Libro de Formacion Basica para La Magistratura
Libro de Formacion Basica para La Magistratura
Libro de Formacion Basica para La Magistratura
Magistratura
Ciclo XI
1
Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura
INDICE
Introducción 7
CAPÍTULO II
VIRTUDES Y PRINCIPIOS DEL MAGISTRADO
Bibliografía 47
2
Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura
INTRODUCCIÓN
En un Estado Constitucional de Derecho, con Vigencia Plena de los Derechos
Humanos y la Constitución, la Magistratura constituye su razón de ser, por
cuanto hace posible la vida en común y restablece la paz social perturbada
por el conflicto.
La función del Magistrado asume una trascendencia y complejidad cuando las
causas que conoce se vinculan con la seguridad del Estado, la seguridad
jurídica, el control de la constitucionalidad de las normas y la vigencia del
Estado de Derechos, ello reafirma la necesidad de contar con Magistrados
comprometidos con la Constitución, la ley, y los valores éticos inherentes a
sus funciones.1
Esta es la razón por la cual tan delicada función no puede ser ejercida por
cualquier profesional del Derecho, sino solamente por aquellas personas
que tengan solvencia moral, por cuanto de nada sirve ser una luminaria
jurídica, cuando los conocimientos se utilizan para satisfacer intereses
personales en cuyo caso el Magistrado se transforma con un funcionario
peligroso, no solo para los justiciables, sino para la estabilidad social y para
la democracia, por eso es que con mucha razón decía Eduardo J. Couture
“De la dignidad del Juez depende la dignidad del derecho. El derecho
valdrá en un país en un momento histórico determinando lo que valgan los
jueces como hombres. El día que los jueces tengan miedo, ningún
ciudadano podrá dormir tranquilo”.
1
Walter Ramos Herrera Formación para la Magistratura
1 Virtudes y Principios del Magistrado. Academia de la Magistratura. Primera Edición. Lima-Perú. 2003.
Pág. 16.
2
imparte la Universidad (presencial, semipresencial y virtual) juntamente con la guía
didáctica y las sesiones de aprendizaje que también hemos elaborado, los
mismos que servirán para que el estudiante de Derecho adquiera los
conocimientos básicos que debe tener quien pretenda ser Magistrado.
La palabra Juez deriva del IUS que significa derecho y DICERE que significa decir,
también deriva de VINDEX que significa vindicador ó vengador del derecho,
puesto que restablece la paz social perturbada por el conflicto a través del
proceso.
Sobre la palabra juez, se han dado muchas definiciones por muchos autores a
través de toda la historia, entre los cuales citaremos a los siguientes:
Es corriente que los jueces actúen dentro de un fuero determinado (civil, penal,
contencioso administrativo, laboral, militar). En el fuero civil, suele
llamárselos jueces de primera instancia, y en el fuero penal, jueces de_
instrucción cuando su misión consiste en investigar el delito tramitando el
sumario, y de sentencia cuando su misión, propiamente juzgadora, es la de
dictar sentencia en el plenario. Las resoluciones de los jueces, salvo las
excepciones que las leyes determinen, son impugnables ante las Cámaras
3
Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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de Apelación, como a su vez las
4
sentencias de éstas son recurribles ante las Cortes o Tribunales Supremos,
cuando lo establezca la legislación.
Esta voz de juez posee como etimología el latín "judex", que apenas ha
experimentado pequeña deformación fonética. Ahora bien, Caravantes
opina que "judex" está compuesto de jus y dex lo primero con el significado
de Derecho, y lo segundo como abreviatura de vindex porque el juez es el
vindicador del Derecho, el que lo declara o restablece. De ahí que se defina
como el magistrado Investido de imperio y jurisdicción, que según su
competencia pronuncia decisiones en juico. Es el que decide, interpretando
la ley o ejerciendo su arbitrio, la contienda suscitada o el proceso
promovido. La partida 3a, titulo 4º, ley la al referirse al juez dice lo siguiente:
"Homes bonos que son puestos para mandar e facer derecho”
De nada servirían las leyes más sabias y precisas. Inspiradas no en quimeras sino
en las realidades de la vida, tanto de lo individuos como de las
colectividades humanas; ni los principios de la doctrina jurídica más
aproximada a las necesidades y anhelos de una comunidad civilizada; ni las
creaciones de los Códigos y de las legislaciones más perfectas; ni siquiera
el propósito de gobernantes y gobernados por aproximarse lo más posible al
ideal de la perfectibilidad, de no existir personas que se hallan investidas por
la ley del mandato imperativo de cuidar que las leyes se respeten y se
apliquen y sancionar a los remisos y reacios de su cumplimiento. Por eso ha
surgido una categoría de funcionarios públicos que en todos los tiempos y
en todas las edades, han desempeñado la trascendental función de
discriminar y distribuir
justicia: la de las leyes y de los Códigos y Constituciones. A estos funcionarlos,
conocidos desde las edades más remotas, al punto que en el Derecho de
los hebreos se llamó jueces a los magistrados que gobernaban al pueblo -y
así se les llamó durante siglos-, se les conoce en la historia del Derecho
positivo de todas las naciones, bajo el nombre de magistrado o juez. Este
vocablo proviene del latin Jus (Derecho) y dex derivado de vindex
(vindicador), con supresión de la primera sílaba, por lo que judex o juez, es
el vindicador o restaurador del Derecho. De ahí que San Isidro haya llamado
juez, al encargado de juzgar (judicare), examinando y decidiendo el Derecho
conforme a justicia; esto es, diciendo el Derecho en concreto (jus dicere o
jus daré). En general, juez es todo el que juzga o forma juicio, pero más
propiamente se llama así a la persona constituida en autoridad o potestad
de administrar justicia a los particulares, mediante el conocimiento y
resolución de las cuestiones que se le presenten.
Finalmente Joaquín Escriche explica las condiciones que debe tener un juez para
desempeñar tan importante función cuando dice: El Juez debe ser
imparcial, y es de temer que no lo sea cuando tiene interés en la causa, o
afección u odio por alguno de los litigantes. Asi es que no puede ser juez en
causa propia, ni en la de su padre, hijo o familiar, ni en la que hubiere sido
abogado o consultor, ni en la de mujer a quien hubiese querido violentar
para que se casara con él e intentar hacer fuerza de otro modo; ni en la de
persona que viva en compañía de dicha mujer.
Se cree que el juez tiene interés en la causa, aunque ésta no sea suya propia ni le
pertenezca a él mismo ni a sus padres o hijos, cuando las consecuencias
del juicio sean capaces de favorecerle o perjudicarle de un modo próximo o
remoto, directo o indirecto; se supone que profesa afección a una de las
partes, no solo cuando está ligado con ella por paternidad o filiación, sino
también cuando lo está por otras relaciones más remotas de parentesco de
consanguinidad o afinidad, y aun por las de sociedad, dependencia o
subordinación, amistad o gratitud; y se presume que le tiene odio o
resentimiento, no solo cuando ha querido forzar inútilmente su voluntad,
sino también cuando han mediado otros motivos más o menos graves de
desavenencia entre los dos, como amenazas, pleitos civiles o criminales,
daños en la persona, honor o bienes. En todos estos casos y otros
semejantes, el litigante que teme parcialidad en su juez, puede recusarle o para
que se inhiba del conocimiento de la causa, o para que se acompañe con
otro.
El juez que por afección a una de las partes o por odio o resentimiento a la otra, y
no por dádivas o promesas, diere a sabiendas sentencia injusta en negocios
civiles, está obligado a satisfacer a la parte contra quien la dio, lo que le hizo
perder con los daños, perjuicios y costos que ésta jure habérsele
ocasionado, queda infamado para siempre como violador del juramento que
hizo en el ingreso de su oficio, y debe ser privado de la facultad de juzgar
por razón de su abuso; mas en causas criminales, incurre además en la
misma pena que él impuso al agraviado, aunque sea la de muerte.
Todas las leyes, los códigos y otros libros que no son de derecho se refieren al
juez, así por ejemplo podemos leer en la Biblia, cuando JETRO, el suegro
de Moisés le aconseja a éste diciéndole: “Escoge de entre el pueblo,
hombres capaces, temerosos de Dios, hombres íntegros, libres de avaricia y
constitúyelos sobre el pueblo como jefes de millar, de centena, de
cincuentena y de decena para que juzguen al pueblo en todo tiempo y a ti te
llevarán únicamente los asuntos más importantes, los demás, que los
juzguen ellos (EXODO 18-20-22)”.
BIONDO BIONDI dice que en Grecia se estudió la justicia como filosofía ¿Qué es
la justicia la justicia como teoría. En cambio los Romanos se plantearon
¿cómo' se hace justica? (la justicia como practica).
MONTESQUÍEU: Afirma que “los jueces de la Nación, no son ni más ni menos que
la boca que pronuncia las palabras de la ley (versión matemática del juez
sólo como aplicador de la ley, es decir que según MONTESQUIEUE juez debe
limitarse solamente a aplicar la ley, su actividad es puramente intelectual y
no creadora de nuevo derecho.
Para el juez no hay amigos ni enemigos con la justicia no se puede ser servicial.
ESCRICHE dice que el juez resulta temible cuanto tiene interés en el
proceso porque lo distorsiona y lo deforma de tal manera para que
finalmente el proceso resulte respondiendo a sus intereses personales.
El juez no debe obedecer más que a la ley, porque es autónoma y además debe
luchar en forma constante contra la corrupción porque basta que haya un
juez corrupto para que siglos de la razón humana y el derecho se vean
reducidos a cenizas.
El juez debe producir sentencias de buena calidad que sean objeto de estudio en
las universidades y asimismo debe tener como objetivo que su sentencia
sea un éxito porque el éxito del juez, es el éxito de la justicia y el éxito de la
justicia es el éxito de la sociedad y del país.
El juez debe tener una definida noción de los valores que se hallan en la cima de la
escala de valores, presididos por la justicia, sin embargo en el Perú se han
dado muchos casos de magistrados corruptos que han preferido el dinero a
la justicia.
El juez hace dos cosas: imparte justicia y crea derecho y además no puede dejar
de administrar justicia por deficiencia o vacío de la ley al llenar estas
deficiencias o vacíos está creando derecho.(art. 139 inc. 8, Constitución)
asimismo el art. VIII del Título Preliminar del Código Civil el mismo que
establece que en caso de vacío o defecto de la ley deberá recurrir a los
principios generales del derecho a la doctrina y a la jurisprudencia.
La labor del juez es muy delicada, debido a que tiene en sus manos la suerte de
una familia, la vida, la libertad y a dignidad de la persona humana.
La sociedad más que buenas leyes necesita buenos jueces, porque la verdadera
justicia no está en las leyes, sino en los hombres, que lo administran.
COUTURE decía "una justicia tardía es media justicia con ribetes de
injusticia".
El juez debe ser honrado, más que jueces sabios, necesitamos jueces honestos, el
juez debe proceder de acuerdo a su conciencia y no por conveniencia o
influencia, los deseos y pasiones, la amistad y el dinero no deben importarle
por cuanto el juez el día de su muerte, también será juzgado por Dios
conforme a su conducta que tuvo en éste mundo.
El juez no puede resolver por amistad y si esto lo cumple perderá muchos amigos,
pero ganará mucha justicia.
Para ser juez no se necesita ser una Luminaria jurídica, se equivocan quienes
creen así ya que para ser juez solamente se necesita ser honesto y honrado
y si a esto le agregamos un poquito de derecho ya será un juez
extraordinario.
Asimismo, la búsqueda de razones en los actos públicos explica lo que debe ser
la actitud del juez frente a la ley en una democracia: respetar las razones
que se han impuesto en el debate democrático. Los ciudadanos de una
democracia exigen que los jueces estén sometidos a la ley de una forma
igualmente alejada tanto del formalismo como del finalismo (en la
interpretación de la ley), que desvirtúan ese sometimiento. Pero el que la
ley haya sido adoptada sustentándose en razones, como consecuencia del
debate democrático, no enerva la obligación del juez de preferir a
Constitución a la ley en caso determine que ésta es incompatible con
aquélla, después de interpretarla y asumir que no era conforme a la
Constitución.
Como ha dicho ZAGREBELSKY, desde una perspectiva más bien substancial, una
posición dual de intermediación entre el Estado (poder
político-legislativo) y la sociedad (sede de los casos), es la que se reclama del juez
en este escenario . Es decir, la dependencia a la ley pero como garantía
para que el magistrado actúe los derechos según la perspectiva
interpretativa entre las varias posibles más adecuada para el caso
concreto , sin otro tipo de condicionamientos.
Y de esta “doble fidelidad o relativa autonomía”, que implica la difícil posición del
magistrado entre los casos y las reglas al mismo tiempo que asume un
papel creativo, surgen las demandas del entorno cultural e institucional
como factores que ejercen un condicionamiento recíproco en la función
judicial. Es decir, el conjunto de garantías necesarias para definir el sentido
de la responsabilidad del juez, valorar sus aptitudes y mejorar su entorno
laboral, que es, al mismo tiempo, su espacio de aprendizaje y desarrollo
cultural. Se alude a las formas de reclutamiento, a la estructura de los
órganos en los que desarrolla su carrera, a los métodos para organizar su
trabajo, como factores que deben adecuarse al rol que la función judicial
está llamada a ejercer en un Estado Constitucional .
Frente a la sumisión del juez a la ley, propia del Estado de Derecho, el Estado
Constitucional presupone la existencia de una Constitución democrática
que se advierte como límite al ejercicio del poder y como garantía para el
ejercicio de los derechos y libertades fundamentales, en términos de
igualdad. Supremacía política pero también supremacía jurídica, hacen de
la Constitución una herramienta de legitimidad esencial para el Estado y el.
El Estado Constitucional -según se ha visto-, supone que todos los sujetos
del ordenamiento, incluyendo al legislador, se encuentran sometidos a la
Constitución. La misión de los jueces, por ello, estará signada por su lealtad
hacia la defensa de los derechos fundamentales y dé las minorías frente a
las instituciones político representativas y las eventuales mayorías que las
controlan^6: los jueces tienen la tarea de afirmar el valor de la Constitución
aún en detrimento de la ley, y más aún, tienen la posibilidad de desarrollar
las concepciones que orientan las bases del sistema legal, gracias al
carácter normativo de la propia Constitución, que los obliga a interpretarla
en los casos
concretos, sea a través del control de constitucionalidad, siempre más
determinante en el contexto de las democracias contemporáneas, o bien de
la actuación cotidiana de los principios constitucionales.
La enorme responsabilidad del juez y el poder que ella representa hace necesario,
entonces, considerar la posibilidad de acentuar la concurrencia de
herramientas diversas para que la razón de los jueces sea un reflejo nutrido
por las razones públicas, un eco articulado de las voces más vulnerables de
la sociedad , lo cual hace aún más evidente la relevancia de la
argumentación jurídica como aspecto sensible para la integridad del
sistema democrático
De ahí que la función del Poder Judicial constituya una importante fuente de
estabilidad social y una vía para demostrar la identidad de los ciudadanos
con el sistema legal y con la democracia como un todo. Si la legitimidad de
un sistema político radica en que las reglas que le dan vida deben ser
objeto de un proceso continuo de justificación, está claro que las respuestas
del Poder Judicial se integran y fortalecen al mismo.
Esta relación es aún más clara, si se considera que en la actualidad los jueces
deben producir acuerdos en medio de profundas contradicciones sociales y
pluralismo político. Como los conflictos o litigios son la expresión de ese
contexto, entonces, las respuestas judiciales a los mismos, se vinculan de
modo inevitable a los principios políticos fundamentales de la sociedad. Es
por ello que la legitimación de la función judicial se produce en la medida en
que se orienta a desarrollar los derechos fundamentales que están,
igualmente, en la estructura del ordenamiento político.
Sin embargo, parece evidente que una forma de legitimidad como la indicada, no
será posible sin reglas y procedimientos democráticos que la hagan viable,
sin instituciones específicamente orientadas a cautelar el campo judicial; es
decir, su organización y el modo a través del cual se configura. Es en esta
línea de análisis que tiene relevancia el poder de nombrar a los actores de
dicho campo a través del sistema de carrera judicial. Este sistema no
constituye, por sí solo, fuente de legitimación de la función judicial, pero su
caracterización tendrá un impacto decisivo en las garantías del sistema
para que el juez actúe con independencia y para que sus decisiones
puedan considerarse legítimas.
La idea de carrera judicial está orientada a perfilar esta nueva forma de concebir la
función judicial y su entorno institucional. La jerarquía, como fundamento y
esquema esencial de la organización del modelo burocrático, no tiene más
sentido y, por el contrario, se busca el desarrollo de una relación horizontal
entre los jueces. Los sistemas de ingreso y promoción en la carrera judicial
se caracterizan por ser autónomos; la evaluación, selección, designación y
ascensos de los magistrados se encargan a un órgano distinto del Poder
Judicial y del Poder Ejecutivo: un órgano que está dotado de un nivel de
representatividad social como base de su propia legitimación y, a su vez,
como instrumento que otorga legitimidad de origen a los miembros de la
orden judicial. La idea de un juez altamente técnico persiste, pero con
vocación distinta, pues se orienta a optimizar el ejercicio de la función
judicial con el fin de beneficiar la protección de los derechos fundamentales
y su desarrollo. Se establecen, por lo tanto, mecanismos en el sistema de
promoción que buscan otorgar un mayor peso a los méritos y a la
experiencia profesional.
Lo dicho forma parte de una tradición que se ha ido construyendo en
algunos países de Europa; principalmente, en Italia y España. En el primer
caso168, el desarrollo ha logrado un carácter emblemático, pues el principio
jerárquico tradicional, de acuerdo con el cual, sólo los jueces de rango
superior tienen la facultad de evaluar a sus colegas de rango inferior, se ha
quebrado a partir de la Constitución de 1948 y como parte de la creación
del Consejo Superior de la Magistratura, órgano que tiene entre otras, la
función de evaluar, nombrar y promover a los magistrados
1. EL MAGISTRADO, PIEDRA ANGULAR DE LA JUSTICIA
En sus inicios, la justicia institucionalizada ha sido parte del poder constituido y fue
representada por reyes o soberanos en las monarquías. En Roma, por
ejemplo, quienes ejercían una función pública, las autoridades investidas de
mando y jurisdicción, recibían el nombre de magistrados, como los
cónsules, tribunos, pretores, ediles y cuestores. Modernamente, los jefes de
Estado (presidentes de la república) reciben a denominación de primer
magistrado de la nación.
Establecido el Estado, éste debe resolver los conflictos entre los ciudadanos.
Para ello se arroga el monopolio de la facultad de sancionar, de usar la
coacción y de corregir las desigualdades, facultades que ejerce a través del
Poder Judicial. Éste no decide en forma discrecional sino con respeto al
ordenamiento jurídico previamente establecido que, a la par de reconocer
derechos y garantías a las personas sometidas a su jurisdicción, otorga
además al Ministerio Público la facultad de velar por los intereses del
conjunto social.
Por ello, los magistrados que ejercen función fiscal deben actuar con
independencia, sobre todo cuando conducen —en exclusiva— la
investigación del delito, exclusividad con la que se asegura tanto la
autonomía de esa investigación (penal) de posibles influencias
gubernamentales, como que la justicia tome la suficiente distancia de los
resultados de esa investigación.
menos sustraerse en último resultado a esta pregunta: ¿para qué todo esto, en
rigor? Quien, en su profesión, se pare a pensar acerca de los fundamentos
discursivos en que descansa, tropezará en su respuesta, forzosamente, con
el sentido de la vida en general.
Si hay alguna profesión que pueda servir de modelo a toda la sociedad, en este
sentido, es precisamente la profesión del Juez. Y esto, no sólo en cuanto a
la necesidad de remontarse a las cumbres de una concepción universal que
lo domine todo, sino también en cuanto a la aplicación amorosa y exquisita
de esa concepción universal a las cuestiones particulares de la vida diaria.
Una de las razones que pueden servir para elevar la auto estima de la
Magistratura es el reconocimiento de los Magistrados como defensores de
la democracia y de los derechos individuales.
El Juez realiza la tarea más noble a la vez que la más ardua que es dable
desempeñar al hombre: Su tarea de impartir justicia para alcanzar la paz
social.
"Por esto la colegialidad, que se suele considerar como garantía de justicia para los
litigantes, fue ante todo escogida para confortar a los jueces: darles un poco
de compañía en la soledad de su independencia".
Pero además de estos derechos y dentro de la función procesal del Juez, éste
tiene deberes y facultades que tienen los Jueces en general. El Código
Procesal Civil señala los deberes y facultades que tienen los Jueces Civiles,
comprendiendo a todos los magistrados que integran los distintos
organismos jurisdiccionales en materia civil, dentro del proceso civil en
concreto. El incumplimiento de esos deberes por los jueces es sancionado
por la ley.
Al respecto hace comentario de este deber el Dr. JORGE CARRIÓN Lugo, cuando
hace un análisis del Código Procesal Civil, dice: Es que los jueces no
pueden dejar de administrar justicia por defecto o deficiencia de la ley. En tal
caso, deben aplicar los principios generales del derecho y, preferentemente,
los que inspiran el Derecho Peruano (Art. VII Título Preliminar del C.C.).
Algo más, "El Juez que se niega a administrar justicia o que elude juzgar
bajo pretexto de defecto o deficiencia de la ley..." incurre en el delito de
denegación y retardo de justicia, previsto y penado por el Código Penal
vigente (Art. 422 CP). Algo más todavía: conforme a la Ley Orgánica del
Poder Judicial, las Salas Especializadas de la Corte Suprema ordenarán la
publicación trimestral de las ejecutorias que fijen principios jurisprudenciales
que han de ser de obligatorio cumplimiento en todas las instancias
judiciales, las que serán invocadas por los jueces en sus decisiones
judiciales como precedente de obligatorio cumplimiento (Art. 22 LOPJ).
En cuanto a los principios generales del derecho, a los que debe acudir el Juez en
caso de defecto o deficiencia de la ley, la doctrina es discrepante; empero,
en el caso práctico, nos inclinamos por señalar que
los Jueces, en caso de deficiencia de la ley, deberían decidir el caso concreto de
acuerdo con la regla que el mismo Juez establecería si fuese legislador,
pero debiendo inspirarse para ello en la doctrina y en la jurisprudencia
análoga consagrada. En conclusión, podríamos precisar que la estimación
de los principios que inspiran el derecho peruano en particular, quedan
enmarcadas como una cuestión de la competencia de los Jueces.
Finalmente debemos agregar que la Constitución del Estado consagra como
una de las garantías de la administración de justicia, la obligación de los
Magistrados de no dejar de administrar justicia por vacío o deficiencia de la
ley, pues en tal caso, deben aplicar los principios generales del derecho y el
derecho consuetudinario (Art. 139, inc. 8, Const.)
Este deber está consagrado en la Carta Magna de 1993, en su Art. 139 inciso 5
dice:
En la segunda parte del Art. 138 de la Constitución expresa: “En todo proceso, de
existir incompatibilidad entre norma constitucional y una norma legal; los
jueces prefieren la primera. Igualmente, prefieren la norma legal sobre toda
otra norma de rango inferior”.
La parte final de este texto concuerda con lo establecido en el Art. 51 del C.P.C.,
que establece la jerarquía de normas jurídicas dentro de nuestro Derecho.
Este dispositivo garantiza a las personas que los jueces, cuando se
encuentren con que una norma de inferior categoría es incompatible con
una de jerarquía superior, deberán aplicar la de mayor jerarquía y no la
menor. Este derecho puede ser alegado por cualquier persona en cualquier
procedimiento seguido ante el Estado.
Art. 477. Fijación del proceso por el Juez. En los casos de los incisos 1 y 3 del Art.
475 “la resolución debidamente motivada que declara aplicable el proceso
de conocimiento en sustitución al propuesto, será expedida sin citación al
demandado y es inimpugnable”.
Art. 487. Fijación del proceso por el Juez.- En el caso del inciso 8, del Art. 486 “la
resolución que declara aplicable el proceso abreviado, será expedida sin
citación al demandado y es inimpugnable”.
Art. 549. Fijación del proceso por el Juez.- En el caso del inciso 6 del Artículo 546,
“la resolución que declara aplicable el proceso sumarísimo, será expedida
sin citación al demandado, en decisión motivada e inimpugnable”.
La multa es establecida discrecionalmente por el Juez dentro de los límites que fija
el C.P.C., pudiendo reajustarla o dejarla sin efecto si considera que la
desobediencia ha tenido o tiene justificación.
b. Disponer la detención hasta por veinticuatro horas de quien resiste su
mandato sin justificación, produciendo agravio a la parte o a la majestad del
servicio de justicia.
Este dispositivo concuerda con el artículo 4 de la Ley Orgánica del Poder Judicial,
el cual expresa:
En aplicación del Art. 185 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, se estipula como
facultades del Juez:
Los miembros del Poder Judicial son responsables civilmente por los daños y
perjuicios que causan, con arreglo a las leyes de la materia.
Son igualmente responsables por los delitos que cometan en el ejercicio de sus
funciones.
Las acciones derivadas de esta responsabilidad se rigen por las normas respectivas.
Existe responsabilidad disciplinaria en los siguientes casos:
c. Por injuriar a los superiores jerárquicos, sea de palabra, por escrito o por
medios de comunicación social.
Amonestación
Multa
Suspensión
Destitución.
La amonestación viene a ser una llamada de atención escrita que se hace al Juez,
dejándose constancia en su registro y legajo personal respectivos.
El límite de la sanción de multa será del 10% de la remuneración total mensual del
Juez.
Ningún cargo público exige un mayor rigor que el judicial, y una ética intachable en
su desempeño del juez.
Hacer la historia del juez, resulta sumamente complicado. Sería intentar la historia
de la humanidad, desde el jefe del clan o de la tribu que arbitraba en las
disputas de su gente, al rey que administraba justicia bajo un manzano,
pasando
por la concentración de funciones en el monarca y su posterior descentralización
en los señores feudales y los funcionarios que actuaban por delegación
suya, hasta la separación de poderes iniciada como experiencia en
Inglaterra y expuesta como teoría por Montesquieu, que es la base del
Poder Judicial republicano de las constituciones modernas.
Lo que se intenta decir es que los dos extremos del contenido dialéctico del
proceso, el abogado que maneja la acción y el juez que opera con la
jurisdicción, vinieron a coincidir en una base común y esencial; el
profesionalismo jurídico, el conocimiento técnico del derecho. Abogado y
juez no son condiciones opuestas porque no son estados permanentes. Lo
permanente es la calidad primaria de abogado que ambos tienen. De todo
abogado pueda resultar un juez, y todo juez puede volver a la plenitud de su
situación originaria de abogado. Es que la justicia se constituyó con
abogados, como si de una costilla de estos, un Dios oculto hubiera creado a
los jueces. Porque para ser juez, primero hay que ser abogado. Y es éste un
punto en que nuestra Constitución fue sabia al exigir para ser juez, cierto
tiempo de ejercicio de la abogacía que la práctica, probablemente con
válidas razones, ha desplazado por una carrera judicial, cuyos primeros
pasos no se dan en los pasillos, sino en los Despachos. Y era sabia,
decimos porque un buen juez precisa la materia de un buen abogado, con lo
que esto implica de conocimiento de la vida, y del dolor, y de la angustia, en
la experiencia del abogado que es distinta de la del juez. Pero sigo adelante.
Como decía en Venezuela Tomás LISCANO: "Si el abogado, por fuerza de
su profesión, ha de ser el poseedor de la ciencia del Derecho, el hombre
precisamente diestro en el conocimiento de las leyes y en el arte de
aplicarlas en la práctica, claro está que en él debe verse también al más
apto para ocupar la sede de la administración de justicia: el juez".
Jueces y abogados, ligados pues por génesis, están sujetos a una permanente
relación, encadenados como Prometeo a la montaña, porque el mecanismo
de la justicia precisa de abogados parciales que planteen los casos para que
jueces imparciales los decidan.
El primer elemento de una buena relación ha de ser, entonces, la recíproca
comprensión de sus respectivos roles. Esa comprensión debe traducirse,
necesariamente, en recíproco respeto para los abogados, ejerciendo su
parcialidad, frente a las otras partes y frente al juez, dentro de los límites
éticos de la lealtad y la buena fe para los jueces, obrando con la debida
consideración hacia los abogados. Decía con razón CALAMANDREI: "El
juez que no guarda respeto ai abogado, como el abogado que no se lo
guarda al juez, ignoran que abogacía y magistratura obedecen a la ley de
vasos comunicantes: no se puede rebajar el nivel de una, sin que el nivel de
la otra descienda al mismo grado".
Para los jueces, bien vale la anécdota que recuerda MERCADER: el señor de
Thoú, primer Presidente de la audiencia de París, interrumpió el informe de
un abogado tartamudo con este exabrupto: "Callad, sois un ignorante". Ese
abogado era nada menos que CHARLES DUMOULIN, el clásico jurista,
ilustre intérprete del derecho francés. El bastonero de la Orden se apersonó
al Presidente en compañía de los más ancianos y le reclamó así: "Has
lesionado a un hombre más docto de lo que tú serás jamás". La
reivindicación que siguió quedó grabada, en el dato histórico, como la regla
que el abogado tiene derecho al respeto y consideración que debe
guardársele.
MAGISTRADO
¿Cómo es que el juez crea Derecho? El legislador tiene la potestad de crear la ley.
Para ello conoce y valora conductas humanas a fin de emitir una norma
jurídica que, al proteger a cierto sector de seres humanos, trasunta justicia.
Es por ello, un molde formal cuyo contenido servirá a los ciudadanos para
encauzar sus conductas, ya sea por la senda de las premisiones o de las
prohibiciones y será útil al juez para, a partir de la ley, valorarlas y encontrar
su sentido, así como aquel ínsito en las conductas que juzga en el acto de
pronunciar sentencia a través de un único acto interpretativo.
Es pues, extraordinaria, la definición que del juez hace el filósofo griego al decirnos
con plena razón, que él es nada menos que la justicia viviente. Lo expresado
por Aristóteles corrobora lo que venimos sosteniendo en el sentido que el
Juez es el vivenciador por excelencia de los valores, los que otorgan un
sentido al accionar de las partes en conflicto. Entre dichos valores la justicia
ocupa el lugar preferencia.
Es evidente que si el Juez está obligado a proveer sobre las pretensiones incoadas
en las demandas que las partes le plantean, tiene una potestad
jurisdiccional que comprende todos ¡os poderes necesarios para ¡legar al
acto final con el cual se otorga la tutela jurídica o se deniega dicha tutela.
La palabra Juez dice CARAVANTES, trae su etimología de las latinas jus y dex,
nominativo poco usado y contradicción de vindex, porque el Juez es el
vindicador del derecho o el que declara, dicta o aplica el derecho o
pronuncia lo que es recto o justo. Es, pues, juez, la persona constituida con
autoridad pública para administrar justicia, o la que ejerce jurisdicción con
arreglo a las leyes, conociendo y dirigiendo el procedimiento de las causas
civiles y penales, dictando sobre ellas las sentencias que crea justas.
La misión del juez ha sido exaltada muchas veces, porque la justicia se debe
impartir es una de las virtudes más elevadas y más necesitadas para la
convivencia humana. “La palabra justicia, escribió el jurisconsulto JACINTO
PALLARES, es la palabra más santa que ha salido de labios humanos”; y
HUGO ALSINA subraya la noble misión que ha sido encomendada a los
jueces cuando dice: “Su misión no puede ser más augusta ni más delicada;
a él está encomendada la protección del honor, la vida y los bienes de los
ciudadanos”.
El Juez miembro del Poder Judicial que ejerce función jurisdiccional. Persona que
tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar (Real Academia
Española). Magistrado integrante del Poder Judicial, investido de autoridad
oficial requerida para desempeñar la función jurisdiccional y obligada al
cumplimiento de los deberes propios de la misma, bajo la responsabilidad
que establecen la Constitución y las leyes.
Por ese orden de ideas, cabe agregar que el poder jurisdiccional, pese a ser un
Poder público, o dicho porque lo es, no es un Poder sin límites. Es un Poder
de actuar el derecho objetivo, es cierto, pero no puede ir más allá de las
fronteras que señalen los dos elementos esenciales que delimitan su
ejercicio: la acción y el caso concreto. Tal vez se pueda, en lugar de acción,
hablar de pretensión, que es no ya el Poder de obrar, sino la afirmación
fundada en que se concreta una aspiración de actuación de voluntad de la
norma. De cualquier modo, nadie discute que el Poder del juez no debe
exceder el límite fijado por las peticiones de las partes y los hechos
expuestos por ellas y que su sentencia no puede derivar en una declaración
abstracta de valor general.
Sólo resta, para concluir, señalar que el acrecentamiento de los poderes del juez
como medio de lograr una más perfecta justicia, debe ir unido a una mayor
celeridad del proceso. Si así no fuera, lo valioso de la intervención del juez
se perdería. Lo mismo ocurriría si esos poderes se emplean en una faz
puramente negativa, y en lugar de favorecer el hallazgo de la verdad, la
investigación amplia, resulta ser en la práctica el obstáculo que lo impide. Si
así fuera, el haber dotado a los jueces de mayores poderes no respondería
a una recta idea de justicia, sino a un mero deseo de incrementar el aspecto
público del proceso. Por eso han ido bien encaminados los autores del
Código
cuando a los mayores poderes del juez sumaron una serie de normas tendientes a
asegurar la celeridad del proceso y la averiguación efectiva de la verdad.
Poderes del Juez, celeridad, economía procesal, inmediación, investigación
amplia, moralidad, se vinculan así a la idea de justicia, sin lo cual carecerían
de sentido. Lo esencial es que los jueces, encargados de aplicar la ley,
comprendan cabalmente la misión que ella les asigna. Y que
comprendiéndolo, cuenten con los medios suficientes para dar vida al
sistema.
He querido hacer estas reflexiones, porque si nos toca hablar del juez y de sus
deberes, creo que es importante reflexionar respecto a nuestra concepción
del derecho, acercándonos a la vida, a los valores preeminentes de la
sociedad, convencidos como estamos que la norma sólo es un instrumento
que se coloca en manos del hombre para la regulación de su conducta y, en
el caso de las normas procesales, son un instrumento para la solución de un
conflicto de intereses y propender a la paz. Esa es la grandeza del Derecho
y del Derecho Procesal en particular, pero a su vez es su limitación, pues en
manos de operadores que no extraigan de él los mejores elementos
jurídicos, vitales y valorativos, se convertirán en un instrumento más de
opresión, generando antijusticia y rebelión en los ciudadanos.
1. LA MAGISTRATURA COMO VOCACION DE SERVICIO
Esta mística profesional nace del código personal de conducta. En tal sentido
puede describirse como una manera de actuar que es coherente con el
conjunto de valores morales que una persona ha asimilado a lo largo de su
vida. Es un modo de ser frente a los demás que surge de lo£ valores de la
persona y de su actitud moral fundamental.
La sociedad debe encontrar en los jueces una garantía de justicia pronta y exacta.
Es necesario que el órgano jurisdiccional sea excelente en lo referente a la
calidad de sus miembros y en cuanto a su funcionamiento. Dos son los
elementos que es posible perfeccionar: a) el órgano jurisdiccional,
propiamente dicho; y b) su funcionamiento. Para lo primero tenemos las
leyes de organización del Poder Judicial; para lo segundo las leyes de
procedimiento.
Estando en desarrollo un vasto y completo plan de reforma de la legislación
nacional, es prematuro ocuparse de ellas. En cambio siempre es oportuno
incidir sobre la persona a quien la sociedad encarga administrar justicia.
Todo lo que se haga por dignificar la función judicial tiene que referirse a la
persona del juez. Por él debemos comenzar.
El fin supremo del Estado es procurar el bien común; para alcanzarlo necesita el
normal desenvolvimiento de los servicios públicos. Algunos son deficientes
debido al personal reducido, técnica atrasada, presupuesto deficitario, etc.
La sociedad se resiente de los malos servicios públicos, pues sus miembros
o son insuficientemente atendidos o simplemente, no les alcanza sus
beneficio. Pero aún en estos casos, la estructura interna del Estado no
resulta afectada.
Santo Tomás explica por qué la Justicia descuella entre las demás Virtudes
morales, diciendo: “Las virtudes más grandes son necesariamente las más
útiles a los otros, puesto que la virtud es potencia bienhechora. Y por eso se honra
principalmente a los fuertes y a los justos; pero la fortaleza es útil a otros en
la guerra, más la justicia lo es en la guerra y en la paz”. Es la justicia la
virtud más importante para la vida de sociedad; exige que cada miembro se
limite y se contente con lo propio. Con razón se dice que la justicia es el más
firme sostén de la vida social; quien remueve tal fundamento, derrumba el
edificio social entero.
Mas que buenas leyes, la sociedad necesita buenos jueces. Las leyes responden a
quienes las emplean. Mejor música hará dice un autor un violinista virtuoso
con un instrumento mediocre, que un ejecutante mediocre, que un
ejecutante mediocre con un Stradivarius. Por ello a la ley, mero instrumento
hay que agregar el elemento “hombre”. Sólo conjugando uno y otro se
obtendrá buen resultado.
El verdadero derecho no está en los códigos y leyes, sino en los hombres^ que lo
aplican. Las leyes suelen quedar atrasadas y no pueden preverlo todo. Es
indispensable dice el profesor Colmo la función integradora de los jueces
que deben humanizar las leyes, completando vacíos y enmendando
defectos.
Existe otro aspecto de la cuestión, que nos atañe directamente: los deberes de los
Jueces. La honradez es el primero y más importante deber, faltando ella
falta todo. Así como el Estado debe asegurarnos independencia económica
y funcional, nosotros los jueces tenemos la obligación de discernir justicia
recta y rápida. La justicia tardía es media justicia, con ribetes de injusticia.
Los jueces deben vigilar el desarrollo de los procesos dentro de la estructura propia
de cada uno: en el civil para dictar las resoluciones apenas estén en estado,
sin esperar a que los litigantes lo requieran; en lo penal, orientando con
mano segura el desarrollo de la instrucción y concluyéndola en el plazo de
ley. Debe poner especial cuidado en que los secretarios de juzgados
cumplan sus obligaciones con imparcialidad y prontitud, vigilando su
conducta funcional para que ésta se desarrolle dentro del plano de la
honradez y de la eficiencia. Toda irregularidad recae sobre los propios
jueces pues a ellos se le acusaría
de connivencia o, por lo menos, de complacencia con sus inmediatos
colaboradores. El pueblo debe tener fe en la administración de justicia,
confianza en sus jueces. Debe considerar al Poder Judicial como el mejor
baluarte contra la arbitrariedad del poderoso y saber que puede recurrir al
juzgado con la seguridad de que si tiene razón, será amparado.
Para que el juez realice su augusta función a plenitud, es necesario que posea
virtudes especiales, pero debe rodeársele de los medios necesarios para
que aquellas puedan florecer. Hay que partir del supuesto que el juez no es
ni santo ni héroe, solo tiene la calidad humana normal. No debemos esperar
actitudes que suponen santidad, tampoco eligirle heroísmos. El juez es un
hombre que tiene exigencias como toda persona, con inquietudes y, a
veces, con urgentes problemas familiares y personales. Quiere trabajar
honestamente y sentenciar con justicia. Pero está expuesto a toda ciase de
tentaciones, según la naturaleza y cuantía de los asuntos que debe
dilucidar.
Al mismo tiempo que exigimos del juez las condiciones humanas de rectitud,
preparación y honestidad, la sociedad está obligada a ofrecerle condiciones
de independencia económica y funcional que aseguran el libre ejercicio de
aquellas.
De entre las varias condiciones que se exigen al juez una sobresale: la honradez.
Más que jueces sabios necesitamos jueces honestos.
Se dirá que se pretende crear una clase privilegiada, una casta judicial. No hay tal
cosa, pues las ventajas sirven a la función, no a la persona.
Si al juez le alcanza su sueldo sólo para el diario vivir más no para los imprevistos
que siempre se presentan, no puede tener la tranquilidad espiritual
necesaria para el estudio y la meditación.
En cuanto a los Poderes Públicos, el juez debe estar seguro que su actuación
profesional no será perturbada por la política; que los órganos de la
Administración Pública cumplirán y harán cumplir las resoluciones judiciales;
que el ascenso no está vinculado a las sentencias que expida y que en su
oportunidad integrará ternas y será promovido.
Si nuestro paso por el Tribunal Supremo puede señalarse corno un escalón más en
esta urgente tarea de dignificar la función judicial, estaremos satisfechos por
considerar que hemos colaborado en una obra de trascendencia nacional.
Nuestra finalidad es lograr que cualquier ciudadano, por modesto que sea
pueda repetir la célebre frase del molinero prusiano: “Todavía hay jueces en
Berlín”
1. IMPARCIALIDAD Y DILIGENCIA DE LOS MAGISTRADOS
“Los magistrados deben cumplir sus funciones en forma imparcial y con diligencia”
Lo hacen hoy como ya se dijo restaurando la paz social, siendo admitidas sus
decisiones como definitivas. Y lo hacen también mirando a mañana, al
futuro, en la medida en que por imparciales estos precedentes permiten
predecir cómo más adelante, en situaciones similares, las controversias se
van a resolver razonablemente de manera similar. Esta predictibilidad, esta
posibilidad de adelantar razonable y saludablemente el sentido de las decisiones
futuras de la magistratura sólo es posible en la medida en que los jueces
resuelvan de manera imparcial.
Sin embargo, con todo lo importante que es ello, en realidad no basta, pues
lógicamente al magistrado se le exige diligencia. Esta es la atención y el
cuidado con el que se llevan a cabo las cosas, especialmente en el campo
profesional y del cumplimiento de los deberes de función, para que el
magistrado no corneta errores, no caiga en el abuso, para que no incurra en
defectos que, aparte de consagrar injusticias, pueden tener resultados
irreversibles con respecto a la confiabilidad de sus decisiones.
Deben aspirar a que sus sentencias y dictámenes sean citados como antecedentes
por parte de juristas especializados o como precedentes por
parte de los más altos tribunales del Perú y del extranjero. Se dice que un
magistrado de Corte Suprema se consagra cuando la Corte Suprema de
otro país o cita y considera su voto como precedente o referente en los
fundamentos de una nueva sentencia. Hoy en día, esto queda extendido ya
no únicamente a las Cortes Supremas de otros países, sino a los Tribunales
Constitucionales y a los organismos de protección de los derechos
humanos, como a Comisión Interamericana o la Corte Interamericana de
esta materia. Así, con la diligencia debida, jueces y fiscales deben cumplir
su función diciendo el derecho, haciendo justicia en el caso concreto con tal
cuidado y atención que sean ejemplo para otros en su distrito judicial, en su
país y también en el exterior.
El Dr. Carlos Parodi Remón \ en su libro “El Derecho Procesal del Futuro”, citando
a Español Juan Montero Aroca, al referirse a la imparcialidad e
independencia de los Magistrados dice: Estimamos que el mismo autor
español Montero Aroca, cuya tesis comentamos, refuerza nuestra
concepción, en el párrafo que transcribimos: "En los últimos años puede
registrarse en el mundo una clara tendencia a desmitificar la figura del Juez..
Frente a la concepción de éste que nos lo presentaba, hace pocos años,
como mitad sacerdote, mitad jurista y que hablaba de la sagrada misión de
juzgar, hoy se tiende a hablar del juez como un funcionario público sin más y
de la Justicia como un servicio público. Entre esas dos posturas que
calificamos de extremas y que representan, una vez más, la vieja ley del
péndulo a la que tan aficionados somos, conviene no dejarse arrastrar. El
juez no es ya el sacerdote, único conocedor de lo arcano del derecho; el
mito se ha roto y para siempre. Pero tampoco es un funcionario más. En su
independencia se basa la piedra final del edificio del Estado democrático
como dice Loewenstein y ello ha de comportar una situación especial. No es
un funcionario más, reconoce el ordenamiento jurídico. La función
jurisdiccional, tal y como la hemos descrito, necesita jueces, independientes,
y la independencia precisa algo más que su mera declaración; precisa una
serie de garantías que son las que constituyen el
status específico de jueces y magistrados. Sin esas garantías, sin independencia,
no hay verdadero ejercicio de jurisdicción.
Los tribunales de justicia tienen una función propia y dentro de ella deben tomar
parte activa en la adaptación del derecho a los problemas sociales. La
vinculación del Juez con las transformaciones modernas es clara. Concurren
situaciones cuya Injusticia exige remedio inmediato y cuando el pueblo
pierde confianza en sus jueces y no espera el resultado del litigio por
suponerlo desfavorable, entonces apelará a la violencia. A menudo la
violencia es engendrada por la injusticia y en ello pueden tener
responsabilidad los jueces.
Desde el siglo pasado existe la controversia entre quienes creen que el Derecho
debe limitarse a seguir con las innovaciones, dándoles aspecto jurídico, mas
no a guiarlas; y otros que opinan que el Derecho debe ser un agente activo
y eficaz en la creación de nuevas normas. Estos dos puntos de vista
contradictorios estuvieron presentados por Savigny y por Bentham
respectivamente.
Desde hace muchos años, juristas y jueces eminentes coinciden en que no sólo es
derecho sino también deber del juez tomar nota de los cambios
fundamentales del mundo moderno. El Derecho Consuetudinario no existiría
si los jueces ilustres hubieran aceptado, de tiempo en tiempo el reto
planteado por la realidad social asentando principios jurídicos nuevos para
responder a problemas sociales nuevos.
Esta adecuación perfecta entre el deber ser y el ser sólo es posible conseguirla por
medio de una reforma completa de nuestras estructuras sociales tendiendo
al desarrollo integral del hombre y la comunidad. El medio de lograr ese
propósito es una acción efectiva del Estado que sea capaz de desterrar la
miseria, y la ignorancia.
Para esto es necesario un Estado que añada a sus clásicas funciones de ser
tutelar y sucedáneo, la de un Estado dinámico con capacidad para planificar
la producción y distribución de la riqueza.
No estamos ajenos los jueces a los problemas sociales que nos aquejan.
Comprendemos que el momento crítico en que se vive necesita de urgentes
reformas, de audaces innovaciones, siempre dentro de los canales
democráticos, pues la democracia no es, de ningún modo, una institución
para mantener un orden vigente injusto; la democracia es la forma saludable
y dinámica de gobierno popular por la cual se puede llegar al desarrollo.
El verdadero derecho de un país no está en sus leyes si no en los hombres que las
aplican. Las leyes se dictan en un momento dado y con el transcurso del
tiempo, suelen quedar atrasadas; además no pueden preveerlo todo. Es
indispensable la función integradora de los tribunales que en su labor diaria,
actualizan y completan las leyes.
1. REFLEXIONES SOBRE LA JUSTICIA
Cuenta el Prof. Alfredo Colmo, ilustre civilista argentino, que a fines del siglo
pasado fue a Alemania y quiso visitar al Principe Otto von Bismarck,
Canciller del Imperio recién fundado. Le fue concedida la entrevista y la
primera pregunta que le hizo el célebre político fue “
¿Cómo anda la justicia en vuestro país?”. Era lo único que le interesaba saber
sobre Argentina, pues enterado de la marcha de la administración de
justicia, conocida todo lo demás.
“La verdadera constitución liberal está en los códigos civiles y criminales, y la más
terrible tiranía la ejercen los tribunales por el tremendo instrumento de las
leyes. De ordinario el Ejecutivo no es más que el depositario de la cosa
pública; pero los tribunales son los árbitros de las cosas propias de los
individuos. El Poder Judicial contiene la medida del bien o del mal de los
ciudadana y si hay justicia en la República, es distribuida por este Poder”.
“Mientras existan enemigos en el país hasta que el pueblo se forme las primeras
nociones de gobierno por si mismo, yo administrar el poder directivo del
Estado, cuyas atribuciones sin ser las mismas, son análogas a las del Poder
Legislativo y Ejecutivo. Pero me abstendré de mezclarme jamás en el
solemne ejercicio de las funciones judiciales, porque su independencia es la
única y verdadera salvaguarda de la libertad del pueblo”.
Como función del Estado es la más alta y augusta. El magistrado tiene en sus
manos la suerte de un patrimonio, el honor de una familia o la vida de tanta
importancia para el ser humano que ni el mismo Jefe del Estado las posee.
Podrán los políticos manejar los grandes intereses del país, los legisladores
dar las leyes que enrumben a la nación, pero queda a los jueces procurar la
felicidad del pueblo.
Los jueces honestos sabios asegurar la paz social y los que pueden estar
tranquilos sabiendo que en caso de conflicto con particulares o de abuso del
poder público, tienen quién defienda y ampare sus derechos.
He relatado la escena del molinero de Postdam, que, ante la prepotencia del rey
prusiano, tenía una defensa: el juez de Berlín.
Por otro lado una deficiente formación cultural básica debido al proceso de la
educación formal, ha determinado que el ciudadano peruano común del
presente siglo no haya percibido que el juez y su futuro son tan importantes
para él, sus derechos y su libertad como el aire que respira, ya que
cualquier joven peruano de veinte años debe haber cantado nuestro himno
patrio, no menor de un centenar de voces, esa es parte de su formación
civica tradicional, sin embargo es incapaz de percibir que la posibilidad que
la primera frase del himno (somos libres) se concrete depende de que
contemos con un Juez independiente, especializado, bien remunerado ¿Qué
puede esperarse de un sistema educativo que enseña a memorizar el
poema prescindiendo de su significado?.
En síntesis el Juez nacional es para el común de los peruanos lo que el interés
delos ganapanes y corruptos en ejercicio de alguna cuota de poder, quieren
que sea un sistema social por mas impuesto y desprovisto de valores que
ésta, se puede mantener intacto, si se margina y se maltrata a las
instituciones que deben ser porta estandartes del cambio. Esta afirmación tal
vez explique la paupérrima situación del poder judicial nacional. Por lo
demás, la única revolución que un sistema democrático puede legitimar es
aquella que discurse en el cauce que le provee un derecho y un sistema
judicial idóneos.
Durante toda la época republicana de éste país que se llama Perú, en cada rasgo
esencial de su dramática existencia, suele superar los limites de lo
imaginable, se permite un triangulo de miseria, olvido y marginación,
construido por sus gobernantes sobre la base de un proceso histórico
excepcional; una constante negligencia que por la eficaz parecería haber
sido estudiada ó convenida. Este triángulo tiene en sus vértices al profesor
de la escuela fiscal del médico del servicio de salud estatal y al juez.
El juez debe corresponder a las virtudes que se exigen al abogado con las que se
esperan de él como sujeto imparcial del proceso. Pareciera una irreverencia,
por sabido, decir que es la primera la honradez, pero quiero remarcarla para
consignar dos datos históricos.
Si el abogado debe cultivar la sabiduría jurídica, el juez debe hacerse digno del
"iura curia novit" que SENTIS MELENDO, estudió en páginas magistrales. Si
los jueces no saben, todo estará perdido. Pero no es suficiente con saber el
derecho. El deber de la ciencia se integra: a) con el deber de conocimiento
jurídico, b) con el deber de conocimiento extrajurídico aportado por las
ciencias auxiliares y la propia experiencia, c) con el conocimiento acabado
del caso en examen.
El juez debe ser sereno y equilibrado, pero a ¡a vez lo bastante sensible para
comprender el significado de su justicia. Por eso hacen falta jueces
humanos y no sirve la máquina de la justicia por tarjetas que describía
GIOVANNI PAPINI, que por una ranura se ponía el caso y salía el fallo por
la otra. Hace poco leía un libro de un señor TRAVER que contenía esta
buena reflexión: “Los jueces como todas las personas, pueden dividirse en
dos clases: jueces sin cabeza ni corazón, a los que debe evitarse a toda
costa; jueces con cabeza pero sin corazón, que son casi tan malos, jueces
con corazón pero sin cabeza, peligrosos aunque mejores; y por último los
pocos que tienen a la vez corazón y cabeza".
Por fin el juez, debe tener coraje y ha de ser valiente para preservar la
independencia que es garantía de su imparcialidad. El respeto de los demás
poderes al Poder Judicial es imprescindible para que la sociedad no se
destruya, y ha de ser una labor constante, de todos los ciudadanos y no sólo
de los jueces afianzar ese respeto y esa independencia. Pero el primer
aserto de ella tiene que ser el propio juez. El que se deja dominar
por el temor, o queda cautivo de las prevenciones, el caviloso o el indefinido, el
indeciso o el sumiso, es un juez que desmerece la grandeza de su misión, y
lo que es peor, configura una falsificación del juez, que usurpa una posición
de poder; y es dañino para la sociedad que le confió su estrado.
Estas son, si no todas las que cabe esperar o exigir, virtudes que pueden asegurar
a jueces y abogados la consideración general, jerarquizar la justicia y
afirmar la justicia en sus decisiones. Lograr la auctoritas, ese procedimiento
que supieron ganar los pretores de la vieja Roma, por su sabiduría y su
honradez, a punto tal que puede anotar la historia que no se sabe de
ninguno que fuera condenado y arrojado de la roca Tarpeya. El prestigio no
se da por añadidura ni viene con la función. Es algo que también se
conquista en el esfuerzo y el ejemplo cotidianos.
Esta reflexión comprende y vincula a jueces y abogados. Unos y otros son los
juristas, a quienes Ulpiano llamó sacerdotes "porque velamos por la justicia
y difundimos el conocimiento de lo bueno y de lo justo". Serlo de verdad no
es cosa fácil, porque supone esfuerzo. Como decía SENTÍS, no hay
sacerdocio sin sacrificio.
La vigencia del derecho y la justicia necesita de la paz, que debe ser mantenida
incluso luchando continuamente contra la violencia. En la afirmación de esa
paz, para la vigencia de la ley, los jueces y los abogados participan de
manera principal y decisiva. Su primera misión, entonces, es preservar el
derecho.
Pero aquí suelen dividirse las posiciones. Unos piensan que esto se logra por la
justicia del caso concreto, incluso a pesar de la ley; y en el extremo opuesto
otros creen que sólo la ley, aún la dura lex, resuelve la vida, olvidando que
la justicia precisa contenido humano. Uno, que preocupado por la ley no
alcanza a ver nunca la justicia; otro, que por encontrar la justicia como él la
cree o la piensa, se olvida del derecho. La famosa frase de quien decía "el
código civil nunca me ha impedido hacer justicia", puede resumir una virtud
plena de sensibilidad judicial, pero puede ser peligrosa si consiste en una
actitud sistemática de menosprecio a la ley, que es expresión de la voluntad
general. El juez debe ser justo, pero ha de ser el primer aserto de la
legalidad. Y si bien "la ley reina y la jurisprudencia gobierna", los jueces
deben juzgar según las leyes, sin someterlas a sus impresiones o a sus
personales arbitrios. Quizás por el riesgo de que eso ocurriera,
JUSTINIANO llegó a prohibir a los jueces que interpretaran la ley, en el
Proemio (Constitución Tanta, 21), y lo mismo se dispuso en la Francia
revolucionaria.
Lo importante es, por fin, que los jueces comprendan que son un Poder en la
República, y que su función es actuar como resguardo máximo y final de las
garantías constitucionales y los derechos individuales. Que no son una
instancia más, sino un Poder que debe afianzar la confianza en ellos de la
sociedad. Algunos tribunales lo han proclamado con énfasis, y esa actitud
es ejemplar y saludable.
El abogado debe comprender que no acude a los tribunales sólo por la rutina
impuesta por la profesión, sino como parte de una misión y un sacerdocio,
en que jueces y abogados están defendiendo el derecho como instrumento
de la paz. Y que unos y otros, abogados y jueces, se unen cotidianamente
en una obra sin pausas para recuperar la fe en el derecho y la confianza en
la justicia. Jueces honrados, sabios y valientes; abogados probos,
estudiosos y honestos, vinculados en un ámbito de respeto recíproco,
mucho contribuirán a lograrlo.
La sentencia es el acto eminente del juez. Acto fundamental del proceso, en ella
confluye toda la actividad que lo conforma. No en vano ROCCO (“la
sentenza civile”) enfatiza que ella compendia en sí toda la doctrina procesal.
Eduardo J. COUTURE -y la evocación tiene sentido de homenaje- le dedicó
algunas de sus más lúcidas enseñanzas ("Fundamentos del Derecho
Procesal Civil", parte II, cap. 3, p. 149 y ss.). La estudió como hecho, como
acto y como documento; con palabras sencillas y profundas supo penetrar
en la conciencia del juez (quien “en la búsqueda de la verdad actúa como un
verdadero historiador”) para desentrañar el proceso de formación lógica del
fallo.
El tema, como que es insoslayable, ha sido transitado por todos los autores. Pese
a ello sigue revistiendo acuciante interés, sobre todo cuando se lo mira bajo
el perfil de la posición del juez frente a la sentencia. Por eso, ante la
tendencia creciente en algunos tribunales a considerarse
investidos de poderes sin límite, ante el avance de ciertas teorías que postulan la
justicia del caso concreto que, a la manera del pretorio, crea o desplaza a la
ley; ante la reiteración de errores y vicios en fallos judiciales que el nivel
actual de la ciencia procesal hace inconcebibles, me pareció útil reformular
algunos conceptos principales y, a manera de síntesis, exponer brevemente
cuáles son los elementos que en la justicia republicana hacen que la ley
procesal funcione como medio de control y garantía para excluir la
arbitrariedad en las resoluciones judiciales y hacer más auténtico el juicio.
Nuestra intención es resumir cuál es la posición del juez frente a la sentencia que
se apresta a dictar y cuál es el examen formal que él mismo debe realizar en
el momento de dictarla para adecuarse al sistema de garantías consagrado
por la ley y producir de ese modo un acto jurisdiccional que responda
realmente a las expectativas funcionales que le han sido confiadas en la
distribución de los poderes. En una palabra, el tema versa sobre lo que debe
tener en cuenta el juez para pronunciar un fallo válido.
A través de la sentencia, la voluntad abstracta de la ley se hace real y operante en
lo concreto. El poder del juez es amplio y fuerte. Él no es la ley, pero lleva la
palabra de la ley, es la voz del Estado, que dice la justicia en el caso
particular. Su decisión produce modificaciones en la realidad, y el conjunto
de las que pronuncian los distintos jueces tiene amplia repercusión social.
La paz de una colectividad depende en gran medida de su justicia, y se
pone en riesgo cuando esa justicia no convence o deja flotando sentimientos
de arbitrariedad.
Lo importante es que el juez tenga en cuenta los límites formales dentro de los
cuales puede ejercer su voluntad, las pautas que deben presidir su
razonamiento y los presupuestos procesales que regulan su decisión. Esto
es necesario para que la sentencia reúna a la vez el valor intrínseco de
justicia a que se aspira y el rigor formal a que debe ajustarse como
exteriorización de un sistema de garantías.
Dividir los poderes no supuso equiparar el judicial a los otros. El judicial quedó en
buena medida hipovalorado. Ello es así porque la fundamental del baron de
la Brede era garantizar la libertad de los ciudadanos frente a la monarquía
absoluta y para ello pretendía que el ejercicio de la soberanía concurrieran
las diversas fuerzas sociales por medio de órganos especificas La teoría de
que si los tres poderes quedasen en manas de la misma persona, o de la
misma asamblea, desaparecería la libertad, s sobradamente conocida. Para
Montesquieu no existe libertad cuando del poder judicial está unido al
legislativo, porque entonces, convertido el juez en legislador, estaríamos
ante la arbitrariedad; tampoco existe libertad si el poder judicial y el
ejecutivo están unidos, pues el juez entonces tendría la fuerza de un
opresor. Pero importa ahora destacar que para este autor lo esencial era
determinar la titularidad de la soberanía.
Ahora bien, «silos tribunales no deben ser fijos, tos juicios deben serlo hasta el
extremo de no ser más que el texto preciso de la ley”. El juicio, la sentencia,
no puede representar el punto de vista particular del juez; éste no es una
fuerza social o política; el juez ha de limitarse a aplicar la ley creada por las
verdaderas fuerzas sociales; su actividad es puramente intelectual, no
creadora de nuevo derecho. Aquí se inserta la tan conocida frase de que el
juez no es más que la boca que pronuncia las palabras de la ley.
86
1. LA MAGISTRATURA, COMO VOCACIÓN DE SERVICIO
Esta mística profesional nace del código personal de conducta. En tal sentido
puede describirse como una manera de actuar que es coherente con el
conjunto de valores morales que una persona ha asimilado a lo largo de su
vida. Es un modo de ser frente a los demás que surge de los valores de la
persona y de su actitud moral fundamental.
1
ORTECHO VILLENA, Víctor Julio. Criterios para la Interpretación de las Leyes. Editorial
Libertad. Trujillo-Perú. 1991. pág. 20.
Formación Básica para la Magistratura
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“Los magistrados deben cumplir sus funciones en forma imparcial y con diligencia”
91
tercero imparcial debe zanjar de manera definitiva. Solamente si el magistrado es
imparcial, si actúa con neutralidad, su decisión será definitiva,
incuestionada, admitida por las partes, respetada y, en consecuencia,
reconocida como válida por la sociedad.
Lo hacen hoy —como ya se dijo— restaurando la paz social, siendo admitidas sus
decisiones como definitivas. Y lo hacen también mirando a mañana, al
futuro, en la medida en que por imparciales estos precedentes permiten
predecir cómo más adelante, en situaciones similares, las controversias se
van a resolver razonablemente de manera similar. Esta predictibilidad, esta
posibilidad de adelantar razonable y
saludablemente el sentido de las decisiones futuras de la magistratura sólo es
posible en la medida en que los jueces resuelvan de manera imparcial.
Sin embargo, con todo lo importante que es ello, en realidad no basta, pues
lógicamente al magistrado se le exige diligencia. Esta es la atención y el
cuidado con el que se llevan a cabo las cosas, especialmente en el campo
profesional y del cumplimiento de los deberes de función, para que el
magistrado no corneta errores, no caiga en el abuso, para que no incurra en
defectos que, aparte de consagrar injusticias, pueden tener resultados
irreversibles con respecto a la confiabilidad de sus decisiones.
El Dr. Carlos Parodi Remón 1, en su libro “El Derecho Procesal del Futuro”, citando
a Español Juan Montero Aroca, al referirse a la imparcialidad e
independencia de los Magistrados dice: Estimamos que el mismo autor
español Montero Aroca, cuya tesis comentamos, refuerza nuestra
concepción, en el párrafo que transcribimos: "En los últimos años puede
registrarse en el mundo una clara tendencia a desmitificar la figura del
Juez.. Frente a la concepción de éste que nos lo presentaba, hace pocos
años, como mitad sacerdote, mitad jurista y que hablaba de la sagrada
misión de juzgar, hoy se tiende a hablar del juez como un funcionario
público sin más y de la Justicia como un servicio público. Entre esas dos
posturas que calificamos de extremas y que representan, una vez más, la
vieja ley del péndulo a la que tan aficionados somos, conviene no dejarse
arrastrar. El juez no es ya el sacerdote, único conocedor de lo arcano del
derecho; el mito se ha roto y para siempre. Pero tampoco es un funcionario
más. En su independencia se basa la piedra final del edificio del Estado
democrático como dice Loewenstein y ello ha de comportar una situación
especial. No es un funcionario más, reconoce el ordenamiento jurídico. La
función jurisdiccional, tal y como la hemos descrito, necesita jueces,
independientes, y la independencia
precisa algo más que su mera declaración; precisa una serie de garantías que son
las que constituyen el status específico de jueces y magistrados. Sin esas
garantías, sin independencia, no hay verdadero ejercicio de jurisdicción.
Como por una instintiva reacción, volvemos dentro de nosotros mismos, pensamos
en nuestros actos y en los hechos de nuestra experiencia, reflexionamos
sobre todo, intentando procurarnos una conciencia sobre el mundo y sobre
nosotros mismos. La conciencia tiene, en cierta manera, una supremacía,
por lo menos estimativa, en nuestra actividad.
¿No es en relación con esta ley, entendida en su auténtico significado, como nace
en el hombre el sentido de responsabilidad? Y, con el sentido de
responsabilidad, el de la buena conciencia y del mérito o, por el contrario, el
del remordimiento y la culpa. Conciencia y responsabilidad son dos términos
recíprocamente relacionados.
En segundo lugar debemos observar que la conciencia, para ser norma válida del
obrar humano, debe ser cierta, esto es, debe estar segura de sí misma, y
verdadera, no incierta, ni culpablemente errónea. Lo cual,
desgraciadamente, es muy fácil que suceda, supuesta la debilidad de la
razón humana abandonada a sí misma, cuando no está instruida.
El “buen” juez es en definitiva el juez justo, el que con prudencia resuelve los casos
dando a cada uno lo suyo -su derecho-; para decirlo con la clásica expresión
romántica, “el suum ius cuique tribuens”. Si bien la vida moral del
magistrado, como toda vida moral, se nutre y fortifica por medio de las
cuatro virtudes cardinales, indudable que las que particularizan a la función
del juez son la prudencia y la justicia; por eso, y como insistiremos más
adelante, el bios propio del juez es el bios prudente”.
Esta es la razón por la cual tan delicada función no puede ser ejercida por
cualquier profesional del Derecho, sino solamente por aquellas personas
que tengan solvencia moral, por cuanto de nada sirve ser una luminaria
jurídica, cuando los conocimientos se utilizan para satisfacer intereses
personales en cuyo caso el magistrado se transforma con un funcionario
peligroso, no solo para los justiciables, sino para la estabilidad social y para
la democracia. Por eso, con mucha razón decía Eduardo J. Couture: “De la
dignidad del juez depende la dignidad del Derecho. El Derecho valdrá en un
país en un momento histórico determinando lo que valgan los jueces como
hombres. El día que los jueces tengan miedo, ningún ciudadano podrá
dormir tranquilo”.
Muchos entonces han resaltado las cualidades morales del juez, tanto dentro del
proceso como al expedir sentencia, asi tenemos al Hernando Davis
Echandia, quien al referirse a los jueces dice: “Para saber si existe
democracia y paz social en un país, lo único que hago es leer las sentencias
de sus jueces, asimismo Eduardo Couture afirma que “El dia que los jueces
tengan miedo, ningún ciudadano podrá vivir tranquilo”
1. LA POTESTAD JURISDICCIONAL
LA DIVISIÓN DE PODERES Y EL PODER JUDICIAL EN LA REVOLUCION
FRANCESA
En la concepción ideológica base de la Revolución Francesa, la doctrina de la
división de poderes no significó la aparición de un verdadero poder judicial.
Dividir los poderes no supuso equiparar el judicial a los otros. El judicial quedó en
buena medida hipovalorado. Ello es así porque la fundamental del barón de
la Brede era garantizar la libertad de los ciudadanos frente a la monarquía
absoluta y para ello pretendía que el ejercicio de la soberanía concurrieran
las diversas fuerzas sociales por medio de órganos especificas La teoría de
que si los tres poderes quedasen en manas de la misma persona, o de la
misma asamblea, desaparecería la libertad, s sobradamente conocida. Para
Montesquieu no existe libertad cuando del poder judicial está unido al
legislativo, porque entonces, convertido el juez en legislador, estaríamos
ante la arbitrariedad; tampoco existe libertad si el poder judicial y el ejecutivo
están unidos, pues el juez entonces tendría la fuerza de un opresor. Pero
importa ahora destacar que para este autor lo esencial era determinar la
titularidad de la soberanía.
Ahora bien, «silos tribunales no deben ser fijos, tos juicios deben serlo hasta el
extremo de no ser más que el texto preciso de la ley”. El juicio, la sentencia,
no puede representar el punto de vista particular del juez; éste no es una
fuerza social o política; el juez ha de limitarse a aplicar la ley creada por las
verdaderas fuerzas sociales; su actividad es puramente intelectual, no
creadora de nuevo derecho. Aquí se inserta la tan conocida frase de que el
juez no es más que la boca que pronuncia las palabras de la ley.
No se trata aquí de la actitud del juez ante los resultados injustos de la aplicación
de una ley justa, sino de su actitud ante una ley que nace ya injusta, por ser
contraria a exigencias fundamentales de la justicia, es decir, del derecho
natural. Estos casos no son raros; al contrario, al establecerse una
separación entre legalidad y moralidad, estas situaciones pueden formar
parte de la práctica diaria del juez. Piénsese en el caso de la ley de
divorcio, en una ley que legalice el aborto, en una ley que permita el
«matrimonio» entre homosexuales, en una posible legalización de la
eutanasia o del uso de drogas que con toda probabilidad traen consigo la
ruina fisiológica y psíquica del individuo.
Por los mismos motivos, el juez conocer y aprobar, con su sentencia una ley En
ese mismo momento sería cómplice de los autores de la ley.
Hay que añadir, sin’ embargo, que no toda sentencia en materia de ley injusta
equivale a una implícita o explícita aprobación de esa ley. El juez puede
limitarse, éticamente, a dejar que esa ley siga su curso, sobre
aquí una nueva aplicación de los principios que rigen el voluntario indirecto.
Salvada la recta intención del juez, el cumplimiento de sus deberes
deontológicos —la aplicación de la ley— puede considerarse algo
positivamente bueno, pero el juez no puede olvidar que su actuación recibe
también calificación moral atendiendo al fin y a las circunstancias.
En otros supuestos cabe aplicar los principios sobre la cooperación material en el
mal. Ha de resultar claro que no se trata de una cooperación positiva, ni
física, ni formal, sino de un caso típico de cooperación material. Esta
cooperación material tampoco ha de ser inmediata, sino mediata; la labor
del juez es una mediación exigida por el entero ordenamiento jurídico del
que hay que presumir que tiene como fin el bien común. Por otro lado,
resulta claro que esta cooperación material y mediata suministra los medios
de forma próxima y necesaria para la realización de un acto
intrínsecamente inmoral. En efecto, no hay actuación legítima sin sentencia
firme del juez. Por tanto, para que sea lícita esa cooperación se requiere un
motivo grave: en el caso del juez puede ser la amenaza de su inhabilitación
temporal o perpetua. Esto, además de suponer en ciertos casos la ruina
económica personal y de la familia, significa dejar la magistratura en poder
de otras personas quizá favorecidos de acciones inmorales con la menos
de las excusas.
El autor español Rafael Gómez Pérez1, al referirse a la forma como debe aplicar la
ley el Juez, cree que: El Juez debe fallar, como es sabido, según lo alegado
y lo probado en el proceso, no según los conocimientos alcanzados fuera
del proceso (conocimiento privado). La ciencia privada y la experiencia
deben aplicarse a la valoración de lo alegado y probado. No puede
éticamente un juez dictar sentencia condenatoria en un enésimo caso A, de
un género por él suficientemente conocido, si lo alegado y probado no lo
permite. Con toda probabilidad este presunto delincuente es como otros
muchos que ya ha tenido experiencial no es suficiente.
Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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Como todo funcionario público de nivel, el juez está obligado a hacer pública su
declaración jurada de bienes y rentas. Este es un requisito de transparencia
destinado a que el patrimonio de quienes administran el dinero público —
que es de todos los contribuyentes— o toman decisiones definitivas
sobre temas de envergadura patrimonial, como los jueces y los fiscales,
pueda ser objeto de escrutinio público para evitar la corrupción y el
desbalance patrimonial. Es pues una medida preventiva que se considera
un imperativo ineludible para los magistrados, precisamente para que éstos
al cumplir con este acto de transparencia den ejemplo de la confianza que a
sociedad deposita en la función que les corresponde.
Nuevamente aquí hay un llamado a la diligencia de los magistrados para que sean
especialmente rigurosos en presentar sus ingresos y el origen de sus
bienes, para que la transparencia en las cuentas cumpla con su función y
se conozca el origen del patrimonio de los magistrados. Exige este canon,
en consecuencia, distinguir entre los ingresos como juez o fiscal, o que
reciba por actividades académicas que son compatibles por la magistratura
y otros que legítimamente pueda percibir conforme a ley. Dentro de estos
últimos está el producto de las inversiones, ahorros o patrimonio propio de
origen legítimo que pueda tener el magistrado, que debe ser declarado y
diferenciado de lo anterior. Nadie puede prohibir ni limitar a un magistrado
por mantener e incrementar su patrimonio, eso es parte de la diligencia en
sus asuntos personales. Lo que se le exige es que ello se muestre
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Walter Ramos Herrera Formación Básica para la Magistratura
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transparentemente como medida de previsión de
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corrupción o de detección de actos de este mismo origen.
Lima-Perú, 2000.
18. PARODI REMON, Carlos. El Derecho Procesal del Futuro. Primera Edición.
Editorial San Marcos. Lima-Perú, 1996.