Actividades Repaso Examen 1, 2 Evaluación
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De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está
plagado de esa piedra gris con las que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con
ella ni le sacan ningún provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia
Luvina la nombran Cuesta de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de
desmenuzarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante, como si
estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer, aunque esto es un puro decir,
porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja en el cielo
antes de que llegue a caer sobre la tierra.
a) El humo de los hornos, que durante toda la noche velaban respirando con bronco
resoplido, se planteó vagamente en sus espirales más remotas; apareció risueña
claridad por los lejanos términos y detrás de los montes, y poco a poco fueron
saliendo, sucesivamente, de la sombra, los cerros que rodean a Socartes, los
inmensos taludes de tierra rojiza, los negros edificios…
5.- Relaciona para formar una oración, después explica qué significan.
1. Después de la mudanza • • los pelos de punta
2. No me fío de él • • siempre está en las nubes.
3. Carolina está muy despistada • • en arrimar el hombro.
4. Para trabajar es el primero • • se le hizo la boca agua
5. Si le hablas de su novia • • es de los que tiran la piedra y esconden la mano.
6. En cuanto vio la tarta • • estoy entre la espada y la pared.
7. Es una situación difícil, • • se hace el sueco
8. Se me han puesto • • me quedé hecha unos zorros.
Texto B
Ramonciño Luminoso contaría entonces con poco más de veintiséis años, pero ya sus bigotes,
sus cejas, su cabello y sus facciones todas tenían una gravedad melancólica y dignidad algún
tanto burlesca para quien por primera vez lo veía. Su entristecido arqueo de cejas le prestaba
vaga semejanza con los retratos de Quevedo; su pescuezo, flaco, pedía a voces la pajarita, y
en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada. Donde quiera
que se encontrase aquel cuerpo larguirucho, aquel gabán raído, aquellos pantalones con
rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que, con sus pobres trazas, Ramón Luminoso
era un verdadero señor desde sus principios -así decían los aldeanos- y no hecho a puñetazos,
como otros.
Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa