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EL ALBA, UNASUR, CONVENIOS Y TRATADOS CON OTROS PAISES DE NUESTRA

AMERICA:

El liberalismo ideacional se focaliza en la compatibilidad de las preferencias sociales


respecto de bienes colectivos fundamentales como la unidad nacional, las instituciones
políticas legítima y la regulación socioeconómica. Por su parte el liberalismo comercial se
centra en los incentivos creados por las oportunidades para las transacciones económicas
transfronterizas. El liberalismo republicano, a su vez, se focaliza en la naturaleza de la
representación doméstica y en las posibilidades que resultan de la búsqueda de conductas
orientadas a obtener rentas y réditos.

Frente a este, el idealismo comercial encontraría un prolífico campo de análisis en la


relación de los años del aperturismo económico y comercial de la región, coincidente con los
inicios del orden geopolítico de posguerra fría y los Gobiernos conservadores del continente en
la década de los noventa. Finalmente, el liberalismo republicano encontraría importantes
posibilidades de teorización en la integración de las agendas de los Estados más influyentes de
la región sobre los esquemas de integración aparecidos, como sucede con Brasil y Unasur, y
Venezuela y ALBA.

El fin de la Guerra Fría marca, de por sí, un cambio en la forma como se


entiende la integración regional latinoamericana, habida cuenta de la victoria que
experimentan la globalización de los mercados y la necesidad de internacionalizar la
economía en su máxima expresión. En ese entonces, la lectura de la integración pasaba,
necesariamente, por una clave económica y comercial frente a la que se yuxtaponía una
suerte de Gobiernos conservadores en la región, los cuales interiorizan el Consenso de
Washington (1989) y sus recomendaciones en cuanto a liberalizar, privatizar y
desregular, igualmente evidentes en 1994, bajo el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) o el, posteriormente fracasado, proyecto del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA).

Se trataba de romper con el intervencionismo estatal de los años de la sustitución


por importaciones y trascender de las dinámicas de integración intrazona. Se redefinen
el Pacto Andino (1969) y el Mercado Común Centroamericano (1960), en la CAN
(1989) y el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) (1992), respectivamente,
además de crearse el Mercosur (1991). Todos estos esquemas compartían la lógica de
que la integración económica era la prioridad en una competencia creciente de
globalización de los mercados. Se trataba de hacer valer la fórmula "+ Mercado-
Estado", en la que el resultado de ese binomio, en principio, era el de aspirar a una
mejor sociedad civil, al menos en apariencia, pues la realidad fue todo lo contrario.
Sin embargo, este conjunto de medidas en América Latina, que reducían las
relaciones internacionales a una cuestión de oportunidad y negocio, iban a llevar
consigo un debilitamiento de las instituciones de gobierno y una importante brecha
social que se traduciría en más de 200 millones de personas viviendo por debajo del
umbral de la pobreza y haciendo del continente la región más desigual del mundo
(Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], 2014).
Como fruto de lo anterior, se da un importante déficit de legitimidad sobre los
Gobiernos conservadores latinoamericanos, lo que precipita un paulatino viraje hacia
Gobiernos de izquierda. A la llegada al poder de Chávez, en Venezuela (1999), se suma
la victoria del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva, en 2001; Kirchner y el
Nuevo Peronismo llegan a la presidencia de Argentina en 2003, y Morales y Correa
asumen la presidencia de Bolivia y Ecuador en 2006 y 2007, respectivamente.

Este "giro a la izquierda" entiende que el Estado debe retornar a tener una
posición prioritaria, hacia adentro de las fronteras, así como en el diseño y la orientación
política y social de la integración latinoamericana. Es decir, más intervención en la
economía, más gasto público, mejor fortalecimiento de la dimensión social, mayor
diálogo político entre los Estados y mejores mecanismos de cooperación, trascendiendo
de la economía y el comercio. Se comienza a entender que la integración debe
incorporar otras dimensiones diferentes de las que hacían parte del regionalismo abierto.

Huelga decir que la coyuntura económica expansiva, unida al auge de los precios
del petróleo y al abandono de Estados Unidos, que tiene entre sus prioridades regionales
Afganistán e Irak, permite pensar esta nueva forma de entender América Latina desde
esta misma. Es una lectura desde un enfoque progresista y desarrollista, que buscará
priorizar un nuevo impulso sobre la agenda social y reinterpretar así la lógica
integradora en la que América Latina debe ser una construcción regional, estrictamente,
para los latinoamericanos.

Es desde este contexto como surgen nuevas formas de reinterpretar la región en


términos geopolíticos y geoculturales: ALBA, Unasur Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac). El primero sería un esquema impulsado por
Venezuela, con miras a combatir la pobreza y la exclusión social y entendiendo que es
imprescindible superar los obstáculos tradicionales de la integración latinoamericana
como el intercambio desigual, las reglas comerciales rígidas o la imposición de
programas de ajuste; esto, eliminando barreras y aprovechando las ventajas
competitivas del intercambio de bienes y mercancías. Al respecto, el petróleo,
especialmente durante los años de mayor precio del barril, sirvió de instrumento de
intercambio, pero sobre todo de alineamiento e influencia sobre países como Ecuador,
Bolivia o Nicaragua, próximos a la noción, tan emergente como posteriormente
prolífica, del socialismo del siglo XXI.

Unasur aparece en 2008 como un esquema de integración regional que


incorpora, asimismo, dos elementos relevantes para Sanahuja (2010):

Con Unasur, en particular, el regionalismo latinoamericano se está redefiniendo en


clave suramericana, frente a las tradicionales referencias simbólicas latinoamericanas, que
abarcaban toda la región, o los actuales marcos subregionales centroamericano, andino, y del
Cono Sur. Como construcción política, "Suramérica" se presenta como el nuevo marco de
referencia regional tanto a efectos de las relaciones regionales, y con el resto del mundo.

Y además, se consolida la mejor expresión del regionalismo posliberal, por cuanto se busca:

1) una primacía de la agenda política;


2) otorgar mayor papel a los actores estatales en el marco de las agendas económicas "post
Consenso de Washington";

3) mayor énfasis en una agenda positiva de integración centrada en la creación de


instituciones y políticas comunes así como en una cooperación no tanto comercial;

4) mayor preocupación por la dimensión social y las asimetrías en los niveles de desarrollo;

5) mayor preocupación por las carencias en infraestructura regional;

6) mayor atención a la seguridad energética y,

7) a la participación de la sociedad civil en los procesos de integración regional y su


legitimación.

Todo lo anterior, con un entramado institucional, novedoso, organizado en torno


a una Secretaría General, un Parlamento Suramericano y un elenco de Consejos, como
Infraestructura y Planeamiento, Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología e Innovación
y, el más importante, el CDS. Con ello, se dejaba entrever la ambición de un esquema
que desde su inicio se encontraba en la apuesta regional de los dos liderazgos más
influyentes de la región en ese momento, aunque finalmente terminará quedando más
próximo al interés de Brasil.

Por último, y aunque trasciende del objeto de estudio, en febrero de 2010


aparecía la Celac. Un esquema de concertación, prácticamente calcado en sus principios
rectores a la OEA, pero que busca relegar, en cierto modo, al escenario interamericano.
Para lo anterior se parte de un nivel de diálogo del más alto nivel gubernamental y con
una orientación de políticas que, sobre la base de una identidad común, aspira a integrar
a los Estados latinoamericanos, sin Canadá ni Estados Unidos, pero sí con Cuba.

Sin embargo, y pese a todo, como podrá verse a continuación, tras una década de
regionalismo posliberal, todo invita a pensar que este transita entre incertidumbres y
factores, tanto endógenos como exógenos, que invitan, cuando menos, a relativizar el
éxito y el poder transformador que, en su inicio, acompañaron a las ideas regionales de
ALBA o Unasur.

El origen de ALBA debe identificarse como el inicio de una nueva forma de


entender la integración regional. Algo "nuevo" frente a lo "viejo", donde lo viejo lo
representaba el proyecto ALCA, desvirtuado por la falta de voluntad política de los
Estados, mayormente suramericanos, y que en su momento escenificó Hugo Chávez con
sus famosas palabras "¡ ALCA, ALCA…, al carajo!" en el marco de la IV Cumbre de
las Américas de Mar de Plata, en 2005. Una Cumbre en la que el proyecto hemisférico
de integración regional era abandonado, fungiendo como un punto de inflexión clave en
una nueva forma de entender el regionalismo a partir de entonces.

Este cambio se remonta unos años atrás, cuando en la Cumbre de Isla Margarita
de 2001, aparece por primera vez la idea de ALBA , entonces acogida como un
proyecto que debía recalibrar la relación Estado-mercado a nivel regional, a efectos de
beneficiar a una sociedad civil interpretada en clave latinoamericana y caribeña, sobre la
cual primar la necesidad de espolear acciones que fortaleciesen los derechos humanos,
la cuestión de género, el desarrollo sostenible, las minorías étnicas y los sectores más
vulnerables de la sociedad civil latinoamericana. ALBA entroncaba, de esta manera, con
la noción de un socialismo del siglo XXI, desde donde la noción élite/imperio permitía
justificar un esquema deintegración regional de corte socialista, de sesgo populista,
antihegemónico y, por extensión, antiestadounidense.

La carga ideológica que suponía ALBA se sustantivaba con algunos elementos


que merece la pena destacar. Se buscaba fortalecer la posición de Telesur como un
conglomerado mediático continental, sobre la base de una figura jurídica de empresa
multiestatal, con los apoyos de Argentina, Cuba, Uruguay y Venezuela. Por otro lado, el
petróleo ganaba fuerza como un instrumento de cooperación, basado en lógicas de
intercambio con los Estados miembros de ALBA, y se respondía así a una
instrumentalización de dicho petróleo como factor de influencia a través, especialmente,
de Petrocaribe, Petroandina y Petrosur.

Además, otras iniciativas como la creación del Cono Energético Suramericano


en 2006, la firma del Tratado Comercial de los Pueblos, entre Cuba y Venezuela y
Bolivia (los dos protagonistas energéticos más influyentes del continente), o el
protagonismo de Venezuela en la I Cumbre Energética Sudamericana de abril de 2007,
en Isla Margarita, ponían de manifiesto la importancia de la energía como elemento para
entender la nueva cooperación e integración regional del continente; ello, con base a una
profunda carga ideológica que respaldaban Venezuela y su capacidad petrolera en la
región
.
Finalmente, cabría añadir la proximidad de ALBA, y también Unasur, con el
Banco del Sur, creado en diciembre de 2007 por Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador,
Paraguay y Venezuela, y cuya intención era crear una arquitectura financiera
internacional, paralela a las instituciones de Bretton Woods, que confiriera una suerte de
soberanía financiera, especialmente en lo que afecta al control de recursos y las
condiciones de devolución de préstamos para los países latinoamericanos. Empero, su
alcance ha quedado desdibujado con los años, alineado con pequeños proyectos alejados
de los macroproyectos inicialmente planteados. Basta recordar que de la partida,
inicialmente soñada, de 300.000 millones de dólares, apenas se ha ejecutado hasta 2015
poco más de 7000 millones. Debe destacarse que, en todo caso, se ha respetado la lógica
de reducir asimetrías entre los Estados regionales, mejorar una distribución más
equitativa y reducir la dependencia de la economía estadounidense.

Por todo, puede reconocerse que el mayor valor agregado de ALBA es más
simbólico y retórico que programático, lo cual no es óbice para reconocer la
originalidad de la creación de una cesta de productos y servicios locales de los países
miembros, que sirve como instrumento de compensación del pago de la factura
petrolera a Venezuela. Esto, reafirmando la estrategia de Chávez de buscar que la deuda
se convirtiese en un mecanismo de integración, al tomar como referencia parte de la
experiencia positiva que, en algunos términos, se había desarrollado en los últimos años
con países como Cuba, Argentina o Uruguay.

No obstante, cabe cuestionar de ALBA, a tenor de las experiencias de los


últimos años, en primer lugar, si verdaderamente ha construido algo real en torno a la
idea de socialismo del siglo XXI. Es decir, es destacable la filosofía de algunos de los
proyectos y la narrativa de los objetivos misionales del esquema integrador, pero no
pareciera que su alcance e impacto haya tenido un resultado transformador a tal efecto.
De hecho, buena parte de las tendencias de mejor distribución de la riqueza o
mejoramiento a los condicionantes sociales han venido ligados, más bien, al ciclo
expansivo de la economía que se proyectó en el continente hasta 2013. Así, ALBA
pareciera un proyecto ideológico que es cercano en muchas ocasiones al peronismo
argentino de los años cuarenta o al personalismo simbólico que, como confrontación
clásica a la idea de hegemonía o imperio, personifica Fidel Castro. No hay que olvidar
lo importante que es para ALBA la proximidad con Cuba, tanto por el aporte de las
ideas políticas como por su contribución en parte de la logística.

El hecho de que Brasil sea a Mercosur lo que Mercosur a Brasil, es decir, una
pieza indisociable en este escenario de integración regional, resulta sumamente
importante para comprender de qué modo el influjo brasileño ha ido definiendo el
camino por seguir para Mercosur; máxime, cuando ALCA se dispuso como un riesgo
capital que podía diluir el proyecto presentado por el Mercosur.

Asimismo, esta mayor proximidad a la región explica el protagonismo y la


apuesta brasileña por espolear y fortalecer el escenario regional que ofrece Unasur y
que, desde el inicio, construye un proyecto de cooperación intergubernamental de cariz
político y social, pero que no se debe obviarse construye (potencialmente) sobre las
estructuras económicas de la CAN y Mercosur. Una Unasur que, en cierto modo, debe
entenderse como un proyecto próximo al imaginario regional latinoamericano que
construye Itamaraty, desde una concepción neodesarrollista, cuyos pilares son la
democracia, el comercio y la seguridad, y junto a ellos la negociación, el diálogo
político y la resolución pacífica de los conflictos.

El proyecto unasureño, en cierto modo, contrasta con el ideologizado proyecto


venezolano. A diferencia de ALBA, Unasur aspira a hacer de Suramérica una región
desmilitarizada, sin presencia permanente de tropas extra-regionales y cuya impronta
queda evidente en el CDS. Además, concibe como prioridad el hecho de reducir la
impronta ideológica que, por ejemplo, ha llevado a Venezuela a disidencias notables
con países como Chile, Perú o Colombia en los últimos años.

Otra gran diferencia de Brasil y de Unasur con respecto de Venezuela y ALBA


reside en la percepción y relación que guarda con Estados Unidos y la Unión Europea.
Unasur mantiene un diálogo político mucho más afable y distendido, gracias al sistema
político confiable brasileño, su mayor compromiso comercial y seguridad jurídica, su
independencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o sus
excelentes relaciones con la Unión Europea, entre otros. Asimismo, pese a que Brasil
busca más una agenda regional cooperativa, erigida desde el binomio indisociable de la
concordia política y el desarrollo, y Estados Unidos opta más por los acuerdos
bilaterales vinculados con la agenda de seguridad, lo cierto es que convergen en
numerosas cuestiones regionales pertinentes con América del Sur. Una de ellas, de gran
importancia, es la estrategia en el juego político promovido desde Venezuela. Una
estrategia, la brasileña, claramente dominada -más allá del discurso político- por el
pragmatismo, la estabilidad política del país y el interés económico, energético y
comercial de la integración regional y su proyección exterior.
Es en este contexto donde Brasil debe enfrentarse a dos desafíos de suma
importancia: la conciliación de múltiples espacios de inserción global y regional, y la
necesidad de dotar a los ámbitos supranacionales de actuación en Unasur. Todo, con
una dosis suficiente de credibilidad, en la que factores como la diversidad, la asimetría y
la gobernabilidad operan como variables de trascendencia, imposibles de obviar. De
hecho, ambos retos, después de siete años de vida de Unasur no se han resuelto.

Lo anterior es muy importante porque Mercosur, en su dimensión ampliada con


Venezuela, además de cumplir con su cometido de integración regional en el espacio
sudamericano, se ha servido de una red de preferencias comerciales que abarca a otros
miembros de la Asociación Latinoamericana de Integración, como Chile y Bolivia,
engrosando en sus objetivos políticos la defensa de la democracia y los derechos
humanos, entre otros. Desde esta eventual tesitura, Mercosur y Unasur partirían, ab
initio, de un cometido económico y político similar, cuya mayor diferencia reposaría en
el hecho de que, desde Unasur, se abordan cuestiones como la infraestructura física y la
complementación energética, no previstas en Mercosur. Ello, unido al hándicap de
distar, todavía notablemente, del grado de compromiso, institucionalización y desarrollo
del que goza, más allá de sus dificultades, Mercosur.

Resulta difícil albergar ese potencial horizonte que, sin duda, espolearía la
integración regional suramericana. Mercosur continúa inmerso, tras los años, en una
etapa compleja, producto de la ineficacia de sus instituciones para mantener los
objetivos comunes que impulsaron los Estados miembros a inicios de los noventa. El
proceso de integración no ha avanzado como se desearía, pues Mercosur transita entre
una unión aduanera incompleta y una precaria zona de libre comercio. Empero, tampoco
se puede negar que una proyección de Unasur pueda revitalizar no solo el proyecto
mercosureño sino también una CAN en profunda crisis. Una crisis desdibujada por la
falta de voluntad política, la polaridad ideológica y la negociación individual en 2006 de
Colombia y Perú, con motivo de los últimos tratados de liberalización comercial con la
Unión Europea y Estados Unidos.

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