Gilles Deleuze - El Pliegue1
Gilles Deleuze - El Pliegue1
Gilles Deleuze - El Pliegue1
El pliegue
d)PAIDÓS
Barcelona • Buenos Aires • México
Título original: Le pli. Leibniz et le Baroque
Publicado en francés por Les Éditions de Minuit, París
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ISBN: 84-7509-556-9
Depósito legal: B-45.925/1998
4. Razón suficiente......................................................... 59
5. Incomposibilidad, individualidad, libertad ... .81
6. ¿Qué es un acontecimiento?......................................................................... 101
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26(Vt6 (
I
EL PLIEGUE
J.-
1
F-
V-l
Capítulo 1
Es cierto que los dos pisos comunican (por eso el continuo re
monta al alma). Abajo hay almas, sensitivas, animales, o incluso hay
un piso de abajo en las almas, y los repliegues de la materia las
rodean, las envuelven. Cuando hayamos comprendido que las almas
no pueden tener una ventana hacia afuera, eso habrá que aplicarlo,
al menos en primer lugar, a las almas de arriba, razonables, que
han ascendido al otro piso («elevación»). El piso superior no tiene
ventana: habitación o gabinete oscuro, revestido de una tela tensa
«diversificada por pliegues», como una dermis en carne viva. Esos
pliegues, cuerdas o resortes constituidos sobre la tela opaca, repre
sentan los conocimientos innatos, pero que pasan al acto bajo las
solicitaciones de la materia. Pues ésta desencadena «vibraciones u
oscilaciones» en la extremidad inferior de las cuerdas, mediante
«algunas pequeñas aberturas» que existen en el piso inferior. Leibniz
realiza un gran montaje barroco, entre el piso de abajo perforado
de ventanas, y el piso de arriba, ciego y cerrado, pero en cambio
resonante, como un salón musical que traduciría en sonidos los
movimientos visibles de abajo.5 Se objetará que ese texto no expresa
el pensamiento de Leibniz, sino el máximo de su posible conciliación
con el pensamiento de Locke. No por ello deja de ser una manera
de representar lo que Leibniz afirmará siempre: una correspondencia
e incluso una comunicación entre los dos pisos, entre los dos labe
rintos, los repliegues de la materia y los pliegues en el alma. ¿Un
5. Nouveaux essais, II, cap. 12, 1. $ 1. En ese libro, Leibniz «rehace» los
Essais de Locke; pues la cámara oscura era claramente invocada por Locke.
pero no los pliegues.
LOS REPLIEGUES DE LA MATERIA 13
9. Table de définitions (C, pág. 486). Y Nouveaux essais, II, cap. 23, S 23.
10, Pacidius Philalethi (C, págs. 614-615).
LOS REPLIEGUES DE LA MATERIA 15
Línea activa que juega libremente. Pasear por pasear, sin ningún
objetivo particular. Agente: un punto en movimiento (fig. 1):
Fig. 1
Fig. 3
Figuras de Klee
efectuará según unos ejes de coordenadas, pero de momento no
está en el mundo: es el propio Mundo, o más bien su comienzo,
decía Klee, «lugar de la cosmogénesis», «punto no-dimensional»,
«entre las dimensiones». ¿Un acontecimiento que sería espera de
acontecimiento? Como tal pasa ya por transformaciones posibles,
tres tipos de transformaciones según Cache?
Las primeras son vectoriales, o por simetría, con un plano de
reflexión ortogonal o tangente. Actúan según las leyes ópticas, y
transforman la inflexión en punto de rebote, o en ojiva. La ojiva
expresa la forma de un móvil que sigue la configuración de las
líneas de circulación del fluido, y el rebote, el perfil de un fondo
de valle cuando las aguas adoptan la unidad de un solo curso:
Las segundas transformaciones son proyectivas: expresan la pro
yección, sobre el espacio externo, de espacios internos definidos
por «parámetros ocultos» y variables o singularidades de potencial.
3. Bemard Cache, L'ameublement du territoire (de próxima aparición). Este
texto de inspiración geográfica, arquitectónica, sobre todo nobiliaria, nos pa
rece esencial para toda teoría del pliegue.
LOS PLIEGUES EN EL ALUA 27
punto de
rebote
escansión gótica:
ojiva y rebote
A x B
6, Hocquenghem y Scherer describen de ese modo la espiral barroca, según
la estatua de Permozer, «Apothéose du prince Eugéne» (1718-1721): L'áme ato-
migue, Ed. Albín Michel, págs. 196-197 (trad. cast.: El alma atómica, Barcelona,
Gedisa, 1987).
7. De la inflexión a la turbulencia, véase Mandelbrot, cap. 8, y Cache, que
insiste sobre los fenómenos de lo diferido.
LOS PLIEGUES EN EL ALMA 29
9. Michel Senes, I, pág. 1997. Los dos textos principales de Leibniz son,
GM, V: D'une ligne issue de lignes, y Nouvelle application du calad différen-
tiel («Al comparar las curvas de la serie entre sí, o al considerar el peso de
una curva, ciertos coeficientes son muy constantes o permanentes, no sólo per
manecen sobre una, sino sobre todas las curvas de la serie, las otras son va
riables. Por supuesto, para que la ley de la serie de curvas esté dada, es ne
cesario que sólo subsista en los coeficientes una única variabilidad, hasta tal
punto que, si varias variables aparecen para todas las curvas en una ecuación
principal que explica su naturaleza común, es necesario que estén dadas otras
ecuaciones accesorias que expresen entre si la dependencia de los coeficientes
variables, por medio de los cuales todas las variables podrían ser suprimidas
de la ecuación principal, salvo una...», trad. Peyroux, Oeuvre de Leibniz concer-
nant le calcul infinitésimal, Librairie Blanchard.)
10. Gilbert Simondon, L’individu et sa geníse physico-biologique, PUF,
págs. 41-42.
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11. Sobre la anamorfosis, véase Théodicée, $ 147; Nouveaux essais, II, cap. 29,
S 8.
32 EL PLIEGUE
14. Sobre la ecuación del signo ambiguo, que comprende los diferentes
casos de la sección cónica, véase De la méthode de l’universalité, C, págs. 97
y sigs.
15. Véase René Taton, L’oeuvre mathématique de Desargues, Ed. Vrin, pág. 110.
Ivonne Toros comenta esta noción de involución de Desargues, no sólo en lo
que se refiere a Leibniz, sino también a Spinoza, demostrando el gran interés
de éste por la teoría de las cónicas: el resultado es una nueva luz sobre el
espinozismo y el «paralelismo» (L’optique de Spinoza, de próxima aparición).
34 BL PLWGUB
20. Lettre á Lady Masham, junio de 1704 (GPh, III, pág. 357): «Se debe si
tuar el alma en el cuerpo donde está su punto de vista según el cual ella se
representa el universo en el momento presente. Querer algo más, y encerrar las
almas en las dimensiones, es querer imaginar las almas como cuerpos.»
21. Véase Proclus, EUments de théologie, Ed. Aubier, § 21, 204.
22. Bruno, De triplici mínimo. La teoría de la «complicatio» ya había sido
desarrollada por Nicolás de Cusa: véase Maurice de Gandillac, La philosophie
de Nicolás de Cusa, Ed. Aubier.
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23. Considerations sur la doctrine d'un esprit universal unique (GPh, VII).
Por eso Leibniz no adopta el término de «complicatio», a pesar de la atracción
que siente por las palabras y las nociones que traducen el pliegue.
24. Véase la frase concisa de Plotino: «Multipliquemos la ciudad sin que
ella funde esta operación .» (Entidades, VI, 6, 2).
38 BL PLIBGUB
¿QUE ES EL BARROCO?
Las mónadas «no tienen ventanas por las que algo pueda entrar
o salir de ellas», no tienen «agujeros ni puertas».1 Corremos el
riesgo de entenderlo demasiado abstractamente si no intentamos
determinar la situación. Un cuadro todavía tiene un modelo exte
rior, todavía es una ventana. Si el lector moderno invoca el desa
rrollo de una película en la oscuridad, no hay que olvidar que la
película ha sido rodada. En ese caso ¿habría que invocar las
imágenes numéricas, sin modelo, procedentes de un cálculo? ¿O,
más simplemente, la línea de inflexión infinita, que equivale a una
superficie, como la que encontramos en Pollock, en Rauschenberg?
Precisamente en Rauschenberg se ha podido decir que la superficie
del cuadro dejaba de ser una ventana sobre el mundo para devenir
jiña tabla opaca de información sobre la que se inscribe la línea
cifrada.12 Al cuadro-ventana lo sustituye la tabulación, la tabla en
Taque se inscriben líneas, números, caracteres cambiantes (el ob-
jetil). Leibniz no cesa de construir tablas lineales y numéricas con
las que reviste las paredes interiores de la mónada. A los agujeros
los sustituyen los pliegues. Al sistema ventana-campo se opone la
pareja ciudad-tabla de información.3 La mónada leibniziana sería
una tabla de ese tipo, o más bien una, habitación, un apartamento
enteramente cubierto de líneas de inflexión variable. Sería la cáma
ra oscura de los Nuevos Ensayos, revestida de una tela tensa diver
sificada por pliegues cambiantes, vivientes. Lo esencial de la
mónada es que tiene un fondo sombrío: de él extrae todo, nada
procede de fuera ni va hacia afuera.
En ese sentido, no es necesario invocar unas situaciones dema-
'■ jos lugares cada vez más restrictiva, o incluso a una negación radi-
gal: el Barroco no había existido. Sin embargo, es extraño negar la
• existencia del Barroco como se niegan los unicornios o los elefantes
posas- Pues, en ese caso, el concepto está dado, mientras que en el
caso del Barroco se trata de saber si se puede inventar un concepto
capaz (o no) de darle existencia. Las perlas irregulares existen, pero
Barroco no tiene ninguna razón de existir sin un concepto que cree
esa misma razón. Es fácil hacer que el Barroco no exista, basta con
proponer su concepto. Así pues, da igual preguntarse si Leibniz es
el filósofo barroco por excelencia, o si crea un concepto capaz de
hacer existir el Barroco en si mismo. A este respecto, los que han
asociado a Leibniz con el Barroco lo han hecho, a menudo, en nom
bre de un concepto demasiado amplio, por ejemplo Knecht y «la coin
cidencia de los opuestos»; Christine Buci-Glucksmann propone un
criterio mucho más interesante, una dialéctica del ver y de la mira
da, pero ese criterio quizá sea, a su vez, demasiado restrictivo, y
sólo permitiría definir un pliegue óptico.16 Para nosotros, en efecto,
-el criterio o el concepto operativo del Barroco es el Pliegue, en toda
su comprensión y su extensión: pliegue según pliegue. Si es posible
extender el Barroco fuera de límites históricos precisos, nos parece
que siempre es en virtud de ese criterio, que nos permite reconocer
a Michaux cuando escribe Vivre dans les plis, o a Boulez cuando
jnvoca a Mallarmé y compone Pli selon pli, o a Hantai cuando con
vierte el plegado en un método. Si, por el contrario, nos remontamos
al pasado, ¿qué razones tendríamos para encontrar ya el Barroco en
Uccello, por ejemplo? Pues Uccello no se contenta con pintar caba
llos azules o rosas, y con trazar unas lanzas como trazos de luz diri
gidos sobre todos los puntos del cielo: dibuja sin cesar «mazocchi,
que, son círculos de madera recubiertos de tela que se colocan sobre
la cabeza, de forma que los pliegues del tejido sobrante rodean todo
#1 rostro». Tiene que enfrentarse a la incomprensión de sus contem
poráneos, puesto que «la potencia de desarrollar soberanamente to
das las cosas y la extraña serie de caperuzas de pliegues le parecen
más reveladoras que las magníficas figuras de mármol del gran Do-
8§íello».17 Así pues, habría una línea barroca que pasaría, exactamen
te, según el pliegue, y que podría reunir a arquitectos, pintores, mú-
•mos, filósofos. Por supuesto, se puede objetar que el concepto de
Püegue sigue siendo, a su vez, demasiado amplio: si nos atenemos
a,?as artes Plásticas, ¿qué período y qué estilo podrían ignorar el
Puegue como rasgo de pintura o de escultura? No sólo se trata del
vestido, sino del cuerpo, la roca, las aguas, la tierra, la línea. Baltru-
saitis define el pliegue, en general, por la escisión, pero una escisión
que relanza, el uno por el otro, los términos escindidos. En ese sen
tido, define el pliegue románico por la escisión-relance de lo figura
tivo y de la geometría,” De igual modo, ¿no se podría definir el plie
gue de Oriente por la de lo vacío y la de lo lleno? Y todos los demás
pliegues deberán ser definidos, a su vez, en un análisis comparativo.
Los pliegues de Uccello no son verdaderamente barrocos, porque
continúan atrapados en estructuras geométricas sólidas, poligonales,
inflexibles, por ambiguas que éstas sean. Por lo tanto, si queremos
mantener la identidad operatoria del Barroco y del pliegue, hay que
demostrar que el pliegue permanece limitado en los otros casos, y
que en el Barroco conoce una liberación sin límites, cuyas condicio
nes son determinables. Los pliegues parecen abandonar sus soportes,
tejido, granito y nube, para entrar en un concurso infinito, como en
el Cristo en el huerto de los Olivos, del Greco (el de la National
Gallery). O bien, especialmente en El bautismo de Cristo, el contra
pliegue de la pantorrilla y de la rodilla, la rodilla como inversión de
la pantorrilla, da a la pierna una infinita ondulación, mientras que
la pinza de la nube en el medio lo transforma en un doble abanico.,.
Los mismos rasgos considerados rigurosamente, deben explicar la ex
trema especificidad del Barroco, y la posibilidad de extenderlo fue
ra de sus límites históricos, sin extensión arbitraria: ésta es la
aportación del Barroco en el arte en general, la aportación del leib-
nizianismo a la filosofía.
1. El pliegue' el Barroco inventa la obra o la operación infinitas.
El problema no es cómo acabar un pliegue, sino cómo continuarlo,
hacer que atraviese el techo, llevarlo hasta el infinito. Pues el plie
gue no sólo afecta a todas las materias, que de ese modo devienen
materias de expresión, según escalas, velocidades y vectores diferen
tes (las montañas y las aguas, los papeles, los tejidos, los tejidos
vivientes, el cerebro), sino que determina y hace aparecer la Forma,
la convierte en una forma de expresión, Gestaltung, el elemento ge
nérico o la línea infinita de inflexión, la curva de variable única.
2. El interior y el exterior', el pliegue infinito separa, o pasa en
tre la materia y el alma, la fachada y la habitación cerrada, el exte
rior y el interior. Pues la línea de inflexión es una virtualidad que
no cesa de diferenciarse: se actualiza en el alma, pero se realiza
en la materia, cada cosa en su lado. Ese es el rasgo barroco: un ex
terior siempre en el exterior, un interior siempre en el interior. Una
«receptividad» infinita, una «espontaneidad» infinita: la fachada ex
terior de recepción y las cámaras interiores de acción. La arquitec
tura barroca hasta nuestros días no cesará de confrontar dos prin
cipios, un principio sustentador y un principio de revestimiento
26. Véase Pepetti, Valier, Fréminville y Tisseron, La passion des ¿toffes chez
un neuropsychiatre, G. G. de Clérambault, Ed. Solin, con reproducción de fo
tos, y dos conferencias sobre el drapeado (págs. 49-57). Se podría creer que esas
fotos de pliegues superabundantes remiten a posturas elegidas por el mismo Clé
rambault. Pero las tarjetas postales corrientes de la época colonial muestran
también esos sistemas de pliegues que invaden todo el vestido de las mujeres
marroquíes, incluido el rostro: es un Barroco islámico.