2465-2004-Aa TC

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2465-2004-AA/TC
LIMA
JORGE OCTAVIO RONALD
BARRETO
HERRERA

SENTENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

En Lima, a
los 11 días del mes de octubre de 2004, la Sala Primera del Tribunal
Constitucional, con la asistencia de los magistrados Alva Orlandini, Bardelli
Lartirigoyen
y García Toma, pronuncia la siguiente sentencia

ASUNTO

        Recurso extraordinario interpuesto por don  Jorge Octavio Ronald


Barreto
Herrera contra la sentencia de la Tercera Sala Civil de la Corte
Superior de Justicia de
Lima, de fojas 200, su fecha 02 de marzo de 2004, que
declaró infundada la acción de
amparo de autos.

ANTECEDENTES

Con fecha 15 de febrero de


2002, el recurrente interpone acción de amparo contra
el Jefe de la Oficina del
Control de la Magistratura (OCMA) y el Consejo Ejecutivo del
Poder Judicial,
solicitando que se declaren inaplicables las resoluciones expedidas el 24
de
octubre de 2001 y el 21 de noviembre del mismo año, respectivamente, en virtud
de
las cuales se lo sanciona con 30 días de suspensión sin goce de haber al no
haber
observado el deber de reserva y haber adelantado opinión en el proceso en
el cual venía
conociendo, agregando que tal sanción constituye una vulneración
de su derecho a la
libertad de expresión, de opinión y al honor.

El Jefe de la OCMA contesta


la demanda solicitando que se la declare
improcedente o infundada, alegando
que, en el presente caso, la sanción fue impuesta por
un ejercicio indebido del
derecho a la libertad de expresión, el cual, como todo derecho,
no puede
ejercerse de modo irrestricto.

Con fecha 5 de diciembre de


2002, el Decimoséptimo Juzgado Civil de Lima 
declaró fundada la demanda, por considerar que la referida sanción ha
vulnerado el
derecho a la libertad de expresión del demandante, puesto que en
sus declaraciones se
limitó a sustentar su posición por el archivo del proceso
previamente conocido por él.

La recurrida, revocando la
apelada, declaró infundada la demanda, argumentando
que el demandante hizo un
ejercicio excesivo de su derecho a la libertad de expresión,
ya  que el mismo debe estar enmarcado en de los
límites que fija la ley, agregando que

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las declaraciones del demandante


vulneraron lo dispuesto por el artículo 184° inciso 6),
del TUO de la Ley
Orgánica del Poder Judicial.

FUNDAMENTOS

Ø 
Petitorio

1.  El
objeto de la presente demanda es que se revoque la sanción de suspensión
impuesta al demandante por haber hecho declaraciones públicas a una emisora
radial
respecto a uno de los procesos que venía conociendo.

El accionante señala que la referida sanción vulnera


sus derechos a la libertad de
expresión, de opinión, de honor, así como a la
independencia jurisdiccional, toda vez
que las
declaraciones emitidas únicamente expresaban su coincidencia con el
sentido de
la resolución expedida por él.

2.  Como
cuestión preliminar corresponde pronunciarse sobre la irreparabilidad
producida
a consecuencia de la imposición de la sanción de suspensión al
demandante. Al
respecto, en el presente caso, tal imposicióna carrea tres
consecuencias
importantes: la primera se refiere a la suspensión efectiva de labores,
la
segunda a la retención de los haberes del demandante durante dicha suspensión y
la
tercera al registro de la sanción en su legajo personal.

De este modo, si bien a


través del presente proceso no pueden cambiarse hechos
acaecidos en el pasado,
y en esa medida la suspensión impuesta devendría en un
hecho irreparable,
existen otras consecuencias de la sanción que sí podrían ser
revertidas, tales
como la retención de los haberes y el registro de la sanción en el
legajo
personal del demandante, por lo que corresponde emitir un pronunciamiento
de
fondo.

Ø  Las circunstancias de hecho y la supuesta vulneración de derechos

3.  El
caso se origina en circunstancias en que el titular del Tercer Juzgado Penal
Especial Anticorrupción de Lima, Jorge Barreto Herrera, luego de recibir una
denuncia del Ministerio Público para la apertura de instrucción contra
Vladimiro
Montesinos Torres, Edgardo Daniel Borobio y Edgard Solís Cano, por el
delito de
asociación ilícita para delinquir, y contra Luis Fernando Pacheco
Novoa, Gonzalo
Menéndez Duque y Andrónico Luksic Craig, por el delito de
tráfico de influencias,
declara no ha lugar a la apertura de instrucción contra
estos últimos, decisión que
luego es apelada por la Fiscalía encargada,
logrando ser revocada por la Sala Penal, la
que, finalmente, ordena al referido
juez abrir instrucción contra dichas personas.

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En el transcurso de estos hechos y luego de la


decisión de su superior jerárquico, el
juez Barreto, en entrevista ante un
medio de comunicación radial, 
manifiesta:

  “[...] en su opinión, en el
Código Penal no está tipificado como delito aquella
persona que se acerca a
otra persona para que trafique en influencias (...);
asimismo, no obstante lo
resuelto por la Sala Especial, mantiene su posición
invariable de que los
indicados denunciados no han cometido delito sancionado de
modo específico en
el Código Penal” (extracto tomado de las resoluciones de fojas 3
al 16, basadas en la
trascripción de la entrevista realizada en CPN Radio, de fecha 13
de agosto del
2001).

4.  A
consecuencia de tales declaraciones, la OCMA le inicia un proceso
administrativo
disciplinario que concluye en la aplicación de sanciones
sustentadas en la infracción
al deber de reserva de los jueces y la prohibición
de adelanto de opinión en procesos
en trámite, conforme lo establecen los
artículos 184°, inciso 6), de la Ley Orgánica
del Poder Judicial y el artículo 73°
del Código de Procedimientos Penales.

5.  Así
vistos los hechos, queda por determinar si efectivamente, tal como lo alega el
demandante, sus declaraciones no generaron consecuencias nocivas para el
correcto
funcionamiento de la administración de justicia.

Por lo tanto, el presente


caso se trata de uno en que la supuesta afectación de los
derechos a la libertad de expresión y de opinión del
recurrente se confrontan con la
exigencia del cumplimiento de deberes y responsabilidades derivadas de la propia
naturaleza de la función judicial, lo que implica que, para su resolución,
el Tribunal
se pronuncie sobre los siguientes temas: a) los principios de
independencia e
imparcialidad de los jueces; b) los especiales deberes de los
jueces en razón de su
estatuto; c) el derecho a la libertad de expresión u
opinión en el caso de jueces y
magistrados, y d) el deber de reserva judicial y
la prohibición de adelanto de opinión.

Ø  Los principios de independencia e imparcialidad de los jueces

6.  El
artículo 139º de la Constitución Peruana establece como uno de los principios
propios de la función jurisdiccional “la
independencia en el ejercicio de sus
funciones”.

7.  Este
principio supone un mandato para que en todos los poderes públicos, los
particulares e, incluso, al interior del propio órgano, se garantice el respeto
de la
autonomía del Poder Judicial en el desarrollo de sus funciones, de modo
que  sus
decisiones sean imparciales y
más aún se logre mantener esa imagen de imparcialidad
frente a la opinión
pública.

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8.  Esta
autonomía debe ser entendida desde una doble perspectiva: a) como garantía de
la administración de justicia; b) como atributo del propio juez.  Es en este último
plano donde se sientan las
bases para poder hablar de una real independencia
institucional que garantice
la correcta administración de justicia, pues supone que el
juez se encuentre y
se sienta sujeto únicamente al imperio de la ley y la Constitución
antes que a
cualquier fuerza o influencia política.

9.  Pues
bien, mientras la garantía de la independencia, en términos generales, alerta
al
juez de influencias externas, la garantía de la imparcialidad se vincula a
exigencias
dentro del proceso, definidas como la independencia del juez frente
a las partes y el
objeto del proceso mismo. De este modo, ambas deben ser
entendidas como una
totalidad, por lo que no puede alegarse el respeto al
principio de independencia
mientras existan situaciones que generen dudas
razonables sobre la parcialidad de los
jueces.

10.  En
esa perspectiva, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en importante
jurisprudencia que resulta pertinente traer a colación, desarrolló la teoría de las
apariencias, indicando
que si bien la imparcialidad personal de un juez se presume a
falta de prueba
en contrario, también hay que tener en cuenta cuestiones de carácter
funcional
y orgánico, y, en ese sentido, debe comprobarse si la actuación del juez
ofrece
garantías suficientes para excluir toda duda legítima sobre su imparcialidad,
frente a lo cual se observará que, incluso las apariencias, pueden revestir
importancia
(Casos Piersack y De Cubber).

11. En
efecto, existen situaciones concretas que desmerecen la confianza que deben
inspirar los tribunales o determinados jueces en la sociedad, las cuales pueden
darse,
entre otras, por evidente prevalencia de preferencias políticas en las
decisiones,
demostraciones públicas desproporcionadas respecto a su posición
personal en
determinado fallo, falta de neutralidad en la actuación de los
jueces, desacato a los
deberes de la propia organización del Poder Judicial, y,
con mayor razón, la
imparcialidad judicial en casos en que el juez haya sido
sancionado en reiteradas
oportunidades por las mismas infracciones u otras
relacionadas a su actuación.

Ø  Los especiales deberes de los jueces en razón a su estatuto

12.  Como
se aprecia, el juez debe ser un sujeto que goce de credibilidad social debido a
la importante labor que realiza como garante de la aplicación de las leyes y la
Constitución, lo cual implica, obviamente, despojarse de cualquier interés
particular o
influencia externa.

Por ello, su propio estatuto le exige la observación


de una serie de deberes y
responsabilidades en el ejercicio de sus funciones. Esto, a su vez,
justifica la

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existencia de un poder disciplinario interno para el logro de la


mayor eficacia en el
ejercicio de las 
funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas.

13.  La
defensa del demandante sostiene que el juez, al igual que cualquier otro
ciudadano, goza de los derechos a la libertad de expresión y de opinión. No
obstante
que el pronunciamiento concreto sobre el ejercicio de la libertad de
expresión de los
jueces se desarrolle en el siguiente punto, es necesario
señalar que el demandante
parte de un criterio errado cuando pretende equiparar
a un juez con cualquier
ciudadano, puesto que, como ya lo hemos señalado,
algunas personas –como jueces y
magistrados–, en razón de su cargo o posición,
tienen específicos deberes y
responsabilidades que importan el cumplimiento y
la protección de bienes
constitucionales, como la correcta administración de
justicia, en función de lo cual
pueden justificarse limitaciones a sus
derechos.

14.  Claro
está que tales limitaciones deberán necesariamente respetar el contenido
esencial de los derechos en conflicto y ser congruentes con la finalidad y las
necesidades argumentadas en la justificación de tales restricciones.

Ø  La libertad de expresión y opinión de los jueces

15.  Nuestra
Constitución establece en el inciso 4), artículo 2, que toda persona tiene
derecho a la libertad de información y de
opinión, a la expresión y difusión del
pensamiento mediante la palabra oral o
escrita  o la imagen, por cualquier
medio de
comunicación social, sin previa autorización ni censura ni impedimento
alguno, bajo
las responsabilidades de ley.

16.  A
ese respecto, es cierto que en un Estado democrático la libertad de expresión
adquiere un cariz significativo y obtiene una posición preferente por ser el
canal de
garantía mediante el cual se ejercita el debate, el consenso y la
tolerancia social; sin
embargo, ello no admite la aceptación de estados de
libertad irrestrictos, pues el
ejercicio mismo de la libertad de expresión
conlleva una serie de deberes y
responsabilidades para con terceros y para con
la propia organización social. Así, no
es posible hablar sobre esta base de
derechos absolutos -como lo alega el recurrente
al invocar una abierta
protección de su derecho a la libertad de opinión y de
expresión-, toda vez
que, a la luz de nuestra Constitución, el ejercicio ilimitado de
derechos no se
encuentra garantizado.

17.  Sentada
esta premisa, es necesario señalar que si bien el ejercicio de la libertad de
expresión también debe ser aplicado al ámbito de la administración de justicia,
es
posible admitir restricciones a este derecho en el caso de los jueces cuando
con ellas
se resguarde la confianza ciudadana en la autoridad y se garantice la
imparcialidad
del Poder Judicial.

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En estos casos, los límites a la libertad de


expresión de los jueces deben ser
interpretados de manera restricta y
debidamente motivada -al igual que toda
restricción al ejercicio de derechos
fundamentales-; por ello, cualquier posible
limitación solo encontrará sustento
si deriva de la propia ley o cuando se trate de
resguardar el correcto
funcionamiento de la administración de justicia.

18.  Conforme
a lo señalado en el fundamento precedente, 
se puede afirmar que el juez
en tanto persona, de la misma manera que
cualquier ciudadano, tiene derecho a la
libertad de expresión, pero cuando
actúa como juez, debe tomar en cuenta los deberes
impuestos por su propia
investidura.

19.  En
el caso de autos, este Tribunal advierte que cuando el juez Barreto, con fecha
13
de agosto de 2001, brindó declaraciones en una emisora radial, las hizo en
su calidad
de juez, pues fue identificado por los entrevistadores como tal, y,
además, su sola
participación en la causa de debate puso en evidencia tal status. Por tal motivo, es
claro que,
para la opinión pública, aquellas declaraciones las dio en tanto miembro
del
Poder Judicial, y no en calidad de cualquier ciudadano civil.

20.  Cierto
sector doctrinal –cuya posición consideramos razonable-, inclusive ha
señalado
que el crédito social de los jueces puede menoscabarse por un uso
inmoderado de
su libertad de expresión aun a título estrictamente personal, porque
difícilmente, al hacerlo, se le contempla en situación distinta de la que su status
determina, lo que suele
derivarse, entre otras, de expresiones beligerantes y, en
particular, respecto
de otras autoridades o de otros jueces, singularmente, respecto de
asuntos sub júdice o que habrán de estarlo (Gabaldón López, José. Estatuto judicial y
límites a la libertad de expresión y opinión de los jueces. En: Revista del Poder
Judicial. Número Especial XVII, versión electrónica publicada por el Consejo
General del Poder Judicial de España. Iberjus 2004).

21.  Por
tales razones, para este Tribunal, la
neutralidad y la prudencia constituyen parte
de los estándares mínimos que
demuestran frente a la sociedad la imparcialidad e
independencia de los jueces
en las causas que le toca resolver. Ello, por cuanto el rol
de un juez no es el
de representar políticamente a la sociedad y hacer las críticas en
su nombre, y
por lo mismo, tampoco puede emitir libremente opiniones, como lo
haría
cualquier ciudadano común.

El juez, más bien, está


obligado a actuar secundum legem y
con la más clara
neutralidad aun
cuando en su fuero interno se incline por una posición particular, de
ser el
caso.

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22.  A
juicio del Tribunal, estas exigencias adquieren un mayor grado de relevancia y,
por
tanto, su observación debe ser más rigurosa cuando se trata de procesos que
generan
mayor expectativa pública, como es el caso de los procesos por
corrupción de la
década pasada, pues la ciudadanía se encuentra más sensible a
la correcta actuación
del Poder Judicial en su conjunto y, como ya se ha
señalado en anterior
jurisprudencia, el juez no solo debe actuar con imparcialidad, neutralidad, mesura y
prudencia,
sino que debe cuidar de dar una
imagen de credibilidad frente a la opinión
pública.

23.  En
consecuencia, las opiniones sobre el proceso -por parte de los propios miembros
del Poder Judicial-, cuando aún
no ha adquirido la calidad de cosa juzgada o no se
encuentre en la etapa de
juicio público y revista trascendencia social, constituyen un
elemento negativo
para garantizar la imparcialidad de aquel los jueces encargados de
emitir la
decisión final, pues es claro que podría afectar a las partes involucradas en
el
proceso y, en el peor de los casos, tales declaraciones podrían generar en
la
ciudadanía y en la prensa un filtro de conciencia contrario a lo que
finalmente podría
ser el fallo, de modo que pueden ser flanco de presiones
públicas y/o generar
expectativas para la resolución del caso en una
determinada línea, antes que
expectativas sobre la mejor actuación que puedan
brindar como tercero imparcial.

Ø  Los jueces de instrucción

24.  El juez Barreto,


como juez de instrucción de primera instancia, debió ser capaz de
reservar la
propia opinión que se hubiera formado del caso, pues es a mérito de la
etapa de
instrucción donde se actúan diligencias y se acumulan pruebas e indicios
suficientes para determinar la situación jurídica de los procesados; por ello,
es
evidente que, en su caso, sus declaraciones restan la imparcialidad de su
función,
dejando ver cuál sería su orientación en el transcurso de la
investigación.

25.  Las opiniones o


preferencias particulares del juez –en caso que hubiese formado las
propias-
deben necesariamente quedar fuera del proceso, tomando en cuenta, además,
que
no le corresponde pronunciarse sobre la culpabilidad del denunciado. Por ello,
cuando el juez Barreto sostuvo que “los
denunciados no han cometido delito
sancionado de modo específico en el Código
Penal”, con ello ha revelado una
manifiesta predicción de condena, lo que
equivale a enmendar la plana a los jueces
llamados a pronunciarse finalmente
sobre la comisión del delito.

Y es que el hecho de que el


juez Barreto haya señalado “no obstante
lo resuelto por
la Sala Especial, mantiene su posición invariable de que los
indicados denunciados
no han cometido delito”, evidencia un cuestionamiento
implícito a la decisión de la
Sala Superior y no la expresión de una mera
posición ya sustentada, argumento que
tampoco sería aceptable, dado el deber de
absoluta reserva de los jueces en los

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asuntos en que intervienen, conforme lo dispone el artículo 184°, inciso 6), de


la Ley
Orgánica del Poder Judicial. Debe tomarse en cuenta, asimismo, que la
única forma
válida de cuestionar el fallo de un juez es vía los recursos
impugnativos
correspondientes.

26.  Por lo dicho hasta


aquí, atendiendo a las circunstancias del caso y al tenor de las
declaraciones
públicas del juez recurrente, este Tribunal no estima aceptable el
alegato de
su defensa. Por lo mismo, no resulta sostenible lo señalado por el
demandante
en cuanto a que “no incurrió en falta
porque, pese a sus declaraciones,
igual acató el fallo del superior”, pues
era claro que ante lo dispuesto por la Sala
Superior, a mérito de un recurso de
apelación, el juez de primera instancia se
encontraba obligado a acatar dicha
decisión.

Ø  El deber de reserva de los jueces

Si bien no es aplicable al
caso el artículo 73° del Código de Procedimientos Penales,
pues los hechos se
encontraban en una fase preliminar a la instrucción, sí lo es el
inciso 6) del
artículo 184° de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que establece que
son
deberes de los magistrados guardar absoluta
reserva sobre los asuntos en los que
interviene, dejando en claro que, en
estos casos, el deber de reserva no admite
ninguna excepción.

27.  En su defensa, el
recurrente ha señalado que sus declaraciones no han vulnerado el
deber de
reserva de los hechos que son materia del proceso, pues las mismas no
describen
ningún hecho o circunstancia del proceso. Señala, asimismo, que el deber
de
reserva no impide que el juez tenga una opinión concordante con la resolución
que
el mismo expidió.

28.  Este Tribunal, sin


embargo, no comparte dicho criterio. En efecto, del análisis legal
se desprende
que el juez Barreto infringió el artículo 184, inciso 6), de la Ley
Orgánica
del Poder Judicial, que obliga a guardar reserva sobre los asuntos en los que
se interviene; pero, más aún, debe tenerse en cuenta que las declaraciones
sobre la
posición del juez respecto al caso que va a investigar posteriormente,
resultan
perjudiciales al propio proceso, pues evidencian cuál es la línea a
seguir por el juez;
sin embargo, frente
a la opinión pública, la única línea a seguir es la absoluta
neutralidad.

Debe tenerse en cuenta,


entonces, que así como las declaraciones públicas respecto a
testimoniales,
pruebas, evidencias u otros elementos formales actuados en la
investigación
pueden poner en riesgo la propia existencia o generar un peligro de
fuga de los
participantes en la etapa instructiva, también arriesgan el éxito de esta
etapa, puesto que la exposición pública
de discrepancias en la etapa preliminar y el

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pronunciamiento público sobre la


atipicidad de las conductas de los inculpados
generan un clima de falta de
credibilidad e incertidumbre sobre la decisión final de la
Sala. En otras
palabras, se pone en riesgo la credibilidad conjunta de la actuación del
Poder
Judicial bajo los principios de imparcialidad e independencia, los cuales, para
este Colegiado, constituyen elementos de protección esenciales.

29.  La defensa de los


demandados ha alegado que, a consecuencia de las declaraciones
del juez, los
inculpados presentaron excepciones de naturaleza de acción. Al respecto,
el
Tribunal considera que si bien no hay elementos concretos que prueben que por
tales declaraciones los partícipes presentaron las referidas excepciones, sí
puede
afirmarse que existe una probabilidad fundada de que así lo haya
sido, y por ese
riesgo es que se hacen aún más evidentes las consecuencias de
las declaraciones poco
prudentes y desafortunadas del referido juez. Y es que
si la finalidad de dicha
excepción es cuestionar si
los hechos imputados no constituyen delito o no resultan
penalmente
justiciables ¿acaso no resulta razonable pensar que luego de que el juez
Barreto señaló reafirmarse en su declaración sobre la falta de tipicidad de las
conductas, los presuntos inculpados no contaron con elementos alentadores para
cuestionar la apertura de instrucción?

30.  Respecto a la
sanción por adelanto de opinión, es cierto que, en puridad, esta
corresponde
cuando se adelantan posiciones anteriores a la decisión; sin embargo, la
sanción impuesta en este caso equipara el adelanto de opinión al hecho de
haberse
pronunciado por la tipicidad de conductas antes de que los partícipes
fueran
sentenciados, razón por la cual este argumento es razonablemente
aceptable, más aún
cuando proviene del juez encargado de instruir la
investigación, quien no puede dar
su opinión sobre el caso, pues de él se espera
la más absoluta reserva.

31.  En consecuencia,
no procede en este caso la alegación absoluta del principio pro
libertate, estando sustentada la limitación del
derecho a la libertad de expresión del
juez Barreto en el cumplimiento de
deberes para resguardar el correcto
funcionamiento de la administración de
justicia; por consiguiente, tampoco puede
alegarse la vulneración de su derecho
al honor.

Por consiguiente, no se
vulneró su derecho a la libertad de expresión; muy por el
contrario, los
límites a la misma fueron desbordados, habida cuenta de que de por
medio se
encontraba el deber de reserva de los jueces, conforme se ha señalado en la
presente sentencia, motivo por el cual la demanda debe ser desestimada.

32.  Finalmente, este


Tribunal invoca a los jueces y magistrados en general a cumplir los
deberes
expresos e implícitos de su labor y, en ese sentido, a autoexigirse prudencia,
neutralidad y mesura en sus actuaciones,
con la finalidad de que se eviten hechos
como   los descritos en autos, cuyas consecuencias generan en la opinión
pública

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dudas razonables sobre la imagen del juez imparcial, a quien le


corresponde velar por
el normal desarrollo de la administración de justicia.

Por estos fundamentos, el


Tribunal Constitucional, en uso de las atribuciones que le
confiere la
constitución Política del Perú

HA RESUELTO

Declarar INFUNDADA
la demanda.

Publíquese y notifíquese.

SS.

ALVA ORLANDINI
BARDELLI
LARTIRIGOYEN
GARCÍA TOMA

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