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Nota: El presente artículo se reproduce como apoyo a actividades docentes.

Fuente: Manfred Max Neef, “El poder de la globalización”. Ponencia. Publicada en Revistas Futuros 14 (2006). En:
https://www.max-neef.cl/descargas/Max_Neef-El_poder_de_la_globalizacion.pdf

EL PODER DE LA GLOBALIZACIÓN
Manfred Max Neef
Panorama:
En su conferencia,1 el autor –economista y ambientalista chileno– parte de mostrarse inconforme con el estado actual
de las cosas que, a su juicio, desdibujan la economía, cuya razón fundamental debería ser servir al ser humano. En
este sentido, enmarca sus palabras en cinco postulados sobre la economía, y un principio valórico fundamental. Son
estos seis elementos los que irá comentando en la primera parte de su conferencia.
En la segunda parte de su conferencia, se pregunta el por qué aquellos postulados han sido abandonados, dando
paso, en nuestro tiempo, a postulados totalmente contrarios. Explica este fenómeno desde el recurso a lo que llama
bifurcaciones: la secuencia de bifurcaciones por las que optó nuestra cultura de occidente –piensa– nos ha llevado a
un mundo fragmentado e incapaz de asumir su responsabilidad histórica de mantener la vida. El camino por el que
hemos optado se manifiesta en un lenguaje neoliberal, al que califica de pseudoreligioso. Finaliza haciendo un
llamado a recuperar los caminos abandonados en esas bifurcaciones.
Cuestiones para “digerir” el texto:
Planteamientos del texto:
1. Lee con atención la explicación de cada uno de los cinco postulados, y el principio valórico fundamental, que
presenta el autor en la primera parte de su conferencia. Trata de sintetizar con mucha brevedad sus argumentos.
2. En la segunda parte del texto, habla de la ruta navegada (con Maquiavelo, Bacon, Descartes, Galileo y Newton) y
de la ruta que no navegamos (con Francisco, Pico, Giordano, Goethe). Precisa cuál es la visión de mundo de cada
una de estas dos rutas, y a dónde conducen o han conducido.
3. ¿Por qué el autor califica al actual lenguaje económico neoliberal, como pseudoreligioso?
4. A lo largo de su exposición, el autor hace algunas afirmaciones-clave para su exposición. Trata de
explicarlas/comentarlas, de manera muy breve:
a. ningún interés económico puede estar por encima de la reverencia por la vida
b. el crecimiento permanente es una imposibilidad
c. todas las obras inmortales de la humanidad han sido producto de la lentitud y de la ineficiencia
Planteamientos a nivel personal:
5. Independientemente de tus coincidencias y distancias con los planteamientos del autor: Planteamientos como los
que acabas de leer, ¿se presentan, debaten o discuten, en tu formación académica?
6. El autor expone, por supuesto, como le gustaría a él que fueran las cosas y, en especial, la economía, y argumenta
sus razones para ello. ¿En qué puntos coincides, y en qué puntos te distancias, de sus planteamientos? ¿Por qué?

EL PODER DE LA GLOBALIZACIÓN
Todos tenemos la sensación de vivir en un mundo con el cual no nos sentimos realmente
conformes, un mundo donde constatamos crecientes inequidades, desconcierto, angustias frente
al futuro, y con cierta sensación de impotencia muchas veces respecto de qué podemos hacer,
quiénes somos nosotros, qué poder tenemos para poder cambiar las cosas.
Todos los que están aquí tienen muchos ejemplos de lo que no les gusta en el mundo actual. De
manera que yo quisiera comenzar por plantearles cómo me gustaría a mí que fueran las cosas,

1 Estas líneas son una conferencia pronunciada por el autor, en el marco del IV Congreso Internacional de Salud
Pública, Globalización, Estado y Salud, organizado por la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad
de Antioquia, Colombia, Noviembre de 2005. Si te has interesado por los planteamientos del autor, puedes
examinar su página personal, donde ha publicado parte de sus obras: http://www.max-neef.cl
cómo me gustaría a mí que fuera la economía, cómo me gustaría a mí que se la aplicara y se la
enseñara, porque debo comenzar por declarar que en mi calidad de economista, yo hoy día
mesiento profundamente defraudado por el modo en que mi disciplina se aplica y el modo como
se enseña. Creo que hoy en día, la economía se ha mostrado incapaz de resolver realmente los
problemas que por último fueron los que le dieron origen para tener el derecho de ser una
disciplina.
[Primera parte: principios de una nueva economía]
La economía que a mí me gustaría ver se sustenta en cinco postulados que en un principio valoro
profundamente:
Postulado 1: la economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la
economía.
Postulado 2: el desarrollo tiene que ver con personas y no con objetos.
Postulado 3: crecimiento y desarrollo son dos cosas distintas, y el desarrollo no precisa
necesariamente de crecimiento.
Postulado 4: ningún proceso económico puede ocurrir al margen de los servicios que prestan los
ecosistemas.
Postulado 5: la economía es un subsistema de un sistema mayor, finito y cerrado, que es la
biosfera.
En consecuencia, el crecimiento permanente es una imposibilidad. Y el principio valórico
fundamental, el que sustenta la economía que a mí me gustaría, es que bajo ninguna circunstancia
y bajo ninguna consideración, un interés económico o proceso económico puede estar por encima
de la reverencia por la vida. Bien, una vez hecho este listado, yo he tenido la experiencia de que
en cada uno de los casos lo que se está haciendo y lo que está ocurriendo es exactamente lo
contrario.
La economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía.
Consuman, amigos, aumenten su consumo, eso es bueno para el crecimiento; nadie le pregunta si
eso es bueno para usted -eso es irrelevante-, si esto es bueno para la economía. Yo recomiendo
aquí muchas veces -o la gente se lo recomienda a ustedes- que hagan un ejercicio personal; no
necesitan compartirlo con nadie. Cuando lleguen a la casa, hagan una lista de todas las cosas que
tienen y que no necesitan y después hagan otra de todas las cosas que ustedes tienen y que sí
necesitan; les garantizo que en 99% de los casos, la primera lista es mucho más larga que la
segunda, y eso demuestra el éxito de este sistema. Si todos fuésemos -como presume la economía
teórica- consumidores racionales, el sistema colapsaría; es necesario que exageremos, como
condición para la reproducción de este nuevo modelo que domina al mundo.
Pero no solamente esa es la manera como las personas sirven la economía. Déjenme ilustrarlo
con un pequeño caso, bastante dramático por lo menos. Había hace unos años un pequeño país en
América latina que era desde todo punto de vista realmente maravilloso y espectacular; ese
paisito se llama Costa Rica. Fue de los primeros países que llegaron a niveles increíblemente
avanzados en lo que se llama un auténtico desarrollo: lograron 97% en alfabetización, la salud
estaba muy bien cubierta, un país políticamente estable, un país que se dio el lujo de poder
eliminar las fuerzas armadas, con el objeto de revertir todo su tipo de gastos hacia el desarrollo
social, la educación, la salud, etc. ¿Qué pasó con ese pequeño paraíso? En algún momento -y de
una manera por lo demás bastante siniestra, como les voy a contar más adelante-, fue inducido a
endeudarse severamente bajo la promesa de que ese endeudamiento iba a garantizar un
crecimiento muchísimo mayor y un boom económico espectacular nunca visto en la historia
económica de Costa Rica.
Bueno, se endeudó. Por supuesto que la situación prometida no ocurrió: en veinte años, la deuda
externa se cuadruplicó a pesar de que se la está pagando, y eso, considerando que en algún
momento, por el buen comportamiento, se le perdonaron mil millones de dólares. Y como no
puede pagar la deuda, ¿qué es lo que hay que hacer? Ajuste estructural. ¿Y qué es el ajuste
estructural? Disminuir sus gastos de educación, sus gastos de salud, sus gastos de previsión, sus
gastos en los viejos, etc. Y, además, abrirse completamente a las importaciones: productos básicos
para poder pagar la deuda. Resultado: ese pequeño paisito que había logrado una muy digna
capacidad de autodependencia, con finas relaciones con el resto del mundo, se transformó en un
país total, profunda e irreversiblemente dependiente. El presidente Figueres declaró en su
momento a Costa Rica como el primer país que se iba a dedicar a ser un país sustentable;
desgraciadamente, cuando tomó esa decisión, ya era demasiado tarde, ya la situación era
irreversible. ¿Y eso se hace por qué?
Bueno, porque el discurso dice que eso es bueno para la economía. Claro, probablemente el PIB
ha crecido un par de puntos como producto de todo este manejo, pero ¿es un crecimiento que vale
la pena? ¿es un crecimiento que ha mejorado las condiciones de los costarricenses? Obviamente
que no. Lo enuncio con Costa Rica porque es un país que está cercano, es un país nuestro
y que era en su momento un gran ejemplo; pero eso es generalizable no solo para América latina,
sino para el tercer mundo en general.
El desarrollo tiene que ver con personas y no con objetos. ¿Pero cómo? Cuando me quieren
mostrar que un país es más desarrollado que otros, ¿qué es lo que me muestran? Mira, tiene un
producto per cápita mucho mayor, está creciendo el producto interno bruto. ¿Qué es lo que
significa eso? Son las transacciones a través del mercado y, en el fondo, lo que devela es el
crecimiento de los objetos, no son algunos servicios por cierto, sino objetos, básicamente el
crecimiento de cosas. ¿Qué pasa con los seres humanos detrás de eso? El crecimiento económico
se ha convertido en un fetiche en el mundo: no hay día en que el tema del crecimiento económico
no esté permanentemente presente entre políticos y jefes que toman decisiones. Es una verdadera
obsesión, una obsesión, a mi juicio, que ha llegado a niveles patológicos y que ustedes debieran
preocuparse de curar.
Aparece la autoridad económica muy satisfecha, muy contenta, sacando pecho, y dice: vamos a
crecer al 6%, que es el resumen de todo, y ustedes tienen que estar muertos de felicidad por este
anuncio. Bueno, pero esa es la única información que se da. Nadie cuenta ni la historia natural ni
la historia humana que hay detrás de ese 6%. Yo puedo crecer a costa de destruir mis recursos, a
costa de arrasar mis recursos, a costa de que haya gigantescas epidemias en mi país. Todo eso es
bueno para el crecimiento económico. ¿Se puede crecer a través de la sobreexplotación de los
recursos humanos, en algunos casos llevarlos a niveles casi de esclavismo, como encontramos en
muchos lugares del mundo hoy día?
Esa es la historia que no se cuenta, de ahí que no haya la conciencia de que en vez de crecer un
6% mal, puede ser mucho más deseable crecer un 2%, pero bien. El componente cualitativo está
fuera, no se considera; además, no pierdan ustedes de vista que la economía, como se la enseña,
se ha declarado a sí misma una disciplina sin valores: value free science. Tiene que ver con seres
humanos, se presume, ¿no es cierto? ¿Cómo pueden estar ausentes los valores? Es bastante
absurdo.
El crecimiento no es lo mismo que el de desarrollo, y el desarrollo no precisa necesariamente de
crecimiento. En mi centro, en investigaciones que hicimos hace unos 20 años en materia de
necesidades humanas en 19 países -sobre todo en países del norte, países ricos-, llegamos en
aquel entonces a una conclusión muy desconcertante, que dio origen a una hipótesis que
llamamos la hipótesis del umbral. Esta sostenía -o sigue sosteniendo, porque hoy en día hay un
gran debate en torno a ella, pues está presente en la literatura, sobre todo la de economía
ecológica- que en toda sociedad parece haber un período en el cual el crecimiento económico
convencionalmente medido y convencionalmente entendido conlleva a un mejoramiento de la
calidad de vida, pero solo hasta un cierto punto, el punto umbral; cruzado este, si hay más
crecimiento económico, se comienza a deteriorar la calidad de vida. Esto fue bastante
escandaloso, sobre todo entre mis colegas era un disparate absoluto y brutal.
Bueno, hoy en día se han estudiado sistemáticamente más de 25 países, la mayoría de ellos del
norte; del sur hay solo dos: Chile y Tailandia. Se comparan el índice de crecimiento per cápita
con un nuevo índice que se ha diseñado y que se ha ido perfeccionando durante quince años,
denominado hoy en día como indicador de progreso efectivo (GPI: general progress indicator),
que se diferencia del PIB -que es un índice agregado, en que todo se suma-. Esa es una de las
cosas curiosas: los que inventaron el PIB no estaban informados de que hay una operación que se
llama resta, entonces, como no la conocían, suman todo. Así, los accidentes automovilísticos se
suman, crece el PIB, claro; las epidemias se suman, aumentan los productos; los servicios
hospitalarios, los consumos de medicamentos, todo eso se suma. Este otro (el GPI) es un índice
que suma lo que realmente es positivo y resta lo que es negativo: costos de contaminación, costos
de desertificación, destrucción de calidad natural, incremento de enfermedades cardiovasculares,
accidentes automovilísticos, etc.; son lo que se llaman gastos defensivos, y que se restan en este
índice, y los otros, por supuesto, que son positivos, se suman.
Al comparar estos dos índices, -desde 1950, como les digo- para catorce países, en todos los
casos los dos índices son perfectamente paralelos hasta un periodo que se sitúa entre 1973 y
1983, según el país de que se trate. Cruzado ese punto en todos -en algunos, dramáticamente,
como en Inglaterra-, se presenta una verdadera caída brutal en el índice de la calidad de vida.
Igualmente, comparado con todos los estudios de satisfacción del bienestar, de los que se han
hecho muchísimos, se revela lo mismo, de tal manera que vemos cómo llega un momento en que
hay que pasar necesariamente de una concepción cuantitativa de la economía a una concepción
nueva que sea cualitativa.
¿Qué significa que exista un punto umbral? Significa que si yo cruzo ese punto, lo que
tradicionalmente me ha funcionado como medidas económicas, después de cruzarlo ya no me
funcionan, tengo que diseñar otras. Y eso es lo que tampoco se está haciendo ni se está realizando
en la teoría económica. Para quienes se interesen, yo mismo tengo publicaciones donde se
muestran todos estos casos de todos estos países.
Ningún proceso económico puede ocurrir al margen de los servicios que prestan los ecosistemas.
Es increíble que hasta el día de hoy, en las universidades de todo el mundo -las excepciones
cabrán en los cinco dedos de una mano-, todavía se educan economistas que no tienen la más
mínima idea de lo que son las leyes de la termodinámica, que son fundamentales en los procesos
económicos; ni de lo que es la importancia de la fotosíntesis, del ciclo del agua, del ciclo del
carbono, de la fijación del nitrógeno, de los procesos climáticos, etc. Busquen ustedes todos los
libros de textos clásicos de economía: no hay ninguna mención de nada que tenga que ver con
ecosistemas. Es absolutamente insólito a estas alturas -cuando estamos viviendo una evidencia
extraordinaria de lo que está ocurriendo en el mundo- que todavía la economía se separe
completamente de querer tener siquiera el interés de informarse, entonces el resultado es que la
naturaleza es un apéndice.
Así por ejemplo, se formula un gran proyecto económico, y abajo casi como nota de pie de
página, reza, “hay que cuidar el medio ambiente”. ¡Qué linda frasecita! Claro que no significa
nada; y el cuidado del medio ambiente se promete precisamente en los lugares donde se cometen
las peores brutalidades en contra el medio ambiente. Las convenciones internacionales a las que
yo me refería, y que se firman, son exactamente para volver a casa y no cumplirlas. Yo quisiera
que me muestren los países que realmente las cumplen religiosamente cómo las firmaron; son
rituales que, a estas alturas, ya deberían realmente acabarse.
El principio valórico, ningún interés económico puede estar por encima de la reverencia por la
vida, creo que no necesito ilustrarlo. Tenemos demasiadas evidencias de que la vida es
completamente secundaria si el interés económico está ahí. Piensen ustedes (yo me lo he
imaginado; imagínense ustedes): que hubiera sido Irak un país que producía rabanitos, muchos
rabanitos, el mayor productor de rabanitos del mundo, con el señor Sadam Husein... les aseguro
que el señor Husein todavía estuviera ahí, incluso con lo perverso que era. Pero resulta que no
producía rabanitos. Entonces, hay intereses económicos superiores frente a los cuales el país
interesado no tiene problema en sacrificar incluso vidas de sus propios jóvenes. Sobre los mil
jóvenes, ¡cuántos sueños destruidos, cuántos amores que no se produjeron, cuántos sueños que
fueron reventados, cuántos deseos, cuántos genios muertos! ¿Por qué?
[Segunda parte: por qué nuestra economía actual es como es]
He dicho esto como introducción, he reflexionado mucho para pensar por qué hemos llegado a
este tipo de mundo. ¿Qué pasó? ¿Era inevitable que llegáramos a esto? La segunda parte que
quiero compartir con ustedes es precisamente eso.
La vida es una interminable secuencia de bifurcaciones: la decisión que tomo implica todas las
decisiones que no tomé, la ruta que escojo es parte de todas las rutas que no escogí. Nuestra vida
es inevitablemente una permanente opción, una infinidad de posibilidades ontológicas. El hecho -
y la mayoría de ustedes lo habrá vivido- de que estuve en un lugar determinado, en un momento
muy preciso, cuando una determinada situación aconteció o una determinada persona apareció,
pudo haber tenido un efecto decisivo para el resto de mi vida; unos minutos más temprano o más
tarde, o algunos metros más allá o más acá podrían haber determinado otra bifurcación y, en
consecuencia, otra vida mía completamente distinta. De ahí que el gran filósofo español José
Ortega y Gasset manifestaba: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Ahora, lo que vale para las vidas
individuales es válido también para comunidades y sociedades. Nuestra así llamada civilización
occidental es el resultado de sus propias bifurcaciones; somos lo que somos pero podríamos
haber sido distintos, y quisiera que me acompañen a revisar algunas de estas bifurcaciones.
En algún momento del siglo XII, en Italia, un joven llamado Giovanni Bernardone, quien era
muy joven y muy rico, decidió en algún momento cambiar radicalmente su vida. Como resultado
de su transformación, lo recordamos hoy con otro nombre: Francisco de Asís. Francisco, cuando
se refería al mundo, hablaba del hermano Sol y de la hermana Luna, del hermano lobo, y del
fuego y del agua y de los pájaros y de los árboles también como hermanos y hermanas. El mundo
que describía y sentía era un mundo en que el amor no solo era posible sino que tenía un sentido
universal. Algún tiempo después, también en Italia, escuchábamos la resonadora voz del brillante
y astuto Maquiavelo, advirtiéndonos: “Es mucho más seguro ser temido que amado”. Él también
describió el mundo, pero no solo lo describe, sino que lo crea. El mundo que tenemos hoy no es
el de Francisco, es el de Maquiavelo; Francisco fue la ruta no navegada. La navegación que
escogimos fue la de Maquiavelo e, inspirados por él, hemos construido nuestras concepciones
sociales, políticas y económicas.
En 1487, otro joven, muy joven, de solo 23 años, Francesco Pico Della Mirandola, se prepara
para defender públicamente sus novecientas tesis sobre la concordia entre las diferentes
religiones y filosofías. Él se niega a enclaustrarse dentro de las limitaciones de una sola doctrina,
convencido de que las verdades son múltiples y de que jamás una sola aspira a una renovación
espiritual que pueda reconciliar a la humanidad. Algunos años después de este creyente fervoroso
de la verdad absoluta y de las posibilidades de la certeza, Francis Bacon, nos invita a torturar a la
naturaleza, para extraerle, a través de esa tortura, la verdad. Dos mundos una vez más: uno que
representa la ruta que navegamos, y el otro, la ruta no navegada. No aceptamos el camino
sugerido por Pico Della Mirandola; optamos por aceptar la invitación de Bacon y, de ese modo,
continuamos aplicando su receta con eficiencia y entusiasmo. Continuamos torturando a la
naturaleza a fin de extraerle lo que consideramos la verdad y, si no, la utilidad.
En el año 1600, Giordano Bruno arde, víctima de su panteísmo, puesto que pensaba que la tierra
es vida y tiene alma; todo para él son manifestaciones de vida, todo es vida. Tres décadas más
tarde murmura René Descartes sus reflexiones metafísicas: “Cuando miro a través de mi ventana,
lo que veo son sombreros y abrigos que cubren máquinas automáticas”. No navegamos la ruta de
Giordano, escogimos la de Descartes, y de esa manera hemos sido testigos del triunfo del
mecanicismo y del reduccionismo.
Para Newton y Galileo, el lenguaje de la naturaleza es la matemática. Nada es importante en la
ciencia que no pueda ser medido; nosotros y la naturaleza, observadores y lo observado como
entidades separadas; la ciencia es la suprema manifestación de la razón, y la razón es el atributo
supremo del ser humano. Johann W. von Goethe, cuyas contribuciones científicas fueron
injustamente opacadas por mucho tiempo, quizá por ser demasiado heterodoxas para su época y
porque parecía absurdo e inaceptable que un poeta pudiera incursionar en la ciencia, se sentía
incómodo con lo que consideraba las limitaciones de la física newtoniana. Para Goethe, la ciencia
es tanto una ruta interior de desarrollo espiritual como una disciplina destinada a acumular
conocimiento sobre el mundo físico. Implica no solo las preparaciones rigurosas de nuestras
facultades de observación y reflexión, sino, además, de otras facultades humanas que puedan
sintonizarnos con la dimensión espiritual que subyace e interpenetra lo físico; facultades como
sentimiento, imaginación, intuición y espiritualidad. La ciencia, como Goethe la concebía y
practicaba, tiene como propósito supremo la excitación de nuestra capacidad de asombro a través
de un pilar contemplativo en que el científico llega a ver a Dios en la naturaleza, y a la naturaleza
en Dios. Otra vez dos mundos. Otra bifurcación. Fascinados aún por el sobrecogedor brillo de
Newton y Galileo, hemos escogido no navegar la ruta de Goethe: sentimiento, intuición,
conciencia, espiritualidad siguen exiliados del reino de las ciencias, a pesar del surgimiento de
puertas que para ellos empiezan a abrirse desde la física cuántica. La más dura de las ciencias es
la única que comienza ahora a acercarnos profundamente hacia la espiritualidad; mensaje que
ninguna de las otras disciplinas por cierto ha recibido.
La enseñanza de la economía convencional, que, por increíble que suene, como ya lo dije hace un
momento, se considera una ciencia libre de valores, es un caso conspicuo. Una disciplina en que
la matemática se ha convertido en un fin en sí mismo en vez de herramienta, y que desprecia
como carente de valor todo lo que no puede ser medido; ello ha generado modelos e
interpretaciones teóricamente atractivas pero totalmente desvinculadas de la realidad.
La cosa es así: una ruta navegada y una ruta no navegada, recordada solo por ratones de
biblioteca. Es indudable la ruta navegada, a la que atribuimos sin embargo logros y hasta éxitos
espectaculares. La universidad, en particular, ha escogido las rutas de Maquiavelo, Bacon,
Decartes, Galileo y Newton. En lo que respecta a Francisco, Pico, Giordano y Goethe, el
científico, han quedado como notas al pie de página de la historia. Como resultado de la ruta
navegada, hemos logrado construir un mundo en el que, como sugiere el filósofo catalán Giordi
Pillere, las virtudes cristianas, tales como fe, esperanza y caridad, se manifiestan hoy en día
metamorfoseadas como esquizofrenia, depresión y narcisismo. Ahí tienen otra tarea. Nuestra
navegación sin duda ha sido fascinante y espectacular; hay mucho en ella digno de la mayor
admiración; sin embargo, si la esquizofrenia, la depresión y el narcisismo son ahora el espejo de
nuestra realidad existencial, es porque súbitamente nos descubrimos en un mundo de confusión,
en un mundo de desencanto donde el progreso se hace paradójico y absurdo y la realidad se hace
tan incomprensible que buscamos desesperadamente escapes en tecnologías que nos ofrecen
acceso a realidades virtuales.
Hemos alcanzado un punto en nuestra evolución humana, caracterizado por el hecho de que
sabemos mucho, sabemos muchísimo, pero comprendemos muy poco; la navegación que hemos
escogido ha sido piloteada por la razón y nos ha llevado al puerto del saber, como tal; ha sido una
navegación asombrosamente exitosa; jamás en toda nuestra existencia hemos acumulado más
conocimiento, más saber, que durante los últimos cien años. Estamos celebrando la apoteosis de
la razón; sin embargo, en medio de esta tan espléndida celebración, súbitamente nos asalta la
sensación de que algo falta.
Así es. Podemos alcanzar conocimiento, saber, sobre casi cualquier asunto que nos interese,
podemos por ejemplo, guiados por nuestro querido método científico, estudiar todo lo que se
puede estudiar -desde una visión teológica, antropológica, biológica, bioquímica, sicológica-
sobre un tema humano llamado amor. Usted ha estudiado todo lo que se puede saber sobre el
amor, pero solo va a comprender el amor el día en que se enamore.
¿A qué apunta esto, de que el comprender es el resultado de la integración mientras que el saber
es el resultado de la separación y de la fragmentación? Solo puedo pretender el comprender
aquello de lo que soy parte. Mientras sigamos diciendo “yo estoy aquí y la naturaleza está allá”,
“estoy aquí y la pobreza está allá”, acumularemos mucha información en estadística, podemos
diseñar muchos cuadros, pero nunca vamos a comprender realmente de qué se trata y qué es lo
que realmente ocurre.
Finalmente, hemos alcanzado el punto en que estamos tomando conciencia de que el
conocimiento, el saber, no es suficiente y que, por lo tanto, debemos aprender a comprender, a fin
de alcanzar la completitud de nuestro ser. Es probable que estemos comenzando a darnos cuenta
de que el saber sin comprender es hueco y de que el comprender sin saber es incompleto.
Precisamos, por lo tanto, emprender por fin la navegación hasta aquí pospuesta, pero para poder
iniciarla debemos enfrentar el desafío de un cambio de lenguaje. Ya lo decía Einstein: “No es
posible resolver un problema utilizando el mismo lenguaje que dio origen al problema”.
Sostenía el ya mencionado Ortega y Gasset que cada generación tiene su tema, y a ello podríamos
agregar que, además, cada generación o periodo histórico está dominado o cae bajo el hechizo de
un lenguaje. No hay nada de malo en ello, siempre que el lenguaje dominante de un determinado
periodo histórico sea coherente con los desafíos que plantea ese periodo histórico. Lo importante
que debe tenerse en cuenta es que el lenguaje influye en nuestras percepciones y que, por lo tanto,
moldea nuestras acciones. Veamos algunos ejemplos: durante los primeros tres siglos del segundo
milenio de la civilización occidental, el lenguaje dominante tenía un contenido teleológico, en el
sentido de que las acciones humanas debían justificarse en nombre de un llamado superior que
estaba más allá de las necesidades de la cotidianidad. Ello hizo posible la construcción de las
grandes catedrales, de los espléndidos monasterios y de otras construcciones de esa época.
Imagínense ustedes que somos un grupo, unas veinte personas en este momento, que estamos en
el siglo XI, sentados en una pequeña ciudad, pequeña pero de mucha tradición, orillas del río Rin,
que se llama Colonia. Estamos tomándonos una cerveza, que es lo que corresponde hacer en esas
circunstancias, y de repente uno dice:
—Mira, tengo un idea.
—¿Qué?
—¿Por qué no construimos una catedral?
—Mira, ¡que buena idea!
—Pero, más o menos, ¿cómo calculas tú que debería ser esa catedral?
Y uno, que es bueno para el dibujo, hace un diseño. —Mira, yo creo que así.
—¡Ah!, mira qué bonita.
Y otro dice: —Bueno, yo calculo que para construir esa catedral nos podemos demorar unos
quinientos años. —¡Ya, empecemos a construir!
¿Qué es lo que ocurre aquí? Ustedes se dan cuenta de la relación del ser humano con el tiempo.
Traslademos eso al año 2005: construyamos la catedral de Colonia: licitación pública; ¿quién me
la hace más rápido y más barato? Bueno, ya se habría venido abajo hace mucho rato la catedral
de Colonia; no quedaría nada, ¿cierto? Es otra relación con el tiempo. Gracias a Dios que en el
siglo XI nadie había inventado todavía la eficiencia. Y eso es lo que a mí me permite afirmar,
ante el escándalo de ustedes, que he llegado a la conclusión de que todas las obras inmortales de
la humanidad han sido producto de la lentitud y de la ineficiencia. Piénsenlo.
¿Qué significa vivir en un mundo en que el mérito está en hacer lo más posible en el menor
tiempo posible? Eso es eficiencia, ¿cierto?, comparado con un mundo en que lo importante es
hacer lo mejor posible en todo el tiempo que sea necesario. Ahí hay otra vez dos mundos entre los
cuales escogieron. ¿Cuál de esos mundos creen ustedes que tiene mejor salud? ¿Han pensado
ustedes que uno de los grandes problemas de salud se origina en la relación obsesiva que tenemos
hoy día con el tiempo? ¿Que vivimos aceleraciones de tiempo que van más allá de nuestra propia
capacidad de percepción? ¿Que tenemos que comunicarnos ahora a la velocidad de la luz? No
vayas a perder el tiempo al escribir una carta, meterla en un sobre, pasarle la lengua y echarla al
correo; ¡no seas ridículo, no! Bueno, yo tengo mis dudas de si acaso este mundo que estamos
haciendo realmente es bueno para la salud.
Saltemos al siglo XIX. El lenguaje dominante de este siglo fue básicamente el relacionado con la
consolidación del Estado nación. Los grandes discursos de los líderes políticos tienen que ver con
ello. Sin adentrarnos en detalles, cabe aseverar que el lenguaje dominante de aquella época fue
coherente con los desafíos de esa misma época. De hecho, fue en el siglo XIX cuando se
consagró y se consolidó el Estado nación. Es apenas ahora, en el reciente siglo XX, cuando el
lenguaje dominante es el económico, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial.
Una rápida revisión nos revela aspectos interesantes: a fines de la década de los veintes y
comienzos de la de los treintas -época de la llamada gran depresión mundial-, emerge la
economía keynesiana. El lenguaje keynesiano es, por lo menos en parte, producto de la crisis,
pero con capacidad de interpretarla y de superarla; de hecho, fueron los planteamientos de
Keynes los que el presidente Roosevelt favoreció para superar la crisis en Estados Unidos.
Podemos afirmar que se trataba una vez más de un lenguaje que fue coherente con el desafío de
su momento histórico. Quisiera recordarles, con fines de comparación, un poco más adelante, que
en el lenguaje keynesiano la preocupación central era la ocupación, el empleo, es decir, la
preocupación central de la economía estaba directamente orientada al ser humano. Hoy día la
preocupación central no es el empleo sino el crecimiento; ahí hay un cambio muy importante en
la filosofía de dos visiones económicas.
El siguiente cambio en este caso es un lenguaje que ocurre en los cincuentas y los sesentas, con el
surgimiento del lenguaje desarrollista; esa es la época en que yo me eduqué en la Universidad de
Chile como economista. Se trataba de un lenguaje muy interesante porque era optimista, utópico,
e incluso alegre; los economistas que escribían en esos días sentían realmente que por fin estaban
claros los mecanismos para superar la pobreza. Todos sentíamos, en aquel entonces, que, a pesar
de los obstáculos provenientes de los poderes fácticos, estaba claro lo que había qué hacer, y eso
provocaba una especie de romántica euforia. No viene al caso enumerar las recetas, sin embargo,
lo que cabe destacar es que aun cuando las metas y las transformaciones que se esperaron no se
lograron en plenitud, sin embargo, en ese periodo -sobre todo en América latina-, hubo
transformaciones positivas de tremenda importancia; no solo la confederación de los organismos
internacionales como la Cepal, particularmente para el caso de América latina: una Cepal que en
aquel entonces concibió una visión económica auténticamente latinoamericana, diseñada desde
América latina, pensada desde América latina y proyectada para América latina. Estoy hablando
de la Cepal en que realmente se hicieron planteamientos que provocaron escándalos en el Norte y
tremendas polémicas, para deshacer las tesis que en la época de Raúl Previs se planteaban en la
Cepal y que eran de auténtica raíz latinoamericana.
Podríamos decir, entonces, que al menos fue un lenguaje parcialmente coherente con los desafíos
de su época, y finalmente, en las últimas tres décadas del siglo XX, con la emergencia del
lenguaje neoliberal, lenguaje y modelo que se ha impuesto y que ha conquistado el mundo
entero. Aquí hay que reconocerle un mérito al neoliberalismo, que es indiscutible, pues ha
logrado en tres décadas lo que el cristianismo y el islam no han logrado en 2000 años, que es
conquistar el mundo entero.
Ahora bien, como yo lo entiendo y lo interpreto, la única manera de entender realmente el fondo
del lenguaje neoliberal es si uno lo analiza como un lenguaje seudorreligioso: es dogmático y es
simplista. Es un lenguaje y un modelo que ha dominado y sigue dominando un periodo en el que
la pobreza y la inequidad han crecido a escala global; en que muchas economías, a través de la
carga de la deuda, han sido aniquiladas; en que se ha generado una brutal sobreexplotación, tanto
de personas como de recursos naturales; en que encontramos en todas partes la destrucción de
ecosistemas y de la biodiversidad; todo ello ha alcanzado niveles desconocidos en la historia de la
humanidad y una acumulación de riqueza financiera en menos manos cada vez, la cual ha
alcanzado obscenas proporciones. Todo esto se da con un lenguaje que lo que promete es
exactamente lo contrario de lo que está ocurriendo; vale decir que quizás, por primera vez en la
historia, vivimos una generación dominada por un lenguaje que es absolutamente incoherente con
los desafíos de su propio periodo histórico, y esto tiene, a mi juicio, consecuencias
profundamente preocupantes.
Si me permiten, puedo caricaturizar un poquitito cuando digo que el neoliberalismo es una
seudorreligión: tiene su propia santísima trinidad: crecimiento económico, libre comercio y
globalización. Ahí están el padre, el hijo y el espíritu santo. Tiene su propio Vaticano: Banco
Mundial, Fondo Monetario y Organización Mundial del Comercio, que, como todo Vaticano que
se aprecie, es infalible. Sabe mucho mejor que todos nosotros lo que es bueno para nosotros y, en
aras de nuestra salvación, lo impone. Si eso no es religión, digan ustedes qué lo es.
Pues bien, hemos logrado ser seres exitosos pero incompletos; es muy probable que sea
precisamente esa falta de completitud la responsable de las desazones y ansiedades que alteran
nuestra existencia cotidiana en el mundo de hoy.
Quizás ha llegado el momento de hacer una pausa y reflexionar. Tenemos ahora la oportunidad de
analizar con acabada honestidad el mapa de nuestra navegación con todos sus logros y azares,
con todas sus glorias y tragedias, completado; y ahora podría resultar apropiado desenterrar el
mapa alternativo de la ruta que optamos por no navegar, y buscar allí orientaciones pertinentes
capaces de rescatarnos de nuestra confusión existencial. Quién sabe: quizás tendría sentido que
comenzáramos a ver hermanos y hermanas a nuestro alrededor, quizá sería positivo intentar creer
en las posibilidades de armonía entre distintas verdades, quizá nos beneficiaría atrevernos a creer
que la Tierra sí tiene alma y que todo es vida, quizá sería bueno aceptar que no hay razón alguna
para desterrar la intuición, la espiritualidad y la conciencia del reino de la ciencia. O, para decirlo
en palabras de Goethe: “Si buscamos solaz en el todo, debemos aprender a descubrir el todo en la
parte más pequeña”, porque nada es más consonante con la naturaleza que el hecho de que pone
en operación en el detalle más pequeño aquello que pretende como un todo.
Nuestra apasionada búsqueda de conciencia, de saber, ha pospuesto nuestra navegación hacia el
comprender. Nada ha debido impedir ahora la iniciativa de esa navegación, si no fuera por una
economía que, practicada bajo el embrujo del lenguaje neoliberal, contribuye a acrecentar nuestra
confusión y a falsificar el propio saber. Ninguna sustentabilidad que por cierto requiere de
comprender acabará por lograrse sin un profundo cambio de lenguaje; un nuevo lenguaje que
abra las puertas del comprender. Ello es, no un lenguaje de poder y de dominación, sino un
lenguaje que emerja desde lo más profundo de nuestro autodescubrimiento, como partes
inseparables de un todo que es la cuna del milagro de la vida. Si logramos provocar dicho
cambio, quizás alcancemos a experimentar la satisfacción de haber generado un siglo en el que
valga la pena vivir.
Cabe la esperanza de una navegación hacia aquella rivera que nos convierta en seres completos
capaces de comprender la completitud de la vida. Creo, mis queridas amigas y mis queridos
amigos, que hasta este momento, aunque aumente la conciencia de ello, estamos en la ruta
equivocada y es necesario urgentemente hacer el viraje. Y a pesar de la potencia y la capacidad
que nos traen los llamados líderes que toman las grandes decisiones, la decisión está en cada uno
de nosotros. La física cuántica, que nos revela cosas maravillosas y nos invita a comprender y a
pensar el mundo de otra manera, nos muestra, por ejemplo, algo que es prácticamente poético: la
constatación de que cada partícula es a la vez todas las partículas. Proyectemos eso hacia lo
humano, y ¡que hermoso sería el día en que descubramos que cada persona es a la vez todas las
personas!
Muchas gracias.

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