Civilización Micénica

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La guerra de Troya: ¿mito o realidad?

La civilización Micénica (1450 – 1200 a. C.)

Al tiempo que la civilización Minoica alcanzaba su esplendor, comienza a emerger en Grecia


continental una cultura que iba a alcanzar su pleno desarrollo en los siglos posteriores.
Procedente del norte y del este, convergen en la región del Peloponeso pueblos que
hablaban una lengua de origen indoeuropeo y, tras el contacto con los habitantes del lugar,
se transformaría en el griego.
Entre los siglos XV y XII a. C., las primitivas aldeas se convierten en ciudadelas fortificadas,
aparece por toda la zona una cerámica de características similares, al tiempo que una
escritura ideográfica y silábica permite a los escribas el registro de datos administrativos.
El mundo egeo se hegemoniza. Si bien no hay una preeminencia evidente de Micenas, su
importancia legendaria y las impactantes excavaciones arqueológicas desarrolladas en el
lugar han determinado que conozcamos bajo el nombre de Mundo Micénico al conjunto
de regiones que conformaron esta civilización.
El desarrollo de estos pueblos se irá acentuando a medida que la civilización cretense
declina. Luego de un intenso intercambio comercial, las relaciones de poder se modificarán
y los micénicos, también conocidos como los aqueos, impondrán su fuerza. A principios del
siglo XV a. C., la capital de la civilización minoica cae bajo el poder de Micenas, dando inicio
a una gran expansión por todo el Mediterráneo oriental. A pesar de su colapso, el brillo de
la cultura minoica seguirá ejerciendo una gran influencia sobre los pueblos invasores.

La “Puerta de los Leones” y las murallas “Ciclópeas” de Micenas.


Más de 400 yacimientos arqueológicos pertenecientes a esta cultura han sido localizados.
Además del estudio del abundante material excavado, la civilización micénica puede
reconstruirse, en gran parte, gracias a una enorme cantidad de tablillas de arcilla que se
han recuperado en Grecia continental e incluso en Creta. Los textos inscritos en estas
tablillas presentan un sistema de escritura que conocemos como Lineal B. Descifrado en
1952 por Michael Ventris, ha sido identificado como una forma primitiva del griego,
utilizado principalmente para realizar registros administrativos y de transacciones
comerciales. El impulso que llevó a la creación de esta escritura fue, sin duda, el contacto
cultural de los micénicos con la civilización cretense.

Hasta el desciframiento del lineal B, la historia de la lengua griega comenzaba en el siglo


VIII a. C. con los poemas homéricos; hoy sabemos que el griego aparece sin solución de
continuidad desde finales del siglo XV a. C. hasta nuestros días, constituyendo la lengua de
historia más larga de la humanidad.
Antepasados directos de los pobladores de la Hélade en época arcaica, los pueblos
micénicos conforman el núcleo sobre el que se va a configurar una de las etapas más
deslumbrantes de la historia antigua, la Grecia clásica.

El período micénico se convirtió en escenario histórico de gran parte de las narraciones


mitológicas y de la tragedia griega, incluyendo el ciclo troyano. La legendaria guerra que se
inicia cuando los aqueos, comandados por el rey Agamenón de Micenas, deciden invadir
las costas de Jonia para sitiar la ciudadela de Troya, constituye una de las bases de los
relatos míticos heroicos del mundo heleno.
El intento por corroborar un núcleo histórico en las narraciones homéricas referidas a la
guerra de Troya tiene una larga historia. En 1870, Heinrich Schliemann, un millonario
hombre de negocios prusiano, decide emprender una expedición arqueológica en Turquía
para encontrar la mítica Troya.

Heinrich Schliemann. Promontorio de Hisarlik, Turquía.


Obsesionado desde niño por los relatos de Homero y convencido que la guerra narrada en
la Ilíada tenía una base histórica, el arqueólogo y su equipo excavaron en la colina de
Hisarlik, sin el permiso de las autoridades. Penetraron a gran velocidad una capa tras otra,
nueve en total, de antiguos asentamientos correspondientes a ciudades construidas
sucesivamente. Debido a numerosas circunstancias adversas, el descubrimiento adquirió
proporciones casi épicas. Tres años más tarde, Schliemann encontró lo que denominó
como el Tesoro de Príamo, cerca de nueve mil piezas individuales que incluían anillos,
vasos de cobre, oro y plata, puntas de lanza, hachas de guerra, puñales, una espada, un
escudo y otros objetos. Incluso su bella mujer Sofía, exhibió las que consideraban que eran
las joyas de Helena de Troya. Pero con el tiempo se comprobó que estos valiosos hallazgos
pertenecían a una capa (Troya II) más de mil años anterior al período de la guerra que,
según Eratóstenes ocurrió entre el 1194 y el 1184 a. C. En su afán por llegar rápidamente a
los estratos más antiguos, el arqueólogo pasó por alto una capa más superficial (Troya VII),
que se corresponde con la etapa histórica en donde la guerra habría tenido lugar.

Sophia Schliemann luciendo las El “tesoro de Príamo”.


“joyas de Helena”.

Más tarde, Schliemann inició una búsqueda en Micenas, con la intención de localizar las
tumbas entre las cuales creía que se encontraba la de Agamenón. Las excavaciones
revelaron la existencia de seis recintos funerarios, dieciocho cuerpos con ajuares
mortuorios y gran cantidad objetos de oro, bronce y marfil. La orfebrería hallada en la
tumba de los Átridas evidencia la originalidad y el lujo de las creaciones de esta cultura.
Siglos más tarde, los relatos de Homero se referirían a Micenas como “la rica en oro”.
El empecinado arqueólogo prusiano no dudó en asegurar que una máscara de oro
encontrada, pertenecía al mismísimo legendario rey de Micenas. Sin embargo, los análisis
posteriores determinaron que el objeto mortuorio era algunos siglos más antiguo que la
supuesta existencia de Agamenón.
Los descubrimientos en Micenas y en Tirinto dieron nombre a la civilización micénica. Esta
cultura de la Edad del Bronce Reciente se desconocía por completo hasta que Schliemann
inició su excavación en la ciudadela de las murallas ciclópeas.

La denominada “máscara de Agamenón”.

Volviendo a la guerra de Troya, los trabajos sobre el terreno de Hisarlik se mantuvieron en


actividad a lo largo del siglo XX. En 1988 el arqueólogo Manfred Korfmann descubrió la
existencia de un enorme barrio bajo, que se extendía a más de cuatrocientos metros al sur
de la colina donde se había realizado la primera excavación. Los estudios concluían que
durante el Bronce Reciente existió una rica y próspera ciudad, que había albergado entre
4000 y 10000 habitantes. En la excavación que realizó en 1995 encontró la puerta sur del
barrio bajo de Troya VI, que impedía el paso de carros de combates de ataque y controlaba
la entrada a la ciudadela. Sus excavaciones sacaron a la luz un estrato quemado al suroeste
del promontorio, además de numerosas puntas de flecha de bronce, algún que otro
esqueleto y varios montones de proyectiles de honda listos para ser utilizados por los
defensores, demostrando que el período de Troya VII había finalizado por el fuego y la
guerra.

En las últimas décadas, los avances en la interpretación de los documentos de la antigua


civilización Hitita han permitido avanzar en la identificación del núcleo histórico de la
guerra de Troya. Los estudios más actuales se inclinan por afirmar que el reino de Troya
existió y que los hititas lo llamaban Wilusa. Este término guarda semejanza con el griego
Ilíón, otras de las denominaciones que hacían referencia a Troya en las fuentes griegas y
latinas. Los documentos hititas no solo no descartan la existencia histórica de la guerra
cantada por Homero, sino que permiten imaginar un núcleo histórico sobre el que se
desarrolló el mito (Crespo Güemes, 2017).
El carácter monumental y cierto rigorismo por la simetría, distingue las construcciones
micénicas de las cretenses. En la acrópolis de Micenas, las murallas del palacio habían sido
construidas con piedras tan grandes que recibieron el nombre de Ciclópeas porque los
griegos las creyeron elevadas por los míticos gigantes. Las figuras esculpidas de dos leones
enfrentados conforman el tímpano de la puerta de ingreso a la ciudad.
La obsesión defensiva y el hallazgo de tumbas en donde se guardaban armas y carros junto
a cuerpos de monarcas glorificados, resalta el aspecto guerrero de esta civilización.
A la cabeza del poder micénico se encontraba el monarca, designado por el término
que en Homero sirve para señalar a Agamenón, pero muy especialmente al dios
soberano Zeus: wa-na-ka. (M. Ruipérez - J. M. Melena, 1990).
El corazón de los palacios de los reyes micénicos era el megarón, la sala del trono, un
espacio circular rodeado de cuatro columnas. Los muros estaban recubiertos de coloridos
frescos que muestra la influencia de la tradición minoica. Dentro de la fortificación de la
ciudadela se encontraban las casas de los cortesanos y administradores, así como los
talleres de artesanos del palacio. Debajo de la ciudadela, las laderas de las colinas estaban
habitadas por los granjeros, mercaderes, comerciantes y artesanos comunes del reino.

Los micénicos llevaban una vida de tipo agraria centrada en la agricultura y también en la
pesca. Su economía estaba basada en la vid, el olivo y el trigo.
El comercio de perfumes y de aceite de oliva los llevó a establecer vínculos y a expandirse,
no solo en territorio griego, sino también en distintos puntos del Mediterráneo.

La producción y distribución de armamentos es un objetivo fundamental de la casta


dominante, según lo atestiguan algunas tablillas. Las principales armas ofensivas micénicas
eran la lanza, la espada y el arco. La utilización del carro de guerra de un solo eje y dos
caballos exigía destreza y técnica pero muchas veces se veía dificultada por las
características irregulares de los terrenos.
Con la excepción de Apolo, los grandes dioses griegos del primer milenio -Zeus, Hera,
Poseidón, Artemis, Atenea, Hermes, Ares y Dioniso- ya se encuentran mencionados en las
tablillas de arcillas encontradas. Una divinidad femenina, denominada con el apelativo de
“la Señora”, adquiere también singular relevancia.

El vaso de los Guerreros (S. XII a. C.)

La civilización micénica llego a su fin aproximadamente hacia el 1200 a.C., o poco después
de ese momento. Aún no están claras las causas del colapso aunque muchos historiadores
coinciden en especular que pudo tratarse de una combinación de factores entre los cuales
mencionan sequías, terremotos e invasiones de grupos externos.
De todas maneras, si bien las estructuras político-económicas centrales desaparecieron, la
vida en las aldeas, la forma de comprender el mundo, las tradiciones religiosas, el lenguaje
y el inmenso legado de sus narraciones míticas orales, sobrevivieron y permanecieron para
constituir los cimientos de uno de los períodos histórico-culturales más significativos de la
antigüedad que florecería en Atenas en el siglo V a. C.

Lic. Daniel Tonelli

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