Traducción Primer Capítulo de - The Limits of The Capital in Spain

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 25

Los Límites al Capital

Este capítulo pone las bases teóricas del análisis que sigue en los siguientes cuatro capítulos.
Nuestro principal objetivo es explicar la necesidad de la crisis en el capitalismo, la aparición
periódica de crisis en la forma de sobreacumulación de capital, y la relación entre las crisis de
sobreacumulación y las transformaciones en la producción y los patrones de reproducción
social vistos a lo largo de gran parte del mundo desde los años 70 - culminando en la crisis
actual1. La organización del capítulo es la siguiente: Primero, nos explayamos en el análisis
de Marx del capital como un proceso - un proceso de valor que se autoexpande - y la
importancia de la competencia inter-capitalista en cuanto a “ley coercitiva” que resulta de la
formación de la tasa de ganancia general a lo largo de diferentes ramas de la producción. La
competición lleva a los capitalistas individuales a jugar su parte en las continuas y “a saltos”
revoluciones tecnológicas y organizativas características de la producción capitalista, un
proceso marcado por el desarrollo desigual de las fuerzas de producción. Explicamos por qué
hay una tendencia general hacia la sobreproducción en el capitalismo, y la relación entre el
dinero, el sistema de crédito y las crisis de sobreacumulación. Entonces introducimos nuestra
comprensión de la constitución social de estados nacionales que median entre sí la unidad
global de la producción capitalista. Aquí, desarrollamos la noción de que el estado nacional
en sí mismo tendría que ser entendido en términos procesuales, y como un “momento” activo
en la acumulación global de capital y en la formación y gestión de las crisis. Seguimos esto
con una disertación sobre el desarrollo desigual de la producción global, la tendencia general
hacia una nueva división internacional del trabajo desde los años 60, y sobre cómo los ciclos
de sobreacumulación y crisis desde entonces se han caracterizado por la expansión
espectacular del crédito y la deuda en una escala global. A lo largo de este capítulo nuestro
análisis se ceñirá a un nivel relativamente abstracto y general. En el capítulo 2, cambiamos
nuestro foco de atención a las especificidades del desarrollo capitalista en países de
industrialización relativamente tardía, y en España en particular.

La acumulación de capital y las “leyes coercitivas” de la competencia.

1
Nota del traductor: dado que esta obra data del año 2013 aquí no se refiere (obviamente) a la actual crisis condicionada por
el COVID y la guerra, sino a la anterior.
Desde la emergencia y consolidación del modo de producción capitalista en una escala global
el modo general según el cual los procesos socioecológicos se combinan para reproducir los
medios de reproducción social humana ha tenido en sí mismo sus bases en un proceso
material - la producción de mercancías. Tal y como Marx explica en el famosamente difícil
capítulo inicial del Capital (1976), una mercancía es la encarnación de dos potencias: la de
ser socialmente útil y la de ser intercambiable por otras mercancías por el precio
correspondiente. El secreto para la conmensurabilidad del valor de cambio de las mercancías
está en que son formas de (o el modo de apariencia de) valor. El valor media la unidad de
todo acto concreto, privado e independiente de trabajo social dentro del modo de producción
capitalista, y por lo tanto del metabolismo socioecológico en general. Marx llama a la
sustancia del valor “trabajo abstracto”, pues el gasto de tiempo de trabajo concreto por parte
de tantos individuos aparece como el mismo tiempo de trabajo social general e indiferenciado
- cuajado en la forma de mercancías producto de ese trabajo social. La magnitud del valor se
determina por el tiempo socialmente necesario para su producción - la medida media del total
de los actos concretos privados e independientes de actividad productiva requeridos para
producir los medios (materiales y morales) de reproducción social humana. El valor por lo
tanto no tiene materialidad corpórea; uno no puede tocarlo, por así decirlo. Más bien, el valor
se expresa en su forma concreta más desarrollada en dinero (Starosta, 2008: 310). Como tal,
el dinero es “la forma más abstracta de propiedad privada” - “el poder social supremo a través
del cual la reproducción social se subordina a la reproducción del capital” (Clarke, 1988: 13–
14).
¿Pero qué es el “capital” en este sentido? La forma privada e independiente en la cual se
producen mercancías es un principio organizativo general históricamente específico del
capitalismo (Iñigo Carrera, 2008: 10– 11). En el capitalismo, el proceso de producción en sí
mismo generalmente consiste en una serie de momentos transformadores en los que se
invierte dinero en un proceso laboral (en específico para comprar medios de producción y
fuerza de trabajo) con el objetivo de intercambiar las mercancías producidas por la suma
original desembolsada más una plusvalía que se realiza cuando se venden en el mercado
previsto. El capitalista, en cuanto a propietario de los medios de producción, recibe el dinero
original desembolsado más un beneficio (un desenlace que aparece como si fuese
enteramente resultado de su ingenio y esfuerzo). Del análisis de la producción de Marx se
deriva que el capital tendría que ser adecuadamente concebido no como una cosa o un “factor
de producción” - como ocurre en la ciencia económica neoclásica - sino como un proceso
(Harvey, 1982: 20); el capital es valor en movimiento, o valor que se autovalora (Marx, 1976:
994).
Las varias metamorfósis del valor en movimiento se pueden representar en la fórmula del
circuito del capital:
LP
M– C < … P… C– M + ΔM
MP

Aquí, “M” es dinero; “C” es la mercancía; “LP” es la fuerza de trabajo; “MP” es el medio de
producción; “P” representa la combinación de LP y MP durante la producción; “M” es el
dinero original desembolsado; y delta (Δ) representa una plusvalía que le corresponde al
capitalista en forma de beneficio.
La destilación de Harvey del análisis de Marx de este proceso de circulación en diez
características principales, resumida en el gráfico 1.1, es suficiente de momento para
presentar los fundamentos de este análisis de Marx, tal y como se despliega a lo largo de los
tres volúmenes del Capital. Atestigua cómo el análisis de Marx de la producción de
mercancías primero requiere el descubrimiento de la forma del valor a través del análisis
dialéctico, y por lo tanto cómo penetra las presuposiciones categóricas y el carácter fetichista
de la economía política clásica y la teoría económica neoclásica, avant la lettre (Heinrich,
2012: 33). Decisivamente, por supuesto, Marx también explica cómo la fuente de beneficios
(ΔM) para el capitalista industrial es plusvalor: la apropiación de tiempo de trabajo no
remunerado de la mano de obra. Así, podemos explicar cómo la producción de valor en el
proceso de circulación requiere una sociedad de clases compuesta por compradores y
vendedores de fuerza de trabajo - la única mercancía peculiar al modo de producción
capitalista cuyo valor de uso específico es la capacidad de producir más valor que el que en sí
misma cuesta producir - una plusvalía de valor. Y, además, que el plusvalor total disponible
para la clase capitalista se deriva de la realización del tiempo de trabajo excedente producido
durante y sobre el tiempo de trabajo necesario gastado por el trabajo social. Podemos
entonces sacar las características necesarias pero contradictorias e “irracionales” de la
producción de valor, el carácter necesariamente acumulativo de la circulación del capital y de
la incesante búsqueda de beneficios por parte de los capitalistas.
Gráfica 1.1 Diez Características Principales de la Circulación del Capital (Harvey,
1985a: 129– 32).

1. La continuidad de la circulación del capital se basa sobre una expansión continua del
valor de las mercancías producidas …
2. El crecimiento se consigue a través de la aplicación de trabajo vivo sobre la
producción.
3. El beneficio tiene su origen en la explotación de trabajo vivo en la producción …
4. La circulación de capital, por lo tanto, se basa en una relación de clase … [entre] los
que compran el derecho a disponer de fuerza de trabajo para conseguir un beneficio
(capitalistas) y los que venden el derecho a disponer de fuerza de trabajo para vivir
(obreros) …
5. Esta relación de clase implica antagonismo, oposición y lucha. Dos cuestiones
interconectadas entran en juego. ¿Cuánto tienen que pagar los capitalistas para
adquirir los derechos a la fuerza de trabajo y qué comprenden, exactamente, esos
derechos? Las luchas sobre el salario y las condiciones de trabajo (la longitud de la
jornada laboral, la intensidad del trabajo, el control sobre el proceso de trabajo, la
perpetuación de habilidades, etc.) son en consecuencia endémicas en la circulación
del capital …
6. Necesariamente, el modo de producción capitalista es tecnológicamente dinámico. El
impulso a diseñar revoluciones perpetuas en la productividad social del trabajo reside,
inicialmente, en las fuerzas gemelas de la competencia intercapitalista y la lucha de
clases …
7. El cambio tecnológico y organizativo normalmente exige la inversión de capital y
fuerza de trabajo. Esta simple verdad oculta poderosas implicaciones. Debe
encontrarse alguna forma para producir y reproducir plusvalías de capital y trabajo
que sirvan de combustible del dinamismo tecnológico tan necesario para la
supervivencia del capitalismo.
8. La circulación del capital es inestable. Encarna contradicciones poderosas y
disruptivas que lo hacen crónicamente propenso a la crisis [...] El crecimiento y el
progreso tecnológico, ambos elementos necesarios de la circulación del capital, son
mutuamente antagónicos. El antagonismo subyacente explota periódicamente en
forma de crisis de acumulación, disrupciones totales del proceso de circulación del
capital …
9. La crisis se manifiesta típicamente como una condición en la cual las plusvalías de
tanto trabajo como capital, necesarias para la supervivencia del capitalismo, ya no
pueden ser absorbidas. [Esto es] un estado de sobreacumulación.
10. Las plusvalías que no pueden absorberse se devalúan, a veces incluso se destruyen
físicamente. El capital se puede devaluar como dinero (a través de la inflación o el
impago de deudas), como mercancía (inventarios que no se venden, ventas por debajo
del precio de coste, destrucción física), o como capacidad productiva (instalaciones
ociosas o funcionando por debajo de su capacidad). Los ingresos reales de los
asalariados, su nivel de vida, su seguridad, incluso sus posibilidades vitales (esperanza
de vida, mortalidad infantil y cosas del estilo) disminuyen seriamente, particularmente
para aquellos arrojados a las filas del desempleo. Las infraestructuras físicas y
sociales que sirven de soportes cruciales para la circulación del capital y la
reproducción de la fuerza de trabajo pueden también descuidarse.

Marx muestra cómo la producción de una forma particular de plusvalía relativa es clave para
entender no sólo el desarrollo histórica y territorialmente expansivo del capitalismo sino
también su tendencia inherente a entrar en crisis periódicas. Por lo tanto es conveniente
considerar cómo se produce esta forma de plusvalor. El plusvalor relativo es la contraparte
del plusvalor absoluto. El segundo se produce por la extensión de la jornada laboral más allá
del tiempo socialmente necesario para producir los valores de uso necesarios para la
reproducción del obrero medio y por lo tanto de su fuerza de trabajo. El plusvalor relativo, sin
embargo, surge más efectivamente de aumentos en la productividad de la fuerza de trabajo a
través de la innovación tecnológica y su aplicación al proceso de trabajo, e invirtiendo en la
creciente escala de producción. Estos aumentos en las fuerzas productivas incrementan la
masa de valores de uso producidos en un determinado periodo de tiempo de trabajo, por lo
tanto haciendo la innovación atractiva para los capitales individuales que buscan lograr
mayores beneficios al producir una masa de mercancías mayor que la de sus competidores y
en el mismo periodo de tiempo. Pero, dado que una rotación de capital resulta en una nueva
plusvalía (ΔM) - que debe reactivarse como capital si se pretende acumular más plusvalías y
si los capitalistas pretenden reproducirse a sí mismos como tales - el desarrollo de las fuerzas
productivas no depende tanto de la voluntad y el espíritu emprendedor de la clase capitalista
como las presiones competitivas en su tasa de ganancia en cuanto otros capitalistas adoptan
formas tecnológicas y organizativas de producción parecidas (Clarke, 1994: 238; Harvey,
2010a: 165– 9; Heinrich, 2012: 106– 8). Aquí la contribución original de Marx fue revelar
que las revoluciones constantes en el desarrollo de las fuerzas productivas son necesarias en
el proceso de acumulación de capital tal y como lo hace la clase capitalista: “el desarrollo de
la producción capitalista hace necesario constantemente incrementar la cantidad de capital
aplicado en una determinada actividad industrial, y la competencia subordina cada capitalista
individual a las leyes inmanentes de la producción capitalista, en cuanto a leyes coercitivas y
externas” (Marx, 1976: 739).
En resumen, la teoría marxiana del valor explica cómo el imperativo de aumentar la
productividad de la fuerza de trabajo bajo el control de capitalistas individuales - y por lo
tanto de producir más barato que la competencia - está inserto en la producción capitalista; y,
por lo tanto, la presión competitiva de igualar, o de hecho superar, la productividad de los
capitales innovadores por parte de aquellos rezagados no puede ignorarse si estos últimos
pretenden permanecer rentables y, en última instancia, produciendo. Tal y como dice Marx:
“La ley de la determinación del valor por el tiempo de trabajo se manifiesta al capitalista
individual que aplica el nuevo método de producción al empujarle a vender sus bienes por
debajo de su valor social; esta misma ley, actuando como ley coercitiva de la competencia,
obliga a sus competidores a adoptar el mismo método … El capital por lo tanto tiene un
impulso inmanente, y una tendencia constante, hacia incrementar la productividad del trabajo,
a fin de abaratar las mercancías y, al abaratar las mercancías, abaratar al trabajador en sí
mismo” (Marx, 1976: 436– 7). Este proceso de ajuste por parte de los capitalistas
individuales es el origen de las crisi en el capitalismo pues, tal y como señala Clarke (1990/1:
454– 5): “El impulso a aumentar la producción de plusvalor, aunque sea impuesto por la
competencia capitalista, no se limita al interior de los límites del mercado sino que se somete
a sus propias leyes, que determinan la tendencia a expandir la producción sin tener en
consideración los límites del mercado. Estas leyes se definen no por la irracionalidad
subjetiva del capitalista sino principalmente por el desarrollo desigual de las fuerzas de
producción en cuanto los capitalistas luchan por una ventaja competitiva”.

La tendencia hacia la sobreproducción, la necesidad de la crisis y los ciclos


de sobreacumulación

Dado que el dinero aparece en las sociedades capitalistas como una “cosa” separada del resto
de mercancías y que cierra la brecha entre momentos distintos de la acumulación del capital -
venta y compra, producción y circulación; siempre existe la posibilidad formal de que la
metamorfosis del capital se interrumpa, y que los capitalistas no consigan el valor de las
mercancías que han producido (véase Burnham, 2002: 125– 6). Los capitalistas toman parte
en la producción de forma privada e independiente a fin de lograr un beneficio (es decir, un
excedente de dinero - ΔM), y la tendencia de la producción capitalista es el desarrollo
ilimitado de las fuerzas productivas. Por lo tanto, no hay garantía de que la oferta encontrará
una demanda adecuada. En efecto, la tendencia inherente al modo de producción capitalista
es hacia la sobreproducción de mercancías - una tendencia nacida del desarrollo desigual de
las fuerzas productivas dentro y entre las distintas ramas de la producción y, bajo las
circunstancias, impuesta por la competencia (Clarke, 1990/1, 1994). Esto explica la vigente
lucidez de la representación temprana de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista del
capitalismo como un sistema inherentemente expansivo de producción, que obliga a la
apertura de nuevos mercados en el extranjero por la coacción sobre los capitalistas a superar
barreras al beneficio percibidas como competencia en mercados existentes (Cammack, 2013;
Harvey, 1988). Empeños así - junto al ya mencionado desarrollo de fuerzas productivas -
pueden explicar históricamente períodos de boom económico y expansión dentro de y a
través de diferentes sociedades nacionales capitalistas. Sin embargo la tendencia hacia la
sobreproducción nunca se supera. Es evidente que en la lucha competitiva entre capitalistas
aquellos que son incapaces de seguir el ritmo y la escala del cambio técnico y organizativo lo
tienen más difícil para lograr beneficios - su liquidación es cuestión de tiempo, llevando a una
mayor concentración y centralización del capital en cada vez menos manos.
Todos los capitalistas se enfrentan a la sobreproducción en la forma de la intensificación de la
competencia, dado que a todos les cuesta trabajo mantener la rentabilidad ante la tendencia a
la baja de los precios y la devaluación de su inventario y sus medios de producción. Algunos
capitalistas invertirán en mayores cambios tecnológicos y organizativos; otros moverán su
capital a nuevas empresas productivas o especulativas con la esperanza de hacer beneficios
en otra parte (como veremos en nuestro análisis de la “transferencia de capital” al mercado
inmobiliario español en el capítulo 4); y los capitales rezagados ante el ritmo del cambio
tecnológico mirarán hacia una variedad de “caminos aventureros” tal y como pedir prestado o
incluso estafar para garantizar su supervivencia (Marx, 1981: 359). En cada escenario, el
capitalista busca sustentar su reproducción sin considerar los límites del mercado y, por lo
tanto, juega su rol en la extensión de la sobreproducción generalizada que tarde o temprano se
presenta ante todos los capitalistas como un límite a la acumulación (normalmente cuando los
bancos limitan los préstamos, como explicaremos en mayor detalle después). En estas
circunstancias, la rentabilidad sólo se restaurará a través de una crisis - en la que, por
ejemplo, se liquidan los capitales arcaicos, los inventarios y la maquinaria se devalúa o se
desecha, y se despide a los obreros obligándolos a volver al mercado laboral en búsqueda de
trabajos sobre nuevas bases contractuales (quizás con menores sueldos o menos garantías en
lo que respecta a las condiciones de trabajo). Esto se ejemplificará en nuestro análisis de la
reestructuración industrial y la fragmentación del trabajo en España en los 80 en el capítulo 3.
Dada la tendencia inherente a desarrollar las fuerzas productivas sin límite, y por lo tanto
hacia la sobreproducción generalizada, podemos pues insistir que la crisis no es solamente
una posibilidad formal bajo el capitalismo, sino que las crisis juegan un papel necesario al
re-limitar la acumulación dentro de los confines del mercado y restaurar las condiciones para
la acumulación de capital. Dentro de un modo de producción en el que “la verdadera barrera
a la producción capitalista es el capital en sí mismo” (Marx, 1981: 358) la crisis aparece
como el “racionalizador irracional” (Harvey, 1982: 305). La crisis ‘no es un fenómeno
patológico que aparece en la superficie de la sociedad capitalista, sino la manera normal y
habitual según la cual los precios y la producción se ajustan a fin de hacer posible la
reproducción renovada de capital… “la crisis no es sino la aserción forzosa de de la unidad
de las fases del proceso de producción que se han vuelto independiente entre sí”’ (Clarke,
1994: 196, citando a Marx).

El sistema de crédito

La teoría de la sobreproducción y la crisis tal y como se ha presentado hasta este punto es, en
sí misma, insuficiente (es simplemente un “primer corte”, como se dice en Harvey, 1982). En
específico, necesitamos explicar dos fenómenos recurrentes: primero, la periodicidad de estas
crisis; segundo, por qué las crisis aparecen normalmente en primera instancia más como una
crisis del dinero que como una de producción. Esto requiere que integremos nuestra
consideración del desarrollo de las fuerzas de producción la comprensión del papel del
crédito (que circula como capital portador de interés – un circuito representado en la forma
M … ΔM). Hay razones prácticas por las cuales el crédito tiene que estar disponible para los
capitalistas, y más sobre la base de la necesidad inminente que sobre el papel que han
desempeñado en la producción de plusvalor en el pasado los capitales individuales. Por
ejemplo, los capitales industriales deben llevar a cabo periódicamente – y sujetos a las “leyes
coercitivas de la competencia” – inversiones caras y especulativas en cambios organizativos y
tecnológicos para mejorar su competitividad y mantener la rentabilidad. Estas inversiones con
frecuencia requieren la disponibilidad de un excedente de dinero-capital en forma de crédito
sin bases materiales en la producción. Y, dado que la acumulación prolongada de capital
requiere la expansión del consumo social por parte de los trabajadores y de otros capitalistas,
el capital con interés puede también lanzarse a la circulación cuando la habilidad de los
obreros y los capitalistas de consumir mercancías es desproporcionada respecto a la
producción de mercancías (Harvey, 1982: 95). Abordaremos la relación con la política
monetaria y las luchas políticas sobre la reproducción del capital y el trabajo más tarde en
este capítulo.
Harvey (1982: capítulo 8) aborda el primer ejemplo con cierto detalle, buscando establecer
una relación entre el crédito y la circulación de otra forma de capital - el capital fijo. Hemos
visto cómo los medios más potentes de producir plusvalía relativa son el aumento de la
productividad de la fuerza de trabajo. Históricamente, las innovaciones necesarias en la forma
organizativa y tecnológica del proceso laboral en este sentido han implicado el desarrollo de
la gran industria. El desarrollo de las fuerzas de producción requiere reunir grandes de dinero
para invertirlas en capital fijo - instalaciones, maquinaria, y demás - que pueden no verse
amortizados por largos periodos de tiempo; el capital fijo, en otras palabras, hace de “prisión”
del valor dado que, en la práctica, toma la forma de grandes, y con frecuencia inamovibles
instalaciones físicas. Un sistema financiero crecientemente más complejo, con gran alcance
global, se ha desarrollado por lo tanto históricamente dentro y entre espacios nacionales de
acumulación y como una forma necesaria de ayudar a suavizar la desigualdad temporal de la
depreciación y la inversión en capital fijo que es central en el proceso de acumulación
(Clarke, 1994: 273), y para que el capital pueda circular a actividad óptima (regulado por una
tasa de interés adecuada y alcanzando, al menos, lo que Harvey llama “tiempo de rotación
socialmente necesario”). “Necesariamente”, entonces, “la competición entre capitalistas para
establecer ganancias excedentes se conduce al nivel del acceso al crédito” (Fine, 1979: 246).
El sistema de crédito proporciona un “arreglo temporal”, en otras palabras, a las barreras y
bloqueos potenciales inherentes al proceso de acumulación dentro de la gran industria,
permitiendo a los capitales individuales en competencia mantener el ritmo del cambio
técnico. Por supuesto, la expansión del sistema de crédito para financiar la expansión del
capital fijo significa que el crédito “se obtiene como una hipoteca del futuro, una apuesta
especulativa sobre la explotación laboral futura” (Bonefeld, 2000: 56). En este sentido, el
dinero crediticio por lo tanto circula como “capital ficticio”, y, como tal, se relaciona con el
capital productivo en términos de reclamar la apropiación de una parte del plusvalor. Este
reclamo es inherentemente incierto, dado que la producción futura de plusvalor varía según el
estado de la competencia, la tasa de explotación, y demás (Harvey, 1982: 267).
Históricamente, varios medios de diseño de un sistema crediticio que puede absorber riesgo y
ajustarse a las pertinentes condiciones productivas han producido complejos sistemas
financieros - incorporando acciones y participaciones, dinero estatal y deuda gubernamental
que pueden en sí mismos intercambiarse como reclamos sobre la apropiación de plusvalor -
que son crecientemente globales en su ámbito. El sistema de crédito por lo tanto eleva las
contradicciones inherentes a la acumulación de capital discutidas previamente a un “plano
superior” (Harvey, 1982: 238): “el crédito no resuelve las contradicciones de la forma de
mercancía, simplemente las generaliza” (Clarke, 1994: 274). Una comprensión del papel del
sistema de crédito también ilumina una dimensión histórica significativa de la teoría de la
formación de la crisis en el capitalismo, dado que la “experimentación” en términos de crear
nuevos instrumentos financieros y configuraciones institucionales “pone las bases materiales
para ulteriores fases de acumluación” (Harvey, 1982:326), pero lo han hecho arriesgando
intensificar los ciclos de sobreacumulación y haciendo las crisis cada vez más destructivas
(Clarke, 1988: 110).Tengan en cuenta que esto tendrá especial relevancia en nuestro análisis
de la urbanización especulativa en España en el capítulo 4.

La periodicidad de las crisis

Mientras que el desarrollo del sistema crediticio no introduce nuevas determinaciones al


proceso de acumulación, sí media, y a veces exacerba, el carácter cíclico de la acumulación y
el desarrollo desigual de las diferentes ramas de producción, pero también la periodicidad de
las crisis en el capitalismo. En fases previas de crecimiento, el crédito se expande para
alcanzar los requerimientos de los capitales individuales llevando a cabo inversiones en
nuevas formas de producción tecnológicas y organizativas, y sirve para promocionar el flujo
libre de capital entre diferentes ramas de producción de forma que el cambio de ritmo
tecnológico en los sectores más dinámicos dicta el de los menos dinámicos. El crédito por lo
tanto ayuda a los capitalistas individuales a mantener su rentabilidad, pero lo hace
extendiendo la vida de capital más pequeños y tecnológicamente arcaicos en ramas menos
dinámicas de la producción. En general, el crédito, por lo tanto, intensifica la tendencia a
desarrollar fuerzas productivas por encima de los límites del mercado. Tarde o temprano esto
se enfrenta con incluso los capitales más dinámicos en cuanto a una presión sobre la
rentabilidad. Esto significa que los capitalistas responde no recortando la escala de la
producción sino buscando reducir aún más los costes de producción o buscando nuevos
mercados, por lo tanto intensificando las presiones competitivas y la sed de crédito (Clarke,
1994:282). En respuesta, el crédito se expande para prolongar la agonía de los capitales
menos dinámicos, para permitir a otros comprar activos liquidados de esos capitales que no
pueden mantener competitividad y rentabilidad, o para financiar inversión en nuevas
aventuras especulativas. El ciclo de acumulación se determina por lo tanto no por el límite del
mercado, sino que - alimentado por la expansión del capital ficticio - va bastante más allá de
ese límite. La expansión del crédito alimenta el boom, mientras compone la probabilidad de
que, cuando estas inversiones especulativas ya no puedan reclamar la apropiación de
plusvalor, la crisis de sobreacumulación sea más destructiva. “Este estado de sobreproducción
de capital se llama sobreacumulación de capital” (Harvey, 1982: 192).
Se deriva, por lo tanto, que cuando las crisis estallan periódicamente durante el desarrollo del
capitalismo, aparecen no como crisis de producción sino como crisis del dinero. O, dicho de
otra forma, como una crisis del mando del dinero sobre la explotación del trabajo. La crisis se
enfrenta a la sociedad como la necesidad de restaurar la calidad del dinero a unas bases más
estables. Como explicamos en la siguiente sección, la crisis - y su resolución - por lo tanto se
convierte en un asunto político.

El estado, el dinero y el proceso nacional de las relaciones de clase globales.

En la mayor parte del Capital de Marx, el análisis permanece rígidamente al “nivel de


generalidad dentro de un modo de producción capitalista puramente funcional” (Harvey,
2012: 36). Sin embargo, ya en este alto nivel de abstracción podemos empezar a esbozar una
teoría marxiana del estado (como hace Harvey, 1976). Como resume Harvey, hay varias
condiciones esenciales para la acumulación de capital que hacen de ciertas formas de acción
estatal necesarias y permanentes en el desarrollo del capitalismo. Harvey (1976: 83) escribe:
“El estado capitalista debe, necesariamente, apoyar y ejecutar un sistema legal que encarne
los conceptos de propiedad, el individuo, igualdad, libertad y derecho que corresponden a las
relaciones sociales de intercambio bajo el capitalismo”. Añade: “La garantía de los derechos
de propiedad privada en medios de producción y fuerza de trabajo, el cumplimiento de
contratos, la protección de mecanismos para la acumulación, la eliminación de barreras de
movilidad de trabajo y capital, y la estabilización del sistema monetario (a través de la banca
central, por ejemplo), todo cae dentro del campo de acción del estado” (p. 84). También
sugiere: "El Estado debería, de hecho, considerarse como una relación... o como un proceso"
(p. 87). Este último punto está poco desarrollado en el artículo de Harvey de 1976 sobre la
teoría marxiana del Estado y, de hecho, en sus escritos posteriores. Está más desarrollado en
los escritos de los académicos que trabajan dentro del "enfoque del CSE", ya que han
contribuido a una comprensión marxiana de, en primer lugar, por qué y cómo la forma
capitalista de Estado se separa de la sociedad civil (véase Clarke, 1988: Capítulo 5); y, en
segundo lugar, por qué y cómo los Estados la acumulación global de capital mediante "el
procesamiento nacional de las nacional de las relaciones de clase globales" (Burnham, 1996:
94; véase también Clarke, 2001).
En primer lugar, y en una línea similar a la de Harvey, Bonefeld (2006: 206) aclara el carácter
de clase del Estado en el capitalismo:
"En resumen, la crítica de la economía política equivale a la crítica de la forma del Estado: la
forma del Estado no está fuera de la historia [como en la economía política y la teoría
política], sino que es la forma de organización de un sistema de producción capitalista y una
sociedad burguesa. La forma del Estado, como dice Marx en los Grundrisse, es la
concentración de la sociedad burguesa. El Estado es, pues, la forma política de la sociedad
burguesa; es la forma en la que la salvaguardia de la igualdad de derechos se concentra
políticamente. La ley del mercado (de trabajo) presupone, como su condición, el estado
capitalista que protege la desigualdad en la propiedad a través de la salvaguarda de la
igualdad de derechos, de la igualdad abstracta".
En este enfoque, por lo tanto, "el Estado" se entiende en términos relacionales y procesuales:
denota la lucha continua para imponer las condiciones para la acumulación de capital a través
del dinero y la ley, así como la lucha continua para limitar las demandas hechas por los
capitalistas y los trabajadores para asegurar su reproducción social dentro de los confines de
la acumulación estable de capital y en el contexto de la tendencia a la sobreacumulación que
es inherente a la forma capitalista de producción social (véase Bonefeld, 1992; Clarke, 1992;
Holloway, 1992). Volveremos sobre casos concretos de estas luchas en España en el capítulo
5 de este libro.
En segundo lugar, el "enfoque del CSE" insiste en que el Estado debe entenderse no
principalmente en términos de su constitución sobre una base nacional, sino como un
momento diferenciado -o "nodo político"- dentro de una totalidad global (Burnham, 1994;
Clarke, 1992). Para el estudioso no iniciado de la EPI que se encuentra con ella por primera
vez, la concepción marxiana de las relaciones internacionales puede parecer contraintuitiva:
"el mundo", sugiere Holloway (1996a: 124), por ejemplo, "no es una agregación de Estados
nacionales, capitalismos nacionales o sociedades nacionales: más bien la existencia
fracturada de lo político como Estados nacionales descompone el mundo en tantas unidades
aparentemente autónomas". La clave para descifrar este argumento es volver una vez más a la
cuestión del afán de lucro de los capitalistas. En el volumen III de El Capital, Marx explica
cómo se distribuye la ganancia entre los diferentes capitales industriales como partes
alícuotas del capital social total (véase también Arthur, 2002; Guerrero, 2003; Moseley, 2002
y 2009). La competencia entre los capitales que operan en diferentes ramas de la producción
dentro de la división internacional del trabajo tiene como resultado la igualación de las tasas
de ganancia en esas ramas, y por lo tanto la formación de un promedio de la tasa de ganancia
del mercado mundial. En efecto:
“Esta igualación "compara" el trabajo productivo puesto a trabajar dentro de la industria con
el trabajo productivo de todas las demás industrias, lo que conduce a la determinación de una
tasa media de beneficio. Esta tasa media de beneficio se obtiene como tasa media de
beneficio del mercado mundial. Esta igualación y promediación conlleva el
desencadenamiento de la "artillería pesada" de los precios más baratos (Marx y Engels, 1997:
17) sobre los Estados nacionales en caso de que la explotación del trabajo dentro de su
jurisdicción caiga por debajo de la tasa media de ganancia del mercado mundial. Esta
artillería pesada se hace sentir a través de las presiones sobre el tipo de cambio, la
acumulación de déficits en la balanza de pagos y el agotamiento de las reservas nacionales.
Es a través del movimiento del capital monetario como las condiciones mundiales de
acumulación afectan a las "economías nacionales". El dinero mundial no es sólo un medio de
cambio o un medio de pago; se obtiene, fundamentalmente, como un poder que controla la
eficacia de la explotación "doméstica" del trabajo. (Bonefeld, 2000: 38)”
Por tanto, los Estados nacionales se enfrentan a un dilema, como explica Burnham (1996:
105):
"Para aumentar las posibilidades de atraer y retener capital dentro de sus fronteras... los
Estados nacionales aplican una plétora de políticas (política económica y social, cooptación y
aplicación, etc.), además de ofrecer incentivos y estímulos a la inversión. Sin embargo, el
éxito de estas políticas nacionales depende de que se vuelvan a establecer las condiciones
para la expansión de la acumulación de capital a escala mundial. El dilema al que se
enfrentan los Estados nacionales es que, si bien la participación en las rondas comerciales
multilaterales y en las cumbres financieras es necesaria para potenciar la acumulación de
capital a escala mundial, dicha participación es también una fuente potencial de desventajas
que puede socavar gravemente la estrategia económica de un Estado nacional concreto."
A continuación, Burnham detalla las pruebas históricas que demuestran la existencia de esta
tensión en el sistema internacional posterior a 1945 y, a nuestros efectos, merece la pena tener
en cuenta esta idea a la hora de considerar el destino de determinados Estados nacionales
dentro del proyecto del mercado común europeo y, posteriormente, de la UEM, tema central
de los capítulos 3 a 5 de este libro.
No sugerimos que todos los estados deban tratarse simplemente como idénticos en cuanto al
análisis político y económico: "aunque todos los estados nacionales se constituyen como
momentos de una relación global, son momentos distintos y no idénticos de esa relación"
(Holloway, 1996a: 125), y "su desarrollo es el resultado de una historia de lucha de clases en
y contra las formas institucionales del modo de producción capitalista, cuya resolución
histórica siempre es provisional" (Clarke, 1988: 16, énfasis añadido). Ampliemos esto.
Después de considerar debidamente el desarrollo histórico de las instituciones internacionales
y nacionales adecuadas para un sistema de comercio y finanzas globales, generalmente
podemos afirmar que en una crisis de sobreacumulación, los bancos centrales se enfrentan a
una disminución de reservas con las cuales respaldar el tipo de cambio. Por lo tanto, la crisis
se presenta al estado, como respaldo del banco central, "en forma de déficits en la balanza de
pagos, anulados por un reclamo sobre los ingresos fiscales por parte de los acreedores, y en
forma de una amenaza a la convertibilidad de la moneda en productos básicos en el mercado
mundial, anulada por la presión especulativa sobre el tipo de cambio" (Bonefeld, 1996a:
198). Por lo tanto, el estado debe imponer control sobre la oferta monetaria para restringir el
crédito en la economía nacional como medio de mantener la "solvencia crediticia" en los
mercados financieros internacionales. "En otras palabras, implica una política de austeridad
estatal" (Bonefeld, 1996a: 199). Esto tiene una resonancia general en las experiencias de
crisis en las últimas décadas.
Sin embargo, en cualquier crisis dada, el estado también se convierte en objeto de lucha de
clases, ya que el capital y la clase trabajadora lo enfrentan como una barrera a su propia
reproducción social (Clarke, 1988: 16). Por lo tanto, la política de gestión económica consiste
en negociar las presiones políticas contradictorias para restablecer las condiciones de una
acumulación ampliada a escala global al confinar el crecimiento dentro de los límites del
mercado, por un lado, y las presiones para seguir políticas expansionistas (y, por lo tanto,
inflacionarias) para respaldar el crecimiento y el aumento de los niveles de vida,
independientemente de los límites del mercado, por otro. Los resultados de una crisis dada,
mediados por las estrategias competitivas de los capitalistas y las políticas estatales, nunca
están predeterminados, aunque podemos afirmar, como lo hace Harvey, que la forma en que
se maneja políticamente una crisis sienta las bases materiales para el próximo ciclo de
acumulación y, por lo tanto, para la viabilidad "objetiva" de algunas formas de acción estatal
sobre otras. Esto se volverá más claro a medida que rastreemos el desarrollo del capitalismo
en España y el sur de Europa en los próximos capítulos de este libro.
En la siguiente sección delineamos el proceso de transformación de la división internacional
del trabajo durante la segunda mitad del siglo XX, precisamente para llegar a una
comprensión más específica de los resultados diferenciados espacialmente de las
transformaciones en el desarrollo del capitalismo a escala mundial. Tenemos en cuenta que el
enfoque de la "CSE" señala enfáticamente que la acción estatal está orientada esencialmente
hacia la gestión permanente del proceso de sobreacumulación y la amenaza de crisis. Y, por
supuesto, también sugiere que la gestión de la política económica por parte del estado
siempre conlleva un riesgo significativo, ya que la efectividad del estado para garantizar la
validez de las reclamaciones especulativas sobre la producción de plusvalía solo puede ser
sancionada a posteriori, en lugar de a priori (Bonnet, 2002: 121). El análisis de Kerr (1998:
2282) sobre la iniciativa de financiación privada en el Reino Unido en la década de 1990
tiene una resonancia generalizable al respecto: "la necesidad de reestructuración estatal y su
forma general (es decir, austeridad estatal) se constituyó fuera de los límites del estado
nacional (y sus procesos de formulación de políticas). Pero las formas particulares en que
ocurrió esa reestructuración... fueron el resultado de una respuesta de ensayo y error por parte
de la administración política en su propio contexto "doméstico"... y al enfrentar la resistencia
de su propio proceso laboral y el del mercado" (ver también Clarke, 1990: 194).
Vale la pena reiterar, en términos generales, que la teoría marxista del valor ilumina cómo, en
esencia, todas las formas de estado, ya sea individualmente, regionalmente o a través de sus
relaciones internacionales con otros estados, deben ejercer un grado significativo de control
directo sobre la calidad del dinero dentro de su jurisdicción, la educación de la fuerza laboral,
la "libertad" de los trabajadores nacionales y extranjeros para ingresar y salir del mercado
laboral, la eficiencia de los arreglos infraestructurales (redes de transporte, por ejemplo), y así
sucesivamente (ver Bonefeld, Brown y Burnham, 1995: 29). Más adelante, explicaremos por
qué en las últimas décadas hemos sido testigos del ascenso del dinero como árbitro supremo
de las políticas estatales bajo condiciones cíclicas cada vez más intensas de la
sobreacumulación global de capital. Equipados con estas ideas, continuaremos en los
capítulos siguientes explicando el desarrollo reciente del capitalismo en países europeos
como España, no en términos de agencia política, autonomía institucional y
autodeterminación nacional, sino en términos de la necesidad permanente de los estados
nacionales de asegurar una posición estable dentro de la división internacional del trabajo y
gestionar la amenaza de devaluación que se les presenta en forma de presiones externas
coercitivas sobre los tipos de cambio, déficits en la balanza de pagos, y así sucesivamente. La
creación de una unión monetaria en Europa en la década de 1990 marcó un intento de crear
una zona de estabilidad monetaria después de dos décadas de crisis: "La UEM representa un
intento institucional de respaldar las políticas internas de austeridad con un ancla
supranacional y el establecimiento de una fuerza policial antinflacionaria que busca proteger
a los Estados miembros de las corridas especulativas al asegurar el derecho de propiedad
privada" (Bonefeld, 1998: PE55). El propósito y la constitución contradictoria de la UEM se
han demostrado vívidamente en la crisis actual y es un tema central en los Capítulos 3 a 5 de
este libro. Pero antes de abordar este tema, debemos primero abordar la teorización del
desarrollo desigual de la producción a nivel mundial en las últimas décadas, y como un medio
para analizar el desarrollo del capitalismo plagado de crisis en España antes del proceso de
integración económica europea a partir de la década de 1980 (nuestro objetivo en el Capítulo
2).

La tendencia hacia una nueva división internacional del trabajo.

En el Volumen III de El Capital, Marx sostiene el argumento de que los capitales industriales
individuales sólo pueden mantenerse viables mientras "progresivamente tienden a
conformarse con los capitales de composición media bajo presión de la competencia" y, por
lo tanto, "tienden a realizar en los precios de sus mercancías ... el beneficio promedio" (Marx,
1981: 274). Los capitales industriales "media" o "normales" se categorizan, por lo tanto,
como aquellos que logran un grado de concentración promedio que les permite poner en
acción la productividad del trabajo correspondiente a la determinación del valor de las
mercancías, desempeñar un papel activo en la formación de la tasa general de ganancia a
nivel del mercado mundial y, por lo tanto, reclamar su parte correspondiente en la
distribución de la plusvalía (Iñigo Carrera, 2008: 3). A medida que avanzan los ciclos de
sobreacumulación, se cuestiona la supervivencia de la masa de "pequeños capitales
industriales" (aquellos que no logran mantener el grado de concentración normal y, por lo
tanto, no pueden valorizarse al ritmo promedio de ganancia para su rama o sector específico).
Esto, según Marx (1981: 359), obliga a los pequeños capitales a seguir "caminos aventureros:
especulación, estafas crediticias, estafas con acciones, crisis"; caminos tomados como medios
para evitar ser liquidados y estar disponibles para los capitales normales como capital fresco
(y así alimentar el proceso de centralización del capital en manos cada vez menos numerosas;
ver Harvey, 1982: 139). Harvey caracteriza esta explicación de Marx como una especie de
teoría de "equilibrio" de "la organización de la producción, expresada en términos de tamaño
de la empresa, grado de integración vertical, nivel de centralización financiera o lo que sea,
que es consistente con la acumulación capitalista y el funcionamiento de la ley del valor"
(Harvey, 1982: 140). En esto, los capitales industriales normales son aquellos que pueden
constantemente mejorar la productividad del trabajo bajo su control en línea con los niveles
promedio de productividad en sus respectivas ramas industriales. Y cuando dichas ramas
industriales consisten en capitales compitiendo en jurisdicciones internacionales, es decir, en
el mercado mundial, esos capitales desempeñan un papel activo en la formación de una tasa
de ganancia general (o promedio del mercado mundial).
Iñigo Carrera (2008: 59) explica cómo durante el siglo XIX y gran parte de los tres primeros
cuartos del siglo XX, el desarrollo del capitalismo en Europa Occidental y Estados Unidos
tomó esta forma precisa. Esto quiere decir que, en su búsqueda de ganancias a través de la
producción para el mercado mundial, los capitales industriales dentro de países como
Alemania y el Reino Unido tendían a desarrollar la productividad del trabajo mediante
innovaciones organizativas y tecnológicas asociadas al desarrollo de la industria a gran escala
y, a partir del siglo XIX, el sistema de "maquinofactura". Harvey (1982: 148) utiliza los
ejemplos históricos de grandes corporaciones verticalmente integradas que se desarrollaron
en Estados Unidos a partir de la década de 1920, como General Motors, para ilustrar esta
tendencia. En otros lugares (Harvey 1990: 127-40), argumenta que la expansión más allá de
Estados Unidos de estas formas organizativas y tecnológicas de producción, junto con las
formas asociadas de reproducción de la fuerza laboral, cultura, moralidad, etc., fue posible
solo después de la Segunda Guerra Mundial. Las formas anteriores de industrias artesanales
especializadas en Europa, como la fabricación de automóviles, estaban expuestas, en la
década de 1950, a la competencia de nuevos sistemas de maquinofactura, como los de la
región del Ruhr-Renania, que adoptaron nuevas formas organizativas y tecnologías y
comenzaron a beneficiarse de economías de escala más grandes. La creciente demanda de
automóviles, construcción naval, acero, petroquímicos, electrodomésticos y otros productos
manufacturados fue impulsada por el crecimiento de las fuerzas laborales de estas industrias,
así como por la expansión del gasto estatal en América del Norte y Europa (en la
reconstrucción de posguerra, infraestructura y construcción de viviendas, por ejemplo).
La manera única y desigual en la que diferentes estados adoptaron modos de gestión de los
mercados laborales, política fiscal, gasto en bienestar e infraestructura, obtuvo cierta
coherencia a través del sistema monetario de Bretton Woods. Establecido en 1944, esto
estableció la convertibilidad del dólar estadounidense en oro, convirtió al dólar en la moneda
de reserva mundial, limitó las fluctuaciones en los tipos de cambio internacionales y permitió
a los estados nacionales un grado sin precedentes de independencia monetaria. El contenido
de Bretton Woods, según Hampton (2006: 152-3), permitía el procesamiento nacional de las
relaciones de clase "en forma de conflicto entre el equilibrio interno y externo", otorgando al
estado nacional un grado de control en "reajustar el equilibrio entre el trabajo necesario y el
trabajo social" al permitir "una disminución gradual del valor del dinero a medida que los
costos de desvalorización del capital y la fuerza laboral eran "socializados", mientras que los
aumentos de productividad alimentaban los aumentos salariales".
Las empresas estadounidenses se beneficiaron de la apertura de las economías de los estados
nacionales europeos a la inversión extranjera y al comercio después de 1945. Cuando, en la
década de 1960, la recuperación de posguerra de Europa Occidental y Japón estaba completa,
sus principales capitales industriales también tuvieron que responder al problema de la
sobreproducción en sus mercados internos; en resumen, "la necesidad de crear mercados de
exportación para su excedente de producción debía comenzar" (Harvey, 1990: 141). Sin
embargo, la necesidad de crear y acceder a nuevos mercados era solo parte de la historia. La
acumulación global de capital a partir de la década de 1960 debe entenderse en el contexto de
una importante reconfiguración de la división internacional del trabajo.
A mediados de la década de 1970, Fröbel, Heinrichs y Kreye (1978: 849) ya habían
identificado que "el capital industrial ahora puede obtener ganancias adicionales mediante
una reorganización adecuada de la producción en tareas fragmentadas, lo que le permite
explotar el ejército de reserva mundial con la ayuda de un sistema de transporte y
comunicación altamente desarrollado". Esta fue una observación perspicaz pero parcial que
capturó la forma adoptada por la nueva división internacional del trabajo (NDIT), sin revelar
su contenido general que radicaba en la informatización y robotización de los procesos de
producción de la industria a gran escala (Grinberg y Starosta, 2013). A partir de la década de
1960, este último contenido sustentó la expansión en Europa Occidental de técnicas
ampliamente "fordistas" de fragmentación de los procesos laborales en una serie de
operaciones elementales. Sobre la base de la automatización y la reubicación espacial, los
capitales industriales en los países clásicos podían trasladar momentos del proceso de
producción a fábricas en países que, en ese momento, tenían excedentes laborales de bajo
costo y con relativamente poca resistencia de los sindicatos locales. Esto también explica los
movimientos de los estados europeos industrializados tardíamente hacia un proceso desigual
de liberalización parcial de la política económica y hacia la entrada de la inversión extranjera
directa (FDI), como mostramos que fue el caso en España en ese momento en el Capítulo 2;
así como el proceso mediante el cual los países europeos "clásicos" comenzaron un proceso
de traslado de trabajadores del extranjero para trabajar bajo diferentes variantes nacionales
del sistema de trabajadores invitados de Alemania Occidental (Fröbel, Heinrichs y Kreye,
1978: 851) - muchos de los cuales provenían del sur de Europa. También de crucial
importancia para comprender este período fueron los sistemas de relaciones industriales entre
el capital y el trabajo que se establecieron en muchos países industrializados, ya que
permitieron un aumento en los estándares de vida para muchos trabajadores. Como confirma
Clarke (1992: 144-5): "La estabilización política dependía de la integración sistemática y
política de la clase trabajadora a través de las relaciones industriales, la reforma social y el
sufragio. La condición para tal integración fue la acumulación sostenida de capital
productivo, en el contexto de la acumulación sostenida de capital a escala mundial". El
problema era que las formas de producción fordista y la gestión económica "keynesiana" no
podían garantizar ninguna de las dos. De hecho, en la década de 1960, el proceso de
sobreacumulación global de capital intensificó las presiones sobre los estados para seguir
políticas expansionistas e inflacionarias. Esto, junto con la adopción de métodos fordistas de
producción en gran parte de los países industrializados avanzados, preparó el escenario para
nuevos patrones de lucha de clases en las fábricas y contra el estado. Harvey (1990: 137-8)
destaca nuevas formas de resistencia al descalificación y a la rutinización impuestas por la
maquinofactura; oposición a la formación de un mercado laboral "competitivo" fuera de los
sectores "monopolio" relativamente privilegiados (en los cuales el desarrollo exclusivo de
estos últimos consistía en empleos precarios y de bajos salarios ocupados por mujeres y
minorías raciales y étnicas); y luchas dentro de los propios movimientos sindicales cuando
chocaban con la gerencia, sus propias bases y militantes (como en el movimiento británico de
los delegados sindicales, por ejemplo).
En resumen, como argumenta Harvey (1990: 141), "el período de 1965 a 1973 fue uno en el
que la incapacidad del fordismo y el keynesianismo para contener las contradicciones
inherentes del capitalismo se volvió cada vez más evidente". La tendencia hacia la NDIT, que
consistía en transformaciones en el proceso laboral orientadas a aumentar la tasa de
valorización para el capital global en su conjunto, fue en sí misma el resultado de la tendencia
a desarrollar las fuerzas de producción sin límites y fue mediada por las estrategias
competitivas de los capitales industriales más dinámicos, las corporaciones transnacionales
(TNC), y las estrategias políticas de los estados que buscaban asegurar una base estable para
la acumulación en el contexto de la sobreproducción generalizada.El aumento resultante de la
inversión extranjera directa (IED) de los países avanzados a los países menos desarrollados,
el establecimiento de acuerdos entre los estados industrializadores tardíos y las TNC
extranjeras, y la búsqueda de mano de obra disciplinada y de bajo costo a partir de la década
de 1960 en adelante (ver Fröbel, Heinrichs y Kreye, 1980) anunciaban una inminente crisis
global de sobreproducción, así como la base para una recuperación global a largo plazo que
estaría llena de contradicciones (Iñigo Carrera, 2008: Capítulo 6). Como veremos en el
Capítulo 2, el resultado de la tendencia inicial hacia la NDIT para países como España, que
aún no habían desarrollado una base industrial que pudiera competir más allá del mercado
interno limitado y que ya enfrentaban una crisis en la década de 1960, fue que se les ofreció
un salvavidas. La llegada de la IED significó nuevos flujos de ingresos para el estado, la
oportunidad de mejorar los procesos de producción en la manufactura y un medio para
prolongar la vida útil de sus numerosos capitales pequeños. La combinación de cambio
tecnológico basado en la automatización y la reubicación espacial que caracteriza a la NDIT
significaba que España, como una economía industrializadora tardía en proximidad inmediata
a los principales mercados de Europa Occidental, ofrecía bajos costos de producción y una
ubicación competitiva para la inversión de las TNC en la década de 1960 y 1970. Sin
embargo, como explicaremos más adelante en los Capítulos 2 y 3, esta forma de integración
en la NDIT fue parcial y de carácter intermedio, un hecho que se expresó en la incapacidad
de la base industrial para absorber futuros excedentes de mano de obra y sustentar la
expansión del consumo social en las generaciones venideras, una característica que está en la
raíz de la experiencia de España y otros países industrializadores relativamente tardíos dentro
de Europa.

Ciclos de sobreacumulación global y crisis desde la década de 1970.

Para 1974, el mundo estaba experimentando una "crisis clásica de sobreacumulación"


(Clarke, 2001: 86), ya que los límites del auge de la posguerra se enfrentaron a los países
capitalistas clásicos, como Estados Unidos y el Reino Unido, en forma de una crisis
inflacionaria. La respuesta política inmediata a la crisis fue posponer una política de
austeridad y destrucción de capital productivo en gran parte de los países industriales
avanzados. En España, como veremos en el Capítulo 3, esta decisión se tomó en el contexto
de una transición de un estado fascista a una forma de estado liberal-democrático. La mayoría
de los estados nacionales adoptaron políticas expansionistas en medio de la crisis de 1974,
iniciando un período global de estanflación que duró hasta una recesión más pronunciada en
1979, cuando Estados Unidos respondió al aumento de los precios de los productos básicos y
la especulación contra el dólar restringiendo la oferta de dinero (el llamado "shock de
Volcker"). No fue hasta la recesión global de 1979-81 que los estados respondieron a la crisis
a través de una política deflacionaria de austeridad: la imposición de dinero restrictivo; la
acelerada destrucción de capital mercantil y de pequeños capitales tecnológicamente
rezagados; y la propagación ideológica de un nuevo "realismo social", expresado de manera
emblemática en el dicho de Margaret Thatcher: "no hay alternativa" (ver Clarke, 1988:
348-9).
En el contexto de baja rentabilidad, recesión y austeridad a partir de la década de 1970, los
capitales en ramas de producción orientadas al mercado mundial buscaron reducir aún más
los costos de producción, intensificando así la tendencia hacia la NDIT. En los países clásicos
y, en ese momento, también en Japón, los capitales industriales con exceso de capacidad
buscaron cada vez más racionalizar, reestructurar e intensificar el control sobre el trabajo
como medio para restaurar la rentabilidad. En la década de 1980, "El cambio tecnológico, la
automatización, la búsqueda de nuevas líneas de productos y nichos de mercado, la
dispersión geográfica hacia zonas de control laboral más fácil, fusiones y medidas para
acelerar el tiempo de rotación de su capital surgieron como estrategias corporativas para
sobrevivir en condiciones de deflación" (Harvey, 1990: 145). El resultado de esto fue doble:
en primer lugar, se intensificó la fragmentación de la clase trabajadora, ya que aquellos
trabajadores en mercados laborales cada vez más competitivos se vieron expuestos a una
mayor "flexibilización" y descalificación (ver Standing, 1997); y en segundo lugar, la
producción a nivel internacional se reconfiguró aún más para consistir en formas
organizativas completamente nuevas, operando en escalas de producción más pequeñas, o la
integración de redes de pequeños capitales (muchos de los cuales están disciplinados por
responsabilidades familiares y de parentesco) en formas existentes de producción en base a
"subcontratación" o "externalización" (Harvey, 1990: 152-6). Esta reorganización espacial ha
sido considerada apropiada para la forma "justo a tiempo" de producción "delgada" y en lotes
pequeños, o "sistemanufactura" (Kaplinsky, 1989), que, por ejemplo, fue la base de la
superación del capital japonés en la industria automotriz mundial sobre la dominación del
capital estadounidense después de 1982 (Sturgeon y Florida, 2004).
En los años 80, los gobiernos de todo el mundo respondieron a una severa recesión mediante
un asalto orquestado por el Estado a la clase trabajadora en un intento deflacionario de limitar
la reproducción de esta última dentro de los límites de la rentabilidad. El producto de esta
reconfiguración de la división internacional del trabajo, en la que parece que el capital ha
trascendido las capacidades regulatorias de los Estados nacionales (Bonefeld, 2000; Clarke,
2001), no ha sido un capitalismo más "desorganizado". Al contrario, "el capitalismo se estaba
organizando cada vez más estrechamente a través de la dispersión, la movilidad geográfica y
la respuesta flexible en los mercados laborales, los procesos laborales y los mercados de
consumo, todo ello acompañado de grandes dosis de innovación institucional, de productos y
tecnológica" (Harvey, 1990: 159). En otras palabras, parte de la "racionalidad" de la
"reestructuración industrial" fue recuperar las tasas de ganancia en la industria (con tasas
mucho más bajas que en el período de posguerra), mediante innovaciones tecnológicas y
nuevas formas organizativas. Así, a través de la NDIT, "el capital ha sido cada vez más capaz
de dispersar las diferentes partes del proceso laboral a nivel global, según las combinaciones
más rentables de costos relativos y atributos productivos de los diferentes fragmentos
nacionales de la fuerza laboral global" (Grinberg y Starosta, 2009: 772). Este proceso
también ha servido para socavar aún más el poder de negociación de los sindicatos en
industrias clave, una respuesta necesaria a la crisis política en gran parte del mundo
industrializado (en ambos lados del "telón de acero") desde finales de los años 60 hasta los
años 70 (Harvey, 2005: 15; Holloway, 1996b: 22-8; Radice, 2010).
Sin embargo, la recuperación posterior a 1982 no se basó en la imposición de dinero
restrictivo, por muy atractiva que fuera la noción monetarista de restaurar la rentabilidad
subordinando la reproducción social de la clase trabajadora al dinero y dentro de los límites
de la rentabilidad, para los defensores del nuevo realismo social. Más bien, la recuperación se
basó en la expansión dramática del crédito. De crucial importancia en esto fue el colapso
anterior, en 1973, del sistema de Bretton Woods, bajo el peso de sus propias contradicciones,
y su reemplazo por un "no-sistema": un estándar monetario irredeemable de papel que
permitiría la expansión dramática de la compra y venta especulativa de deuda en los años
venideros (ver Hampton, 2006). De hecho, lo que surgió después de 1982 fue una
"yuxtaposición" de dos desarrollos aparentemente contradictorios: por un lado, la expansión
del crédito en toda la economía global (posibilitada por el colapso de Bretton Woods); por
otro lado, la imposición de la austeridad en las relaciones sociales (Bonefeld, 1996b). El auge
de los años 80 estuvo marcado por una fiebre especulativa intensa, alimentada por altas tasas
de interés. Esto resultó en el dramático aumento de los mercados de valores como una esfera
altamente rentable de inversión. Tales desarrollos sólo intensificaron la tendencia hacia la
sobreacumulación global de capital; los efectos del colapso del mercado de valores de 1987
solo fueron atenuados por una respuesta reflacionista que finalmente no logró evitar el inicio
de una grave recesión global en 1990.
El siguiente ciclo global de acumulación duró unos catorce o quince años. Crucialmente, para
nuestro análisis en este libro, incluyó la creación de la Unión Monetaria Europea (EMU)
como una malograda respuesta supranacional a los ciclos previos de crisis y la intensificación
de la competencia global. Terminó con el colapso de importantes bancos de inversión en
Estados Unidos en 2007, el inicio de la recesión global más larga y destructiva desde la
década de 1930 y una crisis de "integración europea". Fue marcado por varias crisis parciales
que afectaron a sectores específicos, países y regiones del mundo. De crucial importancia
para nuestro argumento en el Capítulo 4, por ejemplo, será el impacto de la llamada "crisis de
las puntocom" de 2000. Los mercados de valores internacionales crecieron espectacularmente
después de 1995, impulsados en Estados Unidos por el rápido desarrollo de empresas
electrónicas y basadas en Internet concentradas en el Área de la Bahía de San Francisco. La
burbuja estalló en 2000, con el NASDAQ solo en Estados Unidos perdiendo
aproximadamente un 77 por ciento del valor de las acciones para octubre de 2002 (Walker,
2006: 120). La crisis provocó una salida de los mercados de valores mientras los inversores
buscaban un "refugio seguro", como el mercado inmobiliario español, como se discute en el
Capítulo 4. En resumen, la "hiper-especulación" en el mercado hipotecario residencial estaba
destinada a compensar la explosión de la burbuja del mercado de valores (Foster, 2008; ver
también Christophers, 2011; Duménil y Lévy, 2011: 177-8; Fox Gotham, 2009; Harvey,
2010b: 29; Rutland, 2010: 1173). Para 2005, el apalancamiento en el sistema bancario
estadounidense había alcanzado relaciones de deuda-depósito de 30:1 (Harvey, 2010b: 30).
Cuando la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos estalló en agosto de 2007, siendo el primer
indicio la llamada crisis de las hipotecas "subprime", el desapalancamiento en el sector
bancario de Estados Unidos provocó enormes incumplimientos y los rescates coordinados por
el estado de bancos de inversión que anteriormente se consideraban "demasiado grandes para
quebrar" (ver Dymski, 2012). Esto marcó el comienzo de una profunda crisis global de
sobreacumulación de la que gran parte del mundo todavía no se ha recuperado.
En resumen, la crisis actual nace de la tendencia inmanente en el capitalismo de desarrollar
las fuerzas productivas sin tener en cuenta el límite del mercado. El desarrollo más reciente
del capitalismo tiene una cierta especificidad, sin embargo, ya que los períodos de
acumulación sostenida desde la década de 1970 han estado condicionados por la expansión
global de la deuda (y, de hecho, el aumento espectacular de su negociación como un activo).
Iñigo Carrera (2008: 86) destaca que, como contrapartida a la reconfiguración del NDIT, el
aumento del 68 por ciento en la producción de las principales economías del mundo desde
1973 se ha sostenido gracias a un aumento del 156 por ciento en el endeudamiento público y
privado desde entonces hasta 1992; mientras que en el período posterior a 2000, el PIB total
creció un 26 por ciento adicional, con un aumento del endeudamiento del 48 por ciento.
Harvey (2010b: 30; también 1990: 160–8) también otorga gran importancia a la expansión
global del crédito y a su "nacimiento por necesidad" desde 1973. Ha señalado, por ejemplo,
que "el volumen de negocio anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con los
aproximadamente 800 mil millones de dólares que serían necesarios para respaldar el
comercio internacional y los flujos de inversión productiva", resaltando la aparente falta de
unidad en la expansión global del capital financiero especulativo en comparación con la
producción industrial que ha caracterizado el desarrollo del capitalismo global en las últimas
décadas.
Parte de la razón de esta expansión del capital ficticio ha sido la financiación del consumo
social. La reorganización global de la producción asociada al NDIT ha permitido al capital en
los países clásicos aprovechar los aumentos de productividad obtenidos a través de la
automatización y la abaratamiento de la fuerza laboral globalmente diferenciada. Sin
embargo, en los países capitalistas avanzados, el lento crecimiento de la demanda laboral
debido a la dispersión global del proceso productivo ha resultado en una mayor proporción de
la fuerza laboral en estos países que se ve empujada hacia empleos con salarios más bajos y
de menor cualificación, o hacia las filas de los desempleados. En tales contextos nacionales,
la expansión del capital ficticio en forma de crédito ha sido fundamental para mantener el
consumo social mucho más allá de los niveles determinados por la evolución de los salarios
reales y los ahorros personales, como mostraremos en los Capítulos 3 y 4, con referencia
específica a España.

Conclusión.

El impacto de la crisis global que estalló en el Reino Unido y Estados Unidos en 2007 ha sido
devastador para varios países industrializados tardíos en el sur de Europa. El desafío que nos
hemos planteado en este libro es explicar el papel específico desempeñado por España en los
desarrollos más generales que hemos delineado anteriormente: la consolidación de un NDIT
desde la década de 1960; la expansión sostenida de la escala de producción más allá de los
límites inmediatos del consumo social desde la década de 1980; y la increíble expansión de la
deuda a escala global. Pero para abordar completamente este desafío, primero debemos
examinar la base específica de acumulación en España en el período inmediatamente anterior
a su inserción en el NDIT y el proceso de integración europea. Debemos analizar los límites
de la industrialización por sustitución de importaciones.

También podría gustarte