Angel Martinez, NORMAS ÉTICAS

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Normas Éticas y Código Deontológico en Orientación y Psicopedagogía


Ángel J. Lázaro Martínez
Manual de orientación y tutoría, Primer cuatrimestre de 1999, Tomo I
En el ámbito profesional de la orientación y de la psicopedagogía es necesaria la presencia
de un Código deontológico que sirva para orientar la conducta y el comportamiento. Por su
importancia cabe destacar los Códigos elaborados por la AIOSP y la ACA, que orientan los
comportamientos profesionales basándose en unos criterios éticos.

1. INTRODUCCIÓN

La sociedad actual reclama tan insistentemente la concreción y la aplicación de las teorías


que, en ocasiones, se aleja de los fundamentos que sustentan toda actividad. En el mundo de
la psicología y de la pedagogía se insiste, generalmente de forma urgente y precipitada, sobre
la definición y la amplitud de lo deontológico; por ello se tiende a solicitar una mera colección
de normas numeradas escalonadamente que hagan referencia a lo conveniente en una
actuación, la percepción inmediata de una conducta, según un esquema, enfoque o modelo
de lo ético (Ayllón, 1998). Es una demanda de normativa ética de la conducta profesional. Y
ese parece ser que es el resultado de la elaboración de los códigos deontológicos en
psicopedagogía y orientación, aunque las entidades y expertos que las elaborarán parecen
más preocupados por establecer normas éticas de actuación profesional que ofrecer una
mera y simplona respuesta sobre la demanda de casas editoras y sociedades
psicopedagógicas que temen por su supervivencia, si el producto y los procesos no son los
adecuados a las solicitudes de los clientes.
Las «revueltas anti-tests», de los años treinta y cuarenta, provocaron, entre otras reflexiones,
la necesidad de realizar un adecuado uso de la información psicopedagógica recogida,
especialmente si los datos afectaban a la intimidad de los usuarios. El Comité Hobbs, en
1948, desarrolla, después de varios intentos y propuestas, el primer código deontológico
oficial para la APA (Asociación Psicológica Americana) entidad que lo adopta y difunde desde
1953, en sucesivas revisiones. De esta forma se regulaba la anárquica actuación
deontológica profesional.
Pero, la pregunta inicial estriba en el establecimiento de los fundamentos de la relación moral
entre el psicopedagogo y el otro, al que, metafóricamente, se penetra en su intimidad con la
intención de ayudarle, pero del que se difunde, tal vez inconscientemente, su propia imagen
sin su expresa voluntad. El conocido pensador italiano, Umberto Eco, indica (algo tan
evidente como que constituye el inicio de toda ética de orientación social) que «la dimensión
ética empieza cuando entra en escena el otro» (Eco, 1998, 105). Ideas similares impulsaron y
animaron a psicólogos y educadores para iniciar y desarrollar un código ético que
tranquilizase la conciencias de los profesionales banales y calmase la ansiedad de los
usuarios, ya que «la función del intelectual consiste en determinar críticamente lo que se
considera una aproximación satisfactoria al propio concepto de verdad» (Eco, 1998,105). La
presencia del otro, la percepción de la mismidad y el enfoque de las relaciones establecidas
siempre anima a depurar las normas y principios del tipo de comunicación establecida.
Aranguren (1953), que tantas reflexiones introdujo en la revisión de una ética excesivamente
vinculada al «talante» religioso, añade que la «otredad» tiene ámbitos diferentes: la «aliedad»
y la «alteridad», que son situaciones de lo moral en el plano humano estrictamente social o
relativas a la moral interpersonal. Pero estos planteamientos de lo ético como norma
suponen, por una parte, enfoques utilitaristas, como es el encuadre de las normas en un
código y, por otro, un análisis de su fundamento ético.
Para señalar las reflexiones deontológicas básicas, como es el respeto a la persona y el uso
de la confidencialidad, desde un plano fundamental, se analizará el sentido ético en la
modernidad, analizando la perspectiva y vertiente de las nuevas concreciones de los códigos
y sus compromisos de responsabilidad, cual nuevos juramentos hipocráticos, en las distintas
actividades profesionales. Posteriormente comentaremos el planteamiento de las actividades
orientadoras desde las perspectivas deontológicas y nos detendremos en los sectores de
análisis que suelen incluir los distintos códigos. Se complementa el artículo con unos anexos
en los que se incluyen textos de proyectos deontológicos que, en conjunto, ofrecen una

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panorámica de los problemas básicos del comportamiento deontológico en una acción


psicopedagógica.

2. SENTIDO ÉTICO DE LA ACTUACIÓN PROFESIONAL

El primer problema de todo profesional de la actividad orientadora es desentrañar qué tipo de


relación ha de establecer con sus clientes, según la ética y la moral predominantes en el
contexto en dónde estén situados ambos, y qué uso se puede hacer de la información
obtenida profesionalmente. Y como ese tipo de moral puede ser diversa, en una sociedad
multicultural y distinta según estructuras sociales diferentes, se interpreta que ha de existir
una moral universal o que, al menos, se permita elaborar una «meta-ética» que adquiera
connotaciones de universalidad. Pero este planteamiento es una cuestión de constante
interrogación filosófica. Por ello, de forma breve, comentamos algunas reflexiones sobre la
necesidad de la acción ética en la relación del profesional de la Orientación con el «cliente»,
ya que su actividad psicopedagógica se basa en su intervención sobre el «otro». Y el
comportamiento del orientador entraña una convicción ética.
Analizar la interrelación profesional implica conocer cuál es el fundamento de la acción ética
que condiciona la actuación. Pero el fundamento ético de las cosas es un complicado proceso
que exige una reflexión más detenida, ya que ha tenido diferentes enfoques. Por ejemplo,
Schopenhauer (1965, 25) señala, en «Los dos fundamentos de la ética», que la ética de los
«antiguos» era la doctrina de la felicidad, y que ésta y la virtud eran sinónimas; por otra parte,
los «modernos» establecieron entre los dos conceptos una relación de causalidad: por la
virtud se llega a la felicidad. Y este planteamiento dicotómico, salvo excepciones, se supera
con Kant, que libera la ética de la religación teológica. Anteriormente, Spinoza plantea una
ética demostrada desde un orden lógico-geométrico, siguiendo influencias de Descartes, pues
parte de «definiciones», que algunas requieren «explicaciones», para establecer «axiomas» y,
desde ese punto, establecer «proposiciones», que se demuestran de diversas formas,
concluyendo con los «escolios», que es lo más interesante de la doctrina spinoziana, ya que
son comentarios, a modo de conclusiones del proceso ético. Desde una perspectiva
deontológica lo que aporta Spinoza es el procedimiento metodológico neutro, que es el modo
por el que se accede a la conducta ética, para lo cual utiliza un proceso de demostración
geométrica que considera universal y que permite llegar al conocimiento de la verdad. Desde
la verdad, manteniendo y potenciando la verdad, cabe establecer una relación interpersonal
objetiva.
Pero la ética se ha entretejido junto con los conceptos del bien, de virtud, de belleza y de
felicidad, religado al ser de los dioses que, necesariamente, por su inmutabilidad, servían de
modelo. Y esta religación, intentando ser objetiva, incluye otros conceptos morales que
amplían los enfoques de lo ético.

2.1. Enfoques que ha aportado el desarrollo diacrónico de lo ético

Desde Sócrates, el bien y la verdad son entidades propias de reflexión. Y desde Aristóteles,
las virtudes éticas se desenvuelven en la práctica y pretenden alcanzar un fin. La ética, como
ciencia de la conducta, o doctrina de las costumbres, se plantea como dos aspectos: uno,
como ciencia del fin, de lo que debe ser y de los medios para conseguirlo; y, otro, como el
impulso de la conducta. El primer enfoque se preocupa de los ideales y el segundo de los
motivos que generan las conductas que se dirigen hacia el bien. Este planteamiento es muy
sencillo, casi simplista, pero es un punto de arranque para conocer lo complejo de la postura
ética que, desde los tiempos clásicos, se ha intentado desentrañar.
Pero las costumbres pueden convertirse en exageradas y viciosas, porque la hipertrofia de
algo es un exceso que se aleja del concepto de la virtud. Vázquez (1987) señala, desde una
perspectiva sociológica, que ética es la «ciencia de las costumbres cuyo objeto es el carácter
de bondad o malicia de los actos humanos». Indica que ética, como sistema, es la «filosofía
de la moral», tanto en lo que refiere a los valores acuñados por las costumbres, como a las
normas de la conducta derivadas de tales valores. Por tanto, el «deber ser», como

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imprescindible y necesario, es un enfoque que se enfrenta al «escepticismo ético» que


relativiza toda conducta en función del carácter subjetivo de lo que debe ser.
Otro enfoque es la creencia en el valor objetivo de la moral. Es la concreción de la necesidad
de unas normas, de un código que regula los comportamientos señalando lo que es correcto
o incorrecto, desde la perspectiva de las relaciones humanas. Este rango de corrección e
incorrección lo marca el sentido moral de lo que se entiende por bien. El «ethos», entendido
como cultura de un pueblo, es el conjunto de características por las que un grupo se
diferencia y por el que establece un sistema de principios, normas y motivos de la acción
moral. Ese grupo establece unas normas que no tienen por qué ser de índole religiosa,
ideológica, política o legal, y que le distinguen en su acción ética, como eje que regula su
convivencia. Por ejemplo, la ética en la investigación social, exige patrones de
comportamiento de respeto a la verdad compartidos por la comunidad científica, como es la
fidelidad a las fuentes, la veracidad de los datos, la protección de la intimidad o las
consecuencias de la posible utilidad de las conclusiones. Es, como señalaba Zaragüeta
(1963), la «justicia intelectual» refiriéndose a la justeza o justedad de los hechos científicos,
que no es otra cosa que la exactitud científica del bien obrar. Si se especifica en acciones y
tareas, se obtiene un conjunto de reglas, un código.
El planteamiento clásico se ciñe a la distinción entre el bien y el mal y a la conformidad de los
actos con el bien apetecido y en el ajuste de dicha conformidad. Actualmente parece que los
temas se polarizan más hacia una ética de los valores, entre las inclinaciones del positivismo
y las concepciones existencialistas de la ética de la situación.
Pero la situación se mantiene desde la elección de lo que conviene hacer para bien del sujeto.
Aristóteles señalaba que las virtudes están guiadas por la razón y se alcanzan por el equilibrio
entre dos extremos viciosos (exceso y defecto), lo cual permite alcanzar la fortaleza, la
liberalidad, la humildad, la templanza, la magnanimidad y la franqueza. Todas estas virtudes
aristótelicas guían y orientan el quehacer de la personalidad global y, desde la especificidad
de un estilo o de una forma de vida, habría que matizar qué se pretende ser al ser un
determinado profesional. Esto es, ser un profesional, no sólo por la competencia de haber
adquirido un determinado carácter profesional, sino especialmente por poseer la capacidad de
ser tal tipo de profesional, porque se ha asumido la formación técnica y ética que permite
serlo.

2.2. Moral, valores y normas

Cada situación plantea que la persona tenga que adoptar una decisión que se hace en
función de convicciones, latentes o patentes, conscientes o veladas. Las actitudes hacia algo
son mero reflejo de los valores que se apuntan en cada momento. Por tanto hay que
comentar si los valores son el enfoque actual de una ética universal o, si un determinado
enfoque ético condiciona la moral de cada época. En este sentido, la posesión personal de
valores, como bien, es una manera de entender el modo de alcanzar la felicidad.
Los valores se jerarquizan, señala Scheler, según principios dionisíacos personales que
infunden placer, y no según la moral establecida. El placer es la única moral válida, según
planteamientos positivistas, ya que se procura la utilidad y la felicidad personal. El sentimiento
dirige los beneficios y la utilidad de las decisiones de alguien, mientras que la razón dirige la
moral. Éste es un enfoque básicamente empirista, que también podríamos llamar una ética de
los móviles o de los motivos que impulsan a los sujetos a realizar conductas dirigidas hacia
una determinada dirección (el bien, la verdad, la justicia, el amor, etc.) que a cada uno le
produce placer. Y cuando, siguiendo a Hume, la humanidad es el sentimiento de participar en
la felicidad de los otros, el concepto moral se realza por la existencia del otro. Es el
sentimiento consecuente de la solidaridad, que emerge de la participación, de la adhesión a
las normas de un grupo social; es una «reacción simpática», como si fuera una consecuencia
física, cuasi establecida en una fórmula matemática.
Pero Kant nos añade que la ley moral es un hecho, una categoría de la razón, y no sólo un
sentimiento. La regla de la conducta es la base racional del hombre, ya que se tiende a obrar
según principios que los demás puedan hacer propios para sí mismos en su ser y para su
propio bien. Por eso es imperativo actuar según la norma.

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Pero, de forma más aplicada y como mera imagen aclaratoria, se ha de entender que la
norma y el valor es el haz y el envés de una misma hoja. Entre el hecho y el deber ser, surge
el concepto de la norma como criterio que orienta la conducta o la realización de los valores
absolutos. Y también la norma se concibe como el procedimiento que garantiza el desarrollo
eficaz de la actividad, como regla. La regla especifica, con minuciosidad, los detalles
convenientes de una conducta. Pero si sólo se perciben las reglas, alejadas de los valores y
del comportamiento moral y ético que entrañan, se convierten en fórmulas de procedimiento
que tienden a convertirse en formalismos burocráticos. Y un conjunto seriado de reglas y
prescripciones sociales constituye un «código» aceptado por los miembros de un grupo, que
les sirve de entramado de relación. El código es una ordenación sistemática de disposiciones
de normas o reglas de conducta, conectadas con el deber ser de lo moral.

2.3. Las perspectivas de lo deontológico

Otro punto de vista es lo deontológico, la concreción útil y práctica de los principios éticos,
que es como lo denominó Jeremy Bentham, a principios del XIX: deontología o ciencia de la
moralidad; más aún, lo útil es lo conveniente, que es la propuesta para perseguir el placer,
aunque ese placer pueda tener un sentido masoquista de lucha consigo mismo, de logro
ascético. Pero en la actualidad se entiende que lo deontológico es lo que regula lo que se
debe hacer para alcanzar una conducta ética y justa. Pero hay que resaltar que lo
deontológico, es el deber ser, y entraña obligación forzando, a veces, la predisposición del
esfuerzo y rozando el dolor; es un planteamiento inverso a las tesis maquiavélicas: hay que
soportar lo desagradable si con ello se alcanza el bien. Por eso, lo deontológico es la
disciplina de los deberes.
En esta forma de enfocar lo ético se aprecian matices entre los deberes y el logro de un valor
que produce felicidad. Se diferencia entre lo deontológico, como disciplina de los deberes que
obligan a alguien a asumir un rol (el ejercicio de una profesión determinada, por ejemplo) y lo
«deóntico» (Ferrater, 1980), que es la lógica que estructura la relación entre las normas y
reglas que orientan correctamente una conducta hacia lo deseable. Este término, deóntico,
propuesto por Wright (1951), se presenta como sinónimo de normativo, por lo que, en su
desarrollo, utiliza expresiones relativas a proposiciones, prohibiciones, conveniencias,
obligaciones....Son especificaciones que enlazan lo deóntico, como forma de relacionar los
modos de la lógica, con lo deontológico, que son las especificaciones regladas de las
conductas del deber-ser.
El análisis de la estructura lógica del deber-ser «permite desarrollar las normas y localizar las
leyes del ser y establecer, desde proposiciones de valor, la estructura lógica del deber-ser»
(Lázaro, 1986). Es una cadena de acción; Wright señala que un precepto deontológico
entraña una acción, independientemente del resultado obtenido. Es una acción que tiene
relación con la «intención», no con el resultado en sí mismo.
Los juicios deónticos son proposiciones dirigidas al deber-ser y que sólo se consiguen a
través de una acción que modifica el fenómeno sobre el que se actua. Esa ejecución se
estructura en un cuerpo metódico de «normas», al que se denomina código (mínimo de lo que
debe-ser), evitando la variedad interpretativa que provoque distorsiones en la intencionalidad
de los criterios que se aplican.
Es un proceso en el que se conjugan planteamientos éticos, lógicos y morales, de forma que
la deontología es el conjunto de proposiciones que formalizan supuestos éticos, concretados
en deberes y obligaciones. El código deontológico debe operativizarse, debe realizarse, esto
es, hay que ejecutarlo, llevarlo a cabo, cumplirlo, ser fiel a las obligaciones para alcanzar el
bien de aquel que lo está cumpliendo. Y será mejor bien, si los fines propuestos atañen a
valores que se caractericen por su grado de universalidad y por la forma cómo se hayan
estructurado, codificado. Esto es, parte del logro de la satisfacción es cómo se haya
formalizado la intención (los valores pretendidos) por medio una lógica deóntica.

2.4. La ascesis del logro del bien y el proceso de conocer la verdad

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Una nota aún: lo ascético, entendido como lucha y esfuerzo, es un medio para lograr el bien y
la felicidad, la plenitud personal o, en un orden de menor abstracción, la satisfacción que
provoca el logro, cuando ese logro es la culminación de lo pretendido y, más aún, si ello
reporta bien para otros (puede proporcionarles placer por la acción o por la contemplación de
la belleza, del amor o de la verdad, por ejemplo). La ascesis es un proceso que va liberando
la mente de los prejuicios, de las actitudes o de las conductas rutinarias y poco interiorizadas,
mediante el cual la persona revisa su sentido de vida; es una «lucha», un viaje atravesando la
estructura del ser de cada uno, un itinerario interior que alcanza una meta, que culmina,
según los clásicos, en la identificación con la virtud; y el solo hecho de estar haciendo ese
proceso provoca actitudes y conductas morales. Parece que es un esfuerzo masoquista
porque es obligar a cambiar la propia motivación inmediata por una tranquilidad interior de
logro complejo y mediata. Cada persona se ve forzada, por sí misma, a pretender algo que se
estima como más beneficioso, y cuyo logro provocará tranquilidad por el disfrute prolongado
del bien conseguido. Y, desde otra perspectiva, es una «actitud masoquista» porque entraña
un esfuerzo, que siempre es fatigoso y displacentero, que sólo se justifica porque se pretende
conseguir algo mejor, cual es el disfrute del bien (como por ejemplo, soportar lo desagrable
del pinchazo de una inyección porque es imprescindible para suministrar un medicamento que
facilite la recuperación de la salud).
Son valores «absolutos» (no debe existir imperfección o parcialidad), pero necesitan
complementariedad, porque la presencia del bien se enriquece y se hace más compleja con la
verdad, que es lo correcto del pensamiento o de lo que ocurre, sin intención de ocultarla o
falsearla para lograr más conocimiento de las cosas. Y, aunque es desarrollo de estas
relaciones potencian el ser, podemos esbozar, por afán de resumen, que la moral es la
costumbre que acrisola la conducta que hace el bien guiado por la verdad. Y si se rige por
unas normas, se concreta en un código deontológico de aquello que se regula, en nuestro
caso, la acción psicopedagógica.

3. APLICACIONES DEONTOLÓGICAS A LA ORIENTACIÓN Y LA PSICOPEDAGOGÍA

Aunque se han ido haciendo referencias al planteamiento deontológico, el discurso que se ha


realizado parte de los presupuestos éticos que conectan con la concreción deontológica,
como conjunto sistemático que rige y dirige la conducta específica.
En el plano de la orientación y de la psicopedagogía la pretensión ética y técnica se expresa
por primera vez (aparte del famoso Comité Hobbs mencionado anteriormente, de 1948) por la
NVGA (National Vocational Guidance Association) al final de la década de los treinta.
Posteriormente, en 1957, se crea, cómo órgano asesor y regulador de las actividades
orientadoras y con el fin de establecer pautas de conducta ética, el American Board on
Professional Standars in Vocational Counseling, que, pocos años más tarde, el 1961, se
denomina American Board on Counseling Services, ampliando sus perspectivas y
ajustándose más a las pretensiones de su cometido, cual es convertirse en el órgano de
referencia al que habría que acudir para especificar actuaciones y comportamientos éticos en
psicopedagogía y orientación. De esta forma se concreta una respuesta deontológica a la
airada reacción social de los cuarenta, las «revueltas anti-tests», que protestaba por el uso
indiscriminado de datos personales, difundiendo, con pretensiones parciales de carácter
ideológico generalmente, la intimidad de las personas sin su autorización.
Hay que entender que la reflexión deontológica se suscita por distintas variables que
conjugan diversos y contrariados intereses: la necesidad comercial de tranquilizar a los
usuarios de la psicopedagogía (padres, profesores, alumnos, empresas), por contribuir a una
estabilización social de un sector productivo (casas editoras y comerciales), la regulación de
los intrusismos y el interés por controlar la frivolidad de uso del material psicopedagógico. Y,
conectando con lo expresado en el apartado anterior sobre las relaciones con «el otro» y la
fidelidad a la verdad y al bien de la actividad orientadora, hay que tener en cuenta que el
orientador es un «profesional que realiza una ayuda técnica para que otro alcance su
autogobierno y plena capacidad de decisión sobre sí mismo» (Lázaro, 1986), con el fin de que
alcance el equilibrio y la integración de su personalidad en el logro del bien.
Y este fin parece que se ha ido diluyendo en las diferentes concreciones deontológicas, ya
que sólo se ciñe a una retahíla de normas sobre el funcionamiento de la actividad, como

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normativa ilustrativa y asesora de la conducta conveniente, y su aplicación en los «comités de


honor» de los Colegios Profesionales, ante el conocimiento de alguna queja o denuncia, sobre
la conducta amoral o incorrecta de algún profesional miembro del colectivo.
Desde 1961, distintas asociaciones, tanto en Estados Unidos como en otras partes del mundo
han ido elaborando distintos documentos sobre la regulación de las normas éticas y códigos
deontológicos en Psicopedagogía. La AIOSP (Asociación Internacional de Orientación Escolar
y Profesional) publicó, en 1995, una «Normas éticas» que son casi unas reflexiones sobre el
comportamiento adecuado en la actividad orientadora. Más completas y específicas son las
señaladas por diversas instituciones estadounidenses, como la APA (la Asociación Americana
de Psicología). El tema ha sido de gran intensidad y revisión orientadora, ya que distintas
asociaciones dedicadas a la orientación hacen revisiones constantes y dedican sus esfuerzos
a controlar los posibles abusos de la actuación orientadora. E iba creando inquietud y
problemática; por ejemplo, en 1973, en Francia, el Informe Bataillon reconoce que la sociedad
francesa percibe la Orientación «como una amenaza», lo cual es la intención más contraria a
las pretensiones de la actividad orientadora, que es la de ayudar a sus clientes o alumnos.
En España los primeros esfuerzos se realizan en 1974 cuando el Profesor García Yagüe y
colaboradores realizan una normas éticas para uso de psicólogos que fueron aprobadas por
la Asamblea General de la Sociedad Española de Psicología. Junto a estos empeños cabe
integrar los que posteriormente se realizaron por los Colegios Profesionales de Psicólogos y
las indicaciones y sugerencias de las casas comerciales sobre el uso y control de los tests e
instrumentos psicopedagógicos.
En 1995 la Asociación Americana de Counseling dedicó un Congreso a la discusión sobre la
propuesta de revisión de las normas y código ético de actuación profesional. Y la APA dedicó
un numero monográfico de la Revista The counseling psychologist (abril de 1996) a estos
problemas éticos, destacando las aportaciones y estudios de Meara, en el que se realiza un
análisis de las implicaciones en personas de las decisiones que realiza el psicopedagogo,
decisiones que están fundamentadas en conductas y principios de carácter ético y
deontológico. Son decisiones que requieren estilos de actuación impregnados de prudencia,
respeto al cliente, benevolencia y comprensión de su forma de ser y actuar, así como
precaución de lo que se informa ante posibles consecuencias y reacciones, tanto individuales
como sociales.
Los autores clásicos siempre consideraron que las normas éticas han de ser «universales»,
es decir, que atañerían a todos los sujetos, independientemente de la época y el lugar en el
que viven. Aunque es un principio que no se ha desechado, en la actualidad prima más el
planteamiento de la multiculturalidad , aspecto más pragmático, que acomoda y ajusta los
principios éticos a las formas culturales y morales de concreción de cada grupo social y en
cada contexto humano. Por ello, las normas y códigos éticos son aproximativos y aplicables
en cada cultura según sus contextos sociales. Intentando superar esta situación, los códigos
generalizan y se hacen más difusos en su intento de «universalizar» las normas para que
puedan ser aplicables, de forma que cada grupo social concreto (país, entidad asociativa,
colegio profesional...) procure adaptarlos a su ámbito de influencia y actuación. La Asociación
Internacional de Orientación Escolar y Profesional (AIOSP) realiza en 1995 la Declaración de
Estocolmo (ciudad en la que se celebró la asamblea general anual de la asociación), en la
que aprobaron las normas éticas sobre actuación en orientación con perspectivas y
características similares a las comentadas.
De forma resumida señalamos los aspectos más comunes que abordan las normas éticas
actuales y se incluyen en los anexos, algunos textos en castellano.

3.1. Sectores de análisis

Cada código deontológico aborda aspectos distintos, aunque aproximados, y estructura las
normas de forma diferente, aunque los criterios suelan ser semejantes. Se señalan los
apartados básicos que suelen incluirse en los distintos códigos, como son los siguientes:
• aspectos generales de la relación orientadora

• confidencialidad sobre la información recibida

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actividades de responsabilidad profesional

• relaciones con otros profesionales y colegas

• actividades de evaluación, valoración e interpretación de datos

• formación y supervisión de los orientadores

• actividades relativas al uso de la información recogida en investigaciones y publicaciones

• decisiones sobre conflictos éticos

Brevemente comentamos el alcance de cada uno de estos sectores en el comportamiento


profesional del orientador y el psicopedagogo.

3.1.1. Aspectos generales de la relación orientadora

Se ha de buscar el bienestar del cliente, incluyendo su satisfacción y logro de beneficios y su


percepción de que se están respetando sus derechos como cliente y como persona, y que no
se abusa de su desconcierto posible o de su desconocimiento. Por ello se han de respetar
sus propias convicciones y formas de comportamiento . Evitando procurar la dependencia de
los clientes o de los alumnos con los orientadores, habitual en este tipo de comunicación, se
ha de respetar la singularidad y diversidad de cada uno. Esto conlleva que se han de
respetar los intereses de cada persona dentro del grupo, incluso defendiéndola sutilmente
ante la presión o agresividad del grupo frente a la individualidad.
También se ha de realizar un seguimiento de cada cliente o de cada alumno, procurando
conocer su trayectoria y no abandonarles a la mitad de un proceso de orientación o
asesoramiento. En este apartado también hay que incluir la atención a clientes o alumnos de
otros profesionales , evitando la discriminación.

3.1.2. Confidencialidad sobre la información recogida

Se refiere este apartado al uso restringido, totalmente confidencial, de la información


recogida, y a las precauciones que se han de adoptar para impedir su conocimiento y difusión
por personas poco cualificadas, que pueden, tal vez sin intencionalidad manifiesta, perjudicar
la imagen e intereses de los clientes o alumnos. Es una garantía para preservar los datos del
cliente cumpliendo el derecho a la propia imagen, ya que la Privacidad atañe a uno de los
derechos básicos recogidos por toda constitución democrática. En función de ello, los datos
han de estar celosamente guardados, no se podrán divulgar sin el consentimiento del cliente,
se han de utilizar instrumentos técnicos (vídeos, magnetófonos...) con el consentimiento del
alumno o del cliente y, en el caso de utilización en contextos técnicos (publicaciones, jornadas
o congresos) el uso de los datos se ha de mantener en anonimato.

3.1.3. Actividades de responsabilidad profesional

Este apartado compete a la decisión del profesional sobre su actuación y dedicación. Por
ejemplo implica que no se actúe en ámbitos que desconoce o sobre los que tiene un
conocimiento muy superficial. Requiere que el orientador asuma sus limitaciones y que no se
comprometa a actuar con competencias muy difusas o diluidas según su propia
especialización. Esto requiere que se conozca, por parte de los clientes, si así lo requieren o
especifican, su currículum o sus acreditaciones (por ej. diplomas «enmarcados» que ofrecen
el tono de garantía pública).
También como responsabilidad entraña facilitar, de colega a colega, la información
fundamental referida al alumno o cliente cuando éste esté atendido, parcial o temporalmente,
(incluso como continuidad de cambio), por otro profesional.

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3.1.4. Relación con otros profesionales

Se refiere a la comunicación o información requerida por otros profesionales, que pueden


implicar un cambio en la situación del cliente o alumno, tal como empleadores, clínicos,
particulares, personal sanitario, colegios, policía, instituciones penitenciarias, empresas, etc.,
pues se desconocen las intencionalidades mediatas e inmediatas que pretenden. Es
operativizar el principio de prudencia y prevención de los favoritismos o de situaciones
delictivas lo que debe conformar la conducta ética del profesional.
Se ha de prevenir la actuación máxima de la intervención orientadora que es el
autocrecimiento personal y, en esta misma línea, como emanada de ello, se ha de procurar el
autogobierno y la autorientación, evitando la formación de dependencias que se generan en
los clientes respecto al orientador (admiración, «enamoramientos», incluso relaciones o
aproximaciones afectivas).

3.1.5. Actividades de evaluación, valoración e interpretación de datos

La evaluación se ha considerar como exploración y diagnóstico que valora datos, pero


matizados por las actitudes de precaución y cautela en el uso de acceso a la información,
esto es, el derecho a la devolución de la información por parte del cliente, o del alumno y de
sus responsables (padres y tutores). De esta forma el profesional ha de conocer
adecuadamente sus limitaciones y seleccionar con cuidado:

• el diseño exploratorio

• los instrumentos y procedimientos de análisis

y realizar el diagnóstico adecuado a los desórdenes mentales que corresponda, o que


orienten la intervención para superar las dificultades o alteraciones de aprendizaje educativo
correspondiente. Esto implica multitud de tareas; por ejemplo, analizar las condiciones
técnicas de las pruebas (validez, fiabilidad, discriminación, techo y suelo etc.), si están
adaptadas a la realidad en la que se mueve el profesional, si existen valoraciones correctas,
si las muestras utilizadas son propias del contexto social, si son pruebas obsoletas o
anticuadas, etc. Y utilizar los datos obtenidos con las precauciones que poseen dichas
limitaciones. O, por otra parte y con el mismo empeño ejemplificador, considerar si las
condiciones de administración de las pruebas, especialmente en situaciones colectivas, se
han realizado sin perturbaciones considerables que alteren los resultados.

3.1.6. Formación y supervisión de los orientadores

La Orientación y la Psicopedagogía son profesiones muy dinámicas cuya formación no


culmina con la adquisición de un título universitario sino que ha de estar permanentemente
actualizada, lo que comporta una formación alternativa y una dedicación responsable por
parte de los profesionales (constantes lecturas profesionales, suscripción a revistas
especializadas, asistencia a jornadas y congresos, etc.). Por otra parte, los sistemas de
revisión de la actividad profesional (supervisión, círculos de formación, etc.), han de ser
constantes.
Por otra parte, este apartado de las normas éticas incluye la posibilidad de que los
orientadores y psicopedagogos puedan ejercer sobre el desarrollo formativo de sus clientes y
alumnos, como competencia responsable. Y se ha considerar, de forma casi taxativa, la
exclusión de la atención a personas con las que se tengan relaciones afectivas (amigos,
familiares) o de tipo profesional (superiores, subordinados), ya que el conocimiento
enquistado de un determinado rol personal en las relaciones sesga los diagnósticos y
valoraciones del profesional.

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3.1.7. Uso de la información recogida en investigaciones y publicaciones

Como aspectos más básicos, se refiere a la voluntariedad en la participación de una


investigación, sin que ello suponga represalias de orden profesional. Esto puede conllevar
conflictos debido a las relaciones laborales y empresariales, ya que el trabajo en
departamento, por ejemplo, exige el trabajo en equipo y establecer, tal vez, líneas continuas
de investigación.
También se considera en este apartado mantener el anonimato de los alumnos o clientes que
participen en la investigación o estudio o, si no fuera éste el caso, contar con su
consentimiento.

3.1.8. Resolución de conflictos éticos

Todo profesional de la Orientación y de la Psicopedagogía debe actuar según unos principios


éticos, que tienen raíces en el conocimiento fundamental de las virtudes o de los bienes que
rigen las conductas. Por eso su obligación es conocer los códigos deontológicos que le
afecten (de su país, de su asociación) y ajustar su comportamiento a las indicaciones
recomendadas en tales planteamientos éticos. Y, por supuesto, superar el concepto de
corporativismos silenciando el conocimiento de actuaciones corruptas o delictivas de otros
colegas, denunciando, si así lo reclama, ante «comités éticos», la anomalía. Ello implica que,
si es requerido, debe formar parte de tales comités y juzgar y valorar la conducta tipificada
como anómala, esté o no incluida en un código civil como hecho delictivo.

4. RESUMEN

Es evidente la necesidad de una constante presencia en el ámbito profesional de un Código


deontológico, fundamentado en principios éticos, que sirva para orientar la conducta y el
comportamiento de las actuaciones profesionales de la Orientación y de la Psicopedagogía.
Para responder a ese vacío y demanda social se han ido elaborando, desde la década de los
cuarenta diferentes códigos, organizados por Asociaciones Profesionales, regulando la
actuación profesional y previendo la anarquía de conductas que podrían implicar
desconocimiento moral y, tal vez, reacciones sociales agresivas, como las que se detectan a
mediados de siglo XX en distintas partes del mundo.
Los Códigos se actualizan, dado su condicionamiento multicultural, y exigen adaptación a
contextos sociales concretos. En la actividad son importantes los Códigos elaborados por la
AIOSP y la ACA, que orientan los comportamientos profesionales, en base a unos criterios
éticos, referidos, entre otros, a la relación con los clientes, a la elaboración y diseño de los
diagnósticos, a la confidencialidad de los datos, al uso indiscriminado de la información, a la
violación de la intimidad de los alumnos y clientes, a la relación con otros profesionales y a la
continuidad del acto orientador.

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Anexos

De los diversos Códigos deontológicos que se han ido publicando incluimos dos:
• el elaborado por García Yagüe y colaboradores (Caballero, Crespo, Castaños, Lázaro, etc), aprobado por la
Sociedad Española de Psicología en Madrid, en 1974, por su interés histórico

• el difundido por la AIOSP (Asociación Internacional de Orientación Escolar y Profesional), aprobado en


Estocolmo en 1995, dada su universalidad y extensión.

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