Libro de Formacion Basica para La Magistratura

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Formación Básica para la

Magistratura

ESCUELA PROFESIONAL DE DERECHO

Ciclo XI

1
Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura

INDICE

Introducción 7

CAPÍTULO I EL MAGISTRADO Y EL ESTADO DE DERECHO

1. Definición de Juez y Función Judicial..................................................9


2. La Magistratura: Sustento de la democracia.......................................14
3. El Magistrado: Piedra Angular de la Justicia.......................................16
4. El Magistrado: Restaurador de la Paz Social......................................18
5. Carrera Judicial y Carrera Fiscal en el Perú........................................20
6. La Conciencia Moral de la Persona....................................................21
7. Los Deberes del Juez..........................................................................25
8. La Potestad Jurisdiccional...................................................................27
9. La Función del Juez en la Historia.......................................................28

CAPÍTULO II
VIRTUDES Y PRINCIPIOS DEL MAGISTRADO

1. El Juez como órgano de la Administración de Justicia........................31


2. La Magistratura como vocación de servicio.........................................33
3. Imparcialidad y diligencia de los Magistrados.....................................34
4. Transparencia en el patrimonio de los Magistrados............................39
5. El Juez ante la ley injusta.....................................................................40
6. Reflexiones sobre la justicia.................................................................42
7. La función judicial y su trascendencia ética.........................................43
8. La Sentencia y su certeza....................................................................45

Bibliografía 47

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Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura

INTRODUCCIÓN
En un Estado Constitucional de Derecho, con Vigencia Plena de los Derechos
Humanos y la Constitución, la Magistratura constituye su razón de ser, por
cuanto hace posible la vida en común y restablece la paz social perturbada
por el conflicto.
La función del Magistrado asume una trascendencia y complejidad cuando las
causas que conoce se vinculan con la seguridad del Estado, la seguridad
jurídica, el control de la constitucionalidad de las normas y la vigencia del
Estado de Derechos, ello reafirma la necesidad de contar con Magistrados
comprometidos con la Constitución, la ley, y los valores éticos inherentes a
sus funciones.1

Desde que se eliminó la autodefensa, es decir, la justicia por mano propia y la


prevalencia del más fuerte, la Magistratura apareció como una solución
civilizada del conflicto de intereses surgido entre los ciudadanos quienes
vieron en la persona del Magistrado un tercero imparcial designado por el
Estado, ajeno al proceso, confiable y capaz de intervenir solucionando el
conflicto.

Esta es la razón por la cual tan delicada función no puede ser ejercida por
cualquier profesional del Derecho, sino solamente por aquellas personas
que tengan solvencia moral, por cuanto de nada sirve ser una luminaria
jurídica, cuando los conocimientos se utilizan para satisfacer intereses
personales en cuyo caso el Magistrado se transforma con un funcionario
peligroso, no solo para los justiciables, sino para la estabilidad social y para
la democracia, por eso es que con mucha razón decía Eduardo J. Couture
“De la dignidad del Juez depende la dignidad del derecho. El derecho
valdrá en un país en un momento histórico determinando lo que valgan los
jueces como hombres. El día que los jueces tengan miedo, ningún
ciudadano podrá dormir tranquilo”.

En esta oportunidad el Programa Académico del Derecho y Ciencias Políticas de


la Universidad Los Angeles de Chimbote a través de su Decano el señor
Doctor Diógenes Jiménez Domínguez me ha encomendado la elaboración
del presente texto de Formación Básica para la Magistratura para que sea

1
Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura

utilizado por los estudiantes de Derecho de todas las modalidades de


enseñanza que

1 Virtudes y Principios del Magistrado. Academia de la Magistratura. Primera Edición. Lima-Perú. 2003.
Pág. 16.

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imparte la Universidad (presencial, semipresencial y virtual) juntamente con la guía
didáctica y las sesiones de aprendizaje que también hemos elaborado, los
mismos que servirán para que el estudiante de Derecho adquiera los
conocimientos básicos que debe tener quien pretenda ser Magistrado.

Finalmente debo agradecer al Licenciado Cardoza Cernaqué, encargado de la


edición y corrección del presente texto y al Programa Académico de
Derecho de la Universidad Los Ángeles de Chimbote donde vengo
impartiendo la enseñanza del Derecho desde 1993.

Dr. Walter Ramos Herrera


Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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CAPITULO I EL MAGISTRADO Y EL ESTADO DE


DERECHO

DEFINICION DEL JUEZ Y FUNCION JUDICIAL

La palabra Juez deriva del IUS que significa derecho y DICERE que significa decir,
también deriva de VINDEX que significa vindicador ó vengador del derecho,
puesto que restablece la paz social perturbada por el conflicto a través del
proceso.

El Juez tiene la función de juzgar (IUDICARE) es decir que en definitiva el Juez es


el funcionario publico nombrado por el Estado para decir ó dar el derecho a
quien le corresponda.

Sobre la palabra juez, se han dado muchas definiciones por muchos autores a
través de toda la historia, entre los cuales citaremos a los siguientes:

Manuel Osorio , en su Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales,


define la función judicial así como al juez como personaje central de dicha
función, cuando dice: En sentido amplio llámese así todo miembro
integrante del Poder Judicial, encargado de juzgar los asuntos sometidos a
su jurisdicción. Tales magistrados están obligados al cumplimiento de su
función de acuerdo con la Constitución y las leyes, con las
responsabilidades que aquella y éstas determinan.

En sentido restringido, suele denominarse juez a quien actúa unipersonalmente, a


diferencia de quienes actúan colegiadamente y que suelen llamarse
ministros, vocales, camaristas o magistrados.

Es corriente que los jueces actúen dentro de un fuero determinado (civil, penal,
contencioso administrativo, laboral, militar). En el fuero civil, suele
llamárselos jueces de primera instancia, y en el fuero penal, jueces de_
instrucción cuando su misión consiste en investigar el delito tramitando el
sumario, y de sentencia cuando su misión, propiamente juzgadora, es la de
dictar sentencia en el plenario. Las resoluciones de los jueces, salvo las
excepciones que las leyes determinen, son impugnables ante las Cámaras
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Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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de Apelación, como a su vez las

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sentencias de éstas son recurribles ante las Cortes o Tribunales Supremos,
cuando lo establezca la legislación.

De igual manera, Roberto Alfaro Pinillos , en su Diccionario Práctico de Derecho


Procesal Civil, hace una definición de la palabra juez desde el punto de vista
etimológico cuando expresa que deriva del latín iudex, icis. Por
antonomasia, juez es Quien decide, interpretando la ley o ejerciendo su
arbitrio, la contienda suscitada o el proceso promovido. En este aspecto, el
juez ha sido definido como el magistrado, investido de imperio y jurisdicción
que, según su competencia, pronuncia decisiones en juicio. El que tiene
autoridad para juzgar y sentenciar. En sentido amplio, se denomina así a
todo miembro integrante del Poder Judicial, encargado de juzgar los asuntos
sometidos a su jurisdicción. Tales magistrados están obligados al
cumplimiento de su función de acuerdo con la Constitución y las leyes, con
las responsabilidades que las mismas determinan. En sentido restringido,
suele llamarse juez a quien actúa unipersonalmente, a diferencia de quienes
actúan colegiadamente y que suelen llamarse ministros, vocales, camaristas
o magistrados.

Raúl Chanamé Orbe, en su Diccionario Jurídico Moderno, define a la persona del


juez de la siguiente manera: “Persona investida de autoridad jurisdiccional,
que decide en un proceso la solución que se le debe dar al litigio planteado.
Quien en representación del Estado, resuelve los conflictos suscitados entre
los particulares. Persona que administra justicia en representación del
Estado expresando la voluntad de a ley ante un conflicto de interés. Persona
proba designada por el pretor para que administre justicia. (Derecho
Romano)

A su vez, Hernán Figueroa Estremadoyro5, hace una definición de magistrado, de


acuerdo a la Ley Orgánica del Poder Judicial, la Constitución y demás leyes
aplicables a la función judicial cuando dice: En general, magistrado cuya
función es juzgar, es decir administrar justicia. Entre nosotros, la carrera
previamente judicial empieza con la judicatura de Paz Letrada y termina en
la Corte Suprema de la República. Los jueces están regidos por las
prescripciones de la Constitución en su Capítulo VIII por la Ley Orgánica del
Poder Judicial y por los Códigos respectivos. La Carta Magna garantiza a
los magistrados su
independencia, la inamovilidad en sus cargos, su permanencia en el servicio hasta
los 70 años y una remuneración que les asegure un nivel de vida digna. El
Consejo Nacional de la Magistratura es el encargado del nombramiento de
los magistrados de conformidad con lo establecido por el Art. 150 de la
Constitución Política del Estado.

Luis Dongo Denegrí , en su Diccionario Jurídico Agrario, define al juez como


Órgano de la función jurisdiccional de la siguiente manera:

Etimológicamente el vocablo alude en términos amplios y muy generales, a quien


se le confiere autoridad para emitir un juicio fundado, resolver alguna duda o
decidir una cuestión. En sentido estrictamente jurídico, es la persona con
potestad para juzgar y sentenciar un litigio, un conflicto de intereses
comunes a su decisión. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, dice: "es el que tiene autoridad y potestad para juzgar y
sentenciar". El Juez es quien da el derecho en las cuestiones que le son
sometidas. Joaquín Escriche, en su famoso Diccionario Razonado de
Legislación y Jurisprudencia afirma que la palabra juez significa "el que está
revestido de la potestad de administrar justicia, a particulares, de aplicar
leyes en los juicios civiles o en los criminales". Eduardo J. Couture, en su
Vocabulario Jurídico (Montevideo 1960), dice que el juez "es el magistrado
integrante del Poder Judicial". Juez es la persona encargada de juzgar en
los distintos grados de la administración de justicia, también se designa con
ese nombre a quien en primera instancia civil, laboral o agrario, o en periodo
de instrucción criminal, o en trámite de primera sentencia penal, según la
cuantía o calidad del juicio, ejerce unipersonalmente su jurisdicción. Cuando
el juzgador actúa como integrante de un Tribunal Colegiado, se le suele
designar los nombres de Magistrado, Vocal o Ministro de Justicia aún
cuando en algunos Tribunales también se les denomina "jueces”. A su vez,
la palabra magistrado se aplica a los miembros integrantes de un Tribunal
Colegiado, también alcanza a todas las personas que ejercen función de
juzgar, incluso los jueces que actúan unipersonalmente.

Finalmente, Guillermo Cabanellas , en su Diccionario Jurídico de Derecho Usual,


define la persona del juez: El que posee autoridad para instruir, tramitar,
juzgar,
sentenciar y ejecutar el fallo en un pleito o causa. Persona u organismo nombrado
para resolver una duda, una competencia o un conflicto. Nombre histórico
de algunos jefes de Estado.

Esta voz de juez posee como etimología el latín "judex", que apenas ha
experimentado pequeña deformación fonética. Ahora bien, Caravantes
opina que "judex" está compuesto de jus y dex lo primero con el significado
de Derecho, y lo segundo como abreviatura de vindex porque el juez es el
vindicador del Derecho, el que lo declara o restablece. De ahí que se defina
como el magistrado Investido de imperio y jurisdicción, que según su
competencia pronuncia decisiones en juico. Es el que decide, interpretando
la ley o ejerciendo su arbitrio, la contienda suscitada o el proceso
promovido. La partida 3a, titulo 4º, ley la al referirse al juez dice lo siguiente:
"Homes bonos que son puestos para mandar e facer derecho”

Como señala Joaquín Escriche, la palabra juez es genérica y comprensiva de


todos los que administran justicia; pero los que desempeñan los cargos con
autoridad superior y, especialmente, los que ejercen en los tribunales de
alzada, se distinguen con los nombres de magistrados, ministros y en
algunas partes de América se les designa, con el de camaristas.

El juez como órgano de administración de justicia en un Estado Constitucional de


Derecho, en donde no se imponen las leyes ordinarias, sino la Constitución,
a función judicial resulta por demás trascendente, por cuanto:

De nada servirían las leyes más sabias y precisas. Inspiradas no en quimeras sino
en las realidades de la vida, tanto de lo individuos como de las
colectividades humanas; ni los principios de la doctrina jurídica más
aproximada a las necesidades y anhelos de una comunidad civilizada; ni las
creaciones de los Códigos y de las legislaciones más perfectas; ni siquiera
el propósito de gobernantes y gobernados por aproximarse lo más posible al
ideal de la perfectibilidad, de no existir personas que se hallan investidas por
la ley del mandato imperativo de cuidar que las leyes se respeten y se
apliquen y sancionar a los remisos y reacios de su cumplimiento. Por eso ha
surgido una categoría de funcionarios públicos que en todos los tiempos y
en todas las edades, han desempeñado la trascendental función de
discriminar y distribuir
justicia: la de las leyes y de los Códigos y Constituciones. A estos funcionarlos,
conocidos desde las edades más remotas, al punto que en el Derecho de
los hebreos se llamó jueces a los magistrados que gobernaban al pueblo -y
así se les llamó durante siglos-, se les conoce en la historia del Derecho
positivo de todas las naciones, bajo el nombre de magistrado o juez. Este
vocablo proviene del latin Jus (Derecho) y dex derivado de vindex
(vindicador), con supresión de la primera sílaba, por lo que judex o juez, es
el vindicador o restaurador del Derecho. De ahí que San Isidro haya llamado
juez, al encargado de juzgar (judicare), examinando y decidiendo el Derecho
conforme a justicia; esto es, diciendo el Derecho en concreto (jus dicere o
jus daré). En general, juez es todo el que juzga o forma juicio, pero más
propiamente se llama así a la persona constituida en autoridad o potestad
de administrar justicia a los particulares, mediante el conocimiento y
resolución de las cuestiones que se le presenten.

Finalmente Joaquín Escriche explica las condiciones que debe tener un juez para
desempeñar tan importante función cuando dice: El Juez debe ser
imparcial, y es de temer que no lo sea cuando tiene interés en la causa, o
afección u odio por alguno de los litigantes. Asi es que no puede ser juez en
causa propia, ni en la de su padre, hijo o familiar, ni en la que hubiere sido
abogado o consultor, ni en la de mujer a quien hubiese querido violentar
para que se casara con él e intentar hacer fuerza de otro modo; ni en la de
persona que viva en compañía de dicha mujer.

Se cree que el juez tiene interés en la causa, aunque ésta no sea suya propia ni le
pertenezca a él mismo ni a sus padres o hijos, cuando las consecuencias
del juicio sean capaces de favorecerle o perjudicarle de un modo próximo o
remoto, directo o indirecto; se supone que profesa afección a una de las
partes, no solo cuando está ligado con ella por paternidad o filiación, sino
también cuando lo está por otras relaciones más remotas de parentesco de
consanguinidad o afinidad, y aun por las de sociedad, dependencia o
subordinación, amistad o gratitud; y se presume que le tiene odio o
resentimiento, no solo cuando ha querido forzar inútilmente su voluntad,
sino también cuando han mediado otros motivos más o menos graves de
desavenencia entre los dos, como amenazas, pleitos civiles o criminales,
daños en la persona, honor o bienes. En todos estos casos y otros
semejantes, el litigante que teme parcialidad en su juez, puede recusarle o para
que se inhiba del conocimiento de la causa, o para que se acompañe con
otro.

El juez que por afección a una de las partes o por odio o resentimiento a la otra, y
no por dádivas o promesas, diere a sabiendas sentencia injusta en negocios
civiles, está obligado a satisfacer a la parte contra quien la dio, lo que le hizo
perder con los daños, perjuicios y costos que ésta jure habérsele
ocasionado, queda infamado para siempre como violador del juramento que
hizo en el ingreso de su oficio, y debe ser privado de la facultad de juzgar
por razón de su abuso; mas en causas criminales, incurre además en la
misma pena que él impuso al agraviado, aunque sea la de muerte.

Todas las leyes, los códigos y otros libros que no son de derecho se refieren al
juez, así por ejemplo podemos leer en la Biblia, cuando JETRO, el suegro
de Moisés le aconseja a éste diciéndole: “Escoge de entre el pueblo,
hombres capaces, temerosos de Dios, hombres íntegros, libres de avaricia y
constitúyelos sobre el pueblo como jefes de millar, de centena, de
cincuentena y de decena para que juzguen al pueblo en todo tiempo y a ti te
llevarán únicamente los asuntos más importantes, los demás, que los
juzguen ellos (EXODO 18-20-22)”.

La función judicial está dirigida a la realización defines valiosos indispensables


para alcanzar una justa y ordenada convivencia social.

Aristóteles en su libro “Ética a Nicómaco” se refiere al juez al que le llama


“DIKASTES” quien al administrar justicia otorga la “DIKAION” (lo justo).

El juez es la justicia animada, la justicia viviente que restablece la igualdad y


corrige la injusticia.

BIONDO BIONDI dice que en Grecia se estudió la justicia como filosofía ¿Qué es
la justicia la justicia como teoría. En cambio los Romanos se plantearon
¿cómo' se hace justica? (la justicia como practica).
MONTESQUÍEU: Afirma que “los jueces de la Nación, no son ni más ni menos que
la boca que pronuncia las palabras de la ley (versión matemática del juez
sólo como aplicador de la ley, es decir que según MONTESQUIEUE juez debe
limitarse solamente a aplicar la ley, su actividad es puramente intelectual y
no creadora de nuevo derecho.

Para ejercer el cargo de Juez se debe tener solvencia académica y solvencia


moral, ya que el juez puede ser una eminencia jurídica, pero utiliza sus
conocimientos para satisfacer intereses personales cuando el juez utiliza
sus conocimientos para satisfacer apetitos personales se convierte en un
ser peligrosísimo, no solo para los justiciables, sino para la estabilidad social
y democrática del país.

El Juez no debe tener miedo al expedir resoluciones, no debe temblarle la mano,


por eso Couture dice “El derecho valdrá lo que valgan los jueces como
hombres, el día que los jueces tengan miedo, ningún ciudadano podrá
dormir tranquilo”.

El juez otorga seguridad jurídica al Estado controla la constitucionalidad de la ley


de vigencia del Estado democrático de derecho. El Juez es el vindicador o
reivindicador del derecho, es decir el que lo declara o restablece la paz
social perturbada por el conflicto de intereses suscitado entre las partes.

Para el juez no hay amigos ni enemigos con la justicia no se puede ser servicial.
ESCRICHE dice que el juez resulta temible cuanto tiene interés en el
proceso porque lo distorsiona y lo deforma de tal manera para que
finalmente el proceso resulte respondiendo a sus intereses personales.

El juez de acuerdo a la forma como trabaje puede convertirse en el funcionario


público más importante de un Estado ó por el contrario en el principal
causante de sus desgracias.

El juez no debe obedecer más que a la ley, porque es autónoma y además debe
luchar en forma constante contra la corrupción porque basta que haya un
juez corrupto para que siglos de la razón humana y el derecho se vean
reducidos a cenizas.

La corrupción es una forma viciosa del comportamiento que deforma y destruye lo


que la sana razón y el sano juicio consideran adecuado, porque el juez en
vez
de resolver el proceso de acuerdo a lo establecido por la ley, lo resuelve de
acuerdo a sus intereses personales, es decir que expide una sentencia que
no se encuentra arreglada a la ley, sino arreglada previamente a su favor.

La autonomía del juez no está escrito en ninguna norma, sino en su propia


conciencia es el mejor juzgador del juez no es la Oficina de Control de la
Magistratura del Poder Judicial, sino su propia conciencia y la opinión
pública.

El juez debe producir sentencias de buena calidad que sean objeto de estudio en
las universidades y asimismo debe tener como objetivo que su sentencia
sea un éxito porque el éxito del juez, es el éxito de la justicia y el éxito de la
justicia es el éxito de la sociedad y del país.

El juez debe tener una definida noción de los valores que se hallan en la cima de la
escala de valores, presididos por la justicia, sin embargo en el Perú se han
dado muchos casos de magistrados corruptos que han preferido el dinero a
la justicia.

La estabilidad social y democrática del Perú depende en gran medida de un poder


judicial cuyos miembros actúen con honestidad y eficiencia en gran parte el
desarrollo del Perú depende de la actuación y calidad de sus jueces, porque
los jueces son la seguridad jurídica y mantienen la democracia en el país.

El juez hace dos cosas: imparte justicia y crea derecho y además no puede dejar
de administrar justicia por deficiencia o vacío de la ley al llenar estas
deficiencias o vacíos está creando derecho.(art. 139 inc. 8, Constitución)
asimismo el art. VIII del Título Preliminar del Código Civil el mismo que
establece que en caso de vacío o defecto de la ley deberá recurrir a los
principios generales del derecho a la doctrina y a la jurisprudencia.

El Juez es un creador del derecho a través de la sentencia porque la ley y el


derecho cobran vida en la sentencia fuera de la sentencia: la ley solo es una
descripción existente en el código.
La ley antes de su aplicación es sólo una norma jurídica estática que se vuelve
dinámica con su apelación o interpretación por el juez en la sentencia luego
de un debido proceso.

Aristóteles en la ética nicomaquea dice que ir al Juez es ir a la justicia pues la


naturaleza del juez es ser una especie de justicia viviente que convierte la
voluntad abtracta de la ley en voluntad concreta a través de la sentencia.

La sociedad reclama de sus jueces que mantengan su independencia que tengan


fortaleza y suficiente fuerza moral para no doblegarse ante el poder político
y económico, es decir, ante las presiones o amenazas de las partes o de
terceros ajenos al proceso asi como la corrupción que enturbia y denigra al
Juez como integrante del Poder Judicial, ya que la honestidad del juez
contribuye a que lo respeten los demás, debido a que el respeto al juez
contribuye a que lo respeten los demás, debido a que el respeto al juez, es
el respeto al poder judicial como democrática del país.

La sociedad reclama de sus jueces que mantengan su independencia, que tengan


fortaleza moral y el suficiente carácter para no doblegarse ante el poder del
dinero o el poder político.

El juez debe defender siempre los principios constitucionales y los derechos


fundamentales, por ejemplo haciendo uso del control constitucional difuso si
el Juez es honesto y sabio con sus resoluciones asegurará la paz social tan
anhelada por los ciudadanos, ya que si el juez no es honesto provocará el
peor desorden que puede producirse en la sociedad de acuerdo a la forma
como resuelva el juez puede convertir a su trabajo en la más sagrada de
sus funciones o por el contrario en el más vil de los oficios.

La labor del juez es muy delicada, debido a que tiene en sus manos la suerte de
una familia, la vida, la libertad y a dignidad de la persona humana.

El juez trata de llegar a la justicia a través de la investigación de la verdad, pero la


verdad absoluta es inalcanzable para el ser humano poseedor de
inteligencia limitada la verdad absoluta sólo lo tiene Dios el hombre nunca lo
puede alcanzar y tiene que contentarse solamente con la certidumbre o
verdad legal.
La certidumbre o verdad legal aparece en los procesos a través de la prueba.

El juez debe despojarse de todas sus debilidades y prejuicios, prescindir de


amigos, no aceptar recomendaciones y sobreponerse a deseos y pasiones
para administrar justicia con imparcialidad.

La sociedad más que buenas leyes necesita buenos jueces, porque la verdadera
justicia no está en las leyes, sino en los hombres, que lo administran.
COUTURE decía "una justicia tardía es media justicia con ribetes de
injusticia".

El juez debe ser honrado, más que jueces sabios, necesitamos jueces honestos, el
juez debe proceder de acuerdo a su conciencia y no por conveniencia o
influencia, los deseos y pasiones, la amistad y el dinero no deben importarle
por cuanto el juez el día de su muerte, también será juzgado por Dios
conforme a su conducta que tuvo en éste mundo.

El juez no puede resolver por amistad y si esto lo cumple perderá muchos amigos,
pero ganará mucha justicia.

Para ser juez no se necesita ser una Luminaria jurídica, se equivocan quienes
creen así ya que para ser juez solamente se necesita ser honesto y honrado
y si a esto le agregamos un poquito de derecho ya será un juez
extraordinario.

Los jueces deben ofrecer seguridad a la población, CALAMANDREI dice que un


ciudadano italiano antes de dormir se encomienda al juez diciéndole: "oh
juez puedo dormir tranquilo porque sé que estás velando por mí seguridad".
1. MAGISTRATURA, SUSTENTO DE LA DEMOCRACIA

La democracia es la organización política de la libertad; sin un ejercicio efectivo de


la libertad y sin un Poder Judicial independiente que la garantice, no puede
haber democracia. El magistrado, entonces, es parte esencial de la
existencia de un verdadero Estado democrático.
El ideal de una democracia es que “entre el individuo y la coacción estatal se
interponga siempre un juez que actúe con independencia y garantice el
derecho de toda persona al debido proceso. Este último consiste en la
posibilidad de acceso activo– por propia iniciativa– o pasivo –por iniciativa
de otro– a un proceso debido en protección de un derecho individual
amenazado.
Por tanto, en un Estado democrático, como al que se adscribe el Perú, no
puede negarse a las personas el acceso a la jurisdicción en ningún caso, ni
establecerse materias que estén exentas de control judicial, puesto que en
una democracia no cabe el secreto ni la discrecionalidad. De allí que los
actos de los poderes Legislativo, Ejecutivo y judicial, así como de los
órganos constitucionales autónomos, tienen que ser conocidos y
sustentados en razones fácticas y normativas.

El régimen democrático asimismo se sustenta en la defensa de principios


centrales como el de la autonomía, dignidad y de la inviolabilidad de las
personas lo cual implica que el Estado podrá actuar legislativamente en
procura de incentivar la autonomía y la igualdad entre los ciudadanos
mientras que la Administración de Justicia velará porque en esta acción
estatal no se vulneren libertades básicas que al mismo tiempo existen para
asegurar la autonomía y la igualdad.

Siguiendo también las líneas más actuales referentes a la comprensión de un


sistema democrático como un sistema de comunicación y de deliberación,
en donde los actores tienen que justificar ante los demás sus decisiones
para que todos se sientan realmente representados dentro del proceso
político, se espera entonces que el magistrado sea un comunicador
constante y que esté siempre en condiciones de argumentar con
buenas
razones sus resoluciones ante las partes y tratándose de un caso difícil o Trágico
ante toda ciudadanía.

Asimismo, la búsqueda de razones en los actos públicos explica lo que debe ser
la actitud del juez frente a la ley en una democracia: respetar las razones
que se han impuesto en el debate democrático. Los ciudadanos de una
democracia exigen que los jueces estén sometidos a la ley de una forma
igualmente alejada tanto del formalismo como del finalismo (en la
interpretación de la ley), que desvirtúan ese sometimiento. Pero el que la
ley haya sido adoptada sustentándose en razones, como consecuencia del
debate democrático, no enerva la obligación del juez de preferir a
Constitución a la ley en caso determine que ésta es incompatible con
aquélla, después de interpretarla y asumir que no era conforme a la
Constitución.

Carlos Thorme Boas, en su obra la Interpretación de la Ley al referirse al Juez


como sustento de la democracia y como interpretador de la Ley manifiesta:
No tratará el Juez de buscar en sus fallos una comunión con el
pueblo, pensamiento que ha originado peligrosas teorías jurídicas carentes
de verdadero rigor científico y filosófico sino de percibir hacia qué valores o
fines se inclina la norma y finalmente el Derecho Positivo de su propia
época. No hay duda que el sentimiento colectivo, al vivir este orden
jurídico o sistema de legalidad, aspirará a que predomine el gran
principio de la finalidad del Derecho sobre estas antinomias. Porque el
Derecho Positivo y las normas jurídicas que lo integran constituyen una
estructura coordinada de . fines y no una estructura que contradiga la
idea del Derecho, al establecer un desequilibrio entre sus fines. La
valorización intersubjetiva del Derecho le permitirá al Juez intérprete
percibir estas desigualdades existentes entre los principios racionales
esenciales del Sistema Jurídico. Es por ello que conciente de este
desequilibrio tendrá también que elegir entre los deberes o posibilidades
contenidas en la norma los que se ajustan más a la idea de restablecer el
equilibrio perdido, de normalizar la situación de los fines dentro del
Derecho, que deben coexistir en tensión sí, pero en un mismo pie de la
igualdad. Tal tarea supone la correcta visión estimativa de la
Justicia como valor supraordenador y en tal virtud al aplicar la
norma al caso subjudice su
preferencia, la del intérprete o Juez, por la prescripción o deber ser más justo o
equitativo haciendo prevalecer la idea de justicia sobre los otros fines,
imponiendo la relación jerárquica presidida por el "aequm et bonun"
como supremo motor del deber ser. Así preservará la posibilidad del
Derecho, su vigencia real en la vida de la comunidad, dotándole de este
mínimum de consenso que requiere para existir como la estructura
cultural que ordena la vida en social, consenso que lo hace
plenamente real, fácticamente real, por ese esfuerzo suyo; en ser en cuanto
vida humana viviente dirigida hacia lo justo, "como lo define Stammler. Este
es, sin duda, el sentido objetivo más cabal que se encuentra en toda
norma jurídica. Pues como afirma Lask "El Derecho, en lo que concierne a
su posición empírica pertenece indudablemente al recinto de las
instituciones sociales". "Únicamente si existe un tipo de valor
específicamente Social junto al ético individual, la indiscutida significación
empírico social del Derecho puede obtener, también, un contacto en la
esfera del valor.
Desde otra perspectiva, como se ha dicho anteriormente el juez debe ser el
guardián del cumplimiento de la ley y la Constitución, es decir de la legitimidad
legal y legitimidad constitucional y con este escenario la magistratura , no
solamente debe resolver conflictos legales, sino también conflictos
constitucionales y sobre derechos fundamentales de la siguiente manera:

a. La magistratura de los derechos fundamentales: una relación esencial


La magistratura, en el contexto descrito, no puede continuar en la posición de un
“cuerpo separado”, según los términos de la teoría decimonónica. Su
función, desde un punto de vista operativo, está llamada a desarrollarse en
la confluencia entre el Estado y el mercado, entre la política como ejercicio
de la autoridad del poder público y la contractualización de la política
orientada al desarrollo de reglas, recursos y oportunidades para los
diversos intereses que articulan la vida social.

Como ha dicho ZAGREBELSKY, desde una perspectiva más bien substancial, una
posición dual de intermediación entre el Estado (poder
político-legislativo) y la sociedad (sede de los casos), es la que se reclama del juez
en este escenario . Es decir, la dependencia a la ley pero como garantía
para que el magistrado actúe los derechos según la perspectiva
interpretativa entre las varias posibles más adecuada para el caso
concreto , sin otro tipo de condicionamientos.

Y de esta “doble fidelidad o relativa autonomía”, que implica la difícil posición del
magistrado entre los casos y las reglas al mismo tiempo que asume un
papel creativo, surgen las demandas del entorno cultural e institucional
como factores que ejercen un condicionamiento recíproco en la función
judicial. Es decir, el conjunto de garantías necesarias para definir el sentido
de la responsabilidad del juez, valorar sus aptitudes y mejorar su entorno
laboral, que es, al mismo tiempo, su espacio de aprendizaje y desarrollo
cultural. Se alude a las formas de reclutamiento, a la estructura de los
órganos en los que desarrolla su carrera, a los métodos para organizar su
trabajo, como factores que deben adecuarse al rol que la función judicial
está llamada a ejercer en un Estado Constitucional .

Frente a la sumisión del juez a la ley, propia del Estado de Derecho, el Estado
Constitucional presupone la existencia de una Constitución democrática
que se advierte como límite al ejercicio del poder y como garantía para el
ejercicio de los derechos y libertades fundamentales, en términos de
igualdad. Supremacía política pero también supremacía jurídica, hacen de
la Constitución una herramienta de legitimidad esencial para el Estado y el.
El Estado Constitucional -según se ha visto-, supone que todos los sujetos
del ordenamiento, incluyendo al legislador, se encuentran sometidos a la
Constitución. La misión de los jueces, por ello, estará signada por su lealtad
hacia la defensa de los derechos fundamentales y dé las minorías frente a
las instituciones político representativas y las eventuales mayorías que las
controlan^6: los jueces tienen la tarea de afirmar el valor de la Constitución
aún en detrimento de la ley, y más aún, tienen la posibilidad de desarrollar
las concepciones que orientan las bases del sistema legal, gracias al
carácter normativo de la propia Constitución, que los obliga a interpretarla
en los casos
concretos, sea a través del control de constitucionalidad, siempre más
determinante en el contexto de las democracias contemporáneas, o bien de
la actuación cotidiana de los principios constitucionales.

De la necesidad de configurar un magistrado consciente de esa responsabilidad,


emerge la crítica a la independencia judicial “corporativa”. Esta, orientada
hacia la defensa de los intereses y privilegios de clase de los jueces, se
asumía coexistente con un desempeño judicial políticamente “neutralizado”.
En el Estado Constitucional, en cambio, la independencia judicial, se define
por la defensa de los derechos fundamentales;, esa es la condición del
juzgador, como parte de su cuota de responsabilidad política con la
democracia, a través de un desempeño activo en la defensa de los
derechos ciudadanos.

b. La legitimidad de la función judicial: más allá de los casos y más allá de la


ley
En el Estado constitucional, el sustento de las relaciones de autoridad y
subordinación -léase legitimidad- es el producto de un juego de tensiones
en el cual existe, sin embargo, una actividad cultural reglamentada,
reconocida y aceptada por las partes, para la disputa de los derechos y
poderes . En esta línea, todo poder legítimo es el resultado de una relación
delimitada por la necesidad de justificar aquello que se sostiene, en forma
coherente con los principios que rigen la actuación del poder (o intereses)
para las partes involucradas.
La función judicial, en este sentido, se conecta con la noción de legitimidad. En
efecto, aquella implica la capacidad atribuida y garantizada a un tercero -el
juez- para que, en el ámbito del ordenamiento jurídico, adopte decisiones, a
través de la interpretación , en relación con los principios del ordenamiento
constitucional, con el fin de resolver un conflicto o Litis. Esta posición se
justifica, porque este tercero cuenta con un tipo de poder institucionalmente
reconocido y aceptado que le permite vincular el comportamiento de las
partes. En ese orden de ideas, el poder del juez, para ser tal, debe
garantizar que sus fallos se basen en argumentos en los que se demuestre
que la opción asumida está fundada
sobre el derecho y la razón. En la tensión producida entre la interpretación de las
normas legislativas y el contexto material de los hechos del caso, el juez
debe conducirse de manera tal “que razonable ha de ser la conexión de la
norma y las exigencias contingentes del caso; razonable, la valoración y la
elección entre las diferentes alternativas que es capaz de realizar” ;
razonable igualmente tiene que ser “la justificación de las elecciones en las
que se basa la decisión” ; es decir, la argumentación sostenida en “buenas
razones” para que el fallo sea aceptado.

La enorme responsabilidad del juez y el poder que ella representa hace necesario,
entonces, considerar la posibilidad de acentuar la concurrencia de
herramientas diversas para que la razón de los jueces sea un reflejo nutrido
por las razones públicas, un eco articulado de las voces más vulnerables de
la sociedad , lo cual hace aún más evidente la relevancia de la
argumentación jurídica como aspecto sensible para la integridad del
sistema democrático

De ahí que la función del Poder Judicial constituya una importante fuente de
estabilidad social y una vía para demostrar la identidad de los ciudadanos
con el sistema legal y con la democracia como un todo. Si la legitimidad de
un sistema político radica en que las reglas que le dan vida deben ser
objeto de un proceso continuo de justificación, está claro que las respuestas
del Poder Judicial se integran y fortalecen al mismo.
Esta relación es aún más clara, si se considera que en la actualidad los jueces
deben producir acuerdos en medio de profundas contradicciones sociales y
pluralismo político. Como los conflictos o litigios son la expresión de ese
contexto, entonces, las respuestas judiciales a los mismos, se vinculan de
modo inevitable a los principios políticos fundamentales de la sociedad. Es
por ello que la legitimación de la función judicial se produce en la medida en
que se orienta a desarrollar los derechos fundamentales que están,
igualmente, en la estructura del ordenamiento político.

El carácter racional y valorativo de las decisiones judiciales, según lo descrito, no


es consecuencia entonces de la existencia de algún
mecanismo de tipo consensual o mayoritario en su origen. Esta manera de
entender la función judicial se refleja incluso en el desarrollo institucional del
propio Estado democrático, al punto que los jueces tienen el poder de
censurar las leyes en cuanto sean valoradas como inconstitucionales .

Sin embargo, parece evidente que una forma de legitimidad como la indicada, no
será posible sin reglas y procedimientos democráticos que la hagan viable,
sin instituciones específicamente orientadas a cautelar el campo judicial; es
decir, su organización y el modo a través del cual se configura. Es en esta
línea de análisis que tiene relevancia el poder de nombrar a los actores de
dicho campo a través del sistema de carrera judicial. Este sistema no
constituye, por sí solo, fuente de legitimación de la función judicial, pero su
caracterización tendrá un impacto decisivo en las garantías del sistema
para que el juez actúe con independencia y para que sus decisiones
puedan considerarse legítimas.

La idea de carrera judicial está orientada a perfilar esta nueva forma de concebir la
función judicial y su entorno institucional. La jerarquía, como fundamento y
esquema esencial de la organización del modelo burocrático, no tiene más
sentido y, por el contrario, se busca el desarrollo de una relación horizontal
entre los jueces. Los sistemas de ingreso y promoción en la carrera judicial
se caracterizan por ser autónomos; la evaluación, selección, designación y
ascensos de los magistrados se encargan a un órgano distinto del Poder
Judicial y del Poder Ejecutivo: un órgano que está dotado de un nivel de
representatividad social como base de su propia legitimación y, a su vez,
como instrumento que otorga legitimidad de origen a los miembros de la
orden judicial. La idea de un juez altamente técnico persiste, pero con
vocación distinta, pues se orienta a optimizar el ejercicio de la función
judicial con el fin de beneficiar la protección de los derechos fundamentales
y su desarrollo. Se establecen, por lo tanto, mecanismos en el sistema de
promoción que buscan otorgar un mayor peso a los méritos y a la
experiencia profesional.
Lo dicho forma parte de una tradición que se ha ido construyendo en
algunos países de Europa; principalmente, en Italia y España. En el primer
caso168, el desarrollo ha logrado un carácter emblemático, pues el principio
jerárquico tradicional, de acuerdo con el cual, sólo los jueces de rango
superior tienen la facultad de evaluar a sus colegas de rango inferior, se ha
quebrado a partir de la Constitución de 1948 y como parte de la creación
del Consejo Superior de la Magistratura, órgano que tiene entre otras, la
función de evaluar, nombrar y promover a los magistrados
1. EL MAGISTRADO, PIEDRA ANGULAR DE LA JUSTICIA

Para hacer posible la vida en común y la paz social, la sociedad estableció el


servicio de administración de justicia como mecanismo independiente, que
forma parte del Estado y que cumple funciones de control social. La
administración de justicia interviene en los litigios que se someten a su
conocimiento, pronunciando el derecho o imponiendo la sanción, según sea
la materia y la ley aplicable a! caso concreto.

En ese camino encontramos al magistrado como el factor fundamental, de cuyas


calidades personales y morales depende el futuro de los ciudadanos que
someten al arbitrio de la administración de justicia sus conflictos
comprometiendo su libertad, patrimonio y bienestar general.

En sus inicios, la justicia institucionalizada ha sido parte del poder constituido y fue
representada por reyes o soberanos en las monarquías. En Roma, por
ejemplo, quienes ejercían una función pública, las autoridades investidas de
mando y jurisdicción, recibían el nombre de magistrados, como los
cónsules, tribunos, pretores, ediles y cuestores. Modernamente, los jefes de
Estado (presidentes de la república) reciben a denominación de primer
magistrado de la nación.

El desarrollo de la sociedad y la afirmación democrática como forma de


organización del Estado ha determinado un sistema de funcionamiento
basado en la división y equilibrio de poderes, en el cual el magistrado, como
agente vinculado a la administración de justicia, es dotado de autonomía e
independencia respecto de los demás poderes del Estado con el propósito
de garantizar su desempeño imparcial y equitativo.
Investido de imperio y jurisdicción, el juez es el depositario de la función del
Estado para administrar justicia. Organizado en el Poder Judicial en
distintos niveles jerárquicos, el juez constituye la piedra angular del sistema
de justicia. También el magistrado del Ministerio Público forma parte del
sistema judicial como defensor de la legalidad; él es titular de la acción
penal y en juicio desarrolla la función acusadora.

Recordemos que “Piedra angular”, en términos arquitectónicos, es aquella que


destaca por su importancia en el proceso de construcción, se ubica en la
parte central de un arco o una portada. Algunos han visto en ella la última
piedra, la piedra final que, por lo general, es la que sostiene y simboliza
toda la construcción, goza de mayor belleza, y desde arriba une y completa
el edificio. Este concepto se aplica analógicamente al magistrado, quien por
su importancia se asemeja a la piedra angular que corona toda la
construcción, de manera tal que sin magistrados dotados de fuerza moral y
conocimientos, la administración de justicia sería una frágil construcción,
incapaz de resistir cualquier presión.

Domingo García Rada al referirse al Magistrado dice: “Tengamos presente que


todo lo que hagamos por la Magistratura, lo hacemos no por la persona del
Juez, sino por la función judicial. Las personas varían constantemente, la
Institución permanece. Tener buenos jueces es indispensable para que
exista justicia y paz en la sociedad y seguidamente agrega el extinto
Magistrado: ”La carrera judicial exige vocación especial. El sentimiento de
justicia debe ser la matriz de todas las virtudes del magistrado. El juez no
que lo posea, será juez a medias. Podrá ser inteligente, honesto, trabajador,
pero lo íntimo, lo fundamental, lo que hace al Juez es tener este sentimiento
por la justicia, que es lo que da calor, dinamismo, vida a la función judicial.
Sentir la justicia como cosa propia, vibrar con ella, sufrir con la injusticia.

Asimismo el eminente jurista uruguayo Eduardo y Couture al referirse al Juez dice


lo siguiente: Si la dignidad del juez depende la dignidad del derecho. El
derecho valdrá en un país en un momento histórico determinado lo que
valgan los jueces como hombres. El día que los jueces tengan miedo,
ningún ciudadano podrá vivir tranquilo

En el ejercicio de sus funciones el magistrado debe mostrar su perfil humano y su


profunda vocación por la justicia, la función del magistrado asume
trascendencia y complejidad cuando las causas que conoce se vinculan con
seguridad del Estado, la seguridad jurídica, el control de la
constitucionalidad de las normas y la vigencia del Estado de derecho. Ello
reafirman la necesidad de contar con magistrados comprometidos con la
Constitucion, la ley y los valores éticos coherentes a sus funciones, uno de
los presupuestos del Estado de derecho consiste en asegurar una
administración de justicia independiente, ya que cuando esa independencia
se da, efectivamente los jueces comparten una cuota de poder apreciable.
El Estado de derecho tiene como objetivo eliminar la arbitrariedad en el ámbito de
la actividad estatal que afecta a los ciudadanos, esto lo diferencia del
Estado autoritario que no esta regido por las normas, sino por la voluntad
de quien o quienes determinan el poder político.

El Estado de derecho tiene una esencia democrática porque establece limites


normativos a la actividad del Estado con el propósito de garantizar el
respeto a los derechos humanos, también es cierto que a través de las
leyes debe limitar los excesos de las conductas individuales.

Cuando el Magistrado determina la verdad y procura al comenzar el objetivo final


de la justicia en forma imparcial e independiente prescindiendo de
sinsabores y peligros sin complacencias para los gobernantes ni
sentimentalismos para los gobernados, lo cual contribuye a consolidar el
estado de derecho y la independencia del Poder Judicial.

Al actuar asi el Magistrado reafirma su convicción de que la potestad de


administrar justicia emana del pueblo y legitima por su aceptación social al
Poder Judicial ante la sociedad, se puede afirmar que solo el Estado
Constitucional de Derecho asegura el ejercicio de los derechos individuales
y de la administración de justicia con independencia e imparcialidad.
La sola sospecha popular de falta de independencia del Poder Judicial respecto de
los demás poderes y de los factores de poder es razón suficiente de
preocupante Inseguridad política.

Esta situación se revierte con una actuación independiente de los magistrados al


emitir sus decisiones, no solo con respecto del ordenamiento jurídico de la
nación, sino también siguiendo una línea jurisprudencial uniforme y
coherente que sirva de precedente obligatorio para los jueces de todos los
niveles.

1. EL MAGISTRADO RESTAURADOR DE LA PAZ SOCIAL

Establecido el Estado, éste debe resolver los conflictos entre los ciudadanos.
Para ello se arroga el monopolio de la facultad de sancionar, de usar la
coacción y de corregir las desigualdades, facultades que ejerce a través del
Poder Judicial. Éste no decide en forma discrecional sino con respeto al
ordenamiento jurídico previamente establecido que, a la par de reconocer
derechos y garantías a las personas sometidas a su jurisdicción, otorga
además al Ministerio Público la facultad de velar por los intereses del
conjunto social.

Esa potestad del Ministerio Público “incluye la pretensión de que se cumplan


regularmente las leyes aun en contra del gobierno de turno al actuar como
defensor de la legalidad” y de velar por la constitucionalidad de las leyes,
puesto que en nuestro sistema constitucional tiene legitimidad para
interponer la acción de inconstitucionalidad.

Por ello, los magistrados que ejercen función fiscal deben actuar con
independencia, sobre todo cuando conducen —en exclusiva— la
investigación del delito, exclusividad con la que se asegura tanto la
autonomía de esa investigación (penal) de posibles influencias
gubernamentales, como que la justicia tome la suficiente distancia de los
resultados de esa investigación.

Cuando el juez resuelve con justicia y mediante un debido proceso el conflicto


sometido a su conocimiento, conflicto derivado de la vulneración a un
derecho o por la infracción de un bien jurídico penalmente protegido,
causado por la comisión de delitos, restaura la paz social

Rudolf Stammler en su obra el Juez dice: “Nuestro propósito de describir la tarea


diaria del Juez de un modo críticamente fundamentado nos ha llevado
necesariamente a tomar como base de nuestra investigación la posibilidad
de una ordenación metódica de nuestra conciencia en general. Ninguna
persona que piense se contentará, a la larga, con enfocar una serie de
problemas concretos y limitados, que, además, no podrá ni siquiera conocer
seriamente en su perfil concreto sin referirlos a su unidad (I, 2). Y nadie
podrá cuanto más celosa y diligentemente se ocupe de problemas,

menos sustraerse en último resultado a esta pregunta: ¿para qué todo esto, en
rigor? Quien, en su profesión, se pare a pensar acerca de los fundamentos
discursivos en que descansa, tropezará en su respuesta, forzosamente, con
el sentido de la vida en general.

Si hay alguna profesión que pueda servir de modelo a toda la sociedad, en este
sentido, es precisamente la profesión del Juez. Y esto, no sólo en cuanto a
la necesidad de remontarse a las cumbres de una concepción universal que
lo domine todo, sino también en cuanto a la aplicación amorosa y exquisita
de esa concepción universal a las cuestiones particulares de la vida diaria.

Es característico cómo ya en el más nimio Litigio jurídico, se advierte en los


interesados no pocas veces, sin pararse a pensar para nada en las
consecuencias la tendencia a medir el caso particular por un criterio de
medida absoluto y superior. Ante un fallo basado en normas limitadas, casi
siempre existen dudas. Los escrúpulos no quedan acallados. Se mide el
resultado por un factor x que constituye la instancia decisiva.

El Magistrado es el reinvindicador del derecho a través del proceso y además es


el depositario de la función del Estado de administrar justicia. Cuando
determina la verdad y procura alcanzar justicia en forma imparcial e
independiente, contribuye a consolidar el estado de derecho y la
independencia del Poder Judicial.

El Juez es parte esencial de la existencia de un Estado democrático, porque el


ideal de una democracia es que entre el individuo y la coaccion estatal se
imponga siempre un Juez quien se convierte en el restaurador de la paz
social cuando resuelve los conflictos entre los ciudadanos y se arroja al
monopolio de la facultad de sancionar de usar la coaccion y de componer
los litigios que el Estado a través de Poder Judicial le ha otorgado.

Uno de los problemas que mas ha golpeado a la administración de gestión en el


Peru, es el fenómeno de la corrupción que ha afectado gravemente la moral
de los magistrados. La imagen del Poder Judicial y del Ministerio Publico se
encuentran deterioradas ante la opinión publica nacional, desprobacion que
no es reciente ni única en nuestra historia, sin embargo solamente se trata
de un pequeño porcentaje de jueces que en su gran mayoría son
supernumerarios, es decir, que no son jueces titulares nombrados y
confiamos que con los nombramientos que realice el Consejo Nacional de
la Magistratura desaparecerá esta lacra que afecta a la Magistratura
Nacional .

Los magistrados en su conducta funcional deben asumir como paradigmas los


valiosos ejemplos de independencia y decoro judicial identificados. Los
Magistrados deben poseer cualidades ideales para satisfacer las exigencias
de la sociedad y de la función jurisdiccional, asumiendo dicha decisión que
derive de su ejercicio conforme a derecho.

La carrera judicial es un factor determinante para garantizar la independencia del


Magistrado y debe estar enmarcada dentro de una
sistema judicial con reglas claras, competitivo y transparente para la elección,
designación, promoción y permanencia en el cargo de los miembros de la
Magistratura, la misma que debe esta exenta de toda injerencia de órganos
políticos, es decir, hay que sustraerla de cualquier presión política para
impedir cualquier quiebre de su inconstitucionalidad.

La mejor forma de lograr la independencia de la Magistratura es restableciendo la


confianza a nivel del Poder Judicial y posibilitando también la cooperación
entre sus miembros que evite la deserción de sus integrantes.

Una de las razones que pueden servir para elevar la auto estima de la
Magistratura es el reconocimiento de los Magistrados como defensores de
la democracia y de los derechos individuales.

1. LOS DEBERES DEL JUEZ

El primer y principal deber del juez es la imparcialidad. En este contexto a la vez


moral y jurídico se entienden las jurídicas dirigidas a preservar esa
independencia de juicio, sin la cual no es posible que se den los requisitos
para la administración de la justicia.

Esto explica la existencia de incompatibilidades genera les (el desempeño de


cargos políticos, el arraigo profundo en una zona determinada, los intereses
económicos o comerciales de especial trascendencia, etc.). El juez se
constituye, en cierto modo, como una figura separada de los intereses más
acuciantes y más proclives a engendrar pleitos: las ambiciones
económicas, las de tipo político, etc.

Para defender la imparcialidad existen también incompatibilidades relativas, que


son motivos de abstención o de recusación. Por ejemplo, que el juez esté
unido en parentesco con las partes litigantes o con la defensa: que el juez
tenga bajo tutela a alguno de los pleiteantes; que exista manifiesta
amistad o enemistad con alguna de las partes, etc. El deber moral, en esos casos
y en otros semejantes, es abstenerse. Si alguno de los pleiteantes plantea
la recusación, el deber moral es atender a su justicia, sin crear
inconvenientes injustos a una acción legítima.

Otro deber frecuentemente comentado, el de prestar, la función, no ofrece


dificultad alguna. Es innecesario añadir la prestación de la función exige los
hábitos de la diligencia el estudio atento y la puesta al día de la ciencia
jurídica.

El deber de residencia también es obvio. La presencia del juez es una constante


garantía de la realización de la justicia.

Como garantía de la imparcialidad, de la prestación de la función y del deber de


residencia, el juez tiene el derecho de inamovilidad Quiere decir
esto que no puede ser privado de la ejecución de su función, en cuanto al tiempo,
lugar o forma, sino con arreglo a la ley. La inamovilidad no implica que el
juez no pueda ser trasladado o destituido. Subjetivamente, el juez, por
razones personales, puede renunciar, pedir la jubilación voluntaria, la
licencia, la excedencia o el traslado. Las motivaciones de estas acciones
pueden no tener nada que ver con implicaciones deontológicas, pero no
cabe duda de que algunos conflictos de conciencia pueden ser
solucionados por medio de algunas de esas acciones.

El Código Procesal Civil del juez por existencia de dolo o de negligencia en el


ejercicio de su función, con la obligación de reparar. Lo mismo se recoge el
Código Procesal Penal. Tenemos aquí casos claros de exigencias éticas
asumidas por el ordenamiento jurídico. Todas las garantías que rodean a la
función del juez (sus deberes y derechos, cuidadosamente regulados)
implican por sí mismas que no se trata de una tarea más. Si, como sucede
en la mayoría de los casos, se recurre al proceso cuando los demás
procedimientos están agotados o se prevén que serán ineficaces, esta
consideración de última ratio hace ver por sí sola que la decisión del juez
cierra cualquier otra posibilidad. No es extraño que se prevea la sanción en
el caso de una actuación dolosa o meramente culposa. Si el juez no hace
justicia, ¿a dónde se podrá acudir?

Finalmente cabe destacar que aunque la responsabilidad del juez es siempre la


misma (se trate de un juez de paz o de un Magistrado del Tribunal
Supremo) se acentúa, si cabe, cuando se trata de decir, literalmente, la
última palabra: o bien porque no quepa apelación o porque se trate de la
sentencia firme y definitiva en la última apelación.

El Juez realiza la tarea más noble a la vez que la más ardua que es dable
desempeñar al hombre: Su tarea de impartir justicia para alcanzar la paz
social.

En cuanto a su vida privada, el juez debe ser un hombre fundamentalmente digno


y honorable en todos los aspectos de la misma, a fin de que sea
posible ese exquisito equilibrio espiritual que permite discernir, sin influencias
espúreas, lo justo de lo injusto, lo verdadero de lo falso, conforme al
ordenamiento jurídico vigente.

Pero no es fácil, sin una fuerte conciencia de la responsabilidad, ubicarse y


mantenerse en el campo físico y espiritual que describo. Por ello, la ley debe
ayudarle, mediante ciertas normas de contenido ético que marquen las
líneas directrices de la conducta de los jueces y que preconizan el principio
de moralidad del proceso.

Como afirmación y magnífica síntesis de lo que acabo de expresar, véase lo que


dice el ilustre maestro CALAMANDREI en "Elogio a los jueces escrito por un
abogado": "Desconozco otro oficio que como el de juez, exija en quien lo
ejerza, tan fuerte sentido de la viril dignidad: ese sentido que impone buscar
en la propia conciencia, más que en los mandatos de otros, la justificación
de la propia acción, y de asumir plenamente la responsabilidad".

"La independencia de los jueces, principio institucional por el que al momento de


juzgar deben sentirse desvinculados de toda subordinación jerárquica, es un
duro privilegio, que impone, a quien la disfruta, el coraje de estar sólo
consigo mismo, sin poder cobijarse en la cómoda defensa de la orden del
Superior".

"Por esto la colegialidad, que se suele considerar como garantía de justicia para los
litigantes, fue ante todo escogida para confortar a los jueces: darles un poco
de compañía en la soledad de su independencia".

Y en otra parte, dice el mismo CALAMANDREI en la obra citada: ¿Cómo puede


dormir tranquilo un juez, que sabe en su secreto alambique ese tóxico sutil
que se llama injusticia, del que una gota escapada por error puede bastar no
sólo a quitar la vida, sino a algo más terrible, a dar a toda una vida un
disolvente de amargo, que ninguna dulzura podrá nunca más consolar".

Con el objeto de asegurar esa fundamental garantía de imparcialidad, el Código


Procesal Civil ha creado instituciones: Impedimento, Recusación,
Excusación y Abstención, que sólo prevé en los casos objetivos, es decir, de
prueba posible por hechos, que induzcan a dudar de la incapacidad subjetiva del
órgano jurisdiccional.

El Juez tiene "derechos" constitucionales y las contempladas en la Ley Orgánica


del Poder Judicial, que otorgan a los jueces, podrían clasificarse por su
finalidad, en personales y funcionales, aunque unos y otros se dirijan a
obtener buena administración de justicia, asegurando al magistrado los
medios materiales y morales de cumplir rectamente su misión. Los derechos
que llamo personales serían: la inamovilidad, en sentido de que no pueden
ser removidos; protección y seguridad de su integridad física, percibir una
remuneración acorde con su función; dignidad y jerarquía, la que no puede
ser disminuida de manera alguna, jubilación, etc. Los derechos que llamo
funcionales, en el sentido estricto, de ser inmediatamente necesarios para el
funcionamiento del poder" jurisdiccional, serian todos aquellos que hacen
posible el ejercicio de la jurisdicción, con el complejo de elementos que la
integran para la formación material del proceso, su resolución y el
cumplimiento de las resoluciones emitidas por él.

Pero además de estos derechos y dentro de la función procesal del Juez, éste
tiene deberes y facultades que tienen los Jueces en general. El Código
Procesal Civil señala los deberes y facultades que tienen los Jueces Civiles,
comprendiendo a todos los magistrados que integran los distintos
organismos jurisdiccionales en materia civil, dentro del proceso civil en
concreto. El incumplimiento de esos deberes por los jueces es sancionado
por la ley.

DEBERES DE LOS JUECES

Son deberes de los jueces en el proceso civil los siguientes:

a. Dirigir el proceso, velar por su rápida solución, adoptar las medidas


convenientes para impedir su paralización y procurar la economía procesal.
b. Hacer efectiva la igualdad de ¡as partes en el proceso, empleando las
facultades que este Código les otorga (Art. 50-2) del C.P.C. Este deber
concuerda con el artículo VI del Título Preliminar del mismo Código.

c. Dictar las resoluciones y realizar los actos procesales en las fechas


previstas y en el orden que ingresan al Despacho, salvo prelación legal y
otra causa justificada (Art. 50-3 CPC), como en el caso de los juicios de
alimentos y en las acciones de amparo, en los que la ley prevee la prelación
en la decisión frente a otras causas.

d. Decidir el conflicto de intereses o incertidumbre jurídica, incluso en los


casos de vacío o defecto de la ley, situación en la cual aplicarán los
principios generales del derecho, la doctrina y la jurisprudencia (Art. 50-4)
del C.P.C. Es concordante con el principio contenido en el segundo párrafo
del Artículo III del Título Preliminar del Código Procesal Civil.

Al respecto hace comentario de este deber el Dr. JORGE CARRIÓN Lugo, cuando
hace un análisis del Código Procesal Civil, dice: Es que los jueces no
pueden dejar de administrar justicia por defecto o deficiencia de la ley. En tal
caso, deben aplicar los principios generales del derecho y, preferentemente,
los que inspiran el Derecho Peruano (Art. VII Título Preliminar del C.C.).
Algo más, "El Juez que se niega a administrar justicia o que elude juzgar
bajo pretexto de defecto o deficiencia de la ley..." incurre en el delito de
denegación y retardo de justicia, previsto y penado por el Código Penal
vigente (Art. 422 CP). Algo más todavía: conforme a la Ley Orgánica del
Poder Judicial, las Salas Especializadas de la Corte Suprema ordenarán la
publicación trimestral de las ejecutorias que fijen principios jurisprudenciales
que han de ser de obligatorio cumplimiento en todas las instancias
judiciales, las que serán invocadas por los jueces en sus decisiones
judiciales como precedente de obligatorio cumplimiento (Art. 22 LOPJ).

En cuanto a los principios generales del derecho, a los que debe acudir el Juez en
caso de defecto o deficiencia de la ley, la doctrina es discrepante; empero,
en el caso práctico, nos inclinamos por señalar que
los Jueces, en caso de deficiencia de la ley, deberían decidir el caso concreto de
acuerdo con la regla que el mismo Juez establecería si fuese legislador,
pero debiendo inspirarse para ello en la doctrina y en la jurisprudencia
análoga consagrada. En conclusión, podríamos precisar que la estimación
de los principios que inspiran el derecho peruano en particular, quedan
enmarcadas como una cuestión de la competencia de los Jueces.
Finalmente debemos agregar que la Constitución del Estado consagra como
una de las garantías de la administración de justicia, la obligación de los
Magistrados de no dejar de administrar justicia por vacío o deficiencia de la
ley, pues en tal caso, deben aplicar los principios generales del derecho y el
derecho consuetudinario (Art. 139, inc. 8, Const.)

e. Sancionar al Abogado o a la parte que actúe en el proceso con dolo o


fraude (Art. 50-5 CPC).

f. Fundamentar los autos y las sentencias, bajo sanción de nulidad,


respetando los principios de jerarquía de las normas y de congruencia (Art.
50-6 CPC).

Este deber está consagrado en la Carta Magna de 1993, en su Art. 139 inciso 5
dice:

“La motivación escrita de las resoluciones judiciales en todas las instancias,


excepto los decretos de mero trámite, con mención expresa de la ley
aplicable y de los fundamentos de hecho en que se sustentan..(..)

La motivación escrita de las resoluciones judiciales es fundamental, porque


mediante ella, las personas pueden saber si están adecuadamente juzgadas
o si se ha cometido arbitrariedad. Una sentencia que sólo condena o sólo
absuelve, puede ocultar arbitrariedad de parte del Juez o del tribunal. Si se
expresan las razones que han llevado a dicha solución y, más aún, si se
menciona expresamente la ley
aplicable, la persona que está sometida al juicio tiene mayores garantías de recibir
una adecuada administración de justicia.

En la segunda parte del Art. 138 de la Constitución expresa: “En todo proceso, de
existir incompatibilidad entre norma constitucional y una norma legal; los
jueces prefieren la primera. Igualmente, prefieren la norma legal sobre toda
otra norma de rango inferior”.

La parte final de este texto concuerda con lo establecido en el Art. 51 del C.P.C.,
que establece la jerarquía de normas jurídicas dentro de nuestro Derecho.
Este dispositivo garantiza a las personas que los jueces, cuando se
encuentren con que una norma de inferior categoría es incompatible con
una de jerarquía superior, deberán aplicar la de mayor jerarquía y no la
menor. Este derecho puede ser alegado por cualquier persona en cualquier
procedimiento seguido ante el Estado.

g. En la parte final, el Código establece como un deber procesal, que el Juez


que inicia la audiencia de pruebas concluirá el proceso, salvo que fuera
promovido o separado. El Juez sustituto continuará el proceso, pero puede
ordenar, en resolución debidamente motivada, que se repitan las
audiencias, si lo considera indispensable (Art. 50-parte final CPC).

5.- FACULTADES Y RESPONSABILIDADES DE LOS JUECES

Los jueces están facultados, en el proceso, conforme lo dispone el Art. 51 CPC, a


lo siguiente:

a. Adaptar la demanda a la vía procedimental que considere apropiada,


siempre que sea factible su adaptación (Art. 51-1). Esta disposición
concuerda con los numerales 477, 487 y 549 del Código Procesal.

Art. 477. Fijación del proceso por el Juez. En los casos de los incisos 1 y 3 del Art.
475 “la resolución debidamente motivada que declara aplicable el proceso
de conocimiento en sustitución al propuesto, será expedida sin citación al
demandado y es inimpugnable”.
Art. 487. Fijación del proceso por el Juez.- En el caso del inciso 8, del Art. 486 “la
resolución que declara aplicable el proceso abreviado, será expedida sin
citación al demandado y es inimpugnable”.

Art. 549. Fijación del proceso por el Juez.- En el caso del inciso 6 del Artículo 546,
“la resolución que declara aplicable el proceso sumarísimo, será expedida
sin citación al demandado, en decisión motivada e inimpugnable”.

En este caso, al interponer la demanda puede haberse propuesto la vía


procedimental en forma equivocada; el juez tiene la facultad de calificar la
demanda y adaptarla a la vía procedimental apropiada, en una resolución
debidamente motivada.

b. Ordenar los actos procesales necesarios al esclarecimiento de los hechos


controvertidos, respetando el derecho a la defensa de las partes (Art. 51-
2) del C.P.C. Este numeral concuerda con el Art. 190 inciso 2 segunda parte que
dice:

Sin embargo, el Juez puede ordenar la actuación de medios probatorios cuando se


trate de derechos indisponibles o presuma dolo o fraude procesales. Cuando
los medios probatorios ofrecidos por las partes sean insuficientes para
formar convicción, en cuyo caso el Juez, en decisión motivada e
inimpugnable, puede ordenar la actuación de los medios probatorios
adicionales que considere conveniente, conforme lo dispone el Art. 194 del
C.P.C.

En virtud de este dispositivo, el Juez tiene la facultad de disponer cualquier acto


procesal destinado al esclarecimiento de los hechos que son materia de la
controversia y todo para llegar a la verdad real.

c. Ordenar en cualquier instancia, la comparecencia personal de las partes, a


fin de interrogarlas sobre los hechos discutidos. Esta facultad del Juez tiene
por objeto llegar a la verdad, analizando los hechos con las partes del
conflicto de intereses. Las partes pueden concurrir con sus abogados,
pero en su participación se limitan a evitar el abuso o distorsión de los hechos
controvertidos.

d. Rechazar liminarmente el pedido que reitere otro propuesto por cualquier


litigante y por la misma razón, o cuando a pesar de fundarse en razón
distinta, éste pudo ser alegado al promoverse el anterior (Art. 50-inc. 4 CPC)
.

e. El juez tiene la facultad de disponer a pedido de parte y a costa del


vencido, la publicación de la parte resolutiva de la decisión final en un medio
de comunicación destinado a reparar el agravio que se ocasionó con la
publicidad del proceso.

f. Otras facultades que expresamente se señalan en la Ley Orgánica del


Poder Judicial y la Constitución del Estado y la Ley de la carrera judicial; en
efecto, en los cuerpos legales acotados encontramos una serie de
facultades genéricas que los Jueces deben observar, distintas a las antes
señaladas, como el deber de saneamiento del proceso, el deber de rechazar
la demanda, etc.

FACULTADES DISCIPLINARIAS DE LOS JUECES

Toda persona y autoridad está obligada a acatar y dar cumplimiento a las


decisiones judiciales o de índole administrativo, emanadas de autoridad
judicial competente, en sus propios términos sin poder calificar su contenido
o sus fundamentos, restringir sus efectos o interpretar sus alcances, bajo la
responsabilidad civil, penal o administrativa que la ley señala: A fin de
conservar una conducta procesal correspondiente a la importancia y respeto
de la actividad judicial, los jueces deben, conforme lo dispone el Art. 52 del
CPC, concordante con los Arts. 4, 8, 9 de la Ley Orgánica del Poder
Judicial:

a. Ordenar que se suprima la frase o palabra expresada o redactada en


términos ofensivos o vejatorios.

Para defender un derecho, no es necesario llegar a niveles bajos de profesionales


sin principio ético, más bien demostrar la capacidad jurídica
que tiene el profesional, demostrar la capacidad en el campo profesional, los
pedidos y alegatos deben estar comprendidos en los principios de probidad
y verdad, y no tener que injuriar con términos vedados, que es falta de
conocimiento en el campo del derecho.

b. Expulsar de las actuaciones judiciales a quienes alteren su desarrollo. Si se


trata de una de las partes, se le impondrá además los apercibimientos que
hubieran sido aplicables de no haber asistido a la actuación, haciéndolas
efectivas, se entiende (Art. 52-2 CPC). El que altere el desarrollo de las
actuaciones siendo parte, se hace acreedor a ser considerado como si no
hubiera asistido a la diligencia o acto procesal.

c. Aplicar las sanciones disciplinarias que este Código y otras normas


establezcan. A este respecto el Art. 9 de la Ley Orgánica del Poder Judicial,
dice “Los magistrados pueden llamar la atención, o sancionar con
apercibimientos, multa, pedidos de suspensión o destitución, o solicitar la
sanción, de todas las personas que se conduzcan de modo inapropiado,
actúen de mala fe, planteen solicitudes dilatorias o maliciosas y, en general,
cuando falten a los deberes señalados en el artículo anterior, así como
cuando incumplan sus mandatos. Esta facultad comprende también a los
abogados.

FACULTADES COERCITIVAS DE LOS JUECES

El juez también tiene facultades coercitivas; en virtud de estas facultades


puede:

a. Imponer multa compulsiva y progresiva destinada a que la parte o quien


corresponda, cumpla sus mandatos con arreglo al contenido de su decisión.

La multa es establecida discrecionalmente por el Juez dentro de los límites que fija
el C.P.C., pudiendo reajustarla o dejarla sin efecto si considera que la
desobediencia ha tenido o tiene justificación.
b. Disponer la detención hasta por veinticuatro horas de quien resiste su
mandato sin justificación, produciendo agravio a la parte o a la majestad del
servicio de justicia.

En atención a la importancia y urgencia de su mandato, el Juez decidirá la


aplicación sucesiva, individual o conjunta de las sanciones reguladas en
este artículo. Las sanciones se aplicarán sin perjuicio del cumplimiento del
mandato (Art. 53 C.P.C.)

Este dispositivo concuerda con el artículo 4 de la Ley Orgánica del Poder Judicial,
el cual expresa:

“Toda persona y autoridad está obligada a acatar y dar cumplimiento de las


decisiones judiciales o de índole administrativa, emanadas de autoridad
judicial competente, en sus propios términos, sin poder calificar su contenido
o sus fundamentos, restringir sus efectos o interpretar sus alcances, bajo
responsabilidad penal o administrativa que la ley señala...".

FACULTADES CONTENIDAS EN LA LEY ORGÁNICA DEL PODER JUDICIAL

En aplicación del Art. 185 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, se estipula como
facultades del Juez:

a. Propiciar la conciliación de las partes mediante un comparendo en cualquier


estado del proceso. Si la conciliación se realiza en forma total, se sienta acta
indicando con precisión el acuerdo a que lleguen las partes. Si es sólo
parcial, se indica en el acta los puntos en los que las partes están de
acuerdo y aquellos otros en que no están conforme y quedan pendientes
para la resolución judicial. Ratificadas las partes en el texto del acta, con
asistencia de su respectivo abogado, proceden a firmarla, en cuyo caso los
acuerdos que se hayan concertado son exigibles en vía de ejecución de
sentencia, formando cuaderno separado cuando la conciliación es sólo
parcial. No es de aplicación esta facultad, cuando la naturaleza del proceso
no lo permita.
b. Solicitar el o los expedientes fenecidos que ofrezcan las partes en prueba, o
de oficio para mejor resolver, cuando la causa que conoce se halle en
estado de sentencia. Los expedientes en trámite, sólo pueden ser
excepcionalmente pedidos de oficio, por resolución debidamente
fundamentada. En caso de existir diligencia pendiente con día señalado,
ésta se actúa antes de remitir el expediente. En cualquier caso, la remisión
del expediente se efectúa al día siguiente de recibido el oficio que lo solicita
y su devolución se hace en el plazo perentorio de cinco días después de
recibido.

c. Ordenar detención, hasta por 24 horas, de quienes, en su Despacho o con


ocasión de las actuaciones judiciales, lo injurien, agravien, amenacen o
coaccionen por escrito o de palabra, o que promuevan desórdenes,
pudiendo denunciar el hecho ante el Ministerio Público.

d. Solicitar de cualquier persona, autoridad o entidad pública o privada, los


informes que consideren pertinentes, para el esclarecimiento del proceso
bajo su jurisdicción. El incumplimiento al mandato del juez se sanciona con
multa no menor de 5% de la Unidad de Referencia Procesal, sin perjuicio de
la acción penal que corresponda.

e. Dictar las medidas disciplinarias que establecen las leyes y reglamentos; y

f. Solicitar rectificaciones a través de los medios de comunicación social, en


defensa de su honorabilidad, cuando ésta haya sido cuestionada, dando
cuenta a su superior jerárquico, sin perjuicio de formular la denuncia que
corresponda.

RESPONSABILIDAD POR HECHO JURISDICCIONAL

Los miembros del Poder Judicial son responsables civilmente por los daños y
perjuicios que causan, con arreglo a las leyes de la materia.

Son igualmente responsables por los delitos que cometan en el ejercicio de sus
funciones.

Las acciones derivadas de esta responsabilidad se rigen por las normas respectivas.
Existe responsabilidad disciplinaria en los siguientes casos:

a. Por infracción a los deberes y prohibiciones establecidas en la ley.

b. Cuando se atente públicamente contra la respetabilidad del Poder Judicial o


se instigue o aliente reacciones públicas con el mismo.

c. Por injuriar a los superiores jerárquicos, sea de palabra, por escrito o por
medios de comunicación social.

d. Cuando se abusa de las facultades que la ley señala, respecto a sus


subalternos o las personas que intervienen de cualquier manera en un
proceso.

e. Por no guardar consideración y respeto a los abogados.

f. Por notoria conducta irregular, vicios y mala costumbre que menoscaban el


decoro y respetabilidad del cargo.

g. Cuando valiéndose de la autoridad de su cargo ejerce influencia ante otros


miembros del Poder Judicial, para la tramitación o resolución de algún
asunto judicial.

h. Por inobservancia del horario de Despacho y de los plazos legales para


proveer escritos o expedir resoluciones o por no emitir los informes
solicitados dentro de los plazos fijados.

i. Por no ejercitar control permanente sobre sus auxiliares y subalternos y por


no imponer las sanciones pertinentes cuando el caso lo justifique.

j. En los demás que señalen las leyes.

Las sanciones disciplinarias aplicables a los jueces, se encuentran establecidas en


la Ley de la carrera judicial (artículos 52 al 55) de dicha Ley y son las
siguientes:

 Amonestación
 Multa

 Suspensión

 Destitución.

La amonestación viene a ser una llamada de atención escrita que se hace al Juez,
dejándose constancia en su registro y legajo personal respectivos.

La multa consiste en el pago por una sanción impuesta.

El límite de la sanción de multa será del 10% de la remuneración total mensual del
Juez.

La suspensión es sin goce de haber y consiste en la separación temporal del juez


del ejercicio del cargo. La suspensión tendrá una duración mínima de 15
días y una duración máxima de 6 meses.

La destitución consiste en la cancelación del título de juez debido a falta


disciplinaria muy grave o, en su caso por sentencia condenatoria o reserva
del fallo condenatorio por la comisión de un delito doloso.

Ningún cargo público exige un mayor rigor que el judicial, y una ética intachable en
su desempeño del juez.

No se trata sólo de abstenerse de incurrir en ilícitos penales y de no violar las


prohibiciones expresas de los Códigos, leyes complementarias. En todos
estos casos existen sanciones penales o disciplinarias. La ética, en cambio,
se refiere a las actuaciones del juez que no tienen sanción jurídica "al
comportamiento procesal del juez no sancionable jurídicamente". Donde el
mandato jurídico no existe para él, donde la sanción jurídica no puede
producirse, allí habrá de funcionar la ética, como dice SANTIAGO SENTIS
MELENDO.

EL JUEZ Y EL RESPETO RECIPROCO DE JUECES Y ABOGADOS

Hacer la historia del juez, resulta sumamente complicado. Sería intentar la historia
de la humanidad, desde el jefe del clan o de la tribu que arbitraba en las
disputas de su gente, al rey que administraba justicia bajo un manzano,
pasando
por la concentración de funciones en el monarca y su posterior descentralización
en los señores feudales y los funcionarios que actuaban por delegación
suya, hasta la separación de poderes iniciada como experiencia en
Inglaterra y expuesta como teoría por Montesquieu, que es la base del
Poder Judicial republicano de las constituciones modernas.

Lo que se intenta decir es que los dos extremos del contenido dialéctico del
proceso, el abogado que maneja la acción y el juez que opera con la
jurisdicción, vinieron a coincidir en una base común y esencial; el
profesionalismo jurídico, el conocimiento técnico del derecho. Abogado y
juez no son condiciones opuestas porque no son estados permanentes. Lo
permanente es la calidad primaria de abogado que ambos tienen. De todo
abogado pueda resultar un juez, y todo juez puede volver a la plenitud de su
situación originaria de abogado. Es que la justicia se constituyó con
abogados, como si de una costilla de estos, un Dios oculto hubiera creado a
los jueces. Porque para ser juez, primero hay que ser abogado. Y es éste un
punto en que nuestra Constitución fue sabia al exigir para ser juez, cierto
tiempo de ejercicio de la abogacía que la práctica, probablemente con
válidas razones, ha desplazado por una carrera judicial, cuyos primeros
pasos no se dan en los pasillos, sino en los Despachos. Y era sabia,
decimos porque un buen juez precisa la materia de un buen abogado, con lo
que esto implica de conocimiento de la vida, y del dolor, y de la angustia, en
la experiencia del abogado que es distinta de la del juez. Pero sigo adelante.
Como decía en Venezuela Tomás LISCANO: "Si el abogado, por fuerza de
su profesión, ha de ser el poseedor de la ciencia del Derecho, el hombre
precisamente diestro en el conocimiento de las leyes y en el arte de
aplicarlas en la práctica, claro está que en él debe verse también al más
apto para ocupar la sede de la administración de justicia: el juez".

Jueces y abogados, ligados pues por génesis, están sujetos a una permanente
relación, encadenados como Prometeo a la montaña, porque el mecanismo
de la justicia precisa de abogados parciales que planteen los casos para que
jueces imparciales los decidan.
El primer elemento de una buena relación ha de ser, entonces, la recíproca
comprensión de sus respectivos roles. Esa comprensión debe traducirse,
necesariamente, en recíproco respeto para los abogados, ejerciendo su
parcialidad, frente a las otras partes y frente al juez, dentro de los límites
éticos de la lealtad y la buena fe para los jueces, obrando con la debida
consideración hacia los abogados. Decía con razón CALAMANDREI: "El
juez que no guarda respeto ai abogado, como el abogado que no se lo
guarda al juez, ignoran que abogacía y magistratura obedecen a la ley de
vasos comunicantes: no se puede rebajar el nivel de una, sin que el nivel de
la otra descienda al mismo grado".

El abogado debe respetar al juez. Si en la búsqueda de la justicia uno y otro


confluyen, el abogado -que representa a la parte- no debe olvidar que el
juez representa al Estado, y que si bien ambos, desde la perspectiva oficial
o particular, ejercen funciones públicas, el ángulo no es idéntico, porque uno
hace valer un interés particular, mientras que el otro expresa la voluntad de
la ley y representa la soberanía de la Nación.

El respeto al juez no es sólo acatamiento a sus decisiones, sino también


consideración a su persona y a su independencia. El abogado convencido
de su causa puede defenderla incluso con pasión, pero ha de recordar
siempre que él la somete al juez para que resuelva sobre su fundamento, y
que esa necesidad de que las pretensiones se hagan valer ante los
tribunales en lugar de imponerlas por la propia voluntad, constituye la base
del Estado de derecho y el presupuesto de la paz social, que CHIOVENDA
resumía en su teoría de la jurisdicción como actividad sustitutiva.

El foro prestigiará su propia función exaltando a la magistratura y viceversa. Nunca


el abogado debe llegar al Despacho del Juez, queriendo hacer valer el peso
de su influencia, o con gesto desconsiderado o soberbio. El juez es siempre
el juez, y en él se representa el Estado. Recuerdo siempre la actitud de un
ilustre magistrado, jurista notorio, cuando despojado de su cargo volvió al
ejercicio profesional. Cada vez que, encontrándose en la oficina donde por
ejemplo se recibía declaración a un cliente suyo, aparecía por cualquier
motivo el juez, él se ponía de pie como expresión de su respeto. De nada
valía la insistencia del
magistrado para que no lo hiciera, ni la diferencia de edades, ni que éste hubiera
sido hasta poco antes, cuando él presidía el tribunal, empleado suyo...
Ahora, era el juez. Creo que vale la pena evocar este ejemplo, porque lo
dice todo.

El abogado debe respetar al adversario. El tono peyorativo o soberbio, el trato


desconsiderado hacia el rival, el uso de medios desleales, la perturbación
artificiosa del proceso, desmerecen la jerarquía de su ministerio. El Art. 45
del CPC Argentino exige a las partes, que es exigible a los abogados,
lealtad y buena fe en el art. 45, y esto más que una norma debe ser un
modo de vida, una conducta. El abogado cumple con su moral profesional
defendiendo el interés de su parte, sin traicionarlo, pero también respetando
a quien, desde la perspectiva opuesta, defiende una causa que buenamente
cree tan legítima como la suya, evitando procurar intencionalmente el
engaño o la equivocación de la justicia.

Para los jueces, bien vale la anécdota que recuerda MERCADER: el señor de
Thoú, primer Presidente de la audiencia de París, interrumpió el informe de
un abogado tartamudo con este exabrupto: "Callad, sois un ignorante". Ese
abogado era nada menos que CHARLES DUMOULIN, el clásico jurista,
ilustre intérprete del derecho francés. El bastonero de la Orden se apersonó
al Presidente en compañía de los más ancianos y le reclamó así: "Has
lesionado a un hombre más docto de lo que tú serás jamás". La
reivindicación que siguió quedó grabada, en el dato histórico, como la regla
que el abogado tiene derecho al respeto y consideración que debe
guardársele.

Lo importante es que esa regla sea asumida como un modo permanente de


conducta por todos los magistrados. El problema es, justamente, la medida
en que ese principio coincida con la realidad cotidiana. Una forma de
vulnerarlo es la desatención, que es un modo peculiar de desconsideración
en que puede incurrirse, sobre todo cuando se olvida la humildad, que es la
primera condición del juicio. En este defecto puede caer el juez que piensa
que la justicia es exclusivamente asunto suyo y por eso poco mira a las
pretensiones y argumentos de las partes y aún a veces a las palabras de la
ley.

El juez desatento -decía CALAMANDREI- induce al abogado a la superficialidad. El


juez soberbio e indiferente, agregamos, que no atiende a las razones de las
partes destruye la esencia del proceso precisamente la jurisprudencia de la Corte
Suprema del Perú sobre arbitrariedad sanciona la desatención de los jueces
a lo delegado y probado por las partes o terceros legitimados.
CAPITULO II VIRTUDES Y PRINCIPIOS DEL

MAGISTRADO

1. EL JUEZ COMO ÓRGANO DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

En un Estado Constitucional de Derecho donde gobiernan las leyes, los jueces


desempeñan un papel protagónico, porque justamente son los que aplican
dichas leyes y a través de las sentencias crean derecho.

El derecho es un quehacer constante y dinámico como la vida humana. Lo jurídico


es una experiencia que está haciéndose siempre, y quien lo tiene que hacer,
en términos más inmediatos, es principalmente el juez. El Derecho ampara
al ser humano mediante la ejecución de una sentencia.

¿Cómo es que el juez crea Derecho? El legislador tiene la potestad de crear la ley.
Para ello conoce y valora conductas humanas a fin de emitir una norma
jurídica que, al proteger a cierto sector de seres humanos, trasunta justicia.
Es por ello, un molde formal cuyo contenido servirá a los ciudadanos para
encauzar sus conductas, ya sea por la senda de las premisiones o de las
prohibiciones y será útil al juez para, a partir de la ley, valorarlas y encontrar
su sentido, así como aquel ínsito en las conductas que juzga en el acto de
pronunciar sentencia a través de un único acto interpretativo.

Pero, el proceder del juez esbozado en el párrafo anterior, es aproximadamente


aquel que asume el legislador al crear una ley o norma general. La conducta
del juez, se le asemeja en este aspecto pues él también conoce y valor
conductas desde la perspectiva de la ley para crear una norma individual
que es la sentencia. La sentencia es una norma jurídica que se encuentra
en la base de la famosa pirámide kelseniana a la que se llega, por
consiguiente, después de un proceso de conocimiento y valoración de
conductas interferidas a partir de la ley. El juez conoce el texto de la ley y
puede servirse de alguna de ellas como molde formal de su sentencia, pero
puede también descartarla y buscar otra u otras disposiciones legales que le
sean útiles para su específica finalidad. La sentencia, en cuanto norma
individual es el resultado creativo de esta persona! y unitaria interpretación. Cada
sentencia, por ello, tiene sus propios acentos axiológicos.

Por lo anteriormente expuesto, podemos sostener que el juez es un hacedor de


Derecho. Esta situación se hace más evidente cuando el juez, a falta de
norma expresa en el ordenamiento jurídico, suple este vacío y, aplicando al
axioma jurídico, crea una norma individual sin precedente legal.

Es en el juez donde se hallan, en realidad, los sentidos jurídicos de justicia,


solidaridad, seguridad, orden y todos otros que se vivencian en la vida
humana social El juez los vivencia personalmente y recrea aquellos
vivenciados por las partes en conflicto para valorar y hallar el sentido de las
conductas humanas interferidas.

El juez. por todo lo anteriormente expuesto, es un protagonista principal del


Derecho. No es mero espectador. Es protagonista en cuanto parte del
proceso y cumple igual rol que el legislador. No está, por ello, fuera del
Derecho.

La importancia del juez en la vida humana social está expresada desde la


antigüedad por Anstóteles cuando, en la Ética Nicomaquea, dice que “ir al
juez es ir a la justicia pues a naturaleza del juez es ser una especie de
justicia viviente”. Ello es exacto pues es en el juez donde en realidad están,
según se ha anotado, los sentidos jurídicos de justicia y el de los otros
valores que son vivenciados por él cuando pronuncia una sentencia.

Es pues, extraordinaria, la definición que del juez hace el filósofo griego al decirnos
con plena razón, que él es nada menos que la justicia viviente. Lo expresado
por Aristóteles corrobora lo que venimos sosteniendo en el sentido que el
Juez es el vivenciador por excelencia de los valores, los que otorgan un
sentido al accionar de las partes en conflicto. Entre dichos valores la justicia
ocupa el lugar preferencia.

Los sujetos de la relación jurídica procesa! en el proceso civil, laboral y contencioso


administrativo, están constituidos por el juez, como órgano del Estado, y ¡as
partes (demandante, demandado), como también por los terceros
intervinientes. Desde luego que en los procesos de jurisdicción
voluntaria, como no hay partes, los sujetos serán el juez y el solicitante o
peticionario. En algunos procesos debe igualmente intervenir el ministerio
público en defensa de la sociedad o de la ley.

Como órgano jurisdiccional, el juez desempeña principalmente tres funciones:


a) aplicando la norma jurídica al caso concreto; b) interpretando el sentido,
alcance y contenido de dicha norma; y c) integrando el orden jurídico
cuando encuentre lagunas o vacíos de la ley. Respecto de la primera
función, ya se expresó que el proceso es un instrumento para la actuación
del derecho, cuando el conflicto de intereses no lo han podido
autocomponer los particulares. Se expresó asimismo que la labor del juez
no es simplemente subsumir casos dentro de tipos legales, ni tampoco es
simplemente mecánica
-por cuanto aún no se ha inventado la máquina de hacer sentencias-, sino que
debe tener criterios lógicos, experimentales y basarse en ¡a realidad social.

Al juez le corresponderá determinar qué sentido y alcance va a tener aplicación de


la norma abstracta al caso concreto, para lo cual deberá considerar los
factores de la realidad social, en procura de ¡a justicia. El moderno derecho
no acepta ni el fetichismo legal ni la jurisprudencia conceptualista, sino el
realismo jurídico, la verdad material, la justicia y todo aquello que le otorgue
al juez una verdadera función creadora.

Es evidente que si el Juez está obligado a proveer sobre las pretensiones incoadas
en las demandas que las partes le plantean, tiene una potestad
jurisdiccional que comprende todos ¡os poderes necesarios para ¡legar al
acto final con el cual se otorga la tutela jurídica o se deniega dicha tutela.

El principio de la congruencia es el que obliga al juez a fallar en consonancia con lo


pedido. El ordenamiento le otorga poderes al juez para llevar el proceso
hasta la providencia final, asegurando el normal desenvolvimiento del
proceso para recoger el material probatorio que va a formar su propio juicio
necesario para emitir la decisión.

El Juez es el funcionario judicial investido de jurisdicción para conocer, tramitar y


resolver los juicios, así como ejecutar la sentencia respectiva. La
noción más generalizada del juez es la que ve en él a la persona encargada de
administrar justicia.

La palabra Juez dice CARAVANTES, trae su etimología de las latinas jus y dex,
nominativo poco usado y contradicción de vindex, porque el Juez es el
vindicador del derecho o el que declara, dicta o aplica el derecho o
pronuncia lo que es recto o justo. Es, pues, juez, la persona constituida con
autoridad pública para administrar justicia, o la que ejerce jurisdicción con
arreglo a las leyes, conociendo y dirigiendo el procedimiento de las causas
civiles y penales, dictando sobre ellas las sentencias que crea justas.

La palabra juez en su acepción más general, comprende también a los


magistrados, así como a los jueces de primera instancia, de paz, etc., es
decir, a todas aquellas personas que ejercen jurisdicción en los diversos
grados del proceso, sea en materias civiles, penales, laborales, etc.

La misión del juez ha sido exaltada muchas veces, porque la justicia se debe
impartir es una de las virtudes más elevadas y más necesitadas para la
convivencia humana. “La palabra justicia, escribió el jurisconsulto JACINTO
PALLARES, es la palabra más santa que ha salido de labios humanos”; y
HUGO ALSINA subraya la noble misión que ha sido encomendada a los
jueces cuando dice: “Su misión no puede ser más augusta ni más delicada;
a él está encomendada la protección del honor, la vida y los bienes de los
ciudadanos”.

El Juez miembro del Poder Judicial que ejerce función jurisdiccional. Persona que
tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar (Real Academia
Española). Magistrado integrante del Poder Judicial, investido de autoridad
oficial requerida para desempeñar la función jurisdiccional y obligada al
cumplimiento de los deberes propios de la misma, bajo la responsabilidad
que establecen la Constitución y las leyes.

Por lo tanto, es indiscutible que el juez es sujeto principal de la relación jurídica


procesal y del proceso. En efecto, a él corresponde: dirigirlo efectivamente e
impulsarlo en forma de que pase por sus distintas etapas con
la mayor celeridad y sin estancamiento, controlar la conducta de las partes para
evitar, investigar y sancionar la mala fe, el fraude procesal, la temeridad y
cualquier otro acto contrario a la dignidad de la justicia o a la lealtad y
probidad; procurar la real igualdad de las partes en el proceso, rechazar
las peticiones notoriamente improcedentes o
que impliquen dilaciones manifiestas,
sancionar con multas a sus empleados, a los demás empleados públicos y
a los particulares que sin justa causa incumplan sus órdenes, y con pena de
arresto a quienes le faltan el debido respeto en el ejercicio de
sus funciones o por razón de ella expulsar de las audiencias a quienes
perturben su curso; decretar oficiosamente toda clase de pruebas que
estime conveniente para el esclarecimiento de los hechos que interesen al
proceso, apreciar esas pruebas y las promovidas por las partes, de
acuerdo con su
libre criterio, conforme a las reglas de la sana crítica.

Por ese orden de ideas, cabe agregar que el poder jurisdiccional, pese a ser un
Poder público, o dicho porque lo es, no es un Poder sin límites. Es un Poder
de actuar el derecho objetivo, es cierto, pero no puede ir más allá de las
fronteras que señalen los dos elementos esenciales que delimitan su
ejercicio: la acción y el caso concreto. Tal vez se pueda, en lugar de acción,
hablar de pretensión, que es no ya el Poder de obrar, sino la afirmación
fundada en que se concreta una aspiración de actuación de voluntad de la
norma. De cualquier modo, nadie discute que el Poder del juez no debe
exceder el límite fijado por las peticiones de las partes y los hechos
expuestos por ellas y que su sentencia no puede derivar en una declaración
abstracta de valor general.

Sólo resta, para concluir, señalar que el acrecentamiento de los poderes del juez
como medio de lograr una más perfecta justicia, debe ir unido a una mayor
celeridad del proceso. Si así no fuera, lo valioso de la intervención del juez
se perdería. Lo mismo ocurriría si esos poderes se emplean en una faz
puramente negativa, y en lugar de favorecer el hallazgo de la verdad, la
investigación amplia, resulta ser en la práctica el obstáculo que lo impide. Si
así fuera, el haber dotado a los jueces de mayores poderes no respondería
a una recta idea de justicia, sino a un mero deseo de incrementar el aspecto
público del proceso. Por eso han ido bien encaminados los autores del
Código
cuando a los mayores poderes del juez sumaron una serie de normas tendientes a
asegurar la celeridad del proceso y la averiguación efectiva de la verdad.
Poderes del Juez, celeridad, economía procesal, inmediación, investigación
amplia, moralidad, se vinculan así a la idea de justicia, sin lo cual carecerían
de sentido. Lo esencial es que los jueces, encargados de aplicar la ley,
comprendan cabalmente la misión que ella les asigna. Y que
comprendiéndolo, cuenten con los medios suficientes para dar vida al
sistema.

Como dijimos anteriormente, el juez no es simple espectador del debate judicial, ni


siquiera en el proceso civil y mucho menos en los demás, sino el verdadero
director del proceso y el dispensador de la justicia de acuerdo con el
derecho positivo y a nombre de la Nación. Así debe ser en todos los
sistemas modernos de justicia judicial.

He querido hacer estas reflexiones, porque si nos toca hablar del juez y de sus
deberes, creo que es importante reflexionar respecto a nuestra concepción
del derecho, acercándonos a la vida, a los valores preeminentes de la
sociedad, convencidos como estamos que la norma sólo es un instrumento
que se coloca en manos del hombre para la regulación de su conducta y, en
el caso de las normas procesales, son un instrumento para la solución de un
conflicto de intereses y propender a la paz. Esa es la grandeza del Derecho
y del Derecho Procesal en particular, pero a su vez es su limitación, pues en
manos de operadores que no extraigan de él los mejores elementos
jurídicos, vitales y valorativos, se convertirán en un instrumento más de
opresión, generando antijusticia y rebelión en los ciudadanos.
1. LA MAGISTRATURA COMO VOCACION DE SERVICIO

Junto a la excelencia y al liderazgo ético tenemos que subrayar el papel de servicio


de la magistratura. Hoy en día se reconoce que uno de los valores que más
falta hace, es el de servir. La sociedad contemporánea nos impone una
carrera de consumo que muchas veces nos aparta del camino correcto. Nos
hemos acostumbramos a ‘servir” pero cambiando el sentido de servicio,
condicionándolo casi siempre a la obtención de un favor. De ese modo se
ha tergiversado y perdido la esencia del papel del servidor público.

Al fijarse más en ofrecer un buen servicio y no en la contraprestación que se pueda


obtener, se hace más difícil faltar a la ética en beneficio propio.

El magistrado que da prioridad al servicio en el ejercicio de su actividad suele


reconocer que existe una hipoteca social sobre su educación. No se siente
plenamente realizado como profesional por e! sueldo que percibe o los
cargos que ejerce, sino por el servicio que ofrece a los demás. Por ello, en
su trabajo, manifiesta lo que podríamos describir como una especie de
mística profesional.

Esta mística profesional nace del código personal de conducta. En tal sentido
puede describirse como una manera de actuar que es coherente con el
conjunto de valores morales que una persona ha asimilado a lo largo de su
vida. Es un modo de ser frente a los demás que surge de lo£ valores de la
persona y de su actitud moral fundamental.

Nuestra sociedad exige y necesita de magistrados, jueces y fiscales que vivan su


profesión como una vocación de servicio. Sólo a través de tales personas
será posible moralizar el mundo y lograr una verdadera justicia. Para que
puedan perseverar en el camino que han escogido hace falta que los
magistrados busquen apoyo en personas que compartan sus valores y
principios éticos. El secreto de la perseverancia está en apoyarse
mutuamente y caminar juntos.
Víctor Julio Ortecho Villena \ Profesor de UNT, en su obra: La aplicación de las
Leyes al referirse a la Magistratura como vocación de servicio dice: “Los
señores jueces tienen que saber combinar la frialdad en la reflexión con la
vocación de justicia. No hay mejor justicia que la hecha oportunamente y ya
es un corolario aceptado, aquello de que la justicia que tarda no es justicia.

Siendo, pues, variadas y numerosas las dificultades para la aplicación adecuada,


correcta y justa de las leyes, consideramos que la función judicial, por difícil,
es seria, elevada y de gran responsabilidad social y por tanto muy digna y
respetable. Los jueces probos, honestos y entregados a tan augusta misión,
dentro de toda esta maraña de dificultades, no deben sentirse mellados en
lo absoluto, por los frecuentes ataques de rábulas que denigran, con
frecuencia, a la función judicial, pero tampoco hace una patria grande, el
hecho que la judicatura sea el refugio de incapaces, deshonestos y
corruptos. Quien llega a un puesto judicial, tiene que estudiar con mucho
ahínco; dedicarse con todo empeño a su labor funcional; defender a toda
cosa su honestidad y reforzar su vocación de servicio hacia la comunidad.

Para el mejor desempeño de la labor jurisdiccional y para superar en parte las


dificultades técnicas de que hemos hablado en páginas anteriores, se
requiere de una mínima metodología de aplicación judicial.

El Poder Judicial constituye uno de los fundamentos de la democracia, pero a


diferencia de otros, carece de todo poderío, económico y material, pues sólo
puede alcanzar prestigio y calidad moral, valores espirituales que nos
incumbe acrecentar.

La sociedad debe encontrar en los jueces una garantía de justicia pronta y exacta.
Es necesario que el órgano jurisdiccional sea excelente en lo referente a la
calidad de sus miembros y en cuanto a su funcionamiento. Dos son los
elementos que es posible perfeccionar: a) el órgano jurisdiccional,
propiamente dicho; y b) su funcionamiento. Para lo primero tenemos las
leyes de organización del Poder Judicial; para lo segundo las leyes de
procedimiento.
Estando en desarrollo un vasto y completo plan de reforma de la legislación
nacional, es prematuro ocuparse de ellas. En cambio siempre es oportuno
incidir sobre la persona a quien la sociedad encarga administrar justicia.
Todo lo que se haga por dignificar la función judicial tiene que referirse a la
persona del juez. Por él debemos comenzar.

El fin supremo del Estado es procurar el bien común; para alcanzarlo necesita el
normal desenvolvimiento de los servicios públicos. Algunos son deficientes
debido al personal reducido, técnica atrasada, presupuesto deficitario, etc.
La sociedad se resiente de los malos servicios públicos, pues sus miembros
o son insuficientemente atendidos o simplemente, no les alcanza sus
beneficio. Pero aún en estos casos, la estructura interna del Estado no
resulta afectada.

En cambio si carecemos de jueces honestos, si las causas se absuelven


atendiendo a las persona y no a la justicia, las consecuencias afectan a la
sociedad misma, a su misma esencia. De muchas cosas puede prescindir el
Estado y con frecuencia así ocurre. Pero de lo que no puede privarse es del
honesto discernimiento de justicia. Su ausencia nos hace regresar a la
época, no a la ley del Talión que al establecer la proporcionalidad del
castigo con la ofensa, significó gran adelanto en el devenir histórico. La falta
de justicia nos lleva a la venganza privada, volveríamos a la época de las
cavernas, retrocediendo muchos siglos de civilización. Sin justicia no hay
seguridad jurídica ni paz social.

Como función del Estado, es la más alta y augusta. La circunstancia de que el


magistrado tenga en sus manos la suerte de una familia, el porvenir
económico de un hogar, la vida, libertad y dignidad de la persona humana,
la estabilidad de un matrimonio, hace que reúna en sus manos tal suma de
atribuciones que ningún otro funcionario lo iguala. Los poderes que ejercen
los altos funcionarios del Estado, tanto del Ejecutivo como del Legislativo,
pueden ser de mayor extensión, más generales, pueden tener de inmediato
mayor trascendencia social, pero ninguno de estos poderes mediante sus.
actos pueden quitarle el nombre a una persona, restituirle el apellido a un
hijo, procurar la paz social de una familia, privar la libertad y de la vida
a una
persona. Eso solamente lo puede hacer el juez. Por eso se dice que esta función
humana tiene algo de divina. Tremendo es el poder del Juez; todo lo puede
para la justicia, nada para sí. También es tremenda su responsabilidad ante
Dios y ante la sociedad.

El discernimiento de la justicia no es tanto problema de conocimiento como


voluntad. Nada pueden las luces del saber frente a quien no quiere ser justo:
el recio entender suple a la ignorancia.

A la justicia la representan ciega: no ve a nadie, sólo considera el peso de los


argumentos que inclinarán los platillos de la balanza.

No debe tener en cuenta ninguna consideración, sólo el dar a cada uno su


derecho. Pero el encargado de distribuirla es un ser humano con
inquietudes y problemas, con vinculaciones familiares y personales, así
como con las inevitables limitaciones de capacidad y tiempo. Este hombre
es el servidor de la justicia, el encargado de discernirla, es “la justicia
animada” como dijo Aristóteles. Ser al mismo tiempo Juez y Hombre es
dilema dramático: debe despojarse de todas sus debilidades y prejuicios,
prescindir de amigos, desatender recomendaciones y sobreponerse a
deseos y pasiones para discernir justicia con absoluta imparcialidad. El no
hacer justicia debe ser producto del error, del equívoco de buena fé, nunca
de la mala intención. Los jueces debemos tener siempre presente esta frase
de Couture, por la gran verdad que encierra: “La injusticia es un veneno que
mata, aun cuando se administre en dosis homeopáticas'’.

Desentrañar la justicia fue la preocupación de Sócrates en sus interminables


diálogos en el ágora ateniense. El tema central de la República de Platón es
la justicia como fundamento del Estado. Aristóteles, muy poco afecto a
efusiones líricas, en el Libro V de su Etica a Nicómano, hace aquella
suprema alabanza de la justicia, diciendo que: “Ni la estrella de la tarde ni el
lucero de la mañana son tan maravillosos”.

Santo Tomás explica por qué la Justicia descuella entre las demás Virtudes
morales, diciendo: “Las virtudes más grandes son necesariamente las más
útiles a los otros, puesto que la virtud es potencia bienhechora. Y por eso se honra
principalmente a los fuertes y a los justos; pero la fortaleza es útil a otros en
la guerra, más la justicia lo es en la guerra y en la paz”. Es la justicia la
virtud más importante para la vida de sociedad; exige que cada miembro se
limite y se contente con lo propio. Con razón se dice que la justicia es el más
firme sostén de la vida social; quien remueve tal fundamento, derrumba el
edificio social entero.

Mas que buenas leyes, la sociedad necesita buenos jueces. Las leyes responden a
quienes las emplean. Mejor música hará dice un autor un violinista virtuoso
con un instrumento mediocre, que un ejecutante mediocre, que un
ejecutante mediocre con un Stradivarius. Por ello a la ley, mero instrumento
hay que agregar el elemento “hombre”. Sólo conjugando uno y otro se
obtendrá buen resultado.

El verdadero derecho no está en los códigos y leyes, sino en los hombres^ que lo
aplican. Las leyes suelen quedar atrasadas y no pueden preverlo todo. Es
indispensable dice el profesor Colmo la función integradora de los jueces
que deben humanizar las leyes, completando vacíos y enmendando
defectos.

Existe otro aspecto de la cuestión, que nos atañe directamente: los deberes de los
Jueces. La honradez es el primero y más importante deber, faltando ella
falta todo. Así como el Estado debe asegurarnos independencia económica
y funcional, nosotros los jueces tenemos la obligación de discernir justicia
recta y rápida. La justicia tardía es media justicia, con ribetes de injusticia.

Los jueces deben vigilar el desarrollo de los procesos dentro de la estructura propia
de cada uno: en el civil para dictar las resoluciones apenas estén en estado,
sin esperar a que los litigantes lo requieran; en lo penal, orientando con
mano segura el desarrollo de la instrucción y concluyéndola en el plazo de
ley. Debe poner especial cuidado en que los secretarios de juzgados
cumplan sus obligaciones con imparcialidad y prontitud, vigilando su
conducta funcional para que ésta se desarrolle dentro del plano de la
honradez y de la eficiencia. Toda irregularidad recae sobre los propios
jueces pues a ellos se le acusaría
de connivencia o, por lo menos, de complacencia con sus inmediatos
colaboradores. El pueblo debe tener fe en la administración de justicia,
confianza en sus jueces. Debe considerar al Poder Judicial como el mejor
baluarte contra la arbitrariedad del poderoso y saber que puede recurrir al
juzgado con la seguridad de que si tiene razón, será amparado.

Veamos ahora el elemento humano mediante el cual el Estado realiza la función de


administrar justicia.

Para que el juez realice su augusta función a plenitud, es necesario que posea
virtudes especiales, pero debe rodeársele de los medios necesarios para
que aquellas puedan florecer. Hay que partir del supuesto que el juez no es
ni santo ni héroe, solo tiene la calidad humana normal. No debemos esperar
actitudes que suponen santidad, tampoco eligirle heroísmos. El juez es un
hombre que tiene exigencias como toda persona, con inquietudes y, a
veces, con urgentes problemas familiares y personales. Quiere trabajar
honestamente y sentenciar con justicia. Pero está expuesto a toda ciase de
tentaciones, según la naturaleza y cuantía de los asuntos que debe
dilucidar.

Al mismo tiempo que exigimos del juez las condiciones humanas de rectitud,
preparación y honestidad, la sociedad está obligada a ofrecerle condiciones
de independencia económica y funcional que aseguran el libre ejercicio de
aquellas.

Tengamos presente que todo lo que hagamos por la Magistratura, lo hacemos no


por la persona del juez, sino por la función judicial. Las personas varían
constantemente, la institución permanece. Tener buenos jueces es
indispensable para que exista justicia y paz en la sociedad.

La carrera judicial exige vocación especial. El sentimiento de justicia debe ser la


matriz de todas las virtudes del magistrado. El juez no que lo posea, será
juez a medias. Podrá ser inteligente, honesto, trabajador, pero lo íntimo, lo
fundamental, lo que hace al juez es tener este sentimiento por la justicia,
que es lo que da calor, dina-mismo, vida a la función judicial. Sentir la
justicia como cosa propia, vibrar con ella, sufrir con la injusticia.
E! juez no es dispensador de mercedes ni está al servicio de los amigos. La
sociedad le encarga dar a cada uno lo que es suyo, no lo ajeno; tiene la
delicada función de declarar en cada caso, de quién es el derecho. A nadie
se le ocurre pedirle a! cartero, la entrega de correspondencia que no le es
dirigida. Sin embargo este respeto que tiene con el cartero, no se guarda
con el juez.

De entre las varias condiciones que se exigen al juez una sobresale: la honradez.
Más que jueces sabios necesitamos jueces honestos.

Las Ratificaciones Judiciales establecidas en la Constitución de 1920 y mantenidas


en la vigente Carta Política, responden a la necesidad imperiosa de procurar
jueces honestos.

Esta medida, dolorosa pero necesaria, tiene saludables consecuencias. Establece


que la Corte procederá con criterio de conciencia, como jurado. Al evitar la
fundamentación, la ley considera que lograda la medida de la separación, no
debe lastimarse el buen nombre del no ratificado, ya sancionado con la
cesación en el cargo.

Para que estas condiciones humanas se desarrollen, es necesario que se den


circunstancias exteriores que lo permitan. Debemos pensar que todo juez
quiere ser honrado, pero debemos facilitarles esta tarea y no convertir la
honradez en acto heroico.

Exigencias de dos clases se presentan: económicas y funcionales.

1. Las económicas.- Las necesidades de la vida moderna inciden en todos los


campos de la actividad humana. La situación material influye en el desarrollo
de las aptitudes y en la productividad de los hombres. El progreso
económico es uno de los mayores incentivos que tiene el hombre. Los
jueces no hacen voto de pobreza. El Estado no puede ofrecerles riquezas
ellos no la piden, pero tampoco puede exigirles que vivan en la pobreza y en
la estrechez.
Para atraer a los mejores profesionales, debe dárseles retribución adecuada. La
realidad es que el incentivo económico juega rol importante en la vida de
sociedad. Si los abogados van a ganar sumas muy inferiores a las que
perciben sus compañeros en la profesión, es poco probable que pretendan
judicaturas ni que ingresen por el primer escalón de las Secretarías de
Corte.

La independencia económica que necesita el Poder Judicial no consiste solamente


en que pueda formular su propio presupuesto, si éste más tarde está sujeto
a recortes y supresiones.

Para que la disposición legal que faculta a la Corte Suprema a confeccionar el


presupuesto del Poder Judicial, surta los efectos que ella persigue, debe ser
completada con otra que establezca que, dentro del porcentaje que le
corresponde, las sumas que señale son intangibles. Los sueldos que
perciben los magistrados no deben ser inferiores a otros funcionarios de
igual categoría. Como el juez tiene impedimento legal y absoluto para
ejercer cualquier otra actividad y es profesional calificado, debe gozar de las
bonificaciones que la ley otorga a otros funcionarios igualmente calificados,
pero que carecen de impedimento en tan amplia extensión.

Se dirá que se pretende crear una clase privilegiada, una casta judicial. No hay tal
cosa, pues las ventajas sirven a la función, no a la persona.

El Perú necesita una judicatura que se destaque por su honestidad y preparación.


Para ello es necesaria adecuada retribución económica. Momentáneamente
los beneficiados son los jueces actuales, pero no miremos al presente. Si
queremos construir una nacionalidad sólida, debemos procurar una
judicatura excelente.

Pensemos en el Perú del futuro, no solamente en el del presente. En el Poder


Judicial necesitamos a los mejores profesionales. Para ello es necesario
ofrecerles situaciones decorosas atractivas económicamente, que el
ingreso a la carrera judicial no signifique perjuicio en cuanto al
sueldo, procurando que exista equivalencia entre lo que gana un abogado con lo
que va a percibir en la judicatura o vocalía.

Si al juez le alcanza su sueldo sólo para el diario vivir más no para los imprevistos
que siempre se presentan, no puede tener la tranquilidad espiritual
necesaria para el estudio y la meditación.

2. Las funcionales.- El juez necesita sentirse independiente en el ejercicio de


su ministerio; independencia con relación a sus superiores; con relación a
los demás Poderes del Estado; con relación a los abogados.

Los superiores debemos vigilar el cumplimiento de los deberes de función


exigiendo al juez que, dentro del término de ley, resuelva las causas.
Ninguna interferencia es justificable, salvo la de exigir pronta resolución.

En cuanto a los Poderes Públicos, el juez debe estar seguro que su actuación
profesional no será perturbada por la política; que los órganos de la
Administración Pública cumplirán y harán cumplir las resoluciones judiciales;
que el ascenso no está vinculado a las sentencias que expida y que en su
oportunidad integrará ternas y será promovido.

Igual independencia debe observar frente a los abogados, especialmente a


aquellos que por influencia política, pretendan, en vía de trueque, cambiar
sentencia por ascenso. Una digna actitud deben observar los magistrados
frentes a las publicaciones, mediante las cuales se pretenda influir en las
resoluciones judiciales. El silencio que siempre hemos observado no debe
interpretarse como reconocimiento de la veracidad de la publicación; es que
los jueces no podemos colocarnos a la altura de quienes usan esta clase de
armas.

Solamente con argumento y con pruebas, los abogados pueden lograr


resoluciones favorables. Pero deben admitir que, dentro de lo humano,
siempre existe un margen para el error judicial. La rectitud de nuestro
proceder es la justificación de estos casos dolorosos, pero humanamente
inevitables.
Después de los jueces, nadie tiene más interés en la dignificación de la función
judicial, que los abogados. Debe traducirse en una cordial colaboración de
los Colegios con las Cortes mediante informes, quejas y reclamaciones,
debidamente fundamentadas, pero sin recurrir a ciertas formas de publicidad
que mellan el prestigio de la Institución.

El comentario doctrinario de las ejecutorias supremas, es conveniente en cuanto


contribuye a conocer y señalar la orientación jurisprudencial. Mas no puede
aceptarse que fuera del ámbito jurisdiccional se discuta sobre las
resoluciones judiciales, en forma que se atente contra el prestigio del Poder
Judicial o se menoscabe la autoridad de la Cosa Juzgada, reconocida en la
Carta Política como una de las bases de la organización jurídica del Estado.

Comentando los Mandamientos del Abogado, Couture insiste en el acatamiento


respetuoso de las decisiones del juez, siendo impropio seguir discutiendo el
problema que motivó el juicio, después de la sentencia; que producida la
cosa juzgada, debe ser respetada, sin tratar de obtener, contra un enemigo
inexistente, una victoria que se le ha escapado de las manos.

Si nuestro paso por el Tribunal Supremo puede señalarse corno un escalón más en
esta urgente tarea de dignificar la función judicial, estaremos satisfechos por
considerar que hemos colaborado en una obra de trascendencia nacional.
Nuestra finalidad es lograr que cualquier ciudadano, por modesto que sea
pueda repetir la célebre frase del molinero prusiano: “Todavía hay jueces en
Berlín”
1. IMPARCIALIDAD Y DILIGENCIA DE LOS MAGISTRADOS

Así como se ha establecido que la independencia institucional de la magistratura se


basa en la no interferencia de autoridades o intereses ajenos al Ministerio.

“Los magistrados deben cumplir sus funciones en forma imparcial y con diligencia”

La imparcialidad es el atributo primigenio del juez y del fiscal, Consiste en la


capacidad de tomar decisiones dejando de lado los sentimientos, simpatías
e intereses propios del juez. La autonomía e independencia, de la que
hemos hablado anteriormente es fundamentalmente la defensa de la
magistratura frente a las influencias externas del poder. La imparcialidad
evita la contaminación interna del juez y del fiscal frente a su propio ser
interior y reclama la neutralidad del juzgador o acusador frente a las partes.
En consecuencia, se espera justificadamente que el juez tome la decisión
que corresponde en justicia, aun cuando en las mismas circunstancias una
persona se vería doblegada por sus sentimientos hacia las partes o su
interés vinculado a alguna de ellas. Se dan como ejemplos de imparcialidad,
la fortaleza que debe tener un magistrado de aplicar e interpretar la ley,
digamos, para embargar los bienes de una viuda deudora en los días
previos a la Navidad; o para privar o no de la libertad a una persona
acusada de un delito en contra de lo que expresen los medios de
comunicación; o para resolver un caso judicial sin poder darle la razón al
equipo de fútbol del cual el magistrado es hincha. Es pues la imparcialidad la
que se expresa en el aforismo latino dura lex set lex, la ley aunque sea dura
se cumple.

Y es que la imparcialidad del magistrado es, en definitiva, el atributo que brinda


mayor legitimidad a sus decisiones. Los conflictos que se deslindan ante el
Poder Judicial y el Ministerio Público, ya se ha referido, son de la máxima
importancia para la vida cotidiana resultan de la controversia, de la
confrontación de puntos de vista divergentes que un tercero imparcial debe
zanjar de manera definitiva. Solamente si el magistrado es imparcial, si
actúa con neutralidad, su decisión será definitiva, incuestionada, admitida por las
partes, respetada y, en consecuencia, reconocida como válida por la
sociedad.

De la imparcialidad del juez se deriva la función restauradora de la paz social que


es inherente a la magistratura en el Estado democrático de derecho. La paz
social se entiende no solamente como el reconocimiento del fin de la
controversia entre las partes, sino también como la aceptación de la
sociedad de que una autoridad creíble por imparcial ha dado su última
palabra que es aceptada por todos. La imparcialidad es por ello garantía de
la confianza pública que la nación deposita en manos de jueces y fiscales.
Es, además, sustento de la paz social. Esta es en definitiva la
institucionalidad que fundamenta la convivencia social y el orden
democrático, la que admite el fin de los conflictos y los admite porque surge
de una decisión imparcial y en la que el magistrado ha aplicado
prudentemente la búsqueda del justo medio. Ello concluyentemente es la
materialización de la justicia, el fin último de la función del magistrado.

Por ello cuando se reclama la estabilidad jurídica para sustentar la convivencia en


sociedad, en un gobierno de leyes y no de personas, se está exigiendo que
las decisiones del magistrado en función del juzgador o del fiscal sean
imparciales, apegadas al criterio de justicia que las sustente y no al interés
personal que las haría arbitrarias o caprichosas, inseguras en consecuencia
e incapaces de restaurar la paz por convertirse irremediablemente en foco
de cuestionamiento. Más aún, las decisiones imparciales de los magistrados
están des tinadas a resolver los conflictos y garantizar la estabilidad jurídica
de hoy y de mañana.

Lo hacen hoy como ya se dijo restaurando la paz social, siendo admitidas sus
decisiones como definitivas. Y lo hacen también mirando a mañana, al
futuro, en la medida en que por imparciales estos precedentes permiten
predecir cómo más adelante, en situaciones similares, las controversias se
van a resolver razonablemente de manera similar. Esta predictibilidad, esta
posibilidad de adelantar razonable y saludablemente el sentido de las decisiones
futuras de la magistratura sólo es posible en la medida en que los jueces
resuelvan de manera imparcial.

Sin embargo, con todo lo importante que es ello, en realidad no basta, pues
lógicamente al magistrado se le exige diligencia. Esta es la atención y el
cuidado con el que se llevan a cabo las cosas, especialmente en el campo
profesional y del cumplimiento de los deberes de función, para que el
magistrado no corneta errores, no caiga en el abuso, para que no incurra en
defectos que, aparte de consagrar injusticias, pueden tener resultados
irreversibles con respecto a la confiabilidad de sus decisiones.

El magistrado no solamente debe empeñarse en atender cuidadosamente las


actuaciones que debe llevar a cabo y el horario en que deben realizarse,
sino que también debe ser especialmente estudioso y preocupado por el
contenido y la calidad de sus resoluciones, informes, dictámenes y
sentencias. Es la calidad en la sustentación jurídica, en la aplicación que
hace de las reglas de la hermenéutica, en la argumentación en la que funda
menta sus decisiones, en la forma en la que las presenta y comunica a las
partes y a la sociedad en su conjunto, lo que sustenta en definitiva la
excelencia de la función que cumple.

Se ha desarrollado anteriormente las virtudes de la ética y las virtudes del intelecto


que deben inspirar la actuación de los magistrados. La diligencia que se
exige a jueces y fiscales consiste en el esfuerzo cuidadoso y reiterado de
aplicar tales virtudes al ejercicio diario de la función para el logro tanto de la
excelencia personal, como de la calidad de su trabajo.

En realidad los magistrados al ser diligentes en su trabajo deberían apuntar no


solamente a resolver el caso concreto, sino a producir resultados de tan
buena calidad que sus sentencias y dictámenes sean objeto de estudio en
las universidades o comentario en revistas.

Deben aspirar a que sus sentencias y dictámenes sean citados como antecedentes
por parte de juristas especializados o como precedentes por
parte de los más altos tribunales del Perú y del extranjero. Se dice que un
magistrado de Corte Suprema se consagra cuando la Corte Suprema de
otro país o cita y considera su voto como precedente o referente en los
fundamentos de una nueva sentencia. Hoy en día, esto queda extendido ya
no únicamente a las Cortes Supremas de otros países, sino a los Tribunales
Constitucionales y a los organismos de protección de los derechos
humanos, como a Comisión Interamericana o la Corte Interamericana de
esta materia. Así, con la diligencia debida, jueces y fiscales deben cumplir
su función diciendo el derecho, haciendo justicia en el caso concreto con tal
cuidado y atención que sean ejemplo para otros en su distrito judicial, en su
país y también en el exterior.

El Dr. Carlos Parodi Remón \ en su libro “El Derecho Procesal del Futuro”, citando
a Español Juan Montero Aroca, al referirse a la imparcialidad e
independencia de los Magistrados dice: Estimamos que el mismo autor
español Montero Aroca, cuya tesis comentamos, refuerza nuestra
concepción, en el párrafo que transcribimos: "En los últimos años puede
registrarse en el mundo una clara tendencia a desmitificar la figura del Juez..
Frente a la concepción de éste que nos lo presentaba, hace pocos años,
como mitad sacerdote, mitad jurista y que hablaba de la sagrada misión de
juzgar, hoy se tiende a hablar del juez como un funcionario público sin más y
de la Justicia como un servicio público. Entre esas dos posturas que
calificamos de extremas y que representan, una vez más, la vieja ley del
péndulo a la que tan aficionados somos, conviene no dejarse arrastrar. El
juez no es ya el sacerdote, único conocedor de lo arcano del derecho; el
mito se ha roto y para siempre. Pero tampoco es un funcionario más. En su
independencia se basa la piedra final del edificio del Estado democrático
como dice Loewenstein y ello ha de comportar una situación especial. No es
un funcionario más, reconoce el ordenamiento jurídico. La función
jurisdiccional, tal y como la hemos descrito, necesita jueces, independientes,
y la independencia precisa algo más que su mera declaración; precisa una
serie de garantías que son las que constituyen el
status específico de jueces y magistrados. Sin esas garantías, sin independencia,
no hay verdadero ejercicio de jurisdicción.

Y luego agregó el renombrado autor nacional Profesor de la Universidad de San


Marcos.

En efecto, agregamos nosotros; el juez es un funcionario especial, calificado, pero


funcionario al fin. Así, el justiciable se sentirá cerca de él y juntos, en una
armoniosa síntesis, buscarán la verdad y a través de ella la justicia y la paz.
Llámese Poder Judicial o Administración de Justicia. Se considere o no al
juez como funcionario. Lo que importa es la honestidad y la ética del juez.
De ellas depende su independencia, la que no puede garantizar norma
alguna por elevada que sea en cualesquier sistema normativo. La
independencia judicial es un atributo de la personalidad y nadie puede
garantizarla como no sea la misma persona humana que es el Juez.

Como corolario de esta secuela de pensamientos respecto de la independencia


judicial y de la calidad de funcionario del juez, podemos afirmar que,
contrariamente a lo que se ha venido considerando, la verdadera
responsabilidad del juez no termina con la expedición de la sentencia sino
que se inicia con ella; debe responder ante la opinión pública, ante los
ciudadanos, de la honradez con que ha procedido, de la base moral que
inspiró su fallo; el derecho, el proceso, son medios para preservar la paz
social, la cual sólo puede ser fruto de la justicia. Una pretendida paz social
basada en fallos judiciales poco sólidos, endebles, sin sustento ético, es una
paz social irreal, peligrosa para el futuro de un país, pues se basa en el
temor y no en el respeto, en la obligación y no en la convicción. Por eso el
justiciable, el usuario de la justicia, es ante quien el juez debe siempre
responder. Apreciar la responsabilidad del juez en función del ciudadano
común que pide justicia, es uno de los mayores logros que se puede
alcanzar en la ciencia procesal y es también uno de los pocos fundamentos
concretos de pretender un futuro mejor”.
La administración de Justicia en el Mundo Moderno. Es frase corriente, pero no
menos cierta, es decir que en la historia de la Humanidad, atravesamos una
época especialmente grave, cuyo resultado depende de la actitud que
nosotros tomemos ante los problemas que confrontamos. La más alta
autoridad moral del mundo, el Papa Paulo VI en reciente Encíclica declara
que nos encontramos frente a graves problemas que tenemos que resolver,
entre los cuales destaca en la Cuestión Social, que al decir del mismo
Pontífice “ha tomado una dimensión mundial”.

La justicia en general y los jueces dentro del ámbito particular de su actividad, no


escapan a este deber de colaboración para forjar un mundo más justo.

Los tribunales de justicia tienen una función propia y dentro de ella deben tomar
parte activa en la adaptación del derecho a los problemas sociales. La
vinculación del Juez con las transformaciones modernas es clara. Concurren
situaciones cuya Injusticia exige remedio inmediato y cuando el pueblo
pierde confianza en sus jueces y no espera el resultado del litigio por
suponerlo desfavorable, entonces apelará a la violencia. A menudo la
violencia es engendrada por la injusticia y en ello pueden tener
responsabilidad los jueces.

Desde el siglo pasado existe la controversia entre quienes creen que el Derecho
debe limitarse a seguir con las innovaciones, dándoles aspecto jurídico, mas
no a guiarlas; y otros que opinan que el Derecho debe ser un agente activo
y eficaz en la creación de nuevas normas. Estos dos puntos de vista
contradictorios estuvieron presentados por Savigny y por Bentham
respectivamente.

Desde comienzos del presente siglo y como lógico resultado de la _ Revolución


industrial, la presión creciente de los avances industriales y técnicos y de las
nuevas filosofías sociales y políticas, había llevado a muchos juristas a
pensar sobre el derecho de un mundo nuevo; a considerar el Derecho
primordialmente como un Instrumento de evolución social. La lógica y la
técnica vinieron a ser consideradas como elementos
de la interminable carrera entre el Derecho y los nuevos problemas sociales.

Después de la Primera Guerra Mundial y especialmente de la Segunda, el ritmo de


los cambios sociales se ha acelerado más allá de todo lo imaginable. El
desafío del derecho es más poderoso y urgente.

Desde hace muchos años, juristas y jueces eminentes coinciden en que no sólo es
derecho sino también deber del juez tomar nota de los cambios
fundamentales del mundo moderno. El Derecho Consuetudinario no existiría
si los jueces ilustres hubieran aceptado, de tiempo en tiempo el reto
planteado por la realidad social asentando principios jurídicos nuevos para
responder a problemas sociales nuevos.

La misión que le corresponde a! Juez moderno es cada vez más complicada. No


puede tomar ninguna decisión importante sin una cuidadosa ponderación de
los valores e intereses antagónicos. En los gobiernos totalitarios se elimina
este peligro, porque el gobierno dicta lo que el Juez debe hacer. Pero en las
democracias donde imperan; la ley y el derecho, la labor judicial es más
pesada, pero más noble.

El juez no puede rehuir el peso de la responsabilidad individual. En sus sentencias,


los grandes jueces tienen que reflejar los tremendos problemas que se
presentaron para dictar su fallo y que previamente tuvieron que resolver.

Vivimos en una época de incertidumbre y de peligros. Es tentador escapar a la


responsabilidad que recae sobre el juez y evadir el peso de las decisiones.
El Derecho debe aspirar a la certidumbre, a la justicia, a la verdad legal y,
mediante las sentencias al mismo tiempo que se aplica la ley, el juez debe
buscar alcanzar la justicia. Los grandes jueces nos enseñan no un
conocimiento infalible ni dan una respuesta cierta para todos los problemas
sociales; tal cosa es imposible. Sólo nos dan clara percepción de los
problemas de la sociedad contemporánea y la
aceptación del peso de las decisiones, que ninguna suma de conocimientos
jurídicos puede quitarnos de encima.

Si bien la sociedad exige de sus jueces el fiel cumplimiento de su deber, es decir la


recta administración de justicia, los jueces nos vemos obligados a exigir una
sociedad más justa, en donde el hombre pueda realizarse plenamente, en
donde se pueda superar lo que Paulo VI ha llamado “el escándalo de las
disparidades hirientes”. Mientras subsista entre nosotros el hambre y la
miseria, la riqueza acumulada en unas pocas manos, la propiedad mal
distribuida y un amplio sector de peruanos marginados de la vida social y
económica del país, es imposible hablar de justicia. La justicia no es sólo
una virtud en abstracto, es la adecuación perfecta entre el deber ser y el ser.

Esta adecuación perfecta entre el deber ser y el ser sólo es posible conseguirla por
medio de una reforma completa de nuestras estructuras sociales tendiendo
al desarrollo integral del hombre y la comunidad. El medio de lograr ese
propósito es una acción efectiva del Estado que sea capaz de desterrar la
miseria, y la ignorancia.

Para esto es necesario un Estado que añada a sus clásicas funciones de ser
tutelar y sucedáneo, la de un Estado dinámico con capacidad para planificar
la producción y distribución de la riqueza.

Cumpliendo con estos objetivos los países como el nuestro podrán


librarse de dos peligros que los acechan: los regímenes totalitarios y el caos.

Los jueces somos testigos de la necesidad de estas reformas inaplazables, pues


en nuestro cotidiano trabajo nos toca juzgar a delincuentes que,
generalmente, provienen de las clases menos favorecidas. La ley nos obliga
al juicio y sanción respectiva, pero queda siempre en nosotros la evidencia
de que este individuo procesado y penado, no ha merecido nunca la menor
atención de la comunidad; muy por el contrario, ha carecido de lo más
elemental, ha vivido en condiciones infrahumaans, ha
llegado al delito empujado por el hambre, en su afán de poder subsistir, o si no,
debido a la promiscuidad del ambiente en que vivía. No puede, pues, la
sociedad escandalizarse de sus delincuentes, pues éstos son productos de
ella misma.

Nuestro deber es sancionar el hecho, pero el deber de la sociedad es corregir las


deficiencias que son el origen. Es decir crear un orden de equidad, en donde
la vida del hombre se desarrolle dentro de un marco de dignidad. Establecer
como principio de justicia que el bien común está por encima de los
intereses particulares y que la propiedad no puede erigirse, como hasta el
momento, en un derecho incondicional. El ejercicio de este derecho no
puede nunca conllevar detrimento alguno para el bienestar general. Bien
dice Su Santidad que No hay ninguna razón para reservarse en uso
exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás les falta
lo necesario”. La expropiación es la medida a seguir en estos casos, por
bien de la justicia y cumpliendo con lo previsto por nuestra Carta Magna.

No estamos ajenos los jueces a los problemas sociales que nos aquejan.
Comprendemos que el momento crítico en que se vive necesita de urgentes
reformas, de audaces innovaciones, siempre dentro de los canales
democráticos, pues la democracia no es, de ningún modo, una institución
para mantener un orden vigente injusto; la democracia es la forma saludable
y dinámica de gobierno popular por la cual se puede llegar al desarrollo.

Es necesario reaccionar ante el pavoroso cuadro que presenta nuestra realidad


social, pues, según advertencia de Paulo VI, la subsistencia de esta
situación ‘‘no hará mas que suscitar el juicio de Dios, y la cólera de los
pobres, con imprevisibles consecuencias”.

La Administración de Justicia debe responder a las necesidades urgentes del


mundo moderno; de no hacerlo, el pueblo prescindirá de sus jueces. La
confianza en los jueces es indispensable para la armónica y justa
convivencia social. La buena justicia en la tierra, dentro de las
imperfecciones de las cosas humanas, es cuestión de hombres. Sin buenos jueces
de nada sirven las mejores leyes; de existir, fracasarán en manos de malos
jueces.

En su discurso inaugural del Congreso Internacional de Derecho Procesal,


celebrado en Fiorencia en 1953, Calamandrei describiendo las dificultades
del nuevo Código, dijo que siempre oye decir que en Francia e Italia los
estudios procesales se encuentran más avanzados que en Inglaterra, pero
que esta superioridad no le convence mientras no se demuestre que en
Inglaterra la justicia civil o penal funciona peor que en Francia e Italia.
Agrega “para qué sirve la superioridad científica sino está acompañada de
una mejor justicia”. Concluye diciendo que ‘‘pensaría que los ingleses
no estarían dispuestos a cedernos, a cambio de nuestra mayor ciencia
procesal, su mejor justicia”.

El verdadero derecho de un país no está en sus leyes si no en los hombres que las
aplican. Las leyes se dictan en un momento dado y con el transcurso del
tiempo, suelen quedar atrasadas; además no pueden preveerlo todo. Es
indispensable la función integradora de los tribunales que en su labor diaria,
actualizan y completan las leyes.
1. REFLEXIONES SOBRE LA JUSTICIA

Cuenta el Prof. Alfredo Colmo, ilustre civilista argentino, que a fines del siglo
pasado fue a Alemania y quiso visitar al Principe Otto von Bismarck,
Canciller del Imperio recién fundado. Le fue concedida la entrevista y la
primera pregunta que le hizo el célebre político fue “

¿Cómo anda la justicia en vuestro país?”. Era lo único que le interesaba saber
sobre Argentina, pues enterado de la marcha de la administración de
justicia, conocida todo lo demás.

Bolívar cuyo genio político es indiscutible, en el Preámbulo de la

Constitución Vitalicia dice:

“La verdadera constitución liberal está en los códigos civiles y criminales, y la más
terrible tiranía la ejercen los tribunales por el tremendo instrumento de las
leyes. De ordinario el Ejecutivo no es más que el depositario de la cosa
pública; pero los tribunales son los árbitros de las cosas propias de los
individuos. El Poder Judicial contiene la medida del bien o del mal de los
ciudadana y si hay justicia en la República, es distribuida por este Poder”.

En el Estatuto Provisorio de 1821, San Martín expresa

“Mientras existan enemigos en el país hasta que el pueblo se forme las primeras
nociones de gobierno por si mismo, yo administrar el poder directivo del
Estado, cuyas atribuciones sin ser las mismas, son análogas a las del Poder
Legislativo y Ejecutivo. Pero me abstendré de mezclarme jamás en el
solemne ejercicio de las funciones judiciales, porque su independencia es la
única y verdadera salvaguarda de la libertad del pueblo”.

Como función del Estado es la más alta y augusta. El magistrado tiene en sus
manos la suerte de un patrimonio, el honor de una familia o la vida de tanta
importancia para el ser humano que ni el mismo Jefe del Estado las posee.
Podrán los políticos manejar los grandes intereses del país, los legisladores
dar las leyes que enrumben a la nación, pero queda a los jueces procurar la
felicidad del pueblo.
Los jueces honestos sabios asegurar la paz social y los que pueden estar
tranquilos sabiendo que en caso de conflicto con particulares o de abuso del
poder público, tienen quién defienda y ampare sus derechos.

He relatado la escena del molinero de Postdam, que, ante la prepotencia del rey
prusiano, tenía una defensa: el juez de Berlín.

De muchas cosas puede prescindir el estado moderno; de lo que no puede


privarse, es de la judicatura. Existen países que no tienen ejército, pero no
los hay sin jueces. Si los suprimimos volvemos a la ley de la selva,
regresamos a la justicia por mano propia. Retrocedemos miles de años de
civilización.

Durante el presente siglo hemos acumulado un inventario de agravios obre la


función judicial que, en estricto, solo consiste en un recuento de truculencias
que los medios de comunicación masiva se han encargado de publicitar. En
cuanto puede haber contribuido el Estado a producir éste desprestigio a
quien debería ser su principal funcionario, constituyendo un dato real que
solamente falta precisa el porcentaje. Si el fin del Estado es la obtención del
bienestar general de su comunidad, ninguno de los proyectos nacionales de
nuestros gobiernos republicanos ha comprendido la trascendente cuota que
la existencia de un servicio de justicia eficaz aporta a la búsqueda de ese
prospectivo bienestar general.

Por otro lado una deficiente formación cultural básica debido al proceso de la
educación formal, ha determinado que el ciudadano peruano común del
presente siglo no haya percibido que el juez y su futuro son tan importantes
para él, sus derechos y su libertad como el aire que respira, ya que
cualquier joven peruano de veinte años debe haber cantado nuestro himno
patrio, no menor de un centenar de voces, esa es parte de su formación
civica tradicional, sin embargo es incapaz de percibir que la posibilidad que
la primera frase del himno (somos libres) se concrete depende de que
contemos con un Juez independiente, especializado, bien remunerado ¿Qué
puede esperarse de un sistema educativo que enseña a memorizar el
poema prescindiendo de su significado?.
En síntesis el Juez nacional es para el común de los peruanos lo que el interés
delos ganapanes y corruptos en ejercicio de alguna cuota de poder, quieren
que sea un sistema social por mas impuesto y desprovisto de valores que
ésta, se puede mantener intacto, si se margina y se maltrata a las
instituciones que deben ser porta estandartes del cambio. Esta afirmación tal
vez explique la paupérrima situación del poder judicial nacional. Por lo
demás, la única revolución que un sistema democrático puede legitimar es
aquella que discurse en el cauce que le provee un derecho y un sistema
judicial idóneos.

Durante toda la época republicana de éste país que se llama Perú, en cada rasgo
esencial de su dramática existencia, suele superar los limites de lo
imaginable, se permite un triangulo de miseria, olvido y marginación,
construido por sus gobernantes sobre la base de un proceso histórico
excepcional; una constante negligencia que por la eficaz parecería haber
sido estudiada ó convenida. Este triángulo tiene en sus vértices al profesor
de la escuela fiscal del médico del servicio de salud estatal y al juez.

Nuestros gobernantes siempre han tenido debilidades especificas inclinadas hacia


un objetivo concreto. En el sigo pasado por ejemplo hubo quien jugó el
destino del país a la expansión del ferrocarril, mas adelante alguien
enloqueció por las carreteras, ya en tiempos mas cercanos, los intereses
variaron y el gobernante empezó a jugar con el sueño de su tren eléctrico
cargado con la solución de los problemas económicas de las diez próximas
generaciones de su familia, ahora ultimo se entrega computadoras en las
escuelas, aunque estas funcionen en local arrendado y no tengan fluido
eléctrico, desgraciadamente el valor justicia, nunca ha sido el preferido de
nadie.

Es evidente que el instinto de “control judicial” permanece intacto. Podemos admitir


que los instrumentos del jefe para controlar el servicio de justicia se han
vuelto más sutiles, digamos que el poder se ha sofisticado , pero insiste en
su práctica de copamiento por la misma razón que un zorro de casa y
devora gallinas porque es un hecho natural.
1. LA FUNCIÓN JUDICIAL Y SU TRASCENDENCIA ÉTICA

Algunas comprobaciones elementales sobre la función judicial, como las que se


exponen a continuación, pueden parecer obvias, pero no hay que olvidar
que la función de juzgar, una de las más antiguas en la historia del hombre,
conserva hasta hoy los rasgos primitivos y esenciales. La vida social, en
efecto es siempre aunque no exclusivamente, conflictiva. Lo que es debido a
cada uno no es algo diáfano en la práctica, y esa oscuridad se conjuga con
la aspiración permanente, natural, a que se haga justicia.

Existen sólo tres modos posibles de dirimir los conflictos: la composición,


conciliación o reconciliación entre los litigantes; el recurso a Ia fuerza, con la
victoria del más fuerte; la constitución de Lina función arbitral o judicial
pública con la posibilidad de obligar al cumplimiento de lo decidido o
sentenciado. El consejo del suegro de Moisés (tal como se lee en Exodo 18,
20-22) sigue siendo válido: «Escógete de entre el pueblo hombres capaces,
temerosos de Dios, hombres íntegros, libres de la avaricia, y constitúyelos
sobre el pueblo como jefes de millar, de centena, de cincuentena y de
decena, para que juzguen al pueblo en todo tiempo. Que a ti te lleven
únicamente los asuntos más importantes; los demás, que los juzguen ellos».
Aunque existe ahí todavía una cierta confusión entre el poder judicial y el
poder ejecutivo, se señalan claramente además de las cualidades
esenciales del jue las diversas instancias y una cierta gradación por
materias.

Con todo, muchas de las páginas dedicadas a la deontología profesional de los


jueces, notarios y abogados tienen completa vigencia para las demás
profesiones mencionadas. Piénsese, por ejemplo, en lo que se refiere al
secreto profesional, a los deberes de la colegialidad, a las relaciones entre
el abogado y el cliente (perfectamente válidas cuando el cliente es el Estado
o cualquier entidad pública). Especial interés revisten los principios que se
dan sobre la actitud del juez y del abogado ante la ley injusta.
Carlos Ferdinand Cuadros Villena, en su libro “Ética de la Abogacía y Deontología
Forense hace un análisis de la trascendencia ética y la moral del Juez de la
siguiente manera:

La moral del Juez, desde el momento en que la sociedad se organiza y se separan


las diferentes funciones del poder del Estado, existe una función estatal
destinada a resolver el conflicto. Junto a los llamados poderes ejecutivo y
legislativo, surge la función jurisdiccional del Estado en la que se realiza la
misión del Juez. Es la función destinada a administrar justicia. Pero cuál
será la justicia que administra el Juez. Será necesariamente la que está
establecida en la ley. Consiguientemente el poder judicial, o jurisdiccional
está condicionado necesariamente a la naturaleza y forma de las leyes
existentes en el país, que hayan sido promulgadas por un determinado
Estado. No se trata pues de la búsqueda y administración de una justicia
abstracta. No es el ideal de justicia el que busca el Juez. El Juez administra
justicia de acuerdo con la norma vigente.

El juez debe corresponder a las virtudes que se exigen al abogado con las que se
esperan de él como sujeto imparcial del proceso. Pareciera una irreverencia,
por sabido, decir que es la primera la honradez, pero quiero remarcarla para
consignar dos datos históricos.

Fue un problema de deshonestidad judicial, es cierto, lo que dio paso a la santidad


de ALFONSO DE LIGORIO. Defendía éste un famoso pleito de los Orsini
sobre el feudo de Anatrice y lo perdió por influencias políticas y sobornos.
Amargados por el sucio juego de las intrigas abandonó su carrera de
abogado exclamando: "Bien fe conozco, oh mundo, adiós tribunales, jamás
volveréis a verme" se apartó de la profesión e inició su vida de santidad,
ignorando que la sentencia sería después revocada por el tribunal de
apelación de Viena.

A la discreción debe sumarse el decoro, manifestado en la permanencia de una


conducta austera, inobjetable y digna, no sólo en el ejercicio de su función,
sino también en sus maneras, en su trato y en su vida pública y
privada. Es en la dimensión total de la conducta que se expresan la jerarquía y la
autoridad.

Si el abogado debe cultivar la sabiduría jurídica, el juez debe hacerse digno del
"iura curia novit" que SENTIS MELENDO, estudió en páginas magistrales. Si
los jueces no saben, todo estará perdido. Pero no es suficiente con saber el
derecho. El deber de la ciencia se integra: a) con el deber de conocimiento
jurídico, b) con el deber de conocimiento extrajurídico aportado por las
ciencias auxiliares y la propia experiencia, c) con el conocimiento acabado
del caso en examen.

Bien decía VANDERBILT: "necesitamos jueces doctos en derecho, no sólo en el


derecho de los libros, sino en este otro mucho más difícil de alcanzar, el que
se aplica vividamente en las salas de los tribunales, jueces de profunda
versación en los misterios de la naturaleza del hombre, y peritos en
descubrir la verdad en ¡os testimonios contradictorios de la falibilidad
humana”.

El juez debe ser sereno y equilibrado, pero a ¡a vez lo bastante sensible para
comprender el significado de su justicia. Por eso hacen falta jueces
humanos y no sirve la máquina de la justicia por tarjetas que describía
GIOVANNI PAPINI, que por una ranura se ponía el caso y salía el fallo por
la otra. Hace poco leía un libro de un señor TRAVER que contenía esta
buena reflexión: “Los jueces como todas las personas, pueden dividirse en
dos clases: jueces sin cabeza ni corazón, a los que debe evitarse a toda
costa; jueces con cabeza pero sin corazón, que son casi tan malos, jueces
con corazón pero sin cabeza, peligrosos aunque mejores; y por último los
pocos que tienen a la vez corazón y cabeza".

Por fin el juez, debe tener coraje y ha de ser valiente para preservar la
independencia que es garantía de su imparcialidad. El respeto de los demás
poderes al Poder Judicial es imprescindible para que la sociedad no se
destruya, y ha de ser una labor constante, de todos los ciudadanos y no sólo
de los jueces afianzar ese respeto y esa independencia. Pero el primer
aserto de ella tiene que ser el propio juez. El que se deja dominar
por el temor, o queda cautivo de las prevenciones, el caviloso o el indefinido, el
indeciso o el sumiso, es un juez que desmerece la grandeza de su misión, y
lo que es peor, configura una falsificación del juez, que usurpa una posición
de poder; y es dañino para la sociedad que le confió su estrado.

VALORES COMUNES Y BUENAS RELACIONES PARA UN DESTINO


COMPARTIDO

Estas son, si no todas las que cabe esperar o exigir, virtudes que pueden asegurar
a jueces y abogados la consideración general, jerarquizar la justicia y
afirmar la justicia en sus decisiones. Lograr la auctoritas, ese procedimiento
que supieron ganar los pretores de la vieja Roma, por su sabiduría y su
honradez, a punto tal que puede anotar la historia que no se sabe de
ninguno que fuera condenado y arrojado de la roca Tarpeya. El prestigio no
se da por añadidura ni viene con la función. Es algo que también se
conquista en el esfuerzo y el ejemplo cotidianos.

Esta reflexión comprende y vincula a jueces y abogados. Unos y otros son los
juristas, a quienes Ulpiano llamó sacerdotes "porque velamos por la justicia
y difundimos el conocimiento de lo bueno y de lo justo". Serlo de verdad no
es cosa fácil, porque supone esfuerzo. Como decía SENTÍS, no hay
sacerdocio sin sacrificio.

Sobre la base de esas virtudes necesarias, cultivadas y exaltadas, se darán las


mejores relaciones entre jueces y abogados. Unos y otros coinciden en su
origen y confluyen en su destino por una misión común para la cual el orden
de la vida les asignó roles diversos para idénticos fines superiores.

En esa conjunción de esfuerzos, ¿qué se procura? ¿cuál es el objetivo perseguido,


la esencia de esa misión de afanes compartidos? ¿la justicia, la paz, el
derecho o la vigencia de la ley?

El derecho es la lucha contra la injusticia, dice IHERING. El derecho - agrega-


encierra la antítesis de la lucha y la paz. La paz es el término del
derecho, la lucha es el medio para alcanzarlo. Y como es una idea de fuerza, la
justicia tiene en una mano la balanza y en la otra la espada. Pero el derecho
debe ser afirmado y conquistado, cotidianamente, por la obra de todos. “El
derecho es trabajo sin descanso, no sólo de los Poderes públicos, sino de
todo un pueblo” por lo que "todo hombre que lleva en sí la obligación de
mantener su derecho, toma parte en este trabajo nacional y contribuye en lo
que pueda a la realización del derecho sobre la tierra".

La vigencia del derecho y la justicia necesita de la paz, que debe ser mantenida
incluso luchando continuamente contra la violencia. En la afirmación de esa
paz, para la vigencia de la ley, los jueces y los abogados participan de
manera principal y decisiva. Su primera misión, entonces, es preservar el
derecho.

Pero aquí suelen dividirse las posiciones. Unos piensan que esto se logra por la
justicia del caso concreto, incluso a pesar de la ley; y en el extremo opuesto
otros creen que sólo la ley, aún la dura lex, resuelve la vida, olvidando que
la justicia precisa contenido humano. Uno, que preocupado por la ley no
alcanza a ver nunca la justicia; otro, que por encontrar la justicia como él la
cree o la piensa, se olvida del derecho. La famosa frase de quien decía "el
código civil nunca me ha impedido hacer justicia", puede resumir una virtud
plena de sensibilidad judicial, pero puede ser peligrosa si consiste en una
actitud sistemática de menosprecio a la ley, que es expresión de la voluntad
general. El juez debe ser justo, pero ha de ser el primer aserto de la
legalidad. Y si bien "la ley reina y la jurisprudencia gobierna", los jueces
deben juzgar según las leyes, sin someterlas a sus impresiones o a sus
personales arbitrios. Quizás por el riesgo de que eso ocurriera,
JUSTINIANO llegó a prohibir a los jueces que interpretaran la ley, en el
Proemio (Constitución Tanta, 21), y lo mismo se dispuso en la Francia
revolucionaria.

Claro que esta exagerada desconfianza cedió ante la realidad. El juez es el


intérprete natural de la ley, que al mismo tiempo que juzga a las partes
puede juzgar el acatamiento del legislador a la Constitución. Pero no
puede transformarse, por vía de interpretación, en el instaurador o el retrogradador
de las políticas que decide el pueblo a través de los mandatarios electivos.
Los que quieren, a la manera del pretorio, resolver exclusivamente según la
justicia del caso concreto, apartándose de la ley o forzando su
interpretación, desnaturalizan su misión de asertores del derecho, sin
advertir que a través del respeto a la ley encontrarán la verdadera justicia.

En segundo lugar, entonces, la misión de jueces y abogados es afirmar la legalidad


y coadyuvar a la justicia por el derecho.

Lo importante es, por fin, que los jueces comprendan que son un Poder en la
República, y que su función es actuar como resguardo máximo y final de las
garantías constitucionales y los derechos individuales. Que no son una
instancia más, sino un Poder que debe afianzar la confianza en ellos de la
sociedad. Algunos tribunales lo han proclamado con énfasis, y esa actitud
es ejemplar y saludable.

Nuestro tiempo exhibe, arrastrándolo de hace mucho, una creciente falta de fe en


la justicia, que es síntoma de la crisis del derecho que viven nuestras
sociedades. No juzgo una época ni una circunstancia. Pero si no se revierte
ese camino, empezando por la universidad, siguiendo por el foro y
culminando en la magistratura, las consecuencias seguirán profundizándose
y el resultado será lamentable.

La misión pues de abogados y jueces, es recuperar esa fe en la justicia, afirmar al


Poder Judicial como un auténtico Poder, que obre sin prevenciones ni
temores, que cumpla un rol orientador, que sea un control eficaz de la
administración, y el custodio supremo de la Constitución y el derecho. Que
salga en fin de la imagen a que lo ha ¡do llevando la inestabilidad política, la
indiferencia, la incomprensión de su misión fundamental, y recupere y afirme
la plenitud de su auctoritas, esa fuerza moral que lo consolidará en su
potestad.
En otros pueblos, las gentes miran a sus tribunales como la protección fundamental
de sus derechos y el resguardo principal de su futuro. No sé si esto ocurre
en nuestro país. Hace tiempo que nuestras sociedades padecen una crisis
de fe en el derecho y por eso temo que, si me contestara, la respuesta
debiera ser desconsoladoramente negativa. Pero en eso consiste el desafío.
Frente a él, todos debemos percibir la convocatoria a una obra trascendente
y decisiva. Abogados y jueces deben sumar .esfuerzos y responsabilidad
para afianzar a la justicia como un Poder vigoroso en nuestro querido Perú.

El abogado debe comprender que no acude a los tribunales sólo por la rutina
impuesta por la profesión, sino como parte de una misión y un sacerdocio,
en que jueces y abogados están defendiendo el derecho como instrumento
de la paz. Y que unos y otros, abogados y jueces, se unen cotidianamente
en una obra sin pausas para recuperar la fe en el derecho y la confianza en
la justicia. Jueces honrados, sabios y valientes; abogados probos,
estudiosos y honestos, vinculados en un ámbito de respeto recíproco,
mucho contribuirán a lograrlo.

Y es aquí donde confluye el destino trascendente de jueces y abogados. A los


abogados que por un episodio aislado censuran a toda la magistratura; a los
jueces que por no entender la colaboración que le presta el abogado en su
deber de parcialidad lo miran con desconfianza, convendría recordarles
como en las horas decisivas, sólo la acción conjunta de unos y otros
preservará el derecho y afianzará a la justicia como Poder, que es
fundamental para la vigencia de la ley y de la paz.
1. LA SENTENCIA Y SU CERTEZA

Todas las exigencias éticas generales sobre la actuación en conciencia rigen de un


modo especial en el caso de la función judicial. Para poder éticamente emitir
sentencia se ha de actuar con conciencia verdadera y cierta. Como la ley
suele ser en la mayoría de los casos suficientemente clara, es difícil que se
den casos de conciencia invenciblemente errónea; la conciencia
venciblemente errónea ha de ser superada para poder emitir sentencia.

Más problemático es el supuesto de la certeza. No se pide al juez una certeza


absoluta (que se da difícilmente en cualquier asunto humano), sino una
certeza moral que excluya toda duda razonable sobre el acto externo y su
imputabilidad. Aunque no se requiera la certeza absoluta, la certeza moral
ha de estar fundada en razones objetivas. Para llegar a esta certeza moral,
el juez ha de atenerse al comporta miento externo, a las reglas de
investigación y de valoración de las pruebas y, en su caso, al asesoramiento
de peritos cualificados y objetivamente serios.

Si después de haber realizado a conciencia esta labor, queda alguna duda


importante y seria, no es ético emitir una sentencia de condena, sobre todo
en causas criminales y, con mayor razón, si las penas previstas por la ley
son graves. Se impone en este supuesto la sentencia absolutoria por
insuficiencia de pruebas.

En las causas civiles la probabilidad basada en razones de peso puede ser


éticamente suficiente para emitir sentencia, contando con las presunciones
ordinarias en el tráfico jurídico, sabiendo que con mucha frecuencia la falta
de una sentencia firme acarrea perjuicios a las dos partes litigantes y a
terceros.

Sobre este terna, especialmente importante, Pío XII, en un discurso a la Rota


Romana, dio el siguiente criterio: «Hay una certeza absoluta, en la cual toda
posible duda sobre la verdad del hecho y la inexistencia del hecho contra rio
está totalmente excluida. Esta certeza absoluta no es
necesaria, sin embargo, para dictar sentencia. (...) En oposición a este supremo
grado de certeza, el lenguaje ordinario llama, no raras veces, cierto a un
conocimiento que, estrictamente hablando, no merece tal calificativo, sino
que debe considerarse corno una mayor o menor probabilidad, porque no
excluye toda duda razonable y deja en pie un fundado temor de errar. Esta
probabilidad o cuasi certeza no ofrece una base suficiente para una
sentencia judicial acerca de la objetiva verdad del hecho. (...) Entre la
certeza absoluta y la cuasi-certeza o probabilidad está, como entre dos
extremos, aquella certeza moral de la que de ordinario se trata en las
cuestiones sometidas a vuestro fuero Esta certeza moral está caracterizada,
en su lado positivo, por la exclusión de toda duda fundada o razonable y, así
considerada, se distingue esencialmente de la mencionada cuasi certeza;
por otra parte, del lado negativo, deja abierta la posibilidad absoluta de lo
contrario y con esto se diferencia de la certeza absoluta. La certeza de que
ahora hablamos es necesaria y suficiente para pronunciar una sentencia,
aunque en el caso particular fuese posible obtener por vía directa o indirecta
una certeza absoluta. Sólo así se puede conseguir que la paz social tan
anhelada por todos los ciudadanos.

La sentencia es el acto eminente del juez. Acto fundamental del proceso, en ella
confluye toda la actividad que lo conforma. No en vano ROCCO (“la
sentenza civile”) enfatiza que ella compendia en sí toda la doctrina procesal.
Eduardo J. COUTURE -y la evocación tiene sentido de homenaje- le dedicó
algunas de sus más lúcidas enseñanzas ("Fundamentos del Derecho
Procesal Civil", parte II, cap. 3, p. 149 y ss.). La estudió como hecho, como
acto y como documento; con palabras sencillas y profundas supo penetrar
en la conciencia del juez (quien “en la búsqueda de la verdad actúa como un
verdadero historiador”) para desentrañar el proceso de formación lógica del
fallo.

El tema, como que es insoslayable, ha sido transitado por todos los autores. Pese
a ello sigue revistiendo acuciante interés, sobre todo cuando se lo mira bajo
el perfil de la posición del juez frente a la sentencia. Por eso, ante la
tendencia creciente en algunos tribunales a considerarse
investidos de poderes sin límite, ante el avance de ciertas teorías que postulan la
justicia del caso concreto que, a la manera del pretorio, crea o desplaza a la
ley; ante la reiteración de errores y vicios en fallos judiciales que el nivel
actual de la ciencia procesal hace inconcebibles, me pareció útil reformular
algunos conceptos principales y, a manera de síntesis, exponer brevemente
cuáles son los elementos que en la justicia republicana hacen que la ley
procesal funcione como medio de control y garantía para excluir la
arbitrariedad en las resoluciones judiciales y hacer más auténtico el juicio.

Nuestra intención es resumir cuál es la posición del juez frente a la sentencia que
se apresta a dictar y cuál es el examen formal que él mismo debe realizar en
el momento de dictarla para adecuarse al sistema de garantías consagrado
por la ley y producir de ese modo un acto jurisdiccional que responda
realmente a las expectativas funcionales que le han sido confiadas en la
distribución de los poderes. En una palabra, el tema versa sobre lo que debe
tener en cuenta el juez para pronunciar un fallo válido.
A través de la sentencia, la voluntad abstracta de la ley se hace real y operante en
lo concreto. El poder del juez es amplio y fuerte. Él no es la ley, pero lleva la
palabra de la ley, es la voz del Estado, que dice la justicia en el caso
particular. Su decisión produce modificaciones en la realidad, y el conjunto
de las que pronuncian los distintos jueces tiene amplia repercusión social.
La paz de una colectividad depende en gran medida de su justicia, y se
pone en riesgo cuando esa justicia no convence o deja flotando sentimientos
de arbitrariedad.

La sentencia es el juicio y como tal, un acto de inteligencia y voluntad. No se trata


de reiterar conceptos conocidos sobre el proceso lógico y psicológico de
formación del fallo. En él debe prevalecer el juicio crítico, la apreciación
razonada, pero también inciden valoraciones psicológicas, impresiones y
actos de pura voluntad. La sentencia no puede encerrarse en el esquema
rígido del silogismo clásico que ponía a la ley como premisa mayor y a los
hechos como premisa menor para llegar a la
conclusión decisoria. Los hechos tienen por sí mismos, en la apreciación técnica
del juez, significación jurídica, y la sentencia es el producto de una labor de
síntesis en que razonamiento y voluntad se combinan.

Lo importante es que el juez tenga en cuenta los límites formales dentro de los
cuales puede ejercer su voluntad, las pautas que deben presidir su
razonamiento y los presupuestos procesales que regulan su decisión. Esto
es necesario para que la sentencia reúna a la vez el valor intrínseco de
justicia a que se aspira y el rigor formal a que debe ajustarse como
exteriorización de un sistema de garantías.

Esto significa que para la justicia de la decisión no basta la voluntad de hacerla


coincidir con lo que se piensa justo, sino que deben respetarse formas
esenciales de control y garantía previstas para que esa voluntad se
manifieste válidamente. La ley no consiente que el juez busque como quiera
la justicia, sino que fija el camino que debe transitar, porque si renunciara a
las formas procesales, daría lugar al puro arbitrio y abriría paso a la injusticia
y la inseguridad.

El reconocimiento de la soberanía en el pueblo y su expresión por la ley, excluyen


en el sistema republicano el modo de esa justicia que se administraba bajo
un manzano por la voluntad omnímoda del príncipe. En cambio, la ley
instituye personas y formas, el juez y el proceso, para que su mandato se
realice. El proceso es un modo de conocimiento y está regulado para que
ese conocimiento se logre respetando los derechos fundamentales de los
interesados. Dentro de esa regulación, el juez debe hacer justicia, ya que lo
que hiciera fuera de ella sería injusto e ilegitimo. Esas formas, ese proceso
alcanzan a la sentencia cuya estructura está prevista para excluir la
arbitrariedad y procurar el acierto; sólo respetando las formas, el juez actúa
dentro del marco de la ley y pueden buscar la justicia.
1. LA POTESTAD JURISDICCIONAL

LA DIVISIÓN DE PODERES Y EL PODER JUDICIAL EN LA REVOLUCION


FRANCESA

En la concepción ideológica base de la Revolución Francesa, la doctrina de la


división de poderes no significó la aparición de un verdadero poder judicial.
Los revolucionarios partían de una clara desconfianza frente a los
tribunales.

Dividir los poderes no supuso equiparar el judicial a los otros. El judicial quedó en
buena medida hipovalorado. Ello es así porque la fundamental del baron de
la Brede era garantizar la libertad de los ciudadanos frente a la monarquía
absoluta y para ello pretendía que el ejercicio de la soberanía concurrieran
las diversas fuerzas sociales por medio de órganos especificas La teoría de
que si los tres poderes quedasen en manas de la misma persona, o de la
misma asamblea, desaparecería la libertad, s sobradamente conocida. Para
Montesquieu no existe libertad cuando del poder judicial está unido al
legislativo, porque entonces, convertido el juez en legislador, estaríamos
ante la arbitrariedad; tampoco existe libertad si el poder judicial y el
ejecutivo están unidos, pues el juez entonces tendría la fuerza de un
opresor. Pero importa ahora destacar que para este autor lo esencial era
determinar la titularidad de la soberanía.

La construcción de Montesquieu se incardina en un país y en un momento


histórico. A la vista de las fuerzas sociales existentes en Francia en el siglo
XVIII, se trataba de distribuir entre ellas el poder político. El legislativo lo
atribuía a dos cuerpos colegisladores, uno integrado por nobles y otro por
representantes del pueblo, el ejecutivo quedaba en manos del rey. Estos —
los nobles, el pueblo (mejor la burguesía) y el rey— eran las fuerzas
sociales del momento y entre ellas se repartía el poder. Ante esta situación
la potestad judicial, si se quería mantener la libertad, no podía atribuirse ni
al legislativo ni al ejecutivo. Entonces, ¿a quién?
Formación Básica para la Magistratura
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Montesquieu contesta que la potestad judicial no puede ser confiada ni a una


concreta fuerza social, ni a una profesión determinada; debe ser confiada a
todos, al pueblo. La respuesta viene condicionada: 1º) Por la aspiración de
limitar el poder para defender la libertad, y 2º) Por los prejuicios frente a los
parlements de la época (tribunales, a pesar del nombre). Estos órganos
judiciales estaban integrados por ¡a nobleza baja
La potestad judicial, en la concepción teórica de Montesquieu, se atribuía a todos,
a personas elegidas por el pueblo para algunos periodos del año. Los
tribunales no debían ser permanentes, debiendo actuar sólo el tiempo
preciso para solucionar los asuntos pendientes. Esto es, tribunales
populares y ocasionales.

Ahora bien, «silos tribunales no deben ser fijos, tos juicios deben serlo hasta el
extremo de no ser más que el texto preciso de la ley”. El juicio, la sentencia,
no puede representar el punto de vista particular del juez; éste no es una
fuerza social o política; el juez ha de limitarse a aplicar la ley creada por las
verdaderas fuerzas sociales; su actividad es puramente intelectual, no
creadora de nuevo derecho. Aquí se inserta la tan conocida frase de que el
juez no es más que la boca que pronuncia las palabras de la ley.

En esta construcción, pues, el poder judicial, al no representar a una fuerza social,


es invisible o nulo, o bien que de los tres poderes el judicial es en cierto
modo nulo, quedando sólo los otros dos, que son los verdaderos poderes.
Si lo que se pretendía era repartir el poder político entre las diversas
fuerzas sociales y para ello se establecen unos órganos específicos, los
jueces no son una fuerza social ni la representan. En la lucha entre las
fuerzas sociales, el juez debe ser neutral. Para conseguirlo, la potestad
judicial no debe atribuirse ni a un órgano permanente, ni a un cuerpo de
funcionarios. En realidad no existe el poder judicial.

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1. LA MAGISTRATURA, COMO VOCACIÓN DE SERVICIO

Junto a la excelencia y al liderazgo ético tenemos que subrayar el papel de


servicio de a magistratura. Hoy en día se reconoce que uno de los valores
que más falta hace, es el de servir. La sociedad contemporánea nos impone
una carrera de consumo que muchas veces nos aparta del camino correcto.
Nos hemos acostumbramos a ‘servir” pero cambiando el sentido de
servicio, condicionándolo casi siempre a la obtención de un favor. De ese
modo se ha tergiversado y perdido la esencia del papel del servidor público.

Al fijarse más en ofrecer un buen servicio y no en la contraprestación que se


pueda obtener, se hace más difícil faltar a la ética en beneficio propio.

El magistrado que da prioridad al servicio en el ejercicio de su actividad suele


reconocer que existe una hipoteca social sobre su educación. No se siente
plenamente realizado como profesional por e! sueldo que percibe o los
cargos que ejerce, sino por el servicio que ofrece a los demás. Por ello, en
su trabajo, manifiesta lo que podríamos describir como una especie de
mística profesional.

Esta mística profesional nace del código personal de conducta. En tal sentido
puede describirse como una manera de actuar que es coherente con el
conjunto de valores morales que una persona ha asimilado a lo largo de su
vida. Es un modo de ser frente a los demás que surge de los valores de la
persona y de su actitud moral fundamental.

Nuestra sociedad exige y necesita de magistrados, jueces y fiscales que vivan su


profesión como una vocación de servicio. Sólo a través de tales personas
será posible moralizar el mundo y lograr una verdadera justicia. Para que
puedan perseverar en el camino que han escogido hace falta que los
magistrados busquen apoyo en personas que compartan sus valores y
principios éticos. El secreto de la perseverancia
está en apoyarse mutuamente y caminar juntos.

Víctor Julio Ortecho Villena 1, Profesor de UNT, en su obra: La aplicación de las


Leyes al referirse a la Magistratura como vocación de servicio dice: “Los
señores jueces tienen que saber combinar la frialdad en la reflexión con la
vocación de justicia. No hay mejor justicia que la hecha oportunamente y ya
es un corolario aceptado, aquello de que la justicia que tarda no es justicia.

Siendo, pues, variadas y numerosas las dificultades para la aplicación adecuada,


correcta y justa de las leyes, consideramos que la función judicial, por difícil,
es seria, elevada y de gran responsabilidad social y por tanto muy digna y
respetable. Los jueces probos, honestos y entregados a tan augusta misión,
dentro de toda esta maraña de dificultades, no deben sentirse mellados en
lo absoluto, por los frecuentes ataques de rábulas que denigran, con
frecuencia, a la función judicial, pero tampoco hace una patria grande, el
hecho que la judicatura sea el refugio de incapaces, deshonestos y
corruptos. Quien llega a un puesto judicial, tiene que estudiar con mucho
ahínco; dedicarse con todo empeño a su labor funcional; defender a toda
cosa su honestidad y reforzar su vocación de servicio hacia la comunidad.

Para el mejor desempeño de la labor jurisdiccional y para superar en parte las


dificultades técnicas de que hemos hablado en páginas anteriores, se
requiere de una mínima metodología de aplicación judicial.

1
ORTECHO VILLENA, Víctor Julio. Criterios para la Interpretación de las Leyes. Editorial
Libertad. Trujillo-Perú. 1991. pág. 20.
Formación Básica para la Magistratura
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1. IMPARCIALIDAD Y DILIGENCIA DE LOS MAGISTRADOS

Así como se ha establecido que la independencia institucional de a magistratura


se basa en la no interferencia de autoridades o intereses ajenos al
Ministerio.

“Los magistrados deben cumplir sus funciones en forma imparcial y con diligencia”

La imparcialidad es el atributo primigenio del juez y del fiscal, Consiste en la


capacidad de tomar decisiones dejando de lado los sentimientos, simpatías
e intereses propios del juez. La autonomía e independencia, de la que
hemos hablado anteriormente es fundamentalmente la defensa de la
magistratura frente a las influencias externas del poder. La imparcialidad
evita la contaminación interna del juez y del fiscal frente a su propio ser
interior y reclama la neutralidad del juzgador o acusador frente a las partes.
En consecuencia, se espera justificadamente que el juez tome la decisión
que corresponde en justicia, aun cuando en las mismas
circunstancias una persona se vería doblegada por sus
sentimientos hacia las partes o su interés vinculado a alguna de ellas. Se
dan como ejemplos de imparcialidad, la fortaleza que debe tener un
magistrado de aplicar e interpretar la ley, digamos, para embargar los
bienes de una viuda deudora en los días previos a la Navidad; o para privar
o no de la libertad a una persona acusada de un delito en contra de lo que
expresen los medios de comunicación; o para resolver un ‘cáso judicial sin
poder darle la razón al equipo de fútbol del cual el magistrado es hincha. Es
pues la imparcialidad la que se expresa en el aforismo latino dura lex set
lex, la ley aunque sea dura se cumple.

Y es que la imparcialidad del magistrado es, en definitiva, el atributo que brinda


mayor legitimidad a sus decisiones. Los conflictos que se deslindan ante el
Poder Judicial y el Ministerio Público, ya se ha referido, son de la máxima
importancia para la vida cotidiana resultan de la controversia, de la
confrontación de puntos de vista divergentes que un

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tercero imparcial debe zanjar de manera definitiva. Solamente si el magistrado es
imparcial, si actúa con neutralidad, su decisión será definitiva,
incuestionada, admitida por las partes, respetada y, en consecuencia,
reconocida como válida por la sociedad.

De la imparcialidad del juez se deriva la función restauradora de la paz social que


es inherente a la magistratura en el Estado democrático de derecho. La paz
social se entiende no solamente como el reconocimiento del fin de la
controversia entre las partes, sino también como la aceptación de la
sociedad de que una autoridad creíble por imparcial ha dado su última
palabra que es aceptada por todos. La imparcialidad es por ello garantía de
la confianza pública que la nación deposita en manos de jueces y fiscales.
Es, además, sustento de la paz social. Esta es en definitiva la
institucionalidad que fundamenta la convivencia social y el orden
democrático, la que admite el fin de los conflictos y los admite porque surge
de una decisión imparcial y en la que el magistrado ha aplicado
prudentemente la búsqueda del justo medio. Ello concluyentemente es la
materialización de la justicia, el fin último de la función del magistrado.

Por ello cuando se reclama la estabilidad jurídica para sustentar la convivencia en


sociedad, en un gobierno de leyes y no de personas, se está exigiendo que
las decisiones del magistrado en función del juzgador o del fiscal sean
imparciales, apegadas al criterio de justicia que las sustente y no al interés
personal que las haría arbitrarias o caprichosas, inseguras en consecuencia
e incapaces de restaurar la paz por convertirse irremediablemente en foco
de cuestionamiento. Más aún, las decisiones imparciales de los
magistrados están des tinadas a resolver los conflictos y garantizar la
estabilidad jurídica de hoy y de mañana.

Lo hacen hoy —como ya se dijo— restaurando la paz social, siendo admitidas sus
decisiones como definitivas. Y lo hacen también mirando a mañana, al
futuro, en la medida en que por imparciales estos precedentes permiten
predecir cómo más adelante, en situaciones similares, las controversias se
van a resolver razonablemente de manera similar. Esta predictibilidad, esta
posibilidad de adelantar razonable y
saludablemente el sentido de las decisiones futuras de la magistratura sólo es
posible en la medida en que los jueces resuelvan de manera imparcial.

Sin embargo, con todo lo importante que es ello, en realidad no basta, pues
lógicamente al magistrado se le exige diligencia. Esta es la atención y el
cuidado con el que se llevan a cabo las cosas, especialmente en el campo
profesional y del cumplimiento de los deberes de función, para que el
magistrado no corneta errores, no caiga en el abuso, para que no incurra en
defectos que, aparte de consagrar injusticias, pueden tener resultados
irreversibles con respecto a la confiabilidad de sus decisiones.

El magistrado no solamente debe empeñarse en atender cuidadosamente las


actuaciones que debe llevar a cabo y el horario en que deben realizarse,
sino que también debe ser especialmente estudioso y preocupado por el
contenido y la calidad de sus resoluciones, informes, dictámenes y
sentencias. Es la calidad en la sustentación jurídica, en la aplicación que
hace de las reglas de la hermenéutica, en la argumentación en la que funda
menta sus decisiones, en la forma en la que las presenta y comunica a las
partes y a la sociedad en su conjunto, lo que sustenta en definitiva la
excelencia de la función que cumple.

Se ha desarrollado anteriormente las virtudes de la ética y las virtudes del


intelecto que deben inspirar la actuación de los magistrados. La diligencia
que se exige a jueces y fiscales consiste en el esfuerzo cuidadoso y
reiterado de aplicar tales virtudes al ejercicio diario de la función para el
logro tanto de la excelencia personal, como de la calidad de su trabajo.

En realidad los magistrados al ser diligentes en su trabajo deberían apuntar no


solamente a resolver el caso concreto, sino a producir resultados de tan
buena calidad que sus sentencias y dictámenes sean objeto de estudio en
las universidades, de comentario en revistas
especializadas y de consideración por parte de la opinión pública. Pero no
solamente esto. Deben aspirar a que sus sentencias y dictámenes sean
citados como antecedentes por parte de juristas especializados o como
precedentes por parte de los más altos tribunales del Perú y del extranjero.
Se dice que un magistrado de Corte Suprema se consagra cuando la Corte
Suprema de otro país o cita y considera su voto como precedente o
referente en los fundamentos de una nueva sentencia. Hoy en día, esto
queda extendido ya no únicamente a las Cortes Supremas de otros países,
sino a !os Tribunales Constitucionales y a los organismos de protección de
los derechos humanos, como a Comisión Interamericana o la Corte
Interamericana de esta materia. Así, con la diligencia debida, jueces y
fiscales deben cumplir su función diciendo el derecho, haciendo justicia en
el caso concreto con tal cuidado y atención que sean ejemplo para otros en
su distrito judicial, en su país y también en el exterior.

El Dr. Carlos Parodi Remón 1, en su libro “El Derecho Procesal del Futuro”, citando
a Español Juan Montero Aroca, al referirse a la imparcialidad e
independencia de los Magistrados dice: Estimamos que el mismo autor
español Montero Aroca, cuya tesis comentamos, refuerza nuestra
concepción, en el párrafo que transcribimos: "En los últimos años puede
registrarse en el mundo una clara tendencia a desmitificar la figura del
Juez.. Frente a la concepción de éste que nos lo presentaba, hace pocos
años, como mitad sacerdote, mitad jurista y que hablaba de la sagrada
misión de juzgar, hoy se tiende a hablar del juez como un funcionario
público sin más y de la Justicia como un servicio público. Entre esas dos
posturas que calificamos de extremas y que representan, una vez más, la
vieja ley del péndulo a la que tan aficionados somos, conviene no dejarse
arrastrar. El juez no es ya el sacerdote, único conocedor de lo arcano del
derecho; el mito se ha roto y para siempre. Pero tampoco es un funcionario
más. En su independencia se basa la piedra final del edificio del Estado
democrático como dice Loewenstein y ello ha de comportar una situación
especial. No es un funcionario más, reconoce el ordenamiento jurídico. La
función jurisdiccional, tal y como la hemos descrito, necesita jueces,
independientes, y la independencia
precisa algo más que su mera declaración; precisa una serie de garantías que son
las que constituyen el status específico de jueces y magistrados. Sin esas
garantías, sin independencia, no hay verdadero ejercicio de jurisdicción.

Y luego agregó el renombrado autor nacional Profesor de la Universidad de San


Marcos.

En efecto, agregamos nosotros; el juez es un funcionario especial, calificado, pero


funcionario al fin. Así, el justiciable se sentirá cerca de él y juntos, en una
armoniosa síntesis, buscarán la verdad y a través de ella la justicia y la
paz. Llámese Poder Judicial o Administración de Justicia. Se considere o no
al juez como funcionario. Lo que importa es la honestidad y la ética del
juez. De ellas depende su independencia, la que no puede garantizar
norma alguna por elevada que sea en cualesquier sistema normativo. La
independencia judicial es un atributo de la personalidad y nadie puede
garantizarla como no sea la misma persona humana que es el Juez.

Como corolario de esta secuela de pensamientos respecto de la independencia


judicial y de la calidad de funcionario del juez, podemos afirmar que,
contrariamente a lo que se ha venido considerando, la verdadera
responsabilidad del juez no termina con la expedición de la sentencia sino
que se inicia con ella; debe responder ante la opinión pública, ante los
ciudadanos, de la honradez con que ha procedido, de la base moral que
inspiró su fallo; el derecho, el proceso, son medios para preservar la paz
social, la cual sólo puede ser fruto de la justicia. Una pretendida paz social
basada en fallos judiciales poco sólidos, endebles, sin sustento ético, es
una paz social irreal, peligrosa para el futuro de un país, pues se basa en el
temor y no en el respeto, en la obligación y no en la convicción. Por eso el
justiciable, el usuario de la justicia, es ante quien el juez debe siempre
responder. Apreciar la responsabilidad del juez en función del ciudadano
común que pide justicia, es uno de los mayores logros que se puede
alcanzar en la ciencia procesal y es también uno de los pocos fundamentos
concretos de pretender un futuro mejor”.
Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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CARRERA JUDICIAL Y CARRERA FISCAL EN EL PERÚ

Si queremos desarrollar las mejores aptitudes de nuestros jueces y fiscales, es


preciso definir claramente la naturaleza de la carrera judicial y de la carrera
fiscal basadas en principio en lo que señala nuestro ordenamiento
constitucional. Ciertamente la existencia de una carrera judicial y fiscal es un
factor determinante para garantizar la independencia del magistrado. Sin
embargo, hay que tener presente que los orígenes de la carrera judicial y la
fiscal se asocian inicialmente a la imagen del “magistrado—funcionario”,
servidor del Estado que no puede controlar al legislador y está subordinado
a él. Más aún en nuestro contexto político, en donde la existencia de un
régimen presidencial ha hecho depender siempre a la judicatura del
ejecutivo, la carrera judicial puede más bien asociarse con la falta de
independencia, aun cuando esto pudiese ser superado haciendo que los
nombramientos procedan de la Corte Suprema u otros órganos
independientes del ejecutivo por ejemplo.
En todo caso, la mejor solución a todos estos problemas es el reconocimiento del
juez o del fiscal como un garantista de las libertades ciudadanas y que el
mismo magistrado se identifique como miembro de una corporación
encargada de esta tarea fundamental para la existencia del Estado
democrático. En otras palabras, los órganos de gobierno deben aceptar este
rol de la magistratura y también los magistrados deben reconocer plena
mente sus funciones pudiendo así actuar como una corporación poderosa
cuando vean que sus fueros pretenden ser avasallados.
Por ello, una carrera judicial y fiscal que parta de este principio será un factor
determinante para garantizar la independencia del magistrado que debe
estar enmarcada dentro de un sistema con reglas claras, competitivo y
transparente para la selección, designación, promoción y permanencia en el
cargo de los miembros de la magistratura.

Evidentemente, la carrera judicial y la carrera fiscal implican no solamente ingresar


a dos corporaciones jerárquicas en sus estructuras y en donde a medida
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que se asciende las obligaciones y las responsabilidades crecen, sino también
significa ser consciente de que se trata de carreras paralelas y que
persiguen un mismo fin que es el de lograr un servicio de justicia razonable
y asequible a todos. Esto debe significar entonces que tanto jueces como
fiscales deben trabajar en conjunto y sin rivalidades para que el sistema
opere correctamente.
Hay que resaltar siempre este rol corporativo del Poder Judicial y el Ministerio
Público pues cada uno de los integrantes de estos cuerpos encargados de
administrar la justicia y defender a los ciudadanos deben ser conscientes
que también tienen obligaciones al interior de la corporación, es decir, que la
responsabilidad de sus integrantes no solamente abarcará a los justiciables
sino a sus propios colegas del Poder judicial y del Ministerio Público. La
confianza entonces al interior de estos cuerpos de justicia debe ser plena y
absoluta pues la ausencia de la misma afectaría el desarrollo y logro de sus
funciones y el fracaso de cualquier acción colectiva. Debemos recordar
también que cuanto más prestigioso sea el órgano o el grupo, menos
incentivos existirán para la deserción de sus integrantes y el prestigio de la
corporación nacerá justamente del alto grado de confianza que se dé entre
todos los integrantes. Por último, el prestigio del Poder Judicial dependerá
del prestigio del Ministerio Público y viceversa, lo cual refuerza la obligación
de la cooperación y colaboración entre todos.
La sociedad ciertamente exige premura en los fallos, accesibilidad a la justicia,
transparencia en la conducción de los procesos y determinada
predictibilidad en las sentencias, pero para conseguir todo esto requerimos
de jueces y fiscales capaces de satisfacer tales necesidades. Ellos a su vez
deberían exigir también una designación legítima, una independencia
funcional y estabilidad en el cargo, con lo cual se estaría en condiciones de
desarrollar un servicio de justicia eficiente.
Asi pues el Ministerio Publico como tutelar de la acción penal, debe perseguir
cualquier conducta delincuencial de oficio, invocar la acción penal, aportar
elementos probatorios y solicitar la aplicación de la ley penal.
Para el imputado del delito; empero, dada la imposibilidad de perseguir todos los
delitos y a todos los delincuentes y los problemas que puede traer una
congestión procesa; se debe hacer una selección y una excepción a principio de
legalidad, esto a través de: principio de oportunidad. Este principio también
requerirá mucha prudencia, pues podría inclusive evitarse que se llegue a
abrir el proceso.
Al igual que el juez el fiscal también deberá estar en condiciones de mantener
siempre su autonomía, en su caso tanto respecto del Poder Judicial como
del Poder Ejecutivo, debiendo sostener también una conducta imparcial en
la resolución o dictamen fiscal, es decir, una ausencia de interés subjetivo u
objetivo en el caso. Por su parte, el principio de unidad que busca la
unificación de criterios en la función fiscal reafirma la importancia de la
jerarquía de la que hablábamos anteriormente, pues para la unidad de
criterios se requiere de cierta dependencia, sin que esto signifique
obviamente pérdida de independencia.
"Por el principio de unidad no se puede doblegar el principio de independencia que
rige la actuación de toda autoridad judicial. En tal sentido, la sucesión de
representantes fiscales en un determinado caso obliga a una actuación en
cumplimiento de las formalidades procesales, pero no de la misma manera
cuando tenga que emitir una opinión, pues los fundamentos de quien ejerce
un cargo en tal momento pueden ser distintos al del fiscal anterior;
obviamente deberá sustentarlo debidamente."
En otras realidades el Ministerio Público personifica el interés público pero también
cumple funciones administrativas al ser el representante del Ejecutivo cerca
del Poder Judicial, y en este sentido su autonomía e independencia pueden
ponerse a prueba; sin embargo, más importante es su función de promover
la actuación judicial defendiendo los derechos ciudadanos, estando ahora
más próximo al Poder Judicial que al ejecutivo. En realidad, su lugar ideal
sería ubicarse en medio del Poder Judicial y el Ejecutivo, ejerciendo la tarea
de nexo comunicador entre ambos.
El juez, por su parte, además de todas las cosas ya mencionadas respecto a su
autonomía, honestidad, imparcialidad, ponderación, entre otras, debe ser un
difusor consciente y efectivo de los valores constitucionales, lo cual significa
un compromiso y un conocimiento real de los derechos ciudadanos.
Evidentemente para que la autonomía de jueces y fiscales sea real debe existir
una plena autonomía presupuestal. No sólo se trata de mayores recursos para el
sector, que sin duda son favorables, sino un mayor nivel de manejo
independiente de los mismos.
Entre los problemas que más han golpeado a la administración de justicia en el
Perú está la corrupción, que en muchos casos ha afectado gravemente la
moral de los magistrados. Éstos han visto envueltas en ella a sus más altas
autoridades, que abdicaron de sus principios e independencia y se
sometieron a intereses ajenos a sus funciones.
Durante la república han sido muchas las iniciativas que trataron el fenómeno de la
corrupción con resultados poco alentadores y que no lograron un cambio de
actitud en el funcionario judicial y en el propio usuario del sistema de
justicia.

Muchos dictadores, no obstante haber participado de intentos reiterados por


someter la voluntad de los jueces, fueron duros críticos de la corrupción.
Manuel
A. Odría, calificó de "corruptos" a los jueces, Juan Velasco Alvarado los llamó
"sirvientes del gamonalismo y de los barones del azúcar", y Alberto Fujimori
los denominó "chacales" y sostuvo que la administración de justicia era
"corrupta y paquidérmica". Pero en lugar de erradicarla, la profundizaron, ya
que sus acciones para controlar la administración de justicia constituían el
otro rostro de la corrupción, sin lugar a dudas la más peligrosa para la
seguridad jurídica y la institucionalidad del país.

A la caída del régimen de Alberto Fujimori y develado todo el proceso de


sometimiento de la justicia, mediante una Comisión el Poder Judicial realizó
una evaluación de sus lamentables consecuencias, que fueron recogidas en
el Informe Final de la Comisión de Investigación "Planificación de Políticas
de Moralización, Eticidad y Anticorrupción".

En una de sus conclusiones el Informe de la Comisión señala:


" La corrupción funcional, fenómeno funcional, fenómeno cultural desvalorado
social y juridicamente que se observa en el Poder Judicial, no obstante ' sus
características que lo singularizan, forma parte de un macrosistema de
prácticas
y mecanismos de corrupción que se presentan en mayor o menor grado en la
totalidad de las instituciones y órganos de la administración pública,
entendida esta en sentido lato".

La imagen y credibilidad del Poder Judicial y del Ministerio Público se encuentran


gravemente afectadas ante la opinión pública nacional. Este fenómeno de
desaprobación no es reciente ni único en nuestra historia. En 1902, en sus
reflexiones sobre la justicia peruana, Manuel González Prada dio una idea
clara de cómo el ciudadano percibe el problema de la corrupción:
“Si la Justicia clásica llevaba en los ojos una venda, al mismo tiempo que en una
mano tenía la espada y con la otra sostenía una balanza en el fiel; la
Justicia criolla posee manos libres para coger lo que venga y ojos abiertos
para divisar de qué lado alumbran los soles".

Un desafío para el sistema de justicia constituye el proceso judicial destinado a


juzgar a los partícipes de la red de corrupción que durante el decenio de
Alberto Fujimori gobernó al país, afectando particularmente la credibilidad
del Poder Judicial y el Ministerio Público. En un esfuerzo por recuperar su
confiabilidad y autoridad moral, estas instituciones, por primera vez en la
historia del país, han dispuesto la investigación y procesamiento penal de
todo un conglomerado de políticos, encabezados por el ex Presidente de la
República, ministros de Estado, vocales supremos, vocales superiores,
jueces, Fiscal de la Nación, miembros del Jurado Nacional de Elecciones,
congresistas, altos mandos militares y policiales, Jefe de la Oficina de
Procesos Electorales, dueños de los principales medios de comunicación,
connotados empresarios, dueños de bancos, alcaldes, conductores de
programas televisivos y abogados.

La investigación judicial de esta red de corrupción es un caso inédito en la historia


de nuestra patria.

 Nuevos retos o desafíos de la magistratura


Rescatando la parte no contaminada de ¡a magistratura y asumiendo como
paradigmas los valiosos ejemplos de independencia y decoro judicial que se han
expuesto, corresponde a los actuales jueces y fiscales revertir la imagen
negativa del Poder Judicial y del Ministerio Público mediante la afirmación
de valores éticos que les procuren paz interna y realización personal,
propósito para el cual se dirige este Módulo.
La magistratura peruana debe asumir el reto de erigirse como un verdadero Poder
del Estado que, con la eficiencia y liderazgo de sus miembros en todas sus
instancias, se mantenga al margen de intereses personales subalternos,
políticos, partidarios y de grupos de poder, e imparta justicia con sustento
jurídico, previsibilidad y honestidad en todas y cada una de sus
resoluciones.
Resumiendo tenemos:
Exigencias de la sociedad
Entre los planteamientos que reclama la sociedad en su conjunto pueden
señalarse en líneas generales los siguientes:
• Mayor celeridad y eficiencia en el cumplimiento de los plazos procesales.
• Creación de mecanismos para mayor accesibilidad al servicio judicial.
• Mayor honestidad, imparcialidad y transparencia en la conducción de los
procesos y en la formulación de los fallos judiciales.
• Mayor uniformidad de criterios para sentenciar en casos similares.

Exigencias de la función jurisdiccional:


• Legitimidad de la designación.
• Independencia funcional.
• Estabilidad en el cargo.
• Carga procesal razonable
Los magistrados deben poseer cualidades ideales para satisfacer las exigencias de
la sociedad y de la función jurisdiccional.
Deben asumir con convicción su función y las decisiones que deriven de su
ejercicio, conforme a derecho y según sus valores y principios éticos.
“Existencialmente, debe haber programado su vida de tal modo que la
justicia le importe vitalmente. Todo esto esta en su buena conciencia por la
cual la sociedad lo unge juez y no otra cosa”, señala Herrendorf.
LA CONCIENCIA MORAL DE LA PERSONA
Uno de los problemas fundamentales que se refieren a la actividad del hombre
moderno es el de la conciencia. Este problema no ha surgido precisamente
en nuestro tiempo; es tan antiguo como el hombre, porque el hombre
siempre se ha planteado preguntas sobre sí mismo. A este propósito es
conocido el diálogo que un escritor griego de la antigüedad (Jenofonte,
Dichos Memorables, 4, 21) atribuye a Sócrates, el cual pregunta a su
discípulo Eutidemo: “Dime, Eutidemo,
¿has estado alguna vez en Delfos? Sí, dos veces. ¿Has visto la inscripción
esculpida en el templo: conócete a ti mismo? Sí. ¿Has despreciado este
aviso, o le has hecho caso? Verdaderamente no: es un conocimiento que yo
creía tener”. De aquí la historia del gran problema sobre el conocimiento
que el hombre tiene de sí mismo; él cree poseerlo ya, pero luego no está
seguro de ello; problema que atormentará siempre y fecundará el
pensamiento humano.

Como por una instintiva reacción, volvemos dentro de nosotros mismos, pensamos
en nuestros actos y en los hechos de nuestra experiencia, reflexionamos
sobre todo, intentando procurarnos una conciencia sobre el mundo y sobre
nosotros mismos. La conciencia tiene, en cierta manera, una supremacía,
por lo menos estimativa, en nuestra actividad.

El reino de la conciencia se extiende ante nuestra consideración con dimensiones


muy amplias y complejas. Simplifiquemos este panorama inmenso en dos
campos distintos: existe una conciencia psicológica, que reflexiona sobre
nuestra actividad personal, cualquiera que ésta sea; es una especie de
vigilancia sobre nosotros mismos; es mirar en el espejo de la propia
fenomenología espiritual, la propia personalidad; es conocerse y, en cierto
modo, llegar a ser dueños de sí mismos. Pero ahora no hablamos de este
campo de la conciencia; hablamos del segundo, el de la conciencia moral e
individual, esto es, de la intuición que cada uno tiene de la bondad o de la
malicia de las acciones propias. Este campo de la conciencia es
interesantísimo también para aquellos que no lo ponen, como nosotros los
creyentes, en relación con el mundo divino; mas aun, constituye el
hombre en su expresión más alta y más noble, define su verdadera estatura, lo
sitúa en el uso normal de su libertad. Obrar según la conciencia es la norma
más comprometida y, al mismo tiempo, la más autónoma de la acción
humana.

La conciencia, en la práctica de nuestras acciones, es el juicio sobre la rectitud y


sobre la moralidad de nuestros actos, tanto considerados en su desarrollo
habitual como en la singularidad de cada uno de ellos, y bastaría con
recordar cuánto los maestros del espíritu recomiendan a las personas
deseosas de su perfeccionamiento el ejercicio del examen de conciencia;
ciertamente, todos los que nos están escuchando lo saben; y no haremos
sino animarles a la fidelidad de este ejercicio que responde no solamente a
la disciplina de la ascesis cristiana, sino también al carácter de la educación
personal moderna, tal como lo señala el Papa León XIII en su encíclica
dedicada a la libertad (Dignítatis humanae).

Debemos hacer una observación sobre la supremacía y la exclusividad que hoy se


quiere atribuir a la conciencia como guía de la actuación humana.
Frecuentemente se oye repetir, como un aforismo indiscutible, que toda la
moralidad del hombre debe consistir en el seguimiento de su propia
conciencia; y esto se afirma, tanto para emanciparlo de las exigencias de
una norma extrínseca, como del reconocimiento de una autoridad que
intenta dar leyes a la libre y espontánea actividad del hombre, el cual debe
ser ley para sí mismo, sin el vínculo de otras intervenciones en sus
acciones. No diremos nada nuevo a cuantos encierran en este criterio el
ámbito de su vida moral, ya que tener por guía la propia conciencia no sólo
es cosa buena, sino también algo justo. Quien obra en contra de la
conciencia está fuera del recto camino.

Pero es necesario, ante todo, destacar que la conciencia, por sí misma, no es el


árbitro del valor moral de las acciones que ella sugiere. La conciencia es
intérprete de una norma interior y superior; no la crea por sí misma. Está
iluminada por la intuición de determinados principios normativos,
connaturales a la razón humana (Santo Tomás de Aquino, Summa.
Theologica); la conciencia no
es la fuente del bien y del mal; es el aviso, es escuchar una voz, que se llama
precisamente la voz de la conciencia, es el recuerdo de la conformidad que
una acción debe tener con una exigencia intrínseca al hombre, para que el
hombre sea verdadero y perfecto. Es la intimación subjetiva e inmediata de
una ley, que debemos llamar natural, a pesar de que muchos hoy ya no
quieren oír hablar de ley natural.

¿No es en relación con esta ley, entendida en su auténtico significado, como nace
en el hombre el sentido de responsabilidad? Y, con el sentido de
responsabilidad, el de la buena conciencia y del mérito o, por el contrario, el
del remordimiento y la culpa. Conciencia y responsabilidad son dos términos
recíprocamente relacionados.

En segundo lugar debemos observar que la conciencia, para ser norma válida del
obrar humano, debe ser cierta, esto es, debe estar segura de sí misma, y
verdadera, no incierta, ni culpablemente errónea. Lo cual,
desgraciadamente, es muy fácil que suceda, supuesta la debilidad de la
razón humana abandonada a sí misma, cuando no está instruida.

La conciencia tiene necesidad de formarse. La pedagogía de la conciencia es


necesaria, como es necesario para todo el hombre ir desarrollándose
interiormente, ya que realiza su vida en un marco exterior por demás
complejo y exigente. Ia conciencia no es la única voz que puede guiar la
actividad humana; su voz se hace más clara y más fuerte cuando a ésta se
une la de la ley y la de la legítima autoridad. La voz de la conciencia no es
siempre infalible ni objetivamente suprema. Y esto especialmente verdad en
el campo de la acción sobrenatural, en el que la razón puede por sí misma
interpretar el camino del bien, y debe acudir a la fe para dictar hombre la
norma de la justicia querida por Dios mediante la revelación. “El hombre
justo -dice San Pablo- vive de la fe” (Gal. 3, 11). Para avanzar rectamente,
cuando camina de noche, esto es, si se avanza en el misterio de la vida
cristiana, no bastan los ojos, es necesaria la lámpara, se necesita la luz. Y
esta «luz de Cristo» deforma, no mortifica, no contradice la luz
de nuestra conciencia, sino que le añade claridad y la capacita para el seguimiento
de Cristo en el recto sendero de nuestro peregrinar hacia la visión eterna.

Alejandro Guzmán Brito, al comentar sobre la ética de la Magistratura Judicial


dice: Conforme a lo señalado, la ética de la magistratura tratará del “buen”
juez del modo particular que el juez se perfecciona, se mejora, advirtiendo
que perfeccionarse como juez también se perfecciona como hombre, aún
cuando su tarea específica no agote su tarea de hombre. El magistrado es
un funcionario público investido de ciertas potestades estatales; la
comunidad le ha brindado autoridad para que en ejercicio de ella resuelva
con justicia los casos llevados a su consideración.

El “buen” juez es en definitiva el juez justo, el que con prudencia resuelve los casos
dando a cada uno lo suyo -su derecho-; para decirlo con la clásica expresión
romántica, “el suum ius cuique tribuens”. Si bien la vida moral del
magistrado, como toda vida moral, se nutre y fortifica por medio de las
cuatro virtudes cardinales, indudable que las que particularizan a la función
del juez son la prudencia y la justicia; por eso, y como insistiremos más
adelante, el bios propio del juez es el bios prudente”.

En un Estado Constitucional de Derecho, con vigencia plena de los Derechos


Humanos y la Constitución, la Magistratura constituye su razón de ser, por
cuanto hace posible la vida en común y reestablece la paz social perturbada
por el conflicto.

La función del magistrado asume una trascendencia y complejidad cuando las


causas que conoce se vinculan con la seguridad del Estado, la seguridad
jurídica, el control de la constitucionalidad de las normas y la vigencia del
Estado de Derecho, ello reafirma la necesidad de contar con magistrados
comprometidos con la Constitución, la ley, y los valores éticos inherentes a
sus funciones.
Desde que se eliminó la autodefensa, es decir, la justicia por mano propia y la
prevalencia del más fuerte, la Magistratura apareció como una solución
civilizada del conflicto de intereses surgido entre los ciudadanos quienes
vieron en la persona del magistrado un tercero imparcial designado por el
Estado, ajeno al proceso, confiable y capaz de intervenir solucionando el
conflicto.

Esta es la razón por la cual tan delicada función no puede ser ejercida por
cualquier profesional del Derecho, sino solamente por aquellas personas
que tengan solvencia moral, por cuanto de nada sirve ser una luminaria
jurídica, cuando los conocimientos se utilizan para satisfacer intereses
personales en cuyo caso el magistrado se transforma con un funcionario
peligroso, no solo para los justiciables, sino para la estabilidad social y para
la democracia. Por eso, con mucha razón decía Eduardo J. Couture: “De la
dignidad del juez depende la dignidad del Derecho. El Derecho valdrá en un
país en un momento histórico determinando lo que valgan los jueces como
hombres. El día que los jueces tengan miedo, ningún ciudadano podrá
dormir tranquilo”.

Muchos entonces han resaltado las cualidades morales del juez, tanto dentro del
proceso como al expedir sentencia, asi tenemos al Hernando Davis
Echandia, quien al referirse a los jueces dice: “Para saber si existe
democracia y paz social en un país, lo único que hago es leer las sentencias
de sus jueces, asimismo Eduardo Couture afirma que “El dia que los jueces
tengan miedo, ningún ciudadano podrá vivir tranquilo”
1. LA POTESTAD JURISDICCIONAL
LA DIVISIÓN DE PODERES Y EL PODER JUDICIAL EN LA REVOLUCION
FRANCESA
En la concepción ideológica base de la Revolución Francesa, la doctrina de la
división de poderes no significó la aparición de un verdadero poder judicial.

Los revolucionarios partían de una clara desconfianza frente a los tribunales.

Dividir los poderes no supuso equiparar el judicial a los otros. El judicial quedó en
buena medida hipovalorado. Ello es así porque la fundamental del barón de
la Brede era garantizar la libertad de los ciudadanos frente a la monarquía
absoluta y para ello pretendía que el ejercicio de la soberanía concurrieran
las diversas fuerzas sociales por medio de órganos especificas La teoría de
que si los tres poderes quedasen en manas de la misma persona, o de la
misma asamblea, desaparecería la libertad, s sobradamente conocida. Para
Montesquieu no existe libertad cuando del poder judicial está unido al
legislativo, porque entonces, convertido el juez en legislador, estaríamos
ante la arbitrariedad; tampoco existe libertad si el poder judicial y el ejecutivo
están unidos, pues el juez entonces tendría la fuerza de un opresor. Pero
importa ahora destacar que para este autor lo esencial era determinar la
titularidad de la soberanía.

La construcción de Montesquieu se incardina en un país y en un momento


histórico. A la vista de las fuerzas sociales existentes en Francia en el siglo
XVIII, se trataba de distribuir entre ellas el poder político. El legislativo lo
atribuía a dos cuerpos colegisladores, uno integrado por nobles y otro por
representantes del pueblo, el ejecutivo quedaba en manos del rey. Estos —
los nobles, el pueblo (mejor la burguesía) y el rey— eran las fuerzas
sociales del momento y entre ellas se repartía el poder. Ante esta situación
la potestad judicial, si se quería mantener la libertad, no podía atribuirse ni al
legislativo ni al ejecutivo. Entonces, ¿a quién?
Montesquieu contesta que la potestad judicial no puede ser confiada ni a una
concreta fuerza social, ni a una profesión determinada; debe ser confiada a
todos, al pueblo. La respuesta viene condicionada: 1º) Por la aspiración de
limitar el poder para defender la libertad, y 2º) Por los prejuicios frente a los
parlamentos de la época (tribunales, a pesar del nombre). Estos órganos
judiciales estaban integrados por la nobleza baja La potestad judicial, en la
concepción teórica de Montesquieu, se atribuía a todos, a personas elegidas
por el pueblo para algunos periodos del año. Los tribunales no debían ser
permanentes, debiendo actuar sólo el tiempo preciso para solucionar los
asuntos pendientes. Esto es, tribunales populares y ocasionales.

Ahora bien, «silos tribunales no deben ser fijos, tos juicios deben serlo hasta el
extremo de no ser más que el texto preciso de la ley”. El juicio, la sentencia,
no puede representar el punto de vista particular del juez; éste no es una
fuerza social o política; el juez ha de limitarse a aplicar la ley creada por las
verdaderas fuerzas sociales; su actividad es puramente intelectual, no
creadora de nuevo derecho. Aquí se inserta la tan conocida frase de que el
juez no es más que la boca que pronuncia las palabras de la ley.

En esta construcción, pues, el poder judicial, al no representar a una fuerza social,


es invisible o nulo, o bien que de los tres poderes el judicial es en cierto
modo nulo, quedando sólo los otros dos, que son los verdaderos poderes. Si
lo que se pretendía era repartir el poder político entre las diversas fuerzas
sociales y para ello se establecen unos órganos específicos, los jueces no
son una fuerza social ni la representan. En la lucha entre las fuerzas
sociales, el juez debe ser neutral. Para conseguirlo, la potestad judicial no
debe atribuirse ni a un órgano permanente, ni a un cuerpo de funcionarios.
En realidad no existe el poder judicial.
1. LA FUNCIÓN DEL JUEZ EN LA HISTORIA

En definitiva, y al margen de la evolución histórica de las sociedades


contemporáneas, la importancia y el destino de la función judicial de
penderá siempre del criterio con que se admita el principio de separación
de poderes y, por cierto, del reconocimiento que se otorgue a la autonomía
del poder judicial. Así, habrá jueces que considerarán absolutamente
regular el acto de resolver los conflictos aplicando pulcra y rígidamente la
ley; otros, admitiendo que el Derecho es mucho más que la norma escrita,
intentarán conciliar al primero con lo que es justo y razonable, para lo cual
tendrán una concepción flexible de la ley, extendiendo o restringiendo sus
alcances.

El Derecho es en una sociedad democrática lo que el consenso de gobernantes y


gobernados quieren que sea. Cuando se produzca un desajuste en la
interpretación de una norma jurídica o de uno de los mandatos que ésta
contiene, habrá un conflicto que podrá ocurrir entre el gobernante y el
gobernado o entre gobernados. En cualquier caso, el juez deberá ajustar la
decisión del legislador —contenida en la ley— a aquello que considera es
una solución equitativa y razonable del conflicto. Si la decisión del
legislador no es compatible con la opción que el juez considera justa,
entonces éste deberá encontrar cuál es el valor social predominante en el
caso, equiparando esta vez el Derecho con lo justo y con lo razonable La
única posibilidad de conducir ese intento de racionalizar y hacer justa la
decisión judicial pasa por el uso de técnicas de interpretación que, a su
vez, sean instrumentos de razonamiento jurídico que permitan al juez
acercar el Derecho a la selección adecuada de los criterios prevalecientes
para resolver el caso concreto, sean, por ejemplo, los valores vigentes en
una sociedad a la fecha de su la necesidad
histórica de enseñar la trascendencia de la seguridad
jurídica o de propiciar con una decisión favorable, una conducta
beneficiosa para la consecución de una sociedad con justicia, paz y
libertad.

Nótese que la lógica jurídica no ayuda a alcanzar la verdad ni la certeza: es


simplemente el medio para descartar científicamente aquellas conclusiones
que carecen de coherencia y, a su vez, es el instrumento para llegar a
pronunciar aquella decisión que, a través del uso adecuado de las técnicas de
argumentación, ha sido escogida porque ha acrecentado la adhesión del
usuario, convenciéndolo de su bondad.

Los valores morales y los valores jurídicos se imponen igualmente a la conciencia


“y luego como son aprehendidos por el yo, piden una toma de posición,
una respuesta de valor”. Esa respuesta de valor, es en los valores positivos
un entregarse al valor, un volverse hacia él, una especie de anhelo o deseo
de él; en los negativos, un desviarse de él, un ser repelido por él.
Tanto los valores morales como los jurídicos ofrece una nota común: se
presentan como verdaderas exigencias, se alzan como un tu deberes
frente al individuo.
1. EL JUEZ ANTE LA LEY INJUSTA

No se trata aquí de la actitud del juez ante los resultados injustos de la aplicación
de una ley justa, sino de su actitud ante una ley que nace ya injusta, por ser
contraria a exigencias fundamentales de la justicia, es decir, del derecho
natural. Estos casos no son raros; al contrario, al establecerse una
separación entre legalidad y moralidad, estas situaciones pueden formar
parte de la práctica diaria del juez. Piénsese en el caso de la ley de
divorcio, en una ley que legalice el aborto, en una ley que permita el
«matrimonio» entre homosexuales, en una posible legalización de la
eutanasia o del uso de drogas que con toda probabilidad traen consigo la
ruina fisiológica y psíquica del individuo.

El principio fundamental en esta materia es que el juez no puede descargar la


responsabilidad en los autores de la ley (que, indirectamente, en una
sociedad política con régimen democrático, es todo el pueblo). No es lícita
la actitud del que afirma que «me limito a cumplir o aplicar las leyes
vigentes». El juez, precisamente porque aplica las leyes, es
corresponsable.

De lo anterior se deduce que el juez no puede lícitamente, con sus sentencias,


obligar a nadie a realizar un acto intrínsecamente inmoral, aunque esté
mandado o” permitido por la ley. La razón es que no es lícito nunca ha el
mal, bajo ningún concepto, ni siquiera para que se sigan algunos bienes.
Un juez no puede, por ejemplo, aunque la ley lo sancione sí condenar a
alguien a la esterilización, ni siquiera como medida preventiva.

Por los mismos motivos, el juez conocer y aprobar, con su sentencia una ley En
ese mismo momento sería cómplice de los autores de la ley.

Hay que añadir, sin’ embargo, que no toda sentencia en materia de ley injusta
equivale a una implícita o explícita aprobación de esa ley. El juez puede
limitarse, éticamente, a dejar que esa ley siga su curso, sobre
aquí una nueva aplicación de los principios que rigen el voluntario indirecto.
Salvada la recta intención del juez, el cumplimiento de sus deberes
deontológicos —la aplicación de la ley— puede considerarse algo
positivamente bueno, pero el juez no puede olvidar que su actuación recibe
también calificación moral atendiendo al fin y a las circunstancias.
En otros supuestos cabe aplicar los principios sobre la cooperación material en el
mal. Ha de resultar claro que no se trata de una cooperación positiva, ni
física, ni formal, sino de un caso típico de cooperación material. Esta
cooperación material tampoco ha de ser inmediata, sino mediata; la labor
del juez es una mediación exigida por el entero ordenamiento jurídico del
que hay que presumir que tiene como fin el bien común. Por otro lado,
resulta claro que esta cooperación material y mediata suministra los medios
de forma próxima y necesaria para la realización de un acto
intrínsecamente inmoral. En efecto, no hay actuación legítima sin sentencia
firme del juez. Por tanto, para que sea lícita esa cooperación se requiere un
motivo grave: en el caso del juez puede ser la amenaza de su inhabilitación
temporal o perpetua. Esto, además de suponer en ciertos casos la ruina
económica personal y de la familia, significa dejar la magistratura en poder
de otras personas quizá favorecidos de acciones inmorales con la menos
de las excusas.
El autor español Rafael Gómez Pérez1, al referirse a la forma como debe aplicar la
ley el Juez, cree que: El Juez debe fallar, como es sabido, según lo alegado
y lo probado en el proceso, no según los conocimientos alcanzados fuera
del proceso (conocimiento privado). La ciencia privada y la experiencia
deben aplicarse a la valoración de lo alegado y probado. No puede
éticamente un juez dictar sentencia condenatoria en un enésimo caso A, de
un género por él suficientemente conocido, si lo alegado y probado no lo
permite. Con toda probabilidad este presunto delincuente es como otros
muchos que ya ha tenido experiencial no es suficiente.
Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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TRANSPARENCIA EN EL PATRIMONIO DE LOS MAGISTRADOS

Como todo funcionario público de nivel, el juez está obligado a hacer pública su
declaración jurada de bienes y rentas. Este es un requisito de transparencia
destinado a que el patrimonio de quienes administran el dinero público —
que es de todos los contribuyentes— o toman decisiones definitivas
sobre temas de envergadura patrimonial, como los jueces y los fiscales,
pueda ser objeto de escrutinio público para evitar la corrupción y el
desbalance patrimonial. Es pues una medida preventiva que se considera
un imperativo ineludible para los magistrados, precisamente para que éstos
al cumplir con este acto de transparencia den ejemplo de la confianza que a
sociedad deposita en la función que les corresponde.

El cumplir con la declaración jurada de bienes y rentas es el mínimo legal que


obliga al magistrado. El estándar ético —como se ha advertido va más allá
y se enuncia de la siguiente manera.

Los magistrados deberán ser especialmente rigurosos al momento de elaborar sus


declaraciones juradas de bienes y rentas, distinguiendo los ingresos que
perciben en cumplimiento de su función de otros que legítimamente puedan
percibir por actividades académicas u otras permitidas por la ley.

Nuevamente aquí hay un llamado a la diligencia de los magistrados para que sean
especialmente rigurosos en presentar sus ingresos y el origen de sus
bienes, para que la transparencia en las cuentas cumpla con su función y
se conozca el origen del patrimonio de los magistrados. Exige este canon,
en consecuencia, distinguir entre los ingresos como juez o fiscal, o que
reciba por actividades académicas que son compatibles por la magistratura
y otros que legítimamente pueda percibir conforme a ley. Dentro de estos
últimos está el producto de las inversiones, ahorros o patrimonio propio de
origen legítimo que pueda tener el magistrado, que debe ser declarado y
diferenciado de lo anterior. Nadie puede prohibir ni limitar a un magistrado
por mantener e incrementar su patrimonio, eso es parte de la diligencia en
sus asuntos personales. Lo que se le exige es que ello se muestre
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Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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transparentemente como medida de previsión de

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corrupción o de detección de actos de este mismo origen.

En este contexto, el cuidado riguroso que se exige al magistrado en a declaración


patrimonial le obliga a incluir bienes, ingresos y evidentemente los créditos
que haya adquirido y estén pendientes de pago pues ello contribuirá a una
mayor transparencia y a un más alto estándar ético de cumplimiento.

Los Magistrados deben obligatoriamente presentar sus declaraciones juradas, sin


necesidad de exigencias o presión por la oficina de Control de la
Magistratura, cada vez que varíe su Patrimonio, teniendo en cuenta que
cumplen una función representando al Estado, la misma que debe estar
libre de cualquier cuestionamiento por la opinión pública, porque el
Magistrado es la proyección del Estado a la ciudadanía, que está
sedienta de justicia máxima si se tiene en cuenta que el justiciable es el
destinatario final de la justicia y por tanto el Magistrado debe ostentar una
buena imagen ante la ciudadanía
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