Necesidad e Importancia Del Silencio

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Silencio y oración de meditación

“Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí,
en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” (Mt 6, 6)

Necesidad del silencio


(Basado en la obra “Quiero ver a Dios” del Beato María Eugenio del Niño Jesús)

La Iglesia nos enseña acerca de la importancia del silencio en la vida del hombre que quiere tener una
vida de íntimidad profunda con el Señor, y los candidatos al sacerdocio, que buscan que su corazón lata
al ritmo del Corazón de Cristo, no pueden quedarse atrás en la vivencia de este silencio.

Se dice que el silencio procura a la acción de Dios en nuestras vidas toda su eficacia. Toda tarea que
exija una aplicación seria de nuestras facultades (intelecto y voluntad) supone el recogimiento y el
silencio que la haga posible. El sabio tiene necesidad de silencio para preparar sus experiencias, para
anotar en ellas con cuidado sus condiciones y sus resultados. El filósofo se recoge en la soledad para
ordenar y profundizar en sus pensamientos. El silencio que busca ávidamente el pensador para aplicar a
la reflexión todas sus energías intelectuales, será aún más necesario al espiritual para aplicar toda su
alma a la búsqueda de Dios. Buscamos, por un lado, a un nivel natural, concentrarnos, es decir unificar
nuestros pensamientos, poner toda nuestra atención en aquello que importa aquí y ahora, por otro lado,
a nivel sobrenatural en la oración, buscamos entrar en la presencia de Dios y luego conocer aquello que
nos quiere comunicar para poder vivir según su voluntad, una vida que sea una alabanza para su Gloria.

El silencio es un disponernos a escuchar la voz del Espíritu Santo. Basta recordar para ello al profeta
Elías: “Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las
rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero
en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el
Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto,
salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí,
Elías?»” 1 Re 19, 11-13

El ruido del mundo distrae nuestra atención del Señor, y no me refiero sólo a aquellas sensaciones que
impresionan nuestros oídos, sino también a todo aquello que mueve nuestros sentidos. Observar ciertos
momentos de silencio durante la jornada, particularmente durante la meditación silenciosa de la Palabra

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de Dios y el gran silencio después de completas, nos ayuda a mantener nuestro corazón atento a lo
único necesario.

El aprender a hacer silencio puede ser tanto un ejercicio de modestia como un ejercicio de oración, en
el primer caso se trata de un silencio pedagógico y prudencial, es decir con el cual buscamos aprender a
decir la cosa justa en el momento justo, un silencio que procure una comunicación suave y adecuada
con los demás, quien sabe callar también sabrá hablar. En el segundo caso, silencio en cuanto ejercicio
de oración, se refiere a la disposición necesaria para acoger la Palabra de Dios en nuestra vida, estar
atentos a ver que movimientos suscita en nosotros, es un punto de partida para el discernimiento. Pero
el fin de la oración no es sólo ver el qué he de hacer, sino también el suscitar afectos de amor por Dios,
e incluso disponernos a su acción de modo que podamos entrar en el silencio místico, que no se deja
aturdir por consuelos, arideces y distracciones, se trata de un silencio que se produce en el encuentro
íntimo y profundo con Dios, es aquella paz y gozo sereno del que sabe que está presencia del Amado.

Cristo nos enseña la necesidad del silencio:

En el silencio han ocurrido los momentos más importantes de la historia, la creación fue hecha en el
silencio, la encarnación se dio en el silencio, Jesús nació en el silencio de la noche, el retiro durante
casi treinta años en Nazaret, la estancia en el desierto por espacio de cuarenta días antes de su vida
pública, como para acumular reservas de silencio, el retorno frecuente a la soledad en la calma de la
noche, como para renovar esas reservas. La muerte en cruz se dio en el silencio físico de la soledad, la
resurrección ocurrió en la madrugada del silencio, la gracia actúa silenciosamente en los sacramentos.
Así para el hombre que ha experiementado a Dios, silencio y Dios parecen identificarse, ser lo mismo,
porque Dios habla en el silencio, sólo el silencio parece poder expresar a Dios. Por ello dirá el
Apocalipsis: “Y cuando (el Cordero) abrió el séptimo sello se hizo en el cielo silencio como de media
hora.”

En síntesis, el silencio importa, porque en él aprendes a vivir como Jesús, entras en tu interior, aprendes
a conocerte a ti mismo, a conocer a Dios en ti, y conocer lo que Dios quiere y está haciendo contigo. Y
te dispones a amarlo y servirlo como conviene, porque ahí desvelas las falsas imágenes que puedes
haberte hecho de Él y lo aprendes a conocer y a amar tal como Él es.

La Oración de Meditación
Sin embargo, la importancia del silencio, radica en que es un preámbulo para el encuentro con Dios,
particularmente en la oración meditativa.

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Pero ¿qué es meditar? Hoy en día está muy de moda, escuchar esta palabra asociándola a ejercicios de
respiración, alguna técnica oriental o posturas corporales, y aunque si bien es cierto el reposo físico del
cuerpo es necesario para que la agitación no se convierta en distracción, hemos de recordar que el
cristiano que ora en realidad busca un encuentro con Dios, no como un ser abstracto y vago, sino como
un ser personal que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Meditar, podríamos decir, se una aplicación del entendimiento, una reflexión, sobre una verdad
revelada, virtud, afecto, vida de santo, etc. que busca suscitar afectos que se transformen en un diálogo
con el Señor, lo cual se ha concretizar en propósitos que nos permitan configurarnos cada día más con
Cristo.

A la hora de considerar la oración de meditación hemos de considerar dos cosas, las condiciones
externas particulares de tiempo, lugar, postura y duración; así como el método a emplear.

(Lo que sigue está en base a la Teología de la perfección cristiana del P. Antonio Royo Marín, o.p.)

CONDICIONES EXTERNAS

TIEMPO

“Dos cosas hay que tener muy en cuenta, la necesidad de señalar un tiempo determinado del día y la
elección del momento más oportuno”

“Cuanto a lo primero, es evidente la conveniencia de señalar un tiempo determinado para vacar a la


oración. Si se altera el horario o se va dejando para más tarde, se corre el peligro de omitirla totalmente
al menor pretexto. La eficacia santificadora de la oración depende en gran escala de la constancia y
regularidad en el ejercicio.

“Lo sagrados libros señalan la mañana y el silencio de la noche como las horas más propias para hacer
la oración” (Sal 5, 4; Sal 87, 14; Sal 118, 62; Lc 6, 12)

LUGAR

“Para algunos – religiosos, seminaristas, etc.- está determinado expresamente por la costumbre de la
comunidad cuando la oración se hace en común. Suele ser la capilla o el coro. Y aún en privado
conviene hacerla allí por la santidad y recogimiento del lugar y la presencia augusta de Jesús
sacramentado. Pero en absoluto se puede hacer en cualquier lugar que convide al recogimiento y
concentración del espíritu. La soledad suele ser la mejor compañera de la oración bien hecha”

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POSTURA

“La postura del cuerpo tiene una gran importancia en la oración. Sin duda es el alma quien ora, no el
cuerpo; pero, dadas sus íntimas relaciones, la actitud corporal repercute en el alma y establece una
especie de armonía y sincronización entre las dos.” El cuerpo va educado para hacer oración, a causa
de la unidad de la persona, que es cuerpo y alma, así debe de ser educado también en aspecto
exteriores: gestos, ritos, palabras, etc. El cuerpo también tiene su rol, en la oración, y puede prestar una
ayuda al alma pues su comportamiento es una expresión de ésta.”

La Sagrada Escritura nos da ejemplos de numerosas posturas (Jdt 13, 6; Lc 18, 13; 2 Re 7, 18, Lc 22,
41; Hch 7, 60; Mc 14, 35, Sal 6, 7) como principio general podríamos decir “Evítese cualquiere que
sea la postura adoptada, dos inconvenientes contrarios: la excesiva comodidad y la mortificación
excesiva” no sea que lleve a la relajación y abandono; o a la distracción y pérdida del fervor.

DURACIÓN

San Alfonso María de Ligorio decía que no se debía imponer más de media hora a los principiantes,
san Francisco de Sales y san Ignacio aconsejaban una hora. Los monjes del desierto por otro lado solían
hacer breves pero frecuentes e intensas oraciones, que encajaban con su estilo de vida. El p. Royo
Marín siguiendo a santo Tomás de Aquino nos da una pauta muy buena “la oración debe durar todo el
tiempo que el alma mantenga el fervor y devoción, debiendo cesar cuando no pueda continuarse sin
tedio y continuas distracciones. Pero téngase cuidado con no dar oídos a la tibieza y negligencia, que
encontraría fácil pretexto en esta norma para sacudir el penoso esfuerzo que requiere casi siempre la
oración”

Método

La oración ha de ser preparada, no podemos llegar como un rayo a querer meditar, les propongo el
esquema Berulliano de meditación:

PREPARACIÓN:

Remota: una vida de recogimiento y de sólida piedad (vida de gracia)

Próxima: escoger el punto la víspera por la noche: para ver las principales consideraciones y propósitos
que habremos de formar; dormirse pensando en la materia de la meditación, al levantarse aprovechar el
primer tiempo libre para hacer la meditación.

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Inmediata: ponerse en la presencia de Dios (especialmente en nuestro corazón), humillarnos
profundamente: acto de contricción; invocar al Espíritu Santo.

CUERPO DE LA ORACIÓN:

Adoración, Jesús ante nosotros: Considerar en Dios, en Jesucristo o en algún santo sus afectos, palabras
y acciones en torno a los que hemos de meditar; rendirle homenaje de aodración, admiración, alabanza,
acción de gracias, amor, gozo o compasión.

Comunión, Jesús en nuestro corazón: Convencernos de la necesidad de practicar aquella virtud, afectos
de contricción por el pasado, de confusión por el presente y de deseo para el futuro; pedir a Dios esa
virtud (participando así de las virtudes de Cristo) y por todas nuestras necesidades y las de la Iglesia.

Cooperación, Jesús en nuestras manos: Formar un propósito particular, concreto, eficaz, humilde;
renovar el propósito de nuestro examen particular.

CONCLUSIÓN

Dar gracias a Dios por las luces y beneficios recibidos en la oración, pedirle perdón por las faltas
cometidas en ella, pedirle que bendiga nuestros propósitos y toda nuestra vida, formar un “ramillete
espiritual” para tenerlo presente todo el día, ponerlo en manos de nuestra Buena Madre.

Hemos visto hasta aquí la importancia del silencio y la oración de meditación, en este primer momento
conviene meditar sobre la importancia que le damos al silencio en nuestra vida, si alguna vez hemos
hecho experiencia del silencio como encuentro con Dios, o puede ser que el silencio haya sido una
ocasión de tedio y pesadumbre para nosotros, podemos considerar también la manera en que
guardamos los silencios que prevee nuestra formación, sean los del horario, los de la disciplina común
a la hora de clases, los de las buenas costumbres como el dejar el espacio para hablar a otros, e incluso
el silencio dentro de la liturgia. Podemos hacer una reflexión también sobre nuestro modo de orar,
cómo lo hemos hecho, qué dificultades hemos experimentado, que tentaciones, las buenas experiencias,
sea luminosas o de consuelos espirituales, cómo ha sido mi relación con Dios en la oración, etc.

Ejercicios de Perfección Cristiana – Alfonso Rodríguez s.j. (Parafraseado)

No solo aprovecha el silencio para aprender a hablar con los hombres, sino aprovecha también, y es
muy necesario, para aprender a hablar y a tratar con Dios y ser hombre de oración: así lo dice san

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Jerónimo, “Por esto aquello santos Padres del desierto, enseñados del Espíritu Santo, guardaban con
suma dilengia el santo silencio, como causa de la santa contemplación” (Hier. In regul Monach. 22) y
san Diádoco tratando del silencio dice: “Grande y excelente cosa es el silencio, porque es madre de
santos y elevados pensamientos” Pues si quieres ser espiritual y hombre de oración, si quieres tratar
con Dios, guarda silencio. Si quieres tener siempre buenos pensamientos, y oír las inspiraciones de
Dios, ten silencio y recogimiento; porque así como unos son sordos por impedimentos que tienen
en el órgano del oído, otros por haber gran ruido no oyen, así también el ruido y estruendo de las
palabras, y cosas y negocios del mundo, impide y nos hace sordos para oír las inspiraciones de
Dios, y caer en la cuenta de lo que nos conviene. Quiere Dios soledad para tratar con el alma: “La he
de llevar a la soledad, y allí le hablaré al corazón” dice por boca del profeta Oseas (Os 2, 14). San
Bernardo dirá: “espíritu es Dios y no cuerpo, y así soledad espiritual pide y no corporal” (Sem. 40,
Cantic.) y san Gregorio “Poco aprovechará la soledad del cuerpo, si no hay soledad y recogimiento del
corazón” (l. 30 Mor. C. 12). Lo que quiere el Señor es, que allá dentro de tu corazón hagás una morada
y una celda para tratar con Dios, y para que su divina Majestad huelgue de tratar y conversar contigo.
De esa manera podrás decir con el salmista “habeis huído y os habeis acogido a la soledad” (Sal LIV,
v.8).

No es necesario para esto que te hagas hermitaño, ni que huyas el trato y conversación con el prójimo,
mas si quieres andar siempre devoto, y muy dispuesto y preparado para entrar fácilmente en oración ten
silencio. Dice muy bien san Diádoco que así como cuando la puerta del baño se abre muchas veces, se
sale presto por allí el calor; así cuando uno habla mucho, todo el calor de la devoción se va por la boca.
Luego se derrama el corazón, y el alma es desamparada de buenos pensamientos. Es cosa de ver cuan
presto desaparece toda la devoción: en abriendo la boca a hablar demasiado, se nos va el corazón por la
boca; mas si quieres tener mucho tiempo desocupado, y ahorrar y granjear muchos y largos ratos para
tener oración, ten silencio, y verás que de tiempo te sobra para tratar con Dios y contigo.

¡Oh que bien lo dijo aquel santo Tomás de Kempis! “Si te apartases de pláticas superfluas, y de andar
en balde, y de oír nuevas y murmuraciones, hallarías tiempo aparejado para pensar buenas cosas” Pero
si eres amigo de hablar y de derramarte por los sentidos no te espantes que andes siempre falto de
tiempo, y que te falta aún para los ejercicios ordinarios como leemos en Ex 5, 12 de los hijos de Israel,
que porque andaban derramados por Egipto buscando pajas, no podían cumplir la tarea ordinaria y así
eran castigados por ello.

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Se ha de advertir aquí otro punto principal y muy espiritual, que así como el silencio es causa de la
santa contemplación, así también la oración y la contemplación, y el trato con Dios, es causa del
silencio. Decía san Gregorio, (lib. 7 Mor. Cap. 6), que los hombres espirituales que tienen trato y
conversación con Dios luego se hacen mudos para las cosas del mundo, y les da en rostro el hablar y
oír tratar de ellas; porque no querrían oir ni tratar de otra cosa sino de lo que aman y tienen en su
corazón, y todo lo demás les da fastidio y pesadumbre. Y acá lo experimentamos; y sino míralo cuando
el Señor te da algún consuelo en la oración, y sales de ella con devoción, como no te da gana de hablar
con nadie, ni de levantar los ojos a una parte ni a otro, ni de oír nuevas, sino que parece que te han
echado un candado en la boca y en todos los sentidos ¿qué es la causa de esto? La causa es, porque
estas alla dentro ocupado y entretenido con Dios; por eso no te viene gana de andar buscando
entretenimientos y consuelos exteriores. Y por el contrario cuando uno anda hablando, y distraído y
derramado hacia afuera, es que no hay espíritu ni devoción ni entretenimiento allá dentro. Así lo dice
aquel santo Tomás de Kempis “¿Qué es la causa que tan de gana hablamos y platicamos unos con
otros, viendo cuan pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia? La causa dice es que
por el hablar buscamos ser consolados unos de otros, y deseamos aliviar el corazón fatigado de
pensamientos diversos y tomamos placer en pensar y hablar de las cosas que amamos o nos son
contrarias”

No podemos vivir sin algun entretenimiento y contento; y como lo tenemos allá dentro en el corazón
con Dios, buscamosles en esas cosas exteriores. Esta es la razón porque acá en el seminario hacemos
tanto caso de estas y otras semajenates faltas exteriores, y las reprendemos tanto, aunque de suyo
parecen pequeñas, porque esas faltas exteriores, el andar quebrantando el silencio y perdiendo tiempo,
y otras cosas semejantes, son señal de poco aprovechamiento, y de la poca virutd interior que hay allá
dentro: muestra uno en eso que no ha entrado en espíritu, ni ha comenzado a gustar de Dios, pues no se
sabe entretener consigo y con Dios a solas en su celda. Cuando un cofre no tiene cerradura, por el
mismo caso etendemos que no hay allá dentro tesoro ni cosa preciosa. Cuando la avellana anda muy
ligera y salta, es señal que esta vana y no hay sustancia dentro. Eso es lo principal que miramos en esas
cosas, y por esto hacemos tanto caso de ellas.

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