Capitalismo Mutante
Capitalismo Mutante
Capitalismo Mutante
CAPITALISMO MUTANTE
CRISIS Y LUCHA SOCIAL EN UN SISTEMA
EN DEGENERACIÓN
Icaria Antrazyt
ECONOMÍA
ÍNDICE
Presentación 7
Introducción 9
La relación de clase en el capitalismo. Un sistema que produce
permanentemente su propia crisis 9
I. Un capitalismo en mutación 21
Crisis de Larga Duración y Grandes Mutaciones capitalistas 21
El neoliberalismo financiero o capitalismo monopolista
global financiarizado. ¿Nuevo modelo de crecimiento? 25
Financiarización económica y circuitos secundario
y terciario de acumulación 32
Contradicciones y desafíos sistémicos. ¿Espiral degenerativa? 52
Apéndices 109
1. Un cruce de reflexiones con lo «post» de la política,
el (post)operaismo y ciertos «marxismos post-marxistas» 109
2. Sobre la toma o no del Poder 113
3. Antagonismos, oposiciones, hegemonía y luchas sociales.
El Trabajo frente al Capital 117
7
camente con autores que han tenido una gran influencia reciente,
como Negri, Holloway, Badiu o Laclau.
El texto afronta también la viabilidad de un nuevo modelo de
crecimiento e incluso las posibilidades del llamado «capitalismo cog-
nitivo» como sustentador, en orden a sopesar qué hay de probable o
improbable en la definitiva decadencia del capitalismo como modo
de producción histórico.
Transversalmente a todo ello Capitalismo mutante muestra la
importancia que las mutaciones del capitalismo han tenido para las
posibilidades y vías emancipatorias de la humanidad. Muy especial-
mente la de la actual mutación en curso.
Espero, entonces, que a quien se acerque a estas páginas le valga
la pena el esfuerzo.
Coscollosa-Valencia,
noviembre de 2014
8
INTRODUCCIÓN
9
El factor humano (esto es, el Trabajo) es el único capaz de
generar plusvalía en última instancia. La plusvalía es el valor de
más (el «plus» valor) que los seres humanos crean con su trabajo y
mediante la aplicación de unos u otros instrumentos de producción
(maquinaria, tecnología en general) sobre las materias primas o sobre
otros productos ya producidos anteriormente, de manera que tras
ese trabajo unas y otros valen más en el mercado.
Sin embargo, tal «valor de más» (plusvalía) no está destinado
a los seres humanos que lo producen sino a quienes les compran
su trabajo (en realidad su «fuerza de trabajo»: su capacidad física e
intelectual efectiva de trabajar) a cambio de un salario. Estos son
los capitalistas (el Capital), que llegaron a serlo en virtud de su
apropiación de los medios de producción (medios de vida) con los
que cuenta una sociedad. Al resto de los seres humanos que fueron
desposeídos de esos medios para poder vivir por sí mismos no les
queda más remedio que trabajar «voluntariamente» para aquellos que
acapararon los medios de vida (fenómeno absolutamente original en
la historia de la humanidad que inaugura el capitalismo: hacer que
el trabajar para otros aparezca un fenómeno voluntario y deseado,
ocultando así el proceso de violencia o desposesión histórica previo
que obliga a que esto sea así). Por tanto este nuevo Sistema se antoja
no coaccionador, sino de «libre» contrato entre Capital y Trabajo,
entre comprador y vendedor de fuerza de trabajo. Una vital conclu-
sión que se infiere de todo ello es que en el capitalismo la fuerza de
trabajo (esto es, el ser humano) se convierte en una mercancía más
(que se compra y se vende en un mercado: el laboral).
Por eso con el salario nunca se paga lo que realmente trabajan los
seres humanos asalariados (el valor que generan). Si se pagara todo
lo que trabajan, quienes compran su fuerza de trabajo no ganarían
nada. La plusvalía, pues, no es sino el «plusvalor» que se apropia el
Capital, que no es pagado en su totalidad a la fuerza de trabajo que
éste ha comprado. Lo que se le paga a los seres humanos es el precio
que tienen como mercancía en el «mercado laboral».1 Por eso, de
1. Como tal mercancía los seres humanos pasan a ser fuerza de trabajo. Su
precio está relacionado (aunque no tiene por qué coincidir), como el de cualquier
mercancía, con el «valor» de esta o el trabajo abstracto socialmente necesario
realizado de manera privada e independiente materializado en ella. En el caso de
10
hecho, el capitalista compra dos tipos de mercancías: medios de
producción y fuerza de trabajo.
El plusvalor del que se apropia el Capital lo materializa (como
ganancia) cuando vende el producto generado (o lo hace intervenir
en la producción de otros productos que serán más tarde vendidos),
obteniendo así el beneficio (expresión de la ganancia, que resulta de
restar a la venta lo que le costaron las mercancías que compró). El
beneficio aparece, de esta forma, mistificado, como resultado de una
compra-venta y no como conclusión de una explotación (aprovecha-
miento del trabajo ajeno para extraer ganancia; es decir, como realiza-
ción o conversión de la plusvalía en beneficio a través de la venta en
el mercado). La mistificación es una fuente permanente de alienación
del Trabajo, al dificultarle entender dónde reside el quid de la relación
social que está en la base del Sistema en el que vive: la relación de clase.
Por lo que no percibe fácilmente su condición de mercancía.
Pero el Capital es capaz, y así lo ha mostrado históricamente, de
aumentar los niveles de vida (o simplificando, el poder adquisitivo)
del Trabajo mediante la elevación general de la productividad y de
la riqueza total generada en una sociedad. La única condición es
que obtenga más ganancia proporcional que el Trabajo con cada
aumento de la producción (en realidad, de la productividad): a esto
se le llama plusvalía relativa.
Sin embargo, para el Capital hay un problema vital en toda
esta relación, del que nunca puede escapar y que marca su carácter
intrínsecamente contradictorio.
los seres humanos, eso se traduce por el valor de las mercancías necesarias para
que como fuerza de trabajo reúnan las aptitudes productivas materiales y mentales
con que les requiere el capital total de la sociedad en un determinado momento.
El ciclo de la producción social capitalista no termina en el proceso de consumo
individual del trabajador/a, sino en el proceso de consumo productivo de su fuerza
de trabajo. Por eso, después de que el trabajador/a ha consumido individualmente
de manera privada para reproducir su fuerza de trabajo, el trabajo privado gastado
para producir sus medios de vida y que ahora está materializado en su fuerza de
trabajo debe ser reconocido nuevamente como trabajo social (esto se hace a tra-
vés de su definición como el valor de su fuerza de trabajo). Una buena parte del
valor como sostenimiento de la fuerza de trabajo siempre ha estado vinculada a
elementos inmateriales (relaciones, cuidados, afectos, conocimientos compartidos,
cooperación, ayuda mutua...). Sobre todo esto, Marx (1981).
11
Por una parte, como se ha dicho, está obligado a producir de
forma continua plusvalía relativa. Por otra, debe convertirla en ga-
nancia. Sin embargo esta última depende de dos factores: primero,
de la plusvalía apropiada a costa de la fuerza de trabajo comprada, y
segundo, de la composición en valor del capital (CVC), esto es, de los
gastos hechos por el capitalista en inversión y producción (los medios
de producción de los que se dispone y que son gastados), dentro de
los cuales contamos los insumos y materias primas consumidos en
dicha producción («capital circulante») más la inversión en tecno-
logía o mecanización que se haya hecho (composición orgánica del
capital —COC— o «capital fijo»), y los gastos en salarios («capital
variable»). La composición en valor del capital (CVC) resta ganancia
a la plusvalía apropiada por el capitalista, de manera que la fórmula,
simplificada, sería:
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CUADRO A
La caída tendencial de la tasa de ganancia: un factor concurrente
Cuanto más aumenta la productividad se hace menor la jornada de trabajo ne-
cesario, con lo que los seres humanos en las sociedades de capitalismo avanzado
tendrían que trabajar cada vez menos horas. Sin embargo, los avances en producti-
vidad a través del desarrollo tecnológico no han aumentado proporcionalmente el
«tiempo libre» de la fuerza de trabajo, el cual puede seguir incluso una tendencia
contraria en fases de crisis, porque lo que se hace según desciende el tiempo de
trabajo necesario con la productividad, es aumentar la jornada de trabajo exce-
dente, es decir, aquella que la fuerza de trabajo realiza sólo para la plusvalía del
empresariado. Sin embargo esa vía también tiene sus límites.
Para empezar, cuanto más aumenta la productividad menos aumenta pro-
porcionalmente la plusvalía. Veamos:
1. Supongamos una jornada laboral de 10 horas, con una tasa de plusvalía
de 100%. Eso significa que la jornada laboral se descompone en:
5 horas de trabajo necesario (para el salario)
5 horas de trabajo excedente (para la plusvalía)
1/2 + 1/2 = 2/2 = 100% Plusvalía 0,50
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Esto es así porque según aumenta para el capital social global su
composición orgánica, aumenta también con ello la tasa de plusvalor
(mayor va siendo la proporción del trabajo excedente frente al trabajo
necesario), pero no aumenta en cambio la masa total de plusvalor
en la misma proporción, dado que el trabajo necesario (el que al
trabajador se le paga para reproducir su fuerza de trabajo) que resta
por capitalizar va disminuyendo drásticamente según avanza esa
inversión y composición orgánica del capital. Dicho de otra manera,
el trabajo necesario disminuye en la misma dimensión que crece el
trabajo excedente (es decir, el que trabajan los productores exclusi-
vamente para la ganancia de quien compra su fuerza de trabajo). Y
conforme disminuye ese trabajo necesario es más costoso apropiarse
del trabajo necesario que va quedando.
Con ello la Tasa General de Ganancia Media tiende a descender,
independientemente de que algunos capitalistas puedan aumentar
su tasa de ganancia.
Se explica así también porque la tasa de acumulación tiende
históricamente a ser más alta que la tasa de plusvalía. O dicho de
otra forma, porque cada vez se necesita más capital constante para
generar valor en escala decreciente del cada vez menor tiempo de
trabajo necesario que va quedando.
Expresado desde otro prisma, según la automatización de los
procesos productivos va haciendo que la cantidad de tiempo de
trabajo depositada en cada producto sea menor, la productividad
de cada trabajador debe aumentar para que la masa de beneficio
realizable no disminuya. Lo cual conduce a la paradoja de que cuanto
más aumenta la productividad de las fuerzas productivas, más se
Vol. II): «El capital mismo es la contradicción en proceso [por el hecho de] que
tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte
pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de riqueza. Disminuye, pues,
el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo
en la forma de trabajo excedente, pone por tanto en medida creciente, el trabajo
excedente como condición —cuestión de vida o muerte— del necesario. Por un
lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y la naturaleza, así como de
la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza
sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por otro
lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales
creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado
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necesita que aumente para intentar salvar el beneficio.
Por consiguiente, si el proceso de acumulación se quiere llevar
al límite —como es la tendencia de cada unidad de capital, por
definición—, hasta el propio beneficio (fuente de la acumulación
misma) se convierte en obstáculo para la acumulación, de forma
que el capitalista pretende acumular a un ritmo superior al de los
beneficios (GPM, 2003). Cuando esto ocurre, y el capital crece
aún más deprisa que el beneficio, el capital se siente a sí mismo
en su apogeo, la acumulación parece atravesar una etapa próspera
e incuestionable, la conciencia social ve confirmada su fe en el
progreso que el capitalismo es capaz de generar, pero al mismo
tiempo, por debajo, imperceptiblemente, la ganancia está descen-
diendo sin remedio.
Esto quiere decir que las crisis capitalistas suelen ocurrir
cuando la población está menos preparada para ellas y cuando sus
organizaciones políticas más se han integrado al orden del capital,
inscribiéndose en la vía reformista que tiende a expandirse tras un
ciclo de auge capitalista.
* * *
En conclusión con lo hasta ahora expuesto, la automatización o, en
general, la tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas, que es in-
herente a la acumulación capitalista, hace que la utilización de fuerza de
trabajo por unidad de capital invertido tienda a ser significativamente
menor, provocando una tendencia hacia la eliminación de empleos2
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y lo que es realmente grave para el funcionamiento capitalista, una
sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor que se
es capaz de generar. Por su parte, la sobreproducción de capital es
una sobreproducción de mercancías como medios de producción,
cuando el valor producido por el capital invertido no incrementa lo
suficiente o incluso llega a ser menor que el producido antes de la
inversión. Cuando esto ocurre el Capital tiende a disminuir la inver-
sión productiva. Esta desinversión contrae también la compraventa
entre empresas capitalistas (los pedidos que unas se hacen a otras) y
rompe la cadena de cobros y pagos, que se resolverá normalmente
en la quiebra y cierre de empresas, incremento de la desocupación y
depreciación del capital en funciones, incluido el capital variable, esto
es, los salarios. Todo ello arroja una creciente cantidad de «capitales
excedentes» que en buena parte, o bien buscan su valorización en otros
territorios, o bien adquieren la forma de activos financieros en pos de
mayor rentabilidad.
En la primera opción la competencia por atraer aquellos capitales
excedentes se transforma en competitividad de los más exitosos, que
no es otra cosa que su eficacia en explotar en mayor grado a su fuerza
de trabajo o en «ofrecer» una fuerza de trabajo más disciplinada.
De manera que si en una formación social se incrementa la tasa de
explotación, se prevé que en principio aumente también su capacidad
para atraer flujos internacionales de capitales productivos (y finan-
cieros). Tal suposición comienza a tener menos probabilidades de
realizarse, sin embargo, cuando todas las formaciones sociales «com-
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piten» por lo mismo en los mismos términos. Además, la inversión
externa directa de capitales tiende a trasladar parecidos problemas de
sobreacumulación a zonas periféricas que hasta entonces se hallaban
fuera de esa contradicción. Más adelante veremos a qué conduce la
segunda opción, la financiera.
Hay, pues, históricamente, una tendencia a la sobreacumulación
de capital en relación a su capacidad de generar ganancia. Proceso
que se agrava con la aceleración de la propia competencia técnica
inter-capitalista y la trepidante batalla en torno al I+D, que deviene
cada vez más onerosa, dado que la rápida caducidad tecnológica
no permite la satisfactoria amortización del capital invertido.3 En
realidad, la permanente revolución de la tecnología, en una también
constante e implacable competencia, resulta a la postre una suerte
de destrucción de fuerzas productivas, mas no siempre en su versión
«creativa» schumpeteriana.
Sin embargo, esa tendencia, que está siempre ahí larvada, no
tiene porqué manifestarse necesariamente en forma de cataclismos
capitalistas. De hecho, históricamente ha sido contrarrestada a tra-
vés de numerosos factores y procesos, tantos que a menudo aquélla
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pareciera no tener ninguna manifestación real concreta, y ha llevado
a buena parte de científicos sociales, incluso críticos, a negarla. La
monopolización, la guerra, la expansión de la frontera y la posible
formación de nuevos centros de acumulación preferencial, fueron
los procesos contra-tendenciales de tipo «macro». Igualmente lo
fueron muchas otras intervenciones puestas en marcha para con-
trarrestar la crisis de valorización del capital (aumento de la tasa
de explotación de la fuerza de trabajo, abaratamiento del coste de
las materias primas y también del empleo del capital constante,
elevación de los tiempos de rotación del capital y de su renovación,
así como el reciente intento de «inmaterialización» de la economía
o reducción sustantiva del peso del capital fijo en ella, entre otros
pasos y desplazamientos que veremos más adelante).
Hay, en cambio, otro tipo de crisis estructural subyacente.
Tiene que ver con las inadecuaciones entre la forma dominante
de mediación social que adquiere históricamente la explotación
capitalista (más o menos despótica, más o menos reformista o de-
mocrática, que se traduce en la naturaleza que adquiere el Estado en
cada momento) y las plasmaciones socio-institucionales y maneras
de expresar la relación de clase que permiten el valor y la forma
mercancía y gestionan la fuerza de trabajo de cara a optimizar su
consumo productivo (es decir, la generación de plusvalía por me-
diación de los seres humanos). Estas inadecuaciones se traducen en
crisis de regulación.
Cuando las crisis de regulación coinciden con las crisis de valo-
rización provocan grandes conmociones internas del capitalismo,
que le hacen mutar y, al fin, pueden poner en peligro su propia
continuidad. Estamos en presencia, entonces, de las Grandes Crisis
o Crisis de Larga Duración.
Éstas dejan indefectiblemente atrás una generalizada desvalo-
rización de capitales (los menos «competitivos») y de la fuerza de
trabajo, promueven el acrecentamiento del «ejército industrial de
reserva» y una gran destrucción de fuerzas productivas, así como la
rápida elevación de la tasa de ganancia de los capitales supervivien-
tes (que tienen la posibilidad, por eliminación de competencia, de
aprovechar mejor los últimos avances tecnológicos). Se inicia un
nuevo ciclo de acumulación, pero con diferentes formas de gestio-
nar los procesos productivos y de establecer la mediación social.
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También se modifican las dinámicas de generación y apropiación
del plusvalor. Es decir, estamos, según la teoría regulacionista, ante
un nuevo modelo de crecimiento (combinación de un régimen de
acumulación más un modo de regulación social).4
Las Grandes Crisis trastocan asimismo la geografía de la acu-
mulación, trasladando la dinámica principal de la misma hacia otras
localizaciones. Lo que quiere decir que otras formaciones socio-esta-
tales son susceptibles de convertirse en nuevos centros sistémicos.
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