Teología de Las Vocaciones. Cencini
Teología de Las Vocaciones. Cencini
Teología de Las Vocaciones. Cencini
P. Amedeo Cencini
II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones
2 de febrero, 2011
Con cierta emoción, tomo la palabra ante una asamblea tan cualificada y en un
momento tan significativo de la vida de la Iglesia y de las Iglesias de América Latina y
el Caribe, para hablar de un tema tan importante y vital como la vocación o, mejor
dicho, las vocaciones, en este Segundo Congreso Continental Vocacional. Ciertamente
no soy la persona más indicada para hablar en este contexto. Haría falta un hijo de esta
Iglesia tan viva y vivaz en todos los ámbitos incluso el aspecto vocacional. Por otra
parte, nosotros los europeos hemos mirado siempre, y miramos todavía hoy, con gran
admiración e interés a la Iglesia de América latina y Caribe y a su identidad específica
como Iglesia del “continente de la esperanza”. Para ser más concretos, a lo largo de las
últimas décadas se han alternado varios modos de mirar hacia esta Iglesia y hacia esta
región. No hace mucho tiempo, sobre todo nosotros, los italianos, veníamos a los
distintos países de América Latina en busca de trabajo y considerábamos esta tierra
como una tierra bendita, en la cual había un lugar y un trabajo para todos, una tierra
hospitalaria y acogedora, una tierra con una vocación específica a la acogida. Más tarde,
América Latina llegó a ser la tierra del primer anuncio del Evangelio, y muchos fueron
los misioneros que cruzaron el océano motivados por este anuncio, que encontró un
terreno fecundísimo, con una especial vocación a la escucha y a la obediencia al
Evangelio. La verdad es que también en aquellos años América Latina era la tierra de la
magia del fútbol, y desde entonces hasta hoy ha exportado grandes jugadores, aunque
no sé qué aspecto vocacional podemos encontrar en esta peculiaridad suramericana.
Hoy día, América Latina es tierra de grandes esperanzas y promesas para la Iglesia, una
tierra donde -con respecto a las Iglesias de antigua cristianidad del viejo continente- la
Iglesia es joven y dinámica, donde la fe está todavía viva y fresca y donde aún los
jóvenes responden con generosidad a la llamada vocacional, incluso cuando se les pide
que hagan el viaje de vuelta de los primeros misioneros, volviendo a cruzar el océano
(ahora en sentido contrario), para transmitir la fe que recibieron y sostener a la Iglesia
en otras partes del mundo. Gracias por este servicio.
1
Por otra parte, debemos tener cuidado de no cometer siempre los mismos pecados: el de
definir la marcha, la evolución vocacional, con base en los números, y el de considerar
crítica la situación de aquellas Iglesias en las cuales tales números son bajos.
Lamentablemente, éste parece ser un pecado inevitable, que seguiremos cometiendo
-más o menos a escondidas- también en este Congreso. Los señores obispos nos darán la
absolución colectiva de este pecado, a no ser que ellos también sean cómplices en el
mismo.
El Congreso nos propone ahora una reflexión con un fondo doctrinal: la teología de las
vocaciones.
Es justo, por lo demás, que al inicio de un encuentro como el nuestro haya una ponencia
de carácter teórico y que de este modo se aclaren convenientemente los elementos
teológicos fundamentales, los cuales determinan toda la arquitectura del discurso. Esto
es lo que intentaré hacer, aunque no soy teólogo y, sobre todo, aunque tengo la
sensación -o, me parece, tenemos la sensación- de que hoy la realidad más importante es
la de la cultura de las vocaciones, la cultura vocacional . Es ésta la realidad sobre la que
debemos trabajar más, la más rica y amplia, y en la cual encuentra su lugar natural,
como en una realidad más fundamental, una teología de las vocaciones. De otro modo,
el discurso sobre la teología, aunque sea theologically correct , corre el riesgo de nacer
cojo y débil, sin puntos de referencia esenciales y vitales.
Por tanto me gustaría partir de aquí, para insertar posteriormente en este contexto más
amplio y natural, la reflexión propiamente teológica.
1. Cultura
Tratemos de comprender bien el sentido de esta expresión, que ciertamente nos resulta
muy familiar, ya que probablemente tenemos una idea muy “cultural”, es decir,
intelectual, abstracta e incluso un poco sofisticada y elitista del concepto de “cultura”.
Además frecuentemente tendemos a considerar la cultura como un hecho particular e
individual del llamado “hombre de cultura”.
1
Asì pensa Williams, cit. in M.Cometa, Cultural studies. Una introduzione, Milano 2004, p.20.
2
vez más en una “cultura vocacional”, precisa, coherente, unida a la vida, a nuestra
persona y a las comunidades de las que venimos y a las cuales volveremos.
Se puede, por tanto, hablar cultura “de algo” o hablar de cultura como de un valor
considerado importante (por ejemplo, una cultura de la responsabilidad, o de la libertad,
o del ambiente, o del respeto hacia los demás...) y que, al mismo tiempo y con las
propias fuerzas, se pretende promover, construir, poner en el centro de la atención
general, implicando la acción de todos. Cultura, en este caso, ya no es sólo un hecho
genérico cognitivo, ni simplemente un interés o una competencia, sino que significa al
mismo tiempo conocimiento, interés privado y, sobre todo, implicación personal e
interpersonal para construir algo en lo que se cree y de lo cual todos están convencidos
y que se convierte en patrimonio de todos.
Yo creo que los componentes de la cultura vocacional son tres, que indico a
continuación: mentalidad (componente intelectual), sensibilidad (componente afectivo)
y praxis (componente comportamental). Hay que decir que no existe una separación
rígida entre estos elementos constitutivos, en general podemos colocar la teología
vocacional en el primer elemento (e implícitamente en el segundo). Vamos entonces a
abordar cada uno de estos componentes, primero en general, y después desde el punto
de vista de la cultura vocacional.
1.1 Mentalidad
Antes que nada, la cultura, cualquier cultura, está formada por un conjunto teórico de
datos y nociones que ilustran el sentido y el valor objetivo de aquello de lo que se
pretende construir cultura, y que crean convicciones intelectuales sobre el mismo tema
en quienes se adhieren a ella. El acercamiento del individuo es, sobre todo, de tipo
intelectual-cognitivo, y la cultura, vista en este nivel, corresponde a la teoría, una teoría
que convence y que determina una mentalidad correspondiente tanto en la colectividad
como en los individuos. La cultura, en este sentido, es el ethos de un pueblo o la
conciencia de una colectividad. Algo que cimienta su identidad. Algo que cada vez más
llega a ser la forma y el estilo de vida de una comunidad 2. Este es el momento en el que
tal conjunto ético-verdadero se convierte en un sistema y puede convertirse en tradición,
2
Es siempre la idea de Williams, cit. in M.Cometa, Cultural studies, 20
3
expresión y síntesis de la identidad de un grupo; o se convierte en identidad, no
necesariamente verbalizada, sino implícita y sumergida, identidad que los ancianos
transmitirán a los más jóvenes como algo valioso que no se puede perder en el pasaje
generacional3.
Por ejemplo, si se quiere construir una “cultura de la vocación”, en esta primera fase
será necesario definir el contenido de la llamada -su objetivo-, para pasar después al
sentido de ésta como calificador de la relación entre Dios (el que llama) y el hombre (el
llamado), indicando las razones profundas que hacen que cada persona sea el llamado y
a la vez el llamador de otros y entrever, aunque sea implícitamente, las modalidades.
Finalmente, será necesario mostrar las consecuencias positivas para todos y para el
clima eclesial de una cultura de la vocación, que justamente por esto se convierte en
parte de la fe del pueblo creyente.
1.2 Sensibilidad
Cultura también quiere decir el paso del individuo del valor objetivo al subjetivo y, por
tanto, a la convicción personal de la bondad de la cosa en cuestión no sólo en general,
sino también para la propia persona, para su realización, para su libertad y felicidad. En
esta fase el acercamiento es fundamentalmente de tipo experimental-global e implica la
totalidad del individuo, consiste en el paso del conocimiento teórico a la experiencia
práctica e individualizadora. En este sentido la cultura crea una sensibilidad
correspondiente en el individuo. Como tradición que es no se limita a un dato que se
transmite y se copia, sino que se convierte en algo que es necesario motivar
continuamente, y que adquiere valor y se enriquece gracias a la creatividad de los
individuos.
3
Clifford James Greetz (1926-2006) considera la cultura como “un sistema de significados y
concepciones expresadas de forma simbólica y transmitidas históricamente por medio de las cuales las
personas comunican, desarrolan/explican su conocimiento y su postura hacia la vida”.
4
De nuevo, si el objetivo es crear una “cultura de la vocación”, será indispensable
individualizar caminos pastorales que traduzcan la teoría de la vocación en pastoral
concreta, en pedagogía de la fe, en caminos que todos pueden transitar, para que cada
uno viva según el proyecto que el Padre ha pensado para él.
Se puede afirmar que se está construyendo una cultura cuando están presentes tres
aspectos: la mentalidad general, la sensibilidad subjetiva y la praxis operativa del grupo
y de los individuos.
Tratemos de ver ahora, concretamente, cómo se puede definir y articular una verdadera
cultura de la vocación.
2. Cultura vocacional
5
una reflexión que se ha revelado providencial y luminosa. Tan sólo hago referencia a los
puntos que considero centrales, sin tener alguna pretensión de decirlo todo.
6
Santo. En esta semejanza se esconde una llamada a la santidad que se dirige a todos,
como sumo bien, como alta cualidad -la más alta- de la vida para el ser humano, que
encierra en sí todo lo que éste podría desear o aspirar: el amor, el don de sí mismo, la
felicidad, la plena realización de su persona… Nadie puede dar al hombre lo que sólo
Dios le puede dar. Al mismo tiempo, la llamada que viene de Dios es una llamada
única-individual-irrepetible que llega hasta el individuo, hecha específicamente para él
y hecha a su medida; es el sueño del Padre sobre aquel hijo suyo, es el nombre que Dios
le ha dado y que se ha escrito en la palma de su mano, Palabra dicha una sola vez y
nunca más repetida.
La teología actual parece reflexionar cada vez más sobre este segundo aspecto de la
vocación, que tal vez indica una dimensión inexplorada de la identidad del llamado.
Con esto quiero decir una cosa muy importante: que la vocación cristiana no se da en
ningún momento exclusivamente en función del individuo y de sus economías
espirituales y ni siquiera de su particular salvación y santidad, sino que tiene como
objetivo encargarse de los demás, sentirse responsable de la salvación de los otros
-como hizo el Hijo-, y hacerse vehículo de la voz que sigue llamando para que los otros
la acojan y respondan. Tampoco la vocación puede ser entendida en su misterio como
simple autorrealización de sí, sería algo que no tiene sentido desde el punto de vista
teológico. Si es verdad que nadie puede darle al hombre lo que sólo Dios le puede dar,
es verdad también que nadie puede pedirle al hombre lo que sólo Dios le puede pedir:
entrar activamente en el drama de la redención. Pero nada como la vocación cristiana
tiene el poder de transformar al hombre en adulto y extravertido, interesado en la vía y
en la salvación del otro, ¡como Dios!
En este sentido la vocación es el punto más alto de una auténtica teología, como
reflexión humana sobre Dios. Ya que indicaría hasta que punto Dios ha hecho al
hombre semejante a sí mismo, hasta el punto de hacerlo agente de salvación, capaz de
dar la salvación, por gracia, claro.
En este sentido, hay al mismo tiempo una semejanza y una diferencia en las distintas
vocaciones; todas están al servicio de la salvación, pero cada una de forma especial.
Todas tienen la misma dignidad y se califican por el tipo de participación en el drama de
la redención. Pero todas son igualmente dramáticas. Por lo tanto podemos decir que no
se da un descubrimiento vocacional en una pastoral del analgésico o de lo estético,
7
estilo pastoral que parece haber olvidado la “gracia a caro precio”, totalmente
concentrada en la individualidad del sujeto5.
5
“Hay, realmente una pastoral de los sacramentos que termina por reducirse a la lógica
del “usa y bota”, con la desconcertante desproporción entre la superproducción (ritual)
de los bienes de salvación, y la experiencia efectiva de salvación. Cuantas misas,
oraciones, ritos, sacramentos… son multiplicados y derramados simplemente encima
del individuo, sin que estimulen alguna conciencia misionera; cuanta gracia, palabra de
Dios y bienes espirituales son “secuestrados” por los creyentes individuales –
impenitentes individualistas-; cuanta mentalidad según la cual se cristiano significa
observar (ciertos preceptos), no cometer (transgresiones), celebrar (cultos)…. Para uno
mismo; qué poco somos capaces de difundir la idea de que quien es salvado por la cruz
de Cristo, debe hacerse operador de la salvación, de acuerdo con un proyecto de vida
específico y responsable. Qué poco damos credibilidad a la idea de que ser amados por
Dios no es sólo el hecho de asegurase la salvación, sino que quiere decir ser asumidos
por él -no importa si es como obrero o dirigente, si es a la primera o a la ultima hora-,
para participar responsablemente en la obra de la redención, cada uno con una particular
misión por realizar, tan personal que si uno no la cumple, quedará el vacío” (A.
Cencini, Llamados para ser enviados. Toda vocación es misión, Bogotá 2009, pp.82-84).
6
NVNE , 11c), p.16.
8
ya no oye su voz. Y si Dios no lo llama, nadie lo llama. Y si nadie lo llama ¿qué sentido
tiene su vida?
Hasta aquí la teoría vocacional. Ahora se presenta una pregunta fundamental: ¿podemos
decir que existe en la Iglesia una teología de este tipo, no sólo en las aulas universitarias
pontificias o en los cursos para animadores vocacionales, sino también en la catequesis
ordinaria, en la pastoral cotidiana, hasta convertirse en una mentalidad universal y
compartida por todos? Está claro que si no existe esta mentalidad no puede existir
ninguna animación vocacional correspondiente, unitaria y sólidamente construida, y,
por tanto, no tenemos ningún derecho a lamentarnos de la crisis vocacional. Si existen
visiones contrastantes o contradictorias es claro que se resentirá el mensaje vocacional
que llega a toda la comunidad creyente.
7
NVNE, 26 b), pp.56-57.
9
A partir de esta reflexión teológica podemos y debemos, creo, dar un ulterior paso hacia
la creación de una cultura de la vocación, es decir, pasar de la mentalidad a la
sensibilidad vocacional, del plano de los principios intelectuales al de una implicación
más global y general de la persona, de lo que es verdadero y válido para todos a ese
valor que el individuo siente importante y central para él, de la teología a la
espiritualidad.
Veamos, entonces, algunos de los rasgos de esa espiritualidad vocacional que debería
nacer de una sensibilidad correspondiente, a su vez unida a una mentalidad vocacional.
Los veremos en relación con los puntos indicados de la teología vocacional.
10
contrario de lo que “espiritualidad” quiere decir. La palabra, derivada de Espíritu
(no es un gran descubrimiento), quiere decir exactamente aquello que hace el
Espíritu de Dios al interior de la Trinidad, o sea, la relación. Hombre o mujer
espiritual es aquel o aquella que vive toda relación a partir de la relación central
de su vida -la que tiene con Dios- y de ella hace derivar todo lo demás. Pero
cuidado: relación no significa simbiosis, o confusión de los límites personales,
sino distinta realización del yo y del tu gracias a la relación. Relación significa,
entonces, el máximo de la intimidad y también el máximo de la alteridad
(diversidad).
Si la relación con Dios quiere decir, como acabamos de ver, experiencia del
Dios-que- llama, la conclusión es inevitable: la espiritualidad cristiana es una
espiritualidad esencialmente relacional-vocacional . Es como si dijéramos que
la auténtica espiritualidad es la que nos pone en contacto con la voz de Dios, que
es una voz diferente de la mía, de mis sentimientos, gustos y deseos. Creceremos
en espiritualidad cuando reconozcamos esta voz y la distingamos de otras
(incluida la nuestra), cuando no hagamos decir a Dios lo que queramos y, sobre
todo, cuando nos adaptamos a su proyecto y lo obedecemos libremente, incluso
si éste no coincide con el nuestro. La animación vocacional, desde este punto de
vista, camina por la vía de la auténtica experiencia de Dios, la cual -cuando es
auténtica- se convierte sobre todo en la experiencia que Dios hace de nosotros a
través de la prueba, como nos cuentan las Sagradas Escrituras 8 y supone, por
tanto, la disponibilidad interior para vivir tan intensamente la relación con Dios
que nos dejemos probar por Él, y dejemos que Él nos pida algo costoso, radical,
humanamente imposible, como sólo Dios lo puede hacer. Mientras nosotros, a
este respecto, nos ponemos en disposición de experimentar que para Dios todo
es posible, incluso lo humanamente imposible. Sólo esta es la auténtica teología
que crea una correspondiente espiritualidad de la vocación y de la sensibilidad
vocacional.
8
Según mi parecer, una de las más luminosas intuiciones de Von Baltasar es la de leer en la Biblia y en e
hombre bíblico no la experiencia que el hombre mismo hace de Dios, sino la experiencia que Dios hace
del hombre.
11
Si queremos que sea así, o que el corazón advierta la llamada como una voz que
viene de arriba y que debe ser acogida, a pesar de que suene rara al oído humano
y excesivamente exigente con respecto a los gustos humanos, es necesario –
incluso antes de planificar proyectos pastorales y pedagogías de intervención
sobre el grupo- hacer un paciente trabajo con el individuo y con su mundo
interior, un trabajo de cambio de sensibilidad. Aquí se debe intervenir, dado que
la sensibilidad es el órgano de valoración que el hombre posee; lo que nos hace
apreciar una cosa como bella o fea, buena o mala, moralmente lícita o no,
atrayente o repelente, positiva o negativa. Cada uno de nosotros -nos recuerda la
psicología- tiene la sensibilidad que se merece, la que se ha construido poco a
poco a lo largo de su vida y que sigue construyendo a través de sus elecciones de
vida, incluso sin darse cuenta. La misma sensibilidad o conciencia vocacional es
fruto de este trabajo y no algo que podemos dar por descontado o suponer como
presente en todos. Éste es un trabajo que tiene mucho que ver con la
espiritualidad. Ser hombre o mujer espiritual quiere decir ser persona que vive
plenamente su propia sensibilidad humana, pero como sensibilidad creyente,
convertida, espiritual, abierta no sólo intelectualmente a los contenidos
teológicos de la vocación sino capaz también de sufrir y gozar de ellos, de vibrar
frente a ellos, atenta con sentidos externos e internos a los muchos signos de la
presencia de Dios; capaz de descubrir esta presencia incluso en el susurro de un
viento ligero, libre de reconocer y contemplar la teofanía, como misterio que
atrae y en el cual está escondido incluso el misterio del yo del hombre. El
hombre o la mujer espiritual tiene los sentidos atentos, extremadamente
vigilantes, con un umbral de la percepción bajo y una única tensión-atención. Es
creyente que se siente constantemente llamado por Dios (a través de las
mediaciones humanas), al interior de una teofanía cotidiana: ¡la vocación es esta
teofanía9! Como una teofanía continua, “zarza ardiente”, que arde de una
presencia divina constante, que hace oír una voz ininterrumpida, que sigue
llamando, como misterio que no bastará una vida para descubrirlo (vuelve la
idea de la vocación como llamada permanente, como formación permanente).
9
Como todas las llamadas en la Biblia.
12
llamarlo. Es claro que sólo un animador vocacional inteligente, con ojos, orejas,
boca muy activos, puede hacer este tipo de animación vocacional.
o El principio: la contemplación
Al principio está siempre el amor, el amor del Dios-que-llama y que –
como hemos visto anteriormente- justamente por esto manifiesta su
amor, interés, atención y cuidado por el hombre que es llamado. Uno, en
efecto, llega a ser cristiano -se podría decir- cuando escucha las palabras
del Padre hacia el Hijo (en el momento del Bautismo) como si estuvieran
dirigidas a él: “Tú eres mi Hijo, el amado, el pre-dilecto (= amado desde
siempre, antes de venir a la existencia); tú eres mi elegido (mi alegría)”.
Cuando uno de nosotros siente dirigidas hacia él estas mismas palabras,
goza y llora de alegría, allí nace el creyente, aquí está la sensibilidad
típica del creyente. Aquí empieza también a venir a la luz el llamado,
porque no se pueden escuchar esas palabras y retomar la vida de antes
como si no hubiera pasado nada. Estamos diciendo que el primer paso
para crear una sensibilidad vocacional es lo contemplativo. No puede
haber vocación sin contemplación. Cuanta más contemplación haya,
tanto más el llamado cumplirá estos pasos neurálgicos y calificadores de
la genuina llamada: de la gratitud a la gratuidad y, sobre todo, del amor
recibido al amor donado. Éste es un paso del todo natural y que, sin
embargo, se encuentra en la base de las elecciones vocacionales más
comprometidas -aquellas en las que se pide una donación de sí mismo
bastante radical, como las vocaciones de especial consagración-, y en las
que uno puede tener la tentación de sentirse un poco héroe. No, la
vocación no busca héroes; no hay ningún heroísmo en la respuesta
vocacional. Hay simplemente que reconocer el amor recibido, o madurar
una sensibilidad que haga descubrir al llamado que es totalmente lógico y
natural donarse y donar la propia vida a los demás, ya que la vida es un
bien recibido que por su propia naturaleza tiende a convertirse en bien
donado. El joven debe entender, por tanto, que es libre de elegir su
futuro, pero que no es libre de salir de esta lógica, de este nexo que une el
bien recibido con el bien donado. No puede dejar esta lógica ya que si lo
hiciera elegiría la infelicidad, se convertiría en un monstruo, en una
falsificación de sí mismo. La verdadera libertad es, en cambio, la de
sentirse responsable del enorme amor recibido, ya que nada -como nos
recuerda la psicología- hace responsable como el amor, o como el saber
que hemos sido amados. Tan responsables del amor recibido hasta tener
el ánimo de ponerse frente al mal o al desamor que hay en el mundo, en
todas sus formas, como para estar dispuestos a cargar sobre los hombros
13
con un poco de este mal; o como para pensar en nuestra vida como en
una respuesta (“respon-sible”) a éste; o como para hacer una elección
vocacional en la cual uno no coloca en primer lugar la propia salvación,
sino la de los otros, como hemos dicho antes. Lo importante es
corroborar y subrayar ahora que no se trataría de una elección
extraordinaria ni heroica, sino perfectamente coherente con la toma de
consciencia del amor recibido de Dios, y no sólo de Dios, y por tanto se
trataría también de una elección que no concierne una particular
categoría vocacional, sino que todos deberían hacer, porque es una ley
natural y universal, grabada en el corazón. Como gramática de la vida.
Gramática y también algo más que la simple gramática.
o De la gramática a la dramática
Muy interesante y dramático, de hecho, es lo que dice Berdiaev, que
imagina que el inicio y el fin de la historia de la humanidad están unidos
por dos intervenciones inquiridoras de Dios en apariencia iguales, pero
dirigidas a dos interlocutores diversos. Al principio la pregunta es
dirigida a Caín, el fratricida, la personificación del mal, para preguntarle
sobre Abel, la víctima inocente, como cuenta la Escritura y lo cual nos
parece lógico. Al final, la misma pregunta es dirigida inesperadamente a
Abel, y esto nos sorprende bastante, aunque tenga una lógica precisa en
el pensamiento de Berdiaev. El pensador ruso, en efecto, sostiene que la
consciencia moral se inicia con la pregunta-reproche dirigida a Caín, la
expresión del mal, pero que se realiza después plenamente y madura
cuando nos dejamos indagar por la misma interrogante dirigida a Abel, la
parte buena de nosotros mismos: “Abel, ¿qué has hecho de tu hermano
Caín?”10 Por muy raro que pueda parecer, podría ser una buena
provocación vocacional: no sólo la consciencia moral, sino también la
vocacional, podría nacer o ser iluminada por tal cuestión. Ésta da una
tonalidad dramática a la vida y a la vida cristiana, y nos hace pasar de la
teología y de la teofanía a la teopatía, la máxima expresión de la
experiencia de Dios (activa y pasiva). En tres sentidos:
* Como un “sufrir a Dios”, o sus provocaciones, sus silencios.
* Como un sufrir “como Dios”, sufrir come Él sufre.
* Como un sufrir “en y para aquellos en los cuales Dios sigue sufriendo”
hoy todavía.
Todo esto a imagen del Hijo Jesús, que en su pasión nos ha dado el más
claro signo de este pathos. Ha sufrido al Padre y su ausencia y abandono.
Ha sufrido también como Dios; si Dios -de hecho- sufre (tema objeto de
discusión desde siempre), por cierto sufre como inocente, como Jesús en
la cruz, como el Cordero inocente que ha reunido en sí el mínimo posible
de la culpa y el máximo posible de la pena. Así nos ha presentado el
punto más alto de la vocación cristiana: hacer como él, o elegir su
10
N. Berdiaev, De la destination de l’homme. Essai d’Ethique paradoxale, Lausanne
1979, p.356. En otro pasaje de la misma obra: “Nuestro deber moral es el de aliviar el
sufrimiento, tanto el del criminal como el del mayor pecador, ya que, en definitiva
¿acaso no somos todos criminales y pecadores?» (p.251, la traducción y la cursiva es
nuestra).
14
pascua, vivir una existencia pascual, dando la vida para los otros, para
sentirse responsable de la salvación de los otros, sobretodo de los más
lejanos y pobres de salvación (éste sería el tercer sentido de la
teopatía)1111.
Creo que una auténtica teología de las vocaciones debería llegar a ser una
teopatía vocacional, quizás, todavía no escrita y por escribir. Éste podría
ser objeto de reflexión en este congreso, como reacción a aquella pastoral
del bienestar psicológico o del estetismo pseudo-espiritual o del interés
espiritual meramente individual que, por definición, es pastoral anti-
vocacional. Creo que América Latina tiene mucho que decir y enseñar
sobre esto a la Iglesia entera; la América Latina de los profetas y mártires
que han dado la vida por la Iglesia, que han sufrido a Dios y como Dios,
en aquellos en los cuales Dios sigue sufriendo hoy.
11
Es significativa la reacción de Jesús en la cruz ante las provocaciones de la
muchedumbre (“si eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz”):
ellos no sabían que Jesús no estaba preocupado por su salvación, sino por la de los
demás. Por esto no desciende de la cruz, ante el desafío de los soldados y uno de los
ladrones, porque su preocupación es la salvación de todos, también la de ellos y de la
humanidad que le es hostil.
12
Cf A.Cencini, “Me fio…., luego decido”. Educar en la confianza para la elección vocacional, 2010, pp.
56-66.
15
y no lleva al conocimiento de Dios; por consecuencia, quien calcula,
difícilmente podrá acoger la propuesta vocacional que viene de arriba.
16
SUMARIO:
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