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Michel Villey

Este documento analiza el origen y evolución del término 'responsable' en el derecho romano y posteriormente en Europa. Originalmente en latín, el término implicaba la idea de responder por ciertos hechos futuros o hacer frente a una obligación. Con el tiempo adoptó nuevos significados en contextos morales y doctrinales, generando confusión. El documento explora las raíces etimológicas y semánticas originales del término en el derecho romano.

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Michel Villey

Este documento analiza el origen y evolución del término 'responsable' en el derecho romano y posteriormente en Europa. Originalmente en latín, el término implicaba la idea de responder por ciertos hechos futuros o hacer frente a una obligación. Con el tiempo adoptó nuevos significados en contextos morales y doctrinales, generando confusión. El documento explora las raíces etimológicas y semánticas originales del término en el derecho romano.

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MICHEL VILLEY.

Esbozo histórico acerca del término "responsable"


(1977)

Traducción de Leonardo Itzik y Pablo Peusner a partir de la versión portuguesa de André


Rodrigues Correa de Esquisse historique sur le mot “responsable”, M.Villey, en Archives
de Philosophie du Droit, Paris, t. 22, 1977

Un hecho me sorprende cuando, respecto del tema de este seminario, intento hablarle a los
juristas: constato que el asunto acerca del cual gira nuestro debate, y sobre el cual se
construyen las doctrinas de la “responsabilidad penal” y de la “responsabilidad civil”, tiene
un doble sentido.
Así, revalorizando las cuestiones de fondo, esbozaremos la historia de un término: digo
“historia” porque pienso que la polisemia del término “responsable” es el resultado de su
evolución, y que distinguiendo las variadas capas sucesivas de sentidos acumulados sobre
el mismo término y revelando las diversas estructuras semánticas o los diferentes sistemas
de pensamiento, lograremos esclarecerlo.
Nuestra hipótesis será la misma que utilizamos respecto de otros términos del lenguaje del
derecho:

1º Que en el lenguaje de origen romano, encontró una primera acepción específicamente


jurídica.
2º Que aceptado en Europa, fue transpuesto a otro mundo, donde este lenguaje se alteró. Ya
mostramos, por ejemplo, cómo el término “obligación”, proveniente del lenguaje jurídico
romano, una vez apropiado por los moralistas modernos, alteró su significado[iii]. Lo
mismo ocurrirá con el término “responsable”.
3º Que hoy en día, de esos dos sentidos surge un eclecticismo confuso.

1. Primer sentido jurídico del término

Todo especialista en el lenguaje del derecho debe comenzar por el latín. Si los intelectuales
de hoy no se preocupan en modo alguno por las cuestiones del derecho, en las ciudades
romanas estas cuestiones resultaban centrales. Esto ya era perceptible en Grecia a través de
sus oradores, poetas trágicos y filósofos.
En la tradición romana descubriremos un concepto que, proveniente de la experiencia del
derecho, alcanza a la ciencia jurídica.

1.1. Etimologías

En nuestro camino (como fuera el caso el año anterior respecto del término “Estado”)[iv],
surge un obstáculo: el término “responsabilidad”, tan exitoso en la doctrina jurídica
contemporánea, no existe en el derecho romano. Este aparece en las lenguas europeas un
poco antes del final del siglo XVIII[v] y su uso efectivo se inicia recién en el siglo
siguiente.
Pero valoro demasiado a Roma como para sucumbir al obstáculo. Alcanza con que ese
neologismo tenga sus raíces en el derecho romano. “Responsable” estaba ya presente por lo
menos desde el siglo XIII en el derecho erudito[vi], y se torna corriente bajo el Antiguo
Régimen por intermedio de responsum, término derivado de respondere. Comencemos por
una investigación etimológica.

1.1.1. Respondere – Responsa

Respondere, por su parte nos reenvía a sponsio, institución que poseía un lugar fundamental
en el derecho romano arcaico, y a spondere (de donde surge sponsus, ‘novio’ o ‘esposo’).
El sponsor es un deudor, el hombre que en el diálogo de la “estipulación”, y debido a una
respuesta afirmativa a la cuestión del “estipulante”, futuro acreedor, se vincula a una
prestación –por ejemplo, con su esposa, a contraer justas nupcias–. El responsor era
especialmente el garante; en otras palabras, era quien estaba obligado a responder por la
deuda principal de otro.
En consecuencia, el término responder implica la idea de posicionarse como el garante del
desarrollo de ciertos hechos venideros. Y aún así se escucha el eco del lenguaje del siglo
XIII. Como la mayoría de los autores de nuestros diccionarios prefiere ignorar la literatura
jurídica, obtienen sus ejemplos casi exclusivamente del lenguaje cotidiano, pero está claro
que derivan del derecho.
Por ejemplo, dice Chrysale en “Las mujeres sabias”[vii] (de Molière):
“Yo respondo por mi mujer y me ocupo del asunto”.

Y, por metáfora, dice Corneille:

“Y sepa que sus días responderán a los de ella”.

Confróntese con el uso de León Daudet:

“Pocas mujeres pueden responder por su virtud, incluso cuando son naturalmente fieles”.

Es cierto que en un sentido muy amplio, respondere será responder a no importa qué tipo de
pregunta a lo largo de un diálogo. El jurista romano respondía a quien lo consultaba, y
catalogamos las responsa de los jurisconsultos entre las fuentes del derecho romano.
Específicamente respondemos a una exigencia, hacemos frente a un deber, a una carga que
nos incumbe. Se les demanda a los deudores respondere creditoribus (fórmula comúnmente
utilizada en los textos romanos). Me sorprende que en este seminario, a diferencia de lo que
ocurría en Roma donde constituía el tronco de la cuestión, la especie de responsabilidad
que denominamos “contractual” no haya llamado la atención.
Estar obligado a cumplir una obligación es la situación de aquellos que deberán “responder
a la justicia”, desempeñando el papel del reo. Tradicionalmente, el menor estaba
dispensado: “el menor –destaca Loisel– no tiene voz, no responde ante la corte”.

1.1.2. Responsable – Responsabilidad

Buscaríamos en vano el análogo del término “responsable” (responsabilis) en los


diccionarios latinos. Este no surgirá hasta la Edad Media. Tal vez se trate de un término mal
forjado. En buena lingüística, debería haber sido construido sobre el pasivo del verbo
responder. Así como el término “verificable” equivale a decir ‘que podría ser verificado’,
“responsable” debería aplicarse a la demanda susceptible o no de una respuesta. Así en este
texto del siglo XIV, citado por Littré:
“A eso responderán los maestros que la demanda de los tejedores no era responsable[viii],
por lo que declaran en la demanda y por la posición que los tejedores ocupaban”.

La demanda no es admisible, y por lo tanto no será respondida. Pero, a fin de cuentas, como
el lenguaje posee sus fantasías, un nuevo adjetivo se le presenta al sujeto que busca
activamente una respuesta. El diccionario, nuevamente, me ofrece tan sólo ejemplos
literarios.
Pascal:

“Todo el cuerpo de los jesuitas es responsable de los libros de cada uno de nuestros
Padres”.

Voltaire:

“Cada soldado es responsable por la gloria de la nación”.

En cuanto a “responsabilidad”, el primer empleo hallado por el señor Henriot[ix] está en


una fórmula de Necker: “La confianza en este papel nace de la responsabilidad del
gobierno”. El valor de un título resulta incrementado por la garantía que le presta el
gobierno: puede exigírselo ante el Estado.

1.1.3. Observaciones

De todos los textos anteriormente citados concluiré que, en su origen, responder o ser
responsable no implicaba de ninguna manera la culpa, ni tampoco el hecho sometido al
sujeto. No era por su culpa que Chrysale creía poder “responder” por casar a su hija con
Clitandre. De igual modo no se presupone ningún acto culposo para que el deudor romano
deba “responder a los acreedores” o al poseedor de buena fe, en razón de ciertos frutos
producidos por la cosa. Último ejemplo, contemporáneo: el señor decano Carbonnier es el
“responsable” del doctorado en sociología jurídica, lo que lo obliga a trabajar gratis. No sé
por culpa de qué le damos a él ese título.
Existe, entonces, un primer grupo de acepciones del término “responsable”, provenientes
del lenguaje romano, aparentemente muy distantes de la propuesta de este seminario. Sin
embargo, si llamé la atención acerca de este primer sentido fue porque resulta apropiado a
las necesidades del derecho.

1.2. Corolario: el régimen romano de reparación de los daños

Dejo ahora la semántica pero sigo sus corolarios: en la tradición jurídica romana, existe un
sistema de reparación o represión de ilícitos, civiles o penales; como decimos, los
“responsables” por ciertos daños. ¿Pero responsables en razón de qué causa?
Sabemos que la máxima según la cual cada uno deberá reparar el daño producido por su
culpa no tiene origen en el derecho romano. Lo buscaríamos en vano en el Corpus Iuris
Civilis. Pero esa laguna no proviene de una pretendida ineptitud de los romanos para con
las fórmulas abstractas (esos desdichados juristas romanos no tenían sus diplomas de
bachillerato en derecho); no, los romanos eran capaces de pensamiento abstracto, pero sus
conceptos fundamentales deben ser buscados en el Digesto.
No se encontrarán consideraciones generales sobre el término “responsable”. Sí acerca de
otros principios: en el libro Primero del Digesto, hay una definición de justicia –de la que lo
contrario es la injusticia–.

1.2.1. Una consecuencia de la injusticia

El leitmotiv del régimen romano de reparación de los daños no es la culpa, sino la defensa
de una justa repartición de los bienes entre las familias, de un justo equilibrio (suum cuique
tribuere – aequabilitas). Fórmula de la que, hoy en día, muchos afirman que es vacía y
tautológica. Cuando sucede una ruptura en dicho equilibrio, un perjuicio contrario al
derecho y a la justicia (dammum injuria datum), entra en juego la justicia llamada
“correctiva”, cuya función es la de reducir el desequilibrio. Así ocurre, por ejemplo, cuando
una cosa es hurtada. El término furtum no significa el acto culpable del ladrón, sino el
origen de la cosa hurtada; como son las cosas as res creditae (que son provisoriamente
retiradas/expelidas del patrimonio del acreedor, sin causa permanente, y por eso deberán ser
devueltas).
Desde esta perspectiva poco importa que el desorden a corregir esté o no precedido por una
culpa. A mi juicio ese capítulo del derecho romano se inspira, no sabemos bien mediante
qué intermediario, en la filosofía de Aristóteles. Es sabido que Aristóteles, en ocasión de
tratar el tema de los intercambios –conmutaciones/permutas, synallagmata (Ética, libro V)
–, reúne bajo el mismo género dos casos: un valor puede ser desplazado de un patrimonio a
otro por efecto de un delito que la víctima soporta sin haberlo buscado (akousion), o de un
contrato deliberado/negociado/discutido (ekousion). No hay para él diferencia esencial
entre los dos casos: que alguien se lleve mi auto en razón de un contrato de comodato, por
engaño o con la intención de hurtarlo, no modifica su obligación. La obligación nace re,
dicen las Institutas –tanto en el caso del delito como en el caso del contrato real (Inst. IV. 1
pr.)–. Ella tiene como causa un estado de cosas objetivo, la perturbación del orden que debe
reestablecerse.

1.2.2. El papel accidental de la culpa

No pretendo en forma alguna encerrar todo el derecho romano en la teoría de la justicia


denominada específicamente “conmutativa”. Y no afirmé que en aquel derecho estuviera
ausente toda y cualquier consideración acerca de la culpa. Si disponemos hoy en el derecho
de una doctrina erudita de la culpa, se la debemos a los juristas romanos.

a) La culpa ocupaba ciertamente un lugar destacado en algunas cuestiones criminales. No


podemos partir sino de la suposición de que el derecho criminal se ocupa específicamente
de los crímenes. Nunca se trata de una culpa voluntaria: Edipo es considerado responsable
en Edipo Rey, a pesar de haberse metido en el lecho de su madre Yocasta y de haber
asesinado a Layo ignorando sus identidades. Más tarde, en Edipo en Colona, esa ignorancia
es evocada como una circunstancia atenuante. En general los derechos antiguos tomaban en
consideración la intención de los criminales para establecer la pena.
Pues aquí la perturbación está en el orden natural, el desequilibrio a corregir es el pecado,
que provoca la cólera de los dioses y deja una mancha sobre la ciudad –mancha que la
expiación borrará–. Es también la culpa que suscita la venganza privada, de la cual el
sistema romano de delitos fue, en parte, el sustituto. Entonces, la justicia criminal puede
tener por función sancionar a la ley moral. Nulla poena sine culpa. Aunque otros análisis
acerca del papel de la pena (utilitario-protectora del orden social) hubiesen sido propuestos
ya en el mundo grecorromano.

b) Pero fue especialmente en materia de la responsabilidad actualmente llamada


“contractual” que surgió en el derecho romano la clasificación de las culpas, y
concretamente en una especie particular de contratos donde el deudor estaba atado a
cumplir su obligación de buena fe: prestare fidem. Aquí tenemos un vínculo establecido
con la moral; la ciencia jurídica romana apunta a valorar las obligaciones que la bona fides
implica; y tomando nuevamente provecho de la Ética y la Retórica de Aristóteles, busca
distinguir entre los diversos grados de inobservancia a la buena fe prometida –culpa grave,
más leve o de simple negligencia–, en función de lo que el deudor debería responder. Allí
donde la buena fue había sido comprometida, el derecho considerará las intenciones
subjetivas del deudor.

c) Más tarde la culpa gana la esfera de la reparación que hoy denominamos “civil” del daño
injusto. Dammum iniuria datum, regido por la Ley Aquilia. En ella, el término iniuria no
evoca originalmente la culpa subjetiva, sino solamente al hecho objetivo, al atentado al
derecho, a la lesión al derecho de otro. Luego ocurrirá una modificación. Y en el Digesto
encontraremos una frase que entre los romanistas conocerá una gran fortuna, y que sus
manuales imprimirán: In lege Aquilia culpa levissima venit. Quisiera traducirlo así: en el
caso de la Ley Aquilia, si fuera necesario establecer la existencia de culpa, es suficiente con
que esta sea mínima. Parece que el autor de este texto pretendió comparar la
responsabilidad que nace de un contrato (del que el derecho distinguía entre las gravedades
de las culpas) y la situación del autor de un dammun iniuria datum, donde esas distinciones
no tienen lugar. Entretanto, es cierto que las acciones del derecho civil denominadas
“penas” (para diferenciarlas de las fórmulas exclusivamente reipersecutorias[x]), tienen una
culpa en su origen.

La noción de culpa es romana. La vemos introducirse en el escenario procesal romano,


donde el reo responde a una acusación –como ella intervino ya en la doctrina de
Aristóteles–. Pero no parece poseer ese papel determinante que más tarde le reconocerán
los sistemas de los romanistas.
La doctrina romana parece diferir de la moderna, al menos en lo que respecta a la culpa del
reo: la culpa no es a causa de obligación (ni contractual-civil, ni penal). La verdadera causa
esencial de la obligación –si nuestro análisis es exacto– es siempre el desorden en una
relación plurisubjetiva, y la reacción de la justicia (si no es exclusivamente “conmutativa”),
es correctiva y reparadora.
Incluso acompañada del daño, la culpa no es suficiente para hacer a alguien responsable.
Otros factores serán tenidos en consideración: la especie de daño sufrido por la otra parte
(la víctima), la naturaleza de la relación en cuestión, o toda la relación. No tenemos aquí
ningún principio general, sino tipos variados de delitos.
La culpa no es en sí misma una condición necesaria. Los juristas romanos no
experimentaron ninguna dificultad para reconocer múltiples casos de responsabilidad sin
culpa: la acción de pauperie (la obligación de reparar el daño causado por la caída de una
teja) o aquella del paterfamilias en vistas de los daños resultantes de los actos de sus
siervos. Los siguientes textos del Código Civil [francés] tienen origen romano: “Somos
responsables del daño... causado por los hechos de las personas por las que debemos
responder, y de las cosas de las que tenemos la guarda” (1384). “El propietario de un
animal... es responsable por el daño que el mismo pueda causar” (1385). “El propietario de
un predio es responsable por los daños causados por su ruina” (1386). Textos de los cuales
se sirve nuestra jurisprudencia para obtener soluciones en la práctica contemporánea. Un
romanista no debería escandalizarse por eso.
Así, todas las soluciones concuerdan con el primer significado, etimológico, del término
“responsable”, derivado del lenguaje jurídico romano. Son responsables (término que,
siendo además de poca utilidad, no estamos obligados a usar constantemente) todos
aquellos que pueden ser convocados delante de un tribunal, porque pesa sobre ellos una
determinada obligación, proceda o no su deuda de un acto de su voluntad libre.
Calificaremos a este primer sentido de auténticamente jurídico. Para nosotros, juristas, es el
mejor, además del más antiguo. Finalmente, la etimología –etimológicamente hablando– es
la búsqueda del sentido etimos, verdadero. Falta, por lo tanto, que nos ocupemos del
segundo sentido.

2. Significado Moral
2.1. Recepción del término por el discurso moral moderno

Cambiaremos ahora de corpus. Después de la invasión de los bárbaros que destruyó la


cultura romana a pesar de las tentativas de restauración, a la cultura europea poco le
importó la experiencia jurídica. Los juristas no desempeñaban sino papeles inferiores,
auxiliares y subordinados.
Una literatura religiosa conquistó un lugar dominante. Por mucho tiempo la filosofía de
Europa soportó su peso: el orden social pasó a estar dirigido por moralistas cuya propuesta
fue predicar, en primer lugar, la obediencia a la ley moral divina (con la cual se confunden
los residuos de la moral de la filosofía pagana). Ese género prolifera en la patrística, las
penitencias y las Sumas de los confesores, una buena parte de lo que denominamos
“derecho canónico” o derecho Graciano en el siglo XVI –son las obras de las praxística
contra las cuales se debatía Pascal–. Finalmente desacralizada y transformándose en
filosófica, la primacía de la moral se perpetúa a través de toda la época moderna. De ahí en
adelante obtendrá sus fuentes bajo el nombre del primado de la “ley natural”, junto a la
conciencia o la “razón” específica de la “naturaleza humana”, lo que permitió recuperar el
estoicismo o el epicureísmo. Ella extenderá sus brazos hasta las obras del derecho. Grócio
Putendorf, entre muchos otros, hasta el mismo Bentham y Kant en su Metafísica de las
costumbres, partirán de una doctrina de los deberes del individuo.
Esto significa que su lenguaje se constituye en una óptica muy nueva. Sin duda, también el
derecho romano se inserta en una moral, aunque en otra especie de moral, una moral del
bien y de lo justo, moral que dirigía al juez hacia la tarea de definir lo justo. La moral
moderna se dirige no importa a qué sujeto, dictando las reglas de conducta.

2.1.1. La captación del término “responsable” por el lenguaje de la moral cristiana

¿En qué se transformó el término “responsable” en ese nuevo contexto? Sostenemos que
este recorrió un itinerario comparable al de otros términos tales como “persona”,
“obligación”, “contrato”, “sociedad” e “interpretación”. El lenguaje moderno los retiró del
Corpus Iuris Civiles. Sin embargo, al pasar a otro tipo de discurso, cambiaron de sentido.
Al ser retomados luego, por una especie de efecto rebote, por el lenguaje jurídico moderno,
ganarán en el curso del viaje una nueva resonancia.
Es así que el término “responsable” fue incorporado, en primer lugar, al discurso de la
moral cristiana. Pasó por la metáfora del Juicio de Dios, cuando los preceptos de la ley
divina están imbuidos de sanción. Nuestra conducta será juzgada. Este es un tema que
ocupaba los discursos de los teólogos moralistas, antes de pasar, con menor vigor, al
lenguaje vulgar.
Dice Bordaloue en el Discurso sobre el juicio final:

“De todos esos actos que la verdad me reprueba, yo no responderé ni siquiera por uno
solo”.

Y Molière, en La escuela de las mujeres[xi]:

“Quien entrega a su hija a un hombre que ella odia,


es responsable ante el cielo por sus faltas”[xii].

Nosotros resultamos así constreñidos a sondear la teología, tema peligroso. El tribunal de


Dios (que denominamos por imagen y analogía) difiere mucho de los tribunales de la
justicia humana (a menos que se conciba, al contrario, a la justicia humana a imagen del
juicio de Dios). Dios no decide en un litigio entre una pluralidad de partes, individuos o
sociedad. Cada uno de sus juicios no interesa sino a un sujeto único (él ignora
completamente a las personas jurídicas, la sociedad, las empresas y las compañías de
seguros). Mientras la justicia humana es útil, apuntando a una prestación futura, Dios no se
preocupa sino del pasado. Nosotros no respondemos por una dívida (deuda), un ônus, por
un servicio a realizar, sino por la conducta por nosotros observada a lo largo de nuestra
peregrinación terrena. Como la materia de la ley moral es “el obrar” humano, Dios juzga
los actos. Sus caracteres más o menos culpables
Dios pone a prueba al corazón y los riñones[xiii]. Él evalúa la intención subjetiva. Y ella
nos hace responsables en su tribunal. El acto culposo se torna la causa de esa forma de
responsabilidad.

2.1.2. La moral laica

Así, transportado de un terreno a otro, el sentido de la palabra se modificó. El efecto va a


repercutir hasta nuestro uso presente. Ciertamente la moral de nuestros tiempos modernos
se tornó laica. Pasamos de la ley moral revelada por Dios a Moisés, o de nuestros
evangelios revelados por Jesús, de una ley moral “natural” inscripta en la conciencia de
cada hombre; a los imperativos de la razón, hasta que, por fin el hombre establezca para si,
con Nietzsche, libremente sus imperativos.
Somos ahora responsables ante nuestro foro personal. Y para los otros, ante la humanidad,
la sociedad, de nuestro futuro –esos sustitutos de Dios–. Y dentro de esas perspectivas
desaparece el conjunto de imágenes representativas del comparecer ante un juez, en tanto
renueva la idea de garantía, aunque considerada solamente desde el punto de vista de un
sujeto activo, desde el punto de vista unilateral que caracteriza a una moral individualista,
contraria al derecho. Leemos en las obras de filósofos contemporáneos que para un hombre
hacerse responsable es conferir a sus actos un sentido, dar consistencia a su libertad,
“constituirse como sujeto moral”. “El campo de la Ética coincide con el de la
responsabilidad”, escribe J. Henriot. Responsabilidad: “situación de una agente conciente
ante los actos que efectivamente ha querido”, dice el Diccionario Lalande. ¿No está claro
que salimos del lenguaje del derecho?

2.2. Repercusiones en el derecho

2.2.1. Un derecho hecho de reglas de conducta

No obstante, en la época moderna, la ciencia del derecho se dejó apresar en un sistema


filosófico en el cual la ley moral predomina. Es un fenómeno histórico, que normalmente
pasa desapercibido: la recepción del derecho romano en Europa fue incompleta. No
inexistente, entiéndase. Es a los romanistas que debemos la estructura de nuestra ciencia del
derecho. En tanto, desde la Edad Media, los canonistas prestaban más atención a la opinión
culta que al renacimiento del derecho romano. En el siglo XVI, se prestaba más atención a
lo que decía la segunda escolástica que a la obra de los teólogos. En seguida surge la
ofensiva de la Escuela del derecho natural, cuya importancia en la esfera de la teoría del
derecho es injustamente subestimada. Los fundadores de dicha escuela fueron los
moralistas, para nada fieles discípulos de los juristas romanos. Ellos construirán la ciencia
del derecho sobre nuevas bases acordes con la cultura de su tiempo.
El nominalismo que reconoce como real sólo a los individuos, obteniendo la victoria
construirá todo su sistema sobre el individuo, sobre las libertades individuales, a las que
defenderá. Porque el hombre está destinado a coexistir con sus semejantes, el jurista vuelto
servidor de la ley prescribe a cada uno sus deberes para con sus semejantes; la ley proviene
de Dios, de la conciencia, del príncipe, de la sociedad. El contenido de esa moral es muy
variado, y va del ascetismo originario al hedonismo benthamista. Esas variaciones no
interesan a nuestro propósito. El derecho es repensado a partir de una legislación que
gobierna la conducta humana.
Es suficiente consultar cualquier tratado de la Escuela de derecho natural, o la doctrina del
derecho de Kant. La primera noción utilizada para servir de base al sistema no es aquella de
la justicia, o de la justa repartición de los bienes entre los hombres. En principio se plantean
los conceptos de “actos” y si ellos son “imputables” al individuo, y después el concepto de
“obligación”. El hombre “obligado” a mantener una cierta conducta será declarado
responsable por ella. La idea de responsabilidad, comprendida bajo la óptica de la moral,
subsistió al antiguo leitmotiv de la “justicia”, se transformó en la piedra angular de orden
jurídico.

2.2.2. Responsabilidad penal

Evidentemente estamos en el derecho penal. El derecho penal fue construido como una
disciplina especializada (lo que no ocurría con el Corpus Iuris Civiles) solamente en la
época moderna. Este acabó por obtener un lugar destacado, pues de él recibimos el auxiliar
de la regla de conducta, una sanción de las reglas morales instaladas en el vértice del
derecho: primeramente del Decálogo (“no robarás”), o de las leyes instaladas por el
príncipe. En verdad, durante la Edad Media y también durante la antigüedad pagana, la
justicia del príncipe, en materia criminal, reproducía la justicia divina. Con la eclosión de
las Luces, el derecho penal se transformó en el guardián de la moral hedonista. Reinará
portando la noción moral de la responsabilidad. Solamente el individuo “responsable”, la
acción de quien pueda ser “imputado” por el delito a condición de que disponga de sus
facultades cerebrales, es susceptible de una pena. Caso contrario, la pena no será
moralmente legítima, ni eficaz o intimidante.
2.2.3. Responsabilidad civil

Pero hay más: el derecho civil de los modernos fue vuelto a fundar como una prolongación
de la moral. El sistema jusnaturalista parte de preceptos de moralidad; así, la regla –de
origen estoico-cristiano– que cada uno debe mantener entre sus premisas, se sirve del
axioma del derecho de los contratos. Sin embargo, había otra regla, muy presente en las
Sumas de los confesores, en la moral de Santo Tomás, en los escolásticos españoles y en
los profesores de moral del siglo XVII: cada uno de nosotros será obligado, si hace mal al
prójimo, a restituere, a volver a poner las cosas en su lugar, a “reparar todos los daños
causados por su culpa”.
En el campo de la moral pura, la pertinencia de esa regla es por demás dudosa: en primer
lugar, porque ella parece excluir que tengamos que preocuparnos por la infelicidad del
prójimo si no la producimos nosotros; como el hambre en el Tercer mundo. Después, por lo
que en ella hay de excesivo: ¿es admisible que “todo hecho cualquiera que cause un daño a
otro” nos obligue a la reparación? Pasaríamos la vida entera pagando indemnizaciones. ¿Es
correcto afirmar que César Birotteau[xiv], para compensar el mal hecho a sus acreedores,
estuviera moralmente obligado a sacrificar a su mujer, a su hija y a su yerno? No podría
responder: finalmente, la moral cristiana es la moral del Sacrificio.
Lo absurdo es tratarla como una regla de derecho. Así se hizo. En el inicio de su Tratado de
Derecho de la Guerra y la Paz, Grócio, fundador de la Escuela Moderna de Derecho
Natural, en nombre de tres axiomas a los cuales se “reduciría” el “derecho propiamente
dicho”, prescribe que cada uno debe reparar los daños cometidos por su culpa”
(Prolegómenos,§ 8). De ahí la fórmula pasa al Código Napoleónico en su artículo 1382.
Pero la partida todavía no había llegado a su final. Los redactores del Código Civil francés
tuvieron el cuidado de evitar en ese texto, que reproducía un principio moral, el término
responsable. Este no aparecerá sino en la serie de los textos siguientes, que tienen su origen
en el Digesto, y que apuntaban, al contrario, a casos de responsabilidad sin culpa (o, como
dice el artículo 1383, sin culpa voluntaria). La fortuna expresa la responsabilidad civil que
se da solamente por el aporte de la doctrina. La doctrina del siglo XIX que elaboró la teoría
de la responsabilidad civil, se fundó sobre el principio del artículo 1382. Llave maestra que
abriría todas las puertas y sobre la cual se ordenarían todas las soluciones. Esa parte del
curso de derecho privado que enseñamos a nuestros estudiantes bajo el nombre de “teoría
general de la responsabilidad civil”, puesta enteramente bajo la égida de la responsabilidad
moral, es un producto académico, producto de una transferencia del espíritu del sistema,
elaborado sobre el modelo de las “construcciones” de la Escuela histórica Alemana, con
influencias de la filosofía kantiana.

2.2.4. Resultados

Podemos, por fin, notar que esa construcción teórica, confrontada con las necesidades de
los jueces se revela falsa. Sin duda es seductora por un lado y semejante a los atractivos del
liberalismo. Sería el paraíso de la libertad individual si, como habían soñado esos autores,
nadie fuera responsable a no ser debido a su culpa o acto propio.
Eso fue un fracaso. Nos repugna reconocer que la mayoría de los juristas, conservadores
por profesión y cuidadosos por respetar el sentido común de su grupo, mantienen el
principio. Pero el principio, como todos saben, no corresponde a las aplicaciones.
La causa no está, como quieren los sociólogos, únicamente en el progreso de la industria.
Jamás esa famosa máxima del artículo 1382 llegó a dar cuenta de soluciones efectivas en la
jurisprudencia. Y hoy estamos ante un aluvión de casos de responsabilidad sin culpa. Son
los patrones responsables –no por culpa suya ni tampoco por actos propios– por los daños
provocados o sufridos por sus empleados, así como el padre de familia lo era en Roma por
sus hijos y sus siervos. El propietario de un automóvil, es responsable por el acto de quien
lo robó, así como lo era el romano por sus burros de carga. Y responsables por encima de
todo son las entidades colectivas, empresarias, preventivas o de seguro obligatorio. El
estado francés es responsable por lo daños causados por guerras, huelgas, inundaciones y
sequías. Y este lo reparte entre los contribuyentes, ya que las infelicidades de los
particulares deben ser soportadas solidariamente por el grupo, y redistribuidas.
Ciertamente puede ser legítimo distribuir menos a los inculpados, y nadie piensa en
eliminar de la ciencia jurídica toda consideración acerca de la culpa. Estimo imposible
cortar toda ligazón entre el derecho penal y la moral del Decálogo, y considero correcto que
los vitivinicultores de Midi, que hoy saquean los camiones y puestos italianos, soporten los
daños. Pero la culpa no es sino uno de los factores con los cuales se compone el problema
del derecho. Entran en consideración (y tampoco a título exclusivo) los derechos o intereses
de la víctima: por ejemplo, no es suficiente indemnizar a las familias de los muertos en la
calle con la “responsabilidad” de un conductor imprudente en fuga, o de un insolvente.
Nuestra legislación tiene que realizar un gesto a favor de las víctimas.
Un régimen adecuado tendría los ojos puestos en la cantidad y cualidad del daño. Si
Brigitte Bardot sufriera un accidente, no se obligaría a un ciclista a pagar una suma
fabulosa que representara su reparación integral; como si fuera posible, in tanta lite.
Nosotros, juristas, no podemos obnubilarnos con una sola cara del asunto, con las acciones
de uno de los dos actores de la comedia. Incluso en derecho penal la obsesión por la
culpabilidad moral –como lo han demostrado tantos sociólogos– debilitaría la represión. El
papel del juez es poner en la balanza también el interés de las víctimas, de los terceros, y
del pueblo... El derecho busca una división justa: lo que significa (en oposición a la moral
moderna) que considera los diversos factores de la causa.

No concluiremos acerca del contenido. No he de pronunciarme aquí sobre el proyecto


Tunc[xv]. Es a los juristas a quienes corresponde buscar las mejores soluciones de derecho;
eso no es competencia de la filosofía del derecho. No hemos tratado aquí más que del
lenguaje, tema raramente abordado y que puede juzgarse desprovisto de interés práctico:
cuestiones de palabras, cuya importancia no tenemos razón para subestimar. Puesto que
apoyándose sobre el texto de nuestro Código Civil la jurisprudencia fue capaz de justificar
las soluciones aparentemente más contrarias a las intenciones de sus redactores,
probablemente pueda decirse que aquel lenguaje no tenga importancia. Si la idea fuera
emplear el término “responsabilidad” sólo en un sentido moral, para responsabilizar a un
loco alcanzaría con servirse de otro término, como el de “internación”.
Pretendíamos, al menos, denunciar la confusión del actual uso lingüístico. El término
“responsable” es una palabra híbrida. A veces la tomamos en un sentido y a veces en otro.
La acepción más difundida es la que nace de la moral individualista moderna (en nuestra
cultura la moral tiene más lugar que el derecho romano). Se ha dicho en este seminario que
un organismo colectivo no puede ser responsable. Sólo los animales racionales –teniendo
uso de razón, gozando de todas sus facultades– podrían ser considerados como
“responsables”. Pero si jugando a la pelota en el patio del colegio vecino, un alumno se
rompe la cabeza, el Ministerio de Educación será declarado “responsable”, aunque el
Ministerio esté desprovisto de intención... Eso es incoherente.
Se estima oportuno hablar un lenguaje coherente, y por eso el sentido antiguo nos parece
convenir mejor a las necesidades específicas del derecho, que el uso propuesto por los
moralistas. La moral no tiene todo para decir. Ella retiene en sus conceptos apenas un
aspecto unilateral de los hechos de la vida cotidiana. Ella no apunta más que a la conducta
del individuo, concentrándose en sus intenciones subjetivas. En cambio, al jurista le
conviene tener una consideración más amplia del fenómeno, apuntando a captar las
relaciones entre una pluralidad de sujetos: el autor del delito, la víctima y el ambiente
social. Los términos del derecho tienen por función expresar esa visión de conjunto.
Se comprende, entonces, que una investigación puramente semántica no es,
definitivamente, inútil. Un lenguaje impropio nos atrapa. El sentido del término
responsable, que los modernos han tomado del discurso teológico o de la filosofía moral,
ocupa en la ciencia del derecho un espacio perturbador y disimulador del que hacemos gran
uso. Orientó a los juristas hacia soluciones insostenibles, obligándolos, de inmediato y para
salvar las buenas soluciones jurídicas, a multiplicar las ficciones (denominar “culpa” a lo
que no es culpa) y llevándolos a un laberinto de discusiones interminables en torno de un
vocablo equívoco.
Si los juristas hubieran mantenido el antiguo sentido, propiamente jurídico, del término, se
hubieran ahorrado una buena parte de esas ficciones y controversias. Al menos hubieran
ganado tiempo. He aquí lo que aporta la historia de la filosofía del derecho. A decir verdad,
es poco, puesto que las posibilidades de que alguien consiga cambiar el lenguaje de su
época no son muy grandes.

***

[i] Agamben, Giorgio. Lo que queda de Auschwitz. Ed. Pre-Textos, Valencia, 2000, p. 19.
[ii] Íbid. p. 21.
[iii] Cf. Douze Essais, p. 201 y ss. (Métamorphoses de l’obligation).
[iv] Michel Villey se refiere al artículo Genèse et déclin de l’Etat publicado en la revista
Archives de Philosophie du Droit, Paris: Dalloz-Sirey, n. 21, 1976.
[v] Cf. Note sur la date et le sens de l’apparition du mot “responsabilité”, Archives de
Philosophie du Droit, n. 22, p. 60, 1977.
[vi] La expresión “derecho erudito” es utilizada en la lengua portuguesa para indicar el
conjunto textos – comentarios del Corpus iuris civilis, pareceres jurídicos– producido por el
mos italicus iuris docendi (el método italiano de enseñanza jurídico) y desarrollado por los
denominados “Comentadores”, o “Pós-Glosadores”, cuyo ápice ocurre entre los siglos XIV
y XV (en ese sentido, ver la versión portuguesa de la obra de R. C. van Caenegem,
Introduction historique au droit privé [Una introducción histórica al derecho privado,
traducción de Carlos Eduardo Lima Machado, São Paulo: Martins Fontes, 2000, p. 47, 66,
75 e 76]). El autor, no obstante, parece utilizar esa expresión para indicar la obra de los
juristas franceses, de la segunda mitad del siglo XIII, precursores de los comentadores
italianos, o sea, la denominada “Escuela de Orléans”, cuyos mayores representantes son
Jacques de Ravigny (Jacobus de Ravanis) y Pierre de Belleperche (Petrus de Bellapertica)
[Sobre el asunto ver: R. C. van Caenegem, op. cit., p. 77, y Franz Wieacker, Historia de
derecho privado moderno, 2. ed., Lisboa: Fundação Calouste Gulbenkian, 1993, p. 60-61].
[vii] En portugués: As eruditas, Molière, traducción de Millôr Fernandes, Porto Alegre:
LP&M, 2003; e As sabichonas, Molière, São Paulo: Ediouro, [s.d.].
[viii] En la lengua portuguesa se utiliza una palabra diferente de “responsable” para denotar
demanda pasible de respuesta: “respondível” (Dicionário Houaiss da língua portuguesa, Rio
de Janeiro: Objetiva, 2004, p. 2440).
[ix] Villey se refiere al articulo de Jacques Henriot, titulado Note sur la date et le sens de
l’apparition du mot “responsabilité” [Nota sobre a fecha y el sentido del surgimiento del
término “responsabilidad”], publicado en la misma revista (Archives de Philosophie du
Droit, n. 22, 1977).
[x] [Las acciones reipersecutorias persiguen o la devolución de una cosa de la que hemos
sido privados, o la reparación de un daño que se nos ha causado. Su función es, pues, la de
indemnizar al afectado].
[xi] En portugués: Escola de mulheres, Molière, traducción de Millôr Fernandes, Rio de
Janeiro: Paz e Terra, 1996.
[xii] En realidad el extracto referido por Villey no se encuentra en la obra referida, sino en
O Tartufo ou o impostor, Dorine, acto II, cena II (edición en portugués: O Tartufo ou o
impostor, Martin Claret, 2003).
[xiii] [Referencia erudita a la Biblia: “Por favor, que se acabe la maldad de los inicuos, y
que tú establezcas al justo; y Dios como justo está poniendo a prueba corazón y riñones”,
Salmos 7:9].
[xiv] César Birotteau es el personaje principal del romance Grandeur et décadence de César
Birotteau, escrito en 1837 por Honoré de Balzac presente en La comédie humaine: études
de moeurs – Scènes de la vie parisienne (edición en portugués: A comédia humana, Rio de
Janeiro: Globo, 1995. v. 8 – Cenas da vida parisiense). La trama transcurre en el período de
la Restauración, mas específicamente entre 1819 y 1823, y narra los esfuerzos de un
perfumista parisiense para saldar sus deudas con acreedores.
[xv] Villey se refiere a la propuesta, presentada por André Tunc, en 1966, sobre la reforma
del derecho francés de responsabilidad civil, en materia de accidentes de vehículos
automotores. Tal proyecto, cuya finalidad era mejorar la situación de las víctimas, defendía
el abandono de la noción de culpa como presupuesto de la configuración del derecho a la
indemnización, así como la eliminación del caso fortuito y de la culpa de la víctima como
excluyentes de la responsabilidad de aquel que conduce y/o posee un vehículo. A partir de
ese y de otros proyectos (como el presentado también por André Tunc, en 1981), y bajo la
influencia de la decisión del caso Desmares (juzgado el 21.07.1982 por la 2.ª Cámara Civil
de la Corte de Casación Francesa), determinando que la culpa de la víctima no era factor de
reducción del valor de la indemnización debida por el reo, únicamente produce efectos
cuando se caracterizase como causa exclusiva de daño, el legislador francés editó la “Ley
Badinter” (Ley 85.678, de 05.07.1985) con el objetivo de “mejorar la situación de las
víctimas de accidentes de circulación y acelerar los procesos de indemnización”. Esa ley
impone al conductor y/o dueño del vehículo “implicado” en el accidente, el deber de
indemnizar a las víctimas, sirviendo las culpa apenas como excluyente, en los casos de acto
voluntario y exclusivo de la víctima (arts. 1. º a 3. º).
Publicado por PPen 19:52

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