Las Guerras Medievales y El Arte de La Guerra

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Las guerras medievales y el arte de la guerra

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May 4, 2020

Al hablar del arte de la Guerra nos referimos, normalmente, a ese saber con el que los
estrategas planifican sus altos objetivos globales y cómo conseguirlos exitosamente. Más
o menos. Los planteamientos aplicados a la guerra como la conocemos hoy en día, o
como se ha estudiado desde el siglo XIX con Clausewitz y Jomini entre otros, no se
aplican más que a las guerras de la edad moderna y de ahí en adelante o más
concretamente, como aseguró el filósofo francés Michel Foucault[1], a partir del Tratado
de Westfalia, cuando surgió el nuevo orden europeo basado en el Estado nación en el
que el equilibrio de fuerzas entre las nuevas potencias europeas era la base de la nueva
regulación. La nueva Europa, dejando atrás las formas bélicas de la Edad Media,
mantenía guerras de carácter público y no privado, donde el empleo de la fuerza era la
continuación de la política de los estados.

Aunque bien es verdad, que teniendo en cuenta que en el mundo antiguo las guerras de
los imperios también reunían grandes fuerzas armadas, se extendían por inmensos
territorios y seguían unas estrategias para cumplir objetivos de gran alcance, sí es
posible aplicar los conceptos de estos autores. Así por tanto, entre uno y otro, mundo
antiguo y edad moderna, nos queda un tiempo en el que debido a la caída de imperios,
migración de pueblos y diferentes invasiones entre otras muchas causas, la guerra toma
una forma distinta. De la movilización de grandes ejércitos que se trasladaban a través
grandes territorios y servían los intereses políticos de grandes imperios se pasó a una
guerra privada en la que dos enemigos se enfrentaban para solucionar sus
desavenencias usando la fuerza de la que disponían, fuera mucha o poca.

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Las guerras medievales se caracterizaron, en su mayoría, por ser conflictos entre
señores (principalmente) y enfrentamientos más o menos locales, enfrentamientos
privados de fuerzas reducidas y objetivos limitados donde las partes implicadas
buscaban imponerse al enemigo mediante el uso de todo el poder del que dispusiera.
Como decimos eran en su gran mayoría, enfrentamientos entre pequeñas fuerzas
normalmente moderados por una fuerza superior o un poder hegemónico que controlaba
de algún modo el panorama e imponía un marco de “reglas” simplemente por su
autoridad, unas reglas a veces escritas y otras solo existentes en el colectivo. No
movilizaban por tanto grandes ejércitos ni involucraban a toda la población, aunque esta
sí pudiera salir muy perjudicada.

Ahí está entonces la Edad Media, como en paréntesis, un tiempo en absoluto


despreciable en cuanto a su duración, pues nada menos que 1000 años de historia en
los que a pesar de no desarrollarse esas guerras de “gran expansión” (con ciertas
excepciones), no podemos decir que los conflictos, las luchas, la violencia entre distintos
poderes estuvieran lejos de ser algo esporádico. Así bien, las guerras en este larguísimo
periodo eran diferentes, en cuanto a que siguieron pautas distintas, a las que se dieron
posteriormente y que hoy se estudian con planteamientos y conceptos aún en uso. Sin
embargo, merece la pena pensar si sería posible, a pesar de estas diferencias y lejos de
lo que se ha pensado hasta ahora, aplicar esos conceptos o planteamientos que usamos
hoy día, en concreto los expuestos por Clausewitz.

Por ejemplo, Clausewitz dice en su obra De la Guerra que las partes enfrentadas
sacaran mayor partido cuantos más recursos aporten y mayor violencia estén dispuestas
a aplicar, pero siempre y cuando haya una fuerza moderadora que frene la escala de
violencia y no permita una devastación absoluta. Es decir, ganar por ganar o ganar con
unos objetivos sin importancia, aportando demasiados recursos que hagan desfavorable
la balanza de beneficios no tiene sentido. Si la guerra está dentro de una
proporcionalidad será una guerra limitada y esa proporción la da el gobernante político
en constante vigilancia que evita el desmadre. Así pues, ¿no es verdad que en esos
conflictos locales, se da una moderación (aparte de la ejercida por el poder hegemónico
existente) por el mismo que establece los objetivos a lograr? Pues no le vale la violencia
desmedida si esta no le va a compensar ¿No podríamos decir que el político que modera
es el mismo señor que pretende derrotar a su rival?

Y cuando también Clausewitz apunta que no solo hay que implicar a las fuerzas armadas
sino a los gobernantes y a la población, en su llamada “trinidad”, ¿no vemos en los
conflictos locales cómo está implicado el gobernante, que como señor es quien gobierna
sus tierras, y a la población misma que sigue a su señor y pelea en sus mesnadas o
sufre los ataques del enemigo?

En esta “trinidad” y su manifestación: violencia y voluntad del pueblo en conseguir el


objetivo fijado, probabilidad y azar con la que debe trabajar el ejército y las fuerzas
armadas y finalmente, cálculo o decisión política que emplea la guerra como instrumento
político para alcanzar un objetivo que no ha podido alcanzarse sin el uso de la fuerza,

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está presente también en el conflicto medieval, en la guerra entre señores, entre el
obispo y el concejo, entre caballeros con señoríos rivales, laicos o no, entre el señor y el
rey que se tiene que imponer, etc.

¿Y no vemos en aquello que el autor llama fricciones como las dificultades e imprevistos
que desbaratan los planes e influyen de manera decisiva en la guerra, a todos esos
elementos que en la Edad Media eran más que inciertos e imposibles de estimar, más
aún en aquel tiempo?

La conquista o la toma de una plaza no es lo que finalmente importa en la guerra, según


el mismo autor, sino destruir la voluntad del enemigo atacando en el punto en que
concentra su fuerza, desbaratándolo y así terminar con su determinación. ¿Y no es esto
lo que pretende un señor feudal cuando ataca a su enemigo? ¿Más que la ocupación de
una torre o la destrucción de una aldea?

Con estas preguntas planteadas, veamos un ejemplo concreto:

El 7 de junio de 1458 los nobles de Santiago, Muros y Noia, así como de toda la
tierra de Santiago, se confederaron contra el arzobispo, y posteriormente hubo
enfrentamiento armado. Todo comenzó cuando el arzobispo de Santiago, Rodrigo de
Luna, recibió del rey Enrique IV la petición de reunir el 25 de marzo en Écija a toda la
gente que pudiese para luchar en Granada. Este hizo un llamamiento a sus feudatarios y
vasallos de Santiago el 12 de marzo[2]. Pero reunidos los caballeros dieron una
respuesta negativa de modo que tuvo que intervenir el conde de Lemos Pedro Álvarez
(no confundir con el conde de Trastámara, también del mismo nombre) a mediar entre
las partes[3]. Finalmente, quedaron libres de la obligación mediante el pago de una suma
de dinero y el arzobispo se marchó sin ellos a Granada.

Los nobles de Santiago se movilizaron entonces contra el ausente Rodrigo de Luna, en


especial Bernal Yáñez de Moscoso quien tenía intereses en Santiago. Uniéndose los
concejos de Noya y Muros, los nobles firmaron unos estatutos para confederarse contra
el arzobispo y sus malos actos y para defender los intereses de Galicia. Al volver de
Granada sobre septiembre u octubre de 1458, encontró el arzobispo que los nobles le
habían tomado las tierras y solo le quedaba Padrón, La Rocha y Pontevedra.

El arzobispo se retiró a Portugal y en su ausencia se inició el sitio del castillo de la Rocha


Forte con intención de destruir la fortaleza por el conde de Trastámara Pedro Álvarez
Osorio, Suero Gómez de Sotomayor y Bernal Yáñez de Moscoso. Así abrieron fosos,
pusieron empalizadas, montaron trabucos, etc,. El arzobispo pidió intervención del rey
Enrique IV, quien exigió al conde de Trastámara en dos ocasiones (mayo y junio de
1459) el levantamiento del cerco sin éxito ninguno.

Finalmente, viendo imposible la toma del castillo decidieron reunirse ambas partes para
firmar un armisticio de 6 meses. El convenio decía que en el plazo de veinte días debía
de entregar Álvaro Sánchez de Ávila, alcalde de la Rocha, la fortaleza a García

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Caamaño, alcalde de la de Barreira, y liberar a los prisioneros. Al cabo de los seis meses
establecidos si no se había llegado a un acuerdo se devolvería la Rocha a Álvaro
Sánchez de Ávila.

El sitio de la Rocha Forte es un ejemplo de la dificultad que suponían los asedios, por
muchas fuerzas que tuvieran los sitiadores si dentro estaban bien pertrechados y podían
disponer de víveres y agua, la espera desde fuera podía ser larga y tediosa sufriendo
más que los que se hallaban sitiados.

En este conflicto, aunque era el conde de Trastámara quien quería quedarse en


Santiago, los dos oponentes fueron principalmente Moscoso y el arzobispo a los que
podemos considerar como los “gobernadores o políticos” que moderan el enfrentamiento.
Ninguno de los dos se lanzó a una lucha sin cuartel y sin un estudio de la situación.

El objetivo de Moscoso era asegurar sus tierras en el norte y el de Rodrigo de Luna


afianzar sus posiciones y recuperar el poder como arzobispo de Santiago. Moscoso
pretendía la eliminación del Rodrigo de Luna como señor de Santiago pero no para
suplantarle sino para que quedara como arzobispo el hijo del conde de Trastámara, que
si bien no permitiría excesivos manejos de los nobles sobre Santiago tampoco les
impediría seguir con sus asuntos, algo que parecía más dudoso con Rodrigo de Luna
como arzobispo. Luego más que hacerse con el dominio del arzobispado, lo que
pretendía Moscoso era debilitarlo para poder continuar él con el suyo propio. A su vez el
arzobispo debía recuperar su señorío y sus tierras y hacerse valer como señor
imponiendo su autoridad. Ambos tenían objetivos muy claros a alcanzar, primero sin una
lucha armada abierta y después cuando ya no había remedio con el empleo de la fuerza.
Los objetivos de ambas partes estaban claros y bien definidos buscando cada una de las
partes el mayor de los apoyos, los nobles unos, el rey el otro. Es posible entonces
asociar este hecho al nivel estratégico.

Para lograr sus victorias encontramos a un lado el ataque a la Rocha por parte de
Moscoso, que bien podría ser un teatro de operaciones y de otro lado, la defensa de la
torre donde también se dirigía esta operación. Esta actuación podemos asociarla a un
nivel operacional donde ambas fuerzas tuvieran un teatro de operaciones desde donde
se controlaran las fuerzas, unas para atacar y otras para defenderse.

Y a nivel táctico, pueden asociarse cada uno de los ataques e intentos de aproximación a
la torre con los fosos y empalizadas durante la duración del sitio de la fortaleza; así como
cada uno de los intentos de resistir el ataque y devolverlo a trabucazos con cada grupo
de hombres a los que se les daba la instrucción adecuada.

Vemos entonces que la trinidad de Clausewitz puede encontrarse aquí: hay dos
“gobernantes” con sus objetivos claros, que emplean a sus “fuerzas armadas” y donde
participan “los ciudadanos” tanto de Santiago como de Muros y Noya. Vemos también
cómo Moscoso pudo identificar ese centro de gravedad del enemigo que Clausewitz
considera vital y al que aplicó toda la fuerza, en este caso la Rocha Forte. Igualmente

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deducimos que existieron a su vez una multitud de fricciones, puesto que el asedio al
final hubo de levantarse tras una tregua sin haber conseguido la destrucción de la
fortaleza.

En cuanto a lo que sucedió después: los confederados pronto comenzaron a comprobar


que era peor estar bajo la preponderancia de Pedro Álvarez Osorio, conde de
Trastámara, que continuar con la presencia del arzobispo en Santiago. Bernal Yáñez de
Moscoso comenzó a escuchar los intentos de Rodrigo de Luna de atraerle a su lado
aprovechando la división que se adivinaba entre ellos[4]. En octubre Bernal Yáñez dio
poder a su madre para acordar con los apoderados del arzobispo las condiciones de paz.

Regresó el arzobispo a su diócesis a finales de 1459, habiendo estudiado su situación y


obteniendo las ayudas de los condes de Lemos y de Benavente que aportarían, el
primero 80 lanzas, por lo que recibió en feudo la villa de Cacabelos, y el segundo, 300
hombres a caballo por la tierra de Aguiar[5]. A finales de febrero de 1460 terminaba la
tregua firmada y el arzobispo quiso presenciar la entrega de la Rocha a Álvaro Sánchez
de Ávila, acompañado de 600 hombres de armas y 3000 infantes acudió a la fortaleza
pero el conde de Trastámara estaba bien pertrechado dentro de Compostela sin
intención de moverse ni entregar nada.

Se reunieron entonces en la Rochablanca de Padrón para sitiar la ciudad de Santiago las


80 lanzas del conde de Lemos, 40 escuderos de Lope Sánchez de Ulloa, toda la gente
de armas de Moscoso, Álvaro Páez de Sotomayor, Gómez das Mariñas, Fernán Pérez
de Andrade y Diego de Andrade que se reunió en el real el 30 de junio con 80 caballos
con intención de sacar a de allí al conde de Trastámara. Pero Rodrigo de Luna murió
repentinamente al día siguiente de comenzar el asedio, el 1 de Julio de 1460, y solo las
80 lanzas del conde de Lemos se mantuvieron en su puesto.

Trastámara seguía dentro de Santiago y, pese a sus intentos de que fuera su hijo Luis
Osorio el nuevo arzobispo, llegó Fonseca I a Galicia a ocupar la sede (nota_ el rey
Enrique propuso en Roma a Alfonso de Fonseca y Acevedo para ocupar la sede, sin
embargo, debido a su juventud y poca experiencia se decidió que fuera su tío Alonso de
Fonseca y Ulloa quien ocupara el puesto por un tiempo, permutando con su sobrino en la
sede de Sevilla), el conde de Trastámara se negó a abrirle las puertas de la ciudad y, de
nuevo en marzo de 1461, reunidas las huestes antes mencionadas más las que traía el
nuevo arzobispo, tomaron posiciones alrededor de Santiago. El verano de 1461 murió el
conde de Trastámara lo que debió acelerar sin duda la toma de la ciudad[6] y por fin fue
ocupada a finales de ese año o primeros de 1462.

Podemos decir que Rodrigo de Luna había fijado ya con anterioridad su objetivo final y
en este nuevo punto estableció una nueva estrategia: rodearse de aliados y socavar la
lealtad de los aliados del conde, el principal de ellos Moscoso a quien supo atraerse a su
lado. Debía dudar el arzobispo de la palabra de Trastámara sobre la entrega de la Rocha
cuando había reunido a tal fuerza armada, en este momento Padrón y Santiago se
convertían en un teatro de operaciones, y la recuperación de Santiago sacando al conde
de Trastámara de ella, en la operación en la que debían controlarse todas las fuerzas
que se habían reunido. Debido a los acontecimientos, algunos podríamos identificarlos

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con las fricciones o “niebla de la guerra” de la que habla Clausewitz, hubo de esperarse a
la llegada del arzobispo Fonseca pero, finalmente, se tomó Santiago. Es posible
entonces (en vista de lo anteriormente expuesto con el breve relato del conflicto entre los
señores de Santiago) decir que -al contrario de lo que sugería Foucault- sí que pudieran
aplicarse, en mayor o menor medida y antes del siglo XVII, algunos de los conceptos o
ideas que señala Clausewitz en su obra. Seguramente podría ahondarse más en ello,
compararse con otros enfrentamientos similares y estudiar esta aplicación sobre otros
muchos, pero no debería descartarse sin al menos, haber buscado las similitudes entre
las grandes guerras o guerras de gran extensión y los conflictos privados, más locales y
menores en alcance e importancia política, pues si fuera del marco histórico de la Edad
Media hay planteamientos sobre la guerra, siendo esta una característica principal de
este periodo (¡Del hambre, la peste y la guerra, líbranos Señor!), podemos pensar que no
sería descabellado introducir esos planteamientos dentro de ese marco temporal y a esa
escala.

[1] FOUCAULT, Michel: Security, Territory, Population, Lectures at the college de France,
1977-78, London, Palgrave Macmillan, 2007, p. 388.

[2] LÓPEZ FERREIRO, Antonio: Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de


Compostela, Santiago de Compostela, Imprenta del Seminario Conciliar Central, 1903-
1904, tomo VII, p. 218-239.

[3] LÓPEZ FERREIRO, Antonio: Historia de la Santa A. M. Iglesia…, op. cit., tomo VII,
apéndices pp. 115-116.

[4] Rodrigo de Luna le prometió que recibiría tras la celebración de su matrimonio con
Juana de Luna, con la que estaba ya desposado, el coto de Jallas, de Rochaforte, el coto
de Mugía, ciertos maravedíes de juro y la Pertiguería de Santiago, además de la
fortaleza de Rochaforte o Barreira u otro que se concertase, y a Lope Sánchez de
Moscoso le prometió Benquerencia y Borrajeiros con sus tierras y vasallos. LÓPEZ
FERREIRO, Antonio: Historia de la Santa A. M. Iglesia…, op. cit., tomo VII, p. 230.

[5] Ibidem.

[6] Vasco de Aponte dice que el conde de Trastámara se vio obligado a salir con sus
hijos de Santiago y escapar, aunque antes mató a mucha gente. VASCO DE APONTE:
Recuento de las casas antiguas del reino de Galicia, Xunta de Galicia, Santiago de
Compostela, 1986, puntos 200 y 201. Es posible que salieran los Trastámara de
Santiago y aun continuara la lucha un tiempo, muriera el conde y continuara un tiempo
más hasta su ocupación.

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