El Razonamiento Jurídico

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El razonamiento jurídico

Introducción

2. Lógica de lo razonable

3. La nueva lógica jurídica

4. Lógica dialéctica e interpretación jurídica

5. La importancia de la argumentación

6. Proceso hermenéutico jurídico

7. Necesidad de la argumentación

8. El control de logicidad en el razonamiento judicial

Conclusión

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

Hay diversas formas de aproximarse al razonamiento jurídico o a la argumentación


jurídica. Estas dos expresiones, se utilizarán, a partir de ahora, como sinónimas.
En ese sentido, el concepto de razonamiento jurídico se entiende en ocasiones
como una aplicación de la noción general de razonamiento (cualquiera que esta
sea) al campo específico del Derecho; pero otras veces, se considera que el
razonamiento jurídico es un tipo de razonamiento con características propias y
cuya comprensión y manejo exigen un tratamiento diferenciado.

Es exigible entonces, perfilar una formulación inicial de la base del razonamiento


jurídico en su expresión formulativa y en tal virtud, se cree que el juez, al iniciar el
estudio del problema a resolver, debería de forma preliminar, estar convencido de
acudir a un razonamiento lógico que evite decisiones manifiestamente
contradictorias, vale decir, infracciones sustanciales a las reglas de la lógica, a fin
de encontrar una decisión que sea esencialmente coherente.

Una vez definido, a grandes rasgos, el esquema lógico, deberá optar por una
argumentación idónea, es decir, deberá recurrir a las proposiciones
argumentativas que pretendan construir, paso a paso, la solución del problema
que se le plantea. En ese sentido, la argumentación constituye la forma sustancial
de resolución de conflictos y desde la perspectiva del derecho y razonamiento
jurídico, esboza un enfoque de la evolución de la argumentación jurídica como
disciplina autónoma.

Ahora, se tiene un esquema lógico y argumentos que sirven de base firme para
nuestras proposiciones. Tiene lugar entonces, sobre lo anteriormente desarrollado,
la exigencia de una adecuada interpretación no solo de la norma jurídica aplicable
al caso concreto, sino también, de los hechos concernientes al caso. Al respecto,
es prudente señalar que durante mucho tiempo, la exigencia interpretativa tuvo
lugar, sobre las normas jurídicas como tales. Es decir, solo bastaba la
interpretación jurídica correcta de la norma para llegar a una conclusión idónea.

La evolución del razonamiento jurídico como disciplina ha permitido constatar que


la mera interpretación de la norma, resulta manifiestamente insuficiente. Y tal
como se propone, la interrelación de los hechos resulta tan o más importante que
la interpretación de la norma, dado que los hechos constituyen el insumo procesal
fundamental al cual ha de recurrir el juzgador para posicionar su decisión.

Aún más allá de la simple posición de considerar los hechos como materia a
interpretar. Se refiere inclusive que el juez debe analizar todos y cada uno de los
hechos a fin de materializar motivadamente su decisión, a diferencia de lo que
convencionalmente la norma le exige al juez, es decir, inclinarse por estimar una
valoración conjunta y razonada de los medios probatorios a efectos de explicar su
decisión.
Por último, representa la esencia de todo el devenir intelectual de los pasos
formulados en esta secuencia que se denominará “ejes del razonamiento jurídico
idóneo en sede judicial”, se tiene que la motivación, como expresión final de la
decisión, va a representar la suma y ratio final, de todas las fases previas, a
efectos de lograr el juez una legitimación de sus decisiones. Como solía decir el
mismo Ferrajoli, “la base para el uso del poder del Juez reside en la aceptabilidad
de sus decisiones”(Ferrajoli, 2001), y es a ello a donde debe apuntar el trabajo del
juzgador en su fase motivacional, dado que una decisión judicial, por más
discutible que fuera para la sociedad en general, se habrá ceñido a su deber de
motivar dentro del Estado Constitucional si adopta un esquema idóneo no solo de
justificación interna y externa de sus premisas, sino de lógica, argumentación e
interpretación eficaces.

En suma, se aprecia una problemática esencialmente de construcción en el


razonamiento jurídico. No resulta sencillo para el juez lograr el uso de todas las
herramientas disponibles si no existe un entrenamiento formativo adecuado e
idóneo en el tema. Y a ese propósito se han orientado diversas expresiones de
autores e instituciones vinculadas al quehacer intelectual y de formación de los
jueces.

Por lo tanto, la primera parte del presente documento, analizará de forma


detallada la actuación de la lógica jurídica en el razonamiento judicial. La segunda
parte, se enfocará en la interpretación jurídica como herramienta fundamental para
las decisiones judiciales. Por último, la tercera parte examinará la argumentación
en la praxis judicial, además de tener en cuenta su necesidad e importancia para
el ratio decidendi; sin dejar de lado la motivación, que es otro aspecto fundamental
que usan los jueces en cada caso.

1. LA LÓGICA JURÍDICA EN EL RAZONAMIENTO JUDICIAL

A. Lógica de lo razonable
Mientras la lógica formal enseña las reglas del razonamiento para alcanzar la
corrección, se descubre que esta misma corrección se presenta como fin
inmediato del razonamiento (Cristancho Altuzarra, 2005). A todo razonamiento, se
le atribuye un carácter instrumental porque permite conquistar distintos grados de
certeza, que se puede clasificar como autoevidente (demostrable, plausible y
aparente). En este sentido, tanto la lógica formal como la lógica dialéctica, deben
integrarse y complementarse frente a las necesidades del discurso jurídico, para
que sea aceptado como razonable, siempre que se encuentre sujeto a
determinado criterios de corrección ya que debe establecer consideraciones sobre
lo “justo”.

Para la filosofía general, las tres operaciones del espíritu son, la aprehensión, el
juicio y el razonamiento. Que permiten producir conceptos, que serán expresados
por palabras o, unir o dividir conceptos y por último, como más elevada operación
se encuentra al razonamiento, que posibilita agrupar proposiciones que buscan
dar complejidad a nuestro pensamiento y de este modo fundamentar, nuestra
acción o forma de pensar por medio de la argumentación, como justificación de
nuestro actuar, y sobre los que se predica la verdad o verosimilitud de los mismos
(Pachón Alonso et al., 2016). Se fundamenta tal actitud en la necesidad de una
“razón” de tipo demostrativa, según las necesidades del “espíritu”.

B. La lógica jurídica

La lógica jurídica no es igual a la lógica formal (meramente enunciativa, como las


matemáticas que tienen una serie de supuestos indiscutibles); la lógica jurídica
razona sobre situaciones concretas o contingentes, que operan mediante
enunciados o proposiciones que dependen de la intención del operador, con la
finalidad de convencer al público (Solari Merlo, 2015). Desde el punto de vista
formal, examina las operaciones intelectuales del jurista, así como los productos
mentales de esas operaciones: conceptos, divisiones, definiciones, juicios y
raciocinios jurídicos, merecen en razón de su objeto específico el nombre de
lógica jurídica.
Además, a la lógica jurídica en el razonamiento judicial le incumbe el contenido de
las normas jurídicas, sin embargo, no produce la decisión, sino es una herramienta
para decir si esa decisión es razonada, es decir, prevé una serie de criterios para
controlar la racionalidad de una decisión.

La lógica jurídica postula que debe rechazarse toda interpretación que conduzca a
lo absurdo, y optar por la decisión más racional, es decir, convertir un derecho
general abstracto a un derecho concreto. Este derecho concreto lo emite el Juez
en una sentencia y para ello es necesario hacer un análisis lógico jurídico, una
labor de interpretación, aplicar la ley y analizar que esa ley se mueva en el
Sistema Jurídico.

El sistema jurídico por obligación tiene un solo ordenamiento jurídico, el cual


guarda relación entre ellos mismos; se mueve bajo tres condiciones, que son a la
vez sus características: unidad, coherencia y plenitud. (López, 2008)

a) Unidad Jurídica

El Criterio de Unidad es que la ley aplicable este en armonía y conforme a la


constitución (para Kelsen la Constitución es: norma Superior; para Hart: Norma
Fúndante). (Linde Paniagua, 2003). Si la norma está conforme con la constitución
entonces se llama validez material; ejemplo, cuando la Sala Civil declara
inaplicable el plazo para apelar, y prefiere la norma constitucional que regula los
derechos del niño y de los padres, está dando una supremacía a la norma
constitucional. La validez formal tiene que ver con su vigencia, el haber seguido el
procedimiento constitucional para su elaboración, sanción, promulgación y
publicación. En este sentido, cada tipo de norma en función de su fuente de
producción va a ser igual a las que siguen su misma forma aunque el contenido
sea distinto.

La noción de unidad del sistema atempas de ser importante para comprender la


manifestación de los conflictos normativos, es una idea regulatoria del mismo que
permite hacerlo coherente (Costa de Manzarredo, 2016). Esta unidad debe
expresar coherencia y consistencia, ya que solo así puede expresarse un
razonamiento racional y lógico. De otra manera no puede esperarse que las
normas sean obedecidas, o que de alguna manera sean eficaces.

b) Coherencia jurídica

La coherencia es una relación por la cual un conjunto de normas se subordina a (o


subsume en) un conjunto de principios o valores relevantes; las normas
coherentes satisfacen o son instancias de estos principios o valores (Romero
Tamayo, 2000). Distingue entre principios y valores, que puede ser ambos,
indistintamente, los referentes o parámetros de coherencia de un determinado
conjunto de normas. Los valores son los estados de cosas deseables o fines
valiosos perseguidos legislativamente, mientras que los principios son enunciados
que establecen lineamientos generales de conducta tendientes a la obtención o
concreción de los valores.

La coherencia se balancea entre la necesidad de especificidad del derecho (en


cuanto a la necesidad de estipulación de normas detalladas) y la necesidad de
que dichas normas sean instancias de principios generales (exigencia de
universalidad y generalidad), toda vez que pocas personas pueden conocer el
derecho en detalle, mientras que la mayoría pueden conocer los principios y
valores generales del mismo. La función normativa de la coherencia puede
entenderse como aquella función tendiente a resolver casos genéricos patológicos
que puede poseer un sistema normativo. En este sentido, la coherencia resuelve
problemas de antinomia, para lo cual la mejor solución se basa en tres principios
que solo se los nombrará: Jerarquía, especialidad y Cronología. (Periñán-Pascual,
y otros, 2011)

c) Plenitud

La plenitud es una de las características del ordenamiento jurídico, por


consecuencia del razonamiento judicial. Se entiende por plenitud la propiedad por
la cual un ordenamiento jurídico tiene una norma para regular cada caso. A la
ausencia de una norma se le denomina generalmente laguna. (Salinas, 2004).

Aunque algunos autores sostienen que el ordenamiento jurídico suelen haber


lagunas. De todos modos en cada ordenamiento jurídico por lo menos siempre
deben estar presente los criterios que permiten solucionar las antinomias y
lagunas que pueda haber.

Cuando en 1804 se publicó el Código Napoleón el nuevo cuerpo legal suscitó tal
entusiasmo que se llegó a pensar que en el articulado del mismo se hallaba la
solución a cualquier asunto. Ello dio origen al denominado “dogma de la plenitud
del ordenamiento jurídico”. (Galiano-Maritan, y otros, 2012). Es claro que tales
opiniones estaban lejos de la realidad pues por minucioso que sea el redactado de
la norma siempre serán inevitables las lagunas del Derecho. Puesto que en
nuestro sistema no cabe el non liquet el juez, aplicador del Derecho, siempre tiene
que pronunciar un fallo sobre cualquier cuestión que le sea sometida: basándose
en la norma pertinente, si la hay, o llenar la laguna cuando ésta se presente.

En conclusión, el tema del razonamiento judicial puede ser considerado, cuando


menos, desde dos puntos de vista: a) cuando genera hincapié en el aspecto
sustancial por el que el juez trata de determinar o fijar las premisas para justificar
su decisión final o conclusión; b) pone el acento sobre el aspecto exclusivamente
formal, esto es, examinando su corrección lógica. De esta manera se analizó
como a la lógica le interesa lo correcto en los razonamientos jurídicos. A ella
incumbe la formulación de los preceptos para razonar correctamente.

I. Interpretación jurídica

La interpretación jurídica (o del derecho) es una actividad que consiste en enfocar


el significado o alcance de las normas jurídicas y de los demás estándares que es
posible encontrar en todo ordenamiento jurídico y que no son normas, como por
ejemplo, los principios. En consecuencia, hablar de interpretación del derecho es
igual a referirse a una actividad que comprende a todas las normas jurídicas, y no
únicamente a las normas legales que produce el órgano legislativo. De ahí que la
interpretación de la ley sea una especie de interpretación jurídica. Desde el punto
de vista jurídico, entre los autores se encuentra diversas definiciones acerca de lo
que es la interpretación.

Así, Guillermo Cabanellas de Torres afirma que:

“La Interpretación jurídica por excelencia es la que pretende descubrir para sí


mismo (comprender) o para los demás (revelar) el verdadero pensamiento del
legislador o explicar el sentido de una disposición.” (Cabanellas de Torres, 2011)

En tanto, el ya clásico tratadista alemán Ludwig Enneccerus define la


interpretación de la norma jurídica, en lo cual escribe lo siguiente:

“Interpretar una norma jurídica es esclarecer su sentido y precisamente aquel


sentido que es decisivo para la vida jurídica y, por tanto, también para la
resolución judicial. Semejante esclarecimiento es también concebible respecto al
derecho consuetudinario, deduciéndose su verdadero sentido de los actos de uso,
de los testimonios y del “usus fori” reconocido y continuo. Pero el objeto principal
de la Interpretación lo forman las leyes”. (Atienza, 2003)

De igual manera, la conceptualización de la interpretación versa en dos sentidos


con que los juristas han usado el término que ocupa. En primer lugar, se tiene el
concepto restringido de interpretación, según el cual consiste en la atribución de
significado a una formulación normativa en presencia de dudas o controversias en
torno a su campo de aplicación. Corresponde al aforismo “In claris non fit
interpretado”: no se da ni puede ocurrir interpretación cuando un texto es claro y
no deja dudas o controversias. En segundo lugar, está el concepto amplio de
interpretación, en este caso el término se usa para referirse a cualquier atribución
de significado a una formulación normativa, independientemente de dudas o
controversias. Así, la interpretación se convierte en un presupuesto necesario para
la aplicación del Derecho. (Ursúa, 2004).
Los dos conceptos anteriores parten ya de una idea de interpretación como
actividad dianoética, que es distinta de la definición. Aunque ambas consisten en
la reformulación de una expresión, ésta última busca adscribir un significado con el
que se supere la indeterminación semántica a priori, mientras que la interpretación
tiende a reconstruir el significado a posteriori. Hay también casos en que el
término interpretación se refiere al producto que resulta de dicho proceso, pero el
sentido que presenta un mayor interés es el que considera a la interpretación
como una actividad.

A. ¿Cuáles son los objetos de la interpretación jurídica?

Otra ambigüedad que surge con respecto al término interpretación es aquella que
se refiere a su objeto. En un sentido amplio puede ser objeto de la misma
cualquier entidad capaz de portar un sentido, y en un sentido estricto sólo se
interpretan entidades lingüísticas. En términos generales, Isabel Lifante afirma que
hay tres respuestas a esta pregunta sobre qué es lo que se interpreta: 1)
disposiciones jurídicas, 2) normas jurídicas, o 3) el Derecho. (Betti, 2015). Ninguna
es una respuesta a plenitud satisfactoria. La primera dejaría fuera a la costumbre,
la segunda ha levantado voces que consideran que las normas jurídicas son el
producto de la interpretación y no tanto su objeto (para ellos lo que se interpreta
son disposiciones o expresiones jurídicas), y la tercera traslada el problema a la
búsqueda de un concepto claro y compartido de lo que es el Derecho. Dicha
posición corresponde a quienes adoptan un concepto amplio de interpretación, e
implica que interpretar es decidir el significado de un texto legislativo, no conocer
sino producir una norma (por eso resulta un proceso necesario en todos los
casos).

Por otro lado, la interpretación jurídica presenta otros objetos, los cuales se
explicará:

a) Cuando se habla de interpretar un acto o comportamiento humano, interpretar a


veces significa elaborar suposiciones en torno a los objetivos, a las razones o a las
intenciones del sujeto agente; otras veces significa adscribir un sentido o un valor
a la acción considerada. (Moreso, 2008). En particular, en el ámbito del discurso
jurídico, “interpretar un hecho” (como homicidio intencional, en vez de muerte
accidental) significa incluir ese hecho dentro de una cierta clase de hechos, o bien,
subsumirlo a una norma, o incluso, calificarlo bajo el esquema de calificación que
ofrece una norma para aplicarle así una consecuencia jurídica (por ejemplo, la
sanción) que esa norma prevé.

b) Cuando se habla de interpretar un acontecimiento histórico o social,


comúnmente “interpretar” conjeturar una relación de causa – efecto entre cierto
hecho (o conjunto de hechos) condicionante y un hecho (o conjunto de hechos)
condicionado.

c) Cuando se habla de interpretar un texto, significa atribuir sentido o significado a


un determinado fragmento del lenguaje (vocablos, locuciones, enunciados). Sin
embargo, conviene advertir, que a veces no se distingue (como sería oportuno
hacerlo) entre la interpretación del texto en cuanto tal y la interpretación del
comportamiento humano que produce ese texto. Naturalmente la línea de
demarcación entre las dos cosas, es bastante sutil. No obstante, la distinción
conceptual es clara; una cosa es preguntarse por el significado de las palabras,
otra preguntarse sobre las supuestas intenciones del autor. Por ejemplo, una cosa
es preguntarse si el vocablo “hombre” significa, en un contexto determinado, ser
humano o bien masculino de la especie humana; otra cuestión es preguntarse si la
persona, al decir “atención al que haga esto”, entendía una advertencia o una
amenaza.

La interpretación jurídica pertenece al género de interpretación textual. En


expresiones como “interpretación jurídica”, “interpretación del derecho”,
“interpretación de la ley”, “interpretación de los actos (o documentos) normativos”,
“interpretación de normas” y otras similares, el vocablo “interpretación” denota,
grosoo modo, o bien la actividad de averiguar o decidir el significado e algún
documento o texto jurídico, o bien el resultado o producto de esa actividad: el
significado del mismo. Que la interpretación sea una actividad de averiguación o
de decisión es una cuestión controvertida, a la que diversas teorías de la
interpretación ofrecen respuestas diferentes. (Massini Correas, 2004)

Naturalmente, existe una gran variedad de textos jurídicos sujeto a la


interpretación; por ejemplo, leyes, reglamentos, contratos, testamentos,
sentencias, actos administrativos, entre otros.

B. Variedad de interpretes

En el sistema jurídico vigente, la actividad interpretativa es ejercida


prevalentemente, aunque no de manera exclusiva por algunos operadores típicos.
En correspondencia con las diversidad figuras de los intérpretes, suele distinguirse
entre interpretación auténtica, oficial, judicial y doctrinal.

a) Por interpretación auténtica se entiende, en un sentido amplio, la realizada por


el autor mismo del documento interpretado (sin referencia alguna a la identidad del
autor y a la naturaleza del documento); en este sentido estricto y por antonomasia,
es la interpretación de la ley realizada por el mismo legislador mediante otra ley
sucesiva (llamada ley interpretativa o ley de interpretación auténtica).

b) Por interpretación oficial se entiende, la interpretación realizada por un órgano


del estado en ejercicio de sus funciones.

c) Por interpretación judicial (o jurisprudencial) se entiende, la realizada por un


órgano de la jurisdicción.

d) Por interpretación doctrinal se entiende, la que llevan a cabo los juristas; sobre
todo, los profesores de derecho en obras académicas.

Conviene decir algunas palabras para poner en evidencia varios trazos distintivos
entre la interpretación judicial y la interpretación doctrinal.

a. Interpretación doctrinal e Interpretación judicial


a) En primer lugar, la interpretación doctrinal y la judicial se distinguen por “su
fuerza”.

La interpretación doctrinal de una determinada disposición, de hecho, puede ser


entendida como una recomendación, dirigida a los jueces para atribuir una
disposición un determinado significado. En los sistemas jurídicos modernos, los
profesionales del derecho no están jurídicamente habilitados para “decidir” el
significado de los textos normativos: pueden hacer solamente sugerencias o
propuestas. Sus propuestas interpretativas pueden, de hecho, ejercer influencias
sobre las orientaciones jurisprudenciales de los tribunales (como pueden también
no ejercerla); pero frecuentemente no tiene efectos jurídicos. Por esta razón,
según un cierto modo de ver, los juristas deberían limitarse a enunciar los posibles
significados de los textos normativos sin preescoger alguno. (Vargas-Chaves,
2013)

La interpretación judicial de una determinada disposición, por el contrario puede


ser entendida como decisión, en torno a esa disposición. Las decisiones
interpretativas de los jueces producen obviamente efectos jurídicos, aunque sean
circunscritos, por regla general, al caso concreto definido.

b) En segundo lugar, la aproximación a la interpretación que es propia del jurista


es distinta a la que es propia de los jueces. La interpretación doctrinal puede
caracterizarse como una interpretación “orientada a los textos”. Con esto quiere
decirse, que comúnmente,

lo juristas se preguntan (o se supone) sobre el significado de los textos normativos


“en abstracto”; es decir, sin preocuparse de la solución de una específica
controversia.

La interpretación judicial, por el contrario, puede definirse como una interpretación


“orientada a los hechos”, en el sentido de que el punto de partida de la
interpretación judicial no es tanto el texto normativo como particular supuesto de
hecho o controversia, del que se busca solución. Los jueces en suma, no se
preguntan cuál es el significado de un texto normativo como un particular supuesto
de hecho o controversia, del que se busca solución, sino que se preguntan si un
determinado supuesto de hecho se encuentra o no dentro del campo de aplicación
de una cierta norma. (Baldi Cabanillas, 2005)

Dicho en otros términos, el juez no puede limitarse a la interpretación textual. La


aplicación del derecho requiere, juntas, la interpretación de las fuentes y la
calificación del supuesto de hecho. A su vez, la calificación del supuesto de hecho
presupone la verificación de los hechos de la causa.

En conclusión, la interpretación jurídica es la interpretación práctica por


excelencia, su fin no es la toma del sentido auténtico en vistas a su contemplación
intelectual, sino la determinación de la regla de comportamiento, aquél que
interpreta un texto legislativo (en el amplio sentido) quiere llegar a saber en último
lugar no solamente lo que el autor de ese texto ha dicho o ha querido decir (si es
que esto puede saberse), sino cómo comportarse uno o cómo debe comportarse
aquél que enseña (en el caso del profesor de derecho), o aconsejar (en el caso del
abogado). Este método requiere que se enfoque a partir de la experiencia, del
caso particular dada por la conducta intersubjetiva.

2. LA ARGUMENTACIÓN EN LA PRAXIS JUDICIAL

La argumentación está orientada fundamentalmente a persuadir, tal es el caso del


Juez, quien pretenderá persuadir a las partes. Argumentar es estructurar un
pensamiento que tiene una serie de reglas las cuales tienen que ser razonables,
sirve para persuadir al destinatario de la veracidad o validez de una tesis. A la
retórica hoy en día se le conoce como argumentación. (Iturralde, 1992).

Antes se creía que argumentar era el clásico silogismo de Aristóteles, premisa


mayor, premisa menor y conclusión, ahora no, la sentencia es una suma de
argumentos, hay “n” respuestas por que el razonamiento jurídico es practico
(aquel que admite discusión, sometida a la controversia, es pues interpretación) y
demostrativo (lo que se afirma está sometido a prueba, está bajo el sistema de la
libre valoración de la prueba, ya no de la prueba tasada, es pues valoración).
Argumentar implica estructurar una secuencia coherente de pensamiento. Antes
se decía que la sentencia era el clásico silogismo (premisa mayor, premisa menor
y conclusión), hoy en día se dice que tiene una justificación. Será interna cuando
se analiza la premisa mayor y la menor y se tiene una conclusión. Será externa
cuando para validar (interpretar) Se debe justificar la premisa mayor y la premisa
menor, con pruebas.

La argumentación jurídica es un proceso cognitivo especializado (teórico o


practico) que se realiza mediante concatenación de inferencias jurídicas
consistentes, coherentes, exhaustivas, teleológicas, fundadas en la razón
suficiente, y con conocimiento idóneo sobre el caso objeto de la argumentación
(Moreno Cruz, 2012). La argumentación jurídica se concretiza cuando se relaciona
premisas, a la luz vinculante de los principios y demás cánones lógicos
pertinentes, para obtener secuencial y correctamente, conclusiones que, según el
caso, afirme o nieguen la subsunción del hecho en la hipótesis jurídica o afirmen o
nieguen la validez o invalidez o la vigencia formal o real de la norma jurídica dada
o afirmen o nieguen la pertinencia o impertinencia, o la aplicabilidad o
inaplicabilidad o la compatibilidad o incompatibilidad de la norma jurídica al caso
concreto.

Más allá de si la argumentación propia del derecho es deductiva o es una teoría


de la argumentación, o ambas, lo cierto es que la argumentación jurídica, al
menos la relativa a las decisiones judiciales, tiene, al menos, dos rasgos
distintivos: su carácter práctico y su vinculatoriedad al derecho vigente.

Se dice que la argumentación propia del derecho tiene un carácter práctico porque
versa sobre lo que puede o debe hacerse o no hacerse, no trata sobre el modo
como son las cosas, sino sobre cómo deben ser; está formada por enunciados
normativos que, como tales, no son susceptibles de ser calificados como
“verdaderos” o “falsos”. Para no entrar en la cuestión de cuál sería el mejor criterio
para valorarlos (¿justos? ¿Buenos?), o si sería preciso hacer uso de una lógica
deóntica para su tratamiento, simplemente se las llamará “correctos” o
“incorrectos”. (Iturralde, 1992)

Por otro lado, es evidente que no toda argumentación práctica es jurídica. En este
sentido, no toda la argumentación práctica está regulada del mismo modo que la
jurídica y, sobre todo, la conclusión de una argumentación jurídica (al menos su
forma prototípica, que suele considerarse la de las decisiones judiciales) es
vinculatoria.

Puesto que es el derecho una disciplina tan amplia y rica en matices, difícilmente
podría tener exactamente el mismo modo de argumentar en todos los temas que
le son propios. De acuerdo con (Atienza, 2003) existen al menos tres contextos
jurídicos en los que se llevan a cabo argumentaciones. El primero es el de la
“producción o establecimiento de normas jurídicas” (tanto en su fase prelegislativa,
como en la legislativa, que es donde propiamente se manejan argumentos
jurídicos, mientras que en la primera los argumentos, según Atienza, son más de
tipo político y moral); un segundo contexto en que se realizan argumentos jurídicos
es el de la “aplicación de normas jurídicas a la resolución de casos, bien sea ésta
una actividad que llevan a cabo jueces en sentido estricto, órganos
administrativos, en el más amplio sentido de la expresión, o simples particulares”.
El tercer ámbito en que se realizan argumentos jurídicos es el de la “dogmática
jurídica”, en la cual Atienza distingue tres funciones: “1) suministrar criterios para
la producción del derecho en las diversas instancias en que ello tiene lugar; 2)
suministrar criterios para la aplicación del derecho; 3) ordenar y sistematizar un
sector del ordenamiento jurídico”.

A. Importancia de la argumentación

Cuando una solución se presenta como la única admisible por razones de buen
sentido, de equidad o de interés general, por su peso argumental tiende a
imponerse en el campo jurídico, aunque se necesite recurrir a una argumentación
especial, para mostrar su conformidad con las normas legales. La solución se
vuelve aceptable solo, cuando ella va acompañada de cierto consenso social y de
una argumentación jurídica suficientemente sólida.

El derecho es visto como un instrumento flexible y capaz de adaptarse a valores


que el juez considera como prioritarios, para la sociedad, ya que su papel es
conciliar estos valores con las leyes y las instituciones establecidas, de manera tal
que con ello se ponga de manifiesto no sólo la legalidad, sino también el carácter
razonable de sus decisiones. (Buenaga Ceballos, 2016).

Cuando se subraya la primacía de la ley, no solo se entiende que el juez solo está
sometido a ella, sino que también se reconoce al poder legislativo la facultad única
como creador de toda norma jurídica. Si se mantiene esta posición y no se
distingue, entre normas generales y particulares, como diferenciara Kelsen, se
observará que desde esta postura, el poder de interpretación del juez depende de
la invocación a la voluntad del legislador, de la que nos hablara la escuela de la
exégesis, como si esa voluntad continuara siendo la misma a pesar de la
evolución técnica, moral o política que se hubiera producido en el transcurso del
tiempo.

El juez no debe buscar la voluntad histórica del legislador que votó la ley,
recurriendo a trabajos parlamentarios o los debatas que precedieron su votación;
tiene que ir en búsqueda del legislador actual, para entender la norma según las
circunstancias actuales que motivan su aplicación. Esto lleva a considerar que la
acción de juzgar puede estar motivada en la idea de equidad; con la condición de
que se pueda encontrar un fundamento jurídico satisfactorio. Pero para que llegué
a una decisión que merece ser llamada equitativa ella debe responder a ambas
circunstancias: ser oportuna y socialmente útil.

En un pleito judicial cada una de las partes expone sus motivos, fundados en la
jurisprudencia más benigna o en planteos doctrinarios, con la intención de
argumentar y favorecer su particular posición, con la intención de motivar en tal
sentido la decisión del juez, y como resultado lograr su convencimiento. La
solución jurisdiccional es producto de un proceso de análisis, en el que cada paso
debe asumir el anterior y mejorarlo. Desde una perspectiva fenomenológica, se
identifican cuatro regiones sentenciales, las que presentan una totalidad discursiva
de entidad ontológica.

Tales regiones a considerar son: 1) hechos / derechos; 2) inserción sentencial; 3)


argumentación y 4) justificación / motivación.

Respecto de los hechos se dice, que en todo expediente judicial, se encuentra una
referencia a situación fácticas constituidas por la situación litigiosa y por la
producción de aquella prueba que han realizado las partes en el proceso, que
permiten demostrar los hechos y sirven para dar un fundamente al derecho del
que se pretende ser objeto (Amaya, 2011). Los hechos que van a tener entidad o
valor para la sentencia serán sólo, aquellos que recibirán una inserción sentencial,
al ser estimados como altamente importantes para fundamentar una resolución.

Este primer y segundo paso, pueden ser incluidos dentro de la llamada


justificación interna, con relación al acto de sentenciar, en la medida que las
pruebas, sobre los hechos y los derechos alegados, conforman un núcleo
inescindible, que le permite al juzgador construir convicciones. Mientras que la
justificación externa, está dirigida al auditorio, que define como aquellos a quienes
el orador quiere influir para lograr su convencimiento, con la exposición de
motivos.

Si bien puede perderse de vista el perfil antropológico del auditorio para pasar a
ser un objeto teórico, en la medida que no solo teoriza sobre él, sino que además
se transforma en aquello a lo que se dirigen nuestros actos de habla presentes o
futuros. El auditorio juega un papel importante en el discurso en general, en la
medida, que este debe ser adaptado según aspectos cualitativos y cuantitativos,
ya que entran a jugar circunstancias que se pueden hacer valer en la misma
argumentación. Específicamente el auditorio forense posee características
particulares, porque se lo puede definir como universal en la medida que reconoce
la atemporalidad de las sentencias y el juego argumental que propone; de tal
forma que se deben ponderar las distintas líneas argumentales en función de la
posibilidad de éxito o fracaso y de crítica o aceptación, que el orador tiene que
imaginar al momento de la creación discursiva.

Dicha justificación externa está compuesta por la tercera región que se denomina
argumentación que se estructura como una razonamiento silogístico de carácter
práctico prudencial, que toma para su construcción modelos o paradigmas de
conductas, socialmente valiosas (Amaya, 2011). Claro que esta región puede ser
pasible de vicios como la equivocación, la mala disposición argumental o la
incoherencia, que provocan la incomunicación, por imposibilidad de decodificar el
discurso, de tal manera que suscita el rechazo por parte del auditorio.

La cuarta región se la denomina: motivación, que resulta ópticamente


incognoscible, porque tiene que ver con lo subjetivo; sin embargo, el discurso nos
permite descubrir sus contornos.

Los motivos se basan en tres elementos diferentes: ideológico (política o


religiosa), axiológico (criterios valorativos, valores - antivalores), ambas
pertenecientes en los objetos culturales; mientras que el tercer elemento es
llamado idiosincrático y se refiere a concepciones, pasiones, sensaciones, deseos,
ansiedades, temores y triunfos; que son parte de la opción que una persona toma
y son característicos del ser humano.

Cada una de estas regiones fundamentan el acto voluntario de toma de decisiones


en los que se puede privilegiar distintos aspectos como: 1. Adhesión voluntaria a
principios generales de conducta. 2. Obediencia a determinadas prescripciones. 3.
Reclamos exteriores o necesidades sociales (Buenaga Ceballos, 2016)

En definitiva, si alguien desconociera el motivo que guía su discurso o siquiera le


importara, se encontraría ante una situación de ignorancia operacional,
eminentemente peligrosa y totalmente injustificable si se la considera, en relación
al discurso jurídico. (Ferrer Beltrán, 2015).

B. Necesidad de la argumentación
La labor de los abogados es ciertamente técnica, pues consiste en usar ciertos
medios para alcanzar un resultado a partir de una situación inicial dada. Mientras
que la de los jueces consiste en utilizar normas generales para justificar
decisiones particulares y concretas.

Para mayor abundamiento se dice, que tanto los jueces como los abogados
utilizan reglas técnicas explicitas dadas por el Derecho Procesal. Así los distintos
operadores jurídicos recurren al derecho de fondo con la intención de argumentar
jurídicamente, para instar la acción o en función de un requerimiento de la parte,
como es propio en la actividad de los abogados, y que los jueces también deben
realizar al momento de fundamentar sus decisiones.

Se reconoce que todo acto humano, sin excepción alguna, es susceptible de ser
percibido desde la perspectiva del juez, del abogado o del jurista y valorado y
juzgado como acto jurídicamente significativo.

De todo acto humano exterior, perceptible por los sentidos, se puede predicar que
este constituye: a) El ejercicio de una potestad. b) El padecimiento de un deber
jurídico. c) La violación de un deber jurídico. d) El padecimiento de una sanción
aplicada por un órgano jurisdiccional competente (Buenaga Ceballos, 2016).

Lo propio de la tarea del juez y del abogado en el fondo es la misma desde


distintos prismas de la realidad, la que se encuentra caracterizada, por predicar la
significación jurídica como potestad o prestación, o como entuerto o sanción. Para
lo cual necesitan valorar desde aquellos valores vigentes en la comunidad, como
así también, desde los valores vigentes en las normas jurídicas.

La experiencia jurídica comienza, para los jueces y abogados desde el contacto


con las partes; no así para estas últimas, que se inicia en una etapa previa
(ejemplo: desde la firma del contrato). Desde el conocimiento fáctico de la
realidad, los jueces y abogados otorgan al hecho o acción significación jurídica, al
valorar la conducta.
Sin embargo, esto no es todo; falta que el juez y el abogado le otorguen una
significación normativa, a la situación descrita por las partes; lo que implica ahora,
una selección normativa susceptible de ser aplicada al caso, para el que se
deberá tener encuenta los aspectos relevantes del hecho jurídico.

De este modo la argumentación jurídica se examinó de manera detallada, como la


justificación de una decisión del órgano jurisdiccional, que se presenta como una
solución que se constituye como síntesis del proceso dialéctico que enlaza ambos
aspectos – norma – conducta – por medio de la interpretación jurídica. En el cual
la argumentación juega un papel destacado en esta instancia, porque actúa como
la base del razonamiento que será utilizado en la toma de decisión, por parte del
magistrado. Este movimiento de síntesis, comienza con una tarea de clarificación
del lenguaje normativo y finaliza con la búsqueda de la corrección del sentido
jurídico en la decisión judicial.

3. CONCLUSIONES

A modo de conclusión se remarca que explorar la razón jurídica implica traspasar


el campo de la lógica tradicional, en busca de la razón vital e histórica o mejor
dicho establecer una lógica de la acción, ya que la vida humana es el reino de la
acción y la libertad. En este sentido, tanto la lógica formal como la lógica
dialéctica, deben integrarse y complementarse frente a las necesidades del
discurso jurídico, que pretende ser razonable y alcanzar cierto grado de
corrección. Así la elaboración de una conclusión o solución, implica la necesidad
de reconocer, la validez de ciertas reglas lógicas, que serán necesarias a la hora
de producir el razonamiento. Este es el motivo por el cual el silogismo dialéctico,
se funda en la verosimilitud, ya que necesita de buenas razones que justifiquen las
decisiones. Debiéndose destacar la doble función objetivante de la norma como
parte del conocimiento jurídico, tanto lógico como axiológico. Que obliga a
observar el lenguaje normativo, cuyo significado racionalmente inteligible permite
categorizar las acciones humanas.
Es claro, no existe un concepto único de interpretación jurídica. Probablemente, la
fuente de la riqueza del debate teórico que en torno suyo se ha desarrollado,
resida precisamente en las ambigüedades del término. La interpretación jurídica
se lleva a cabo por los actores que la realizan. Estos actores-intérpretes son seres
humanos, por consiguiente, sujetos que realizan esa tarea o actividad. Y, por lo
tanto manifiestan o expresan versiones subjetivas en esa labor de interpretación.
La afirmación de que se puede realizar una labor objetiva, no es cierta. Lo que sí
es cierto es que el sujeto puede hacer el intento orientado en el sentido de que sus
creencias, estereotipos, ideologías, intereses, etc., pesen lo menos que pueda
(autocontrol) al momento de verter su decisión, opinión o criterio en ese
documento llamado dictamen, sentencia, informes, etc.

Argumentar es razonar nuestras proposiciones para sustentarlas válidamente sin


criterios de arbitrariedad. No es necesario que un texto sea oscuro para
interpretarlo, pues interpretar es dar significado a una formulación normativa. De
igual manera, no se puede separar la interpretación de la argumentación pues una
es el presupuesto de la otra. Como consecuencia. Los textos jurídicos contienen,
en muchos casos, varias alternativas de interpretación; la elección de una de ellas
no puede apoyarse en razones arbitrarias, por lo que para justificar la decisión el
argumento es la clave. La justificación implica sustentar la opción interpretativa en
una base argumentada coherente y aceptable en condiciones de racionalidad.

4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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El concepto de razonamiento jurídico refiere al proceso mental que sigue los


principios del derecho para interpretar y/o argumentar algo en función de las
leyes. Para esta clase de razonamiento, la persona debe apelar a la lógica y a la
dialéctica.

El razonamiento jurídico, por tanto, lo que intenta es encontrar una solución ante
un conflicto surgido, por medio de las aplicaciones de unas normas o leyes, que
esté, por supuesto, debidamente justificada y argumentada para así evitar
desacuerdos.

A la hora de poder llevar a cabo el razonamiento jurídico, los expertos en la


materia coinciden en subrayar la importancia de prestarle atención y de hacer uso
de ciertos principios. En concreto, se refieren tanto a los principios de la base
ideológica y valorativa de lo que es el orden jurídico como a los que están
recogidos de manera expresa en las normas y leyes.

Además de todo eso, cuando se va a desarrollar el citado razonamiento y hacer


empleo de los principios y de las reglas, es importante tener en consideración los
siguientes aspectos:
-Las reglas jurídicas existentes son objeto de interpretación mientras que los
principios jurídicos lo son únicamente de ponderación.
-Los principios se usan y aplican de acuerdo a la lógica de la preferencia.
Los razonamientos jurídicos, por lo general, son desarrollados por abogados,
jueces y legisladores. Su finalidad es arribar a una conclusión que esté en
sintonía con las normas jurídicas vigentes o que, incluso, pueda convertirse en
una de ellas después de atravesar los pasos necesarios para la promulgación.

Existen diferentes clases de razonamientos jurídicos. El razonamiento jurídico


puede ser lógico (se impone intelectualmente), retórico (busca persuadir) o
puramente jurídico (se sustenta en presunciones u otros factores fijados por la
legislación). Para recorrer estos razonamientos jurídicos, un individuo apela a
otros razonamientos de tipo lógico, como los razonamientos inductivos y los
razonamientos deductivos.

Los razonamientos jurídicos son imprescindibles a la hora de la administración de


justicia. Un tribunal puede absolver o condenar a un individuo de acuerdo al
razonamiento jurídico que avalen sus integrantes y a la manera de juzgar el valor
de los razonamientos jurídicos que manifiestan los abogados de la defensa, los
querellantes, los fiscales, etc., en el marco del proceso legal.

Definición de Razonamiento Jurídico


La idea de razonamiento alude al concepto de razón, la facultad del ser humano para
entender la realidad. De esta manera, mediante nuestro razonamiento y el uso del lenguaje
podemos describir algún aspecto de la realidad. Si aplicamos el concepto de razonamiento
al ámbito del derecho estamos utilizando el razonamiento jurídico.

Pilares que construyen el Razonamiento Jurídico

En el razonamiento jurídico intervienen varios elementos de una manera combinada. Por


una parte, las leyes de la lógica formal, es decir, leyes del pensamiento racional sin las
cuales es imposible argumentar correctamente o elaborar un discurso coherente. Por otra
parte, hay elementos de la dialéctica, que en su sentido estricto significa técnica de
conversación. Por último, se utiliza un proceso de argumentación a partir de las normas
reflejadas en el derecho.

Con estos tres elementos, el razonamiento jurídico tiene como objetivo llegar a una
conclusión en el contexto de una situación problemática. Al mismo tiempo, en el proceso
de argumentación jurídica hay una circunstancia que resulta evidente: lo que se afirme debe
estar sometido a las normas del derecho y a los procedimientos legales establecidos.

Desarrollo de un razonamiento jurídico

A la hora de llegar a una conclusión dentro del marco del derecho hay que partir de un
argumento principal, es decir una tesis concreta. A partir de la misma, se presentan una
serie de argumentos complementarios que refuerzan el principal. Dicho con otras palabras,
las ideas o argumentos complementarios actúan como refuerzo, de tal forma que se
presentan razones que avalan o justifican el planteamiento general. Para que este proceso se
realice correctamente es preciso utilizar una serie de elementos: referencias a las normas,
un criterio de justificación y una interpretación de las propias normas.

El razonamiento jurídico implica el uso de la deducción y de la inducción, dos métodos de


argumentación opuestos pero que forman parte de cualquier razonamiento correcto (la
deducción parte de una idea general o una ley y se llega a un caso particular y la inducción
parte de datos concretos y a partir de ellos se va llegando a una conclusión más general).

Herramientas de argumentación, tal como la jurisprudencia

En el razonamiento jurídico es posible utilizar estrategias argumentativas distintas. Una


puede ser el recurso de un precedente legal, es decir, la jurisprudencia. También es factible
recurrir al argumento de autoridad o apelar a la realidad de los hechos.

Por último, en todo razonamiento jurídico hay un elemento en la argumentación que no es


propiamente técnico (normas, argumentos técnicos, método deductivo o inductivo o el
recurso de la lógica formal), ya que en todo discurso jurídico hay un componente
persuasivo, el cual tiene la finalidad de convencer a alguien (un jurado o un juez).

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