La Relación Terapéutica Por Stan Charnofsky
La Relación Terapéutica Por Stan Charnofsky
La Relación Terapéutica Por Stan Charnofsky
A lo largo del tiempo, los terapeutas humanista-existenciales han evadido esas preguntas
con respuestas como "creas un ambiente en el cual el cliente se siente seguro. Valoras al
cliente. El cliente tiene una tendencia natural hacia la salud. Somos organismos que se
auto regulan, La relación que creas es lo que sana." Esto desanima a muchos psicólogos en
ciernes o a terapeutas en formación, que prefieren encontrar una técnica conductual o
cognitiva con un procedimiento estructurado paso a paso. Entonces ¿cómo le hacemos
para permanecer leales a la psicología humanista? Y, ¿cómo comunicamos su eficacia a
otros?
Yo crecí en el lado este de los Ángeles, una zona de bajos recursos económicos, donde
florecían las pandillas: Happy Valley, Hazard, Downy. Y las muchachas participaban tanto
como los muchachos, una de mis compañeras se llamaba a si misma Viuda negra. Había
conflicto y había feudos. En algunas ocasiones, incluso muertes. Pero no había pistolas y
los adolescentes eran demasiado pobres para tener auto. Por lo tanto, no había tiroteos
desde los automóviles, balas perdidas hiriendo a niños que pasaban por ahí ni noticieros
anunciando que "el muerto se debía a alguna pandilla".
Ahora en día nuestra cultura se encuentra en problemas. Armas mortales están en manos
de niños y niñas. Para complicar el problema, hay un alto grado de frustración y un
mínimo grado de atención por parte de los padres.
No me refiero solo a la guía del padre y la madre. La cultura es padre de nuestros hijos e
hijas. En la actualidad, tenemos una falla cultural en torno a nuestras habilidades para
nutrir a los y las jóvenes. Los niños y las niñas crecen externamente y no de manera
interna, llegando a sentirse alienados y amargados. Estas actitudes, aunadas al acceso fácil
a las armas mortales, crean una sociedad peligrosa.
Estamos al borde de perder nuestra humanidad. Los niños y las niñas no están siendo
educados para respetarse a sí mismos y a los demás ni en torno a lo sagrado de la vida
humana.
William Glasser aplaude al siglo 20 como el siglo del triunfo tecnológico, y lo lamenta
como el siglo de la caída social. Nuestros hijos e hijas tienen acceso al cosmos, pero no
[1]
saben cómo nutrirse unos a otros. Para Glasser, uno de los culpables principales de esta
disparidad, es la noción de "estimulo respuesta." Glasser cree que en verdad, nadie
responde a un "estímulo", uno responde desde una opción personal. Todo
comportamiento es elegido. Por lo tanto, uno es responsable por todo lo que hace.
Hace justo dos décadas los neurólogos inventaron un sistema de "patrones" para enseñar
a niños con un daño orgánico a caminar, en el que la manipulación de las regiones
lastimadas repetidamente parecía entrenar al cerebro al cambiar el orden normal de las
secuencias. Quizá los psicólogos humanistas podían re-tornar la cultura hacia su centro u
origen humanista mediante el modelaje y una actitud integral. Los seres humanos están
hechos con una tendencia natural a la salud.
Como expresó Carl Rogers repetidamente, una planta no es ni buena ni mala, sino que
crece hacia su madurez saludable cuando tiene un medio ambiente de crecimiento con
agua, sol y tierra. Los humanos no son buenos ni malos y se orientarán hacia la salud
organísmica cuando se encuentren en un ambiente nutriente.
La terapia humanista tiene una oportunidad crucial para encauzar a nuestra cultura
problemática de regreso al camino sano, a la senda saludable. Más que ninguna otra
terapia, la terapia humanista-existencial modela la democracia. Es la terapia menos
impositiva en relación al cliente, maximiza la libertad de elegir. Validamos el potencial
humano de nuestros clientes. Podemos ser el elemento clave en la obligación de nuestra
cultura de educar eficazmente a los y las jóvenes.
[2]
UNA GUÍA OPERATIVA
1. Estar presente.
Tal vez igualmente importante es el darse cuenta que las personalidades más saludables
tienen la capacidad de vivir plenamente en el momento presente. En mi propia
experiencia como terapeuta, he observado que en mis clientes la angustia se magnifica
cuando se adelantan a los hechos o circunstancias o cuando se atoran en el pasado.
La frase de Fritz Perls "La angustia surge cada vez que uno abandona el presente" ha
probado ser verdad una y otra vez en mi propia experiencia terapéutica.
Más de una vez he repetido la frase sabia del pianista y comediante Oscar Levant "el
problema con la mayoría de los estadounidenses es que la felicidad es algo que
recordarnos, no algo que experimentamos."
[3]
Freud enfatizaba el uso de un medio ambiente con las mínimas distracciones para permitir
a un paciente adentrarse en lo más profundo, para propiciar una transferencia no
contaminada por estímulos externos.
Tuve una cliente joven que se quedó en terapia conmigo únicamente cuatro sesiones. Le
pregunté por qué quería terminar la terapia. A lo que ella respondió a modo de disculpa,
"En Nueva York, de donde soy, estuve en terapia durante tres años, y la oficina del analista
era plana y austera y me acostumbré a no tener distracciones. Su oficina está llena de
carteles y pensamientos estimulantes. No me puedo concentrar. No es su culpa es sólo
que no estoy acostumbrada a ello." Le aseguré que no pensaba que fuera mi culpa, que
entendía su situación y que le deseaba buena suerte.
Mi argumento es que, desde el punto de vista humanista, todo es parte de la vida: los
colores, el ruido, la música, incluso las interrupciones inevitables. No es que trate de
distraer a mis clientes, pero utilizo todo lo que sucede como parte de la terapia. Uno de
mis carteles favoritos tiene una cita del filósofo Albert Camus que dice, "En medio de todo
invierno he finalmente comprendido que en mi interior ha existido un verano invencible."
Uno puede imaginar el material terapéutico que este grano de sabiduría puede detonar.
Uno de mis clientes, un hombre de 34 años (le llamaremos Martín), estaba convencido de
que estaba enfermo, que padecía una enfermedad terrible e incurable y que moriría
joven. Su padre había muerto a los cuarenta años, pero él tenía tres veces el tamaño de
Martín, era obeso e inactivo.
Martín se sentaba (en mi oficina estimulante), miraba de un lado al otro y decía, " Se está
tan a gusto aquí, es tan agradable", y después diría, "Dios mío, cómo temo el trayecto a
casa de 45 minutos." Yo le preguntaba, "¿adónde te fuiste? Estabas aquí presente, y ya te
fuiste a dentro de una hora."
Una vez no llegó a su cita y cuando llamé a su casa, su esposa me contestó con un tono de
voz alterado. "Está en el hospital, no saben lo que tiene, tiene dificultad para respirar."
Una semana después regresó y me dijo "Puede que sea principio de diabetes". Creo
recordar haberle dicho (tontamente) "¡Bien!" Él había deseado tanto tener algo, que casi
era un alivio haberlo nombrado.
Dos semanas después vino a sesión y me dijo "íbamos camino a un concierto de Helen
Reddy y me enfermé en el estacionamiento, me empecé a ahogar. Mi esposa me dijo,
Bueno vámonos a casa. Pero yo respiré profundamente y contesté: "No, con un carajo,
vamos a entrar. Si me muero, me muero. Funcionó. Me quedé en el concierto y me sentí
bastante bien."
[4]
"Bien," le dije, "parece que encontraste una palabra clave apropiada para ti." Ambos nos
reímos y desde esa sesión siempre que empezaba a quejarse de su vida y su suerte, yo lo
atrapaba con "Acuérdate Martín, ¡qué carajo!" Su palabra clave, no la mía. Ese es el
meollo. Busca el remedio que el cliente aporta.
En la terapia humanista, es vital que el cliente se sienta seguro. Con frecuencia, el motivo
para que el cliente entre a terapia es que se siente amenazado, temeroso, o con una
sensación de pérdida -sea de una persona, de su salud, de su libertad, o del amor—. El
miedo está implicado en la depresión, así como en trastornos de ansiedad, y ciertamente
juega un papel en lo que se ha dado en llamar desorden bipolar.
Fue un no-terapeuta quién me enseñó mucho acerca de una teoría del desarrollado
humanista, que responde a la queja en torno a que la filosofía humanista-existencial
ignora nuestra niñez. En un libro pequeño y muy estimulante llamado El Lado Humano de
los Seres Humanos, Harvey Jackins, señala que todos nacemos con un amor a la vida, con
un comportamiento espontáneo y con un potencial intelectual enorme (asumiendo que
no haya daño cerebral). ¿Qué sucede? La respuesta puede ser expresada con dos
[5]
palabras: somos lastimados. Somos heridos y nuestra alegría se opaca, nuestra
espontaneidad se bloquea, nuestra inteligencia se obstruye por patrones que
desarrollamos como respuesta a daños y situaciones del pasado. Jackins sostiene que la
curación ocurre a través de la descarga de tensiones, lo que el niño -y la niña- hace
naturalmente al llorar cuando se lastima, gritar y patalear cuando está enojado, temblar
cuando se asusta; todo lo que culturalmente está suprimido en los adultos.
Ah, ahí está la dificultad. El enfoque terapéutico preferido por las HMO* (Agencias médicas
en Estados Unidos que dependen de las compañías aseguradoras. Estas son las que decidirán si
cubren las sesiones de terapia de una persona, absorbiendo el costo o no.) es la terapia
cognitivo-conductual, dado que puede realizarse con un mínimo de sesiones y con
resultados mesurables, no obstante, la durabilidad de sus cambios y los efectos
secundarios no han sido estudiados.
Me gusta la noción de Jackins de que los sentimientos requieren ser sentidos, pero las
decisiones en la vida necesitan realizarse con la mayor inteligencia posible. La dificultad
viene cuando se entiende que hasta que enfrentemos y trabajemos nuestros viejos
patrones a través de la terapia, no estará a nuestra disposición la totalidad de nuestra
inteligencia.
Dado que el factor de crecimiento dentro del espacio terapéutico es producto del
encuentro existencial, ambas partes están abiertas, dispuestas a mostrarse, vulnerables.
Les he dicho a mis estudiantes, "No es como en una fiesta, en donde todos compiten a ver
quién cuenta la mejor historia. Ni es una charla de café. Sin embargo, la auto-revelación
por parte del terapeuta provee una vulnerabilidad y apertura que le dice al cliente,
"también soy una persona y he experimentado el dolor."
[6]
¿Qué piensas ahora?, pueden ser las preguntas que hace el terapeuta. Se puede crear una
confianza relevante si el cliente confronta exitosamente a su terapeuta.
Este encuentro depende de la habilidad para tomar riesgos de ambas partes. Uno puede
darse cuenta de que ésta disponibilidad por parte del terapeuta, es producto de su propia
salud emocional. "¿Puedo manejar el encuentro con mi cliente abiertamente, sin
resentimiento, sin juicios y con un espíritu de reciprocidad que al final nos beneficia a los
dos?" Una manera de exponerlo es que el terapeuta humanista necesita "dosis de buena
salud", como la gente auto-actualizante descrita por Abraham Maslow.
Decir que todos elegimos lo que percibimos como lo más auto-realizador, no significa que
todos somos monumentos a la egolatría o el egoísmo. Si mi hija estuviese a punto de ser
atropellada por un auto en la calle, podría decidir instantáneamente aventarme sobre ella
para salvarla, aunque yo fuese arrollado. O uno podría parecer desprendido y generoso,
donando grandes cantidades de dinero a causas de ayuda social, y en la privado, sentirse
desmedidamente recompensado por esos actos.
Aún el suicidio como acto de desesperación última es percibido por la persona como auto-
realizador ya que todo lo demás, los relaciones, el trabajo, las actividades, la VIDA, es vista
como intolerable.
Esto no es para ser llevado al extremo, como algunos grupos de terapia lo han hecho en
los últimos veinte años: no somos responsables de las múltiples toxinas que invaden
nuestros cuerpos, de actos de la naturaleza, accidentes o de las bombas mal dirigidas de
algunos líderes extraviados; como tampoco de los actos de agresión que terceros infligen
sobre nuestros cuerpos.
RESULTADOS
[7]
Walter Anderson, en su libro La política y el humanismo nuevo, señala que la meta de la
terapia no debe ser la "adaptación." De hecho uno puede adaptarse a una situación
inhumana, como la sociedad en la Alemania Nazi, o una familia diezmada por el
alcoholismo y abuso físico. En cambio la meta debe ser una "persona integrada."
Las personas integradas, como Thoreau, Gandhi, y Chávez, son capaces de tomar
elecciones independientes, de evaluar el panorama de los eventos humanos,
confrontándolos con una visión clara e incisiva en sus juicios aun cuando van en contra del
orden y la ley establecidos. Ven el núcleo de un evento; toman los riesgos emocionales
apropiados, guiados por un decidido aprecio por la humanidad y por el planeta que
custodiamos.
No todos acuden a terapia. Pero no necesitarnos limitar nuestra influencia humanista a los
que si lo hacen. No aprendemos a ser terapeutas sólo durante la hora que nos sentamos
con un cliente; nos volvemos terapéuticos en todas nuestras transacciones. Podemos vivir
nuestras vidas de tal forma que aquellos que tocamos en todos nuestros encuentros se
sientan respetados, apreciados y honrados. Hasta (¡y esto es un gran reto!) en nuestros
automóviles.
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