Guion Viacrucis

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VIA CRUCIS VIVIENTE

LOS PERSONAJES.
a) PRINCIPALES:
- Guía y narrador (leen).
- Jesús.
- Caifás (Sumo Sacerdote).
- Soldados 1 y 2 (pueden distribuirse entre varios las diferentes escenas). - Longinos (jefe de los soldados).

b) PARA ALGUNA ESTACIÓN:


- Testigos 1 y 2 (1).
- Criados 1 y 2 (1).
- Poncio Pilatos (1, 2).
- Herodes Antipas (1).
- María (4, 12, 13, 14).
- Simón el Cireneo (5).
- Verónica (6 y 8).
- Nicodemo (13,14).
- Dimas y Gestas (salen desde la 2, hablan en la 12).
- Juan Zebedeo (4, 8, 12, 13,14).
- José de Arimatea (13,14).
- Mujeres 1 y 2 (8,12 y 13).
- Fariseo (del sanedrín, interviene en 11 y 12).
- María Magdalena (desde la 4, habla en la 14). - Ángel (desde la 1, habla en la 15).

c) PERSONAJES QUE ACTÚAN SIN HABLAR:


- Soldados (al menos otros 4). - Mujeres (8 por lo menos).

d) PERSONAJES QUE APORTA LA PASCUA JUVENIL:


- Pueblo.
- Sanedrín. - Mujeres.

ACCIONES QUE SE DEBEN ENSAYAR SOBRE TODO:


1. Flagelación y burlas (Soldados 1 y 2).
2. Enclavamiento y levantamiento de las cruces (Jesús, ladrones y soldados).
3. Descendimiento (Juan, Nicodemo, José de Arimatea, soldados, Jesús y María).
4. Embalsamamiento y sepultura (Mujeres, María, Juan y José de Arimatea).
5. Resurrección (Soldados, Jesús, ángel).
PRIMERA ESTACION LA SENTENCIA DE JESUS
ESCENA 1
Narrador: En la casa del Sumo Sacerdote Caifás se hallaban reunidos los maestros de la ley y las autoridades judías,
satisfechos de haber logrado capturar a Jesús. Con sus espías, habían convocado de noche a los 23 miembros más leales,
el mínimo para una decisión del Sanhedrín, cuerpo de 70 ancianos responsables de los asuntos civiles, legislativos,
judiciales y religiosos del pueblo. Por más de 40 años Anás había sido el verdadero dueño de Israel, padrino
todopoderoso de la mafia sacerdotal que controlaba el país. Su yerno Caifás era un mero títere. El templo era un buen
negocio al funcionar como centro bancario y mercado para las ofrendas. Como serpientes estaban acostumbrados a
corromper a los jueces. No creían sino en los intereses de los grandes. Los romanos realzaron su prestigio para hacer
creer que los judíos se gobernaban a sí mismos; pero ofrecían el cargo al mejor postor entre los colaboracionistas de la
política del invasor.
Sumo Sacerdote: Que pasen los testigos (Solemne, a todos) ¿Juran, por el Dios viviente, declarar toda
la verdad y solamente la verdad?
Testigos: (una mano al pecho, otra levantada junto al rostro con la palma al frente, la cabeza inclinada)
Juro.
Sumo Sacerdote: Oigamos su declaración.
Testigo 1: Este hombre dijo: Yo puedo destruir el sagrado Templo de Dios y reconstruirlo en tres
días. Eso significa blasfemar contra el templo; y la Ley manda castigar a los blasfemos
apedreándolos.
Testigo 2: Además, todos hemos visto cómo profana abiertamente el sábado, haciendo lo que está
prohibido, e incitando a los demás a violar el gran precepto del sábado mandado por Yahvé.
Testigo 1: Se proclama a sí mismo profeta, y hasta ha tenido el atrevimiento de igualarse a Moisés,
al Mesías, y hasta a la Ley y al Altísimo. Un blasfemo contamina a nuestro pueblo santo, y sólo
apedreándolo se quita esta mancha colectiva.
Testigo 2: Hace milagros y hasta exorcismos sin autorización de nuestros sacerdotes, por tanto, invoca
el poder de Belcebú; la Ley manda desaparecer a todos los invocadores del demonio.
Testigo 1: Ha discutido abiertamente con nuestros jefes religiosos, oponiéndose a su enseñanza. Y
hasta blasfemó llamando Padre a Yahvé, y diciendo: "Mi Padre y Yo somos uno". Manda el sagrado
Libro del Levítico castigar con la muerte a quien blasfeme el nombre del Señor, bendito por los
siglos.
Testigo 2: Ha perdonado los pecados, como si fuera Dios; se ha confesado pastor de Israel, como
Dios mismo; ha resucitado algunos muertos, como si fuera el señor de la vida; y hasta ha prometido
el Espíritu Santo, como si fuera el Altísimo.
Sumo Sacerdote: ¡Ha blasfemado, reo es de muerte!
Sanedrín: ¡Ha blasfemado, reo es de muerte!
Sumo Sacerdote: ¿Tienes algo qué responder o declarar a tu favor en contra de los testigos?
(Silencio; Jesús ni siquiera le mira).
Sumo Sacerdote: ¿No tienes nada qué responder? ¿Qué es esto que declaran en tu contra?
Criado 1: Irrespetuoso judío, respóndele al representante del Altísimo en el pueblo (le da un golpe en
la mejilla).
Jesús: Si he hablado mal, demuéstramelo; y si no ¿por qué me pegas?
Sumo Sacerdote: Basta ya, Jesús. En nombre de Dios vivo te mando que nos contestes: ¿Eres tú el
Cristo, el Hijo de Dios?
Jesús: Tú lo has dicho, Yo soy. Así es, tal como acabas de decir. Y les anuncio además que a partir
de hoy ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo sobre
las nubes.
Sumo Sacerdote: (rasga su túnica) ¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? Ustedes
mismos acaban de oír esas palabras escandalosas ¿Qué les parece?
Sanedrín: ¡Merece la muerte! ¡Merece la muerte!
Sumo Sacerdote: Nosotros no tenemos "derecho de espada", está reservado a los ciudadanos
romanos. Así que llevemos al preso a nuestro gobernador, que sea quien dicte la sentencia. Sólo que
procuraremos no entrar al palacio de un pecador para no contaminarnos, de lo contrario, no
podríamos celebrar la gran fiesta de Pascua.
Criado 1: Pero, ¿qué acusaciones podremos hacer que interesen a Pilatos y pueda condenarlo a
muerte?
Sumo Sacerdote: Diremos que es un alborotador galileo, ya ves que temen a los galileos de la
guerrilla. Diremos que evade impuestos y que predica que no los paguen. Diremos que pretende
hacerse rey, y por eso anda sublevando a las masas; y ese es un crimen muy grave de traición. Porque
no basta que le maten; es necesario que muera vergonzosamente, de suerte que se borre para siempre
su nombre de la historia.
(Entre empellones, burlas y golpes lo llevan los soldados).
Narrador: Poncio Pilatos fue el quinto procurador romano que dirigió Palestina desde que Roma quitó a Arquelao, hijo
de Herodes el grande. La dura disciplina de la Legión le hizo exigente. Veía mal a los judíos, ya que Palestina era un
islote en el imperio, que no seguía las costumbres romanas, despreciaban abiertamente a los invasores, sintiéndose
elegidos de Dios, y tenían muchos privilegios de autonomía concedidos por César Augusto. Apenas llegado Pilatos de
Cesárea, metió de noche las insignias y banderas romanas al templo, y al siguiente día la multitud ocupó el palacio
dispuestos a morir antes que ser desalojados, mientras una comisión en Cesárea pedía su destitución, hasta que cinco
días después cedió Pilatos. En el Palacio de Herodes colocó unos escudos de oro en honor de Tiberio, pero las presiones
del pueblo le obligaron a retirarlos por orden del mismo emperador. Su red de espionaje le había mantenido bien
informado sobre la acción de Jesús de Nazaret. Bien sabía que si ahora los zorros judíos acudían a él era porque
intentaban tenderle una trampa y tramaban una maldad.
ESCENA 2
Pilatos: ¿Qué acusación traen contra este hombre?
Sumo Sacerdote: Hemos hecho juicio contra él, y el Sanedrín en pleno lo ha encontrado merecedor
de muerte por ir contra nuestra Ley.
Pilatos: Tómenlo entonces ustedes y júzguenlo según su Ley.
Sumo Sacerdote: A nosotros no se nos permite dar muerte a nadie.
Pilatos: ¿Qué ha hecho digno de muerte?
Sumo Sacerdote: Hemos comprobado que este hombre es un agitador; no quiere que paguen los
impuestos al César; y además se dice rey de los judíos enviado por Dios; si lo aceptas tendrás
problemas con Roma, pues es delito de alta traición.
Pilatos: Quiero hablar a solas con él.
Criado 1: Retírense un momento, por favor, mientras entrevista al reo en particular.
Sumo Sacerdote: ¿Dudas de nosotros? Si éste no fuera malhechor no te lo hubiéramos traído.
Criado 1: Es una orden: Retírense un momento, mientras entrevista al reo.
Pilatos: Jesús de Nazaret, ¿eres tú el rey de los judíos?
Jesús: ¿Me haces esa pregunta por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? A mí qué me importan sus distinciones religiosas y sus líos internos.
Tu nación y tus pontífices te han entregado a mí. Basta que protestes fidelidad al imperio y me
supliques clemencia. Conque ¿tú eres rey?
Jesús: Tú lo has dicho, yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo. Si fuera rey como los de este
mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos; pero mi reino no es
de aquí.
Pilatos: ¿Esto significa que tú verdaderamente eres rey?
Jesús: Para esto nací y para esto vine al mundo: para ser testigo de la verdad; todo el que es de la verdad
escucha mi voz.
Pilatos: Esto es cosa de gobierno, no discusiones filosóficas; aquí se trata de poder, no de verdades;
además, ¿podemos conocer la verdad? ¿Qué es la verdad? ¡Criado, llama al Sanedrín!
Criado 1: Excelentísimo Caifás y Consejo judío del Sanedrín: su excelencia el procurador Poncio
Pilatos les llama.
Pilatos: Yo no encuentro en él ninguna culpa.
Sumo Sacerdote: Eres traidor al César si aceptas un rey rival que agita al pueblo. Además, tiene
gente armada, ha dicho muchas ofensas contra el imperio y sus instituciones, tiene contactos con la
guerrilla y con los terroristas. Por algo Herodes no lo quería en Galilea.
Pilatos: ¿Es galileo? Entonces está bajo la jurisdicción de Herodes, el cual se halla ahora en la ciudad;
llévenlo a Herodes, pues yo no quiero problemas con él.
Sumo Sacerdote: No conviene, pues la ciudad ya está despierta y no queremos que, en plena víspera
de la fiesta, se haga publicidad.
Pilatos: Llévenselo al Palacio del Idumeo; ésta será nuestra reconciliación después de que degollé sin
su consentimiento a unos galileos. ¡Fuera!. (Llevan a Jesús los soldados entre injurias).
Narrador: Herodes Antipas, hijo de Herodes el grande, era un hábil político que se mantuvo a flote cerca de 40 años, y
el emperador le concedió el título de Tetrarca, es decir, un verdadero rey en un mundo en que las fortunas subían y
bajaban rápidamente. Traumatizado por las brutalidades de su padre, que en su demencia recordaba a la esposa y
hermanos que había asesinado, era supersticioso, temeroso, vacilante. Su capital estaba en Séforis. Casado con la hija
del rey Aretas, públicamente vivía en concubinato con la mujer de su hermano Filipo, y por Herodías mató a Juan
Bautista, cuyo fantasma le perseguía. Sus policías le tenían bien informado del nuevo enemigo por eliminar, sobre todo
cuando le llamó zorro, por astuto y al mismo tiempo insignificante, pues no era un león poderoso sino un zorro que
presume de un poder del que carece. Pero a Jesús debía desaparecerlo con mayor delicadeza; no podía repetir el error
cometido con el bautista. Ahora que Pilatos le manda a Jesús, se le presenta la ocasión de demostrar a Jesús su poder.
Invitó a los suyos para presentarles un espectáculo de prestidigitador, ya que le han contado sus prodigios.
ESCENA 3
Herodes: Bienvenido, Jesús, toda esta concurrencia te espera; todos teníamos grandes deseos de
conocerte. ¿Cómo es posible que te traigan encadenado y esposado, si tienes fama de santo y
milagroso?
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: ¡Qué bien aprendiste las artes de la magia, para arrastrar a las multitudes y dejarlas
maravilladas! Danos una demostración, ¿o acaso se te secó la fuente de tu poder frente a nosotros?
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: Voltea a ver mi hermoso rostro y mira a esta noble concurrencia. Si nos diviertes, podrás
salvar tu vida, y hasta seremos tus seguidores y propagandistas.
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: Vamos, haz aquí los prodigios que sabes: multiplica ahora los panes, o convierte el agua
en vino, o adivina las conciencias, o cura a los leprosos, o aplaca las tempestades, o haz rendir nuestro
dinero, o descubre a los traidores. ¿Qué pasó? ¿Se te acabó el poder a fuerza de tanto ejercitarlo?
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: Ya veo que te has empeñado en dejarme en ridículo, pues ni siquiera te has dignado
levantar la cabeza para verme. Y con todo, me caes bien; hasta me atraes como juguete sexual, ¿no
te gustaría meterte con el divino pequeño césar?
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: Me estás colmando la paciencia con tu silencio, Jesús. ¿No crees que deberías ser más
atento conmigo? Puedo salvarte. Basta que me lo supliques, como otros que se han arrastrado a mis
pies.
Criado: No quiere hacerte caso. ¿Por qué no lo mandas al calabozo y ordenas su muerte?
Herodes: Mira, Jesús, el que ríe al último ríe mejor. Amable concurrencia: Este galileo medio
analfabeto se proclama rey y lleva tres años intentándolo, pero ¿no es cierto que es un pobre infeliz
que ni poderes tiene?
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: No cabe duda que es un loco. Le habíamos creído, pero es un loco de remate. Pongámosle
un vestido brilloso, de los que ya no se usan, y divirtámonos como si fuera nuestro rey. (Le ponen
sus criados el vestido de payaso) Voy a darle las gracias a Pilatos por esta diversión que nos permite.
Y se lo devolveré como regalo de Pascua.
Todos: ¡Ja, ja, ja!
Herodes: Así terminan los locos que se creen reyes. Salve, mi rey ¿ordena algo? Llévenlo a Pilatos.
Soldado 1: (Mientras le vendan los ojos y lo sacan entre burlas) ¡Salve, rey de los judíos! ¿Ordena
algo su majestad el César? Estamos a sus pies para no obedecerlo. Aquí tiene a sus más desleales
servidores.
Soldados: ¡Salve, rey de los judíos!
ESCENA 4
(Entra un grupo del pueblo gritando)
Pueblo: ¡Libertad para Barrabás! ¡Barrabás! ¡Barrabás! ¡Barrabás!
Pilatos: Ah, se me olvidaba. Por la fiesta de la Pascua les tengo que dejar libre a un prisionero. Y
vienen a pedirme la libertad de Barrabás. ¿Qué desean?
Pueblo: ¡Libertad a los presos políticos! ¡Cumplimiento de la amnistía de Pascua! ¡Libertad para
Barrabás!
Pilatos: Lo propondré a mis consejeros y seguiremos los pasos legales.
Pueblo: ¡Justicia a la justicia! ¡Suéltalo ahora mismo! ¡Barrabás, Barrabás, Barrabás!
Pilatos: Voy a proponerle a dos al pueblo para que escoja. Por lo pronto ¡Traigan a Barrabás!
(Entran los soldados con Jesús)
Pilatos: ¿Nuevamente ustedes? ¿Acaso no era de la jurisdicción de Herodes?
Sumo Sacerdote: Herodes nos remitió de nuevo contigo, para que le apliques la pena de muerte.
Pilatos: Bueno, han llegado en buen momento, pues propondré a dos candidatos para que se
beneficien con la amnistía de la Pascua, y el pueblo elegirá.
Sumo Sacerdote: ¿Con quién comparas a este canalla?
Pilatos: Con Barrabás. Barrabás fue apresado por un asesinato en un motín. Tiene antecedentes de
salteador. Es un jefe de la guerrilla zelota, que ha organizado muchas acciones de lucha radical.
Sumo Sacerdote: Jesús es peor, porque es mosquita muerta.
Pilatos: Jesús de Nazaret es un pobre iluso que quiere cambiar el mundo a base de verdad y sólo es
seguido por un grupo de doce que ya huyeron, y ha beneficiado a muchas personas.
Sumo Sacerdote: Estás orientando la votación ilegalmente. Preferible un luchador radical que organice
al pueblo, y no un blando peligroso.
Pilatos: ¿A quién quieren que les deje libre: al terrorista Barrabás o a Jesús su rey?
Sumo Sacerdote: Suelta a Barrabás.
Pueblo: (azuzado por el Sumo Sacerdote) ¡Barrabás, Barrabás, Barrabás!
Pilatos: Pregunto en serio: ¿Quieren que suelte a Barrabás?
Pueblo: ¡Barrabás, Barrabás, Barrabás!
Pilatos: ¿Y qué quieren que haga con el que llaman rey de los judíos?
Sumo Sacerdote: Crucifícalo como a los malditos traidores y esclavos.
Pueblo: ¡Crucifícalo, crucifícalo!
Pilatos: Pero, ¿qué mal ha hecho? No encuentro en él causa de muerte.
Pueblo: (azuzado por el Sumo Sacerdote) ¡Crucifícalo, crucifícalo!
Pilatos: Está bien. Escribano del Imperio, escribe en el documento que enviaremos a Roma lo
siguiente: Hoy, 14 de nizán, se concede la libertad al terrorista Barrabás por la amnistía pascual, a
petición del pueblo.
Longinos: ¿Y qué haremos con Jesús?
Pilatos: Aplíquenle el castigo de la flagelación romana.
(Los soldados le llevan al centro, continuando las burlas, y lo van atando a una columna pequeña,
quitándole la túnica y vendándole los ojos).
Pilatos: Déjenme solo un rato. Retírense todos. ¡Cómo me enfada que me presionen las turbas, que
juzgan por instintos, por suposiciones! Más todavía me tensan las presiones de las autoridades judías,
que me utilizan para sus venganzas. No hallo culpa en Jesús, pero me están obligando a ejecutarlo
en la cruz.
Criado: La esclava de tu esposa Claudia ha traído este mensaje para ti (Entrega la tablilla encerada).
Pilatos: (tras leerla) Se me aconseja que evite la muerte de este galileo. Es algo más que un
adivinador religioso de los designios secretos. Me infunde miedo. ¿Seremos objeto de la venganza
de un semidiós oculto? Pero ya le están aplicando la flagelación romana, y eso ablandará al pueblo,
que tiene corazón y no dejará que ese Sumo Sacerdote lo manipule. Al verlo, la gente se compadecerá
de él. Lo verán masacrado, sin fuerzas, sin equilibrio, con fiebre y temblores provocados por los
latigazos, siendo físicamente un moribundo. Le preguntaré al pueblo, y ellos me dirán que ya basta
como castigo, que le deje libre, al fin y al cabo ya no causará más problemas.
ESCENA 5
Narrador: Con toda razón llamaban "media muerte" al suplicio de la flagelación, pues, si lograba sobrevivir el reo,
quedaba marcado para toda su vida. Los azotes los propinaban con unos látigos que terminaban en figuras de plomo, ya
sea en forma de bolita o de estrella. Los judíos sólo podían aplicar 40 azotes menos uno; pero los romanos flagelaban al
reo hasta extenuarlo.
Soldado 1: (flagelándolo entre dos) Ni modo que seas un dios, pues si fueras dios no te estaríamos
azotando, los que moriríamos seríamos nosotros.
Soldado 2: Tal parece que tu única riqueza era tu mensaje y la gente, pues todo te han quitado.
Soldado 1: ¿No que venías como Mesías y salvador del género humano? Ahí te va esto a ver si te salvas.
Soldado 2: Loco que crees poder contra los romanos, aquí estás viendo su poder tiránico.
Soldado 1: Decías que salvabas a los demás con la ayuda de Dios, pero ahora no puedes salvarte a ti
mismo.
Soldado 2: Haz el milagro de salvarte. No puedes, ¿verdad? pues tienes las manos amarradas.
Soldado 1: Fulmínanos si eres Dios. No te tenemos miedo, al contrario, mira, te azotamos.
Soldado 1: Pensar que podríamos estar jugando dados en el Pretorio, pero nos aguaron el descanso
con tu caso fuera de programa.
Soldado 2: Cómo molesta ese maldito brotar de sangre, cuando no has dicho ni una maldición.
(Jesús se desvanece, lo tratan de reanimar y levantar)
Soldado 1: Algo raro encontré en este reo. No se queja ni maldice como otros.
Soldado 2: Una de dos: o es inocente, o es un cínico.
Soldado 1: ¿Y si hubiéramos cometido una injusticia?
Soldado 2: Olvídalo; nosotros sólo obedecemos. Un amigo íntimo de su grupo lo traicionó y lo
entregó; el consejo supremo judío lo condenó en un juicio con varios testigos; lo llevamos a Herodes;
Pilatos dictó la sentencia por presión popular. Es su pueblo el que le dio la espalda.
Soldado 1: Si eres un ser divino de verdad, reduce a ceniza a esos bribones judíos, son lo peor que
tiene el Imperio.
Soldado 2: Sin duda un gran dolor moral ahora lo atormenta.
Soldado 1: No nos pongamos románticos, divirtámonos a lo lindo, jugando con él al rey de burlas.
Soldado 2: Sí, ya que tardará en reponerse, pues se ha desangrado mucho y no ha probado alimento.
Ni modo que Pilatos exija pronto su comparecencia.
Soldado 1: Los judíos quieren un rey. Vistámoslo de rey, y juguemos a los honores cortesanos.
Soldado 2: Aquí está esta clámide roja que usamos de jerga, es como si fuera su manto real.
Soldado 1: Atémosle las manos, aunque la cuerda le avive las heridas: son sus brazaletes.
Soldado 2: Ahora, lo sentamos en este comedero de los caballos, como si fuera su trono.
Soldado 1: Ah, nos falta la corona. En el patio está un manojo de ramas de zarza, todavía blandas,
con espinas largas y puntiagudas. Ahora vuelvo con un casco de espinos como corona.
Soldado 2: No tiembles, Jesús. ¿Es de miedo, o de fiebre? Hagamos menos seria tu inevitable muerte.
Soldado 1: Aquí está la corona. Ufff, no le queda. Estírale; métesela a la fuerza. Ni modo, ya te
sangramos, pero es que no te la hice a la medida. Para tal rey, tal corona. Soldado 2: Ahora estás
mejor. Mírate, rey, en mi coraza. Ah, pero falta el cetro.
Soldado 1: En el establo hay una caña. Ahora vuelvo con ella, con ella estaban limpiando el drenaje.
Soldado 2: ¿Cómo se te ocurrió creerte rey, cuando no tienes nadie que te defienda pagándonos una
fianza?
Soldado 1: Aquí tienes tu cetro, mi rey.
Soldado 2: Somos tus vasallos y cortesanos.
Soldado 1: Me inclino ante ti, y como honores te doy este golpe, para que adivines quién fue.
Soldado 2: Te jugamos bromas como a los enemigos tomados cautivos, pero te reconocemos nuestro
rey: ahí te van estos gargajos.
ESCENA 6
Pilatos: ¡Longinos, que traigan al reo!
Longinos: Soldados, traigan al reo.
(Traen a Jesús tambaleándose, con la clámide, la caña y la corona de espinas, sin túnica)
Pilatos: Estoy en apuros. Temo el castigo de los dioses si no aplico la justicia. Temo el castigo del
Dios de los judíos si cometo injusticia con este galileo. Temo el castigo de Roma si no actúo con
cautela. Temo el castigo de los vengativos judíos que no sé por dónde reaccionarán. Temo a Jesús
de Nazaret que me infunde un no sé qué.
(Al llegar Jesús, Pilatos se levanta y lo hace sentar en su silla)
Pilatos: Me presentaron a este hombre como amotinador del pueblo. Le interrogué, y yo no he
hallado en Jesús de Nazaret ninguna culpa. Tampoco Herodes, pues nos lo devolvió sin nada de
muerte que se le haya probado. He aquí al Hombre.
Sumo Sacerdote: ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pueblo: (azuzado por el Sumo Sacerdote) ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pilatos: Pero, ¿qué mal ha hecho? No encuentro en él causa de muerte.
Sumo Sacerdote: Si lo dejas libre no eres amigo del César, pues quien se hace rey es enemigo del César;
nosotros notificaremos al César de tu traición.
Pilatos: Jesús, tienes derecho a hablar en tu defensa. ¿Qué dices respecto a lo que se te acusa?
(Silencio). Pero ¿qué no oyes todos los cargos que te hacen? ¿No sabes que tengo poder para dejarte
libre y poder para mandarte a la maldita cruz?
Jesús: Tú no tendrías ningún poder si no te hubiera sido dado de lo alto; por eso, quien me entregó en
tus manos es más culpable que tú.
Sumo Sacerdote: ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pueblo: ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pilatos: Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, pues yo no encuentro en él ningún delito; no es ni criminal,
ni loco peligroso, ni fanático.
Sumo Sacerdote: Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir. ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pueblo: ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pilatos: ¿A su rey voy a crucificar?
Sumo Sacerdote: No tenemos más rey que César.
Pilatos: Hipócritas, odian todo lo que suene a Roma; por algo quieren condenar a un inocente.
Sumo Sacerdote: Quien se hace pasar por rey comete traición y puede ser condenado a muerte aun
sin juicio. Si no lo crucificas eres traidor al imperio y a César, y tú también morirás. ¡Fuera, fuera,
crucifícale!
Pueblo: ¡Fuera, fuera, crucifícale!
Pilatos: Traigan agua para lavarme las manos. Conste que me presionan para hacer algo contra mis
convicciones. (Lavándose las manos) Soy inocente de la sangre de este justo.
Sumo Sacerdote: Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Pueblo: ¡Crucifícale! Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Pilatos: Ordeno para Jesús la crucifixión.
Sumo Sacerdote: No, así no vale. Esperamos formalmente la sentencia, con las formalidades que pide
el Imperio.
Pilatos: (de pie ante el trono, con el brazo extendido y la mano hacia abajo) "Iesus Nazarenus: ibis ad
crucem. Roma locuta". Jesús nazareno, irás a la cruz; ha hablado Roma imperial.
Sumo Sacerdote: No basta todavía. Firma un documento escrito donde ordenas su muerte, y dictas
pública sentencia, con las rúbricas y sellos del imperio, para no tener problemas después.
Pilatos: Está bien. Escribano: escribe en la tabla que trae Longinos para la ejecución, en latín, lo
siguiente: "Iesus Nazarenus, rex iudeorum". Ahora en griego: "Iesous nazarenós, o basileos tos
iudaikatos". Ahora en hebreo: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos".
Sumo Sacerdote: No, no, no, así no, sino: "el que se dice rey de los judíos".
Pilatos: Lo escrito, escrito está. Longinos, así todos entenderán quién muere así.
Longinos: Que preparen la cruz.
Sumo Sacerdote: ¡Bravo, hemos ganado! ¡Muera Jesús!
Pueblo: Muera Jesús, muera Jesús, muera Jesús.

SEGUNDA ESTACION JESUS LLEVA LA CRUZ


Longinos: Quiten a Jesús la caña, y la clámide, y vístanle su túnica. Amárrenles la cruz a los hombros
y cuélguenles el letrero al cuello. Cuatro soldados rodearán a cada preso. Los demás irán haciendo
valla con sus lanzas para que las multitudes no se acerquen a ellos. Los de a caballo presiden la
caravana y rematan la guardia. Recuerden las normas: soldado que hiera a muerte a un condenado, o
que permita que alguien lo haga, será responsable de ello ante el Imperio, y pagará incluso con la
propia vida.
Jesús: El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me
siga.
Longinos: Ten, Jesús, un poco de agua con hiel; te hará bien; estás desangrado, el camino es largo,
y hace calor.
Jesús: Dios pague tu caridad, pero tú puedes necesitarlo; no me prives del dolor necesario para expiar
el pecado del mundo. ¿Voy a decir al Padre: "Líbrame de esta Hora" si para esta Hora he venido?
Longinos: Al menos un sorbo, para demostrarme que no odias a los paganos.
Jesús: Ni un vaso de agua dado en mi nombre quedará sin recompensa (prueba, pero no bebe).
Longinos: Conste que yo sólo ejecuto órdenes; no tengo nada contra ti. Procuraré hacerte sufrir lo
menos posible. Tengo experiencia de sobra en estas ejecuciones. Soldados: nos iremos por el camino
más breve, pues el nazareno podría no resistir.
Sumo Sacerdote: No puedes hacer eso, es ilegal. Las leyes dicen que los condenados deben ser
vistos por toda la ciudad que contaminaron con sus infamias. Que sea paseado por la ciudad.
Pueblo: ¡Que sea paseado por la ciudad!

TERCERA ESTACION EL PESO DE LA CRUZ


Longinos: Ayuden al reo con la cruz, que ya va arrastrando los pies y tropezando con frecuencia,
está muy débil, trae fiebre, y el suelo es disparejo, no vaya a caer.
Sumo Sacerdote: La basura se tira al suelo, déjenlo que caiga, métanle zancadilla.
Longinos: Cuidado, soldados (Jesús cae) Pero ¿qué están cuidando, soldados estúpidos?
Soldado 1: Lo empujaron y cayó.
Longinos: Como grano de trigo caído en el surco; como el pan de los hijos tirado a los perros; como
un gusano, no un hombre.
CUARTA ESTACION JESUS Y SU MADRE
Longinos: Dejen pasar a la madre del condenado.
Sumo Sacerdote: Pena de Muerte también para las que parieron criminales. ¡Fuera esa madre!
Pueblo: ¡Fuera esa madre!
Sumo Sacerdote: Que claven también en la cruz el vientre que lo llevó y los pechos que lo
amamantaron.
Pueblo: ¡Fuera esa madre!
Sumo Sacerdote: Limpiemos a Israel de las mujeres que se unen con los machos cabríos, y de las
víboras que parieron demonios.
Pueblo: ¡Fuera esa madre!
María: Hijo mío.
Jesús: Madre, ha llegado la Hora.

QUINTA ESTACION SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS CON LA


CRUZ
Longinos: ¡Eh, tú, ven aquí! Sí, no te hagas, a ti te hablo. Tú estás fuerte, mientras que el condenado ya
no puede seguir. Así que ¡toma la cruz y llévala hasta la cima!
Cireneo: No puedo, tengo un trabajo pendiente y debo regresar pronto.
Longinos: ¡Es una orden, toma la cruz!
Cireneo: Sería una deshonra para mí ayudar a un delincuente, y en público. De verdad: no tengo tiempo.
Longinos: ¡Denle 20 azotes y quítenle sus pertenencias!
Cireneo: Está bien, está bien, ya voy a ayudarle; así por la buena todos jalamos.
Longinos: ¿Qué estás murmurando entre dientes?
Cireneo: Que ya voy a ayudarle. Pero conste que no tengo que ver nada con la causa de este ajusticiado
¿está claro? Al cabo, ni agradecen.

SEXTA ESTACION VERONICA Y EL ROSTRO DE JESUS


Verónica: (se abre paso entre los soldados de la valla) Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu
rostro.
Jesús: No escondí mi rostro a los insultos y salivazos; tomé sobre mí los crímenes del mundo.
Verónica: Eres el más bello de los hombres; la imagen viva del Padre; en tus labios se derrama la gracia.
Jesús: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
(Verónica va limpiando su rostro)
Sumo Sacerdote: Ya saquen esa mujer que nos está entreteniendo. Esta tarde inicia la gran fiesta de
Pascua y urge que mueran antes del atardecer.
Pueblo: ¡Sáquenla, sáquenla, sáquenla!
Sumo Sacerdote: La lepra a los leprosos; hay que acabar con los cómplices de los que se burlan de la
Ley.
Longinos: ¡Soldados! Saquen a esa mujer.
Verónica: He aquí el rostro del Señor impreso en mi lienzo. Imprime en mí tus sentimientos.
SEPTIMA ESTACION LA CRUZ SE HIZO MAS PESADA
Longinos: ¡Soldados, el reo se está tambaleando mucho! ¡Ayúdenlo para que no caiga! (Jesús cae)
¿Por qué no le detuvieron, soldados inútiles? ¿Quieren ser premiados luego con castigo?
Soldado 1: No pudimos detenerlo. Parece que le dio un ataque, un síncope.
Soldado 2: Traigan agua para echarle, por si es insolación.
Longinos: Despejen el área para que los curiosos no quiten aire.
Sumo Sacerdote: Se le subió a la cabeza tanta doctrina, y empezó a tropezar y a caer en el error. Un
ciego que se hace guía de ciegos cae tarde o temprano al hoyo. ¡Muerde el polvo, a ver si es lo mismo!
Pueblo: ¡Que coma tierra!

OCTAVA ESTACION LAS MUJERES LLORAN AL ENCONTRAR A


JESUS
Mujer 1: ¡Pobrecito de ti, Jesús, mira cómo te han dejado!
Mujer 2: No hay ninguna esperanza de que logres sobrevivir.
Longinos: Adelante, adelante, avanzando, soldados, no se detengan, soldados, que se hace tarde.
Soldado 1: Es que el reo se ha detenido frente a unas mujeres.
Longinos: Retiren a esas mujeres.
Soldado 2: Es que entre ellas está la noble Juana, la esposa de Cusa el administrador de Herodes y
otras personas influyentes.
Longinos: Entonces esperen un momento y sean corteses.
Mujer 1: Sin ti nos sentiremos muy solas, Jesús.
Mujer 2: Apenas habíamos hallado la felicidad, ¿quién nos guiará ahora en los problemas?
Soldado 1: ¿Qué se ganan con llorar? Hubieran estado en el juicio intercediendo por él o poniendo
en juego sus influencias.
Mujer 1: ¿Por qué te tratan tan mal, Jesús, si eres inocente?
Mujer 2: ¿Por qué triunfa la injusticia sobre el bien?
Jesús: Gracias, Juana, Nique, Marcela, Elisa, Lidia, Valeria, Ana, hijas de Jerusalén. No lloren por
mí, lloren más bien por ustedes mismas, por sus pecados y por los de sus hijos, los de los verdugos,
los de la ciudad.
Mujer 1: Bebe, Jesús, de esta mirra, que adormece un poco y te hace sufrir menos.
Jesús: Te agradezco y agradezco a todas. Pero quiero probar la copa de ira de mi Padre totalmente
cuerdo.
Mujer 2: Ahora bendícenos, Jesús, porque sin ti quedaremos en la maldición.
Jesús: Se equivocan, pues es ahora cuando se manifiesta la gloria de mi Padre. Bendice a Dios, Juana,
por no tener hijos que sufran esto. Madres, lloren por sus hijos, porque esta hora no quedará sin
castigo... ¡y qué castigo! Si esto sucede con el inocente, ¿qué pasará con el culpable? Las madres de
aquella hora llorarán por tener vivos a sus hijos; y será afortunado quien cae bajo los escombros. Las
bendigo.
Longinos: Basta, terminó el permiso, debemos seguir adelante. Mujeres, ¡háganse a un lado!
Jesús: No lloren por mí, sino más bien por ustedes mismas y por sus hijos. Si esto sucede con el árbol
verde, ¿qué pasará con el seco? Vayan a casa y pidan por mi obra.
NOVENA ESTACION EL PESO DE LA CRUZ SE HIZO INSOPORTABLE
(Jesús cae)
Longinos: ¿Ya lo dejaron caer otra vez?
Soldado 1: Y esta vez parece como muerto.
Soldado 2: Es que está ya demasiado débil. Fue mucho flagelarlo y luego mandarlo a la cruz.
Longinos: Levántenlo, y amárrenle sogas a la cintura para que le vayan ayudando; la consigna es que
llegue vivo hasta el lugar de la ejecución.
Sumo Sacerdote: No debe morir sino en la Cruz.
Pueblo: ¡Que no muera fuera de la cruz!

DECIMA ESTACION LOS SOLDADOS DESPOJAN DE SUS ROPAS A JESUS


Longinos: Quiten sus ropas al sentenciado para ajusticiarlo. Recuerden que si hay algo bueno, es su
botín y el pago por su trabajo.
Soldado 1: Túnica hecha a mano, de una sola pieza, ajustada a su talla ¡Vale la pena conservarla!
Soldado 2: Sin duda que su madre se la tejió con cariño. Pero dolerá al arrancarla, pues se ha pegado a
las heridas y las volverá a abrir.
Longinos: No importa que se reaviven las heridas, al fin de cuentas, ya se acerca la hora de la muerte.
Sumo Sacerdote: Quedarán al descubierto tus vergüenzas, maldito del Altísimo, como Adán y Eva
cuando pecaron, y no tendrás quien te rescate ni te cubra. Como las prostitutas que enseñan su
desvergüenza.
Jesús: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a El; bendito sea el nombre del Señor.
Sumo Sacerdote: Todos se avergonzarán al verte y voltearán el rostro hacia otro lado, porque Dios te
ha negado su rostro y mueres bajo su maldición.
Jesús: Nuestro cuerpo es templo de Dios, y el templo de Dios es santo. Glorifiquen al Padre con sus
cuerpos.

UNDECIMA ESTACION JESÚS, LOS CLAVOS Y LA CRUZ


Longinos: Vamos a empezar el trabajo bueno, y no quiero que ninguno se atarugue, ¿de acuerdo?
Uno de ustedes se le monta en la cintura para evitar que se mueva mucho en las convulsiones que le
provocarán los clavos y le detendrá los brazos. Dos se encargarán de la mano izquierda: uno la
detiene y otro clava el clavo en el sitio que yo le indique. Los otros dos en el otro brazo. Una vez que
terminen, lo levantaremos hasta darle la altura debida. (Van ejecutando la operación).
Narrador: Una crucifixión era un brutal espectáculo de carnicería, sangre, blasfemias y gritos. El drama del Calvario
es una tragedia. Jesús se siente tremendamente solo, con el espanto de quien muere joven, sin ver realizada su obra,
odiado, despreciado, sin compañía, y tremendamente consciente. Cada movimiento multiplica los dolores de sus manos;
el peso de su cuerpo alarga sus heridas; lucha por enderezarse a tomar aire; el hundimiento del cuerpo produce asfixia
y estertores.
Soldado 1: Tal parece que tu única riqueza son los clavos y el madero, pues todo te han quitado.
Sumo Sacerdote: ¿No que venías como Mesías y salvador del género humano? ¿Por qué no te
salvas?
Fariseo: ¿Ya te abandonó tu padrino Belcebú? Apenas hace cinco días le pedías que te glorificara,
¿por qué no le recuerdas su promesa?
Sumo Sacerdote: Blasfemo; decía que salvaba a los demás con la ayuda de Dios, y ahora no puede
salvarse a sí mismo.
Soldado 2: Háganse a un lado, nos estorban para levantarlo.
Sumo Sacerdote: Bien dice la Torá: Maldito el que cuelga de un madero.
Fariseo: Ha puesto su confianza en Dios; si Dios lo ama que lo libere, pues El mismo decía: soy Hijo
de Dios.
Sumo Sacerdote: Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. A ver, que ese rey de Israel
baje ahora de la Cruz y creeremos en él.
Fariseo: ¡Hola! tú que derribas el templo y lo reedificas en tres días, libérate del suplicio, baja de la
cruz si eres el Hijo de Dios.
Sumo Sacerdote: ¿No sabías que el templo glorioso de Israel es intocable y por eso estás muriendo?
Fariseo: Loco que destruyes y reconstruyes, baja de la cruz y creeremos en ti. ¿Quieres que te
creamos? Haz el milagro. No puedes ¿verdad? pues tienes las manos clavadas y estás desnudo.
Sumo Sacerdote: Fulmínanos si eres Dios. No te tenemos miedo, al contrario, mira, te escupimos.
Longinos: Soldados, retiren esa chusma, que no dejan trabajar.
Soldado 1: Cómo molestan esos que sólo vienen a un espectáculo de morbo y sangre y ni dejan
trabajar a gusto.
Soldado 2: Y tres meses después, ni quién se acuerde del ejecutado.
Soldado 1: Juguemos a los dados, ¿por qué no nos sorteamos la ropa?
Sumo Sacerdote: Cuidado con sus hechicerías, ustedes, los que tienen sus vestidos, pues dentro está
la señal del infierno.
Longinos: A uno le tocan las sandalias del reo; a otro el manto; a otro el velo de la cabeza; a otro el
cinturón de cuero.
Soldado 2: El único problema es la túnica, sin costura, a su medida, de una sola pieza; sería casi un
pecado hacerla pedazos.
Soldado 1: No importa que no sea túnica de rey, echémosla en suertes, a ver a quién le toca. Echen
los dados en el casco y empecemos.
Soldado 2: Pero alejémonos de la cruz, porque molesta ese maldito goteo de sangre.
Soldado 1: Una sangre que nunca regresará a sus venas.
Soldado 2: Traigan el vino y celebremos el triunfo, o la derrota.
Longinos: Los demás soldados tienen con el pago que les da el Imperio. Detengan la gente, que no
se arrime.

DUODECIMA ESTACION JESUS MUERE EN LA CRUZ


ESCENA 1
Soldado 1: Algo raro encontré en este reo. Los que lo mandaron a la cruz perdieron la cabeza por el
odio acumulado, mientras el condenado está muy tranquilo.
Soldado 2: Baja, y Roma te pondrá en el Capitolio y te adorará como una divinidad.
Sumo Sacerdote: ¡Qué dulce es la venganza! Por fin podremos dormir en paz.
Narrador: Jesús no implora ser quitado de la cruz, ni que se acelere su muerte, ni la comprensión de sus enemigos o de
sus discípulos, sino el perdón para Anás, Caifás, Judas, los sacerdotes y escribas, Pilatos, y nosotros. Fiel a su enseñanza,
no hay rencor en su corazón, sino amor hasta el extremo. Muere para salvarnos. Apostó por nosotros cuando podía
condenarnos.
Jesús: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
ESCENA 2
Narrador: Los ladrones no eran comparsas de un teatro, sino dos fuera de la ley debatiéndose en la muerte como castigo a
sus equivocaciones pertinaces, rebeldes a unas estructuras injustas, rabiosos contra sí y contra todo.
Gestas: Maldita la hora en que nací. Maldito el gobernador romano. Maldita la sociedad hipócrita,
enemiga de todos los miserables, que siempre ha protegido a los ricos y se vuelve contra nosotros.
Malditos todos ustedes. Si pudiera, les daría un golpe con la cruz en la cabeza, empezando por el
centurión.
Dimas: Es muy duro tener que acabar así, Gestas, pero ¿de que valdrían las leyes sin castigo? Hemos
robado, atracado, violado y agredido, y sufrimos las consecuencias de nuestra impertinencia. De
nada sirve lamentarse; vamos a morir como vivimos. ¿No te dice nada la dignidad de este profeta de
Galilea?
Gestas: ¡Qué esclavo tan despreciable! Si todo lo que se dice de él es verdad, y hace milagros ¿por
qué no hace una proeza de magia y se libra de la maldita cruz? Camina humildemente hacia su muerte
como un impotente. ¿Así que eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros.
Dimas: ¿No temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros lo tenemos merecido; pero él no
ha hecho nada malo.
Narrador: Dimas se jugó la última carta al salir de su tragedia, descubrir la dignidad de Jesús, y la justicia. Sólo la muerte
de un justo puede hacer girar al mundo. Y, por su acto de fe, Jesús le da su gloria inmediatamente.
Dimas: ¡Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!
Jesús: En verdad, en verdad te digo: Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.
ESCENA 3
Narrador: Ha llegado la hora de Jesús, y reaparece su Madre, pues tendrá un lugar central en la historia de la salvación.
Jesús la cita al Calvario para encomendarle una nueva misión.
Longinos: Dejen acercar a la madre del ejecutado, con sus acompañantes.
Jesús: Nueva Eva, madre de los vivientes ¡qué huérfano va a quedar el mundo ahora que me voy!
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Discípulo amado, pródigo que vuelves a ser hijo: ahí tienes a tu Madre.
Recíbela en tu casa y cuéntala entre tus pertenencias íntimas. Tú harás mis veces.
Narrador: María vuelve a sentir su seno estallar de fecundidad, como en la anunciación. La Muerte de Jesús es agonía y
parto; María nos está dando a luz entre grandes dolores.
ESCENA 4
Soldado 1: A este reo no lo ha matado la deshidratación.
Jesús: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber. ¡Tengo sed! ¡Tengo sed! ¡Tengo
sed!
Longinos: Empapen una esponja en vino agridulce y póngansela en los labios.
Narrador: Con miles de moribundos, Jesús pronuncia esta frase. Tiene una sed inmensa de nuestra salvación; no se
sacia con agua y vinagre, sino con nuestro cambio de mentalidad y de vida.
ESCENA 5
Soldado 1: ¡Qué plaga de mosquitos tan molestos! Los atrae el olor de la sangre y el sudor.
Soldado 2: A ver si se aplacan con los chubascos, pues está nublado desde el mediodía, hay bochorno
y viento frío, y borrascas de tierra negra.
Narrador: Había anunciado Amós: "Entenebreceré la tierra en pleno mediodía" (Amós 8,9). Le dolía hasta el alma el
silencio de Dios. La ausencia de su Padre ¿no es acaso el infierno? Jesús, cargando con los pecados de la humanidad, es
objeto de la ira maldición de Dios, y eso origina angustia y temor por la propia salvación. Cristo se hizo maldición por
nosotros (Gálatas 3,13), se hizo pecado (2 Corintios 5,21), Jesús en la cruz se experimenta pecador. Como si sus manos
hubieran acuchillado a inocentes y ametrallado en las catorce mil guerras de la historia. Como si sus labios hubieran
dicho todas las mentiras de la historia, todas las blasfemias, todos los insultos, y hubieran dado todos los besos sucios.
Como si su corazón fuera un bloque de odios, envidias, avaricias, incredulidades y crueldad. Y recita el salmo con
nosotros pecadores.
Jesús: ¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
Soldado 1: ¡Qué raro! sufrió la flagelación sin gritar; y no ha gritado durante la cruel ejecución.
Soldado 2: Sin duda un gran dolor moral ahora lo atormenta.
Jesús: ¡Eloí, Eloi, lamá sabactaní!
Soldado 1: Parece que llama a Elías ¿quién será?
Soldado 2: Un profeta que vendría antes del juicio. A ver si viene.
Jesús: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
ESCENA 6
Narrador: Morir no es un trágico salto al vacío, sino descansar en los brazos recios y amorosos de un Padre, dedicado
a ser padre, sólo padre, ante todo padre, sobre todo padre y centralmente padre. Jesús vino a cumplir la voluntad de su
Padre. Jesús tomó la vivencia de todos los moribundos de la tierra, para devolverla al Padre hecha ofrenda.
Jesús: Todo está cumplido. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Longinos: Ha muerto Jesús de Nazaret. Inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios (se arrodilla).
Soldado 1: Ha llegado la orden de quebrarles los pies a los ajusticiados para que mueran de asfixia
y se echen a la fosa común hoy mismo, antes de que empiece el gran descanso.
Longinos: Jesús ya está muerto. Démosle la lanzada de certificación (Le asesta la lanzada).

DECIMOTERCERA ESTACION MARIA RECIBE EN SUS BRAZOS EL CUERPO DE JESUS


Longinos: Señor José de Arimatea: ha llegado el permiso de que disponga del cuerpo del difunto
Jesús de Nazaret.
José de Arimatea: ¿Quién nos ayuda? ¿Dónde están sus doce incondicionales?
Juan: Aquí estoy yo, señor, y nos puede ayudar el rabino Nicodemo. Entre nosotros y otros
voluntarios vamos a irlo bajando. (Ponen el lienzo al pecho para que caiga el peso, sostenido por dos
detrás de las axilas, y uno lo sostiene por delante; y van quitando los clavos y bajando poco a poco
el cuerpo. María está sentada en la piedra a un lado)
José de Arimatea: Debemos darnos prisa, pues en menos de una hora empieza el descanso de la
Pascua.
Juan: Con cuidado, pues ya está tieso el cuerpo después de tres horas, y se puede descuartizar.
María: Pero, ¿dónde lo vamos a sepultar? No tengo dinero para los gastos. ¿Quién nos prestará un
lugarcito para dejar a mi Hijo?
José de Arimatea: Tengo un sepulcro nuevo que mandé excavar para mi familia. Con gusto lo cedo
para el Maestro, señora María.
María: Dios se lo ha de pagar, señor. Muchachas, ayúdenme a lavar sus heridas, consigan agua ¡ojalá
tuviéramos perfumes y mirra para preparar el cadáver!
José de Arimatea: He traído cien libras, si les sirven, ahí están; pero rápido, inicien la operación,
porque el tiempo vuela (las mujeres toman las ánforas, extienden en el suelo la síndone, y se rodean,
sin tapar la vista al público).
José de Arimatea: Pongan la síndone en el suelo, a lo largo, y coloquen el cuerpo encima; crucen sus
brazos sobre el vientre.
Juan: Véndenle la cabeza para que cierre la boca. Le quedó abierta y chueca hacia la derecha.
Nicodemo: Unjamos al Mesías salvador, esperando que El nos unja a nosotros para nacer del agua y
del Espíritu.
María: (al estar haciendo las unciones) Hijo, no pude cerrar tus ojos en tu muerte, pero ahora lo
hago, ojos amoratados y desmesuradamente abiertos. ¡Cómo te han dejado los nuevos hijos que me
diste, Hijo de mi alma! Limpio tu rostro pálido, sangrante, abotagado y deforme. Limpio y beso tu
corazón herido, tus manos y pies perforados. Acaricio tus manos, que acariciaron a tantas almas.
Cómo me duele la herida de tu costado, donde tu corazón latió de amor hacia tu Padre y hacia todos
los seres humanos. Como tu madre, te doy mi última bendición; pero tú, como el redentor, bendíceme
ahora a mí.
José de Arimatea: Que la síndone lo cubra a lo largo, por detrás y por delante. Enseguida, lo envuelven
con las vendas como momia. Y finalmente le colocan el sudario en la cabeza.
Juan: Madre, ha terminado la prueba, la redención se ha realizado. Cumpliste tu misión de madre
de Jesús, concibiéndolo, alimentándolo, ayudándole en la vida y en la muerte. Fuiste su fuerza en el
dolor, su compañera de viaje, la que oraba por El en sus largas jornadas. Ahora aquí nos tienes a
nosotros (las mujeres, terminada la operación, se colocan detrás de Juan).
María: Mi Jesús, si mi dolor es útil para la obra de salvación que viniste a realizar, aquí está, tómalo.
Yo seguiré ahora recibiendo a cada uno de tus seguidores como a mi hijo, y tendré los mismos
cuidados que tuve contigo. Gracias, Hijo, por invitarme a colaborar contigo.

DECIMOCUARTA ESTACION LA SEPULTURA DE JESUS


Juan: No alcanzamos a preparar bien el cuerpo, pues casi empieza el grande sábado. Así que no haremos
toda la operación; será algo provisional.
María Magdalena: Nosotras vendremos, en cuanto pase el sábado, para embalsamar el cuerpo y
terminar la operación. Sólo necesitaremos que unos hombres nos corran la pesada piedra de la
entrada.
José de Arimatea: Por lo pronto, colocan su cadáver en el nicho del fondo de la cueva. Si quieren,
pueden dejar en el pórtico, sobre la loza, los perfumes y mirra que sobraron, para que las mujeres
puedan después continuar con más calma la preparación del cuerpo.
Sumo Sacerdote: Señoras y señores, desalojen por favor el lugar, porque las autoridades judías y
romanas clausurarán la tumba. ¿A poco creen que será fácil robarse el cadáver y luego afirmar que
resucitó? ¡Se equivocan!
Soldado 1: Por orden del poder judicial imperial, rueden la piedra de la entrada del sepulcro, y los
soldados colocarán los sellos imperiales. Quien se atreva a violarlos, será reo del Imperio. Ha hablado
Roma imperial.
ESTACIÓN ADICIONAL
(OPCIONAL)
DECIMOQUINTA ESTACION LA RESURRECCION DE JESUS
Soldado 1: (Con las lanzas cruzadas en X sobre la puerta de la tumba) Lo que es la vida. Este hombre
se desgastó por sus ideales, las autoridades le temieron, originó un gran movimiento de renovación
espiritual. Pero mira dónde terminó. No somos nada.
Soldado 2: Somos una frágil caña que puede desbaratarse en cualquier momento.
Soldado 1: No sé por qué nos tienen todavía aquí, pues ni modo que los muertos se levanten.
Soldado 2: Esos judíos parece que les tienen miedo hasta a los muertos.
Soldado 1: ¡Qué ganarían sus discípulos con robar el cuerpo, si está muerto!
Soldado 2: No se animan, ¿dónde estaban cuando la ejecución? Escondidos y temblando. ¿De dónde
van a sacar valor?
Soldado 1: ¿Y quién podría creerles el cuento de que no murió, si todos los vimos? Sucedió en la
gran fiesta nacional de los judíos y en plena capital.
Soldado 2: Peor todavía si salen con el cuento de que resucitó. Es cierto que deseamos tener vida
eterna, pero, hagámonos el ánimo, con la muerte todo termina.
Soldado 1: Cuando los poetas hablan de resurrección, están usando un símbolo para decir que, con
esperanza, podemos volver a empezar; pero vivos, no muertos.
Soldado 2: Y aunque sus discípulos dijeran que está vivo, ¿quién lo supliría para seguir el engaño?
Soldado 1: Imposible que ese cuerpo tan destrozado que derramó hasta el agua de las venas o del
corazón vuelva a tener vida.
Soldado 2: Hasta tieso estaba. Se murió primero que los otros dos. No sé por qué tienen tanto miedo.
Soldado 1: Parece que había prometido que resucitaría al tercer día.
Soldado 2: Ni siquiera pudo librarse de una muerte injusta y vergonzosa, ¿qué poderes va a tener
después de muerto?
Soldado 1: ¿Y que tal si en verdad fuera un dios?
Soldado 2: Olvídalo. Los dioses no se rebajan a este grado, ellos son unos egoístas que sólo buscan
su felicidad y juegan con nosotros.
Soldado 1: Es cierto. Podemos dormir tranquilos, o hasta irnos a pasear. Falta mucho para el cambio
de guardia.
Soldado 2: No, ya sabes los terribles castigos que en la milicia romana se da a los infractores. Ser
desertor es ser hombre muerto.
Soldado 1: Y lo peor: tener luego que enfrentarse con las autoridades romanas y judías.
Soldado 2: ¡La piedra se está moviendo!
(Rueda la piedra, sale Cristo resucitado, los soldados caen lejos asustados, y el ángel se coloca a un
lado).
Ángel: No está aquí. Ha resucitado. Los encontrará en todos los caminos de la vida. No busquen
entre los muertos al que está vivo. Cristo ha resucitado.

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