La Iglesia Imperial

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN


INSTITUTO BIBLICO DE ORIENTE - CIUDAD BOLIVAR
HISTORIA ESCLESIASTICA I

LA IGLESIA IMPERIAL (DESDE EL EDICTO DE


CONSTANTINO HASTA LA CAÍDA DE ROMA (313 – 476)

Profesor: Integrante:
Eduvert Acuña Yusbely Pérez

Ciudad Bolívar, julio 2021


LA IGLESIA IMPERIAL (DESDE EL EDICTO DE
CONSTANTINO HASTA LA CAÍDA DE ROMA (313 – 476)

VICTORIA DEL CRISTIANISMO

En el período que comenzamos ahora el hecho más notable y también el más


poderoso, para bien y para mal, fue la victoria del cristianismo. En 305 d.C,
cuando Diocleciano abdicó el trono imperial, la religión cristiana estaba
terminantemente prohibida. Su profesión se castigaba con tortura y muerte, y
todo el poder del estado se ejercía en contra de la misma. Menos de veinte
años después, en 324 d.C, se reconoció al cristianismo como la religión oficial
del Imperio Romano y un emperador cristiano ejercía autoridad suprema con
una Corte de cristianos profesantes a su derredor. En un instante, los cristianos
pasaron del anfiteatro romano, donde tenían que enfrentarse con los leones, a
ocupar un sitio de honor en el trono que regía al mundo.

Poco después de la abdicación de Diocleciano, en 305 d.C, cuatro aspirantes a


la corona imperial estaban en guerra. Los dos rivales más poderosos eran
Maxencio y Constantino, cuyos ejércitos se enfrentaron en el Puente Milvian,
sobre el Tíber, a dieciséis kilómetros de Roma, 312 d.C Maxencio representaba
al elemento pagano perseguidor. Constantino era amistoso con los cristianos
aunque en ese tiempo no profesaba ser creyente. Afirmaba haber visto en el
cielo una cruz luminosa con el lema: "Hoc Signo Vinces": "Por esta señal
conquistarás", que más tarde adoptó como insignia de su ejército. La victoria
fue de Constantino y Maxencio se ahogó en el río. Poco después, en 313 d.C.,
Constantino promulgó su famoso Edicto de Tolerancia que oficialmente puso fin
a las persecuciones. No fue sino hasta 323 d.C. que Constantino llegó a ser
supremo emperador y que se entronizó al cristianismo.

Del reconocimiento del cristianismo como la religión predilecta surgieron


algunos buenos resultados para el pueblo y la iglesia. El espíritu de la nueva
religión se inculcó en muchas de las ordenanzas que Constantino y sus
sucesores inmediatos decretaron.

Los servicios de adoración aumentaron en esplendor, pero eran menos


espirituales y sinceros que los de tiempos anteriores. Las formas y ceremonias
del paganismo gradualmente se fueron infiltrando en la adoración. Algunas de
las antiguas fiestas paganas llegaron a ser fiestas de la iglesia con cambio de
nombre y de adoración. Alrededor de 405 d.C., en los templos comenzaron a
aparecer, adorarse y rendirse culto a las imágenes de santos y mártires. La
adoración de la virgen María sustituyó a la adoración de Venus y Diana. La
Cena del Señor llegó a ser un sacrificio en lugar de un acto recordatorio. El
"anciano" evolucionó de predicador a sacerdote.
Debido al poder ejercido por la iglesia, no vemos al cristianismo que transforma
al mundo a su ideal, sino al mundo que domina a la iglesia. A la humildad y la
santidad de la época primitiva le sucedieron ambición, orgullo y arrogancia
entre los miembros de la iglesia. Había aun muchos cristianos de espíritu puro,
como Mónica, la madre de Agustín, y ministros fieles tales como Jerónimo y
Juan Crisóstomo. Sin embargo, la ola de mundanalidad avanzó indómita sobre
muchos de los que profesaban ser discípulos de su humilde Señor. Si se le
hubiese permitido al cristianismo desarrollarse normalmente sin tener el poder
del estado, y si este hubiese continuado libre del dictado de la iglesia, ambos
hubieran sido mejores estando separados. Sin embargo, la iglesia y el estado
llegaron a ser una sola cosa cuando el imperio adoptó al cristianismo como la
religión oficial. De esta unión forzada surgieron dos males: uno en las
provincias orientales y otros en las occidentales. En Oriente el estado
dominaba de tal modo a la iglesia que esta perdió toda su energía y vida. En
Occidente, como veremos, la iglesia usurpó poco a poco el poder al estado.
Como resultado, no había cristianismo, sino una jerarquía más o menos
corrupta que dominaba las naciones europeas y que convirtieron
fundamentalmente a la iglesia en una maquinaria política.

DIVISIÓN DEL IMPERIO

Después de fundada la nueva capital, vino la división del imperio. Las fronteras
eran tan extensas y el peligro de invasión bárbara era tan inminente, que un
solo emperador ya no podía proteger sus vastos dominios. Diocleciano
comenzó la división de autoridad en 305 d.C. Constantino también nombró
emperadores asociados y en 375 d.C. Teodosio completó la separación. Desde
el tiempo de Teodosio el mundo romano se dividió en Oriental y Occidental,
separados por el mar Adriático. Al Imperio Oriental se le denominaba griego y
al Occidental latino debido al idioma que prevalecía en cada uno de ellos. La
división del imperio fue un presagio de la futura división de la iglesia. Uno de
los hechos más notables de la historia fue la rápida transformación de un vasto
imperio de la religión pagana a la cristiana. Exteriormente, al principio del siglo
cuarto, los antiguos dioses estaban atrincherados en la reverencia del mundo
romano.
SUPRESIÓN DEL PAGANISMO

Constantino era tolerante, tanto por temperamento como por motivos políticos,
aunque era enérgico en su reconocimiento de la religión cristiana. No
sancionaba ningún sacrificio a las imágenes que antes se adoraban y puso fin
a las ofrendas a la estatua del emperador. Sin embargo, favorecía la tolerancia
de toda forma de religión y buscaba la conversión gradual de sus súbditos al
cristianismo mediante la evangelización y no por coacción. Retuvo algunos de
los títulos paganos del emperador, como el de pontifex maximus ("sumo
pontífice"), un título que desde entonces retuvieron todos los papas. También
continuó el sostén de las vírgenes vestales en Roma. Sin embargo, los
sucesores de Constantino en el trono fueron intolerantes. La conversión de los
paganos avanzaba con bastante rapidez, aun demasiado rápido para el
bienestar de la iglesia.

Se decretó una ley para que nadie escribiera ni hablara en contra de la religión
cristiana. De modo que todos los libros de sus opositores deberían quemarse.
Un resultado de este edicto fue que prácticamente todo nuestro conocimiento
de las sectas herejes o anticristianas lo obtenemos de libros escritos en contra
de las mismas. La puesta en vigor de estas leyes represivas variaba mucho en
las diversas partes del imperio. Sin embargo, su efecto fue que el paganismo
quedó exterminado en el curso de tres o cuatro generaciones.

CONTROVERSIAS Y CONCILIOS

La primera controversia surgió sobre la doctrina de la Trinidad, especialmente


la relación del Padre y del Hijo. Arrio, un presbítero de Alejandría, alrededor de
318 d.C. expuso la doctrina de que Cristo, aunque superior a la naturaleza
humana, era inferior a Dios y que no era eterno en existencia, sino que tuvo un
principio. El opositor principal de esta idea fue Atanasio, también de Alejandría.
Afirmaba la unidad del Hijo con el Padre, la deidad de Cristo y su existencia
eterna.

La controversia se extendió por toda la iglesia y, después que Constantino


procuró en vano dar fin a la contienda, convocó un concilio de obispos que se
reunieron en Nicea, Bitinia, en 325 d.C. Atanasio, que en ese tiempo solo era
diácono, tenía voz pero no voto. A pesar de eso logró que la mayoría del
concilio condenase las enseñanzas de Arrio, en el credo Niceno. Sin embargo,
Arrio era políticamente poderoso. Muchos de las clases más elevadas, incluso
el hijo y sucesor de Constantino, sostenían sus opiniones. Cinco veces
enviaron a Atanasio al destierro y vuelto a llamar el mismo número de veces.
Cuando un amigo le dijo: "Atanasio, tienes a todo el mundo en contra tuya." A
lo que él contestó: "Sea así: Atanasio contra el mundo." (Athanasius contra
mundum.) Sus últimos siete años los pasó en paz en Alejandría, donde murió
en 373 d.C. Aunque mucho después de su muerte, sus ideas llegaron
finalmente a ser supremas en toda la iglesia, tanto en Oriente como en
Occidente. Se establecieron de forma definitiva en el Credo de Atanasio, que
en una época se creyó que lo había escrito Atanasio, mas posteriormente se
descubrió lo contrario.
Después vino la controversia sobre la naturaleza de Cristo. Apolinario, obispo
de Laodicea (360 d.C.), declaraba que la naturaleza divina tomó la naturaleza
humana de Cristo. Además, que Jesús en la tierra no era hombre, sino Dios en
forma humana. La mayoría de los obispos y teólogos sostenían que la
personalidad de Jesucristo era una unión de Dios y hombre, deidad y
humanidad en una naturaleza.

La herejía apolinaria se condenó en el Concilio de Constantinopla, 381 d.C., y


le siguió el retiro de Apolinario de la iglesia.

La única controversia extensa de este período surgida en la iglesia occidental


fue sobre cuestiones relacionadas con el pecado y la salvación. Empezó con
Pelagio, monje venido de Gran Bretaña a Roma como en 410 d.C. Su doctrina
se basaba en que no heredamos nuestras tendencias pecaminosas de Adán,
sino que cada alma hace su propia elección, ya sea de pecado o de justicia.
Que cada voluntad humana es libre y cada alma tiene la responsabilidad de
sus decisiones. En contra de esta idea apareció la mayor inteligencia después
de San Pablo en la historia del cristianismo, el poderoso Agustín, que sostenía
que Adán representaba a toda la especie, que en el pecado de Adán todos los
hombres pecaron y todo el género humano se considera culpable. Que el
hombre no puede aceptar la salvación por su propia elección, sino solo por la
voluntad de Dios, quien es el que escoge los que se han de salvar. El concilio
de Cartago en 418 d.C., condenó la idea de Pelagio y la teología de Agustín
vino a ser la regla de ortodoxia en la iglesia. No fue sino hasta en los tiempos
modernos, bajo Arminio en Holanda (como en 1600) y Juan Wesley en el siglo
dieciocho, que hubo un alejamiento serio del sistema agustiniano de doctrina.

La relación entre el Estado y la Iglesia


En la relación entre el Estado y la iglesia sucedieron una serie de fenómenos
controversiales.

Los templos cristianos fueron sostenidos por el tesoro publico y estos


beneficios eran administrados por el clero, obispos y las diferentes  jerarquías.

Como elementos positivos del cristianismo como religión de mayor influencia se


pueden citar: la abolición de la crucifixión como instrumento pena de muerte, el
infanticidio se freno y reprimió. La influencia del cristianismo impartió un
carácter sagrado a la vida humana, el trato de los esclavos llego a ser mas
humano (se les otorgaron algunos derechos legales), los sangrientos juegos de
gladiadores se prohibieron. (Esto fue en Constantinopla, nueva capital del
imperio romano; En Roma se suprimieron en el 404 d.C)

Muchos buscaban ser miembros de la iglesia por los beneficios que pudieran
obtener de esto.

Alrededor del 405 d.C, en los templos comenzaron a adorarse y rendirle culto a
las imágenes y mártires.

A esta etapa de la iglesia se le suele llamar la iglesia imperial.

Un proceso político se estaba dando en el imperio romano, el distanciamiento


del imperio romano de occidente, con capital en Bizancio y con la figura del
patriarca como líder y en contraposición con el imperio romano de occidente,
en donde la figura del "papa" empezaba a destacarse como autoridad máxima.
(una de influencia griega otra latina).

CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO OCCIDENTAL

A través de este período de la Iglesia Imperial, sin embargo, otro movimiento


progresaba. Era la más enorme catástrofe de toda la historia: la caída del
Imperio Romano occidental. En el reinado de Constantino, al parecer el reino
parecía estar muy bien protegido e inexpugnable como lo había estado en el
reinado de Marco Aurelio o de Augusto. Sin embargo, estaba debilitado por la
decadencia moral y política, y listo para sucumbir bajo los invasores que le
rodeaban ansiosos de derrotarlo. A los veinticinco años de la muerte de
Constantino, en 337 d.C., cayeron las barreras en la frontera del Imperio
Occidental y las hordas de bárbaros (nombre que los romanos aplicaron a los
demás pueblos, a griegos y judíos) comenzaron a entrar por todas partes en
las indefensas provincias. De esta manera se posesionaron del territorio y
establecieron reinos independientes. En menos de ciento cuarenta años el
Imperio Romano occidental, que existió durante mil años, y cuyos súbditos
estaban contentos bajo su gobierno, quedó borrado de la existencia. No es
difícil encontrar las causas de este gran derrumbe.

Alrededor de 450 d.C., los terribles hunos, bajo su despiadado rey Atila,
invadieron a Italia y amenazaron no solo con destruir el Imperio Romano, sino
también a los reinos establecidos dentro de sus fronteras. Los godos, vándalos
y francos, bajo la dirección de Roma, se unieron en contra de los hunos y una
gran batalla se llevó a cabo en Chalons al norte de Francia. Los hunos cayeron
derrotados en terrible matanza y, con la muerte de Atila poco después, el poder
de estos tuvo fin. La batalla de Chalons (451 d.C.) trajo como resultado que a
Europa no la gobernarían los asiáticos, sino que se desarrollaría de acuerdo a
su propia civilización.
el Imperio Romano occidental desapareció. Desde la fundación de la ciudad y
del estado (que se dice fue en 753 a.c.) hasta la caída del imperio, pasaron mil
doscientos años. El Imperio Oriental, que tenía a Constantinopla por capital,
duró hasta 1453 d.C. Casi todas estas tribus invasoras fueron paganas en sus
respectivos países. Los godos constituyeron una excepción pues ya Arrio los
había convertido al cristianismo y tenían la Biblia en su propia lengua. De esta,
las porciones aún existentes forman la primitiva literatura teutónica. Casi todas
estas tribus conquistadoras llegaron a ser cristianas, en parte por medio de los
godos, pero aun más por medio de la gente entre la que se establecieron. Con
el tiempo los arrianos llegaron a ser creyentes ortodoxos. El cristianismo de esa
época decadente era aún vital y activo y conquistó a estas razas
conquistadoras.

LIDERES DEL PERIODO

Debemos ahora mencionar algunos de los líderes en este período de la Iglesia


Imperial. Atanasio (293-373 d.C.) fue el gran defensor de la fe en el principio
del período. Hemos visto cómo se levantó a prominencia en la controversia de
Arrio. En el Concilio de Nicea, en 325 d.C., fue el líder en la discusión aunque
no tenía voto. Poco tiempo después, a los treinta y tres años de edad, fue
obispo de Alejandría. Cinco veces lo desterraron, pero siempre luchó por la fe.
Por último, llegó al final de su vida en paz y honor.

Ambrosio de Milán (340-397 d.C.), el primero de los padres latinos, fue electo
obispo mientras era laico. En esta época aún no era bautizado, sino que estaba
recibiendo instrucción para ser miembro. Tanto los arrianos como los ortodoxos
se unieron en su elección. Llegó a ser una figura prominente en la iglesia. Por
un acto cruel, reprendió al emperador Teodosio y lo obligó a hacer confesión.
Después, el emperador lo trató con alta estimación y lo eligieron para predicar
durante su funeral. Escribió muchos libros, pero su mayor honor consistió en
recibir en la iglesia al poderoso Agustín.

Jerónimo (340-420 d.C.) fue el más erudito de los padres latinos. Recibió en
Roma una educación en literatura y oratoria, pero renunció a los honores del
mundo por una vida religiosa, fuertemente matizada de ascetismo. Estableció
un monasterio en Belén y vivió allí por muchos años. De sus numerosos
escritos el que tuvo una influencia más extensa fue su traducción de la Biblia a
la lengua latina, una obra conocida como la Vulgata, a saber, la Biblia en
lenguaje común, que aún es la Biblia autorizada de la Iglesia Católica Romana.

Agustín es el nombre más eminente de todo este período. Nació en 354 d.C. en
el norte de África. Desde muy joven fue un brillante erudito, pero mundano,
ambicioso y amante del placer. A los treinta y tres años llegó a ser cristiano por
la influencia de su madre Mónica, la enseñanza de Ambrosio de Milán y el
estudio de las epístolas de Pablo. En 395 d.C., le nombraron obispo de Hipona,
en el norte de África, al empezar las invasiones de los bárbaros. Entre sus
muchas obras, "La Ciudad de Dios" fue una magnífica defensa a fin de que el
cristianismo ocupase el lugar del decadente imperio.

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