CAMILLI. El Legado de Manuel Belgrano

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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

GABRIEL ANÍBAL CAMILLI

Introducción

Fue el poeta y soldado de Infantería Pedro Calderón de la Bar-


ca quien expresó que “fama, honor y vida/ son caudal de pobres
soldados; /que en buena o mala fortuna, la milicia/ no es más que
una/ religión de hombres honrados”. 1
Nuestros militares son hijos de nuestra Patria y de nuestro
pueblo. Los militares cultivan las virtudes cardinales y los valores
altos y nobles: lealtad, sacrificio, humildad, generosidad, alegría,
liderazgo, compañerismo, obediencia, cuidado de las tradiciones
y el recuerdo a los caídos en acto de servicio que descansan en el
seno de Dios. Dichos valores castrenses se perfeccionan en nues-
tras Academias y Escuelas: quienes entran en ellas como jóvenes
del mundo y salen como soldados defensores de la Patria.
En el año 2020, bicentenario del paso a la inmortalidad del
General Manuel Belgrano, creemos conveniente destacarlo como
arquetipo y modelo por sus virtudes militares. Nos acercaremos
a la personalidad del Belgrano militar en su primer gran desafío
como comandante: su campaña al Paraguay.
Creemos que hay dos virtudes militares esenciales que con-
stituían el eje coordinador del espíritu militar de Manuel Belgra-
no, que lo animaron a aceptar este encargo: el patriotismo y la
valentía. La primera sería la virtud motora; la segunda, la virtud
instrumental.
1  Versos escritos en 1650. En Comedia famosa. Para vencer a amor, querer vencerle, Jornada
I.
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

Belgrano se fue haciendo militar al andar camino; su formación


e inteligencia de base le sirvieron para saber formarse y estudiar
los temas militares. Seguramente estudió a aquellos ejércitos de
la doctrina europea de principios de siglo XVII:
Quienes marchaban con el estómago y dependían de la cadena de
‘almacenes’ (bases logísticas) en el punto de partida de la paridad y
el objetivo que, en la mayoría de los casos, se encuentra a mucha
distancia. La ubicación del último almacén y la cantidad de abastec-
imiento acumulados daban por resultado, con la exactitud propia de
una ecuación matemática, el radio de alcance hasta dónde era capaz
de operar ese ejército. En realidad, la ubicación de los almacenes eran
jalones que marcaban la ‘distancia permitida’ de operación. La práctica
de vivir mediante el saqueo, propio de hordas y bandas depredadoras
de la guerra de los Treinta Años que devastaron Europa y que para fines
de ese siglo eran una leyenda horrible, no habría servido al Ejército de
Belgrano, que más que vivir de las poblaciones debía hacerlo con y para
ellas” (Maffey, 2005: 134).

En referencia a sus estudios militares, también nos relata el


General Maffey:
Es muy posible que haya leído y estudiado a César. ‘Acuérdese del gran
César’, le dice en carta a San Martín, refiriéndose a ciertas características
de los grandes conductores. Y, es posible también, que gran parte de
su teoría y doctrina militar aplicada en el Ejército del Perú, se base
en lo que pudo detectar el romano. La reserva que conducía Dorrego,
ubicada muy atrás, en la cuarta fila, en desenfilada, la formación para
el combate y el ataque frontal en Tucumán, recuerdan la batalla de
Farsalia. (Maffey, 2005: 135)

Cuando Belgrano aceptó ser militar entendió que era algo


mucho mayor que un instrumento de poder. Ortega y Gasset
dijo al respecto:
Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas
virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso aumentar para
poner en pie un ejército…. La fuerza de las armas, ciertamente, no es
fuerza de la razón, pero la razón no circunscribe la espiritualidad. Más
profundas que ésta fluyen en el espíritu otras potencias y entre ellas
las que actúan en la bélica operación. Así el influjo de las armas, bien
analizado, manifiesta, como todo lo espiritual su carácter predominante
persuasivo. (Salas López, 1983: 101)

Así, nuestro prócer hizo gala de estas altísimas virtudes al


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Gabriel Aníbal Camilli

armar un ejército de la nada para marchar al Paraguay. Mostró


su gran sentido de la persuasión y el ejemplo personal ante sus
oficiales y tropa, con sus paisanos y aún hasta con sus enemigos
u oponentes.

Desarrollo
Apenas iniciada la Revolución de Mayo, la Primera Junta buscó
poner bajo su dominio aquellos puntos de la geografía colonial
que pudieran disputarle a Buenos Aires la hegemonía a través de
expediciones militares. Así, una se dirigió contra el Interior y el
Alto Perú (1810-1811), otra a la Banda Oriental (1811-1812) y
una tercera hacia el Paraguay (1810-1811).
El mismo Belgrano nos relata este momento de su vida en sus
Memorias:
Me hallaba de vocal de la Junta provisoria, cuando en el mes de agosto
de 1810, se determinó mandar una expedición al Paraguay, en atención
a que se creía que allí había un gran partido por la revolución que es-
taba oprimido por el gobernador Velazco y unos cuantos mandones, y
como es fácil persuadirse de lo que halaga, se prestó crédito al coro-
nel Espínola de las milicias de aquella provincia, que al tiempo de la
predicha Junta se hallaba en Buenos Aires. Fue con pliegos, y regresó
diciendo que con 200 hombres era suficiente para proteger el partido
de la revolución; sin embargo de que fue perseguido por su paisanos y
tuvo que escaparse a uña de buen caballo, aun batiéndose no sé en
qué punto para librarse. La Junta puso las miras en mí, para mandarme
con la expedición auxiliadora como representante y general en jefe de
ella: admití porque no se creyese que repugnaba los riesgos, que solo
quería disfrutar de la capital, y también porque entreveía una semilla
de desunión entre los vocales mismos, que yo no podía atajar, y deseaba
hallarme en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimiento
militares eran muy cortos, pues también me había persuadido que el
partido de la revolución sería grande, muy en ello, de que los americanos
al soló oír libertad, aspirarían a conseguirla. (Belgrano, 1942: 31)

La expedición –o campaña, según se mire– al Paraguay la


lideró con el grado de Coronel pues, según su propia expresión,
deseaba alejarse de las rencillas internas de la Junta y prestar un
“servicio activo” desde septiembre de 1810 hasta marzo de 1811.
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

La misión que debía cumplir Belgrano era la siguiente:


• Hacer reconocer la autoridad de la Junta de Buenos Aires
por el gobierno de la Intendencia del Paraguay.
• En caso de fracasar este objetivo, propiciar un gobier-
no propio con el cual pudieran existir buenas relaciones
diplomáticas.
No obstante, al referirse a su campaña al Paraguay, la juzgaba
de manera crítica: “esta expedición sólo pudo caber en cabezas
acaloradas que no veían sino su objeto y para las que nada era
difícil porque no reflexionaban ni tenían conocimientos” Belgra-
no, 1942:30).
Belgrano organizó sus efectivos y emprendió la marcha desde
Santa Fe, al tiempo que la Junta envió a Corrientes como Teniente
de Gobernador a Elías Galván, quien debía servirle de soporte
logístico. Se le ordenó además cortar la navegación del Paraná,
lo que provocó un bloqueo fluvial paraguayo ante el cual Galván,
más débil, debió ceder reabriendo el paso.

Organización del Ejército:


Plana Mayor:
Sargento Mayor: José Machaín
• Ayudantes: Francisco Sáenz y Gabriel Meléndez.
• Comisario: Miguel Garmendia.
• Capellán: inicialmente era José Lanchano, pero Belgrano lo
reemplazó el 11 de octubre por Juan José Arboleya (o Ar-
volella), quien llegó huyendo de Montevideo y era un revo-
lucionario de su confianza.
• Cirujanos: Juan Frubé (o Froure) y Mariano Vico.

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Gabriel Aníbal Camilli

Formó el Ejército en tres divisiones, que podremos ver en el


gráfico siguiente:
GRÁFICO 1

“El general Manuel Belgrano


y la Campaña al Paraguay”
1° División, bandera roja. 2° División, bandera azul. 3° División, bandera amarilla.

Comandante interino: Ce- Comandante interino: José Comandante interino: Manu-


lestino Vidal. Ramón Elorga el Campos.

Ayudantes Generales: José Ayudante General: Pedro Ayudante general: Manuel


Espínola (hijo) y Ramón Aldecoa Artigas.
Espínola.
Compañía de Pardos, 2°, 5° y Compañía de Arribeños, 9°
Compañía de Granaderos 8° compañías del Regimiento Compañía del Regimiento de
de Fernando VII. de Caballería de la Patria. Caballería de la Patria.

1°,4° Y 6° compañías de 30 hombres de la Compañía 30 hombres de la Compañía


Regimiento de Caballería de Blandengues de Santa Fe. de Blandengues de Santa Fe.
de la Patria.
2 cañones de a 4 del tren vo- 2 cañones de bronce de a 2
30 hombres de la com- lante en un carro capuchino y y un tercio de las municiones
pañía de Blandengues de un tercio de las municiones y y útiles del parque conducidas
Santa Fe. útiles de los parques conduci- en carretillas.
dos en 8 carretillas.
2 cañones de a 4 del tren
volante en un carro capu-
chino y un tercio de las
municiones y útiles del
parque de artillería con-
ducida en 8 carretillas.

Fuente: autoría propia

Podemos periodizar la maniobra belgraniana en tres fases: la


marcha de aproximación por el territorio de Santa Fe, Entre Ríos
y Corrientes; el franqueo del Paraná, y las acciones de combate y
desplazamientos en territorio paraguayo.
A principios de septiembre de 1810, se inició el movimiento
de las tropas: 200 hombres de la guarnición de Buenos Aires,
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

de los cuerpos de granaderos, arribeños y pardos. Además se le


agregó el regimiento recién creado, el de caballería de la Patria,
en base a los blandengues de Santa Fe y las milicias del Paraná,
con cuatro cañones de a cuatro y respectivas municiones.
La columna se dirigió a San Nicolás de los Arroyos, en donde
se hallaba el mencionado cuerpo de caballería de la Patria con
60 hombres veteranos. El resto, hasta unos 100 hombres que se
habían sacado de las compañías de milicias de aquellos partidos,
eran unos verdaderos reclutas vestidos de soldados, según
palabras del propio Belgrano. Allí se unieron el Coronel don
Antonio Olavarría y el Sargento Mayor don Ildefonso Machain.
La columna continuó la marcha hacia Santa Fe para pasar la
Bajada (actual ciudad de Paraná) por donde habían marchado las
tropas de Buenos Aires al mando de don Juan Ramón Balcarce.
La formación contaba con la artillería, compuesta por dos piezas
de a dos y de cuatro, que tenía el ya referido cuerpo de caballería
de la Patria.
En esta localidad, el gobierno reforzó las tropas con 200
patricios, pues por las noticias que tuvo del Paraguay se creyó que
la cosa era más seria de lo que se había pensado y puso también
a disposición las milicias que tenía el gobernador de Misiones,
Rocamora, en Yapeyú. Los 200 patricios estaban al mando del
teniente coronel don Gregorio Perdriel.
Para la ejecución de la marcha, Belgrano enfrentó problemas
de abastecimiento personal y armamento, que se revelarían
comunes a toda la campaña. El obstáculo crucial serían las
caballadas, publicitadas según datos espurios, pero insuficientes
y de pésima calidad.
En estas circunstancias las poblaciones se mostraron favorables
a las tropas de la Patria. Al respecto, dice Belgrano:
Debo hacer aquí el mayor elogio del pueblo del Paraná y toda su
jurisdicción: a porfía se empeñan en servir, y aquellos buenos vecinos
de la campaña abandonan todo con gusto para ser de la expedición y
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Gabriel Aníbal Camilli

auxiliar al ejército de cuantos modos les era posible. No se me olvidaran


jamás los apellidos: Garrigós, Ferré, Vera y Ereñú: ¡ningún obstáculo
había que no venciesen por la patria! (Belgrano, 1942: 33)

En otros casos, el apoyo de la población también dejó


que desear, donde los notables, salvo raras excepciones,
eludieron comprometerse a fondo aunque exaltaran aportes
y contribuciones que muchas veces quedaban en los papeles.
Otras, exhibidas como donaciones, en realidad fueron objeto de
reclamos pecuniarios posteriores.
De esta manera, y en dura travesía, las tropas de Belgrano
transitaron por distintos pueblos donde en muchos de ellos fueron
recibidos con adhesión al nuevo orden. En la Bajada del Paraná;
en esa localidad santafecina, se interesó por el modo de vida que
tenían sus habitantes y por el sistema educativo reinante. Como
se puede observar, el pensamiento del héroe no se encerraba
solamente en la misión bélica que se le había encargado, quería
ver con sus propios ojos el progreso de esos pueblos, la vida
de sus pobladores y los trabajos que allí realizaban. De modo
tal que su mente y su voluntad estaban al servicio de la Patria,
a la que amaba con tanto fervor; no dejó detalle por analizar. Su
preocupación por la educación de los niños se volvería para él
una obsesión, un deber que los padres debían cumplir al pie de
la letra. Es por eso que cuando se enteró de la poca asistencia
de los menores a las escuelas santafecinas, hizo conocer su
disgusto al Cabildo de Santa Fe. Les sugirió a los cabildantes que
asesorasen a los padres por la irresponsabilidad en que incurrían
al no enviar a sus hijos a la escuela. Aconsejaba que no distrajesen
a sus hijos del cultivo de sus tiernas inteligencias, pues la patria
necesitaba ciudadanos instruidos. Evidentemente esta actitud
desconcertaba: no se concebía que un comandante de 40 años
apoyara a pueblos y los liberara si era preciso, o que se ocupara
de las escuelas y de la educación de los niños y aún que hiciese
cumplir las leyes respectivas, incluso a costa de malquistarse con
los dignatarios de la Iglesia pese a su profunda devoción católica.
Uno de los gestos más conmovedores fue la donación que
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

hizo Gregoria Pérez de Denis, una acaudalada mujer santafecina,


quien puso todos sus bienes a disposición de Belgrano con el
propósito de brindar un sólido auxilio económico a los hombres
que iban a combatir al Paraguay. Era una época de sacrificios,
de desprendimiento; no había lugar para el egoísmo ni para la
especulación de los inmorales. Muy por el contrario, el deber con
la Patria era lo primero que debía prevalecer en toda persona de
bien, como se refleja en la digna conducta de aquella honorable
mujer.
En el corazón de la futura provincia de Corrientes deslindó un
asentamiento indio de un poblado criollo de tiempos del Virrey
Avilés, que separaba Mandisoví de Curuzú Cuatiá. Se alzó el 11
de noviembre de 1810 como el primer pueblo patrio.
Desde el punto de vista militar es destacable “el uso del velo
y el engaño”. Hubo un interrogante fundamental: ¿por dónde
cruzaría el Paraná?
La columna patriota avanzó velando el sitio donde franquearía
el Paraná, por el centro de un espacio geográfico de clima
entonces árido, que luego lo puso a prueba con lluvias torrenciales
–soportadas estoicamente– mientras cumplía a rajatabla la orden
de mantener informada en todo momento a la Junta. En cada alto
suyo, quedó un verdadero torrente epistolar como testimonio de
que a cada uno le escribía lo que consideraba conveniente, según
se tratara de oficios oficiales a Galván y la Junta o correspondencia
de tono particular.
El 20 de noviembre de 1810, las fuerzas de Belgrano cruzaron
el río Corrientes para alcanzar Caaguazú. La marcha se hizo
lenta, porque se trataba de atravesar una zona húmeda, plagada
de insectos y alimañas. El estado de los hombres era cada vez más
alarmante, pues la falta de víveres y el agua convirtieron la travesía
en un verdadero infierno. En relación a este drama, Leopoldo
Orstein señala que en solo dos meses Belgrano formó y llevó
una fuerza militar a través de la región mesopotámica por una
zona carente de caminos, plagada de obstáculos naturales, bajo
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Gabriel Aníbal Camilli

intensas lluvias y temperaturas sofocantes, sin hallar recursos, falto


de elementos para cruzar los ríos y arroyos, desconociendo un
terreno y sin poder contar con baqueanos competentes. El estado
de las tropas, por el gran esfuerzo realizado, era lamentable.
Esos hombres no se encontraban en condiciones de combatir.
Belgrano no ignoraba el cansancio y el agotamiento que padecía
el ejército desde la Bajada del Paraná hasta San Jerónimo. Fue
por eso que el prócer decidió diferir el enfrentamiento contra
las fuerzas de Velazco por un tiempo, hasta que sus hombres
estuvieran preparados para luchar contra el enemigo.
La hora de la verdad se aproximaba; el combate entre
ambas fuerzas era inevitable. Muy pronto, parte del destino de la
Revolución de Mayo se iba a decidir en territorio guaraní.
Luego de pasar por Yaguareté Corá, el 25 de noviembre,
bordearon la ribera. Desechando cruzar por Apipé, arribó con
parte de su ejército a Candelaria el 15 de diciembre. El 17 de
diciembre estaban reunidos sus efectivos y, tras intimar a las
diversas autoridades paraguayas, inició el franqueo en la noche
del 18 de diciembre con las balsas para sesenta hombres que
había construido y probado a vista y paciencia del adversario.
Había logrado eludir a las cañoneras enemigas que señoreaban el
río, engañadas por los efectivos correntinos acantonados en Paso
del Rey (hoy Paso de la Patria).
Toda esta maniobra da cuenta de su gran creatividad e
inteligencia frente a carencias inhabilitantes para cualquier otro
conductor militar; su celeridad en la toma de decisiones y riesgos,
como la firmeza de carácter necesaria para un jefe convencido
de su misión de marchar hacia la batalla, ordenando, de ser
necesario, prisiones e incluso fusilamientos.

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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

GRÁFICO 2

Recorrido y teatro de operaciones - Fuente www.misionesonline.net

Entre las virtudes militares que demostró Belgrano en esta


fase de la operación decimos que un verdadero líder tendrá más
pálpito que cálculo, si la causa es justa y el deber militar se lo
imponen, él mantendrá firme el objetivo. Por ello, en la heroica y
arriesgada expedición auxiliadora por la libertad del Paraguay, él
mismo nos dice en sus Memorias:
Llegamos al Río Corrientes, al paso ya referido y sólo encontramos
dos muy malas canoas que nos habían de servir de balsa para pasar la
tropa, artillería y municiones: felizmente, la mayor parte de la gente
sabía nadar y hacer uso de lo que llamamos «pelota» y aun así tuvimos
dos ahogados y algunas municiones perdidas por la falta de una balsa.
Tardamos tres días en este paso, no obstante la mayor actividad y
diligencia y el gran trabajo de los nadadores que pasaron la mayor parte
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Gabriel Aníbal Camilli

de las carretas dando vuelcos. El río tendría una cuadra de ancho y lo


más de él a nado. (Belgrano, 1942: 37)

Las armas de la revolución en ese momento. Algunas notas


sobre el Armamento utilizado en la Campaña al Paraguay
Desgraciadamente, no es muy abundante la documentación
que permite establecer con claridad el estado y la cantidad del
armamento de que disponían las fuerzas destacadas en esta parte
de las colonias de la Corona de España. Las necesidades del
Virreinato en esta materia, como en todas las que no se llenaban
por medio del contrabando, eran satisfechas directamente por
España, desde donde se enviaban las armas, municiones y pólvora,
aunque su provisión era siempre deficiente, como ocurría con el
personal de los cuerpos.
Estos estaban constituidos por tropas de infantería armadas
con fusiles, de las características descriptas precedentemente, y
bayonetas. Los dragones, especie de infantería montada, combatían
a pie con carabina y bayoneta, y a caballo con pistola y espada.
Los blandengues, según el coronel Beverina (Beverina, 2015, 38),
estaban armados una parte con sable y carabina y el resto con dos
pistolas y sable, como lo permitía la existencia de estas armas en la
Real Armería. Agrega este autor que la lanza y el trabuco naranjero
constituían la dotación ocasional de algunas milicias montadas que
prestaban servicios de patrulla y rondas en las líneas de fortines
de la frontera con el indio.
Hasta 1806, no se conocían en nuestras provincias otros
cuerpos de caballería que los lanceros, apellidados «escuadrones
de Blandengues”, constituidos con gauchos del litoral que
formaban la masa característica del cuerpo. Este rudimento
del arma solo servía como policía suburbana y de campaña y la
guardia de fronteras; eran escuadrones de policía fronteriza y
costanera, que no poseían ni la constitución ni el temple de los
cuerpos veteranos.
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

El Rio de la Plata estaba alejado del resto del mundo, nadie lo


codicio durante siglos y gozaba de casi ininterrumpida paz.
A veces se recibían partidas de pólvora de Chile o Perú y
también se fundían balas en Buenos Aires, pero con plomo enviado
a ese efecto desde la metrópoli y que solía utilizarse como lastre
en los buques hasta su llegada. Recién a principios del siglo XIX se
intentó la fabricación de sables y espadas en nuestra ciudad, que
luego fue continuada por los primeros gobiernos independientes.
En los primeros años de ese siglo, dos episodios pusieron de
manifiesto la insuficiencia de las tropas y de las armas existentes
en el virreinato del Rio de la Plata: la guerra con los portugueses
de 1801 y las invasiones inglesas de 1806-07.
Las fuerzas militares del virreinato, a la fecha de estas últimas,
se componían como sigue: infantería: un regimiento con tres
batallones de siete compañías, creado en 1772; caballería: un
regimiento de dragones; artillería: dos compañías de 145 plazas.
Los efectivos de estas unidades se hallaban habitualmente
incompletos. Existían además las milicias provinciales divididas en
compañías de 150 plazas con asiento en Montevideo. Maldonado,
Colonia del Sacramento, Mendoza, Potosí, Paraguay y Ensenada
de Barragán; y dos cuerpos de Blandengues. Como consecuencia
de las invasiones se crearon, como es sabido, numerosos cuerpos
denominados casi siempre según las provincias de donde eran
oriundos los soldados. Con el elemento nativo se formaron los
batallones bautizados de patricios y arribeños, de infantería, y de
caballería, dos escuadrones de húsares, uno de infernales y uno
de cazadores.
A raíz del conflicto con los portugueses, se adoptaron medidas
para reforzar el armamento y el 31 de agosto de 1804 llegó al
puerto de Montevideo el paquebote Casilda que trajo 200 cajones
de fusiles y pistolas y 10 de Piedras de chispa. Poco después, el
16 de noviembre del mismo año, la fragata Nuestra Señora de las
Mercedes llegó con 94 cajas de fusiles y 80 de sables.

172
Gabriel Aníbal Camilli

Por su parte, el virrey Sobremonte, después de la Junta de


Guerra celebrada en 1805 con motivo de los sucesos de Europa y
el resultado de la batalla de Trafalgar, adoptó diversas medidas de
precaución. Ordenó primero la fabricación de 20.000 cartuchos
de bala para carabina calibre de a 19 e igual número para pistola,
y días más tarde, la de 60.000 cartuchos para fusil calibre 16 y
10.000 de pistola de igual calibre.
El feliz resultado de la empresa de Liniers con tropas y
armas obtenidas en Montevideo –la reconquista de Buenos
Aires y la rendición de Beresford y sus fuerzas– permitió
obtener, según el parte del mismo Liniers, 1.600 fusiles «Tower”
, numerosas piezas de artillería, además, sin duda, de otras armas
menores: pistolas o espadas no mencionadas expresamente en
el parte.
Estas armas fueron empleadas con ventaja contra los propios
ingleses al año siguiente y constituyeron una proporción
importante del armamento de los primeros ejércitos patriotas.
Los fusiles Tower se difundieron tanto que el capitán Hall, un
marino inglés, expresó que en 1821, al entrar en Talcahuano y
cruzar el puente levadizo, “el centinela que lo guardaba era un
muchacho sucio, rudo, a medio vestir, que apenas podía con el
peso de un mosquete en cuya llave leí la palabra Tower” (Hall,
1920: 139).
El historiador Torre Revello, citado por Beverina (Beverina,
2015, 41), afirma que a raíz de la capitulación de Buenos Aires
fueron entregados por los ingleses 2064 fusiles e igual número de
bayonetas, 618 carabinas, 4672 pistolas, 1208 espadas, 400.000
balas para fusil y 131.840 cartuchos con bala para fusil, carabina
y pistola, además de 106 cañones y munición de artillería. Al ser
reconquistada la ciudad, el recuento realizado por Francisco de
Agustini el 18 de agosto de 1806 arrojó como existencia de la
armería 2061 fusiles españoles, 616 carabinas, 4072 pistolas, 1208
espadas, sin contar los 1600 fusiles ingleses rendidos, 135 cañones
y varios morteros, de los cuales dos obuses y cinco cañones eran
ingleses. Sin duda, este armamento constituyó la mayor parte del
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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

existente en Buenos Aires al producirse las invasiones y da una


idea bastante exacta de la existencia de armas de la capital del
virreinato en esa fecha.
Al organizarse, pues, los ejércitos patriotas cuyo envío dispuso
la Primera Junta para propagar la revolución en el interior y buscar
el apoyo de las provincias, el armamento de los mismos consistió
en los fusiles y otras armas venidas de España, más el contingente
de fusiles capturado en 1806. Recién unos años después, en 1812,
comenzaron a llegar las armas adquiridas en el extranjero.
Buena parte de ese material debía estar en mal estado y
la tropa que lo utilizaba era en su casi totalidad bisoña. Así, al
organizarse la expedición al Paraguay, cuyo mando se confió a
Belgrano, al hacerse cargo del primer núcleo de sus fuerzas en
San Nicolás, este se encontró con 357 hombres. Entre ellos, 60
eran veteranos del Regimiento de blandengues de la Frontera,
que fue rebautizado con el nombre de Regimiento de Caballería
de la Patria, y el resto eran milicianos. En el oficio que dirigió el
general a la Junta dijo: “Los soldados todos son bisoños y los más
huyen la cara para hacer fuego» lo que era explicable en personas
no acostumbradas, debido al fogonazo del cebo que «las carabinas
son malísimas y a los tres tiros quedan inútiles” (Belgrano, 1942:
35).
Estos ejércitos debieron, pues, suplir con arrojo las deficiencias
de su organización y armamento, no obstante lo cual el del
Alto Perú obtuvo la victoria de Suipacha, primera de las armas
independientes, y el del Paraguay se lució en la honrosa acción
de Tacuarí, donde el heroísmo y la habilidad del general Belgrano
salvaron de una destrucción segura a los restos del ejército
expedicionario.
Por lo demás, las penurias sufridas por estos primeros ejércitos
fueron a veces terribles. En lo que a nuestro aspecto del problema
se refiere, baste recordar que cuando Belgrano se hizo cargo del
ejercito del Norte después del desastre del Desaguadero, apenas
contaba con 1500 hombres en pésimo estado de nutrición y la
174
Gabriel Aníbal Camilli

mayoría enfermos, y que su armamento era de 580 fusiles útiles,


215 bayonetas para infantería, 21 carabinas y 34 pistolas para la
caballería (Mitre, 1980).
La escasez de armas de fuego para armar a estas fuerzas,
también fue puesta de manifiesto por el bando de la Primera
Junta de fecha 11 de agosto de 1810, que ordenó la expropiación
de todas las armas de chispa en poder de particulares, carabinas,
escopetas o pistolas de cualquier clase (Registro nacional de la
República Argentina. Tomo I, 1879: 63), mientras que los bandos
del 28 de mayo y del 14 de junio del mismo año habían ordenado
la entrega al gobierno de toda arma perteneciente al rey que se
hallase en poder de cualquier persona. En 1812 todavía se insistía
con medidas de esta índole y el bando del 16 de enero de ese
año concedió un plazo de 3 días para manifestar al gobierno en
la Comandancia de Armas que toda arma de chispa o blanca
del Estado o de propiedad privada significaba para su dueño
una pena de 100 azotes y 500 pesos de multa. El 18 de julio se
publicaron por bando dos severos decretos. Uno que prohibía
bajo graves penas –de muerte para los españoles europeos– que
ningún individuo podía comprar armas ni prendas de uniforme a
los soldados; el segundo ordenaba a los españoles europeos la
entrega de toda arma de chispa o blanca larga dentro de dos días,
bajo pena de horca dentro de las 24 horas.

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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

GRÁFICO 3a

Cuadro explicativo de tiempo y espacio (en territorio actual de la argentina)


Fuente: autoría propia

GRÁFICO 3b

Cuadro explicativo de tiempo y espacio (en territorio actual del Paraguay):


Fuente: autoría propia
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Gabriel Aníbal Camilli

Operaciones militares: franqueo y combates


El general Belgrano estableció su puesto comando en La Can-
delaria. El Ejército Patriota se encontró con dificultades para cru-
zar el río Paraná por la falta de canoas, ya que los paraguayos,
para obstaculizar o impedir el cruce de las fuerzas de Buenos
Aires, habían destrozado o retirado todas las embarcaciones del
río.
Belgrano, según palabras de Mitre: “[…] tuvo que construir
una escuadra compuesta de un gran número de botes de cue-
ro, algunas canoas y grandes balsas de madera, capaces de trans-
bordar sesenta hombres y una mayor que todas, para soportar el
peso de un cañón de a cuatro haciendo fuego, pues se esperaba
realizar el desembarco a viva fuerza” (Muñoz, 1995:48).
La empresa era difícil. El Paraná tenía frente a La Candelaria
más de 900 metros de ancho y una fuerte correntada, que des-
viaría la ruta de la escuadrilla en más o menos una legua y media
aguas abajo. El lugar elegido para desembarcar era un claro del
monte llamado El Campichuelo.
El paso del Paraná se inició el 18 de diciembre de 1810, luego
de haber arengado a sus tropas con una reducida fuerza de doce
hombres que sorprendió, a las once de la noche, a un destaca-
mento enemigo y le tomó dos prisioneros y las armas.
Tras una acción menor sobre una guardia en el combate de
Campichuelo, Belgrano entró en Itapúa (actual Encarnación).
Sobre el terreno, con la resistencia pasiva que le opuso la
población, comenzó a comprender que su percepción anterior
de la existencia de un fermento revolucionario en Paraguay
era errónea, pero siguió avanzando hacia Asunción. Falto de
elementos y obligado a improvisarlo todo, el general argentino
explotó hábilmente los efectos de la sorpresa, sacando todo
el partido posible del error en que incurrió inicialmente su
adversario al diseminar sus fuerzas desde las bocas del Paraguay
hasta la Candelaria. La dirección central elegida para avanzar a
177
El General Belgrano y la campaña al Paraguay

través de la región mesopotámica permitió a Belgrano ocultar


sus movimientos hasta el último momento, que impidió así a su
adversario reunir a tiempo las fuerzas frente al punto en que se
efectuaría el pasaje del Paraná y facilitó la ruptura del cordón
defensivo paraguayo en uno de sus puntos débiles.
Si a esto se añaden las precauciones adoptadas para mantener al
enemigo en la incertidumbre, los reconocimientos efectuados, las
medidas para el franqueo del río y la ejecución del mismo, dado el
ancho del obstáculo y la ausencia de materiales adecuados, se llega a
la conclusión de que la operación llevada a cabo por el general Belgrano
es una de las más notables que registra la historia militar argentina.
(Ornstein, 1941).

La férrea y verdadera humildad del líder hace obrar con certeza


a su tropa, forjada en el sacrificio y la austeridad del trabajo diario
silencioso y constante, así lo demuestra este párrafo por él escrito,
que describe con humildad y respeto la victoria en Campichuelo:
“por lo que hace a la acción, toda la gloria corresponde a los
oficiales ya nombrados y siento no tener los nombres de los siete
soldados para apuntarlos, pero en medio de esto son dignos
de elogio por sólo el atrevido paso del Paraná en el modo que
lo hicieron, así oficiales como soldados, y espero que algún día
llegará en que se cuente esta acción heroica de un modo digno
de eternizarla, y que se mire como cosa de poco más, o menos,
porque mis enemigos empezaban a pulular y miraban con odio a
los beneméritos que me acompañaban y los débiles gobernantes
que los necesitaban para sus intrigas trataban de adularlos”2.
El ejército siguió su curso, la travesía se convirtió en un
tormento. Solo obtenían alimentación de carne vacuna sacrificando
las reses, que eran los bueyes que empleaban para el arrastre
de las carretas. Todo era hostil, inhóspito, amén de aguaceros
interminables que caían sobre las tiendas de campaña que usaban
para refugio de la tropa o poner a salvo enseres, municiones y
demás elementos de combate. Por lo tanto, la situación por la
que atravesaban las tropas patriotas era alarmante. Para colmo, el
objetivo de esa larga travesía era llegar a un destino para enfrentar
2  Belgrano, 1942:41.
178
Gabriel Aníbal Camilli

las fuerzas de Velazco que, sin duda, estaban mejor preparadas


para mantener una lucha con claras posibilidades de triunfo. Al
prócer le carcomía la duda e intentaría, entonces, llegar a un
acuerdo con Velazco.
Entonces, el 6 de diciembre Belgrano decidió redactar un
oficio dirigido al jefe de las fuerzas paraguayas en donde le señaló
en términos amistosos, pero a la vez con una clara advertencia: la
persuasión y la fuerza.
El encargado de llevar a cabo el oficio al campo de Velazco
fue Ignacio Warnes, un destacado oficial, a la sazón secretario
de Belgrano. Pero para su sorpresa el enviado del prócer fue
arrestado y se ordenó que lo engrillaran para ser conducido a la
capital. El General Belgrano recordó con pesar la humillación, se
horrorizó al contemplar la conducta engañosa que observó en
Warnes, las tropelías que se cometieron con él. Todo esto mostró
a Belgrano que no existía un partido favorable a la Revolución.
Las cartas estaban echadas. Belgrano recibió la nota de rechazo
al armisticio ofrecido. Por lo tanto, la posibilidad de un acuerdo
pacífico se diluyó. La lucha era inminente, la hora de la verdad se
acercaba. El primer encuentro se produjo con un combate en
las cercanías del Campichuelo, terreno que estaba defendido por
tres piezas de artillería pertenecientes al ejército del oponente.
En ese lugar, una fuerza de unos doce hombres sorprendió a una
partida de paraguayos a la que le tomaron armas, sesenta canoas
y se hicieron algunos prisioneros. Cabe señalar la destacada
actuación que tuvo en este pequeño combate Manuel Artigas,
primo hermano del Protector de los Pueblos Libres; avanzó
denodadamente sobre los cañones enemigos, poniendo en fuga
a 54 hombres que los sostenían, los ametralló por la espalda con
su propia artillería y se apoderó de una bandera sin perder un
solo hombre. Con este sorpresivo ataque, las tropas patriotas
tomaron posición del campo enemigo, lo que sirvió de incentivo a
Belgrano para trazar un plan de lucha que lo condujera a la victoria
definitiva. Su optimismo por esa victoria contra un pequeño grupo
de fuerzas le jugó en contra, porque su exceso de confianza lo
179
El General Belgrano y la campaña al Paraguay

llevó a cometer una serie de desaciertos que favorecieron a los


paraguayos.
Belgrano no contaba con tropas rápidas. Sin embargo, se
empeñó en perseguir a un enemigo que no le presentaba batalla,
situación que fue desgastando de a poco a sus soldados. La moral
iba decayendo. El gobernador Velazco le plantearía una defensa
en profundidad, ejecutando la técnica de “tierra arrasada”,
cambiando espacio por tiempo y obligando a las fuerzas patriotas
a alargar su línea de comunicaciones.
El Ejercito Patriota se internó en busca del adversario, que se
preparaba en Paraguarí, territorio que había pertenecido a los
jesuitas, a unas dieciocho leguas de Asunción.
Por cada pueblo por donde pasaba, notaba que el rechazo y
el desprecio hacia sus tropas eran cada vez mayor, y ese rechazo
se manifestaba a través del éxodo de sus habitantes junto con
todas sus pertenencias, con el fin de que las fuerzas patriotas no
contaran con el recurso alguno. Años después, Belgrano aplicó
este procedimiento en la epopeya conocida como Éxodo Jujeño.
Pero a pesar de todas las penurias, Belgrano no iba a dar
marcha atrás porque su propósito era llegar hasta las últimas
consecuencias aun cuando la victoria le fuera esquiva.

Paraguarí
El 15 de enero de 1811, finalmente estaba a la vista del
oponente, fortificado en la villa de Paraguarí. La batalla se dio
en la madrugada del 19 de enero y luego de una intensa pugna,
rechazado por los efectivos paraguayos, Belgrano se retiró
ordenadamente hacia el río Tacuarí, seguido a la distancia.
La decisión de presentar batalla le iba a costar cara, pues
algunos errores tácticos de inferioridad numérica y la necesidad
de no retirarse obligaron a Belgrano a ofrecer batalla confiando
180
Gabriel Aníbal Camilli

en la superioridad moral de sus tropas, convencida de la causa


por la cual emprendían estos sacrificios.
En los primeros momentos del ataque de los patriotas, el
desconcierto que sufrieron los paraguayos les hicieron creer
en el triunfo, pero la reacción llegó rápidamente y cuatro horas
después las tropas porteñas fueron vencidas. Entre muertos,
heridos y prisioneros perdieron más de la quinta parte de los
efectivos.
Ello se debió a la superioridad de las fuerzas paraguayas,
demasiada para un ejército que solo contaba con setecientos
hombres aproximadamente; el triunfo paraguayo estaba
descontado. Esta derrota obligó a Belgrano a retirarse hasta el
Río Tacuarí, donde tuvo que acampar hasta la llegada de refuerzos
que iban a ser mandados por la Junta, detenidos de Buenos Aires.
Permaneció en ese lugar aproximadamente un mes. En marzo de
1811, un ataque sorpresa de los paraguayos puso al adversario
en alerta para defender la plaza. Esa aguerrida defensa fue una
heroicidad admirable, pero el ímpetu de los combatientes no fue
suficiente para frenar las embestidas de los rebeldes. El combate
fue sangriento; el ejército guaraní al mando del general Manuel
Cabañas estaba formado por 2000 hombres, en tanto que las
fuerzas patriotas solo contaba con 400, que resistieron como
leones heridos los ataques de la artillería y la infantería adversarias.
A pesar de la heroica lucha, las tropas comandantes por el
alcalde José Machain tuvieron que ceder ante la superioridad
de los guaraníes. En esa sangrienta contienda solo sobrevivieron
a los ataques de Cabañas dos oficiales y unos pocos soldados;
prácticamente se había perdido la mitad del ejército, lo que fue
aprovechado por los altos mandos rebeldes para mandar un
parlamentario con el fin de intimar a Belgrano a que se rindiera.
El emisario le dijo que en caso de que no aceptar esos términos
sería pasado a cuchillo junto con toda la tropa.

181
El General Belgrano y la campaña al Paraguay

Tacuarí
A fines de enero, Belgrano fue intimado a rendirse por Tomás
Yegros, cabeza de la vanguardia paraguaya, que comprendió que
no pensaba continuar su retirada. También recibió sus despachos
de Brigadier (general).
En febrero, ambos adversarios se mantuvieron sobre las
armas aprestándose para la batalla. Belgrano, afectado por las
deserciones, escribió que solo podía confiar en los soldados
de Buenos Aires. Velazco buscó obligarlo a recruzar el Paraná
asegurando nuevamente las comunicaciones con Montevideo.
Belgrano envió efectivos para mantener asegurado un paso sobre
el río.
El prócer estaba decidido a jugarse la última carta, por ello
puso a sus soldados en movimiento con el fin de dar batalla
nuevamente. No cabe duda que el miedo y la tibieza no ocupaban
un lugar en el espíritu de lucha del General Belgrano, lo que
entusiasmaba a sus subordinados.
El ejército paraguayo no esperaba una reacción de esa
naturaleza: solo creía que la rendición de las tropas de Belgrano
era inminente. Sin embargo, los hombres de Velazco tuvieron
que prepararse otra vez para una batalla cuya victoria daban por
descontada.
El jefe del ejército patriota fue el responsable de iniciar una
de las epopeyas más grandes de nuestra historia pues, con solo
235 hombres, Belgrano enfrentó a una poderosa fuerza de más
de 2000 soldados. Tacuarí fue un ejemplo de coraje, entrega y
abnegación fuera de lo común donde Belgrano puso en juego toda
su capacidad y audacia para alcanzar una victoria épica, al ritmo
de un tambor tocado por un niño de 12 años, Pedro Ríos. La
infantería nacional avanzó sin temor contra las fuerzas enemigas.
Fue una jornada de gloria, donde según Mario Belgrano3 la

3  En Historia de Belgrano (1944).


182
Gabriel Aníbal Camilli

caballería formada en dos pelotones de 50 hombres iba sobre


los flancos, mientras que los artilleros arrastraban las piezas. La
maniobra desplegada por Belgrano alcanzó un éxito inesperado;
además, el arrojo y el empuje de sus fuerzas fueron el sólido
sostén para que ese éxito se hiciera realidad.
Fueron siete horas de combate encarnizado, en las que las
tropas de un ejército y otro no dieron ni pidieron tregua. La
resistencia de los patriotas al peso de la inferioridad numérica fue
antológica. Los paraguayos no sabían cómo quebrar el cerrojo.
Las horas pasaban y la lucha continuaba. En aquella desesperada
jornada de lucha tan desigual quedó claramente demostrado que
las tropas patriotas tenían vocación de héroes.
De golpe, la fortuna le sonrió al jefe porteño. Viendo que la
continuidad del combate era perjudicial para sus aspiraciones,
Belgrano envió un emisario a Cabañas con el fin de ofrecerle
un armisticio, que fue aceptado por el jefe paraguayo. Ambos
ejércitos quedaron maltrechos, lo que permitió a las fuerzas
patriotas retirarse con honor y dignidad.
El 12 de marzo, Belgrano ya ofició desde Itapúa y el 13 desde
Candelaria. Había recruzado el río. Hasta mediados de aquel
mes, sostuvo un enjundioso intercambio epistolar con Cabañas,
interpretado a posteriori como influencia significativa en el
movimiento emancipador paraguayo iniciado en mayo de aquel
1811. En ese cruce de correspondencia, se percibe cómo ambos
contendientes fueron dulcificando un trato de dientes para afuera
hacia expresiones progresivamente amistosas.
El 21 de marzo de 1811, Belgrano recibió sus nuevas órdenes.
El día 23, las primeras fracciones del ejército rompieron la marcha
hacia la Banda Oriental. La campaña al Paraguay había concluido.
Él, después, quizás jalonó la interna de aquel momento de
la gesta revolucionaria: fue procesado. Pero salió indemne
merced al testimonio favorable y unánime de quienes fueron sus
subordinados.
183
El General Belgrano y la campaña al Paraguay

Reflexiones finales
Belgrano le manifestó al comandante de las fuerzas paraguayas
que las armas habían ido como auxiliares y no a conquistar el
Paraguay pero que, puesto que rechazaban con fortaleza a sus
libertadores, había resuelto evacuar la provincia repasando el
Paraná con su ejército, para lo que proponía una cesación de hos-
tilidades que contuviese para siempre la efusión de sangre entre
hermanos. Cabañas aceptó en forma inmediata la propuesta con
la condición de que el ejército patriota abandonase la Provincia
del Paraguay lo antes posible, a lo que Belgrano no puso reparo.
El prócer deseaba que el conflicto se encaminara hacia un sende-
ro de paz y reconciliación.
Es destacable reconocer que, a pesar de las difíciles circun-
stancias por las que atravesaba Belgrano, supo dominar la situ-
ación para convertir lo que pintaba como una derrota humillante
en una salida decorosa y honorable. Además, sembró una semilla
entre la oficialidad paraguaya que prontamente iba a dar sus fru-
tos.
Belgrano actuó con miras al cumplimiento de la misión im-
puesta por la Junta de Gobierno de Buenos Aires:
• Hacer reconocer la autoridad de la Junta por el gobierno
de la Intendencia del Paraguay; y en caso de fracasar este
objetivo,
• Propiciar un gobierno propio con el cual pudieran existir
buenas relaciones diplomáticas.
Es evidente que Belgrano pudo cumplir con el objetivo ulterior
encomendado, ya que el armisticio ofrecido a Cabañas iba a traer
considerables beneficios para el militar porteño y sus objetivos.
Las ideas de la Revolución Mayo fueron vistas con agrado por
la oficialidad paraguaya. El documento que ponía fin a las hostili-
dades fue redactado por el mismo jefe patriota; en él se vuelcan
las ideas de la Revolución con el fin de que los hombres que con-
184
Gabriel Aníbal Camilli

formaban el ejército paraguayo tomaran conocimiento de ellas.


Además, las proposiciones tenían en cuenta beneficios para el
comercio del Paraguay, lo que cayó muy bien en el campamento
de Cabañas.
Lo que intentaba Belgrano con estas propuestas era un acer-
camiento con el adversario. Para ello, puso en evidencia gran ha-
bilidad para manejar una situación que se presentaba muy com-
plicada, pero que con su inteligencia y viveza supo resolver. Una
que Cabañas conoció y aceptó la propuesta, Belgrano obtuvo el
honor de que sus 300 hombres desfilaran con cuatro cañones y
alrededor de cuarenta carretas.
Como señalan diferentes autores, el General Belgrano marchó
a caballo al frente de la columna y a la salida del bosque se veía el
ejército paraguayo, formado en línea con 2500 hombres.
EI jefe paraguayo, rodeado de su estado mayor, salió a gran
galope a recibir a Belgrano y, en medio de la línea, echaron ambos
pie a tierra. Se avistaron y marcharon el uno hacia el otro, se
abrazaron fraternalmente en presencia de ambos ejércitos y
permanecieron así por largo espacio en señal de reconciliación
y perpetua amistad. Para sellar aún más la amistad entre ambos
jefes militares y, que la dignidad del ejército patriota permaneciera
sin mancha, Belgrano –en homenaje a los paraguayos que habían
muerto en combate– entregó a Cabañas sesenta onzas de oro
con el fin de ser compartidas entre las viudas y huérfanos de
los caídos en el campo de batalla. Pero eso no fue todo, porque
luego de esa entrega, sacó de su bolsillo un reloj comprado en
España para obsequiárselo al militar paraguayo. Con estos gestos
de caballerosidad y generosidad, Belgrano se ganó la simpatía y la
adhesión no solo del General Manuel Cabañas, sino también de
todos los oficiales y soldados.
Debemos remarcar enfáticamente el vínculo que nacía entre
esos dos guerreros que tenían por prioridad la paz, antes que la
muerte y la desolación. De modo tal que lo que no logró el prócer
en el campo de batalla, lo obtuvo a través de la persuasión, de la
185
El General Belgrano y la campaña al Paraguay

utilización de un discurso que invadió las mentes y los espíritus de


los paraguayos que quedaron convencidos de las ideas de libertad.
Es muy importante destacar el coraje y el honor de un escaso
grupo de hombres que tuvieron que enfrentar el hambre, la
sed y el frío durante todo el trayecto, se agigantaron ante una
adversidad incontrolable. Un pequeño ejército luchó con enorme
gallardía contra las superiores tropas guaraníes, lo que no supuso
dominar a las diezmadas fuerzas de Belgrano.
El valor y la perseverancia tuvieron un papel relevante ante
el adversario. Aun cuando la derrota se avizoraba, Belgrano no
se dio por vencido y, a través de una estrategia temeraria, siguió
peleando con lo poco que le quedaba contra un contingente de
2500 hombres.
Por eso es que, a nuestro juicio, no corresponde tildar como
fracaso la campaña paraguaya. Es cierto que no se logró el objetivo
trazado por la Junta, pero se logró el respeto, la admiración y la
estimación de todos los pueblos por los que atravesó Belgrano
con sus tropas registradas. De modo que, luego de haber
combatido con bravura en los campos paraguayos, dejó bien
alto el prestigio de aquellos que se batieron con un fervor y una
tenacidad ejemplares.
En su esquema de ideas y su escala de valores, la Nación
estaba por encima de cualquier otro interés individual o sectorial.
A ella cabe, como deber, brindarle los mejores esfuerzos y aún
consagrarle la vida. La Nación misma se convierte así en la Ley
Suprema ante la cual cede cualquier argumentación en contrario.
En esta campaña, Manuel Belgrano mostró arrojo, esa virtud
que hace obrar al hombre en los momentos del combate por el
valor. Belgrano dio prueba de ello en reiteradas oportunidades
durante la dura Campaña al Paraguay de 1810-1811. En el combate
de Tacuarí, ante la situación que se mostraba desfavorable porque
el enemigo tenía amplia superioridad numérica, el líder se puso
al frente de sus hombres y desenvainó su espada para encabezar
186
Gabriel Aníbal Camilli

la carga. Belgrano le comentó a uno de sus hombres: “Aún confío


que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de
este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir de 40 años que de
60”.
La Campaña del Paraguay prueba además algo sustancial para
la vida de un soldado: un hombre de armas debe ser un hombre
completo, su coraje y su capacidad de resistir adversidades en
el curso de una operación no lo es todo. Como otros grandes
conductores, Belgrano exhibió en esta precisa ocasión virtudes
humanas y políticas que le permitieron transformar lo que podría
haber sido una operación fallida en un éxito hasta geopolítico. Ser
íntegro es más que ser valiente y astuto en el terreno.
Con razón se dice que nadie da lo que no tiene. Si el General
Manuel Belgrano, pese a las condiciones desfavorables que
enfrentó, supo ganarse entre aquellos adversarios guaraníes la
admiración y el respeto, incluso profesional, no fue por simulación
ni por virtudes fingidas. Lo mismo ocurrió en su Patria, en la
que los argentinos le reconocemos el alto sitial de los próceres,
adornados no solo por la fortaleza y el coraje, sino también por
hombría de bien, la prudencia y la sabiduría.
En la Campaña del Paraguay podemos mirarnos y aprender
de ella el coraje y la abnegación ante las empresas difíciles y hasta
desesperadas. Pero también podemos aprender de ella otra
lección: a qué conductores y líderes vale la pena seguir.

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El General Belgrano y la campaña al Paraguay

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Gabriel Aníbal Camilli

El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio fue un


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