicos y a
la descripción de la batalla, remitiendo al lector a sus
"Apuntes para la Historia de la Guerra con los Estados
Unidos": pues, como dice alguna vez, escribe sus recuer­
dos únicamente para su solaz, "sin tener por guía a la
- política, ni a la hacienda, ni a nada sistemático y for­
zado".
Don Guillermo, por esta vez, nos presenta a León,
Balderas, Arrivillaga, Margarita Sauzo, Gelaty y Miguel
Echegaray.
DO. 1 CLILLER!\iO PRIETO Y SU EPOCA 215

León, dice, era alto de cuerpo, de rostro trigue_ño,


recio de carnes' y ele una seriedad extrema. Al sentirse
herido, trató de disimula rlo, y cuando por fin cayó al
suelo, y fué conducido en una camilla, pidió que se le
hicieran pronto las curaciones, para vol ver de nuevo al
combate.
En cuanto a Balderas, apenas cayó herido, se arras­
tró un gran trecho, con la espada en alto, sin dejar un
momento de alentar a sus soldados. Pero como se desan­
grara de una manera horrible, se desmayó en brazos de
su hijo, y f ué conducido a i..ma choza, cerca de la iglesia
de ci1apultepec, donde expiró.
De Arrivillaga, don Guillermo se ocupa de una
manera más extensa. Era éste, dice, un relojero feíto,
· fofo de carnes, de ojos traviesos y de boca risueña. Era,
en una palabra, "el chico más servicial y alegre que
pueda imaginarse".
Con la misma facilidad con que confeccionaba una
chicha sabrosísima, alistaba una caja ·de música, y ayu­
daba a adornar una mesa, un salón de baile, o un altar
a la Virgen, el Viernes de Dolores. Era asiduo asistente a
una tertulia de personas amabilísimas. a la que con­
currían, entre otros, Balderas y Nlanuel Balbontín, mo­
delo de caballeros y de patriotas. En esta tertulia se
llamaba a Arrivillaga, el Chato, y otras veces, el Capitán,
aludiendo a un noble mastín así nombrado, -que carecía
de dientes, para significar de este modo la dulzura de
carácter y lo inofensivo de Arrivillaga. Se aficionó éste
apasionadamente de Balderas, y cuando el general mar­
chó para el Molino del Rey, se declaró su compañero y
su asistente, o lo que es lo mismo "sus pies y sus manos,
como suele decirse".
El Chato guardaba el equipaje de Balderas: dispo­
nía la comida; velaba por el orden; tenía siempre listas
las armas y el caballo del jefe, y se hacía querer de todos,
por
..,,___
su generosidad y finura .
Al empeñarse la batalla del l\1olino del Rey, Arri­
villaga no se separó un momento de su jefe, y cuando
216 SALVADOR ORTIZ V!DALES

éste cayó herido, arrojó el asistente las ro¡:ns :-· medicinas


que traía en las manos; recogió }a espada de un muerto;
la empuñó, e incontenible, frenético, sublime de coraje
y bravura, se puso al frente de un grupo de soldados y
embistió al enemigo con tal fuerza y arrojo, que esta­
bleció el orden en la batalla, no sin haber caícln después.
acribillado por las balas enemigas.
Margarito Sauzo era un artesano humildísimo, aban­
derado en el Cuerpo de "Mina'', donde se le estimaba por
su bondad y subordinación.
El día ele la batalla, Margarita se excedió en el
cumplimiento de su deber. "Atropellado por un . gran
número, y hecho una criba por los ballonetazos, envolvió
en la bandera su cuerpo ensangrentado, y expiró.
Pero, seguramente, el que realizó la hazaña más
heroica en aquella jornada, fué Echeg�ray, que a la
derrota misma dió visos de victoria, cuando, alzándose
sobre los estribos de su caballo, empuñando la espada, y
"con el cabello rubio flotando corno un esplendor de
oro", se. arrojó, pisando los cadáveres, y entre nubes de
humo, rescató los cañones, que habían sido quitados por
el enemigo.
Echegaray murió pobre. Sobre él se lanzó un injus­
to anatema, y duerme en un sepulcro casi ignorado.
"Y o le amé con toda el alma -dice don Guillermo­
y lo defendí con ardor, y hoy acato y ensalzo su me­
moria, henchido de dolor por las injusticias del destino".

LA BATALLA DE CI-IAPULTEPEC
Las víspera de la batalla de Chapultepec, mi biogra­
fiado tiene oportunidad de recorrer los puntos ocupados
por el enemigo, ve algunos de los preliminares del
asalto, y finalmente, la torna de la llamada fortaleza.
··En los molinos de trigo y pólvora -dice- hormigueaban
las fuerzas de Pillow, ciñendo a poca distancia la parte
occidental del cerro. Al Sur, se destacaba formidable la ar-
DON GUILLERMO PRiETO Y SU EPOCA 217

tillería, y se veían escalones para trepar la cerca, y descen­


der como en trampolines, al interior". En ia hacienda
de la Condesa había igualmente, gran cantidad de tropa,
frente del hornabique, defendido por soldados mexicanos.
"En la puerta del bosque., que daba a la calzada,
estaba el general Santa Anna, con su numerosa comitiva
de ayudantes, jefes, oficiales y todos los que se acerca­
ban a pedir instrucciones y a recibir órdenes".
A su regreso de estos lugares, don Guillermo tuvo
oportunidad de hablar con el coronel Juan Cat10, que en
aquella acción perdió la vida heroicamente.
"Cano era un hombre de treinta a cuarenta años, de
cabeza germánica, yucateca, páiido, carirredondo", y de
ojos penetrantes y alegres. Era muy ingenioso, y aunque
de baja estatura y obeso, tenía los movimientos ágiles.
Su trato era fino y cortés, y le mortificaban las cere­
monias. Y aunque por lo afectísimo que era a las bromas,
a las tertulias y al buen humor, aquel hombre hubiera
podido pasar por un estudiante atolondrado, era, sin
embargo, reflexivo, estudioso, y cuando el caso lo reque­
ría, daba a conocer sus vastos estudios, hechos en París.
Sobrino del señor Quintana, éste le había iniciado
en los estudios literarios, y traducía con gran facilidad a
Virgilio y a Tácito.
De Cano se contaba la siguiente anécdota:
Decíase que abandonado el general Bravo, víctima
de la envidia y los caprichos de Santa Anna, se vió en la
necesidad de dejar mal defendida la parte alta del cerro,
y como Cano solicitara cañones de Santa Anna, éste
mandó al general Tornel, y a otro no menos lego en
materia militar, pero como el primero, de lengua ex­
traordinariamente fácil. Naturalmente Cano no logró
hacerse comprender, y cuando se retiraron estos señores,
dijo en tono sarcástico: "Yo pedí al General cañones y
me mandó faroles". Supo esto Santa Anna y reconvino
severamente a Cano. Mas éste echó en cara a Su Alteza
Serenísima su conducta indigna y poco patriótica en
aquellas circunstancias.
218 SALVADOR ORTIZ VlDALES

Cano murió valientemente. sin dejar un momento de


alentar a los que defendían la parte alta del cerro. Con
él murió también el general Pérez, hombre modestísimo
que ejecutaba, casi sin darse cuenta, actos de verdadero
valor y de abnegación.
Cuando el asalto de ChJpultepec, don Guillermo
estaba protegido, juntamente con otras personas, en la
casa del guardabosque, y desde allí podía mirar a Santa
Arma ir de una parte a otra, en la zona de mayor peli­
gro.
Hasta don Guillermo llegaban, clara y distintamt:nk.
los clamores de angustia en que proferían algunas fami­
lias de los alumnos del Colegio Militar, y que se encon­
traban en lo que se llamaba entonces jardín botánico.
"Puedo también asegurar -dice- que lo más re­
ñido del combate fué donde ahora se encuentra el mo­
numento, y que la muerte de X icoténcatl y de sus ínclitos
soldados fué un tanto fuera de la tapia, en un lugar
cercano, en donde está hoy la maquinaria para la con­
ducción del agua".
A propósito de los soldados de X icoténcatl, don
Guillermo, refiere el siguiente episodio:
Mientras que el general Santa Anna seguía las peri­
pecias del combate, de pronto vió venir hacia a él a
un soldado de Xicoténcatl, y como supusiera que se
trataba de un desertor, pues daba pasos largos y ·pre­
cipitados .y tenía una palidez de muerte, le gritó lleno
de indignación:
-"¡Bribón! ¡ Cobarde! ¿Dónde está tu general?"
El soldado no respondió; hizo alto delante de Santa
Anna, dos lágrimas rodaron de sus ojos, se quitó la
mano del pecho que llevaba despedazado por las balas
y cayó muerto a los pies del General.
La posición que ocupaba don Guillermo, le permitía
oír los diferentes partes que se daban a Santa Anna. El
fragor de la lucha era terrible; se oía el retumbar de
los cañones; las descargas de la fusilería; los gritos de los
soldados y los ayes de los heridos. Y en medio de un in-
DON GUILLERMO PRlETO Y SU EPOCA 219

menso trajín se acudía a todas partes con parque y con


camillas.
"Santa Anna estaba entero y valiente", mas que­
riendo atender a todo, no ati�aba a nada. Sin embargo,
ciaba ejemplo de valor teme¡-ario y· alentaba a sus sol­
dados.
Terminado el combate, nuestras tropas se precipita­
ron por las Calzadas de la Verónica y Belén, en un
espantoso tumulto.
La tropa y las íamilias que emigraban; los trenes
de guerra y las acémilas; bs camillas de la ambulancia
y el olea_ie inquieto de la gente vagabunda, todo pre­
sentaba la imagen del caos.

SANTA ANNA RENUNCIA Y LO SUBSTITUYE


PEÑA Y PEÑA

Santa Anna había renunciado a la presidencia y le


había substituido el señor Peña y Peña, que se hallaba
a la sazón en Toluca, de paso para Querétaro, en donde
se iba a reunir el Congreso.
Muchos diputados, y entre ellos don Guillermo,
esperaban el resultado de una Junta de Guerra, que al
atardecer, había de presidir Santa Anna. En esta Junta
se iba a discutir si se defendía o se abandonaba la ciu­
dad. Concurrieron a la junta Santa Anna, Dino Alcorta,
Ivlinistro de la Guerra; los generales Pérez, Carrera y
Betancourt y el señor Olaguível, Gobernador del Estado
de México.
La junta sólo fué una fórmula, y la opinión de
Santa Anna, que quería evacuar a la ciudad a toda costa,
se impuso sobre las patrióticas y juiciosas observaciones
del señor Olaguível, que opinaba en sentido contrario.
Santa Anna pernoctó esa noche en Guadalupe, a
donde lo condujo en su coche don Ignacio Trigueros, y
el resto de nuestras fuerzas tomó el camino de Que­
rétaro, al mando del general Herrera.
220 SALVADOR ORTlZ Vi DALES

Aquí don Guillermo inserta en sus ";\1emorias'',


algunas cartas recibidas de sus amigos, y que se refieren
a la entrada de las tropas americanas a la ciudad de lVlé­
x1co. Dicen así:

1847
"Guillermo querido:
"AI separarnos el 13 de septiembre, de:j:índome en­
cargada tu casa y la traslación de tu familia a Tlalne­
pantla, casa del señor licenciado Carlos Franco ( ?) , me
encargaste con encarecimiento te refiriese io que ocu­
rriera en ia capital, por el interés que excitaba la situa­
ción crítica en que quedó la ciudad".
"Hasta ahora puedo concluir con tu encargo, y eso
muy ilnperfectamente, porque ha sido tal la situación
de mi espíritu, tan varias y atropelladas mis emociones
y tan multiplicados e incoherentes los acontecimientos,
que me parece más fácil hacer un retrato, dando carreras
y haciendo machincuepas el original".
"Noche horrible la del 13; la ciudad estaba comple­
tamente a obscuras, se escuchaban tiros en todas direc­
ciones y reventaron tres o cuatro bombas que diíundieron
eI terror".
"Al amanecer el 14, comenzaron a entrar las tropas,
las gentes aparecían en las azoteas y en las bocacalles,
curiosas, amenazadoras y rugientes".
"Ya recordarás que Tornel había dispuesto que
desempedraran las calles y se amontonaran las -piedras
en las azoteas, y esto favorecía las intenciones del pue­
blo de hostilizar a los invasores".
"Las fuerzas comenzaron a entrar de un modo re­
gular, entre siete y ocho de la mañana".
"Yo sólo vi a tres de los principales jefes, Pillow,
alto, seco, mal encarado, y Twis, viejo, fornido, cano y
chato, con unos ojos sirgos de malísimo efecto. Scott,
alto, gallardo, entrecano, de buena presencia".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 221

"La fuerza de línea con sus uniformes azules y sus


cachuchas, aunque en marcha desgarbada y bausana, no
IIamó I a atención; pero los voluntarios, que eran muchos,
-formaban una mascar8da tumultuosa. indecente sobre
toda ponderación. Muchos habían hecho como a modo
de paletó, con sarapes y jorongos; otros calzaban botas
enormes sobre pantalones despedazados y, en materia
de sombreros, eran sombreros incontenibles, indecifra­
bles de arrugas, depresiones, alas caídas, grasa y aguje­
ros; j oh! los fraques eran una iniquidad" ... "Estos demo­
nios de cabellos encendidos _. no rubios, sino casi rojos,
caras abotagadas. narices como ascuas. marchando como
manada_. corriendo, atropellándose y llevando sus fusiles
como se les daba la gana".
"A 1a retaguardia caminaban una especie de galera
con ruedas, con abovedados techos ele lona, llenos de
víveres y de soldaderas ebrias, lo más repugnante del
mun do. "
"Lo más notable de esta entrada fué 1a entrega de
la ciudad por el Presidente del Ayuntamiento, el señor
Iicenciacfo Zaldívar, al señor Scott; esa entrega fué
acompañada de una arenga, tan digna, tan levantada y
patriótica, que servirá de título de honor a aque] teniente
que supo, en circunstancias tan desgraciadas, defender los
derechos de J\,1éxico".
· "Un motivo o pretexto cualquiera, que ni es fácil ni
preciso adivinar, encendió los ánimos, cundió rápido el
fuego de la rebelión, y en un momento invadió, quemó
)' arrolló cuanto se encontraba a su paso, desbordándose
él motín. , en ,,
todo su tempestuoso acompañamiento de
d estrucc10n
"Llovfa.n piedras y ladrillazos de las azoteas; los
léperos animaban a los que se les acercaban, en las bo­
caca11es se provocaban y atraían a los soldados que se
dispersaban"
. . . "Se calculan en quince mil hombres los que sin
armas, desordenados y frenéticos, se lanzaron contra
los invasores" ... , que a su vez procedían igual que s1
tomasen "posesión de un aduar de salvajes".
222 SALVADOR ORTIZ VIDALES

... "Al princ1p10, estuvieron cerradas las iglesias",


y como no sonaban las campanas, el sacristán daba aviso
de la hora de las misas. Abiertos después los templos,
"los yankees se metían en ellos con los sombreros pues­
tos, y elegían de preferr.ncia los confesionarios para dor­
mir allí y roncar como unos iirones".

Otra carta:
... "Pillmv es alto, seco, apergaminado, muy serio
y anda a caballo con un paraguas abierto. Twis es cua­
drado, chato y con una cara como de mastín feroz", y
ha embestido contra los paisanos con la espada desnuda,
matando a algunos.
"Los oficiales andan en la ca.lle, llevando en la mano,
a guisa de bastones, unos espadines muy delgados, y con
ellos ensartan al primero que les choca, con una sangre
fría que espanta".
"Los extranjeros guardan reserva, y algunos, así
como señalados mexicanos, han puesto banderas en sus
casas en señal de paz".
. . . "El bajo pueblo no aminora su odio a los yan­
kees". "Las mujeres también le.s son, en general, hostiles;
pero a mi juicio, las prevenciones se fomentan por la
cuestión religiosa" por el desacato e irreverencia con que
los yankees ven a los sacerdotes y a los templos.
"La buena sociedad de 1\1éxico no ha dado entrada
ni a jefes, ni a oficiales, y una casa del señor A., en que
se han admitido visitas de yankees, es censurada acre-­
mente, y -está como excomulgada".
"Hace algunos días, unos cuantos lanceros se apa­
recieron en són de guerra, por el rumbo de Sant� María.
Al momento se dispuso una fuerza, con dos piececitas de
montaña para batirlos. Los dragones, arrojadísimos, re­
thazaron la fuerza, y los yankees corrieron como gamos,
a refugiarse en el Colegio de Minería. Lances por el
estilo producen enojo y rencor contra Santa Anna, que
dejó al pueblo agotar su bravura en esfuerzos estériles".
"Con motivo del temblor habido en' estos días, tuve
oc;;isión de ver el espanto que produjo en estas gentes",
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 223

"La casa del Director del Colegio, sefior Tornel,


está convertida en hospital; allí entre otros se cura el
- 1 '
ofici�l que primero plantó en Chapultepec la bandera
americana, y que salió gravemente herido".
"Al sentirse el temblor, sacaron a ese oficial al bal­
cón; allí le tendieron la cama, y allí lo han tenido a los
cuatro vientos, hecho un santo entierro".
"Las ocurrencias que pasan con motivo del idioma,
son muchas; pero yo, por ahora, quiero referirme a una
para cerrar mi carta".
"Estaba yo de charla en la botica d I RelQj, cuando
0

entró a ella un yankee, burdo y jayán, con su cara de sol


y su facha grosera y desgobernada".
"Pidió soda water, y yo, de intruso y de patriota, le
dije al boticario, chanceando: póngale, si puede, polvos
para que reviente; refre�co de estricnina le daría yo, de
mjl amores".
"El yankec bebió su soda, la pagó, limpió sus labios,
v
_ en un castellano pulcro y correcto, como el de Jovellano,
me dijo:
-"¿Por qué quiere usted que me envenenen, caba­
llero? ¿qué mal le he hecho a usted? .. _ . ,
"El buen _boticario, mi amigo, no sé cómo me sacó
ele aquella situación".
"Recibe expresiones, etc."
1
VI

Don Guillermo PriBto.-15


SE FIRMA LA PAZ

Se puede decir que la ciudad de México se precipitó


toda sobre Querétaro, que, al descender de la alta y pe­
dregosa "Cuesta China", se destacaba en el horizonte,
entre empinadas serranías y verdes llanuras. La multitud
era de lo más abigarrada y absurda. Se veían por todas
partes carruajes y caballos; trajes cortesanos, sombri­
llas toldos, sorbetes e implementos de lujo.
Los próceres y los sirvientes iban en la más com­
pleta mescolanza; y se unían a las alegres pizpiretas, las
.J madres de Íamilia, que marchaban agobiadas bajo el
peso del niño que llevaban en brazos, o bien por la
maleta, el plumero, el anafe o la guitarra, con que se
proponían darse momentos de solaz.
Unidos a esta multitud, marchaban igualmente: el
ganado trashumante de mendigos, vendedores de torti­
lla.s, bizcochos y frutas, y grupos de indios que parecían
brotar de todas partes, "dentro de la jarilla, las quiebras
del terreno y las peñas".
El Gobernador, ceremonioso y seco, "con ínfulas
políticas de mayordomo de monjas", proporcionó habi­
taciones para el señor Presidente y sus Ministros, y man­
dó acondicionar locales para oficinas y cuarteles.
La casa de diligencias, que se hallaba entonces per­
fectamente atendida, sirvió de hospedaje a las personas
más distinguidas y acomodadas, como Godoy, Lerdo y
Cardoso.
Algunos otros, por economía o falta de recursos,
ocuparon el Carmen, y entre ellos se encontraba Lacunza,
Comonfprt y Talavera.
1
228 SALVADOR ORTIZ VIDALES 1
Los potentados, corno don Cayetano Rubio, Fün1e-
roa y Sarnaniego, alojaron a sus amigos, y sus pa1acios. l
"que asf podían llamarse sus casas, se declararon en per-
petuo festín, en obsequio de sus huéspedes".
Las fondas y bodegones. puestos de comistrajo y
chimoleras. se multiplicaban en plazas y calles.
Los "pollos" cortes<1nos, fin�iéndose turistas. se
acercaban petulantes, a las asustadizas "pol1itas" ele
Querétaro, provocando Ia ira del rico labriego, o del
fraile. cada vez más molestos con la presencia de aque­
llos libertinos ...
Entretanto, en las plazas y los lugares públicos s<:
ostentaba la más vistosa policromía v variedad en los
trajes: la manta, el cuero y el huij)il, la manteleta,
el sorbete y el sombrero de petate. Y todo esto, entre el
ruido no menos sugestivo "del pito y el tamboril de los
músicos silvestres; la jaranita y e1 bandolón: las vece�
del carcamanero y el inho quejumbroso de las vende­
doras de tamales cernidos".

LOS BANDOS CONTENDIENTES

Por lo que respecta a la política, se formaron dos


grupos igualmente exagerados: los que querían la gue­
rra, y se "sentían paladines de Homero; v los oue 0;1.1erían
la paz, con una suave y dulce conformidad cristiana, que
rayaba �asi en la santidad o en el apostolado.
Entre los que querían la paz, se encontraban La­
cunza y Lafragua, que iban a reforzar sus convicciones,
con suculentos ,e-uisos que snvían en la casa de Víctor
Covarrubias, "persona je de cierta aristocracia, rumboso.
obsequioso y sociable".
En la Casa de Diligencias, se reunían los que que­
rían la guerra. Allí ardían las disputas: al patriotismo
exaltado, se forjaban planes de batalla,· y como en otro
Sin aí. se hacía resplandecer el derecho, entre trl:}enos y
relámpagos.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 229

Otro de los centros de tertuiia. era la casa que ha­


bitaba don Guillermo. Tenía ésta, a la entrada, "un
l'.uartito largo y ,tncho, como caja ele sombrilla; las pa­
redes brillaban por su desnudez y blancura, y el alféizar
de una ventanita sin vidrios, que daba a la calle, hacía
bs veces de sillón de lecturJ.. Circundaban los muros de
la pieza toscas sillas de tule y había un ancho tablón
habilitado de mesa, en donde se encontraban mapas,
papeles, libros y candeleros con bujías apagadas.
Se reunían allí políticos en ciernes: militares cien­
tí riccs, de uniformes raídos y mugrosos y próceres en­
cumbrados y benévolos.
La tertulia era matutina y la presidía el señor Pe­
draza, que hacía rodar su purillo, entre el índice y el
pulgar. Otero asistía con una provisión de bizcochos, que
llevaba en el bolsillo dd pantalón, e Iglesias, cabizbajo,
oía extasiado a Otero, mientras se rascaba con el dedo
rnefíique su cal va precoz.
Alejo B arreiro, con una n1ímica muy expresiva, ima­
ginaba los combates sangrientos. Segura, a quien todos
liamaban l\!layenza, trazaba un plan de batalla en el ala
de un mosquito, y M.anuel Payno zurcía una leyenda fan­
tástica y llena de gracia, Jcerca de un estornudo, del
alarido de un comanche, o del suspiro de una monja
desesperada.
Instalado el señor Peñc1 y Peña, como Presidente,
se reanudaron, bien que de una manera sigilosa, las con­
ferencias de paz. Fueron designados como representantes
de Ivléxico, el señor don Luis Cuevas y el licenciado
Miguel Atristáin, y corno representante de los Estados
Unidos, l\1r. Trist.
Entretanto, en la ciudad de Querétaro proseguía aún
el trajín y movimiento inherente a toda instalación.
Las reuniones patrióticas se sucedían unas a otras,
y se caideaban cada vez más los 2.nimos, entre _los que
querían la paz y entre los que querían la guerra. En
todas partes la miseria soiicitaba arrimó, y la juventud
ardorosa realizaba proezas que escandalizaban a la "santa
230 SALVADOR ORTIZ VIDALES

ciudad", llamada así por sus innumerables y magníficos


templos.

LOS H01VlBRES PROMINENTES


Entre los personajes que figuraron en aquel mo­
mento doloroso de nuestra historia, don Guillermo nos
presenta, con su acostumbrada minuciosidad y gracejo,
toda una galería de retratos, comenzando por el señor
Peña y Peña, del que vuelve a hacer una semblanza,
todavía más acabada de la que ya conocemos:
"Era el señor Peña y Peña -dice- personaje mo­
numental y como la encarnación de la ciencia jurídica".
Su rostro era grave, sus ojos meditabundos, su cutis
blanco y usaba grandes patillas, que acentuaban aún
más su "continente lleno de majestad y compostura".
Su voz era pausada y sus ceremoniosos modales le
habían granjeado el respeto y la "veneración de los
hombres del altar y del trono". Se adhería � la paz,
porque así se lo inspiraba su recta conciencia, y eran
sus consejeros: Pedraza, Lafragua, Lacunza, Riva Pa­
lacio y Rosa.
El círculo en que se hallaba le era extraño; pues su
atmósfera había sido siempre entre abogados y clérigos.
"Sin malicia, sin mundo y sin luz bastante en su
cerebro para afrontar la situación, mantenía el poder
11
como una ascua .
Era extraordinariamente devoto, y su mayor deleih:
consistía en asistir a una canta-misa, o a la toma de
hábitos de una monja.
Nació en Tacuba, en 1789, e hizo sus brillantes estu­
dios en el Seminario, ocupando, desde su juventud,
puestos elevadísimos.
En su vida íntima era el señor Peña y Peña "dulce
y amoroso". Amaba con pasión a los niños, y le encan­
taban sus travesuras, inclusive que se arrojaran con todo
y vestido a la fuente que había en el patio de su casa.
Era, además, muy generoso, y se cuenta que don
Mariano Riva Palacios le debió favores paternales.
DON GUILLERJ\'10 PRIETO Y SU EPOCA 231

En aquellos momentos terribles para la nación, el


personaje más importante era, sin duda, el señor Peña
y Peña, no obstante su poca duración en el poder y el
empeño que se tomaba por 2.celerar su gestión guberna­
tiva, procurando a toda costa la reunión inmediata del
Congreso.
Don Guillermo cita una larga lista de los personajes
que, en su concepto, influyeron más en los aconteci­
mientos de esta época, anotando, después del señor Peña
y Peña, a don Pedro 1\1aría Anaya.
Era éste, dice, alto, anguloso y seco. Tenía el rostro
amarillo, como de pergamino mojado; la cara flácida, la
nariz roma y la boca grande. Era lampi110; sus ojos
negros miraban de un modo penetrante, y todo su ros­
tro expresaba nobleza y sinceridad.
Era serio y callado, y muy pocas veces se le veía reír.
Cuando por alguna causa se conmovía, prorrumpía en
una tosecilla seca, "que sin descomponer su rostro, sonaba
como los acentos de un zorro de cartón".
Nació el general Anaya en Huichapan, en 1795, y
sentó plaza de cadete en 1815, siendo apenas capitán, en
1821, al proclamarse la l ndependencia. Fué designado
para la expedición de Guatemala. Era la personificación
del honor y de la p·robidad, y sus ideas liberales fueron
siempre firmes. Se separó de la carrera militar en las
administraciones de B ustamante y Paredes; firmó el
decreto de "manos muertas", como presidente del Congre­
so, en 1847, y, finalmente, conquistó lauros inmortales en
Churubusco.
Uno de los personajes t,-;mbién muy importantes, en
aquel momento histórico, fué el señor don Mariano [\la­
cedo, a quien todos llamaban cariñosamente, don Maria­
nito.
Era éste, un verdadero dandy, su traje no mostraba
ni una arruga y era el primero en rendir acatamiento a
las damás y a los personajes de distinción. Tenía la tez
morena, usaba una delgada patilla y los cristales de
sus anteojos parecían dulcificar aún más su mirada
profunda.
232 SALVADOR ORTIZ VIDALES

En la tribuna era metódico y templado, y en los


negocios, frío y de c'álculo certero. Creyente cerra_do, casi
todas sus amistades eran con gentes de iglesia.
"El bufete de 1\lace:io, era acreditadísimo, y cuando
figuró en el Congreso, contaba ya con una gran reputa­
ción. Los exaltados lo inculpaban siempre de conserva­
dor; pues, "aunque libe�·al, no seguía nunca ninguna
bandería, ni gustaba de comp:·ometer su independencia",
Formando contraste con este elegante petimetre, don
Guillermo nos presenta a Ponciano Arriaga.
Nació este político en San Luis Potosí, donde hizo / ,
sus estudios y desempeñó cátedras importantes. �
Entusiasta por la l ndependencia y apasionado por
todo lo mexicano, dióse J. conocer en unos toros de afi­
cionados, en que se formaron dos cuadrillas de toreros,
una de españoles y otra de mexicanos. Tanto en los tra­
jes, como en las suertes, se estableció desde luego la
competencia.
Cada toro correspondía a una cuadrilla y el público
se dividió en facciones.
La cuadrilla española, por sus diestros y lo bien
escogido de los bichos, "estaba por las espumas". Y en
lo que respecta a la cuadrilla mexicana, lucía ante todo
por su habilidad, que le hacía merecer a cada momento
el agasajo de las lumbreras.
Así las cosas, tanto españoles como mexicanos, eran
ovacionados constantemente por el público.
Pero hubo un momento en que Ponciano Arriaga,
tratando de colocar unas banderillas, fué acometido
de 1nala manera por un toro mañoso, y, como tratara de
ponerse a salvo, huyendo a la barrera, el público español
profirió en denuestos y silbidos. Ponciano Arriaga, en­
tonces, se volvió fuertemente indignado contra el toro,
golpeándole con las banderillas, y, arremetiendo contra
d, con tal denuedo, que el toro corrió asustado, en medio
del asombro del público, que aplaudía frenéticamente y
,·itoreaba a México.
Esta circunstancia dió tal popularidad a Ponciano
Arriaga, que tuvo desde entonces una gran clientela entre
DON GUiLLERi\lO PRIETO Y SU EPOCA 233

la gente pobre, a L1 ciue siempre. servía con gran canno


y ele manera completamente gratuita.
Al estallar en 1833 la revolución de ·'Religión y
Fueros", Ponciano Aniaga fundó un .periódico vehemen­
tísimo, siendo todavía estudiante, y esta publicación
se hizo aún más incendiaria, cuando Arista se hallaba
en Guanajuato, prevenido contra las iras de Santa Anna.
Alguién elijo entonces a Arriaga que estas bravatas no
las tendría, sin duda, frente a los cañones de Guanajuato.
Y éste, por toda respuesta, se alistó en la Gl:ardia Na­
cional, y marchó_ a aquella población; y en lo más enco­
nado del combate "de la toma de esta ciudad, luchando
temerario, gritó desde una trinchera: Díganle a Arista
que aquí está· Ponciano Arriaga, el ele las brava tas del
periódico". Arista supo este rasgo de Aniaga, a quien
no conocía, y desde entonces tuvo por él una profunda
estimación.
Ponciano Arriaga era alto, flaco, de ojos pequeños
y con el rostro picado de viruelas. Tenía la barba esca­
sa y su cabello ralo dejaba ver en muchas partes su
calva reluciente.
Era en extremo nervioso. Subía a la tribuna des­
garbado y vacilante; n1as poco a poco su voz se aclaraba;
su cabeza se erguía y acababa al fin por apoderarse del
auditorio. Procedía en su discurso, "corno por explosiones
y pausas", y eran sus conceptos tan enérgicos y contun­
dentes, que, como el ariete a cada golpe, "parecían de­
rribar con estrépito los muros en que se p·ertrechaba el
enemigo.
l'llas, tratándose de sus amigos, "era condescendiente
y humilde", alegraba las tertulias, animaba los bailes, y
convocaba a los pobres para hacerles fiestas en su casa.
En Querétaro, juntamente con Gabino Bustamante
y Pradel, redactaba el periódico que pedía la guerra.
En lo que se refiere a la semblanza del licencia­
do don Manuel Doblado, don Guillermo se muestra aún
más explícito, y empieza por describirnos el pueblo en
que nació y pasó su� primeros años este ilustre político.
f
234 SALVADOR ORTIZ \/!DALES

Al pie de una alta loma, dice, hay un pueblecito


"juguetón y contento". Pasa cerca de él un río de turbias
1
aguas, y tiene numerosos manantiales. La torre de la igle­
sia "parece como si estirara el cuello para ver la llanura"
y en torno de sus muros se 8montonan las casitas humil­
des de puerta y ventana, con el frente cubierto de pie­
dras menuditas.
Se ven por todas partes trozos de banquetas, que
anuncian las casas de las gentes acomodadas, y algunos
faroles de vidrios verdes y empolvados, "que más seme­
jan cárceles que asilos de la luz".
En las solitarias calles se miran transeúntes de cal..:
zón blanco; arrieros y mayordomos, sobre caballos flacos
de cuellos alargados, o bien, un señorito sobre un "cuaco
brioso y relancista". Sin que falte por las fiestas del
Corpus o de San Juan, un coche de camino, con su co­
rrespondiente remuda, la in�peclimenta de colchones y
envoltorios, y "las criadas, debajo de la caja, en la hama­
ca, sacando las c·abezas, como del nido, las golondrinas".
Y fué aquí,· en este teatro, cuando en. el año del
Señor de l 833, galleaba un chicuelo pobrísimo; pero de
honrada familia, tan ágil para correr, como listo en la
riña. Era siempre el primero en la escuela; relataba, como
ninguno, la vida y milagros de Pedro de Urdimalas, y
servía de monaguillo en la Parroquia, con el beneplácito
de las ancianas, sobre todo cuando oficiaba en el via­
crucis o el rosario.
Por aquella época, pasaba en su visita pastoral por
este pueblo -San Pedro Piedra Gorda- Su Ilustrísima,
el señor Obispo don Juan Cayetano de Portugal. Al pre­
sentarle al joven Doblado como un- prodigio de talento
y aplicación, ·hablóle el señor Portugal: le hizo algunas
preguntas sobre sus estudios; le dió algunas monedas, y
acabó diciéndole: "Yo te bendigo, en el nombre del° Pa­
dre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tu serás uno de los
hombres más eminentes de mi Patria".
Aquella profecía elevó grandemente la reputación
de Doblado, y cuando se trató de pensionar al niño más
aplicado de la localidad, para los estudios superiores, en
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 235

el primero que se pensó fué en Doblado. Y un día, el


joven., jinete sobre "un rocinante tísico y averiado de
las patas .Y del lomo", dejó el hogar paterno, en medio
de _las bendiciones y las lágrimas de sus parientes y
amigos.
Bien pronto ocupó el primer lugar en la cátedra, y
se distinguió, tanto por sus estudios, como por la facundia
de sus juegos y travesuras; su complicidad en los rabi­
llos de la despensa; por uno que otro amorío, y, sobre
todo, por su ambición, su audacia y su reserva.
No obstante, su pobreza era excesiva, y aunque des­
pejado y enormemente listo, "no le hallaba punta a la
hebra del socorro de sus necesidades".
Mas sucedió, que una dama muy elegante y pulcra,
prendada de las cualidades del chico, sobre todo en lo
que se refería a sus méritos de hábil narrador, en que
era ciertamente un prodigio, se hizo cargo de su educa­
ción, y lo llevó consigo a su casa, destinándole un de­
partamento confortable, "con estantes de libros, y todo
lo que es viable imaginar, para comodidad y bienestar
de un joven".
-"Esta es la casa de usted -le dijo- aquí vivirá;
J.quí concluirá su carrera y encontrará una madre".
Desde entonces Doblado pasó o formar parte de
una opulenta familia y profesó toda su vida un gran
cariño y reverencia para su generosa protectora.
Doblado era rubio y de ojos azules muy pequeños,
pero vivísimos. Su boca era regular y de labios delgados.
Su cuerpo mediano, ágil y bien proporcionado. Vestía
siempre de una manera pulcra y elegante y tenía hábitos
ele gran señor.
Cuando fué al Congreso de Querétaro, contaba
treinta años de edad.

EL SALON DEL CONGRESO


El salón del Congreso que s-e reunió en Querétaro,
dice don Guillermo, estaba situado en el edificio llamado
de la Academia, que veía a un costado del templo de
San 'Francisco.
r

S..\L.VADOR ORTIZ VI DALES

El salón era propiamente un galerón o\·alado, con


el techo de piedra y el piso de losas.
En el fondo había una ventanita que tenía una reja
de hierro. "Contra la pared, descendiendo al suelo, había
después de un amplio tránsito que recorría la mitad del
óvalo, una tosca gradería de cal y canto en que se colo­
caron sillas para los diputados" .
.. . ·'En el centro de la gradería sup.;rior, se colocó el
dosei, y la mesa para el Presidente y los Secretarios que
tenían al frente un Santo Cristo, con un enorme tintero
de plata al pie de la cruz".
...·'Bajo el dosel, se veía el busto del señor J imén::'.z
Calderón, con los ojos saltones e inyectados".
En la fila de la izquierda, en primer término, se
encontraba Doblado, barbilampifío, con el pelo gris y
la nariz apericada. Frente a él, se veía a Elguero con su
rostro chupado y excesivamente blanco, sus ojos hermosos
y su dentadura nítidamente blanca. En otra parte, se
encontraba el .Padre Martín, Obispo, con su sotana mo­
rada; delgado de cuerpo; con anteojos y rostro monjil
amarillento y enfermizo. Y no muy lejos, aparecía don
José 1\tlaría Cuevas, hundido en el cuello de la camisa;
con la mano apoyada en la mejilla, y sus anteojos ver­
des, que parecían aislarlo del mundo. Permanecía en la
sesión silencioso y cabizbajo, dejando ver con10 una
coronilla sacerdotal, la calva reluciente. Ñluy cerca, se
encontraba M icholterena, ostentando su cabellera pa­
chona, como un duque de comedia de capa y espada.
Finísimo y adamado, era no obstante, de un valor teme­
rario, y esto ie le reconocía por la indolencia con que
hablaba de los grandes peligros. Parecía divagar cons­
tantemente en su monomanía de mirar al cielo, y era
la astronomía su pasión favorita.
"No correspondía con su natural Yiolento, su modo
de hablar pomposo y retumbante".
-"¿ De qué será bueno un monümento para Hidal­
go?" -le preguntaba alguien.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 237

. -"De mármol duradero o de bronce eterno ·-res­


pondía con la mayor naturalidad-.. com8 hubiera ha­
blado un cocinero acerca de la confección de un guiso".
Tenía tal pasión por 1a 1ectura, que en lo más reñido
de la batalla de La Angostura, acostado en su catre leía
un libro, y no lo dejó sino hasta concluir un capítulo,
cuando se haIIaba. envuelto casi poT e1 enemigo.
Como no había salón de desahogo. ni cosa que se
le pareciera, los diputados desc:msaban cic pie contra las
paredes, y allf eran sus convE:Laciones. consultas y alter­
cados.

LA JUNTA PRELIMINAR DE LOS


GOBERNADORES

Con el ob_ieto de decidir si se votaba por 1a guerrn


o la paz, el señor PeñJ. y Peña había convocado a una
.Junta a los Gob-:rnadores de 1os Estados. Presidía es­
ta Junta uno de los l\1inistros. y fungían como Secretarios,
Zarco y don Guillermo Prieto.
La mayor parte de los Gobernadores no pudo
concurrir, y mandaron sus representantes. Entre éstos
figuraban Ocampo, que había sido designado por Mi­
choacán, ·Adame, por San Luis Potosí, etc.
Los elementos de que podían disponer los Estados,
eran verdaderamente exiguos. Pues toda la República
sufría a consecuencia de la guerra: las rentas apenas
oodían · cubrir las necesidades más imperiosas; el comercio
estaba paralizado; los c2mpos· abandonados y los caminos
desiertos.
"No obstante, Guanajuato, Michoacán. San Luis y
otros Estados, manifestaron que se esforzarían, soste­
niendo la conveniencia de la guerra, "a pesar" de los gran­
des sacrificios que esto reportara".
Tocó el turno de hablar al Gobernador de Querétaro,
persona de grandes polendas y que era una especie de
oráculo del alto clero queretano. Era el señor IV1esa. pues
así. se apellidaba este .Mandatario, "flaco y enhiesto, co­
mo formado de un tablón".
238 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Usaba corbata blanca y llevaba en la mano un


grueso bastón con puño de oro. Sorbía constantemente
rapé que tomaba de una caja de oro y hablaba en tono
pausado y campanudo, mostrando en sus frases mucha
ceremonia y circunspección.
Comenzó su discurso el señor Mesa con un informe
estadístico, "lleno de primores, en que se escapaban ver­
daderos chistes, dichos con la mayor formalidad". Y
concluyó ofreciendo sus preces por el acuerdo del Gobier­
no, cosa que no podía por cierto inventariarse, según
dijo Zarco, en el material de guerra.
l\1as sea que el mismo Mesa no quedase del todo
satisfecho con su contingente de preces, o que realizase
un acto de reflexión, poco común en él, lo cierto es que
agregó lo siguiente:
-"Podía ofrecer igualmente a la Junta una hermo­
sa pieza de artillería, que no dudo sería utilísima. Pero
es el caso, que se tuvo que cargar con piedras hace tiempo.
y le quedó la boca un si es no es ladeada, de suerte que
tira a la derecha y de fijo pega la bala en la izquierda".
"Aquella explicación ridícula indignó profunda­
mente a Ocampo", que sin poderse contener, dijo a don
Guillermo.
-"Anote usted, señor Secretario, que el Estado de
Querétaro contribuye para la guerra, con la carabina
de Ambrosio".
Como era natural, la Junta se disolvió a poco, sin
éxito alguno, y colaboró únicamente, para los alegatos
de los que proponían la paz.

LOS AGIOTISTAS Y LOS TRAGABALAS

Entre los contrarios a la guerra "estaban muchos


ricos agiotistas que lamentaban la pérdida de sus como­
didades, el teatro, el paseo y los halagos de su posición".
Estos pintaban a los mexicanos ruines y sin crédito,
impotentes y cobardes, y, en cambio, "a los yankees,
les suponían manazas como de gigantes; bocas en que
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 239

desaparecía medio ·toro, como una soleta, y pujanza her­


cúlea y sobrenatural".
"No es posible, decían, esa lucha sería una teme-
ridad".
Por el contrario, los que querían la guerra, imagi­
naban innúmeros recursos, y traían constantemente a re­
lucir la pérdida enorme que habíamos sufrido, al ser
despojados de más de la mitad de nuestro territorio. A
éstos se unían los tragabalas, los 111.atasiete, los espada­
chines y fanfarrones, y cada centro de estas gentes, era
un verdadero campo de Agramante.

SE ABREN LAS SESIONES

Por fin, el Congreso abrió sus sesion·es, en medio ele


un silencio solemne y religioso.
La mitad del salón estaba ocupada por los diputa­
dos, y el resto por la multitud que llegaba hasta la
puerta. "Los hombres aparecían con la. cabeza descu­
bierta y atentos como en misa",
Don Hilario Elguero y don José i\1aría Cuevas, fue­
ron los oradores que más se distinguieron en aquella
ocasión.
El licenciado Elguero se hallaba enfermo por aque­
llos días, y abordó la tribuna todo encogido, "y con la
mano puesta sobre el estómago, que era el órgano de
que aquejaba".
El metal de su voz era dulcísimo. y a medida que
hablaba, su fisonomía se coloreaba ligeramente, y sus
hermosos ojos, llenos de expresión, parecían realzar y
embellecer aún más, su pensamiento.
El tribuno era un tanto enfático, y trataba de dar
a sus discursos, un cierto sabor ciceroneano, tal vez para
ufanar de su conocimie·nto de los clásicos latinos; "pero
sus imágenes eran resplandecientes y de gran originali­
dad".
"Cada párrafo, cada inflexión de su voz, afectaba
vivamente al auditorio, que le escuchaba estremecido y
240 SALVADOR ORTIZ VIDALES

anhelante. y cuando el orador pintó a la Patria de r�di­


llas, ante· los despojos de sus glorías y de. sus hijos, "pa­
recía que gemía el aire, y que lloraban los muros de
la Cámara. o era una elocuencia arrebatada, ni tam­
poco una debilidad femenil, era el sentimiento sincero
del patriotismo sensible, de grande corazón y bondad,
pero extra\'iado tal vez por la alucinación del poder
de los enemigos".
En ao iella ocasión. don Tasé 1\1aría Cuevas, que siem�
pre se hab{a declarado por · 1::i. guerra, se encontraba en­
fermo y en cama; pero no obstante, por medio de un
enviado, suplicó a1 Presidente que se le concediese la
palabra, para hablar en contra de la paz. protestando
eme asistiría. cuando llegase su turno.
l �

EL ).lOME>JTO SOLEMNE

Al expirar b tarde, la sesión tocaba a su fin. El


salón se halbhJ casi sumergido en la sombra. Las bu­
jías erZLn insuficientes, y las disposiciones del local poco
ádecuadzts p�ra una iluminación conveniente. Los ros­
tros de los diputados parecían "como exhumándose del
abismo de las tinieblas", quedando el resto de sus cuer­
pos sumerido en la sombra. Entretanto la multitud que
llenaba la mitad del salón, v llegaba hasta la calle, per­
manecía esr,ectante. en medio de un profundo silencio.
De pronto, se escuchó un leve ruido; se abrió una
valla entre ]a multitud. y se dió el paso a una camilla,
en que venía un hombre :icostado y envuelto en una
capa. Su cabeza. como de bronce, de pelo un tanto ralo
y frente angosta, se incorporó lentamente, y apareció
ante el p{1blico un rostro demacrado, cuya excesiva pa­
lidez hadzi resaltar más, unos anteojos de cristales obs­
curos.
Era el señor licenciado don José María Cuevas.
En medio de un silencio sepulcral comenzó el ora­
dor su discurso, y cada v�z más fué animándose y ro­
busteciéndose. "hasta estallar en un desbordamiento de
. ..

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 241

ideas, y en una tempestad magnífica de conceptos su-


bll·mes" . .,· ... '. -�·. '..i..:: : ·
...
,':".

Aquel hombre, que parecía un Íantasma, tenía Yer­


daderamente subyugado al auditorio.
"La Cámara escuchó primero atenta, después asom­
brada, y, por último, casi enloquecida. Los diputados de­
jaron sus asientos y rodearon al orador que, cada vez
más emocionado, "recorría toda la inmensa gama de los
sentimientos", mostrándose, a veces. persuasivo, luego
terrible, o bien, quejumbroso y doliente, con la desola­
ción del mismo desamparo ...
"Los diputados, pálidos; con los ojos brillantes por
las lágrimas, y "los labios entreabiertos y ansiosos",
escuchaban extasiados, como si obedecieran a una evoca­
ción mágica. Y cuando concluyó de hablar el orador, y
se dejó caer casi exánime sobre la camilla, todos le ro­
dearon solícitos; lo colmaron de innúmeros cuidados, y
Ie subieron tiernamente el embozo. como si se tratase de
"un sér de cristal", o un niño enfermo.
Después todos se disputaron el honor de llevarlo
en hombros, y sin saber cómo, se organizó una procesión
de cirios y hachones, que acompañó al orador hasta su
casa.

TRES PRESIDENTES EFIMEROS


Aprobados los tratados ele paz. dejó la presidencia
don l\1anuel de la Peña y Peña, y lo substituyó don José
Joaquín Herrera ,. que se trasladó a 1\1 ixcoac, en tanto
las tropas americanas evacuaban la ciudad de México.
l\t1as apenas había iniciado el señor Herrera su gobierno,
estalló un pronunciamiento. En él figuraban varios ofi­
ciales jóvenes que pertenecían a distinguidas familias, y
que, ya desde Qu�rétaro, habían resuelto, "llenos de eu­
femismo patriótico, pronunciarse por la continuación de
la guerra, que había proclamado el general Paredes tH1
Aguascalientes''.
Don Guillermo Prieto.-16
241 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Entre los jóvenes oficiales figuraba el capitán don


José María Negrete, hijo de una familia rica y. honora­
ble de Guadalajara.
El padre de Negrete hubiera querido dedicar a su
hijo al comercio, pero el ánimo exaltado del joven y
su amor por la independencia, le hacían muy poco ade­
cuado para ,el tranquilo oficio de tendero.
Después de los tratados de paz. lo primero que hizo
el capitán Negrete ·fué pedir al Gobierno una licencia
absoluta e ilimitada, y se di rigió a Aguascalientes en
busca del general Paredes. Allí comprometió a la causa
rebelde al Gobernador, el señor don Felipe Cosío. v des­
pués, con no menos de cien hombres, se dirigió a Lagos.
y en compañ fa del padre Jara uta, asaltó el cuartel y se
apoderó de la plaza.
El general Paredes había publicado su plan, pro­
clamando la guerra. y había comprometido en la rebe­
lión al licenciado Doblado.
En vista de lo a1arm:-rnte de estos m:=)Vimientos, el
Gobierno envió al general l\1 ifíón para que batiera a
los rebeldes.
lVlartínez Negrete se encontraba en la plaza de La­
gos, cuando le dieron la noticia de que Miñón se acer­
caba al frente de cuatrocientos hombres. con caballería
y artillería.
No se inmutó Negrete. a pes:1.r ele contar con sólo
cien individuos de tropa y se aprestó a la defensa.
I\1iñón le intimó a que se rindiera. mas Negrete se
rehusó soberbio. igual que si contara con un gran ejér­
cito.
Se entabló el combate, y como a Miñón se le des­
muñonara la mejor de sus piezas de artillería, bien
pronto perdió la ventaja sobre su enemigo, y Negrete rom­
pió el sitio saliendo casi en triunfo.
Después de varias peripecias, que don Guillermo no
recuerda, Doblado fué proclamado Gobernador de Gua­
najuato, y al ser ;ttacado por Bustamante, a quien el
Gobierno había mandado en su contra. el pueblo· le
DON GUILLERivlO PRIETO Y SU EPOCA 243

auxilió, al grado de que pudo resistir por veintidó� días


el sitio.
La lucha fué terrible. v allí acreditó Doblado, una
vez más, su energía, su tal�nto y su enorme valor.
Pero lo más reñido del combate fué en ei Cerro
Trozado, y en el de la Gritería. El primero defendido
por IV1artínez Negrete y el segundo, por el Padre Ja­
rauta, que después de haberse defendido con gran va­
lor, f ué hecho prisionero, y luegc -fusiiado en la mina
de La Valenciana.
He aquí lo que nos dice don Guillermo de este ex­
traño cabecilla:

EL PADRE JARAUTA

J arauta había nacido en Aragón y allí hizo sus


estudios de filosofía y humanidades. fi'i ás tarde, aban­
donó los libros y se lanzó al campo con Cabrera, que
encarnaba para él su más caro ideal.
Concurrió con este general a_ varios combates, hasta
que fué derrotado por Espartero. J arauta entonces dejó
su país, y fué a radicarse en La Habana, "donde el día
menos pensado, y como por ensalmo, resultó figurando
como corista de un te2.tro", en el que no permaneció
mucho tiempo; pu_es "desde el primer momento de su
nueva carrera, mostró disposiciones tan diabólicas, y
tal fertilidad en gallos y desentonos, que tuvo que aban­
donar el ,arte divino, aunque estaba en la chilla más
espan t osa,
Entre la sociedad que frecuentaba este extraño per­
sonaje, no falt2ban, como era natural, "los beatos mun­
danos", y muchos individuos a:Jreciabilísimos en el mun­
do del hampa, quienes, recordando los estudios de J a­
r2.iita, y su habilidad en el Afu:-a /1/Jusac_. le alentaron
para el sacerdocio. Jara uta entonces, "en menos que
canta un gaJlo, vistió sotana; se abrió corona y cantó
misa, , deiando como sordos en concierto. a cuantos J.e
conoc1an "
244 SALVADOR ORTIZ VIDALES
n
l
"A dos dedos de la gloria eterna", y con el espíritu
emprendedor que le caracteriz3 ba, atrapó al vuelo un 1
curato en un pueblecito del Estado de Veracruz. "Y des­
de los Santos Padres -dice don Guillermo-. hasta las
ánimas benditas, se desternillaron de risa, a la vista de
aquel sien·o singular de Nuestro Señor".
"En lo más fervoroso del· ejercicio de su ministerio,
se le atravesó en su camino un yankee. poco resnetuo­
so: hubo su altercado, y por vía de caridad evangélica.
_Tarauta voló la tapa de los sesos al hijo de Guillermo
Peen".
Esto dió motivo a que desapareciera por algún tiem­
po. hasta a lle le denunciaron su<; hazañas, como guerri-
llero en el E�:tado de Veracruz. Entonces solicitó la pro-
teccón del señor don Cayetano Rubio, quien se la negó
seguramente u ara no tener contacto con el guerrillero. Y
e�to fué motivo para aue .T arauta Je orofesara un 0din
tPrrible y iurara matarlo en 1a primera oportunidad.
Co<;a aue seP-nramente h11hierct hecho. � no ser fu5ilado.
como ya lo diie. en la mina de Ln Valenciana. Con este
triunfo sobre lo<; rebeldes. el Gobierno se robusteció en
parte, y se pudieron verific:u r,acíficamente las eleccio-
nes para la Presidencia de b República. en las que fi-
guraron Almonte y el general don l\1ariano Arista".
No habiendo tenido ninguno de los dos candidato5
mayoría absoluta, el Congreso designó para Presidente
al 2·eneréll Arista, "haciendo la designación del mando
el señor Herrera, con noble y sencilla grandeza''.

EL GENERAL D. NlARIANO ARISTA


El señor Arista, con una asiduidad y sentido admi­
rables, se dedicó desde luego a reorganizar los ramos
de la administración. .... w

"Las costumbres de Arista, en la presidencia -nos


dice don Gui_Ilermo-, eran constantes y monótonas, y co­
mo reglamentadas al toque militar". Se levantaba al
DO:--� Glil LLERi\.10 PR! ETO \ SU EPOC.-\ 245

amanecer, se afeitaba, se peinaba muy cuidadosamente


e1 cabello rojo y azafranado que llevaba siempre sobre
la frente, y se aseaba en extremo, mas sin perder por
esto su aspecto varonil. Amante de - la con1odidad, des­
preciaba la moda, y gustaba de la ropa holgada, ya
vistiera Je paisano o de militar.
I::n toda época. a las seis CÍE: la mañana, ya estaba
vestido, como para una visita de etiqueta, y se ponía
desde luego al trabajo, en compañía del señor 1-' arcto,
empleado -expertís1mo de la -1 esorería General, y del
sehor Zambnmo, infatigable en materia _de números.
Tenía el presidente letra pésima; dejaba t1 veces
las palabras truncas; pero era extraordinariamente n­
guro::;o ei1 la puntuacion, y procuraba siempre presentar
su pensamiento con toda claridad.
l:,n la vida íntima era el señor Arista dulce y su­
frido. Gustaba de ías flon. �, y cuidaba personalmente de
un canana que tenía en �u recámara, ··cuya jaula ador­
naba con ho¡as de lechuga, limpiando los trast111os del
alpiste y el agua".
Era muy hábil en la esgrima y el tiro al blanco;
pero donde sobresalía, sobre toda ponderación, era en
ei manejo de la lanza; pues tenia una arrogante figura
y era un diestro jinete.
En las conversaciones era reservado; pero escucha­
ba con suma atención, y gustaba de que la charla fuese
animada y franca.
Le complacían fos cuentos intencionados. Y, así,
contaba de un ayudante de "turbio entendimiento, a
quien pidió una noche, en campaña, fuera a explorar el
campo, para que le dijese, qué era algo que se veía a
lo lejos. El ayudante salió diligente; tardó largo tiempo,
y voívió satisfecho y ufano, diciéndole: "1Vli General, lo
he visto todo, y un a de estas tres cosas ha de ser: un
tronco, un comanche o un fraile mercedario". Con io
que quedé, decía Arista, con el convencimiento exacto
de lo que había visto mi ayudante.
De la misma manera le impresionaban hondamen­
te las anécdotas y los hecho� notables.

I
ytj
1

246 SALVADOR ORTIZ VIDALES

De sus episodios en camp2.ña contab� don Manuel


Payno, que en la acción de Santa Rita de Morelos, a
la hora de una carga terribk, el oficial que mandaba,
las tropas, llamado Aznar, se hallaba intensamente pá­
lido.
Y como notara ésto Arista, le gritó:
-" i Señor Oficial, usted lleva miedo!,_.
El Oficial sigue avanzando; pero cada vez más pá-•
lido.
El general Arista, vuelve a repetir:
-"¡Señor Oficial, usted lleva miedo!"
Y al fin, éste con testa:
-"Si, señor, llevo miedo; mas usted, con la mitad
del que a mí me sobrecoge, ya habría corrido".
. "Arista vió en esta respuesta el triunfo del honor,
y desde entonces Aznar fué su amigo favorito.
Como Presidente, el general Arista tenía por norma
no pensar en nuevos impuestos, sin haber establecido
antes la más estricta economía. Se dedicó, pues, inme­
diatamente, a la revisión de los gastos de guerra, en
que abundaban los -abusos, tratando de remediar estos
males, subs�ituyendo a los habilitados por los pagado­
res, con lo cual se abolió el comercio, los préstamos y
empeños de los jefes con sus subalternos.
Desgraciadamente estas medidas y otras tendientes
a la moralización a la hacienda pública, sólo trajeron al
general Arista grandes dificultades con el ejército ·y con
el partido conservador, en que se encontraban varios
agiotistas, que, aprovechando el desconcierto, medraban
a costa de negocios más o menos sucios.
. De sus gestiones como Ministro de Hacienda en el
Gobierno del general Arista, don Guillermo nos dice
lo siguiente:
"Hacía algunos años me había dedicado al estu­
dio de la Economía Política, teniendo por maestro al
señor doctor Gálvez, muy entendido en la materia. Pero
este estudio se veía como el de la magia, y casi nadie lo
tomaba en serio".
DON GUl LLERJvlO PR! ETO \' SU EPOCA
J
247

Don Guillermo había leído detenidamente a Smith y


S:ay, y su práctica en lo conserniente a la Aduana _y a
la Dirección de Rentas, le hacían creer en su competen­
cia en asuntos hacendarios. Pero más que el conoci­
miento de la propia suficiencia, atraían a don Guiilermo,
según dice, "el relumbrón del título", muy apropiado
para deslumbrar a sus amigos, y al mismo tiempo, el
deseo un poco ingenuo, '·de· desenmascarar pícaros y
corregir inv�terados abusos", ...
Aceptó, pues, sin fingida modestia el l\linisterio, y
su prünera preocupación .. fué aclarar con el señor A.ris­
ta, "hasta qué punto veía peligrosa la situación, y hasta
dónde era capaz de afrontarla". Lo que no era por cierto,
muy sencillo, debido al estado ruinoso de la hacienda,
. y a la influencia que sobre Arista tenían algunos hom­
bres prominentes del partido conservador. Cosa que, co­
mo es natural, desconcertaba a sus amigos, y que el
Presidente explicaba por el respeto casi sagrado que
tenía a la libertad de pensamiento.
Los conservadores, por su parte, aprovechaban as­
tutamente esta ecuanimidad del señor Arista, intrigando
y atacando fuertemente al Gobierno en '-El Universal",
que se decía redactado por el padre Nájera, Alarnán y
otros. En este periódico se injuriaba a la Independen­
cia y a sus héroes, y se despertaba la odiosidad del pue­
blo, por medio de las calumnias rnás infames.
El señor · Arista era, sobre todo, el blanco de los
tiros del partido conservador, y para desprestigiarlo, no
se respetaba ni su vida privada, ni sus actos más ín­
timos,

ESTALLA UN PRONUNCIAMIENTO
EN GUADAL.AJARA
Por esta época ( 185.2) estalló un pronunciamiento
en Guadalajara, encabezado por el sombrerero Blancarte
(José María), quien, acompañado de varios hombres de­
cididos, se· apoderó del Palacio de Gobierno, y destituyó
SALVADOR ORTIZ VI DALES

.11 Gobernador, don Jesús· López Portillo. Esta asonada,


que supo aprovechar el partido conservador, tuvo rami­
ficaciones en varios lugares de la República, y la caída
del Gobierno se hizo inevitable.
La revolución tocaba a las puertas de la ciudad, y
en la Cámara se tramaban intrigas y se lanzaban terri­
bles anatemas en contra del Gobierno.
Todos los íntimos instaban al señor Arista para
que diera un golpe de Estado, y el mismo_ don Guillermo
le dijo:
-"Señor, n1ás vale ahogarse en un lago de san­
gre, que no en un charco de inmundicias".
Pero el señor Arista había tomado su resolución, e
hizo su renuncia, entregando el mando al licenciado
don Juan B. Ceballos, Presidente de la Suprema Cone
de Justicia.

EL GE1 ERAL JUAN B. CEBALLOS


�_;_.
Ceballos era un hombre de mediana estatura, del­
gado, blanco y de ojos negros e inteligentes. Sus moda­
les eran caballerosos, y tenía una bien cimentada edu­
cación.
Era nativo del Estado de Nlichoacán, y en su voz
había un cierto dejo de acento campesino y foráneo.
"Profesaba ideas netamente n1oderadas, y sus amis­
tades eran del círculo de Pedraza y Otero".
Ceballos padecía una enfermedad del hígado, y esto
lo hacía exas"Jerarse a veces, por la más leve contradic­
ción. Entone :s era extraordinariamente terco y procedía,
"más por la irritación del enfermo, que por las convic­
ciones del hombre de juicio".
Al siguiente día de la toma de posesión, Arriaga y
don Guillermo Prieto se dirigieron a la casa del señor
Ceballos, para informarle de importantes asuntos.
Ceballos estaba en aquel momento vistiéndose, y
seguramente acababa de sufrir un ataque del hígado;
- pues los recibió de pésimo talante. Arriaga expuso el
-. .

DON GUlLLERi\110 PRIETO Y SU EPOCA 2ASJ

objeto de la visita, y Ceballos contestó con la mayor


rudeza:
-"Ya todo eso me lo sé".
Entonces dijo Aniaga:
-"Yo creía que sólo los fatuos se suponían con
ciencia infusa".
Y los visitantes salieron llenos de indignación.
"Ceballos -dice don Guillermo- perdió la brújula
por hacer papel de tragicomedia en el poder, y avanzaba
y retrocedía con furia, como quien anda quemándose
los pies".
Este proceder inconsecuente, y el anuncio de la lle­
gada de �-,anta Anna, con quien todos querían congra­
tularse, crearon para el señor Ceballos una atmóst'era
terrible en ambas Cámaras, que comenzaron a poner tra­
bas al Gobierno, por lo cual el señor Ceballos, que, como
ya he dicho, era de humor atrabiliario, las mandó ·di­
solver militarmente
Esto, sin embargo, no hizo n1ás que precipitar su
caída, pues "la guarnición estaba visiblemente adherida
al Plan de Jalisco". Por otra parte, "los partidos se di­
vidían y subdividían en varias facciones, según sus in­
tereses, en medio de la multitud inquieta y tumultuosa,
que sin saber de lo que se trataba, sólo aspiraba al es­
cándalo y al desorden. En estas circunstancias surgió el
general don Manuel María Lombardini, primero, como
Jefe de las fuerzas de la capital, y finalmente: como Pre­
sidente de la República, mientras se llamaba al general
Santa Anna, residente entonces en Turbaco.
El señor Lombardini, aunque de familia muy dis­
tinguida, se hizo conocer, sobre todo, por su parentesco
político con el general Valencia, quien lo favoreció en
su carrera, colocándolo en importantes puestos. "Fiel
con su amigo y favorecedor, y cumplido militar, gozaba
de las generales simpatías, y abría la puerta del favor
a todas las personas", principalmente a las menestero­
sas, pnes tenía un excelente corazón.
'

250 S.t\LVADOR ORT!Z VI DALES

Era '·rechoncho de cuerpo, de voz ronca y estentó­


rea", y por su andar descompasado y soberbio, parecía
a algunos el original de Bum Bum de la Gran Duquesa;
mas acercándose a él, y tratándole íntimamente, se veía
que era "un hombre de muy buena educación,. carita­
tivo, obsequioso e incapaz de hacer mal a nadie'·'.
"Entretanto varios conservadores, con don Lucas
Alamán a la cabeza, se habían puesto en contacto con
Santa Anna", y empezaron a agolparse en torno de esta
elección, los agiotistas, los clérigos conspiradores de la
política y los ladrones "que habían vestido con el traje
del negoc_io y del servicio, el robo y la desvergüenza".
"Alamán, con perspicacia sutil, había enviado al en­
cuentro de Santa Anna a don Antonio Haro, quien le
llevó de parte de él una especie de carta programa para
su gobierno. En ella se aniquilaban las instituciones po­
pulares, se centralizaba el poder, se exaltaba al clero, se
daba una gran preponderancia al ejército, y, en una pa­
labra, se ponía todo en las manos del dictador, con lo
que se atropeyaban todas las libertades y derechos del
hombre, y se colocaba al país en peor estado, que en
los tiempos de la Colonia y los Virreyes.
1
LA VUELTA DE SANTA ANNA

La recepción de Santa Anna en Veracruz, fué es­


tupenda, y como si se tratara de un soberano, los Esta­
dos mandaron sus embajadores y todos se esforzaron
por colmar de al?banzas y ensalzar las glorias del hé­
roe de Tampico.
Hubo, sin embargo, en esta recepción, una nota dis­
cordante.
Y ésta la dió el licenciado don Joaquín Ruiz, repre­
sentante de la ciudad levítica de Puebla que, aunque
liberal, merecía una alta consideración del clero por sus
creencias y prácticas cristianas.
Ello fué, que cuando Santa Anna se hallaba "en el
estrépito de la recepción, en el gran salón en que flota­
ban los cortinajes y brillaban los colosales espejos, entre
el remolino de banderas, estandartes y entorchados", se
acercó hasta él un hombrecillo de talla menos que me­
diana, de color trigueño, encogido de movimientos y de
aspecto vulgar de tinterillo de pueblo.
Santa Anna lo vió con menosprecio, lo mismo que
a sus ayudantes y a los próceres que lo rodeaban.
-"Esta pompa, señor -dijo entonces aquel hom­
brecito-, este exagerado entusiasmo que os rodea, es la
irrisión de la verdad. La nación no_ cree, ni puede tener
esperanza en vos, que la habéis sacrificado siempre a
h ambición y al capricho·".
"A estas palabras Santa Anna �e volvió iracundo;.
mas reprimiéndose. le mandó continuar".
-"V. E. --continuó el orador-, viene de la mano
ciel partido enemigo de ]a Independencia, enemigo del
251 S:\LVADOR ORTIZ VIDALES

p togreso del país; órgano de las clases privilegjadas; la­


drón de los intereses del pueblo, y a V. E. 1e creen un
maniquí a quien hace sumiso la ambición de mando".
"Santa Anna, dijo medias palabras, y se mostró fu­
rioso contra Ruiz; mas éste impasible, siguió diciendo:
-"Yo be sido enviado nara decir a V. E. la ver­
dad. V. E., no tiene principio alguno político, y es el
iclolo del clero relajado v del soldado prostituido".
Santa Anna no quÍso OÍr1 más, y mandó que se
sa .ara a Ruiz del salón, y desde entonces lo desterró y
molestó de mil maneras, sin que por un instante Ruiz,
solicitara gracia, ni mostrara arrepentimiento de su con­
ducta patriótica y valiente.

SANTA ANNA NOl\1BRA SU MINISTERIO

"Santa Ana entró en México con inusitada pompa,


entre repiques, vítores, cohetes y músicas. Tomó pose­
sión de la Presidencia y a poco nombró su Ministerio,
compuesto de don Lucas Alamán, don A!1to1:io Haro y
Tamariz, Teodosio Lares, Joaquín Velázquez de León.
Bonilla D. Manuel y José 1\,laría Torne!".
En la casa de unas personas, de las que don G u i­
llerrno' no quiere dar el nombre, y que eran como "paJ
rodia de la familia real", apareció bien pronto la cohorte
de Santa Anna, "tahures condecorados, rufianes, contra­
ti�tas, galleros, próceres, horizontales, pensionistas y ca­
nalla que no habían podido figurar ni entre los perso­
najes de Manolo".
"Pronto se hicieron de moda los cabildos, el ejér­
cito y los favoritos , y las casas tomaron un aspecto gro­
tesco, ostentoso. heteroe-éneo y ridículo".
Pero la influencia� más poderosa la e je reía Escan­
dón y los suyos. No obstante, las filípicas de Alamán y
las iras de Haro, que clamaban constantemente contra
los agiotistas, las viejas amistades de Santa Anna se
filtraban por medio del regalo, del fomento de un vicio,
de la alhaja preciosa, y por cuantos medios estaban a
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 255

su alcaRce. Y lo hacían con tal maña y astucia que, al


entrar Santa Anna en Guadalupe, vino en la carretela
de Escandón, "que había ordenado todo lo concernien­
te al viaje, y mandaba en el interior doméstico de Santa
Anna, como si fuese la persona principal de la familia".
Este estado de cosas vino a precipitar la muerte
de Alamán, acaecida en junio de 53. Con este aconteci­
miento se vino por tierra el "alcázar de naipes de la
centralización y la monarquía, y Santa Anna · se vió en
la necesidad de echar mano de su antigua camarilla,
que acabó por precipitarlo el 6 de diciembre".
Los diputados y senadores habían huido, como hu­
yen los pájaros asustados, al estruendo de las armas de
fuego. Caían de sus empleos los que ayer habían sido
próceres, y brotaban como de la tierra, chicos hablando
como jarochos, fumando su tabaquillo y lanzando picar­
días por todas partes.
En el entresuelo de la Presidencia se alojaron los
ayudantes, y por las escaleras se veían valentones de­
sastrados, galleros y horizontales disfrazadas de viudas o
ahijadas de tal o cual clérigo, contemporizador y mun­
dano.

LA CASA DE SANTA ANNA

Santa Anna vivía en Tacubaya en el Palacio Arzo­


bispal. Los bajos de este edificio estaban ocupados por
la tropa: asistentes y servidumbre turbulenta. La parte
superior estaba dividida en dos departamentos, de los
cuales uno, el del lado izquierdo, estaba habitado por
Santa Anna, sus ayudantes y las visitas.
Por fuera del Palacio la concurrencia era extraor­
dinaria; por todas partes se veían chimoleras, puesto3
de vendimia, y una multitud de pretendientes, que lle­
gaban en coches particulares y se entregaban al yantar
y a la bebida, para aligerar un poco la terrible pesadez
de la espera.
Por aquella época murió don José María Tornel,
que desempeñaba la cartera dt guerra, y esto produjo
256 SALVADOR ORTIZ VIDALES

la inevitable caída de "encumbrados favoritos; el de­


rrumbamiento de fortunas dudosas; e1 eclipse de f amo­
s as beldades; desengaños de aspirantes y fiebre de as­
piraciones insolentes".

LOS DETRACTORES

Con motivo del día onomástico de su Alteza Se­


renísima, se publicaron al mismo tiempo dos artículos
de felicitación. uno en el "Calavera", periódico que re­
dactaba don Eufemio Romero, y otro. en el "i\1onitor",
firmado por don Guillermo Prieto.
Ambos artículos eran virulentos y emponzoñados,
con la diferencia, de que el de Romero, era únicamente
la queja de los liberales por la preponderancia de los
conservadores, y el de don Guillermo, la más sarcástica
congratulación por el fracaso del partido retrógrado, y
el retrato más fiel del carácter endeble y tornadizo del
desterrado de Turbaco.
Naturalmente que aquellos artículos no tardaron ni
. cuarenta y ocho horas en producir sus efectos.
El dictador citó a ambos redactores, y con el pri­
mero que arremetió fué con Romero.
-"¡Eh! ¡ Dígame usted -le increpó con ira-. de
quién es este artículo para arrancarle la lengua!"
-"En estos casos -respondió Romero con frialdad
extraordinaria-, se hace la denuncia al Juez, se ve
quién firma el artículo y se procede como la ley manda".
-"¡Yo le he llamado a usted, so escarabajo, para
oír de sus labios quién es el infame que ha escrito el
artículo!"
"Y contestó Romero con la misma imperturbable
sangre fría que antes:
-"En estos casos, señor, se hace la denuncia al
Juez, se ve quien firma el artículo, y se procede como
fa ley mandá".
-"¡Indecente! -continuó Santa Anna-. ¡ Haga
usted lo que le digo!"
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 257
-
- "Pues senor, en estos casos ... ,,
-"¡Silencio; quíteseme usted de delante!"
"Santa Anna, todavía .excitado por la cólera, se
volvió a don Guillermo y Je dijo:
-"¿ Usted es el autor del J.rtículo del 'Ivlonitor' ?"
-
- S,1, senor.
-¿ Y no sabe usted que yo tengo muchos calzones?
-"Si, señor, ha de tener usted más oue . .yo -res-
pondió don Guillermo entre sarcástico y en broma".
-" 1V1e parece que es usted un insolente. y yo sé
castigar y reducir a polvo a los que se hacen los valien­
tes. Eso lo ejecuta cualquier policía. De manera que, o
se desdice usted de sus injurias y necedades, o aquí mis­
mo le doy mil patadas. ¿_ Qué sucede?"
Y a estas palabras. Santa Anna, apoyándose en una
mesa, y levantando el bastón, se acercó a don Guillermo.
Mas éste se escurrió por una puerta excusada, más te­
meroso que iracundo, de la entrevista con el Dictador.

DON GUILLERl\1O ES DESTERRADO

Don Guillermo vivía entonces en Tacubaya, en una


pequeña casita, situada a la subida de lo que en aquella
época se llamaba "El Empedrado", muy cerca de la
preciosa quinta que formó Bardet, y que perteneció a
don Manuel Romero Rubio.
La casita era pobre, y en ella habitaba con su pri­
mera esposa. l\'laría, y sus hijos Manuel y Francisco
que eran mu_v pequeños.
. Y en esta casa, el 29 de junio de 1853, don Gu iller­
mo fué aprehendido y luego desterrado por orden de Santa
Anna, dejando en la miseria y desamparo a su familia.

SANTA ANNA EN SU APOGEO

"Entretanto, los negocios del Gobierno parecían se­


guir viento en· popa. En el Palacio de Tacubaya se su­
cedían sin interrupción los banquetes a próceres y fa-
Don Guillermo Prieto -11
258 SALVADOR ORTIZ VIDALES

voritos, las tertulias en que brillaban la alegría y la


hermosura y toda especie de lances carnavalescos, que po­
nían de relieve los vicios de Santa Anna, y el acaso
caprichoso a que se entregaba el Gobierno".
Santa Anna, envanecido casi hasta la embriaguez
con las adulaciones de la prensa, y con las exageradas
ponderaciones a su talento y su heroísmo, se creía posee­
clnr rle la ciencié:1 infus;:i, nunca pedía conse_io. y lo deci­
clfa todo según la inspiración de su soberbia. su insufi­
ciencia y su ignorancia. Las personas que le trataban
muv' de cerca, decían que. del solo libro oue 11odia dar
., • 1 •

razon, y esto de manera 1mperf·ecta. era el e "C,asand ra" .


En su conversación decía dem.agos por demagogos; sec­
ción de la cá1nara, por sesión, y dracm,a. por drama.
Y sin embargo, nin_gún gobernante ele /\/léxico tuvo
las ínfulas de Santa Anna; pues no contento con ser de
hecho el ·dictador. quiso serlo por mandato de ley, y
el 16 de noviembre de 1853. mediante un decreto. se
declaró Capitán Gener;:il. con el tratamiento de Alteza
Serenísima. como príncipe de la Casa Real de España.
Aumentó su sueldo a $60,000.00 anuales, y se adjudicó
el derecho de nombrar a la persona que le sucediera en el
Cobierno, cuando lo estimara conveniente.
"Las grandes paradas -dice don Guillermo-. las
f1 mciones teatrales, los banouetes �, 1 as diversiones en
el G1111po. especialmente en San Angel. hadan aparecer
,1 toda la Reoública como en gran nrosri::rid?.d". A esto
ciebe agregarse. "la nstentación de los Caballeros de l,i
Orden de Guadalupe". que Santa An11a había restituido,
"y los tratamientos oficicJles v distinciones. :-i los que
fueron en un tiempo títulos de Castilla". v <7ue daban
a estas tertulias y S3 rans cierto aspecto m·onárquico de
una corte europea. bien que en caricatura.

VfENTOS DE FRONDA
Mientras tanto, Mr. Lane. Gobernador de Nuevo
l\i1éxico, había ocup-.do de propia autoridad, el terreno
Ilamado "La J\11esilla".
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 2�

México protestó, pero Mr. Gaden, Ministro de los


Estados Unidos en nuestro país, dijo cínicamente, que
su gobierno tenía que apoderarse de "La Mesilla", por
dinero o por fuerza. Y ante respuesta tan categórica,
Santa Anna no tuvo más remedio que vender esta po­
sesión en la suma de $ I 0.000,000.00, declarando, además,
libres a los Estados Unidos, de la cláusula del tratado
de Guadalupe, que les imponía la obligación de impedir
las incursiones de los bárbaros en las fronteras de IY1é­
x1co.
No cabe duda que el general Santa Anna obró en
esta ocasión, como en otras muchas, con precipitación
o mala fe; pues el caso se hubiera podido sujetar a ar­
bitraje.
Sin embargo, quizás el país le hubiera perdonado,
si esta venta escandalosa, no hubiera servido únicamen­
te para enriquecer a Santa Anna y a sus favoritos, y
para aumentar el despilfarro y la tiranía del Gobierno.
El descontento, pues, cundió por todas partes, y
fué su portavoz el coronel Florencio Villarreal, que p0r
indicaciones del general don Juan Alvarez, proclamó el
Plan de Ayutla.
En este Plan se desconocía a Santa Anna y se de­
terminaba que el Jefe de la revolución, convocara a una
junta a los representantes de cada Estado, para que éstos
nombraran al Presidente interino, mientras se convoca­
b�1. a elecciones.
No desconoció Santa Anna la importancia de este
movimiento, y quiso combatirlo, poniéndose él mismo al
frente de las tropas. Se hicieron, pues, los preparativos
fastuosos que requería la marcha de Su Alteza Serení­
sima; la prensa del Gobierno lanzó sonoros ditirambos,
en honor del héroe de Tampico. y la comitiva fué en
extremo vistosa: los soldados montaban sobre hermosos
corceles; "brillaban las espadas al sol", y las músicas mi­
litares, tocando alegremente, llevaban la confianza y el
ánimo a las tropas, que eran saludadas con vítores y
ap.>lausos.

l
260 SALVADOR ORTIZ VI DALES

Su Alteza Serenísima no dudaba, ni siquiera un mo­


mento, en poder castigar cumplidamente a los pintos del
Sur. Y a esta ciega confianza que el héroe tenía en sí
mismo, vino a colaborar un hecho verdaderamente in­
sólito y digno de la Ilíada.
Pues cuentan que, en medio del campamento de Su
Alteza Serenísima, se posó tranquilamente un águila,
corno en señal y augurio de victoria .
. No necesitaron más los aduladores, para ver en
Santa Anna a un sér casi divino, y apenas la noticia
llegó a México.· se echaron 1as campanas a vuelo, y na­
die dudó más del triunfo del Gran Generalísimo.
A tan gratos auspicios, vinieron a agregarse los in­
rnPrliéltns triunfos que obtuvo en "Pere�rino", y luego
"Coouío,,. en donde hizo huir en desbandada a los pin­
tos de Alvarez.
En la capital, los partidarios de Su Alteza Serenísi­
ma se deshacían en lisonjas y auguraban que no queda­
ría ni la ceniza de los pintos.
Sin embargo, en las tropas de Santa Anna _ hacían
su ae-osto el paludismo, los alacranes. el aire pesado y
asfixi2nte y al fin, la disenteria terrible que ciiezmaha
los soldados. igual que un fuego de metralla. Ni a cam­
bio de un tesoro se consegnía una tortil1a. De manera
que, a tantas penalidades, se unía también el hambre.

LA DERROTA

En esto se sabe que el general Alvarez se dispone


a atacar a Santa Anna por la retaguardia, y el pánico
que se apodera de Ia tropa diezmada es enorme. Sin
embargo, Santa Anna no tiene más remedio que ata­
car a Comonfort, que se halla en el Fuerte de Aca­
pulco, y es rechazado por dos veces, con grandes pér­
didas. ·i

Entonces, como último recurso, Santa Anna opta


l
por sobornar a Comonfort _. y al efecto envía a Céspe-
DON GUlLLERivlO PRIETO Y SU EPOCA 261

des para que le brinde dinero, a cambio de su ren­


dición. Comonfort . rechaza indignado la propuesta, y
Céspedes acaba por abandonar el castillo en medio de ia
rechifla y la burla de los soldados.
A la derrota se uné bien pronto el descontento de
la tropa, que trata de defeccionar, y Santa Anna, para
conservar este último resto de su ejército, se ve en la
precisión de regresar a Nléxico.
Y he aquí un hecho aún más insólito que aquel
de la aparición del águila.
Santa Anna es recibido en México igual que un
vencedor. Pues, tratando de ocultar su derrora, él mismu
se ha hecho preparar de antemano esta recepción.
Se va a su encuentro "con flores, músicas y luces'·,
y a su paso se levanta un arco de triunfo, de donde pen-.
den fastuosos cortinajes, y en que aparece la estatua üc
Santa Anna, con el siguiente cuarteto:
"Mientras derrame el sol su lumbre ardiente,
no faltará la vida a la Natura,
y así también, mientras Santa Anna aliente,
Nléxico gozará paz y ventura".
Pero Santa Anna no se redujo sólo a esta farsa es­
túpida. Convencido de que únicamente la crueldad, lle­
vada hasta el último extremo, podía conservarlo en el
poder, y no contento con haber arrasado las poblaciones
en su retirada, hasta no dejar piedra sobre piedra, lan­
zó el siguiente decreto:
"Todo pueblo que se manifieste rebelde contra el
supremo gobierno, debe ser incendiado, y todo cabecilla
o individuo que se coja con las armas en la mano, debe
ser fusilado".
A esto se siguió el derramamiento de sangre y las
ejecuciones por todas partes, y así murieron Villalva,
Gordiano Guzmán y otros.
Sin embargo, en todos los lugares del país surgían
levantamientos, y en todas partes se escuchaba @l grito
unánime, de ¡ abajo el tirano!
I

SALVADOR ORTIZ VIDALES

Santa Ann:1 y sus ministros, atemorizados, y al mis­


mo tiempo con el deseo de destruir de una vez a sus
enemigos, echaron mano de una infame superchería, sólo
para coger incautos. "Habrá un día -dijeron-, el pri­
mero de diciembre, en que la: prensa no tendrá trabas,
y todos los ciudadanos podrán decir, sin temor ninguno,
si es su voluntad que siga en el mando el general Santa
Anna, revestido de amplias facultades".
El pueblo, no obstante comprender a lo que se ex­
ponía, no vaciló un momento, y puso en las urnas colo­
cadas al efecto, multitud de boletas, con estas palabras
que eran el grito de la revolución: ¡ Abajo el tirano!
Y naturalmente, Santa Anna se apresuró a tomar
venganza de aquellos audaces.
Sin embargo, Su Alteza Serenísima comprendió al
fin que su situación era insostenible, y una noche aban­
donó la ciudad de 1\!léxico, y se embarcó en Veracruz
con rumbo a La Habana.
Y bien pronto, el arco de triunfo y la estatua del
falso vencedor cayeron por el suelo, y un cuarteto, com­
pletamente distinto del anterior, y que escribiera don
Cuillermo, fué el R. I. P. del Dictador.
El cuarteto decía así:

"Esta contrecha figura


Cayó presa de su arrojo,
¿ Pero quién le mete a un COJO.
elevarse a tanta altura?"
1

VIII
EL PLAN DE A YU rfLA

De acuerdo con el plan de Ayutla, los representan -


tes de cada Estado se reúnen por fin en Cuernavaca,
para designar al Presiclo2nle, no obstante el pliego mo,r­
t.aja que dejara Santa Anna designando a la persona que
debía de sucederle, y de la tentativa del partido conser­
vador para eliminar al general don Juan Alvarez.
En uno de sus romances, don Guillermo nos describe
la entrada triunfal a Cuernavaca del general Alvarez y
sus tropas.
Como una serpiente en zig zag, las tropas aparecen
en la altura del monte, y lentamente "destraban sus ani­
ilos", al tenderse en las vastas planicies. Los fu siles re­
verberan al sol entre las cañas, y los soldados muestran
sus arreos y tambores; sus estandartes y sus trompetas.
Los jefes van a caballo y los oficiales marchan pie a
tierra, seguidos de la "tribu", pobre y desastrada que os­
tenta por único uniforme sus calzones y camisa de man­
ta. lVlarchan con grande negligencia; mas en sus rostros
tostados por el sol, hay un cierto sello "de bondad y de
fiereza", que repudia y atrae a un mismo tiempo. A los
lados corren, gritan y arman. gresca, las mujeres que lle­
van la enagua a media pierna y muestran por el descote
de la blusa, el seno y la piel intensamente negra.

DON JUAN ALVAREZ

Al frente de su tropa, marcha como un patriarca el


general don Juan Alvarez. Es tie estatura regular, de an­
chas esp;ildas y tiene el busto fornido, casi como de atle-

iu.......-.-------________.-��
266 SALVADOR ORTIZ VIDALES

ta. Su faz es apacible y seria: sus ojos pequeños y vivos,


y en su piel negra y rugosa aparecen las huellas de la
viruela. Lleva la cabeza tocada con una montera negra
y su voz es dulce y meliflua. Le acompañan Villarreal:
seco y enjuto, de rostro moreno y de grandes bigotes re­
torcidos, y el licenciado J uárez, que acentúa aún más su
figura plebeya con un sombrero de anchas alas, una raída
y grosera chaqueta y lln pantalón azul claro, que sostiene
por medio de una faja de lana.
De la columna se han desprendido Pancho Zarco y
Cerecero, que se adelantan, según dicen. para desbaratar
las intrigas en que anda metido Cornonfort con los con­
servadores.
Todos marchan, empero, satisfechos y alegres, y _Ja
multitud se agolpa en las calles y en las azoteas para
verlos pasar, en tan to que las campanas repican y los
cohetes estallan.
En la plaza esperan al general Alvarez la gente culta
que ha venido de 1\iléxico, y ama la novedad. Son éstos,
agiotistas complacientes, militares que adoran a Birján
y se ocultan de 1\1arte; periodistas famélicos y abogados
sin pleitos, que vuelven lo 1iegro blanco y lo blanco ne­
gro, siempre que el cliente pague bien.
De la misma manera, "aislados o en manojos", han
venido de la capital para dar la bienvenida a Alvarez,
patriotas ardientes, caudillos sin fortuna y parientes ol­
vidados.
No obstante, los más duchos empiezan a percibir las
maquinaciones de Comonfort y de la aristocracia, que
hacen circular las versiones más absurdas acerca del ge­
neral Alvarez, de quien se dice se desayuna con sangre;
usa un cráneo como candelero, asesina a troche y moche, ·
cuando se halla poseído por la murria; se espanta ante
un espejo y pide socorro cuando se acuesta en un col­
chón de plumas.
EL CONGRESO
La plaza de gallos se habiVita de salón del Congreso
y se procede a nombrar al Presidente interino.
DON GUILLERJ'vlO PRIETO Y SU EPOCA 267

En los corredores, palcos y pasadizos, se agrupa la


gente con perros y chiquillos en una es pan rosa _baraúnda
de estrujones y gritos. En ei centro se levanta un dosel,
donde hay una mesa con un Santo Cristo. Y en torno
del dosel se encuentra una lujosa sillería, que ocupan los
representantes de los Estados.
Allí está don 1\1elchor Ocampo "con el cabello a la
nuca" y los ojos resplandecientes; Joaquín Cardoso, el
sabio, con sus anteojos verdes; don Valentín Gómez Fa­
rías, nervioso, seco y encorvado, regañando a los chicos y
ei satírico Juan l\la varro, aislado como siempre, serio
y meditabundo.
Se abre la sesión en medio de un profundo silencio.
Del Río, que es de los más exa-ltados, propone que se
vote en voz alta, diciendo el nombre del candidato y el
Estado que se representa. La moción se aprueba y por
lista se va llamando a votar a cada uno de. los repre­
sentantes. ,..,,....; .,_
Al nombre de Alvarez hay siempre calurosos apláií­
sos, mas cuando alguien propone otro candidato, el salón
se llena de silbidos y se oyen dondequiera insultos y
amenazas.
No obstante, Cardoso vota por Comonfort, Juan Na­
varro por Vidaurri, y don Guillermo Prieto por don
l'vlelchor Ocampo.
Nlas al hacerse el escrutinio, los secretarios aclaman
al general
-
Alvarez, "y hay músicas y repiques, vítores
"
y canonazos
Los partidarios de Cornonfort devoran en silencio
su fracaso, en tanto que los pu.ros, llenos de regocijo y
para mejor vengarse de sus contrincantes, nombran a
algunos de los que votaron en contra, para que partici­
pen al general Alvarez su ascenso a la Primera Magis­
tratura.

ALVAREZ NOMBRA SU GABINETE


Para est? comisión es nombrado don Guillermo ·
Prieto, que a nombre de sus compañeros expresa su com­
placencia al general Alvarez por su ascenso a la Presi-
2ó8 SALVADOR ORTIZ YIDALES

ciencia de la República, y hace votos por la felicidad y


progreso del país.
Don Juan le da las gracias y permanece un momen­
to en silencio y luego, alzando la voz, dice:
-¿Cómo es que usted, h:.i.biendo_ votado en rnt con­
tra, ahora me felicita?
-Señor -contesta don Guillermo--, en estos mo­
mentos hablo en nombre del Congreso y en la votación
procedí conforme a mi conciencia.
-Pues yo he de probar a usted que estaba equivo­
cado -dice Alvarez- y que mi gobierno sabe premiar
a los patriotas. Pues, aunque se me considere rudo, sin
estudio y sin talento, sabré rodearme de hombres pre­
claros para el bien de la patria. Y nombro desde ahor_a,
para mi primer 1\!linistro a don Melchor Ocampo; al li­
cenciado J uárez, para Ivlinistro de Justicia, "pues me gus­
ta por lo recto"; a mi hijo, Comonfort, para Guerra, y
a usted, don Guillermo, que en tiempos de Arista "cui­
daba el pan del pobre, para "que limpie el tesoro de
sombras y mamotretos", lo nombro mi iVlinistro de Ha­
cienda.
LOS FESTEJOS

La ciudad alborózada saluda al nuevo Presidente


con un redoble de tambores y un repique a vuelo de to­
das las campanas. El entusiasmo y la frasca reinan por
toda� partes y en la ancha plaza se unen los soldados a
los paisanos en fraternal consorcio. Las fondas y las
cantinas se convierten en salones de baile y las mucha­
chas, con un puro en los labios, muestran su linda ropa
blanca, dejando aparecer a través del descote su piel
fresca y morena. Y era aquello lo mismo que una feria
alborotada y tumultuosa, por las muchas vendimias, por
los juegos de azar y el sonoro rasgar de las guitarras.
Entretanto, en Palacio se encuentra Tata Juan, que
a nadie niega la entrada, pues más que el Jefe de la Na­
ción, es un patriarca para los suyos, al grado de que los
catrines, para obtener mercedes, ·procuran hablar como
sunanos.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 269

LA OBRA DE DEPURACJQT'.J

Con el Gobierno del general Aivarez se rn1c1a pro­


piamente la obra de depuración del partido liberal. El
l\1inisterio no pl!ede ser más idóneo, ni más honorable;
y en lo primero que se piensa, es en acabar con los abu­
sos. sin miramientos y sin contemulaciones. desterrando
de una vez para siempre a la canalla y a los pillos, que
se han entroni?:ado en los puestos públicos, únicamente
para oprimir al pueblo.
Este ejemplo de depuración v de monlidad Io ha
rlado el general don S,rntos Degollado, en Guadalajara.
lanzando un decreto mediante el cual, se suprime la "leva"
y las alcabalas.
Los l\1inistros del general Alvarez han decidido imi­
tar a este ciudadano intep-ro. y don M"'khnr Ocarnpo lo
primero que hace, es suprimir las inútiles embajadas.
Juárez entra en pláticas con el Arzobispo y destruye
los traba.íos de Lafragua. Además, prepara en el silen­
cio, cnn el tesón que Je caracteriza, la Lev de Fueros.
Don Guillermo Prieto no descansa tampoco; persi­
:!!Ue a los ladrones de 1 a falsa aristocracia; harre con los
abuso� y las nreocupaciones rancias y aniquila y anonada
a un::i multitud de parásitos que viven a costa del Fra­
rio. Declara el arancel libre y hace otras muchas refor­
mas en el ramo de correos.
Todo parece marchar admirablemente: mas los cor­
tesanos se hallan extraordinariamente descontentos y
acuden a ]a c;is;:i de Cornonfort "donde �e le� consuela v
se les da esperanzas", calificando de vanas quimeras las
reformas acordadas.
La actjtnd solapada de Comonfort, aue est� siempre
� 1 acecho del momento oDortuno, no esc.1pa a lo� demás
l'v1 inistros del general Alvarez. y Ocamp0. con la re�o-
1 ución 1 a calma que le caracteriz;in, acaba por decirle:
�T

-Así como a usted le gu�tan. las curvas. yo amo la


línea recta: v así com0 a usted le gusta el naso v el con­
trapaso. vo me romnlazco �iemorP. en la marcha franca
y resuelta. Usted. cree que la política consiste en el en-
270 SALVADOR ORTIZ VIDALES

gaño, y y0 juzgo que al pueblo hay que decirle siempre


la verdad. Yo quiero lo positivo y usted se conforma con
las apariencias, a 1.inque la lujosa casaca esconda a un
bandido y la sotana, un artero y vil. Así, pues, o se­
guimos los dos de frente, o yo tomo el camino de mi casa.
Comonfort, fuertemente indignado, contesta con al­
gunas palabras duras a don i\1elchor Ocampo.
1\1as ésle, po¡· toda respuesta, presenta su renuncia.
Sin embargo, sobre el general Alvarez llueven cada
día más sangrienta- las sátiras y se califica a sus solda­
dos de salvajes. La situación difícil se agrava con el le­
vantamiento de Doblado, y al fin el general suriano, que
se sentía molesto y fuera de su centro, acaba por pre­
sentar la renuncia de su alto cargo, sucediéndole el ge­
neral don Ignacio Comonfort.
1

IX
COMO�JFORT'

Don Ignacio Comonfort es, seguramente, una de


las figuras más interesantes de la época, por n1uchos
respectos; y el mismo don Guillermo, que en sus Roman­
ces lo trata cte modo tan desconsiderado, le hace cabal
justicia en sus !Vlernorias, en donde, sin desconocer este
carácter endeble, le concede, empero, grandes cualidades
morales.
"Era un hombre -dice-- naturalmente dulce, pací­
fico y de educación pukra y delicada".
Tenía una gran veneración por su madre y la acom­
pañaba frecuentemente en sus visitas, lo que sin eluda
creó "en él, el hábito de tralar con señoras ancianas, ele
mimar y condescender con los nifios y de ser un tesoro
para las intimidades de la familia".
Arreglaba con gran maestría los tirantes de un pa­
palote; competía en el trompo con los chicos y se lu�ía
en la polla o la tuta. Hablaba con las pollas, de bailes,
de modas, de confecciones ele guisos, y oía las narracio­
nes de cuentos y milagros, con atención sostenida.
1\!las todo este ánimo pueril se transformaba por
completo, apenas discutía sobre política, materia hacen­
daria o asuntos de guena. Entonces se descubría en él
al hombre perspicaz y al patriota exaltado. Pero esta
transformación era todavía más completa, en su trato
con altos personajes y enviados diplomáticos; pues tal
parecía. que había pasado su vida entera en los centros
de la etiqueta más refinada. No faltaba a ninguna fórmu­
la y parecía habituado a la vida de los grandes salones.
Mas este carácter, multiforme v extraño, donde más
asombraba era en la guerra. Allí se revelaba Comonfort
Don Guillermo Príeto.-18
274 SALVADOR ORTIZ VIDALES

como un general astuto y aclivísimo, y, sobre todo, de


una serenidad imponente y tr;:mquila. Así se le vió en
Puebla, en Ocotlán y al frente de una batería, en el •1
combate de la calle del Puente ele San Francisco.
Y aquí volveré una vez más a los Romances, para
dar al lector, siquiera sea, una visión aproximada de la
época.
No obstante el ánü110 morigerado de Cornonfort, sus
adeptos entre los conservadore:-, eran seguramente en
muy escaso númerc, pues toda Ja República ardía corno
una inmensa hoguera, ante los continuos levantamientos
de los conservadores.

Lr\ AG ITAClO>J
En Puebla menudeaban lo clesconten tos y cada casa
era un baluarte y cada ternpio un foco de conspiración.
Se elevaba el grito de sangre y de muerte en nombre del
Ser Supremo, y !os clérigos azuzaban por todas partes los
rencores. En Zacapoaxtla había estallado la revolución
al grito de ¡ muera el Gobierno! Y Lbve, que había sido
mandado por Comonfort, para sofocarla, se encontró de
pronto abandonado por todos sus soldados que se· habían
pasado al bando enemigo. Guit.ián se había unido a Ullo­
qui y a Osollo, y con estos nue\·os elementos, el levanta­
miento presentaba un frente formidable e invencible.
Comonfort entonces comisionó para batir a los re­
beldes a don Severo Czisti!lo, q�re pasaba por un militar
pundonoroso, mas éste se unió a los reaccionarios, en
tanto que Haro, con gran furor y empuje, se constituía
como centro o cabeza del movimiento, arrasando y des­
truyendo todo lo que encontraba a su pétSO.
La moderación y 1empbnza de Comonfort se in­
terpretaba por cobardía; y esto multiplicaba las traicio­
nes y la audacia cada vez más grande de los reacciona­
rios. Mas por fin. el caudillo se yergue, y Comonfort
decide ponerse a] frente de sus tropa�. La revolución ha
cundido en Hidalgo, Oaxaca, Zacatecas :,.: San Luis. Cal­
vo y Uranga hacen Yercladero5 e-stragos en las tropas Ji-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 275

berales. Comonfort se Gentuplica, aumenta y organiza su


ejército y Payno, su 1\1inistro de Hacienda, hace verd?­
deros prodigios para obtener recursos.
Pero, seguramente, donde la situación parece má� di­
fícil, es en Puebla. Allí la cruz se ha convertido en e, -
tan darte de los conservadores en contra de los puros,·
se s2.nciona la lucha con-io prcpicia �: la Di·;inidad y se
promete a los que muerrl.n la gloria y i·ccompcnsa eternas.
Los clérigos llevan a los lugares ri1ás remoto-, ceras y
reliquias; se hacen rogativas en los templos y se impar­
ten indulgencias p1enarias para animar a los mochos,
haciendo de la reliión una irrisión estúpida y cJlum­
niando al Ser Supremo.

EL C01\1BATE EN PUEBLA
Ensoberbecido con sus consrante.s triunfos, An�onio
H aro, desde Puebla, arroja el guante a Comonfort. Este:
lo recoge y marcha con sus jefes m¿s denodados al ata­
que de la ciudad; toma sus medidas estratégicas forti­
ficando a San Martín; reforzando sus flancos y d�stri­
buyendo a sus jefes ele modo conveniente. Nlas antes de
que Comonfort se disponga a atacar Puebla, Antonio
Haro le presenta una batalla en Ocotlán, que resulta en
extremo sangrienta, y en la que la victoria se decide al
fin por el Gobierno. Los enemigos se repliegan entonces
hasta Puebla y se entabla el sitio. El combate es ver­
daderamente terrible. Pues el pueblo, azuzado por el
clero, toma igualmente parí.e en la lucha, y entre los con­
tendientes hay mujeres y ancianos, que la exaltación de
una creencia mal entendida, han llevado hasta el paro­
xismo y la locura. Por todas partes surge el voraz incen­
dio y se derrumban los muros de las casas, :inte el fragor
de la metralla. Se revisten las murallas con estampas y
amuletos para mejor librarse de las balas, y a un grupo
de gentes del pueble, que caen para no levantarse nunca,
se suceae otro grupo, y otros más, como en una constante
y terrible pesadilla, en tanto que un sacerdote clama con
furor inaudito: "¡ A las armas. bravos fieles. que os es-
f
-- . - --- -- ----=-----:,-----•77
276 SALVADOR ORTIZ VlDALES
1
1
1

pera el Señor!" O bien: "¡ Benditas almas que voláis al


cielo!" Y entretanto, los padres vuelven las armas contra
sus hijos y combaten hermanos contra hermanos. De las
azoteas y íos balcones caen verdaderos diluvios de pie­
dras; se oye en todas partes el estruendo de la fusilería,
y los cañones emplazados en las bocacalles, siembran la
muerte y la desolación.
Mas al f ir:, la rebelión rendida tiene que revolcar­
se como una fiera estrangu] ada con el dogal al cuello.
Ninguna lucha como ésta, más sangrienta y a la vez
más inútil. Pues nadie como Comonfort, seguramente,
para tranquilizar los ánimos, en lo que se refiere al res­
peto a las creencias.

SE CELEBRA EL TRIUNFO
Puebla, pues, reconoció su error y lo que fuera ren­
cor enconado y odio sin cuartel, se cambió en agasajo
y júbilo. Se regaron flores al paso del vencedor: se ador­
naron los balcones con cortinajes y se verificó el inevi­
table banquete. Allí reinaron las beldades, Ias flores. los
vinos y los manjares exquisitos, y a mayor abundamien­
to, la ciudad ofreció al vencedor una corona de oro cua­
jada de brillantes y de piedras preciosJs.
Comonfort agradeció el presente y con un rasgo de
generosidad, muy natural en él, dijo que aquel obsequio
pertenecía de derecho a Dávalos, uno de sus jefes, quien,
"a costa de su sangre, lo había conquistado en la ba­
talla".
La concurrencia aplaude entusiasmada y entonces
el poeta Emilio Rey, pide en galanos versos el perdón
para los heridos. Comonfort se conmueve; pero "majes­
tuoso y grande". levantando la voz, dice:
-La desdicha, para mí, hace a los hombres invio­
lables. Así, pues, dad orden -dice a uno de sus ayudan­
tes- de que los heridos queden en completa libertad y
que "Dios Ios castigue o los guarde".
Y este último acto de nobleza acaba por atraerle toda
la simpatía de la concurrencia que, conmovida hasta las
1 ágrim�s, lo aclama y aplaude estrepitosamente.
1 DO I
Gl.Jl LLERMO PRJ ETO Y SU EPOCA 277
1

l1
1 ' LA co;�STITUCION DE 57
i1
¡l
1
¡
Nlas el combate sangriento de Puebla va a quedar
para siempre grabado en la conciencia pública. La a�ti­
tud denooada del clero, que en esta vez se juega el t_odo
por el todo, no puede ser más franca y decidida� y se
comprende que ya nada ni nadie le hará retroceder. No
queda, pues, entre ambos partidos, ei progresista y el
conservador, más que una disyuntiva: vencer o morir. .
La Patria toda se va a jugar su suerte entre la i,ptran­
sigencia de los conservadores, ciegos ante el sentido his­
tórico y que nada quieren conceder al futuro, y la in­
consecuencia de los radicales, que han hecho tabla rasa
dei pasado y ele la tradición, y que, influenciados por el
nacionalismo de la época, quieren forjar las institucio­
nes en un concepto a priori, bello sí, pero ajeno del todo
a nuestra realidad y medio ambiente.
Así, pues, no es la discusión seria y reposada la que
impera en el Constituyente, sino por el contrario, la más
completa demagogia. Las pasiones no han hecho sino
trasladarse del campo del combate al salón· de la Cá­
mara.
Y esto, que debía ser noble lid de la ecuanimidad y
de la inteligencia, es tan sólo un torneo eE que dos par­
tidos antagónicos miden su poderío y su fuerza, como
los caballeros de antaño, que, cubiertos de todas armas,
combatían por su Rey y por su Dama. No es, pues, extra­
ño, que el punto capital en estas discusiones sea el tema
religioso, o en otros términos, la libertad de conciencia
que va a eievarse por la primera vez al concepto c:Je ley.
Los discursos más exaltados se pronuncian por am­
bas partes; y mientras fos liberales hacen gala de un
puritanismo exagerado, y señalan los abusos del clero,
los conservadores tratan de mirar en cualquier medida
preventiva, tendiente a restringir la acción del sacerªote,
a su justo medio, o sea a la parte espiritual o el reino �e
las almas, un ataque de lesa majestad contra Dios o con­
tra el cristianismo, en su más pura esencia.
278 SAL\'.1\DOR ORTIZ VIDALES
:'').:it.(.;j�i¿·���·irfl! 1__'�,::_:��--,_ .. _ •• _

Sin embargo; el �entido del progreso, que represe�­


tan los liberales, se impone, sobre el pasado y la tradi­
ción, y la Constitución al fin se jura, bien que, restrin­
gida en gran parte, pues la acción liberal no tiene un feliz
cumplimiento sino hasta la Reforma, como todos sa­
bemos.

SE JURA LA CONSTITUCION
Don Guillermo, en uno de sus Romances, que titula
''Sinfonía", nos describe esta importante ceremonia.
El sol brillaba espléndido y el salón del Congreso
aparecía radiante, ostentando sus gigantescas columnas:
sus ricas balaustradas y sus amplios y lujosos sillones.
Bajo un regio dosel de terciopelo carmesí, que se
abría en dos anchas alas y se hallaba adornado con fran­
jas y cordones de oro, aparecía el sillón del Presidente,
destacándose con su ancho respaldo. Al frente se encon­
traba una espaciosa mesa con un crucifijo en medio y
a la izquierda, el libro de los Evangelios.
Todos se encuentran en silenciosa y respetuosa es­
pera, cuando de pronto aparece la venerable figura 9e
un anciano que se apoya sobre dos mancebos. Marcha
lentamente, encorvado y trémulo; pero sus ojos fulgen
relucientes y en su rostro severo, de finas y delicad�s
líneas, se nota un sello de indomable energía, que se im­
pone a la debilidad del cuerpo enfermo y de la anci�­
nidad.
Al verle, todos los diputados, simultáneamente, se po­
nen de pie y prorrumpen en estrepitosos aplausos. Es
don Valentín Gómez Farías que, próximo a la muerte,
,va a se.llar con su juramento la Carta Nlagna de la Re­
pública. Se sienta en el sillón de la Presidencia, y acto
seguido aparece León Guzmán, el más joven de los di­
putados y el vicepresidente. Se coloca de hinojos de­
lante de Farías, .quien· se pone de pie, igual que todos los
diputados, y le hace la pregunta ritual. Guzmán contesta
con un sí rotundo que repercute en todo el salón y a su
vez ocupa el lugar de Farías, para tomar el juramento
• a éste.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 279
\ !. ..;_::• ··,, ',.
El anciano se coloca igualmente de hinojos y pone
la mano sobre los Evangelios.
Guzmán le interroga y Farías, con los ojos brillantes
por las lágrimas, responde la frase consabida:
--Sí; juro.
En esto, un diputado Arellano, formula una protesta
llena de detalles necios, que pasa inadvertida para los
diputados.
Y bien pronto, todos, poseídos ele la solemnidad del
momento, extienden el brazo derecho en actitud impo­
nen te y ante la pregrnna de "¿Juráis?'' que les hace Fa­
rías, · responden todos sirnultineame11te con enérgico
acento:
-Sí; Juramos.
Luego los diputados se dispersan entre los vítores
ele los liberales y el rencor de los conservadores que se
alejan, llenos ele rabia y de amargura.

LA ETERNA INQUIETUD
La Constitución, sin embargo, no ha hecho srno
exacerbar los ánimos.
Por todas partes reina la inquietud: los labradores
abandonan el arado; el mercader la tienda y los caminos
se encuentran desiertos. Los amigos más leales se es­
pían unos a otros, y apenas tocan las campanas, los ve­
cinos cierran sus puertas temiendo algún motín. Entre­
tanto, en las llanuras, en la sierra inaccesible y en los
montes, se alza el terrible espectro ele la guerra que ame­
naza con devastarlo todo, en nombre de la ReÍigión.
En vano Comonfort se multiplica y lucha denoda­
damente. El desastre se anuncia inevitable, y Payno, en
vista de la miseria y bancarrota en que se halla el Era­
rio, renuncia a la Cartera de Hacienda.
Ante esta situación comprometida, el carácter de
suyo tornadizo de Com.onfort, le hace considerar nue­
vamente lo difícil que es 'llevar la Constitución a la prác­
tica, y resuelve volverse contra ella, poniéndose de acuer-
280 SALVADOR ORTIZ VIDALES

do con Zuloaga, al que entrevista en compañía de Payno,


oaz y otras personas.
La entrevista se lleva a cabo con gran cautela a las
altas horas de la noche, y en ella, por conducto de Ba_z,
el Presidente expone su opinión desfavorable con respec­
to a la Constitución y propone lanzar un proyecto 9e
reformas.
Se comisiona al efecto a García Parrodi para que
prepare la maniobra; a Siiiceo para que hable con Do­
blado y a Payno y a Baz para que comprometan en el
movimiento a sus respectivos amigos de Zamora y Ve­
racruz.
Con esto se da por terminada la sesión, y con el
mismo sigilo, todos se marchan a su casa.
Al amanecer, las tropas de Tacubaya entran a Mé­
xico con las banderas desplegadas, al mando del general
Parra y se apoderan de la Ciudadela, al ·grito de: ··¡Mue­
ra la vil canalla!" y "¡Rabien los herejes!"
Se aclama a Comonfort y por todas partes surgen
mochos y mochas, que se entregan a un grande regocijo.
Se organizan bailes en la vía pública; entra con gran
pon1pa Zuloaga en la Ciudadela y mandan en Santo
Domingo, Miguel Miramón y Osollo.
Mas presto la reacción, que se ha aprovechado del
cuartelazo, desconoce a Comonfort, y éste, querieriqo
volver sobre sus pasos, torna a sus viejos amigos qqe,
resentidos, le niegan su apoyo y se ve en la necesidad de
abandonar el país, no sin haber librado antes de fa pri­
sión a don Benito J uárez, a quien él mismo había puesto
preso y que le sucede en el mando en su calidad de
Presidente del Supremo Tribunal de Justicia.
"'

X
,,r,,"f,,
EL PRESIDENTE JUAREZ

Todavía Juárez en la pnswn, don Guillermo va a


ponerse a sus órdenes; y cuando aquél abandona la ciu­
dad, con la rnvestidura de Presidente de la RepúblícJ.,
lo acompaña juntamente con otras personas a Guanaj�1a­
to, donde J uárez inicia su vicb de pereg!·inación y no_�­
bra su primer Gabinete, compuesto de las siguientes per­
sonas: Don Nlelchor Ocampo, para Relaciones y Gue­
rra; don Santos Degollado, para Gobernación, don J\1a­
nuel Ruiz, para Justicia; don Guillermo Prieto, para
Hacienda, y León Guzmán, p:tra Fomento.
Don J\!íanuel Ruiz, dice don Guillermo, era rubio
y adamado, y a punto casi de \·estir L:i. sotana., abandonó
la carrera re! igiosa para seguir a J uárez, su ilustre co­
rreligionario por el que sentía una gran admiración y
respeto. En cuanto a León Guzmán, nos lo describe taci­
turno y huraño; recto jurisconsulto e "infatigable en el
trabajo e indiferente en las penas".
De Guanajuato, J uárez se trasladó a Guadalajara.
Entretanto, los conservadores se habían convertido
en los soldados de la fe, y en todas partes se les reci�ía
con grandes agasajos, arrojándoles flores y levantarn;io
a su paso arcos de triunfo.
En Celaya llegó el entusiasmo a tal grado, que los
fieles devotos reemplazaron a los caballos que tiraban
los coches ele los conservadores, suponiendo que de esta
manera se hJcían acreedores a innúmeras mercedes e in­
dulgencias.
Guanajuato, Jalisco, Michoacán y otros Estados se
habían declarado por la Constitución, y entre todos
284 SALVADOR ORTIZ VIDALES

reunitron un ejército como de siete mil hombrts, que


pusieron al mando del general Anastasia Parrodi.
Este se había fort1i 1cado en Ceiaya, mas atacado por
Osollo, se replegó hasra Salamanca, donde fué comple­
tamente derrotado.
En esta batalla �ucumbió Pepe Calderón, que er_a,
a decir de don Guillermo, bravo entre 1os bravos, dt
pundonor caballeresco y galante con las damas.

UN EXTRAÑO EPISODIO

Acerca de esta muerte, nos cuenta el mismo d<;_>n


Guillermo el siguiente episodio: U1ce que, cuando Oso-
110, .. mozo garndo y Heno de juventud·', no obstante la
victoria alcanzada, contemplaba entristecido y lle_no 9e
congoja el estrago de 1a guerra, unos soldados se ac_e_r­
caron a él con un cadáver.
Y como Osollo les preguntara qué deseaba�.1 l9s
soldados le contestaron que e1 cura se negaba a daf cris­
tiana sepultura a su compañero, alegando que se trata)?a

j
de un hereje que no merecía sino que 1as "fieras desga­
rrasen y trillasen su cuerpo".

1
Osollo se acercó curioso a ver el cadá ve_r y co�o
reconociese que se trataba de Pepe Calderón, que había
sido su amigo, y del que no ignoraba los relevantes mé­
ritos, se abrazó a él, profundamente conmovido y lueg_o,
ya repuesto, mandó llamar a su ayudante y a diez zap�­
dores, diciéndoles que se presentaran ante el cura y le
ordenaran de parte suya que diera sepultura al c�dávei:
en el recinto mismo de la iglesia, y que de no hacerlo
así, "juraba que lo enterraría vivo".
El cura oyó la orden todo consternado y se apresu­
ró desde luego a cumplirla, "entre carreras, atropellos
y gritos". Se buscaron por todas partes lienzos negros� y
como no se encontraron en número suficiente_. se habili­
taron sotanas y trajes de señora. Y mientras unos colga­
ban "las bandillas", otros preparaban el féretro. Se tusó
a los chicos y se les lavó muy cuidadosamente para ql}e
sirvieran de acólitos en el acompañamiento y se contr.11-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 285

taran los músicos. Los oficiales y la gente de tropa lle­


garon casi sin resuello y el cura hizo que el sacristán do­
blara con todas las campanas, como si se tratara del
entierro de un obispo. Entretanto, se dispusieron los ho­
nores militares: enlutándose los tambores y ostentando
los jefes un lazo negro en el brazo, y después se formó
una valla de soldados desde el campo de Osollo hasta
el presbiterio de la iglesia.
El templo, revestido de luto, "era como un cielo ne­
gro", en que las llamas de los cirios brillaban como as­
tros. En medio de la iglesia se había levantado un gigan­
tesco túmulo y en él se depositó el féretro, entre coronas
y palmas.
Todos los jefes Yencedores con moños negros en los
brazos y la espalda, asistieron reverentes a las honras
fúnebres.
Y junto al cadáver, haciendo guardia, se hallaban
los principales jefes, con sus chacós empenachados y las
espadas desnudas.
Terminada la ceremonia, el cura, respetuoso, se pre­
sentó ante Osollo y le preguntó si se hallaba satisfecho.
"Lo estoy, respondió éste; pero cuidado con otra. Pues
Ia iglesia es madre santa, que a todos nos ama y nos
perdona".

DON GUILLERMO SALVA LA VIDA A JUAREZ


Mientras tanto, Juárez, con sus M.inistros, "vivía
como en familia", en el Palacio de Gobierno ele Guada­
Iajara.
Era éste un extenso edificio de piedra, cuadrado,
vulgar y con todo el aspecto de un caserón antiguo. Te­
nía un amplio patio circundado por espaciosos corredo­
res, con arcos, en Ia planta alta y baja, y el piso era de
ladrillo.
En el fondo del Palacio existía · un inmenso salón
de tres naves, divididas por col11mnas. Este salón estaba
destinado al Supremo Tribunal de Justicia y tenía al
frente una �m1plia plataforma que servía. para fas au-

..
- .. � - �
- - :�- . -�

286 SALVADOR ORTIZ VIDALES

diencias; y a los lados, dos piezas pequeñas que !ie uti­


lizaban como oficinas del mismo alto Tribµnal.
Eran las diez de la mañana. La guardia se encontraba
tranquilamente en sus puestos y la servidumbre se e;1-
tregaba al Jseo ele los sJlones, mientras que unos sold:1-
dos brufiían las piezas de artillería. En U1.1a de las ha­
bitaciones a que me he referido, junto a una ventana y
delante de un "mal bufete", se encontraba el Presidente
luárez, escuchando atentamente la lectura de un volu­
;11inoso manuscrito que leía Ocarnpo.
León Guzmán parecía entregado a hondas medit�­
ciones. y don Guillermo Prieto parecía dormitar, cuancJo
ele pronto, corno brotando del muro, surgió el letrado
Carnarena, Gobernador de Jalisco, quien poniéndose en
medio de la habitación, firme, pero intensamente pálido,
dijo:
"-¡ Alerta, seiiores, que se ha pronunciado el 5° ! "
Era éste un cuerpo comandado por Landa y cuya
fidelidad había garantizado Núñez.
J uárez, dirigiéndose a éste, le dijo:
-Vaya usted al cu�1rtel.
Y ordenó a Ocarnpo que siguiera leyendo.
En esto llega un coneo. y anuncia Li derrota de
Salam2nca, con lujo de detalles, a cual n1ás aflictivos.
Y acto seguido hace su aparición Núi'íez, quien con
semblante airado y lanzando llamas por los ojos, regre­
sa del cuartel en que se haila Landa, e informa que ha
encontrado amotinados J. los soldados y que uno de ellns
seguramente, lo hubiera matado, si la bala que éste le
disparara. él.l grito de: "¡ ]Vluera el ·Gobierno!", no que­
da, �fortunadamente, incrustada en su reloj.
Y rendido su parte, Núfiez se retira para ponerse
a] frente de sus tropas.
Juárez no pierde ni un momento su aplomo, y or­
dena a Ocampo que lea el parte que se refiere a la de-
rrota de Salamanca.
Y después de haberlo e�cuchado impasible. dice:
"Esto no es nada. Han quitado a nuestro ga1lo una
pluma".
,.

DON GUILLERi\10 PRIETO Y SU EPOCA 287

Y ordena a don Guillermo Prieto que escriba una


proclama en que se haga constar que este descalabro no.
ha disminuido en nada el entusiasmo de los liberale3 y
que, por el contrario, no ha hecho sino exaltar su fe en
la justicia de la causa.
Y luego, tranquilamente, dice a sus compañeros:
"-A almorzar, señores, que la ¡mesa nos aguarda".

INSTANTES DECISIVOS

Entretanto, en Palacio, la guardia se ha rebelado y


se oyen por todas partes los gritos de: "¡ A las armas!"
"¡Viva la Religión Santa!" "¡Mueran los puros!" Se
oyen muchas descargas; corre la sangre y se entablan
combates cuerpo a cuerpo.
A la noticia del motín se escapan los presos de la
cárcel; se descuelgan con reatas y se suman a los amo­
tinados.
Y en medio de la mayor baraúnda se oye el romper
1
estrepitoso de los muebles, los gritos de los heridos y las
voces de mando de los jefes.
Don Guillermo Prieto, que en los momentos de es­
tallar el motín· se encontraba a las puertas de Palacio, a
1 duras penas logra salvar su vida, resguardándose detrás
de unos pilares.
NI.as una vez serenado un tanto el tumulto, aunque
le es fácil escapar, resuelve seguir la suerte de sus com­
pañeros y se presenta ante los rebeldes, diciendo:
-t(Soy el 1Vlinistro de Hacienda y pido por gracia
seguir la suerte de los míos".
Los amotinados, apenas oyen su nombre, le maltra­
tan, le hieren, golpean y, enfurecidos, le arrastran por el
suelo hasta llevarlo al salón de la Corte de Justicia, don­
de se encuentra J uárez.
Entretanto, en la ciudad se han dado cuenta del
motín y la alarma cunde rápidamente. Tocan las cam­
panas a vuelo, y la gente corre en todas direcciones;
unos, para librarse de las balas; y otros, para entrar en
la lucha.
288 SALVADOR ORTIZ VlDALES

Cruz Ahedo, furioso, corre res uel to a la plaza a. com­


batir, y un estudiante, de apellido Molina, se apodera
de un cañón, dispuesto a resistir a los 1nochos, quienes,
al ver los aprestos y prepa1�ativos de guerra, con los que
no contaban, se espantan y se indignan a un mismo tiem­
po y resuelven fusilar a J uárez y su Gabinete.
Filomena Bravo, .f\'lorct y un PagasJ., se disponen a
serví r de verdugos.
Son hastJ ochenta ho;11bres los prisioneros que se
encuentran con Juárez, y al enterarse de la aproxima­
ción de las tropas, se refugian en las habitaciones conti­
guas al salón de la Corte de Justicia.
Queda sólo, en el quicio de una puerta, J uárez, de
pie, sereno e impasible, como estatua; y a su espalda,
también inmóvil, don Guillermo.
En estos momentos la tropa se detiene frente a J uá-
. rez y uno de los jefes ordena con voz ronca: 1
-"¡Alto!" J
Hay un profundo silencio y los soldados se forman 1
en semicírculo. quedando los jefes a la retaguardia.
-¡ Presenten, preparen armas, apunten ... !, dice
uno. Y en este mismo instante. don Gtlillermo ·se inter­
pone entre J uárez. cubriéndole con su cuerpo, y exclama:
"-¡ Los \'alientes no asesinan! ¡ Eh. levantad esas
armas!" Y habló. habló larga e interminablemente sin
saber casi lo que decía. "Más, ¿ qué importa? -afirma­
las palabras son sólo pretexto para cuando de veras habla
el alma".
Los soldados escucharon atónitos; al fin levantaron
sus armas v don Guillermo vió correr, a través de los
rostros cetrinos. las lágrimas. calladas, silenciosas.
_Tuárez. Ocampo v todos los presos abrazaron a don
Guillermo. "Y yo -dice- me sentía gigante, aunoue · de
cierto, no era nada, sino un obscuro instrumento de que
Dios se valía para salvar a 1a Patria".
LAS PEREGRINACIONES DE JUAREZ
No obstante estar apoderados de Palacio los con­
servadores, no las tenían todas consigo; pues gran parte
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 289

de las fuerzas estaban todavía en favor del Gobierno,


y, además, se encontraban amenazados por las tropas de
la Convención, que marchaban sobre Guadalajara, mo­
tivo por el cual resolvieron pactar con Juárez y faci­
litarle la salida.
El Presidei1te y sus acompañantes abandonaron la
ciudad, sin servidumbre y sin ruido, y lo que es aún
más triste, sin maletas. l ban todos sobre flacos rocines,
de esos, dice don Guillermo, '" que es preciso tener siem­
pre ensillados, para evitar que se los ileve el aire".
La comüiva, aparte ele los soldados que la custo­
diaban, era en grado sumo escasa, y además, presentaba
un aspecto tan triste y macilento, que más que el Pre­
siq_�nte y sus Ministros. parecía un grupo de trashuman-
1es cómicos que unen Jl regocijo de la farsJ, la seriedad
del hambre". Por lo que e! pueblo dió en llamarles la
fmnilia enfenna.
Cuando llegaron J uárez y su comitiva a Santa Ana
Acatlán, lo primero que hicieron fué buscar pos:ida. Era
este pueblo de una fealdad espantosJ "como un perro
revolcado en el lodo". Sus casas, o mejor dicho, sus .ia­
cales, se hallaban en absoluta dispersión y blanqueJ.b:rn.
como cabras perdidas en el monte. Frente ,1. la capilla.
que tenía un exiguo cimborrio, se encontraba el mesón
al final de un declive, que lo hacía aparecer corno aden­
tro de un pozo, hostil e inhospitat\rio.

EL COI\lBATE EN SANTA AN.-\


Apenas llegaron nuestros viajeros, cuando un grito
de ¡ son los 11wchos ! , sembró el espanto entre los pocos
habitantes del pueblo que corrí an en tod:is direcciones,
en tanto los soldados se <1prestaban a la lucha.
Era L�rnda. que, arrcoentido de su Dacto, venía con
gran acopio de fuerzas, dispuesto J. acabar con Juárez y
su Gobierno.
El mesón era como una trampa sin salida, y tan /
deleznable y tan lleno de parches y remiendos, que tal
oarecía
' una "levita de cesante".
, Don Guillermo Prieto.
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j
1
1
290 SALVADOR ORTIZ VIDALES
1- l
El soportal, por sus escasos pilares, recordaba 1a • 1

boca semidesdentada de una abuela. l l


El edificio era todo de adobe y los techos tenían vi­ 1

gas viejas y carcomidas.


Los soldados se colocaron entre las tapias- y cit�ri­
llas, y Santos Degollado, resguardando la puerta de en,
tracia. J uárez, entretanto, se hallaba bajo el portal, ·tran­
quilo e indiferente.
Llovían las ba1as por todas partes; se escuchaq�n
multitud de improperios, y aunque los sitiadores eran
constantemente rechazados, volvían siempre a la carga
como en una eterna pesadilla, regando el campo de
muertos y heridos.
En lo alto del edificio, Leandro Valle animaba a
sus soldados, y luego iba a los corredores a curar los he­
ridos, multiplicándose por todas partes y sin cesar de
lanzar cuchufletas, mostrando al reír, su dentadura blan­
ca con lin diente de menos.
De su fieltro flexible había hecho una gorrita có­
mica, y apenas la veían sus enemigos, se ponían a tem­
blar.
Durante todc el día continuó el combate y era
el mesón, propiamente, 1o mismo que llll2 fiera acorra­
lada, que se debatfa en medio de una espantosa jauría.
MJs al llegar la noche, se suspendió ·e1 combate �í el me­
són quedó cercado por el enemigo, a medio tiro de fusil.
En el campo había muchos muertos y heridos y el
parque se había agotado por completo.
La resistencia era imposible, y se resolvió por la
retirada, que dirigió V 2.lle. acompañando a J uárez y a
sus l\1inistros por un callejón obscuro y atravesando con
gran riesgo de su vida por e] campo enemigo, en donde
los soldados, cansados de la terrible refriega, se hallaban
profundamente dormidos.

LA ESTANCIA EN VERACRUZ
De aquí, se dirigió Juárez a Manzanillo, y luego se
embarcó con rumbo a Panamá, regresando a México
en marzo de 1859, e instalando su Gobierno en Veracruz,
DON GUILLERñlO PRIETO Y SU EPOCA 291

bajo la protección qe don A-lanuel Gutiérrez Zamora,


Gobernador de c2quel Estado y adicto a la Constitución.
Ln algunos dt sus rcmances_, don Guillermo se
ocupa de su estancia en Veracruz, entre las "jarochd as
nerviosas de cachirulo y mascada" y de puro en ·1a boca.
Entrarnos en Veracruz, nos dice, de la misma ma­
nera que en una procesión, entre hac.has encendidas; al
redoblar de los tambores y en medio de un repique a
vuelo. Las gentes se agolpaban en las calles y plazas _pa­
ra ver pasar a la f arnilia en/ erma. Y las muchachas
desde los balcones el� la_- casas, nos saludaban agitando
los pafí uelos y arro j fü1donos flores.
Iba en primer término Juárez, acompañado del Go­
bernador de Ver:tcruz, ,.,._ quien adoraba el pueblo por su
alma grande y generosa.
En seguida, fvianL1el Ruiz, flaco y macilento; luegp,
León Guzmán, ufano, y despl!és todJ. la comitiva.

U.NA ANECDOTA

J uárez, Ocampo y Prieto, se instalaron en la casa


que fungía de Palacio.
Los dos últimos se aloj:non en L!TIJ. sola pieza. Y a
Juárez se 1e d::stü1ó una lnbitación por sep.1rado, aunq\1e
modesta v sobriJ. Salía ésta haciJ. una 2zotehuela, en
donde se ..,encontraba un bafio. J u2rez se servía personal­
mente para no molestar a su criado, y era su costumbre,
al despertar con el alba, tomar un baño de agua frfa, 1o
mismo en invierno como en verano, .Y Io mismo en Ve­
racruz que en el Norte.
Y cuenta dcí! GuiHermo que. como se dispusiera
J uárez a tomJr su abluciór: matinal, solicitó de una cria­
da negra una b:rncleja c-Jn agua. Nías ésta, viéndole de
·pies a cabeza. en tono clesp:-eciativo, elijo:
-"¡Habrá indio más igualado! Lleve el agua que
quiera. Y no sirvo a los mozos".
J uárez, entonces, sin decir palabra, se sirvió por sí
mismo y sonrió lleno df simpatía, por el ananque y al­
tivez de la negra,.
292 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Mas llegada la hora del almuerzo, cuando todos los


l\tí inistros esperan respetuosos, de pie, la llegada del se­
ñor Presidente, la criada espía, ansiosa de saber quién
es este importante personaje, para darle la preferencia:
fija sus ojos en Ocampo, luego en Guzmán, y finalmente,
en don Guillermo, sin atinar a salir de su perplejidad,
cuando en esto, oye ruido de pasos y ve salir a un ho_m­
bre de }as habitaciones interiores. Todos, al verle, se in­
·clinan respetuosos, y la negré1. lanza un grito de terror_.
al reconocer en c1 Presidente al hombre de la bandeja
y corre avergonzada a ocultarse.
Entonces Juárez 1a llama por su nombre; mas la
Da
' trona toda confusa le dice:
---". o me detenga crijtiano. Prefiero marcharme;
pues no hay mujer m5.s bruta en todita la tierra".
Juárez tranquilizó a la patrona, y riendo, relató a
, .
to dos e, com1co suceso.
l
Profesó desde entonces una gran simpatía por la
nefra, y de esto le dió pruebas en más de una ocasión.
ciernostrando una vez más su modestia, dice don Gui­
llermo. que era 1a más excelsa de sus virtudes y la base
de toda su grandeza.

.,
1V1 I RAlVtON ATACA A VERACRUZ
Sin embargo, est;i vida apacible de J uárez y de su
comitiva, no podía prolongarse mucho tiemuo. Pues los
consen.,1adores. no obstante sus repetidos triunfos, com­
prendían oue Ia victoria no podía ser un hecho, si antes
no se exterminaba a Tnfírez v los suyos. Así, pues, Mira­
món rPsolvió atacar Veracruz.
Don Guillermo, al referirse a este sitio. en uno de
sus romance�, no puede menos de celebrar a los jaro­
chos, por su valentía y su carácter franco v abierto. Pró­
difws v genero<-os de su sangre. dice. hadan del oelirrro
un� fiPc;ta. y de Ja guerra un ho1rrorio. sin imoort2.des
nc1r;:i el P�tr;:iP-o de la metralla v de las bomhas oue sem­
brab;:in dnndeouiera Ja m11erte y la desofación.
1\1iramón amair2.ba a Veracruz "como un lobo a su
presa", husmeando, con deleite la sangre y refocilándose

DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 293

a1ite la perspectiva de un futuro triunfo. l\b.. s no cont2.. b:i..


ni con la heroiciclzd de 1os jarochos, ni con la pericia
militar de Llave, de Enrique Ampudia .Y de Pancho
Azpe, que se batían al mismo tiempo como leones.
En cuanto a Aspe, nos cuenta don Guillermo e1 si­
guiente episodio: Dice que, en lo más reñido del com­
bate, un sargento de tez tostada y anchas espaldas, que
ayudaba a este jefe militar, fungiendo como artillero", al
sentirse herido de muerte hizo que lo lleYar2.n frente a
un balcón en que se encontraba en aquellos momentos
J uárez. Y una vez en este sitio, con acento estruendoso,
gritó:
-¡ Viva la Reforma! ¡ No hay que afloj:nle, ;aro­
chos !"
Y luego, volviéndose al Presidente, le dijo:
"-Sé firme y vencerás, gran Juárez, que así mo:·i­
mos nosotros". . . Y diciendo estas últimas palabras, ex­
piró.
Entretanto, el espantoso bombardeo echaba por tie­
rr.J los edificios; los incendios se sucedían unos a otros,
y las L1miií::ls esp<1ntac!a�, prorrumpiendo en "lloros y la­
mentos", vagaban de un lado a otro, sin saber dónde re­
fugiarse. Los hospitales se lle11aban de heridos que, en­
vueltos entre sus blancas ropfls, "parecían una legión de
muertos amortajados", y el horror y la desolación rei­
naban en todas partes. Sin embargo, el ánimo de Ios si­
tiados no flaqueaba en lo más mínimo, y Ivlanuel Gutié­
rrez Zamora e Iglesias, rechazaban cada vez con más
denuedo los rudos embates del enemigo. A cada señal
de triunfo, se ·despertaba un inmenso entusiasmo, y Za­
mora aparecía en los lugares más peligrosos, ya dando
órdenes o reforzando un punto, en simple calidad de sol­
dado. Alberto López era uri Cid; Llave, todo un por­
tento, y todos, a cual más, se empeñaban en cubrirse de
gloria, en aquella acción mil veces memorable.
J uárez, con los hombres de su Gobierno, había ido
a ocupar el Castillo de San Juan .de Ulúa, y entre ellos
se encontraba, naturalmente, nuestro" amigo, Fidel el co­
plerillo, que a la sazón redactaba un periódico con el
294 S.-\L\'A.DOR ORT!Z V!D.-\LES

título de "Tío C,.1.ndebs", que era una deiicia para


el pueblo bajo, y un:1 ponzoña envenenada para los
mochos.
1\Ias, a pesar de lo reñido del sitio, la lucha parecía
!

prolongarse indefinidamente. Por lo que Ivliramón, an­


s�oso de terminar cu1i:to aíi tes, y teniendo noticia de que
el general Nlái·quez necesitaba ele su auxilio, reconcentró
sus fuerzas en un solo punto, dispuesto a jugarse el todo
por el todo. Aquello fué \'erd2.cle�·amente terrible: "la
sangre empZtpaba iJ. tie!·¡·a", y los muertos y heridos re­
basaban las trir:cheras. en la mús espanto'.:a carnicería.
Y corno si r.:sto no fu2ra suficiente, he aquí que un
hecho de lo más inoµhac!o y doloroso, viene a ensombre­
cer tcdavía rnf.s Z!C1L:cl momento. Ello fL;é que, Pepe Gu­
tiérr ez Zamon1., hermano del Gobernador·, por -ciertas
deudas que no podía satisfacer, resolvió pri\·arse de la
vida.
Don 1\'b.n.uel Gut1�nez Zamora recibe la nojcia en
b más rerrido de la r1.:friega: mzts sin decir palabr(!, ni
n:.:rnifest2.r sE pen:,., sigue luch:-mdo, vitore<i.nc!o a la pa­
tria y animanco a sus 5oldados, hasta no \·er la empresa
corcnada por la victoria. Y sólo entonces, cuando las dia­
nas 8.nunciZtn el triuí1fo, Zamora se retira a su aposento,
e�11 do-l!d1..:r- '--::,L,:.l. C:! c.,r'-'t··-..,
_,_,-L:; ,.., l
_,�\, ', L.1· L,t. ..; . l-,,-,1·n-.-,·1
-l:, C'll 1,C: ,1ul.0 , J \/ ab··,..,za' ndose
¡ <.1. . ·,
a él, da ricnd:i. sue�ta 2 su dolor.

A pes:ir ele este des:=alJbro, Nlfr2.món, o el "rnacabeo",


como le llama doi.1 Guil!ermo Prieto, se ciecidió de nue­
vo a atacar Ver2.cruz, sólo que esta vez por mar y por
tierra, para lo cual adquirió en Cuba dos barcos que ·se f
llamaban "IVI 2.rqués de la I-1 abana" y "General 1\llira­
l'
1
món".
Los barcos estaban al mando de un tal l\1erín y se
hallaban tripulado'.� por españoles �xpertos y aguerridos.
Al llegar i\Iir2món a Veracruz, lo primero que hizo
fu¿ intim�r la rendición de la plaza, "en medio de true-
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 295

nos y amenazas", que se estrellaron, corno era naturai,


ante la firmez_a de J uárez y el ánimo aguerrido de los
jarochos, que recibieron aquellas bravatas con ironías y
burlas, corno era su costumbre.
Mas, por entonces, apareció en el puerto un buque
enano piloteado por Wilf, y el Gobierno, a falta de otra
cosa, resolvió comprarlo y habilitarlo como barco de
guerra. De la misma manera estaba en Veracruz un
barco, poco más grande que una lancha, y que pertenecía
a Goycoyria y Hermanos, amigos de Santacilia. Fl Go­
bierno resolvió, igualmente, comprarlo, mas sus propie­
tarios lo cedieron galantemente, por amor a b causa, y
en breve tiempo quedó habilitado como barco de guetTa,
gracias a los carpinteros y herreros de la playa, quienes
trabajaron en él asiduamente, con grande regocijo y be­
biendo sin tasa.
A estos flamantes barcos se agregaron después algu­
nas lanchas con un cañón cada llna y que recibieron el
nombre de gallos, para significar, de este modo, su lige­
reza y bravura.
Además, se encontraba en el puerto "indiferente y
en calma, un cierto buque americano, que tenía diez ca­
ñones", y· del que era capitán l\1 r. J arvis, "3.nciano de
barba blanca", muy amigo clel Cobier110 y de Lascurúin.
Don Guillermo no precisa de un;:i. maner�t franca la
actitud de este barco en la contienda; mas los historiado­
res están de acuerdo en asegurar que el triunfo de los li­
berales no se resolvió entonces, sino gracias � la inter­
vención de los Estados Unidos, que facilitaron ía ma­
nera para apresar los barcos de l\1iramón como piratas,
imposibilitando de esta manera al jefe conservador para
atacar a Veracruz por mar y por tierra, según se había
propuesto.
En cuanto a don Guillermo, he aquí cómo nos des­
cribe esta acción de guerra.
El último de marzo de ( 1859 ?) , la campana del Cas­
tillo de San Juan de U lúa anunció que se hailaban a· 1a
vista buques sospechosos. La ciudad se llenó de inquie­
tud y la gente se agolpó sobre el muelle.
296 SALVADOR ORTIZ VIDA.LES

Se exigió a 1os buques la bandera respectiva, y éstos


se negaron a d:irlJ. y en calidad de piratas_, se dirigieron
a Antón Lizarclo, amagando 1:-i. plaza, y entendiéndose con
1Vliramón.
Entonces Ll a ,·e ofreció su espada al Gobierno, y
éste le nombró Com,rndante de los pequeños barcos.
Cuando aquel combate naval se inició, la sombra de
la noche era e\:traordin:niamente espesa. Los· buques
ele Antón LizJr'-'.o se mecían sobre las aguas. Hubo los con­
siguientes preliminares ele combate, y por fin se entabló
la lucha. De "La Zaragata'·' se oyó el terrible estampido
ele los cañones que estremecía las c:1.sas, la Aduana y el
muelle. Los fuertes barcos de 1\'larín embestían contra
los pequeños barcos de los liberales, y el combate f ué ver­
daderamente espantoso. Llave quedó herido en la re­
friega. 1\1as al fin los barcos enemigos se rindieron tris­
tes y débiles, y no hubo ni dianas, ni vítores. La sombra
ele la noche era cada \'eZ más impenetrable, y el descon­
cierto cundió entre l\'íiramón y sus soldados que presin­
tieron la derrota inevitable.
Bien pronto se supo en el puerto el resultado ele la
lucha, y los jarochos profirieron entonces con soberbio
dengue:
"Crijto es el ·1.:erdadiro í)aledor del indio, y a la
Heroica 11aide11 7.·01r.e".

EL TRIUNFO

Por fin, el 1 9 c!e enero de I861, el general Jesús Gon­


zález Ortega hizo su entrada a 1\íéxico, en medio del ma­
yor entusiasmo.
Las dianas, dice don Guillermo, sonaban por todas
partes y estallaban en el aire los cohetes. De los balco­
nes, proÍusamente adornados, con cortinas y espejos, caía
sobre la comitiva una lluvia de flores, y las campanas
de todas las iglesias repicaban a vuelo.
Por todas partes trascendía un suave olor a mole, y
corría en ,·erdaderos r!0s, el famoso tlamapa.
DO\J GUILLER1\lO PRIETO Y SU EPOCA .297

Desde la garita de Belén, por donde debían entrar


las tropas triunfadoras, se agolpaba la multitud a pie, o
en coches o caballos, luciendo los jinetes sus ricos ata­
YÍos. Los niños cabalgaban sobre los hombros de sus pa­
dres, Y· los muchachos ágiles se montaban sobre las ra­
mas de los sauces, que limitaban la calzada de Bucareli,
circunc!ada entonces, de uno a otro lado, por una inmen­
sa ZJ.nJa.
El ejército de González Ortega, compuesto de 28,000,
llenaba casi en su totalidad la Calzada de Chapultepec.
Las bJyonetas lucían al sol, y las banderas desplegadas
al aire, eran saludadas con vítores y aplausos por lJ.
multitud. Se veían en lo alto los guiones de los estan­
dartes, las banderolas de las lanzas, y todo presentaba un
vistoso conjunto de seda, de oro y plata.
Las calles comprendidas desde la Alameda hasta Pa­
lacio, estaban convertidas en verdaderos salones de lujo.
En ellas lucían candiles de cristal que reverberaban al
sol, elegantes cortinajes, espejos y macetas con flores y
naranjos, que hacían de los balcones verdaderos jar­
dines.
El general González Ortega mJrchaba afable, en me­
dio de su Estado 1\1ayor, compuesto de bizarros jinetes.
I nmecliatamente después iban los siguientes gene­
rales:
Alatorre, "chiquitín, trigueño y flaco", al frente de
las tropas de Zacatecas.
Antillón, "erguido y como en bronce modelado",
que iba con los guanajuatense_s.
Régules, flaco y enjuto, que marchaba al frente de
las tropas ele .Morelia, "que habían conquistado fama y
renom_bre en la lid por la Reforma".
Manuel Toro, que venía en representación de Lean­
dro Valle, Jefe de los soldados de Jalisco, que según el
adagio popular, nunca pierden, y cuando no cogen, arre­
batan
. Y, finalmente, los chi11acos, endinos y retobados, con
sus blusas rojas y sus cuacos regriegos. Al frente de la
298 SALVADOR ORTIZ YlDALEs

chinaca, se ve a Aureliano, "el dealt-iro hombrecito y


bien planchado", con su capote de cuero, relampagueán­
dole los ojos, medio avispado, chato y con la risa en los
-1
labios.
En el centro de Bucareli, frente a la fuente, hace
alto González Ortega, y en medio de un profundo silen­ '1
cio, se acerca a él 1Vlaximiliano Baz, quien saluda a los
héroes en brillantes estrofas, que encienden aún más el 1

entusiasmo de la multitud.
El ejército, después de este· pequeño alto, continúa
su avance hasta llegar al Puente de San Francisco, pro­
fusamente adornado con tapices y banderas tricolores, y
en donde se han colocado estatuas y retratos de los hé­
roes de la Independencia. Allí espero. el Ayuntamiento,
y otras muchas connotadas personas.
González Ortega, al verlos, desciende del caballo, y
toma su puesto entre los Concejales. Entonces Florencio
Castillo, después de un brillante discurso, le ofrece las
armas de la ciudad, en un lujoso estandarte bordado con
hilos de oro.
Y acto seguido, se le ofrece al General vencedor una
regia carrozü, que el pueblo se dispone a arrastrar. I\I as
el General la rehusa, y prosigue su marcha a pie.
De pronto, al llegar la comitiva al hotel I turbide, los
clarines tocan alto a una indicación del general Gonzá­
lez Ortega, que ha visto en los balcones del hotel, a Be­
rriozábal y Degollado.
Les manda llamar, y aunque se resisten en un prin­
cipio, acaban por acudir, ante la continuada insistencia de
González Ortega. Entonces éste, con un gesto de gene­
rosidad que mucho le honra, ofrece el estandarte con el
escudo de armas de la ciudad, a Degollado.
La multitud aplaude con gran estusiasmo, y se <': ·en
por la primera vez los acordes de la 1\1arsellesa, consa­
grando, dice don Guillermo, "aquella victoria del pue­
blo, contra los tiranos".
Y así, el general don Santos Degollado, empuñando
el estand?rte de la ciudad, y seguido de González Ortega,
se dirige a Palacio.
DON GUILLERMO PRIETO Y Su EPOCA 299

Once días después hace su entrada Juárez a la ciu­


dad de México, cambia su Gabinete e inicia su obra de
Reforma.

CONCLUSION

Y con esto termina la guerra de tres años, la


época acaso más sangrienta de la historia de México,
y sin duela también la más trascendental, pues en
ella comienza, si así puede decirse, el destronizamien­
to del clero y la aristocracia, y el pueblo, o sea las
clases desheredadas, principian a ser factor importan­
tísimo en los destinos del país. Y es de notar, que el tipo
más representativo de esta época es don Benito J uárez,
indio de raza pura, formidable como una fuerza cósmica
e inconmovible al triunfo o la derrota. Nunca como en
esta época, el criollismo ele la clase elevada, representada
por los capitalistas y el clero, desarrolló una mayor ac­
tividad, y puso en favor de su causa sus fuerzas más po­
derosas, la inteligencia y el dinero. Todo fué inútil ante
la fuerza de la pasigiclad o de la inercia, que representa
J uárez, como un adelantado de su raza, cuya ciencia con­
siste únicamente .en saber esperar. Por lo demás, ya en­
tonces en J uárez se iniciaba una nueva era, o mejor di­
cho, una nueva cultura, que haciendo tabla rasa del
pasado y de la tradición, asestaba su golpe más terrible
contra las autoridades más prestigiosas, o sea el clero y
las clases elevadas que representaban, quiérase o no se
quiera, la civilización del mundo antiguo o de Occiden­
te. J uárez iba a hacer una patria, e iba a recoger la in­
\'Ítación de Hidalgo, cuando dijo: "Unámonos todos los
que hemos nacido en esta dichosa tierra". Esta exclusi­
vidad, fundada sólo en la razón telúrica, que hizo la In­
dependencia, iba a ser de la misma manera, la norma del
gran Juárez. Y el principio telúrico o la conformidad a
la natt1raleza, en que se basa toda la vida de· los indios,
se iba a imponer con toda la fuerza de· su pasividad a
una cultura que se juzgaba buena para Europa, pero
apócrifa en nuestro medio ambiente.
.... , .,,

300 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Y así, nada tiene de extraño que J uárez, al negar


el pasado y la tradición, que equivalen para él a lo apó­
crifo, por una reacción inevitable, vea sólo hacia el fu­
turo, que es como una página blanca, donde nada se ha
escrito, y que abre un mundo infinito de posibilidades.
¡ Adelante, siempre adelante! He aquí en un último
análisis la actitud de J uárez y de todos los que fueron
con él.
Pero, para marchar, es preciso saber siquiera adón-
- de vamos, o en otros términos, es preciso, por lo menos,
tener conciencia de nosotros, y esta conciencia no es
posible alcanzarla, si no miramos al pasado, que es la
experiencia y es la sabiduría de los pueblos. Somos, sí,
una raza nueva, y, en consecuencia, tenemos nuestro pro­
pio destino, pero formamos parte de la humanidad, y
nuestras acciones y reacciones tendrán que obedecer siem­
pre a las mismas causas, y tocia la experiencia de la his­
toria del mundo puede ser, y es preciso que sea, también
nuestra experiencia.
Los destinos de los hombres, como los de los pue­
blos, son incontables como las estrenas del cielo. Tene­
mos nosotros con la pasividad y la inercia del indio, la
agresividad del español, y no ha de ser ni la pasividad,
ni la violencia, distintamente consideradas, o mejor di­
cho, excluyéndose la una a la otra, lo que a la postre ha
de poder salvarnos, sino la feliz armonía de estas fuer­
zas contrarias, en un estrecho maridaje.
Hagamos nuestr� propia cultura; mas sin descono­
cer lo que hay siempre de eterno en la humanidad, pues,
ante todo, somos humanos, y hagamos también, porque
todos los principios y enunciados de ética, de los que
nunca podremos prescindir, no sean únicamente una lec­
ción que nuestros labios repiten de manera mecánica, sino
fuente de vida, o anhelo de perfección a que tendamos
siempre, por más que comprendamos que, como todo
ideal, es inalcanzable. Pues ha sido propiamente este anhe­
lo de perfección, por el que han muerto nuestros herma­
nos, y han dejado el polvo de sus huesos sobre esta
tierra tan dura, pero a la vez tan dulce, que nos da el
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 301

pan y nos da de comer; esta tierra que tanto amamos,


y que si hoy es nuestra condenación, ha de llegar un día
en que podrá salvarnos, cuando a pesar de todo nuestro
apego por ella, o quizás por esto mismo, haga por fin
irrupción el espíritu.
1

A NIANERA DE EPILOGO
1
11 En cuanto a don Guillermo, que ha sido como nues­
t tro Virgilio, en este infierno de luchas intestinas, no que­
da ya mucho que decir. Pues su vida, que llegó a su más
alta culminación, al salvar a don Benito Juárez, carece
de importancia, desde el punto de vista histórico, al de­
jar la Cartera de Hacienda. Bien es cierto que su in­
fluencia política e intelectual en los asuntos públicos,
no ·cesa por completo, y sigue su actuación, lo mismo
en la tribuna que en la prensa. Mas si se compara
esta época de su vida a la anterior, por fuerza nos ten­
drá que parecer desvalida y falta de importancia, cuan­
do no dolorosa. Pues don Guillermo Prieto, que en mu­
chos casos, casi puede decirse, hizo la historia, tuvo que
enseñarla después; y él, que se adelantó durante una lar­
ga centuria a nuestros políticos actuales y vió la salva­
ción de México en la Economía, tuvo también que en­
señar esta ciencia, y más aún, imponerla en la cátedra,
entre una burguesía adocenada, y la ironía tajante de los
jurisconsultos de su época, hechos sólo a los grandes ne­
gocios financieros y uña y carne con los capitalistas. Bien
es cierto también, que ocupó una curul en el Congreso,
mas esto, como todos sabemos, carecía de importancia,
pues no era sino una renta vitalicia con que el Sátrapa
premiaba los servicios de sus amigos, o acallaba las voces
de todos los espíritus inquietos, susceptibles de crearle
mala atmósfera. Por lo demás, don Guillermo, había vi­
vido su vida -como dicen los franceses- en toda su
inmensa plenitud, y y·a era mucho que se le dejara en
paz, y se le permitiera volver con la imaginación a sus
recuerdos. Don Luis G0nzález Obre�ón. no� h?Ql? 9l?!
304 SALVADOR ORTIZ VIDALES

Af aesiro, a quien fué presentado en I 888, y sirviera más


de una vez de lazarillo, cuando el viejo poeta, cegatón,
y más miope que nunca, se paseaba a través de las calles
ele México, a las que llamara sus "salones", y en donde
recibía a sus numerosas amistades y eran éstas: la china,,
antes radiante y ahora nonagenaria, que le había cono­
cido cuando él era únicamente "El Güero"; la viuda
pensionista "que le había descosido los faldones". cuan­
do fungía de i\1inistro de Hacienda, y un "achacoso y
retirado militar", que fuera compañero y comparsJ en
el pronunciamiento de los Polkos y de los Puros. "Aquí
le hablaba -nos dice González Obregón- una romántica
señorita que quería un autógrafo para su álbum" y "allá
una joven de su tiempo, verdadera ruina humana, ''pró­
xima a desplomarse", y "que con voz gangosa y boca des­
molada, pasaba salundándolo con un meloso "adiós, Gui­
llermo". Y a éstos se agregaba üna serie no interrumpida
ele personas de todas las categorías y clases, para las que
don Guillermo tenía siempre una frase amable o una sá­
tira venenosa, según el caso, pues era dulce como la miel,
o amargo como el acíbar. l\1 as eso sí, a las mujeres les
llamaba siempre "chulas o preciosas" y a los varones
"hijos o hermanos".
Pero no siempre el amor y la cordialidad unánime
acompañaron a don Guillermo en sus últimos años. La
vida no suele ser muy pródiga. y si a veces concede mu­
chos años, es a costa de grandes penalidades. Don Gui­
llermo, tan oportuno siempre para salir a,·ante en los
trances difíciles, cometió, sin embargo, el error de no sa­
ber morir en el tiempo preciso. Y su larga silueta des­
medrada, entre otras cosas, tuvo al fin que pasar por
las horcas caudinas de muchas antes alas de señores 1\.1 i­
nistros, jóvenes arribistas, hijos de padres a quienes don
Guillermo sacara de la nada, y que no teniendo más
mérito que el que oa entre nosotros la siempre fugacidad
del cargo, se permitían hacer esperar al poeta largas ho­
ras, quizá únicamente para darse importancia.
Acerca de esto, Rubén M. Campos, a quien ya hemos
citado, nos cuenta la siguiente anécdota:
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 305

Dice que habiendo tenido que entrevistar don Gui­


llermo Prieto a un prominente político, éste se permitió
el lujo de dar al poeta dos horas de antesala, y como a
pesar de esto, el señor .lviinistro no se dignara todavía re­
cibirlo, don Guillermo llamó al ujier y le ordenó:
"-Ve y dile a tu jefe que cuando yo fuí Ministro
también, nunca tuve a su padre haciendo antesala, sino
por el contrario, lo enriquecí, dándole magníficos em­
pleos".
Y cuando el ujier f ué a alcanzar a don Guillermo
con la súplica del Ministro, de que volviera para ser
recibido, el viejo poeta '·negóse soberbio y magnífico de
dignidad".
Pero no es esto todo. Don Guillermo, el único mi­
mado por la gloria, lo mismo de los de arriba como de
los de abajo, va a asistir a los funerales de su alto pres­
tigio de poeta, figurando ya al cabo de su vida en una
justa en que, aun siendo el vencedor, es el vencido, pues
sólo a duras penas se le otorga el lauro de poeta, en aten­
ción a sus pasadas glorias y quizás a su triste y larga an-
cianidad.
Nlas ¿ qué importa? Tiempos vendrán en que se ha­
ga una paciente y concienzuda revisión de valores; en
que las voces extranjeras no sean las únicas que se nos
impongan, y en que busque1nos dentro de nuestra propia
entraña, nuestra genuina modalidad artística, para dar
a los otros también nuestro mensaje. Y es entonces, y
sólo entonces, cuando la obra de don Guillermo Prieto
ha de tener una verdadera y grande significación, siquie­
ra sea desde el punto de vista de vanguardia en que ella
se coloca, en el primer albor del México que nace, y se
dispone a vivir su destino.

Don Guill•rmo l'rieto.-20


BIBLIOGRAFIA
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Librería de la Vda. de Ch. Bouret, 1906.
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xico, Tip. Literaria de F. Mata, 1884.
Breves nociones de Econom.ía Política.-México, Oficina Tipo­
gráfica de la Secretaría de Fomento, 1888.
Churnbusco.-Recuerdos de 1847. Varias poesías. México, 1875.
Cole¡ción de poesías escogidas, publicadas e inéditas.-México,
Tip. de la Of. Impresora de Estampillas, 1895.
Compendio de la Historia Universal.-2� edición. Tip. "El Gran
Libro", México, 1888.
Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1861, y discursos
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8Q, pp. 28-40.
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de la discusión de la Deuda Inglesa. México, Imp. de Fran­
cisco Díaz de León, 1884.
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Indicaciones sobre el origen y vicisitudes que guardan las rentas
generales de la Federación Mexicana. 1V1éxico, Imp. de Ig­
nacio Cumplido, 1850.
Lecciones de Historia Patria.-México, Tip. de la Secretaría. de
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la Secretaría de Fomento, 1890. 3� edición, 1891. Imp.
de la Secretaría de Fomento.
}.fusa Callejera.-Por Fidel. México, Tip. Literaria de Filomeno
Mata. 3 tomos en I vol., 1883.
El Romancero Nacional.-México, Of. Tip. de la Secretaría de
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JIU S.-\L\'ADOR ORTIZ \'!DALES

Versos inéditos.-México, 1 mp. del Cornercio de Dut!án y Chá­


vez, 1879. 2 Yols.
Viaje a los Estados Unillos.--México, Imp. del Comercio de Du­
blán y Chávcz. 3 vo!s. ilustrados. 1877-íS.
Voto particular en el dictamen de las Comisiones Primera y Se­
gunda de Hacienda, a la iniciativa del Ministerio que pide
se autorice al Gobierno para disponer de tres millones de
pesos de la indemnización americana.-México, Imp.
de Cumplido, 1850.
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Viajes de orden suprema.-l\lé;_ico, l85í.
Los Lunes de Fidel.-f,téxico, 1923.
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ción, en México, i876.

COLABORACIONES

Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados


Unidos.-México, i848, Tip. de Manuel Payno, hijo, calle
de Santa Clara número 23. 1 vol.
J\l/anifestación a Benito ]uárez, el día 18 de julio de 1887, promo­
vida por la "Prensa Unida" liberal de la ciudad de Mé­
xico. Recopilación completa hecha por Daniel Cabrera, de
los discursos y poesías pronunciados ante la tumba de Juá­
rez en el Panteón de San Fernando.-México, 1887, Imp.
de Daniel Cabrera.
En Honor de ]uárez.-México, 1887, Tip. de José Vicente Villa­
da. Callejón de Santa Clara, número ID.
Glorias Nacio7!ales.-México, 1862-66. 1 vol. formado de I I fols.,
sin paginar, y otras tantas litografías dibujadas por Esca­
lante y grabadas por I ria rte.
Biografía del General de División Ignacio Zaragoza.-México,
1862, Imp. de Vicente García Torres. Calle de San juan
de Letrán, número 3.
Los Salvados.-Por don Guillermo Prieto, en "El Universal", de
16 de marzo de 1897.
El Mundo.-Tomo I, Núm. 6, del 7 de febrero de 1SG7, pág. 82,
El Aniversario de la Constitución.-Núm. 9, del 28 de fe.
.
DON GUILLERMO PRIETO Y SU EPOCA 311

brero, pág. 130. if.l Chinaco de A 1/taño y el Liberal di


Hoy.-Núm. 23, de 6 de junio, pág. 316. Un 1Hartirio h1-
1ucesario.-Núm. 26, de 27 de junio, pág. 434. Treinta
años Después de la República.-Tomo I l. Núm. 3, de 18
de julio, pág. 10. El 18 de Julio.
El .Manifiesto de los Comisionados.-Por Guillermo Prieto.-Mé­
xico, 1862. Imp. de Vicente García Torres. San Juan de
Letrán, 3.
Reglamentación de las Leyes de Reforma.-México, 1855. l mp.
de "La Revista Universal", !•� de San Francisco, 13.
Boletín del Archivo General de la Na.:ió:1.-Tomo !_Y, julio­
agosto de 1933.-Núm. 4. Talleres Gráficos de la Nación.
México, 1933.-En la página 520 aparece "La Constitu�
ción de 57 y los Constituyentes", por don Guillermo Prieto.
Breve Introducción al estudio de la Historia Universal.-Méxi­
co, 1884, Litografía Literaria de Filomena Mata. 2 tomos.
El Ministerio de Hacienda del 21 de enero al 6 de abril de /861.­
México, Imp. de Vicente García Torres, 1862. Colabora­
ción con J. M. Iglesias.
Romancero de la Guerra de Independencic.-En colaboración con
Manuel Acuña. México, 1910.
Episodios Históricos.-Lucas Alamán. Coaut.-México, 1910.
Maria. Novela americana de Jorge Isaacs.-Prólogo de G. Prie­
to. México. 1890.
Romances y Leyendas.-Coaut. Juan A. Mateos.-México, 1875.
Apéndice al Diccionario Universal de Historia y Geografía.-Ma­
nuel Orozco y Berra, coaut.-México, 1855-56.

REFERENCIAS

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Ch. Bouret, 221 pp.
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Aires, Imp. de Pablo E. Coni e hijos, 1896.
Album de la Patria.-Historia de la Independencia, por Santiago
Hernández.-México, José Arias Caballero y Comp., edi­
tores.
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312 SAL \'ADOR ORTIZ VI DALES

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de Dios Peza.-París-México. Libr. de la Vda. de Ch. Bou­
ret, 1890.
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cio.-Cern. México, Imp. de f. Díaz de León. Edit. 1882.
f.l Folklore Literario de .M éxico.-Por Rubén M. Campos.­
Talleres Gráficos de la Nación. México, 1930.
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México, D. F., 1928.
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Historia de la Literatura Mexicana, por Carlos González Peña.­
México, editorial "Cvltvra", 1928.
Historia de la Literat-ura lvlexicana.-Julio Jiménez Rueda.­
México, editorial "Cvltvra", 1928.
Veladas Literarias.-Coiección de poesías leídas por sus autores
en una reunión de poetas mexicanos.-México, Imp. de F.
Díaz de León y S. \Vhite, 1867.

ICONOGRAFIA

Retrato; busto de medio perfil, en "El Mundo", semanario


ilustrado de México, de 17 de septiembre de 1899, T. 1 I, Núm.
12, página 203.
Retrato de cuerpo entero, de frente, en "El Mundo", de 7
de marzo de 1897, Núm. 10, T. 1, página 145.
Caricatura de cuerpo entero, medio perfil, en "La Patria",
de Méx:co, 26 de diciembre de 1890, año VI11, Núm. 52, página
625.
Retrato, busto de frente, en "Album" de la Biblioteca Na­
cional de México, página 49. (Lleva autógrafo: nombre y rú­
brica.)
Retrato, busto de �edio perfil, en "La Patria Ilustrada",
año II I, Núm. 6, 9 de febrero de 1885, página 65.
Caricatura, busto de medio perfil, en "La Patria Ilustrada",
año 1, Núm. 21, 28 de marzo de 1883, página 322. (En las cari­
caturas cie modas, al pie de ésta: "Peinado a la sin peine".)
DON GUI LLERJ\110 PRIETO Y SU EPOCA 313

Retrato, busto de medio perfil, en "México. Su evolución


social", tomo 1, volumen 2, pp. 624 y 625.
Retrato.. busto de frente, en "El Mundo", sernana;·io ilus­
trado de México, de !O de febrero de 1S95, Núm. 6, tomo 1.
Retrato, busto de frente, en ·-_J uárez, su obra y su tiempo".
por Justo Sierra, pp. 114 y 115.
Retrato, busto de frente, eu ''Los hombres prornintmcs de
México", pp. 92 y 93.
Retrato, busto ele medio0 perfil, en "Colección de poesÍé\.:i es�
cogidas", por Guillermo Pri eto, página 1.
Retrato, busto de medio perfil, en "México a través de los
Siglos", tomo V, página 83 .
. Retrato, busto de medio perfil, en '"Los Ceros'', Galería de
Contemporáneos, por "Cero" (Riva Palacio), México, 1882 .. pp.
114yll5.
Retrato, busto de medio perfil, en el "Album", de la Biblio­
teca Nacional de México, página 38.
Retrato, busto de frente, en "Album", de la Biblioteca Na­
cional de lVléxico, página 71. (Con facsímil de firma.)
Retrato, busto de medio perfil, en "Los Estados y sus Go­
bernantes", por Lázaro Pavía, pp. 346 y 347.
Retraía, busto de frente, en "El Mundo", tomo Il, Núm. 137,
4 de marzo de 1897.
Retrato, busto de frente, en "El Nacional", de México, tomo
XIX, año XIX, de 4 de marzo de 1897.
Retrato de cuerpo entero, en compañía de un nmo del pue­
blo, en "El Mundo", semanario ilustrado de México, tomo I,
Núm. 10, de 7 de marzo de 1897.
Retrato, busto de frente, en "Revista de Revistas", año IX,
Núm. 406, de iO de febrero de 1918. (Don Guillermo Prieto en
la intimidad, fot. perteneciente a don Rafael Alducin.)
Retrdo de cuerpo entero, en "Revista de Revistas", de 10
de febrero de 1918. (Este retrato lleva el siguiente autógrafo de
don Guillermo Prieto: " ... retrato mío más antiguo que hay en
mi poder, de mi esposa Emilia".)
.. . l
INDICE

/
-\
---------
ESTUDIO PRELIMINAR

Págs.

La Epoca. . . . . . ..... . . . . .. . .... .. . . . .. . .. . . 9

PRIMERA PARTE

Las memo1·ias. . . . . .. . . . ..... . . . . . . . . ..... . . 29


I. La Infancia. . . . .. . . ....... . ...... ... . . . . . .. 35
II. La Adolescencia. . . . .. . .... . ... .. . .. . ....... 43
III. El Parián. . . . . . .. .. . ... . .. ..... . . . ... . .. .. 53
I V. La iniciación poética. ... . .. .... . . . . .. .. ..... 61
V. La casa del Presidente .. ... . . . ..... .. .. ... .. 73
VI. Don Guillermo estudiante y covachue1ista... . 81
VII. La Academia de San Juan de Letrán ......... 119

SEGUNDA PARTE

I. El primer discurso .......................... 143


II. El General Bustamante .. ............ ·..... . . 151
III. Santa Anna. . . . .. ...... .......... : .... . .. . 177
IV. Los "Puros" en e1 Gobierno . ................. 191
V. La Guerra. . . . . .... .. ..... . ... . .. . .. . .. . . . 199
VI. Se firma la paz......................_.... .. 225
VII. La vuelta de Santa Anna... . . . . .. . . . ... ... . . 253
VIII. El Plan de Ayutla... .. .. .. . ..... . . . ... .. . .. 265
IX. Comonfort. . . . .. . . . . . ........ . . . .. . ... . . ... 273
X. El Presidente Juárez........................ 283
A manera de Prólogo .... . .... . . .. . . .... . .. 303
Bibliografía. . . . .. . . . . . .. . . . ... . . . ... .... . . 309
� �- =���- NOVELAS MEXICANAS

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