Angel Martinez, NORMAS ÉTICAS
Angel Martinez, NORMAS ÉTICAS
Angel Martinez, NORMAS ÉTICAS
1. INTRODUCCIÓN
Desde Sócrates, el bien y la verdad son entidades propias de reflexión. Y desde Aristóteles,
las virtudes éticas se desenvuelven en la práctica y pretenden alcanzar un fin. La ética, como
ciencia de la conducta, o doctrina de las costumbres, se plantea como dos aspectos: uno,
como ciencia del fin, de lo que debe ser y de los medios para conseguirlo; y, otro, como el
impulso de la conducta. El primer enfoque se preocupa de los ideales y el segundo de los
motivos que generan las conductas que se dirigen hacia el bien. Este planteamiento es muy
sencillo, casi simplista, pero es un punto de arranque para conocer lo complejo de la postura
ética que, desde los tiempos clásicos, se ha intentado desentrañar.
Pero las costumbres pueden convertirse en exageradas y viciosas, porque la hipertrofia de
algo es un exceso que se aleja del concepto de la virtud. Vázquez (1987) señala, desde una
perspectiva sociológica, que ética es la «ciencia de las costumbres cuyo objeto es el carácter
de bondad o malicia de los actos humanos». Indica que ética, como sistema, es la «filosofía
de la moral», tanto en lo que refiere a los valores acuñados por las costumbres, como a las
normas de la conducta derivadas de tales valores. Por tanto, el «deber ser», como
Cada situación plantea que la persona tenga que adoptar una decisión que se hace en
función de convicciones, latentes o patentes, conscientes o veladas. Las actitudes hacia algo
son mero reflejo de los valores que se apuntan en cada momento. Por tanto hay que
comentar si los valores son el enfoque actual de una ética universal o, si un determinado
enfoque ético condiciona la moral de cada época. En este sentido, la posesión personal de
valores, como bien, es una manera de entender el modo de alcanzar la felicidad.
Los valores se jerarquizan, señala Scheler, según principios dionisíacos personales que
infunden placer, y no según la moral establecida. El placer es la única moral válida, según
planteamientos positivistas, ya que se procura la utilidad y la felicidad personal. El sentimiento
dirige los beneficios y la utilidad de las decisiones de alguien, mientras que la razón dirige la
moral. Éste es un enfoque básicamente empirista, que también podríamos llamar una ética de
los móviles o de los motivos que impulsan a los sujetos a realizar conductas dirigidas hacia
una determinada dirección (el bien, la verdad, la justicia, el amor, etc.) que a cada uno le
produce placer. Y cuando, siguiendo a Hume, la humanidad es el sentimiento de participar en
la felicidad de los otros, el concepto moral se realza por la existencia del otro. Es el
sentimiento consecuente de la solidaridad, que emerge de la participación, de la adhesión a
las normas de un grupo social; es una «reacción simpática», como si fuera una consecuencia
física, cuasi establecida en una fórmula matemática.
Pero Kant nos añade que la ley moral es un hecho, una categoría de la razón, y no sólo un
sentimiento. La regla de la conducta es la base racional del hombre, ya que se tiende a obrar
según principios que los demás puedan hacer propios para sí mismos en su ser y para su
propio bien. Por eso es imperativo actuar según la norma.
Pero, de forma más aplicada y como mera imagen aclaratoria, se ha de entender que la
norma y el valor es el haz y el envés de una misma hoja. Entre el hecho y el deber ser, surge
el concepto de la norma como criterio que orienta la conducta o la realización de los valores
absolutos. Y también la norma se concibe como el procedimiento que garantiza el desarrollo
eficaz de la actividad, como regla. La regla especifica, con minuciosidad, los detalles
convenientes de una conducta. Pero si sólo se perciben las reglas, alejadas de los valores y
del comportamiento moral y ético que entrañan, se convierten en fórmulas de procedimiento
que tienden a convertirse en formalismos burocráticos. Y un conjunto seriado de reglas y
prescripciones sociales constituye un «código» aceptado por los miembros de un grupo, que
les sirve de entramado de relación. El código es una ordenación sistemática de disposiciones
de normas o reglas de conducta, conectadas con el deber ser de lo moral.
Otro punto de vista es lo deontológico, la concreción útil y práctica de los principios éticos,
que es como lo denominó Jeremy Bentham, a principios del XIX: deontología o ciencia de la
moralidad; más aún, lo útil es lo conveniente, que es la propuesta para perseguir el placer,
aunque ese placer pueda tener un sentido masoquista de lucha consigo mismo, de logro
ascético. Pero en la actualidad se entiende que lo deontológico es lo que regula lo que se
debe hacer para alcanzar una conducta ética y justa. Pero hay que resaltar que lo
deontológico, es el deber ser, y entraña obligación forzando, a veces, la predisposición del
esfuerzo y rozando el dolor; es un planteamiento inverso a las tesis maquiavélicas: hay que
soportar lo desagradable si con ello se alcanza el bien. Por eso, lo deontológico es la
disciplina de los deberes.
En esta forma de enfocar lo ético se aprecian matices entre los deberes y el logro de un valor
que produce felicidad. Se diferencia entre lo deontológico, como disciplina de los deberes que
obligan a alguien a asumir un rol (el ejercicio de una profesión determinada, por ejemplo) y lo
«deóntico» (Ferrater, 1980), que es la lógica que estructura la relación entre las normas y
reglas que orientan correctamente una conducta hacia lo deseable. Este término, deóntico,
propuesto por Wright (1951), se presenta como sinónimo de normativo, por lo que, en su
desarrollo, utiliza expresiones relativas a proposiciones, prohibiciones, conveniencias,
obligaciones....Son especificaciones que enlazan lo deóntico, como forma de relacionar los
modos de la lógica, con lo deontológico, que son las especificaciones regladas de las
conductas del deber-ser.
El análisis de la estructura lógica del deber-ser «permite desarrollar las normas y localizar las
leyes del ser y establecer, desde proposiciones de valor, la estructura lógica del deber-ser»
(Lázaro, 1986). Es una cadena de acción; Wright señala que un precepto deontológico
entraña una acción, independientemente del resultado obtenido. Es una acción que tiene
relación con la «intención», no con el resultado en sí mismo.
Los juicios deónticos son proposiciones dirigidas al deber-ser y que sólo se consiguen a
través de una acción que modifica el fenómeno sobre el que se actua. Esa ejecución se
estructura en un cuerpo metódico de «normas», al que se denomina código (mínimo de lo que
debe-ser), evitando la variedad interpretativa que provoque distorsiones en la intencionalidad
de los criterios que se aplican.
Es un proceso en el que se conjugan planteamientos éticos, lógicos y morales, de forma que
la deontología es el conjunto de proposiciones que formalizan supuestos éticos, concretados
en deberes y obligaciones. El código deontológico debe operativizarse, debe realizarse, esto
es, hay que ejecutarlo, llevarlo a cabo, cumplirlo, ser fiel a las obligaciones para alcanzar el
bien de aquel que lo está cumpliendo. Y será mejor bien, si los fines propuestos atañen a
valores que se caractericen por su grado de universalidad y por la forma cómo se hayan
estructurado, codificado. Esto es, parte del logro de la satisfacción es cómo se haya
formalizado la intención (los valores pretendidos) por medio una lógica deóntica.
Una nota aún: lo ascético, entendido como lucha y esfuerzo, es un medio para lograr el bien y
la felicidad, la plenitud personal o, en un orden de menor abstracción, la satisfacción que
provoca el logro, cuando ese logro es la culminación de lo pretendido y, más aún, si ello
reporta bien para otros (puede proporcionarles placer por la acción o por la contemplación de
la belleza, del amor o de la verdad, por ejemplo). La ascesis es un proceso que va liberando
la mente de los prejuicios, de las actitudes o de las conductas rutinarias y poco interiorizadas,
mediante el cual la persona revisa su sentido de vida; es una «lucha», un viaje atravesando la
estructura del ser de cada uno, un itinerario interior que alcanza una meta, que culmina,
según los clásicos, en la identificación con la virtud; y el solo hecho de estar haciendo ese
proceso provoca actitudes y conductas morales. Parece que es un esfuerzo masoquista
porque es obligar a cambiar la propia motivación inmediata por una tranquilidad interior de
logro complejo y mediata. Cada persona se ve forzada, por sí misma, a pretender algo que se
estima como más beneficioso, y cuyo logro provocará tranquilidad por el disfrute prolongado
del bien conseguido. Y, desde otra perspectiva, es una «actitud masoquista» porque entraña
un esfuerzo, que siempre es fatigoso y displacentero, que sólo se justifica porque se pretende
conseguir algo mejor, cual es el disfrute del bien (como por ejemplo, soportar lo desagrable
del pinchazo de una inyección porque es imprescindible para suministrar un medicamento que
facilite la recuperación de la salud).
Son valores «absolutos» (no debe existir imperfección o parcialidad), pero necesitan
complementariedad, porque la presencia del bien se enriquece y se hace más compleja con la
verdad, que es lo correcto del pensamiento o de lo que ocurre, sin intención de ocultarla o
falsearla para lograr más conocimiento de las cosas. Y, aunque es desarrollo de estas
relaciones potencian el ser, podemos esbozar, por afán de resumen, que la moral es la
costumbre que acrisola la conducta que hace el bien guiado por la verdad. Y si se rige por
unas normas, se concreta en un código deontológico de aquello que se regula, en nuestro
caso, la acción psicopedagógica.
Cada código deontológico aborda aspectos distintos, aunque aproximados, y estructura las
normas de forma diferente, aunque los criterios suelan ser semejantes. Se señalan los
apartados básicos que suelen incluirse en los distintos códigos, como son los siguientes:
• aspectos generales de la relación orientadora
Este apartado compete a la decisión del profesional sobre su actuación y dedicación. Por
ejemplo implica que no se actúe en ámbitos que desconoce o sobre los que tiene un
conocimiento muy superficial. Requiere que el orientador asuma sus limitaciones y que no se
comprometa a actuar con competencias muy difusas o diluidas según su propia
especialización. Esto requiere que se conozca, por parte de los clientes, si así lo requieren o
especifican, su currículum o sus acreditaciones (por ej. diplomas «enmarcados» que ofrecen
el tono de garantía pública).
También como responsabilidad entraña facilitar, de colega a colega, la información
fundamental referida al alumno o cliente cuando éste esté atendido, parcial o temporalmente,
(incluso como continuidad de cambio), por otro profesional.
• el diseño exploratorio
4. RESUMEN
5. BIBLIOGRAFÍA
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Anexos
De los diversos Códigos deontológicos que se han ido publicando incluimos dos:
• el elaborado por García Yagüe y colaboradores (Caballero, Crespo, Castaños, Lázaro, etc), aprobado por la
Sociedad Española de Psicología en Madrid, en 1974, por su interés histórico