El Concepto de La Verdad en El Quijote

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El concepto de la verdad en el Quijote

Alexander A. Parker*

No cabe duda de que la obra de don Américo Castro, El pensamiento de


Cervantes, es la más importante que hasta ahora se ha escrito sobre
este tema. Sin embargo, como ya han apuntado varios críticos, es una
obra a la cual pueden hacerse muchos reparos. Un aspecto de esta
obra que me parece muy discutible, pero que hasta ahora nadie ha
criticado, es la interpretación del Quijote a base del supuesto
idealismo del concepto de la verdad que encontramos en la obra
maestra. Tiene razón Castro en señalar la importancia fundamental de
este tema para la comprensión de la novela, pero me parece que su
afán de presentar a Cervantes como un pensador «moderno» que se
adelantó a su época, rechazando la filosofía y teología de la
Contrarreforma, le lleva aquí, como en otras partes de su obra, a
cierta exageración.

Mantiene Castro que a Cervantes le preocupa, en casi todas sus


obras, el problema de la realidad objetiva, de si el testimonio de
los sentidos es seguro o falaz. Para él el pasaje más significativo
de toda la obra de Cervantes son estas palabras que dirige don
Quijote a Sancho: «Eso que a ti te parece bacía de barbero, me
parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa».
Basándose en este texto, Castro nos presenta a Cervantes como uno de
los pensadores antiescolásticos del Renacimiento, para los cuales la
mente humana no refleja pasivamente la realidad, sino que se vuelve
«su modelador ideal». Los sentidos engañan; hay que partir de los
estados de conciencia para conocer lo que realmente son las cosas.
En el Quijote, pues, encontramos el germen del idealismo filosófico
moderno; y de esto se sacan consecuencias importantes para la ética.
La verdad estriba en un punto de vista personal; asimismo la moral
de Cervantes es, según Castro, «un sistema de moral autónoma» basado
en la conformidad con la naturaleza, pero no con la naturaleza en el
sentido de ley natural, sino con la naturaleza o manera de ser del
individuo. La moral consiste en permanecer fiel a la propia manera
de ser. Don Quijote tiene el derecho de «seguir el camino que su
especial naturaleza le señala»; tiene su propia ley, «por la que
discurre merced a altos e inescrutables motivos». Este camino y esta
ley son plenamente legítimos para él, y nadie tiene el derecho de
impedir que los siga. Cuando Sansón Carrasco logra vencerle,
imposibilita que don Quijote siga viviendo. Tiene que morir; pero su
vida ha sido una «síntesis inefable que armoniza los contrarios». El
problema filosófico del conocimiento de la verdad lo presenta la
novela como «problema infinito para el espíritu», y esto eleva el
plano artístico de la obra. Castro concluye con estas palabras:
«¿Dónde está la verdad o el error? ¿Infringe don Quijote el sistema
de las concordancias naturales, o es que deberíamos superar esta
moral (casi física y biológica) que percibimos con tanta evidencia,
y lanzarnos a inventar otras dimensiones? Quedan vibrando en el
ánimo los ecos del problema —claros, patentes—, que se nos brinda
como un campo de infinitas experiencias artísticas e
intelectuales».1
Este concepto idealista de la verdad refuerza la interpretación
romántica del Quijote que viene aceptándose desde hace un siglo: don
Quijote es un loco sublime, con pleno derecho de serlo, y más cuerdo
en su locura que los hombres aferrados a la prosaica y mezquina
realidad. Cierto que la obra de Castro presenta esta exaltación del
quijotismo de una manera mucho más discreta y aceptable que la de
Unamuno, la cual rebasa los límites de lo sensato; sin embargo, no
dista mucho de ser en el fondo la misma cosa. Hemos de creer, como
tantas veces se nos ha dicho, que sólo a la época moderna, es decir,
a la post-romántica, le ha sido dado ahondar en la grandeza del
Quijote, la cual se les escapó a los siglos xvii y xviii y, según
algunos, al mismo Cervantes.

Ahora bien, contra esta exaltación del quijotismo me parece


necesario reaccionar para llegar a comprender la intención de
Cervantes. No hay que apresurarse a atribuirle ideas ajenas a las de
sus compatriotas y contemporáneos sin averiguar primero si es
posible llegar, sobre la base de las ideas de su época, a una
interpretación del Quijote que tenga trabazón y densidad. No niego
que un autor genial puede introducir en su obra ideas sugestivas de
que él no llega a darse cuenta clara, pero que son patentes para los
críticos posteriores. Si me atrevo a presentar una interpretación
opuesta a la de Castro, es porque, ante todo, creo que da a la obra
más valor. Cualquier interpretación del carácter de don Quijote que
se haga a base de la exaltación del quijotismo, sea ésta mesurada o
extravagante, me parece demasiado simplista; por eso trataré de
probar que el concepto que de él tenía Cervantes es mucho más sutil
y complejo. El relacionar el tema del Quijote con el idealismo
filosófico podrá hacer «infinitamente sugestiva» la novela, pero más
bien obscurece que aclara los problemas de la vida humana, puesto
que eleva los motivos de don Quijote a un plano donde quedan
«inescrutables». En cambio, si la novela se interpreta desde el
punto de vista de la filosofía realista; si la realidad es lo que
es, y si la causa por la cual las acciones de los hombres se
conforman con la realidad o se oponen a ella, la buscamos en el
interés de los personajes porque las cosas sean de un modo o de
otro, entonces la visión de la vida humana en el Quijote se presta a
un análisis que da a la novela un sentido preciso, tan valioso para
nuestro siglo como para el xvii. Y no olvidemos que para los
españoles de entonces no sólo eran analizables los motivos humanos,
sino que el hacerlo era la mejor manera de alcanzar la sabiduría.

Vale la pena, para empezar, citar en su contexto el pasaje de que se


sirve Castro para demostrar que la verdad para Cervantes es relativa
a la mente que la forja:

Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste te juro, dijo don
Quijote, que tienes el más corto entendimiento que tiene ni tuvo
escudero en el mundo: ¡qué!, ¿es posible que en cuanto ha que andas
conmigo, no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros
andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas
hechas al revés? Y no porque sea ello así, sino porque andan entre
nosotros siempre una caterva de encantadores, que todas nuestras
cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto y según tienen
la gana de favorecernos o destruirnos; y así eso que a ti te parece
bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le
parecerá otra cosa […]2

Las cosas, pues, parecen hechas al revés, no porque lo sean en


realidad, sino por obra de encantadores. Y si hay algo claro y
patente en el Quijote es que los encantadores que imagina don
Quijote son los hombres mismos, y en primer lugar él mismo. La bacía
de barbero es bacía de barbero; el encantador que la transforma en
yelmo de Mambrino es el propio don Quijote. Siendo esto así, lo
importante es averiguar por qué la transforma de esta manera. Claro
es que está loco; pero esta explicación no basta: la cuestión es más
complicada que eso, puesto que no sólo don Quijote, sino también el
barbero, el cura, don Fernando y Cardenio y sus compañeros juran que
la bacía es yelmo, hasta que llega un momento en que el dueño que la
reclamaba no sabe a qué atenerse. Los viajeros que llegan a la venta
intervienen en la disputa afirmando que es una bacía, y el resultado
es una barahúnda que para don Quijote es la discordia del campo de
Agramante. Es decir, aunque es don Quijote quien primero introduce
la confusión en la vida, son los demás hombres los que la aumentan.
No sólo él, sino casi todo el mundo se burla de la verdad. Toda la
novela se construye sobre la base de la acción recíproca de la
locura de don Quijote, por la cual se engaña a sí mismo, y de las
burlas mediante las cuales los demás le engañan. Y en medio está
Sancho, ora engañando, ora engañado. Dorotea se transforma en la
princesa Micomicona; Sansón Carrasco, en el Caballero de los
Espejos; el duque transforma a su mayordomo en la condesa Trifaldi y
a su lacayo en Tosilos. Don Quijote transforma a una labradora en
Dulcinea. Sancho invierte esta transformación, cambiando a Dulcinea
en una labradora; pero pronto se encuentra confuso y perplejo,
puesto que la duquesa le asegura que esta labradora era, en efecto,
Dulcinea, y que él, pensando engañar, era el engañado.

De todo esto se deduce claramente el concepto de la verdad en el


Quijote. Cada cosa y cada persona tienen su identidad inalterable,
pero la mente humana tiene que interpretarla. Los sentidos no
engañan, pero los hombres sí. Y puesto que el hombre es un ser
social, el conocimiento de la verdad no sólo depende de cómo
interprete él la realidad, sino que depende también del testimonio
de los demás hombres. Y cuando éste falla, surge la confusión y la
perplejidad. No son solos el caballero loco y el escudero simple los
que se hallan perplejos ante la apariencia de las cosas. Al leer la
carta que escribió la duquesa a la mujer de Sancho, dudan el cura y
el barbero si las cosas que allí se dicen son veras o burlas. Contra
el testimonio de la carta hay otro testimonio, el que las duquesas
no se portan así:

[…] nosotros, aunque tocamos los presentes y hemos leído las cartas,
no lo creemos, y pensamos que ésta es una de las cosas de don
Quijote, nuestro compatriota, que todas piensa que son hechas por
encantamiento.3

Una cabeza de bronce puede engañar a personas sensatas e


inteligentes; al responder a sus preguntas, parece corroborar el
aserto del dueño de que la fabricó «uno de los mayores encantadores
y hechiceros que ha tenido el mundo». Hay un mono que adivina: los
propios ojos de don Quijote ven lo que nunca hubiera creído,
resistiéndose a darles crédito, hasta caer en la cuenta de que ello
se hace por arte diabólico. Sin embargo, todo se puede explicar por
causas naturales: en cada caso son los hombres, y no las cosas ni
los animales, los que engañan. Sólo los hombres saben mentir.

Pero justamente lo que conduce a la perplejidad y a la confusión es


que a veces es más difícil aceptar la explicación que la
contradicción misma, porque uno puede ser engañado por personas a
quienes se creería incapaces de mentir. El que don Quijote crea en
la intervención de encantadores se justifica hasta cierto punto, ya
que, si no, no habría más remedio que creer que un caballero noble y
honrado puede mentir. Cuando se descubre que Tosilos no es Tosilos,
sino el lacayo del duque, doña Rodríguez y su hija piden justicia de
«tanta malicia, por no decir bellaquería». «No vos acuitéis,
señoras, dijo don Quijote, que ni ésta es malicia ni es bellaquería,
y si lo es, no ha sido la causa el Duque, sino los malos
encantadores que me persiguen».4 Y cuando Sancho le advierte a su
amo que el rostro del mayordomo del duque es el de la condesa
Trifaldi:

Miró don Quijote atentamente al mayordomo, y habiéndole mirado, dijo


a Sancho: No hay para que te lleve el diablo, Sancho… que el rostro
de la Dolorida es el del mayordomo; pero no por eso el mayordomo es
la Dolorida, que a serlo implicaría contradicción muy grande, y no
es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos
en intrincados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar a
nuestro Señor muy de veras que nos libre a los dos de malos
hechiceros y de malos encantadores.5

Sin embargo, es engaño y no encantamiento. El encantador es el


duque, que se sirve de la mentira, a pesar de ser caballero y
honrado. Casi todos los personajes de la novela falsean la verdad,
mintiendo o aparentando ser lo que no son. Y ahora tenemos que
preguntarnos por qué lo hacen.

Sansón Carrasco, según dice Sancho, «es persona bachillerada por


Salamanca, y los tales no pueden mentir sino es cuando se les antoja
o les viene muy a cuento».6 De todas estas personas que no pueden
mentir y a quienes, sin embargo, se les antoja mentir, son los
duques los más desvergonzados. En esto sólo buscan su propio
entretenimiento; sin ningún escrúpulo, sin conciencia de su propia
dignidad, se divierten burlándose de un loco y de un simple.
«Satisfechos los duques de la caza, y de haber conseguido su
intención tan discreta y felizmente, se volvieron a su castillo con
prosupuesto de segundar las burlas, que para ellos no había veras
que más gusto les diesen».7 Por no hallar gusto en la verdad, el
mentir les viene muy a cuento; pero al final dice Cide Hamete «que
tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que
no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco
ponían en burlarse de dos tontos».8
Aunque estas burlas contribuyen al cabo a la purificación de don
Quijote y Sancho, el efecto inmediato es todo lo contrario, ya que
hacen que don Quijote tome por ciertas sus propias ilusiones y que
Sancho se confirme en su engreimiento y en sus sueños ambiciosos de
grandeza. El que hasta entonces don Quijote no había estado
convencido en su fuero interno de que era verdadera su
interpretación de la realidad, y que fue la acogida burlesca de los
duques lo que le confirma en su interpretación, nos lo dice
Cervantes bien claro: «Aquél fue el primer día que de todo en todo
conoció y creyó ser caballero andante verdadero y no fantástico,
viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los
tales caballeros en los pasados siglos».9

Sancho también falsea la verdad con deliberación, haciendo que su


amo no dé crédito a sus propios ojos y que acepte a una labradora
como Dulcinea. El motivo de Sancho es el deseo egoísta de ocultar
una mentira anterior, pero en vez de arrepentirse de este cruel
embuste, se envanece luego de su industria. Habiendo aprendido que
la mentira le puede aprovechar, Sancho ya se va volviendo otro.
Cuando miente otra vez con el cuento fantástico de lo que vio en su
viaje por el cielo, su motivo es ya la vanidad: creyendo las
mentiras de los demás, que han hecho de él una persona importante,
no vacila en mentir a su vez para levantarse a sí mismo a las
estrellas. Esta mentira le sitúa en un plano de locura semejante al
de su amo, pues don Quijote dice con mucha razón, aunque quizá con
cierta socarronería, que si Sancho quiere que él crea este cuento,
Sancho tendrá que creer el cuento igualmente fantástico de lo que él
vio en la cueva de Montesinos.

Cuando el barbero, el cura, don Fernando y Cardenio afirman que la


bacía es yelmo, tienen el mismo motivo para esta burla que tendrán
después los duques para las suyas: fomentar la locura de don Quijote
para divertirse. «Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como
tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su
desatino y llevar adelante la burla, para que todos riesen […]».10
Hay muchas personas en las dos partes de la novela que hacen lo
mismo. Aunque el barbero y sus compañeros tienen también sus puntas
de locos, tienen, sin embargo, más dignidad moral que los otros.
Encuentran divertidas las extravagancias de don Quijote y se ríen de
ellas; pero al mismo tiempo se compadecen de él, y su objeto
principal es hacerle volver a su casa para que se cure de su locura.
A diferencia de los duques, le tienen a don Quijote simpatía y
cariño, pero los medios que utilizan son contraproducentes. Le
siguen el humor, fingiendo darle la razón, por su bien; pero al
hacer esto se burlan ellos mismos de la verdad. ¿De qué sirve quitar
la causa de su locura, tapiando el aposento de sus libros, si
refuerzan la locura al decirle que ello ha sido obra de un malévolo
encantador? ¿De qué le sirve al cura negar a don Quijote que sea
verdad todo lo contenido en los libros de caballerías, si se pone en
seguida a inventar un reino de Micomicón y a convencer a don Quijote
de que anda encantado?

De este grupo de mentirosos bien intencionados es el bachiller


Carrasco el menos apreciable. De él nos dice Cervantes que es «de
muy buen entendimiento», «aunque muy gran socarrón» y «amigo de
burlas».11 Tanto gusta de la locura del caballero y del escudero,
que a sabiendas les envanece con sus lisonjas. Sin embargo, les
incita con buena intención a salir otra vez en busca de aventuras, y
la traza que idea para que don Quijote se vuelva a casa y se quede
en ella es bastante hábil. Pero el que Carrasco se disfrace de
caballero andante es de por sí una mentira ridícula, por no decir
deshonrosa. Él se divierte con la farsa, pero él mismo es víctima de
esta mentira. Don Quijote y Sancho lo son también por otra razón, ya
que de resultas de esta mentira les es mucho más difícil conocer la
verdad. «En altas voces dijo [don Quijote]: Acude, Sancho, y mira lo
que has de ver, y no lo has de creer».12 Porque ¿cómo es posible que
el caballero vencido sea el bachiller? «Estemos a razón, Sancho,
replicó don Quijote: ven acá, ¿en qué consideración puede caber que
el bachiller Sansón Carrasco viniese como caballero andante, armado
de armas ofensivas y defensivas a pelear conmigo? ¿He sido yo su
enemigo, por ventura? ¿Hele dado yo jamás ocasión para tenerme
ojeriza?»13 Otra vez la única explicación que parece «razonable» es
el encantamiento. Gracias a la conducta de sus semejantes, don
Quijote se afirma en la creencia de que las cosas no son lo que
parecen ser. Y otra vez se da cuenta el lector de que hay más de un
loco: «don Quijote loco, nosotros cuerdos», dice Tomé Cecial al
derrotado Carrasco, «él se va sano y riendo, vuesa merced queda
molido y triste; sepamos, pues, ahora ¿cuál es más loco, el que lo
es por no poder menos, o el que lo es por voluntad?».14

De manera que, para Cervantes, los duques y Carrasco son tan locos
como don Quijote. Aquéllos falsean la verdad deliberadamente,
haciendo que las cosas aparenten ser lo que no son, para divertirse
en daño del prójimo. Ahora bien, ¿con qué motivo falsea don Quijote
la verdad, sosteniendo que una bacía es yelmo o que unos molinos son
gigantes? Porque quiere lograr fama de héroe: teóricamente, en daño
de los malhechores; en la práctica, la mayor parte de las veces, en
daño de los inocentes. Sus lecturas le han enseñado que el heroísmo
es algo extravagante y fantástico. He aquí lo malo de los libros de
caballerías: no dar testimonio de la verdad. Este primer
falseamiento de la verdad conduce a otro: enfrascado en estas
lecturas, llega don Quijote a verse distinto de lo que es y a
llenarse de una enorme vanidad. «Yo sé quién soy […] y sé que puedo
ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia,
y aun todos los nueve de la fama, pues a todas las hazañas que ellos
todos juntos y cada uno de por sí hicieron, se aventajarán las
mías».15 Las demás distorsiones de la verdad nacen de esta
fantástica megalomanía. Los molinos se convierten en gigantes, la
bacía de barbero en yelmo de Mambrino, para mayor gloria y lustre
suyo. Educado en la mentira por los libros, trastornando la realidad
con su arrogancia y con su ambición, don Quijote se pasea por un
mundo de mentiras, nacidas algunas de la malicia, la bellaquería o
el egoísmo de los hombres, y otras de las buenas intenciones de sus
amigos, pero mentiras todas.

Es verdad que él tiene un ideal genuino que, considerado en


abstracto, es noble. Y es verdad también que es admirable la
tenacidad con que se aferra a todo trance a la que cree ser su
vocación. Pero lo esencial es que su vanagloria corrompe su ideal y
lo debilita y destruye en la práctica. A través de toda la primera
parte, don Quijote, a pesar de su nobleza y elevadas miras, es un
peligro para la sociedad: acomete y hace daño a viajeros
inofensivos, llegando a veces casi a matarles, y pone a los
criminales en libertad. Cuando proclama que el único móvil de sus
acciones es el altruismo, cuando menciona sus propias virtudes
caballerescas para justificar su modo de vivir, rebaja la altura de
su ideal al añadir que todo ello va encaminado a la gloria
mundana.16 Y en seguida echa a perder toda su defensa y envilece su
ideal atacando violentamente a un cabrero y a unos hombres que
llevan una imagen de la Virgen en procesión.

De aquí la disconformidad que hay entre sus palabras y sus acciones.


De esta disconformidad él mismo se da cuenta en la segunda parte en
más de una ocasión; primer paso en el retorno hacia la cordura.

¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuesa merced no me


tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería
mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de
otra cosa. Pues, con todo esto, quiero que vuesa merced advierta que
no soy tan loco ni tan menguado, como debo de haberle parecido.17

Esto lo dice a propósito de la aventura de los leones, de la que


dice Cervantes «hasta aquí llegó el extremo de su jamás vista
locura». Tratando de disuadirle de acometer esta aventura, le había
dicho don Diego que «la valentía que se entra en la juridición de la
temeridad, más tiene de locura que de fortaleza». Esta locura la
justifica don Quijote con estas palabras, que son muy importantes
para conocer la verdadera naturaleza del quijotismo: «El acometer
los leones, que ahora acometí, derechamente me tocaba, puesto que
conocí ser temeridad exorbitante, porque bien sé lo que es valentía,
que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como
son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es
valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque
en el punto de cobarde, que así como es más fácil venir el pródigo a
ser liberal que el avaro, así es más fácil dar el temerario en
verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdadera valentía».

El quijotismo estriba en abandonar el justo medio (que para los


españoles del siglo xvii era la virtud natural de la discreción)18
para lanzarse al extremo de lo «exorbitante».

El que prefiera don Quijote la temeridad a la cobardía es bastante


razonable, según su propia explicación. Pero en realidad no se trata
de eso; se trata de preferir la temeridad a la verdadera y
«discreta» valentía. Es aquí donde anda errado don Quijote, pues
continúa diciendo: «y en esto de acometer aventuras, créame vuesa
merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más
que de menos, porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen:
el tal caballero es temerario y atrevido, que no: el tal caballero
es tímido y cobarde». «Mejor suena en las orejas de los que lo oyen
[…]» Don Quijote, pues, llega «al extremo de su jamás vista locura»,
no porque tenga un ideal que se lo exija, sino porque tiene puesta
la mira en su propia fama. Por eso le había dicho poco antes a don
Diego que los caballeros andantes buscan peligrosas aventuras «sólo
por alcanzar gloriosa fama y duradera».19

Para que la bondad innata de don Quijote sea la medida de sus


acciones, es menester que su ideal se depure de todo egoísmo. Tiene
que renunciar a su arrogante ambición, tiene que abatirse hasta
reconocer con humildad la realidad de las cosas y de sí mismo. En la
segunda parte, él sufre solamente, sin hacer que sufran los demás;
la confianza en sí mismo se va tornando en depresión espiritual;
cuando en el capítulo XXXII se defiende contra un acusador, a su
defensa ya no puede hacerse el reproche de la ambición; por fin
abraza la humildad cuando ve las imágenes de cuatro santos,
reconociendo el fracaso de su vida como caballero andante. Su
derrota precipita su conversión: «Cada uno es artífice de su
ventura. Yo lo he sido de la mía, pero no con la prudencia
necesaria, y así me han salido al gallarín mis presunciones […]».20

El que recobre el caballero su salud mental en el lecho de muerte no


es, como han creído muchos, un final meramente convencional para
satisfacer las exigencias de la sátira literaria ni la señal de la
derrota por quebrantamiento de la voluntad, sino que es la lógica
culminación de esta transformación psicológica y moral, que ya había
empezado en el primer capítulo de la segunda parte, cuando confiesa
públicamente su extravío al decir: «Ni procuro que nadie me tenga
por discreto, no lo siendo». La cordura y la discreción, que
consisten en darse cuenta exacta de lo que es verdad y de lo que es
mentira, se unen necesariamente en el caso de don Quijote al
arrepentimiento moral; así dice a los circunstantes: «Pueda con
vuesas mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la
estimación que de mí se tenía». Creyendo que alguna nueva locura se
apoderaba de él, le dice Sansón Carrasco que «se deje de cuentos».
Pero don Quijote ya no trata de cuentos; reconoce que aunque los de
caballerías son mentirosos en el orden histórico, han sido demasiado
verdaderos para él en el orden moral. Así le contesta a Sansón: «Los
de hasta aquí, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver
mi muerte con ayuda del cielo en mi provecho». Y prosigue: «Yo,
señores, siento que me voy muriendo a toda priesa, déjense burlas
aparte y tráiganme un confesor que me confiese, que en tales trances
como éste, no se ha de burlar el hombre con el alma». Para mí son
éstas las palabras más conmovedoras de toda la obra. Ellas resuelven
todo el problema de la verdad, que es el asunto de la novela. En su
lucha con la mentira —con la mentira propia y con las mentiras de
los hombres que le rodean—, ha llegado don Quijote, por medio del
sufrimiento y de la humillación, a darse cuenta de la verdad
suprema, que «no se ha de burlar el hombre con el alma». Creo que en
esta frase, sencilla y profunda a la vez, se cifra toda la filosofía
y toda la enseñanza que hay en el Quijote.

También Sancho, a su modo, llega a esta sabiduría por descubrir los


peligros de la ambición. Recordemos que su prudencia como gobernador
consiste justamente en discernir la verdad a través de las mentiras
de los hombres. «Cada día, observa el mayordomo, se ven cosas nuevas
en el mundo; las burlas se vuelven en veras, y los burladores se
hallan burlados».21

Todo esto, sin embargo, no agota la antítesis entre verdad y mentira


que hay en la novela. En el transcurso de ella, dos personajes,
sabiendo que la vida no es cosa de burlas, le habían hablado en
serio a don Quijote; uno en la primera parte; otro, en la segunda. A
diferencia de los demás, ni se burlaron de él ni le siguieron el
humor: le dijeron la verdad francamente y sin rodeos. Pero se la
dicen de distintas maneras, y Cervantes quiere que esto nos
aleccione. El canónigo de Toledo no se ríe, como se ríen los demás,
cuando le cuentan las hazañas de don Quijote. Dice Cervantes que se
vuelve a él «con compasión». Le trata con respeto y cortesía, y hace
lo que nadie había hecho hasta entonces. No siente la necesidad de
condescender con él; reconociendo que es hombre inteligente,
discurre razonablemente sobre los libros de caballerías y le
recomienda con amabilidad y mesura que sea sensato y prudente: «Ea,
señor don Quijote, le dice, duélase de sí mismo, y redúzgase al
gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue
servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio en
otra lectura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en
aumento de su honra».22 La contestación de don Quijote a las razones
sensatas y comedidas del canónigo sirve de contraste, pues habla y
obra de la manera más disparatada.

El eclesiástico del palacio del duque es también hombre serio que no


gusta de burlas ni frivolidades, pero carece en cambio de la mesura
del canónigo. Se dirige a don Quijote «con mucha cólera», como dice
Cervantes, y le insulta. «Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha
encajado en el celebro que sois caballero andante, y que vencéis
gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os
diga; volveos a vuestra casa, y criad vuestros hijos, si los tenéis,
y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo,
papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no
conocen.»23 Este consejo viene a ser exactamente el mismo que el que
le dio el canónigo, pero ¡qué diferencia en el modo de darlo! La
intolerancia y grosería del eclesiástico hacen que don Quijote
responda con dignidad y aun con cierta mesura; es decir, hacen del
loco cuerdo y del cuerdo loco.24

Para conocer la verdad, no basta conocerse a sí mismo, no basta un


sincero examen de conciencia; es necesario que el testimonio y la
conducta de los demás hombres la den a conocer también. Pero hay
distintos modos de dar testimonio de la verdad: unos son
recomendables y los otros no. Al caballero loco y extravagante no
hay que escarnecerle ni denostarle, no hay que reírse de él ni
seguirle el humor. Hay que decirle siempre la verdad, pero con
simpatía, respeto y cortesía. El hombre que zahiere a don Quijote en
las calles de Barcelona, mandándole que vuelva a su casa antes de
que todo el mundo se contagie de sus extravagancias, corre parejas
en locura con el eclesiástico. Cuando se le dice que «la virtud se
ha de honrar dondequiera que se hallare», y que no se meta donde no
le llaman, se da cuenta súbitamente de su locura y determina de ahí
en adelante no dar consejo a nadie, aunque se lo pida.25
En cambio, don Diego de Miranda es, como el canónigo, un ejemplo de
cordura y de discreción, justamente porque, como él mismo dice, «ni
gusto de murmurar ni consiento que delante de mí se murmure: no
escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los
otros».26 Por eso, aunque llega a convencerse de la locura de su
huésped, se guarda muy bien de decírselo, tratándole siempre con el
mayor respeto.

Siendo todo esto, como creo, el concepto de la verdad que representa


y desarrolla el Quijote, no veo que haya en él ningún problema de
orden epistemológico. No cabe duda de que la obra subraya lo difícil
que es conocer la verdad, así como comunicarla o difundirla. Debido
a esta dificultad, la vida es un «intrincado laberinto» en que andan
confusos los hombres. «Dios lo remedie», dice don Quijote en una
ocasión, «que todo este mundo es máquinas y trazas contrarias unas
de otras. Yo no puedo más […]».27 Pero la dificultad está en el
plano de la moral, no en el de los sentidos. La dificultad que hay
en alcanzar la verdad se debe a la arrogancia, al engreimiento, al
egoísmo, a la frivolidad, a la cólera, a la grosería, a la
intolerancia y al entremetimiento de los hombres; todo lo cual
falsea la verdad de tal manera que todos debemos, como don Quijote,
«rogar a Nuestro Señor muy de veras que nos libre de malos
hechiceros y de malos encantadores». Pero primero es menester estar
seguros de que no nos estamos burlando con el alma. El bien y el mal
forman la urdimbre y trama de la vida humana; aun los hombres
vanidosos y disparatados tienen algo de bueno, que requiere que se
les trate con simpatía y comedimiento; no nos metamos donde no nos
llaman para no despeñarnos por la cuesta de la locura.

En resumen, la realidad no es ambigua; el mundo es razonable de


suyo; sin embargo, reina en todo él la discordia del campo de
Agramante, puesto que los hombres son muy propensos a falsear la
verdad cuando creen que esto les conviene. Que el mundo es, en
efecto, el campo de Agramante, formado de «máquinas y trazas
contrarias unas de otras», lo sabemos, por desgracia, muy bien hoy
día; y este desconcierto la filosofía del idealismo ni nos lo
explica ni nos prepara para superarlo. Si no hubiera más que esto,
creo que el Quijote sería una obra desconsoladora. Pero hay algo
más: hay una realidad, la última de todas, que no es fácil de
falsear; y es muy consolador el que nos sea difícil a los hombres
burlarnos con el alma a la hora de la muerte.

Contexto Psicológico - Social del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de


la Mancha.

Angela Neira

En la sociedad en que fue escrito el Quijote advertiremos una


conexión entre las ilusiones y las desilusiones, las creencias y
dudas, los anhelos y repulsas que se dan en profunda tensión entre
las últimas generaciones españolas anteriores al libro. Muchos
españoles, entre ellos Cervantes, se dieron Quijote Fin cuenta de
que en medio de la crisis que se sufría era absurdo levantar la
imagen utópica de una sociedad que se juzgaba idealmente como
tradicional, frente a la incuestionable sociedad moderna, que se
imponía por todos lados, cuya incomprensión llevaba al país y a sus
grupos dominantes a fracasos cada vez más difíciles de reparar. Con
este ánimo se escribe el Quijote; revelación del contraste entre
utopía humanista y aceptación del mundo moderno. El estilo Barroco
es el período que sucedió al Renacimiento, entre finales del siglo
XVI y finales del siglo XVII, impregnó todas las manifestaciones
culturales y artísticas europeas y se extendió también a los países
hispanoamericanos. La palabra barroco tuvo originalmente un sentido
peyorativo, ligado con la extravagancia y la exageración, que aún se
mantiene en ciertos tópicos del lenguaje no especializado. Se dice
que el término deriva del portugués barroco(castellano barrueco),
que significa 'perla irregular'. También suele relacionarse con
baroco, nombre que recibe una figura de silogismo escolástico. El
barroco expresa la conciencia de una crisis, visible en los agudos
contrastes sociales, el hambre, a guerra, la miseria. En el caso de
España, aunque sin perder de vista el contexto europeo, José Antonio
Maravall ha enumerado una serie de asuntos y tópicos literarios que
definen una imagen del mundo y del hombre: la locura del mundo; la
melancolía_ Anatomy of melancholy, de R. Burton, es de 1621-; la
sensación de inestabilidad de los hombres y la fugacidad de las
cosas; la revitalización del tópico del mundo al revés y la figura
del gracioso en el teatro español como uno de sus
representantes("Soy el mundo al revés/todas las cosas que habla",
dice un personaje de El mejor alcalde, el rey de Lope de Vega); el
mundo como laberinto, como "gran plaza"; la concordia de los
opuestos(nuestra vida se "concierta de desconciertos", dice el
conceptista español Baltasar Gracián; el mundo como guerra y el
hombre lobo del hombre. El Barroco se caracteriza, además, por su
tensión psicológica, anhelo de paz espiritual, gusto depurado en la
expresión, sencillez en el enredo, nobleza, discernimiento en el
estilo. Según Helmut Hatzfeld 'Don Quijote de la Mancha' es una obra
tensa desde el punto de vista psicológico. Hay una transformación de
la realidad en el Quijote "(Hiperrealidad: la frontera entre arte y
realidad se desvanece; el sujeto no se relaciona directamente con la
realidad, sino con imágenes y simulacros que la mediatizan; no hay
relación entre significante y significado.)"1§. Aquella que le hace
a su protagonista sufrir el efecto de que las cosas no se le
aparezcan como real y como verdaderamente son. Esto suscita en Don
Quijote, en muchas ocasiones, dudas sobre la realidad. Este es el
suelo movedizo sobre el que se apoyan con tanta inseguridad los
hombres del barroco. En el hombre del Barroco reaparece la tendencia
edificante de la desconfianza en lo que vemos ("engaño a los ojos",
llega a los tiempos moderno procedente de la tradición ascética;
tema de las falsas apariencias, engaño del mundo. Los medios rurales
que son en los que habitualmente se mueve Don Quijote, son también
aquellos en los que la creencia en encantamientos y en los males que
traen consigo, se dan con mayor fuerza. Considerándolos como
fenómenos de enajenación, próximos a la locura. Sin embargo, en Don
Quijote no hay un desquiciamiento de la razón; sino que él ha
cambiado la realidad del mundo, o los elementos del mundo,
descoyuntándolos y reagrupándolos en forma distinta a lo usual, se
ha construido un mundo propio(transmutación de lo real). De esta
forma Don Quijote puede obtener los recursos, las posibilidades;
para poder trazar y llevar a la práctica su empresa. Para cumplir su
destino.

1.- La tensión en el Quijote: característica Psicológica del Barroco

Cervantes muestra un marcado interés por los criterios divinos de la


psicología humana. (Quijote = cuerdo loco) En Don Quijote sus gestos
se contradicen con sus acciones: "lo que hablaba era concertado,
elegante y bien dicho, y lo que hacía disparatado, temeroso y tonto"
El cuerdo loco es un individuo y tipo a la vez. Un realismo del
retratar único y fisio - psicológico lo hace partícipe de la
naturaleza de lo general, importante criterio de un barroco realista
típico sobre las formas idealizantes del Renacimiento. Para el
interprete barroco, es el problema psicológico el que más cuenta.
Cervantes inventa poéticamente un loco que cree nada menos que en el
mejoramiento del mundo por su propia obra y gracia. Don Quijote
actúa como un paranoico enloquecido por los libros de caballerías.
Unos lo consideran un loco rematado, otros creen que es un "loco
entreverado", con intervalos de lucidez. En general se admite que
Don Quijote actúa como loco en lo concerniente a la caballería
andante y razona con sano juicio en lo demás. Pero los escritores
españoles Arturo Serrano y Gonzalo Torrente interpretan la locura de
Don Quijote como un juego codificado en la ficción según unas reglas
que el caballero respeta siempre. Entrega su vida a un ideal sublime
y se estrella contra la realidad porque los demás no cumplen las
reglas del juego. Don Quijote finge estar loco. Don quijote, en sus
discursos, coloquios y discusiones, representa el auténtico ideal de
la sociedad barroca: el "discreto" que siempre se muestra cometido y
amable. Tiene sus justificadas reservas mentales. Para el período
barroco, como período de fe opuesto al Renacimiento, que es período
de razón, los enigmas del mundo, y el mayor de todos que es el
hombre, tan sólo pueden descifrarse con ayuda de la verdad revelada.
A los ojos del hombre que siente impulsos de descifrarlo todo, esto
ha de presentarse como una paradoja. La paradoja esencial de Don
Quijote es que no es un loco, ni es el hombre razonable que sólo
desvaría en un determinado terreno. La vida del Ingenioso Hidalgo
nos impresiona todavía hoy como un edifico barroco; el libro es
siempre el mismo y siempre diferente, evasivo, proteico, inasible en
su esencia demasiado rica. Es necesario recordar que la novela
renacentista no fue capaz de formar un todo unido con una serie de
aventuras diversas, como se logra en la novela barroca de Cervantes.
La descripción renacentista no suministraba sino el contorno lineal
de los retratos y paisajes(formas cerradas, aplanamiento, adición),
mientras que la evocación barroca de Cervantes los funde y combina
pictóricamente(sentido pintoresco, carácter expresivo, profundidad,
integración).2§ En las obras narrativas del Renacimiento todo
aparece claro como el cristal, tanto en la forma como en el sentido;
en la novela de Cervantes todo es oscuro, indeciso, borroso;
"relativamente" claro. Es decir, confuso al modo impresionista.
Cervantes adopta la visión impresionista y la imaginación del
ingenioso hidalgo para ver castillos donde sólo hay ventanas. Lo
mismo ocurre con la vista de Barcelona, vaga y distante desde una
colina, que se va haciendo cada vez más precisa, según Don Quijote
desciende de la altura hasta distinguir sus calles, sus edificios,
la playa y el mar. Así es también Cervantes el descubridor de la
confusa claridad del barroco aplicada a la literatura, que tan bien
armoniza con el desorden aparente de su equilibrada técnica.

2.- Cervantes Melancólico y la "Locura"en su Quijote

Cervantes de una amarga y misantrópica melancolía en su Quijote;


melancolía que no es tierna, elegiaca, melodiosa; sino llena de
acritud y pronta a los ímpetus agresivos. Sabía cuán diversa de los
sueños es la vida real. "de todos los grandes humoristas de la
literatura, Cervantes es el que tiene más lágrimas en su
sonrisa" (Sainte- Beuve) Cervantes jamás negó la emoción dolorosa
que hay en el fondo de esa ironía. No es un verdadero pesimista
porque su pensamiento no se detiene a definir y a juzgar. Mira y
escribe sonriendo. Su realismo rehuye el fondo angustioso, y
atormentado de la conciencia torturada por la miseria o el mal. Así,
hasta aquello que el mundo tiene de más vil y de más absurdo, puede
aparecer en su arte transfigurado por una bondad ambigua e
indulgente. Sancho, en su pasión por la sabiduría común, quiere a
toda costa rendir y desenmascarar la locura de Don Quijote. No
conoce sino el buen sentido; y para reducir la feliz vehemencia de
Don Quijote a la melancolía desilusionada del buen sentido, recurre
a todos los expedientes: se disfraza de caballero errante; vence en
singular combate al heroico loco. Así el pobre Don Quijote vuelve
triste y descorazonado a su vieja casa, se consume en la rabia del
vencimiento y, cercano a la muerte, se convierte a la sabia
mediocridad de la vida común, con grande satisfacción de la sobrina,
del cura, del barbero y del traidor Bachiller. El mejor rasgo
psicológico de Sancho, comprendido modernamente, nos lo da Turguenef
cuando escribe: "sabe que Don Quijote es loco, pero le guarda
fidelidad hasta la muerte". Esta abnegación de Sancho hacia el
quijote tiene su origen en un sentimiento que quizás es lo mejor del
pueblo. Éste acaba siempre por seguir con ilimitada fe a aquellos
mismos que ha perseguido y befado, cuando éstos no temen
persecuciones ni injurias. Don Quijote es de ideas simplistas, de
ideales y poesía contrapuestas a un Sancho, materia y prosa. Entre
la realidad y el traslado siempre se interpone la visión personal,
el "temperamento", como solía decirse en el período agudo del
objetivismo naturalista. Cervantes lloró una juventud perdida en
triste y obscuro cautiverio, lloró ensueños de gloria desvanecidos y
desilusiones de un amor idílico. La ironía de Cervantes es
resignadamente dolorosa, y a veces hasta risueña.

III.- El Problema Psicológico-Moral

La psicología del Quijote tiene una profundidad asombrosa. Esto se


aprecia en la realización de los caracteres principales, sobre todo
los demasiado humanos: Sancho y Don Abbondio. Pero también la psique
de personajes secundarios como los del ama de Don Quijote y del ama
de Don Abbondio (Perpetua), el de Teresa, mujer de Panza. La clave
de esta psicología hay que buscarla en la psicología del autor, que
proviene de la observación penetrante, sin embargo con un interés
fuerte en cuestiones teológicas morales y de un escrupuloso
escudriñamiento de la propia alma y de la propia conciencia. Esta
novela está extraordinariamente arraigada en la conciencia y en el
cuidado de la conciencia; esto se demuestra a través del uso léxico
cuya producción es desconcertante. La palabra conciencia aparece
veintiséis veces. Cervantes está interesado en lo psicológico.
Ocupan en el Quijote las cuestiones sofísticas de la moral
caballeresca y los intereses críticos de la Contrarreforma. Otro
rasgo psicológico concerniente a Don Quijote, mencionado
anteriormente, es el del cuerdo- loco. Sancho Panza afirma: "este
mentecato de mi amo... tiene más de loco que de caballero"; le
describe a su mujer: "es un loco cuerdo y un mentecato gracioso".
Este motivo refleja la tonalidad central de la novela, la
ambigüedad. La ambigüedad nace de la frontera inestable entre
cordura y locura del Quijote. "es un entreverado loco lleno de
lúcidos intervalos" (Don Lorenzo) "tengo a mi señor por rematado,
puesto que algunas veces dice cosas tan discretas" (Sancho) A veces
se une el motivo loco con el motivo cuerdo(juicio, entendimiento,
ingenio) por medio de un subrayar especialmente la locura
monomaníaca de la caballería.

IV.- Locura, ansiedad y angustia

Tres características del barroco. Tres características del período


posmoderno. Sancho conversa con Alonso Quijana, quien, en su lecho
de muerte, abjura del Quijote que fue. Llorando dice: "ay, no se
muera vuesa merced sino que tome mi consejo y viva muchos años
porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es
dejarse morir..." El mismo que le había pedido cordura, ahora le
pide no perder la capacidad de inventarse un mundo. Este episodio da
cuenta de la angustia del hombre ante el empobrecimiento de la
dimensión imaginaria de la vida. Sancho plantea algo que es
ultramoderno: el hecho de que uno se muere porque quiere morirse;
uno se muere cuando se acaba el mundo por el cual ha vivido, ya que
la muerte no es una fatalidad o un sino solamente. El grito dolorido
de Sancho es por la pérdida del mundo que exploró el Quijote, y que
nunca se ha visto bien cuál es. Don Quijote es el primer personaje
moderno propiamente tal que diferencia la realidad del quehacer del
mundo, la realidad de la ciencia, de la realidad del sentido común,
lógicamente, es el sol el que da vueltas en torno a la tierra; en la
realidad de la ciencia, es la tierra la que da vueltas alrededor del
sol. Es lo mismo, en la realidad del sentido común, los molinos de
viento eran molinos de viento; pero, en la realidad de la ciencia,
los molinos podrían ser perfectamente gigantes. Gigante alude a una
cosa inconmensurable que en algún sentido hay que dominar, que es el
mundo inconmensurable que la ciencia tiene por delante. El primero
que adivinó que el mundo de la ciencia moderna era un mundo que no
iba tener relación con el sentido común, y que esa realidad era otra
realidad, fue Don Quijote. El Quijote no es un paranoico, ni un
histérico, ni un iluso. El Quijote es el hombre que adivinó que el
mundo nuevo que vendría no era el mundo que dan los sentimientos,
que es el mundo que muestran los molinos de viento, sino que era un
mundo totalmente nuevo, en el cual los molinos de viento y cualquier
otra cosa podían pasar a ser gigantes, como es gigante toda la
naturaleza. - El drama del hombre contemporáneo empieza con la
contradicción entre el mundo de la literatura, el mundo sacralizado
y el mundo real; ahí y empieza cuando se da cuenta de que el sentido
común, que es el mundo del cual puede asirse, no es en realidad el
mundo real, sino que el mundo real es el mundo de la ciencia, o sea,
un mundo que está hecho sobre la base de extensiones de movimiento,
temporalidades, rango ávido de saber, etc., pero que no tiene nada
que ver con su propio mundo. Entonces se encuentra desamparado en un
mundo totalmente nuevo, un mundo que va a ser recién dominado en los
siglos que vienen. - ¿Puede vivir el hombre sin fantasía?.
Considerando el mundo imaginario y fantástico en que vivió don
Quijote. - Un hombre no puede vivir sin fantasía; se puede
sobrevivir, pero el hombre que vive sin fantasía es un depresivo, es
decir, un hombre enfermo. Puede apagar la fantasía, sustituirla por
otra cosa, pero es una fantasía que en el interior se le está
expresando como ansiedad, como angustia. Sin fantasía, que es lo que
da el encanto y la dimensión última a la vida, nadie puede vivir. -
La sociedad posmoderna, y esto es una tragedia, ha perdido todo
poder de fantasear, de encantar y de coger aquello que tienen de
único las cosas, lo que les da el misterio y la belleza. El hombre
contemporáneo lo ha perdido porque mide las cosas sólo por
cantidades, como riqueza, y como riqueza en el sentido económico, de
número. El hombre posmoderno ha perdido la visión íntima de las
cosas, en qué sentido un bosque no vale como riqueza maderera, sino
que por su belleza, por la configuración que tiene, por la luz y la
sombra que da a determinadas horas, por la serenidad que provoca
estar dentro de él, por la espesura de su follaje... eso, el hombre
posmoderno lo ha perdido totalmente. Pero junto con perder el
contacto con lo origInario de las cosas, ha perdido también la
posibilidad de contactar con lo originario de su alma, le falta la
intuición poética, la intuición artística, desde luego que la
intuición filosófica, pero también la intuición científica. Por lo
tanto, lo sustantivo de la realidad se le ha escapado, se le ha
perdido. Eso hace que el mundo actual sea un mundo con un fondo un
poco deprimido1§, un poco triste y que la alegría sea una alegría
externa, que tiene que estar siendo suscitada constantemente por
eventos, por circunstancias muy llamativas que vienen desde afuera
hacia adentro y no de adentro hacia fuera. En el libro 'Modernidad y
Post-Modernidad' se plantea que desde un punto de vista
psiquiátrico, la angustia sería la enfermedad del hombre moderno y,
en cambio, la ansiedad, la del hombre posmoderno. En los textos muy
modernos de psiquiatría ya no aparecen las neurosis de angustia o
los cuadros de angustia. Aparecen, en cambio, los cuadros de
ansiedad, neurosis de ansiedad. Claro, para vivir la angustia hay
que considerar que cada cosa, cada momento del tiempo y de la
existencia, es único e irrepetible. Entonces, el que pierda o
malgaste ese tiempo siente angustia, que es una especie de zozobra
interior por sentir que nunca más se va a poder volver a tomar algo
en la nada, se pierde indefinidamente. El hombre posmoderno no
siente que las cosas tengan una realidad que es propia de ellas,
exclusiva de ellas, sino que las mide por fuera en la medida que lo
entretienen, que le dan un goce, que le dan ganancia, o poder o
prestigio. - ¿Cómo se da la sintomatología psíquica en el hombre
posmoderno? - La ansiedad, en general, no se da en el hombre actual
en forma psíquica, o sea lo que se siente por dentro, sino que en
forma sicosomática, en dolores de espaldas, dolor de cabeza, el
estar cansado todo el día, en fin, se ha somatizado más. Eso, porque
la elaboración psíquica de la realidad es menor hoy que en el siglo
XIX o XVII.

Don Quijote de La Mancha

Análisis

Una obra literaria no es un medio para comunicar el autor


determinadas experiencias. Es el medio en el cual realiza él mismo
tales experiencias. Cervantes había hecho la experiencia viva de lo
que es el alma hispana en sus vertientes: la quijotesca y la
sanchopancesca. El momento en el cual se encontró más vivamente con
el espíritu hispano fue cuando se puso a escribir El Quijote. Esta
obra no es posterior al encuentro cervantino con el núcleo de la
forma española de sentir y vivir la vida; marca el momento
culminante de tal encuentro. Cuando un autor escribe una obra, está
entrando en juego con la realidad descrita en ella, que no se reduce
a un conjunto de objetos, sino que es en todo rigor una trama de
ámbitos, una historia viva. Al hacer juego con ésta, se le ilumina
su sentido más hondo. La obra literaria es un campo de juego y de
iluminación.

Intención de la obra.

Cervantes afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a


los lectores de la época los disparates de las novelas de
caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las
disparatadas invenciones de tales obras. Pero significa mucho más
que una invectiva contra los libros de caballerías. Por la riqueza y
complejidad de su contenido y de su estructura y técnica narrativa,
la más grande novela de todos los tiempos admite muchos niveles de
lectura, e interpretaciones tan diversas como considerarla una obra
de humor, una burla del idealismo humano, una destilación de amarga
ironía, un canto a la libertad o muchas más.

Entre otras aportaciones más, el Quijote ofrece asimismo un panorama


de la sociedad española en su transición de los siglos XVI al XVII,
con personajes de todas las clases sociales, representación de las
más variadas profesiones y oficios, muestras de costumbres y
creencias populares. Sus dos personajes centrales, don Quijote y
Sancho, constituyen una síntesis poética del ser humano. Sancho
representa el apego a los valores materiales, mientras que don
Quijote ejemplifica la entrega a la defensa de un ideal libremente
asumido. Pero no son dos figuras contrarias, sino complementarias,
que muestran la complejidad de la persona, materialista e idealista
a la vez.

Personajes y sentido

Don Quijote, quien vive obsesionado por los libros de caballería, se


lanza a la aventura. Esto indica que llevaba una vida aburrida y
tenía ganas de variarla. El personaje oscila entre la sensatez y la
locura.

Sancho Panza no es la antítesis de Don Quijote. Su conocimiento está


dado por la experiencia. No es un cobarde y defiende su dignidad
cuando es necesario.

Hay otros personajes, tales como: Maritormes (criada de la venta),


Ginesillo (pícaro), gente de la aristocracia cuyas virtudes y
defectos Cervantes resalta. Además, hay referencias a hechos
históricos y en general sobre la españa barroca que Cervantes
observa con ironía y comprensión.

Los contemporáneos entendían al Quijote como una obra cómica y


satírica, pero a partir del siglo XIX se empiezan a considerar en
ella el idealismo (Quijote) y el materialismo (Sancho) y se hace
otras varias reflexiones.

El estilo es variado. El lenguaje es familiar, similar al que solía


usarse en los libros de caballería o en los romances antiguos y no
faltan ejemplos de lenguaje culto y literario.

Homenaje al hombre universal,, con sus voirtudes y defectos, el


Quijote es, además, un apasionado canto a la dignidad y libertad
humanas.

Primera parte

A. Prólogo.

1. Narra brevemente el argumento de los quince primeros capítulos.

Cuenta Cervantes en los primeros capítulos como y con quien vivía


Alonso Quijano que, del mucho leer novelas de caballería y del poco
comer y dormir se quedó loco. Así, torna su nombre al de Don
Quijote, otorga a su escuálido caballo el sobrenombre de Rocinante y
se inventa una dama enamorada a la que llama Dulcinea del Toboso. Y
una mañana, sin que nadie le vea, sale sólo de su aldea y emprende
un camino sin rumbo fijo. Al atardecer llega a una venta, que su
imaginación le hace tomar por un castillo, y ruega al ventero, a
quien cree alcaide del castillo, que lo arme caballero, y éste, con
la intervención de dos mozas, así lo hace (en una grotesca parodia
de la ceremonia caballeresca). A la mañana siguiente, Don Quijote,
intenta, ya en camino, liberar a un muchacho de ser azotado por su
amo; más adelante encuentra a unos mercaderes toledanos, a los que
exige que proclamen la belleza de Dulcinea y, en la lucha en que se
entabla, cae del caballo y es apaleado, quedando tendido en el suelo
donde comienza a recitar el romance de Valdovinos; un vecino de su
aldea al que Don Quijote toma por marqués, le socorre y lo lleva de
regreso a su aldea, donde su ama, su sobrina, el cura y el barbero
llevan a cabo el escrutinio y destrucción de la biblioteca que ha
originado su locura. Una vez repuesto, Don Quijote decide salir de
nuevo en busca de aventuras, pero esta vez acompañado de un escudero
que le sirva y le atienda. Convence a un campesino de su aldea
llamado Sancho Panza, y ambos parten si que nadie se entere.
Mientras que Don Quijote desfigura la realidad idealizándola, Sancho
intenta disuadirle de su error, y cuando se impone la verdad, el
hidalgo manchego se cree víctima de un portentoso engaño fabricado
por sus enemigos. En la segunda salida se suceden aventuras en las
que por lo general ambos salen malparados: la de los molinos de
viento, la de los frailes benitos, la batalla con el vizcaíno y la
historia de los yangüeses.

2. El prólogo. Finalidad de la obra.

Cervantes escribió esta novela mientras permanecía en la cárcel,


acusado de quedarse con la recaudación de impuestos. Pero no parece
que se valga de este hecho para captar la benevolencia del lector
ante sus posibles defectos, pues ni siquiera lo comenta. Así que
creemos que simplemente lo empieza a escribir allí porque es donde
su talento creador le apareció, o por que tenía tiempo suficiente
para dedicarse a ello.

Cervantes se ríe de los autores que publicaban sus libros precedidos


de elogios pues para él no hace falta ponerle reclamos a un libro
para atraer a la gente, si no que se lo importante es el contenido.

En la finalidad de la obra no podemos pensar solo en una crítica a


la novela de caballerías, aunque esté claro que es lo que más
espantaba a nuestro escritor. Pero no sólo aparece esta crítica sino
un espíritu liberador, humorístico, que nos muestra como era la
gente de la época.

B. El protagonista.

3. Capítulo I.

En este capítulo Cervantes cuenta con quien vivía nuestro héroe, que
se veía acompañado por una ama que pasaba de los 40, su sobrina, que
no llegaba a los 20, y un labrador que rondaba los 50. La afición
principal de nuestro personaje era leer libros de caballería; hasta
tal punto tenía aprecio a estos libros que, tras el mucho leer y el
poco dormir y comer, enloquece creyéndose caballero aventurero,
famoso por sus hazañas.

Esta locura la representa Cervantes a través de la forma, en la que


aparecen diversos contrastes (... noches leyendo de claro en claro
y los días de turbio en turbio...), y enumeraciones desordenadas
(... pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores y
disparates imposibles, ...). La locura le llevará a tomarse en serio
lo de ser caballero y empieza por: limpiar las armas que habían sido
de sus bisabuelos; hacerse una media celada de cartón, la que
destrozó al probarla, por lo que se hizo una segunda con barras de
hierro por dentro; puso nombre a su caballo (Rocinante), y el mismo
tomó el de Don Quijote de la Mancha. También buscó una dama de quien
enamorarse, escogiendo a una moza labradora vecina suya a la que le
puso el sobrenombre de Dulcinea del Toboso.
C. Primera salida.

4. Capítulo II.

En su salida al mundo de las aventuras Don Quijote descubre que aún


no ha sido armado caballero, aunque su forma de hablar imita
perfectamente el lenguaje recargado y altisonante de sus héroes.
Este lenguaje, sin embargo, destaca por su sentido burlesco e
irónico:

“Dichosa edad y siglo dichoso, aquel adonde saldrán a la luz las


famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en
mármoles y pintarse en tablas para memorar en el futuro.”

" no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en


todos mis caminos y carreras">/p>

Y también por su alto contenido en arcaísmos, como los aquí


descritos:

Fuyan = huyan

Ca = porque

Vos = os

Acuitedes = aflijáis

Fasta = hasta.

Pero donde realmente vemos que está loco es cuando llega a la venta
por primera vez. Venta que, en la mente de Don Quijote, será un
magnífico castillo. Esta situación hará que nuestro protagonista
confunda al ventero por el alcaide del castillo, a las dos mujeres
de vida pecaminosa por dos hermosas doncellas, y el sonido de un
cuerno por una dulce bienvenida. Estos tres personajes, dándose
cuenta de las sandeces del supuesto hidalgo, aprovecharán para
reírse de él contribuyendo a hacer del Quijote un caballero en toda
regla.

5. Capítulo III.

Como dijimos antes, los personajes de la venta le seguirán el rollo


a nuestro hidalgo. El ventero, con manifiesta socarronería y siempre
siguiendo las reglas de Don Quijote, llega a nombrarle caballero, y
a darle consejos caballerescos. Contraste entre la alucinación
caballeresca de Don Quijote y la realidad del mesón.

En la parte en la que el ventero lo manda al patio a velar las armas


al abrevadero, diciéndole que la capilla la estaban arreglando, y
Don Quijote acaba siendo apedreado por sus agresiones hasta que el
ventero sale en su defensa, nos encontramos con la visión del pueblo
español, y aquí es donde empezamos a notar que las intenciones
cervantinas no son sólo cómicas o críticas con la caballería, sino
que también caen presa de este ataque la sociedad y personalidades
de esa época.

6. Capítulo IV.

En este capítulo decide Don Quijote regresar a su aldea en busca de


dinero y un escudero, atendiendo a los consejos ofrecidos por el
ventero. Su salida de la venta la hará al amanecer, tras una larga
noche. Cuando al escuchar un quejido, se acercó hacia él y encontró
a un muchacho atado a un árbol y un hombre dándole azotes. Tras
esto Don Quijote trata de arreglarlo diciéndole que no le
corresponde el castigo que le está dando y le dice que lo que tiene
que hacer es darle el dinero, que por cierto los cálculos que hace
Don Quijote son erróneos, no se sabe si Cervantes pretende hacer
parecer que por su locura tampoco anda bien en las cuentas.

El señor queda en darle el dinero al muchacho en su casa con lo que


Don Quijote se va totalmente satisfecho de su primera labor como
caballero, diciendo al muchacho que si esto no llegara a ser así,
que lo buscase.

Como podemos ver en este relato, las funciones de Don Quijote


adquieren cierto sentido o, por lo menos, cierta utilidad e
importancia, aunque Cervantes le quita posteriormente valor a este
acto haciendo que el oprimido salga peor parado. Lo que sí es cierto
es que la autoridad impuesta por el hidalgo infunde un gran respeto
sobre el agresor, Juan Haldudo.

Pero esta victoria del Caballero de la Triste Figura se verá


enterrada por su siguiente batalla en la que, al encontrarse con
unos arrieros, les hará jurar fidelidad a Dulcinea para poder pasar
ilesos por aquel lugar lo que desencadenará una disputa en la que el
peor parado será Don Quijote.

7. Capítulo V.

En este capítulo aparece la influencia del Entremés de los Romances,


historia en la que creemos que se basó Cervantes para crear la
figura del Quijote. Los personajes adquieren una forma diferente en
este capítulo:

El Vecino: se comportó muy bien con él, pues le ayudó a levantarlo


del suelo y lo llevó a su casa.

La criada: Está furiosa por el tema de los libros.

La Sobrina: se cree culpable de lo sucedido a su tío ... y pedía


que quemasen los libros.

El cura: En principio dice que hay que quemar los libros, pero
después va salvando algunos.

El barbero: solo escucha.


D. Segunda salida.

8. Capítulo VII.

En este capítulo se comienza a narrar la segunda salida de Don


Quijote. Una vez repuesto de la paliza, sus intenciones de volver a
deshacer desaguisados y ayudar al oprimido se ven reforzadas cuando,
en su deseo de leer de nuevo sus libros, se encuentra con que el
cuartillo ha desaparecido como por encantamiento, cosa que
corroborarán el ama y su sobrina. Esta situación será la que le dé
el último empujoncito a nuestro caballero para volver a sus heroicas
acciones.

Para esta segunda salida, y haciendo caso de los consejos del


ventero, Don Quijote se busca un escudero, que Cervantes describe
como un labrador, hombre de bien, pero con muy poca sal en la
mollera, es decir, una persona demasiado inocente; cosa de la que se
aprovecha Don Quijote para convencerle de que sea su escudero.
Sancho no puede resistir a la tentación de verse gobernador de una
ínsula. Estas características son perfectas para el juego que
Cervantes hará entre la locura del señor y la inocencia del
escudero, que igualará a Don Quijote en sus disparates por estar
convencido de que estos son verdad.

9. Capítulo VIII.

Es uno de los capítulos más famosos de la novela en el que Don


Quijote confunde los molinos de viento con gigantes. Sancho
intentará hacer ver a su señor que no son gigantes sino molinos,
pero Don Quijote hace caso omiso de las palabras de su escudero y se
lanza al ataque. Esta historia será una de las pocas en la que
Sancho no se deje influir por la locura de su amo. Así en el
capítulo de los frailes, su codicia vencerá a su sentido común, lo
que le acarreará que le muelan a palos. En estos primeros sucesos la
personalidad de Sancho se irá amoldando a la locura de su amo hasta
tal punto que su percepción de las cosas se acabará pareciendo a la
de su señor, con el único matiz de que uno está loco y el otro es un
pobre inocente que quiere mejorar su vida.

10. Capítulo XV.

Desgraciada aventura con los yangüeses. Hidalgo y escudero salen


quebrantados, por lo que podremos ver sus respectivos temples
anímicos. Sancho se muestra pesimista por los últimos
acontecimientos y cobarde e interesado sólo a lo que él toca, aunque
muestra cierta indiferencia hacia lo sucedido, símbolo de que
empieza a acostumbrarse a las desdichas. Don Quijote, por el
contrario, sigue con su actitud luchadora y ve ete incidente como un
simple golpe de mala suerte lo que supone que vendrán tiempos
mejores, además achaca este infortunio a que era gente ruin y baja
por lo que él no debería de haberse metido. Así, uno desanimado pero
casi acostumbrado y el otro convencido de que es sólo mala suerte,
continuarán su camino.
11. Resume el argumento de los capítulos XV – XXVI.

Tras la paliza propinada por los yangüeses entrarán en una venta que
Don Quijote creía castillo, donde pasarán sucesos inauditos, como la
paliza que recibirá el de la Triste Figura por parte del ventero
debido a una terrible confusión; o el manteo de Sancho tras intentar
irse sin pagar, de lo que deducirá Don Quijote que es un castillo
encantado. En su camino hacia Sierra Morena pasarán ambos las
aventuras más raras que se puedan explicar, pero también tuvieron
oportunidad de hacer grandes hazañas, como la rica ganancia del
yelmo de Mambrino, la desafortunada liberación, por parte de Don
Quijote, de un grupo de galeotes que iban presos y que no supieron
agradecérselo. Una vez en Sierra Morena conocerán la historia de un
loco enamorado, Cardenio, con el que Don Quijote tendrá sus más y
sus menos, pero del que tomará la idea de encerrarse en esa serranía
en plan penitencia de Beltenebros mientras que manda a Sancho con
una carta para su amada Dulcinea del Toboso.

12. Capítulos XVI y XVII.

En estos capítulos la alucinación de nuestro hidalgo convertirá a la


feísima Maritormes en una bellísima mujer. La intención de Cervantes
en describirnos a esta muchacha tan fea es la de hacernos ver a los
niveles que llegaba la locura de Don Quijote, el cual creía estar
viendo a la doncella de un castillo. De esta muchacha se ríe
Cervantes en su descripción ironizándola cuando habla de su chepa o
de su escasa estatura. También podríamos ver esta descripción como
una metáfora referida a la sociedad española, una sociedad dividida,
rota, maltratada, viviendo en un mundo de color renacentista,
espiritual, bello.

En este capítulo podemos ver que la ideología amorosa de Don Quijote


se basa en el típico amor cortés, irrealizable, lejano, un amor
espiritual no físico, un amor idealizado que ha de ganarse por
méritos que asombren a la amada. En contraposición al amor, o, más
bien, al deseo del arriero basado en el contacto con la amada y en
la realización y consumación de ese amor. Más profundamente y
arriesgándonos un poco, podríamos decir que Cervantes iguala el amor
idealizado a la locura, y la realidad al amor terrenal, físico,
realizable, verdadero respecto a su ejecución.

La realidad también podrá a la caballería en la cuestión del manteo


de Sancho, ya que éste preferirá darse un buen trago de vino que
recuperarse instantáneamente, según nuestro hidalgo, con el Bálsamo.

13. Capítulo XVIII.

Este capítulo muestra cierto paralelismo funcional con el XVII, ya


que en ambos Don Quijote deja entrever sus ansias de lucha, empañada
por su extrema locura que, juntas, suponen siempre una situación de
mucho peligro y poco o ningún beneficio. Junto a esta locura
exacerbada por el anhelo de lucha, surge siempre la parte más lúcida
de Sancho, en contraposición a la de su amo, que no cae en el fatal
error de Don Quijote tornando la realidad a la deseada ficción. De
aquí podríamos destacar, entonces, que la locura de Don Quijote se
acentúa con la pasión creada por la situación de lucha o amor (los
dos principales temas de la novela de caballerías).

14. Capítulo XX.

Sigue en esta nueva aventura la descripción de los caracteres de


hidalgo y escudero. Como se suponía, el reducido valor de Sancho
estará en contraste con la grandísima gallardía caballeresca de Don
Quijote al que le encanta esta nueva situación. Tal es el miedo que
muestra Sancho, que al final acaba acompañando a su señor por no
quedarse solo. Pero como se verá más adelante, la valentía de don
Quijote no habrá valido para nada, ya que el terrible sonido estará
producido por unos mazos de batán, lo que producirá la alegría y
burla de Sancho y el consecuente enfado de Don Quijote.

15. Capítulo XXII.

Don Quijote libera, en este capítulo, a unos galeotes, que lo


apedrean luego. Cervantes utiliza a uno de los galeotes, Ginés, para
criticar ligeramente a la narrativa picaresca acusándola de no ser
del todo cierta, pero tampoco insiste mucho en esto. Cervantes se
nos recuerda entonces ligeramente por eso que dice Ginés sobre que a
escrito su vida en la cárcel, como hiciera nuestro escritor con el
inicio de esta obra

Los nuevos actos de nuestro hidalgo nos muestran la parte extrema de


su acción liberadora y deshacedora de entuertos. En esta aventura
contraria incluso a su propio ideal de caballero, liberando a los
causantes de tanto mal. Tan bien es verdad que los suelta creyendo
que no son justas las acusaciones imputadas a los reos.

E. Dorotea y Cardenio.

16. Resume el argumento de los capítulos XXVII – XXXVIII.

El cura y el barbero deciden ir a por Don Quijote para sacarlo de la


serranía. Allí conocerán la historia de una bella muchacha, Dorotea,
que, junto con Cardenio, les ayudará a cumplir su cometido. Haciendo
que Dorotea se pasase por la princesa Micomicona, obligarán a
nuestro hidalgo que le preste sus servicios, con lo que consiguieron
sacar a Don Quijote de Sierra Morena. Se dirigieron entonces hacia
la casa del de La Triste Figura haciendo puente en la venta ya
conocida por el hidalgo. En esta, el cura leerá a todos la historia
del “Curioso Impertinente” y Don Quijote pronunciará un curioso
discurso sobre las armas y las letras.

17. Capítulo XXIX.

En este capítulo podemos ver cómo Sancho ya no cuestiona las


creencias de Don Quijote, ha ido poco a poco evolucionando hasta una
postura paralela a la de su señor, con la única diferencia de que él
no está loco sino confundido por sus ansias de riqueza. Entonces
podríamos hablar de la quijotización de Sancho a un nivel
superficial, remarcada en el texto por Cervantes, que nos dice
directamente que la simplicidad de Sancho había hecho que éste se
creyera los mismos disparates que su amo.

Dorotea cambia inteligentemente su forma de hablar cuando se hace


pasar por la princesa Micomicona. Su lenguaje recargado, con
excesivas galanterías y repleto de palabras cultas, guiado con
cierta inteligencia y malicia, harán que Don Quijote prometa sin
siquiera pararse a pensar.

Pronto surge el interés de Sancho por lo que se trata, pues ya se ve


como gobernador de su ínsula que, a pesar de ser tierra de negros,
le aportará grandes beneficios aunque sea vendiendo esclavos.

El cabecilla de todo esto, el cura, enloquece, a nuestro parecer,


aun más a Don Quijote, dándole una nueva razón por la que luchar y
por la que seguir creyendo en la caballería (aunque todavía no ha
dejado de creer en ella), además de subirle el ego a nuestro
hidalgo, que cree que su fama es inmensa. En resumen, el cura vale
para darle fuerza a la novela y evitar que Don Quijote empiece a
desmarcarse de la ideología caballeresca.

18. Capítulo XXX.

En este capítulo Sancho intervendrá en favor directo de sus


beneficios alegando, en contra de la negativa de su amo, que la
belleza de Dulcinea no es comparable con la de tan alta “reina” como
lo es, imaginariamente, Dorotea, y que así no alcanzará nunca su
esperado condado sino es casándose Don Quijote con esta princesa y
después irse con Dulcinea ya que en las tierras de la princesa
micomicona debían de haber existido reyes con concubinas. Dicho
esto, la furia se apodera de Don Quijote, que tras apalear con el
lanzón a su escudero, le hacer saber que ella es la que le infunde
valor y usa su brazo como instrumento para sus hazañas, y él vive y
respira en ella.

En este capítulo abundan los insultos: Hideputa, mal nacido, puto,


no tiene cabal juicio, villano ruin, bellaco descomulgado, gañán,
faquín, belitre, socarrón de lengua viperina, desagradecido, traidor
blasfemo.

19. Capítulo XXXIII – XXXV.

En mi opinión, a la hora de encontrar culpables, lo son ambos: uno


por “fomentar” los amores de su amigo Lotario, a pesar de que éste
intentaba resistirse, movido por una cierta curiosidad de averiguar
hasta dónde llegaba la fidelidad de su mujer que terminó propiciando
el amor entre ambos, y la otra, a pesar de que en un principio se
mantenía imperturbable ante las razones de Lotario, al final
sucumbió.

Este pequeño relato tiene cierta tendencia a enseñar, en el sentido


de “novela ejemplar” como demuestra en los sabios consejos que
Lotario da a su amigo para que cambie de opinión sobre lo que ha
decidido para comprobar la fidelidad de su mujer.

Creo que no son incompatibles las dos cuestiones aquí planteadas,


puesto que incluir la aventura de los cueros de vino le servía tanto
a Cervantes para dar variación al relato y a su vez fundir la
historia que se narraba con la del Quijote

F. Discurso de las armas y las letras.

20. Capítulo XXXVII.

Leído.

21. Capítulo XXXVIII.

El problema al que se afronta Don Quijote en este famoso discurso


sobre las Letras y las Armas es tratar de ver quien es más rico, si
el estudiante o el soldado. Nada más exponer esta cuestión, afirma
que el soldado es más pobre en el sentido monetario, que se ve
sometido en ocasiones a las inclemencias de dormir al raso el día
anterior a una batalla, y los compara con los letrados quienes entre
honorarios y propinas tienen en que entretenerse y sentencia
diciendo que -“aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho
menor el premio”-. Según Don Quijote, los letrados defienden que las
armas se apoyan en las letras, puesto que la guerra se ve sujeta a
unas leyes, y por tanto a los letrados; responde que con las armas
se sostienen los imperios, se mantienen seguros los caminos,
despejados los mares de crueles corsarios, etc. Que aunque le cueste
a un estudiante progresar, le costará más a un guerrero, puesto que
siempre le va en ello la vida.

G. El cautivo.

22. Resume los capítulos XXXIX – LII.

En este intervalo de capítulos se suceden la mayor parte de los


acontecimientos en la venta donde se encuentra Don quijote junto a
la fingida reina Micomicona –Dorotea -, Don Fernando, Luscinda y
Cardenio, el cura y el barbero, y el cautivo recién llegado con su
esposa Zoraida aparte del ventero y su familia y algunos siervos.
Tras el discurso de las Letras y las Armas, el cautivo narra su
historia. Cuando llegaba la noche, acudió un oidor que resultó ser
el hermano del cautivo, y se narra también la historia de Doña Clara
y Don Luis, que la seguía vestido de mozo de mulas aunque su linaje
no era tal. Ya durante la noche acontece la guardia de Don Quijote,
que la que se sucedió el episodio de quedarse colgado de una mano y
la refriega que tubo con los criados enviados a buscar a Don Luis.
Estando atentos a lo que acontecía con éste, entró en la venta el
barbero al que Quijote le cogió el yelmo de Mambrino, y se produjo
una fuerte discusión y una “pequeña” pelea entre todos. Tras
sucederse estos acontecimientos abandonaron la venta y el cura y su
compañero el barbero se las ingeniaron para hacer creer a Don
Quijote que estaba encantado y así poder llevarlo de vuelta a su
pueblo. Durante su regreso, se encuentran con un canónigo con el que
discuten acerca de las novelas de caballería. Cuando se detuvieron
para comer, vino el pastor que narra el último relato que intercala
Cervantes y una refriega de Don Quijote con unos disciplinantes.
Finalmente llegaron a su pueblo, enjaulado y mal herido por un
fuerte golpe en la espalda.

23. Capítulos XXXIX – XLI.

Según nos narra su historia el cautivo destaca el paralelismo de su


trayectoria militar con la de la vida real de Cervantes coincidiendo
por ejemplo en que ambos fueron encarcelados cuando regresaban a la
patria tras una consumada victoria.

Se describe a los turcos como gente atrevida y venturosa, y se nota


en sus descripciones cierta xenofobia (aunque existen descripciones
que se salvan de esta etiquetación, como el llamado Gran Turco,
Zoraida y su padre)

Siempre me he imaginado un baño de oriente como los arábicos que


existen en las Medinas, pero en su descripción, Cervantes encierra a
todos los cautivos en un “baño” que contrasta con la imagen que yo
tenía.

Lo propiamente novelesco de la historia comienza cuando acaba la


parte histórica de la narración, al ser nuestro protagonista
cautivado, tras lo que se narra lo anteriormente comentado.

Pienso que la religión no constituye ningún problema en esta


relación puesto que Zoraida piensa convertirse al catolicismo y al
no ser una fanática de su religión o una conservadora, lo único que
han de hacer es ir a España, pero como eso ya lo tenía mas que
asumido el cautivo, no supone ninguna contradicción en su relación.

El carácter de Zoraida es descrito por Cervantes de una forma


semejante a las de Dorotea y Luscinda, que se asemejan a esas damas
de novela caballeresca tantas veces comentada por Don Quijote y
contrastan a su vez con las hijas del ventero y demás mujeres de su
misma posición. Ella, Zoraida, y las demás son el perfil perfecto de
mujer idealizada.

Al ser apresados por los franceses, el cautivo teme por que le


quiten la joya que él más amaba que no era otra que Zoraida, pero
los franceses se contentaron con las joyas que la adornaban y no se
quedaron con ella.

H. Vuelta a casa.

24. Capítulo XLVI.

En este enfrentamiento, Sancho le asegura que la citada reina


Micomicón no es tal y se ve reprendido por su amo que le asegura que
es quien dice ser y se vio embargado por una profunda ira que fue
templada por los consejos de Dorotea, que aseguraba que al estar el
castillo encantado, Sancho vería cosas que no son.
El cura y el barbero se las ingenian para hacer creer a Don Quijote,
mediante una serie de engaños con disfraces, que se encuentra bajo
el influjo de un poderoso encantamiento con lo que consiguen hacer
que se mantenga quedo en una jaula con la que le devuelven a su
origen.

Creo que ese suceso se mantiene en la línea dentro de la comedia de


Cervantes, ya que es muy sarcástico que Quijote termine en una
jaula, aunque una vez que nos hemos encariñado con el personaje es,
quizá, un poco cruel. La burla de los disfraces me parece tan solo
una maña para hacer que se crea embrujado, y no creo que tenga mayor
importancia que el resto de las locuras de Don Quijote

25. Capítulo XLVII.

Llega a la conclusión de que al igual que cambian los tiempos


cambian los hechiceros y sus conjuros, por lo que no es de extrañar
que vuele no en un carro de fuego tirado por animales mitológicos,
sino en una simple jaula tirada por bueyes.

Sancho le acusa al cura de dejarse llevar por la envidia de que el


Quijote iba a conseguir un gran imperio y que durante el periodo que
estuviera encerrado no podría hacer bien a nadie. Es notable la
medida en que se ha quijotizado debido a las influencias de su amo,
como va demostrando en su comportamiento, aunque no llega a los
extremos de Don Quijote.

El canónigo asegura que no ha podido terminar ningún libro de


caballerías porque asegura que todos son una misma cosa, que son
disparatados —como el ejemplo del chico que, con dieciséis años,
mata a un gigante— y cuyo fin es deleitar y no enseñar y carecen de
estructura interna ordenada, con estilo duro, inverosímil en las
batallas, lascivo en los amores, etc.

26. Capítulo XLVIII.

Cervantes defiende la comedia de tipo renacentista sujeta a normas


clásicas, como él ya había cultivado en obras anteriores. A pesar
del elogio que hace a Lope de Vega, le contradice en su opinión de
que hay que dar al “vulgo” lo que este pide, ya sea disparates o
cosas que no llevan ni pies ni cabeza. Trata de hacer pensar a los
actores y creadores de comedias que se revalorizará más lo que el
pueblo le pida, sino con buenas obras.

27. Capítulo LII.

Tras haber escuchado la historia del pastor, se enzarza en una pelea


con él pero la interrumpe puesto que ve a lo lejos una procesión de
disciplinantes que confunde con un grupo de malhechores que llevan a
una mujer en contra de su voluntad, y aplazando su refriega se lanza
en ataque contra los disciplinantes. En la singular batalla se ve
alcanzado por una vara que le golpeó la espalda dejándole muy mal
herido.
Sancho se ve superior a su mujer puesto que ella carece de los
conocimientos de la orden de caballería que él ha ido adquiriendo
con la compañía de Don Quijote.

Cervantes, al igual que el lector, ha ido encariñándose


progresivamente de su personaje y al final pierde en parte el
sentido burlesco del inicio del libro.

I. Analiza pormenorizadamente la relación de la obra con el


Humanismo renacentista (con citas).

El humanismo se caracterizó por su antropocentrismo, cosa que se


entrevé en esta novela por ser Don Quijote el centro de todo. Don
Quijote lucha por el ser humano, por la libertad, por el libre
pensamiento, por la justicia.

Otra relación con el Humanismo es el ataque a la ortodoxia católica


y la promulgación de una doctrina basado en la pureza evangelista.
Esto se puede ver en los diversos ataques de Don Quijote hacia los
frailes benitos, y posteriormente a una procesión; en ambas Don
Quijote cree que esos malhechores llevan contra su voluntad a una
dama inocente. Si nos arriesgamos un poco, podríamos pensar que es
una metáfora en la que la pureza evangelista, caracterizada por la
moza inocente, se ve apresada por la iglesia y sus sucios intereses,
representados por los frailes. Pero no caeremos en el error de
afirmarlo.

La idea de virtud, por la cual el poeta se hace inmortal a través de


su obra, es una de las razones más destacables del Quijote. Sus
hazañas son sobre todo para hacerse inmortal a través de su obra
heroica, es decir, lo que busca nuestro hidalgo a través de sus
sucesos es, aparte de conseguir el amor de su amada, parecerse a sus
héroes y quedar inmortalizado, como ellos, por sus aventuras, que
serán escritas por algún famoso historiador.

Cervantes defiende, en la conversación mantenida entre el canónigo y


el cura, las normas grecolatinas ante el desorden que se refleja en
las novelas caballerescas. Además Cervantes incluye en el Quijote
cuentos de todos los tipos clásicos renacentistas.

J. Analiza la evolución sicológica y moral de Don Quijote, y la


relación de su parte cuerda con la loca.

Don Quijote caerá en la locura tras pasarse varios días leyendo sin
parar novelas caballerescas que le acabarán creando un ideal y una
necesidad libertadora. Así su nueva moral le dictará que libre al
oprimido del opresor, deshaga maleficios y castigue a los malvados,
para ganarse la admiración de Dulcinea.

Pero tendrá altibajos en su comportamiento. En los momentos de mayor


tranquilidad se mostrará casi cuerdo, mientras que las ocasiones de
batalla su locura llega al cenit.
K. Relación de las ideas de Sancho con la locura de su amo (cuando/
por qué).

En ocasiones Sancho ve que su amo está equivocado, pero en otras


incluso le apoya. En el caso de los molinos de viento, de las
ovejas, o del grupo de curas, Sancho puede ver que no son lo que su
señor dice, ni por apariencia. Pero en casos como lo de la princesa
Micomicona, su inocencia le hace pensar que es cierto lo que
escuchan sus oídos, y esto se ve reforzado además por lo que le
supondrá este hecho, que el espera que le aporte como beneficio su
esperada ínsula. Así es que Sancho participará en las locuras de Don
Quijote cuando él crea que le aportarán cierto beneficio y compruebe
que tienen cierta coherencia. Aunque en el caso de los agustinos se
olvidará de esta segunda parte acuciado por la avaricia y la
oportunidad de recoger los frutos de la batalla de su amo.

L. La pelea en la venta es una parodia judicial y una visión de


España. Dimensión crítica.

M. Establece diferencias y similitudes entre la 1ª y 2ª salida


(estructural y formal).

En la primera parte, la estructura la podríamos organizar así: Don


Quijote realiza él solo y sin que nadie lo vea los preparativos para
la salida. Busca una armadura, un caballo y un nombre para sí. En su
salida nadie le verá. Irá la mayoría del camino sin rumbo fijo
dejando que Rocinante le guíe donde quiera. Pronto se encontrará con
una venta en la que él verá un castillo y su oportunidad para
nombrarse caballero. Tras las muestras de su locura volverá a las
andadas, esta vez como caballero, de las que no saldrá muy bien
parado. Tras la paliza propinada por los mercaderes toledanos, lo
encontrará un vecino suyo el cual lo llevará de nuevo a su casa (Don
Quijote no se da cuenta de que vuelve a su casa hasta que se
recupera).

En la segunda salida ocurre más o menos lo mismo. Nuestro hidalgo


vuelve a irse sin que nadie le vea, tras haber preparado el mismo
todo lo necesario para sus aventuras, esta vez incluye al escudero.
Sus primeras aventuras son desastrosas y sólo consigue vencer en
una. De nuevo irán sin rumbo fijo. La posada volverá a ser castillo,
pero lo que busca Don Quijote es hacer locuras por amor.

N.¿Cómo crees que se ven a sí mismos Don Quijote y Sancho? ¿Cómo se


ven el uno al otro?

Don Quijote se ve a sí mismo como un liberador, un justiciero, un


deshacedor de entuertos, en resumen, un ejemplo de caballero que
lucha por el bien. Su máxima aspiración es llegar a ser tan famoso
como sus ídolos novelescos a través de la inmortalidad de su obra
historia y conseguir a su amada, Dulcinea. Sancho se ve como un
pobre campesino que tiene las miras dirigidas hacia el
enriquecimiento de su familia, pues tiene necesidad de ello; se ve,
en pocas palabras, como el sustentador de su familia. Don Quijote ve
a Sancho como un buen escudero, y en ello se entrevé cierta amistad
sin llegar a perder la relación escudero – hidalgo en imitación a
sus ídolos, cosa que aparece en varias ocasiones en las que El de la
Triste Figura manda callar a su escudero. Sancho ve a su señor como
un hombre ilustrado, sabio y algo peculiar, con el que mantiene una
relación demasiado amistosa para ser su escudero; en realidad le
sigue tratando como vecino pero desde otro ángulo, el de su
“ayudante”. En ningún caso le creerá loco sino equivocado, y será la
influencia de su señor la que le vaya acercando hacia un plano
paralelo a la locura de su amo, sin llegar él a estar demente sino
confundido por su inocencia.

O. Relación entre el autor Cire Hamete y el narrador.

Cervantes mete a un personaje supuestamente real haciéndole pasar


por un historiador arábigo del que el narrador ha sacado las
andanzas de Don Quijote. Esto le da un gran realismo a la obra, ya
que en aquel entonces los mejores historiadores eran árabes. También
le da una mayor importancia a la obra de Don Quijote, la cual, hemos
de suponer después de esto, fue tan famosa, que llegó e interesó al
mundo árabe. Pero todo esto nos conduce hacia la propia vida de Don
Quijote, es decir, tanto Cire como Cervantes son meros medios de
comunicación que cuentan, lo más objetivamente posible, la verdadera
historia del realísimo Don Quijote.

Descripción y función de las cartas (cap. XXIII, XXV, XXVI, XXVII)


¿es en cada caso apropiado el uso de la literatura epistolar? ¿Por
qué?.

A través de estas cartas Cervantes conecta de nuevo con el amor


idealizado de Don Quijote y también aprovecha para hacer ver al
lector que Don Quijote tiene todas las cualidades de un hidalgo, las
más destacadas, las armas unidas con las letras (típico de los
escritores renacentistas, como el mismo Cervantes). Con esta nueva
conexión con Dulcinea podremos ver lo equivocado que está Don
Quijote y la personalidad aproximada de la verdadera Dulcinea,
descrita por Sancho.

Q. Describa la relación de Don Quijote y Dulcinea.

En realidad no existe ninguna relación, todo está en la mente de Don


Quijote. Alonso Quijano, antes de convertirse en el más famoso
hidalgo de todos los tiempos, tendrá en su mente a una de sus
vecinas, Aldonza Lorenzo, a la que guardará gran simpatía, y es la
que acabará siendo renombrada como Dulcinea del Toboso por Don
Quijote; pero con la que no guarda ninguna relación en la vida real.

La prodigiosa imaginación de Don Quijote sufrirá por el amor de su


Dulcinea, pasión que se verá acrecentada con las mentiras de Sancho
respecto de la carta que le mandara nuestro hidalgo. Con esto
surgirá en la mente del caballero un amor típicamente cortesano,
basado en la espiritualidad humanista.

Fuente Internet:
http://www.lafacu.com/apuntes/literatura/Literatura_El_Quijote_II/
default.htm

ESTUDIO DE LA OBRA
PROPÓSITO DE CERVANTES CON EL QUIJOTE
LUGAR
EL QUIJOTE COMO JUEGO LITERARIO
RECURSOS LITERARIOS
LENGUAJE
TEMÁTICA DE LA OBRA
NARRADOR
ESTRUCTURA
TIEMPO
TÉCNICA Y ESTILO

PROPÓSITO DE CERVANTES CON EL QUIJOTE


Lo que sí resulta seguro es que Cervantes escribió un libro
divertido, rebosante de comicidad y humor, con el ideal clásico del
prodesse et delectare, instruir y deleitar. Cervantes afirmó varias
veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la
época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el
Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales
obras. Pero significa mucho más que una invectiva contra los libros
de caballerías.
Por la riqueza y complejidad de su contenido y de su estructura y
técnica narrativa, la más grande novela de todos los tiempos admite
muchos niveles de lectura, e interpretaciones tan diversas como
considerarla una obra de humor, una burla del idealismo humano, una
destilación de amarga ironía, un canto a la libertad o muchas más.
También constituye una asombrosa lección de teoría y práctica
literarias. Porque, con frecuencia, se discute sobre libros
existentes y acerca de cómo escribir otros futuros, ya desde la
primera parte: escrutinio de la biblioteca de don Quijote, lectura
de El curioso impertinente en la venta de Juan Palomeque y disputa
sobre libros de caballerías y de historia, revisión crítica de la
novela y el teatro de la época en la conversación entre el cura y el
canónigo toledano. En la segunda parte de la novela algunos
personajes han leído ya la primera y hacen la crítica de la misma.
La primera parte será así el punto de referencia de las discusiones
sobre teoría literaria incluidas en la segunda. Teoría y ficción se
integran con perfecta armonía en el coloquio entre Sansón Carrasco,
don Quijote y Sancho, en episodios como la cueva de Montesinos y el
retablo de Maese Pedro; y la teoría se ilustra con la práctica en
las narraciones intercaladas en el relato principal, las cuales
constituyen otras tantas formas de novelar representativas de los
géneros narrativos anteriores a Cervantes.
Entre otras aportaciones más, el Quijote ofrece asimismo un panorama
de la sociedad española en su transición de los siglos XVI al XVII,
con personajes de todas las clases sociales, representación de las
más variadas profesiones y oficios, muestras de costumbres y
creencias populares. Sus dos personajes centrales, don Quijote y
Sancho, constituyen una síntesis poética del ser humano. Sancho
representa el apego a los valores materiales, mientras que don
Quijote ejemplifica la entrega a la defensa de un ideal libremente
asumido. Mas no son dos figuras contrarias, sino complementarias,
que muestran la complejidad de la persona, materialista e idealista
a la vez.

EL QUIJOTE COMO JUEGO LITERARIO

Muchos componentes del Quijote obedecen a su condición de novela


concebida como un juego. Su construcción se sustenta en el artificio
narrativo del manuscrito encontrado. Este procedimiento es parodia
del mismo recurso empleado en los libros de caballerías. Pero
Cervantes va mucho más allá, adueñándose de la máxima libertad
artística que un autor haya logrado jamás. Varios elementos
sobresalen en tan fecundo proceso. En la ficción, el historiador
moro Cide Hamete Benengeli aparece como primer autor del Quijote, un
morisco toledano es su primer traductor y el mismo Cervantes aparece
ficcionalizado como segundo autor, que entrega a los lectores una
historia sobre la cual podrá comentar lo que quiera por conocerla
toda de antemano a través de la traducción del morisco. Este juego
de autores, traductores, narradores y lectores produce una gran
libertad creadora a la vez que siembra la ambigüedad y la duda en
muchas páginas, por ejemplo en el relato de la cueva de Montesinos.
Cualquier perspectiva es posible. Siempre se podrá acusar de los
engaños al moro Cide Hamete, al morisco traductor y aun al impresor,
a quien, en la segunda parte, se culpa de las incoherencias
cometidas en torno al robo del rucio de Sancho en la primera.
El sistema lúdico abarca también la misma locura del protagonista.
La locura era un motivo frecuente en la literatura del renacimiento,
como prueban las obras de Ariosto y de Erasmo de Rotterdam. Don
Quijote actúa como un paranoico enloquecido por los libros de
caballerías. Unos lo consideran un loco rematado, otros creen que es
un "loco entreverado", con intervalos de lucidez. En general se
admite que don Quijote actúa como loco en lo concerniente a la
caballería andante y razona con sano juicio en lo demás. Pero los
escritores españoles Arturo Serrano Plaja y Gonzalo Torrente
Ballester interpretan la locura de don Quijote como un juego
codificado en la ficción según unas reglas que el caballero respeta
siempre. Entrega su vida a un ideal sublime y se estrella contra la
realidad porque los demás no cumplen las reglas del juego. Don
Quijote finge estar loco y decide jugar a caballero andante. Para
ello acude a los libros de caballerías, transforma la realidad y la
acomoda a su ficción caballeresca: imagina castillos donde hay
ventas, ve gigantes en molinos de viento y, cuando se produce el
descalabro, también lo explica según el código caballeresco: los
malos encantadores le han escamoteado la realidad, envidiosos de su
gloria.
Semejante juego narrativo resulta enriquecido por el perspectivismo
y el relativismo, que se manifiestan en toda la novela, ya en la
variedad de nombres que se atribuyen al hidalgo manchego: Quijada,
Quesada, Quejana, Quijana y Alonso Quijano. Dentro de esa
diversidad, es interesante señalar que la palabra “quijote” designa
la parte de la armadura que cubre el muslo. El elemento paródico y
la ironía actúan una vez más para caricaturizar la figura del
caballero que, gracias a una sinécdoque (véase Figuras retóricas),
aparece identificado con una parte (la privación, la pérdida) y no
mediante un rasgo totalizador. También existe sinécdoque en el
apellido con el que se identifica al escudero. Perspectivismo y
relativismo aparecen también en la forma de muchos nombres comunes,
como el neologismo “baciyelmo”, que resuelve una cuestión sin
excluir ninguna perspectiva. En esto se revela la comprensión
cervantina ante todo lo humano. Y la misma libertad que Cervantes
reclamó para sí como creador se la concedió en idéntico grado a don
Quijote. El comienzo de la novela es bien conocido: "En un lugar de
La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
vivía un hidalgo". Con estas palabras Cervantes destaca que los
hechos que va a contar no ocurrieron en tierras lejanas, como las
historias de la caballería andante, sino muy cerca, en La Mancha, ni
tampoco en tiempos remotos, sino ayer mismo. Se han dado muchas
explicaciones a este comienzo de la novela: un octosílabo de un
romance anónimo, negativa a decir el nombre del pueblo natal de don
Quijote por deseo de incluir a toda La Mancha, comienzo
característico de los cuentos populares, rechazo del autor al pueblo
donde supuestamente estuvo preso y comenzó la novela. Sin negar
estas razones Leo Spitzer y Avalle-Arce explican el comienzo del
Quijote como una defensa de la libertad del creador y del personaje
con repercusiones fundamentales en la evolución literaria. La
literatura anterior a Cervantes se regía por unas convenciones
restrictivas. En aquellos modelos tradicionales la cuna del héroe
determinaba su vida futura. Amadís era hijo de reyes, nació en Gaula
y estaba llamado a ser héroe. Lazarillo nació en el Tormes, era hijo
de padres viles y será un antihéroe. En cambio Cervantes no
especifica la cuna, ni la genealogía, ni el nombre exacto de don
Quijote para que pueda caminar libre de todo determinismo, creando
su propia realidad. Por eso a partir del Quijote la vida del
personaje literario será más libre. Porque, como señala Carlos
Fuentes, Cervantes ha puesto a dialogar a Amadís de Gaula con
Lazarillo de Tormes y en el proceso ha disuelto para siempre la
interpretación unívoca del mundo.
flechilla

LENGUAJE
La prosa española alcanzó su cumbre con esta obra. El Quijote no
posee un estilo uniforme, sino que es admirablemente polifónico. En
él se convinan todos los niveles de la lengua que creó la prosa del
Renacimiento, a veces con forma paródica o imitación burlesca. Es
admirable la riqueza polifónica con la que se expresan sus múltiples
personajes: cada uno habla según su condición y su estado de ánimo;
así oímos las voces de la ciudad y de la aldea, de los cabreros y de
los aristócratas, de mozas de partido o de clérigos, de la más noble
retórica o del dicterio más vulgar y de la infinidad de tonos de Don
Quijote, según sea su humor y la expresión sensata y cazurra de
Sancho, tan amigo de los refranes.

NARRADOR
En la historia de Don Quijote y Sancho Panza hay dos narradores
superpuestos:
1º. narrador editor: que es Cervantes quien copia una historia que
ha encontrado y a veces interviene haciendo comentarios. Por
ejemplo:
“Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino
en haber comparado la amistad destos animales... y escribe que...”
(Capítulo XII de la 2ª parte, línea 104 y siguientes).
2º. narrador omnisciente: que es un historiador árabe que he escrito
la historia de Don Quijote y Sancho Panza que Cervantes está
copiando.
Se trata de narrador omnisciente porque conoce todos los detalles,
sentimientos y pensamientos de los personajes, como observamos en
los siguientes ejemplos.
“Don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían”
(Capítulo XXVI de la 2ª parte, línea 175).
“Enterneciose Sancho Panza” (Capítulo XXVI de la 2ª parte, línea
245).

TIEMPO

TIEMPO CRONOLÓGICO:
El tiempo cronológico de esta obra puede identificarse entre finales
del siglo XVI y principios del XVII.

TIEMPO DE LA ACCIÓN:
En los capítulos que nos ha tocado leer y XII, XXV y XXVI, solo hay
tiempo retrospectivo cuando un hombre cuenta un cuento pasado,
puesto que introduce hechos que pertenecen al pasado. Todo lo demás
tiene un tiempo lineal, puesto que los hechos se narran en el orden
en el que sucedieron.

TIEMPO VIVIDO POR LAS PERSONAS LECTORAS:


El capítulo XII transcurre durante una noche. Es tan lento porque
contiene abundantes diálogos y descripciones. Los capítulos XXV y
XXVI también están ralentizados, puesto que entre los dos capítulos
hay una duración de unas tres horas, ya que hay abundantes
descripciones y solamente narra la llegada del titerero y su
representación.

LUGAR
El capítulo XII transcurre en un bosque, donde van a dormir Don
Quijote y Sancho Panza; y los capítulos XXV y XXVI transcurren en
una posada, donde Don Quijote y Sancho Panza también van a dormir.

RECURSOS LITERARIOS
Los recursos literarios que hemos encontrado en los capítulos XII,
XXV y XXVI de la segunda parte de “El Quijote”, son los siguientes:
Para empezar nombraremos los más comunes y repetidos, como la
enumeración. Utiliza este recurso unido al paralelismo, enumera
habitantes de lugares, así como para nombrar personajes de un
cuento. Por ejemplo:
“Cuantas trompetas que suenan, cuantas dulzainas que tocan y cuantos
atabales y atambores que retumban.” (Capítulo XXVI de la 2ª parte,
líneas 189 y siguientes).
“Caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios,
todos los castellanos y finalmente, todos los caballeros de la
Mancha.” (Capítulo XII de la 2ª parte, líneas 214-217).
“Que Melisendra era Melisendra, don Gaiferos, don Gaiferos,
Marsilio, Marsilio y Carlo Magno, Carlo Magno”. (Capítulo XXVI de la
2ª parte, líneas 275-277).
También hay series bimembres en todos los capítulos, aparecen
continuamente y caracterizan el modo de escribir de Cervantes. Por
ejemplo:
“Lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho”. (Capítulo XXV de
la 2ª parte, líneas 274-275).
“Oír y saber”. (Capítulo XXV de la 2ª parte, línea 6).
“Hallóle y díjole”. (Capítulo XXV de la 2ª parte, línea 9).
“Ahechándole la cebada y limpiando el pesebre”. (Capítulo XXV de la
segunda parte, línea 19).
...
En el capítulo XXV también encontramos una hipérbole, que exagera
sobre la majestuosidad de una historia.
“... que es una de las mejores y más bien presentadas historias que
de muchos años a este parte en este reino se han visto”. (Capítulo
XXV de la 2ª parte, líneas 193-195).
En el capítulo XII encontramos una metáfora, para describir los
párpados;
“Las compuertas de los ojos” (Capítulo XII de la 2ª parte, línea
91).
y una ironía en la que el titerero intenta burlarse de don Quijote:
“No esperaba yo menos de la inaudita cristiandad del valeroso don
Quijote de la Mancha, verdadero socorredor y amparo de todos los
necesitados y menesteros vagamundos; y aquí el señor ventero y el
gran Sancho serán medianeros y apreciadores de vuesa merced y mi de
lo que valen o podían valer las ya desechas figuras”.
También hemos encontrado antítesis en el capítulo XXV.
“los negros de los blancos” (línea 143).
“rurlinado siempre a hacer bien a todos, y mal a ninguno” (líneas
283-284).
Por último nombraremos algunas comparaciones:
“Porque mi señora es como una borrega mansa” (Capítulo XII, líneas
274-275).
“(Montar) a horcajadas como hombre” (Capítulo XXVI, líneas 117-118).

TEMÁTICA DE LA OBRA

Cuál fue en principio el propósito del autro al escribir la obra


La intención de la creación del Quijote era la de crear una novela
que pudiera ser leída por todo el mundo, es decir una intención de
totalidad hacia todos los lectores, también intentaba entretenerlos
y divertirlos por lo que creo una novela bastante cómica. Desde el
más inocente hasta el más profundo y de cualquier situación social.
La otra intención del autor era crear una parodia de las novelas de
caballería para demostrar a los lectores de novelas de este tipo de
la época como éstas decían incoherencias y descubrimos las
barbaridades que dicen al verlas aplicar a una persona que ha
perdido la razón por su lectura.
Cuáles son los auténticos temas de fondo en la obra que otorgan
coherencia a la misma
El quijote nos muestra un panorama de la sociedad en la época en el
que fue escrito, ya que en el libro aparecen personajes que
representan a todas las clases sociales, de oficios y de costumbres
y creencias de la cultura manchega de la época.
El otro tema auténtico a parte de la representación de la sociedad
de la época, es la crítica en forma de parodia de las novelas de
caballería q hicieron perder la razón al protagonista y que son las
causantes de sus locuras.
Por qué se dice que el quijote es una novela polifónica
Por qué se dice que el quijote es la primera novela moderana, qué
rasgos innovadores aporta a la formación de la novela moderna
El primer rasgo innovador es la libertad a la hora de escribir,
rechazó los géneros literarios establecidos y los confrontó en
algunas ocasiones
El segundo rasgo fue que rechazó lo milagroso lo fantástico para
tener que crear una historia creativa y sorprendente, utilizó por
tanto historias reales. Creo mediante el realismo una historia
cómica y humorística
Otro rasgo fue el de la creacción de varios puntos de vista respecto
del mismo tema, rechazándo una naracción clásica.El personaje
principal de esta novela es libre no se expecifícan sus raíces, de
qué familia procede... será el primer personaje libre de la historia
Qué significado puden tener aventuras como la de andrés, el mozo
apaleadopor su amo, o la liberación de los galeores
EL contraste de la realidad a veces cruel y la realidad ideal de don
Quijote. En la aventura de Andrés, el chico apaleado por su amo del
capítulo cuarto queda esto reflejado. En la realidad de don Quijote
dos valores importantes son el honor y el respeto al deber y confía
en que su dictado de liberar a Andrés se llevará a cabo a rajatabla,
pero no todo el mundo es como él. Al amo de Andrés le traen sin
cuidado los deberes morales y la justicia social. El egoísmo y los
intereses propios mueven al amo de Andrés que en cuanto perdió de
vista a don Quijote reanudó la paliza con más brutalidad que antes.
Por lo que la justicia de don Quijote queda claramente por los
suelos. Es el choque de lo verdadero, lo justo y lo ético, con la
realidad del mundo, que también es la que posiblemente hubiera en la
época. Es un capítulo duro y trágico que choca con los otros
capítulos cómicos. En la aventura de los galeotes pasa algo
parecido, él los libera por creer que están cumpliendo una condena
injusta. Don Quijote es muy humano y desea la libertad de estos, sin
embargo peca de inocente e irresponsable y se encuentra con que los
galeotes le pagan su libertad con una traición sólo porque él les
pide un pequeño favor.

ESTRUCTURA

Confluyen diversos aspectos en la estructuración de la novela:


En primer lugar las dos partes . Y esto, que podría haber sido una
mera división externa, se convierte en auténtico hecho estructurador
por las diferencias que se muestran entre una y otra. Especialmente
importante, en este sentido, la que afecta al desarrollo de los
personajes principales. En efecto, si bien hay una evolución
continua a lo largo de toda la obra, la diferencia de su
comportamiento entre la primera parte y la segunda es marcada. En la
primera, don Quijote ve la realidad transformada por su imaginación
caballeresca (donde hay molinos ve gigantes, por ejemplo); en la
segunda, en cambio, la ve como es y son los demás personajes los que
las convierten en aventuras caballerescas (como ocurre en el pasaje
de los leones). Don Quijote, por tanto, se acerca cada vez más al
mundo de la realidad. Por otra parte, Sancho, en la segunda parte,
se ha acomodado mejor a su amo y participa más de su mundo, llegando
a vivir la pura ilusi&oa cute;n en la ínsula Barataria. Todo ello
des emboca en el entrecruzamiento final del idealismo de don Quijote
con el realismo de Sancho.
Aparte de esto se aprecian las tres salidas como otro elemento
estructurador, el más generalmente tratado. La división de la obra
en tres salidas permite ver claros paralelismos entre ellas, aunque
su extensión es muy diferente: una preparación y salida, una serie
de aventuras y vuelta.
Desde otra perspectiva, tal vez más de acuerdo con la verdad de la
novela, cabe formular esta línea estructural, teniendo en cuenta no
las salidas, sino las vueltas. Dicha formulación permite ver mejor
el proceso evolutivo de don Quijote y Sancho en ese encuentro entre
idealismo y realismo. En la primera vuelta , don Quijote regresa no
sólo armado caballero sino también triunfante, desde su perspectiva,
con su primera hazaña (la del muchacho vapuleado); y ni siquiera
obsta su optimismo caballeresco el molimiento por parte de los
mercaderes. En la segunda , ya su vuelta se realiza enjaulado y,
pese al recurso del encantamiento, es una situación humillante que
puede crear dudas en don Quijote: "Muchas y muy graves historias e
yo leído de caballeros andante; pero jamás he leído ni visto, ni
oído, que a los caballeros encantados los lleven desta manera y con
el espacio que prometen estos perezosos animales" . En la tercera ,
se da el derrumbamiento total de Don Quijote y de su ideal
caballeresco; tal es así, que vuelve para morir tras haber
recuperado la razón. Si esta evolución de don Quijote la
consideramos a la par que la de Sancho, de sentido contrario,
estaremos probablemente en el auténtico meollo del asunto de la
novela. Efectivamente, hay un progresivo acercamiento de las
iniciales posturas contrapuestas de don Quijote y Sancho (idealismo
- realismo) hacia un equilibrio e incluso entrecruzamiento final.
Por último, un elemento estructurador fundamental, olvidado con
demasiada frecuencia, es el carácter paródico de la novela. La
estructura de El Quijote parece ser la de una parodia de los libros
de caballerías y, por ello, sigue sus esquemas: se apropia de la
disposición general de dichos libros, de sus personajes, del
encadenamiento de aventuras y de sus quimeras.

TÉCNICA Y ESTILO

Atendiendo sólo a aspectos generales y muy importantes, cabe señalar


los siguientes:
La parodia (imitación, generalmente burlesca, de una obra, género,
autor,... exagerando o ridiculizando sus rasgos más característicos)
está presente, de forma constante, en todo el libro. La misma
concepción de la novela y, por tanto, la estructuración de la
mayoría de las aventuras es, como se ha dicho, una parodia de los
libros de caballerías. Pero ésta se manifiesta también continuamente
en recursos técnicos y estilísticos más concretos: en el recurso del
apócrifo, en el lenguaje altisonante y arcaizante, en el uso y abuso
de la hipérbole, etc.
La ironía , resultado en muchos casos de la parodia, es el recurso
tal vez más utilizado en El Quijote ; tan es así, que apenas hay
frase que no lleve un doble sentido. La vemos ya en el
encabezamiento de los capítulos con sus títulos hiperbólicos, en el
desajuste constante entre actitudes y situaciones, en muchísimas
expresiones de don Quijote y Sancho, etc.
Tanto la parodia como la ironía son ríos que desembocan en el
inagotable humor del Quijote. Pero el humorismo sobrepasa dichos
recursos: lo encontramos también en los graciosísimos diálogos entre
Sancho y don Quijote, en la creación de nombres propios, en la
invención de expresiones (como "escuderil vápulo", "académico
argamasillesco", médico insulano", "gobernadoresco",...) en los
trastrueques idiomáticos en la boca de Sancho, en los juegos de
palabras, etc. Aunque la verdad es que parodia, ironía y humor se
aúnan en una misma realidad literaria y no siempre admiten
diferenciaciones claras.
Cabe resaltar también como otra consecución técnico estilística del
Quijote la perfección del diálogo . Es, en primer lugar, el medio
por el que los personajes, sobre todo don Quijote y Sancho,
descubren sus intimidades en un proceso dialéctico que los define
como seres independientes y vivos, a la vez que los conforma
progresivamente. Pero, además, es un elemento estructural de primera
magnitud que dinamiza la novela: las aventuras perderían gran parte
de su valor sin los diálogos precedentes y subsiguientes.
Excepcional recurso del Quijote es su perspectivismo . Se entiende
por tal el hecho de que la variedad de perspectivas que confluyen
sobre una realidad son las que se definen. En la novela, el juego de
perspectivas es muy complicado. Por una parte, está la combinación
de los tres "autores": el narrador cristiano (que no es el Cervantes
real), el traductor aljamiado y el historiador moro (Cide Hamete).
El entrecruzamiento de las perspectivas de los tres enriquece la
visión de lo narrado. Por otra, está la multitud de visiones
vertidas por los personajes, con lo que se consigue ir definiendo
una realidad indeterminada y huidiza. En este aspecto, si es de
destacar el continuo y primer diálogo entre don Quijote y Sancho, no
se puede olvidar el enriquecedor cúmulo de visiones de todos y cada
uno de los personajes de la novela. Este perspectivismo es el que
permite a Cervantes definir la verdad "cervantina", es decir, la ver
dad "vital" o "existencial".
Uno de los hechos que más llama la atención durante la lectura de El
Quijote es el grado de realismo y de vida independiente que
Cervantes consigue plasmar en sus personajes, muy en especial en don
Quijote y Sancho. En efecto, en la conciencia del lector de la obra
y en la conciencia de la colectividad, se ha ido conformando una
sensación de personajes reales, escapados de la novela. Los saberes
y secretos técnicos con los que Cervantes ha conseguido esto son
numerosos y, en muchos casos, sutiles. Baste aquí para indicar
algunos más patentes:
Las vacilaciones o equivocaciones, atribuidas en ocasiones a
descuido, dan un gran sentido de realidad : la variedad de nombres
de don Quijote y la mujer de Sancho; el desconocimiento del lugar de
nacimiento y ascendencia de don Quijote; las malas cuentas que hace
del niño azotado, etc. En algunos casos la razón de ello está en la
falta de documentos históricos (luego la historia no es una
invención sino una realidad documentada); en otros, parece que la
causa es que don Quijote, caballero de altos pensamientos, no puede
entretenerse en bagatelas o cosas pragmáticas (realismo vital o
existencial). El realismo nacido de la referencia a los documentos
queda reforzado, además, por los frecuentes entredichos que el
narrador" pone al historiador y al traductor.
La perfección del diálogo , verdadero encuentro del "yo" y del "tú"
como en la vida, a la vez que conformador de la evolución de los
personajes.
Es de especial interés, en este sentido el diálogo entre Sansón
Carrasco y los protagonistas cuando aquél les comunica que ha leído
su historia. El hecho de que don Quijote y Sancho enjuicien la
verdad o perfección de la misma historia de sus vidas, les lanza
fuera de la novela como personajes reales. En idéntica dirección
están las consideraciones sobre el Quijote de Avellaneda y el hecho
de que, a lo largo de la segunda parte, don Quijote se encuentra con
personajes que ya han leído su historia y le reconocen sin necesidad
de presentaciones.
Importante característica barroca de El Quijote es su dinamismo .
éste afecta tanto a la estructura como al estilo. En efecto,
dinámico es el movimiento de los personajes, la ininterrumpida
sucesión de aventuras, el inagotable diálogo entre personajes, la
técnica narrativa de capítulos abiertos y de la anticipación y el
rápido ritmo de la sintaxis.
Por último es necesario mencionar la perfección y riqueza
lingüísticas . Un dato nos puede llevar a intuir hasta qué punto
esto es cierto en todos los aspectos: el número de palabras
distintas usadas en la novela es de más de doce mil - hoy, una
persona culta conoce seis o siete mil.

Filosofía del Quijote


Sobre el análisis filosófico del Quijote
Gustavo Bueno
En este rasguño se somete a crítica el supuesto (mantenido por
muchos profesores de filosofía, así como también por otros muchos
ciudadanos o políticos, que filosofan a su modo) según el cual el
único modo de entender filosóficamente el Quijote es considerándolo
desde las premisas del humanismo, del pacifismo, de la tolerancia,
de la paz y de la libertad

la triada de las tres campesinas cruzada con la triada Don Quijote,


Sancho y Dulcinea: pasado, presente y futuro de España

1
Entre los organizadores de actos conmemorativos del Quijote, en este
su cuarto centenario, no faltan las Sociedades de Filosofía; y entre
los ciudadanos particulares o los políticos que escriben artículos o
libros, o pronuncian conferencias o discursos de investidura, o
preámbulos de leyes con referencias al Quijote, no faltan los
profesores de filosofía.

Sin embargo, la participación de Sociedades de Filosofía, o de


profesores de filosofía, en las conmemoraciones del Quijote, no
garantizan la condición filosófica de los debates, de los artículos,
de los libros o de las conferencias ofrecidas. Y esto puede parecer
una cierta anomalía.

En efecto. Es mucho más probable que si los actos, conferencias,


artículos, &c., sobre el Quijote son organizados por Colegios de
Médicos, de Psicólogos o de Historiadores, las conferencias,
artículos o debates se ajustarían mucho más, en cada caso, a la
perspectiva de cada gremio organizador o de cada ciudadano que
interviene a título de miembro de un gremio (como médico, como
psicólogo, como historiador). El gremio en el que se enmarcan los
debates, los libros o las conferencias... garantiza, con una gran
probabilidad, que el público va a recibir informaciones o
planteamientos centrados en torno a las categorías correspondientes.
Si, por ejemplo, el debate tiene lugar entre médicos, es casi seguro
que Don Quijote o Sancho serán tratados desde las categorías que
definen sus constituciones respectivas (leptosomáticas, pícnicas),
que se discutirán diversos diagnósticos psiquiátricos de la supuesta
locura de Don Quijote (¿un monomaniaco?, ¿un enfermo delirante
afectado del síndrome de Capgras?...), que se tratará de determinar
la naturaleza de las «calenturas» que precedieron a la curación de
sus delirios y a su muerte.

¿A qué se debe la «anomalía» que apreciamos cuando quienes, como


profesores de filosofía, se disponen a tratar sobre el Quijote, lo
que hacen en realidad es ofrecernos, en la mayor parte de los casos,
una mezcla enciclopédica de consideraciones sociológicas, históricas
o psicológicas, que pueden ser interesantes, sin duda, pero que
difícilmente pueden considerarse como filosóficas?

Seguramente a que la perspectiva filosófica es atribuida a un


gremio, a una especialidad académica del mismo orden del que pueda
corresponder a la Medicina, a la Psicología o a la Historia... A fin
de cuentas, cada gremio está moldeado por alguna de las Facultades
universitarias.

¿Y por qué nos extraña que quienes se presentan como «filósofos», en


el momento de disertar sobre el Quijote, no asuman casi nunca, salvo
en apariencia, una perspectiva filosófica?

Nos extraña porque presuponemos que pertenecen a un gremio y que,


por tanto, debiera quedar asegurada una perspectiva característica
para llevar a efecto sus análisis.

Pero esta perspectiva es errónea: «la filosofía» no puede


adscribirse a un gremio organizado, en función del cultivo de una
categoría «cerrada», de modo análogo a como adscribimos a sus
categorías respectivas los gremios de los médicos, de los
psicólogos, de los sociólogos o de los historiadores.

Tiene siempre algún sentido preguntar: «¿Qué dice, o qué puede


decir, la Medicina sobre Don Quijote?» O bien: «¿Qué dice, o qué
puede decir, la Psicología sobre el Quijote? O bien: «¿Qué dice, o
qué puede decir, la Historia sobre el Quijote?»

Pero no tiene ningún sentido preguntar: «¿Qué dice (o qué puede


decir) la Filosofía sobre el Quijote? Porque la Filosofía no puede
ser adscrita a alguna categoría cerrada; ni siquiera cabe referirse
a «la Filosofía» como si se tratase de un sistema sobreentendido de
ideas, aunque no circunscrito a alguna categoría. Y no porque no
exista en absoluto un tal «sistema», sino porque existen muchos y
contrapuestos entre sí. Por ello, cuando se habla de «la Filosofía»
es necesario apellidarla: podemos hablar de la filosofía epicúrea, o
estoica, o idealista, o espiritualista, o materialista. Y cuando se
dice de alguien que es «filósofo», será preciso apellidarlo:
epicúreo, estoico, idealista, espiritualista, materialista (si no
queremos utilizar el término en un sentido meramente psicológico, en
el sentido que cobra el término «pensador» cuando se le ha segregado
todo contenido positivo, como le ocurre a la estatua de Rodin, «cuya
cabeza es hermosa pero sin seso»).

Pero, ¿acaso no hay algo común a todas estas filosofías, a todos


estos filósofos? Sin duda, cabe reconocer alguna unidad, al menos
polémica: que todos ellos se ocupan de Ideas, pero organizadas más o
menos en sistemas contrapuestos entre sí; porque si las Ideas a las
que «el pensador» atiende están de tal modo desorganizadas que no
rebasan el estadio de un caos, tampoco podríamos hablar de
filosofía, ni siquiera de pensamiento.

Pero las Ideas (supone el materialismo filosófico) no proceden de


Dios, o del Cielo –como pensaba Malebranche–, no tampoco de la
conciencia, de la mente o del cerebro –como pensaba Hume–, sino que
proceden de la tierra, de la realidad constituida por las cosas
moldeadas por las técnicas, por las artes o por las ciencias. Es
decir, por aquellas disciplinas que nos permiten «controlar» más o
menos las cosas del mundo mediante conceptos; mediante conceptos que
resultan de la delimitación de los fenómenos. Una delimitación que
implica diversos grados de claridad (para separar unas cosas de
otras) y de distinción (para diferenciar sus partes). A esta
claridad y distinción concurren las analogías, las transformaciones
de unos fenómenos en otros. Los conceptos, como organización de
fenómenos a los que aquí nos referimos, se encuentran a una
distancia intermedia entre los conceptos de la «escolástica
medieval» –que veía en ellos los frutos del primer acto del
entendimiento, en cuanto «reproduce la esencia del objeto real»– y
los conceptos de la «escolástica barroca», la del conceptismo, que
ya no veía necesaria la reproducción de objetos reales, pero sí el
establecimiento de alguna correspondencia entre esos objetos. El
concepto de circunferencia, como elipse con distancia focal nula, o
el concepto de mesa, como «suelo de las manos» –que hemos utilizado
en otras ocasiones– acaso podría satisfacer la definición de
concepto que daba Gracián, partiendo de la definición escolástica:
«Concepto es un acto del entendimiento que exprime la
correspondencia [proporción e improporción, concordancia y
disonancia, paridad y disparidad] que se halla entre los objetos».

Y son los conceptos los que pueden encadenarse, en «círculos


cerrados» propios de las diversas técnicas, artes o ciencias:
«biela» es un concepto técnico, como «capitel» es un concepto
arquitectónico, o «triángulo» es un concepto geométrico. Y hay que
tener en cuenta que las técnicas o artes pueden serlo también en un
sentido mágico: la técnica de la suovetaurilia contenía conceptos
claros y distintos, cuyo análisis corresponde a los historiadores de
las religiones.

Ahora bien, los conceptos y el encadenamiento de los conceptos,


propios de una categoría dada, no agotan su campo, a pesar de que,
con frecuencia, el «autismo gremial» tienda a pensar lo contrario. Y
aun cuando, en consecuencia, tal autismo lleve al «imperialismo
gremial», un imperialismo subjetivista, el que decreta, por ejemplo,
que «todo es Química» o que «todo es Física» o que «todo es
Psicología» o que «todo es Sociología». En realidad, el análisis de
los conceptos y de la reflexión objetiva sobre ellos (reflexión como
confrontación con conceptos de otras categorías) está siempre
abierto, y no se agota en el recinto de cada gremio. De esta
reflexión objetiva derivan las Ideas, y, por tanto, la filosofía.

La filosofía se ocupa de las Ideas, y de los sistemas resultantes de


su entretejimiento. Por ello, históricamente, sólo cabe hablar de
«filosofía», en sentido estricto, cuando los conceptos técnicos,
artísticos y, sobre todo, científicos, hayan alcanzado
históricamente un determinado grado de complejidad y rigor.

Ahora bien: la situación se complica por el hecho de que el técnico,


el artista o el científico, que trabaja con conceptos, no deja de
encontrarse continuamente con Ideas, más o menos oscuras y confusas.
Y esto ocurre en general. En consecuencia, será necesario concluir
que «todo el mundo» es filósofo, es decir, que todo el mundo trata
con Ideas.

No cabe, por tanto, distinguir (en una sociedad dada a un


determinado nivel de desarrollo) entre filósofos y no filósofos.
Esta distinción habrá de ser sustituida por la distinción entre
filósofos malos o burdos y filósofos menos malos, entre filosofía
(ideología) grosera o mal organizada («mundana») y filosofía más
refinada, entre otras cosas porque tiene en cuenta, dialécticamente,
las organizaciones o sistemas alternativos de la filosofía
(académica), en sentido platónico del término (pero no en el sentido
administrativo –universitario– en que la tomó Kant).

Este es el motivo por el cual la filosofía puede ofrecer sus


análisis a un público general, y puede y aún debe discutir con él.
Sería en cambio imposible un debate entre el matemático y el público
en general, o entre el físico y el público en general: solamente los
«profesionales» de la Matemática o de la Física pueden entablar un
debate con los matemáticos o con los físicos. Pero esta no es la
situación del filósofo, que no es un profesional, ante un público
que tampoco es profesional, aunque deba tener una mínima experiencia
en el análisis de los conceptos y en la confrontación de conceptos.

Pero el filósofo –es decir, todo el mundo (el matemático, el físico,


el carpintero, el político o el mago)– tiene que confrontar las
ideas que va descubriendo o delimitando con el público en general.
La ambigüedad de esta situación crecerá con el desarrollo
«institucional» de las artes, de las ciencias y de la propia
filosofía académica y de su historia. Y esta ambigüedad podrá
advertirse desde dos perspectivas diferentes:

—Desde la perspectiva de los artistas, de los científicos, de los


políticos, que filosofan («espontáneamente», se dice a veces) pero
tratando a sus ideas como si fueran conceptos, sin advertir las
diferencias de niveles (es lo que ocurre cuando un Premio Nobel en
Química afirma con seguridad que «todo es Química», incluso el mismo
libro de Química).

—Desde la perspectiva de los profesores de filosofía, que exponen


conceptos o divulgan conceptos ya expuestos como si fueran Ideas
filosóficas. Esta es una tendencia muy frecuente entre los
cultivadores de la filosofía académica, profesores universitarios o
de bachillerato de filosofía, una tendencia que degenera en la forma
de filosofía «universitaria», que ni siquiera es filosofía de
escuela, o escolástica. Los profesores de filosofía, en general, en
cuando «administradores» de unas ideas filosóficas recibidas de la
tradición que acaso ha perdido la conexión con los conceptos de los
que ellas brotaron, han de experimentar la necesidad de recuperar la
conexión con los conceptos; y, si no disponen de recursos
suficientes, es muy probable que confundan ciertas concatenaciones
(distinguidas acaso por su carácter paradójico o por su novedad
coyuntural) de conceptos científicos o técnicos con una nueva
filosofía, es decir, que confundan la filosofía con la divulgación
científica.

Apliquemos estas consideraciones al caso del Quijote, que nos ocupa.


El Quijote es una materia que puede y debe sin duda ser analizada
«mediante conceptos», mediante los conceptos refinados y organizados
en las diversas tradiciones gremiales: gramaticales, filológicas,
psiquiátricas, históricas, politológicas, &c. Y ocurrirá (dada la
importancia de la organización gremial de nuestras sociedades) que
basta que el orador, el autor o el conferenciante sea profesor de
filosofía (es decir, esté actuando como miembro de un gremio,
colegio o sociedad de filosofía) para que sus palabras sobre el
Quijote sean consideradas, desde luego, como filosóficas; cuando
casi siempre se reducen a sugerencias psicológicas, sociológicas o
de mera divulgación científica. Por ejemplo, un profesor de
filosofía puede conseguir un gran éxito ante el público analizando
la «pareja» Don Quijote/Sancho como caso del dualismo que Kretschmer
estableció entre el tipo pícnico y el tipo leptosomático, sobre todo
si subraya algunas cualidades supuestamente asociadas a estos tipos,
tales como introversión/extroversión, generosidad/avaricia,
idealismo/realismo. Pero acaso en toda su exposición no aparecen
ideas filosóficas, si bien es probable que el filólogo o el
historiador que escucha el análisis psicológico saliendo de la boca
de un profesor de filosofía, dé por supuesto que está escuchando una
disertación filosófica. Sus conceptos serán sin duda interesantes,
pero aquí «el filósofo» está dando gato por liebre, disimulando a lo
sumo su exposición con alguna fugaz referencia a Wittgenstein o a
Foucault, como nombres-contraseña, destinados a desempeñar la
función de marcas gremiales.

Hablar del Quijote desde una perspectiva filosófica es verlo desde


alguna Idea, desde algún sistema de Ideas más o menos definido.
Sistemas que podrían clasificarse, aunque sea de un modo muy
convencional, según se organicen en torno a alguna de las tres Ideas
que en la tradición se designaron como Dios, Mundo y Hombre. Lo más
probable es que cuando nos referimos al Quijote, lo que interesen
sean los sistemas filosóficos que se organizan en torno a la Idea de
Hombre, es decir, a las Ideas que hacemos girar en torno a la Idea
de Hombre.

Ahora bien: los sistemas de Ideas organizados en torno a la Idea de


Hombre, es decir, las filosofías del hombre, pueden ser clasificadas
en dos grandes grupos, que denominaremos respectivamente filosofía
humanística, en sentido metafísico (brevemente: como metafísica
humanista), y filosofía materialista del Hombre (o de la Humanidad).

No es este el lugar para desplegar las líneas fundamentales de lo


que denominamos humanismo metafísico (o metafísica humanista).
Tenemos que limitarnos a dar los rasgos imprescindibles para el
propósito que nos ocupa, a saber, el análisis de lo que suele ser
considerado como «filosofía del Quijote» o como «tratamiento
filosófico del Quijote».

La metafísica humanista parte de la Idea de Hombre como si fuese la


idea de un entidad preexistente a la propia historia de la
humanidad, por tanto, como una Idea sustantivada o hipostasiada –por
eso la consideramos metafísica– a título de «Humanidad», de «Género
humano» o simplemente de «Hombre». Y esta hipóstasis tiene lugar
ante todo cuando se atribuye a esta Idea la condición de valor
supremo, con independencia de la Idea de Dios o de la Idea de Mundo,
y, sobre todo, cuanto estas Ideas comiencen a entenderse como Ideas
subordinadas a la Idea de Hombre. El humanismo metafísico se nos
presentará como un antropocentrismo.

Por lo demás, a la Idea de Hombre genérico no sólo se subordinarán


las Ideas de «Mundo» (al servicio del Hombre) y de «Dios» (como Idea
reducible al Hombre, si no idéntica al Hombre mismo), sino también
las Ideas o incluso los conceptos comprendidos en la Idea de Hombre,
como puedan serlo los conceptos de «hombre paleolítico», de «hombre
de la cultura faraónica», de «judío», «griego», «cristiano» o
«musulmán».

La «metafísica humanista» suele ser considerada como un fruto de la


Edad Moderna. No podemos entrar aquí en la cuestión; tan sólo
diremos que esta metafísica, aunque tiene raíces más antiguas,
cristaliza en forma armonista e idealista en el humanismo kantiano
de la Paz Perpetua, en los ideales filantrópicos y progresistas de
la Ilustración, incluso en la primera Declaración de los Derechos
del Hombre. La metafísica humanista, en su versión armonista, al
menos cuando mira hacia el futuro de la humanidad, inspira a Nathan
el Sabio, cuando dirigiéndose al templario (en la escena cuarta del
acto segundo del drama de Lessing) le dice: «¿Acaso el cristiano y
el judío son cristianos y judíos antes que hombres? ¡Ah, si hubiera
encontrado yo en vos a uno de esos hombres a quienes basta con
llamarles hombres!»

La metafísica humanista tiene muchas versiones, y éstas se extienden


desde los extremos más simplistas del panfilismo universal, a los
que se vincularon tantas logias masónicas y espiritistas («todos los
hombres son, en el fondo, bondadosos y solidarios», como diría el
rousoniano Pedro Leroux, con el objeto explícito de tachar las ideas
de Caridad y de Fraternidad) hasta los extremos más complejos del
humanismo heraclíteo («la guerra entre los hombres, padre de todas
las cosas»). Un humanismo dialéctico que también parte de la
hipóstasis del Género humano, aunque intentando «corregir» su
monismo humanístico de fondo mediante la idea ad hoc, no menos
metafísica, de la alienación: de la alienación del Género humano en
clases sociales antagónicas –la alienación en el sentido marxista– o
de la alienación del Género humano en las existencias individuales,
libres, inconmensurables e incompatibles –la alienación en el
sentido del humanismo existencialista sartriano–.

En cualquier caso, la metafísica del humanismo presupondría siempre


al Hombre, como algo dado de antemano (de otra forma, ¿cómo podría
hablarse de alienación, si no se quiere sobrentender que la
alienación va referida al supuesto hombre del futuro?). Si bien unas
veces ese hombre se concebirá como dado en un eterno presente –el
hombre primitivo, decía Radin, es tan filósofo como el hombre más
civilizado– y otras veces el hombre se concebirá como una entidad
alienada que va buscando «el regreso hacia sí misma», a través de la
Historia.

La teoría metafísica de la alienación del Hombre permitirá al


panfilismo condenar, sin restricción alguna, cualquier empresa
bélica como indigna del hombre, es decir, como irracional. Toda
guerra será irracional; y como la guerra es una constante en la
historia de la humanidad, habrá que concluir que la historia del
hombre es la historia de la sinrazón, y que, por tanto, no puede
hablarse de la historia del hombre, sino a lo sumo de la historia
del hombre alienado, que por serlo ha recaído en su condición de
fiera.

Ahora bien: una de las consecuencias más importantes de los


principios del humanismo metafísico, sobre todo en su versión
panfilista, es la sistemática «devaluación» de cualquiera de las
especificaciones históricas o culturales de este supuesto Género
humano. Todo lo que es humano habrá de ser reducido siempre al canon
presupuesto de la Humanidad: «Nada de lo humano nos es ajeno», dirá
el humanista metafísico, en nombre de la tolerancia, sin molestarse
siquiera a atender al significado original de esta sentencia.

Pero esta reducción de todas las cosas al Hombre (como antes se


reducían todas las cosas a Dios) puede ser muy peligrosa, por cuanto
ella puede comportar la tendencia corrosiva (característica del
monismo eleático o del neoplatónico plotiniano), a disolver
cualquier naturaleza propia en el seno amorfo de la Naturaleza, o,
para decirlo en terminología lógica, a «anegar las especies en el
océano del género», a confundir todas las diferencias en una unidad
pánfila, beata y metafísica, que llega a ser incompatible con todo
discurso racional, por cuanto niega todos los términos medios en
torno a los cuales discurren los silogismos.

Pero al negarlos, el humanista metafísico está apoyando no tanto la


unidad pánfila y genérica del término mayor de este silogismo, a
saber, el Género humano sustantivado, cuanto precisamente la
pluralidad de los términos menores, al considerar a estos términos
como directamente vinculados al Género, al término mayor, sin
necesidad de pasar por los términos medios. Y es ahora cuando el
humanismo metafísico asoma su trasfondo ideológico que, como toda
ideología, va siempre dirigida contra alguien, y en este caso,
contra los «términos medios», a través de los cuales los individuos
o los grupos se vinculan a las especies y, por su mediación, al
Género. Lo que Nathan el Sabio le dice al templario si lo analizamos
desde esta perspectiva sería esto: «No hace falta ser judío,
cristiano o musulmán para ser hombre»; las tres religiones son
equivalentes, como lo son los tres anillos de oro que el padre
entregó a sus hijos. El mensaje de Lessing resulta ser idéntico al
mensaje de la religión natural de la Ilustración: el hombre no
necesita de los contenidos positivos, supersticiosos, que ofrecen
los sacerdotes mediadores (en cuanto términos medios) entre los
hombres y Dios. Las tres religiones superiores son iguales siempre
que se prescinda de sus sacerdotes, de sus dogmas, de sus
sacramentos, de sus templos, de las sinagogas, de las mezquitas; es
decir, siempre que las religiones positivas queden disueltas en una
religión natural vacía de todo contenido positivo.

Pero esta misma disolución de los términos medios a la que empuja el


humanismo metafísico no sólo tiene lugar en el terreno religioso;
también tiene lugar en el terreno político. Un par de ejemplos,
tomados de la política española. El primero, es el del federalismo.
Desde su origen el federalismo español se inspiró en la metafísica
del humanismo, que buscaba disolver el «término medio» –España– a
través del cual precisamente algunos pueblos o naciones étnicas
(vascos, catalanes, gallegos o bercianos) habían alcanzado
históricamente un puesto en la historia universal del Género humano
(¿cómo hubieran podido elevarse los vascos, por encima de las
categorías antropológicas, a fin de alcanzar su puesto en la
historia universal, si no hubiera sido por la mediación de España,
más aún, del Imperio hispánico?).

Pi Margall, el gran fantasma del federalismo republicano, respondía


a quienes afirmaban su condición de españoles diciéndoles: «Somos y
seguiremos siendo, antes que españoles, hombres». Difícilmente
podría corregirse la magnitud de semejante tautología (si no
queremos atribuir a Pi Margall la majadería de reivindicar su
condición humana ante los gatos o los conejos) salvo que
interpretemos que lo que con ella se está reivindicando es la
posibilidad de ser hombres sin más que siendo catalanes, vascos
gallegos o bercianos, es decir, sin necesidad del término medio a
través del cual catalanes, vascos, gallegos o bercianos llegaron a
tener un puesto en la historia universal, a saber, su condición de
españoles.

Muy cerca de la misma «cruzada» contra el «término medio»,


imprescindible para el razonamiento histórico, actúan quienes en
nuestros días (sobreentendiendo sin duda que «ser europeo» es
equivalente a «ser hombre» o, por lo menos, a formar parte de la
«vanguardia de la Humanidad», como creían Husserl y Ortega)
reivindican su condición de europeos directamente, es decir, sin
necesidad de ser españoles («en Europa nos encontraremos de nuevo»,
concluyeron aquellos separatistas catalanes, vascos y gallegos que
firmaron el Pacto de Barcelona).

Otro ejemplo de la acción corrosiva del humanismo metafísico, y de


no menor actualidad, porque él da cuenta del enfrentamiento entre
las asociaciones que agrupan a las Víctimas del Terrorismo (a las
víctimas de ETA) por un lado y las asociaciones que agrupan a los
Afectados por el 11M, por otro. En vano pretenderán los humanistas
metafísicos (que parecen haber tomado las riendas del actual
gobierno de España) equiparar a estas dos clases de víctimas como
«víctimas de un terrorismo cuyos crímenes han de entenderse como
crímenes contra la Humanidad». Porque ETA no asesina a sus víctimas
«por ser hombres», sino por «ser españoles», con nombre y apellidos.
Es inadmisible suponer que se ha dicho todo al afirmar que ETA ha
delinquido por atentar contra los Derechos Humanos. ETA está
atentando contra los españoles, y sus delitos son políticos antes
que éticos. En cambio los afectados por las terribles bombas del 11M
no tienen nombre, fueron víctimas aleatorias, escogidas dentro del
«Género humano», como pudieran serlo las víctimas de un
descarrilamiento fortuito de trenes. Y en ningún caso fueron
víctimas por su condición de españoles, sino a lo sumo por su
condición (compartida con franceses, ingleses, italianos, belgas o
alemanes) de «cafres», de «infieles», de gentes integradas en un
país infiel que Al Qaeda reivindica para el Islam, y que no sólo es
Al Andalus, sino Al Andalus juntamente con otros países europeos. La
calificación de los crímenes de ETA como crímenes contra la
Humanidad, propia del humanismo metafísico, al que se adhiere
gustosamente gran parte de la Iglesia Católica, resulta tener así un
marcado signo antipatriótico, y es una coartada de los secesionistas
vascos (que muchas veces son también humanistas cristianos).

Volvamos al Quijote: lo más sorprendente es que muchos profesores de


filosofía dan por supuesto que la única filosofía que cabe movilizar
a propósito del Quijote es la del humanismo (la del humanismo
metafísico, añadimos nosotros). El Quijote habrá de verse como
símbolo del Hombre, del universal trascendente que en el Hombre
actúa. No hacen falta términos medios; estorba incluso interpretar a
Don Quijote como símbolo de España o del Imperio español; incluso
como símbolo del paso de Europa de la Edad Media a la Edad Moderna,
como quería Hegel, porque esto sería tanto como perder la
perspectiva filosófica, sería tanto como caer en una perspectiva
concreta, en la que el significado filosófico se pierde. Los
metafísicos humanistas dirán, con el espíritu neoplatónico de
Plotino, que no sólo España y el Imperio español, sino también
Europa y el paso de su Edad Media a su Edad Moderna, son «cantidades
despreciables» que el sabio no sólo puede sino que debe ignorar.
Cuando alguien ve a Don Quijote como hombre, su mirada será
contemplada como filosófica; pero cuando ve a Don Quijote, no ya
como manchego, sino como español, su mirada dejará de ser
filosófica, para el humanista metafísico.

Pero, ¿en qué queda esta abstracción filosófica que propone el


humanismo metafísico? ¿En subrayar la generosidad de Don Quijote, o
su firmeza? Virtudes éticas, sin duda, pero que consideradas en
abstracto resultan ser meramente psicológicas o, si se quiere,
puramente etológicas, porque también los perros o las ratas son
generosas y esforzadas con sus congéneres. Poner a Don Quijote como
símbolo de estas virtudes es mera vacuidad, si se tiene en cuenta
que las virtudes éticas (dirigidas a la conservación del cuerpo)
sólo alcanzan su valor humano específico cuando están involucradas
con las virtudes morales y las políticas. La ética pura, exenta, se
diferencia muy poco de la Etología.

La vacuidad del Género humano, entendido como entidad metafísica,


procede desde luego de la circunstancia de que este Género humano no
existe, ni existió nunca, salvo a través de las bandas de los
australopitecos o de los cromañones. La Declaración de los Derechos
Humanos es una mera convención, útil sin duda en su contexto; pues
los derechos que allí proclaman (los derechos de los hombres sin
raza, sin religión, sin sexo, sin lengua) son los derechos de los
primates. Los Derechos Humanos no van más allá (y no es poco) que
los Derechos de los Animales; no tiene nada de extraño que la
Declaración Universal de los Derechos Humanos fuera complementada,
años después por la Declaración Universal de los Derechos de los
Animales.

El humanismo metafísico no es una posición inocente; a lo sumo es


inconsciente de sus consecuencias, es decir, pánfila. Inconsciente o
culpable de los efectos disolventes de los términos medios (sin los
cuales el discurso racional e histórico es imposible, como hemos
dicho) que provoca, al pretender elevarse inmediatamente de lo
particular (Don Quijote, por ejemplo) a lo universal (a la
Humanidad).

Por lo demás, la «disolución de los términos medios» puede intentar


llevarse a cabo de muchas maneras, la más inocente acaso, la del
reconocimiento del Quijote como «patrimonio de la Humanidad». Porque
sólo el Género Humano, la Humanidad (hemos de decir), tendría
competencia legítima para seleccionar algunos de los contenidos
particulares, culturales o históricos como «patrimonio suyo». Pero
no es la Humanidad, sino un organismo comparativamente tan modesto
como pueda serlo la UNESCO, quien declara a algunas instituciones
«patrimonio de la Humanidad», y deja necesariamente fuera de la
declaración a otras instituciones, no menos significativas (una
declaración universal de «patrimonio de la Humanidad» en la que
cualquier institución humana estuviese reconocida sería pura
redundancia, sería algo así como un «homenaje de la Humanidad a si
misma»). De hecho cuando se declara que alguna institución es
«patrimonio de la Humanidad» es porque otras dejan de serlo. Por
ejemplo, los Dioses de la Guerra, y no ya sólo Marte, sino también
encarnaciones suyas tales como Alejandro, Cesar o Napoleón, ¿cómo
podrían ser declarados «patrimonio de la Humanidad»? ¿Y Atila o
Gengis Kan, o Stalin, o Hitler? Y alguno preguntará: ¿Acaso no son
«figuras universales» que deben ser conocidas por todos los hombres?

Sin embargo, la universalidad que se alega cuando algo es declarado


patrimonio de la Humanidad es una idea muy confusa, porque hay dos
clases de universalidad claramente distinguibles, al menos por su
intención:

Ante todo una universalidad canónica: proclamar a algo patrimonio de


la Humanidad tendría la intención de mostrar lo que se reconoce como
universal, en cuanto un canon o valor superior, como un valor
reconocido como tal y ofrecido a todos los hombres. Tal era la
intención de la universalidad cat-ólica del Evangelio (otra cosa que
esta universalidad católica, patrimonio de la Humanidad, sea
reconocida por otras religiones también universales).

Pero también, una universalidad etnológica, según la cual, proclamar


algo patrimonio de la Humanidad no implica el reconocimiento de su
valor canónico universal, sino a lo sumo su rareza, incluso su
condición de contravalor vitando. Así, los esqueletos de siameses
que se conservan en el Museo de Filadelfia (por cierto, un verdadero
símbolo de la solidaridad entre dos personas) difícilmente pudieran
ser presentados como un canon universal; ni tampoco el disco labial
botocudo, ni el vudú; menos aún Hitler o Gengis Khan; con dudas, a
juzgar por recientes manifestaciones, en Francia y Estados Unidos,
Napoleón o Alejandro. Y, sin embargo, todas estas figuras, junto con
sus reliquias (sus tesoros, sus herencias) serán declarados
patrimonio universal de la Humanidad, en sentido etnológico: ninguna
historia de la Humanidad dejará de citarlos.

Y ocurre que estos dos tipos de universalidad, que suelen concurrir


en el momento de discernir, entre los billones de instituciones
humanas, aquellas que vayan a ser declaradas «patrimonio de la
Humanidad», se confunden una y otra vez. Porque la mera
universalidad etnológica tiende a confundirse con una universalidad
axiológica, y aún recíprocamente; del mismo modo que la fama
universal de un artista kitsch, por serlo, asume el mismo rango que
la fama de la madre Teresa de Calcuta: todos aparecen, por ejemplo,
en el primer plano de la universalidad televisiva; todos son de
hecho, en cuanto universales, patrimonio de la Humanidad.

Ahora bien: la interpretación filosófica del Quijote, desde el


humanismo metafísico, no sólo no puede considerarse como la única
manera de interpretar «profundamente» la obra maestra; sobre todo,
habría que considerarla, según lo dicho, como la mejor manera de
interpretar a Don Quijote desde el panfilismo más vacío, desde el
pacifismo erasmista más vulgar, desde el clericalismo evangélico más
ingenuo (aunque quienes mantienen este humanismo metafísico son casi
siempre antiguos seminaristas que procuran disfrazar su origen con
retazos recortados de la filosofía académica).

En otros lugares (especialmente en el capítulo final de España no es


un mito, «Don Quijote, espejo de la Nación española») hemos ensayado
el análisis del Quijote desde el sistema de Ideas denominado
materialismo filosófico. No porque pretendamos que estas Ideas se
deduzcan exclusivamente del Quijote, sino porque son ideas que
pueden servir para interpretarlo; y sobre todo, porque si no se
interpretan en esta dirección, hay que elegir como disyuntiva, el
humanismo metafísico o bien renunciar a toda interpretación
filosófica de ese «patrimonio de la Humanidad» que se llama Don
Quijote de la Mancha.

Pero de lo que se trata es de ver al Quijote desde ideas


filosóficas, y no sólo globalmente, sino en sus más diversos
detalles.

Por ejemplo en el momento de interpretar el alcance de la pareja


formada por Don Quijote y Sancho. Si en lugar de acercarnos al
Quijote desde el esquema de las díadas (propio de chinos o de
maniqueos) ensayamos acercarnos al análisis desde el esquema de las
tríadas, no lo haremos apoyados en fundamentos tomados como
empíricos (que también los tiene), sino que, sobre todo, lo hacemos
teniendo en cuenta la doctrina de la symploké, asumida por el
materialismo filosófico. Esto no quiere decir que no podamos apoyar
las triadas en datos empíricos (textuales, filológicos). Decimos que
estos son necesarios, aunque no suficientes. Decimos también que el
esquema de las tríadas, como estructura compatible con la idea de
symploké, puede abrir insospechados campos a la investigación
empírica, campos que de otro modo permanecerían ocultos o
desprovistos de interés para el filósofo. En este contexto debo
citar el avance que me ha comunicado verbalmente Marcelino Suárez
Ardura de su importante descubrimiento de las tríadas que actúan en
el Quijote de Avellaneda, y cuya exposición esperamos con
impaciencia. (En cualquier caso, el esquema de las tríadas no
significa la desconsideración de las estructuras diádicas que están
incluidas, por supuesto, en el esquema de las triadas, y que hay que
tener en cuenta, sin duda, en el análisis de los diálogos.)

O bien, por ejemplo, en el momento de coordinar la tríada básica, la


«tríada católica» (Padre, Hijo y Espíritu Santo), como organizadora
de la estructura de la Historia universal, según un pasado, un
presente y un futuro, entendido de un modo sui generis.

O bien, por ejemplo, en el momento de refutar la consideración


humanística de un Don Quijote intemporal y ahistórico, «eterno»,
apoyándonos en el hecho insoslayable de que Don Quijote, como
Fausto, son lectores de libros, y, por consiguiente, no pueden ser
interpretados como «arquetipos eternos del Hombre», asignables a
cualquier tipo de sociedad humana. Pues no cabe un Don Quijote entre
los hotentotes, ni entre los hunos o entre los mongoles, ni el
caballo de Atila ni el caballo de Gengis Kan tienen nada que ver con
Rocinante.

Pero no se trata de un simple hecho empírico, el hecho de que Don


Quijote o Fausto sean figuras inseparadas de sus libros; este es un
hecho que sólo cobra significado filosófico cuanto se le contempla
desde una idea de la sociedad política que esté involucrada con la
idea de la sociedad política universal. Sólo hay libros en una
sociedad política organizada como un Estado, más aún, como un
Imperio. Don Quijote sólo puede existir en el seno de una sociedad
política, mejor aún, en el seno de un Imperio, como lo fue el
Imperio español.

O bien, por ejemplo, cuando referimos el Quijote a España, fundados


en el dato inmanente suministrado por el propio Bachiller Carrasco,
cuando define a Don Quijote como «espejo de la nación española».
Porque España no es un «término menor», que desde la Humanidad
(tomada como término mayor absorbente) pudiera no «merecer la
atención del filósofo», que sólo tiene tiempo para volverse hacia
«el Hombre». Sólo cuando se advierte el vacío de este género de
filosofía metafísica, podrá advertirse que España puede ser asunto
filosófico central.

¿Cómo? No desde la Antropología, sino desde la Historia. Cuando


España se ve como ámbito (de ambire = ambicionar) de Don Quijote,
cuando España deja de ser simplemente «un país» junto a otros
países, cuando España deja de ser un mero término menor para la
filosofía, cuando España se concibe como un Imperio, y el Imperio
(tal es el presupuesto filosófico fundamental del materialismo
histórico), es el único medio a través del cual la Humanidad (o el
«Género humano») puede llegar a reflexionar sobre sí mismo. Porque
no es el Género humano, como un todo, el que puede «reflexionar»
sobre sí mismo. Tal reflexión es sólo posible desde alguna parte
suya, cuando ella tenga capacidad de reflexionar sobre las otras
partes, es decir, de confrontar su propia realidad con las
realidades con las cuales se enfrenta. Y esta capacidad la adquieren
las partes cuando estas partes están vinculadas a algún imperio. Si
el catolicismo no fue una religión más, es debido a que llegó a ser
la religión del Imperio romano. Si la lengua española de Cervantes
no fue una lengua entre otras, es debido a que fue «la lengua del
Imperio».

Y si Don Quijote no puede ser interpretado desde el pacifismo –que


considera a las armas y a la guerra, al modo de Erasmo, como
expresión de la irracionalidad del animal humano– es porque las
armas, lejos de ser las enemigas de las letras (o de la «cultura»,
como diría alguna Ministra de la cultura circunscrita), constituyen
el fundamento de esta cultura (las armas son ellas mismas cultura) y
de estas letras, y en particular, de las letras de los letrados, de
las leyes, incluso del Estado de derecho. Y si no existe más que en
el papel un Tribunal Internacional de Justicia es debido a que este
tribunal carece de las armas indispensables para su servicio; porque
las únicas armas con las que podría contar en el presente, serían
las armas de las Potencias nucleares y, sobre todo, las armas de los
Estados Unidos, que mantienen hoy por hoy «el orden
internacional» (consideramos fuera de lugar evaluar este orden como
justo o injusto) y que jamás podría estar dispuesto a acatar las
sentencias que un tribunal pronunciase en contra suya.

Desde estas diversas perspectivas podemos medir las virtualidades


corrosivas y antipatrióticas que se encierran el humanismo
metafísico, aplicado a la interpretación del Quijote, sobre todo
cuando ese humanismo se expresa por boca de un presidente del
Consejo de Ministros democráticamente elegido, que, obligadamente,
tiene que asumir una perspectiva filosófica en el momento de trazar
su programa de Gobierno; pero la perspectiva que se asume en este
caso es la perspectiva de la filosofía metafísica del humanismo que
tiene a rebajar a España del rango que ocupa como término medio del
«silogismo histórico del Género humano», a la condición de un
término menor más (una lengua y una cultura más entre las lenguas y
las culturas de España, es decir, de la Península Ibérica); y esto
porque ni siquiera Don Quijote es considerado, en cuanto universal,
«una aventura española, sino humana»:

«Para elevar la cultura a política de Estado tenemos por delante un


gran acontecimiento: la conmemoración del cuarto centenario de la
primera edición de El Quijote. Es una ocasión excepcional para
promover la cultura, la historia y la lengua de España. O para
reflejar mejor lo que pienso, para promover las culturas, las
historias y las lenguas de España. Quizás en El Quijote estén
contenidas algunas de las notas básicas de nuestro carácter. Pero la
grandeza de la obra de Cervantes, su perenne actualidad, reside en
el alcance universal de esa aventura, humana más que española, en la
que pueden verse reflejados los seres más que los países, las
personas y los colectivos de cualquier momento más que los propios
de una u otra época.» (Discurso de investidura de ZP, el 15 de abril
de 2004.)

...una España mal armada derrotada por los imperios que la


acechan...

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