Traducción Primer Capítulo de - The Limits of The Capital in Spain
Traducción Primer Capítulo de - The Limits of The Capital in Spain
Traducción Primer Capítulo de - The Limits of The Capital in Spain
Este capítulo pone las bases teóricas del análisis que sigue en los siguientes cuatro capítulos.
Nuestro principal objetivo es explicar la necesidad de la crisis en el capitalismo, la aparición
periódica de crisis en la forma de sobreacumulación de capital, y la relación entre las crisis de
sobreacumulación y las transformaciones en la producción y los patrones de reproducción
social vistos a lo largo de gran parte del mundo desde los años 70 - culminando en la crisis
actual1. La organización del capítulo es la siguiente: Primero, nos explayamos en el análisis
de Marx del capital como un proceso - un proceso de valor que se autoexpande - y la
importancia de la competencia inter-capitalista en cuanto a “ley coercitiva” que resulta de la
formación de la tasa de ganancia general a lo largo de diferentes ramas de la producción. La
competición lleva a los capitalistas individuales a jugar su parte en las continuas y “a saltos”
revoluciones tecnológicas y organizativas características de la producción capitalista, un
proceso marcado por el desarrollo desigual de las fuerzas de producción. Explicamos por qué
hay una tendencia general hacia la sobreproducción en el capitalismo, y la relación entre el
dinero, el sistema de crédito y las crisis de sobreacumulación. Entonces introducimos nuestra
comprensión de la constitución social de estados nacionales que median entre sí la unidad
global de la producción capitalista. Aquí, desarrollamos la noción de que el estado nacional
en sí mismo tendría que ser entendido en términos procesuales, y como un “momento” activo
en la acumulación global de capital y en la formación y gestión de las crisis. Seguimos esto
con una disertación sobre el desarrollo desigual de la producción global, la tendencia general
hacia una nueva división internacional del trabajo desde los años 60, y sobre cómo los ciclos
de sobreacumulación y crisis desde entonces se han caracterizado por la expansión
espectacular del crédito y la deuda en una escala global. A lo largo de este capítulo nuestro
análisis se ceñirá a un nivel relativamente abstracto y general. En el capítulo 2, cambiamos
nuestro foco de atención a las especificidades del desarrollo capitalista en países de
industrialización relativamente tardía, y en España en particular.
1
Nota del traductor: dado que esta obra data del año 2013 aquí no se refiere (obviamente) a la actual crisis condicionada por
el COVID y la guerra, sino a la anterior.
Desde la emergencia y consolidación del modo de producción capitalista en una escala global
el modo general según el cual los procesos socioecológicos se combinan para reproducir los
medios de reproducción social humana ha tenido en sí mismo sus bases en un proceso
material - la producción de mercancías. Tal y como Marx explica en el famosamente difícil
capítulo inicial del Capital (1976), una mercancía es la encarnación de dos potencias: la de
ser socialmente útil y la de ser intercambiable por otras mercancías por el precio
correspondiente. El secreto para la conmensurabilidad del valor de cambio de las mercancías
está en que son formas de (o el modo de apariencia de) valor. El valor media la unidad de
todo acto concreto, privado e independiente de trabajo social dentro del modo de producción
capitalista, y por lo tanto del metabolismo socioecológico en general. Marx llama a la
sustancia del valor “trabajo abstracto”, pues el gasto de tiempo de trabajo concreto por parte
de tantos individuos aparece como el mismo tiempo de trabajo social general e indiferenciado
- cuajado en la forma de mercancías producto de ese trabajo social. La magnitud del valor se
determina por el tiempo socialmente necesario para su producción - la medida media del total
de los actos concretos privados e independientes de actividad productiva requeridos para
producir los medios (materiales y morales) de reproducción social humana. El valor por lo
tanto no tiene materialidad corpórea; uno no puede tocarlo, por así decirlo. Más bien, el valor
se expresa en su forma concreta más desarrollada en dinero (Starosta, 2008: 310). Como tal,
el dinero es “la forma más abstracta de propiedad privada” - “el poder social supremo a través
del cual la reproducción social se subordina a la reproducción del capital” (Clarke, 1988: 13–
14).
¿Pero qué es el “capital” en este sentido? La forma privada e independiente en la cual se
producen mercancías es un principio organizativo general históricamente específico del
capitalismo (Iñigo Carrera, 2008: 10– 11). En el capitalismo, el proceso de producción en sí
mismo generalmente consiste en una serie de momentos transformadores en los que se
invierte dinero en un proceso laboral (en específico para comprar medios de producción y
fuerza de trabajo) con el objetivo de intercambiar las mercancías producidas por la suma
original desembolsada más una plusvalía que se realiza cuando se venden en el mercado
previsto. El capitalista, en cuanto a propietario de los medios de producción, recibe el dinero
original desembolsado más un beneficio (un desenlace que aparece como si fuese
enteramente resultado de su ingenio y esfuerzo). Del análisis de la producción de Marx se
deriva que el capital tendría que ser adecuadamente concebido no como una cosa o un “factor
de producción” - como ocurre en la ciencia económica neoclásica - sino como un proceso
(Harvey, 1982: 20); el capital es valor en movimiento, o valor que se autovalora (Marx, 1976:
994).
Las varias metamorfósis del valor en movimiento se pueden representar en la fórmula del
circuito del capital:
LP
M– C < … P… C– M + ΔM
MP
Aquí, “M” es dinero; “C” es la mercancía; “LP” es la fuerza de trabajo; “MP” es el medio de
producción; “P” representa la combinación de LP y MP durante la producción; “M” es el
dinero original desembolsado; y delta (Δ) representa una plusvalía que le corresponde al
capitalista en forma de beneficio.
La destilación de Harvey del análisis de Marx de este proceso de circulación en diez
características principales, resumida en el gráfico 1.1, es suficiente de momento para
presentar los fundamentos de este análisis de Marx, tal y como se despliega a lo largo de los
tres volúmenes del Capital. Atestigua cómo el análisis de Marx de la producción de
mercancías primero requiere el descubrimiento de la forma del valor a través del análisis
dialéctico, y por lo tanto cómo penetra las presuposiciones categóricas y el carácter fetichista
de la economía política clásica y la teoría económica neoclásica, avant la lettre (Heinrich,
2012: 33). Decisivamente, por supuesto, Marx también explica cómo la fuente de beneficios
(ΔM) para el capitalista industrial es plusvalor: la apropiación de tiempo de trabajo no
remunerado de la mano de obra. Así, podemos explicar cómo la producción de valor en el
proceso de circulación requiere una sociedad de clases compuesta por compradores y
vendedores de fuerza de trabajo - la única mercancía peculiar al modo de producción
capitalista cuyo valor de uso específico es la capacidad de producir más valor que el que en sí
misma cuesta producir - una plusvalía de valor. Y, además, que el plusvalor total disponible
para la clase capitalista se deriva de la realización del tiempo de trabajo excedente producido
durante y sobre el tiempo de trabajo necesario gastado por el trabajo social. Podemos
entonces sacar las características necesarias pero contradictorias e “irracionales” de la
producción de valor, el carácter necesariamente acumulativo de la circulación del capital y de
la incesante búsqueda de beneficios por parte de los capitalistas.
Gráfica 1.1 Diez Características Principales de la Circulación del Capital (Harvey,
1985a: 129– 32).
1. La continuidad de la circulación del capital se basa sobre una expansión continua del
valor de las mercancías producidas …
2. El crecimiento se consigue a través de la aplicación de trabajo vivo sobre la
producción.
3. El beneficio tiene su origen en la explotación de trabajo vivo en la producción …
4. La circulación de capital, por lo tanto, se basa en una relación de clase … [entre] los
que compran el derecho a disponer de fuerza de trabajo para conseguir un beneficio
(capitalistas) y los que venden el derecho a disponer de fuerza de trabajo para vivir
(obreros) …
5. Esta relación de clase implica antagonismo, oposición y lucha. Dos cuestiones
interconectadas entran en juego. ¿Cuánto tienen que pagar los capitalistas para
adquirir los derechos a la fuerza de trabajo y qué comprenden, exactamente, esos
derechos? Las luchas sobre el salario y las condiciones de trabajo (la longitud de la
jornada laboral, la intensidad del trabajo, el control sobre el proceso de trabajo, la
perpetuación de habilidades, etc.) son en consecuencia endémicas en la circulación
del capital …
6. Necesariamente, el modo de producción capitalista es tecnológicamente dinámico. El
impulso a diseñar revoluciones perpetuas en la productividad social del trabajo reside,
inicialmente, en las fuerzas gemelas de la competencia intercapitalista y la lucha de
clases …
7. El cambio tecnológico y organizativo normalmente exige la inversión de capital y
fuerza de trabajo. Esta simple verdad oculta poderosas implicaciones. Debe
encontrarse alguna forma para producir y reproducir plusvalías de capital y trabajo
que sirvan de combustible del dinamismo tecnológico tan necesario para la
supervivencia del capitalismo.
8. La circulación del capital es inestable. Encarna contradicciones poderosas y
disruptivas que lo hacen crónicamente propenso a la crisis [...] El crecimiento y el
progreso tecnológico, ambos elementos necesarios de la circulación del capital, son
mutuamente antagónicos. El antagonismo subyacente explota periódicamente en
forma de crisis de acumulación, disrupciones totales del proceso de circulación del
capital …
9. La crisis se manifiesta típicamente como una condición en la cual las plusvalías de
tanto trabajo como capital, necesarias para la supervivencia del capitalismo, ya no
pueden ser absorbidas. [Esto es] un estado de sobreacumulación.
10. Las plusvalías que no pueden absorberse se devalúan, a veces incluso se destruyen
físicamente. El capital se puede devaluar como dinero (a través de la inflación o el
impago de deudas), como mercancía (inventarios que no se venden, ventas por debajo
del precio de coste, destrucción física), o como capacidad productiva (instalaciones
ociosas o funcionando por debajo de su capacidad). Los ingresos reales de los
asalariados, su nivel de vida, su seguridad, incluso sus posibilidades vitales (esperanza
de vida, mortalidad infantil y cosas del estilo) disminuyen seriamente, particularmente
para aquellos arrojados a las filas del desempleo. Las infraestructuras físicas y
sociales que sirven de soportes cruciales para la circulación del capital y la
reproducción de la fuerza de trabajo pueden también descuidarse.
Marx muestra cómo la producción de una forma particular de plusvalía relativa es clave para
entender no sólo el desarrollo histórica y territorialmente expansivo del capitalismo sino
también su tendencia inherente a entrar en crisis periódicas. Por lo tanto es conveniente
considerar cómo se produce esta forma de plusvalor. El plusvalor relativo es la contraparte
del plusvalor absoluto. El segundo se produce por la extensión de la jornada laboral más allá
del tiempo socialmente necesario para producir los valores de uso necesarios para la
reproducción del obrero medio y por lo tanto de su fuerza de trabajo. El plusvalor relativo, sin
embargo, surge más efectivamente de aumentos en la productividad de la fuerza de trabajo a
través de la innovación tecnológica y su aplicación al proceso de trabajo, e invirtiendo en la
creciente escala de producción. Estos aumentos en las fuerzas productivas incrementan la
masa de valores de uso producidos en un determinado periodo de tiempo de trabajo, por lo
tanto haciendo la innovación atractiva para los capitales individuales que buscan lograr
mayores beneficios al producir una masa de mercancías mayor que la de sus competidores y
en el mismo periodo de tiempo. Pero, dado que una rotación de capital resulta en una nueva
plusvalía (ΔM) - que debe reactivarse como capital si se pretende acumular más plusvalías y
si los capitalistas pretenden reproducirse a sí mismos como tales - el desarrollo de las fuerzas
productivas no depende tanto de la voluntad y el espíritu emprendedor de la clase capitalista
como las presiones competitivas en su tasa de ganancia en cuanto otros capitalistas adoptan
formas tecnológicas y organizativas de producción parecidas (Clarke, 1994: 238; Harvey,
2010a: 165– 9; Heinrich, 2012: 106– 8). Aquí la contribución original de Marx fue revelar
que las revoluciones constantes en el desarrollo de las fuerzas productivas son necesarias en
el proceso de acumulación de capital tal y como lo hace la clase capitalista: “el desarrollo de
la producción capitalista hace necesario constantemente incrementar la cantidad de capital
aplicado en una determinada actividad industrial, y la competencia subordina cada capitalista
individual a las leyes inmanentes de la producción capitalista, en cuanto a leyes coercitivas y
externas” (Marx, 1976: 739).
En resumen, la teoría marxiana del valor explica cómo el imperativo de aumentar la
productividad de la fuerza de trabajo bajo el control de capitalistas individuales - y por lo
tanto de producir más barato que la competencia - está inserto en la producción capitalista; y,
por lo tanto, la presión competitiva de igualar, o de hecho superar, la productividad de los
capitales innovadores por parte de aquellos rezagados no puede ignorarse si estos últimos
pretenden permanecer rentables y, en última instancia, produciendo. Tal y como dice Marx:
“La ley de la determinación del valor por el tiempo de trabajo se manifiesta al capitalista
individual que aplica el nuevo método de producción al empujarle a vender sus bienes por
debajo de su valor social; esta misma ley, actuando como ley coercitiva de la competencia,
obliga a sus competidores a adoptar el mismo método … El capital por lo tanto tiene un
impulso inmanente, y una tendencia constante, hacia incrementar la productividad del trabajo,
a fin de abaratar las mercancías y, al abaratar las mercancías, abaratar al trabajador en sí
mismo” (Marx, 1976: 436– 7). Este proceso de ajuste por parte de los capitalistas
individuales es el origen de las crisi en el capitalismo pues, tal y como señala Clarke (1990/1:
454– 5): “El impulso a aumentar la producción de plusvalor, aunque sea impuesto por la
competencia capitalista, no se limita al interior de los límites del mercado sino que se somete
a sus propias leyes, que determinan la tendencia a expandir la producción sin tener en
consideración los límites del mercado. Estas leyes se definen no por la irracionalidad
subjetiva del capitalista sino principalmente por el desarrollo desigual de las fuerzas de
producción en cuanto los capitalistas luchan por una ventaja competitiva”.
Dado que el dinero aparece en las sociedades capitalistas como una “cosa” separada del resto
de mercancías y que cierra la brecha entre momentos distintos de la acumulación del capital -
venta y compra, producción y circulación; siempre existe la posibilidad formal de que la
metamorfosis del capital se interrumpa, y que los capitalistas no consigan el valor de las
mercancías que han producido (véase Burnham, 2002: 125– 6). Los capitalistas toman parte
en la producción de forma privada e independiente a fin de lograr un beneficio (es decir, un
excedente de dinero - ΔM), y la tendencia de la producción capitalista es el desarrollo
ilimitado de las fuerzas productivas. Por lo tanto, no hay garantía de que la oferta encontrará
una demanda adecuada. En efecto, la tendencia inherente al modo de producción capitalista
es hacia la sobreproducción de mercancías - una tendencia nacida del desarrollo desigual de
las fuerzas productivas dentro y entre las distintas ramas de la producción y, bajo las
circunstancias, impuesta por la competencia (Clarke, 1990/1, 1994). Esto explica la vigente
lucidez de la representación temprana de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista del
capitalismo como un sistema inherentemente expansivo de producción, que obliga a la
apertura de nuevos mercados en el extranjero por la coacción sobre los capitalistas a superar
barreras al beneficio percibidas como competencia en mercados existentes (Cammack, 2013;
Harvey, 1988). Empeños así - junto al ya mencionado desarrollo de fuerzas productivas -
pueden explicar históricamente períodos de boom económico y expansión dentro de y a
través de diferentes sociedades nacionales capitalistas. Sin embargo la tendencia hacia la
sobreproducción nunca se supera. Es evidente que en la lucha competitiva entre capitalistas
aquellos que son incapaces de seguir el ritmo y la escala del cambio técnico y organizativo lo
tienen más difícil para lograr beneficios - su liquidación es cuestión de tiempo, llevando a una
mayor concentración y centralización del capital en cada vez menos manos.
Todos los capitalistas se enfrentan a la sobreproducción en la forma de la intensificación de la
competencia, dado que a todos les cuesta trabajo mantener la rentabilidad ante la tendencia a
la baja de los precios y la devaluación de su inventario y sus medios de producción. Algunos
capitalistas invertirán en mayores cambios tecnológicos y organizativos; otros moverán su
capital a nuevas empresas productivas o especulativas con la esperanza de hacer beneficios
en otra parte (como veremos en nuestro análisis de la “transferencia de capital” al mercado
inmobiliario español en el capítulo 4); y los capitales rezagados ante el ritmo del cambio
tecnológico mirarán hacia una variedad de “caminos aventureros” tal y como pedir prestado o
incluso estafar para garantizar su supervivencia (Marx, 1981: 359). En cada escenario, el
capitalista busca sustentar su reproducción sin considerar los límites del mercado y, por lo
tanto, juega su rol en la extensión de la sobreproducción generalizada que tarde o temprano se
presenta ante todos los capitalistas como un límite a la acumulación (normalmente cuando los
bancos limitan los préstamos, como explicaremos en mayor detalle después). En estas
circunstancias, la rentabilidad sólo se restaurará a través de una crisis - en la que, por
ejemplo, se liquidan los capitales arcaicos, los inventarios y la maquinaria se devalúa o se
desecha, y se despide a los obreros obligándolos a volver al mercado laboral en búsqueda de
trabajos sobre nuevas bases contractuales (quizás con menores sueldos o menos garantías en
lo que respecta a las condiciones de trabajo). Esto se ejemplificará en nuestro análisis de la
reestructuración industrial y la fragmentación del trabajo en España en los 80 en el capítulo 3.
Dada la tendencia inherente a desarrollar las fuerzas productivas sin límite, y por lo tanto
hacia la sobreproducción generalizada, podemos pues insistir que la crisis no es solamente
una posibilidad formal bajo el capitalismo, sino que las crisis juegan un papel necesario al
re-limitar la acumulación dentro de los confines del mercado y restaurar las condiciones para
la acumulación de capital. Dentro de un modo de producción en el que “la verdadera barrera
a la producción capitalista es el capital en sí mismo” (Marx, 1981: 358) la crisis aparece
como el “racionalizador irracional” (Harvey, 1982: 305). La crisis ‘no es un fenómeno
patológico que aparece en la superficie de la sociedad capitalista, sino la manera normal y
habitual según la cual los precios y la producción se ajustan a fin de hacer posible la
reproducción renovada de capital… “la crisis no es sino la aserción forzosa de de la unidad
de las fases del proceso de producción que se han vuelto independiente entre sí”’ (Clarke,
1994: 196, citando a Marx).
El sistema de crédito
La teoría de la sobreproducción y la crisis tal y como se ha presentado hasta este punto es, en
sí misma, insuficiente (es simplemente un “primer corte”, como se dice en Harvey, 1982). En
específico, necesitamos explicar dos fenómenos recurrentes: primero, la periodicidad de estas
crisis; segundo, por qué las crisis aparecen normalmente en primera instancia más como una
crisis del dinero que como una de producción. Esto requiere que integremos nuestra
consideración del desarrollo de las fuerzas de producción la comprensión del papel del
crédito (que circula como capital portador de interés – un circuito representado en la forma
M … ΔM). Hay razones prácticas por las cuales el crédito tiene que estar disponible para los
capitalistas, y más sobre la base de la necesidad inminente que sobre el papel que han
desempeñado en la producción de plusvalor en el pasado los capitales individuales. Por
ejemplo, los capitales industriales deben llevar a cabo periódicamente – y sujetos a las “leyes
coercitivas de la competencia” – inversiones caras y especulativas en cambios organizativos y
tecnológicos para mejorar su competitividad y mantener la rentabilidad. Estas inversiones con
frecuencia requieren la disponibilidad de un excedente de dinero-capital en forma de crédito
sin bases materiales en la producción. Y, dado que la acumulación prolongada de capital
requiere la expansión del consumo social por parte de los trabajadores y de otros capitalistas,
el capital con interés puede también lanzarse a la circulación cuando la habilidad de los
obreros y los capitalistas de consumir mercancías es desproporcionada respecto a la
producción de mercancías (Harvey, 1982: 95). Abordaremos la relación con la política
monetaria y las luchas políticas sobre la reproducción del capital y el trabajo más tarde en
este capítulo.
Harvey (1982: capítulo 8) aborda el primer ejemplo con cierto detalle, buscando establecer
una relación entre el crédito y la circulación de otra forma de capital - el capital fijo. Hemos
visto cómo los medios más potentes de producir plusvalía relativa son el aumento de la
productividad de la fuerza de trabajo. Históricamente, las innovaciones necesarias en la forma
organizativa y tecnológica del proceso laboral en este sentido han implicado el desarrollo de
la gran industria. El desarrollo de las fuerzas de producción requiere reunir grandes de dinero
para invertirlas en capital fijo - instalaciones, maquinaria, y demás - que pueden no verse
amortizados por largos periodos de tiempo; el capital fijo, en otras palabras, hace de “prisión”
del valor dado que, en la práctica, toma la forma de grandes, y con frecuencia inamovibles
instalaciones físicas. Un sistema financiero crecientemente más complejo, con gran alcance
global, se ha desarrollado por lo tanto históricamente dentro y entre espacios nacionales de
acumulación y como una forma necesaria de ayudar a suavizar la desigualdad temporal de la
depreciación y la inversión en capital fijo que es central en el proceso de acumulación
(Clarke, 1994: 273), y para que el capital pueda circular a actividad óptima (regulado por una
tasa de interés adecuada y alcanzando, al menos, lo que Harvey llama “tiempo de rotación
socialmente necesario”). “Necesariamente”, entonces, “la competición entre capitalistas para
establecer ganancias excedentes se conduce al nivel del acceso al crédito” (Fine, 1979: 246).
El sistema de crédito proporciona un “arreglo temporal”, en otras palabras, a las barreras y
bloqueos potenciales inherentes al proceso de acumulación dentro de la gran industria,
permitiendo a los capitales individuales en competencia mantener el ritmo del cambio
técnico. Por supuesto, la expansión del sistema de crédito para financiar la expansión del
capital fijo significa que el crédito “se obtiene como una hipoteca del futuro, una apuesta
especulativa sobre la explotación laboral futura” (Bonefeld, 2000: 56). En este sentido, el
dinero crediticio por lo tanto circula como “capital ficticio”, y, como tal, se relaciona con el
capital productivo en términos de reclamar la apropiación de una parte del plusvalor. Este
reclamo es inherentemente incierto, dado que la producción futura de plusvalor varía según el
estado de la competencia, la tasa de explotación, y demás (Harvey, 1982: 267).
Históricamente, varios medios de diseño de un sistema crediticio que puede absorber riesgo y
ajustarse a las pertinentes condiciones productivas han producido complejos sistemas
financieros - incorporando acciones y participaciones, dinero estatal y deuda gubernamental
que pueden en sí mismos intercambiarse como reclamos sobre la apropiación de plusvalor -
que son crecientemente globales en su ámbito. El sistema de crédito por lo tanto eleva las
contradicciones inherentes a la acumulación de capital discutidas previamente a un “plano
superior” (Harvey, 1982: 238): “el crédito no resuelve las contradicciones de la forma de
mercancía, simplemente las generaliza” (Clarke, 1994: 274). Una comprensión del papel del
sistema de crédito también ilumina una dimensión histórica significativa de la teoría de la
formación de la crisis en el capitalismo, dado que la “experimentación” en términos de crear
nuevos instrumentos financieros y configuraciones institucionales “pone las bases materiales
para ulteriores fases de acumluación” (Harvey, 1982:326), pero lo han hecho arriesgando
intensificar los ciclos de sobreacumulación y haciendo las crisis cada vez más destructivas
(Clarke, 1988: 110).Tengan en cuenta que esto tendrá especial relevancia en nuestro análisis
de la urbanización especulativa en España en el capítulo 4.
En el Volumen III de El Capital, Marx sostiene el argumento de que los capitales industriales
individuales sólo pueden mantenerse viables mientras "progresivamente tienden a
conformarse con los capitales de composición media bajo presión de la competencia" y, por
lo tanto, "tienden a realizar en los precios de sus mercancías ... el beneficio promedio" (Marx,
1981: 274). Los capitales industriales "media" o "normales" se categorizan, por lo tanto,
como aquellos que logran un grado de concentración promedio que les permite poner en
acción la productividad del trabajo correspondiente a la determinación del valor de las
mercancías, desempeñar un papel activo en la formación de la tasa general de ganancia a
nivel del mercado mundial y, por lo tanto, reclamar su parte correspondiente en la
distribución de la plusvalía (Iñigo Carrera, 2008: 3). A medida que avanzan los ciclos de
sobreacumulación, se cuestiona la supervivencia de la masa de "pequeños capitales
industriales" (aquellos que no logran mantener el grado de concentración normal y, por lo
tanto, no pueden valorizarse al ritmo promedio de ganancia para su rama o sector específico).
Esto, según Marx (1981: 359), obliga a los pequeños capitales a seguir "caminos aventureros:
especulación, estafas crediticias, estafas con acciones, crisis"; caminos tomados como medios
para evitar ser liquidados y estar disponibles para los capitales normales como capital fresco
(y así alimentar el proceso de centralización del capital en manos cada vez menos numerosas;
ver Harvey, 1982: 139). Harvey caracteriza esta explicación de Marx como una especie de
teoría de "equilibrio" de "la organización de la producción, expresada en términos de tamaño
de la empresa, grado de integración vertical, nivel de centralización financiera o lo que sea,
que es consistente con la acumulación capitalista y el funcionamiento de la ley del valor"
(Harvey, 1982: 140). En esto, los capitales industriales normales son aquellos que pueden
constantemente mejorar la productividad del trabajo bajo su control en línea con los niveles
promedio de productividad en sus respectivas ramas industriales. Y cuando dichas ramas
industriales consisten en capitales compitiendo en jurisdicciones internacionales, es decir, en
el mercado mundial, esos capitales desempeñan un papel activo en la formación de una tasa
de ganancia general (o promedio del mercado mundial).
Iñigo Carrera (2008: 59) explica cómo durante el siglo XIX y gran parte de los tres primeros
cuartos del siglo XX, el desarrollo del capitalismo en Europa Occidental y Estados Unidos
tomó esta forma precisa. Esto quiere decir que, en su búsqueda de ganancias a través de la
producción para el mercado mundial, los capitales industriales dentro de países como
Alemania y el Reino Unido tendían a desarrollar la productividad del trabajo mediante
innovaciones organizativas y tecnológicas asociadas al desarrollo de la industria a gran escala
y, a partir del siglo XIX, el sistema de "maquinofactura". Harvey (1982: 148) utiliza los
ejemplos históricos de grandes corporaciones verticalmente integradas que se desarrollaron
en Estados Unidos a partir de la década de 1920, como General Motors, para ilustrar esta
tendencia. En otros lugares (Harvey 1990: 127-40), argumenta que la expansión más allá de
Estados Unidos de estas formas organizativas y tecnológicas de producción, junto con las
formas asociadas de reproducción de la fuerza laboral, cultura, moralidad, etc., fue posible
solo después de la Segunda Guerra Mundial. Las formas anteriores de industrias artesanales
especializadas en Europa, como la fabricación de automóviles, estaban expuestas, en la
década de 1950, a la competencia de nuevos sistemas de maquinofactura, como los de la
región del Ruhr-Renania, que adoptaron nuevas formas organizativas y tecnologías y
comenzaron a beneficiarse de economías de escala más grandes. La creciente demanda de
automóviles, construcción naval, acero, petroquímicos, electrodomésticos y otros productos
manufacturados fue impulsada por el crecimiento de las fuerzas laborales de estas industrias,
así como por la expansión del gasto estatal en América del Norte y Europa (en la
reconstrucción de posguerra, infraestructura y construcción de viviendas, por ejemplo).
La manera única y desigual en la que diferentes estados adoptaron modos de gestión de los
mercados laborales, política fiscal, gasto en bienestar e infraestructura, obtuvo cierta
coherencia a través del sistema monetario de Bretton Woods. Establecido en 1944, esto
estableció la convertibilidad del dólar estadounidense en oro, convirtió al dólar en la moneda
de reserva mundial, limitó las fluctuaciones en los tipos de cambio internacionales y permitió
a los estados nacionales un grado sin precedentes de independencia monetaria. El contenido
de Bretton Woods, según Hampton (2006: 152-3), permitía el procesamiento nacional de las
relaciones de clase "en forma de conflicto entre el equilibrio interno y externo", otorgando al
estado nacional un grado de control en "reajustar el equilibrio entre el trabajo necesario y el
trabajo social" al permitir "una disminución gradual del valor del dinero a medida que los
costos de desvalorización del capital y la fuerza laboral eran "socializados", mientras que los
aumentos de productividad alimentaban los aumentos salariales".
Las empresas estadounidenses se beneficiaron de la apertura de las economías de los estados
nacionales europeos a la inversión extranjera y al comercio después de 1945. Cuando, en la
década de 1960, la recuperación de posguerra de Europa Occidental y Japón estaba completa,
sus principales capitales industriales también tuvieron que responder al problema de la
sobreproducción en sus mercados internos; en resumen, "la necesidad de crear mercados de
exportación para su excedente de producción debía comenzar" (Harvey, 1990: 141). Sin
embargo, la necesidad de crear y acceder a nuevos mercados era solo parte de la historia. La
acumulación global de capital a partir de la década de 1960 debe entenderse en el contexto de
una importante reconfiguración de la división internacional del trabajo.
A mediados de la década de 1970, Fröbel, Heinrichs y Kreye (1978: 849) ya habían
identificado que "el capital industrial ahora puede obtener ganancias adicionales mediante
una reorganización adecuada de la producción en tareas fragmentadas, lo que le permite
explotar el ejército de reserva mundial con la ayuda de un sistema de transporte y
comunicación altamente desarrollado". Esta fue una observación perspicaz pero parcial que
capturó la forma adoptada por la nueva división internacional del trabajo (NDIT), sin revelar
su contenido general que radicaba en la informatización y robotización de los procesos de
producción de la industria a gran escala (Grinberg y Starosta, 2013). A partir de la década de
1960, este último contenido sustentó la expansión en Europa Occidental de técnicas
ampliamente "fordistas" de fragmentación de los procesos laborales en una serie de
operaciones elementales. Sobre la base de la automatización y la reubicación espacial, los
capitales industriales en los países clásicos podían trasladar momentos del proceso de
producción a fábricas en países que, en ese momento, tenían excedentes laborales de bajo
costo y con relativamente poca resistencia de los sindicatos locales. Esto también explica los
movimientos de los estados europeos industrializados tardíamente hacia un proceso desigual
de liberalización parcial de la política económica y hacia la entrada de la inversión extranjera
directa (FDI), como mostramos que fue el caso en España en ese momento en el Capítulo 2;
así como el proceso mediante el cual los países europeos "clásicos" comenzaron un proceso
de traslado de trabajadores del extranjero para trabajar bajo diferentes variantes nacionales
del sistema de trabajadores invitados de Alemania Occidental (Fröbel, Heinrichs y Kreye,
1978: 851) - muchos de los cuales provenían del sur de Europa. También de crucial
importancia para comprender este período fueron los sistemas de relaciones industriales entre
el capital y el trabajo que se establecieron en muchos países industrializados, ya que
permitieron un aumento en los estándares de vida para muchos trabajadores. Como confirma
Clarke (1992: 144-5): "La estabilización política dependía de la integración sistemática y
política de la clase trabajadora a través de las relaciones industriales, la reforma social y el
sufragio. La condición para tal integración fue la acumulación sostenida de capital
productivo, en el contexto de la acumulación sostenida de capital a escala mundial". El
problema era que las formas de producción fordista y la gestión económica "keynesiana" no
podían garantizar ninguna de las dos. De hecho, en la década de 1960, el proceso de
sobreacumulación global de capital intensificó las presiones sobre los estados para seguir
políticas expansionistas e inflacionarias. Esto, junto con la adopción de métodos fordistas de
producción en gran parte de los países industrializados avanzados, preparó el escenario para
nuevos patrones de lucha de clases en las fábricas y contra el estado. Harvey (1990: 137-8)
destaca nuevas formas de resistencia al descalificación y a la rutinización impuestas por la
maquinofactura; oposición a la formación de un mercado laboral "competitivo" fuera de los
sectores "monopolio" relativamente privilegiados (en los cuales el desarrollo exclusivo de
estos últimos consistía en empleos precarios y de bajos salarios ocupados por mujeres y
minorías raciales y étnicas); y luchas dentro de los propios movimientos sindicales cuando
chocaban con la gerencia, sus propias bases y militantes (como en el movimiento británico de
los delegados sindicales, por ejemplo).
En resumen, como argumenta Harvey (1990: 141), "el período de 1965 a 1973 fue uno en el
que la incapacidad del fordismo y el keynesianismo para contener las contradicciones
inherentes del capitalismo se volvió cada vez más evidente". La tendencia hacia la NDIT, que
consistía en transformaciones en el proceso laboral orientadas a aumentar la tasa de
valorización para el capital global en su conjunto, fue en sí misma el resultado de la tendencia
a desarrollar las fuerzas de producción sin límites y fue mediada por las estrategias
competitivas de los capitales industriales más dinámicos, las corporaciones transnacionales
(TNC), y las estrategias políticas de los estados que buscaban asegurar una base estable para
la acumulación en el contexto de la sobreproducción generalizada.El aumento resultante de la
inversión extranjera directa (IED) de los países avanzados a los países menos desarrollados,
el establecimiento de acuerdos entre los estados industrializadores tardíos y las TNC
extranjeras, y la búsqueda de mano de obra disciplinada y de bajo costo a partir de la década
de 1960 en adelante (ver Fröbel, Heinrichs y Kreye, 1980) anunciaban una inminente crisis
global de sobreproducción, así como la base para una recuperación global a largo plazo que
estaría llena de contradicciones (Iñigo Carrera, 2008: Capítulo 6). Como veremos en el
Capítulo 2, el resultado de la tendencia inicial hacia la NDIT para países como España, que
aún no habían desarrollado una base industrial que pudiera competir más allá del mercado
interno limitado y que ya enfrentaban una crisis en la década de 1960, fue que se les ofreció
un salvavidas. La llegada de la IED significó nuevos flujos de ingresos para el estado, la
oportunidad de mejorar los procesos de producción en la manufactura y un medio para
prolongar la vida útil de sus numerosos capitales pequeños. La combinación de cambio
tecnológico basado en la automatización y la reubicación espacial que caracteriza a la NDIT
significaba que España, como una economía industrializadora tardía en proximidad inmediata
a los principales mercados de Europa Occidental, ofrecía bajos costos de producción y una
ubicación competitiva para la inversión de las TNC en la década de 1960 y 1970. Sin
embargo, como explicaremos más adelante en los Capítulos 2 y 3, esta forma de integración
en la NDIT fue parcial y de carácter intermedio, un hecho que se expresó en la incapacidad
de la base industrial para absorber futuros excedentes de mano de obra y sustentar la
expansión del consumo social en las generaciones venideras, una característica que está en la
raíz de la experiencia de España y otros países industrializadores relativamente tardíos dentro
de Europa.
Conclusión.
El impacto de la crisis global que estalló en el Reino Unido y Estados Unidos en 2007 ha sido
devastador para varios países industrializados tardíos en el sur de Europa. El desafío que nos
hemos planteado en este libro es explicar el papel específico desempeñado por España en los
desarrollos más generales que hemos delineado anteriormente: la consolidación de un NDIT
desde la década de 1960; la expansión sostenida de la escala de producción más allá de los
límites inmediatos del consumo social desde la década de 1980; y la increíble expansión de la
deuda a escala global. Pero para abordar completamente este desafío, primero debemos
examinar la base específica de acumulación en España en el período inmediatamente anterior
a su inserción en el NDIT y el proceso de integración europea. Debemos analizar los límites
de la industrialización por sustitución de importaciones.