FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACION (Toloza)
FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACION (Toloza)
FUERA DE LA IGLESIA NO HAY SALVACION (Toloza)
,
Monasterio de "Las Condes".
variantes, puede afirmarse de las decisione.s pontificias hasta el s. XVIII. Sin em-
bargo, Clemente XI, al condenar los errores de Quesnel en 1713, condenaba tam-
bién la proposición que afirmaba que "no se concede, ninguna gracia fuera de la
Iglesia" (Dz. 1379). Hay, pues, una primera intuición a no entender el postulado
en el estrecho sentido de negar la salvación a personas fuera de la Igle.sia.
Para la recta comprensión de la evolución posterior en la evaluación del prin-
CIpIOenunciado por parte del magisterio y de la teología, se hace necesario aludir
al hecho de una restricción semántica del vocablo "Iglesia". Hay una tendencia, ca-
da vez más pronunciada, a tomar la Iglesia como institución de salvación, dejando
en la sombra el aspecto de comunión de los creyentes. En este sentido, la fórmula
"Fuera de la Iglesia no hay salvación", va a considerar no tanto el destino de tales
o cuales personas, cuanto sobre todo la existencia legítima y nece,saria de la Iglesia
como única institución depositaria elel mandato de Dios en orden a la salvación de
los hombres. Una consideración fundamental y radicalmente objetiva es la que va a
primar e,n las exposiciones e interpretaciones modernas de la fórmula. El aspecto
subjetivo comienza a matizar la expresión, como fruto del largo proceso filosófico
y teológico que, teniendo sus atisbos en S. Agustín, parte en realidad de la escolás-
tica, en torno a las cuestiones de la conciencia errónea y la ignorancia voluntaria e
involuntaria, vencible e invencible, en materia de fe.
Dejando a un lado las derivaciones que se refieren a la tolerancia, en el si-
glo XVII se impone la distinción entre la ignorancia culpable y la inculpable para
determinar el destino de los que no pertenecen a la Iglesia.
Las tendencias espiritualistas, con el atractivo de una Iglesia puramente in-
visible, moralizantes e indeferentistas de los siglos XVIII y XIX, van a provocar de-
cisiones del magisterio eclesiástico. En ellas (el Syllabus de Pío IX proporciona una
síntesis en sus proposiciones 15 - 18; Dz. 1715 - 1718) se rechaza decididamente to-
da pretensión de establecer otro camino de salvación que el de la única Iglesia de
Cristo. Paralelamente -y a veces en los mismos documentos-, el magisterio va dan-
do lugar a la consideración de la ignorancia invencible o el error de buena fe en !a
presentación de la doctrina. Así el mismo Pío IX, en su alocución Singulari qtladam
(1854; Dz. 1642 - 1648), establece que "hay que tener igualmente por cierto que
quienes estén en la ignorancia de la verdadera religión, si e,lla es invencible, no tie-
nen ninguna culpa por ello ante los ojos del Señor (Dz. 1647)". A partir de en-
tonces, es esta la invariable doctrina del magisterio, que, se va precisando e inte-
grando en una visión teológica total.
No de otra manera entendió el principio el 1 Concilio del Vaticano, que en
su esquema De Ecclesia había previsto definir como dogma de fe la doctrina con-
tenida en la fórmula "Fuera de la Iglesia ... " De las discusiones en torno ai esque-
ma primitivo y las enmiendas propuestas por los Padres (como se sabe, la interrup-
ción impidió al Concilio pronunciarse definitivamente sobre la cuestión), se despren-
de lo siguiente: el enunciado es un dogma de fe, y su interpretación conoce un as-
pecto positivo: hay absolutamente necesidad de pertenecer a la Iglesia de alguna
manera para salvarse; y otro negativo: no pueden salvarse los que no pertenecen a
la Igle.sia ni realmente ni por el deseo. Lo absoluto de la pertenencia dice relació;}
con la exclusividad de la Iglesia -y única Iglesia- de Cristo para dar la salvacióJ1;
ningún otro organismo visible lo puede; la Iglesia es causa eficiente de la salvación.
284 LEON TOLOZA
las sectas o iglesias no unidas a Roma? Y yendo aún más allá, ¿cómo ha de inter-
pretarse el contenido de la fe según Hebreos 11, 6: creencia en un Dios remunera-
dor? O en otras palabras, ¿hay posibilidad de admitir no ya el deseo implícito sino
incluso la fe implícita, en el caso, por ejemplo, del ateísmo de buena fe? Tantas
cuestiones que inciden, sin embargo, más bien en el problema de la membresía Je
la Iglesia que en el de la interpretación de la fórmula, pero que indudablemente le
son conexos.
La recta comprensión de la fórmula debe llevar al católico no al narcisismo
eclesiológico sino a la clara conciencia de dar de su Iglesia un rostro que sea real-
mente motivo de credibilidad.