Bill Gates III
Bill Gates III
Allen fundaron la empresa de software Microsoft. Para conmemorar este aniversario, rescatamos una completa biografía
publicada en MUY Historia de Bill Gates, de quien la revista Fortune dijo: "Se le puede amar u odiar, pero no se le puede
ignorar" .
La policía del estado de Nuevo México detuvo el 13 de diciembre de 1977 a un joven rubio que conducía sin licencia. Lo
llevó a la comisaría y le hizo varias fotos de frente y de perfil. El joven de 22 años, que usaba gafas enormes, sonrió
mientras sostenía su número de ficha policial: 105.519. Le parecía divertido todo aquello.
No era la primera vez que este chico daba un disgusto a sus padres. Dos años antes, en 1975, el chaval había dejado la
universidad, pero no cualquier universidad sino Harvard, la fábrica de talentos mundiales. La verdad es que no era muy
aplicado. “Durante mi primer año, instituí una política deliberada de saltarme la mayoría de las clases para después
estudiar febrilmente al final del curso”, confesaría muchos años después en un libro de recuerdos. ¿Y qué hacía durante
su tiempo libre? “Llené mis horas de ocio con una buena cantidad de póquer”.
Tahúr, travieso, vago… ni los policías del estado de Nuevo México ni los profesores de Harvard podían imaginar que
aquel chico se convertiría en la mayor fortuna del universo 20 años después. Según la última clasificación de la revista
Forbes, su riqueza alcanza los 56.000 millones de dólares (unos 41.670 millones de euros). Su ocupación: hacer
programas de ordenador. Empresa: Microsoft. Plantilla: 76.000 personas, en 102 países. Edad: 51 años. Su nombre:
William Gates III, más conocido como Bill Gates. Y, ahora, la pregunta del millón: ¿cómo llegó tan lejos aquel gafotas
que jugaba al póquer en la universidad?
Bill Gates es el segundo de los tres hijos que tuvo el matrimonio formado por William Gates y Mary Maxwell. Nació el 28
de octubre de 1955 en Seattle, en la costa oeste de EE UU. La suya no era una familia pobre, desde luego. El padre de
Bill era un destacado abogado y la madre, una ejecutiva de alto copete del First Interstate Bank, uno de los mayores del
país.
Viniendo de una saga con tanto dinero, no tuvo problemas para entrar a los 13 años en Lakeside School, la escuela más
prestigiosa y cara de Seattle, donde descubrió muy pronto su pasión por los ordenadores gracias al Club de Madres. Y
es que tras una rifa benéfica, este grupo de mujeres hizo algo que años después agradecería la humanidad entera:
comprar un ordenador para el colegio. Bill Gates y su amigo Paul Allen programaban juegos sencillos sentados
frente a aquel enorme, pesado y lento aparato hasta que éste deglutía los resultados, que luego aparecían en una gran
impresora. “Entonces, nos lanzábamos sobre ella para echar un vistazo y ver quién había ganado”, confiesa Gates en su
autobiografía. Una maniobra que tardaba ¡30 segundos! Aquel trasto, llamado PDP- 8, fabricado por Digital Equipment,
costaba 18.000 dólares (unos 13.400 euros). Ocupaba el tamaño de un pequeño armario de metro y medio de altura,
pero sirvió para que un joven de 13 años soñase con que algún día millones de individuos podrían tener sus propias
computadoras. “Estoy seguro de que una de las razones por las que estaba tan decidido a ayudar a que se desarrollara
el ordenador personal era porque quería tener uno para mí”, ha dicho varias veces.
Esa visión comenzó a hacerse realidad en 1975. Un día, deambulando por las calles cerca de la universidad, Gates y
Allen se fijaron en otro modelo: la revista Popular Electronics mostraba una pequeña computadora para ensamblar en
casa por 397 dólares (unos 296 euros). Llamarlo computadora era demasiado porque era una caja de luces sin teclado y
sin pantalla. Su nombre era Altair, y lo más importante de todo es que llevaba en el corazón un innovador chip 8080 de
Intel. Gates y Allen quedaron paralizados. O se daban prisa, o alguien se les iba a adelantar creando el software para
ese chip. Paul Allen consiguió el manual del 8080 y con Gates se dedicó a escribir un programa Basic modificado. “Paul
y yo no dormimos mucho y perdimos la noción de la noche y el día”, confesaría Gates años después. “Pero a las cinco
semanas, teníamos escrito nuestro Basic y había nacido la primera compañía de software para microcomputadoras. En
su día la denominamos Micro-Soft”.
Fue entonces cuando Bill Gates decidió abandonar la universidad. Tenía 19 años. Bill Gates fue un hombre orquesta
en los tres primeros años de existencia de Microsoft. Era agente comercial, llevaba las finanzas y el marketing, y
mejoraba su propio programa. Estaba naciendo la industria del ordenador personal y las empresas informáticas acudían
a Microsoft con toda clase de proyectos. El volumen de trabajo era tan desmesurado que Gates recurrió a un viejo
compañero de la universidad llamado Steve Ballmer para que se ocupara de dirigir la compañía, ya que Gates no quería
dedicar más de un 10% de su esfuerzo mental a los negocios. Ballmer aceptó con la condición de que le diera manga
ancha para contratar personal. Gracias a ello, las ventas de Microsoft crecieron incluso más rápido de lo que esperaban.
Sin embargo, todavía no se había cruzado lo que Gates denominaba el “umbral de aceptación”, esa frontera en la que un
producto salta a las grandes masas, como sucedió con la televisión en los años cincuenta. Y fue en 1980 cuando se
presentaron en las oficinas de Microsoft en Seattle dos emisarios de IBM que les hicieron un encargo histórico: escribir el
software para un ordenador personal que se estaba cociendo en sus laboratorios. Gates aceptó el reto. Su equipo
trabajó frenéticamente para crear ese lenguaje que se llamó MS-DOS (Microsoft Disk Operating System). En agosto de
1981, IBM presentó su PC (Personal Computer) con un nuevo chip de Intel más potente, el 8088, y con tres
programas para hacerlo funcionar: uno era de Digital Research; otro, el Pascal, desarrollado por la Universidad de
California- San Diego (UCSD); y, por último, el MS-DOS de Microsoft, del que no se sabía nada. ¿Quién sería el
ganador? Bill Gates se había fijado en la pelea entre los vídeos Betamax de Sony y VHS de JVC durante los años
setenta, y se dio cuenta de que el éxito de VHS se debía a que JVC permitió a otros fabricantes de vídeo usar su patente
con un coste muy bajo. Microsoft hizo lo mismo. Permitió a otras firmas fabricar programas basados en MS-DOS. Y
además, se aseguró de que MS-DOS fuera el más barato de los tres programas que competían por la tarta de los PC: 60
dólares (unos 45 euros), es decir, mucho menos que los 175 dólares (alrededor de 130 euros) de Digital Research, y los
450 dólares (335 euros) del Pascal. Asimismo, IBM no tenía la exclusiva del programa sino que Microsoft la cedía a otras
empresas de ordenadores, los famosos clónicos del PC que empezaron a crecer como hongos.
En poco tiempo, Microsoft se convirtió en el estándar de la industria y Gates consiguió salir en la portada de Time
por primera vez (saldría seis veces más) como el hombre que había hecho magia con chips –su amigo Paul Allen ya
estaba aquejado de un cáncer y no podía llevar el mando de la empresa–. “En realidad, todo el éxito de Gates se basó
en aquel contrato con IBM”, dice Brian Subirana, profesor de Sistemas de Información de la escuela de negocios IESE
(Universidad de Navarra). Pero el programa de Microsoft era aún muy tosco de manejar; casi para especialistas. Otro
joven, Steve Jobs, que también había abandonado la universidad, agregaría un ratón para pinchar y mover las cosas
con más simpatía en sus ordenadores Apple. La pantalla se llenaba de figuras e iconos que representaban objetos
naturales como papeleras o carpetas. Gates visitó a Jobs y, fruto de su colaboración, nacieron los programas Microsoft
Word y Excell, dos productos sin los que hoy no se podría vivir en el mundo de la informática. Pero Apple no quería que
su sistema fuera compatible con ningún otro, de modo que Gates se llevó su invento y lo adaptó a los PC. Y haría algo
más, construir un nuevo programa informático que convertía la pantalla en una forma más divertida de manejar el
ordenador, a través de un ratón y unas ventanitas. Lo llamó Windows (ventanas, en inglés).
Lo cierto es que a mediados de los noventa sus programas corrían por el 90% de los ordenadores del planeta. Fue
entonces cuando la magia de Gates comenzó a sufrir duros golpes y sería acusado de aniquilar a sus competidores.
Surgió una nueva faceta de Gates, el hombre de cemento. Cuando los jueces de EE UU le preguntaban si había enviado
a sus subordinados correos con órdenes para monopolizar el mercado, Gates respondía con un simple “no lo recuerdo”.
Las pruebas eran evidentes. Poco después de que Netscape sacara su buscador Navigator, Microsoft presentó el
Explorer. La ventaja de Gates era que cada ordenador venía de fábrica con el sistema operativo de Microsoft y de paso
se colaba el Explorer. Un año después, Explorer había ganado la batalla. ¿No se llama a esto abuso? “En el mundo de la
programación en el cual nosotros trabajamos sólo importa una cosa: beneficiar a los consumidores”, respondió en 2005
Gates cuando los periodistas de Der Spiegel le clavaron esa pregunta.
Se le reprueba, también, su estilo brusco de gobernar la empresa y que haya hecho llorar, incluso, a muchos
empleados. “Yo no critico a las personas, critico las ideas”, se defiende Gates. “Si veo que algo me hace perder el
tiempo o que no es apropiado, no me lo guardo, lo suelto enseguida. Verán que digo muchas veces en las reuniones:
esa es la idea más absurda que he escuchado en mi vida”.
De lo que nadie duda es que hoy Microsoft no sólo es la empresa más valiosa en bolsa sino que tiene muchos negocios
y productos. Participa en la MSNBC, el tercer canal de televisión por cable de EE UU, que además tiene una web del
mismo nombre. Y, por si fuera poco, ha lanzado productos de entretenimiento, como la XBOX; programas para móviles y
palms, como el Windows Mobile, y promete seguir pensando en el futuro.
Gates vive hoy con su mujer y sus tres hijos en una casa en Seattle donde todo puede ser programable con un mando a
distancia. Ha despertado la envidia por su piscina de mármol, su garaje para 20 coches y su precio: más de 50 millones
de dólares (unos 37 millones de euros). Posee manuscritos valiosos como el Código de su querido Leonardo Da Vinci,
que compró por 30 millones de dólares (22 millones de euros aproximadamente), en 1994.
Admirado, perseguido, criticado y pirateado como ningún hombre de empresa en la Historia de la humanidad, la revista
Fortune dijo de él: “Se le puede amar u odiar, pero no se le puede ignorar”. A pesar de todo, en una larga entrevista para
los archivos del Museo de Historia de EE UU, Gates resumió su estado de ánimo de esta forma: “En todos estos años
mi trabajo ha sido lo más divertido que podía imaginar”.