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LIMA
JORGE OCTAVIO RONALD
BARRETO
HERRERA
En Lima, a
los 11 días del mes de octubre de 2004, la Sala Primera del Tribunal
Constitucional, con la asistencia de los magistrados Alva Orlandini, Bardelli
Lartirigoyen
y García Toma, pronuncia la siguiente sentencia
ASUNTO
ANTECEDENTES
La recurrida, revocando la
apelada, declaró infundada la demanda, argumentando
que el demandante hizo un
ejercicio excesivo de su derecho a la libertad de expresión,
ya que el mismo debe estar enmarcado en de los
límites que fija la ley, agregando que
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FUNDAMENTOS
Ø
Petitorio
1. El
objeto de la presente demanda es que se revoque la sanción de suspensión
impuesta al demandante por haber hecho declaraciones públicas a una emisora
radial
respecto a uno de los procesos que venía conociendo.
2. Como
cuestión preliminar corresponde pronunciarse sobre la irreparabilidad
producida
a consecuencia de la imposición de la sanción de suspensión al
demandante. Al
respecto, en el presente caso, tal imposicióna carrea tres
consecuencias
importantes: la primera se refiere a la suspensión efectiva de labores,
la
segunda a la retención de los haberes del demandante durante dicha suspensión y
la
tercera al registro de la sanción en su legajo personal.
3. El
caso se origina en circunstancias en que el titular del Tercer Juzgado Penal
Especial Anticorrupción de Lima, Jorge Barreto Herrera, luego de recibir una
denuncia del Ministerio Público para la apertura de instrucción contra
Vladimiro
Montesinos Torres, Edgardo Daniel Borobio y Edgard Solís Cano, por el
delito de
asociación ilícita para delinquir, y contra Luis Fernando Pacheco
Novoa, Gonzalo
Menéndez Duque y Andrónico Luksic Craig, por el delito de
tráfico de influencias,
declara no ha lugar a la apertura de instrucción contra
estos últimos, decisión que
luego es apelada por la Fiscalía encargada,
logrando ser revocada por la Sala Penal, la
que, finalmente, ordena al referido
juez abrir instrucción contra dichas personas.
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“[...] en su opinión, en el
Código Penal no está tipificado como delito aquella
persona que se acerca a
otra persona para que trafique en influencias (...);
asimismo, no obstante lo
resuelto por la Sala Especial, mantiene su posición
invariable de que los
indicados denunciados no han cometido delito sancionado de
modo específico en
el Código Penal” (extracto tomado de las resoluciones de fojas 3
al 16, basadas en la
trascripción de la entrevista realizada en CPN Radio, de fecha 13
de agosto del
2001).
4. A
consecuencia de tales declaraciones, la OCMA le inicia un proceso
administrativo
disciplinario que concluye en la aplicación de sanciones
sustentadas en la infracción
al deber de reserva de los jueces y la prohibición
de adelanto de opinión en procesos
en trámite, conforme lo establecen los
artículos 184°, inciso 6), de la Ley Orgánica
del Poder Judicial y el artículo 73°
del Código de Procedimientos Penales.
5. Así
vistos los hechos, queda por determinar si efectivamente, tal como lo alega el
demandante, sus declaraciones no generaron consecuencias nocivas para el
correcto
funcionamiento de la administración de justicia.
6. El
artículo 139º de la Constitución Peruana establece como uno de los principios
propios de la función jurisdiccional “la
independencia en el ejercicio de sus
funciones”.
7. Este
principio supone un mandato para que en todos los poderes públicos, los
particulares e, incluso, al interior del propio órgano, se garantice el respeto
de la
autonomía del Poder Judicial en el desarrollo de sus funciones, de modo
que sus
decisiones sean imparciales y
más aún se logre mantener esa imagen de imparcialidad
frente a la opinión
pública.
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8. Esta
autonomía debe ser entendida desde una doble perspectiva: a) como garantía de
la administración de justicia; b) como atributo del propio juez. Es en este último
plano donde se sientan las
bases para poder hablar de una real independencia
institucional que garantice
la correcta administración de justicia, pues supone que el
juez se encuentre y
se sienta sujeto únicamente al imperio de la ley y la Constitución
antes que a
cualquier fuerza o influencia política.
9. Pues
bien, mientras la garantía de la independencia, en términos generales, alerta
al
juez de influencias externas, la garantía de la imparcialidad se vincula a
exigencias
dentro del proceso, definidas como la independencia del juez frente
a las partes y el
objeto del proceso mismo. De este modo, ambas deben ser
entendidas como una
totalidad, por lo que no puede alegarse el respeto al
principio de independencia
mientras existan situaciones que generen dudas
razonables sobre la parcialidad de los
jueces.
10. En
esa perspectiva, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en importante
jurisprudencia que resulta pertinente traer a colación, desarrolló la teoría de las
apariencias, indicando
que si bien la imparcialidad personal de un juez se presume a
falta de prueba
en contrario, también hay que tener en cuenta cuestiones de carácter
funcional
y orgánico, y, en ese sentido, debe comprobarse si la actuación del juez
ofrece
garantías suficientes para excluir toda duda legítima sobre su imparcialidad,
frente a lo cual se observará que, incluso las apariencias, pueden revestir
importancia
(Casos Piersack y De Cubber).
11. En
efecto, existen situaciones concretas que desmerecen la confianza que deben
inspirar los tribunales o determinados jueces en la sociedad, las cuales pueden
darse,
entre otras, por evidente prevalencia de preferencias políticas en las
decisiones,
demostraciones públicas desproporcionadas respecto a su posición
personal en
determinado fallo, falta de neutralidad en la actuación de los
jueces, desacato a los
deberes de la propia organización del Poder Judicial, y,
con mayor razón, la
imparcialidad judicial en casos en que el juez haya sido
sancionado en reiteradas
oportunidades por las mismas infracciones u otras
relacionadas a su actuación.
12. Como
se aprecia, el juez debe ser un sujeto que goce de credibilidad social debido a
la importante labor que realiza como garante de la aplicación de las leyes y la
Constitución, lo cual implica, obviamente, despojarse de cualquier interés
particular o
influencia externa.
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13. La
defensa del demandante sostiene que el juez, al igual que cualquier otro
ciudadano, goza de los derechos a la libertad de expresión y de opinión. No
obstante
que el pronunciamiento concreto sobre el ejercicio de la libertad de
expresión de los
jueces se desarrolle en el siguiente punto, es necesario
señalar que el demandante
parte de un criterio errado cuando pretende equiparar
a un juez con cualquier
ciudadano, puesto que, como ya lo hemos señalado,
algunas personas –como jueces y
magistrados–, en razón de su cargo o posición,
tienen específicos deberes y
responsabilidades que importan el cumplimiento y
la protección de bienes
constitucionales, como la correcta administración de
justicia, en función de lo cual
pueden justificarse limitaciones a sus
derechos.
14. Claro
está que tales limitaciones deberán necesariamente respetar el contenido
esencial de los derechos en conflicto y ser congruentes con la finalidad y las
necesidades argumentadas en la justificación de tales restricciones.
15. Nuestra
Constitución establece en el inciso 4), artículo 2, que toda persona tiene
derecho a la libertad de información y de
opinión, a la expresión y difusión del
pensamiento mediante la palabra oral o
escrita o la imagen, por cualquier
medio de
comunicación social, sin previa autorización ni censura ni impedimento
alguno, bajo
las responsabilidades de ley.
16. A
ese respecto, es cierto que en un Estado democrático la libertad de expresión
adquiere un cariz significativo y obtiene una posición preferente por ser el
canal de
garantía mediante el cual se ejercita el debate, el consenso y la
tolerancia social; sin
embargo, ello no admite la aceptación de estados de
libertad irrestrictos, pues el
ejercicio mismo de la libertad de expresión
conlleva una serie de deberes y
responsabilidades para con terceros y para con
la propia organización social. Así, no
es posible hablar sobre esta base de
derechos absolutos -como lo alega el recurrente
al invocar una abierta
protección de su derecho a la libertad de opinión y de
expresión-, toda vez
que, a la luz de nuestra Constitución, el ejercicio ilimitado de
derechos no se
encuentra garantizado.
17. Sentada
esta premisa, es necesario señalar que si bien el ejercicio de la libertad de
expresión también debe ser aplicado al ámbito de la administración de justicia,
es
posible admitir restricciones a este derecho en el caso de los jueces cuando
con ellas
se resguarde la confianza ciudadana en la autoridad y se garantice la
imparcialidad
del Poder Judicial.
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18. Conforme
a lo señalado en el fundamento precedente,
se puede afirmar que el juez
en tanto persona, de la misma manera que
cualquier ciudadano, tiene derecho a la
libertad de expresión, pero cuando
actúa como juez, debe tomar en cuenta los deberes
impuestos por su propia
investidura.
19. En
el caso de autos, este Tribunal advierte que cuando el juez Barreto, con fecha
13
de agosto de 2001, brindó declaraciones en una emisora radial, las hizo en
su calidad
de juez, pues fue identificado por los entrevistadores como tal, y,
además, su sola
participación en la causa de debate puso en evidencia tal status. Por tal motivo, es
claro que,
para la opinión pública, aquellas declaraciones las dio en tanto miembro
del
Poder Judicial, y no en calidad de cualquier ciudadano civil.
20. Cierto
sector doctrinal –cuya posición consideramos razonable-, inclusive ha
señalado
que el crédito social de los jueces puede menoscabarse por un uso
inmoderado de
su libertad de expresión aun a título estrictamente personal, porque
difícilmente, al hacerlo, se le contempla en situación distinta de la que su status
determina, lo que suele
derivarse, entre otras, de expresiones beligerantes y, en
particular, respecto
de otras autoridades o de otros jueces, singularmente, respecto de
asuntos sub júdice o que habrán de estarlo (Gabaldón López, José. Estatuto judicial y
límites a la libertad de expresión y opinión de los jueces. En: Revista del Poder
Judicial. Número Especial XVII, versión electrónica publicada por el Consejo
General del Poder Judicial de España. Iberjus 2004).
21. Por
tales razones, para este Tribunal, la
neutralidad y la prudencia constituyen parte
de los estándares mínimos que
demuestran frente a la sociedad la imparcialidad e
independencia de los jueces
en las causas que le toca resolver. Ello, por cuanto el rol
de un juez no es el
de representar políticamente a la sociedad y hacer las críticas en
su nombre, y
por lo mismo, tampoco puede emitir libremente opiniones, como lo
haría
cualquier ciudadano común.
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22. A
juicio del Tribunal, estas exigencias adquieren un mayor grado de relevancia y,
por
tanto, su observación debe ser más rigurosa cuando se trata de procesos que
generan
mayor expectativa pública, como es el caso de los procesos por
corrupción de la
década pasada, pues la ciudadanía se encuentra más sensible a
la correcta actuación
del Poder Judicial en su conjunto y, como ya se ha
señalado en anterior
jurisprudencia, el juez no solo debe actuar con imparcialidad, neutralidad, mesura y
prudencia,
sino que debe cuidar de dar una
imagen de credibilidad frente a la opinión
pública.
23. En
consecuencia, las opiniones sobre el proceso -por parte de los propios miembros
del Poder Judicial-, cuando aún
no ha adquirido la calidad de cosa juzgada o no se
encuentre en la etapa de
juicio público y revista trascendencia social, constituyen un
elemento negativo
para garantizar la imparcialidad de aquel los jueces encargados de
emitir la
decisión final, pues es claro que podría afectar a las partes involucradas en
el
proceso y, en el peor de los casos, tales declaraciones podrían generar en
la
ciudadanía y en la prensa un filtro de conciencia contrario a lo que
finalmente podría
ser el fallo, de modo que pueden ser flanco de presiones
públicas y/o generar
expectativas para la resolución del caso en una
determinada línea, antes que
expectativas sobre la mejor actuación que puedan
brindar como tercero imparcial.
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Si bien no es aplicable al
caso el artículo 73° del Código de Procedimientos Penales,
pues los hechos se
encontraban en una fase preliminar a la instrucción, sí lo es el
inciso 6) del
artículo 184° de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que establece que
son
deberes de los magistrados guardar absoluta
reserva sobre los asuntos en los que
interviene, dejando en claro que, en
estos casos, el deber de reserva no admite
ninguna excepción.
27. En su defensa, el
recurrente ha señalado que sus declaraciones no han vulnerado el
deber de
reserva de los hechos que son materia del proceso, pues las mismas no
describen
ningún hecho o circunstancia del proceso. Señala, asimismo, que el deber
de
reserva no impide que el juez tenga una opinión concordante con la resolución
que
el mismo expidió.
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30. Respecto a la
sanción por adelanto de opinión, es cierto que, en puridad, esta
corresponde
cuando se adelantan posiciones anteriores a la decisión; sin embargo, la
sanción impuesta en este caso equipara el adelanto de opinión al hecho de
haberse
pronunciado por la tipicidad de conductas antes de que los partícipes
fueran
sentenciados, razón por la cual este argumento es razonablemente
aceptable, más aún
cuando proviene del juez encargado de instruir la
investigación, quien no puede dar
su opinión sobre el caso, pues de él se espera
la más absoluta reserva.
31. En consecuencia,
no procede en este caso la alegación absoluta del principio pro
libertate, estando sustentada la limitación del
derecho a la libertad de expresión del
juez Barreto en el cumplimiento de
deberes para resguardar el correcto
funcionamiento de la administración de
justicia; por consiguiente, tampoco puede
alegarse la vulneración de su derecho
al honor.
Por consiguiente, no se
vulneró su derecho a la libertad de expresión; muy por el
contrario, los
límites a la misma fueron desbordados, habida cuenta de que de por
medio se
encontraba el deber de reserva de los jueces, conforme se ha señalado en la
presente sentencia, motivo por el cual la demanda debe ser desestimada.
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HA RESUELTO
Declarar INFUNDADA
la demanda.
Publíquese y notifíquese.
SS.
ALVA ORLANDINI
BARDELLI
LARTIRIGOYEN
GARCÍA TOMA
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