Las leyes atenienses se distinguían entre leyes naturales y leyes escritas. La primera codificación de las leyes atenienses fue realizada por el arconte Dracón en el 621 a.C., cuyas leyes severas dieron origen al término "draconiano". En Atenas existían diferentes tribunales para juzgar diferentes tipos de casos, incluyendo el tribunal de los heliastas compuesto por ciudadanos sorteados que juzgó a Sócrates.
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Las leyes atenienses se distinguían entre leyes naturales y leyes escritas. La primera codificación de las leyes atenienses fue realizada por el arconte Dracón en el 621 a.C., cuyas leyes severas dieron origen al término "draconiano". En Atenas existían diferentes tribunales para juzgar diferentes tipos de casos, incluyendo el tribunal de los heliastas compuesto por ciudadanos sorteados que juzgó a Sócrates.
Las leyes atenienses se distinguían entre leyes naturales y leyes escritas. La primera codificación de las leyes atenienses fue realizada por el arconte Dracón en el 621 a.C., cuyas leyes severas dieron origen al término "draconiano". En Atenas existían diferentes tribunales para juzgar diferentes tipos de casos, incluyendo el tribunal de los heliastas compuesto por ciudadanos sorteados que juzgó a Sócrates.
Las leyes atenienses se distinguían entre leyes naturales y leyes escritas. La primera codificación de las leyes atenienses fue realizada por el arconte Dracón en el 621 a.C., cuyas leyes severas dieron origen al término "draconiano". En Atenas existían diferentes tribunales para juzgar diferentes tipos de casos, incluyendo el tribunal de los heliastas compuesto por ciudadanos sorteados que juzgó a Sócrates.
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La justicia en Atenas
Las leyes atenienses
Desde el punto de vista teorico, los griegos clásicos distguian entre la ley natural y la ley escrita. Con el fin de impedir que los propios gobernantes pudieran contravenir sus preceptos, los legisladores fueron fijando las normas naturales como disposiciones escritas. Las leyes de los hombres se dictaban para temas concretos y en momentos concretos, y eran mutables. A diferencia de Mesopotamia y, posteriormente, de Roma, los griegos no tenían costumbre de codificar sus legislaciones, e incluso los edictos dados por Licurgo para Esparta prohibían las normas escritas, por lo que apenas nos han llegado códigos sistemáticos ni compilaciones de leyes que nos permitan un estudio detallado. En Atenas, la primera codificación de las leyes la realizó el arconte epónimo Dracón, en el año 621 a. C. La severidad de las penas que se contemplaban dio origen al adjetivo «draconiano», que se emplea para las leyes consideradas excesivamente duras. En el plano legislativo, también realizó modificaciones de algunas normas, fundamentadas en el código de Hammurabi, en cuanto a limitación de penas, tratando con ello de suavizar la dureza de los castigos. Los senadores romanos se basaron en estas leyes para redactar el código de las XII Tablas. Era función de la Asamblea ateniense tanto redactar nuevas leyes como abolir una ley antigua. El decreto de Diopites Respecto al juicio de Sócrates, algunos autores afirman que en el año 321 a. C., y como forma de atacar a Pericles, la Asamblea emitió el llamado «decreto de Diopites», por el cual se imponía la obligatoriedad de denunciar a todo aquel que no creyese en los dioses de Atenas o que tratase de enseñar sobre los fenómenos celestes. El decreto estaba hecho a la medida del astrónomo Anaxágoras, amigo y gran apoyo de Pericles. Según Diógenes Laercio, Anaxágoras veía en los poemas de Homero, que recogían por escrito las tradiciones mitológicas griegas, tratados «sobre la virtud y la justicia», en el sentido de que podían extraerse de ellos enseñanzas morales aprovechables a partir de una acertada exégesis. El logos en Anaxágoras reducía la mitología a un pequeño espacio, a algo que resultaba útil siempre que no impidiera el libre discurrir de la mente humana. Por supuesto, Anaxágoras fue condenado por asebeia, aunque los términos del proceso y de la condena varían según la fuente consultada Sátiro escribe en sus Vidas que lo acusó Tucídides, por ser este contrario a las resoluciones de Pericles en la administración de la república, y que no solo lo acusó de impiedad, sino, además, de traición, y que, ausente, fue condenado a muerte. El decreto de Diopites sirvió también para formalizar la imputación de Aspasia, una hetaira, o cortesana de lujo, además de oradora y logógrafa, que supuestamente fue amante de Pericles Órganos de justicia atenienses En cuanto a los tribunales que aplicaban las leyes en Atenas, los había de diferentes tipos. Sus cincuenta y un miembros se repartían en tres tribunales según la causa juzgada y podían ser considerados «profesionales» de la justicia, frente a los miembros de otros tribunales populares. El Boulé, o Senado, constituido por quinientos miembros, y la Asamblea, compuesta por todos los ciudadanos libres, se encargaban, además de regir los destinos de la polis, de juzgar los crímenes más graves cometidos contra el Estado. Pero lo que confería a Atenas su individualidad frente a cualquier otra polis era el tribunal que juzgó a Sócrates. Sus componentes de los miembros de la Asamblea se elegían por sorteo, tenían que ser ciudadanos mayores de treinta años no desprovistos de sus derechos cívicos. Para cada juicio que se fuese a celebrar, y a fin de evitar contaminaciones, la designación de jurados se realizaba ese mismo día. Así, antes del amanecer, los heliastas se dirigían a los tribunales y se presentaban en la entrada asignada a cada tribu, llevando cada uno su «carné» de heliasta, es decir, una tablilla de bronce o cuero sobre la que estaba grabado su nombre, su patronímico y su demótico. De este modo, en función de la materia, de la gravedad de la pena o de la complejidad de la cuestión planteada, el número de jurados podía ir desde 101 hasta 1.501 o más. Todo juicio exigía una preparación previa que consistía en analizar la cuestión atendiendo a su complejidad y a las pruebas. Después se fijaba el número de jurados que debía dictar el veredicto y el tiempo que durarían las alegaciones. Como no existía un ministerio fiscal o una institución semejante, la carga de la acusación recaía sobre los propios ciudadanos. Con las reformas de Solón a las que antes nos hemos referido, se permitió que no solo las víctimas o los familiares directos de estas pudiesen denunciar, sino también cualquier persona que tuviese algún interés en mantener la acusación en juicio. Pero, dado que tanto el acusador como el acusado se jugaban mucho con el discurso que debían pronunciar en un tiempo determinado previamente, se generalizó la costumbre de encargar dicho texto a un logógrafo, u orador, con el fin de que unos y otros se limitasen a repetirlo de memoria en la vista. Para evitar denuncias falsas, si el acusador no conseguía al menos un quinto de los votos del jurado, debía abonar una cuantiosa multa y podía ser privado de sus derechos cívicos. Pese a los riesgos que entrañaba y a la complejidad de su ejercicio, la costumbre de interponer pleitos se popularizó enormemente en Atenas. El juicio comenzaba con la lectura de la denuncia por parte del hegemón y, a continuación, cada parte pronunciaba su discurso. El tiempo estaba fijado en función de la complejidad del caso y se medía mediante una clepsidra, o reloj de agua. En Atenas, las leyes no establecían un castigo concreto para cada crimen. El acusador, que, como ya vimos, podía ser un simple ciudadano, proponía el que estimase conveniente, y el condenado, a su vez, debía plantear otro. Como no existía policía tal y como hoy la entendemos, un grupo conocido como «los once ciudadanos», pues tal era su número, era el responsable de garantizar que el acusado compareciese en el juicio.