Apocalipsis y Anticristo

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Có mo será el Ascenso y el Reinado del Anticristo

¿Crees que lo que dice la Biblia es palabra de Dios?


Si algo de eso crees, entonces deberías leer este artículo.
Que analiza en profundidad lo que nos cuenta Dios en ú ltimo
libro de la Biblia, el Apocalipsis.
Nos dice que pasaremos por un tiempo de ocaso casi total de
la fe.
Que reinará el Anticristo en toda la tierra y perseguirá a los
pocos cristianos verdaderos que no apostataron.
Pero afortunadamente este período será acortado porque
nadie resistiría, y ahí estaremos de cara a la Segunda Venida
de
Cristo. 

Este aná lisis es realizado por el padre Alfredo Saenz


sj basá ndose en las impresionantes ponencias del
padre Leonardo Castellani
De ello hacemos un resumen aquí. 
 
EL APOCALIPSIS SE REFIERE A LA SEGUNDA VENIDA DE
CRISTO
El Apocalipsis nos recuerda que este mundo terminará .
.
Pero dicho término se verá precedido por una gran
tribulació n, y una gran apostasía.
.
Tras las cuales sucederá el advenimiento de Cristo y de su
Reino, que no ha de tener fin.

La llegada del Señ or será precedida por cataclismos,


primordialmente có smicos.
En su Discurso Escatoló gico, el Señ or dice que “habrá en
diversos lugares hambres y terremotos…, el sol se oscurecerá ,
la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerá n del cielo”
(Mt 24: 7.29).
El sol en la Escritura representa a veces la verdad religiosa; la
luna, la ciencia humana; las estrellas figuran a los sabios y
doctores.
Pregú ntanse los exégetas si aquellos “signos en el cielo” tan
extraordinarios, será n físicos o metafó ricos.
Castellani piensa que las dos cosas; porque al fin y al cabo el
universo físico no está separado del universo espiritual.
Pero má s allá de tales señ ales en la tierra y en el cielo, Cristo
dio tres signos troncales de la inminencia de su Segundo
Advenimiento:
–la predicació n del Evangelio en todo el mundo (cf. Mt 24: 14),
-el término del vasallaje de Jerusalén en manos de los
Gentiles (cf. Lc 21: 24), y
-un período de “guerras y rumores de guerras” (Mt 24: 6).
Los tres signos parecen haberse cumplido. 
El Evangelio ha sido traducido ya a todas las lenguas del
mundo y los misioneros han recorrido los cinco continentes.
Jerusalén ha vuelto a manos de los Judíos con la consiguiente
implantació n del “Estado de Israel”.
Y en lo que toca a las guerras, segú n dijo Benedicto XV en
1919 “parece establecida como institució n permanente de
toda la humanidad”. 
Estos síntomas está n como preludiando el fin que será el
Reinado Universal del Anticristo.
Quien perseguirá a todo el que crea de veras en Dios, hasta
que finalmente sea vencido por Cristo.
Castellani habla de la falsedad del Progreso Indefinido y
que se opone tan directamente a la palabra de Cristo de que el
final intraterreno será catastró fico.
El mundo ha vivido ya cientos de millones de añ os, afirman
sus sostenedores, y por lo tanto puede pensarse que seguirá
existiendo cientos de siglos má s.
La Ciencia y la Civilizació n convertirá n a este mundo en el
Edén del Hombre Emancipado.
Por eso, como dice Castellani, “la ú ltima herejía será optimista
y eufó rica, “mesiá nica””.
Será como el resumen de todas las anteriores.
La enfermedad mental específica del mundo moderno es
pensar que Cristo “no vuelve má s”. 
En base a ello, y tras declarar que el cristianismo ha
fracasado, el mundo inventa sistemas para solucionar todos
los problemas, nuevas Torres de Babel en orden a escalar el
cielo.
Y así niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo.
Lo que el mundo hace, en el fondo, es negar el proceso divino
y providencial de la historia. 
“Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana,
falsifica el cristianismo, transformá ndolo en una adoració n del
hombre”.
“Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de
Cristo se plegará n a ella. Y ella les hará creer en la venida
del Otro”, como llamó Cristo al Anticristo (Jn 5: 43).
El mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente,
ni acabará por azar, o por un choque có smico, sino por una
intervenció n directa del Creador.
“El Universo no es un proceso natural, como piensan los
evolucionistas o naturalistas –escribe Castellani–, sino que es
un poema gigantesco.
Un poema dramá tico del cual Dios se ha reservado la
iniciació n, el nudo y el desenlace; que se llaman
teoló gicamente Creació n, Redenció n y Parusía”.
“El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan
importante como el de su Primera Venida, o Encarnació n”.
Como escribe Castellani, “la señ al má s cierta de la
aproximació n del Anticristo será cuando la Iglesia no querrá
ocuparse de él”.
Para comprender los signos y la narració n del Apocalipsis hay
que desentrañ ar quienes son y qué rol juegan los actores
principales.
 
LOS PERSONAJES EN EL DRAMA DEL APOCALIPSIS
El libro sagrado nos expone el drama de la secular lucha entre
el bien y el mal, ahora llegada a su culminació n, y por ende
radicalizada.
Detengá monos en los principales personajes que actú an, a
veces bajo la forma de símbolos.
 
CRISTO Y EL DRAGÓ N
En el teló n de fondo aparecen los dos grandes protagonistas.
Ante todo Cristo, el Señ or de la Historia.
Porque el Cordero quien abre el libro sellado, manifestando
así su dominio plenario sobre los acontecimientos histó ricos,
no es otro que el Señ or.
Frente a Cristo, el Dragó n, el demonio, el abanderado de las
fuerzas del mal. 
Escoltado por dos auxiliares: la Bestia del Mar, que será el
dominador en el plano político (en la Escritura el mar
simboliza el orden temporal).
Y la Bestia de la Tierra, que llevará a cabo la falsificació n del
cristianismo (la tierra es el símbolo de la religió n).
Ambas Bestias en estrecha conexió n y alianza.
Consideremos ahora los personajes subalternos.

 
LA PRIMERA BESTIA (el Anticristo)
La Primera Bestia es el Anticristo. 
Con cierto facilismo se creyó reconocer al Anticristo en los
enemigos concretos de la Iglesia que se iban presentando a lo
largo de la historia.
Los primeros señ alados fueron los emperadores romanos que
desencadenaban persecuciones.
De manera semejante, en el bajo Medioevo se lo creyó
encarnado en Mahoma.
Esta idea cobra hoy nueva vigencia a raíz de la conjetura de
algunos autores, principalmente Belloc, que afirman la
posibilidad de que el Islam pueda renacer como Imperio
Anticristiano, má s poderoso y temible que antes.
Con el advenimiento del Protestantismo se produjo una
extrañ a variació n en la exégesis del Anticristo.
Lutero aplicó la terrible etiqueta escatoló gica al Papado.
Sobre la base de que la Iglesia puede corromperse, y de hecho
se corromperá en los ú ltimos días.
Lutero, interpretando dicha tesis de manera herética, creyó
ver en el Papa la Gran Ramera de que habla el Apocalipsis.
Castellani parece sostener una suerte de manifestació n
gradual del Anticristo. 
Las Siete Trompetas del Apocalipsis, que simbolizan siete
grandes jalones heréticos en la historia de la Iglesia, aludirían
a siete sucesivos Anticristos.
Precursores del Ú ltimo, al cual preparan sin saberlo,
acumulativamente.
A medida que se aproximan al “Hombre de Pecado”, las
herejías van creciendo en fuerza y malignidad. 
-la primera trompeta representaría el arrianismo; 
-la segunda, el Islam; 
-la tercera, el Cisma Griego; 
-la cuarta, el Protestantismo; 
-la quinta trompeta sería la Revolució n francesa, con su
Enciclopedismo; 
-la sexta, el enfrentamiento de los Continentes, la guerra como
institució n permanente. 
Y así llegamos a los umbrales del fin, la época en que se
atentará directamente contra el primer mandamiento, la
época del odio formal a Dios, el pecado y herejía del
Anticristo.

 
El Obstá culo para la aparició n del Anticristo
Antes de la manifestació n del Anticristo deberá ser quitado de
en medio un misterioso Obstá culo, de que habla San Pablo: “El
misterio de la iniquidad ya está actuando.
Tan só lo que sea quitado de en medio el que ahora le retiene,
entonces se manifestará el Impío” (2 Tes 2: 7-8).
¿A qué se refiere el Apó stol?
Hay algo que ataja o demora la aparició n del Anticristo. San
Pablo lo llama el katéjon, el obstá culo, que se concreta en
el katéjos, es decir, un ser obstaculizante.
Hasta que dicho katéjon no sea “quitado de en medio” no se
manifestará el Hombre sin Ley. 
¿Cuá l es este enigmá tico Obstá culo?
Algunos Padres de la Iglesia pensaron que el Katéjon (lo
obstaculizante) era el Imperio Romano ya cristianizado.
En el siglo XIII, Santo Tomá s creería ver en la Cristiandad
medieval la continuació n del Imperio Romano.
De alguna manera ese Imperio, mal o bien, permaneció hasta
hace poco.
Sea lo que fuere, las migajas o lo que resta de ese Imperio
habrían impedido hasta el presente la aparició n formal del
Anticristo.
El cual, en su momento, restaurará dicho Imperio, pero a su
modo.
Algunos autores han pensado que el katéjon era la misma
Iglesia, cuya presencia constituía el ú ltimo obstá culo para la
manifestació n del Anticristo.
Así opina San Justino, el primer comentador del Apocalipsis.
También San Victorino aplicó el katéjon a la Iglesia – “la
Iglesia será quitada”, dice–, pero en el sentido de que volvería
a la oscuridad, a las catacumbas, perdiendo todo influjo en el
orden social.
En su novela Juan XXIII (XXIV) escribe Castellani que “Iglesia”
se dice en tres sentidos:
“Hay la Iglesia que es el proyecto de Dios y el ideal del
hombre, y está comenzada en el cielo, la “Esposa”, a la cual
San Pablo llama “sin mancha”, una.
Hay la Iglesia terrenal, donde está n el trigo y la cizañ a
mezclados para siempre, pero se puede llamar “santa” por su
unió n con la de arriba por la gracia, dos.
Y hay la Iglesia que ve el mundo, “el Vaticano”, que trata con el
mundo; que está quizá má s unida con el mundo que otra cosa,
y que desacredita al todo”, tres.
 
La figura del Anticristo
¿Quién será el que asuma ese terrible papel?
Inicialmente los Padres consideraron que se trataba de una
persona concreta e individual. 
A partir del Renacimiento surgió la idea de un Anticristo
colectivo e impersonal.
Ambas cosas son admisibles.
Será , por cierto, una atmó sfera, un espíritu que se respira en
el ambiente, “espíritu de apostasía”.
Pero también será un individuo, porque San Pablo lo llama “el
hombre impío”, “el inicuo”, “el hijo de la perdició n”.
El nombre de “Anticristo” lo inventó San Juan. San Pablo lo
denominó  “Á nomos”, el sin ley (cf. 2 Tes 2: 8). Cristo lo llamó
“el Otro” (Jn 5: 43).
Dice el Apocalipsis que la cifra del Anticristo será 666 (cf. Ap
13, 18).
En griego, la palabra “Bestia”, que es el nombre que le da San
Juan, se dice “theríon”.
Si esta palabra se vierte al hebreo, y se suman los nú meros de
cada letra segú n su lugar en el abecedario de dicha lengua, el
resultado es 666.
¿De qué nacionalidad será el Anticristo? 
Dostoievski lo hace ruso, habiéndolo pintado con los rasgos de
Stavroguin en su novela Demonios.
Benson lo imagina norteamericano, bajo el nombre de
Felsenburgh.
Segú n algunos Padres y exégetas antiguos, será judío, para
mejor emular a Cristo, su antítesis, que también lo fue.
El cuerno pequeñ o que en la profecía de Daniel crece casi de
golpe (cf. Dan 7: 8.20), podría ser el reino de Israel,
comenzando el Anticristo por constituirse en Rey de los
Judíos.
Esta ú ltima adjudicació n se ha visto coloreada en la leyenda
popular, hasta llegarse a detalles nimios: sería de la tribu de
Dan, hijo de una monja judía conversa y de un obispo, cuando
no del demonio, directamente. 
No tendría á ngel de la guarda. Nacería provisto de dientes y
blasfemando. Adquiriría con rapidez fantá stica todas las
ciencias.
En realidad el Anticristo no se presentará como un personaje
siniestro, la perversidad encarnada.
Será , por cierto, demoníaco, pero no aparecerá tal, sino que
hará gala de humanitarismo y de humanismo.
Se fingirá virtuoso, aunque de hecho sea cruel, soberbio y
mentiroso.
Anunciará quizá s la restauració n del Templo de Jerusalén,
pero no será en beneficio de los judíos sino para entronizarse
él y recibir allí honores divinos.
Porque el Anticristo no se contentará con negar que Cristo es
Dios y Redentor, sino que se erigirá en su lugar, cual
verdadero Salvador de la humanidad. 
Tratará incluso de parecerse a Cristo lo má s posible. Será “el
simio de Dios”.
 

El poder y la obra del Anticristo


La eclosió n del Anticristo será fulgurante, si bien a partir de
modestos orígenes. 
Los antiguos escritores eclesiá sticos entendieron que en la
consumació n del mundo, cuando el Orden Romano se
encontrase destruido, habría diez reyes.
A quienes la Escritura llama “los diez cuernos”.
El Anticristo será el undécimo rey, que al parecer emergerá
histó ricamente como el superviviente de una lucha entre
otros reyes.
Un “cuerno pequeñ o”, dice el profeta (cf. Dan 7: 8), o sea, un
rey oscuro y plebeyo, que quizá crecerá de golpe.
Empezará como “reino pequeñ o”, señ ala Daniel (cf. 7; 8), y
después logrará el dominio sobre los restantes,
convirtiéndose en “otro Reino”, descomunal y distinto de los
demá s, cabeza de una confederació n de naciones.
El Anticristo llevará a cabo una síntesis mundial de todos los
adversarios del cristianismo, tanto en el Oriente como en el
Occidente.
Una especie de contubernio entre el capitalismo y el
comunismo. 
En torno a él se reunirá n todos los que Castellani llama
los ”oneworlders”, o sea “mundounistas”, los que hoy
sustentan el Nuevo Orden Mundial.
Una vez que haya tomado las riendas del poder en sus manos,
el Anticristo se abocará a su obra, que a los ojos del mundo
aparecerá como “benéfica”.
No en vano es el Cuarto Caballo del Apocalipsis, que
reemplazará a los tres primeros: al Caballo Blanco, desde
luego, que representa el Orden Romano, el Katéjon; y luego al
Rojo y al Negro, que simbolizan, respectivamente, la Guerra y
la Carestía.
Acabará con la guerra, ante todo, cumpliendo el anhelo má s
profundo de la humanidad, que es la paz universal.
Una paz sacrílega y embustera, por cierto, la paz del mundo,
estigmatizada por Cristo.
El Anticristo solucionará igualmente los problemas
econó mico-sociales, ofreciendo no só lo abundancia sino
también igualdad, aunque sea la de un hormiguero.
Corregirá así la plana a su Rival, consintiendo a las tres
tentaciones que antañ o Jesú s se obstinara en rechazar:
-“Di que estas piedras se conviertan en pan”, y dará de comer
al mundo entero; 
-“tírate del Templo abajo, para que todos te aplaudan”,
y adquirirá renombre universal por los medios de
comunicació n;
-“todos los reinos de la tierra son míos y te los daré si me
adorares” (cf. Mt 4, 1-11), y los recibirá . 
Tratará asimismo de destruir lo que queda de Cristiandad,
pero aprovechando sus despojos. 
Perseguirá duramente a la Iglesia y matará a los profetas.
Pero los sustituirá enseguida por profetas mercenarios.
Y, como es obvio, no querrá ni oír hablar de la Parusía.
Porque no hay que olvidar que la figura del Anticristo no es
primordialmente política, sino teoló gica.
Ello se hace evidente por las metas que la Escritura le
atribuye:
–negará que Jesú s es el Salvador Dios (cf. 1 Jn 2: 22);  
–será recibido en lugar de Cristo por la humanidad (cf. Jn 5:
43);   
–se autodivinizará  (cf. 2 Tes 2: 4); 
-suprimirá , combatirá o falsificará las otras religiones (cf. Dan
7: 25). 
El Misterio de Iniquidad, que el Anticristo encarna, se resume
en el odio a Dios y la adoració n del hombre.
Porque, paradojalmente, aquel cuya boca proferirá blasfemias
contra todo lo divino (cf. Ap 13: 5-6), por otro lado pretenderá
hacerse adorar como Dios (cf. 2 Tes 2: 4).
Castellani advierte có mo los tiempos modernos
está n propagando sin descanso la Idolatría del Hombre y de
las obras de sus manos.
 
La sede del Anticristo
Un ú ltimo aspecto relativo a la Primera Bestia es la cuestió n
de la sede y á mbito de su gobierno. 
Castellani aventura que podrían ser Europa, Norteamérica y
Rusia. 
Trá tase de una Urbe concreta o un conjunto de urbes, que ha
logrado conquistar el poder mundial: “La mujer que has visto
es la Gran Ciudad, la que tiene la soberanía sobre todos los
Reyes de la tierra” (Ap 17: 18).
San Juan dice que vio escrito en su frente la palabra
“misterio” (cf. Ap 17: 5), y testifica el asombro que dicha
visió n le provocó .
Lleva, sin duda, aquel nombre para indicar que corporiza el
Misterio de Iniquidad. 
Es la ciudad moderna, desacralizada, laicista y
socialdemó crata.
La capital del Anticristo será un gran emporio econó mico,
cabeza de un Imperio sacro falsificado, es decir, de un
imperialismo.
San Juan nos la describe como una urbe tecnocrá tica,
encandilante con el resplandor de sus luces, el oro y las joyas
que la cubren, poblada de comerciantes.
Mas lo principal de Babilonia, y lo que la hace especialmente
ramera es su proyecto de carnalizar la religió n, legalizando así
los planes del Anticristo.
¿Durante cuá nto tiempo reinará en ella? 
Casi todos los comentaristas le atribuyen a su gobierno una
duració n de tres añ os y medio.
Así parece insinuarlo el profeta Daniel (cf. 7: 25), y lo
confirma el Apocalipsis al decir que “se le dio poder de actuar
durante cuarenta y dos meses” (Ap 13: 5 cf. también 11, 2).
A su término, la Gran Babilonia caerá de golpe, se desplomará
estrepitosamente (cf. Ap 18: 2. 9-24), suscitando el llanto de
“los mercaderes de la tierra” (Ap 18: 11).

 
LA SEGUNDA BESTIA (el falso profeta)
Junto al Anticristo, el Apocalipsis nos presenta otro personaje
fundamental, un Pseudoprofeta.
Es la Segunda Bestia, el brazo derecho del Anticristo en su
fá ustico intento. 
También él se parecerá a Cristo: “Hablaba como el Dragó n,
pero tenía dos cuernos como de cordero” (Ap 13: 11).
Si la Primera Bestia salió del mar (cf. Ap 13: 1), ésta surge de
la tierra firme (cf. Ap 13: 11), es decir, del á mbito religioso.
Y su propó sito será que todo el mundo adore al Anticristo:
“Hizo que toda la tierra y sus habitantes adoraran a la Primera
Bestia” (Ap 13: 12).
El Apocalipsis lo presenta dotado de poderes taumatú rgicos,
con capacidad para realizar “grandes portentos” (Ap 13: 13).
No será n verdaderos milagros, pero tampoco meros juegos de
prestidigitació n. 
La principal labor que llevará a cabo esta Segunda Bestia
será  la adulteració n de la religió n.
Las Dos Bestias representarían así el poder político, la
primera, y el instinto religioso del hombre, la segunda, vueltos
ambos contra Dios.
Lo afirma de manera terminante: “Cuando la estructura
temporal de la Iglesia pierda la efusió n del Espíritu y la
religió n adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces
aparecerá el Hombre de Pecado  y el Falso Profeta.
Un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice
del Orbe, o bien tendrá a sus ó rdenes un falso Pontífice,
llamado en las profecías el Pseudoprofeta”.
No es que la Iglesia perderá la fe, pero sí se verá gravemente
afectada.
Todas las energías del demonio estará n concentradas
en pervertir lo que es específicamente religioso.
Al demonio no le interesará matar, sino “corromper,
envenenar, falsificar”.
Estima Castellani que el mundo se encuentra ya
suficientemente ablandado y caldeado para recibir al
Pseudoprofeta del Apocalipsis.
Será la época de la pará bola de la cizañ a. Cuando llega el
tiempo de la siega es cuando la cizañ a se parece má s al trigo.
Por eso Cristo, al ver el mundo futuro desde aquel montículo
de Jerusalén desde donde se divisaba el Templo, profetizó la
Gran Tribulació n Final, así como la decadencia de la Iglesia en
su fervor.
El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no
destruido. 
La religió n se mantendrá , pero adulterada; sus dogmas,
conservados en las palabras, será n vaciados de contenido y
rellenados de sustancia idolá trica.
También el Templo perdurará , porque no hay que destruir los
templos sino la fe. 
El Templo servirá para que allí se siente el
Anticristo, “haciéndose adorar como Dios” (2 Tes 2: 4).
Es “la abominació n de la desolació n”, como dijo Daniel (9: 27)
y repitió Cristo (cf. Mt 24: 15).
Castellani se esmera por dejar  en claro que la corrupció n de
la Iglesia no será total. A ello tenderá sin duda el intento del
Pseudoprofeta.
¿Có mo se concretará esta adulteració n del cristianismo? 
Consintiendo la Iglesia a las tres tentaciones del desierto que
en su momento Cristo supo rechazar.
-Una Iglesia abocada a lo temporal, polarizada en ello, en la
adquisició n de los bienes terrenos, en la distribució n
abundante de pan. He aquí la primera tentació n. 
-Una Iglesia en busca de renombre, que emplea sus poderes
religiosos para alcanzar prestigio y ascendiente, que
reemplaza la contemplació n por la agitació n burocrá tica. Tal
la segunda tentació n. 
-Y la tercera: una Iglesia al servicio de los que son poderosos,
buscando el reino en este mundo, con los medios má s eficaces,
que son hoy los satá nicos. 
El Pseudoprofeta será el que “actú e”, es decir, “ritualice” el
proyecto del Anticristo, el que lleve a cabo su “propaganda
sacerdotal”.
El Apocalipsis resume su quehacer en tres iniciativas.
-Primero, organizará la veneració n colectiva de la Primera
Bestia, imponiendo la adoració n idolá trica de su icono
nefando, so pena de terribles persecuciones (cf. Ap 13: 12.14-
15).
-En segundo lugar realizará increíbles prodigios en favor del
Anticristo, haciendo llover fuego del cielo, si es necesario (cf.
Ap 13: 13), y sobre todo haciendo hablar a la imagen de la
Bestia (cf. Ap 13: 15).
-Y tercero, inventará una muerte y una resurrecció n amañ ada
de la Bestia (cf. Ap 13: 3.12), para que emule la de su
Adversario divino.
Dicho triunfo só lo será factible con la ayuda del sector
adú ltero de la Iglesia.

 
EL PEQUEÑ O RESTO
En los tiempos del Anticristo, el señ orío del demonio será
tremendo y se desatará en todas las direcciones.
En operaciones esotéricas y nefandas de magia y espiritismo.
En el poder abrumador de la “ciencia moderna”, que ya se ha
vuelto capaz de arrojar fuego del cielo con la bomba ató mica y
hacer hablar a una imagen mediante la televisió n combinada
con la radio.
En la tiranía implacable de la maquinaria política.
En la crueldad de los hombres rebeldes y vueltos “fieras en la
tierra”.
En la seducció n sutil de los falsos doctores que usará n el
mismo cristianismo contra la cruz de Cristo, una parte del
cristianismo contra otra, y a Jesú s contra su Iglesia.
La opció n por Cristo o por el Anticristo se hará universal e
ineludible.
La sola profesió n de fe cristiana pondrá a los fieles en
situació n de martirio. 
La mayoría caducará , de modo que la apostasía cubrirá al
mundo como un diluvio.
Los que resistan será n poco numerosos, los contados 144.000
de que habla el texto sagrado (cf. Ap 7: 4), un pequeñ o resto,
perdido en el océano de las multitudes apó statas.
Esos pocos “no podrá n comprar ni vender” (Ap 13: 17; 14, 1),
ni circular, ni dirigirse a los demá s a través de los medios de
comunicació n, ahora en manos del poder político.
Cualquier intento de emigració n se tornará impensable, ya
que el mundo entero será una inmensa cá rcel, sin escape
posible. Só lo quedará “refugiarse en el desierto” (cf. Ap 12:
14).
Los que permanecerá n fieles será n los que “no se ensuciaron
con mujeres” (Ap 14: 4), es decir, con la Mujer, la Ramera.
Hombres límpidos, “en cuya boca no se encontró mentira” (Ap
14: 5), hombres lú cidos y valientes, verdaderos baluartes en
medio de un huracá n, acosados por la traició n y el espionaje.
Lo má s dramá tico será n los tormentos interiores que
experimentará n los que se obstinen en su fidelidad.
Se verá n sometidos a noches oscuras interminables, a
conflictos de conciencia desgarradores, que en muchos casos
no se resolverá n en esta vida.
Habrá quienes deberá n luchar, con sangre en el alma, durante
añ os y añ os, sin resultado aparente, contra tentaciones
supremas, sufriendo “el bofetó n de Sataná s” (2 Cor 12: 7), sin
la ayuda de la gracia sensible.
Porque “el sol se oscurecerá , la luna se volverá color de
sangre, y caerá n las estrellas del cielo”… (Ap 6: 12-13).
Nadie podría aguantar si Cristo no volviese pronto.
Los primeros má rtires debieron luchar contra los
emperadores, los ú ltimos contra el mismo Sataná s.
Por eso será n má rtires mayores. 
Ni siquiera será n reconocidos como má rtires, agrega San
Agustín, ya que se los condenará como delincuentes ante las
multitudes, víctimas de la propaganda.
La llamada “opinió n pú blica” estará en favor de esta
persecució n.
El mismo Cristo dijo que cederían “si fuera posible, los
mismos escogidos” (Mt 24: 24).
Má s no es posible que caigan los escogidos.
Un á ngel ha comenzado a marcar sus frentes con el nombre
del Cordero y de su Padre (cf. Ap 14: 1), y Dios ordena
suspender los grandes castigos hasta que estén todos
señ alados, abreviando la persecució n por amor de ellos.
“Su ú nico apoyo será n las profecías –escribe Castellani–. El
Evangelio Eterno (es decir, el Apocalipsis) habrá n
reemplazado a los Evangelios de la Espera y el Noviazgo.
Y todos los preceptos de la Ley de Dios se cifrará n en uno
solo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada.
Los fieles de los ú ltimos tiempos só lo se salvará n por una
caridad inmensa, una fe heroica y la esperanza firme en la
pró xima Segunda Venida”.
Acompañ ará n en su resistencia a este pequeñ o resto dos
personajes misteriosos, los llamados Dos Testigos  (cf. Ap 11,
1 ss.).
No se sabe de cierto quiénes será n. Para algunos, Enoc y Elías,
para otros, Moisés y Elías. 
En el Apocalipsis aparecen como dos grandes y santos
paladines, que defenderá n a Cristo, y tendrá n en sus manos
poderes prodigiosos.
El Anticristo “les hará la guerra, los vencerá y los matará ” (Ap
11: 7). Sus cadá veres quedará n expuestos frente al Santo
Sepulcro.
Pero luego de tres días y medio el Señ or los resucitará  (cf. Ap
11: 11).

 
LA MUJER CORONADA Y EL ARCÁ NGEL MIGUEL
En el capítulo 12 del Apocalipsis se habla de otra mujer: “Un
signo magno apareció en el cielo.
Una mujer vestida de sol y la luna debajo de sus pies. Y en su
cabeza una corona de doce estrellas.
Y gestaba en su vientre y clamaba con los dolores de parto y
con el tormento de dar a luz” (12: 1-2).
Los exégetas han aplicado este texto, algunos a la Santísima
Virgen, otros a la Iglesia o a Israel. 
¿Será aplicable a la Iglesia?
Sin embargo, no parece convenirle plenamente, aunque sí por
extensió n.
Para otros, figura al Israel de Dios, “que da a luz un hijo varó n”
(Ap 12: 5).
Así lo interpreta Castellani, en la inteligencia de que dicho
texto se refiere a la conversió n final de los judíos,
preanunciada por San Pablo y los profetas.
¿En qué momento se convertirá n los judíos? 
Los Santos Padres tienen dos opiniones al respecto.
Segú n algunos, ocurrirá antes de que aparezca el Anticristo. 
Otros, por el contrario, sostienen que los judíos será n los
primeros adeptos del Anticristo, a quien reconocerá n como al
Mesías esperado.
Constituyendo su escolta y guardia de corps, segú n aquello
que dijo el Señ or: “Yo vine en nombre de mi Padre y no me
recibisteis; pero Otro vendrá en su nombre y a ése lo
recibiréis” (Jn 5: 43).
Só lo a la vista de la Segunda Venida de Cristo, los judíos se
convertirá n. “Mirará n a quien traspasaron”, preanunció el
profeta Zacarías (12, 10).
Cuando la Mujer estaba por dar a luz, un fiero Dragó n rojo se
detuvo delante de ella con la intenció n de devorar a su hijo.
Pero el “hijo varó n” (Ap 12: 5), apenas nacido, fue llevado al
Trono de Dios para regir a todas las naciones con el cetro
mesiá nico.
El Dragó n, lleno de furia, persiguió a la mujer, má s el Señ or le
dio dos alas como de á guila, con que voló al desierto donde
sería alimentada durante 1260 días (cf. Ap 12: 13-14).
Al fracasar en su intento, el Dragó n “se fue a hacer guerra a los
otros de su semilla” (Ap 12: 17).
Del Dragó n se dice que “con su cola arrastró la tercera parte
de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra” (Ap 12:
4).
Para explicar este texto recurre Castellani a un teó logo del
siglo V, llamado Teodoreto.
Segú n el cual las estrellas del cielo que será n arrastradas a la
tierra por el Dragó n, representan “a los varones brillantes,
príncipes no só lo políticos má s también eclesiá sticos,
doctores y religiosos”.
Que en los tiempos finales perderá n la fe, y se pondrá n al
servicio del Anticristo; apó statas “inmanentes”, los má s
peligrosos de todos.
A continuació n, el texto sagrado describe un combate en las
alturas: “Y prodú jose una guerra en el cielo. Mikael y sus
á ngeles salieron a guerrear con el Dragó n” (Ap 12: 7).
He aquí otro personaje de este drama sagrado, Mikael,
empeñ ado en lucha grandiosa con el Dragó n y sus adlá teres
de la tierra.
Se juntan aquí dos batallas, muy separadas en el tiempo. 
En la primera, que se desarrolla en las alturas, el Á ngel arroja
al Dragó n del cielo a la tierra (cf. Ap 12: 9).
Y allí en la Tierra el demonio recobra el aliento e instaura su
reino por medio del Anticristo.
Entonces los que se arrodillen ante la Bestia gritará n: “¿Quién
como la Bestia? ¿Y quién podrá luchar contra ella?” (Ap 13: 4).
Grito siniestro, que se enfrenta con el grito de San Miguel.
Cuando la victoria del Anticristo y de su Pseudoprofeta
parezca ineluctable, “en aquel tiempo se levantará [de nuevo]
Mikael, Príncipe de nuestro pueblo”, como profetizó Daniel
(12: 1).
La lucha en el cielo será doblada de una ú ltima lucha religiosa
sobre la tierra.

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