Heráclito y Parménides de Elea

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

El cambio y lo permanente

Contenido
1. Filósofos presocráticos: Heráclito y Parménides............................................................................3
1.1 Heráclito de Éfeso……………………………………………………………………………………………………3

1.2 Parménides de Elea…………………………………………………………………………………………………6

3. Bibliografía utilizada.......................................................................................................................8

1
El cambio y lo permanente

1. Filósofos presocráticos: Heráclito y Parménides


Como se vio en la Unidad 1, uno de los factores que movió a los griegos a filosofar fue el
asombro. Ahora podemos agregar que se trató, en gran medida, de asombro frente al cambio que
veían manifestado de diversas maneras: en las estaciones del año, en el día y la noche, en el
crecimiento de los árboles y las plantas, en el nacimiento y muerte de los seres vivos e, incluso, en
la aparición y desaparición de objetos naturales y artificiales, entre otros tantos ejemplos que
pueden pensarse. Frente a ello, surgían las siguientes preguntas: ¿qué es el cambio?, ¿es que,
realmente, todo es cambio, o existe algo permanente que subyace?, ¿el cambio existe o es una
mera ilusión?

Dos filósofos que intentaron dar respuesta a estas preguntas fueron Heráclito y Parménides.
En ellos nos detendremos a continuación.

1.1 Heráclito de Éfeso

Probable busto de Heráclito

Heráclito vivió aproximadamente entre los años 544 a.C y 484 a.C.. Era natural de Éfeso,
ciudad de Jonia, costa occidental de Asia Menor. Como sucede con los demás filósofos de esta
época, no nos quedan más que fragmentos de su obra y esto constituye una de las dificultades que
existen para su comprensión. Otra dificultad que existe para acceder a su pensamiento está dada
por su propio modo de escribir y expresarse, algo que condujo a que ya los antiguos le atribuyeran
fama de enigmático y lo apodaran “el Oscuro”.

2
Heráclito expresó de varias maneras la idea de que la realidad es devenir e incesante
transformación. Todas las cosas, consideraba, se encuentran en permanente flujo y cambio y, por
lo mismo, no es posible encontrar nada que permanezca estable e inmutable. En ese sentido, uno
de los fragmentos que nos llegan de este filósofo afirma: “Para los que entran en los mismos ríos,
aguas fluyen otras y otras” (12), un fragmento que de modo frecuente se ha parafraseado como
“no te bañarás dos veces en el mismo río”. La imagen del río nos permite comprender que, aunque
uno tenga la ilusión de estar frente a algo que tiene una cierta consistencia fija, en realidad se
encuentra frente a un perpetuo flujo y cambio.
En su fragmento 30, Heráclito afirma que “este orden del mundo, el mismo para todos, no lo
hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido según
medidas y apagado según medidas”. La palabra griega que se traduce por “mundo” es cosmos, un
término que, además, hace referencia al orden y armonía de lo real. Esto deja de manifiesto que, a
pesar de concebir al mundo como algo en perpetuo devenir, Heráclito lo concebía como una
totalidad ordenada y armónica. En otras palabras, tan importante como el perpetuo devenir en el
mundo es, para Heráclito, la armonía que subyace a todo. Este orden o esta armonía no provenía
de los hombres ni de los dioses, sino que había existido siempre. Para explicar esto, el filósofo
utiliza su famosa imagen del fuego. Así como sucede con este último, la realidad también se
encuentra en un incesante cambio. Sin embargo, éste no se produce al azar. Por el contrario, se
trata de un cambio según medidas, y es ello mismo lo que le aporta armonía y orden.
En varios de sus fragmentos, para hacer referencia a esta medida y a este orden, Heráclito se
refiere a lo real como oscilación y armonía de opuestos. Por ejemplo, en su fragmento 88 se puede
leer: “Como una misma cosa se dan en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo.
Pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro, convertido, es lo uno a su vez” . O bien, en su
fragmento 67 –y en este mismo sentido- puede leerse: “El dios: día-noche, invierno-verano,
guerra-paz, saciedad-hambre, toma diferentes formas, al igual que el fuego que, cuando se mezcla
con especias es llamado según el nombre del aroma de cada una”. Así, resulta claro que, para
Heráclito, todas las cosas, en su incesante cambio, reúnen en sí determinaciones opuestas y en
tensión. Y, sin embargo, se trata de una “armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la
lira”, nos dice en su fragmento 51.
Por esta razón, otro de los términos que Heráclito utiliza frecuentemente es el de guerra (en
griego, pólemos). Y es que, por lo explicado anteriormente, “hay que saber que la guerra es
común, y que la justicia es lucha, y que todo sucede por lucha y necesidad”, afirma en su fragmento
80. Una vez más, podemos entender que esta tensión y esta guerra constituyen el principio
universal que domina todo y le aporta armonía. Sin embargo, para que exista, deben existir los
opuestos, lo discordante. Así, los opuestos no pueden existir separadamente y como algo estático,
sino que son, en realidad, momentos alternos y complementarios de una unidad superior que los
engloba y los rige.
Ahora bien, así como a Heráclito le preocupa el cambio, también le preocupa la medida de ese
cambio, la norma o regla a la cual responde. Para hacer referencia a la misma, el filósofo utiliza la
palabra lógos. Este logos nos dice cuál es la relación entre las cosas, rige su comportamiento y,

3
para ello, sigue un orden inteligible e inmanente al mundo. Este logos expresa, así, la unidad de los
contrarios, reúne todas las cosas, las armoniza y constituye el mundo único a partir de la
multiplicidad. Así, el lógos -entendido como aquel dador de unidad y armonía-, es el fundamento
de todo lo que hay.
En ese sentido, la llamada de Heráclito es a que los individuos busquen conocer y comprender
este lógos. Esto es, que se desprendan del conocimiento puramente sensible y, en cambio
busquen conocer aquella razón que subyace y gobierna todo lo real. “Una sola cosa es lo sabio:
conocer el designio que gobierna todo a través de todo”, afirma en su fragmento 41. Por ello, cada
individuo debe buscar comprender aquella armonía que subyace al cambio permanente
(“Armonía invisible mejor que la visible”, expresa en su fragmento 54). Esto, sin duda, implica un
esfuerzo por parte del individuo. Exige que el hombre comprenda que, si bien los sentidos le
permiten un tipo de acceso al mundo, no alcanza con ellos para conocer la auténtica realidad.
Esta tarea resulta difícil: de manera frecuente, el individuo considera que tiene acceso a lo real
por medio de los sentidos. Es ello mismo, a juicio del filósofo, lo que los vuelve ignorantes del
cosmos. Y es que, guiados por los sentidos, ven la realidad únicamente como contradictoria y no
logran comprender la unidad que subyace y aporta armonía a la totalidad. Por eso, se puede leer
en el primer fragmento de Heráclito las siguientes palabras: “de esta razón, que existe siempre,
resultan desconocedores los hombres, tanto antes de oírla como tras haberla oído a lo primero,
pues, aunque todo transcurre conforme a esta razón, se asemejan a inexpertos teniendo como
tienen experiencia de dichos y hechos”. En la misma línea, en el fragmento 34 afirma que los
hombres “escuchando sin entender, a sordos se asemejan”. O incluso en el fragmento 13 vuelve
sobre esta idea al afirmar que: “no entienden los más las cosas con las que se topan, ni pese a
haberlas aprendido las conocen, pero a ellos se lo parece”.
Evidentemente, Heráclito consideraba que el hombre, para conocer, debía comprender el
lenguaje del lógos, un lenguaje al que no se accedía por medio de los sentidos sino por la razón.
Este lenguaje es como el de un oráculo: no se expresa de manera explícita y con total claridad sino
que da señales y su comprensión requiere de una permanente tarea y esfuerzo. Antes de
terminar, hay que destacar que, en Heráclito, no hay una condena absoluta al conocimiento
sensible, sino una crítica a la actitud de los hombres que consideran que los sentidos bastan para
acceder a la verdad. En realidad, los sentidos aportan un tipo de conocimiento acumulativo, pero
éste no conduce naturalmente a la sabiduría. La sabiduría exige un esfuerzo de interpretación del
lógos que permita conocer la verdadera naturaleza, aquella que “ama ocultarse”.

4
1.2 Parménides de Elea

Parménides nació en torno al año 510 a.C. en la ciudad de Elea. Se le atribuye una sola obra,
conocida por el título absolutamente convencional: Acerca de la naturaleza. Se trata de un poema,
escrito en hexámetros, del cual quedan algo más que 150 versos. Esto permite hacerse una idea
relativamente exacta de su estructura. El poema se iniciaba con un proemio de 32 versos que se
conservan completos, y se sabe que contaba, además, con dos partes: una sobre la verdad –de la
cual se conserva alrededor del 90%-, y otra sobre la opinión –que se ha perdido en partes
considerables-.
Con este poema, Parménides deja de manifiesto el modo que tiene de concebir la realidad y
que, tal como se verá, diferirá de la concepción de Heráclito. Cuando se accede al poema,
entonces, lo primero que el lector se encuentra es el proemio. La forma de este proemio es el de
una revelación religiosa, y lo cierto es que es de una considerable dificultad de traducción y de
interpretación. El poeta, en un carro y escoltado por las hijas del Sol, llega a un lugar protegido
donde es recibido por una diosa. Ésta le plantea una dualidad: dice que va a comunicarle la
verdad, pero, además, le hablará también de las opiniones de los mortales que son falsas. Es
probable que la diosa acceda a hablar de estas opiniones porque, aunque sean falsas, es la forma
del saber humano y, por ello, debe ser objeto de investigación también.
Así, le dice la diosa al poeta en fragmento 2: “Y bien, yo diré –y tú, que escuchas mi propuesta,
acógela- cuáles únicos caminos de investigación hay para pensar: uno que es y que no es posible
no ser, es el camino de la Persuasión, pues acompaña la verdad; el otro que no es y que es
necesario no ser. Te enuncio que este sendero es completamente incognoscible, pues no conocerás

5
lo que no es (pues es imposible) ni lo mencionarás”. La primera cuestión que se plantea, entonces,
es cuáles son los caminos por los cuales el pensamiento puede buscar la verdad –entendiendo el
conocimiento como un viaje-: uno que es y que no es posible no ser, y el otro que no es y que es
necesario no ser. Según las palabras de la diosa, no parece haber otra posibilidad más que las que
se plantean en esta disyuntiva: o es o no es. Esto marca desde ya una clara diferencia con Heráclito
y la armonía de opuestos.
Ahora bien, si comenzamos por el segundo camino, pareciera que estamos frente a un
absurdo. Si frente a la pregunta “¿qué es?” la respuesta es “lo que es, es el no ser”, ya estamos
frente a una contradicción. No puede afirmarse que lo que es sea el no ser, porque entonces
estamos afirmando ser y no ser a la vez. Por el contrario, afirma Parménides en su fragmento 6,
“hay ser, pero nada no hay”.
Este “ser”, agrega Parménides, no es accesible por lo sentidos. Por el contrario, sólo puede
conocerse con el pensamiento. “Pues lo mismo es ser y pensar”, afirma Parménides en el
fragmento 3. Es decir, sólo puede pensarse en sentido estricto aquello que es. Se debe tener
presente que aquí el verbo “pensar” no hace referencia a cualquier actividad de la mente, sino al
percatarse de la verdadera naturaleza de una cosa. Por eso, la afirmación de Parménides no
significa que si se piensa, por ejemplo, un gigante de tres cabezas éste deba existir
necesariamente. Lo que quiere decir el filósofo es que sólo es aquello cuya realidad puede
aprehenderse de una forma inmediata.
En este punto, y más allá de sus diferencias con Heráclito, Parménides también realiza una
crítica a los hombres en general. Si bien sólo existe un camino para pensar –el que es y que
acompaña la Verdad (la vía de la Persuasión)-, los individuos suelen ser arrastrados por los
sentidos, sin lograr distinguir aquello que es de, en cambio, la pura ilusión y apariencia del mundo
externo y sensible. Por eso, en su fragmento 6, afirma: “(…) mortales que nada saben andan
errantes como con dos cabezas, pues la incapacidad que anida en sus pechos torna derecho un
pensamiento descarriado. Y ellos se ven arrastrados, sordos y ciegos a un tiempo, estupefactos,
horda sin discernimiento, a quienes de ordinario ser y no ser les parece lo mismo”. Esta es la
situación del ser humano para Parménides.
Parménides presenta algunos caracteres del ser que es importante resaltar. El ser es
ingénito e imperecedero porque, de no ser así, tendría que venir o ir hacia lo que no es, y ello es
absurdo. Además, es único. No puede haber más que un solo ser. Si suponemos que hay, por
ejemplo, dos seres ¿qué habría entre ellos? El no ser. Esto sería contradictorio y absurdo. Por otra
parte, el ser es inmutable. No puede cambiar, porque todo cambio implicaría que el ser deje de ser
y que, en cambio, el no ser llegue a ser. Es evidente lo contradictorio de estas afirmaciones.
Además, es ilimitado, infinito. Si tuviera límites ¿qué habría tras ellos? Nuevamente, el no ser. Por
ello mismo, es también inmóvil. Para moverse, tendría que tener límites y hallarse en un lugar que
no sea el ser. Por último, Parménides afirma que el ser es completo: si le faltara algo no sería el
ser, sino que sería ser y no ser, y ello resulta contradictorio. Resulta claro, entonces, que
Parménides presenta todas estas características del ser a partir de la imposibilidad de pensar ser y
no ser a la vez. Nuevamente, puede verse gran diferencia en este punto con respecto a Heráclito.

6
Llegado este punto, y teniendo en cuenta la manera en que Parménides concibe el Ser, la
pregunta que surge es, naturalmente, qué pasa con el mundo sensible. Esto es, qué puede decirse
de las cosas que vemos, oímos, tocamos. Parménides responde en su fragmento 8 que “serán
nombres todo cuanto los mortales convinieron, creídos de que se trata de verdades; llegar a ser y
perecer, ser y no ser, cambiar de lugar y variar de color resplandeciente”. Aquel perpetuo fluir o
devenir que afirmaba Heráclito es, entonces, para Parménides, un sinsentido. Todas las cosas
sensibles y sus propiedades –movimiento, nacimiento, color, etc.- no son más que una apariencia
e ilusión en la que sólo pueden creer quienes, en lugar de transitar por la vía de la verdad, andan
perdidos por la vía de la opinión. Los hombres en general no se guían por el pensar sino por la
opinión y, así, creen en la realidad del mundo sensible. En definitiva, son ignorantes, y son
arrastrados de un lado hacia el otro sin rumbo fijo porque están perdidos desde el momento en
que confunden el ser y el no ser. A estos hombres, Parménides los considera “bicéfalos”
justamente porque unen ser y no ser, siendo estos inconciliables.

3. Bibliografía utilizada

ABAD PASUAL, J.J., DÍAZ HERNÁNDEZ, C., Historia de la Filosofía II, Madrid: Mc.Graw-Hill, 1996.
ISBN: 8448103564.

ARMSTRONG, A. H. Introducción a la filosofía antigua., Cap. 2: Los presocráticos posteriores.


Buenos Aires: EUDEBA, 1977. ISBN: 9502300432

BERNABÉ, A. (int., trad. y notas), Fragmentos presocráticos. De Tales a Demócrito, Madrid: Alianza,
2010. ISBN: 9788420666976.

También podría gustarte