Separata Globalización 2022-1

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PROGRAMA DE

ESTUDIOS GENERALES

HUMANIDADES

Globalización
y
Realidad Nacional

Coordinador responsable:
Gabriel García Higueras

2022-1

Este material de apoyo académico se reproduce para uso exclusivo de los alumnos de la Universidad de Lima y en
concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos de autor: Decreto Legislativo 822.

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PRESENTACIÓN

La presente separata es una selección de las lecturas obligatorias del curso


GLOBALIZACIÓN Y REALIDAD NACIONAL propuesta a los estudiantes del
ciclo 2021-2 del Programa de Estudios Generales de la Universidad de Lima,
de acuerdo con los temas que comprende la asignatura, referidos a la historia
contemporánea y reciente en el escenario mundial y nacional y que tienen por
eje transversal la globalización. Estas lecturas se presentan como material de
apoyo y complemento a las clases teóricas, y su contenido será evaluado en
las prácticas calificadas programadas durante el semestre.

El material de lectura se divide en dos partes. En la primera, se recogen textos


que analizan el actual fenómeno de la globalización y los diversos procesos
que han marcado el devenir del mundo contemporáneo, desde la Guerra Fría
hasta el fin del “socialismo real” y la configuración del “nuevo orden mundial”.
Anthony Giddens dilucida la globalización y su trascendencia en la sociedad
contemporánea, presentando los avances tecnológicos que le han dado
impulso. Asimismo, se refiere a la globalización económica y el papel
fundamental que, en este ámbito, desempeñan las corporaciones
multinacionales. Otros temas enfocados por Giddens son la globalización
política y la consolidación de gobiernos internacionales y regionales. Además,
presenta las escuelas de pensamiento de la globalización, y explica,
finalmente, cómo la globalización influye en las culturas locales, fomenta el
individualismo y hace necesaria una gobernanza global.
Ramón Villares y Ángel Bahamonde exponen un panorama de la Guerra Fría
(1947-1991), su gestación, la compleja psicología de desconfianza entre ambas
superpotencias, los principales escenarios de conflicto (como las guerras de
Corea y Vietnam), los esfuerzos por alcanzar una “coexistencia pacífica”, su
rebrote (entre 1979 y 1985) y su etapa final con el surgimiento de la perestroika
y la caída del Muro de Berlín.
El trabajo de Gabriel García Higueras, profesor y coordinador del curso, nos
introduce en el mundo de la Unión Soviética con las reformas emprendidas por

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Mijaíl Gorbachov en la segunda mitad de la década de 1980. Su análisis
esclarece los objetivos de la perestroika y la glásnost, y explica por qué tales
reformas, paradójicamente, condujeron al colapso del “socialismo real”, tanto
en los países de Europa del Este como en la antigua URSS.
“La larga marcha de las mujeres” por alcanzar sus derechos y conseguir
niveles de igualdad, a través del siglo XX, es el tema expuesto por José
Núñez. Enfoca este movimiento de reivindicaciones tanto en los países
capitalistas del Primer Mundo como en los del bloque comunista y el Tercer
Mundo. Las conquistas femeninas que se destacan son, entre otras: el derecho
de sufragio, la inserción en el mundo laboral y la lucha por la libertad sexual.
Manfred Steger y Ravi Roy en “China: «un neoliberalismo de rasgos chinos»”,
analizan las reformas económicas introducidas en la República Popular China
con el advenimiento al poder de Deng Xiaoping, sucesor de Mao Tse-Tung. El
texto describe el programa de reestructuración económica, dirigido por el
Estado, en los sectores agrario, industrial y en la apertura al capital extranjero.
La primera parte de este conjunto de lecturas concluye con otro texto de
Giddens, en el que se ocupa del surgimiento del fundamentalismo religioso,
tanto islámico como cristiano, y su influencia política y social en el mundo
contemporáneo.

La segunda parte de esta separata concierne al Perú republicano. Se abre con


un artículo de Nelson Manrique en el que explica las enormes dificultades que
tuvo nuestro país en construir el Estado-nación durante el siglo XIX e inicios del
XX. Las continuidades del Perú colonial, los debates sobre la incorporación del
mundo andino al proyecto republicano y los desafíos del mestizaje son algunos
de los puntos que el profesor Manrique nos ayuda a repensar.
En “Los horizontes utópicos: indigenismo, aprismo y socialismo”, Manuel
Burga analiza, en el contexto de los años veinte, cómo empezó a ser
reconocida la población indígena en términos de ciudadanía y, asimismo, en la
obra de escritores, músicos, artistas plásticos y políticos dentro del movimiento
conocido como indigenismo. Por otra parte, el autor da cuenta de los discursos
políticos que buscaron repensar el Perú y ofrecer nuevos planteamientos para
dar solución a los principales problemas que enfrentaba el país.

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Carlos Iván Degregori, en “La primera gran transformación”, explica los
procesos de profundo cambio sociocultural ocurridos en el país entre los años
cincuenta y ochenta. Los fenómenos que explica son la urbanización y
migración, el “mito de la escuela”, los cambios demográficos y la migración
masiva a las ciudades que dieron lugar al “nuevo rostro del Perú”, un país más
urbano, costeño y mestizo. Al mismo tiempo, enfoca cambios de carácter
cultural como las nuevas expresiones de la religiosidad y la revaloración de las
identidades regionales.
“Los factores que hicieron posible el conflicto” corresponde al capítulo 6 de la
versión abreviada del Informe final de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación. En este se analiza como causa inmediata del “conflicto armado
interno” la decisión de Sendero Luminoso de iniciar lo que denominaba “guerra
popular” contra el Estado, además de explicitar los factores de largo plazo y los
de carácter institucional y coyuntural. Asimismo, se esclarece la duración del
conflicto, la crueldad desplegada con el estallido de la violencia y la derrota de
las organizaciones terroristas.
El texto, “La segunda gran transformación”, de la autoría de Carlos Iván
Degregori, examina los procesos de transformación sociocultural en el Perú
desde mediados de los ochenta hasta los primeros años del siglo XXI, período
en el que se intensifican los lazos de la globalización. En este contexto, se
explica la masificación de los medios electrónicos y el acceso a Internet, que ha
contribuido a reducir la tradicional brecha entre el mundo urbano y rural en el
país. También se refiere a los cambios en el consumo, manifestados desde los
años noventa, y describe cómo la globalización ha reforzado identidades y
tradiciones locales.
Los historiadores Carlos Contreras y Marcos Cueto en “El neoliberalismo y
los retos del siglo XXI” exponen y reflexionan sobre la oposición al proyecto
neoliberal y los límites de éste. De tal manera, subrayan la paradoja de los
positivos indicadores macroeconómicos al lado de la pervivencia de la extrema
pobreza en sectores de la sociedad. El rechazo al neoliberalismo se expresó en
protestas surgidas en algunas regiones contra privatizaciones y proyectos
mineros. Al mismo tiempo se revisan asuntos como la descentralización
política, la emigración, los cambios demográficos y la crisis de la corrupción;

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además de señalar algunas de las tareas pendientes y demandas sociales que
encaucen el futuro del Perú.

Monterrico, abril de 2022.

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

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CONTENIDO

PRIMERA PARTE

1. Anthony Giddens, “La globalización”

2. Ramón Villares y Ángel Bahamonde, “La Guerra Fría”

3. Gabriel García Higueras, “Las reformas en la Unión Soviética hacia el final


de la Guerra Fría (1985-1991)

4. José Núñez, “La larga marcha de las mujeres”

5. Manfred B. Steger y Ravi K. Roy, “China: «un neoliberalismo de rasgos


chinos»”

6. Anthony Giddens, “Los fundamentalismos”

SEGUNDA PARTE

7. Nelson Manrique, “Identidad peruana y peruanidad”

8. Manuel Burga y Jorge Lossio, “Los horizontes utópicos: indigenismo, aprismo


y socialismo”

9. Carlos Iván Degregori, “La primera gran transformación”

10. Comisión de la Verdad y Reconciliación, “Los factores que hicieron posible


el conflicto”

11. Carlos Iván Degregori, “La segunda gran transformación”

12. Carlos Contreras y Marcos Cueto, “El neoliberalismo y los retos del siglo
XXI”

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PRIMERA PARTE

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

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LA GLOBALIZACIÓN
Anthony Giddens

Adaptación realizada de:


Giddens, Anthony (2014) Sociología. 7ª. ed. Madrid: Alianza Editorial. Capítulo 4 La
Globalización y el cambio social (fragmento) (páginas 159-184).

En los últimos años ha comenzado a utilizarse frecuentemente el concepto de


globalización tanto en debates políticos y empresariales como en los medios de
comunicación. Hace treinta años, este término era relativamente desconocido,
pero en la actualidad parece estar en boca de todos. Para algunos, la
globalización hace referencia al conjunto de procesos relacionados con el
incremento de flujos multidireccionales de objetos, personas e información por
todo el planeta (Ritzer, 2009). No obstante, aunque esta definición hace
hincapié en la mayor fluidez o liquidez del mundo contemporáneo, para muchos
académicos la globalización trata del hecho, que cada vez más cierto, de que
vivimos en «un solo mundo», de manera que los individuos, empresas, grupos
y naciones se hacen más interdependientes. Como vimos en el capítulo
introductorio, esto ha venido ocurriendo a lo largo de un periodo muy
prolongado de la historia, humana y, con toda seguridad, no está limitado al
mundo contemporáneo (Nederveen Pieterse, 2004; Hopper, 2007). Góran
Therborn explica muy bien este punto:

Algunos segmentos de la humanidad han mantenido contactos globales, o al menos


transcontinentales o transoceánicos, desde hace mucho tiempo. Hace 2.000 años, ya
existían vínculos comerciales entre la antigua Roma y la India. La incursión de
Alejandro Magno desde Macedonia hasta el Asia Central hace 2.300 años resulta
evidente si contemplamos las estatuas de Buda de apariencia griega que se exhiben
en el Museo Británico. Lo que resulta novedoso es la escala masiva del contacto y el
contacto de las masas, los viajes y la comunicación de masas.

Tal y como sugiere Therborn, los debates actuales se centran mucho más en el
ritmo y la intensidad de la globalización de los últimos treinta años
aproximadamente. Esta idea fundamental de aceleración del proceso de
globalización es la que caracteriza este periodo de tiempo como radicalmente
diferente, y es el sentido del concepto que nos interesa aquí.
Con frecuencia, el proceso de globalización suele presentarse únicamente
como un fenómeno económico. Se da mucha importancia al papel que tienen
las corporaciones multinacionales, cuyas enormes operaciones cruzan las
fronteras de los países, influyendo en los procesos de producción global y en la
distribución internacional del trabajo, Otros apuntan a la integración electrónica

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de los mercados financieros y al enorme volumen de los flujos de capital,
ambos elementos de carácter global. Además, otros se centran en el alcance
sin precedentes del comercio mundial, que afecta a una multiplicidad de bienes
y servicios nunca vista hasta ahora. Como veremos, la globalización
contemporánea se comprende mejor si la contemplamos como una conjunción
de factores políticos, sociales, culturales y económicos.

Elementos de la globalización

La aceleración de la globalización se ha visto impulsada sobre todo por el


desarrollo de unas tecnologías de la información y de la comunicación que han
intensificado la velocidad y el alcance de las interacciones que establecen las
personas por todo el mundo. Como sencillo ejemplo, piense en la Copa
Mundial de Fútbol de 2010. Gracias a la tecnología por satélite, las conexiones
globales de televisión, los cables submarinos de telecomunicaciones, las
conexiones de Internet por banda ancha y la generalización del acceso a los
ordenadores, los partidos pudieron ser vistos por miles de millones de personas
de todo el mundo. Este ejemplo es una muestra de cómo la globalización
empieza a estar integrada en las rutinas del día a día de cada vez más
personas en más regiones del planeta. Esto crea experiencias compartidas
auténticamente globales, un prerrequisito de la sociedad global.

Avances de la tecnología de la información y la comunicación

La explosión registrada en las comunicaciones globales se ha visto facilitada


por algunos importantes avances tecnológicos y por otros relativos a la
infraestructura de telecomunicaciones del mundo. Después de la Segunda
Guerra Mundial se registró una profunda transformación del alcance e
intensidad de los flujos de las telecomunicaciones. La comunicación telefónica
tradicional, que dependía de señales analógicas transmitidas a través de
alambres y cables con la ayuda de cambios cruzados mecánicos, ha sido
sustituida por sistemas integrados en los que se comprimen y transmiten
grandes cantidades de información mediante tecnología digital. El uso del cable
se ha hecho más eficiente y más barato; el desarrollo del de fibra óptica ha
extendido enormemente el número de canales que puede transmitirse.
Mientras que los antiguos cables transatlánticos tendidos en los años cincuenta
no tenían capacidad más que para cien rutas sonoras, hacia 1992 un único
cable transoceánico podía transmitir unas 80.000 conversaciones. En 2001 se
instaló un cable transatlántico submarino de fibra óptica capaz de transmitir la
asombrosa cantidad de 9,7 millones de canales telefónicos (Atlantic Cable,
2010). Actualmente, esos cables no sólo transmiten telefonía, sino datos de
Internet, vídeo y muchos otros tipos de información. La proliferación de los
satélites de comunicación, que comenzó en la década de los sesenta, también
ha sido crucial para la expansión de las comunicaciones internacionales. En la
actualidad, una red compuesta por más de 200 de estos satélites facilita la
transferencia de información por todo el planeta, aunque el grueso de la
comunicación transcurre todavía por cables submarinos, que suelen ser más
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fiables.

En los países que cuentan con infraestructuras de telecomunicaciones muy


desarrolladas, los hogares y oficinas disponen ahora de múltiples vínculos con
el mundo exterior, entre ellos el teléfono (fijo —de línea terrestre— o móvil), la
televisión digital, por satélite o por cable, el correo electrónico e Internet. Este
último sistema ha resultado ser la herramienta para la comunicación que más
rápidamente ha crecido en la historia: unos 140 millones de personas de todo
el mundo lo estaban utilizando a mediados de 1998. En 2011 se estimaba que
había 2.000 millones conectadas, el 30% de la población mundial (véase el
cuadro 4.5).

Estas tecnologías facilitan la «compresión» del tiempo y del espacio (Harvey,


1989). Dos individuos que estén situados en lados opuestos del planeta —en
Tokio y Londres, por ejemplo— no sólo podrán mantener una conversación en
«tiempo real», sino que también podrán enviarse documentos e imágenes. El
uso generalizado de Internet y de los teléfonos móviles está acentuando y
acelerando los procesos de globalización; a través de estas tecnologías, la
gente está cada vez más interconectada, incluso en lugares que antes estaban
aislados o contaban con un mal servicio de comunicaciones tradicionales.
Aunque la infraestructura de telecomunicaciones no se haya desarrollado de
manera uniforme por el mundo, un número creciente de naciones puede ahora
acceder a las redes de comunicación internacionales de un modo que antes
era imposible y el uso de Internet ha crecido más rápidamente en aquellas
áreas que antes estaban más retrasadas, África, Asia, Oriente Medio,
Latinoamérica y el Caribe (véase el cuadro 4.5).

Los flujos de información

Al igual que la expansión de las tecnologías de la información ha aumentado


las posibilidades de contacto entre personas de todo el globo, también ha
facilitado el flujo de información sobre gente y acontecimientos de lugares
lejanos. Cada día los medios de comunicación llevan noticias, imágenes e
información a nuestros hogares, vinculándolos directa y continuamente con el
mundo exterior. Algunos de los acontecimientos más apasionantes de los
últimos tiempos —como la caída del Muro de Berlín en 1989, la violenta
ofensiva contra las protestas democráticas en la plaza china de Tiananmen ese
mismo año, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la invasión
de Irak dirigida por Estados Unidos en 2003 y la ocupación de la Plaza Tahrir
de Egipto en 2011, cuando avanzaba la «Primavera Árabe»— han sido
presentados por los medios de comunicación ante un público realmente global.
Hoy en día, los individuos son más conscientes de su interconexión con los
demás y resulta más probable que antes que se identifiquen con temas que
afectan a todo el planeta.

Este desplazamiento hacia una perspectiva global tiene dos importantes


dimensiones. En primer lugar, como miembros de una única comunidad
planetaria, los seres humanos perciben cada vez con mayor claridad que la
responsabilidad social no se detiene ante las fronteras nacionales, sino que se

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extiende más allá de ellas. Los desastres e injusticias que sufren personas del
otro lado del orbe no sólo son desgracias que hay que soportar, sino que
constituyen áreas de acción e intervención legítimas. Se está consolidando la
idea de que «la comunidad internacional» tiene la obligación de actuar en
situaciones de crisis para proteger los derechos humanos de personas cuyas
vidas están amenazadas. En el caso de los desastres naturales, tales
intervenciones se manifiestan en forma de ayuda humanitaria y asistencia
técnica. También han aumentado en fechas recientes las llamadas a la
intervención en casos de guerra, conflicto étnico y violación de los derechos
humanos, aunque tales movilizaciones resultan más problemáticas que las
ocasionadas por los desastres naturales.

Immanuel Wallerstein y el sistema mundial moderno

Planteamiento del problema


Muchos estudiantes acuden a la sociología para encontrar respuestas a las grandes preguntas
de la vida social. Por ejemplo, ¿por qué hay países ricos y otros sumamente pobres? ¿Cómo
las han arreglado algunos países que antes eran pobres para alcanzar la prosperidad, mientras
que otros no lo han conseguido? Estas cuestiones relativas a las desigualdades globales son
la base de la obra del sociólogo histórico estadounidense Immanuel Wallerstein (1930). Para
abordarlas, Wallerstein intento proyectar las teorías marxistas del cambio social en la era
global. En 1976 contribuyo a la fundación del Centro Fernand Braudel para el Estudio de las
Economías, los Sistemas Históricos y las Civilizaciones, de la Universidad de Binghamton,
Nueva York, que se ha convertido en un punto focal para la investigación del sistema mundial.

La explicación de Wallerstein
Con anterioridad a la década de los setenta, los sociólogos tendían a tratar las sociedades
mundiales en términos de Primer, Segundo y Tercer Mundo, en función de la situación de las
empresas capitalistas, la industrialización y la urbanización (Véase el cuadro 4.4). Por tanto, se
pensaba que la solución al desarrollo del Tercer Mundo era incrementar el capitalismo, la
industria o la urbanización. Wallerstein rechazo esta categorización dominante de las
sociedades, argumentando que existe un solo mundo y que todas las sociedades están
interconectadas mediante las relaciones económicas capitalistas. Describió este complejo
entrelazado de las economías como el “sistema mundial moderno”, avanzando así las teorías
de la globalización. Sus principales argumentos sobre cómo surgió este sistema mundial están
descritos en una obra de res volúmenes, El moderno sistema mundial (1974; 1980; 1989), en
que se desarrolla su perspectiva macrosociológica

Los orígenes del sistema mundial moderno se encuentran en la Europa de los siglos XVI y
XVII, cuando el colonialismo permitió que países como Gran Bretaña, Holanda y Francia
explotaran los recursos de los países que colonizaban. Esto les posibilito una acumulación de
capital, que al ser reinvertido en la economía sirvió para que mejoraran aún más la producción.
Esta división global del trabajo creo un grupo de países ricos, pero también empobreció a
muchos otros, dificultando su desarrollo. Wallerstein afirma que el proceso produjo un sistema
mundial constituido por un núcleo central, una semiperiferia y una periferia (véase la figura 4.3).
Y aunque es posible que un determinado país “ascienda” al núcleo central (como ha sido el
caso de algunas sociedades de reciente industrialización) o “descienda” a la semiperiferia o la
periferia, la estructura del sistema mundial moderno permanece constante.

La teoría de Wallerstein intenta explicar por qué los países en vías de desarrollo tienen tantas
dificultades para mejorar su situación, pero también amplia la teoría de Marx de la lucha de
clases sociales a un nivel global. En términos globales, la periferia mundial se convierte en la
clase obrera, mientras que el núcleo forma la clase capitalista explotadora. Según la teoría
marxista, esto significaría que, en la actualidad, sería más probable una futura revolución
socialista en los países en vías de desarrollo que en el núcleo opulento, tal y como predijo
Marx. Esta es una de las razones por la que las ideas de Wallerstein han sido bien recibidas
por los activistas políticos de los movimientos anticapitalistas y antiglobalización.

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Puntos críticos

Al estar basada en la obra de Karl Marx y el marxismo, la teoría de los sistemas mundiales se
ha enfrentado a críticas similares a las que afectan a aquel. En primer lugar, esta teoría tiende
hacer hincapié en la dimensión económica de la vida social y subestima el rol de la cultura a la
hora de explicar el cambio social. Se ha defendido, por ejemplo, que una de las razones por las
que Australia y Nueva Zelanda pudieron abandonar la periferia económica más fácilmente que
otros países fue los estrechos lazos que mantenían con la industrialización británica, lo que
permitió que enraizase ms rápidamente una cultura industrial.

En segundo lugar, la teoría subestima el rol de la etnicidad, a la que se considera meramente


como una reacción defensiva contra las fuerzas globalizadoras del sistema mundial. Por ello,
las grandes diferencias en religión o lengua no se consideran particularmente importantes. Por
último, se ha reprochado a Wallerstein que utilice su teoría para explicar acontecimientos
actuales, pero no acepte que dichos acontecimientos puedan refutarla, o que otras teorías
proporcionen una explicación mejor.

Trascendencia actual

El trabajo de Wallerstein ha sido fundamental para que los sociólogos cobraran conciencia del
carácter interconectado de la economía mundial capitalista moderna y de sus efectos
globalizadores. Por tanto, se debe reconocer su papel entre los primeros que advirtieron del
significado de la globalización, aunque su énfasis en la actividad económica se considere algo
limitado. Su enfoque ha atraído a muchos estudiosos y gracias a su base institucional en el
Centro Fernand Braudel y a una publicación académica dedicada a su difusión –The Journal of
World-Systems Research, fundada en 1995-, el análisis de los sistemas mundiales se ha
convertido en una escuela de investigación bien asentada.

Las interacciones del turismo internacional

¿Alguna vez ha mantenido una conversación cara a cara con una persona de otro país o se ha
conectado con una página web extranjera? ¿Ha viajado a otras partes del mundo? Si ha
respondido «si» a alguna de estas preguntas, usted ha comprobado los efectos que tiene la
globalización en la interacción social. La globalización, un fenómeno relativamente reciente, ha
transformado la frecuencia y la naturaleza de las interacciones entre personas de diferentes
naciones. El sociólogo histórico Charles Tilly la define en función de estos cambios; según él,
«la globalización significa un aumento en la proyección geográfica de las interacciones sociales
localmente importantes (1995:1-2). Dicho de otra manera, con la globalización, una
proporción mayor de nuestras interacciones implica la intervención, directa o indirecta, de
personas de otros países.

La globalización ha aumentado enormemente las posibilidades de viajar al extranjero, tanto que


fomenta el interés en otros países como porque fomenta el interés en otros países como
porque facilita el movimiento de los turistas a través de las fronteras. Evidentemente, la gran
cantidad de turismo internacional se traduce en un incremento del número de interacciones
cara a cara que se produce entre personas de diferentes países. Según el sociólogo John Urry
(2002; Urry y Larsen, (2011), muchas de las interacciones se configuran a partir de la «mirada
del turista», que alude a las expectativas que tiene este de vivir experiencias exóticas en sus
viajes al extranjero.

Urry compara la «mirada del turista» con el concepto de la mirada medica de Foucault (que
veremos en el capítulo 11, «Salud, enfermedad y discapacidad»), ya que esta tan organizada
socialmente por especialistas profesionales y es tan sistemática en su aplicación y tan distante
como la mirada médica, pero en este caso se organiza en busca de experiencias «exóticas».
Se trata de experiencias que vulneran nuestras expectativas cotidianas sobre cómo se supone
que ha de desarrollarse la interacción social y la que mantenemos con el medio físico.

Por ejemplo, a los británicos que viajan a Estados Unidos les puede encantar el hecho de que

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se conduzca por la derecha, lo cual a su vez puede resultar desconcertante para los
conductores británicos. Las normas de circulación están tan enraizadas que vulnerarlas nos
parece algo extraño y exótico. Imagínese la decepción que sentiría si viajara a otro país y se
diera cuenta de que es casi igual al municipio en el que ha crecido.

Sin embargo, exceptuando personas buscan experiencias extremas, la mayoría de los turistas
no quiere que sus experiencias sean demasiado exóticas. En Paris, por ejemplo, uno de los
destinos más habituales entre los viajeros jóvenes es la cadena de restaurantes McDonald’s.
Algunos lo hacen para comprobar si es cierta la cita de la película de Quentin Tarantino, Pulp
Fiction, en la que mencionan que como los franceses utilizan el sistema métrico, la típica
hamburguesa de McDonald´s denominada allí «Royale con queso» (lo cual. Dicho sea de paso,
es cierto). Los británicos que viajan al extranjero no suelen resistirse a la tentación de pararse
en pubs y tabernas de estilo inglés o irlandés. La contradicción que supone demandar a un
tiempo cosas exóticas y familiares subyace en el fondo de la mirada del turista.

Esa mirada puede someter a ciertas presiones las interacciones directas que se producen entre
los turistas y los «lugareños». Entre estos últimos los que forman parte de la industria turística
pueden apreciar a los visitantes extranjeros por los beneficios económicos que reportan a los
lugares que visitan. A otros puede que no les gusten los turistas por su actitud exigente o por la
remodelación de los destinos más visitados que suele conllevar su presencia. A veces los
turistas interrogan a los lugareños sobre ciertos aspectos de su vida cotidiana, como son la
comida, el trabajo y los hábitos recreativos; puede que lo hagan para mejorar su comprensión
de otras culturas o para hacer juicios negativos sobre los que no son como ellos. Como ocurre
con la mayor parte de los aspectos de la globalización, el impacto global de estos encuentros
interculturales tiene consecuencias tanto positivas como negativas.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Alguna vez ha pensado en el impacto que puedan tener sus vacaciones en el extranjero sobre
la sociedad y las personas a las que visita? ¿De qué forma puede perjudicar su viaje y las
infraestructuras necesarias para el turismo a los ecosistemas del país? ¿Cree que los
beneficios culturales que produce el turismo global sobrepasan cualquier daño medioambiental
que pueda causar?

En segundo lugar, parece que la perspectiva global está, debilitando el


sentimiento de identidad nacional (el Estado-nación). Las identidades culturales
locales están experimentando una poderosa recuperación en diversas partes
del mundo, al tiempo que el control tradicional del Estado-nación sufre una
profunda transformación. En Europa, por ejemplo, es muy probable que los
habitantes de Escocia y del País Vasco se identifiquen, respectivamente, como
escoceses o vascos —o, simplemente, como europeos— más que como
británicos o españoles, en cada caso. El Estado-nación como fuente de
identidad está desvaneciéndose, a medida que las transformaciones políticas
que tienen lugar a escala regional y global van relajando la relación de las
personas con los estados en los que viven.

La globalización económica

Algunos sociólogos socialistas y marxistas sostienen que, aunque la cultura y la


política influyen en las tendencias globales, la fuerza motriz de las mismas es la
globalización económica capitalista y la búsqueda continua de beneficios.
Martell (2010: 5), por ejemplo, afirma que «es difícil encontrar sectores de la
globalización que no se sostengan sobre estructuras económicas subyacentes
que afectan a la igualdad o a las relaciones de poder con las que se produce o
se recibe la globalización o sobre un incentivo. Este punto de vista acepta el

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carácter multidimensional de la globalización, pero rechaza la idea de que los
factores culturales, políticos económicos tengan el mismo peso como motor de
los procesos globalizadores.

Evidentemente, no todos están de acuerdo. Los sociólogos que mantienen un


enfoque más culturalista sostienen que la globalización actual se basa en la
integración actual de economía mundial, muy influida por la cultura. Veamos el
ejemplo del turismo, hoy en día es una enorme «industria» en muchos países.
En Gran Bretaña es el tercer sector en ingresos de exportación, por valor de
90.000 millones de libras y proporciona alrededor de 1,3 millones de empleos
(DCMS, 2011). Por su parte, los ciudadanos británicos realizan más de 50
millones de visitas al extranjero cada año (Tirry, 2002: 6). Se cree que el deseo
de viajar y conocer escenarios y culturas diferentes procede de la evolución de
los gustos culturales de «la mirada del turista» (Urry y Larsei, 2011). Esta idea
se resume en «Sociedad global 4.3».

Para Waters (2001), el ámbito de la cultura es crucial para la globalización


porque a través de las formas culturales el desarrollo económico y el político se
liberan de las restricciones materiales de la geografía. Se llama economía
ingrávida a aquella en la que los productos se basan en la información, como
es el caso de los programas informáticos, los medios de comunicación y los
productos para el entretenimiento en formato electrónico, y en los servicios que
se ofrecen a través de Internet (Quab, 1999). Este nuevo contexto económico
ha sido descrito utilizando diversas denominaciones, entre ellas las de
«sociedad del conocimiento», «sociedad de la información» y «nueva
economía». La aparición de la sociedad del conocimiento se ha vinculado con
el desarrollo de una amplia base de consumidores que, diestros desde el punto
de vista tecnológico, incorporan con entusiasmo a su vida cotidiana los nuevos
avances informáticos y los que tienen que ver con el entretenimiento y las
telecomunicaciones. Tal vez el mejor ejemplo sea el de los usuarios de juegos
por ordenador, que aguardan con viva expectación la aparición de nuevas
versiones o la última aventura gráfica.

La «economía electrónica» es el puntal de la globalización económica más


general. Bancos, corporaciones, gestores de capital e inversores individuales
pueden desplazar fondos de un lugar a otro del mundo con sólo pulsar su
ratón. Sin embargo, esta nueva capacidad para mover el «dinero electrónico»
de forma instantánea resulta muy arriesgada. Las transferencias de grandes
cantidades de capital pueden desestabilizar las economías, desatando crisis
financieras internacionales. Al incrementarse la integración de la economía
global, un desplome financiero en una zona del mundo puede tener enormes
consecuencias para economías lejanas.

El propio funcionamiento de la economía global refleja los cambios que han


tenido lugar en la era de la información. Ahora muchos aspectos económicos
funcionan a través de redes que rebasan los límites nacionales en vez de
detenerse ante ellos (Castells, 1996). Las pequeñas y grandes empresas, con
el fin de ser competitivas en un contexto que se globaliza, se han
reestructurado para adoptar un carácter más flexible y menos jerárquico. Las
prácticas de producción y las pautas organizativas se han flexibilizado, la

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asociación entre diversas firmas se ha hecho habitual y la participación en las
redes de distribución mundiales se ha convertido en una parte esencial de los
negocios, dentro de un mercado global que cambia rápidamente.

Corporaciones multinacionales

Entre los muchos factores económicos que impulsan la globalización, el papel


de las corporaciones multinacionales es especialmente importante, a pesar
de que su número sea relativamente pequeño. Son compañías que producen
bienes o comercializan servicios en más de un país. Pueden ser firmas
relativamente pequeñas, con una o dos fábricas fuera del país en el que tienen
su base de operaciones, o gigantescos complejos internacionales cuyas
operaciones entrecruzan el globo. Algunas de las multinacionales más grandes
son conocidas en todo el mundo: Coca-Cola, General Motors, Unilever, Nestlé,
Mitsubishi y otras muchas. Las multinacionales, incluyo aquellas que tienen una
base nacional, están orientadas a mercados y ganancias de carácter global.

Las corporaciones multinacionales ganaron importancia a partir de 1945. En los


primeros tiempos de la posguerra la expansión provino de empresas radicadas
en los Estados Unidos, pero en los años setenta las europeas y japonesas
también comenzaron a invertir en el extranjero. A finales de los ochenta y en
los noventa, las multinacionales se expandieron de forma espectacular con el
establecimiento de tres poderosos mercados regionales: Europa (con el
mercado único), la región asiática del Pacífico (con la Declaración de Osaka,
que garantizaba la existencia de un comercio libre y abierto para el 2010) y
Norteamérica (con el NAFTA, acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos,
Canadá y México). Desde finales de la década de los noventa, los países de
otras áreas también han eliminado las restricciones a la inversión extranjera. Al
finalizar el siglo XX, en el mundo había pocas economías que estuvieran fuera
del alcance de las multinacionales. En los últimos años, han sido
especialmente activas en la expansión de sus operaciones en los países en
vías de desarrollo y en las sociedades de la antigua Unión Soviética y de
Europa Oriental.

Estas empresas ocupan un lugar primordial en el proceso de globalización


económica: realizan dos tercios del comercio mundial, son cruciales en la
difusión de las nuevas tecnologías por el orbe y también actores de primera
categoría en los principales mercados financieros internacionales (Heid et al.,
1999). Unas 500 multinacionales facturaron en 2001 más de 10.000 millones
de dólares, mientras que en ese año sólo había 75 países que pudieran
presumir de tener un producto nacional bruto que alcanzara por lo menos esa
cifra. Dicho de otro modo, las principales multinacionales del mundo son más
grandes, desde el punto de vista económico, que la mayoría de los países
(véase la figura 4.4). De hecho, la facturación total de las 500 principales
multinacionales del mundo ascendió a 14,1 billones de dólares, casi la mitad
del valor de los bienes y servicios producidos en el mundo entero.

Suele hablarse de cadenas globales de artículos para referirse al proceso de

15
fabricación cada vez más globalizado del que forman parte las redes mundiales
de mano de obra y procesos de producción que elaboran un producto acabado.
Estas redes engloban todas las actividades de producción fundamentales
formando una «cadena» fuertemente interconectada que abarca desde las
materias primas necesarias para crear el producto hasta su
consumidor final (Gereffi, 1995; Appelbaum y Christerson, 1997). China ha
pasado de ser un país de renta baja a tener una renta media, principalmente a
causa de su papel en la exportación de bienes manufacturados. No obstante,
las actividades más rentables de las cadenas de artículos —la ingeniería, el
diseño y la publicidad— suelen tener como base los países de renta elevada,
mientras que las actividades menos rentables, como la producción industrial, a
menudo se sitúan en países de renta baja, reproduciendo así las
desigualdades globales.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Cree que la capacidad financiera de las corporaciones multinacionales las dota de más
poder que los gobiernos nacionales? ¿Qué información podría confirmarnos si los
gobiernos mantienen la capacidad de regular las actividades de las corporaciones
multinacionales? ¿Cuál de las teorías que introdujimos en el capítulo 1 puede explicar
mejor el ascenso y creciente poder de las corporaciones transnacionales o
multinacionales?

La globalización política

La globalización contemporánea también está relacionada con la evolución de


los acontecimientos políticos. Este cambio reviste distintos aspectos: en primer
lugar, el derrumbamiento del comunismo de tipo soviético, producido en una
serie de espectaculares revoluciones que tuvieron lugar en Europa Oriental en
1989 y que culminaron con la disolución de la propia Unión Soviética en 1991.
Desde la caída del comunismo, los países del antiguo <(bloque» soviético —
entre ellos Rusia, Ucrania, Polonia, Hungría, la República Checa, los estados
bálticos, las naciones del Cáucaso y Asia Central, y muchos otros— están
acercándose a sistemas políticos y económicos de cuño occidental. La caída
del comunismo ha apresurado los procesos de globalización, aunque este
acontecimiento fuera también en parte resultado de esa misma globalización.
Al final, los países de economía centralizada y el control ideológico y cultural de
las autoridades políticas comunistas no pudieron sobrevivir en una época con
medios de comunicación globales y una economía mundialmente
electrónicamente integrada.

Barbie y las cadenas globales de artículos

La fabricación de la muñeca Barbie, el juguete más rentable de la historia, es un buen ejemplo


de cadena global de artículos. La muñeca adolescente de cuarenta y tantos años se vende a
un ritmo de dos por segundo, aportando a la Mattel Corporation, con sede en Los Ángeles,
Estados Unidos, bastante más 1.000 millones de dólares de ingresos anuales. Aunque se
vende fundamentalmente en Estados Unidos, Europa y Japón, la Barbie puede encontrarse en
140 países de todo el mundo. Es una autentica ciudadana global (Tempest, 1996), no solo en

16
ventas, sino también en cuanto a su lugar de nacimiento. Barbie nunca fue fabricada en
Estados Unidos. La primera muñeca se fabricó en Japón en 1959, cuando el país aún estaba
recuperándose de la Segunda Guerra Mundial y los salarios eran bajos. Cuando esto
aumentaron en Japón, Barbie se trasladó a otros países asiáticos de salarios reducidos. Sus
múltiples orígenes pueden enseñarnos mucho hoy día sobre la forma de actuar de las cadenas
globales de artículos.

La Barbie se diseña en Estados Unidos, donde se idean su estrategia de marketing y sus


campañas publicitarias y donde deja la mayor parte de los beneficios. Pero la única parte de
Barbie «made in USA» es su estuche de cartón, junto a algunas de las pinturas y esmaltes
utilizados para decorarla.

El cuerpo y el vestuario de Barbie proceden de todo el planeta:

1. Barbie inicia su vida en Arabia Saudita, donde se extrae el petróleo que una vez refinado
se convertirá en el etileno utilizado para crear su cuerpo de plástico.

2. La empresa estatal Chinese Petroleum Corporation importa el etileno y se lo vende a


Formosa Plastic Corporation, también taiwanesa y el mayor productor mundial de plásticos
de PVC que darán forma al cuerpo de Barbie.

3. Estas bolitas se transportan a alguna de las cuatro fábricas asiáticas que manufacturan la
Barbie, dos en el sur de China, una en Indonesia y otra en Malasia. La maquinaria de
inyección del molde plástico que será su cuerpo, la parte más cara de la fabricación de la
fabricación de Barbie, está construida en Estados Unidos, desde donde se transporta
hasta esas fábricas.

4. Una vez moldeado el cuerpo, se le coloca el pelo de nylon producido en Japón. Sus
vestidos se confeccionan en China con algodón chino (la única materia prima que procede
del país donde se fabrican la mayor parte de las Barbie).

5. Hong Kong desempeña un papel clave en el proceso de manufactura, ya que hasta su


puerto (uno de los mayores del mundo) llega prácticamente todo el material usado en su
fabricación, que luego se transporta en camiones a las fábricas chinas. Las Barbies
terminadas siguen la misma ruta. Alrededor de 23.000 camiones efectúan los viajes diarios
entre Hong Kong y las fábricas chinas.

Entonces, ¿de dónde procede en realidad la Barbie? El estuche de cartón y celofán que
contiene el conjunto de Barbie «Mi primera fiesta de té» viene etiquetado «Made in China»,
pero, tal como hemos visto, casi ninguno de los materiales que la componen procede en
realidad de aquel país. De los 9,99 dólares del precio de venta al público en Estados Unidos,
solo llegan a China unos 35 centavos, principalmente en forma de salarios pagados a las
11.000 campesinas que la ensamblan en sus dos fábricas. Una vez en Estados Unidos, Mattel
consigue alrededor de un dólar de beneficio por muñeca.

¿Qué pasa con el resto del dinero que se consigue al venderla por 9,99 dólares? Solo se
necesitan 65 centavos para cubrir los costes del plástico, la tela, el nylon y los otros materiales
utilizados en su manufactura. La mayor parte del dinero sirve para pagar la maquinaria y el
equipo, el flete transoceánico y el transporte interno en camiones, la publicidad y la
mercadotecnia, el espacio de suelo que ocupa la tienda y, por supuesto, los beneficios que
reporta a los comercios minoristas. La producción y venta de Barbie nos muestra la eficacia de
los procesos de globalización a la hora de conectar las economías del mundo. Sin embargo,
también sirve para mostrar el desigual impacto de la globalización, que permite que algunos
países se beneficien a costa de otros. Por tanto, no podemos asumir que las cadenas globales
de artículos vayan inevitablemente a promover el desarrollo en todas las sociedades
involucradas en la producción.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Qué grupos sociales, organizaciones y sociedades se benefician del funcionamiento de las

17
cadenas globales de artículos? ¿Cuáles son las consecuencias negativas y quienes salen
perdiendo? ¿Cree que la globalización ayuda al progreso económico de los países en vías de
desarrollo o que, por el contrario, lo entorpece?

Un segundo factor importante que conduce a la intensificación de la


globalización es el crecimiento de formas de gobierno internacionales y
regionales, que reúnen a los estados nacionales y acercan las relaciones
internacionales a formas de gobernanza global. Las Naciones Unidas y la
Unión Europea son los ejemplos más llamativos de unas organizaciones
internacionales que reúnen a los estados-nación en foros políticos comunes.
Mientras que en la ONU los países se asocian a título individual, en la DE, que
constituye un ejemplo pionero de entidad política transnacional, los estados
miembros ceden parte de su soberanía nacional. Los gobiernos de cada uno de
ellos están ligados por directivas, reglamentos y sentencias judiciales emitidos
por sus organismos comunes, pero su participación en la unión regional
también les reporta beneficios económicos, sociales y políticos.
Finalmente, la globalización está siendo impulsada por las organizaciones
intergubernamentales (OIG) y por las no gubernamentales (ONG). Una
organización intergubernamental es una entidad establecida por los gobiernos
participantes y a la que se otorga la responsabilidad de regular o supervisar un
determinado ámbito de actividad cuyo alcance es internacional. El primer
organismo de ese tipo, la Unión Telegráfica Internacional, se fundó en 1865.
Desde entonces, se ha creado un gran número de organismos similares, con el
fin de regular cuestiones que van desde la aviación civil o la radiodifusión hasta
la gestión de los residuos peligrosos. En 1909 existían 37 OIG para regular
asuntos internacionales; en 1996 había 260 (Heid et al., 1999).

Como su nombre indica, las ONG internacionales se diferencian de las


intergubernamentales porque no están vinculadas a los gobiernos, puesto que
son organizaciones independientes que trabajan junto a los organismos
gubernamentales en la elaboración de políticas y ocupándose de problemas
internacionales. Algunas de las ONG internacionales más conocidas —como
Greenpeace, Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja y Amnistía Internacional—
participan en la solución de problemas medioambientales y labores de ayuda
humanitaria. Pero las actividades de otros miles de grupos menores también
sirven para conectar países y comunidades. Toda esta variedad cada vez
mayor de entes políticos transnacionales es una muestra de la globalización
política, centrada en cuestiones internacionales y globales que van más allá de
los intereses nacionales.

Voces escépticas
En los últimos años la globalización ha sido objeto de un debate muy candente.
La mayoría de las personas acepta que están teniendo lugar importantes
transformaciones a su alrededor, pero se discute el hecho de que sea válido
explicarlas a partir de la «globalización». David Heid y otros autores (1999) han
revisado la polémica, dividiendo a sus participantes en tres escuelas de
pensamiento: los hiperglobalizadores, los escépticos y los transformacionistas.
En el cuadro 4.6 se resumen estas tres tendencias, que conviven dentro del

18
debate sobre la globalización. Observe que los autores citados debajo de cada
categoría han sido seleccionados porque su obra contiene alguno de los
elementos fundamentales que definen a esa escuela en particular.

a. Los «hiperglobalizadores»

Los hiperglobalizadores señalan que la globalización es un fenómeno muy real


cuyas consecuencias pueden percibirse en todas partes. La globalización se
considera un proceso que no tiene en cuenta las fronteras nacionales. Está
produciendo un nuevo orden global que se extiende mediante poderosos flujos
comerciales y de producción que rebasan dichas fronteras. Uno de los
hiperglobalizadores más famosos, el autor japonés Kenichi Ohmae (1990,
1995), considera que la globalización está llevándonos hacia un «mundo sin
fronteras» en el que las fuerzas del mercado son más poderosas que los
gobiernos nacionales.

Gran parte de los análisis de la globalización que hace este grupo se centra en
el cambio de papel del Estado-nación, que observa cómo se reduce su poder
para controlar el destino de la nación. Los países, tomados de forma individual,
ya no controlan sus economías, por el enorme crecimiento del comercio
mundial. Los gobiernos nacionales y sus políticos cada vez tienen menos
capacidad para ejercer control sobre problemas que cruzan sus fronteras,
como son los volátiles mercados financieros, los flujos de inversiones, las
amenazas medioambientales o las redes terroristas. Los ciudadanos reconocen
que los políticos sufren limitaciones en su capacidad para enfrentarse a los
problemas y, en consecuencia, pierden fe en las formas de gobierno nacional
existentes.

Algunos hiperglobalizadores creen que el poder de los gobiernos nacionales


también se ve cuestionado desde arriba por nuevas instituciones regionales e
internacionales como la Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio
y otras. En conjunto, estas transformaciones indican a los hiperglobalizadores
el amanecer de una era de desarrollo de la conciencia global en la que los
gobiernos nacionales perderán importancia e influencia (Aibrow, 1997).

b. Los «escépticos»

Algunos pensadores señalan que la idea de globalización ha sido


sobrevalorada: que en el debate sobre este asunto hay mucha palabrería
acerca de un fenómeno que nada tiene de nuevo. En el debate sobre la
globalización, los «escépticos» creen que los actuales niveles de
interdependencia económica sí tienen precedentes. Señalando estadísticas del
comercio mundial y la inversión en el siglo XIX, afirman que la globalización
actual sólo se diferencia de la del pasado en la intensidad de la interacción que
se produce entre las naciones. En ese sentido, sería más adecuado hablar de
«internacionalización» porque el término mantiene la idea de que el Estado-
nación continúa siendo un actor político esencial. Según los escépticos, los
gobiernos nacionales siguen siendo factores clave por su labor reguladora y

19
coordinadora de la actividad económica. Son la fuerza que impulsa, por
ejemplo, muchos acuerdos comerciales y políticas de liberalización económica.

Los escépticos aceptan que puede que ahora haya más contacto entre los
países que en épocas anteriores, pero, para ellos, la economía del mundo
actual no está lo suficientemente integrada como para ser considerada
auténticamente global. Esto se debe a que el grueso de las actividades
comerciales tiene lugar dentro de tres conjuntos regionales: Europa, la zona
asiática del Pacífico y Norteamérica. Los países de la Unión Europea, por
ejemplo, comercian predominantemente entre ellos. Lo mismo puede decirse
de los otros grupos regionales, con lo que se invalida la idea de que exista una
única economía global (Hirst, 1997).

Muchos escépticos se centran en los procesos de regionalización que tienen


lugar en la economía mundial, como son la aparición de grandes bloques
financieros y comerciales. Para los situados en esta tendencia, el aumento de
la regionalización es una prueba de que la economía mundial está menos
integrada, no más (Boyer y Drache, 1996; Hirst y Thompson, 1999). Señalan
que, en comparación con las pautas comerciales predominantes hace un siglo,
la economía mundial contemporánea es menos global en cuanto a su amplitud
geográfica y está más concentrada en zonas restringidas de intensa actividad.
Según ellos, los hiperrealistas están interpretando mal las pruebas.

c. Los «transformacionistas»

Los transformacionistas se sitúan en una posición intermedia. Consideran que


la globalización es la fuerza esencial que subyace en un amplio espectro de
cambios que están conformando las sociedades modernas en este momento.
Para ellos, el orden global se está transformando, pero se mantienen muchas
de las antiguas pautas. Los gobiernos, por ejemplo, aún conservan gran parte
de su poder, a pesar de los avances de la interdependencia global. Los
transformacionístas indican que el actual nivel de globalización está acabando
con los límites establecidos entre lo interno y lo externo, lo internacional y lo
nacional. Las sociedades, instituciones e individuos, al intentar adaptarse a
este nuevo orden, se están viendo obligados a maniobrar en contextos en los
que las estructuras anteriores han sufrido «sacudidas».

A diferencia de los hiperglobalizadores, los transformacionistas contemplan la


globalízación como un proceso dinámico y abierto, sometido a influencias y
cambios. Se desarrolla de forma contradictoria, incorporando tendencias que
con frecuencia operan oponiéndose entre sí. La globalización no es un proceso
de una sola dirección, como algunos plantean, sino un flujo de imágenes,
información e influencias que tiene dos sentidos. Las corrientes migratorias, los
medios de comunicación y las telecomunicaciones de carácter global están
contribuyendo a la difusión de las influencias culturales. Las vibrantes
«ciudades globales» del mundo, como Londres, Nueva York y Tokio, son
profundamente multiculturales, con grupos étnicos y culturas entremezclándose

20
y viviendo codo con codo (Sassen, 1991). Según los transformacionistas, la
globalización es un proceso descentrado y reflexivo que se caracteriza por
flujos culturales y vínculos que funcionan de modo multidireccional. Como la
globalización procede de la intersección de numerosas redes globales, no
puede decirse que esté impulsada por una determinada parte del mundo (Heid
et al., 1999).

Los países, más que perder soberanía, se están reestructurando para


responder a nuevas formas de organización económica y social que no tienen
una base territorial (como son las corporaciones, los movimientos sociales y los
organismos internacionales). Los transformacionistas señalan que ya no
vivimos en un mundo que gira en tomo al Estado; los gobiernos se están
viendo obligados a adoptar una postura más activa y extravertida para poder
ejercer su función en las complejas condiciones de la globalización (Rosenau,
1997).

Evaluación

¿Qué perspectiva se acerca más a la realidad? En este momento,


probablemente la de los transformacionistas, que sugieren que los procesos
globales están teniendo un fuerte impacto en muchos aspectos de la vida social
en todo el mundo, aunque dicho impacto no esté transformando por completo
las sociedades. Sin embargo, no podemos saber exactamente cómo continuará
progresando la globalización en un futuro, ya que en parte dependerá de las
acciones y reacciones de los grupos, organizaciones y gobiernos atrapados en
ella, lo cual es difícil de pronosticar. Muchos escépticos se equivocan porque
subestiman el grado de transformación que experimenta el mundo: por
ejemplo, los mercados financieros mundiales están organizados de forma
mucho más global que nunca. Lo mismo ocurre con el incremento de los
movimientos de personas a lo largo de todo el mundo, que, junto con las
formas de comunicación más inmediatas, está transformando la experiencia
cotidiana de estas personas en relación con el mundo y su visión de él.

Los hiperglobalizadores, por su parte, consideran la globalización desde un


punto de vista excesivamente económico e insisten demasiado en su carácter
unidireccional, con un final claramente definido: una economía global. En
realidad, el proceso de la globalización es algo mucho más complejo y no
puede determinarse cuál será el desenlace a partir de las tendencias
presentes, ya que éstas pueden cambiar. Por ejemplo, la crisis financiera global
de 2008 hizo vivir en carne propia a muchos gobiernos los peligros derivados
de una «economía sin fronteras». En la Unión Europea, los rescates
económicos a la República de Irlanda, Grecia y Portugal volvieron a cuestionar
la moneda única creando dudas en aquellos países todavía fuera. Si los países
pierden la fe en el euro, la tendencia centrípeta hacia una mayor integración
puede revertirse, en caso de que los gobiernos decidan proteger su propia
economía. En realidad, muchos países de todo el mundo pretenden reforzar el
control fronterizo, precisamente para evitar la creación de un mundo sin
fronteras que transforme las pautas actuales de emigración.

21
Las tres posturas se centran principalmente en el proceso contemporáneo de
globalización acelerada y sus consecuencias para el futuro, aunque tal vez sea
preferible situar el debate en un mareo temporal más prolongado. De esta
forma es posible apreciar el progresivo desarrollo de las sociedades humanas
como un proceso dirigido hacia modelos más globales de relaciones de
interdependencia, a la vez que se reconoce que no era ni es inevitable
(Hopper, 2007). Como señalamos anteriormente, en términos históricos la
globalización ha sido producto tanto de los conflictos, guerras e invasiones
como de la cooperación y los acuerdos entre grupos sociales y sociedades.
Desde 1945, el mundo ha convivido con el inmenso poder destructivo de las
armas atómicas y la perspectiva de un conflicto nuclear entre potencias que
aseguraba la destrucción mutua de los combatientes (y de otras personas). Ese
conflicto probablemente habría detenido el proceso actual de globalización
acelerada y eliminado la mayor parte de esas relaciones interdependientes que
algunos consideran que llevan inevitablemente a una sociedad global. Mientras
la proliferación nuclear continúe manteniendo su actualidad internacional y la
energía nuclear siga siendo considerada por los gobiernos como una solución
al calentamiento global (véase el capítulo 5, «El medio ambiente»), esta
hipótesis no puede ser completamente descartada todavía. Los conflictos
humanos han contribuido de forma importante a la globalización, pero también
tienen el potencial de revertirla.

Conceptualización de la globalización: tres tendencias

Hipergiobalizadores Escépticos
Transformacionistas
(Ohmae, 1990, 1995; (Boyer y Drache,
(Sassen,1991;
Albrow, 1997) 1996; Hirst 1997;
Roseriau, 1997)
Hirst y Thompson,
1999)

Bloques comerciales,
Niveles de
¿Qué hay de Una época global un ente político global
interconexión global sin
nuevo? . más débil que en
precedentes
épocas anteriores

Capitalismo, gobierno Un mundo menos


Rasgos «Tupida» globalización
y sociedad civil interdependiente que
dominantes (intensiva y extensiva)
globales en la década de 1890

Poder de los
Se refuerza o Se reconstituye,
gobiernos Decae o se erosiona
aumenta reestructura
nacionales

Fuerzas
Capitalismo y Gobiernos y Fuerzas combinadas de
impulsoras de la
tecnología mercados la modernidad
globalización

Pauta de la Erosión de las viejas Aumento de la Nueva arquitectura del


estratificación jerarquías marginación del Sur orden mundial

22
McDonalds’, Transformación de la
Motivo dominante Interés nacional
Madonna, etc. comunidad política

Como reorganización
Como reordenación Como
Conceptualización de las relaciones
del marco de la acción internacionalización y
de la globalización interregionales y de la
humana regionalización
acción a distancia

Trayectoria
Bloques regionales y Indeterminada:
histórica
olio que de integración y
. Civilización global
civilizaciones fragmentación globales
.

La
La globalización
internacionalización
Planteamiento de El fin del Estado- transforma el poder del
depende del
síntesis nación gobierno y la política.
consentimiento y del
mundial
apoyo de) gobierno

FUENTE: Adaptado de D. Held et al. (1999:10).

Consecuencias de la globalización

Históricamente, el principal foco de atención de la sociología ha sido el estudio


de las sociedades industrializadas, mientras el resto de las sociedades
pertenecía a la esfera de la antropología. Pero a medida que aumenta nuestra
conciencia de la globalización esta división académica tiene mucho menos
sentido. Hace tiempo que las sociedades industrializadas y las que están en
proceso de serlo mantienen interconexiones, como se aprecia en la historia de
la expansión colonial. Quienes vivimos en sociedades industrializadas
dependemos de muchas materias primas y productos manufacturados
procedentes de países en desarrollo, mientras que las economías de la mayor
parte de los estados en vías de desarrollo dependen de las redes comerciales
que los vinculan con los países industrializados. La globalización supone
contemplar al «mundo» mayoritario y al minoritario como parte del mismo
mundo global.

La próxima vez que visite la tienda de la esquina o el supermercado observe


con detenimiento el surtido de productos expuestos. La enorme variedad de
bienes que los occidentales consideramos natural tener a nuestra disposición
depende de conexiones económicas asombrosamente complejas que se
extienden por todo el mundo. Los productos a la venta han sido fabricados o
utilizan ingredientes o piezas de decenas de países distintos. Estas piezas
deben ser transportadas de forma regular por todo el planeta, y se necesitan
continuos flujos de información para coordinar millones de transacciones
diarias. A medida que el mundo se dirige a toda velocidad hacia una economía
única y unificada, las empresas y las personas se desplazan por el planeta en
número cada vez mayor en busca de nuevos mercados y oportunidades
económicas.

Como resultado, el mapa cultural del mundo se transforma: redes de personas


atraviesan las fronteras nacionales e incluso los continentes, facilitando

23
contactos culturales entre su lugar de nacimiento y su patria de adopción
(Appadurai, 1986). Aunque en el planeta existen alrededor de cinco o seis mil
lenguas, el 98% de ellas son utilizadas por sólo un 10% de la población
mundial. Apenas una docena de idiomas dominan el sistema lingüístico global,
cada una de ellas con más de cien millones de hablantes: árabe, chino, inglés,
francés, alemán, hindi, japonés, malayo, portugués, ruso, español y suajii. Y un
único idioma, el inglés, se ha convertido en la opción preferente de la mayor
parte de personas que hablan una segunda lengua. Son estos «bilingües»
quienes mantienen unido todo el sistema lingüístico global (De Swaan, 2001).
Cada vez es más difícil que las culturas sobrevivan aisladas. Quedan pocos
lugares en la tierra (si es que hay alguno) tan remotos como para estar
inaccesibles a la radio, la televisión, los viajes aéreos —y la multitud de turistas
que los utilizan— o el ordenador. Hace una generación todavía existían tribus
cuya forma de vida permanecía aislada del resto del mundo. En la actualidad
estos pueblos usan machetes u otras herramientas fabricadas en China y otros
centros industriales, visten camisetas y pantalones cortos cosidos en talleres
textiles de República Dominicana o Guatemala y toman medicinas procedentes
de Alemania o Suiza para combatir las enfermedades contraídas mediante el
contacto con forasteros. Las historias de estas personas se transmiten a otras
personas de todo el mundo a través de la televisión por satélite o de Internet, lo
que permite a su vez que la cultura británica o la estadounidense penetre en
hogares de todo el mundo, junto con productos adaptados de Países Bajos
(Gran Hermano) o Suecia (Expedición Robinson, que se convirtió en
Supervivientes).

Anthony Giddens: cabalgando el monstruo de la modernidad

Planteamiento del problema

¿Cómo afectará la globalización a la vida de las personas? ¿Cómo cambiará la globalización


este mundo moderno en el que cada vez habita más gente? ¿Es posible ignorarla o escapar de
su poder? Desde comienzos de la década de los noventa he intentado explorar las
características de la forma global emergente de modernidad y sus consecuencias para la vida
cotidiana en una serie de artículos, libros y conferencias (1991 a, 1991 b, 1993, 2001). Me he
interesado particularmente por el deterioro de las tradiciones, nuestra progresiva conciencia de
los riesgos y el cambio en las relaciones de confianza.

La explicación de Giddens

En Consecuencias de la modernidad (1991b), resumía mi idea de que la difusión global de la


modernidad tiende a producir un «mundo que se nos escapa» y que, aparentemente, ningún
gobierno ni persona controla en su conjunto. Así como Marx utilizaba para describir la
modernidad, yo la comparo con ir a bordo de un inmenso camión:

Sugiero que deberíamos sustituirla por la imagen de un inmenso camión, un vehículo


sin frenos de fuerza descomunal que podemos guiar colectivamente, como seres
humanos, hasta cierto punto, pero que amenaza a su vez con acabar fuera de control y
hecho añicos. El camión-monstruo aplasta a quienes se le resisten y, aunque en
ocasiones parece seguir una trayectoria regular, otras veces se desvía erráticamente
en direcciones que no podemos prever. Este viaje no tiene nada de desagradable o
intrascendente; en ocasiones puede ser estimulante y estar cargado de esperanzas.
Pero mientras las instituciones de la modernidad no logren afianzarse, no seremos
capaces de controlar por completo el camino que toma o la velocidad del viaje. A su

24
vez, nunca podemos sentirnos completamente seguros, porque el terreno que
atraviesa está repleto de riesgos con graves consecuencias, lo que provoca que
coexistan de forma ambivalente sentimientos ontológicos de seguridad y de ansiedad
existencial (1991b: 139)

La forma globalizadora de la modernidad viene marcada por nuevas incertidumbres, nuevos


riesgos y cambios de confianza de las personas hacia los otros individuos y las instituciones
sociales. Las formas tradicionales de confianza se ven disueltas en un mundo que cambia
rápidamente. Nuestra confianza en las otras personas se basaba en las comunidades locales,
pero en las sociedades más globalizadas nuestras vidas se ven influidas por personas que no
conocemos y a las que nunca hemos visto, que pueden vivir en el otro extremo del mundo.

Tales relaciones impersonales suponen que nos veamos forzados a «creer» o a tener confianza
en «sistemas abstractos», como puedan ser la producción alimentaria y las instituciones
reguladoras del medio ambiente, o el sistema bancario internacional. De esta manera,
confianza y riesgo se ven estrechamente unidos. Es necesario confiar en las autoridades si
queremos afrontar los riesgos que nos rodean y reaccionar ante ellos con eficacia, pero este
tipo de confianza no se produce automáticamente, sino que es fruto de la reflexión y la
validación.

Cuando las sociedades estaban basadas en el conocimiento adquirido por la costumbre y la


tradición, las personas podían seguir las formas establecidas de hacer las cosas sin reflexionar
demasiado. En la actualidad, aspectos de la vida que las generaciones anteriores daban por
sentados se han convertido en cuestionables y objeto de decisiones, lo que han derivado en lo
que yo denomino «reflexividad», es decir, la reflexión continua sobre nuestras acciones
cotidianas y sobre los cambios que debemos efectuar a la luz de los nuevos conocimientos.
Por ejemplo, casarse (o divorciarse) es una decisión muy personal para la que se pueden tener
en cuenta los consejos de amigos o familiares. Pero las estadísticas oficiales o la investigación
sociológica sobre el matrimonio también se filtran en la vida social, llegando al público y
convirtiéndose en parte del proceso de toma de decisiones individual.

Para mí, estos rasgos característicos de la modernidad permiten concluir que la modernidad
global es una forma de vida social que muestra discontinuidad con las formas anteriores. Lo
que la globalización de la modernidad señala de múltiples maneras no es el final de las
sociedades modernas o un movimiento que las trasciende (como en la posmodernidad, véase
capítulo 3), sino una nueva fase de la modernidad «tardía» o «alta», que traslada las
tendencias implícitas en la vida moderna a una fase de mayor alcance global.

Puntos críticos

Mis críticos sostienen que tal vez exagero la discontinuidad entre la modernidad y las
sociedades anteriores y que la tradición y los hábitos continúan estructurando las actividades
cotidianas de la gente. En su opinión, el periodo moderno no es tan singular, y las personas
que en el viven no son tan diferentes de las que lo hicieron anteriormente. Otros piensan que
mi narrativa de la modernización globalizadora no concede suficiente importancia a la cuestión
sociológica fundamental del poder, y en concreto del poder que tienen las corporaciones
multinacionales para influir en los gobiernos y promover una forma de globalización que
favorece los intereses de las empresas a costa de los pobres del mundo. El concepto de
«modernidad» básicamente enmascara el poder de las corporaciones capitalistas. Por último,
algunos han argumentado que considero la reflexividad un elemento completamente positivo,
que abre la vida social a mayores oportunidades, aunque también podría provocar un mayor
grado de «anomia», en el sentido descrito por Durkheim, lo que supondría más un problema
que un elemento positivo que deba fomentarse.

Trascendencia actual

Como las teorías de la globalización son relativamente recientes y yo continúo desarrollando


mis teorías sobre la vida moderna, en realidad se trata de un trabajo «en marcha». Las ideas
que he sostenido han sido tomadas por otros sociólogos que las han llevado más lejos, y en
ese sentido resulta satisfactorio haber dotado de un marco teórico y algunas herramientas

25
conceptuales a las jóvenes generaciones para que ellas puedan desarrollarlos. Como resulta
evidente por las contribuciones efectuadas por los críticos, mis trabajos sobre modernidad,
reflexividad y relaciones de confianza han provocado un amplio debate sociológico. Espero que
siga siendo así en el futuro y no me cabe duda de que los lectores realizaran sus propias
valoraciones al respecto.

¿Sirve la globalización para promover una cultura global?

Muchos consideran que el rápido crecimiento de Internet por todo el mundo


precipitará la difusión de una cultura global, parecida a la europea o la
norteamericana, ya que más de la mitad del total de usuarios de Internet
residen en la actualidad en dichos continentes. La creencia en valores tales
como la igualdad entre hombres y mujeres, el derecho a la libre expresión, la
participación democrática en el gobierno y la búsqueda del placer mediante el
consumo se extiende con facilidad por todo el mundo a través de Internet.
Además, parece que la propia tecnología de Internet fomente tales valores: la
comunicación global, la información aparentemente ilimitada (y sin censura) y
una gratificación instantánea son características .de la nueva tecnología.

No obstante, puede que sea prematuro concluir por ello que la globalización
vaya a marginar las culturas tradicionales. A medida que Internet se extiende
por todo el mundo, surgen indicios de que resulta compatible de diversas
maneras con los valores culturales tradicionales, y que incluso puede ser un
medio para reforzarlos. El sociólogo británico Roland Robertson (1992) acuñó
el término glocalización (una combinación de globalización y localización) para
expresar este equilibrio de las consecuencias de la globalización. Significa que
las comunidades locales suelen adoptar una actitud muy activa, y no pasiva, a
la hora de modificar y dar forma a los procesos globales para que se ajusten a
sus propias culturas, o que las empresas globales tienen que adaptar sus
productos y servicios tomando en cuenta las condiciones locales. A la vista de
tales circunstancias, podemos concluir que la globalización no conduce
inevitablemente a una cultura uniforme y global, sino que produce diversidad y
flujos multidireccionales de productos culturales por todas las sociedades del
mundo.

Globalización y música reggae

Es frecuente que los que saben de música popular distingan al escuchar una canción las
influencias estilísticas que han ayudado a conformarla. Después de todo, cada estilo musical
representa una manera característica de combinar el ritmo, la melodía, la armonía y la letra. Y
aunque no hace falta ser un genio para percibir las diferencias que hay entre el rock, el rhythm
and blues y el folk, por ejemplo, los músicos mezclan con frecuencia varios estilos al hacer
canciones. Identificar los componentes de tales combinaciones puede resultar difícil, pero para
los sociólogos el esfuerzo suele merecer la pena. Lo habitual es que cada grupo surja un estilo
musical diferente, y estudiar cómo se combinan y funden los estilos es una buena forma de
mostrar gráficamente los contactos culturales que existen entre los grupos.

Algunos sociólogos han centrado su atención en la música reggae porque ejemplifica el


proceso de creación de nuevas formas musicales a partir de los contactos entre diversos
grupos sociales. Las raíces del reggae pueden situarse en África Occidental. En el siglo XVII
muchas personas de esa región fueron esclavizadas por los colonizadores británicos y llevadas

26
hasta las Antillas para que trabajaran en las plantaciones de azúcar. Aunque los británicos
intentaron evitar que los esclavos tocaran música tradicional africana, por miedo a que les
sirviera como elemento aglutinante para la revuelta, estos se las arreglaron para mantener viva
la tradición percusiva, a veces integrándola con los estilos musicales europeos impuestos por
sus dueños. En Jamaica, los tambores de uno de los grupos de esclavos, los burru, fueron
abiertamente tolerados por los terratenientes esclavistas porque ayudaban a mantener el ritmo
del trabajo. La esclavitud fue finalmente abolida en Jamaica en 1834, pero la tradición de los
tambores de los burru se mantuvo, incluso cuando muchos de sus hombres abandonaron las
zonas rurales para emigrar a los barrios bajos de Kingston.

Fue en estos arrabales donde comenzó a surgir la nueva religión que habría de ser crucial para
el desarrollo del reggae. En 1930, en África, un hombre llamado Haile Selassie fue coronado
emperador de Etiopia. Mientras los que se oponían en todo el mundo al colonialismo europeo
se alegraron de su acceso al trono, en las Antillas algunas personas comenzaron a pensar que
Selassie era un dios enviado a la tierra para conducir hacia la libertad hacia los oprimidos de
África. Uno de los nombres de Selassie era el de «príncipe Ras Tafari» y los antillanos que lo
adoraban se hicieron llamar «rastafaris». Pronto surgió entre los burru el culto rastafari, y su
música paso a combinar el tipo de percusión de ese grupo con temas bíblicos a la opresión y la
liberación. En la década de 1950, los músicos antillanos comenzaron a mezclar los ritmos y
letras en rastafaris con elementos del jazz y del rhythm and blues de los negros
norteamericanos. Al final, esta combinación produjo el ska y, posteriormente, a finales de los
sesenta, el reggae, que se basa en un ritmo relativamente lento con un bajo marcado y en
historias que hablan de privaciones en las zonas urbanas y del poder de la conciencia social
colectiva. Muchos artistas del reggae, como Bob Marley, lograron el éxito comercial, y hacia los
años setenta este tipo de música se escuchaba por todo el mundo. En las décadas de los
ochenta y los noventa, el reggae se fundió con el hip hop (o rap) para producir nuevos sonidos
(Hebdige, 1997), como los que pueden escucharse en el trabajo de grupos como Wu-Tang
Clan, Shaggy o Sean Paul.

La historia del reggae es, por tanto, la del contacto entre diferentes grupos sociales y la de los
significados –políticos, espirituales y personales- que tales grupos expresan mediante su
música. La globalización ha hecho más intensos estos contactos. Ahora, por ejemplo, un joven
músico escandinavo puede crecer escuchando música producida por hombres y mujeres de los
sótanos del barrio londinense de Notting Hill y, a la vez, estar muy influenciado por las
interpretaciones de los mariachis que se retransmiten en directo vía satélite desde México D.F.
Si el número de contactos entre los grupos es un determinante crucial para el ritmo de la
evolución musical, se puede pronosticar que, con el desarrollo del proceso de globalización,
habrá una autentica profusión de nuevos estilos en los años venideros.

Pensemos, por ejemplo, en Kuwait, en Oriente Medio, una cultura islámica


tradicional que últimamente ha experimentado fuertes influencias
norteamericanas y europeas. Este país del Golfo Pérsico rico en petróleo tiene
una de las rentas medias per cápita más elevadas del mundo. El gobierno
ofrece educación pública gratuita hasta el nivel universitario, lo que produce un
alto porcentaje de hombres y mujeres con formación superior. La televisión
kuwaití emite con frecuencia partidos de fútbol americano, aunque las
retransmisiones se interrumpan regularmente para las tradicionales llamadas
musulmanas a la oración. Alrededor del 57% de la población kuwaití de
aproximadamente dos millones de personas tiene menos de 25 años y, al igual
que sus coetáneos europeos y norteamericanos, muchos de ellos navegan por
Internet en busca de nuevas ideas, información y productos para el
consumidor.

27
Aunque Kuwait sea en muchos aspectos un país «moderno», existen rígidas
normas culturales que tratan de diferente manera a hombres y mujeres. En
general, se espera que las mujeres vistan la ropa tradicional que deja visibles
sólo las manos y la cara y tienen prohibido salir de casa por la noche o ser
vistas en público en cualquier momento en compañía masculina diferente de la
de su esposo u otro pariente.

La popularidad de Internet en Kuwait aumenta día a día y los periódicos suelen


incluir artículos sobre este medio. La mayoría de sus usuarios son jóvenes, en
torno al 67%, y las informaciones obtenidas mediante entrevistas personales
muestran que la principal motivación para su uso es que permite a los jóvenes
traspasar la rígida separación de género. Deborah Wheeler (2006) entrevistó a
kuwaitíes de ambos sexos que estudiaban en Reino Unido y Estados Unidos y
descubrió que la mayoría utilizaba de modo habitual Internet para comunicarse
con el sexo contrario, en un país que separa a hombres y mujeres, incluso en
los cibercafés.

Una estudiante, Sabiha, explicaba que «Internet es tan popular entre los
jóvenes kuwaitíes porque resulta la manera más efectiva de comunicación
entre ambos sexos» (Wheeler, 2006: 148). En otra entrevista, Buthayna afirma
que «en muchas familias kuwaitíes, las chicas no pueden tener relaciones con
chicos, ni siquiera de amistad, y supongo que por eso acuden a Internet para
hacerlo, resulta un lugar “seguro”. Dado que ninguna de las dos partes conoce
a la otra, tienen más confianza para expresar sus intereses o sus ideas, sin
arruinar su reputación y sin que tenga consecuencias para s-u vida social»
(ibid.: 146). Otras mujeres informaron de que algunos de los chats han
adquirido «mala fama» por permitir conversaciones explicitas y el mero hecho
de visitarlos puede suponer que las jóvenes reciban el calificativo de
«indecentes».

El trabajo de Wheeler muestra en microcosmos la manera en que lo global


interactúa con lo local a través de Internet. Este medio ofrece claramente
nuevas oportunidades para la comunicación global, el intercambio de
información, la investigación y otras opciones; en este sentido constituye una
influencia a favor de la globalización. No obstante, su uso sigue estando
determinado parcialmente por el contexto nacional y las normas culturales
locales. Los jóvenes kuwaitíes de ambos sexos utilizan Internet para eludir
algunas de las reglas y tabúes de su sociedad, pero las normas locales sobre
género se reafirman con las interacciones sociales y de boca en boca, lo que
estigmatiza a algunos de los chats y a las chicas que los utilizan.
Wheeler concluye que no es probable que la cultura kuwaiti, de cientos de años
de antigüedad, se transforme fácilmente por el mero hecho de tener acceso a
los diferentes valores y creencias que circulan por Internet. El hecho de que
algunos jóvenes participen en chats globales no significa que la cultura kuwaití
esté adoptando las actitudes sexuales de Estados Unidos o incluso la manera
en que se relacionan cotidianamente los hombres y mujeres occidentales. La
cultura que en último término vaya a surgir como resultado de este proceso de
glocalización será reconociblemente kuwaití.

28
REFLEXIONES CRÍTICAS

Piense en algunos ejemplos en los que productos o marcas occidentales o la propia


cultura occidental hayan cambiado a culturas no-occidentales. A continuación, enumere
algunos casos en los que el ámbito local haya alterado significativamente la influencia
occidental. ¿Significa esa adaptación a lo local que las culturas indígenas pueden
defenderse a sí mismas frente a las fuerzas de la globalización?

El auge del individualismo

Aunque la globalización se asocia frecuentemente con las transformaciones


que tienen lugar dentro de «grandes» sistemas del mundo, como los
financieros, los de producción y los comerciales, así como con los relativos a
las telecomunicaciones, los efectos de la globalización se sienten también en el
ámbito privado. Este proceso no es algo que esté simplemente «ahí fuera»,
funcionando en un plano alejado que no se mezcla con los asuntos
individuales. La globalización es un fenómeno «interno» que está influyendo en
nuestra vida íntima y personal de muy diversas maneras. Inevitablemente, ésta
se ha ido viendo alterada a medida que las fuerzas globalizadoras entraban en
nuestro contexto local, en nuestra casa y en nuestra comunidad a través de
agentes impersonales —como los medios de comunicación, Internet y la cultura
popular— y también mediante el contacto personal con individuos de otros
países y culturas.

En nuestra época los individuos tienen muchas más oportunidades que antes
para configurar su propia vida. Hubo un tiempo en el que la tradición y la
costumbre ejercían una acusada influencia en la senda que tomaba la vida de
las personas. Factores como la clase social, el género, el origen étnico e,
incluso, el credo religioso podía cerrarles ciertas vías a los individuos y abrirles
otras. Ser el hijo mayor de un sastre, por ejemplo, probablemente significaba
tener que aprender el oficio del padre y seguir practicándolo durante toda la
vida. La tradición sostenía que. la esfera natural de la mujer era el hogar; su
vida e identidad las definían en gran medida las de su esposo o padre. En
épocas pasadas, la identidad personal de los individuos se formaba en el
contexto de la comunidad en la que nacían. Los valores, formas de vida y ética
predominantes en ella proporcionaban directrices relativamente fijas que las
personas seguían en su existencia.

Sin embargo, en las condiciones de la globalización, nos enfrentamos a una


tendencia que se orienta hacia un nuevo individualismo en el que los seres
humanos han de desarrollar activamente su propia identidad. Los códigos
sociales que antes guiaban las opciones y actividades de las personas se han
relajado considerablemente. Hoy en día, por ejemplo, el hijo mayor de un
sastre podría elegir entre una variedad de opciones a la hora de construir su
futuro y las mujeres ya no se ven relegadas al ámbito doméstico. Ahora son
mayoría dentro de la educación superior y entran a formar parte de la
economía formal en mayor número, con frecuencia ejerciendo carreras
atractivas. Muchos de los otros indicadores que configuraban la vida de las
personas han desaparecido.

29
La globalización nos está obligando a vivir de una forma más abierta y
reflexiva. Esto significa que estamos constantemente respondiendo al entorno
cambiante que nos rodea y ajustándonos a él. Incluso las pequeñas opciones
que tomamos en nuestra vida cotidiana —lo que nos ponemos, cómo
empleamos el tiempo libre, de qué manera cuidamos la salud y el cuerpo—
forman parte de un proceso continuado de creación y recreación de nuestra
propia identidad. Podemos concluir de una manera sencilla diciendo que,
actualmente, muchas personas de multitud de países han perdido el sentido
claro de pertenencia y han ganado libertad de elección. Que esto suponga o no
progreso es algo que forma parte del debate continuo sobre las ventajas e
inconvenientes de la globalización.

Conclusión: ¿Hacia una gobernanza global?


Al avanzar la globalización da la impresión de que las estructuras y modelos
políticos actuales no están bien equipados para gestionar un mundo lleno de
riesgos, desigualdades y desafíos que rebasan las fronteras nacionales. Cada
uno de los gobiernos, por sí solo, carece de capacidad para atajar la expansión
del sida, enfrentarse a los efectos del calentamiento global y el crimen
organizado, o regular los inestables mercados financieros. No existe un
gobierno global ni un parlamento mundial y no se vota en elecciones
transnacionales. Y, sin embargo,
en un día cualquiera, el correo postal atraviesa fronteras, las personas viajan de un país a otro
usando distintos modos de comunicación, se transportan bienes y servicios por tierra, mar, aire
y ciberespacio, y tiene lugar otra serie de actividades transfronterizas, todo ello de forma
razonablemente segura para las personas, grupos, empresas y gobiernos involucrados [...]
Esto nos plantea de inmediato una paradoja: en ausencia de un gobierno mundial, ¿cómo
funciona el mundo para crear normas y códigos de conducta, así como los instrumentos para
regular, vigilar y hace cumplir dichas normas? ¿Cómo se determinan, casi autoritariamente, los
valores que rigen en el mundo, que se aceptan como tales, sin un gobierno que los dictamine?
(Weiss y Thakur, 2010: 1).

La pregunta es pertinente, pero si reflexionamos veremos que en su


razonamiento mezcla gobierno con gobernanza. Mientras que el primero está
formado por una serie de instituciones con poder ejecutivo sobre determinado
territorio, la gobernanza expresa un concepto mucho menos tangible.
Precisamente por la ausencia de un gobierno global, o de cualquier perspectiva
futura del mismo, algunos académicos han reclamado una gobernanza global
más efectiva, con el fin de abordar los asuntos globales. Este concepto se
propone captar todas aquellas reglas, normas, políticas, instituciones y
prácticas a través de las cuales la humanidad global ordena sus asuntos
colectivos. En ese sentido, ya contamos con cierta gobernanza global gracias
al derecho internacional, los tratados multilaterales y las normas que rigen las
guerras y las resoluciones de conflicto presentes en instituciones como la ONU,
el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Sin embargo, gran parte
de esta arquitectura sigue siendo más inter-nacional que auténticamente
global, ya que fue diseñada en una época en la que prevalecía la competencia
entre los estados-nación, asumía que el Estado era el principal agente, y
dependía de las grandes potencias para hacer cumplir las leyes. El problema

30
es que, en la actualidad, los temas y los problemas globales han sobrepasado
al sistema internacional basado en el Estado.

En 1995, tras la desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, la


ONU publicó un informe titulado Our Global Neighbourhood, en el cual se
analizaban los nuevos desafíos a los que se enfrentaba la humanidad y los
modos de abordarlos. Sostenía que la gobernanza a escala global ya no podía
limitarse a las relaciones y los acuerdos entre gobiernos nacionales, sino que
debería incluir a ONG, movimientos ciudadanos, empresas multinacionales,
mundo académico y medios de comunicación de masas. Su versión de la
gobernanza global sugería «un proceso amplio, dinámico, complejo e
interactivo de toma de decisiones, en constante evolución, para responder a las
circunstancias cambiantes» (UN Commission on Global Governance, 2005
[1995]: 27). La integración de tan diferentes participantes supone que la
gobernanza global sea más inclusiva, participativa y democrática de lo que lo
eran las relaciones internacionales en el pasado y que sea preciso crear una
ética cívica global compartida.

Los argumentos a favor de una gobernanza global parecen sólidos, lo que no


significa que vaya a ser fácil lograrla. Tanto los estados-nación como las
grandes corporaciones compiten entre sí, y la pertenencia de los ciudadanos a
«sus» naciones es tanto una cuestión emocional como lógica o racional. Tal
vez las teorías de la globalización lleven implícita la superación del Estado-
nación, pero también podría ser que la propia globalización genere un contexto
en el que se intensifique la competencia en lugar de la cooperación.

Así pues, aunque parezca muy optimista, o incluso irrealista, hablar de ética
global y gobernanza por encima del Estado-nación, quizá estos objetivos no
sean tan fantásticos como pueda parecer a primera vista. Sin duda, la creación
de nuevas reglas y normas y de instituciones reguladoras más efectivas no
resulta inadecuada cuando la interdependencia global y el ritmo acelerado de
cambio nos une a todos más que nunca anteriormente. Lo cierto es que, si nos
fijamos en los fenómenos del terrorismo, los daños al medio ambiente y el
cambio climático, las redes criminales transnacionales, el tráfico de seres
humanos y la crisis financiera internacional, parece que cada vez es más
necesaria una mejor gobernanza global. Quizás el mayor reto para la
humanidad en el siglo XXI sea utilizar los organismos internacionales
existentes y trasladarlos al nivel global para rellenar las lagunas de
gobernanza.

31
ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Realice un resumen de la teoría de los sistemas mundiales de Wallerstein y evalúe su


capacidad de explicación en la experiencia de los países recién industrializados.

2. Escriba dos definiciones de globalización extraídas del texto. ¿Cree que son
necesariamente incompatibles? ¿En qué se diferencian del concepto de glocalización?
3. Enumere cuatro factores que contribuyan a la globalización contemporánea. Especifique y
explique si se tratan de carácter político, económico, sociocultural.
4. Cuál es la diferencia entre gobierno global y gobernanza global.

5. Elabore un vocabulario básico con los siguientes términos: globalización, glocalización,


TIC, economía electrónica, economía ingrávida, corporaciones multinacionales, ONG, OIG.
VIDEOS SOBRE EL TEMA
Documental: la globalización es buena. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=hBhMCtNaP9Y

32
LA GUERRA FRÍA
Ramón Villares y Ángel Bahamonde

Adaptación realizada de:


Villares, Ramón y Ángel Bahamonde (2017) El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI.
11ª. ed. Barcelona: Penguin Random House. Capítulo 11 La Guerra Fría. (páginas 323-345)

EL CONCEPTO DE GUERRA FRÍA

En 1947 Walter Lippmann, célebre periodista norteamericano, publicó un


libro titulado La guerra fría: un estudio de la política exterior de Estados
Unidos. Aunque no fuera el creador del término "guerra Fría", Lippmann
colaboró en divulgarlo hasta tal punto que se ha convertido en un concepto
clave para referirse a las relaciones, internacionales desde 1947 hasta la
década de los noventa. Pocos meses antes el británico Winston Churchill
había utilizado otro término que igualmente llegó a conseguir una triste
celebridad: "el telón de acero", es decir, la línea que tras la II Guerra Mundial
iba a separar dos bloques antagónicos, el este y el oeste, bajo la dirección,
respectivamente, de la Unión Soviética y de Estados Unidos.

Por guerra fría entendemos una situación de tensión continua que emerge
con fuerza de la inmediata posguerra y que va a enfrentar, en primer lugar, a
dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, para extenderse
posteriormente hasta adquirir una dimensión planetaria. En los años
cincuenta ya están perfectamente configurados dos bloques liderados,
respectivamente, por cada una de las potencias, con dos sistemas políticos,
económicos y sociales totalmente opuestos. Más allá de estos dos bloques se
encontraba un conjunto de países, en su mayoría pertenecientes al Tercer
Mundo, autoproclamados "no alineados"; esta denominación hacía referencia
al hecho de que no pertenecían a ninguno de los bloques, pero, en realidad,
sus respuestas siempre estuvieron condicionadas por la evolución global de
la guerra fría. De hecho, el neutralismo puro nunca existió, y la mayoría de los
países que se proclamaban como tales acabaron por aproximarse a alguno de
los dos bloques.

Aunque era un estado de tensión permanente, la guerra fría evitó confrontación


generalizada. Los casos de tensión extrema siempre se resolvieron por medio
de conflictos localizados, desarrollados en espacios más o menos lejanos de los
centros neurálgicos de las dos superpotencias. La tensión permanente puso en
marcha unas estrategias de acoso continuo al contrario que incorporaban la
amenaza militar constante —tanto convencional como nuclear—, la
confrontación ideológica y la guerra económica. La guerra fría fue algo más que
una cuestión que afectase a las relaciones internacionales de los últimos
cincuenta años: alteró profundamente el tejido social, económico y político del
conjunto de países que forman la sociedad internacional. Igualmente, alteró la
psicología colectiva de los pueblos, atemorizados por el miedo permanente a la

33
guerra nuclear y el odio al enemigo como último elemento de legitimación de
esta política bipolar. Así lo señalaba E. P. Thompson en su libro Protesta y
sobrevive.

La guerra fría significó una organización de las relaciones internacionales y


unas reglas del juego establecidas desde Washington y Moscú. Organización
hecha añicos en la década de los noventa y que todavía busca nuevas
alternativas. Siguiendo una cronología tradicional, cabe diferenciar tres etapas
en la evolución de la guerra fría. Un primer periodo, de "máxima tensión",
abarcaría desde 1947 hasta 1953 con dos escenarios principales, pero no
únicos: la crisis de Berlín, en 1947, y la guerra de Corea entre 1950 y 1953. El
fin del monopolio nuclear por parte de Estados Unidos, la muerte de Stalin y la
subida de Dwight D. Eisenhower al poder abrieron el segundo periodo, que se
extiende hasta el final de los años setenta, periodo denominado de
"coexistencia pacífica", en el que las reglas del juego entre Moscú y Washington
aparecen claramente fijadas y la negociación comienza a hacerse posible. Pero
todo ello está salpicado por conflictos de máxima intensidad, como la crisis de
los misiles cubanos en 1962 y la guerra de Vietnam, cuya máxima extensión se
produjo entre 1968 y 1975. La subida de Reagan a la presidencia de Estados
Unidos trajo consigo el "último rebrote" de la guerra fría. La ascensión de Mijaíl
Gorbachov al poder en la URSS, en 1985, y la posterior disolución del bloque
socialista significaron el final de la guerra fría.

Más allá de la política internacional, la guerra fría se convirtió también en una


cuestión de política interior. En algunos países el esquema bipolar se trasladó al
escenario nacional. Esta situación fue más intensa en los países situados en las
zonas de confluencia de los dos bloques. Por ejemplo, los partidos comunistas
de la Europa occidental nunca' pudieron acceder al gobierno, aunque sus
resultados electorales fueran elevados; el caso italiano sirve de paradigma. Las
disidencias eran duramente reprimidas o, según las situaciones, marginadas. En
la Europa oriental la guerra fría evitó las vías nacionales hacia el socialismo y,
además, ayudó a consolidar la nomenklatura soviética a costa de la represión de
revueltas como las de Polonia y Hungría en 1956 o la checoslovaca de 1968.
También fueron combatidas las disidencias en Estados Unidos: la "caza de
brujas" llevada adelante por el senador McCarthy, a principios de los años
cincuenta, es demostrativa de tal situación.

Cualquier instrumento era válido para sostener a gobiernos afines: presiones


políticas, ayuda militar, asistencia técnica, subvenciones económicas, hasta
llegar al grado último bajo la forma de intervención directa, bien provocando
golpes de Estado o invasiones militares. El rosario de estas prácticas sería
interminable de enumerar. Basten como ejemplo el derrocamiento de la
experiencia reformista de Salvador Allende en Chile en 1973, la caída de
Sukarno en Indonesia en 1965 o las intervenciones militares soviéticas en
Angola y Mozambique, además de los casos extremos de Vietnam y
Afganistán.

La guerra fría también ofrece una perspectiva económica. Ya hemos señalado


que la consolidación de los dos bloques estableció unos lazos económicos que
en Occidente significaron la consolidación del sistema capitalista y en el bloque

34
del este la del socialismo estalinista. Aquí se trata de hacer mención de la
importancia de la industria armamentística en el entramado económico
mundial. La situación de alarma permanente provocó que las exportaciones de
armamento se convirtieran en un negocio de suma importancia para los países
desarrollados. Los gastos militares se incrementaron continuamente en todas
partes, y suponían cada vez un mayor porcentaje del Producto Interior Bruto.
La carrera de armamentos tuvo unas consecuencias especialmente nocivas
para el Tercer Mundo. Mientras los países más ricos podían mantener
perfectamente un elevado gasto militar y un alto nivel de vida —"cañones y
mantequilla"—, los países pobres sustituían inversiones para el desarrollo y
gasto social por gastos militares. Todo ello generó una espiral que ayudó a
incrementar el descontento social en amplias áreas del planeta, el cual
rápidamente era interpretado dentro de la lógica de la guerra fría.

En el ámbito del pensamiento y la cultura la guerra fría también causó estragos.


Cualquier oposición, disidencia o reinterpretación fuera de los cauces oficiales
fue considerada como una infiltración alentada por el enemigo. Ser tachado
como "agente de Moscú" o del "imperialismo norteamericano" se convirtió en
norma, más allá de los movimientos u operaciones orquestadas desde Moscú y
Washington.

Un ejemplo convincente nos lo ofrece el nacimiento de las corrientes pacifistas


alternativas o verdes en Europa occidental, cuyos orígenes respondían a
demandas sociales, sobre todo determinadas por el miedo nuclear. Estados
Unidos siempre vio la mano de Moscú detrás de estos movimientos. Es cierto
que Moscú veía con simpatía dichos movimientos de resistencia, porque se
producían en el bloque enemigo, aunque no los tolerase en el suyo. No hay
que olvidar que la URSS legitimaba la existencia del bloque socialista como
garante de la paz y del derecho de los débiles frente a la agresión del
"imperialismo yanqui". Por el contrario, los movimientos por los derechos civiles
en los países del este de Europa —cuyo máximo exponente puede ser la Carta
77 tras la primavera de Praga de 1968— fueron valorados desde Moscú como
meras expresiones de operaciones encubiertas de la Central de Inteligencia
norteamericana (CIA), aunque también respondieron a demandas sociales. En
Europa oriental, Estados Unidos se presentaba como el defensor del mundo
libre.

LA GUERRA FRÍA Y LA PSICOLOGÍA DE LA DESCONFIANZA

Sin solución de continuidad, la guerra fría se encadenó con el fin de la II Guerra


Mundial. Pronto se demostró que la cooperación entre los aliados vencedores
resultaría imposible, lo que significaría el fracaso de las políticas pactadas en la
serie de conferencias habidas durante la II Guerra Mundial o de la configuración
de un sistema mundial de seguridad y cooperación basado en la Carta de las
Naciones Unidas En marzo de 1946 el embajador norteamericano en Moscú,
George F Kennan, envió un informe a Washington sobre la política exterior
soviética, recomendando a la administración estadounidense la contención firme
de las tendencias expansivas soviéticas. Así se popularizo otro término,
contención, que sería el pilar de lo que se ha denominado la doctrina Truman.
Por la parte soviética, Andrei Jdánov se convirtió en el primer ideólogo de lo que

35
vino a llamarse el "campo antiimperialista", es decir, la necesidad de contener
las ambiciones expansivas del imperialismo estadounidense y sus aliados.

Cada uno de los bloques enfrentados creó una institución para cubrir frentes de
distinta naturaleza abiertos durante la guerra fría. Se trata aspectos tales como
el espionaje, la guerra económica, el sabotaje, la guerra ideológica o el
derrocamiento de gobiernos no afines. Los soviéticos crearon el KGB (Komitet
Gosudarstvennoi Bezopasnosti) siglas con que se conoce al Comité de
Seguridad del Estado, que agrupaba a los servicios de seguridad de la Unión
Soviética. Esta institución, heredera de las anteriores GPU y NKYD, se creó
oficialmente en 1954 y dependía directamente del consejo de ministros de la
URSS. En su vertiente interior iba dirigida a combatir las "actividades
antisoviéticas", es decir, todas las disidencias. Su vertiente exterior sobrepasaba
las funciones de vigilancia de las fronteras para desarrollar una variada gama de
actividades en todo el mundo, incluidas las de infiltración o de influencia política
en forma de asesores. En cuanto a la citada CIA (Central Intelligence Agency)
norteamericana, fue fundada en 1947, y su radio de acción responde a las
mismas características que el KGB. Su vasto imperio la convertía en un Estado
dentro del Estado, pues abarcaba desde el mundo radiofónico o editorial hasta el
asesoramiento a gobiernos amigos. Los analistas relacionan a la CIA con
acontecimientos tales como el desembarco en Bahía Cochinos (Cuba) en 1961,
de Santo Domingo en 1965 o los golpes de Suharto en Indonesia en 1965
también, y el de los coroneles griegos en 1967; además se la relaciona con los
derrocamientos de Musaddaq en Irán (1953), el coronel Arbenz en Guatemala
(1954), Diem en Vietnam (1963) y el sabotaje al gobierno de Salvador Allende en
Chile entre 1970 y 1973, entre otros casos. Tanto el KGB corno la CIA dieron
lugar a una literatura de acción y espionaje cuyo máximo exponente ha sido
John Le Carré. Igualmente, el cine se ha inspirado en este tema: desde El tercer
hombre hasta El cuarto protocolo, pasando por algunas de las obras de
suspenso de Hitchcock, como Cortina rasgada. La filmografía del director Costa-
Gavras constituye otro notable ejemplo.

La base de la guerra fría fue la psicología de desconfianza entre la Unión


Soviética y Estados Unidos. Ambos países lideraban dos sistemas económicos,
sociales y políticos antagónicos que se habían coaligado provisionalmente ante el
peligro nazi pero que, antes o después, entrarían en colisión.

Bien puede decirse que el espíritu de la guerra fría había nacido en 1917. Por
parte soviética, la psicología del acoso procedía de la revolución de octubre de
aquel año. La política de cordón sanitario y la negativa a colaborar en el
desarrollo económico soviético fueron los elementos más significativos. Con la
llegada de Stalin, y el consiguiente viraje nacionalista, la teoría del acoso
exterior fue instrumentalizada en beneficio del poder absoluto de Stalin. A
pesar de que la doctrina del socialismo en un solo país abandonó el ideal de la
revolución mundial, las potencias capitalistas siguieron mostrando su recelo,
desconfianza y oposición al régimen soviético. Cuando terminó la II Guerra
Mundial los soviéticos heredaron esta memoria histórica, y toda su política
exterior estuvo encaminada a evitar cualquier forma de acoso. A ello se unía
una tradición secular, procedente del viejo Imperio zarista, por la que Moscú se

36
sentía con el derecho a influir o intervenir en la cuenca danubiana y en los
Balcanes.

Por parte estadounidense, la psicología de la guerra fría encuentra sus raíces


en realidades políticas y económicas. A ojos de Washington, Europa estaba
debilitada, por no decir exhausta, como consecuencia del conflicto bélico.
Francia y Gran Bretaña parecían muy frágiles respecto de su poderío de
preguerra, incapaces, por tanto, de enfrentarse a la Unión Soviética. Para la
administración estadounidense el dominio del ejército soviético en toda Europa
oriental, así como la influencia y prestigio de los partidos comunistas en países
como Francia o Italia —que podían actuar como quinta columna de Moscú—,
resultaban los prolegómenos de una Europa roja sometida a la URSS. Fuera
de Europa, sobre todo en el continente asiático, el desplome de los imperios
coloniales podía concluir en un vacío de poder, del que podría sacar partido el
expansionismo comunista. Esta situación ponía en peligro la existencia de un
mercado mundial bien organizado y estable, que Estados Unidos necesitaba
para alimentar su economía.

La coalición aliada quedó rota entre 1945 y 1947. Los analistas han destacado
dos situaciones internacionales que colaboraron decisivamente a esta ruptura,
aunque más tarde se sucedieron otros acontecimientos que consolidaron el
enfrentamiento: el asunto iraní y la guerra civil griega. En 1941, Irán fue ocupado
por tropas soviéticas y británicas durante la contienda mundial. Se habían
comprometido a retirarse una vez finalizada la guerra, pero ambos países
intentaron sacar ventajas significativas de su ocupación en el momento de la
paz. Se entremezclan en este conflicto intereses estratégicos y económicos; se
consideraba a Irán como una excelente plataforma para una ulterior influencia
sobre el Próximo Oriente. Además, se trataba de un país muy rico en petróleo.
La estrategia británica se fundamentó en el control del gobierno de Teherán,
cuya debilidad para imponerse en el conjunto del país resultaba evidente. En
este contexto, la posición soviética se fue reforzando a la par que la británica se
debilitaba. El conflicto se resolvió con el apoyo de Estados Unidos, que obligó a
la retirada soviética.

La guerra civil griega entre los partisanos comunistas y los grupos monárquicos
arranca con el final de la II Guerra Mundial. La influencia comunista se fue
ampliando en todo el país hasta 1947 y su triunfo parecía solo cuestión de
tiempo. Los monárquicos recibían su apoyo de Gran Bretaña, mientras que la
guerrilla comunista lo obtenía de Yugoslavia e, indirectamente, de la Unión
Soviética, a través de Bulgaria En 1947 los británicos reconocieron su
incapacidad para resolver la situación. La masiva ayuda económica y militar
estadounidense, unida a los enfrentamientos en el seno del Partido Comunista
entre los partidarios de un comunismo nacional y los prosoviéticos, acabaron
por inclinar la balanza hacia los monárquicos conservadores. La cuestión
griega había interesado tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética, por
el valor estratégico de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, puerta del
Mediterráneo oriental y Turquía.

Irán y Grecia habían puesto de manifiesto la debilidad británica, y habían


reforzado la teoría estadounidense de una Europa susceptible de caer bajo la

37
órbita de Moscú. Comenzaba así el enfrentamiento bipolar. La situación quedó
agravada con la crisis alemana de 1947-1948, que aceleró la constitución de
los dos bloques antagónicos. Según los acuerdos de Yalta y Potsdam,
Alemania sería ocupada militarmente y dividida en cuatro zonas regidas por
Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética; la ciudad de
Berlín, inserta en la zona soviética, quedó dividida también en cuatro zonas de
ocupación. Una comisión de control aliado se encargaría de coordinar la
ocupación. Desde el punto de vista económico, se preservaba la unidad para el
pago de las reparaciones de guerra. A medio plazo se había previsto la
organización de un nuevo Estado alemán de base democrática, una vez
culminada la desaparición del nazismo.

Sin embargo, el proceso fue muy distinto. Los soviéticos fueron organizando
políticamente su zona de ocupación, al igual que hicieron los restantes aliados.
Además, los franceses se mostraban muy recelosos ante la prevista
reunificación alemana. El año 1947 fue el momento clave. Británicos y
estadounidenses integraron económicamente sus zonas, con la oposición
soviética y francesa. La conferencia de Londres, celebrada en 1948 e integrada
por Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y el Benelux, decidió la creación de
un Estado alemán, llamado República Federal Alemana, y la convocatoria de
una Asamblea Constituyente. En el mes de junio las tres zonas de ocupación
occidentales establecieron un sistema monetario común, diferente al de la zona
soviética. La respuesta soviética fue el bloqueo de la ciudad de Berlín, que duró
hasta octubre de 1949. La zona occidental, a pesar de las dificultades, quedó
abastecida a través de un formidable puente aéreo que Puso de manifiesto la
capacidad logística estadounidense.

El bloqueo de Berlín aceleró la formación de dos estados alemanes Y dejó en


punto muerto la reunificación. En septiembre de 1948 se reunió en Bonn el
Consejo Parlamentario, y el 8 de mayo de 1949 se aprobó la Ley Fundamental,
es decir, el texto constitucional de la República Federal Alemana. Hasta 1991,
con el fin de la guerra fría y el desmoronamiento del bloque soviético, Alemania
permaneció dividida en dos estados, hecho que coadyuvó decisivamente a la
configuración de los dos bloques. En poco tiempo los países que formaban
cada bloque caminaron hacia una mayor integración política y económica,
respaldada por un sistema militar y por un conjunto de alianzas
multilaterales y bilaterales.

Las bases del sistema del bloque occidental en Europa fueron dos: el Plan
Marshall y la OTAN. El Plan Marshall era un sistema de ayuda económica
dirigido a asegurar la reconstrucción de Europa occidental. Aprobado en abril
de 1948, proporcionó en cuatro años cerca de 13.000 millones de dólares, que
se repartieron entre diversos países europeos. El Plan Marshall aseguró el
liderazgo económico de Estados Unidos en su área, facilitó la propia expansión
de la economía norteamericana y fue determinante en los procesos de
integración económica europea. En cuanto a la Alianza del Atlántico Norte
(OTAN), tenía carácter militar y fue constituida en abril de 1949 por Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo,
Portugal, Noruega, Dinamarca e Islandia. Estaba dirigida a organizar la defensa

38
colectiva de los países firmantes. Años después se integraron Grecia y Turquía
(1952), la República Federal Alemana (1954) y; finalmente, España (1981).

Estados Unidos promovió igualmente grandes alianzas en otras zonas del


mundo. En 1947 se firmó el pacto de Río de Janeiro con los países de América
Latina; en 1954 se firmó el Tratado de Asia del Sureste (OTASE) por parte de
Gran Bretaña, Francia, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas, Tailandia, Pakistán
y el propio Estados Unidos. Un año después, en 1955, se firmó el pacto de
Bagdad (CENTO) entre Turquía, Irak, Irán, Pakistán y Gran Bretaña. Otros
acuerdos bilaterales estaban enfocados a completar el sistema; afectaron
sobre todo al área del Pacífico, siendo los más importantes los firmados con
Corea del sur (1953), Taiwán (1954) y Japón (1961). Este conjunto de pactos
permitió a Estados Unidos instalar un rosario de bases militares dirigidas contra
la Unión Soviética, creando un cerco que significaba el control de las
principales rutas del tráfico marítimo internacional para los norteamericanos. El
sistema de alianzas contemplaba, además de los aspectos militares, la
asistencia técnica y la ayuda económica, reafirmado así la posición de
liderazgo de Estados Unidos en el bloque occidental.

El bloque oriental se constituyó con una estructura similar, siempre partiendo


del hecho de la mayor debilidad económica de la Unión-Soviética con respecto
a Estados Unidos durante esta primera época de la guerra fría. El Consejo de
Ayuda Mutua Económica (CAME o COMECON) fue una de sus dos
organizaciones esenciales; era un sistema de integración económica formado
en 1949 por la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria,
Rumania, Albania y la República Democrática Alemana; posteriormente se
integraron Mongolia y Cuba, y Albania se retiró de la organización. Su
objetivo consistía en coordinar las políticas de planificación y la mutua
asistencia técnica y económica. El Pacto de Varsovia era la otra
organización esencial del bloque comunista. Se creó en 1955 y estaba
formada por la Unión Soviética junto a los países de la Europa oriental, con
la excepción de Yugoslavia. Albania también abandonó esta alianza en
1968.

DE COREA A VIETNAM

La guerra fría alcanzó, pues, dimensiones planetarias. Los focos de tensión se


extendieron a lo largo y ancho de mares y continentes. Cabe establecer una
jerarquía, sin embargo, y destacar los focos más duraderos y persistentes de
esta tensión generalizada: se trata de los espacios protagonistas. Los
principales conflictos se desarrollaron en el continente asiático —Corea,
Vietnam y la península de Indochina, Afganistán—, aunque el Oriente Próximo
fue otro espacio vital del conflicto, donde el futuro de Palestina, una cuestión de
alcance regional en principio, se articuló con el conflicto árabe-israelí.

Corea había estado ocupada por los japoneses durante la II Guerra


Mundial. En la cumbre de Yalta de febrero de 1945 se decidió la creación
de un comité de tutela para Corea integrado por Estados Unidos, la Unión
Soviética, Gran Bretaña y China. La declaración de guerra de la Unión
Soviética a Japón en agosto de 1945 posibilitó la entrada de tropas

39
soviéticas en el norte de Corea, desde Manchuria. El desplome final
japonés supuso la división efectiva del país en dos zonas de ocupación,
separadas por el paralelo 38: al norte los soviéticos, al sur los
estadounidenses. A pesar de que los aliados pretendían la reunificación del
país, el nacimiento de la guerra fría provocó la creación de dos estados
antagónicos dentro de la península coreana. Un nuevo ingrediente de
tensión vino determinado por el triunfo comunista en China, en 1949. Meses
después, el 25 de junio de 1950, el ejército norcoreano —adiestrado y
pertrechado por los soviéticos— atravesó el Paralelo 38 e invadió Corea del
Sur. Hubo que esperar hasta el 7 de julio para que el Consejo de Seguridad
de la ONU, del que estaba ausente la Unión Soviética, como protesta por el
no reconocimiento de la República Popular China, autorizara a Estados
Unidos a comandar una fuerza internacional que auxiliara al gobierno de
Corea del Sur. Estados Unidos interpretó este conflicto como el primer intento
de expansión del comunismo chino en Asia, apoyado por la URSS. La caída de
Corea en manos comunistas supondría, según la teoría del efecto dominó, una
cadena de conquistas que se extendería por todo el este asiático, incluido
Japón.

La primera fase de la guerra se caracterizó por el imparable avance del ejército


norcoreano; prácticamente llegaron a ocupar todo el sur, salvo una estrecha
cabeza de puente en torno al puerto de Pusan. El desembarco de las tropas de
la ONU en Inchon (próximo a Seúl) al mando del general estadounidense
MacArthur cambió el curso de la guerra y los norcoreanos tuvieron que
replegarse más allá del paralelo 38. En octubre de 1950 los norteamericanos
avanzaron hasta las cercanías del río Yalu, en las inmediaciones de la frontera
china, lo cual provocó la intervención masiva de la China Popular. MacArthur
solicitó entonces al gobierno estadounidense el bombardeo atómico de China y
fue destituido por su propuesta. A partir de ese momento la guerra siguió un
curso convencional, con ataques y contraataques que dejaron estabilizado el
frente en noviembre de 1951. El armisticio de julio de 1953 consagró en la
práctica la división de Corea en dos estados, siempre separados por el paralelo
38. Varios millones de vidas humanas habían sido inútilmente sacrificadas.
Estados Unidos puso de manifiesto en Corea que no iba a aceptar la
instauración de nuevos regímenes comunistas en Asia; como primera
consecuencia inmediata, reforzó a sus aliados en aquel continente, acelerando
la modernización de Japón y ampliando su apoyo económico y militar a la
China nacionalista de Taiwán. Corea fue, en gran medida, la antesala de
Vietnam.

La guerra de Vietnam fue el conflicto más sangriento y persistente de la guerra


fría. Durante la II Guerra Mundial el territorio indochino fue ocupado por los
japoneses; más tarde, en el momento de la capitulación nipona, el movimiento
de resistencia anticolonialista, el Vietminh —de inspiración comunista y dirigido
por Ho Chi Minh— ocupo el vacío de poder y proclamó la República Popular de
Vietnam en el norte del país. El sur, con capital en Saigón, fue tomado por el
ejército británico, que inmediatamente cedió el poder a los franceses como
antigua potencia colonial. Desde este momento Francia delineó una estrategia
con el objetivo de recuperar el norte y restablecer su dominio colonial en toda la

40
península de Indochina, esto es, el espacio ocupado por los actuales Vietnam,
Laos y Camboya.

La primera guerra de Indochina enfrentó a Francia con los guerrilleros del


Vietminh entre 1946 y 1954. Fue una guerra de recuperación colonial, que
desembocó en un conflicto tipo de la guerra fría. Este primer episodio culminó
con la derrota del ejército expedicionario francés en Dien Bien Phu, en 1954, lo
que significó la independencia para la península. Los acuerdos de Ginebra de
julio de ese mismo año diseñaron un programa de paz para el futuro de
Indochina basado en la división del territorio en tres estados independientes
(Vietnam, Laos y Camboya), su neutralidad y la división provisional de Vietnam
en dos zonas, divididas por el paralelo 17, hasta que unas inmediatas
elecciones libres reunificaran políticamente el país. En el norte se reconoció. el
régimen comunista de Ho Chi Minh.

Ho Chi Minh (Nguyen Tat Tan) (1890-1969)

Nacido en Annam septentrional en 1890, Ho Chi Minh era hijo de un pequeño funcionario annamita
caído en desgracia por su postura contraria a la potencia ocupante, por lo que pronto se familiarizó
con el discurso anticolonialista. Se trasladó a Europa en 1911, primero a Londres, instalándose luego
en París, donde entró en relación personal y doctrinal con los círculos socialistas. Su pensamiento
anticolonialista fue consolidándose en un ambiente intelectual propicio, editando el periódico El paria.
El impacto de la Revolución Rusa en el seno del socialismo europeo tuvo su plasmación en
Francia en el congreso de Tours de 1921. Ho Chi Minh participó en el congreso fundacional del
Partido Comunista Francés. En 1923 se trasladó a la Rusia soviética, convirtiéndose en agente de
la III Internacional en varios países asiáticos: prime-ro en China, hasta que fue expulsado en 1927;
luego en Siam y en Hong Kong, donde conoció las cárceles británicas. Desde finales de los años
veinte Ho empezó a alimentar y a organizar el anticolonialismo indochino.

La II Guerra Mundial creó las condiciones para afianzar la causa anticolonialista, sobre todo cuando
las autoridades francesas quedaron desplazadas por la ocupación japonesa de Indochina. En 1941
Ho Chi Minh fundó el Vietminh, eficaz plataforma ideológica y de agitación en pro de la
independencia, que agrupaba a sectores comunistas y nacionalistas y que caló hondamente en el
tejido social annamita. En 1945 la rendición japonesa y el inmediato vacío de poder fueron
aprovechados por el Vietminh para proclamar la República Independiente de Vietnam. Al primer
reconocimiento francés de la nueva situación le sucedió el rechazo y la guerra colonial con la
colaboración anglo-norteamericana. Vietnam había dejado de ser una cuestión bilateral entre
ocupante y ocupado para convertirse en espacio principal de la guerra fría. Por eso la aplastante
derrota francesa ante el Vietminh en Dien Biem Phu (1953) no significó el fin del drama vietnamita,
sino la conclusión de un triste preámbulo. Los acuerdos de Ginebra de 1954 no fueron respetados,
Vietnam quedó dividido y la presencia francesa fue sustituida por la presencia norteamericana.
Comenzaban así dos décadas de una guerra terrible que Ho Chi Minh no vio finalizar. Su entereza
y decisión, encerradas en un físico de apariencia frágil, hicieron mella a escala mundial, hasta
convertirse en una especie de mito interpretado en claves del combate de un David oriental y
paciente contra un Goliat desenfrenado. La honda de David estuvo bien servida por soviéticos y
chinos, hecho ilustrativo de la capacidad política de Ho para mantenerse equidistante ante la
controversia chino-soviética. Después de la guerra, y en homenaje al dirigente, Saigón fue
rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh.

Los acuerdos presuponían la preservación de los intereses económicos


franceses en la zona. Estados Unidos, sin embargo, pronto se mostró contrario
al espíritu de estos acuerdos: demasiado cercana la guerra de Corea, no
estaba dispuesto a tolerar un régimen comunista en Vietnam. Por ello inició
una estrategia de intervención, con objeto de sustituir a Francia como potencia
interesada en el área. El derrocamiento del emperador Bao-Dai en Vietnam del
Sur y la subida al poder de Ngo Dinh Diem, un hombre próximo a Estados
41
Unidos, constituyeron la primera fase de la operación. El nuevo gobierno del
sur se negó a poner en práctica los acuerdos logrados respecto de la
convocatoria de elecciones que posibilitaran la reunificación. Los expertos
estadounidenses habían considerado inevitable el triunfo electoral de Ho Chi
Minh, dada su popularidad y la ausencia en el sur de un tejido político con
capacidad para competir con el Vietminh. El 26 de octubre de 1955 quedó
proclamada la República de Vietnam del Sur. Surgían, por tanto, dos Vietnam,
que se arrogaban la representatividad exclusiva del pueblo vietnamita,
negando la legitimidad del contrario. Vietnam del Norte recibía el apoyo de
China y de la Unión Soviética, mientras que el sur lo recibía de Estados
Unidos y sus aliados. Aunque de forma Inestable, Laos y Camboya habían
llevado a la práctica los acuerdos de Ginebra y reorganizaban políticamente
sus territorios en un ambiente comprometido.

En suma, Estados Unidos había considerado que la neutralidad de Indochina,


tal como preveían los acuerdos de Ginebra, abría las puertas a la influencia
decisiva de la China comunista; pero, al elegir a un católico como gobernante
del sur, se enfrentó con las creencias budistas de la mayoría de la población.
En este clima de descontento resultaba muy complicado llevar a cabo la
creación y el adiestramiento de un ejército en el sur. Vietnam del Norte, por su
parte, intensificó su presencia con una estrategia tendente a aglutinar al
conjunto de la población bajo la égida del Vietminh. Así, el 20 de diciembre de
1960 quedó constituido el Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur,
con una presencia efectiva en todo el territorio.

La respuesta estadounidense fue doble. Por un lado, la ampliación de la ayuda


militar a Saigón con la creación, en enero de 1962, del primer mando
norteamericano en la zona; por otro, se obligó a los ocho millones de
campesinos a concentrarse en 7.000 aldeas estratégicas, con el fin de impedir
la influencia del Vietminh en el campo. Finalmente, el derrocamiento de Ngo
Dinh Diem permitió la subida al poder de la cúpula del ejército, que instauró
una dictadura militar. Todo ello sentó las bases para la intervención masiva por
parte de Estados Unidos; el 7 de agosto de 1964 el Senado otorgó plenos
poderes al presidente Lyndon B. Johnson en este terreno. Desde esta fecha la
implicación norteamericana fue creciendo en volumen e intensidad:
bombardeos desmesurados en Vietnam del Norte, guerra química, dislocación
de la sociedad vietnamita. En 1965 la guerra se extendió a Laos y
posteriormente a Camboya. En 1968 las tropas norteamericanas destinadas en
Vietnam alcanzaron la cifra de medio millón de hombres; sin embargo, la
consolidación de la guerrilla era incontestable, como demostró la ofensiva del
Tet en enero de 1968 y la ulterior creación del gobierno revolucionario
provisional de Vietnam del Sur.

En Washington se tomó conciencia de que la guerra no podía ganarse


militarmente. Además, la oposición al hecho bélico alcanzó su máxima
expresión en los propios Estados Unidos; a partir de 1968 este país se vio
obligado a modificar su estrategia: se redujo paulatinamente el número de
efectivos, se incrementaron los bombardeos aéreos y se expresó públicamente
la posibilidad de negociar con el régimen de Vietnam del Norte. La conferencia
sobre Vietnam celebrada en París entre febrero y marzo de 1973 sentó las

42
bases para la finalización del conflicto, en un momento en que ya era un hecho
la aproximación diplomática entre Estados Unidos y China Popular, tras la
incorporación de esta última a la ONU en 1971. En París se aprobó el fin de la
intervención militar estadounidense. El desenlace de la guerra quedo decidido;
las tropas de los revolucionarios vietnamitas entraron en Saigón en abril de
1975, a pesar de la resistencia a aceptar los acuerdos que opuso la cúpula
militar survietnamita. Pocos meses después la guerra también acabó en Laos y
Camboya. Estados Unidos había sufrido la mayor derrota militar de su historia.

LA COEXISTENCIA PACÍFICA

A mediados de los años cincuenta la guerra fría entre los dos bloques empieza
a tomar otro cariz. De forma lenta, aunque irreversible, Se va pasando de una
situación de extrema alarma a otra de coexistencia pacífica, que se va a
extender hasta finales de los años setenta. Tanto Estados Unidos como la
Unión Soviética tomaron conciencia de que era preciso convivir con el enemigo
y, por consiguiente, evitar confrontaciones que desembocaran en la guerra
nuclear. Las razones que explican este cambio en la estrategia global de la
guerra fría y en su evolución son variadas. Algunas tienen sus raíces en el
tiempo inmediato de la década de los cincuenta y otras hay que buscarlas en
momentos anteriores.

En primer lugar, habría que destacar las enseñanzas de la guerra de Corea. En


ella quedó reflejada la inviabilidad de las políticas al borde del abismo. Estados
Unidos había perdido el monopolio nuclear. El miedo a la guerra atómica ahora
era real, y se incrementaba por el aumento de la capacidad destructora de los
nuevos ingenios nucleares. La carrera de armamentos se sucedió con gran
rapidez. La Unión Soviética alcanzó el estatus de potencia nuclear a partir de
1949; en 1952 los estadounidenses experimentaron con éxito la bomba de
hidrógeno. En 1957 la URSS colocaba en órbita su Sputnik, el primer satélite
artificial, poniéndose a la cabeza de la carrera espacial y provocando el
consiguiente temor de la opinión pública estadounidense. Todos estos
acontecimientos eran elocuentes en torno a la vulnerabilidad del territorio
norteamericano a partir de un ataque con misiles desde la URSS o cualquiera
de sus países aliados.

A mediados de los años cincuenta tanto la Unión Soviética como Estados


Unidos poseían la suficiente capacidad nuclear para llegar a la destrucción total
en un conflicto. Sin embargo, el nacimiento de la coexistencia pacífica no
interrumpió, ni mucho menos, la carrera armamentística. Cada avance
estadounidense o soviético en el campo militar era inmediatamente respondido
con un esfuerzo técnico o estratégico del enemigo en la misma dirección. Así,
Estados Unidos tomó la delantera en la fabricación de submarinos atómicos,
en los que instalaron los cohetes Polaris a partir de 1959 y ante los que era
difícil defenderse a causa de su movilidad. Además, otros países
construyeron sus propias armas nucleares: Gran Bretaña, Francia, China,
India y Pakistán, hasta llegar en los años ochenta a una situación en que
numerosos países poseían la capacidad de crear su propio arsenal nuclear.

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Estados Unidos y la Unión Soviética, así como los dos bloques, entendieron
la necesidad de crear foros internacionales que se plantearan algún tipo de
ordenamiento en la carrera nuclear. De este modo el miedo nuclear estuvo
en la raíz de las primeras conferencias internacionales sobre limitación de
armamentos, conferencias que proliferaron desde mediados de los años
sesenta. La visita de Nikita Jruschov a Estados Unidos en 1959 y la
fracasada cumbre de París de 1960 representaron el símbolo de la
aproximación entre las dos grandes superpotencias. La desaparición de
Stalin en la Unión Soviética, en 1953, y la sustitución de Truman por
Eisenhower, un político más pragmático y realista, en Estados Unidos
colaboraron en este viraje. En el XX Congreso del PCUS, en 1956, el nuevo
líder soviético, Jruschov, condenó los excesos del estalinismo y planteó la
doctrina de la coexistencia pacífica. Estados Unidos comenzó a diseñar en
paralelo una política que sustituyera la respuesta nuclear preventiva.

Harry Truman

Importante político norteamericano que fue presidente de Estados Unidos desde 1945 a 1952.
Procedente de un ambiente de clase media, Truman inició su carrera política en las filas del Partido
Demócrata, y su nombre está asociado a los orígenes de la guerra fría. Senador por el estado de
Misuri en 1934, acompañó a Franklin D. Roosevelt como vicepresidente en las elecciones de 1944,
sucediéndole en la presidencia tras la muerte de este último, en abril de 1945. Una de sus primeras
medidas fue autorizar el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. Su
acción política ofrece líneas de continuidad con respecto a la gestión de Roosevelt en lo que
se refiere al intervencionismo en el exterior, aprovechando la posición de preeminencia
indiscutible de Estados Unidos después de la guerra. En marzo de 1947 el presidente
norteamericano hizo pública la denominada doctrina Truman, fundamento de la política
exterior norteamericana en el nuevo clima de la guerra fría: la contención del comunismo y la
prevención de la expansión soviética. Un intervencionismo dirigido a Europa, como espacio
principal, que se concretó inmediatamente en Grecia y Turquía, y que tomó cuerpo económico
en el plan Marshall de junio de 1947, para la ayuda a la reconstrucción de los países
europeos, y textura militar con el nacimiento de la OTAN en abril de 1949. Un cuadro de
alianzas que adquirió el rango de planetario a través de un sistema de pactos de carácter
regional que entremezclaban la ayuda económica y militar. En 1948, en la Conferencia de
Bogotá, había surgido la Organización de Estados Americanos.

La guerra de Corea (1950-1953) fue el momento de mayor fricción internacional de la época


Truman, dentro de una política de riesgo calculado que llevó al presidente a destituir al general
Mac Arthur en abril de 1951, cuando éste propuso el bombardeo atómico de las bases chinas de
Manchuria. En el plano interior, una espesa ambientación anticomunista fue atrapando a la
sociedad norteamericana, como preámbulo y preparación de la caza de brujas, definiéndose la
idea del ciudadano norteamericano leal que se proyectó en los decenios posteriores. En materia
social, la política Truman aunó el intervencionismo del gobierno en temas salariales y de
protección y las medidas represivas. La ley Talt-Hartley de 1947 dispuso la actuación
gubernamental frente a las posibles huelgas en las industrias básicas. Una enmienda de 1951
estableció la imposibilidad de la reelección de un presidente para un tercer mandato
consecutivo. La carrera política de Truman se cerró en noviembre de 1952 con la elección como
presidente del general Eisenhower.

La disciplina en el seno de los dos bloques fue cuestionada desde


mediados de los cincuenta. En el bloque oriental las revueltas de Polonia y
Hungría de 1956, y en este último caso la "invasión correctora soviética",
mostraron las primeras dificultades para mantener cohesionado el bloque.
La Primavera de Praga (Checoslovaquia, 1968) fue la manifestación más
acusada de estas disidencias. En el mundo occidental, la Europa
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reconstruida empezó a ser menos dependiente de Estados Unidos; el
boom económico europeo entre 1955 y 1965 contribuyó a crear un ambiente
de seguridad de la zona. Determinados países exigieron autonomía, siendo la
Francia del general De Gaulle el caso más sintomático. El nacionalismo
gaullista propugnó la doctrina de la tercera vía: la creación de una fuerza
disuasoria propia y el desarrollo de una política exterior equidistante de Moscú
y Washington. Francia abandonó el mando militar integrado de la OTAN entre
1965 y 1966, y actuó igualmente con el "pool del oro", bastión para la
estabilidad del dólar.

Aunque la República Popular China no formaba parte del Pacto de Varsovia,


las vinculaciones económicas, políticas, militares y técnicas entre China y la
Unión Soviética fueron muy estrechas hasta la muerte de Stalin. A partir de ese
momento el distanciamiento entre los dos colosos comunistas se fue ampliando
en todos los terrenos, hasta culminar con la ruptura definitiva en 1965. Desde
entonces China se convirtió en el principal referente para muchos movimientos
de liberación en países del Tercer Mundo, lo que debilitaba la posición
internacional de la URSS. La aparición de nuevos países en los foros
internacionales, como consecuencia de la descolonización en Asia y África,
provocó el creciente cuestionamiento de la estructura bipolar del mundo. Surgió
así el movimiento de los países no alineados, cuyo preámbulo estuvo en la
Conferencia de Bandung, en 1955, que tomó cuerpo institucional en la
Conferencia de Belgrado de septiembre de 1961.

La afloración de conflictos regionales que, aunque relacionados con el


enfrentamiento bipolar, escapaban de la dinámica propia de la guerra fría,
amenazaron el ordenamiento existente. El mejor ejemplo se encuentra en el
enfrentamiento árabe-israelí. En las conversaciones de Glassboro, en junio de
1967, el presidente norteamericano Johnson y el premier soviético Alexei
Kosiguin establecieron un principio de acuerdo para la resolución de estos
problemas regionales. De ahí surgieron los acuerdos de Camp David, que no
supusieron el final del conflicto.

La coexistencia pacífica tuvo un desarrollo peculiar. Se sucedieron grandes


crisis políticas en esa época, crisis que provocaron la apertura de negociaciones
en las que ambas superpotencias acercaban sus posiciones y llegaban a
acuerdos. Por tanto, la coexistencia pacífica se desenvolvió en la dialéctica
entre enfrentamientos localizados y negociaciones. Así, las sucesivas crisis de
Suez en 1956, la segunda crisis de Berlín entre 1958 y 1961, y la crisis de los
misiles cubanos de 1962 acabaron por desembocar en una mayor proclividad a
la negociación.

En la crisis del canal de Suez se entremezclaron la dinámica regional y la


guerra fría, junto con intereses económicos y estratégicos. En este caso, la
Unión Soviética y Estados Unidos condenaron la agresión franco-británica a
Egipto, que había nacionalizado el canal de Suez y lesionado los intereses de
Francia y Gran Bretaña en la región. Una colaboración táctica que permitió a
las dos superpotencias controlar el Oriente Próximo, en detrimento de las
mencionadas Francia y Gran Bretaña, antiguas potencias coloniales. Tampoco
llegó la ruptura con la segunda crisis de Berlín, iniciada cuando la Unión

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Soviética exigió el estatuto de ciudad libre, en 1958, en un momento en que la
República Democrática Alemana estaba sufriendo una sangría migratoria hacia
Occidente a través de la ciudad dividida. La crisis culminó con un importante
enfrentamiento político y con la construcción del muro de Berlín en agosto de
1961, hecho que no motivó una intervención occidental.

Mayor tensión provocó la crisis de los misiles en Cuba. Con el apoyo de la CIA
y del Departamento de Estado norteamericano, exiliados cubanos
desembarcaron en Bahía Cochinos con el fin de derrocar a Fidel Castro.
Ocurrió en abril de 1961. A mediados de 1962 los soviéticos comenzaron a
instalar en la isla cohetes de alcance medio que apuntaban hacia el corazón de
Estados Unidos: por primera vez bases nucleares soviéticas estaban sólo a
decenas de kilómetros del territorio estadounidense. La respuesta de los
norteamericanos al descubrir las bases fue tajante; el Consejo de Seguridad
Nacional se planteó tres supuestos diferentes de actuación: el bombardeo, el
desembarco o el bloqueo de la isla, opción por la que finalmente se inclinó el
presidente Kennedy. Las relaciones entre las dos superpotencias llegaron a un
extremo máximo de tensión, y el mundo temió que provocara el holocausto
nuclear. Por fin Jruschov dio marcha atrás y ordenó el regreso de los buques
soviéticos que se dirigían a Cuba con armamento nuclear.

El planeta había estado al borde del abismo, lo que demostraba, una vez más,
la necesidad de un espíritu de conciliación. La búsqueda de un espacio de
entendimiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos no admitía retrocesos.
En 1963 se instaló el célebre teléfono rojo entre Washington y Moscú, un
sistema de comunicaciones directas entre los líderes de ambas superpotencias
para buscar salidas negociadas en los momentos de máxima tensión. La
coexistencia pacífica cristalizó en un conjunto de acuerdos bilaterales y de
conferencias internacionales entre las dos superpotencias y entre los dos
bloques, con el fin de establecer el nuevo modus vivendi. Se trataba de
encontrar cauces Para una mayor cooperación económica y técnica, pero, sobre
todo, de regular la carrera armamentística, especialmente en su vertiente
nuclear. El Tratado de Moscú de 1963 prohibió las explosiones nucleares en la
atmósfera; en 1968 se aprobó el Tratado de No Proliferación Nuclear, que
intentaba impedir el acceso a las armas atómicas para nuevos países. También
comenzaron las negociaciones sobre armamento nuclear estratégico en los
acuerdos SALT.

Una vez asegurado el contacto permanente entre las dos superpotencias, la


práctica de las negociaciones alcanzó al conjunto de los dos bloques, o a parte
de ellos, con especial importancia en el ámbito europeo. La principal iniciativa
partió de Alemania. En 1969 ascendió a la Cancillería de la República Federal
Alemana el socialdemócrata Willy Brandt, partidario de una apertura hacia el
este. Su política de acercamiento se denominó Ostpolitik y se materializó en
varios acuerdos: tratado con la Unión Soviética en agosto de 1970; tratado con
Polonia en diciembre del mismo año; con la República Democrática Alemana en
diciembre de 1972, lo que suponía un mutuo reconocimiento, y con
Checoslovaquia a finales de 1973. La República Federal Alemana se
comprometía a no utilizar la fuerza para alterar las fronteras surgidas tras la II
Guerra Mundial.

46
En julio de 1973 se inició en Helsinki la Conferencia sobre Seguridad y
Cooperación Europea (CSCE), con la participación de todos los estados
europeos salvo Albania, además de Estados Unidos y Canadá. El espíritu de
Helsinki procuraba crear un foro permanente que fomentara la cooperación y el
entendimiento en todos los ámbitos, así como la promoción de los derechos
humanos. La CSCE creó una serie de organismos estables y reuniones
plenarias que se celebraron en Belgrado (1977-1978), Madrid (1980-1983) y
Viena (1986-1989). Igualmente, en 1973, dieron comienzo las negociaciones
entre la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia sobre la "reducción mutua y
equilibrada de armamentos"; las negociaciones se extendieron hasta 1988 sin
lograr resultados relevantes.

REBROTE Y FINAL DE LA GUERRA FRÍA

La guerra de Vietnam debilitó la posición de Estados Unidos en el mundo. En el


interior, la derrota se interpretó como un síntoma de decadencia; en el exterior,
el papel hegemónico de Estados Unidos quedó cuestionado, y los países no
alineados condenaron mayoritariamente la actuación estadounidense. Su
liderazgo económico también quedó maltrecho; la crisis monetaria —cuyo
máximo exponente se sitúa en 1971, cuando el dólar abandonó de hecho las
reglas del Sistema Monetario Internacional— y la crisis del petróleo que
comenzó en 1973 produjeron una marcada recesión en el mundo occidental,
ámbito donde Japón y la Comunidad Económica Europea emergían como
serios competidores de Estados Unidos. Para la Unión Soviética, sin embargo; la
situación era diferente. Salió reforzada del conflicto vietnamita, a pesar de que
su apoyo a Vietnam del Norte o a las guerrillas del sur fue inferior al que prestó
China. El "desorden económico capitalista", fruto de la crisis de 1973, alimentó
el optimismo, conformando un ambiente en el que la nomenklatura soviética se
planteó seriamente tomar la delantera en la confrontación bipolar.

Entre 1977 y 1985 el mundo asistió a un rebrote de la guerra fría cimentado en


nuevas tensiones y en el incremento de la carrera de armamentos, sobre todo
en su vertiente nuclear. La estrategia soviética persiguió alcanzar la hegemonía
militar. En 1977 la URSS desplegó por su territorio europeo y asiático los misiles
SS-20 de 5.000 kilómetros de alcance y provistos de tres cabezas nucleares;
esto suponía la amenaza directa a los territorios de Europa occidental. Al mismo
tiempo creció su presencia en el Tercer Mundo: sus intervenciones en Etiopía,
Angola, Mozambique y, especialmente, Afganistán son los casos más re-
presentativos. La intervención militar en Afganistán fue muy parecida a la de
Estados Unidos en Vietnam, tanto por los medios empleados como por los
efectos logrados. La justificación de la invasión estuvo en la petición de ayuda
por parte de un gobierno amigo, que era incapaz de controlar a las guerrillas
opositoras. La Unión Soviética invocó el principio de la solidaridad socialista con
un régimen afín. La trama del conflicto se desarrolló durante diez años, a base
de una compleja guerra civil. El fracaso continuado de las tropas soviéticas, con
el consiguiente sacrificio de hombres y recursos, provocó su desprestigio
internacional. El desenlace fue la retirada en derrota, lo que tuvo asimismo
enormes repercusiones en el interior de la URSS. Precisamente la guerra fue

47
una de las claves, aunque no la única, del recambio político planteado por
Gorbachov desde 1985.

Por parte norteamericana, el rebrote de la guerra fría tuvo como capital


protagonista al presidente Ronald Reagan, vencedor en las elecciones de 1981
con un programa dirigido a superar las secuelas de Vietnam y restablecer la
hegemonía estadounidense: el rearme psicológico, económico y militar del país.
Resulta significativo el drástico incremento del gasto militar de Estados Unidos
hasta 1986; dentro de los gastos militares destacó el desarrollo de un nuevo
programa, la iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como
"guerra de las galaxias". Tenía como objetivo la creación de un escudo espacial
que protegiera el territorio norteamericano de los misiles soviéticos. A pesar de
todo, este nuevo aumento de la tensión no dañó excesivamente el espíritu de la
coexistencia pacífica, como pone de manifiesto la continuación de las
conferencias internacionales de control de armamentos.

La subida de Mijaíl Gorbachov al poder en la Unión Soviética en 1985 significó


un punto de inflexión en el curso de la guerra fría. Además de las reformas
internas, Gorbachov intensificó una política de diálogo con Estados Unidos,
bien recibida en Washington. Ambos países mostraban señas inequívocas de
agotamiento. En la Unión Soviética el optimismo daba paso a la toma de
conciencia del bloqueo del sistema, sobre todo en su vertiente económica; en
Estados Unidos la expansión económica de la era Reagan mostraba síntomas
de debilidad, a cuenta del incremento masivo del doble déficit: presupuestario y
de la balanza de pagos. Poco a poco la normalización fue una realidad entre
ambas superpotencias.

Por parte soviética la nueva estrategia se basó en el abandono progresivo del


Tercer Mundo, encontrando el punto culminante en 1989, con la retirada del
ejército soviético de Afganistán. Además, se normalizaron las relaciones con
China, siendo la cumbre de mayo de 1989, entre los máximos dirigentes de
ambos países un momento emblemático de este proceso. La guerra fría tocaba
a su fin, una conclusión que se aceleró con la desintegración del bloque soviético
a finales de los años ochenta. Su mayor símbolo en Europa, el muro de Berlín,
fue derribado en noviembre de 1989. A partir de entonces, el control de Moscú
sobre los países del este de Europa fue disolviéndose aceleradamente, sobre
todo en Polonia, Checoslovaquia y Hungría. En 1991 desapareció el Pacto de
Varsovia, aunque no la OTAN, todavía vigente.

El fin de la guerra fría, en definitiva, es fruto del desplome del sistema soviético,
pero también de otras variables. El sistema de confrontación bipolar en su estado
más puro había entrado en crisis anteriormente, debido al estallido de conflictos
regionales en el área tercermundista que escapaban a la lógica de la guerra fría,
aunque se relacionasen con ella. Además, resultaba imposible mantener
económicamente, ya desde los años ochenta, la costosa carrera armamentística
nuclear. Si en épocas anteriores la carrera de armamentos había constituido un
acicate para el crecimiento económico, ahora amenazaba con bloquear las
economías, aunque, paradójicamente, el desarrollo de la guerra fría había
colaborado decisivamente a la expansión de la revolución científico-técnica.
Añadamos, por último, un elemento de vital importancia en la crisis final de la

48
guerra: nos referimos al incremento del pacifismo y del antimilitarismo en la
opinión pública de ambos bloques, fenómenos que en el caso occidental provocó
el resurgimiento de los movimientos y organizaciones del movimiento por la paz,
que influyó notablemente en la toma de decisiones gubernamentales a este
respecto, sobre todo en aquellos países donde estaban instalados los
euromisiles, como la República Federal Alemana y Holanda.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Qué entendemos por “psicología de la desconfianza”?


2. Además del terreno político, ¿en qué otros campos se desarrolló la Guerra Fría?
3. Identifique y explique escenarios de conflicto y tensión.

 Elabore una “línea de tiempo” considerando las fases de la “Guerra Fría”.


 Analice el siguiente video: Discurso de Winston Churchill en la Universidad de Fulton
(1947), el “Telón de acero”: https://youtu.be/SFUqeh3P71w

49
LAS REFORMAS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA HACIA EL
FINAL DE LA GUERRA FRÍA
(1985-1991)

Gabriel García Higueras

Adaptación realizada de:


García Higueras, Gabriel (2015). Historia y perestroika. La revisión de la historia soviética en
tiempos de Gorbachov (1987-1991). Huelva: Universidad de Huelva. (páginas 63-78, 101-111
y 199-217)

1. El advenimiento de las reformas

El 12 de marzo de 1985, la prensa internacional informaba en sus primeras


planas del relevo acontecido en el Kremlin el día anterior. La muerte del
anciano Konstantín Chernenko clausuraba una etapa de la historia política
soviética. En una sesión extraordinaria, el Comité Central del Partido
Comunista de la URSS eligió por unanimidad a Mijaíl Gorbachov, a la sazón el
más joven de los miembros del Politburó. La prensa destacaba del líder electo
que “no vivió la Revolución de Octubre ni la era estalinista”. Este factor, aunado
a su rauda designación, parecía ser signo de la apertura hacia una nueva era
de actuación política1. Su elección fue vista con expectativa en el mundo;
además por haber acaecido en la víspera de las negociaciones sobre armas
nucleares celebradas en Ginebra.

Mijaíl Serguéievich Gorbachov nació en el pueblo de Privolnoie, región de


Stávropol (norte del Cáucaso), en el seno de una familia campesina, el día 2 de
marzo del año 1931. Durante los años que cursó estudios en la Facultad de
Derecho de la Universidad Estatal de Moscú, fue el organizador del Komsomol
(Liga de la Juventud Comunista) universitario, y en 1952 se convirtió
oficialmente en miembro del Partido Comunista. Se licenció en Derecho con
altas calificaciones, en 19552 y retornó a su región natal, donde haría carrera
en el Komsomol local hasta ascender a primer secretario de la organización
regional, en 1960. También alcanzó la dirección del Partido en Stávropol, en
1966, y el segundo cargo en importancia del comité del Partido dos años
después. En 1970, Gorbachov resultó elegido primer secretario del Partido en
la antedicha región, y en el XXIV Congreso fue elevado a miembro de pleno

1
El editorial de El País describía así a Gorbachov: “No es un aparatchik, un hombre de
aparato; ha estudiado derecho e ingeniería. Ha cosechado los éxitos –gracias a los cuales se
ha convertido en un dirigente nacional– en la agricultura, en la producción. Ha ido a la política
desde la gestión de empresa. Es lógico suponer que representa no sólo a una nueva
generación, sino a esos sectores de profesionales, científicos y técnicos sometidos hoy en gran
medida a jerarcas del aparato, pero que son indiscutiblemente los que pueden promover un
proceso modernizador”. Editorial “Una nueva generación al frente de la URSS”. El País, 12 de
marzo de 1985, p. 14.
2
Lenin y Gorbachov han sido los únicos dirigentes en la historia de la URSS que obtuvieron un
título universitario; además, coincidentemente, en la misma especialidad: Derecho.

50
derecho en el Comité Central. En el desempeño de sus responsabilidades en
calidad de primer secretario, gozó de una sólida reputación de honradez y
energía. En 1978 fue convocado a Moscú para ocupar el puesto de secretario
encargado de agricultura en el Comité Central. Su ascensión meteórica en el
Partido prosiguió al ser elegido miembro del Politburó un año más tarde3.
Cuando Yuri Andrópov, antiguo jefe del KGB (Comité para la Seguridad del
Estado), asumió el poder en noviembre de 1982, designó a Gorbachov
secretario del Comité Central responsable de la Ideología, cargo que se
consideraba, de manera extraoficial, el segundo en relevancia dentro del
Partido. A la muerte de Andrópov en febrero de 1984, se eligió a Konstantín
Chernenko para sucederlo. Gorbachov se hallaba muy próximo al nuevo
dirigente hasta que, a la muerte de aquél, fue elegido secretario general del
Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.

En sus primeros discursos, el flamante líder esbozó la línea política y los


objetivos de su gobierno, destacando entre algunas de sus prioridades: la
elaboración colectiva de la política del Partido, la aceleración del desarrollo
económico y social del país, la atención prestada a “la iniciativa y la capacidad
creadora de las masas” como centro de interés, y el establecimiento de una
política exterior basada en los principios de la coexistencia pacífica4.

Expresión de la nueva orientación política fue el Pleno del Comité Central del
PCUS, en abril de 1985. En el informe presentado, Gorbachov expuso un
panorama crítico de la situación interna de la URSS: estancamiento económico,
dificultades en el abastecimiento y retraso tecnológico creciente. Ante ello,
propuso la aceleración del desarrollo socioeconómico, que requería de una
estrategia económica con miras a intensificar la productividad y la
modernización del aparato productivo. Así también, se mostró dispuesto a
emprender medidas para combatir la corrupción, el anquilosamiento y los
excesos de la burocracia5.

Las declaraciones de la moderna dirigencia soviética fueron seguidas de otras


manifestaciones que ponían de relieve el nuevo diseño de la política nacional e
internacional de la superpotencia. En tal sentido, debe destacarse la iniciativa
de Gorbachov encaminada a concertar acuerdos internacionales en materia de
limitación de las armas nucleares. De este modo, anunció en abril de 1985 la
inmediata suspensión del despliegue de misiles soviéticos de alcance medio en

3
En una biografía de Gorbachov, publicada en los Estados Unidos, se destacaba de su
proceder político en aquellos años las siguientes cualidades personales: “A Gorbachov le
faltaban visiblemente las dos características típicas de los burócratas soviéticos de alto nivel de
entonces: no era arrogante ni corrupto. De hecho, y a diferencia de muchos políticos soviéticos,
siempre se mostraba amable, una cualidad que ha mantenido y que se ha convertido en una de
sus mejores armas como estadista mundial. Su encanto personal resultó muy efectivo para
vencer toda oposición y rivalidad dentro de la Unión Soviética…” EDITORES DE TIME:
Gorbachev: una biografía íntima. Ediciones B, Barcelona, 1988, p. 86-87.
4
El País, 14 de marzo de 1985 en línea Consulta: 16 de marzo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/GORBACHOV/_MIJAIL_/URSS/CHERNENKO/_K
ONSTANTIN_/URSS/UNION_SOVIETICA/PCUS/rapida/eleccion/Gorbachov/suceder/Chernenk
o/signo/renovacion/politica/Union/Sovietica/elpepiint/19850312elpepiint_19/Tes)
5
EFE (abril 26), El Comercio, 27 de abril de 1985, sección B, p. 2.

51
Europa, y expresó su confianza en que Estados Unidos respondiera con un
gesto semejante6.

Por otro lado, en el proyecto de programa del Partido trazado en octubre de


ese año, se afirmaba que la única perspectiva en las relaciones entre Estados
con sistemas diferentes era la coexistencia pacífica, al tiempo que aseguraba la
sustitución inevitable del capitalismo por el socialismo. La finalidad del
documento era "la mejora planificada y plurilateral del socialismo para el
avance de la sociedad soviética hacia el comunismo mediante el desarrollo
socioeconómico acelerado"7.

A este respecto, se debe subrayar que, a diferencia del programa elaborado en


la época de Nikita Jruschov, en 1961, destinado a la "construcción de la
sociedad comunista", en el citado documento partidista el comunismo dejaba
de ser la tarea "directa y práctica" para convertirse en un objetivo a largo plazo.
Por otra parte, merece destacarse que el referido borrador excluía 10 párrafos
del proyecto de 1961 que situaban la experiencia de la URSS como modelo
para la construcción del comunismo. Contrario sensu, se afirmaba ahora, de
modo pluralista, que la experiencia acumulada en las pasadas décadas
"demuestra de forma patente la diversidad del mundo del socialismo"8.

Junto con las declaraciones citadas, empezó a emplearse un término para


designar el pensamiento político que comenzaría a regir en el país: perestroika,
voz rusa cuyo significado es “reestructuración”. Tal vocablo adquirió carta de
ciudadanía en el escenario mundial y fue moneda corriente en el lenguaje de la
prensa.

El impulso efectivo que se confirió a la perestroika provino del XXVII Congreso


del PCUS, celebrado entre febrero y marzo de 1986. En el informe político del
Comité Central, Gorbachov expuso el proyecto del nuevo programa del PCUS y
las orientaciones fundamentales de la economía nacional. Se buscaban
soluciones a partir de las “ventajas y posibilidades” del régimen socialista, y
apelaba al espíritu creador e innovador de los miembros del Partido ante la
situación económica y política en la que se hallaba la Unión Soviética.

Este informe delineaba las dos dimensiones de la perestroika: la económica y


la política. En la primera, se acometió un balance del desarrollo
socioeconómico y se precisó que, tras el crecimiento económico de los años de
la posguerra, en la década de 1970 acrecieron las dificultades de la economía
nacional, y se ralentizó visiblemente el ritmo del crecimiento. Ante tal situación,

6
El País, 8 de abril de 1985 en línea Consulta: 16 de marzo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/portada/Gorbachov/anuncia/suspension/despliegue/misiles/Eur
opa/elpepipri/19850408elpepipor_3/Tes
7
BONET, P. [corresponsal en Moscú]: “La coexistencia pacífica y el socialismo, tesis clave del
proyecto de programa del PCUS”. El País, 26 de octubre de 1985 en línea Consulta: 23 de
abril de 2008.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PCUS/COMUNISMO/coexist
encia/pacifica/socialismo/tesis/clave/proyecto/programa/PCUS/elpepiint/19851026elpepiint_12/
Tes
8
Ibídem.

52
el informe sostenía que el rumbo estratégico coadyuvaría a la aceleración del
desarrollo socioeconómico del país9.

En este ámbito, se sostenía que la reforma no se limitaba a las


transformaciones en el terreno económico (intensificación de la producción
sobre la base del progreso científico-técnico, reformas en la economía, formas
eficientes de gestión económica, organización y gratificación del trabajo), sino
que comprendía una política social dinámica y la aplicación de los principios de
justicia socialista. Ello presuponía el perfeccionamiento de las relaciones
sociales y la renovación organizativa de las instituciones políticas e
ideológicas10.

La segunda dimensión de la perestroika, la política, se concebía en términos de


democratizar la sociedad y profundizar la “autogestión socialista del pueblo”.
Así, tal documento aseguraba que “la aceleración del desarrollo de la sociedad
es inconcebible e imposible sin el continuo avance de la democracia socialista,
de todos sus aspectos y manifestaciones”11. Habida cuenta de ello, se incluían
medidas como la reactivación de un conjunto de organizaciones, entre ellas los
soviets, los sindicatos y el Komsomol.

Finalmente, fueron establecidos los objetivos y orientaciones fundamentales de


la estrategia del Partido en política exterior, encaminada a “la lucha contra el
peligro nuclear y la carrera de armamentos, por mantener y consolidar la paz
universal”12. Ante la amenaza de guerra nuclear, proponía en el campo de las
relaciones con el bloque capitalista establecer “una interacción constructiva y
creadora de los Estados y pueblos a escala global”13.

A lo precedente se incorporaba un tercer factor de la reestructuración: expresar


“franca y honestamente al partido nuestras deficiencias en la actividad política y
práctica, las tendencias desfavorables que se observan en la economía y en la
esfera social y cultural, y las causas de tales fenómenos”14. Este último
componente de la política gorbachoviana constituyó lo que más tarde se
designaría como glásnost (transparencia, en ruso).

En la esfera ideológica, Gorbachov reivindicaba la doctrina oficial del régimen,


es decir, el marxismo-leninismo (así lo manifestó en múltiples discursos). Éste
era la fuente ideológica de la concepción contemporánea referente a la política
del Partido, apreciando el marxismo en cuanto “teoría auténticamente científica
de desarrollo social que expresa los intereses cardinales de los trabajadores y
los ideales de justicia social”15.

9
En cuanto a la aceleración económica se estimaba que, de 1986 al año 2000, la renta
nacional debía duplicarse; esto suponía un crecimiento de 5% por año. Véase LAVIGNE, M.:
“La economía soviética, del XI (1981-1985) al XII plan quinquenal (1986-1990)”. Encuentro.
Selecciones para Latinoamérica, nº 49, [1988], p. 59.
10
Véase GORBACHOV, M.: Informe político del Comité Central del PCUS al XVII Congreso de
Partido. Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1986, p. 28.
11
Ibídem, p. 70.
12
Ibídem, p. 82.
13
Ibídem, p. 26.
14
Ibídem, p. 4.
15
Ibídem, p. 5-6.

53
Cabe referir, en este dominio, que el líder de la URSS, durante la aplicación de
las reformas socioeconómicas, estableció una ligazón entre la perestroika y la
herencia ideológica de Lenin y la Revolución de Octubre. Tanto mayor era este
vínculo cuanto que hizo del ideal de “volver a Lenin” uno de los principios
esenciales de su programa.

A este propósito, Gorbachov expuso en su libro Perestroika, impreso en Moscú


en noviembre de 1987:

“Las obras de Lenin y sus ideales del socialismo siguieron siendo para nosotros una
fuente inextinguible de pensamiento dialéctico, creativo, riqueza teórica y sagacidad
política. Su misma imagen es un ejemplo imperecedero de elevada fuerza moral, una
cultura espiritual versátil y una generosa devoción a la causa del pueblo y del
socialismo. Lenin vive en las mentes y corazones de millones de personas. Derribando
todas las barreras levantadas por académicos y dogmáticos, el interés en el legado de
Lenin y la sed de conocerlo mejor en el original crecieron a medida que se acumulaban
los fenómenos negativos en la sociedad.”16

Del legado teórico de Lenin no se reivindicaba íntegramente la armazón


ideológica de su pensamiento; antes bien, fueron extraídas aquellas ideas que
concernían a la construcción del socialismo a partir de la introducción de la
Nueva Política Económica (NEP), en 1921, es decir, los puntos de vista que el
caudillo bolchevique expresara en los postreros años de su vida17.

Esta aprehensión parcial de las concepciones de Lenin sirvió de fundamento a


la perestroika a efectos de establecer las reformas socioeconómicas bajo la
invocación continua del pensamiento dialéctico y creativo del padre del Estado
soviético. Se pretendía que el sistema funcionara apelando a la concepción del
socialismo preconizada por Lenin y, por esta vía, superar las deformaciones del
estalinismo. Por lo tanto, la doctrina del régimen se adaptaba a la realidad
socioeconómica y política y a los objetivos trazados por el ala reformista de la
burocracia. Había, pues, una utilización pragmática de la ideología. Ello nos
remite, por otra parte, a uno de los contenidos políticos esenciales de la
perestroika: la profundización del socialismo.

16
GORBACHOV, M.: Perestroika. “Nuevo pensamiento para mi país y el mundo”. Editorial La
Oveja Negra, Bogotá, 1988, p. 23.
17
Gorbachov hizo referencia a los últimos escritos de Lenin. Para comprender mejor el valor
asignado a estos textos, reseñaremos en breve lo tratado en dos de ellos. En el artículo “Sobre
la cooperación” (1923), Lenin refiere que el régimen social cooperativo, en el contexto de la
propiedad social de los medios de producción, se identifica con el desarrollo del socialismo (la
comprensión de la importancia de las cooperativas condujo a Lenin a reconocer que este
camino implicaba un "cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo").
En otro artículo –el último que escribió–, titulado “Más vale poco pero bueno” (1923), Lenin
criticaba el funcionamiento del aparato del Estado soviético y reflexionaba sobre la manera de
luchar contra sus deficiencias. Precisamente estos enfoques leninistas se revelaban actuales
en la perestroika, dada la promulgación de la Ley sobre la Empresa Estatal que activaba la vida
de las colectividades laborales; existía también el proyecto de Ley de Cooperativas en la
URSS. En cuanto a la lucha contra la burocracia, halló reflejo en la Ley sobre la participación
del pueblo, disposición que normaba la participación del trabajador en la administración de la
sociedad y del Estado, contribuyendo con ello a la democratización de la vida social.

54
Cierto criterio, ampliamente extendido, sostenía que la perestroika equivalía a
un repliegue hacia las posiciones del capitalismo, entendiendo por ello que las
medidas impulsadas en la URSS pretendían el abandono del régimen socialista
y la introducción de la economía de mercado. Antes, al contrario, lo que se
perseguía era el apartamiento de un modelo rígidamente centralizado –
implantado en los años treinta– que fuera reemplazado por otro
económicamente más eficiente: un socialismo de democracia económica y
política18. La perestroika procuraba superar las debilidades y deficiencias del
modelo vigente y encarnar los ideales originales del socialismo. Además,
conviene recordar que un antecedente a dicha reforma fue planteado en la
década de 1970 con el eurocomunismo, representado por los partidos
comunistas italiano, francés y español, que sostuvo en su programa, junto con
el pluralismo político, la coexistencia de formas públicas y privadas de
propiedad.

Ahora bien, ¿cómo definir la perestroika? ¿Puede ser caracterizada como una
revolución o una reforma? Gorbachov, en el precitado libro y en otros
documentos políticos, postulaba que la perestroika era una segunda revolución.
Según su estimación, el carácter revolucionario de la reestructuración
dimanaba de los cambios radicales a los que se aspiraba en el país con arreglo
al objetivo de conseguir la aceleración del desarrollo socioeconómico y cultural.
Conforme a su visión, eran medidas de “largo alcance, radicales e inflexibles”;
de ahí su carácter revolucionario. Ampliaba sus ideas, apuntando que el
término “revolución desde arriba” podía emplearse en este caso, puesto que el
impulso de la perestroika provino del partido gobernante y de sus líderes; por
consiguiente, no residía en un proceso espontáneo, sino dirigido. Sin embargo,
la utilización de este concepto requería de una observación crítica: la iniciativa
de renovación no alcanzaría el éxito si no consideraba la participación de las
masas. Por ello, añadía que la característica distintiva de la perestroika era
haber sido, de forma paralela, una revolución “desde arriba” y “desde abajo”19.

Por nuestra parte, evaluamos más congruente emplear el término reforma y no


el de revolución para definir la perestroika, por cuanto el concepto de
revolución usado en el análisis histórico designa una transformación rápida y
profunda de las estructuras de poder y de la organización socioeconómica.
Esta noción, en sentido general, se encuentra asociada a las rupturas de
carácter político y a las aceleraciones del tiempo histórico. La revolución, a
diferencia del disturbio o la revuelta, aspira conscientemente a un cambio

18
Gorbachov, en diferentes circunstancias, aseguró que sus reformas no significaban el
abandono del marxismo-leninismo, y defendió los cimientos ideológicos de su programa de
reestructuración. De acuerdo con TASS, Gorbachov declaró: “No nos estamos retirando ni un
paso del socialismo, del marxismo-leninismo, de todo lo que ha sido ganado y creado por el
pueblo.” “Tratamos, en las actuales condiciones, de reactivar el aspecto leninista del nuevo
sistema, de extraerle las acumulaciones y deformaciones, todo lo que ha encadenado a la
sociedad y le ha impedido aprovechar el potencial del socialismo en toda su plenitud.” (AP. El
Comercio, 19 de febrero de 1988, sección B, p. 10). En esa misma línea, reafirmó en una de
las reuniones del pleno del CC del PCUS de febrero de 1988: “[…] rechazamos de manera
decidida la herencia dogmática, burocrática y voluntarista, ya que no tiene que ver con el
marxismo-leninismo ni con el auténtico socialismo.” (UPI. El Comercio, 20 de febrero de 1988,
sección B, p. 2).
19
Cfr. GORBACHOV, M.: Op. cit., pp. 52-55.

55
integral. De manera, la aplicación de este concepto no es apropiado al proceso
de cambios desenvuelto en la URSS, en cuya plasmación, de ritmo poco
vigoroso, no se evidenció una modificación radical del sistema político y del
carácter de la propiedad, factores que a la postre serían una de las causas de
su fracaso. Bien es verdad, como hemos anotado, que los cambios promovidos
afectaban la política tradicional del Partido, empero no se cuestionó la
preeminencia de éste ni se pretendió la abolición del monopolio político ejercido
por el PCUS, como tampoco la introducción del pluripartidismo. Éstas serían
conquistas de las fuerzas renovadoras propulsadas en la sociedad soviética
desde fuera del Partido, en un contexto de radicalización de las tendencias
liberalizadoras, como se observará más adelante. Por lo tanto, hemos de definir
la perestroika como el proceso multifacético de reformas en el sistema soviético
entre los años 1985 y 1991. En efecto, la perestroika representó el conjunto de
reformas promovidas por parte del sector progresista de la dirección política –
conformada en una porción relevante por tecnócratas–, con el propósito de
alcanzar transformaciones en el orden económico, cultural y en las instituciones
políticas; directivas que gozaron para su realización, en una primera instancia,
del apoyo de las masas. La revolución política que engendraría fue una
consecuencia del ascenso de las fuerzas democráticas que el espíritu
renovador de la perestroika infundió tanto en la URSS como en los países de la
órbita soviética de Europa del Este.

Entre los años 1985 y 1987, se llevó a efecto la primera etapa de la perestroika,
que se caracterizó por la prioridad asignada a la aceleración de la economía20.
Los sectores más beneficiados por los cambios fueron el cultural y el
informativo; este último, amparado por la notable apertura expresada en los
medios de comunicación.

Las primeras directivas de la reforma económica se aplicaron en 1987; entre


ellas, la ley de la actividad individual y la ley de empresas mixtas, razón por la
que sus resultados no eran percibidos aún por el ciudadano medio. Por
entonces, la población padecía de problemas de abastecimiento de productos.
El proceso de reformas no se desenvolvía de manera lineal y no estaba exento
de conflictos. Gorbachov reconoció en reiteradas ocasiones, en el curso de
1987, que la perestroika avanzaba con lentitud en medio de no pocos escollos,
algunos levantados en las filas de su propio partido21.

20
El 8 de enero de 1988, en un encuentro con los directivos de los medios de comunicación,
Gorbachov afirmó que la primera etapa de la perestroika había concluido, indicando que en
aquélla “se movilizaron muchas fuerzas de nuestra sociedad; sobre todo, el potencial del propio
Partido, los científicos, los artistas, los medios de información”. GORBACHOV, M.: La
democratización: esencia de la perestroika, esencia del socialismo. Editorial de la Agencia de
Prensa Nóvosti, Moscú, 1988, p. 4.
21
Al iniciarse el año 1987, la prensa internacional informaba de la existencia de posibles
enfrentamientos en el Partido Comunista por causa de los proyectos reformistas. Estas
especulaciones fueron confirmadas por el propio Gorbachov, quien en una alocución televisada
expresó: “Las fuerzas del inmovilismo y de la complacencia todavía están dejándose sentir.
Algunas personas aún tienen esperanzas de que todo vuelva a las viejas sendas, pero esto no
detendrá el avance de la sociedad soviética por el camino de la transformación”. EFE (enero 2).
El Comercio, 3 de enero de 1987, sección B, p. 1.

56
Gorbachov, en el despliegue de la perestroika, buscó afianzarse en el poder y
asegurarse el soporte político de partidarios del programa reformista. Para ello
se decidieron remociones en la cúpula, mediante las que se consiguió separar
a los últimos representantes de la vieja guardia22; aunque no por decisiones
como ésta se consiguió neutralizar plenamente la influencia de los sectores
más ortodoxos23. La resistencia principal a las reformas provenía de la
nomenklatura, término que designaba las listas de puestos de responsabilidad
en la administración estatal y en el Partido y que requerían de la aprobación del
PCUS.

Un hecho que engendró consecuencias decisivas en el avance de las reformas


–de la glásnost, en particular– fue el accidente en la central nuclear de
Chernóbil (Ucrania), sobrevenido el 26 de abril de 1986. Este acontecimiento
de proporciones trágicas demostró la necesidad apremiante de promover los
cambios, e influyó asimismo en la manifestación de una voluntad política de
transparencia. Según el parecer de la mayoría de observadores, el verdadero
impulso a la glásnost provino de la conmoción producida por esta catástrofe, a
la que originalmente las autoridades no le prestaron la atención que merecía y
sobre la que se mantuvo ocultamiento y publicaron informaciones confusas24.

Además de los aspectos ya tratados y para los objetivos del presente estudio,
destacaremos, en síntesis, ciertos hechos de la política soviética en aquel
tiempo que son reveladores de la profunda renovación instaurada.

En el campo de las relaciones internacionales, se suscribieron los primeros


acuerdos con los Estados Unidos sobre reducción de armas nucleares y
arsenales estratégicos, de resultas de una serie de cumbres entre Gorbachov y
su homólogo Ronald Reagan entre los años 1985 y 1988. Se consiguieron
efectos sustantivos en el campo de las relaciones internacionales, que
conducirían a reducir la tensión entre los bloques Este-Oeste ante la amenaza
constante de guerra nuclear. (En este terreno, es oportuno destacar el rol
diplomático cumplido por el georgiano Eduard Shevardnadze, ministro de
Relaciones Exteriores de la URSS entre 1985 y 1991.) Asimismo, ello era un
propósito imperativo por cuanto la URSS, si quería estrechar la brecha

22
Entre los retiros que adquirieron mayor cobertura en la prensa se hallaba el de Andréi
Gromiko, quien, durante 25 años, condujo la política exterior soviética.
23
EFE (diciembre 19). El Comercio, 20 de diciembre de 1987, sección B, p. 10.
24
La verdad sobre lo ocurrido en Chernóbil tardó en revelarse. La radiactividad contaminó
tierras feraces de Europa Oriental y Occidental, y provocó una protesta unánime. Ante esta
perspectiva, la URSS se vio en la necesidad de proporcionar detalles sobre la tragedia. Un año
después de ocurrida, en junio de 1987, se anunció que la explosión de la estación nuclear (que
dejó treinta y un muertos) había contaminado severamente a por lo menos 27 ciudades y
pueblos que no podrían ser repoblados en un futuro previsible. AP (junio 17), El Comercio, 19
de junio de 1987, sección B, p. 13. Empero la verdadera magnitud de la catástrofe sólo pudo
conocerse después de la desaparición del sistema soviético. La radiactividad causada por la
explosión del reactor nuclear fue 100 veces superior a la que emitieron juntas las bombas
atómicas en Hiroshima y Nagasaki. En cuanto al número de víctimas, algunos científicos
ucranianos sugieren la cifra de 15.000. La zona más afectada fue Bielorrusia, donde la quinta
parte de su territorio se vio seriamente contaminada (400.000 personas fueron trasladadas).
Posteriormente, se detectaron 1.800 casos de cáncer de tiroides atribuidos a Chernóbil. Véase
PEARCE, F.: “Chernobil cierra, el debate sigue abierto”. El Correo de la UNESCO, octubre
2000, pp. 10-14.

57
tecnológica que la distanciaba de los Estados Unidos, debía poner coto a los
excesivos gastos militares (los costes de la carrera armamentista
representaban del 15 al 17% del PNB). Además, se debe subrayar un viraje
significativo en la filosofía de la política exterior de aquel tiempo: el abandono
de la directiva de exportar la revolución al resto del mundo, política que
tradicionalmente signó la estrategia internacional del régimen soviético25.

Finalmente, cabe recordar la intensificación de la reforma del conjunto de la


economía. En junio de 1987, en un extenso informe presentado al Comité
Central, Gorbachov instó a la adopción de amplias reformas en la economía, y
manifestó que no debería haber límites en el salario de los trabajadores.
Insistió en la necesidad de una “reforma radical” en la administración
económica. Tales propuestas significaban un notable alejamiento del sistema
centralizado de administración que rigió la economía desde el gobierno de
Stalin.

De otro lado, reconocía que la Unión Soviética había comenzado a


experimentar “procesos de inflación” ocasionados por exceso de fondos y
escasez de mercancías demandadas. Gorbachov dirigió una crítica al Partido
por haberse retrasado en cuanto a los “procesos económicos, sociales y
espirituales” que se desarrollaban en el país26.

Perfilando un balance de lo alcanzado en aquel año, Gorbachov destacó que


1987 fue un año de “profundos cambios y decisiones a gran escala”27.

2. La apertura de información

Hemos referido que, durante el XXVII Congreso del PCUS, Gorbachov


bosquejó la glásnost o transparencia informativa. Esta “claridad desde arriba”,
que era también libertad de crítica, intentaba crear las condiciones espirituales
indispensables para democratizar la sociedad y convertirla en herramienta
efectiva de control público de las actividades de los funcionarios28.

Se procedió a la apertura de los medios de comunicación (periódicos, revistas y


televisión) que dependían del Estado, del Partido o de organizaciones sociales;
una suerte de liberalización de los medios a través del planteamiento de
nuevos y desacostumbrados temas. Con posterioridad, se toleró la aparición
pública de pequeños medios de comunicación escritos, pero independientes.
La corrupción, la guerra de Afganistán, la catástrofe nuclear de Chernóbil y la
crisis económica fueron algunos de los problemas que se expusieron.

25
Fue Evgueni Prímakov uno de los primeros exponentes de este novedoso criterio. Prímakov,
director del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de Moscú, resumió
esta nueva orientación en el artículo publicado en Pravda que llevó por título “La filosofía de la
nueva política exterior”. Reuter (julio 10). El Comercio, 11 de julio de 1987, sección B, p. 2.
26
AP (junio 25). El Comercio, 26 de junio de 1987, sección B, p. 5.
27
El País, 2 de enero de 1988 en línea Consulta: 16 de abril de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/1988/nueva/etapa/perestroika/maximo/dirigente/so
vietico/elpepiint/19880102elpepiint_19/Tes
28
En este aspecto, el fiscal general de la URSS, Alexandr Rekunkov, reveló que en el año
1986 200.000 funcionarios “fueron sometidos a responsabilidad disciplinaria por violaciones a
la disciplina del Estado”. UPI (marzo 25). El Comercio, 26 de marzo de 1987, sección B, p. 4.

58
Otros temas vedados que comenzaban a ser desvelados, de manera parcial o
integral, fueron: las cosechas de cereales en los años 1981-1985, que se
hallaban por debajo de las previsiones del plan económico; la mortalidad infantil
(rubro en que la Unión Soviética ostentaba el índice más elevado de los países
socialistas europeos); el alto nivel persistente de alcoholismo29; el SIDA; los
abusos de la psiquiatría; los privilegios del aparato dirigente; las consecuencias
psicológicas desestabilizadoras de la guerra de Afganistán en un sector de la
juventud; etcétera30.

El redactor jefe del diario Pravda, órgano oficial del Partido Comunista, Víktor
Afanásiev, en su discurso de apertura del Sexto Congreso de Periodistas de
Moscú, demandó que cesarán los temas prohibidos en los medios de
comunicación. En esta línea, exigió mayor apertura, crítica y autocrítica,
aunque señaló también que la tarea consistía en criticar de forma constructiva y
responsable, coadyuvando con los cambios de la sociedad y luchando contra
factores antisociales31.

En aquellos días, los lectores de Pravda remitieron cartas a la redacción


solicitando al periódico que proporcionara cobertura más amplia de la
información internacional y que dejara de lado los preconceptos y las verdades
parciales al ocuparse de Occidente. Estas críticas coincidían con las
conclusiones de analistas extranjeros residentes en Moscú, según los cuales, a
pesar de los cambios radicales en la prensa soviética sobre asuntos internos, la
cobertura informativa no se extendía a los problemas internacionales32.

Bajo la égida de la glásnost, se vertieron críticas inéditas hacia las relaciones


de la Unión Soviética con los países comunistas de Europa del Este.
Verbigracia, el historiador Leonid Yagodovski, en un artículo publicado en el
suplemento del semanario Tiempos Nuevos, aseveraba que la Unión Soviética
no poseía el monopolio de la verdad y que debería aprender de la experiencia
de otros países comunistas. Añadía que los Estados de Europa del Este
erraron en adoptar el modelo soviético (estalinista) en los años cincuenta, y
que, países como Hungría, Alemania Democrática y China, que empleaban
métodos económicos diferentes, podrían servir de inspiración a la Unión
Soviética en sus reformas; añadiendo que este país podría aprender también
de la experiencia yugoslava en la autogestión económica. Y, aludiendo a la
postura de la oficialidad soviética en referencia a la revolución húngara de
1956, la “Primavera de Praga” de 1968 y el movimiento sindical polaco de los
años ochenta, afirmó que, en estos casos, la Unión Soviética ignoró los
intereses de los demás Estados comunistas33.

29
Desde el inicio de su gobierno, Gorbachov hubo de interesarse en promover una campaña
contra el alcoholismo, programa que comenzó en mayo de 1985. Este asunto había sido
preocupación de la administración de Andrópov ante el alarmante incremento del consumo de
alcohol en el país.
30
BONET, P.: “Tabúes que han dejado de serlo”. El País, 9 de marzo de 1987 en línea
Consulta: 23 de mayo de 2008
http://elpais.com/diario/1987/03/09/internacional/542242813_850215.html
31
DPA (marzo 15). El Comercio, 16 de marzo de 1987, sección B, p. 4.
32
Reuter (marzo 30). El Comercio, 31 de marzo de 1987, sección B, p. 2.
33
Reuter (septiembre 28). El Comercio, 29 de septiembre de 1987, sección B, p. 2.

59
Apreciaciones de este carácter eran factibles desde que el nuevo inquilino del
Kremlin anunciara que los partidos comunistas del mundo deberían seguir sus
propias sendas nacionales. De facto, Gorbachov había derogado la doctrina de
“soberanía limitada”, impuesta por Brézhnev, que establecía que, si en algún
país de la esfera de influencia soviética brotaban movimientos hostiles al
socialismo, se justificaba la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia.

De otro lado, la renovación en el ámbito informativo quedó patentizada con los


nombramientos de los directivos de los medios de comunicación; todos ellos
periodistas, defensores de las reformas de Gorbachov. Una manifestación de
aquello fue el ingreso de nuevos directores a las revistas de literatura y los
semanarios culturales en 1986. Entre ellos, podemos mencionar a Grigori
Baklanov y Serguéi Zalygin, directores de las revistas literarias Znamia y Novi
Mir, respectivamente. Por su parte, Vitali Korotich asumió la dirección del
semanario ilustrado Ogoniok, y Yegor Yákovlev del semanario Moskovskie
Nóvosti34. Desde entonces, los medios de prensa adquirieron un renovado
impulso con los problemas que empezaron a abordar.

En este clima de apertura floreciente, las revistas literarias de aparición


mensual promovieron una suerte de competición por hacer público lo
previamente censurado. Revistas moscovitas de circulación nacional como
Novi Mir (Nuevo Mundo), Znamia (Bandera), Druzhba Narodov (La Amistad de
los Pueblos), Oktiabr (Octubre) y otras más se distinguían del resto por los
materiales que publicaban. Sus niveles de lectoría se acrecentaron
considerablemente. En este tiempo, verbigracia, Novi Mir alcanzó una tirada de
1.150.000 ejemplares por edición35. Otro medio que atrajo la mirada pública fue
el semanario ilustrado Ogoniok (Llama). Esta revista había mantenido una línea
conservadora, pero desde que Korotich fuera designado director, comenzó la
publicación de material original y atractivo. De guisa similar, adquirió
popularidad entre los lectores Moskovskie Nóvosti (Novedades de Moscú),
semanario que se publicaba en lenguas extranjeras (los 400.000 ejemplares de
su tirada eran adquiridos rápidamente). En todos los periódicos nombrados y
también en la prensa diaria se abordaban temas desacostumbrados; las
revelaciones en diferentes temáticas concitaban cada vez más la atención de la
sociedad.

Los medios oficiales de la prensa escrita no fueron la excepción en la política


de apertura. Asimismo, se inauguró la circulación de publicaciones marginales;
por lo general, se trataban de boletines mecanografiados y copiados en papel
carbón, publicaciones de producción artesanal cuyo número se fue
incrementando36. Los corresponsales occidentales en Moscú informaron, por
entonces, de la existencia de una docena de tales publicaciones, cada una de

34
SHERLOCK, T.: “Politics and History under Gorbachev”. Problems of Communism, n. º 3-4,
May-August 1988, p. 18.
35
NOVE, A.: Glasnost’ in Action. Cultural Renaissance in Russia. Unwin Hyman, Boston, 1990,
X.
36
Entre aquellas publicaciones periódicas marginales destacaban: Elección, Punto de Vista,
Express Jronika, Glásnost o Día Tras Día.

60
ellas de orientación meridianamente definida37. La periodicidad de estas
ediciones fluctuaba, desde el carácter semanal hasta la irregularidad absoluta.
En cuanto al número de páginas, oscilaban entre un par de folios y más de un
centenar38.

La televisión y la radio soviéticas, en un tiempo manifiestamente conformistas,


informaban sobre casi todos los problemas internos y también acerca de la
situación de los países occidentales. Todo ello se hacía público sin que se
existiera una ley de prensa que, de acuerdo con lo previsto, debía haberse
aprobado en 1986. Los medios oficiales seguían monopolizando el acceso a
las técnicas de impresión y las cooperativas de edición no pudieron operar.

En 1987, Gorbachov escribía sobre lo conseguido en materia de transparencia


informativa:

“Hoy la glasnost es un vívido ejemplo de una atmósfera normal y favorable, espiritual y


moral, en la sociedad, que hace posible que la gente entienda mejor lo que nos sucedió,
lo que ocurre ahora, por qué nos esforzamos y cuáles son nuestros planes y, con base en
este entendimiento, participe conscientemente en el esfuerzo de reestructuración.”39

Con respecto a las implicancias de esta labor de información, añadía:

“La gente debe conocer la vida con todas sus contradicciones y complejidades. El pueblo
trabajador debe de tener una información completa y confiable de los logros e
inconvenientes, cuáles son los obstáculos en el camino del progreso.”40

Debe destacarse el rol que le cupo al principal asesor de Gorbachov, Alexandr


Yákovlev, en la puesta en obra de la política de apertura informativa. Yákovlev,
doctor en Ciencias Históricas, desempeñaba los cargos de secretario del
Comité Central y jefe del Departamento de Agitación y Propaganda. En su
calidad de miembro del Politburó del Comité Central del Partido41, fue uno de
los ideólogos del “nuevo pensamiento”, y, además, desde el Comité Central
cumplió la tarea de supervisar la ideología, la cultura y las instituciones
educativas y científicas. De ahí que los medios informativos le designaran de
ordinario “padre de la glásnost”.

En la andadura de la transparencia de información, el disidente Andréi Sájarov,


físico y Premio Nobel de la Paz en 1975, se erigió en el principal defensor de
las libertades en la sociedad soviética. En los últimos días de 1986, el Gobierno
había autorizado a Sájarov abandonar su destierro interno en la ciudad de
Gorki –adonde lo confinaran las autoridades desde 1980, después de que

37
Punto de vista representaba una posición de “socialismo con rostro humano” (expresión
acuñada en la “Primavera de Praga”), en tanto que Elección se especializaba en filosofía y
temas religiosos. Un caso excepcional era Express Jronika, que se definía como un “fenómeno
antiperestroika”. Véase BONET, P.: “El monopolio de la ‘glasnost’”. El País, 11 de octubre de
1987 en línea Consulta: 17de marzo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PERESTROIKA_/_GLASNO
ST/monopolio/glasnost/elpepiint/19871011elpepiint_12/Tes
38
Loc. cit.
39
GORBACHOV, M.: Perestroika. “Nuevo pensamiento para mi país y el mundo”, pp. 71-72.
40
Ibídem, p.72.
41
URSS ‘88. Anuario. Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1988.

61
condenara la invasión soviética a Afganistán– y retornar a Moscú. Esta
personalidad científica, figura principal de los disidentes, sostenía que la
condición esencial para lograr un avance económico –objetivo prioritario de la
dirección– era ofrecer mayor apertura en la sociedad. Opinaba que ésta debía
incluir a los movimientos de liberación, la libertad de salida al extranjero y de
retorno al país, así como la libertad de pensamiento religioso y de
información42. A la vez, exhortaba a una amnistía general para los “presos de
conciencia” en la Unión Soviética43.

Tales demandas empezaron a ser atendidas. En el mes de febrero de 1987, se


anunció que serían puestos en libertad 150 presos políticos y que otros 140
casos serían estudiados. De hecho, ese mismo mes las autoridades soviéticas
liberaron a 42 disidentes y activistas por los derechos humanos de su
confinamiento en campos de trabajo forzado, prisiones y exilios internos. Se
trataba de la liberación más numerosa de presos políticos conocida en la URSS
desde los años cincuenta44. Sin embargo, dos meses después un grupo de
nueve activistas por los derechos humanos, a quienes les fue devuelta la
libertad, denunciaron que el proceso de excarcelación de los presos políticos
se había interrumpido, y cuestionaron la política de apertura democrática de
Gorbachov45. Lo antedicho revelaba que el incipiente proceso de apertura, que
pretendía poner término a la represión y censura, tenía límites y encontraba
escollos en su tránsito. La apertura que germinaba en lo cultural no se
correspondía aún con las libertades en el ámbito político.

3. La ampliación de la perestroika

El año de 1988 señalaba el principio de la segunda etapa de la perestroika. En


tales términos lo anunció Mijaíl Gorbachov, quien declaró a los medios de
comunicación que aquél sería un año de apología de las ideas y práctica de la
perestroika. Advertía, por otra parte, que las reformas acometidas se
ejecutarían no sin dificultades, sobre todo en la labor ingente de reestructurar la
economía46. En efecto, la perestroika ingresaba a una nueva y crucial etapa en
que las reformas encontrarían severos obstáculos e inconvenientes47. Además,
no pocas autoridades soviéticas prevenían, en público y en privado, que las

42
DPA (enero 11). El Comercio, 12 de enero de 1987, sección B, p. 1.
43
UPI (enero 10). El Comercio, 11 de enero de 1987, sección B, p. 1.
44
AP (febrero 7). El Comercio, 8 de febrero de 1987, sección B, p. 1.
45
UPI (abril 24). El Comercio, 25 de abril de 1987, sección B, p. 2.
46
GORBACHOV, M.: La democratización: esencia de la perestroika, esencia del socialismo,
pp. 34-35. En los comienzos de 1988, los medios de comunicación anunciaron que el 60% del
producto industrial de la Unión Soviética quedaba fuera del control estatal. En lugar de los
planificadores centrales, los gerentes de planta asumían la administración de las empresas
sobre la base de la contabilidad de costes y el financiamiento propio. A partir de ese momento,
las empresas se encaminaban hacia la rentabilidad, y las industrias deficitarias quebrarían al
no percibir más el respaldo estatal. Esto se haría posible por los nuevos métodos de gestión,
que permitían la transferencia de las empresas a la autogestión económica y la
autofinanciación, a tenor de la Ley de Empresa Estatal.
47
Los medios de prensa occidentales informaban que existía en la URSS un sentimiento
creciente de que los esfuerzos reformistas de Gorbachov se veían lesionados por la resistencia
y los intereses irreductibles de un sector del Partido y aun del Gobierno (para esta época
Gorbachov había removido a la mayoría de miembros del Politburó; análogamente, autoridades
del Gobierno habían sido sustituidas).

62
políticas innovadoras no estaban consiguiendo los cambios que se
aguardaban, sobre todo en la esfera de las reformas económicas48.

La XIX Conferencia Nacional del PCUS lo reconocería así cuando expresó:

… los procesos de la perestroika transcurren de modo contradictorio, en medio de


complicaciones y dificultades y del enfrentamiento de lo viejo y lo nuevo. Y aunque están
a la vista las tendencias positivas y los primeros resultados, todavía no se ha producido
un viraje radical en el desarrollo económico, social y cultural. El mecanismo de freno aún
no ha sido desmontado del todo ni sustituido por el mecanismo de aceleración.49

Por otra parte, la prensa refería los agrios enfrentamientos protagonizados


entre Gorbachov y el conservador Yegor Ligachov (el líder soviético reconoció
durante esos días que se estaba librando un combate político decisivo para el
éxito de la perestroika), y hasta se barruntaba la existencia de un plan para
destituir al Secretario General de la URSS50. Considerando las divergencias en
el seno del PCUS y las circunstancias de la destitución de Jruschov en 1964
por el sector ortodoxo del Partido, existían fundadas razones para abrigar tal
tipo de sospechas.

En ese trance, Gorbachov venía presionando al Partido y al Gobierno a adoptar


medidas con objeto de incrementar la oferta de alimentos, de bienes de
consumo y de vivienda, y para mejorar los servicios de salud. Pero el centro del
problema residía en las organizaciones partidarias regionales, distritales y
metropolitanas, y el sistema de poder y privilegios burocráticos las hacían
resistentes al cambio de manera inherente. Gorbachov, en su objetivo de
remover estos privilegios y poderes de la burocracia, decretó el 1 de junio de
1988 la suspensión de las prerrogativas de 400 mil autoridades del Partido y
del Gobierno51. Finalmente, la confrontación política favoreció al Secretario
General cuando éste consiguiera la destitución de Ligachov del cargo de
ministro de asuntos ideológicos; esto lo privaba del control sobre los medios de
comunicación estatales. Por consiguiente, Gorbachov obtenía una situación de
ventaja para abogar por mayores reformas52.

A buen seguro, en la segunda etapa de la perestroika las reformas políticas se


intensificaron. En una reunión del pleno del Comité Central, Gorbachov exhortó
a sus miembros a fin de realizar una completa revisión general del sistema
político, e hizo responsable de obstruir las reformas económicas a las
48
Desde principios de 1988, algunos observadores advertían de ciertos peligros. El economista
soviético Nikolái Sjemilov expresó en Novedades de Moscú que el paquete de reformas
económicas, aprobado en junio, se había debilitado y desvirtuado y que las reformas podrían
fracasar, como ocurrió con anteriores esfuerzos en los años 60 y en 1979. UPI (enero 1). El
Comercio, 2 de enero de 1988, sección B, p. 5.
49
XIX Conferencia Nacional del PCUS. Documentos y materiales. Informe, intervención y
discurso de Mijaíl Gorbachov, Secretario General del CC del PCUS. Resoluciones. Editorial de
la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1988, p. 119.
50
El medio que lo informó fue Soviétskaia Kultura, órgano del Ministerio de Cultura, cuando
señalaba que funcionarios del Partido podrían estar organizando un complot para desbancar a
Gorbachov. Este temor era compartido por intelectuales liberales partidarios de las reformas.
Reuter (abril 30). El Comercio, 1 de mayo de 1988, sección A, p. 1.
51
Especial de The New York Times publicado en El Comercio, 29 de abril de 1988, sección B,
p. 16.
52
UPI (abril 21). El Comercio, 22 de abril de 1988, sección A, p. 1.

63
posiciones estalinistas; de la misma manera, enfatizó la necesidad de remover
a la burocracia y liberar los ideales y valores del socialismo de todo elemento
inhumano53. De hecho, la estructura política y administrativa burocrática y
centralizada representaba una fuerza conservadora y un poderoso óbice a las
reformas.

Resultaba evidente en los seis primeros meses de 1988 que el Partido


Comunista (integrado por 20 millones de afiliados) aspiraba a una nueva
identidad. Este proyecto se expresó en las tesis aprobadas por el Comité
Central el 23 de mayo que proponían desmontar la burocracia y revivir las
“normas leninistas de la vida estatal y del partido”. Las propuestas enderezadas
hacia estos objetivos fueron aprobadas en su integridad en la XIX Conferencia
Nacional del Partido Comunista.

Entre los meses de junio y julio hubo de celebrarse la XIX Conferencia del
PCUS, que procedió a la reforma del sistema político, con el propósito “de crear
condiciones para desarrollar plenamente la iniciativa de los ciudadanos”. Para
ello la Conferencia juzgaba necesario potenciar las funciones legislativas,
administrativas y de control de los soviets, y que la política del Partido se
aplicara, ante todo, a través de los órganos de representación popular54.
También se consideró indispensable llevar a efecto la reconstrucción de los
órganos superiores de poder del Estado y se instituyó el Congreso de
Diputados Populares de la URSS como órgano supremo de poder. Éste
resolvería en sus sesiones anuales los problemas constitucionales, políticos y
socioeconómicos más relevantes. Además, establecería el Soviet Supremo de
la URSS –de dos cámaras– con funciones de organismo permanente
legislativo, administrativo y de control; este órgano, por su parte, elegiría al
Presidente del Soviet Supremo.

La Conferencia estimó esencial la formación del Estado socialista de derecho y


la democratización del funcionamiento del Partido. Dentro de la nueva
estructura política se observaba que el secretario general del Comité Central
del Partido actuaría simultáneamente en calidad de presidente. Y, en el plano
de la política nacional, se resolvió ampliar los derechos de las repúblicas
federadas, acrecentando su autonomía y responsabilidad en la esfera
económica y cultural.

En otro ámbito, las relaciones del Kremlin con los gobiernos comunistas de
Europa del Este se flexibilizaron significativamente. Esta política procedía de la
visión de Gorbachov que respaldaba el derecho de cada país a escoger su
propio camino hacia el socialismo. Además, algunos gobiernos comunistas, de
conformidad con las reformas introducidas en la URSS, resolvieron
encaminarse por la senda de las reformas, tal como ocurriera en Polonia y
Hungría. En otros países, se rechazó la aplicación de políticas de apertura.

En la esfera internacional, prosiguieron las conversaciones con los Estados


Unidos. En junio, tuvo lugar en Moscú la cuarta cumbre soviético-
estadounidense. Las partes se comprometieron a concluir un acuerdo sobre los
53
UPI (febrero 19). El Comercio, 20 de febrero de 1988, sección B, p. 2.
54
XIX Conferencia Nacional del PCUS, p. 130.

64
tratados START, que limitaban las armas estratégicas. También, a fines de ese
año, Gorbachov anunció en la ONU la reducción unilateral de 500 mil hombres
entre los efectivos del Pacto de Varsovia. En cuanto a la guerra en Afganistán,
en febrero de 1988 el dirigente soviético notició que el 15 de mayo comenzaría
la retirada de las tropas soviéticas del país ocupado.

4. Los sucesos políticos en 1989

De acuerdo con lo dispuesto por Gorbachov, el 15 de febrero de 1989 se hubo


de consumar el retiro del último contingente de soldados soviéticos de
Afganistán. Tras una guerra de nueve años y tres meses, 200 efectivos
cruzaron la frontera hacia la Unión Soviética. Se estima en más de 50.000 las
bajas sufridas por el ejército soviético, cifra que incluye unas 15 mil vidas
segadas durante la guerra de Afganistán55.

En otro ámbito, el 26 de marzo se efectuaron los comicios para la elección de


los diputados populares. Este acontecimiento obedecía a las reformas
constitucionales aprobadas en diciembre de 1988 por el Soviet Supremo. En tal
virtud, el nuevo organismo del poder estatal era el Congreso de los Diputados
del Pueblo, para el que fueron elegidos 2.250 representantes. Éste se reuniría
dos veces al año y sus integrantes elegirían a los 450 miembros del nuevo
Soviet Supremo.

La trascendencia de lo referido estriba en su carácter reformador: se trataba de


los primeros comicios en que los ciudadanos podían elegir entre varios
candidatos, aunque una cuarta parte de los distritos electorales contaran con
candidato único. Borís Yeltsin, el político que simbolizaba la lucha contra los
privilegios, pese a las críticas que recibiera de parte del Gobierno, obtuvo una
inmensa mayoría de votos (89,44% de los votantes de Moscú). Él abogó en su
programa por el referéndum estatal, la creación de nuevas organizaciones
juveniles y el debate sobre el pluripartidismo. El encumbramiento de Yeltsin al
liderazgo político de oposición y la amplia adhesión que obtuvo de la
ciudadanía, condujo a la prensa soviética a referirse al “fenómeno Yeltsin”56. En
general, los candidatos del sector reformista radical fueron favorecidos en las
elecciones.

Por aquellos días, Gorbachov manifestaba a la prensa que no asentía el


pluripartidismo en la URSS, e hizo un llamamiento al consenso social y a la
democratización: "Me parece que un número u otro de partidos políticos no es
aún la solución del problema y pueden convencerse de ello examinando la
experiencia mundial. La glásnost y la democratización son la llave para abrir el
potencial de nuestra sociedad socialista. Debemos reunir los distintos intereses
y armonizar los partidos de la mayoría", sentenció57.

Del 25 de mayo al 9 de junio sesionó el Primer Congreso de Diputados del


Pueblo y se eligió al Soviet Supremo de la URSS, el máximo órgano de poder

55
UPI (febrero 15). El Comercio, 16 de febrero de 1989, sección B, p. 5.
56
TRETIAKOV, V.: “El fenómeno Borís Yeltsin”. Novedades de Moscú, nº 16, abril 1989, p. 11.
57
BONET, P.: “Las elecciones soviéticas apuntan a una arrolladora victoria de Yeltsin en
Moscú”. El País, 27 de marzo de 1989 en línea Consulta: 19 de mayo de 2008

65
de la nación. Mijaíl Gorbachov resultó electo primer presidente del Soviet
Supremo (obtuvo 95,6% de los votos)58. La elevada votación obtenida era
manifestación fehaciente del consenso en el Partido en torno a su liderazgo.

La resolución del Congreso de Diputados Populares señalaba, entre los


problemas que requerían de una solución inmediata, la adopción de medidas
urgentes por el Gobierno para poner coto al déficit de los artículos de primera
necesidad, mediante la aplicación de una moderna política agraria que
incluyera la transformación de las relaciones socialistas de producción. Así
también, resolvía elevar a todos los ciudadanos la cuantía mínima de las
pensiones de vejez hasta el nivel del salario mínimo59.

En el mes de agosto, el Comité Central adoptaba el programa del PCUS sobre


la cuestión nacional y proponía a las repúblicas forjar un nuevo pacto. Según el
historiador Yuri Afanásiev, Estonia, Letonia y Lituania habían solicitado a
Moscú la concesión de cierta autonomía en la esfera económica, demanda a la
que Gorbachov se opuso de modo categórico. La recusación causó su
descontento. Por consiguiente, el movimiento democrático en las tres
repúblicas bálticas derivó en nacionalismo60. En ese mismo mes, los frentes
populares de Estonia, Letonia y Lituania argumentaban su anexión ilegal a la
Unión Soviética en 1939. Gorbachov pretendía, ante todo, preservar la
Federación soviética y renovarla, garantizando la soberanía real de las
repúblicas. Advertía contra los riesgos de separarse de la Unión y manifestó su
predisposición a tolerar que las repúblicas federadas gozaran de mayor
independencia61.

Por otro lado, en el otoño de 1989, de manera imprevista y vertiginosa, acaeció


el hundimiento del comunismo en Europa del Este. La celeridad de los
acontecimientos que condujeron al derrumbe del “socialismo realmente
existente” causó estupor en el mundo entero. La onda revolucionaria suscitada
por las expectativas de libertades y democracia que despertara la perestroika
en los pueblos de Europa Oriental y Central ponía término al orden mundial de
la posguerra. En la mayoría de casos, las movilizaciones populares exhibieron
un carácter pacífico, salvo por lo que se refiere a Rumanía, en donde la caída
de la dictadura comunista se produjo tras sucesos violentos. En otro tiempo, el
Gobierno soviético hubiera intervenido militarmente para sofocar las
manifestaciones revolucionarias –como ocurriera en Hungría, en 1956, y en
Checoslovaquia, en 1968–. La perestroika había renunciado a la doctrina
Brézhnev de la “soberanía limitada”, permitiendo que las fuerzas sociales de
los otrora Estados satélites se expresaran por los cauces de la libertad62.

58
Novedades de Moscú, nº 23, mayo 1989, p. 1.
59
“Resolución del Congreso de Diputados Populares de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas”, Suplemento Teórico de la revista Panorama Internacional, nº 8, agosto de 1989,
pp. 6-7.
60
AFANÁSIEV, I.: Op. cit., p. 98.
61
UPI (septiembre 15). El Comercio, 16 de septiembre, sección B, p. 5.
62
En 1990, Eduard Shevarnadze, ministro soviético de Relaciones Exteriores, afirmó que
Moscú contribuyó a acelerar la transición hacia una democracia de partidos múltiples en
Europa Oriental, temiendo que se produjeran acontecimientos trágicos si no se reemplazaba a
los regímenes comunistas de la región. En ese mismo discurso al Congreso del Partido,
declaró que la Unión Soviética había destinado la cuarta parte del presupuesto a gastos

66
También es verdad que, por motivo de su debilidad económica, la URSS no
podía preservar el control político y militar que ejercía sobre Europa Oriental.

La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 fue el hecho que


simbolizó el hundimiento del “socialismo real”, la conclusión de una era de la
historia mundial dominada por la Revolución de Octubre –como lo anota Erick
Hobsbawm63– y el final de la herencia de Stalin.

Cabe recordar que la mayoría de regímenes comunistas se habían sostenido


en el poder mediante la coerción estatal, no por el consenso de la opinión
pública. Eran sistemas políticos incapaces de satisfacer las aspiraciones
democráticas de la población; por tanto, los ciudadanos no disponían de
canales de libre expresión ni de una oposición política organizada.
Indudablemente, la perestroika alentó las tendencias reformistas en los países
sovietizados, cuyas sociedades se decantaron por una vía democrática liberal.

Además de lo apuntado, debe considerarse el fracaso de la planificación


económica, factor que, junto con el rezago tecnológico, impidió a las
economías socialistas alcanzar una producción masiva de bienes de consumo.
Tampoco se debe soslayar –en el sentido propuesto por Hobsbawm– que, en
la era de la comunicación global, no era posible mantener desinformada a las
poblaciones del mundo socialista sobre el nivel de vida alcanzado en los países
occidentales. Ello les convenció de las disparidades que se vivían a cada lado
de la Cortina de Hierro, en términos de condiciones materiales de vida y de
libertades ciudadanas.

5. Las reformas en 1990

En los tiempos de su elección para el cargo de secretario general del Comité


Central del PCUS, Gorbachov obtuvo cotas elevadas de aprobación entre sus
conciudadanos. La afirmación de su autoridad derivaba cada vez más del
apoyo de la población. Además de las reformas trascendentales que promovió,
introdujo un nuevo estilo de liderazgo: fue el primer dirigente soviético que
interrogó al ciudadano común y que visitó las fábricas para inquirir a los obreros
acerca de sus problemas.

Sin embargo, a partir de 1989, la popularidad de Gorbachov comenzó a


declinar, en particular, por la ola de levantamientos nacionalistas que se
extendería con mayor ímpetu y violencia al año siguiente64. Esta situación
ocurría en una coyuntura económica que imponía con urgencia cambios
drásticos. De este modo, Gorbachov enfrentaba presiones, tanto de los
reformistas que exigían cambios con mayor celeridad, como de parte de los

militares, lo que ocasionó la ruina del país. Reuter (julio 3). El Comercio, 4 de julio de 1990,
sección B, p. 2.
63
HOBSBAWM, E.: “El día después del fin de un siglo”. Travesía. Revista de ensayo y política,
n.º 3, octubre 1991, pp. 19-34.
64
En contraste con el descenso de su popularidad en la URSS, Gorbachov era una figura de la
política mundial que gozaba de notable aceptación en Occidente. En los Estados Unidos, el
semanario Time lo distinguió como “Hombre de la Década” en su edición del 1 de enero de
1990. Y en mérito a sus esfuerzos por desmantelar la Guerra Fría, se discernió a Gorbachov
con el Premio Nobel de la Paz en 1990.

67
conservadores de su partido. El establecimiento de los cambios requeridos
implicaba una orientación divergente del sistema, en el que un grupo de
funcionarios no estaba dispuesto a perder sus privilegios. A cinco años de
emprendida, la perestroika navegaba por aguas menos apacibles.

En lo que toca a las reformas del sistema político, ciertos hechos merecen ser
evocados. Es de resaltar la trascendencia de los cambios políticos en la
sociedad soviética desde 1985. El modelo estaliniano fue sustituido
paulatinamente por un sistema aquiescente de las elecciones libres, el
pluripartidismo y el respeto a los derechos humanos. El Partido Comunista de
la URSS admitió la participación de otras organizaciones políticas y la
competencia por el poder. Esto supuso el reconocimiento de que nuevas
fuerzas del horizonte político habían enraizado. Asimismo, se abolió el artículo
sexto de la Constitución soviética, según el cual el Partido Comunista era la
fuerza conductora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político65.
Con ello, se puso fin al monopolio del PCUS sobre el poder; se trataba del
avance más radical de la perestroika. Un mes después, la fracción opositora
Plataforma Democrática decidió escindirse del PCUS y crear un nuevo
partido66.

En este trance, Moscú se constituyó en el escenario de grandes


manifestaciones que abogaban por el establecimiento de la democracia;
asimismo, se demandaba la no intervención del Partido Comunista en todos los
órganos gubernamentales y medios de comunicación; también, se favorecía la
legalización de otros partidos, una nueva Constitución, la distribución de tierras
entre los campesinos, la propiedad privada en todas sus formas y un mínimo
de interferencia central en la economía. Los grupos políticos que participaron
en estas concentraciones fueron la Asociación Socialdemócrata, la
Confederación de Sindicalistas Anarquistas y la Asociación Democrática Rusa.

6. La crisis del PCUS y la disolución de la URSS

Entre el 2 y 13 de julio de 1990, se hubo de reunir el XXVIII Congreso del


PCUS –el último de su historia–. En esta asamblea, Gorbachov advirtió sobre
la imperfección de la perestroika, recordando que la URSS se hallaba en un
período de transición, por cuanto no se había concluido el desmontaje del
sistema anterior y menos aún la construcción de uno nuevo. Evaluaba como
causas de los fenómenos críticos: la contradicción del período de transición y el
“complicado entrelazamiento de intereses, cálculos políticos y factores
objetivos y subjetivos”. Y, entre las medidas eficaces que planteó en la
cristalización de la reforma económica, subrayaba que la prioridad esencial
debía ser la solución del problema de alimentos y la mejora del abastecimiento
de los productos industriales a la población67. Las cifras de la economía

65
BONET, Pilar: “El PCUS, presto a abandonar el monopolio del poder” en línea Consulta:
19 de mayo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PCUS/PCUS/puesto/abando
nar/monopolio/poder/elpepiint/19900204elpepiint_5/Tes
66
DPA (marzo 20). El Comercio, 21 de marzo de 1990, sección B, p. 3.
67
Cfr. “Informe político del Comité Central del PCUS al XXVIII Congreso y tareas del Partido”.
Suplemento Teórico de la revista Panorama Internacional, nº 7-8, 1990, pp. 6-7.

68
soviética eran indicadores de que la perestroika no ofrecía aún resultados
eficaces: en 1990, el déficit global había sido de 8,5% del PIB y los precios se
elevaron en 5%. La explotación petrolera decaía y el empleo había disminuido.

Con el objeto de anular los subsidios aplicados a la industria, el Gobierno


introdujo reformas que eliminaron los controles de precios. Las mejoras
salariales, las jubilaciones y otras asignaciones pretendieron atenuar el impacto
del alza; no obstante, el público declaraba que la compensación era
insuficiente. Según algunos economistas, este descontento sirvió para avivar la
hostilidad del pueblo hacia el Gobierno68.

La reforma de los precios incrementó la inflación que se calculaba en 100%


para el año 1991, situación que hacía peligrar las reformas económicas. En
esta coyuntura, Borís Yeltsin, quien el 13 de junio de ese año se convirtió en el
primer presidente de la República Rusa elegido democráticamente, denunció
que el experimento marxista era la causa de todos los males de la URSS, y
declaró que nada podía salvar ya al sistema comunista. Prometió acelerar el
ritmo de las reformas políticas y económicas. Su proyecto era el de una
federación con haciendas familiares, negocios privados y estrechos lazos con
el mundo exterior69.

En el ámbito nacional, las demandas separatistas, los disturbios étnicos y las


huelgas agravaron la situación interna de la URSS. De esta suerte, en 1991 se
acrecentaron las reivindicaciones nacionalistas. Mediante plebiscito, los
lituanos votaron abrumadoramente en favor de la independencia. Con tal
resultado, se rechazó la posición del presidente Gorbachov, quien declaró que
la votación no era válida y que los lituanos deberían participar en un plebiscito
nacional para preservar la unidad federal70. En un intento por refrenar las
aspiraciones independentistas, el Ejército soviético intervino en Lituania,
tomando por asalto edificios estatales en Vilna; decisión que fue censurada
tanto por gobiernos de Occidente cuanto por organismos internacionales71. A
esto siguió una represión militar en la capital lituana que fue condenada por la
prensa reformista.

La situación crítica de la URSS fue resumida por Gorbachov a fines de 1991:

“El país se había hundido en una crisis sistemática. La misma lógica de desarrollo de la
sociedad dictaba la necesidad de cambios profundos en el curso de los cuales surgía un
conglomerado de contradicciones. El descalabro del sistema anterior generó inestabilidad
y caos. No había, en todo caso, cómo llevar fácilmente a cabo las reformas en un país tan
enorme, que durante décadas fue un Estado totalitario con monopolio del poder y en
donde regía la propiedad estatal. El proceso de reforma resultó ser muy dolorosa y tuvo
un serio efecto en la vida de las gentes.”72

68
Reuter (abril 17). El Comercio, 18 de abril de 1991, sección B, p. 10.
69
AP (junio 14). El Comercio, 15 de junio de 1991, sección A, p. 1.
70
AP (febrero 9). El Comercio, 10 de febrero de 1991, sección A, p. 1.
71
EFE-UPI-AP (enero 11). El Comercio, 12 de enero de 1991, sección A, p. 1.
72
GORBACHOV, M.: El golpe de agosto. La verdad y lo que aprendí. Grupo Editorial Norma,
Bogotá, 1991, pp.10-11.

69
En tal coyuntura crítica y en vísperas del tratado a suscribirse entre el Gobierno
Central y nueve repúblicas soviéticas, merced al cual se concedería más
poderes a éstas, el 19 de agosto la televisión de Moscú informaba acerca del
relevo de Gorbachov de sus funciones como presidente de la Unión Soviética.
En ese momento, Gorbachov, en compañía de sus familiares, vacacionaba en
Crimea y fue sometido a arresto domiciliario. Los organizadores del plan
golpista, provenientes del sector ortodoxo del Partido, constituyeron un Comité
Estatal de Emergencia, encabezado por el vicepresidente de la URSS:
Guennadi Yanáyev. El Comité declaró que el presidente Gorbachov era
“incapaz de asumir funciones por razones de salud”, y se proclamó el estado
de emergencia por seis meses, estipulando severas medidas de control sobre
la sociedad (prohibió manifestaciones y huelgas, y dispuso el control de los
medios de comunicación). Yanáyev informó que las disposiciones anunciadas
eran provisionales y que no implicaban la renuncia a las reformas. Sin
embargo, en el seno del Comité hubo vacilaciones; éstas se expresaron en la
dirección de las Fuerzas Armadas, el Ejército, el Ministerio del Interior y el
Comité de Seguridad del Estado (KGB). La noticia del golpe de Estado generó
alarma en la comunidad internacional, y en la URSS se hizo un llamamiento a
la resistencia civil. La integridad del Ejército no secundaba al Comité: una
división blindada respaldó a la Federación Rusa. En esa hora crítica, Borís
Yeltsin denunció el “golpe de Estado de derecha, reaccionario y
anticonstitucional”, tildando de “delincuentes” a los golpistas; y dirigió
personalmente la resistencia civil convocando a una huelga general73. Los
gobiernos del mundo expresaron su preocupación. Verbigracia, el presidente
de los Estados Unidos, George Bush, solicitó que Gorbachov fuera restituido en
su cargo de presidente y no reconoció la autoridad del Comité Estatal de
Emergencia.

El asalto blindado al Parlamento fracasaría por la desafiante multitud que


resistió la embestida de los tanques. Seguidamente, el Ministerio de Defensa
ordenó la retirada de las tropas de la capital, en tanto que el procurador general
presentó cargos criminales contra los golpistas. El Presídium del Soviet
Supremo declaró anticonstitucional el golpe y abrogó todos los decretos del
Comité Estatal de Emergencia. Gorbachov, de retorno en Moscú, hubo de
reasumir la presidencia de la URSS74.

Desde el inicio, el Comité de Emergencia incurrió en errores severos: anunció


al país de manera poco convincente que Gorbachov se encontraba
incapacitado para desempeñar la función presidencial por causa de su estado
de salud; confiaba que el putsch obtendría mayor apoyo de parte de los
soviéticos “cansados de la perestroika”; además, no ordenó la detención de
Borís Yeltsin, dirigente político capaz de aglutinar a las fuerzas opositoras al
emergente Gobierno. Es significativo acotar que, en octubre de 1964, cuando
Jruschov fue removido del poder no hubo ninguna manifestación pública en
favor del defenestrado dirigente. El apoyo público a la restitución del presidente
de la URSS, en agosto de 1991, evidenciaba la manera en que, durante los
últimos seis años, las ideas democráticas habían impregnado la mentalidad de

73
EFE. Expreso, 22 de agosto de 1991, sección B, p. 11.
74
Reuter-EFE-UPI-DPA (agosto 21). El Comercio, 22 de agosto de 1991, sección A, p. 1.

70
los ciudadanos. A este propósito, cabe plantear si acaso el pueblo ruso asimiló
de manera más rápida y profunda las enseñanzas de la perestroika que los
propios dirigentes comunistas.

De otra parte, la intentona golpista anunció el canto del cisne de la perestroika.


El propósito de transformación de la URSS desde las elites políticas, iniciado
en marzo de 1985, había fracasado.

Durante la legislatura del Soviet Supremo, su restituido presidente prometió


nuevas elecciones después de que se firmara el Tratado de la Unión. En esa
ocasión, Gorbachov admitió parte de la responsabilidad en el golpe al expresar:

“[…] la conspiración estaba madurando. Hubo justificación más que suficiente para tomar
medidas urgentes con el objeto de defender el orden constitucional. En lugar de acciones
y medidas decisivas, hubo liberalismo e indulgencia. Me culpo por todo esto.”75

La organización del fallido golpe de Estado, que comprometía a una parte de


su cúpula dirigente refractaria a la perestroika, indujo a Gorbachov el proyecto
de disolución del PCUS76. Además de la suspensión de sus actividades y la
clausura de locales del Partido, los bienes del PCUS –el mayor propietario de
la Unión Soviética– comenzaron a ser expropiados por los parlamentos de las
15 repúblicas.

En noviembre, Yeltsin declaró fuera de la ley al Partido Comunista de Rusia


(PCR) y al de la URSS (PCUS) en el territorio de la república que presidía,
argumentando que su existencia suponía un peligro para la democracia. Las
estructuras del PCUS fueran disueltas al argüirse que proseguían con su
actividad ilegal, agravando aun más la crisis y por “crear condiciones para un
nuevo golpe de Estado antipopular”77.

Con respecto al sistema económico que fenecía en conjunción con la URSS,


Gorbachov declaró en una entrevista con US News Report:

“El comunismo destruye los incentivos para trabajar y dejó a la Unión Soviética con una
clase trabajadora sin ningún sentido de la responsabilidad.”

Y añadió:

“El sistema centralista de dirección económica había agotado su potencial y la gente no


obtenía beneficios apropiados de los enormes recursos que se estaban gastando. [...] El
dominio total de la propiedad por el Estado destruía la motivación natural, los incentivos
naturales para trabajar. [...] También generó una mentalidad igualitaria, falta de iniciativa y
dio nacimiento a cierto tipo de trabajador que no está interesado en nada.”78

Por tanto, expresaba que el objetivo de entonces era “avanzar mediante la


reforma de la propiedad, creando una economía mixta con varias formas de
propiedad y haciendo sitio en la competición”79.

75
AP-EFE-Reuter (agosto 26). El Comercio, 27 de agosto de 1991, sección A, p. 1.
76
EFE-AP (agosto 24). El Comercio, 25 de agosto de 1991, sección B, p. 5.
77
EFE (noviembre 6). El Comercio, 7 de noviembre de 1991, sección A, p. 1.
78
AP (noviembre 23). El Comercio, 24 de noviembre de 1991, sección A, p.1.
79
Loc. cit.

71
En lo referente a la política nacional, Gorbachov defendía la conservación del
Estado federal, propugnaba un nuevo tratado de la Unión y amenazó con
renunciar si la URSS se disolvía80. Estaba convencido de que, si no se
preservaba la integración, el país estaría amenazado por un proceso de
erosión social que conduciría a la catástrofe.

Sin embargo, la disolución de la URSS era inminente: Ucrania y Bielorrusia


habían optado por su independencia, Moldavia decidió idéntico camino, al
tiempo que los gobiernos occidentales procedieron al reconocimiento de
Letonia, Estonia y Lituania como Estados independientes81. Los presidentes de
siete de las repúblicas soviéticas concordaron en formar una nueva “Unión de
Estados Soberanos” que reemplazara a la Unión Soviética. En este convenio
participaron Rusia, Bielorrusia, Kazajstán, Azerbaiján, Kirguizistán, Tadjikistán y
Turkmenistán. No concurrieron Moldavia, Georgia, Armenia, Uzbekistán y
Ucrania. El nuevo tratado sería divergente del elaborado en los meses
precedentes, cuya firma programada para el 20 de agosto fue frustrada por el
golpe de Estado82.

Ante la proximidad de disolución de la URSS, Gorbachov lanzó una dramática


exhortación para preservar la integridad de la nación, y advirtió de una posible
guerra y “una catástrofe para toda la humanidad” si la URSS se desintegraba.
Mientras tanto, las autoridades de Ucrania anunciaron que los electores habían
aprobado un referéndum sobre la independencia.

Así las cosas, el 13 de diciembre de 1991 fue creada la Comunidad de Estados


Independientes (CEI), constituida por Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Las cinco
repúblicas asiáticas empobrecidas y dependientes económicamente del centro,
a excepción de Kazajstán, se vieron casi forzadas a integrar la CEI. Además,
ésta contaba con la aquiescencia de Armenia, Azerbaiján e incluso Moldavia.
La Comunidad acordaba un espacio económico común, una diplomacia
coordinada y un mando único defensivo y estratégico83.

El 21 de diciembre en Alma-Atá, capital de Kazajstán, los líderes de las 11


repúblicas firmaron los documentos que concertaron la Comunidad de Estados
Independientes. Yeltsin hubo de convencer a las otras repúblicas que poseían
armas nucleares (Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán) que únicamente Rusia
podía suceder a la extinta superpotencia.

Cuatro días después de constituida la CEI, el 25 de diciembre, Mijaíl


Gorbachov dimitía a su cargo de presidente de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. En un discurso leído ante la televisión, Gorbachov
declaraba: “… pongo fin a mis funciones de presidente de la Unión Soviética”
por causa de la “situación que impera actualmente” en el país84. En su último

80
Expreso, 28 de agosto de 1991, sección B, p. 1.
81
UPI- Reuter-EFE-AP (agosto 25). El Comercio, 26 de agosto de 1991, sección A, p. 1.
82
UPI-EFE-Reuter-DPA (noviembre 14). El Comercio, 15 de noviembre de 1991, sección A,
p.1; Expreso, 17 de noviembre, sección B, p. 1.
83
EFE (diciembre 13). El Comercio, 14 de diciembre de 1991, sección B, p. 2.
84
Expreso, 26 de diciembre de 1991, sección A, p. 10.

72
mensaje presidencial, manifestó también que sentía profundo descontento por
la disolución de la URSS y su transformación en la Comunidad de Estados
Independientes, pero que se comprometía a trabajar para su éxito. Además,
expuso una valoración del camino recorrido desde que en 1985 asumiera el
poder, manifestando el acierto y la “trascendencia histórica” de las reformas
que se emprendieron. Y recordó que ahora se vivía en un “mundo nuevo”:

“La Guerra Fría terminó. La carrera armamentista y la militarización negligente del país,
que distorsionaron nuestra economía, la conciencia social y la moralidad, se han
detenido. La amenaza de una guerra nuclear ha quedado descartada.”85

Treinta minutos después de pronunciada la dimisión del último gobernante de


la Unión Soviética, la bandera roja con la hoz y el martillo, símbolo patrio
durante 74 años, era arriada de la cúpula del Kremlin. En su reemplazo se
izaba la bandera tricolor de Rusia que comenzó a ondear sobre el alto muro de
piedra roja en la fría noche del 25 de diciembre de 1991.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Cuáles fueron las reformas económicas y políticas de la perestroika?


2. La perestroika: ¿reforma o revolución?
3. ¿Qué factores desencadenaron la disolución de la Unión Soviética?

 Observe el documental “Los últimos días de la URSS”: https://youtube/TUhgDrXBVO


 Consultar el artículo de Carlos Miranda, “El fin de la URSS: la glasnost y sus efectos”:
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160303/asocfile/20160303183914/rev48_mirand
a.pdf

85
UPI-Reuter-EFE-DPA (diciembre 25). El Comercio, 26 de diciembre de 1991, sección A, p.1.

73
LA LARGA MARCHA DE LAS MUJERES
José Núñez

Adaptación realizada de:


Núñez, José (2015). Las utopías pendientes. Una breve historia del mundo desde 1945.
Barcelona: Crítica. (páginas: 207-230).

A finales de enero de 2015, tras ganar por margen suficiente las elecciones
legislativas en Grecia, la coalición de izquierda radical Syriza, erigida en gran
esperanza del retorno a la socialdemocracia clásica en la eurozona, anunciaba
la constitución de su gabinete ministerial. La sorpresa entre la izquierda
europea fue, sin embargo, mayúscula y la decepción inmediata: ni una sola
mujer figuraba entre los ministros, y el porcentaje femenino entre los
viceministros y secretarios de Estado era inferior al 15 por ciento. En el
programa de la formación apenas figuraban cuestiones como la violencia de
género o la conciliación de la vida familiar y profesional de la mujer.

Tales ausencias no habrían sorprendido a ningún observador entre las décadas


de 1950 y 1970. En el primer gobierno laborista de Attlee (1945-1950) había
una sola mujer entre veinte ministros. En el primer gabinete del
socialdemócrata Willy Brandt (1969-1972), tampoco había presencia femenina.
Y en el primer gobierno socialista presidido en España por Felipe González
(1982-1986), también brillaban por su ausencia las mujeres. No obstante,
entrado el siglo XXI, las cosas habían cambiado de modo sustancial: la
igualdad ante la ley a todos los efectos, y la plena participación política y en la
vida pública de la mitad de la humanidad, tradicionalmente excluida de ella
hasta mediados del siglo XX, ha sido aceptada como un índice de normalidad y
de desarrollo humano. Lo mismo se aplica a la presencia femenina en
prácticamente todos los ámbitos de actividad laboral, el protagonismo público
de las mujeres y su capacidad de decisión sobre su propia vida. Como ha
afirmado Geoff Eley, si el siglo XX ha marcado un hito en algo, ha sido sin duda
en los avances hacia una plena equiparación de mujeres y hombres en
derechos y deberes, en presencia pública y acceso al mercado laboral.

No obstante, el avance se ha concentrado, sobre todo, en el período posterior a


la II Guerra Mundial. Ha sido desigual según las áreas geográficas y culturales,
las confesiones religiosas y los niveles de desarrollo socioeconómico
imperantes en cada región del planeta. También ha estado sujeto a bruscas
alteraciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y aun en el siglo XXI.
Las mujeres musulmanas de la mundana Kabul o de regiones de Irak y
Jordania fueron obligadas a perder derechos de un día para otro, cuando
tomaron el poder los fundamentalistas islámicos; y en países de mayoría
católica las mujeres también vieron cuestionados derechos adquiridos, como el
de la libre interrupción del embarazo, cuando grupos ultraconservadores y
confesionales impusieron sus criterios.

LA CONQUISTA DEL VOTO

74
En los sistemas democráticos del mundo, el pleno derecho de la mujer a la
participación política, a elegir y ser elegida, es hoy un hecho irreversible.
También lo es la igualdad de derechos ante la ley, en materia civil y criminal, o
en igualdades educativas. No lo es en apartados como el derecho a la
interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, la realización efectiva de
esos derechos, y su traslación en una igualdad de oportunidades de hecho en
el ámbito laboral, está lejos de haberse alcanzado a principios del siglo XXI.
Los valores asociados a la masculinidad y la división tradicional de roles han
sido dominantes en buena parte de las culturas hasta bien entrado el siglo XX.
Esa división ha estado muy marcada por una visión patriarcal, según la cual la
familia, considerada célula básica de la sociedad, ha de basarse en una pareja
heterosexual, donde el hombre gestiona la esfera pública, los ingresos de la
familia y la relación con el ámbito laboral y social; y la mujer,
independientemente de que su trabajo, fuera de casa o en la propiedad
familiar, aporte ingresos al grupo familiar, asume de forma preferente la gestión
del ámbito privado, la familia y el cuidado del hogar. En las sociedades
campesinas europeas y americanas las mujeres, sobre todo en ausencia del
hombre emigrado, asumían también temporalmente roles protagonistas en la
comunidad de referencia, en el mercado o en la obtención de recursos. Más la
representación de la familia burguesa tradicional ha sido la imperante en los
diversos conservadurismos europeos y americanos, y en parte exportados a
otros continentes.

Desde finales del siglo XIX, el movimiento sufragista tuvo como motor
fundamental a las mujeres burguesas y de clase media, y centró sus
reivindicaciones en la obtención de plenos derechos de participación política.
Los primeros Estados que reconocieron el sufragio femenino fueron Nueva
Zelanda en 1893, y Australia del Sur en 1902. En Europa fueron los países
nórdicos los adelantados: el Gran Ducado de Finlandia, aún dependiente del
imperio zarista, en 1907, seguida de Noruega en 1913 y Dinamarca en 1915.
La incorporación de la mujer al trabajo en la retaguardia durante la I Guerra
Mundial y su mayor asunción de responsabilidades públicas contribuyó a que,
en el período de entreguerras, el sufragio femenino fuese adoptado por la gran
mayoría de los países europeos entre 1918 y 1939. Sólo Francia hasta el fin de
la II Guerra Mundial, Italia (1946) y Suiza (1971, después de que un
referéndum rechazase la ampliación del sufragio a las mujeres en 1959),
además de Grecia (1930, con restricciones) constituyeron sonadas
excepciones. Norteamérica, los dominios británicos, y buena parte de las
repúblicas sudamericanas, empezando por Uruguay (1927) siguieron la ola.

En la segunda posguerra, el sufragio femenino se extendió a las repúblicas


centroamericanas y caribeñas (incluyendo a Colombia y Venezuela), los países
asiáticos ya soberanos, y la práctica totalidad de los nuevos Estados africanos
y asiáticos independientes tras la descolonización. Algunos países de mayoría
musulmana, como Jordania (1970), Irán (1963), Irak (1980) o Egipto (1956),
estuvieron entre los que más tardaron en incorporarlo a sus ordenamientos
jurídicos, mientras que otros, como Pakistán o Indonesia, lo asumieron
plenamente desde su nacimiento como Estados en 1947 y 1949. A la altura de
2014, y además del caso peculiar del Vaticano, sólo Arabia Saudí, los Emiratos
Árabes Unidos y Líbano contemplaban restricciones legales a la práctica del
sufragio femenino.
75
El reconocimiento normativo en el ámbito internacional de la igualdad de
derechos políticos entre mujeres y hombres se incluyó de manera explícita en
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre aprobada en 1948. Seis
años más tarde entró en vigor la Convención sobre los Derechos Políticos de la
Mujer, tras ser aprobada por la Asamblea General de la ONU en diciembre de
1952. En ella se explicitaba el derecho de las mujeres al voto y su acceso a
cargos públicos, “en igualdad de condiciones con los hombres, sin
discriminación alguna”.

Desde 1945, con ritmos desiguales en Europa, América y el resto del mundo,
las mujeres se incorporaron de modo progresivo a la vida política y profesional,
trabajaron fuera del hogar, y reivindicaban sus derechos. El avance de los
movimientos por los derechos humanos y de reivindicaciones específicas,
como la lucha por el fin de la discriminación racial en EE. UU., influyeron en su
desarrollo. El estatus social y político de las mujeres, y los éxitos y visibilidad
de sus reivindicaciones y logros, dependieron de varios factores generales: el
grado de desarrollo económico de sus sociedades, el contexto cultural y
religioso, y su situación social.

CONSUMIDORAS Y PRODUCTORAS

Durante la Guerra Fría, tanto el bloque capitalista como el comunista hicieron


de la situación de la mujer en sus respectivos ámbitos un motivo de
propaganda sociopolítica. En Norteamérica y Europa occidental se destacaba
así no sólo la integración política de la mujer en los sistemas democráticos,
sino también su creciente calidad de vida, gracias tanto a su incorporación al
trabajo como, sobre todo, a las comodidades que la introducción de
electrodomésticos, desde la lavadora al frigorífico, había supuesto en su
actividad como ama de casa. La mujer era ahora, ante todo, consumidora
activa y consciente, y formaba parte de una nueva “república de
consumidores”, en la que se destacaba el protagonismo femenino y se
recordaba que, tras su participación activa en la producción durante la guerra
mundial, ahora era deseable que la mujer retornase al hogar. El consumo se
democratizaba, y las mujeres devenían en visitantes habituales de tiendas y
supermercados, en lectoras de revistas de moda y en difusoras de las virtudes
de la industria nacional. En Francia o en la RFA, el papel de la mujer como
“consumidora racional” en la gestión de la economía doméstica se convertía en
fundamento del crecimiento económico de los treinta gloriosos. Y como en
Norteamérica, ese papel era presentado como un deber casi patriótico, además
de como una garantía de estabilidad social.

Sin embargo, en Gran Bretaña o en EE. UU., tras la experiencia de la


incorporación masiva al trabajo durante la II Guerra Mundial, muchas mujeres
opusieron creciente resistencia a volver al hogar, como se les animaba en la
propaganda oficial, cuando los hombres volvieron del frente. La postura
masculina frente al trabajo femenino fuera de casa, aun después del
matrimonio, también fue cambiando lentamente. La progresiva pérdida de
relevancia del trabajo industrial y la expansión del sector servicios repercutió,
además, de modo favorable en el aumento de la tasa de actividad femenina. En
EE. UU., el porcentaje de las mujeres en la población activa pasó de
representar el 25 por ciento en 1940 al 34 por ciento en 1964. En Francia, en el

76
año 1968 trabajaban fuera de casa el 44 por ciento de las mujeres, aunque sólo
el 34 por ciento de las que eran madres. En Dinamarca, un 78 por ciento de las
mujeres en 1989 eran activas, en el Reino Unido un 68 por ciento, y en Suecia
un 81 por ciento.

La extensión del trabajo a tiempo parcial constituyó en este sentido un impulso


adicional. En 1991, un 30 por ciento de las mujeres alemanas trabajaba a
tiempo parcial, y un 24 por ciento de las francesas. A pesar de la resistencia de
los estereotipos tradicionales, en buena parte de Europa y Norteamérica las
amas de casa pasaron a suponer menos de la mitad de las mujeres adultas, y
su prestigio social decayó. Eso no suponía que su trabajo no tuviese relevancia
en la productividad global, que algunos economistas estimarían para Europa
occidental en un 4-5 por ciento del PIB, sino que su trabajo no se veía
reconocido desde el punto de vista salarial.

El modelo de la familia heterosexual, en la que el hombre trabajaba y ganaba el


sustento, y la mujer se concentraba en la esfera doméstica, todavía fue
característico de las sociedades desarrolladas hasta los años setenta. En la
RFA se hizo famoso el lema democristiano que asociaba a la mujer a las “tres
K”: cocina (Küche), niños (Kinder) e Iglesia (Kirche). A partir de la primera crisis
del petróleo, sin embargo, ese patrón empezó a sufrir importantes cambios. Por
un lado, el desempleo masculino aumentó, y los salarios ya no permitían
siempre mantener una familia con un sueldo; las mayores necesidades de
consumo, y la ampliación de las expectativas laborales de la mujer, llevaron a
que descendiese el porcentaje de la población ocupada masculina, mientras
que aumentaba paulatinamente el de mujeres ocupadas. Muchos obreros o
campesinos de Europa occidental y EE.UU. se convirtieron en parados,
prejubilados o trabajadores eventuales; y la aportación de sus parejas se hizo
imprescindible para el núcleo familiar. El número de familias en las que ambos
miembros trabajaban aumentó de forma progresiva en las sociedades del
capitalismo avanzado, y el ritmo se aceleró de forma especial en los últimos
quince años del siglo XX. A principios del siglo XXI, sólo en los países
mediterráneos de Europa, Luxemburgo e Irlanda seguía siendo mayoritario el
modelo familiar de un solo sustentador, mientras que el trabajo de los dos
cónyuges (ambos a tiempo completo, o uno de ellos a tiempo parcial) suponía
en los países de Europa central y nórdica más de un 60 por ciento de los
hogares con hijos.

En los países socialistas hasta 1989, por el contrario, se hacía bandera de la


alta tasa de actividad de la población femenina, casi equiparada a la de los
hombres, y de la contribución de las mujeres a la producción y la investigación.
No se reservaba a la mujer un papel específico como consumidora. En las
representaciones visuales del realismo socialista la mujer era, ante todo, una
productora activa y consciente. Ya desde los años veinte el porcentaje de
mujeres activas había crecido de forma significativa en la URSS, y durante la II
Guerra Mundial, el papel de las mujeres en la retaguardia adquirió un papel
predominante; y, aunque en mucha menor proporción que los hombres, en el
Ejército Rojo también habían luchado en vanguardia, como partisanas o
aviadoras. Aunque a menudo eran relegadas a puestos de trabajo inferiores, y
tras 1945 fueron desplazadas de puestos directivos en fábricas y granjas
colectivas, cuando los hombres retornaron del frente, el porcentaje de mujeres
77
activas no sólo era superior al de Occidente, sino que se incrementó
progresivamente. A mediados de los años sesenta, las mujeres representaban
el 45 por ciento de la fuerza de trabajo en la industria. Y en 1963, la URSS se
apuntó un tanto propagandístico al enviar la primera mujer astronauta al
espacio, Valentina Tereshkova, veinte años antes que EE. UU. Provocó así un
debate de alcance mundial acerca del papel de la mujer en el progreso
tecnológico y las ciencias, pero también sobre la idoneidad de las mujeres para
desempeñar oficios y funciones especialmente peligrosas en el ámbito militar.

Un proceso similar, y mucho más rápido por partir de tasas de actividad


femeninas más bajas, tuvo lugar en otros Estados socialistas. En la RDA, el
porcentaje femenino en la población activa era del 45 por ciento en 1960, y del
48 por ciento en 1970. Con todo, un sistema de guarderías estatales, muchas
veces sostenidas en los propios centros de trabajo, compensaba esa situación.
En los años ochenta, las tasas de ocupación de la población femenina en
Europa del Este eran netamente superiores a las de Occidente, y alcanzaban
en Hungría o Checoslovaquia el 60 por ciento. En 1975, la delegada cubana
Vilma Espín, esposa del entonces ministro de Defensa Raúl Castro, afirmaba
que Cuba había alcanzado en apenas tres lustros la plena equiparación de
derechos y oportunidades educativas, sociales y laborales entre hombres y
mujeres. Eso no significaba, empero, que en todos los países socialistas se
hubiese alcanzado una igualdad efectiva en todos los ámbitos: las mujeres
cobraban salarios inferiores, recibían peores puestos de trabajo y, además, los
hombres no compartían las labores del hogar y el cuidado de los niños de
forma paritaria.

El fin del socialismo real en Europa tras 1989 provocó el efecto contrario.
Mientras la tasa de ocupación femenina aumentaba lenta pero
progresivamente, alcanzando a principios del siglo XXI cuotas superiores al 70
por ciento en Suecia, y del 55 por ciento en la UE, la pérdida de puestos de
trabajo, la incertidumbre económica y la descomposición del sistema estatal de
guarderías llevó a un descenso acusado del porcentaje de mujeres activas en
Europa del Este, que sólo remontó el vuelo a partir de 2005. En Polonia, donde
además se reforzó la tendencia a una recatolización del papel tradicional de la
mujer y se impusieron severas restricciones al aborto en 1993, la tasa
descendió del 50 por ciento, y en la República Checa se situaba en el 55 por
ciento. Durante una década se reforzó la percepción de que las mujeres habían
sido las perdedoras del proceso de democratización en Europa oriental, hasta
que las tasas de actividad se recuperaron en buena parte para las
generaciones más jóvenes, cuyo destino ya no fue tanto el sector industrial
como el sector servicios.

LA LUCHA POR LA LIBERTAD SEXUAL E INDIVIDUAL

El nuevo feminismo de los años sesenta en Europa occidental y Norteamérica


era en buena parte una reivindicación de mujeres cuya alta cualificación
profesional no les eximía de enfrentarse a crecientes obstáculos, que se
reproducían en cada uno de los niveles de la escala profesional. Para ellas, el

78
problema no era ya tanto la igualdad de derechos políticos, como la libertad
individual. Sus fundamentos teóricos fueron expuestos ya en 1949 por la
filósofa francesa Simone de Beauvoir, cuya obra El segundo sexo se convirtió
en un éxito de ventas y alcanzó gran difusión internacional en las tres décadas
siguientes, además de provocar el escándalo del Vaticano por su crítica frontal
al matrimonio y su defensa del aborto. Beauvoir analizaba desde los
presupuestos teóricos del existencialismo los orígenes históricos y los
argumentos culturales y religiosos de la discriminación de la mujer. Distinguía
entre feminidad biológica y la construcción social de esa condición: no se nacía
mujer, sino que las mujeres se hacían. La subyugación femenina se reproducía
mediante la esclavitud sancionada por el matrimonio, que perpetuaría la
dependencia económica de la mujer respecto al marido, y la ideología de la
maternidad. Beauvoir establecía la necesidad de proceder a una crítica de ese
papel social, que relegaba de forma permanente a la mujer a objeto pasivo,
pero no activo, de su propia historia. Con ello, sentaba las bases para una
crítica feminista de la sociedad moderna.

En un sentido semejante incidía la obra de la escritora norteamericana Berty


Friedan “La mística femenina” (1963), que proclamaba el descontento de las
mujeres por verse reducidas al papel de esposas y madres, cuando sus
capacidades intelectuales las facultaban para asumir cualquier rol social y
público. Dos años más tarde, dos activistas estudiantiles norteamericanas,
Casey Hayden y Mary King, establecían en Sexo y casta un paralelismo entre
la discriminación que sufrían los afroamericanos en una sociedad dominada por
blancos, y la que padecían las mujeres en una sociedad controlada por
hombres. Con ello, también planteaban un debate hasta entonces ausente en
la Nueva Izquierda: ¿Hasta qué punto las reivindicaciones progresistas en
Norteamérica y Europa, desde el movimiento por los derechos civiles a las
protestas estudiantiles, reproducían los esquemas de dominación de género de
sus oponentes?

La respuesta consistió a menudo en la fundación de organizaciones


específicamente femeninas dentro de la izquierda estudiantil, lo que se
extendería a los demás movimientos sociales de nuevo cuño, y alcanzaría
plena difusión en la década de 1970. Surgieron así diversas revistas y órganos
de difusión del nuevo feminismo, y en las universidades la desigualdad de
género fue objeto de discusión académica. Al mismo tiempo, las
reivindicaciones feministas se diversificaron, penetrando en distintos ámbitos
políticos y culturales, y apuntaron a su vez en distintas direcciones: las
reivindicaciones de las mujeres profesionales de clase media no eran las
mismas que las de las mujeres obreras o campesinas, blancas o negras,
comunistas o liberales. Y sus repertorios de protesta también se intensificaron y
diversificaron: las feministas de Copenhague en 1971 lanzaron una campaña
para pagar sólo el 80 por ciento de los billetes de autobús urbano, por ser ésa
la proporción del salario medio femenino sobre el masculino; y las parisinas
depositaron en la tumba del soldado desconocido una corona de flores
dedicada a su mujer, que por él seguía esperando.

A partir de fines de los setenta, y como resultado de esa movilización, la gran


mayoría de las organizaciones políticas de los países democráticos asumieron
reivindicaciones del movimiento feminista. Hasta los partidos demócrata-
79
cristianos, confesionales y fieles al postulado de la familia tradicional como
célula fundamental del orden social y la continuidad histórica, adoptaron parte
de ellas, en particular la plena equiparación de derechos políticos y la asunción
de funciones sociales y representativas en pie de igualdad con los hombres. Si
en los años sesenta ya había habido algunos precedentes de mujeres que
ocupaban el puesto de primer ministro, en algunos casos mediante una
transferencia de prestigio de sus maridos o padres, empezando por Sirimavo
Bandaranaike (1960) en Sri Lanka, Indira Gandhi (1966) en la India, y Golda
Meir (1969) en Israel, las dos últimas de orientación socialista o
socialdemócrata, en 1979 también llegaría al poder una primera ministra
conservadora en Gran Bretaña, Margaret Thatcher; y nueve años después en
un país musulmán, la pakistaní Benazir Bhutto (1988).

Un nuevo frente de las reivindicaciones feministas fueron las cuestiones ligadas


a la sexualidad y la reproducción. La comercialización de la píldora
anticonceptiva a un coste cada vez más bajo a partir de 1960, seguida por
otros métodos de fácil uso para las mujeres, como el dispositivo intrauterino,
supuso una auténtica revolución sexual en los países desarrollados. Las
mujeres podían ejercer ahora un mayor control sobre el proceso reproductivo,
lo que no necesariamente suponía el fin de su explotación sexual. Aunque
algunas feministas consideraban el coito una expresión de dominio masculino y
temían que la píldora lo agravase, la mayoría de las mujeres norteamericanas y
occidentales veían en la libertad sexual una plena equiparación de derechos
con los hombres. Con ello, también se reforzaba el individualismo del nuevo
feminismo, sobre el colectivismo imperante en la primera posguerra. El sexo
recreativo pasaba a ser una parte inalienable de la libertad individual, como ya
predicó el movimiento hippy y se reforzó en los años setenta. El progreso
técnico liberaba a las mujeres de su rol ancestral de madres forzosas, y por
tanto también cuestionaba las barreras morales y los valores tradicionales. Esto
también suponía derribar las últimas barreras al requisito de que para el
divorcio hubiese causas como adulterio o malos tratos, que aún persistían en
algunos estados norteamericanos. Bastaba con el acuerdo amistoso entre las
partes. Con todo, incluso en Europa occidental la ruptura del matrimonio civil
tuvo dificultades para imponerse en algunos países de tradición católica, como
Italia (1970, luego derogado y sometido a referéndum en 1974) o España
(1981); en Irlanda, no se legalizaría hasta 1995, y en Malta habría de esperar
nada menos que hasta 2011.

La igualdad de hombres y mujeres ante el Derecho Civil, empezando por la


plena equiparación jurídica dentro del matrimonio, también se consolidó en la
posguerra. En países como Gran Bretaña ya se había recogido tal principio en
el período de entreguerras. En la RFA, la Ley de Igualdad de 1957 todavía
incluía principios como la preeminencia paternal en el derecho de custodia o la
definición específica del deber del marido a mantener a la familia, y a la mujer a
cuidar de ella. En Francia no fue hasta 1965 que las mujeres fueron liberadas
de la tutoría legal de sus maridos, y en 1970 se eliminó la figura jurídica del
cabeza de familia; hasta 1985 no se estableció la plena igualdad de los
cónyuges en la administración del patrimonio familiar. La autonomía jurídica de
la mujer casada fue garantizada de forma progresiva por los códigos legales de
Holanda, Irlanda y Bélgica a finales de los años cincuenta, y en los de Italia,
Luxemburgo, España y Portugal casi quince años después. Finalmente, la
80
tipificación del delito de violencia y maltrato domésticos, incluida la violación
dentro del matrimonio, fue más tardía, y se extendió por los países
desarrollados desde los años ochenta.

El derecho al aborto también se transformó en una reivindicación extendida en


el movimiento feminista internacional a partir de los primeros años setenta. La
gran mayoría de los Estados del mundo prohibían la interrupción voluntaria del
embarazo, tipificándola como delito, o imponían severas restricciones a su
práctica. Antes de esa fecha, el aborto sólo se había legalizado en el territorio
ruso de la URSS en 1920 -con la esperanza de que, una vez despenalizado, su
práctica desapareciese progresivamente, por ser visto como una lacra de la
sociedad burguesa-, siendo abolido por Stalin en 1936 y restaurado en 1955.
Asimismo, el aborto se había legalizado en Suecia (1938) para algunos
supuestos, al igual que en Japón en la inmediata posguerra (1948). En Gran
Bretaña la legalización llegó en 1968, en parte para poner orden en un caos
legislativo anterior. En la mayoría de los países del bloque socialista, el
derecho al aborto se extendió durante los años cincuenta y sesenta, desde
Hungría (1953), Polonia (1956) y Rumanía (1957) hasta la RDA (1971). Con la
excepción de Hungría y la RDA, el acceso de la población a los anticonceptivos
estaba, paradójicamente, mucho menos generalizado que en Europa
occidental. En algunos Estados con problemas acuciantes de crecimiento
demográfico, como la India, también se sancionó el derecho al aborto como
medida adicional de control de nacimientos en 1971.

Tras una intensa campaña de agitación en EE. UU. por parte de significadas
activistas femeninas, como Gloria Steinem, en 1973 el Tribunal Supremo de
aquel país, mediante la sentencia del caso Roe versus Wade, reconoció que el
derecho a la privacidad o intimidad de la mujer amparaba su decisión o no de
interrumpir un embarazo, y/o clasificaba como un derecho fundamental,
derivado de la decimocuarta enmienda de la Constitución estadounidense. Con
ello, las leyes que penalizaban el aborto en los distintos estados de la unión
fueron derogadas. En los años siguientes, tanto la Iglesia católica como varias
organizaciones conservadoras de confesión evangélica desenvolvieron una
intensa campaña publicitaria y presentaron recursos legales contra la decisión,
llegando en algunas manifestaciones a las agresiones físicas y al asesinato
contra médicos que practicaban abortos. Un aspecto fundamental del debate
residía en la definición del momento de la gestación en que se podía considerar
que al feto se le debían reconocer el derecho fundamental a la vida, si la
decisión de la mujer debía ser libre, o si sólo en circunstancias de embarazos
forzados (violación), graves malformaciones congénitas o riesgo para la vida de
la madre se debía autorizar. Las posiciones variaban desde la radical negativa
de las organizaciones confesionales y las Iglesias cristianas a despenalizar
cualquier medida de interrupción, hasta la reivindicación del aborto libre gratuito
y amparado por los sistemas sanitarios públicos. Las posturas intermedias
argumentaban de modo pragmático que los abortos clandestinos siempre
existirían, con riesgos sanitarios, creando además una clara desigualdad de
oportunidades entre mujeres con recursos y sin recursos, y una cierta
frecuencia de infanticidios o abandonos infantiles.

El ejemplo norteamericano fue seguido en otros países de Europa occidental,


como Dinamarca (1973). En la RFA, un grupo de activistas liderado por la
81
periodista Alice Schwarzer declararon públicamente que habían abortado,
violando así la ley alemana. El debate público que provocaron llevó a la
legalización de la interrupción voluntaria del embarazo en junio de 1974, si bien
la batalla por la definición de los plazos legales y las condiciones de su
autorización se prolongó hasta entrados los años noventa. En 1975, la Ley Veil
legalizaba en Francia la interrupción voluntaria del embarazo dentro de las
doce primeras semanas de gestación.

A lo largo de la segunda mitad de la década se adoptaron medidas semejantes


en la mayoría de los países europeos, aunque con ritmos más pausados allí
donde la influencia católica era mayor. Holanda aplicó la primera ley del aborto
en 1984; España sólo adoptó una ley de supuestos en 1985, ampliada en 2010;
Bélgica hizo lo propio en 1990. En Suiza, un primer proyecto de legalización del
aborto fue rechazado en referéndum en 1977, aunque fue tolerado en la
práctica en varios supuestos, hasta que en 2002 un nuevo plebiscito se
pronunció a favor del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. En
Portugal el aborto fue despenalizado en 2007; en Irlanda, sin embargo, es
ilegal hasta hoy. La despenalización del aborto se extendió a la mayoría de los
países del mundo, aunque en buena parte de ellos imperan leyes que limitan el
derecho a la interrupción del embarazo en supuestos de violación,
malformación grave o riesgo para la vida de la madre. En China, de modo
similar a la India, el aborto se permitió como recurso de la política de control de
natalidad desde finales de la década de 1970.

A pesar de las diferencias iniciales entre bloque del Este y Occidente, en las
sociedades europeas se impuso desde 1989 una creciente homogeneización
de la gama de modelos familiares y de reproducción. El número de uniones
civiles y de hecho creció y se equiparó en varios países al de matrimonios, al
igual que el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio. La línea divisoria
más importante ya no era entre Este y Oeste, sino entre la Europa nórdica y
central y la Europa mediterránea de tradición católica, más Irlanda. En 2007, un
55 por ciento de los niños nacidos en Suecia lo era fuera del matrimonio, frente
a un 18 por ciento en Italia y un 5 por ciento en Grecia. Las formas de
convivencia y de articulación de núcleos familiares se diversificaron, marcadas
por un aumento del individualismo. Las biografías profesionales de hombres y
mujeres tendieron a asemejarse, y la fundación de familias, así como el
momento de la maternidad, a retrasarse y subordinarse no sólo a las
expectativas económicas del contexto, sino también a las opciones
profesionales individuales y a la oferta existente de políticas públicas de
protección de la maternidad.

La reivindicación de la plena libertad de opciones sexuales también creció al


amparo de las reivindicaciones feministas, y puso en evidencia las trabas
legales que sufrían importantes segmentos de la población mundial para el
pleno ejercicio de sus derechos civiles y la expresión sin trabas de su identidad
sexual. A partir de sus primeros pasos en la década de 1960, durante los años
setenta se extendieron y diversificaron desde un punto de vista organizativo los
movimientos de homosexuales y lesbianas, cuyas reivindicaciones se centraron
en la derogación de las disposiciones legales que en buena parte del mundo
penalizaban la condición homosexual. Desde que Gran Bretaña despenalizó la
homosexualidad masculina en 1967, a lo largo de las dos décadas siguientes
82
se derogaron o modificaron en toda Europa occidental las leyes que contenían
cláusulas discriminatorias o penalizadoras contra homosexuales y lesbianas, y
en los años noventa la tendencia se extendió a Latinoamérica, buena parte de
Asia y, en menor medida, África. También se tipificaron los derechos a la
diferencia y al reconocimiento de las personas transexuales (que deciden
cambiar de sexo) e intersexuales (que presentan características fenotípicas de
ambos sexos). Con todo, en el año 2014, según datos de Amnistía
Internacional, la homosexualidad seguía siendo ilegal en ochenta Estados (36
de ellos africanos, además de varios países musulmanes), y en diez de ellos
estaba castigada con la pena de muerte, incluyendo Arabia Saudí o los
Emiratos Árabes. En países como Nigeria o Uganda, las leyes que
criminalizaban las relaciones entre personas del mismo sexo incluso se han
endurecido.

El amparo jurídico a escala planetaria del derecho a la libre orientación sexual,


como elemento integrado en los derechos humanos, ha sido también tardío. En
1994, el Comité de Derechos Humanos de la ONU dictaminó que la prohibición
y penalización de la homosexualidad vulneraba derechos fundamentales. No
fue hasta el año 2008 que se desarrollaron, como parte integrante de la
Declaración de los Derechos Humanos, una serie de principios básicos para
garantizar los derechos de gays, lesbianas y personas transexuales (Principios
de Yogyakarta), que no han sido asumidos por todos los Estados miembros.
Por otro lado, en los países donde la homosexualidad es legal, persisten en la
segunda década del siglo XXI fuertes diferencias en lo relativo al
reconocimiento jurídico de las uniones entre personas del mismo sexo (como
matrimonios igualitarios o uniones civiles), y su capacidad para adoptar hijos,
generalmente reconocidas con diversas variantes en Europa occidental, central
y nórdica, Canadá y numerosos estados de EE. UU., Brasil y el Cono Sur. Lo
mismo se aplica a la admisión de homosexuales y lesbianas en las fuerzas
armadas -en EE.UU. sólo fue posible desde 2010-, o la posibilidad legal de
cambiar de sexo, vetada todavía en muchos países occidentales y americanos.
En buena parte de Asia, China incluida, la homosexualidad es legal, pero no lo
son las uniones civiles de parejas del mismo sexo. En Rusia, existen
restricciones a la libertad de expresión y asociación de los homosexuales y
transexuales. En la India, la homosexualidad es un delito, aunque en la práctica
la ley no se aplica.

IGUALDAD DE GÉNERO Y DIFERENCIA CULTURAL

El feminismo internacional estaba dividido en la posguerra en dos grandes


organizaciones, la Liga Internacional por la Paz y la Libertad de las Mujeres
(Women International Leaguefor Peace and Freedom, WILF), que databa de
1915, con base sobre todo en EE. UU. y Europa occidental, que centraba sus
demandas en la equiparación económica y cultural de la mujer con el hombre; y
la Federación Democrática Internacional de las Mujeres (Women International
Democratic Federation, WIDF), fundada en 1945 y cuyos miembros procedían,
en su mayoría, de los países comunistas.

La ONU reaccionó de modo tardío al aumento de la visibilidad de las nuevas


reivindicaciones feministas basadas en la libertad sexual. Declaró el año 1975
como Año Internacional de la Mujer, y patrocinó la celebración en México D.F.

83
de la primera Conferencia Mundial de la Mujer, con participación de un millar de
delegadas oficiales y cerca de 5.000 representantes de organizaciones no
gubernamentales, activistas sociales y políticas, líderes feministas y mujeres
destacadas en numerosos campos de la vida pública. Mientras las delegadas
de los países desarrollados se hicieron eco de cuestiones como el aborto y los
derechos de las lesbianas, las de países subdesarrollados incidieron en la
desigualdad económica y social, y su incidencia en la situación subordinada de
las mujeres. Las resoluciones oficiales de la conferencia expresaron un
compromiso entre ambas prioridades: los Estados del mundo debían promover
la igualdad de trato y oportunidades a las mujeres en la esfera pública, y
promover el desarrollo económico para eliminar las desigualdades sociales y la
persistente discriminación laboral que seguían afectando a las mujeres en
buena parte del planeta. En las conferencias internacionales que se celebraron
en los lustros siguientes (Copenhague, 1980; Nairobi, 1985; Pekín, 1995) las
posiciones de las feministas de los países desarrollados, emergentes y del
Tercer Mundo se aproximaron de forma progresiva, pasando de un
“hermanamiento romántico” a una solidaridad “estratégica”. A finales del siglo
XX, existía un mayor consenso acerca de la relación entre pobreza,
desigualdad social y de género, que en buena parte traducía también el mayor
peso de los países de la antigua periferia, desde China a la India o África.

Para las portavoces de la igualdad de género en Europa occidental o


Norteamérica, la lucha por la igualdad de oportunidades pasaba por garantizar
ayudas estatales a la maternidad, la provisión de plazas públicas de educación
infantil, la posibilidad de permisos maternales y paternales remunerados para el
cuidado de los hijos, o las medidas de discriminación positiva y acción
afirmativa, inspiradas en parte en el movimiento norteamericano por los
derechos civiles, garantizando que porcentajes determinados de puestos
públicos fuesen cubiertos por mujeres, o que en caso de igualdad de méritos se
premiase al género estructuralmente más desfavorecido. Ese tipo de medidas,
primero aplicadas en la Europa nórdica y central, se han generalizado a buena
parte de los países desarrollados, despertando no poca oposición por parte de
los sectores más tradicionalistas; igualmente, se han extendido al ámbito de las
políticas de promoción de las iniciativas empresariales de las mujeres, su
acceso al crédito, o la prevención y persecución rigurosa del hostigamiento y
acoso sexual en el trabajo.

En determinados ámbitos laborales ha sido posible implantar esas medidas de


acción afirmativa, como en el sector público en general, en el que desde 1980
el número de mujeres empleadas aumentó de forma exponencial, y dentro de
él de modo particular en áreas como la enseñanza primaria y secundaria o el
secretariado. Sin embargo, en el sector privado de las economías desarrolladas
se ha consolidado de modo persistente una suerte de mercado laboral
segmentado. En su seno, los hombres acaparan los puestos mejores y mejor
pagados, y las mujeres los de peor cualificación, tienen más dificultades para
ascender, y sufren discriminación latente por el peso de los prejuicios,
asociados a expectativas laborales diferenciadas según el género. En 1989, los
salarios de las trabajadoras industriales británicas eran el 68 por ciento del de
los hombres; la proporción en Portugal era del 83 por ciento. Aun en las
sociedades más tolerantes en materia de igualdad de género persisten
estereotipos fuertemente implantados acerca de la idoneidad de las mujeres
84
para determinados trabajos, y su falta de adecuación o capacidad para otros,
bien por requerir trabajo físico o aptitudes de mando, bien por exigir una
dedicación horaria plena.

Por otro lado, en las sociedades donde la igualdad de oportunidades entre


sexos ha alcanzado cotas más altas, como Suecia, desde finales del siglo XX
se ha advertido un paulatino cambio de tendencia: el aumento de la fertilidad
ha ido acompañado de un incremento de la ocupación femenina a tiempo
parcial, cimentando el modelo de familia donde un miembro trabaja a tiempo
completo y otro, por lo general la mujer, a tiempo parcial, para poder dedicar
más horas al cuidado de la familia. A principios del siglo XXI, este modelo ya
era mayoritario en países como Holanda, llegaba al 40 por ciento en el Reino
Unido, y casi un tercio de las familias con hijos en Alemania.

Además, en los países más pobres, particularmente en África, pero también en


amplias zonas de Asia y Latinoamérica, la creciente globalización, por un lado,
y las medidas de ajuste económico impuestas por el FMI, por otro, habían
generado retrocesos considerables en la calidad de vida de las mujeres. Sus
puestos de trabajo habían desaparecido, su acceso a posibilidades de
educación y formación profesional se veía obstaculizado permanentemente, y
buena parte de los trabajos que desempeñaban, hasta un 75 por ciento, no
estaban retribuidos. Las mujeres cargaban a menudo con pesados trabajos
físicos y con la tarea de alimentar a sus familias, mientras sus maridos
emigraban a las ciudades o al extranjero en busca de trabajo. Además, en
sociedades de fuerte tradición patriarcal las crisis económicas y la escasez
penalizaban sobre todo a las mujeres. Estas, en buena parte campesinas,
seguían sin tener derecho a poseer tierras o a arrendarlas. La reducción de
subsidios o prestaciones por parte del Estado en ámbitos como la sanidad o la
educación empeoraba aún más su situación.

Las reivindicaciones feministas en los países en vías de desarrollo no sólo se


centraban, por tanto, en la liberación personal o sexual, sino que vincularon su
causa a la lucha contra el atraso socioeconómico. Aunque en varios países,
como la India, sus movimientos y organizaciones tendían a subordinarse a las
prioridades establecidas por los movimientos de liberación nacional, también se
registraron críticas frontales al patriarcalismo de las sociedades tradicionales.
Una de las principales líderes feministas egipcias, la médica y escritora Nawal
el Saadawi, causó gran revuelo con su libro Las mujeres y el sexo en 1972,
donde denunciaba la práctica de la ablación genital en las zonas rurales del
país, y consideraba a la religión como un agente opresor de la mujer,
particularmente en las sociedades musulmanas. El Saadawi marcó la pauta
que seguirían las estrategias feministas en el Tercer Mundo: el énfasis en
situaciones concretas, dependientes de contextos culturales específicos, y su
relación con cuestiones étnicas y de clase, presentando sus objetivos de forma
integrada con reivindicaciones sociales y culturales, desde el indigenismo a la
lucha contra la pervivencia del sistema de castas o contra el apartheid
sudafricano... Las feministas en Kenia se integraron así en las comunidades
rurales y se ocuparon de la solución de los problemas de las mujeres para
compatibilizar cuidado de los niños, búsqueda de alimentos y lucha contra la
pobreza. En buena parte de Latinoamérica, las feministas desarrollaron su
actividad de forma conjunta con los sindicatos, y se centraron en la mejora de
85
las condiciones de trabajo extra doméstico, exigiendo mejores sueldos y
menores jornadas de trabajo, así como una profundización de los derechos de
participación política de la mujer.

Con todo, a finales del siglo XX, en numerosos Estados africanos y asiáticos
persistían restricciones en sus legislaciones civiles para el disfrute de los
derechos de propiedad de las mujeres, y sólo desde la Conferencia de Pekín
de 1995 países como Bolivia, Malasia, Nepal, la República Dominicana,
Uganda o Tanzania promulgaron leyes que corregían la discriminación vigente.
En Mongolia, hubo que esperar a 1999 para que su Código Civil y de Familia
reconociese la igualdad de los derechos de la mujer a heredar, explotar la tierra
o poseer ganado. Por las mismas fechas, la República de Armenia adoptó una
legislación similar. Pero también en países europeos, como Albania, hasta
1998 no se recogió la igualdad entre hombres y mujeres en su Constitución.

De esas diferencias de enfoque también surgían a menudo agrias disputas en


los foros internacionales acerca de cuestiones como la mutilación sexual
femenina en varios países de África y Oriente Medio, y la forma de abordarla.
El movimiento feminista occidental, desde la publicación en 1979 del Informe
Hosken, estableció la erradicación de esa práctica inhumana como un objetivo
fundamental a escala mundial. Empero, las feministas de países islámicos y
africanos, aun compartiendo la condena, eran de la opinión de que el enfoque
de la lacra de la ablación por parte occidental dejaba de lado importantes
cuestiones de fondo, como la explotación económica de las mujeres en el
Tercer Mundo por el neocolonialismo, y reflejaba un sentimiento de
superioridad occidental frente a las culturas musulmanas o africanas, vistas de
forma indiferenciada como atrasadas y propensas a la barbarie. Si la distinción
de sexos era una construcción social de las diferencias biológicas, sus
modalidades dependían de los contextos sociales y culturales en que se
formulaban; y, por tanto, las soluciones también debían ser distintas. La
concepción occidental de la situación de la mujer en el Tercer Mundo reflejaría,
según la socióloga y teórica india de las relaciones de género Chandra
Mohanty, una representación tardía del otro de origen colonial.

Como efecto colateral de esa percepción diferenciada, se pueden recordar las


controversias acerca de la práctica del uso del velo por las mujeres en los
países musulmanes, en diferentes formas y variantes (desde el burka, que
cubre todo el cuerpo incluida la cara, hasta el hiyab o el chador, que dejan la
cara descubierta, o el nicab, que cubre el rostro). Era una práctica propia de
muchas sociedades tradicionales, también cristianas, y que en parte fue
reactivada desde los años setenta en varias sociedades de mayoría
musulmana. Mientras buena parte de la opinión pública occidental consideraba
el velo un símbolo de opresión masculina, y una forma de someter a la mujer a
una humillación en el espacio público, muchas feministas musulmanas
defendían el uso opcional y voluntario del velo, a menudo contemplado como
una tradición cultural no necesariamente ligada a un significado religioso, y
situaban la práctica en su contexto social específico. Para numerosas mujeres
musulmanas, la vuelta al velo supondría simplemente una reafirmación de su
identidad cultural frente al influjo occidental, y era compatible con la adopción
de la modernidad, su libertad personal y sexual y su plena integración
sociolaboral. La polémica alcanzó gran relevancia mediática en Francia desde
86
1989, cuando tres alumnas de origen inmigrante en una escuela secundaria de
la periferia parisina fueron expulsadas por negarse a dejar de cubrirse la
cabeza. La reacción de la comunidad inmigrante musulmana, y de destacados
intelectuales de izquierda, obligó al Gobierno de Mitterrand a dar marcha atrás.
No obstante, los términos de la discusión estaban sobre la mesa: ¿Debían
aceptarse, al menos, algunos de los tipos de velo tradicional como
manifestaciones culturales, y tolerarse siempre que su uso fuese voluntario?
¿O debía prevalecer el principio republicano de igualdad de hombres y
mujeres, y por tanto de no discriminación simbólica en la esfera pública? El
debate se vinculaba así al dilema entre pluralismo cultural y asimilación de los
inmigrantes, por un lado, y a la afirmación de los derechos individuales, por
otro. Como cualquier símbolo, el velo estaba sujeto a interpretaciones muy
divergentes. Si se imponía por decreto, como sucedía con los talibanes en
Afganistán, la práctica devenía en símbolo de opresión femenina. Si se prohibía
por decreto, su uso podía transformarse en un símbolo de libertad y afirmación
cultural.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Explique tres momentos por los que la mujer debió luchar para el
reconocimiento de sus derechos.
2. Determine dos problemas que la mujer debió resolver en su camino por
la igualdad de género.
3. ¿Cómo se insertó el reconocimiento de los derechos no heterosexuales
en las luchas de las mujeres?

 Visualice el film “Las sufragistas” de Sarah Gavron (elabore un ensayo).

 Lea el texto: “Situación actual de la mujer en el mundo” de José Lattus


Olmos (link:
http://www.revistaobgin.cl/app/webroot/files/pdf/v05_n2_020.pdf).

87
CHINA: “UN NEOLIBERALISMO DE RASGOS CHINOS”
Manfred B. Steger y Ravi K. Roy

Adaptación realizada de:


Manfred B. Steger y Ravi K. Roy (2011). Neoliberalismo. Una breve introducción. Madrid:
Alianza Editorial. (páginas: 136-146).

Para los defensores del neoliberalismo no hay duda de que las reformas
introducidas en China por sucesivos gobiernos de la época posterior a Mao
para estimular los mercados han sido el verdadero desencadenante del
asombroso éxito económico del país, un éxito que habla por sí mismo si
consideramos que la tasa media de crecimiento del PIB en los últimos veinte
años ha sido del 9,7%. Aunque la transformación del sistema económico chino
ha seguido un proceso gradual, la difusión de las ideas del neoliberalismo
occidental se produjo mucho más deprisa, sobre todo entre las élites urbanas.

Hoy en día China es la tercera economía más grande del mundo y va


aproximándose con gran celeridad a las de Japón y Estados Unidos. En
algunas de sus más importantes instituciones de enseñanza superior, como la
Universidad Tsinghua de enseñanza superior de Pekín o la Universidad Dudan
de Shangai, se ofrecen programas de estudios manifiestamente idénticos a los
que podemos encontrar en las mejores universidades occidentales. De hecho,
cuando se han traducido al chino las obras de iconos neoliberales tan
relevantes como Milton Friedman, Frederick Hayek o James Buchanan, han
roto las cifras de ventas.

En China, el giro hacía el neoliberalismo empezó en los últimos años de la


década de los setenta, después de 30 años de planificación económica y
centralismo político por parte de Mao Tse-Tung. Al morir Mao, en 1976,
millones de chinos pagaban un elevadísimo precio por la visión totalitaria del
recién fallecido presidente. A la industrialización forzosa de la década de los
cincuenta, que se bautizó con el grandilocuente nombre de “Gran Salto
Adelante”, siguieron hambrunas devastadoras. Y las persecuciones políticas de
la “Gran Revolución Cultural del Proletariado” de finales de lo sesenta
ocasionaron la muerte y encarcelamiento de millones de personas. Teniendo
en cuenta que los delitos que había cometido el régimen en el pasado seguían
proyectando su sombra en lo setenta, está claro que sin una profunda revisión
ideológica del “Pensamiento de Mao Tse-Tung” más ortodoxo, habría sido
imposible llevar a cabo la pragmática reorientación de la economía china hacia
los principios de mercado.

La tarea correspondió llevarla a cabo al anciano líder Deng Xiaoping, que


surgió como improbable arquitecto de lo que el economista político David
Harvey denominó “neoliberalismo de rasgos chinos”. Apartado en dos
ocasiones de los influyentes puestos que ocupaba dentro del partido durante la
Revolución Cultural por ser “amigo de la senda capitalista” y tenaz
superviviente político, Deng se labró su total rehabilitación a la muerte de Mao
88
con ayuda de una eficaz Vieja Guardia que había perdido gran parte de su
poder durante la famosa Revolución Cultural.

Con paso prudente, pero decidido, procedió contra los defensores de la línea
dura del partido, abanderando una campaña nacional para “emancipar la
mente, estimular la unidad y mirar hacia delante”. La filosofía de Deng
Xiaoping, envuelta en una retórica nada ingenua de continuidad con la visión
comunista del Gran Líder, pretendía encontrar un auténtico modelo alternativo
–de Estado y socialismo más mercado–, cuyos resultados fueron evaluables de
acuerdo con los criterios neoliberales de eficacia económica, productividad y
competividad. En 1978 el Partido Comunista Chino (PCC) respaldó el paquete
de reformas económicas propuesto por Deng Xiaoping que, abandonando la
antigua doctrina de Mao sobre la “permanente lucha de clases”, favorecía la
construcción y la modernización económicas.

El programa abogaba también por ir devolviendo el poder político y económico


a las instituciones locales y regionales, sin que ello privara al partido de tomar
las decisiones finales, un principio fundamental del sistema. Por último, las
reformas obligaban a iniciar una “apertura” gradual hacia Occidente, controlada
por el Estado, para “aprender métodos avanzados de gestión y nuevas
tecnologías de los países extranjeros”, como literalmente se recogía en los
documentos. Pese al giro mercantilista que tan claramente iba dando la
economía, Deng Xiaoping siempre dejó claro que el Estado seguía siendo la
única institución facultada para legalizar nuevas formas empresariales, fijar
precios y salarios, supervisar las importaciones y la inversión directa extranjera
y para permitir que empresas nacionales exportaran sus productos a distintos
destinos internacionales.

Solemos asociar la reestructuración económica llevada a cabo bajo el mandato


de Deng Xiaoping con la privatización de empresas públicas. Durante tres
décadas esos colectivos industriales habían garantizado el empleo y la
protección social a la mayoría de trabajadores urbanos. El sector agrario de la
economía planificada se organizaba en torno a granjas comunales bastante
ineficaces. Como estaban obligados a soportar duras prácticas de segregación,
los campesinos recibían muchas menos prestaciones de bienestar que los
trabajadores urbanos.

A medida que las reformas de mercado introducidas por Deng Xiaoping iban
cogiendo fuerza, en la década de los ochenta, las empresas públicas
empezaron a contratar trabajadores temporales, venidos sobre todo de las
zonas rurales, sin tener que ofrecerles los generosos beneficios sociales que
garantizaban a sus trabajadores fijos. Los directores recibieron mayor
capacidad de gestión para conseguir que las empresas públicas funcionaran
más eficazmente e incluso se les autorizó a producir excedentes por encima de
las cuotas establecidas por el Estado. Al venderse al “mercado abierto”, el
precio de estos productos superaba con mucho los precios fijados por el
Estado. Y con ello los rendimientos acumulados por estos directores de
empresa en ciernes resultaban con frecuencia sustanciosos. Sin embargo, al
final se vio que un sistema con políticas de precio tan distintas era insostenible
puesto que los directivos intentaban aumentar su cupo de productos a

89
expensas de las cuotas estatales. Como la productividad de las empresas
estatales empezó a decaer marcadamente, la banca nacionalizada se vio
obligada a subvencionarlas, lo cual diezmó la economía china. En 1993 los
líderes del PCC decidieron autorizar la transformación de un pequeño número
de empresas públicas seleccionadas en empresas de accionariado conjunto
para responder a estos problemas. A partir de entonces y durante veinte años,
las empresas públicas siguieron este proceso de privatización a pasos
agigantados.

El programa pequinés de privatizaciones dio un paso más cuando el PCC


decidió abrir algunas empresas públicas al capital extranjero. El consiguiente
flujo de inversión extranjera directa contribuyó a que China se convirtiera en un
superpoder industrial, fundamentalmente como foco de la manufactura con
mano de obra intensiva. La creación de “Zonas Económicas Especiales”
(ZEEs) a lo largo, sobre todo, de cuatro importantes ciudades de la costa china
favoreció la producción dedicada a la exportación de productos de consumo;
estas “zonas” servían además como centros de investigación y desarrollo, en
los que los jóvenes líderes del empresariado chino absorbían nuevas
tecnologías y prácticas de gestión. Las ZEEs atraían capital extranjero a base
de incentivos, que incluían la exención de impuestos y acuerdos de
aseguración de riesgos, por lo que las empresas extranjeras cobraban sus
beneficios por adelantando. Además, el gobierno chino dio su visto bueno a
una masiva inversión en infraestructura.

En 1995 el gobierno chino ancló tácitamente el yuan al dólar americano para


estabilizar la moneda. Pero el Estado seguía reteniendo el control de los flujos
de capital y se mostró reacio a convertir el yuan en divisa de cambio. Los
economistas políticos occidentales solían decir que China había empezado a
manipular con coherencia las tasas de cambio para aumentar su competitividad
en las exportaciones internacionales. Los analistas del Tesoro americano, a la
vista de que el déficit comercial de su país con China era cada vez mayor
(233.000 millones de dólares en 2007), estimaron que la subvaloración del
yuan pudo llegar a superar el 40%.

La propagación de iniciativas neoliberales que vivió China a lo largo de las dos


últimas décadas no siempre discurrió con tranquilidad. Ya en 1989 la masacre
en la plaza Tiananmen de cientos de ciudadanos que se manifestaban
reclamando democracia había puesto sobre la mesa la enorme contradicción
que latía en el mismo seno de la sociedad china: ¿cómo podía el régimen
instaurar medidas mercantilistas sin ceder el control del poder político?
Temeroso de que los levantamientos populares consiguieron minar la autoridad
del Estado en el futuro, como había ocurrido en la Unión Soviética y los países
del Este europeo, el gobierno respondió a la manifestación de Tiananmen con
una severa represión política. Y aunque consiguió evitar un colapso del sistema
a la soviética, el PCC no logró disolver la contradicción que suponía dar apoyo
a una economía de mercado y mantener su más que arraigada tendencia
autoritaria.

Cuando murió Deng Xiaoping en 1997, el partido había llegado a un pacto de


menor represión: ganar legitimidad popular integrándose en una economía

90
global, algo que elevaría el nivel de vida de la mayoría de los chinos. Pero lo
que todavía queda por ver es si este neoliberalismo inestable “de rasgos
chinos” puede seguir coexistiendo con un Estado unipartidista centralizado.

El presidente Jiang Zemin, sucesor de Deng Xiaoping, cambió aún más el


contenido de su discurso público, alejándose de los antiguos valores socialistas
de igualitarismo y redistribución para ir incorporando nuevos objetivos
neoliberales, como los de crecimiento económico y maximización del beneficio.
A pesar de todo, sus esfuerzos distaban aún mucho de lo que era el ideal de
libre mercado, tal y como mucho de lo que era el ideal de libre mercado, tal y
como quedó definido en el Consenso de Washington. Pese a que China
pertenece a la OMC y apoya a sus jóvenes empresarios y directivos, la
transición económica sigue estando en manos de unas facciones políticas muy
poderosas que se encuentran progresivamente divididas entre los centralistas,
burócratas nacionalistas, de Pekín, y los empresarios más regionalistas,
partidarios de la idea de la globalización, de Shangai, Guangzhou, Chongqing y
otros centros urbanos importantes.

Desde que asumió el cargo en 2003, el presidente Hu Jintao he hecho avanzar


el programa neoliberal en áreas tan relevantes como ciencia y tecnología,
derechos de propiedad intelectual o política comercial. Sin embargo, y de
manera simultánea, su gobierno ha seguido anclado a la idea de que la
transición al nuevo sistema de mercado debe hacerse bajo dirección estatal.
Por ejemplo, el PCC aún controla los precios y el suministro de agua y energía;
y también subvenciona a un ineficaz sector energético, que alimenta la gigante
base manufacturera del país. Sin estas subvenciones, la industria china no
podría competir globalmente. De hecho uno de sus más tenaces competidores
es India, un país que, como China, abandonó el socialismo y modificó su
sistema económico mixto siguiendo líneas neoliberales.

ACTIVIDADES SUGERIDAS
1. Explique a partir de dos argumentos las reformas emprendidas en el campo económico tras
la muerte de Mao.
2. ¿Cómo se desarrollaron las transformaciones económicas en el campo de la agricultura y de
la industria?
3. Identifique y compare tres características del gobierno de Mao Tse-Tung con respecto al de
Deng Xiaoping de acuerdo al video cuyo enlace se indica.

VIDEO SOBRE EL TEMA:


https://www.youtube.com/watch?v=JdeRk1xW5FE

91
LOS FUNDAMENTALISMOS
Anthony Giddens

Adaptación realizada de:


Giddens, Anthony (2014) Sociología. 7ªed. Madrid: Alianza Editorial. (páginas: 845-851).

La fuerza del fundamentalismo religioso es otro de los factores que indica que
la secularización no ha triunfado, ni siquiera en el mundo desarrollado. El
término fundamentalismo puede aplicarse a muy diferentes contextos para
describir una estricta observancia de un conjunto de principios o creencias. El
fundamentalismo religioso describe el enfoque que adoptan los grupos
religiosos que demandan la aplicación literal de escrituras o textos
fundamentales y que creen que las doctrinas que emergen de dichas lecturas
deben ser aplicadas a todos los aspectos de la vida social, económica y
política.

Los fundamentalistas religiosos creen que sólo es posible una visión del mundo
y que la suya es la correcta: no hay lugar para la ambigüedad o la multiplicidad
de interpretaciones. Dentro de los movimientos fundamentalistas, el acceso al
significado exacto de las escrituras queda reservado a un conjunto de
«intérpretes» privilegiados, como los sacerdotes, el clero u otros líderes
religiosos. Tal facultad confiere a estos dirigentes una gran autoridad, no sólo
en cuestiones religiosas, sino también en las mundanas. Hay fundamentalistas
religiosos que se han convertido en poderosas figuras políticas dentro de
movimientos de oposición o de partidos políticos mayoritarios, e incluso en
jefes de Estado.

El fundamentalismo religioso es un fenómeno relativamente nuevo: el concepto


no ha entrado en la lengua común hasta las últimas tres o cuatro décadas.
Surge sobre todo como respuesta a la globalización. Mientras las fuerzas de la
modernización iban socavando progresivamente elementos tradicionales del
mundo social como la familia nuclear y el dominio de la mujer por parte del
hombre, el fundamentalismo surgía para defender esas creencias tradicionales.
En un mundo en proceso de globalización, que exige razones racionales, el
fundamentalismo insiste en dar respuestas basadas en la fe y referencias a una
verdad ritual: el fundamentalismo es la tradición defendida de forma tradicional.

Aunque el fundamentalismo se alza para oponerse a la modernidad, también


utiliza enfoques modernos para afirmar sus creencias. Los fundamentalistas
cristianos de los Estados Unidos, por ejemplo, fueron de los primeros grupos
en utilizar la televisión como medio para extender sus doctrinas. Los militantes
del grupo Hindutva han utilizado Internet y el correo electrónico para fomentar
una «identidad hindú». En este apartado examinaremos dos de las
manifestaciones más destacadas de fundamentalismo religioso: el islámico y el

92
cristiano. En los últimos treinta años, la fuerza de estas tendencias ha
aumentado, configurando los contornos tanto de políticas nacionales como
internacionales.

El fundamentalismo islámico

De los primeros sociólogos, puede que sólo Weber hubiera podido sospechar
que un sistema religioso tradicional como el islam podía tener un gran
resurgimiento y convertirse en el protagonista de importantes procesos políticos
a finales del siglo XX; sin embargo, esto es exactamente lo que ocurrió desde
la Revolución Iraní (1978-1979), que acabó con el gobierno monárquico e
introdujo una república islámica con el ayatolá Jomeini a la cabeza. En los
últimos años, el resurgimiento islámico se ha extendido y ha tenido un impacto
notable en otros países, entre ellos Egipto, Siria, Líbano, Argelia, Afganistán y
Nigeria. ¿Qué explica este resurgir a gran escala del islam?

Para entender el fenómeno, no sólo hemos de tener en cuenta las


características del islam como religión tradicional, sino también los cambios de
tipo social que han afectado a los estados modernos en los que su influencia es
omnipresente. El islam, como el cristianismo, es una religión que ha estimulado
continuamente el activismo: el libro sagrado musulmán, el Corán, está lleno de
instrucciones dadas a los creyentes para que «luchen por el camino de Dios».
Esta lucha se dirige contra los no creyentes y contra los que introducen la
corrupción dentro de la comunidad musulmana. A lo largo de los siglos han
existido sucesivas generaciones de reformadores musulmanes, y el islam ha
quedado tan dividido internamente como el cristianismo.

Los chiíes se separaron del cuerpo principal del islam ortodoxo al principio de
su historia y siguen teniendo influencia. El chiismo ha sido la religión oficial de
Irán (antes conocido como Persia) desde el siglo XVI y proporcionó las ideas
que impulsaron la revolución iraní. El origen de los chiíes se remonta al imán
Alí, un líder religioso y político del siglo VII del que se cree que mostró
cualidades de devoción personal a Dios y una virtud sobresaliente entre los
mundanos gobernantes de la época. Los descendientes de Alí llegaron a
considerarse los líderes legítimos del islam, puesto que se creía que
pertenecían a la familia del profeta Mahoma, a diferencia de las dinastías que
ocupaban realmente el poder. Los chiíes creían que finalmente llegaría, a
instituirse el gobierno del legítimo heredero de Mahoma, que derribaría las
tiranías y las injusticias asociadas con los regímenes existentes El heredero de
Mahoma sería un líder directamente guiado por Dios, que gobernaría de
acuerdo con el Corán.

Existen nutridas poblaciones chiíes en otros países de Oriente Próximo, como


Irak, Turquía y Arabia Saudí, así como en la India y Pakistán. Sin embargo, en
estos países el liderazgo islámico está en manos de la mayoría, los suníes, que
siguen el «Camino Trillado», una serie de tradiciones que proceden del Corán y
que toleran una considerable diversidad de opiniones, en contraste con las
concepciones chiíes, más rígidamente definidas.

93
El islam y Occidente

Durante la Edad Media hubo una lucha más o menos constante entre la Europa
cristiana y los estados musulmanes, que controlaban grandes áreas de lo que
se convirtió después en España, Grecia, Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía. La
mayoría de las tierras conquistadas por los musulmanes fueron retomadas por
los europeos y, de hecho, muchas de sus posesiones en el norte de África
fueron colonizadas cuando el poder de Occidente aumentó en los siglos XVIII y
XIX. Estos reveses fueron catastróficos para la religión y las civilizaciones
musulmanas, que los creyentes islámicos consideraban las mejores y más
avanzadas de cuantas eran posibles, trascendiendo a todas las demás. A
finales del siglo XIX la incapacidad del mundo musulmán para oponerse
eficazmente a la expansión de Occidente desembocó en movimientos
reformistas que trataban de devolver el islam a su fuerza y pureza originales.
Una de las ideas clave era que el islam debía responder al reto de Occidente
afirmando la identidad de sus propias creencias y prácticas (Sutton y Vertigans,
2005).

Esta idea se ha desarrollado de diversas formas en el siglo XX y fue el telón de


fondo de la «revolución islámica» iraní de 1978-1979. Esta se aumentó
inicialmente de la oposición interna al Sha, que había aceptado y tratado de
promover formas de modernización inspiradas en Occidente, como la reforma
agraria, el voto para las mujeres y el desarrollo de una educación laica. El
movimiento que derribó a Sha aglutinó a personas con intereses muy diversos
que, de ninguna manera, eran todas afectas al fundamentalismo islámico; sin
embargo, una de las figuras dominantes era el ayatolá Jomeini, que
reinterpretó de forma radical las ideas chiíes.

Jomeini organizó su gobierno de acuerdo con la ley islámica tradicional. La


revolución islámica hizo de la religión, tal como queda dicho en el Corán, la
base directa de toda la vida política y económica. Bajo la ley islámica –
la shaira– rediviva se practicaba una rigurosa segregación de los sexos, las
mujeres eran obligadas a cubrirse el cuerpo y la cabeza en público, los
homosexuales practicantes eran enviados ante el pelotón de fusilamiento, y las
adúlteras, lapidadas hasta la muerte. Este estricto código se ve acompañado
de una concepción sumamente nacionalista, que se crece especialmente frente
a las influencias occidentales.

El objetivo de la revolución iraní era islamizar el Estado: organizar el gobierno y


la sociedad de modo que las enseñanzas musulmanas se hicieran las
dominantes en todas las esferas. Sin embargo, este proceso no se ha
completado en absoluto, y hay fuerzas que luchan contra él. Zubaida (1996) ha
distinguido tres conjuntos de grupos enfrentados entre sí. Los radicales quieren
continuar la revolución islámica y profundizar en ella, creyendo también que
ésta debería trasladarse de forma activa a otros países musulmanes. Los
conservadores se componen principalmente del funcionariado religioso, que
cree que la revolución ya ha avanzado lo suficiente. Les ha dado una posición
de poder en la sociedad que les gustaría mantener. Los pragmáticos están a
favor de implantar reformas en el mercado y de la apertura de la economía a la

94
inversión y el comercio extranjeros. Se oponen a la aplicación estricta de los
códigos islámicos en relación con la mujer, la familia y el sistema legal.

La muerte del ayatolá Jomeini en 1989 supuso un golpe para los elementos
radicales y conservadores de Irán; su sucesor, el ayatolá Alí Jamenei, siguió
contando con la lealtad de los poderosos ulemas (líderes religiosos) iraníes,
pero fue perdiendo aceptación entre el ciudadano medio del país, que se siente
molesto con el régimen represivo y la persistencia de los males sociales. Las
grietas internas de la sociedad iraní, entre los pragmáticos y el resto, afloraron
con bastante claridad a la superficie bajo la presidencia reformista de Mohamed
Jatami (1997-2005), cuya administración se caracterizó por las luchas con los
conservadores, que se las arreglaron para obstaculizar sus intentos de
reformar la sociedad iraní. La elección del profundamente conservador alcalde
de Teherán, Mahmud Ahmadinejad, como presidente en 2005, aligeró la
tensión entre la dirección política y religiosa del país. A pesar de que fue
reelegido en 2009 –entre protestas de fraude electoral– su permanencia en el
poder se ha caracterizado por las tensiones con Occidente, entre otras cosas
por la continuación del programa nuclear iraní. En 2012, por ejemplo, Irán
suspendió todas las ventas de petróleo a compañías francesas y británicas,
adelantándose a la prohibición de importar petróleo iraní de la Unión Europea.
El ministro de Exteriores británico predijo una posible guerra o una nueva
«guerra fría» en la región si Irán desarrollaba armas nucleares.

La difusión del resurgimiento islámico

Aunque se suponía que las ideas que subyacen en la revolución islámica iraní
habían de unir a todo el mundo musulmán contra Occidente, los gobiernos de
los países en los que los chiíes están en minoría no se han mostrado próximos
a dicha revolución. Sin embargo, el fundamentalismo islámico ha recabado
grandes apoyos en la mayoría de esos estados, y diversas formas de
resurgimiento islámico se han visto estimuladas por él.

Aunque el fundamentalismo islámico haya ganado influencia en muchos países


del norte de África, Oriente Próximo y el sur de Asia durante los últimos diez o
quince años, sólo ha logrado llegar al poder en dos estados. Desde 1989
Sudán está gobernado por el Frente de Salvación Nacional, mientras que el
régimen fundamentalista talibán consolidó su control del fragmentado Estado
afgano en 1996, pero fue desalojado del poder a finales de 2001 por fuerzas de
la oposición afgana y el ejército de Estados Unidos. En muchos otros países
los grupos fundamentalistas islámicos han ganado influencia, pero se ha
evitado que lleguen al poder. En Egipto, Turquía y Argelia, por ejemplo, los
levantamientos fundamentalistas musulmanes han sido sofocados por el
Estado o el ejército.

A muchos les preocupa que el mundo musulmán se dirija hacia una


confrontación con las partes del mundo que no comparten sus creencias. Los
países musulmanes parecen resistirse a las olas de democratización que están
recorriendo el mundo. El politólogo Samuel Huntington (1996) ha señalado que
la pugna entre las ideas occidentales e islámicas podría convertirse en parte de
un «choque de civilizaciones» a escala mundial, que se produciría tras el fin de

95
la Guerra Fría y con la creciente globalización. El Estado nación ya no es la
principal influencia en las relaciones internacionales y, por lo tanto, las
rivalidades y conflictos tendrán lugar entre las grandes culturas y civilizaciones,
que para él forman la base de la identidad y los compromisos de las personas.
En concreto, Huntington sugiere que la religión es el factor que más contribuye
a la diferenciación y la división de las civilizaciones.

Ya hemos visto ejemplos de este tipo de conflictos en la antigua Yugoslavia, en


Bosnia y en Kosovo, donde los musulmanes bosnios y los albanokosovares
han luchado contra los serbios, que representan una cultura cristiana ortodoxa.
Esos acontecimientos han acentuado entre los musulmanes la conciencia de
pertenecer a una comunidad mundial; como han señalado ciertos
observadores, «Bosnia se ha convertido en un punto de unión para los
musulmanes de todo el mundo [...] ha creado y agudizado una sensación de
polarización y de radicalización en las sociedades musulmanas, al tiempo que
aumentaba la conciencia de ser musulmán» (Ahmed y Donnan, 1994).

De la misma manera, la guerra dirigida por Estados Unidos contra Irak se


convirtió en un punto de unión para los musulmanes radicales tras la invasión
de 2003. Las tesis de Huntington recibieron una gran atención mediática como
explicación de las causas del ataque terrorista a Nueva York y Washington el
11 de septiembre de 2001, de la decisión norteamericana de derribar el,
régimen islámico de Afganistán y del renacimiento de la resistencia religiosa
ante la presencia estadounidense en Irak a partir de 2003.

Pero los críticos señalan que existen muchas diferencias políticas y culturales
dentro de las civilizaciones y que el pronóstico de un conflicto entre
civilizaciones es improbable y alarmista. Por ejemplo, en 1990 el régimen suní
de Saddam Hussein invadió Kuwait, que también cuenta con una población
mayoritaria suní, y entre 1980 y 1988 Irak e Irán (con mayoría de población
chií) se enfrentaron en un conflicto armado. También puede llegarse a exagerar
fácilmente el número de «conflictos entre civilizaciones» del pasado, ya que
muchos de los conflictos definidos como culturales han estado más
relacionados con el acceso a recursos escasos y con las luchas por el dominio
político y militar (Russett et al., 2000; Chiozza, 2002). En ese tipo de conflictos
es mucho más habitual que se formen alianzas que atraviesan los límites de las
civilizaciones a gran escala.

En la actualidad, la oposición islámica sigue desarrollándose en estados como


Malasia e Indonesia; varias provincias de Nigeria han adoptado recientemente
la sharia, y la guerra en Chechenia ha recabado la participación de radicales
musulmanes que apoyan el establecimiento de un Estado islámico en el
Cáucaso. Los miembros de la red terrorista de al-Qaeda proceden de todo el
mundo islámico. El simbolismo y las formas de vestir del islam se han
convertido en importantes señas de identidad para el número creciente de
musulmanes que vive fuera del mundo islámico. Acontecimientos como la
Guerra del Golfo y los ataques terroristas a Washington y Nueva York del 11-S
han suscitado reacciones diversas pero intensas dentro de ese mundo, ya sea
para oponerse a Occidente o para responderle.

96
Está claro que el resurgimiento islámico no puede interpretarse únicamente en
términos religiosos, ya que en parte representa una reacción contra la
influencia de Occidente y también es un movimiento de reafirmación nacional y
cultural. Resulta cuestionable: que el resurgimiento islámico, incluso en sus
manifestaciones más fundamentalistas (que siguen siendo una pequeña parte),
sólo deba considerarse una renovación de ideas basada en la tradición. Lo que
ha ocurrido es algo más complejo. Se han revivido prácticas y formas de vida
tradicionales, pero combinándolas con intereses netamente relacionados con
los tiempos modernos.

El fundamentalismo cristiano

El auge de las organizaciones religiosas fundamentalistas en Europa, pero de


una forma más acusada en los Estados Unidos, es uno de los hechos más
notables de las últimas décadas. Los fundamentalistas creen que la Biblia es
una guía que se puede utilizar en la política, el gobierno, los negocios, la familia
y todos los asuntos que ocupan a la humanidad (Capps, 1995). Para los
fundamentalistas, la Biblia es infalible: su contenido expresa la verdad divina.
Los fundamentalistas cristianos creen en la divinidad de Cristo y en que es
posible salvar la propia alma mediante la aceptación de Cristo como salvador
personal. Se comprometen a diseminar su mensaje y a convertir a los que aún
no han abrazado las mismas creencias.

El fundamentalismo cristiano es una reacción contra la teología progresista y


los partidarios del «humanismo laico»: los que están «a favor de la
emancipación de la razón, de los deseos y de los instintos que se oponen a la
fe y a la obediencia de los designios de Dios» (Kepel, 1994: 133). El
fundamentalismo cristiano se alza contra la «crisis moral» que ha traído
aparejada la modernización: la decadencia de la familia tradicional, la amenaza
de la moral individual y el debilitamiento de la relación entre el hombre y Dios.

En los Estados Unidos, tras la creación de la Mayoría Moral fundada por Jerry
Falwell en los setenta, ciertos grupos fundamentalistas se han involucrado cada
vez más en la política nacional, especialmente en el ala conservadora del
Partido Republicano, dando lugar a lo que se ha dado en denominar «Nueva
Derecha Cristiana» (Simpson, 1985; Woodrum, 1988; Kiecolt y Nelson, 1991).
Falwell señaló «cinco grandes problemas que tienen consecuencias e
implicaciones políticas y a los que los estadounidenses con moral deberían
estar dispuestos a enfrentarse: el aborto, la homosexualidad, la pornografía, el
humanismo y la familia fracturada» (en Kepel, 1994). Las organizaciones
religiosas fundamentalistas son una fuerza poderosa en Estados Unidos y han
contribuido a redefinir las políticas y la retórica del Partido Republicano durante
las administraciones de Reagan y de ambos Bush (padre e hijo).

Falwell culpó inicialmente a los «pecadores» de Estados Unidos por los


ataques terroristas del 11-S. Comentó en directo por televisión:

Realmente creo que los paganos y los abortistas y las feministas, y los gays y las lesbianas
que están intentando de forma activa instaurar su modo de vida alternativo, la Unión por las
Libertades Civiles, las Personas a favor del Estilo de Vida Americano [ambas organizaciones

97
liberales], todos los que han intentado secularizar América. Pongo mi dedo frente a su cara y
digo: «Vosotros colaborasteis en que esto sucediera» (CNN, 2001).

Aunque posteriormente pidiera disculpas por estos comentarios, aún provocó


más polémica al afirmar que «Mahoma fue un terrorista. He leído bastante de
autores musulmanes y no musulmanes para decidir que fue un hombre
violento, un hombre de guerra» (BBC, 2002). De nuevo, volvió a disculparse
por estas observaciones, pero demasiado tarde para evitar los disturbios
sectarios entre los hindúes y musulmanes que reaccionaron contra él en
Solapur, India occidental. No sorprende que a estos comentarios siguiera una
condena generalizada de los líderes islámicos de todo el mundo. Otro
predicador fundamentalista cristiano, el pastor Terry Jones de Florida, intentó
organizar una quema de ejemplares del Corán en el aniversario del 11-S en
2010, aunque no llegó a realizarla por presiones del presidente Obama y del
secretario de Defensa. Pero en marzo de 2011, hizo una farsa de juicio y
quemó una copia del Corán frente a un pequeño grupo de seguidores en
Gainesville.

Muchos de los evangelistas más conocidos e influyentes de los Estados Unidos


tienen su sede en estados sureños y del medio oeste como Virginia, Oklahoma
y Carolina del Norte. Los grupos fundamentalistas más influyentes del país son
la Convención Baptista Sureña, las Asambleas de Dios y los Adventistas del
Séptimo Día. Destacados predicadores de la Nueva Derecha Cristiana han
fundado varias universidades con el fin de producir una nueva generación de
«contraélites», educadas en creencias fundamentalistas y capaces de llegar a
puestos destacados en los medios de comunicación, en los académicos, en la
política y en las artes. Universidades como la de Liberty (fundada por Jerry
Falwell), Oral Roberts, Bob Jones y otras otorgan títulos en estudios
académicos convencionales, situando la docencia en el marco de la infalibilidad
bíblica. En los campus, la vida privada de los estudiantes se rige por estrictos
principios éticos; el alojamiento está separado por sexos y los estudiantes
pueden ser expulsados si mantienen relaciones sexuales fuera del matrimonio
(Kepel, 1994).

REFLEXIONES CRÍTICAS
Parece que el fundamentalismo religioso ha aumentado durante el periodo de rápida
globalización. ¿Qué relación pueden tener estos dos fenómenos? ¿Qué datos podrían
indicar que la religión fundamentalista no será algo transitorio, sino que puede
convertirse en un rasgo permanente de las sociedades?

Conclusión

En una época en proceso de globalización que necesita desesperadamente el


entendimiento mutuo y el diálogo, el fundamentalismo religioso puede ser una
fuerza destructiva. Esta tendencia coquetea demasiado a menudo con la
violencia: en los casos de los fundamentalismos islámico y cristiano, los
ejemplos de violencia inspirados en la filiación religiosa no son infrecuentes. En
Líbano, Indonesia y otros países se han producido en los últimos años choques
violentos entre grupos musulmanes y cristianos; en Estados Unidos, los grupos
pro-vida cristianos han atacado (y a veces asesinado) a médicos que
practicaban abortos ilegales.

98
Uno de los atractivos del fundamentalismo es su capacidad de proporcionar
certezas sobre cómo llevar una vida moral basada en enseñanzas religiosas
claras. Las tradiciones liberales y las perspectivas laicistas carecen de esta
certidumbre, ya que aceptan que el conocimiento es siempre cambiante en
función de los nuevos descubrimientos. Sin embargo, en un mundo cada vez
más cosmopolita, el número de personas de tradiciones y creencias opuestas
que entran en contacto está aumentando (Beck, 2006). Al disminuir la
aceptación incondicional de las ideas tradicionales, todos debemos vivir de una
forma más abierta y reflexiva. Parece evidente que Ja mejor manera de evitar
los conflictos es manteniendo el diálogo y el debate entre las personas de
credos diferentes o sin creencias.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Explique a partir de dos argumentos ¿qué es el fundamentalismo religioso?


2. ¿Qué relación hay entre la «revolución islámica» iraní de 1978-1979 y el
fundamentalismo islámico?
3. Identifique y compare tres características de los fundamentalismos musulmán y
cristiano.

VIDEOS SOBRE EL TEMA:


https://www.youtube.com/watch?v=8cOII45wR-w
https://www.youtube.com/watch?v=RgPFH2KR_NE

99
SEGUNDA PARTE

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

100
IDENTIDAD PERUANA Y PERUANIDAD
Nelson Manrique

Adaptación realizada de:


Manrique, Nelson (2004) Identidad peruana y peruanidad. En: Enciclopedia Temática del Perú:
Sociedad. Lima: El Comercio. Vol. VII, cap. 2 (páginas: 17-26)

El problema de la inserción social


LOS INDIOS Y EL ESTADO NACIÓN

A pesar de que aparece como un hecho “natural”, la construcción de una identidad


nacional es un proceso histórico complejo en el que no existe una correspondencia
necesaria entre el hecho político de fundar un Estado y el hecho total de forjar una
nación. En el Perú el Estado precedió a la nación. El joven Estado nació a la
Independencia como una República, que venía a suceder al Estado virreinal que se
recusaba, pero las condiciones para construir una comunidad nacional no existían.
Un orden republicano supone la existencia de ciudadanos autónomos, sujetos
independientes considerados iguales ante la ley, y el grueso de la población
peruana era ajena a esa condición, Como se ha señalado, eran muy pocos los
elementos comunes que compartían los criollos que habitaban el litoral y la
población indígena del interior: hablaban otros idiomas, tenían distintas culturas,
comían, vestían, se divertían de manera diferente, tenían diversas
cosmovisiones, diferente religiosidad, etc.

La cuestión de cómo debía insertarse a la población india en la nación que iba a


forjarse fue un problema que se planteó desde la propia fundación de la
República. Inicialmente escritores como el joven poeta Mariano Melgar -muerto
prematuramente en la lucha por la independencia-, José Joaquín de Olmedo y
Faustino Sánchez Carrión imaginaron una nación que debía incluir a la población
indígena, “los descendientes de los incas”. El mismo espíritu animó el decreto de
Monteagudo que abolió la palabra “indio”, exigiendo que en adelante quienes eran
así llamados fueran conocidos como "peruanos”, y el de Bolívar que abolió los
títulos nobiliarios, tanto hispanos como indígenas. Pero estas posiciones
progresistas fueron rápidamente abandonadas, a medida que se reforzaban los
poderes locales del interior. El gran mariscal Agustín Gamarra, miembro de una
prominente familia cusqueña y conspicuo representante del bloque de poder del
interior (llegó a ser prefecto del departamento del Cusco antes de llegar a la
presidencia de la República) impuso algunas de las mayores involuciones
conservadoras: la prolongación de la "tutela" impuesta a los negros bajo la
dominación de sus amos hasta que cumplieran los 50 años de edad, la restauración
del tributo indígena colonial, bajo el nuevo nombre de contribución personal, la
101
exoneración de este tributo a las denominadas castas, es decir la población
mestiza, a partir de 1839. “Indio” no era solo un término que identificaba étnica y
racialmente a un grupo social sino era también una condición fiscal, que llevaba
aparejadas obligaciones tributarias para quienes así eran identificados. Dos
décadas después de la Independencia alcanzó su formulación el proyecto político
que impuso la hegemonía limeña. Su mejor exposición se encuentra en el sermón
del 28 de julio de 1846, por el 25 aniversario de la Independencia, pronunciado por
el sacerdote Bartolomé Herrera, uno de los más lúcidos ideólogos conservadores
del siglo XIX. Él sostuvo en su discurso que la expulsión de los españoles por las
fuerzas patriotas debía ser considerada un paréntesis impuesto por Dios en la obra
de unir a la nación bajo el catolicismo y la monarquía; los criollos debían continuar
esa obra de reconstrucción de la identidad nacional, respetando su legado
hispánico, católico y monárquico. El Perú debla ser dirigido por un gobierno fuerte
asentado en Lima, investido por Dios (bendecido por la Iglesia), con el derecho
soberano de dictar leyes para todos, como una aristocracia del conocimiento creada
por natura. El sufragio selectivo debía apartar a los indios del voto, puesto que su
"incapacidad natural" los hacia inelegibles para ciudadanos (Poole, 1997).

Tres años después del discurso de Bartolomé Herrera, el país, hasta entonces
considerado en bancarrota por su imposibilidad de pagar las deudas acumuladas
desde antes de la Independencia, cambió radicalmente su suerte cuando la
exportación del guano de las islas permitió la súbita entrada de ingentes riquezas.
La prosperidad del país creó las bases económicas para la consolidación de este
proyecto político. En el interior, la debilidad del Estado central dio lugar a la
privatización del poder y a la constitución de fuertes poderes locales que se
encargaron de encuadrar a la población indígena a través de la violencia y de la
imposición de relaciones de servidumbre, apoyándose en el racismo antiindígena
colonial. Surgió así el gamonalismo republicano, una especie de feudalismo andino,
que durante más de un siglo bloqueó la incorporación de la población indígena a la
ciudadanía. El racismo antiindígena era compartido por la población
occidentalizada. Algunas décadas después, las elucubraciones del conde Joseph
Arthur de Gobineau (1816-1882), quien en su Essai sur l´inegalíté des races
humaines (1852) sostenía que las diferencias entre los individuos tenían un origen
natural, biológico, fueron entusiastamente asumidas por las élites
latinoamericanas. Este respaldo dio a los prejuicios racistas la legitimidad de los
hechos científicamente comprobados.

Del Perú colonial al Perú republicano

Continuidades y rupturas

En la construcción de las identidades que existen en el Perú contemporáneo puede


rastrearse la presencia de elementos que tienen tras de sí una larga historia. Estos
han sido redefinidos en contacto con otras culturas y con nuevas experiencias, pero
es posible identificar su continuidad histórica. En la condición de las poblaciones
originarias las continuidades pesaron decisivamente. Ellas constituyen el meollo de
lo que Stanley y Bárbara Stein (1991) han denominado "la herencia colonial de
América Latina”. El tributo indígena colonial, abolido por San Martín el 27 de agosto
de 1821, fue restaurado en agosto de 1826, con el nombre de contribución
personal. Hacia fines de la década de 1820, su peso equivalía aproximadamente a

102
la octava parte del presupuesto nacional, pero para la primera mitad de la década
de 1840, representaba la tercera parte. Si hasta 1839 lo pagaban los indios y las
castas –es decir los integrantes de los grupos no indios–, en 1840 los blancos y los
mestizos fueron eximidos de esta obligación. La contribución personal permaneció
vigente hasta 1854.

Otra importante continuidad fue la persistencia de la utilización gratuita de la fuerza


de trabajo indígena. Esta era regulada en la época colonial a través de la mita, que
fue abolida por San Martín y Bolívar. Sin embargo, el servicio gratuito indígena
volvió a ser establecido bajo distintas modalidades en los países andinos en
cuanto se afirmó la República. La más importante en el Perú fue el "servicio a la
República": la obligación de los indígenas de trabajar un número de días al año
gratuitamente en las obras estatales. El Estado central era muy débil y con
frecuencia este trabajo fue usufructuado por los grupos señoriales del interior en
su propio beneficio. Los indios denominaron "República" a este trabajo forzado.
Los municipios usufructuaron también ampliamente esta fuente de trabajo
gratuito.

La última continuidad, por cierto, no la menos importante, fue la del papel central
de la Iglesia en la República, con su gran poder sobre las almas. Pero la base de
su poder material no era solo su ascendiente espiritual. En el Perú ella tenía
ingentes propiedades inmuebles, fruto de donaciones (los bienes de manos
muertas), diezmos, censos y capellanías, que constituían en esencia impuestos
forzados sobre la producción agropecuaria, que se mantuvieron vigentes hasta
mediados del siglo XIX.

Las rupturas con relación a la situación anterior a la Independencia tuvieron su


primera fuente en la disgregación de la economía colonial. Destruido el circuito
mercantil que unía Potosí con las minas de Huancavelica (que proveían a
Potosí del mercurio imprescindible para refinar la plata) y Lima, que constituía la
columna vertebral de la economía colonial, la región andina se fragmentó en un
conjunto de espacios económicos desarticulados entre sí, en los cuales a lo
largo del siglo XIX apenas pudieron constituirse penosamente algunos escasos
espacios socioeconómicos regionales.

Un segundo terreno en el que se percibe una ruptura capital es el de la


degradación del poder político al interior de las sociedades originarias. La
proclamada igualdad formal de los indios ante la ley chocaba con la desigualdad
real consagrada por las estructuras de dominación colonial subsistentes. La
sociedad colonial era una sociedad estamental, donde el cuerpo social era
concebido como un organismo vivo, con órganos especializados, que debían
cumplir la función para la que habían sido creados (la cabeza para pensar y
dirigir, las manos para -trabajar), donde cualquier intento de modificar el “orden
natural” de las cosas provocaría el caos y la destrucción del equilibrio que
garantizaba la salud social.

En este panorama, la liquidación de los curacazgos andinos, pese a su evidente


intención igualitaria, representó una grave degradación de las estructuras de
poder de las sociedades andinas originarias. La estructura curacal fue
reemplazada por otra institución colonial, la de los alcaldes de indios, de la que ha

103
derivado la estructura hasta hoy vigente de alcaldes-vara o varayoq (“el que porta
la vara"). Este tránsito se realizó de diversas maneras, en unos casos con los
antiguos caciques "convirtiéndose" a la nueva función y en otros a través del
nombramiento de los alcaldes por la burocracia colonial, afirmándose durante la
República la elección de los mismos por la comunidad, corno hasta ahora se estila
en las comunidades tradicionales. Pero la condición social del alcalde-vara no es
equiparable a la del antiguo curaca. Este último basaba su legitimidad al interior de
las sociedades originarias en su linaje noble, siendo el cargo hereditario. Los
alcaldes de indios se vieron obligados a buscar nuevas fuentes de legitimidad,
como desempeñar el rol de sacerdotes de los cultos ancestrales (“hechiceros",
para los párrocos encargados de perseguir sus cultos), a fines del siglo XVIII
(Millones 1978), o a buscar esta legitimidad en el reconocimiento de los funcionarios
del aparato estatal, luego de la Independencia. Estos vendieron caro ese
reconocimiento. En la segunda mitad del siglo era ya usual que las autoridades
indígenas tuvieran, como parte de sus funciones, la obligación de ir a laborar por
turnos como sirvientes (pongos, semaneros), a las casas de las autoridades políticas
(prefectos, subprefectos, gobernadores) y eclesiásticas. Asimismo, devinieron en
simples auxiliares gratuitos del Estado, ubicados en el último peldaño de la
estructura de poder. Varios subprefectos recomendaron al poder central “legalizar”
la institución de los alcaldes-vara, pues estos cumplían una importante función
como auxiliares gratuitos de la policía: mientras el Estado centrar no tuviera
fuerzas suficientes para instalar puestos de gendarmería en el interior podía y
debía contar con tan valiosos (y gratuitos) auxiliares (Manrique 1987).

Los problemas que se plantearon desde el inicio a la joven nación no eran solo de
las diferencias económicas abismales ente los habitantes del territorio peruano.
Tampoco se limitaban a las diferencias étnicas existentes entre sociedades que eran
percibidas distintas por su cultura, religión, idiomas, costumbres, etc.; si este fuera el
problema hubiera sido posible construir un Estado multinacional, como los que
abundan en el mundo, Europa incluida. Esta alternativa estuvo excluida desde los
inicios por el racismo colonial que justificaba la dominación de la nueva elite
republicana. El racismo supone algo más profundo que la discriminación étnica; es la
negación de la humanidad del otro, que es considerado biológicamente inferior, por
naturaleza. Si la inferioridad étnica de los indígenas (de la que, obviamente, también
estaban convencidos los criollos) podía ser superada a través de los programas de
“integración del indio a la nación”, su inferioridad biológica –inmutable, por estar
basada en las leyes naturales– solo tenía dos soluciones posibles en el largo
plazo: o el exterminio físico, como se emprendió en muchos países de América a
los que la élite peruana envidiaba, o la regeneración biológica gradual, a través de
la mezcla racial con ejemplares de la raza superior, blanca. De allí que hablar de
proyecto nacional durante el siglo XIX fuera sinónimo de colonización, y esta, de
inmigración blanca. De allí también que surgiera esa ideología que consideraba al
Perú un “país vacío”, que era necesario poblar promoviendo la inmigración,
ideología que subsistió durante el siglo XX en relación con la Amazonía. La
inmigración blanca era imprescindible para asegurar la superación de las taras
raciales de la población no blanca, pero además debería cumplir la función de
asegurar la hegemonía de la fracción europea de la población sobre todo el país.

De aquí nacen las grandes paradojas de la historia republicana. La existencia de


una república sin ciudadanos, donde una minoría se sentía la encarnación de la

104
nación, con el derecho de excluir a las grandes mayorías. En una flagrante
contradicción con el ideario democrático liberal que consagraron sucesivas
constituciones (las de 1823, 1828, 1834, 1856,1867), y de los ardientes debates
entre liberales y conservadores, las bases sociales, económicas, políticas,
culturales e ideológicas reales del nuevo Estado negaban los enunciados
doctrinarios sobre los cuales fue fundado el Estado republicano. A diferencia de la
historia europea en la que se inspiraron nuestros ideólogos republicanos, donde la
fundación del Estado estuvo precedida por la creación de las naciones, en el Perú
se fundó el Estado allí donde no había nación. Se sentaron así las bases para ese
desencuentro, que no ha podido superarse hasta ahora, a pesar de los cambios
vividos en los últimos 180 años, entre el Estado y la sociedad.

Nacionalismo positivo y negativo

SURGIMIENTO DEL NACIONALISMO Y LA CONCIENCIA NACIONAL

La formación de la conciencia nacional suele seguir, gruesamente, dos caminos. Uno


es el de la afirmación de los elementos que los habitantes del país tienen en común,
que los constituyen como integrantes de una comunidad nacional. Esto es lo que se
denomina el nacionalismo positivo. Las bases para la creación de tal nacionalismo,
como se ha visto, eran inexistentes en el Perú de inicios del siglo XIX. El otro tipo de
nacionalismo, el nacionalismo negativo, nace del conflicto, de la oposición frente a
quienes son considerados los extranjeros, los enemigos de la nación. En el caso
peruano, este papel lo cumplieron las naciones vecinas contra las cuales se enfrentó
el Estado peruano para delimitar sus límites territoriales.

El Perú tiene fronteras con cinco países vecinos y se enfrentó en guerras contra
cuatro de ellos. De estos conflictos, el más enconado fue la guerra con Chile (1879-
1884), tanto por su duración, cuanto por la forma corno afectó al país, con la
ocupación de la capital y de buena parte del territorio nacional, así como con la
destrucción de su infraestructura productiva. A lo largo de ese conflicto, que
desencadenó una profunda crisis económica, social y política, se logró afirmar una
conciencia nacional en vastos sectores sociales tradicionalmente marginados, como
sucedió con el campesinado de la sierra central, que se movilizó masivamente
contra la ocupación chilena durante la campaña de la Breña (Manrique 1981). Allí
donde no existían las condiciones para la formación de un nacionalismo positivo,
basado en lo que los peruanos tenían en común, surgió una conciencia nacional de
la oposición frente los chilenos. Este proceso pudo abrir la puerta para la
construcción de un nacionalismo positivo, que incorporara a la población indígena a
la ciudadanía. Así lo planteó agudamente Manuel González Prada, quien,
partiendo de denunciar la irresponsabilidad de los conductores nacionales que
llevaron al país al desastre durante la guerra, avanzó hasta señalar que el
problema medular del Perú republicano era la radical distancia existente entre los
postulados democráticos del ideario de los fundadores de la República y la realidad
social vigente. González Prada calificó de gran mentira una “República democrática
(...) en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley”. Pero, pasada la
emergencia bélica, la clase dominante prefirió retomar a la situación anterior,
reforzándose el gamonalismo y la exclusión de los indios del poder.

105
El discurso de la "inferioridad natural" de los indígenas no se impuso sin
resistencias. La grandeza del imperio de los incas planteaba serias interrogantes
en torno a la “natural incapacidad” de los indios. Se construyeron entonces
discursos que permitieran conciliar las contradicciones manifiestas. Uno afirmó
que los incas eran una raza distinta a los indios. Extinguidos aquellos, les
sobrevivían estos, manifiestamente inferiores, Tal fue la explicación brindada por
Sebastián Lorente, un español afincado en el Perú, educador y autor de la
primera Historia del Perú, quien veía la solución del "problema del indio" en el
mestizaje biológico con razas superiores, europeas. Lorente estaba convencido
de que la superioridad racial europea iba acompañada de una mayor potencia
genésica, que terminaría por blanquear definitivamente al Perú en unas cuantas
generaciones, así que se difundiese el mestizaje biológico. Esta posición sería
retomada y desarrollada a comienzos del siglo XX por el más importante ideólogo
de la República Aristocrática, Francisco García Calderón, que opinaba que los
incas eran una raza conquistadora, posiblemente proveniente da las riberas del
Titicaca, que se había impuesto sobre los indios y que habría recurrido a la
deformación craneana como un medio de control social.

Otro discurso justificaba la inferioridad de los indios como resultado de su


“degeneración racial”, producto del cocainismo, el alcoholismo, la servidumbre y
el medio ambiente hostil. De una manera u otra, los indios contemporáneos
terminaban siendo racialmente distintos a los admirables incas (Méndez 1993).

Una justificación para el dominio

EL RACISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL

En el Perú republicano las contradicciones socioeconómicas se han articulado


permanentemente con las adscripciones étnico-raciales. Las ideas racistas
sirvieron para justificar la dominación de la fracción criolla, presentando las
desigualdades sociales y económicas existentes como una consecuencia de la
biología, de la existencia de razas "superiores" e “inferiores". Al ser presentadas
las desigualdades sociales como consecuencia del orden natural, adquirían la
apariencia de inmutables, como podrían serlo las catástrofes naturales –los
terremotos, las inundaciones o las sequías–, que, aunque son odiosas y generan
sufrimiento no pueden ser controladas por los hombres, por lo que es necesario
aprender a convivir con ellas.

Las ideas racistas tuvieron su expresión más orgánica durante la República


Aristocrática (1895-1919) en la obra de Francisco García Calderón quien,
apoyándose en las obras de Gobineau y, sobre todo, en los estudios del sociólogo
Gustave Le Bon, elaboró un esbozo histórico de la historia del Perú en el cual las
razas y su mezcla se constituían en un factor decisivo para explicar la naturaleza
del país y sus problemas, y la forma de solucionarlos. Para García Calderón la
combinación de las condiciones históricas y naturales hicieron de los indígenas una
raza inferior, cuya capacidad intelectual era cada vez menor, a medida que se
avanzaba desde la costa hacia la selva amazónica, donde imperaba el salvajismo y
subsistía aún el canibalismo.

106
Las opiniones de García Calderón acerca de los negros y los descendientes de
su mezcla con otras razas están marcadas igualmente por un racismo
exacerbado que considera su presencia en el Perú como un factor regresivo,
que frena y degrada a la civilización.

Las ideologías racistas han permeado los diversos proyectos de construcción de


la nación elaborados desde el siglo XIX. Para la élite criolla y los sectores
mestizos que compartían sus valores y su visión del mundo, la constitución de la
nación pasaba, en unos casos, por la desaparición de los indios: su exterminio
puro y simple –la "vía inglesa"–. Para otros, debía promoverse la inmigración de
individuos de "razas vigorosas", que permitieran superar las taras biológicas de
los indígenas a través del mestizaje biológico. Aun a fines del siglo XIX el
"desarrollo nacional" era sinónimo de inmigración, considerada esta como la
importación de población europea, como lo consigna la Ley de Inmigración de
1893. Para los progresistas, en fin, se trataba de redimir al indio por medio de la
educación. La "redención" del indio consistía en que este dejara de serlo. No
eliminarlo física sino culturalmente. El etnocidio cultural.

Los cambios del imaginario

VISIONES SOBRE EL INDIO, EL MESTIZAJE Y LA CUESTIÓN NACIONAL

La categoría “indio” aparentemente tiene una base estrictamente biológica, pero en


su construcción intervienen determinantemente elementos sociales y culturales.
Una clara expresión de este hecho son los cambios en las percepciones de “lo
indio" en el Perú, que se ha caracterizado por una continua reducción del peso de
la fracción definida como india' a lo largo del siglo XX. A inicios del siglo Manuel
González Prada consideraba que ella constituía las nueve décimas partes de la
población. Hacia fines de la década de 1920 los intelectuales creían que
representaba las cuatro quintas partes (como lo sostiene Mariátegui en numerosos
textos). En la década de 1940 algo menos de la mitad de la población.
Actualmente, de manera asaz impresionista –pues nadie puede definir con
precisión qué es un indio– se considera que constituye la tercera o la cuarta parte.

Estos cambios expresan no tanto un incremento acelerado del mestizaje biológico


sino más bien cambios en las percepciones de las diferencias raciales, derivados en
buena medida del incremento del peso demográfico de la costa, a expensas de la
sierra, y de las ciudades, a costa del campo. El campesino inmigrante en la ciudad
se desindigeniza y se convierte en cholo.

Si se observa la evolución de la población en el Perú, de los 2,6 millones de


habitantes que había en 1876 se pasó a 6,2 millones de habitantes en 1940, de
los cuales el 35,5% eran población urbana y el 64,5% población rural, Para 1993
se pasó a 22,2 millones de habitantes, y los porcentajes de población urbana y
rural fueron de 70,4%y 29.6%, respectivamente: un país eminentemente urbano.
Por otra parte, la relación entre las regiones naturales se transformó radicalmente
durante el mismo periodo. La población de la costa pasó de 24% a 52,2% de la
población total; la de la sierra del 63% al 35,8% y la de la selva del 13% al 12%.
Esta última ha disminuido ligeramente su peso relativo en el país, la sierra ha
reducido drásticamente el suyo, mientras que la costa lo ha elevado a más del

107
doble. Como habitualmente se asocia la condición de indio a la de poblador
serrano, rural y campesino, la reducción del peso de la población de la sierra, el
campo y el medio rural se lee como una reducción del peso de lo indígena. En
resumen, el Perú ha pasado, en el último medio siglo, de ser un país
eminentemente rural, serrano e indígena, a ser un país costeño, urbano y mestizo
en el imaginario de los peruanos.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Por qué el autor sostiene que “El Estado precedió a la nación”? Argumente su
respuesta.
2. Durante la transición de la Colonia hacia la República, hubo aspectos que
permanecieron y otros que cambiaron. Al respecto, identifique y explique tres
continuidades y dos rupturas.
3. ¿Por qué las ideas racistas justificaron el dominio de la élite criolla en el Perú
republicano?

VIDEOS: Contexto nacional durante la segunda mitad del siglo XIX


“Sucedió en el Perú”: Presidentes del Perú, siglo XIX
https://www.youtube.com/watch?v=2JrxpyWQ9Zo (parte 3)
https://www.youtube.com/watch?v=s1drKI6RiVE (parte 4)

LECTURA: Romero, Eddy. Breve historia del racismo en el Perú (2014)


http://hahr-online.com/breve-historia-del-racismo-en-el-peru/

108
LOS HORIZONTES UTÓPICOS:
INDIGENISMO, APRISMO Y SOCIALISMO

Manuel Burga y Jorge Lossio

Adaptación realizada de:


Burga, Manuel y Jorge Lossio (2021) La insurgencia de la multitud.
Autoritarismos, oligarquía y horizontes utópicos (1919-1956). En : Nueva
Historia del Perú Republicano. Lima: Derrama Magisterial, Vol. 4, cap. 4 (pp.
89-116).

EL RETORNO DEL «PROBLEMA INDÍGENA»

Cuando se habla sobre este tema, suele acudirse a una conocida frase de
Jorge Basadre: «El fenómeno más importante de la cultura peruana del siglo
XX es el aumento de la toma de conciencia acerca del indio entre escritores,
artistas, hombres de ciencia y políticos» (Basadre, Perú, 326).
El historiador lo dijo en 1931, con apenas 28 años, cuando se salía del
Oncenio de Leguía y era urgente preguntarse por los grandes problemas del
país. Lógicamente, e] grupo de jóvenes que había logrado sobrevivir a ese
periodo apostaba por las grandes posibilidades futuras del Perú. La mayoría
eran profesionales, con importantes tesis de doctorado defendidas en la
universidad antes de cumplir los 30 años.

Fue un proceso en el que concurrieron la reflexión y la crítica para tratar


de responder las preguntas planteadas por Manuel González Prada
(1844-1918). Estas adquirieron dramatismo y notoriedad en su discurso en
el Teatro Politeama (1888), donde proclamó la necesidad de una nueva
etapa, «los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra», con una aguda crítica
al pasado, al civilismo que perdió la guerra y planteando la reivindicación
de las mayorías indígenas. Este proceso —en realidad, un acto de
contrición— adquirió un carácter institucional y universitario con la
creación de la Asociación Pro-Derecho Indígena (1909-1912) por Pedro
Zulen (1889-1925), Dora Mayer (1868-1959) y Joaquín Capelo (1852-
1928), quienes predicaron el buen trato al indígena, como un acto de
justicia, parte de la nueva la ética nacional.
Pero se fue creando un consenso sobre la naturaleza del denominado
«problema del indio». La solución era acabar con su marginalidad, cubrirlo
de legalidad, aceptar sus formas de sociabilidad, tenencia y propiedad de
la tierra. Todos estos reconocimientos les eran negados por la
Constitución de 1860, vigente por entonces. En esto coincidían incluso los
intelectuales civilistas, como Víctor Andrés Belaunde, los hermanos
Ventura y Francisco García Calderón, que poco a poco, como «sanchos

109
fracasados» —palabras de Víctor Andrés Belaunde citadas por Osmar
Gonzales (Sanchos) se quedaron sin discurso propio, o con un discurso
lejano a las nuevas realidades y sensibilidades de la Patria Nueva. El gran
reto, para lo que se necesitaba despertar a las multitudes y escucharlas,
era cómo articular el espíritu de la Unión Nacional de González Prada,
creada en 1891, con las tendencias anarquistas obreras, que reclamaban
también mejores condiciones de trabajo, con las diversas organizaciones
indígenas, fueran la Asociación Pro-Derecho Indígena o el Comité Central
Pro-Derecho Indígena Tahuantinsuyo.

Esa era la nación, la verdadera nación, como indicaban los políticos e


intelectuales limeños de entonces. Sin embargo, los hacendados tenían
otra lectura, diferente a la de los indígenas movilizados en muchas
regiones, a quienes acusaban de atentar contra la nación. Desde su
perspectiva, la nación era la criolla, atacada por los del Comité Central
Tahuantinsuyo, que soñaban con una de castas». Estudios recientes,
como el de Fiona Wilson (Drinot, Patria) muestran cómo surgieron
liderazgos nuevos, como el de Adolfo Vienrich (1867-1908) en Tarma
(Junín). Vienrich procedía de los núcleos anarquistas y estaba interesado
en la riqueza de la oralidad de las poblaciones indígenas. Reclamaba la
ciudadanía para ellas y lo hacía con buenos argumentos académicos y
políticos. Eso ya era casi un acto de insurgencia.

En Carhuamayo y Huasahuasi, también en la provincia de Tarma, en


distritos de altura, de pastoreo, donde se habían reinventado distintos
rituales coloniales para recordar al inca, surgieron actitudes de rechazo a
la Ley de Conscripción Vial. También hubo protestas contra la
contaminación de los pastos por los humos de La Oroya, y se demandaba
insistentemente como consecuencia de los nuevos discursos educación
para sus hijos. Esto es lo que se puede encontrar en la memoria de
Hermógenes Leonardo Amarillo (¿? - 1951), líder de la comunidad de
Huasahuasi (Drinot, Patria). Fiona Wilson, de nuevo, utilizó la memoria de
campesinos, como las de Herminio Ricaldi (Carhuamayo) y Hermógenes
Leonardo Amarillo para mostrar ese despertar de una nueva conciencia,
que demandaba protección y exigía apoyo del Estado nacional, sin
necesidad de llegar a la violencia.

En cambio, la violencia sí se dio en los distritos de Luricocha y Carhuanca,


donde el subdelegado del Comité Central Tahuantinsuyo Basilio Ochoa
fue encarcelado en 1920, acusado de iniciar y encabezar la protesta
(Drinot, Patria, 170). El eslabonamiento de estos sucesos se originaba en
el cambio de las sensibilidades urbanas. Estas penetraban a través de la
palabra de los dirigentes ramalistas del comité, a poblaciones alejadas,
antes pacíficas, ahora inquietas, reclamando derechos que consideraban
les correspondían. Ante estas nuevas realidades, los discursos cultos, a
menudo afrancesados, de los intelectuales de la oligarquía civilista
quedaron repentinamente obsoletos, impertinentes, porque no podían
entender ni traducir estas nuevas expectativas. Ya estaba en marcha, en
realidad, una Patria Nueva, con otros valores, sensibilidades,
necesidades, derechos y demandas de mayor ciudadanía para todos los

110
peruanos; valores, en suma, alejados totalmente de la mentalidad
oligárquica.

LOS NUEVOS DISCURSOS POLÍTICOS

Del discurso sin contexto de los intelectuales del civilismo, pasamos a los
nuevos discursos de jóvenes historiadores que buscaban descubrir o
acercarse al sentido correcto de nuestra historia, para finalmente analizar
los discursos políticos que buscan definir a la nación, a partir de la
historia, el presente y mirando el futuro. Los historiadores se acercaron a
las complejas realidades de un país moderno, con más justicia y
ciudadanía para todos. No se equivocó Alberto Flores Galindo cuando
sostuvo, en su libro La agonía de Mariátegui (1980), que uno de los
temas al que dedicó su vida José Carlos Mariátegui, entre 1923 y 1930,
desde su regreso de Europa hasta su muerte, fue tratar de entender las
posibilidades que ofrecía el marxismo -y en particular el concepto de
nación- para estudiar y entender correctamente al Perú de esos años
como proyecto colectivo. Desde esta perspectiva, las respuestas no
provenían solamente de la lectura de los libros europeos, sino más bien
de la práctica política, de las acciones diarias, de las tertulias a las que
acudían trabajadores, políticos, sindicalistas, jóvenes intelectuales: «No
se elaboró pacientemente en un escritorio, sino al interior de la vida
misma, en la lucha y el conflicto, día a día. Por eso no podemos encontrar
un texto, una cita, donde esté meridianamente clara la solución: hay que
buscarla por el contrario tanto en la vida de Mariátegui como en los
acontecimientos que la rodean» (Flores Galindo, Agonía, 11).

Por esos años y probablemente desde el breve gobierno de Guillermo


Billinghurst (1912-1914), las actitudes proindígenas se institucionalizaron
en frágiles organizaciones en la Universidad de San Marcos, cuando
paradójicamente estaba bajo el dominio docente oligárquico. Esa toma de
conciencia sobre la injusta condición del indígena se volvió un problema
de urgente solución. Fue así como se comenzó a hablar del «problema
del indio» como un problema político. Para construir un nuevo país había
que remediar esa postergación, agravio e injusticia. Según Alberto Flores
Galindo, Mariátegui entendió mejor su época porque comprendió este
drama. No obstante, para ello tuvo que pasar tres años y siete meses en
Europa, entre1920 y 1923, que terminaron acercándolo a la comprensión
de las realidades de nuestro país. Contrariamente a lo que sucedió con
otros intelectuales que en Francia se afrancesaron, a Mariátegui su
estadía en Europa le abrió los ojos a la realidad nacional. Como dice el
poema de Alejo Carpentier en Concierto barroco, «A veces es necesario
alejarse de las cosas, poner un / mar de por medio, / para ver las cosas
de cerca».

Tanto en el caso de Mariátegui como en el de Víctor Raúl Haya de la


Torre, fue esa actitud y la buena conexión con el país, al aplicar las
teorías y metodologías europeas, lo que les permitió reemplazar
ampliamente a los intelectuales arielistas. Los volvieron obsoletos, los
dejaron sin voz.

111
Tenemos la impresión de que Mariátegui regresó con ideas claras acerca
de lo que debía hacer: buscar la forma en que el marxismo y el
internacionalismo socialista podían ayudar a descubrir la nación peruana,
su historia, su proceso, su realidad, su singularidad. Y todo ello para
identificar las causalidades que habían originado los problemas de aquel
momento e indagar por las fuerzas latentes de cambio. Siempre se han
preguntado por qué el diario La Razón fundado por Mariátegui y Falcón
en 1919 comenzó a expresar simpatías por la candidatura de Augusto B.
Leguía. Primero al reconocer quién era este candidato, luego al buscar
entender su actuación política entre 1904 y 1912, cuando su actitud fue
más abiertamente contra el civilismo. Mariátegui pudo entender mejor el
pensamiento político de la oligarquía, sus acciones de gobierno, así como
(de los grupos de hacendados, terratenientes, mineros y grandes
comerciantes, que no pudieron salir de sus resguardos familiares, ni
sacrificar intereses de grupo para entender que el Perú debía gobernarse
como nación. Criticó la reelección de Leguía en 1924, escribió artículos
contrarios, pero también entendía los enormes cambios que se estaban
operando en el país con la emergencia de esa Patria Nueva que aparecía
en las regiones, en la conducta de los sectores medios, de los
estudiantes universitarios y los nuevos profesionales.

Mariátegui entendió que había una nueva realidad donde la insurgencia


de las multitudes indígenas pedía cambios y justicia. Comprendió que
esta situación venía madurando desde hacía ya unas décadas y que el
gobierno de Leguía, empeñado esencialmente en liquidar a la oligarquía
del civilismo, buscaba responder a esas nuevas demandas nacionales.
Por un lado, al delimitar las fronteras, con tratados a veces impopulares;
también al construir una ciudad capital cómoda para los pobres, la clase
media y los ricos que dejaban el centro de la ciudad. Igualmente, en el
campo, al reparar, aunque fuera simbólicamente, la situación del
indígena, aún sin tomar conciencia de la potencialidad legal y política de
la nueva Constitución, la de 1920, por el reconocimiento legal de las
comunidades indígenas, al crear nuevas reglas de convivencia legal en el
país. Asimismo, al fomentar a las clases medias en las regiones,
medianos comerciantes, los llamados «turcos», en Arequipa, y los que
aparecían en las estaciones de la línea del ferrocarril, como en Juliaca,
Ayaviri, Santa Rosa, Sicuani y Cusco. También al multiplicar a los
pequeños y medianos agricultores rurales con las irrigaciones o al
modernizar las actividades agropecuarias con Granjas Modelos.

La actitud política de Mariátegui, crítica con el régimen de Augusto B.


Leguía, pero no tan antagónica, fue la que le permitió desarrollar una
intensa vida intelectual y una producción que fue más allá de los límites
nacionales. Entre 1926 y 1928, según Alberto Flores Galindo, Mariátegui
publicó 124 artículos sobre el Perú en la revista Amauta, muchos de ellos
reunidos más adelante en libros como La escena contemporánea o Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana. Todos estos escritos
comenzaron a tener una gran difusión, lo que le permitió ampliar la tertulia
en su casa, convertirla en un círculo de reflexión política y, finalmente,

112
fundar el Partido Socialista del Perú en 1928. Esto era visible, tal como lo
indica Luis Alberto Sánchez: «Leguía no vetaba la publicación ni la
circulación de Amauta y Labor, de La Sierra, ni del Boletín Titikaka, en los
que se anunciaba la revolución indígena proletaria» (Sánchez,
Testimonio, T1, 216).

Pero también se conoce que José Carlos Mariátegui, contrariamente a lo


que solían decir los civilistas, fue asediado por la policía del gobierno. Por
ejemplo, en junio de 1927, Amauta fue requisada y él detenido y
confinado en el Hospital Militar San Bartolomé: «40 intelectuales fueron
recluidos en San Lorenzo, denunciando que un complot comunista estaba
en marcha» (Flores Galindo, Agonía, 30). La mala salud lo acompañó a
partir de 1928. Era un periodista, pero también un político socialista y en
tanto tal formaba parte de la Internacional, o debería formar parte de esta
organización, con la que comenzó a discrepar por su empeño en
reconocer que el Perú era una realidad diferente. No pudo viajar a
Santiago ni a Buenos Aires; su enfermedad se agravó y falleció el 16 de
abril de 1930. Pero ya un nuevo discurso político había echado raíces en
diversos ámbitos: en los intelectuales de provincias, en dirigentes
sindicales de obreros, incluso en las dirigencias ramalistas de las
sublevaciones campesinas, en la Universidad de San Marcos y, sobre
todo, en las Universidades Populares Manuel González Prada.

Las Universidades Populares Manuel González Prada fueron, en realidad,


un experimento pedagógico, formativo, un sueño de estudios superiores
accesibles para todos. Inauguradas el 22 de enero de 1921, se orientaron
desde un principio a la formación de la emergente clase obrera de
entonces. El fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, de 25 años en ese
momento, más político que estudiante regular, se convirtió, al margen de
las normativas de la época, en su primer rector. El proyecto era educar a
los trabajadores para que conocieran sus derechos, lucharan por ellos y
se defendieran contra todas las formas de explotación. Una noción nueva
de universidad, muy alejada del modelo oligárquico de la Universidad de
San Marcos, que recién comenzaba a cambiar por la presencia de
jóvenes docentes y nuevas dirigencias estudiantiles. En 1923, luego de su
regreso de Europa, Mariátegui se convirtió en uno de los profesores más
atractivos de esta universidad. La universidad fue la primera gran
coincidencia entre Mariátegui y Haya.

¿Pero quién fue realmente Víctor Raúl Haya de la Torre? Había nacido en
Trujillo, una ciudad tradicional de la costa norte, antes cabeza de la
intendencia, y en ese momento capital del departamento de La Libertad,
región de grandes haciendas azucareras, como Casa Grande, Laredo,
Roma, Cartavio, Chiclín y, por lo tanto, poseedora de un activo
proletariado rural. Allí estudió Derecho Haya de la Torre hasta el primer
año de universidad. En marzo de 1917 se trasladó a Lima, donde
rápidamente se relacionaría con las tertulias literarias, políticas e
intelectuales de entonces.

113
En 1923 se reencontró con Mariátegui, después de muchas circunstancias
particulares en el itinerario de cada uno de ellos. El 23 de mayo de ese
mismo año, Haya encabezó el movimiento de estudiantes y trabajadores
Lima para oponerse a la propuesta del arzobispo Emilio Lissón de
consagrar el Perú al Corazón de Jesús. Las consecuencias: un estudiante
y un obrero muertos. Los acontecimientos de este mes de mayo pasaron
luego a ser símbolo de la alianza entre obreros y estudiantes. Haya fue
tomado preso y luego exiliado el 9 de octubre de 1923. El destierro lo
llevó por muchos países, donde realizó múltiples actividades políticas. Fue
en México donde fundó la Alianza Popular Revolucionaria Americana,
Apra. En el destierro también estudió, trabajó, conoció a políticos e
intelectuales y publicó libros importantes. Entre ellos, me limito a
mencionar Por la emancipación de América Latina (1927), donde aparece
con toda nitidez el nuevo discurso político, abiertamente emparentado con
el de Mariátegui: «Escrito este trabajo [escribió Mariátegui en Siete
ensayos] encuentro en el libro de Haya de la Torre Por la emancipación
de América Latina, conceptos que coinciden absolutamente con los míos
sobre la cuestión agraria en general y sobre la comunidad indígena en
particular». Había nacido un discurso político nuevo, a pesar de las
circunstancias adversas: el exilio de Haya y la temprana muerte de
Mariátegui en abril de 1930. Ambos coincidían con las palabras de José
Martí: «Hasta que no se haga andar al indio, no comenzará a andar bien
la América» (Martí, Nuestra América, 1891).

EL INDIGENISMO EN LA HISTORIA, LA MÚSICA Y LA PINTURA

Raúl H. Asensio nos dice que “El Perú es un país fascinado por el pasado”
(Asensio, Señores, 11), pero inmediatamente deberíamos preguntarnos:
¿cuál de ellos, el republicano, el colonial o el prehispánico? Se dejó de
admirar a la Colonia que trajo todo lo que vino de Occidente, aunque fuera
momentáneamente, para cultivar una extraña fascinación por el periodo
prehispánico. Esta actitud se volvió especialmente visible durante el
Oncenio. Sin embargo, no era solamente una fascinación por el pasado,
sino por lo que quedó de ese pasado en el presente: restos materiales,
culturales e incluso inmateriales. Las obras y las investigaciones de Julio
C. Tello (1880-1947) sorprendieron a muchos. Un hombre de Huarochirí
que se abrió paso estudiando la historia, pero no con documentos sino a
partir de sus restos materiales; «un científico formado en las mejores
escuelas internacionales, un heraldo de la modernidad y del progreso
intelectual, pero también un indígena, nacido en el seno de una familia
campesina quechuahablante» (Asensio, Señores, 94-95). La figura del
sabio Tello se fue construyendo progresivamente. Egresado de la Facultad
de Medicina de la Universidad de San Marcos, hizo estudios de
Antropología en Harvard, con profesores que habían investigado o
investigaban el Perú prehispánico, como Ales Hrdliéka, un sobresaliente
antropólogo checo. Tello y el alemán Max Uhle -con quien tenía
diferencias y rivalidad- comenzaron a revelar una desconocida historia
prehispánica. Utilizaron técnicas científicas para excavar en los
cementerios prehispánicos, así como para estudiar los diferentes objetos
que encontraban en esas tumbas.

114
El arqueólogo es un científico que a veces se convierte también en político
y comunicador, y adquiere una singular popularidad. Julio C. Tello fue uno
de ellos: encarnó esa nueva figura del investigador que va más allá del
laboratorio para comunicar sus hallazgos y teorías: «El autorretrato del
arqueólogo como hijo que devuelve a la madre patria sus antiguas glorias
mancilladas» (Asensio, Señores, 95). Tello no solo fue un estudioso, un
médico de formación y arqueólogo de vocación, que nos trajo de regreso
ese pasado que se comenzó a admirar, a través de los objetos de arcilla,
metales, textiles, que adquirieron enorme valor y notoriedad. Tello pasó,
poco a poco, a través de la aprobación de nuevas normas legales, a
considerar que esos objetos eran propiedad de todos, pero propiedad
exclusiva del Estado. Todos parecieron de acuerdo con esta apropiación
de parte del Estado y por eso Asensio nos habla de la aparición de un
pacto patrimonialista que convirtió todo lo prehispánico en propiedad
colectiva, de la nación, con un garante —el Estado— que lo cuida.
Por eso fue que en octubre de 1919 se fundó el Museo de Arqueología de
la Universidad de San Marcos, donde era profesor e investigador Julio C.
Tello. Este lugar se volvió el repositorio de muchos objetos chavín,
provenientes de las excavaciones realizadas en este sitio arqueológico en
Huari (Áncash). En 1924, con la compra que hizo el Estado de objetos de
la colección de Víctor Larco Herrera, se inauguró el Museo de Arqueología
Peruana en la avenida Alfonso Ugarte, cerca de la Plaza Dos de Mayo.
Tello lo dirigió hasta 1930, cuando, a la caída de Leguía, fue reemplazado
por Luis E. Valcárcel (1891-1987). En 1945 fundó el Museo Nacional de
Arqueología y Antropología, ubicado ahora en Magdalena, y otros
similares en las regiones. Las piezas prehispánicas comenzaron a ser
consideradas objetos artísticos y se estableció ese pacto patrimonialista.
Desde entonces se las considera objetos de valor y son conservadas,
estudiadas y exhibidas para educar a la población sobre las etapas
primeras de nuestra historia nacional: esta fue otra de las particularidades
del Oncenio de la Patria Nueva.

Tenemos que decir rápidamente que el acervo prehispánico —tanto


material como inmaterial— comenzó a ser apreciado por los intelectuales
de la época, los estudiantes universitarios, la población limeña y de las
regiones en general. Esto sucedió gracias a la existencia de la nueva
sensibilidad social, que permitía y aceptaba las expresiones de la cultura
indígena, ya fuera de tiempos pasados o del presente.

El libro de Julio C. Tello de 1921, Historia antigua del Perú. Primera época,
le dio a la historia peruana una profundidad prehispánica nunca antes
sospechada, tanto en diversidad y complejidad, como en belleza y
sofisticación. Se inició así un proceso que, en el caso de los incas,
terminará con el libro de Louis Baudin L 'empire socialiste des incas,
publicado en París, en 1928, del que apenas llegaban noticias indirectas,
traducidas del francés, pero que eran suficientes para incrementar la
admiración por esa sociedad desaparecida. Ya no era solamente lo
transmitido por la crónica del Inca Garcilaso de la Vega, que embelleció al
Tahuantinsuyo, sino que surgieron conocimientos traídos por nuevas

115
disciplinas: la Arqueología y la Antropología se presentaban como
disciplinas científicas.

Hay que indicar, aunque sea brevemente, que existieron importantes


movimientos intelectuales en las regiones. Por ejemplo, en el Cusco
destacaron las actividades del Centro Científico del Cusco por descubrir la
región, probablemente en la ruta de Antonio Raimondi. Este centro estaba
integrado por estudiosos como Antonio Lorena (1849-1 932), Luis María
Robledo y Fortunato Herrera y Garmendia (1875-1945), para mencionar
solo tres. Este último fue botánico y publicó Contribución a la flora del
departamento del Cusco (1921) y El mundo vegetal de los antiguos
peruanos (1934), donde hacía revelaciones similares a las de Tello en el
campo de la Arqueología. Otros estudios similares, como los de Luis E.
Valcárcel, pertenecientes a la Antropología y la Historia, que culminaron
con su libro Tempestad en los Andes (1927), con prólogo de José Carlos
Mariátegui y epílogo de Luis Alberto Sánchez. De ninguna manera
podemos dejar de lado los 34 números del Boletín Titikaka publicados
entre 1926 y 1930 en Puno por el Grupo Orkopata de los hermanos Arturo
(1897-1969) y Alejandro (1899-1973) Peralta, el primero autodenominado
«Gamaliel Churata», cultores de un indigenismo vanguardista. Habría que
agregar a Francisco Mostajo (1874-1953) y a Modesto Málaga que
trabajaban en Arequipa y desarrollaban importantes actividades
descentralistas y proindígenas en la década de 1930. Estas actividades
coincidían con las que desarrollaban Tello, los cusqueños, los puneños, y
los artistas e intelectuales de otras regiones. Muchos, para no decir que
todos, cultivaban relaciones no muy visibles entre ellos, pero que confluían
en este descubrimiento de la Patria Nueva, sin lugar a dudas.

Los nuevos descubrimientos arqueológicos ya eran conocidos en el mundo


científico internacional. Sin embargo, comenzaron a popularizarse en
nuestro país a partir de las universidades peruanas, con el trabajo de
docentes y estudiantes que llevaban el mensaje a los círculos externos del
mundo universitario. Pero encontramos también otras formas de
comunicación. Por ejemplo, el trabajo de Elena Izcue Cobián (1 889-1970),
artista gráfica, ilustradora, profesora de dibujo en colegios de primaria, con
periodos de estudios en Francia, quien tomó los diseños, colores y figuras
de la cerámica prehispánica y publicó un libro singular, El arte peruano en
la escuela (1926). En realidad, se trataba de un manual en dos volúmenes,
para la enseñanza del dibujo en los centros educativos peruanos. Fue
diseñado para que niños y niñas apreciaran su arte originario, lo que sin
duda tendría una enorme repercusión social.

Y algo similar comenzaba a suceder en la música. La música peruana


comenzó a descubrirse en la segunda mitad del siglo XIX, por músicos
como los italianos Carlo Enrico Pasta y Claudio Rebagliati. Pero luego vino
José María Valle Riestra (1858-1925), que no buscó retomar o reconstruir
la música del pasado inca, sino que más bien se inspiró en ella y compuso
la ópera Ollanta. La creó en los años inmediatamente posteriores a la
guerra con Chile, pero la conservó en privado. A fines de siglo, en 1893, a
los 35 años, realizó estudios musicales en el Conservatorio de París y

116
regresó a Lima en 1897. Sin embargo, nunca llegó a ser un músico
profesional ni vivió de la música. Más bien trabajó como empleado público.
Fue así que retomó su ópera, un género musical favorecido por la clase
alta limeña, y la presentó el 26 de diciembre de 1900, con libreto de
Federico Blume. Como ya indicamos antes, no tuvo éxito de asistencia.
Pero los tiempos fueron cambiando. Valle Riestra revisó su obra
consciente de los cambios que había en relación con lo indígena en la
Patria Nueva. Y se escribió un nuevo libreto, esta vez a cargo de Luis
Fernán Cisneros (1882-1954). La ópera narra la conocida historia inca,
inspirada en el drama colonial Ollantay, que describe el amor imposible,
por sus diferentes rangos sociales, entre el capitán Ollanta y la princesa
Cusi Coyllor, hija de Pachacuti. A pesar de ello, los amantes se unen
furtivamente y tienen una hija, Ima Súmac, lo que no impide el dramático
final.

Ollanta se reestrenó en el espléndido Teatro Forero (después Municipal)


en 1920 con la compañía italiana Bracale, dirigida por Alfredo Padovani y
con bocetos del pintor José Sabogal (1888-1956). Y esta vez tuvo un éxito
extraordinario, y a su estreno asistió incluso el presidente Leguía.
Sorprendentemente, estuvo tres meses en escena y tuvo 72
presentaciones. Algunas de ellas fueron contratadas por el gobierno para
trabajadores, obreros, militares y policías. Había una decidida política para
favorecer este tipo de música. En la revista Mundial de septiembre de
1920 encontramos esta opinión: «Para nosotros, la representación de
Ollanta no significa solamente el éxito del artista [...] es el primer esfuerzo
musical de nuestra raza. Y es, además, la resurrección de un pasado de
esplendor y de heroísmo» (Wolkowicz, Inventing, 59-69).

Daniel Alomía Robles (1871-1942) nació en Huánuco, donde hizo su


primaria, y luego estudió secundaria en Lima. Inició su formación musical
en 1887 bajo la dirección de Claudio Rebagliati. A la vez, era alumno libre
en la Facultad de Medicina de San Marcos. Pero su vocación fue la
música, lo que se tradujo en una intensa dedicación a ella entre 1895 y
1910. Privilegió el estudio de la música inca, para lo que utilizó tres
fuentes: l. Los instrumentos prehispánicos que iba descubriendo la
Arqueología; 2. Los cronistas de los siglos XVI y XVII; y 3. La música
cultivada entonces por las poblaciones indígenas campesinas. Estos
estudios le permitieron llegar a la conclusión de que la música inca
utilizaba la escala pentatónica. Hacia 1910 ingresó en los círculos
intelectuales limeños de historiadores, arqueólogos y escritores, con
quienes se reunía para debatir estos temas, en encuentros musicales y
académicos. Extendió el acopio de piezas musicales a Bolivia, norte de
Argentina, Chile y Ecuador, para comprobar la extensión de la música de
los incas.

En 1913, estrenó la zarzuela El cóndor pasa con el libreto de Julio de la


Paz (188-1925), y tuvo un éxito extraordinario. En su tesis doctoral, Vera
Wolkowicz cita revistas, periódicos y artículos de la época, y calcula que la
pieza fue presentada cientos de veces, o digamos que muchas, entre 1913
y 1918. La zarzuela tuvo gran acogida como pieza musical, por su

117
raigambre inca. Sin embargo, el argumento no tuvo el mismo recibimiento
porque transmitía una crítica a las compañías mineras norteamericanas
donde los indígenas eran trabajadores explotados. Era, en realidad, un
mensaje político.

¿Quién fue Daniel Alomía Robles? Su hijo, el cineasta Armando Robles


Godoy (1923-2010), dijo que su padre tuvo una relación complicada con los
intelectuales limeños. Se acercó y conoció a Abraham Valdelomar, que
apreció su música, pero no sucedió lo mismo con José Carlos Mariátegui,
que al parecer no se interesó por ella. Sin embargo, los intelectuales
cusqueños dialogaron con él en una entrevista radial en 1927 y lo elogiaron
ampliamente, en contraposición con Valle Riestra, a quien criticaban por
considerarlo integrante de la cultura limeña que se acercaba a lo indígena
por esnobismo o por razones políticas. Daniel Alomía Robles hizo muchos
viajes y finalmente terminó radicado en Nueva York durante todo el Oncenio
de Leguía. Ello impidió que El cóndor pasa se escuchara en el Perú y que
él fuera consagrado, igual que lo consideraban en el extranjero, como el
«restaurador de la música incaica». Las compañías discográficas
norteamericanas grabaron múltiples piezas musicales de Daniel Alomía
Robles entre 1917 y 1929. Las discográficas Víctor y Brunswick grabaron
26 composiciones importantes. Las más exitosas fueron Amanecer andino,
Cashua republicana, Viva malambo, Amanecer, La concha de perla y una
que nos llama la atención: El glorioso Condorcanque. En realidad, esta
pieza pertenecía al compositor piurano Isidoro Purizaga y se trataba
evidentemente de un homenaje a Túpac Amaru II. Tenía un cierto aire de
marcha festiva, triunfante, bailable. La orquesta de Daniel Alomía Robles,
en Nueva York, la interpretó en enero de 1929 para la discográfica
Brunswick. En 1933 regresó a Lima, pero para ese entonces se había
producido un enorme cambio político en el país y ya no existían las mismas
emociones de la década anterior.

Finalmente, si dejamos la ciudad de Lima y pasamos al Cusco, podemos


constatar que este interés, aprecio y admiración por la música y la memoria
de los incas era intenso en los sectores medios y altos de esta ciudad, en
una época anterior a los años del Oncenio de Leguía. Así lo constatamos
en el estudio del lingüista francés Cesar Itier ¿Nationalisme ou
indigénisme? Le théatre moderne en quechua à Cuzco entre 1880 et 1960
(2001), donde resume un estudio mayor de 1995, en el que analiza 77
dramas que fueron representados y escritos entre esos años en esta
ciudad. El mismo autor destaca que los dramas coloniales como Ollantay,
Waskar y Titu Qosñipa, por ejemplo, fueron representados con un gran
éxito de público asistente en esta ciudad, décadas previas al Oncenio, así
como otros dramas inspirados en lo incaico. Cesar Itier nos propone que
Cusco, con sus escritores y dramaturgos, se adelantó a los indigenistas de
Lima. Sin embargo, hay que indicar que, durante el Oncenio, el público de
Lima cambió, innegablemente, al experimentar también un interés y una
admiración por el arte inca. El nacionalismo se nutría del indigenismo para
volverse más original y peruano.

118
En la pintura, al igual que en la música, la búsqueda de lo propio llevó a los
artistas a alejarse de las técnicas, colores y temas de la pintura occidental.
El gran pintor Daniel Hernández (1856-1932), residente en Italia y París
durante muchos años, fue el autor de célebres óleos como La muerte de
Sócrates, Francisco Pizarro, Paso de los Libertadores, San Martín, La
perezosa. En 1918 fue invitado por el presidente Pardo a Lima para fundar
la Escuela Nacional de Bellas Artes. Era un pintor propio de la República
Aristocrática, compatible con la oligarquía civilista. Leguía, sin embargo, lo
mantuvo en la dirección de la escuela. Pero en 1920 incluyó al indigenista
José Sabogal en la plana docente. Sabogal también había recorrido Europa
entre 1908 y 1913, y luego completó su formación en Buenos Aires durante
cinco años. De regreso a Lima permaneció seis meses en el Cusco, donde
empezó su nueva obra pictórica. En 1919 realizó su primera exhibición en
Lima, en la que presentó sus pinturas con motivos cusqueños, indígenas en
general. Estuvo en México y conoció a los grandes muralistas, como Diego
Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, con lo que
definitivamente fortaleció su programa de encontrar lo propio en lo indígena.
Esto lo acercó profundamente a José Carlos Mariátegui, quien tenía mucho
más interés en la pintura que en la música. Mariátegui le abrió las puertas
de su casa y su círculo social. Incluso lo invitó a diseñar la carátula del
primer número de la revista Amauta en 1926. Con José Sabogal, la pintura
comenzó a ser enteramente indigenista. Impulsó además la formación de
un grupo de jóvenes pintores indigenistas, como Camilo Blas (1903-1985),
Julia Codesido (1883-1979), Enrique Camino Brent (1909-1960), Elena
Izcue, Teresa Carvallo (1895-1989) y Jorge Vinatea Reinoso (1900-1931).

Alfonso Sánchez Urteaga, conocido como «Camilo Blas» (1903-1985) nació


en Cajamarca y se inició en el dibujo en 1914. Cuatro años después, en
Trujillo, se vinculó con la bohemia de esta ciudad y afirmó su proyecto
artístico, iniciado en Cajamarca junto a su tío Mario Urteaga (1875-1957).
En 1920, en esta ciudad de Trujillo, recibió el premio municipal por su
cuadro Mochera. En marzo de 1922 se trasladó a Lima e ingresó a la
Escuela Nacional de Bellas Artes, donde estudió con José Sabogal y los
demás pintores y pintoras mencionados. En 1924 participó con sus
compañeros en la decoración del salón de recepciones del Palacio de
Gobierno según el diseño de Manuel Piqueras Cotolí. En 1925 visitó el
Cusco y al año siguiente realizó una exposición en el salón municipal de
Sicuani. Pedro Planas califica al Oncenio como una república autocrática
por el En 1926, Mariátegui lo invitó a colaborar en Amauta. Camilo Blas
siguió cultivando sus lazos con el sur andino y así, en 1927, una de sus
xilografías ilustró la carátula del número de abril del Boletín Titikaka de
Puno. En 1943 reemplazó a José Sabogal en la dirección de la escuela. En
su madurez expresó una frase significativa: «Pintaba mi tierra y mi pueblo, y
sin saberlo era indigenista». Curiosamente lo era antes de saber que el
movimiento estaba en actividad. Quizás estas palabras suyas lo dicen todo.
Muchos eran indigenistas sin siquiera darse cuenta.

Un hecho representativo de la identidad que el gobierno peruano había


decidido proyectar al mundo lo encontramos en la manera como el Perú
participó en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Esta se

119
inauguró el 9 de mayo y se clausuró el 21 de junio, con Leguía aún como
gobernante. Participaron 18 países, la mayoría latinoamericanos. El
pabellón del Perú fue diseñado por el arquitecto, escultor y urbanista
español residente en Perú Manuel Piqueras Cotolí, a quien podemos incluir
dentro del llamado «movimiento indigenista». La muestra peruana tuvo las
siguientes secciones: agricultura, industrias, arqueología, minería, abonos,
joyas y objetos artísticos. Pero lo que se buscaba fundamentalmente era
transmitir la recuperada identidad peruana y su historia. Para ello se
mostraron objetos que trazaban una historia de 3 mil años de antigüedad,
donde desfilaban las culturas prehispánicas, representadas por 2 mil piezas
de cerámica. Al ver la cronología de culturas sucesivas, los 300 años del
Virreinato y los 100 de la República parecían periodos cortos. Esta muestra
presentó, con la autorización y patrocinio oficial del gobierno, lo que el
Oncenio consideraba era la nueva historia del Perú.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. A través de la lectura, establezca qué significa un “horizonte utópico” y explique


por qué, en los años veinte, se dio el contexto para que aparezcan los
pensamientos indigenista, aprista y socialista.
2. A pesar de contar con un brillante elenco de ensayistas y escritores, argumente
por qué fracasó el discurso de la generación “arielista” o “futurista”.
3. ¿En qué consistió el proyecto de las Universidades Populares Manuel
González Prada? ¿Es posible que en el Perú de hoy se haya cumplido aquel
sueño por democratizar la formación universitaria?
4. Ubique, en la Lima de hoy, tres lugares donde sobreviva la arquitectura o el
arte indigenista. Haga una breve descripción de ellos.

VIDEOS SOBRE EL TEMA


Sucedió en el Perú: “Augusto B. Leguía”
https://www.youtube.com/watch?v=zMx87f0oNSY&t=375s
Sucedió en el Perú: “El indigenismo”
https://www.youtube.com/watch?v=igXLaNA15Hk&t=1448s

120
LA PRIMERA GRAN TRANSFORMACIÓN
Carlos Iván Degregori

Adaptación realizada de:


Degregori, Carlos Iván (2004). En Enciclopedia Temática del Perú: Diversidad cultural. Lima:
El Comercio. Vol. VIII, cap. 12 (páginas: 162-174)

De los años 50 a los años 80

URBANIZACIÓN Y MIGRACIÓN
A comienzos de la década de 1950, el fútbol peruano se volvió profesional, al
menos en el papel. En 1969, el Perú clasificó por primera vez por méritos
propios a un mundial de fútbol. Lo volvió a hacer en 1977; ya antes en 1975,
había sido campeón sudamericano. En 1982 la blanquirroja se despidió de los
mundiales por el resto del siglo, y más. Tal vez los avatares del fútbol que se
convirtió en esas décadas en deporte nacional expresen de algún manera las
ilusiones y frustraciones de un proceso de cambios radicales ocurridos en la
sociedad peruana, que ha sido denominado procesos de modernización y que
aquí llamaremos «la primera gran transformación», haciendo explicita
referencia al clásico texto de Karl Polanyi.

Por cierto, estos procesos comenzaron a incubarse mucho antes y su historia


no es lineal, pero a partir de la década de 1950 irrumpieron con fuerza
inusitada para trastocar profundamente el rostro de nuestro país. El Perú vivió
en esos años el ocaso de lo que se llamó el poder oligárquico, y también de la
sociedad tradicional andina sustentada en la gran propiedad agraria y
servidumbre, para ingresar de lleno a una etapa de urbanización e
industrialización: una primera gran transformación.

Esas cuatro décadas decisivas se encuentran marcadas por una promesa: la


modernización; una revolución cultural: la escuela, y un nuevo actor social: el
cholo. A lo largo de esos años se pueden distinguir tres momentos que
coinciden gruesamente con las décadas de 1950 y de 1960, la de 1970, la de
1980. Cada uno encarna una manera distinta de hacer realidad esa promesa
de una modernización homogeneizadora, y enfrentada –cuando no enemiga–
a la tradición.

Durante las décadas de 1950 y 1960 pareció que la modernización podría


hacerse realidad de manera mas o menos ordenada, superando tradiciones
que debían ser dejadas de lado. No solo la tradición andina, considerada
arcaica, sino incluso la criolla. El ejemplo más claro fue la destrucción del
centro histórico de Lima, el derrumbamiento de los balcones y casonas para
dar paso a amplias avenidas –Tacna, Abancay, Emancipación– hoy
devastadas, mientras la capital se expandía a través de unidades vecinales,
conjuntos habitacionales (como el de San Felipe, en los terrenos del antiguo
121
hipódromo), o urbanizaciones como San Borja en los terrenos del antiguo
aeropuerto de Limatambo, ejemplos de la siembra de cemento que en esas
décadas termino por engullir el amplio y fértil Valle de Lima.

Para las nuevas clases medias, entre 1950 y 1967 se generaron expectativas y
posibilidades de asenso social. Primero fue la bonanza en los precios de los
minerales como el cobre y el inicio de la explotación del yacimiento cuprífero de
Toquepala. Luego, la inversión extranjera, no solo en el sector minero sino
también en el manufacturero; el auge de la harina de pescado y el surgimiento
de un empresariado nacional pujante, y la expansión del gasto publico, que
posibilito la construcción de obras públicas como grandes unidades escolares y
hospitales públicos en las ciudades.

Fueron los años del reemplazo del indigenismo por el arte abstracto y la novela
urbana, de Fernando de Szyzslo, Mario Vargas Llosa y Julio Ramon Ribeyro;
de los nuevos poetas influidos por la poesía anglosajona; del rock y la nueva
ola. Pero también del auge mediático de la canción criolla –por esos años
alcanzó gran éxito el Festival Cristal de la Canción Criolla, que consagró
nuevos intérpretes y compositores– y de la revaloración o la invención pura y
simple de productos que, en esos años, se convertirían en símbolos de nuestra
identidad: el cebiche, el pisco sour, el pollo a la brasa, la Inca Kola, los helados
D'Onofrio y las cervezas Pilsen, Cristal, Cuzqueña, Arequipeña, San Juan, que
reflejaban el desarrollo de nuestra industria de alimentos y bebidas. A partir de
1956, y especialmente de 1963, se vivieron años de regocijo por una recién
estrenada democracia letrada, que incluía a los ciudadanos alfabetos y que
prometía seguir haciéndolo con quienes pasaron por la escuela. En el plano
político, el joven arquitecto Fernando Belaunde –líder de Acción Popular–
encarna ese periodo, ciertamente lleno de inquietudes y presagios, pero no
exento de optimismo y amabilidad. La “gente decente” gobernaba el país.

El entrampamiento del primer gobierno de Belaunde (1963-1968) dio paso a un


segundo momento, más crispado, marcado por una sensación de urgencia por
modernizar el país a paso ligero y manu militari, profundizando el modelo de
industrialización por sustitución de importaciones. Si no se había podido
cumplir la promesa dentro de marcos democráticos, el gobierno de las Fuerzas
Armadas, encabezado por el general Juan Velasco Alvarado, lo intentaría por
la vía autoritaria. Fue un periodo de irrupción de nuevos sectores sociales,
especialmente populares y rurales, y de reformas radicales; también de
crecimiento desmesurado del Estado y desmontaje de la incipiente democracia
política. Tras un segundo lustro tumultuoso y jalonado por masivas
movilizaciones sociales, este segundo momento pareció encontrar por fin una
salida a su entrampamiento a partir de la convocatoria a una Asamblea
Constituyente en 1978 y la promulgación, en 1979, de una nueva Constitución,
que sancionaba por primera vez en nuestra historia el voto universal,
incluyendo los analfabetos, categoría que para entonces se superponía con la
de monolingües quechuas, aimaras o de lenguas amazónicas, es decir, con los
pueblos indígenas.

Pero el Perú vivía procesos de transformación más profundos que las elites
urbanas no pudieron detectar ni supieron encauzar. La democracia universal

122
recién estrenada sufrió desde el dia mismo de su entronización, los embates de
la violencia fundamentalista de Sendero Luminoso: el 17 de mayo de, la noche
anterior las primeras elecciones presidenciales en diecisiete años, los
senderistas iniciaron lo que llamaron “guerra popular” contra el Estado peruano.
En abierto desafío a la voluntad de millones de peruanos, su primera acción
fue, simbólicamente, la quema de ánforas electorales en la localidad
ayacuchana de Chuschi. La Constitución había otorgado sufragio universal y
sancionado derechos fundamentales, pero la democracia restaurada no supo
adaptarse a los profundos cambios demográficos y socioculturales que había
atravesado en país en las décadas previas, ni advirtió el agotamiento del
modelo de industrialización por sustitución de importaciones. Se vivieron por
eso, años de “desborde popular y crisis del Estado” -la frase es el titulo de un
libro del antropólogo José Matos Mar-, de alucinante crisis económica y
violencia política. Pero también del “otro sendero” –título de otro conocido libro,
de Hernando de Soto, publicado en 1986–, de la vitalidad de los nuevos
actores que habían irrumpido en la escena publica en las décadas previas,
especialmente los migrantes, y entre ellos de los pequeños y medianos
empresarios –“muchos informales”–, que probaron que estaban allí para
quedarse y redefinir el rostro del Perú. Ellos convirtieron esa crisis en una
oportunidad, no solo para enfrentarse masivamente a Sendero Luminoso en las
zonas rurales, sino para irrumpir en el mercado, en el comercio legal e ilegal –
en la producción de textiles, pero también de coca–, convirtiendo esa primera
etapa de “la gran transformación” en una historia abierta, de final incierto.

Superación a través de la educación

EL MITO DE LA ESCUELA
El acceso a la escuela creció en el Perú desde inicios del siglo XX, pero se
aceleró explosivamente desde 1950. Primero se masifico el acceso a la
escuela primaria, lo que dio lugar a la reducción del analfabetismo y la
generación de nuevas expectativas en las zonas rurales: un camino viable
hacia el progreso parecía hacerse realidad para amplios sectores a partir de la
expansión de la cobertura educativa.

TASA DE ANALFABETISMO
Tasa de analfabetismo de la población peruana de
15 años y mas (1940-1993)
Años Total Urbana Rural
1940 57,2 - -
1961 38,9 17,7 59,4
1972 27,5 12,5 51,9
1981 18,1 8,1 39,6
1993 12,8 4,2 28,1
Fuente: INEI.

Como se puede apreciar en el cuadro de tasa de analfabetismo, esta se redujo


drásticamente en el medio siglo que va entre 1940 y 1991. Más temprano en
las ciudades, pero luego también en el campo; primero en los varones, luego
también entre las mujeres. La alfabetización de ninguna manera fue el límite. A

123
partir de las décadas de 1950 y 1960, el auge escolar comenzó a tocar las
puertas de la educación secundaria. En un principio encontró respuesta a
través de la construcción de las llamadas grandes unidades escolares y la
asignación de un porcentaje creciente del presupuesto nacional al sector
educación.

Los peruanos en general, y en especial los sectores pobres y rurales,


depositaron sus esperanzas y dedicaron sus esfuerzos a hacer realidad el
denominado “mito de la escuela”, es decir, lograr movilidad social –lo que en el
lenguaje cotidiano se conoce como “superación”– a través de la educación. La
fuerza de ese mito llevo en las décadas siguientes a una masiva presión para
ampliar la educación universitaria.

Así, mientras en 1960 existían aproximadamente 30 mil estudiantes en nueve


universidades en todo el Perú, hacia 1970 el número de estudiantes se había
más que triplicado. Hacia 1980, el número de estudiantes aumentó a 257.220,
y hacia 1990, a 314.798. En la década de 1970 el gobierno militar limitó la
creación desordenada de universidades, pero a partir de 1980 el crecimiento se
reinició con fuerza, hasta duplicarse en los siguientes veinte años. En esta
última etapa (1980-2000) fueron las universidades privadas las que más
crecían, sobre todo en provincias: de un total de dieciséis nuevas
universidades, catorce pertenecían al régimen privado. En la década de 1970,
el gobierno militar intentó encauzar la masiva demanda ciudadana por
educación, para lo que expidió un Decreto Legislativo (17437) y promulgó una
Ley General de Educación (DL 19326). Sin embargo, el autoritarismo del
régimen y su posterior crisis impidieron que se articulara un consenso nacional
alrededor del tema educativo. Al mismo tiempo, la inversión del Estado en
educación pública comenzó a reducirse, justo cuando una nueva generación de
estudiantes provincianos o migrantes consideraba que estaba a punto de
cumplir con todos los requisitos que planteaba el mito de la escuela, al haber
accedido a la educación superior.

El tema educativo se volvió especialmente sensible en las regiones central y


sur andina, tradicionales bolsones de pobreza rural. Allí, la promesa de la
modernización operó a través de la Reforma Agraria y la ampliación de la
cobertura educativa universitaria. Uno de los casos mas notorios fue el de la
Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho, que a partir de su
reapertura en 1959 se convirtió en la institución educativa de bandera y la que
más expectativas despertó en la región. Lo mismo sucedió con universidades
como la de San Antonio de Abad del Cusco, San Agustín de Arequipa, la del
Centro en Huancayo, y la Técnica del Altiplano en Puno, todas creadas o
potenciadas a principios de la década de 1960, en medio de un acelerado
proceso de urbanización en la sierra sur y central.
La crisis económica a partir de mediados de la década de 1970 y la
incapacidad del Estado y sus élites para gestar y gestionar un proyecto de
educación moderno y democrático para un país que depositaba en la
educación sus más grandes esperanzas favorecieron la radicalización dentro
de las universidades, proceso que sería aprovechado por los grupos
subversivos en la siguiente década.

124
Dos procesos convergieron en las décadas de 1980 y 1990. Por un lado, el
incremento de universidades, principalmente en provincias. Por otro, el proceso
de privatización de la educación superior, que tuvo su auge en la década de
1990, conjuntamente con el incremento desmesurado de academias
preuniversitarias e institutos superiores. Ese proceso de expansión no estuvo
acompañado de mecanismos que aseguraran la calidad académica ni la
viabilidad financiera, ni la gestión institucional de los nuevos centros
educativos. En otras palabras, no hubo un proyecto de universidad acorde con
las expectativas de la población y las necesidades y posibilidades del país.

Entre 1948 y 1966, la cantidad de alumnos secundarios en el Perú se


multiplicó por 6, la de colegios por 5, 6 y el número de maestros casi se
quintuplicó. Más impresionante es aún constatar la aceleración del
incremento en los últimos ocho años de esta secuencia. En una década
entre 1948 y 1958, la cantidad de alumnos, colegios y maestros
prácticamente se había duplicado, y entre 1958 y 1966 esos rubros
crecieron más de tres veces.

Migración, la otra modernidad

LOS NUEVOS LIMEÑOS


Según el censo de 1940, había entonces 7 millones de peruanos. Casi dos
tercios de la población vivía en el campo (64,6) y apenas poco más de un tercio
en las ciudades (35,4). Desde entonces, cada tres décadas la población se ha
venido duplicando: 14 millones en el censo de 1972; aproximadamente 28
millones en el año 2004.

Una alta tasa de natalidad, la reducción de la tasa de mortalidad, el control de


las epidemias y enfermedades infecciosas, entre otros factores, contribuyeron a
ese crecimiento explosivo. Además, en cuarenta años se invirtió la relación
entre habitantes urbanos y rurales. Así, según el censo de 1981, casi dos
tercios de la población vivía en ciudades (65,2%) y apenas poco más de un
tercio en el campo (34,8%). Por cierto que la definición de población urbana
que hace el censo es bastante flexible. Pero aun así, las distancias culturales
entre ciudad y campo se acortaron. Ya en la década de 1960, José Matos Mar
hablaba de un proceso de “ruralización urbana y urbanización rural”.

De esta manera, el crecimiento explosivo de la población nos convirtió en un


país joven, y la migración masiva a las ciudades nos volvió un país
principalmente urbano. Estos cambios demográficos fundamentales
convirtieron a los jóvenes –especialmente jóvenes migrantes– en grandes
protagonistas de la historia peruana en la segunda mitad del siglo XX. Así, en
1961 los jóvenes constituían ya el 51,8% de la población urbana, para 1981
siete de cada diez habitantes urbanos eran jóvenes.

Se trataba de jóvenes, muchos de ellos migrantes, que se insertaron en los


circuitos económicos urbanos a través del proceso de industrialización por
sustitución de importaciones o del comercio y la pequeña empresa, y en los
circuitos culturales, a través de la expansión de la oferta educativa y de los
medios de comunicación masiva. Al hacerlo, incidieron y transformaron esos

125
circuitos, y redefinieron sus identidades en medio de la vorágine migratoria.
Fue un proceso que termino modificando irreversiblemente la realidad
económica y socio-cultural del país.

La profundidad de los cambios fue tal, que a partir de la década de 1980 los
analistas hablan del “nuevo rostro del Perú”. Un Perú no solo urbano y joven,
sino también más costeño, pues la relación entre las regiones se transformó.
Entre 1940 y 1993 la población de la costa creció de 24% a 52,2% con relación
a la población total, mientras la de la sierra cayó del 63% al 35,8% y la de la
selva se mantuvo alrededor del 12%.

El resultado de este proceso fue bautizado por el sociólogo Carlos Franco


como “la otra modernidad”, entendiendo el impulso de los migrantes como
decisivo en la redefinición de la antigua imagen dual de un Perú escindido entre
un campo atrasado y tradicional, y una urbe moderna y pujante. Autores como
Aníbal Quijano hablaron de un proceso de “cholificación”. El término “cholo”
aludía al origen provinciano y mestizo de la nueva población, que a partir de
sus tradiciones rurales y sus experiencias urbanas gestó una forma diferente
de sentirse peruano, de perfilar una comunidad nacional y de construir
identidades socio-culturales. Entre la aceptación y la discriminación, el cholo,
que ingresó de manera desbordante en los rieles de una improvisada
modernización, fue el sector social más disputado por los diferentes proyectos
políticos de la época. La curva de migraciones a Lima creció dramáticamente
entre las décadas de 1940 y 1960. Según el censo de 1961, prácticamente la
mitad de la población limeña (48,6%) estaba compuesta por migrantes.
Todavía en 1933, el 38,8% del total de habitantes de la capital seguía siendo
migrante, aun cuando se comenzaban a consolidar los “nuevos limeños”, hijos
o nietos de quienes llegaron a Lima siendo jóvenes en las décadas previas.

Una de las consecuencias de los cambios sociales durante el siglo XX


fue la acentuación del centralismo capitalino. Lima, donde en 1940 vivía
menos del 10% de la población total del país, se convirtió en 30 años en
una metrópoli que, ya en 1972, albergaba a uno de cada cuatro
peruanos. Hoy cobija a casi el 32% de la población nacional.

La mayoría de los migrantes eran pobres y el fracaso de los sucesivos


proyectos económicos en esas décadas impidió que la pobreza se atenuara.
Así, las ciudades, especialmente Lima, crecieron de manera desordenada y
principalmente por el esfuerzo de sus nuevos habitantes. A partir de 1950, un
cordón de chozas y casas humildes comenzó a rodear la capital. Siendo un
oasis en medio del desierto costeño, la oleada migratoria avanzó sobre las
tierras baldías en los márgenes del valle del Rímac, y luego, de los valles de
Chillón y Lurín.

Se formaron así las denominadas “barriadas”, como forma de urbanización


informal. Personajes como el dirigente barrial Poncho Negro iniciaron
invasiones nocturnas en las faldas de los cerros El Pino y San Cosme, en el
hoy distrito de El Agustino. Luego se sucedieron las ocupaciones de tierras a
orillas del río Rímac –en el hoy distrito de San Martín de Porres–, o en los
arenales de donde hoy se encuentran los actuales distritos de Independencia y

126
Comas, más recientemente, en San Juan de Lurigancho. Lugares como la
Pampa de Amancaes, donde años atrás se paseaba el mítico José Antonio con
fino poncho de lino, sombrero de paja y caballo de paso, fueron sembrados de
esteras y después cemento.

La ciudad de Lima se expandió sin una adecuada planificación de los servicios


públicos, por lo que los nuevos limeños iban a solicitar constantemente al
Estado mejoras en servicios de vivienda, educación y salud. La presión del
cinturón de migrantes sobre el centro histórico de la ciudad, a la cual se sumó
posteriormente la crisis económica, significaron el final de la otrora Ciudad de
los Reyes. Los sectores altos y medios abandonaron el centro y se desplazaron
hacia el sur, tratando de trazar nuevas fronteras entre ellos y los migrantes. En
la década de 1980, la crisis económica y la violencia política dieron impulso a la
emigración fuera del país, que había comenzado tímidamente desde la década
de 1970. Se iniciaba la gestación de la diáspora peruana.

Lima se constituyó en el principal foco de atracción de la marea demográfica,


pero no el único. Otras ciudades se expandieron también, o surgieron de la
nada. Al crecimiento de las ciudades antiguas como Trujillo, Arequipa,
Chiclayo, Piura, Ica, Cusco o Huancayo, se sumó el crecimiento vertiginoso de
antiguas aldeas como Chimbote, Sullana, Juliaca, Pucallpa, Tarapoto o Tingo
María.

En la selva, por su parte, la campaña de colonización, que incluía la entrega de


tierras para la ampliación de la frontera agrícola, particularmente en la región
nororiental del país, se vio favorecida por la construcción de la Carretera
Marginal. En la selva central, la instalación de guarniciones de militares y
puestos policiales después de las guerrillas de 1965 y la entrega de créditos y
asistencia técnica para las plantaciones de café, té, la explotación forestal y la
producción agrícola, articularon la economía con el mercado costeño e
internacional. Sin embargo, en la década de 1980 la expansión del narcotráfico,
la ilegalidad y la subversión configuraron zonas de gran conflictividad en
diferentes zonas de la selva, especialmente en el Alto Huallaga. Durante esa
década tuvieron lugar procesos vertiginosos de auge y caída de centros
urbanos surgidos de la noche a la mañana alrededor del auge de la coca y el
narcotráfico: Tocache, Uchiza, Paraíso, Aucayacu, Palmapampa, son solo
algunos nombres asociados a este precario y violento proceso de urbanización
en la Amazonia.

POBLACIÓN TOTAL, URBANA Y RURAL EN EL PERÚ


Periodo 1940 – 2003
Años Total Urbana (%) Rural (%)
1940 7.023.111 35,4 64,6
1961 10.420.357 47,4 52,6
1972 14.121.484 59,5 40,5
1981 17.762.231 65,2 34,8
1993 22.639.443 70,1 29,9
2003 27.148.101 72,3 27,7

127
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÖN

El desarrollo de la radio y la televisión marcaron las décadas de la “primera gran


transformación”. Radios como Nacional, El Sol o Unión jugaron un papel importante en el
proceso de integración nacional. Posteriormente, la aparición de cadenas noticiosas de
alcance nacional, como Radio Programas del Perú (RPP) en 1963, reforzaron esta función.

El gobierno del general Velasco Alvarado obligó a los medios a difundir música y programas
peruanos. Si bien al finalizar su período, en 1975, muchos medios abandonaron esa
imposición, la demanda por este tipo de música había crecido tanto que emisoras como San
Isidro, Excelsior y Oriente comenzaron a dedicar más del 75% de su transmisión diaria a la
población rural y migrante. También surgieron emisoras provincianas con alcance regional,
como Tawantinsuyu, en el Cusco, Huanta 2000 en Ayacucho o radio Cutivalú en Piura.

En décadas más recientes, la televisión llegó a adquirir un peso todavía mayor. Las
transmisiones se iniciaron en el Perú en enero de 1958, a través de la actualmente llamada
Radio Televisión Peruana (RTP). En diciembre de 1958, se inició la era de la televisión
comercial, cuando dos antiguas radios incursionaron en el nuevo medio: América y
Panamericana, A inicios de la década de 1960 existían en el Perú 33.200 aparatos de TV, que
se incrementaron a cerca de 200 mil a fines de 1963, solo en Lima. A principios de la década
de 1980, el 70% de las viviendas en el país tenía un aparato de radio, y el 30% un televisor. A
mediados de la década de 1980 se calculaban en 8 millones los televidentes que veían TV a
diario en los 2 millones de aparatos existentes.

También la prensa escrita sufrió grandes transformaciones. La década de 1950 estuvo signada
por la aparición del semanario Caretas y la modernización del diario La Prensa. Vinculada de
este diario surgió en la misma década Última Hora, precursora de la prensa popular, que
introdujo la replana en sus titulares y crónicas rojas. En la década de 1960 aparecieron nuevos
diarios en formato tabloide, como Expreso (1961), Correo (1963) y Ojo (1968). En la década de
1970, el gobierno militar expropió los diarios y la televisión e impuso la censura, que quebró la
dinámica renovadora que se reinició, sin embargo, en la siguiente década, con la aparición de
nuevos tabloides como La República (1981) y El Observador (1981) y la renovación de El
Comercio –decano de la prensa nacional–, fundado en 1839. También la prensa popular
retomó su dinámica de crecimiento con la aparición de El Popular y otros diarios especializados
en deportes o espectáculos.

Urbanización y cambios sociales

EL SIGNO DE LA “CHOLEDAD”
El desequilibrio expresado entre un crecimiento urbano caótico y un Estado que
no fue capaz de proveer servicios básicos a la nueva población, llevó a los
migrantes a confiar en sus propias fuerzas; más precisamente, en el capital
social que traían consigo. Sus redes de parentesco y paisanaje les sirvieron
para establecer cabeceras de playa en las ciudades. La tradicional
reciprocidad, basada en la confianza de las relaciones cara a cara entre
parientes y paisanos, fue recreada para construir los nuevos barrios urbanos y,
junto a una ética del trabajo originada en las antiguas comunidades andinas,
sirvió para que muchos migrantes lograran hacerse un lugar en el mercado.

Porque los migrantes, especialmente aquellos provenientes de la sierra, no


llegaban a las ciudades como individuos solitarios, sino aprovechando lazos de
parentesco y paisanaje que favorecieron la proliferación de asociaciones de

128
regionales. En 1957 se calculaba que existían 200 “clubes provincianos”. Para
1970, su número se elevaba a 1.050. En 1977 eran 4 mil, y en 1980, 6 mil. De
todos ellos, los de origen urbano eran unos 120, conformados por migrantes de
las capitales de provincias, y diecisiete eran de naturaleza departamental, que
representaban a migrantes del mismo número de capitales departamentales.

FRAGMENTO DE UNA SEMBLANZA DE SEBASTIÁN SALAZAR BONDY


SOBRE LA CIUDAD DE LIMA EN LA DÉCADA DE 1950
“Un recorrido por la capital nos proporciona, además, el testimonio patente
de la situación de todo el Perú. Desde los barrios y urbanizaciones
clandestinas –en cuyos recovecos y callejuelas es posible encontrar el
remedo de la aldea andina, que el habitante naturalmente, al construir su
improvisada vivienda, ha evocado– hasta el centro, y de aquí a las zonas
residenciales –la Lima quizá propiamente dicha, por lo florida, por lo pacífica,
por lo conventual que se nos aparece– el itinerario nos muestra la gama
peruana: allá, en los cerros, el hombre del Ande, la provincia campesina, que
ha emigrado en busca de un premio que no halló; luego, en los barrios que
ayer fueron el núcleo de la villa y que hoy, venidos a menos, subsisten como
refugio de los menesterosos, las razas costeñas –mestizos, mulatos y
negros–; más acá, en las urbanizaciones modestas de la clase media, el
compacto conjunto de la empleocracia aspirante, en la que no hay distingos
de procedencia y en la cual se juntan, sin discriminaciones, las familias sean
chiclayanas, cusqueñas o loretanas. El centro no es tampoco el predio de los
limeños: es el meollo de esta móvil y efervescente cita nacional. Tal vez sean
los sectores residenciales los que constituyen la parte genuina de la ciudad,
el bastión representativo del centralismo que devora los productos del
esfuerzo de los ciudadanos del Norte, el Centro, el Sur y el Oriente patrios”.
 Tomado de La ciudad que semeja al país.

Estas estrategias para la migración y la inserción en las ciudades sirvieron


también para la incorporación al mercado mediante actividades económicas
que iban desde el comercio ambulatorio hasta la confección de calzado, ropa, o
la mecánica automotriz. El proceso de urbanización coincidió así con la
conformación de una importante burguesía comercial, mestiza e indígena, que
formo “economías étnicas” en emporios como el jirón Gamarra o el mercado de
Caquetá. Para entonces, la sociedad rural de mistis e indios que describieran
las novelas de José María Arguedas se encontraba en una crisis final, mientras
la élite nacional no advertía la magnitud de las transformaciones que remecían
al país.

Las dinámicas modernizadoras que impulsaron la escolarización, la


industrialización, las migraciones y la expansión de las redes de comunicación,
impulsaron asimismo nuevos procesos de subjetivación, la creación de nuevos
sentidos comunes que, a partir de 1940, debilitaron las jerarquías impuestas
por la Colonia, ejemplificadas en la “Arcadia Colonial” que Sebastián Salazar
Bondy critico en su ensayo Lima la horrible. Allí, el “centro” aparecía como el
espacio de integración excluyente de las “periferias”. Para mediados del siglo
XX, dicho modelo de jerarquización colapsó, conjuntamente con el Estado
oligárquico, ante las emergencias de nuevos actores sociales.

129
Las élites procedieron entonces a levantar una muralla imaginaria que
separaba a “los de adentro” de “los de afuera”, a “criollos” de “andinos”. En
realidad, esa muralla no tenía correspondencia con la realidad, pues desde
inicios del siglo XX la cultura peruana, particularmente en Lima, era un mosaico
de diversas manifestaciones difíciles de concebir en términos homogéneos.
Esa diversidad se incrementó entre las décadas de 1950 y 1980.

Nuevas maneras de ser y de sentirse peruano, y de sentir el Perú, se


expresaron a lo largo de todo ese periodo desde las canteras de la literatura y
de la música, la artesanía y la religión, la culinaria. Esas nuevas sensibilidades
establecieron una compleja interacción con los medios de comunicación, que
por esa misma época sufrieron una transformación revolucionaria a partir del
advenimiento de la radio a transistores y la televisión. Los medios adquirieron
un peso creciente en la redefinición de los gustos y sentidos estéticos de una
población que transformaba su imagen del Perú, reemplazando la visión de un
país que avanzaba ordenado, integrando pero manteniendo las jerarquías y las
debidas distancias, por una visión que no desdeñaba la tradición en nombre de
la modernidad, que la utilizaba más bien para fusionarla con elementos
modernos construyendo una cultura y afirmando una identidad bajo el signo de
la “choledad”.

LAS ARTESANÍAS

Hasta antes de la “primera gran transformación”, en los pueblos medianos y pequeños del Perú
se producían artesanías diversas con fines utilitarios (ceramios tejidos), festivos (máscaras) o
rituales (cajones de San Marcos). En la décadas de 1920 y 1930 las artesanías fueron
revaloradas gracias al indigenismo. Pero hacia la segunda mitad del siglo XX los procesos de
migración y urbanización, así como la expansión del mercado y la producción industrial,
produjeron profundas transformaciones. Algunas artesanías, como la talabartería o la
hojalatería, fueron arrinconadas por la producción industrial, por ejemplo, de zapatos de
plástico a bajo costo. Pero, por lo general, las artesanías lograron adaptarse a nuevas
funciones y a otro tipo de mercado: turistas, coleccionistas y familias urbanas que comenzaron
a valorar la producción artesanal como objeto de decoración.

De esta forma, se reprodujo en el Perú la polémica sobre las fronteras entre la alta cultura y la
cultura popular o “cultura de masas”. La tensión no se dio entre arte de vanguardia y diseño
industrial en serie, como en otros países donde corrientes artísticas como el pop art se
rebelaron contra el arte de vanguardia, sino entre arte y artesanía, entre la producción artística
de los estratos más urbanos y occidentalizados del país y la producción artesanal mestiza,
vinculada principalmente a la cultura andina. “Los artesanos repiten el mismo diseño, los
artistas crean”, era el argumento de quienes querían mantener las fronteras.

Sin embargo, las artesanías cambiantes de esos días aludían a una realidad más compleja. El
Premio Nacional de Cultura otorgado en 1975 por el Instituto Nacional de Cultura al retablista
ayacuchano Joaquín López Antay –pionero de la transformación del antiguo “cajón de San
Marcos en el actual retablo– dio carta de ciudadanía artística a las artesanías y redefinió –si no
abolió– las fronteras entre arte culto y popular.

130
Nuevas formas de culto

CAMBIOS EN LA RELIGIOSIDAD
La “primera gran transformación” afectó también de manera profunda las
formas en que los peruanos vivieron y expresaron su experiencia religiosa. En
la religión institucional, los cambios más importantes fueron el crecimiento de
las iglesias evangélicas y las grandes transformaciones producidas por el
Concilio Vaticano II (1962-1965) en la Iglesia peruana y latinoamericana. Al
influjo de la Iglesia postconciliar, el Perú produjo por primera vez una reflexión
teológica de repercusiones mundiales a través de la obra del sacerdote
Gustavo Gutiérrez, autor de la Teología de la Liberación. La “opción
preferencial por los pobres” que Gutiérrez encontraba en los evangelios
sintonizaba con una época signada por las grandes transformaciones y
movilizaciones de las mayorías pobres del país y encontró eco en la formación
de las denominadas “comunidades cristianas de base”, muchas de las cuales
fueron muros de contención contra la violencia terrorista en la década de 1980.
También fueron con frecuencia las comunidades evangélicas que en esos años
crecieron sobre todo en las zonas rurales y urbanas más pobres y afectadas
por la violencia.

Surgieron, asimismo, nuevos cultos, sobre todo en aquellos sectores donde la


precariedad de las condiciones de vida y el desarraigo llevaron a muchos a la
marginalidad. La veneración de figuras como Sarita Colonia representó en este
contexto la necesidad de contar con alguien entronizado en el orden de lo
sagrado, pero al mismo tiempo, cercano. Por esa cercanía, en figuras como
Sarita se puede encontrar consuelo, depositar esperanzas, pero también
reclamar, a través de su culto, reconocimiento desde la condición de ciudadano
marginal.

Sarita Colonia, joven migrante de Huaraz fallecida a los 26 años en 1940 en


Los Barracones del Callao, llegó a expresar un sentir popular: Sarita es
nuestra, porque es pobre y miserable como nosotros. Su culto, iniciado hacia
las décadas de 1940 y de 1950 por los marginados –ladrones, prostitutas,
homosexuales y vecinos de Los Barracones–, comenzó a expandirse en las
siguientes décadas entre los choferes, empleadas domésticas y desocupados,
al punto de que la primera hermandad, fundada en 1967, llegó a tener 2700
devotos inscritos en 1970. A inicios de la década de 1980, el libro de devotos
registró la visita de 50 mil fieles al cementerio Baquíjano del Callao, donde
reposan sus restos.

Otra novedad en el campo de la religiosidad fue la fundación de la Asociación


Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal, liderada por
Ezequiel Ataucusi y reconocida en 1969 como asociación legal. La asociación
de los “Israelitas del Nuevo Pacto”, como también se le llamaba, se constituyó
en un espacio de solidaridad y en un referente de identidad entre los más
pobres y desamparados del país, especialmente migrantes indígenas a la costa
y la selva, donde formaron comunidades utópicas en zonas de fronteras. Esta
suerte de fundamentalismo pacífico retomaba el Antiguo Testamento, y
consideraba que el paraíso se encontraba en la selva peruana y que su líder

131
era el nuevo Mesías. Fallecido Ezequiel Ataucusi en el año 2000, y al no
resucitar al tercer día como creían sus seguidores, el culto entró en reflujo.

El otro fenómeno que marca estas décadas es la transformación –y expansión


a las ciudades– de las fiestas patronales, peregrinaciones y “fiestas
costumbristas” de pueblos y comunidades. Los clubes provincianos y
asociaciones regionales establecen canales de comunicación con sus
comunidades y pueblos de origen, a través de los cuales fluyen personas, pero
también remesas, influencias políticas y manifestaciones culturales que, en
este ida y vuelta, fueron transformándose y transformando la cultura de los
residentes en las ciudades y de los que permanecieron en sus lugares de
origen.

Así, mientras la devoción al Señor de los Milagros se difundía por diferentes


partes del país, la devoción por multitud de santos e imágenes sagradas se
expandía hacia Lima y los principales centros urbanos, donde comenzaban a
celebrarse sus fiestas y a salir en procesión imágenes antes desconocidas. Por
otro lado, celebraciones como aquellas en honor a la Virgen de la Candelaria
en Puno, o la Semana Santa de Ayacucho o Tarma, comenzaban a recibir
visitantes provenientes de diferentes partes del país. En un plano más profano,
pero ubicado igualmente en ese tiempo especial que es el de la fiesta, lo
mismo sucedía con los carnavales de Puno, Cajamarca o Ayacucho, el
Santiago de la sierra central, o más recientemente, la fiesta de San Juan, en la
Amazonia.

CONCIERTOS PARA TODAS LAS SANGRES

En la música, las décadas de 1950 a 1980 fueron el tiempo de los grandes intérpretes y
compositores. Los clubes provincianos, los coliseos y una incipiente industria discográfica
propiciaron la irrupción de la música andina –denominada folclórica– en las ciudades.
Surgieron artistas de gran popularidad, como Flor Pucarina y Picaflor de los Andes, así como
grandes intérpretes y compositores andinos, como el guitarrista Raúl García Zárate, los arpistas
Florencio Coronado y Soncco Sua, los violinistas Zenobio Daga y Máximo Damián y el
charanguista Jaime Guardia, entre otros.

También fue una época de auge y transformación de la música criolla. Entre los grandes
compositores destacan Chabuca Granda, Alicia Maguiña, Manuel Acosta Ojeda, Luis Abelardo
Núñez, el poeta Juan Gonzalo Rose, Augusto Polo Campos y Jorge Pérez “El Carreta”. Entre
los intérpretes, Jesús Vásquez, Los Embajadores Criollos, Los Morochucos, Óscar Avilés y
Lucha Reyes.

Los inicios de la renovación y difusión nacional de la música afroperuana, que alcanzó también
altas cotas de calidad con la popularización del cajón peruano, se encuentran ligados a los
hermanos Santa Cruz (Nicomedes y la bailarina Victoria). Artistas como Arturo Cavero, Lucila
Campos, Eva Ayllón, y más recientemente, Susana Baca, destacan en esta vertiente.

En este mismo periodo surgió la denominada “chicha”, cumbia peruana o “música tropical
andina”, en la que el huaino se fusiona con la cumbia, la toada o la música tex-mex. Surgió en
la década de 1960 con la aparición de conjuntos como Los Ecos, Los Mirlos y Juaneco y su
Combo, entre otros. En la década de 1980, un grupo originario de la sierra central, Los Shapis,
se convirtió no solo en el más popular sino en el precursor de la internacionalización del
género.

132
Por último, se incorporan la música tropical y el rock. En el primero los peruanos fueron más
consumidores que creadores, salvo el caso del bolero, género en el que surgieron exponentes
locales como Lucho Barrios, Pedro Otiniano, Iván Cruz, Fetiche y Anamelba. Sin embargo, fue
la salsa la que desplazó a la música criolla a partir de la década de 1970 como la nueva marca
de identidad de los viejos barrios criollos populares y medios de Lima y del Callao. El rock
estuvo en un principio confinado a adolescentes de clase media urbana. En ese contexto surgió
el fenómeno denominado “la nueva ola”, cuyo exponente más importante fue el conjunto Los
Doltons. Por esos mismos años apareció fugazmente el precursor en el Perú de las vertientes
más contestarias del rock, el grupo Los Saicos. Pero recién en la década de 1980 se consolidó
un movimiento rockero nacional y, dentro de él, una vertiente más contestataria, llamada en su
momento “la movida subte”.

Revalorando identidades regionales

LA INVENCIÓN DE LA TRADICIÓN
“La tradición es viva y móvil, la matan los que la quieren fija”, escribió José
Carlos Mariátegui. En efecto, en medio de los procesos de modernización y
urbanización, muchas tradiciones decidieron no irse sino transformarse para
quedarse, y los peruanos de los nuevos tiempos rescataron algunas que
estaban por extinguirse, las recrearon, inventaron otras, les construyeron
genealogías y reinterpretaron su pasado para poder vivir un presente
vertiginoso y construir un futuro sin perder sus raíces.

La transformación de las fiestas patronales o de las artesanías –reseñada


paginas atrás– es prueba de esta afirmación. Mencionemos, además, dos
ejemplos. Uno tiene que ver con la revaloración de las identidades regionales,
que tuvo lugar en diferentes partes del país. Así, en 1944 las autoridades
cusqueñas decidieron revivir la celebración de la gran fiesta inca imperial, el Inti
Raymi. Entre sus consideraciones, todos ellos legítimos, figuraba también el
fomento del turismo, tema que retomaremos en el siguiente capítulo. La fiesta
comenzó a celebrarse después de siglos, con gran éxito. En 1978 se decidió
que la bandera del arco iris era la bandera del Tahuantinsuyo, y desde
entonces flamea en el Cusco, y es, además, insignia de los movimientos
indígenas en los países andinos.

Si en algún ámbito de la cultura puede verse masivamente esta tendencia a la


revaloración, recreación, fusión o pura invención, es en la culinaria. Como se
dijo al inicio de este capítulo, las primeras décadas de la “primera gran
transformación” vieron surgir un conjunto de potajes y bebidas que por esos
años se convertirían en símbolos de nuestra identidad, del “sabor nacional” o
regional: el cebiche, el pisco sour, el pollo a la brasa, la Inca Kola, los helados
D´Onofrio y las cervezas Pilsen, Cristal, Cusqueña, Arequipeña, San Juan. El
pollo a la brasa, invento de un suizo peruano a mitad del siglo XX, fue un
temprano fast food nativo que ganó el gusto popular antes de la llegada de las
cadenas transnacionales de pizzas, hamburguesas o pollo apanado que tal vez
por eso no han podido desplazarlo. La preferencia por la Inca Kola hizo que,
hasta fines del siglo XX, el Perú formara parte del puñado de países donde las
sodas más vendidas no eran la Pepsi o la Coca Cola, la cual finalmente optó
por comprar la compañía fundada en la primera mitad del siglo recién
transcurrido por José R. Lindley.

133
En general, la movilidad geográfica producida por las grandes migraciones hizo
que, así como ocurrió con la música, también las comidas regionales salieran
de sus lugares de origen para ser conocidas en todo el país, mientras, en
tiempo de viajes y viajeros, se consolidaba una suerte de comida de carreteras
y malas noches: el caldo de gallina, el caldo de cabeza. En Lima, donde la
culinaria había recibido ya fuertes aportes españoles e italianos, se sumó el
aporte oriental, especialmente nikkei, que influyó, por ejemplo, en dar al
cebiche los contornos y sabores con los que ahora se conoce, o en la creación
del “tiradito”. En tiempos recientes, e incluyendo la denominada cocina
“novoandina”, Lima se convierte en uno de los centros más importantes de la
gastronomía latinoamericana.

Sin embargo, la “primera gran transformación” no logró cerrar la brecha entre


ricos y pobres, ni entre Lima y provincias. La pobreza, dígase claramente, pone
un límite y significa un peligro para la diversidad y la creatividad cultural. En la
extrema pobreza solo se puede hacer de la necesidad virtud, y concentrar la
creatividad en la supervivencia. Surgieron así, en los barrios pobres de las
ciudades en expansión, modestas innovaciones culinarias: las “salchipapas”,
las “tripitas”, los emolientes, y todo tipo de “combinados”, que se popularizan
sobre todo en la década de 1980 en medio de la crisis generalizada del país.
Este periodo terminó así, con luces y sombras. Por un lado, se revelaron las
grandes energías y la enorme creatividad desencadenadas por los procesos de
modernización y democratización social. Por otro, la incapacidad para construir,
a partir de ellas, un proyecto nacional que permitiera un esfuerzo de largo plazo
para superar nuestros problemas ancestrales.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. El título del presente artículo: “La primera gran transformación”, alude al proceso
de modernización que vivió el país entre las décadas de 1950 y 1980. Respecto de
esta modernización, elabore un listado de 10 cambios culturales relativos a esta
época.
2. ¿A qué se refiere el autor con la expresión “el mito de la escuela”? ¿Cómo se
expresó concretamente este mito en el caso del Perú?
3. ¿Qué relación encuentra entre el fenómeno de la explosión demográfica
experimentada por el país en estos años y el surgimiento de “los nuevos limeños” y
sus características?
4. De acuerdo con la lectura, durante este periodo se desarrollaron “nuevas maneras
de ser y sentirse peruano”. Al respecto, señale y explique brevemente 3 maneras.
5. Luego de ver los documentales cuyos enlaces se colocan a continuación,
responda a la siguiente pregunta: ¿Qué es una “barriada” y cómo surgieron en
Lima?
http://www.youtube.com/watch?v=5GKbWGjdFOU
http://www.youtube.com/watch?v=aCi1nupjKJo

134
LOS FACTORES QUE HICIERON POSIBLE EL
CONFLICTO
Comisión de la Verdad y Reconciliación

Adaptación realizada de:


Comisión de Entrega de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2004) Hatun Willakuy.
Versión abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación-Perú.
Lima: Navarrete. Capítulo 6 Los factores que hicieron posible el conflicto.

Fue deber de la Comisión de la Verdad y Reconciliación «analizar las


condiciones políticas, sociales y culturales, así como los comportamientos que
desde la sociedad y las instituciones del Estado contribuyeron a la trágica
situación de violencia por la que atravesó el Perú».1 Como producto de ese
análisis, la CVR ha encontrado que la causa inmediata y decisiva para el
desencadenamiento del conflicto armado interno en el Perú fue la libre decisión
del PCP‐SL de iniciar una denominada «guerra popular» contra el Estado, a
contracorriente del sentir mayoritario de millones de peruanos y peruanas que
hacia fines de la década de 1970 canalizaban sus anhelos de transformación
de nuestra sociedad por otras vías, principalmente, a través de la proliferación
de organizaciones sociales de todo tipo, de movilizaciones fundamentalmente
pacíficas y de la participación electoral que se mantuvo alta desde que se
reinstauró la democracia en 1980.

LA DECISIÓN DEL PCP-SL DE INICIAR EL CONFLICTO

No hay violencia con propósitos políticos —específicamente la conquista del


poder del Estado— sin una voluntad que la organice y la ponga en práctica. En
el Perú, esa voluntad estuvo encarnada principalmente en el PCP‐SL, en cuya
configuración confluyeron distintas tradiciones.

Por un lado, la tradición marxista‐leninista, que otorga un privilegio ontológico al


proletariado como clase portadora de una nueva sociedad supuestamente más
justa (el comunismo). Dicha sociedad sólo podría alcanzarse en un largo
proceso de revoluciones, para cuyo éxito el proletariado en los distintos países
tendría que organizarse en partidos de cuadros, selectos y secretos, en otras
palabras, en vanguardias iluminadas capaces de interpretar las leyes de la
Historia. Demás está decir que el PCP‐SL se consideraba el partido del
proletariado peruano. Dentro de la tradición marxista‐leninista, el PCP‐SL se
ubicó dentro de la variante maoísta, la cual otorga al campesinado el papel de
«fuerza principal» de una revolución que adoptaría la forma de una «guerra
popular prolongada», manteniendo el proletariado su papel de «clase
dirigente». Según Abimael Guzmán, el PCP‐SL era heredero directo del
momento más radical del maoísmo: la denominada Gran Revolución Cultural
Proletaria (1966‐1976) y su reclamo de una «dictadura omnímoda sobre la

1
Decreto supremo, artículo 2, inciso a.

135
burguesía». De acuerdo a Guzmán, la Revolución Cultural china es el hito
mayor de la historia humana, porque descubrió «cómo cambiar las almas».

En el PCP‐SL, el maoísmo se entrelazó con una tradición radical peruana,


insurreccional, iluminada y por lo tanto sectaria,2 que subestimaba la
democracia representativa y la política como espacio de diálogo, negociación y
búsqueda de acuerdos. A la democracia representativa le oponía la democracia
directa (asambleas), en la perspectiva de una democracia real (igualdad
económica). En la construcción del proyecto senderista, la tradición radical
peruana estuvo siempre subordinada al maoísmo. Sólo cobró importancia,
cuando en medio de las disputas dentro de la izquierda peruana, el PCP‐SL
levantó para legitimarse la figura de José Carlos Mariátegui, principal
representante socialista de la tradición radical y proclamó: «Retomemos a
Mariátegui y reconstituyamos su partido»3. Sin embargo, una vez que las
fronteras del PCP‐SL dentro del universo de la izquierda maoísta estuvieron
más o menos definidas, la imagen de Mariátegui fue palideciendo hasta
desaparecer, mientras que Guzmán se convertía en «presidente Gonzalo»,
cuarta espada del marxismo, encarnación del desarrollo de «15 mil millones de
años de materia en movimiento».

Más que la tradición radical, pesó pues otro aspecto de nuestra tradición
autoritaria, más antiguo y más ampliamente compartido: el caudillismo. El
debate marxista sobre el papel de la personalidad en la historia, fue
aprovechado para llevar a extremos insospechados lo que en la tradición
marxista se denomina «culto a la personalidad», como se desarrolló en el
apartado dedicado al PCP‐SL.

El autoritarismo extremo de la propuesta senderista se explica también por los


orígenes sociales de sus principales dirigentes. Varios de ellos eran
intelectuales provincianos, mestizos, de ciudades medianas, que compartían
características del estrato denominado misti, término quechua para designar a
los mestizos — patrones o notables— que habitaban en los centros urbanos
andinos y formaban parte de los poderes locales tradicionales. «Notables»
dentro de la sociedad tradicional, estos intelectuales se sentían sin embargo
«ninguneados» por las elites capitalinas y, al mismo tiempo, rebasados por los
estratos populares emergentes, que les perdían el «respeto» luego de pasar
por la escuela, el sindicato, la ciudad y/o el mercado.

Desde ese ámbito surgen una personalidad como Guzmán y un proyecto como
el del PCP‐SL. Pues, a pesar de presentarse como radicalmente nuevo, el
proyecto senderista implicaba en la práctica la restauración de un orden
estrictamente vertical, que se venía resquebrajando como consecuencia de los
procesos de modernización. Si en la sociedad tradicional —terrateniente o
«gamonalista»— la jerarquía se fundaba en el monopolio del poder económico
y político, y en un discurso racista que «naturalizaba» la inferioridad del indio;
en la propuesta del PCP‐SL, la superioridad del partido sobre las «masas» se

2
En ese sectarismo se inscriben desde el lema de las primeras décadas apristas: «sólo el
APRA salvará al Perú», hasta las tesis más recientes de la izquierda marxista sobre el
proletariado como clase de vanguardia o el partido único como régimen político.
3
Véase el documento del mismo nombre, fechado en 1975.

136
justificaba por el monopolio de un saber «científico» del cual el PCP‐SL se
consideraba representante exclusivo. Este saber permitía comprender las leyes
de la Historia y conducir, por tanto, al conjunto del país a un destino mejor.

Lo que se mantiene constante entre los viejos mistis y los nuevos


revolucionarios es una relación autoritaria con la población, en la cual el poder
se negocia a través del uso de la violencia física y queda marcado en los
cuerpos. El PCP‐SL se inscribe, entonces, en una antigua tradición que va
desde el recurso al castigo físico, tanto en haciendas o puestos policiales,
como en las propias comunidades campesinas e, incluso, en las escuelas
regidas todavía por el premonitorio proverbio «la letra con sangre entra». En
algún momento durante la década de 1960, esos letrados descubrieron el
potencial del espacio educativo —universidades, institutos pedagógicos,
institutos superiores— como ámbito de reclutamiento primero, y luego como
«correa de transmisión» entre el partido y el campesinado. El abandono de la
educación pública por parte del Estado y la persistencia allí de una transmisión
vertical de conocimientos donde el maestro sabe y el alumno aprende /
obedece, creó un ambiente propició para la propuesta senderista. Los
intelectuales mencionados se vincularon allí con pequeños núcleos de jóvenes,
sensibles a propuestas de ruptura radical con el orden establecido, pero
inmersos dentro de una tradición autoritaria. De esa forma, el PCP‐SL pudo
desplegar su dimensión de proyecto pedagógico tradicional y autoritario; y pudo
reproducir también las viejas jerarquías verticales dentro del propio partido,
entre jefatura y militantes, pues era la jefatura (es decir, Abimael Guzmán) la
única capaz de interpretar las leyes de la Historia.

¿Cómo estos pequeños núcleos lograron configurar una voluntad tan fuerte a lo
largo de la década de 1970? En primer lugar, los partidos de cuadros altamente
ideologizados de la tradición leninista solían constituir voluntades muy
poderosas. El propio Guzmán recordaba el caso de la URSS: «¿Cuántos
bolcheviques había cuando triunfó la revolución de Octubre?: ¡Ochenta mil en
un país de 150 millones de habitantes!». Así, el PCP‐ SL decidió construir una
organización pequeña pero afiatada, que ellos mismos definieron como una
«máquina de guerra».

El PCP‐SL ofrecía para ello, antes que nada, un discurso con pretensiones de
absoluta coherencia; un «gran relato» totalizador. Éste, presentado como una
ideología científica, «todopoderosa porque es verdadera», proporcionaba una
comprensión aparentemente coherente no sólo del país sino del universo todo;
un universo moral simple, en blanco y negro, que daba sentido a las vidas de
quienes lo compartían. La culminación del gran relato totalizador era una
utopía, el comunismo:

La sociedad de la «gran armonía» […] la radical y definitiva nueva sociedad


hacia la cual 15 mil millones de años de materia en movimiento, de esa parte
que conocemos de la materia eterna, se enrumba necesaria e
inconteniblemente...Única e insustituible nueva sociedad, sin explotados ni
explotadores, sin oprimidos ni opresores, sin clases, sin Estado, sin partidos,
sin democracia, sin armas, sin guerras.

137
Para alcanzar esa sociedad sin movimiento, literalmente «el fin de la historia»,
era necesario provocar una ruptura de ribetes apocalípticos. El inicio de la
lucha armada (ILA) era el parteaguas que separaba los tiempos viejos de los
nuevos. Por eso cuando Guzmán decidió lanzar a su partido a la «lucha
armada», cambió el tono de sus discursos y el partido atravesó un período de
luchas internas entendidas como purificación y renacimiento, personal y
colectivo.4 Ellos serían la mano que escribiría en la pared en medio del
banquete; la guerra popular un prolongado Armagedón, del cual sólo los
comunistas saldrían salvos.

El PCP‐SL ofrecía además una propuesta organizativa: el partido comunista,


que se militariza para llevar a cabo la «guerra popular prolongada». Iniciarla
con lo que el mismo Guzmán reconoce era sólo «un puñado de comunistas»,
requería que el partido fuera una institución total, que organizaba y controlaba
todos los aspectos de la vida cotidiana proporcionando a sus militantes una
identidad total.

Si bien es necesario recalcar estos aspectos para entender la condensación de


voluntad política que significó el PCP‐SL, es importante rescatar también los
lados más prosaicos del proyecto. La otra cara del caudillismo es el
clientelismo, que el PCP‐SL practicó con profusión en las universidades donde
apuntó a copar las direcciones de bienestar estudiantil, que manejan
comedores y viviendas universitarias. Los militantes, especialmente los
jóvenes, encontraban en el PCP‐SL no sólo orden sino organización de su
tiempo libre, espacio para la aventura y posibilidades de ascenso social «por la
vía del partido», en un contexto en el cual les era difícil lograrlo «por la vía del
mercado».

Hasta aquí, podríamos decir que el PCP‐SL era una versión exacerbada de
otros grupos vanguardistas de izquierda, que en el Perú y en otras partes del
mundo consideraban que la guerra popular era la estrategia para conquistar el
socialismo. Sin embargo, otros rasgos vuelven al PCP‐SL un fenómeno muy
especial. Ya hablamos del extremo caudillismo. Baste añadir que la
construcción del partido alrededor de una figura endiosada fue muy importante
para cohesionarlo, pero se convirtió en su talón de Aquiles cuando «la jefatura»
cayó presa en 1992.

Paralelamente, el fanatismo se fue convirtiendo en uno de los aspectos


medulares de la identidad senderista. Comenzó con la exacerbación de la
violencia del discurso de Guzmán antes del inicio de su lucha armada. La
ferocidad de sus arengas entre 1978 y 1980 anunciaba el tipo de violencia que
golpeó al país a partir de 1980 y el tipo de militantes que conformaron el
PCP‐SL: dispuestos a «llevar la vida en la punta de los dedos» y a «cruzar el
río de sangre» necesario para el triunfo de la revolución. Esta disposición a la
muerte se acrecentó con las cartas de sujeción al «presidente Gonzalo», que
los militantes firmaban al ingresar al PCP‐SL. La exaltación del caudillo
contrastaba con la desaparición de la individualidad de los militantes, alentados
4
La simbología de purificación, renacimiento y salvación es profusa en los discursos de
Guzmán previos al inicio de la lucha armada. Véase: «La nueva bandera», «Sobre tres
capítulos de nuestra historia» y «Somos los iniciadores».

138
a pagar «la cuota» de sangre y a «inducir genocidio», probando su disposición
a morir, como en las cárceles.

La voluntad política es decisiva para explicar el inicio de cualquier subversión


armada, pero no basta para explicar su duración. Para comprender la larga
«década de la violencia» es necesario advertir cómo esa voluntad política
aprovechó determinadas coyunturas, se alimentó de antiguas debilidades
institucionales y fallas estructurales, recogió algunas reivindicaciones y graves
frustraciones, expresó cierto imaginario y logró enraizarse en distintos sectores
sociales y escenarios geográficos. Es necesario preguntarse, entonces, por las
causas históricas que propiciaron la explosión senderista.

FACTORES HISTÓRICOS O DE LARGO PLAZO QUE EXPLICAN EL


CONFLICTO

De acuerdo con los testimonios recogidos por la CVR, la violencia golpeó


principalmente a los habitantes más pobres en las áreas más pobres del país.
Sin embargo, como esos mismos testimonios indican, la pobreza no explica por
sí sola el estallido del conflicto armado. Es más preciso verla como uno de los
factores que contribuyó a encenderlo y como el telón de fondo sobre el cual se
desarrolló ese drama.

Contra ese telón de fondo, adquieren un papel muy importante en la


explicación del conflicto las múltiples brechas que atraviesan el país. La más
visible y dramática es la que separa a ricos y pobres. Tanto o más que la
pobreza misma, importa la inequidad, las abismales diferencias entre los que
más tienen y los que sobreviven. Pero no se trata sólo de una distribución
desigual de la riqueza, sino también del poder político y simbólico, incluyendo
aquí el uso de la palabra: quién «tiene derecho a hablar», quién es escuchado
y a quién se le prestan oídos sordos. Esto es importante de destacar pues el
PCP‐SL ofreció a sus seguidores un discurso que producía la ilusión de
abarcar toda la realidad, así como la posibilidad de hacerse escuchar y de
silenciar. Por consiguiente, riqueza y poder se distribuyen desigualmente a lo
largo de nuestro territorio, produciendo otras brechas:

 Entre Lima y provincias. El centralismo creció en las décadas previas al


conflicto, ahondando la distancia entre la capital y el resto del país,
precisamente cuando éste parecía más interconectado.
 Entre costa, sierra y selva. La gravitación económica, demográfica y
simbólica de Lima, y la costa en desmedro de los Andes, se fue
acentuando conforme avanzaba el siglo XX, hasta desembocar en la
crisis de la sociedad andina tradicional. Paralelamente, la Amazonía fue
convirtiéndose en una zona de frontera donde los proyectos
modernizadores del Estado naufragaron casi apenas formulados.
 Entre criollos, mestizos, cholos e indios. A lo largo del siglo XX, las
viejas divisiones estamentales se fueron resquebrajando y sus fronteras
se volvieron más porosas y borrosas. Sin embargo, no desaparecieron;
más bien se reformularon y siguieron pesando en el país las

139
discriminaciones étnico‐culturales y raciales. El entrelazamiento de estas
inequidades y discriminaciones produjo una creciente percepción de
agravio en el polo pobres‐provincianos‐serranos‐rurales‐cholos/indios.
Esta percepción se volvió más dolorosa desde mediados del siglo
pasado, conforme se aceleraron —muchas veces para quedar luego
truncos— los procesos de modernización en el país. De ellos, los más
significativos fueron:

 Las grandes migraciones.


 La masificación del proceso de escolarización.
 La expansión de los medios de comunicación.
 La expansión del mercado.
 Los procesos de organización.
 La densificación y expansión de las redes sociales en el campo y la
ciudad.

Estos procesos fueron carcomiendo las bases estructurales y discursivas de la


dominación tradicional, que «normalizaban» las discriminaciones clasistas,
regionales, étnico‐culturales, raciales. Los fundamentos estructurales se
resquebrajaron a partir de: i) cambios demográficos, tales como una mayor
esperanza de vida y una creciente urbanización; ii) cambios económicos:
especialmente la expansión del mercado y la crisis terminal del sistema de
haciendas que, especialmente en las zonas más pobres de los Andes, producía
una sociedad de señores y siervos, obstaculizando el surgimiento de
ciudadanos.

Los fundamentos discursivos, que hacían que pareciera normal y soportable


una sociedad con escasa movilidad social y con un orden jerárquico bastante
rígido, se resquebrajaron a través de los procesos de migración a las ciudades,
la escolarización masiva y la expansión de los medios de comunicación,
especialmente las carreteras y la radio.

El resquebrajamiento del orden tradicional y el aceleramiento de los procesos


de modernización ahondaron ciertas brechas y volvieron visibles otras. Entre
las primeras, la más explosiva fue la brecha entre Lima y el resto del país, que
provocó el surgimiento de importantes movimientos regionales a partir de la
década de 1960. Entre aquéllas que comenzaron a hacerse visibles destacan
la brecha generacional y la de género. La masificación sucesiva del acceso al
colegio y a la universidad ahondó las diferencias generacionales,
especialmente en las zonas rurales.5 Téngase en cuenta, además, que fueron
los jóvenes los protagonistas de las grandes migraciones y en proporción
importante fueron también impulsores y líderes de múltiples procesos de
organización social en el campo y en la ciudad. Algo más tarde, las mujeres

5
Nótese que, precisamente en Ayacucho, los principales movimientos sociales en las décadas
previas al estallido del conflicto armado no fueron conflictos por tierras, sino vinculados a
demandas educativas. El primer Frente de Defensa del Pueblo surgió en Ayacucho alrededor
de la defensa de las rentas de la Universidad de Huamanga y, durante sus primeros años, tuvo
una fuerte influencia de quienes después conformarían el PCP‐SL. Luego, en 1969, cuando la
gratuidad de la enseñanza secundaria se vio amenazada por un decreto supremo del gobierno
militar, se produjeron masivas movilizaciones en Huamanga y en Huanta.

140
comenzaron a acceder también a la escolarización, participaron y se volvieron
protagonistas en nuevas organizaciones sociales, irrumpiendo en espacios
públicos en general.

Todo lo anterior alude a un proceso de modernización desigual, hecho de


intentos desperdigados, intermitentes y muchas veces truncos, sea por la
ausencia de una visión de conjunto y de largo plazo entre las elites políticas,
empresariales e intelectuales que condujeron el país; sea por el entrampe
político y/o las insuficiencias de proyectos nacionales que, de haber sido
exitosos, hubieran logrado al menos un desarrollo económico sostenido que
ampliara significativamente el mercado interno y propiciara una mayor
integración del país en sus diferentes planos: económico, social, simbólico. Al
no haber sucedido algo así, existían:

 Capas sociales sensibles a propuestas de ruptura radical con el orden


establecido. En especial, pero no únicamente se trataba de jóvenes
provincianos, mestizos, con educación superior al promedio. Algunos
sectores, desperdigados por todo el país se sentían en una tierra de
nadie ubicada entre dos mundos: el tradicional andino de sus padres,
que al menos parcialmente ya no compartían; y el urbano‐criollo, que los
rechazaba por provincianos, mestizos o cholos. Entre ellos, una minoría
se sintió atraída por un proyecto que debido a su coherencia absoluta
los libraba de un presente que les ofrecía escasas satisfacciones y
demasiadas incertidumbres.
 Áreas geográficas donde emprender su tarea. Especialmente las áreas
ubicadas en una suerte de limbo entre la modernidad instalada más que
nada en el discurso político y en las expectativas, y el atraso y la
pobreza ya desligados del orden tradicional dentro del cual habían sido
soportables y habituales por largo tiempo. Estas fueron las áreas más
golpeadas por el conflicto.

LOS FACTORES INSTITUCIONALES

A esta sociedad le correspondió un Estado poco legitimado. Hasta la década


de 1970, la ley, el orden jurídico y el Estado republicano mismo eran
cuestionados desde el paradigma revolucionario, que consideraba a la
democracia representativa una «forma» vacía de contenido y subestimaba
derechos y libertades individuales considerados burgueses. A la democracia
formal se le oponía la democracia real, que sólo podía alcanzarse dentro de un
Estado democrático popular o socialista, construido a través de una revolución
que, para la mayoría de partidos de izquierda de la época, sólo podía triunfar
por la vía violenta.

La vigencia del estado de derecho era también cuestionada desde la derecha


por una larga tradición de pronunciamientos militares. En las cinco décadas
previas al estallido del conflicto armado interno, el país tuvo sólo 14 años de
gobiernos democráticos. Esa fragilidad expresaba modos de pensar y de hacer
política, que consideraban natural un orden vertical y excluyente, impuesto
recurriendo a la violencia cuando fuera necesario.

141
La ausencia de partidos conservadores y liberales con propuestas nacionales,
y leales al sistema democrático, favoreció esta endeblez ciudadana y, como
contraparte, propició el papel activo de los militares en la vida política y reforzó
su condición de institución «tutelar».

La «guerra fría» redobló este cuestionamiento, reubicando las viejas


tradiciones militaristas del continente en un nuevo contexto y enmarcándolas
dentro de una nueva doctrina de seguridad nacional, impulsada enérgicamente
por los Estados Unidos en la región. En la estela de la revolución cubana
(1959), una oleada de movimientos subversivos armados sacudió América
Latina. La respuesta fueron golpes militares y dictaduras represivas. En el
medio quedaron legítimas aspiraciones de transformación y democratización.
En la década del 70, sólo Costa Rica, Venezuela y Colombia tenían gobiernos
que cumplían con mínimos estándares democráticos en América Latina.

A la modernidad trabada le correspondió un embrionario desarrollo de la


ciudadanía. En el Perú, la conciencia de tener y ejercer derechos se desarrolló
de manera desigual. El sufragio universal sólo se instauró con la Constitución
de 1979. En realidad, sólo se celebraron elecciones municipales en 1963 y
1966, convocadas por el primer gobierno de Fernando Belaúnde. Su
continuación, interrumpida por el golpe de 1968, hubiera permitido la
ampliación del ejercicio ciudadano, el traspase de responsabilidades y
recursos, y una mayor presencia del Estado en el plano local. Fue por esa falta
de ejercicio democrático que en ciertas zonas del país la instauración del
«nuevo poder» senderista impuesto desde arriba, y que construía sujetos (e
incluso siervos) en vez de ciudadanos, no apareció como algo insoportable.
Más aún si ese «nuevo poder» imponía en un primer momento un cierto orden
y ejercía a su manera «justicia».

Pues si el desarrollo ciudadano era débil, la tradición de administración de


justicia imparcial y universal era casi inexistente. Tanto en las audiencias
públicas como en los testimonios recogidos por la CVR, son innumerables las
historias en las que los protagonistas viajan desde lugares rurales apartados
hasta la capital departamental y nacional en busca de una justicia que les da
las espaldas. Peor aún, cuando actuaba, la justicia tendía a ser parcializada y
sus agentes abusivos.

Así, los grandes cambios estructurales que transformaron el país fueron


seguidos a duras penas por un proceso intermitente de modernización,
democratización y reforma del Estado que, precisamente en las dos décadas
previas al estallido del conflicto armado interno, desembocó en dos
entrampes:

 El de la vía liberal democrática, iniciada desde 1956 y desarrollada con


más nitidez durante el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaúnde
(1963‐1968).
 El de la vía reformista autoritaria, durante el gobierno del general Juan
Velasco (1968‐1975).

142
LOS FACTORES COYUNTURALES

El estallido del conflicto armado interno encontró entonces a un Estado


desbordado pues la transición democrática abierta en 1977 abarcaba campos
más allá de aquellos relacionados directamente con el cambio de régimen
político. Destacan como flancos débiles en esa coyuntura:

 La situación económica. Para 1980, el tamaño del aparato estatal


(burocracia, empresas públicas, porcentaje del PBI estatal) había
crecido y, sin embargo, el Estado como institución tenía mayores
dificultades para cumplir sus obligaciones básicas con sus ciudadanos.
 Vacíos relativos de poder en amplias zonas rurales, sobre todo, andinas.
Como parte del proceso de desmontaje de la Reforma Agraria, el
gobierno del general Morales Bermúdez procedió a la desactivación del
denominado Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social
(SINAMOS), el aparato estatal que de alguna forma había cubierto el
vacío dejado por los poderes locales tradicionales en el campo. Las
empresas asociativas —SAIS, CAP— creadas por una Reforma Agraria
colectivista, quedaron como islotes desmoralizados (con frecuencia
debilitados desde dentro por administraciones incapaces o corruptas) y
acosados desde dentro o desde los márgenes por quienes deberían
haber sido sus beneficiarios. A partir de 1977, el inicio de los operativos
Verde Mar, impulsados por los Estados Unidos, crisparon la situación en
zonas importantes de la ceja de selva y empujaron a la ilegalidad a
sectores amplios de colonos llegados allí en las décadas previas, que se
habían dedicado crecientemente al cultivo de coca por ausencia de
alternativas económicas. ƒ
 Debilidad de los partidos políticos. Se encontraban fuera de forma por la
suspensión de elecciones nacionales y municipales, con varios de sus
principales líderes exilados, desprestigiados por la propaganda oficial
contra los partidos políticos y la democracia representativa. La ausencia
de organizaciones partidarias o su repliegue de amplias zonas rurales,
hizo que las representaciones surgidas de las elecciones en la década
de 1980 fueran tenues y giraran crecientemente alrededor de personas,
más que de organizaciones y propuestas. Esto fue favorecido por el voto
preferencial.

A pesar de estas dificultades, la transición abierta por impulso de las


movilizaciones sociales de esos años siguió adelante. La Constitución
aprobada en 1979 fue políticamente incluyente y democratizadora:
incorporó a la legalidad a partidos de izquierda marxista y otorgó sufragio
universal a mayores de 18 y a analfabetos. Así, el 18 de mayo de 1980 el
país concurrió después de 17 años a las urnas para elegir un gobierno civil.
Un día antes, el PCP‐SL inició sus acciones armadas.

143
SOBRE LA DURACIÓN DEL CONFLICTO

El PCP‐SL resultó un enemigo inesperado. El segundo gobierno de Fernando


Belaunde podía haber esperado algún alzamiento armado semejante a los que
por entonces tenían lugar en América Central o el Cono Sur. En otras palabras,
algo semejante al MRTA, mas no al PCP‐SL.

El gobierno y las Fuerzas Armadas desconfiaban de líderes izquierdistas como


Hugo Blanco, que alcanzó la segunda votación más alta para la Asamblea
Constituyente de 1978, después de Haya de la Torre; de partidos marxistas
como el PCP‐Unidad, la UDP o el UNIR, que conformarían poco después
Izquierda Unida y tenían fuerte influencia en organizaciones sociales como la
Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), la Confederación
Campesina del Perú (CCP) o el sindicato magisterial (SUTEP), que vivían por
entonces sus años de auge. Recuérdese que esos partidos seguían
proclamando la legitimidad de la vía armada para llegar al poder.

El PCP‐SL había permanecido al margen de casi todas las movilizaciones


sociales de finales de la década de 1970.6 Eso contribuye a explicar que
Guzmán haya sido apresado y liberado poco antes del inicio de su «guerra
popular». Su insignificancia en el escenario político y gremial jugó a favor de su
aventura militar. Actuaron confundidos entre otros actores que, compartiendo
un discurso violentista, estaban desarrollando acciones gremiales y políticas.

Además, aun cuando proclamaba una «guerra campesina», el PCP‐SL no


inició sus acciones en alguna de las regiones donde la organización campesina
estaba en auge: Cusco o Cajamarca, por ejemplo. Por el contrario, en dichos
lugares enfrentó seria resistencia. El conflicto se inició en Ayacucho, zona de
escasa densidad de organizaciones y movilizaciones campesinas en los años
previos a 1980, donde el Estado, cuya presencia en las zonas rurales era de
por sí muy tenue, tenía la guardia especialmente baja. De esta forma, los
pequeños puestos policiales en el norte de Ayacucho fueron rápidamente
obligados a replegarse, mientras el gobierno de Belaúnde se mostraba
reticente a convocar a las Fuerzas Armadas, como ya se explicó.

Además de la sorpresa general, contribuyó a la supervivencia de SL su


carácter radicalmente autárquico. Durante los primeros años, el gobierno trató
de encontrar vínculos entre la subversión y algún país socialista. El propio
PCP‐SL se encargó de descartar esa hipótesis con acciones violentas contra la
nueva dirección del PC Chino7 y las embajadas de los países socialistas.

Sin embargo, todos los factores hasta ahora mencionados no hubieran sido
suficientes si el PCP‐SL no lograba la aceptación o la neutralidad de sectores
sociales significativos, especialmente campesinos. ¿Cómo llegó a ellos y qué
tipo de campesinos eran?

6
Salvo la huelga del SUTEP de 1978 y la de estudiantes secundarios en 1979, el PCP-SL se
había opuesto a esas movilizaciones, incluyendo los paros nacionales de 1977 y 1978, pues
consideraba que estaban dirigidos por el «revisionismo» del PCP-Unidad.
7
Los famosos perros colgados de postes que aparecieron en algunas calles de Lima en 1980
con letreros que decían: «Deng Xiaoping hijo de perra».

144
Durante la década de 1970, la mayoría de partidos que luego conformarían IU
tendió a sacar de las universidades a sus mejores cuadros jóvenes para
enviarlos al campo e incorporarlos en distinto grado a un circuito de
reproducción partidaria cuyo eslabón central era la construcción de gremios
campesinos, y cuya eficacia se medía por la capacidad de control y
movilización de dichos gremios.8El PCP‐SL estableció un circuito diferente.
Captó cuadros en ciertas universidades, pero los mantuvo dentro del circuito
educativo, enviándolos como maestros a colegios rurales. Éstos, a su vez,
captaban estudiantes secundarios a través de los cuales el PCP‐SL estableció
cabeceras de playa en muchas comunidades. El epicentro de reproducción
partidaria eran los denominados «organismos generados»,9 que lo alimentaban
de cuadros a través de las «escuelas populares». El criterio de eficacia fue el
crecimiento del propio partido y, sobre todo, el del llamado ««ejército guerrillero
popular»», pues todo estaba «al servicio de la guerra popular». A partir de este
eslabonamiento, el PCP‐SL logró tejer una red partidaria y de apoyo en las
provincias del norte de Ayacucho.

De esta forma, el PCP‐SL pudo «conquistar bases» en los márgenes, no sólo


del Perú urbano sino del propio Perú rural organizado y dinámico. Su propuesta
de igualamiento hacia abajo, justicia expeditiva, destrucción de infraestructura
productiva y repartos de ganado y cosechas logró aceptación en comunidades
con profundos conflictos internos o externos, baja legitimidad de sus
autoridades y descontento por el acceso diferenciado a recursos escasos.
Además, el PCP‐SL apareció muy temprano como propuesta de un «nuevo
Estado», portador de orden y administrador de una justicia vertical y
draconiana, que ponía coto a conductas consideradas antisociales recurriendo
a castigos físicos y a los denominados «ajusticiamientos».

La expansión del PCP‐SL a otras zonas del país mostró que los «eslabones
sensibles» de intelectuales y jóvenes educados no constituían sólo un
fenómeno regional, sino que se extendían por una cadena de ciudades,
incluyendo Lima; asimismo, que la pobreza, la escasa organización rural y el
ejercicio del poder asociado al uso de la violencia física, no eran exclusividad
de Ayacucho. Mostró, además, que existían otras zonas rurales altamente
conflictivas, como aquéllas donde la Reforma Agraria había conformado SAIS;
o como los valles cocaleros, donde poblaciones enteras habían sido empujadas
a la ilegalidad, y donde la policía y la justicia llegaron a identificarse más que en
ningún otro lugar del país con el abuso y la corrupción.

Para explicar la duración y expansión del fenómeno subversivo es necesario


tener en cuenta, además, otros dos factores. Por un lado, el PCP‐SL y en
mucho menor medida el MRTA se convirtieron en magnetos que atrajeron a
pequeños núcleos descontentos desgajados de los grupos de izquierda que a
fines de la década del 70 habían dado un viraje, en muchos casos no del todo

8
En la década de 1980, la medición de la eficacia se fue desplazando rápidamente del
fortalecimiento y movilización de gremios al éxito electoral.
9
Sobre la definición de «organismos generados», véase el capítulo sobre el PCP-SL.

145
coherente, del discurso de la lucha armada a la participación electoral.10 Por
otro lado, en ciertos lugares se llegaron a crear ciertas identificaciones
regionales con los proyectos subversivos —el MRTA en San Martín, el PCP‐SL
en el norte de Ayacucho— que trascendían el campo e incluían franjas
urbanas. En el caso del MRTA, esta identificación estaba en cierto grado
mediada por los gremios sobre los cuales tenía influencia: la Federación
Agraria Selva Maestra (FASMA) o el Frente de Defensa de San Martín. En el
caso del PCP‐SL, la identificación no tenía otra instancia en la cual depositarse
que no fuera el partido y la violencia. Pero eso no fue obstáculo y posiblemente
favoreció más bien la construcción de una identidad muy fuerte entre la
periferia del PCP‐SL, que alimentaba sus «organismos generados». Allí se
configuraba un «nosotros» con fronteras muy rígidas y excluyentes, basado en
una cercanía étnico‐regional donde se entrelazaban el color de piel, la lengua y
las costumbres, con una percepción de agravio provocada por la inequidad y la
discriminación. El PCP‐SL llegó a proporcionar así una «estructura de
sentimientos» a estudiantes pobres, discriminados y «ubicados entre dos
mundos»; pero también a pequeños núcleos barriales de Lima y sectores
campesinos hartos de la pobreza, el abuso y la exclusión.

Todos los factores hasta ahora mencionados tampoco hubieran bastado para
explicar la duración del conflicto, si las elites políticas hubieran estado a la
altura del desafío. El PCP‐SL se alimentó de los errores cometidos por el
Estado y los partidos políticos, más allá del justificable desconcierto inicial.
Estos errores configuraron un proceso de «abdicación de la autoridad
democrática» que avanzó con altibajos hasta culminar en el golpe de Estado de
abril de 1992.

Si algo le resultaba indispensable al PCP‐SL para que su proyecto sobreviva y


avance, era construir un enemigo a su imagen y semejanza. Primero, en la
mente de sus propios militantes; luego, en el país. Las investigaciones de la
CVR muestran que cada vez que el Estado se acercó al Leviatán que Guzmán
describía en sus pesadillas, le regaló un triunfo a la subversión. Así, episodios
como la represión masiva en Ayacucho (1983‐ 1984), la masacre de los
penales (1986), el surgimiento de grupos paramilitares (1987) o de
escuadrones de la muerte (1989) fueron todos, de alguna manera, triunfos de
Guzmán; pues le permitían validar sus tesis ante sus militantes e, incluso,
aparecer como el «mal menor» para ciertos sectores sociales afectados por la
respuesta estatal.

No se trata entonces sólo de errores, excesos o limitaciones de los diferentes


actores del conflicto. La abdicación, que fue en todo caso un síntoma, reveló
«fallas geológicas» muy profundas sobre las cuales se había reconstruido el
régimen democrático a partir de 1980; franjas importantes de la población y del
territorio nacional que no habían sido incorporadas a la dinámica de la
representación política. El PCP‐SL logró presencia en los límites no
representados de nuestra sociedad; desde esos espacios avanzó hacia otros

10
El PCP-SL exigía la disolución del grupo y la incorporación individual de aquellos miembros
que decidía absorber. En el otro extremo, el MRTA mismo fue producto de fusiones sucesivas
de varios grupos de izquierda que optaron por la violencia.

146
ámbitos aprovechando los errores del Estado, la crisis económica y luego la
descomposición reinante al final de la década de 1980.

La mera existencia de ámbitos que no alcanzaban a ser representados


políticamente nos habla de fallas profundas de nuestra configuración como
nación, que incluyen; pero, a la vez, trascienden la responsabilidad de
gobiernos, partidos políticos y Fuerzas Armadas. En otras palabras, la duración
relativamente larga del conflicto armado interno tuvo que ver también con la
fragilidad de nuestro sentido de comunidad nacional, que debía estar
sustentado sobre la base de tener y ejercer derechos ciudadanos. La fragilidad
de ese sentido nacional y ciudadano se sintió más allá de las zonas rurales
periféricas y abarcó en mayor o menor medida al conjunto del país.

Así, vistos desde el centro del poder político, económico y simbólico, los
sectores que llamamos «irrepresentados» resultan insignificantes: aportan poco
al PBI; si son rurales, por su escaso peso demográfico no deciden elecciones;
si son urbanos, por su extrema pobreza son presa fácil del clientelismo. La
opinión pública pudo fluctuar entonces entre la indiferencia y la exigencia de
una solución rápida al conflicto, sin importar mucho el costo social. Después de
todo, las víctimas eran principalmente «otros»: pobres, rurales, indios. Lejanos
no sólo geográfica sino, sobre todo, afectivamente. Por ello, la lejanía incluyó
los conos de Lima, donde el conflicto llegó con su secuela de rastrillajes y
estigmatización de los diferentes, en este caso los migrantes. El centralismo y
el racismo jugaron así su papel en la prolongación del conflicto.

Por último, el contexto de crisis económica extrema en los años finales del
gobierno de Alan García favoreció también el avance de los grupos
subversivos. Si a ello sumamos la relativa tolerancia de la comunidad
internacional hacia las violaciones de los derechos humanos por parte del
Estado, tenemos un cuadro en el cual, hacia 1990, todos los factores parecían
jugar a favor de los grupos subversivos, especialmente del PCP‐SL.

SOBRE LA CRUELDAD EN EL CONFLICTO

Hemos señalado los límites de los proyectos de construcción nacional y


modernización emprendidos en esas décadas, pero es necesario recalcar
también que los graves conflictos sociales y políticos fueron encarados y
eventualmente resueltos por medios pacíficos. Así, entre 1958 y 1964 tuvo
lugar en el Perú el movimiento campesino más importante por esos años en
América Latina. Cientos de miles de campesinos y trabajadores agrícolas se
organizaron y movilizaron a lo largo del país, ocupando cientos de miles de
hectáreas en manos de grandes propietarios. Sin embargo, en todos esos años
murieron sólo 166 personas, menos que en los primeros diez días de agosto de
1991.

En la década de 1970, una segunda oleada de ocupaciones de tierras


conmovió al país en plena aplicación de la Reforma Agraria. La movilización no
fue tan amplia como en la década previa, pero la organización campesina
alcanzó su pico más alto luego de la reorganización de la CCP y la creación de
la Confederación Nacional Agraria (CNA) en 1974. Sin embargo, otra vez, el

147
costo en vidas humanas fue bajísimo en comparación a las muertes de la
década siguiente.

Mientras tanto, las ciudades vivían desde 1976 una efervescencia social sin
precedentes, que se traducía en movilizaciones y paros obreros, magisteriales
y regionales que desembocaron en los paros nacionales de julio de 1977 y
mayo de 1978. El primero tuvo incidencia directa en la apertura democrática,
pues pocos días después el régimen militar convocó a una Asamblea
Constituyente para el año 1978. Nuevamente, en las movilizaciones de esos
años, el número de víctimas fatales fue mínimo.

Puede objetarse que hablamos de movimientos sociales, mientras que el


PCP‐SL y el MRTA eran organizaciones políticas. Sin embargo, también en
este plano un recorrido por las décadas previas registra poca violencia. En
1955, masivas movilizaciones políticas en Arequipa provocaron la renuncia del
temido Ministro de Gobierno y Policía, Esparza Zañartu, lo que marcó el inicio
del fin de la dictadura de Manuel A. Odría. Esas movilizaciones produjeron dos
muertos. Desde entonces, el país no volvió a sufrir situaciones de persecución
política masiva.11 En 1956, después de más de dos décadas de
«catacumbas», el APRA se incorporó a la legalidad, al tiempo que se
consolidaban nuevos partidos como los de Acción Popular, la Democracia
Cristiana y el Partido Social Progresista. Incluso los golpes militares de 1962,
1968 y 1975 fueron incruentos e institucionales. En comparación con otros
países de América Latina, la oleada guerrillera inspirada en la revolución
cubana fue menor en el Perú. Tampoco el régimen militar (1968‐1980), a pesar
de su naturaleza autoritaria y de lo radical y controvertido de sus reformas, fue
especialmente represivo en comparación con sus coetáneos del cono sur.

De esta forma, la Constitución aprobada en 1979 parecía poner simbólica y


legalmente fin a las grandes exclusiones políticas que habían obstaculizado
nuestra construcción como estado nacional. La Constitución no excluía a
ningún partido político y consagraba por fin la vigencia plena del sufragio
universal, pues otorgaba derecho a voto a varones y mujeres mayores de 18
años y a los analfabetos. Para ese entonces, esta última categoría se
superponía en lo fundamental con la de peruanos y peruanas monolingües
quechuas, aymaras y de lenguas amazónicas.

Luego de las profundas transformaciones demográficas, económicas, políticas


y socioculturales de las décadas previas, y del sismo político que significó el
reformismo militar, el país parecía encaminado a consolidar un Estado
nacional, moderno y democrático. No es de extrañar, entonces, que el inicio del
conflicto armado lo tomara por sorpresa. No es de extrañar tampoco que su
extensión y brutalidad nos sigan sorprendiendo.

Lo que estuvo ausente en esas décadas previas al estallido de la violencia fue


la voluntad de matar. Menos aún de matar masiva o sistemáticamente. Ni de
parte del Estado, ni de los campesinos u otros actores sociales, ni de los
principales partidos políticos. La dirección del PCP‐SL tuvo que concentrar sus
11
La excepción fue el encarcelamiento de dirigentes izquierdistas en la colonia penal del Sepa,
en la selva central, en 1962.

148
energías en inocular esa voluntad, en primer lugar en sus militantes y, luego,
en provocar al Estado y a la sociedad para que la muerte se vuelva, por así
decirlo, un modo de vida.

En las bases filosóficas, políticas e incluso psicológicas de la acción


subversiva, especialmente del PCP‐SL, se constata un decisivo punto ciego: el
PCP‐SL «ve clases, no individuos». De allí se deduce la falta absoluta de
respeto por la persona y por el derecho a la vida, incluyendo la de sus propios
militantes; pues para mantener la cohesión del partido la dirección exacerbó en
ellos una vena tanática que se convirtió en un sello de identidad y tiñó el
proyecto senderista de potencialidades terroristas y genocidas. El potencial
terrorista se desplegó desde los «ajusticiamientos» con sevicia y prohibición de
entierro, hasta los coches‐bomba en las ciudades. El potencial genocida,
explícito cuando Guzmán anunció que «el triunfo de la revolución costará un
millón de muertos» o cuando llamó a sus huestes a «inducir genocidio», se
desplegó especialmente en zonas indígenas, puesto que el PCP‐SL reprodujo
antiguas concepciones de superioridad sobre los pueblos indígenas.

Por otro lado, «batir el campo» y construir el «nuevo poder» exigían un alto
costo en vidas humanas; ya que, a pesar de los vacíos de poder advertidos, el
campo estaba mucho más poblado de actores, instituciones, organizaciones y
más interconectado que la China de los años 30, que servía de inspiración al
PCP‐SL. Por eso, luego de una primera etapa de aceptación, el PCP‐SL tuvo
que recurrir crecientemente a la imposición por el terror. Sus asesinatos eran
«castigos ejemplificadores». Muchos testimonios ofrecidos a la CVR expresan
no sólo el dolor, sino la indignación que produjo ver morir a familiares «como
animales»; e eso se sumaba, con frecuencia, la prohibición de enterrarlos.
Luego de la entrada de las Fuerzas Armadas para combatir la subversión, la
táctica senderista de los «contrarrestablecimientos» incrementó aun más el
número de víctimas civiles. Desde Lima, Guzmán propuso construir «comités
populares» cerca de donde se instalaban bases militares12 para provocar la
reacción del Estado: esto contribuyó también a que el número de víctimas sea
tan elevado.

Pero el otro factor decisivo para explicar la crueldad del conflicto armado
interno fue la respuesta del Estado. Que la provocación mortífera del PCP‐SL
haya encontrado eco, demuestra que en las décadas previas, de «baja
intensidad» de muertes por conflictos sociales y enfrentamientos políticos, el
país había transitado en realidad por un largo y difícil desfiladero, que el
PCP‐SL logró bloquear, al menos temporalmente. A partir de 1983 se revelaron
los abismos ya anotados: no sólo la falta de una comunidad nacional de
ciudadanos, sino el desprecio teñido de racismo por los campesinos, que
permeaba las instituciones del Estado incluyendo a las Fuerzas Armadas. En
los primeros años de su intervención, ellas se comportaron a veces como un
Ejército de ocupación. 13

12
Sobre los «contrarrestablecimientos» véase el capítulo sobre el PCP-SL.
13
Son más bien los campesinos los que parecen tener de cierta manera una mayor conciencia
de comunidad nacional, pues cuando relatan sus historias creen que quienes los están
matando son «extranjeros», «gringos», pishtacos. No conciben que sus connacionales los
maten «como animales».

149
Pero la violencia desatada por el PCP‐SL, confundido entre la población,
también hizo aflorar el miedo. Esos «otros» despreciados, muchas veces
incomprensibles, comenzaron a ser vistos como peligrosos, sin distinguir si
eran o no senderistas. A su alrededor comenzó a (re)tejerse toda una mitología
que los convertía en seres resistentes a las torturas e imperturbables ante la
muerte. Los viejos imaginarios racistas sobre el «indio» terco, cruel y
traicionero, reaparecieron con fuerza. El miedo azuzó la crueldad de las fuerzas
contrasubversivas.

A esto se añade, por un lado, la influencia de la doctrina de seguridad nacional,


exportada por los Estados Unidos a la región y, por otro, el poco enraizamiento
de las doctrinas de Derechos Humanos que recién comenzaban a transformase
en instrumentos legales y cuyas violaciones empezaban a ser sancionadas en
tratados internacionales incorporados en la legislación nacional.

Si la etapa anterior fue de moderación por parte de todos los actores, la


irrupción del PCP‐SL abrió una «caja de Pandora» que los trastocó a todos.
Así, en las zonas rurales más pobres, el PCP‐SL se involucró y en muchos
casos acabó potenciando y militarizando viejos conflictos sociales intra e
intercomunales. En zonas afectadas por el narcotráfico, el PCP‐SL terminó
agudizando la dinámica de por sí violenta de una sociedad de frontera,
dinámica en la que se involucraron también y, con crueldad, las fuerzas del
orden. En todas partes, el PCP‐PSL exacerbó el castigo físico, llevando a
extremos una tradición en la que caben desde los maltratos patronales o
policiales, hasta las sanciones en comunidades campesinas o barrios
populares urbanos.

Las rebeliones contra el PCP‐SL fueron también brutales. La violencia latente


en cualquier comunidad, especialmente pobre, se entremezcló con conflictos
familiares, generacionales, de linderos, y se desbordó. Con frecuencia, los
comités de autodefensa fueron más allá de su función específica y se
convirtieron también en pequeños ejércitos agresivos que «barrían» con
violencia territorios que consideraban enemigos o prosenderistas.

SOBRE LA DERROTA DE LOS GRUPOS SUBVERSIVOS

Cuando un grupo muy violento, motivado se levanta en armas pero no existen


condiciones para su triunfo, una de las posibilidades es que se convierta en
una «insurgencia crónica». Éste podría ser el caso, por ejemplo, de Colombia.
En el Perú, a pesar de la subsistencia de núcleos armados en algunas zonas
de la Amazonía,14 esto no ha sucedido. ¿Por qué?

En primer lugar, la subversión se inició en un contexto democrático que, al


margen de cualquier limitación, redujo espacios para propuestas violentas. El
funcionamiento del sistema de partidos y la realización de elecciones, aún en
los peores momentos, funcionaron como parachoque y canal alternativo para
procesar conflictos y construir representaciones. La existencia de una izquierda

14
Nos referimos a los llamados «remanentes» del PCP-SL en los valles del Ene y Apurímac.

150
legal redujo todavía más los espacios de reclutamiento para los grupos
subversivos. Esto lo padeció especialmente el MRTA.

Si bien en un porcentaje minoritario de provincias no hubo elecciones en 1989


y 1990, más importante es destacar la persistencia de autoridades electas en
distritos y provincias amenazados por la subversión. En muchos casos, estas
autoridades lo pagaron con su vida. Si bien el avance de la subversión fue una
de las causas del quiebre democrático, el golpe de Estado de abril de 1992 se
dio cuando el PCP‐SL se encontraba estratégicamente derrotado.

La existencia de prensa independiente, incluso en las zonas directamente


afectadas por la violencia, fue otro factor que contribuyó a frenar la brutalidad
de las acciones contrasubversivas y a crear un clima contrario a los grupos
subversivos.

Existieron, además, organismos fiscalizadores que cuestionaron los crímenes y


violaciones de los derechos humanos, tanto del Estado como de los grupos
subversivos: organizaciones de derechos humanos, sectores importantes de la
Iglesia Católica y de iglesias evangélicas. Ellos le restaron legitimidad nacional
e internacional tanto a la subversión, que trataba de presentarse en el
extranjero como una guerrilla romántica, como a las estrategias
contrasubversivas de «guerra sucia».

Tampoco las organizaciones sociales populares, obreras, campesinas,


magisteriales y barriales fueron ganadas por los proyectos subversivos, salvo
excepciones. El PCP‐SL se convirtió más bien en un «antimovimiento social»,
que desmovilizaba, destruía y/o fagocitaba a las organizaciones que caían
cerca de su esfera de influencia. De todos los rechazos, el que más contribuyó
a la derrota de los grupos subversivos, fue el del campesinado. Ellos tenían
que haber sido la «fuerza principal» de la revolución, aliados fieles, segunda
voz, coro que acompañara al partido y a su jefatura concentrada en alcanzar
«el do de pecho» que transformaría el mundo. Pero en muchos lugares, el
PCP‐SL terminó provocando «la rebelión del coro».

Esto ocurrió porque, luego de la destrucción del «viejo orden» —eliminación de


autoridades, destrucción de infraestructura productiva—, el PCP‐SL sólo pudo
ofrecerles:
 Una propuesta económica de autosubsistencia, arcaica incluso para los
campesinos más pobres.
 La instauración de una utopía igualitarista, que pronto mostró sus límites
autoritarios, especialmente en: la aplicación de una justicia que recurría
a la «pena de muerte» con gran facilidad y una organización totalitaria,
que regulaba toda la vida cotidiana, pasando así de la necesidad de
orden al exceso de orden vertical, que llegaba a extremos como cuando
el partido prohibía estar triste.

Los asesinatos del PCP‐SL no sólo chocaban contra el apego a la vida de


cualquier comunidad humana, sino que resultaban contraproducentes en
economías pobres, que no podían darse el lujo de disponer de la vida de
personas, en su mayoría hombres jóvenes con familias e hijos menores de

151
edad. Por eso, según los testimonios recogidos por la CVR en diferentes
partes del país, los afectados pedían al partido: «castiga, pero no mates».
En otros, las mujeres pedían que si van a matar a alguno de los padres,
maten mejor a toda la familia, pues: «quién se va a hacer cargo de los
hijos».

La propuesta totalitaria implicaba una actitud intolerante hacia la cultura


local, no sólo la celebración de fiestas o la elección de autoridades, sino
elementos tan básicos como enterrar a los muertos o el uso de los términos
de parentesco, reemplazados por el apelativo «compañero».

Pero, sobre todo, con el campesinado involucrado crecientemente en una


economía mercantil, las propuestas de SL chocaron contra la dinámica de
las sociedades rurales. Para sorpresa del PCP‐SL, la «guerra prolongada»,
chocó contra la lógica de reproducción campesina, que se ordena alrededor
del ciclo de vida familiar y se planifica en función del crecimiento y
educación de los hijos. En ese contexto, cuando el PCP‐SL apuró el paso
para lograr el «equilibrio estratégico», rompió el precario balance que
todavía mantenía en muchas zonas rurales. El PCP‐SL comenzó a exigir
más víveres para el partido, más reclutas jóvenes. Esto incrementó el
malestar campesino que, al empalmar con un cambio en la estrategia de las
Fuerzas Armadas, produjo la masificación de los comités de autodefensa
que propinaron al PCP‐SL su primera derrota estratégica, en el ámbito en el
cual menos la esperaba.

Asimismo, conforme avanzaba el conflicto, la estrategia senderista revelaba


su errónea evaluación de las autoridades locales. Para el PCP‐SL, ellas
eran externas a las comunidades, parte de un «viejo estado» ajeno al
campesinado. Para éstos, por el contrario, las autoridades comunales,
jueces de paz, alcaldes y también con frecuencia los licenciados, tendían a
ser vistos más bien como recursos en su necesaria vinculación con el
Estado realmente existente.

A partir de sus propias experiencias y de las peculiaridades históricas de las


Fuerzas Armadas, éstas aprendieron a calibrar mejor al enemigo. Desde los
primeros años, hubo oficiales que buscaron ganarse la confianza de la
población. Ellos fueron los precursores del cambio de estrategia que, como
ya se ha mencionado, otorgaba más peso al trabajo de inteligencia, volvía la
represión más selectiva, buscaba ganar a la población rural y establecer
alianzas con los ronderos o presionar al campesinado para que se organice
en comités de autodefensa allí donde encontraba resistencia. En muchas
áreas rurales, fue la Fuerza Armada la que terminó moviéndose «como pez
en el agua».

La ausencia de grandes propietarios rurales contribuyó, además, a que no


se formaran grupos paramilitares en las áreas rurales como los que
existieron en Guatemala, El Salvador o los que existen en Colombia.15

15
Las zonas de narcotráfico resultan en cierta medida una excepción.

152
También el contexto internacional se fue volviendo cada vez más adverso
para los grupos subversivos. El fin de la «guerra fría» afectó directamente al
MRTA, especialmente porque favoreció el desarrollo de negociaciones y
acuerdos de paz en varios países de América Latina, incorporando a la vida
política a movimientos guerrilleros que eran inspiración y, a veces, lugar de
entrenamiento del MRTA. En lo que se refiere al PCP‐SL, el viraje hacia el
capitalismo en la China post Mao convirtió a los seguidores de la
Revolución Cultural en una excentricidad. El PCP‐SL se vinculó a un
llamado Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI) que agrupaba a
docena y media de grupúsculos sin incidencia en sus respectivos países.
En los organismos de solidaridad con los países del Tercer Mundo, el
PCP‐SL resultó cada vez más aislado e incluso repudiado. Hacia fines de la
década de 1980, sus «embajadores del terror» no encontraban ante quien
presentar sus credenciales. Si bien el PCP‐SL fue siempre radicalmente
autárquico, este aislamiento no dejó de ser importante para un partido que
se consideraba «faro de la revolución mundial».

Si queremos singularizar el factor más importante para explicar la derrota


del PCP‐SL, éste es su incapacidad de aprender. Ensimismado en el
fortalecimiento del partido y del denominado «ejército guerrillero popular», el
PCP‐SL terminó construyéndose un exoesqueleto muy poderoso para evitar
las tendencias centrífugas y mantener cohesionado su pequeño organismo;
pero que, al mismo tiempo, lo blindó contra la realidad. De esta forma,
mientras el Estado y las Fuerzas Armadas rectificaban los aspectos más
indiscriminados y contraproducentes de su estrategia, en diferentes partes
del país y en diferentes momentos a lo largo de la década de 1980 se
constataba la repetición del ciclo senderista: conquistar
bases/restablecimiento/contrarrestablecimiento/repudio de la población. La
diferencia entre unas Fuerzas Armadas que aprenden y un PCP‐SL que
repite sus errores demuestra cómo la cantidad de víctimas en general, y en
especial las rurales y quechuahablantes, provocadas por agentes del
Estado disminuyen notoriamente; mientras que el PCP‐SL continúa, e
incluso incrementa, su agresión contra aquéllos en cuyo nombre
supuestamente actuaba. Así pues, la decisión de Abimael Guzmán de
«alcanzar el equilibrio estratégico» revela su cualidad de «huida hacia
delante». En términos prácticos, ella significó:
 Un desborde del terror en las ciudades, a través de los paros
armados y los coches‐bomba. ƒ
 La masacre de poblaciones rurales, especialmente asháninkas. ƒ
 La sobreexposición del aparato senderista y la caída de su dirección
nacional en 1992.

La CVR quiere destacar, finalmente, otro factor más allá del rechazo de la
opinión pública a los grupos subversivos: la terca voluntad de persistir de
los peruanos y peruanas en general, especialmente de aquellos que
vivieron y sobrevivieron en las zonas más golpeadas por la violencia, donde
continuaron existiendo autoridades, escuelas, iglesias, trabajadores y vida
cotidiana en general. A esa voluntad de despertar cada mañana, respirar
hondo y continuar la vida en medio del terror, todos los peruanos le
debemos un homenaje.

153
ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Señale y explique por lo menos 3 factores que expliquen por qué el PCP-SL inició
la denominada “guerra popular” con el Estado peruano.
2. ¿Qué papel cumplió la inequidad como factor explicativo del conflicto armado
vivido por el Perú a partir de 1980?
3. Con relación a las causas explicativas del conflicto armado, explique el sentido de
la siguiente afirmación: “Hasta la década de 1970, la ley, el orden jurídico y el
Estado republicano mismo eran cuestionados desde el paradigma revolucionario”.
4. Señale y explique brevemente por lo menos 4 factores que expliquen la derrota de
los grupos subversivos.
5. Luego de ver las entrevistas cuyos enlaces se colocan a continuación, elabore una
reflexión sobre la fragilidad de nuestro sentido de comunidad nacional:
https://www.youtube.com/watch?v=n-
f91fS1tOY&ab_channel=Am%C3%A9ricaNext
https://www.youtube.com/watch?v=SLlv9VYssvk&ab_channel=Am%C3%A9ricaNe
xt

154
LA SEGUNDA GRAN TRANSFORMACIÓN
Carlos Iván Degregori

Adaptación realizada de:


Degregori, Carlos Iván (2004). En Enciclopedia Temática del Perú: Diversidad cultural. Lima: El
Comercio. Vol. VIII, capítulo 13 (páginas: 176-186)

La tradición ante la modernidad

GLOBALIZACIÓN Y DIVERSIDAD CULTURAL


En 1985 llegaron al Perú las primeras computadoras personales (PC). No
tenían disco duro y parecían un ingenioso reemplazo de las máquinas de
escribir. Su desarrollo, sin embargo, resulto vertiginoso: 286, 386, 486, Pentium
I, II, III y IV y V; los modelos envejecían rápidamente, mientras sus funciones y
su capacidad de almacenamiento crecían de manera exponencial.

El desarrollo de la informática llevó muy pronto a la configuración de la internet


o “red de redes”. El correo electrónico, las páginas web y los videojuegos
pasaron a formar parte del lenguaje y de la vida cotidiana en todo el mundo. Bill
Gates, el impulsor de esta revolución informática, se convirtió muy joven en el
hombre más rico del mundo y el nuevo mito de un capitalismo que ya no
acumula explotando materias primas o produciendo manufacturas, sino
principalmente difundiendo información. Tanto que hoy se afirma que vivimos
en una “sociedad de la información” o “sociedad red”.

Estos desarrollos tecnológicos afectan la forma en que hemos estado


acostumbrados a percibir nuestra realidad. Trastocan la relación clásica entre
tiempo y espacio, dando origen a lo que se dado en llamar “realidad virtual” o
ciberespacio. El mundo se va convirtiendo de esa forma en una “aldea global”,
término acuñado por el canadiense Marshall McLuhan en la década de 1960.

Esta nueva aldea global no es idílicamente igualitaria; está marcada por una
fuerte desigualdad en la distribución del poder económico, político y simbólico.
Esta situación genera el justificado temor de una homogeneización cultural
impuesta por los poderosos. Los logros de Coca Cola o McDonald’s, presentes
en todo el globo, semejan los heraldos de un mundo uniformado. Pareciera
que, si deseamos acceder a la modernidad, la tradición se encuentra
irremediablemente condenada.

Pero la realidad ha probado ser mucho más compleja. Es cierto que el idioma
inglés se convierte en lengua planetaria y que cada tres horas se inaugura una
sucursal de McDonald’s en algún lugar del mundo. Sin embargo, conforme se
intensifican los lazos globales, se fortalecen o reinventan también identidades y
lealtades locales, especialmente aquellas conformadas alrededor de la lengua,
la religión y las tradiciones, tanto regionales como nacionales.
Las tensiones entre tradición y modernidad pueden ser fuente de conflicto, pero
también de creatividad y de fusiones entre lo global y lo local. Así, la

155
globalización viene generando nuevos mestizajes culturales entre elementos
locales y transnacionales. Mas todavía, ciertas tradiciones locales se
deslocalizan y se esparcen por todo el mundo. Por ejemplo, a raíz de la
creciente emigración de peruanos, hay procesiones del Señor de los Milagros
en ciudades como Nueva York, Madrid, Milán, Tokio, Santiago de Chile o
Buenos Aires.

El ejemplo muestra que la cultura peruana no es ajena a los avatares de la


globalización. El Perú es uno de los escenarios donde se procesa esta
dialéctica entre la imposición de productos, símbolos y valores transnacionales
y reapropiación de las nuevas tecnologías y pautas culturales, entre
homogeneización y recreación de nuestra diversidad; entre alineación y
reinvención de nuestra identidad nacional.

Las tensiones se replican dentro del país, entre la capital y las provincias, entre
manifestaciones culturales urbanas y rurales. Así, en ciudades medianas y
pequeñas de costa, sierra y selva aparecen pandillas juveniles a imitación de
Lima o Estados Unidos, pero al mismo tiempo resurgen fuertes sentimientos
regionalistas. En las capitales provinciales, distritales e incluso de las
comunidades campesinas se siembra cemento como símbolo de un progreso
mal entendido, que desdibuja entrañables herencias culturales. Pero al mismo
tiempo se difunden por todo el país músicas, danzas, fiestas y peregrinaciones
confinadas antes a los ámbitos rurales o regionales.

El país “en vivo y en directo”

EL PERÚ VIRTUAL
La densificación de las redes eléctricas y telefónicas ha facilitado la
masificación de radios, televisores, teléfonos, así como el acceso a internet, lo
que ha contribuido a articular un territorio fragmentado geográfica y
culturalmente. Los medios han reducido la brecha secular entre el mundo
urbano y el rural, y han conseguido desarrollar un sentimiento generalizado de
pertenencia al Perú con una eficiencia de la que carecían los anteriores
instrumentos de generar peruanidad, basados en el sistema educativo o el
servicio militar obligatorio. Hoy, para bien y para mal, la transmisión de un
partido de la selección de fútbol “en vivo y en directo” tiene tanta o más fuerza
en la constitución de una identidad nacional que la lectura de los textos de
historia o geografía del Perú en los colegios.

156
TELEFONOS Y TV POR CABLE

Usuarios de teléfonos y TV por cable en el Perú. Periodo: 1993-2001

Años Telefonía fija Cable


1993 874 436 2 009
1994 1 359 743 5 859
1995 1 765 019 19 060
1996 1 919 307 101 387
1997 2 012 141 252 225
1998 2 000 689 305 200
1999 2 021 689 407 667
2000 2 024 689 429 778
2001 2 027 355 432 049
Fuente: INEI, PERU. COMPENDIO ESTADISTICO, 2002

Sin embargo, la transmisión de imágenes no es una actividad neutral. Buena


parte de la programación y la publicidad están cargadas de estereotipos
culturales o raciales. Los mensajes remarcan la superioridad de un
determinado estilo de vida y la inferioridad de otros. Si un extraterrestre captara
únicamente las telenovelas latinoamericanas se haría una idea de un
continente abrumadoramente blanco. Peor aún, cuando aparecen quechuas,
aimaras, cholos, negros o habitantes rurales frecuentemente es para burlarse
de ellos en los programas cómicos, o como víctimas en los reality shows, o en
propagandas de productos para los estratos económicos más pobres. En la
mayoría de los casos esas historias se convierten en el espejo frente al cual las
nuevas generaciones quisieran ver reflejada su imagen, y donde observan las
diferencias con la generación de sus padres.

Así, las radios de Lima se convierten en cadenas nacionales que transmiten la


misma música, con locutores que anuncian el mismo ranking de las melodías
más populares, con el mismo acento limeño en todo el país. Las repetidoras
convierten las estaciones limeñas de televisión en señales nacionales. El cable
y las antenas parabólicas ponen el mundo al alcance de las comunidades
rurales más olvidadas.

Empero, al mismo tiempo se observa que crece la audiencia de las radios


locales, ubicadas entre las más escuchadas en diferentes ciudades; en la
propia Lima persisten programas radiales que transmiten diferentes vertientes
de música peruana, mientras la televisión vive un boom de programas sobre
comida peruana o sobre destinos turísticos, fiestas y tradiciones de los pueblos
más recónditos, artesanías o rasgos culturales hasta hace poco en peligro de
extinción –o expropiación por parte de otros países– convertidos ahora en
productos de bandera o emblemas de peruanidad: el cajón, el pisco, los
danzantes de tijeras, los retablos.

157
Es en el rubro de la informática, punta de lanza de la globalización, donde
mejor se puede apreciar esta dialéctica entre imposición y apropiación. Si bien
el inglés es la lengua abrumadoramente dominante en el ciberespacio, también
se puede encontrar allí infinidad de páginas en castellano, muchas de ellas
elaboradas en el Perú, incluyendo páginas en asháninka o portales donde se
puede aprender quechua.

INTERNET Y CABINAS

Usuarios de internet y de cabinas públicas en


el Perú. Período: 1998-2001

Años Usuarios Cabinas


de internet Públicas
1998 208 000 90
1999 347 000 580
2000 800 000 1000
2001 1 867 000 1740
Fuente: INEI, PERU. COMPENDIO ESTADISTICO, 2002

Más aún, en la última década se observa un fenómeno único: el explosivo


crecimiento de locales que ofrecen servicios de internet, denominados en el
Perú “cabinas públicas”. Este fenómeno que se reproduce en ciudades
medianas y pequeñas de todo el país, y que aquí se toma como algo natural,
no tiene parangón en otros países del mundo; es prueba de nuestra creatividad
y de la democratización del acceso a esta nueva tecnología de comunicación.

Si en la década de 1980 el emporio textil de Gamarra fue alabado como


muestra de la vitalidad de los pequeños y medianos empresarios, actualmente
llama la atención el surgimiento de un “Gamarra informático”. En efecto, en las
galerías comerciales que han aparecido en la avenida Wilson del centro de
Lima, prolifera un conjunto de pequeñas y medianas empresas que en la última
década han ocupado viejas casonas de esa parte del centro histórico. Son
empresas dedicadas a diversas actividades vinculadas con las tecnologías de
la información: venta de computadoras, microprocesadores, suministros y todos
los periféricos imaginables; reparación y repotenciación de equipos,
comercialización de software pirata, asesoría o cursos al paso de informática,
servicios de composición, diagramación e impresión; cabinas de Internet.

Según Nelson Manrique, el desarrollo de Wilson como un sector informal


dedicado al negocio de las tecnologías de la información tiene que ver con
varios factores. Por una parte, la infraestructura productiva necesaria para
dedicarse al negocio informático se viene abaratando continuamente, lo que
hace que la inversión de entrada sea relativamente reducida: el costo de una
computadora equipada con lo necesario para piratear software, dictar cursos,
diagramar o imprimir es relativamente modesto (a comienzos del 2004 se podía
comprar una PC bien equipada por unos 600 dólares). Lo mismo sucede con la

158
inversión necesaria para adquirir los otros componentes del equipo: impresora,
escáner o reproductores de discos compactos. El software, que antes se
comercializaba en disquetes, ahora se vende en el formato de CD ROM. La
tecnología de grabación de los discos compactos (CD), que antes estaba
reservada por su costo a las grandes empresas, ahora es accesible a
economías en pequeña escala. Y esta tendencia se va consolidando. El otro
gran costo, el alquiler del local, se reduce compartiendo el espacio a través de
la construcción de múltiples cubículos que ocupan apenas unos cuantos metros
cuadrados. El impacto de la masificación del acceso a internet en el Perú se
aprecia en la multiplicación del número de usuarios y de cabinas públicas en el
país.

El “mall” y la comida rápida

CONSUMO E IDENTIDADES
En otros tiempos, y todavía hoy, los grupos sociales se definían por su lugar de
origen, lengua, religión, tradiciones. Y en la estratificación social jugaba un
papel muy importante el lugar que las personas ocupaban en el proceso de
producción: campesinos, artesanos, obreros, empleados, gerentes,
propietarios. Cada categoría tendía a desarrollar ciertos intereses, estilos de
vida e identidades comunes. En décadas recientes, las identidades y
estratificaciones sociales también se configuran a través del consumo, que crea
pautas compartidas, estilos, intentos de sentirse cada cual a su manera como
parte de una cultura que se percibe en proceso de globalización, pero también
nuevas segregaciones y delimitación de fronteras, por ejemplo, a partir del
consumo de productos de marca.

Las reformas económicas de la década de 1990 permitieron el ingreso al Perú


de grandes cadenas transnacionales. Especialmente en Lima, el vértigo del
consumo se deja sentir desde las zonas residenciales hasta los antiguos
asentamientos humanos convertidos en nuevos barrios populares. La apertura
de nuevos establecimientos viene transformando el paisaje urbano. Antes,
parques y plazas, bulevares, cafés y cantinas eran los espacios públicos de
encuentro y sociabilidad para la población urbana. Del mismo modo, cines,
teatros y cafés-teatros, museos e iglesias cumplían determinada función como
espacios de sociabilidad y socialización. En la actualidad, el consumo viene
transformando esos espacios.

Los supermercados, las cadenas de almacenes y los malls son nuevos


espacios de sociabilidad. En pocos años, malls como el Jockey Plaza,
Larcómar o Plaza San Miguel se han convertido en nuevos lugares de
encuentro para personas de diferentes sectores de la ciudad. Estos complejos
rearticulan en un solo megaespacio las funciones que antes cumplía cada lugar
de sociabilidad por separado. Dentro de cada mall se encuentran almacenes,
bazares y boutiques, junto a ellos, rotondas con todo tipo de comida rápida;
más allá multicines, gimnasios, salones de baile, juegos de pinball, bowling,
billar y hasta patinaje sobre hielo. El mall se convierte en un universo cerrado
que concentra todos los ámbitos de sociabilidad antes dispersos y
diferenciados. En ellos comprar se vuelve una actividad que resulta difícil de

159
separar del paseo y del ocio, lo que imprime su huella en las nuevas pautas de
comportamiento.

El fenómeno no se limita a los distritos más consolidados de Lima, sino que


incluye a los denominados “conos”. La inauguración en el 2002 del Mega
Plaza, el mall más grande de Sudamérica ubicado en el Cono Norte de la
capital, ha consolidado la expansión hacia los barrios populares de la ciudad de
cadenas como McDonald’s, Kentucky Fried Chicken, Taco Bells, Pizza Hut y
Burger King.

Mas en sentido inverso, las versiones peruanas de los fast food avanzan desde
los conos o el centro histórico hacia distritos acomodados, como es el caso de
las cadenas de comercialización masiva de pollos a la brasa Norky’s y Rocky’s.
En menores dimensiones, algo similar se aprecia en ciudades del interior del
país. Tal ha sido el impacto del fenómeno que, en un lapso relativamente corto,
el pollo a la brasa –no las hamburguesas ni las pizzas– ha pasado a ser el
plato más consumido en todo el Perú. Y más allá de nuestras fronteras, es uno
de los platos de mayor aceptación en el proceso de internacionalización de la
comida peruana.

Párrafo aparte merece el “boom” culinario en Lima y otras ciudades del país,
así como la revaloración de las cocinas locales asociadas a fiestas regionales o
patronales y de productos nativos como el pisco, la lúcuma, la maca o la uña
de gato. La infinita variedad de cocinas locales y tradiciones culinarias que
confluyen en nuestra capital vuelven a Lima la capital gastronómica de
Sudamérica. Restaurantes de comida peruana se abren con éxito en diversos
países.

Cuando gigantes transnacionales como Coca Cola, Polar, Baviera o Nestlé


absorbieron las marcas que en décadas pasadas se asociaron al “sabor
nacional” –Inka Kola, Cristal, Pilsen, D’Onofrio–, otros productos surgieron para
cubrir con relativo éxito el vacío: la ayacuchana Kola Real se expande por el
país y encuentra mercados en México, Ecuador y Venezuela; cantantes
folclóricas exitosas como Abencia Meza acuñan su propia marca de cerveza. Y
cuando la peruanidad del pisco parecía a punto de sernos arrebatada, al
iniciarse el nuevo milenio el país presencia la resurrección de ese licor como
producto peruano de bandera: en los últimos cinco años, la producción de pisco
creció en un 200%, y entre el 2002 y el 2003 la exportación creció en 382%.

Lo mismo sucede en el campo de la moda y el vestir. Ciertamente, la pobreza


es una barrera infranqueable para el consumo de zapatillas Nike o Reebok, de
altos precios para el común de los bolsillos peruanos. Sin embargo, en los
talleres y bazares del sector informal pueden encontrarse zapatillas Mike o
Ribok. Gamarra, el emporio textil surgido en la década de 1980 en uno de los
distritos más populosos de Lima –La Victoria– sigue siendo ejemplo de vitalidad
y creatividad empresarial a pesar de la dura competencia en años recientes de
productos importados, especialmente chinos.

160
Por su parte, las cadenas transnacionales de supermercados como Santa
Isabel o Plaza Vea encuentran su respuesta en Wong y Metro, cadenas
fundadas por peruanos tusán, o en los mercados Unicachi, nombre de una
pequeña comunidad aimara de Puno cuyos migrantes se convirtieron primero
en prósperos empresarios textiles en Gamarra y ahora incursionan en el rubro
de la comercialización.

Refuerzo de identidades locales

PATRIMONIO Y TURISMO
Los psicólogos explican cómo los recién nacidos descubren poco a poco que
no constituyen una sola entidad con sus madres, que son “otros”. Las
identidades, individuales y colectivas, se constituyen así en relación y contraste
con los que no son nosotros, los diferentes. Las relaciones entre grupos
sociales y culturales muy diversos se han intensificado en décadas recientes,
tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como también por la
masificación del turismo.

Podemos decir que en turismo somos para el otro. Posamos para el otro y le
mostramos, por lo general, nuestra mejor sonrisa. Hay algo de falsedad, es
cierto, en quien se pone, por ejemplo, su traje típico para ganarse el sustento,
apareciendo exótico ante el ojo del sorprendido turista. Es una estrategia de
supervivencia que poco tiene que ver con el desarrollo de la diversidad cultural.
Pero es cierto también que, de alguna manera, descubrimos quiénes somos a
través de la mirada del otro, que valora aspectos de nuestro ser que no
habíamos descubierto o a los que tal vez no dábamos importancia. Al mismo
tiempo, son tan “otros” a veces los turistas que terminamos reafirmando ciertos
aspectos “nuestros” para no acabar angustiosamente confundidos.

Lo cierto es que el desarrollo del turismo, incluyendo el llamado turismo interno,


ha contribuido a revalorar nuestro patrimonio histórico y cultural y a reforzar
identidades regionales y locales. Comenzando por nuestro célebre Inti Raymi,
que en la forma que actualmente se celebra data de la década de 1940. Entre
los propósitos de quienes reinstituyeron estaba explícitamente el fomento del
turismo. Vaya que lo lograron, pero la restauración de la festividad incaica del
solsticio de invierno fue mucho más allá y se convirtió en seña de identidad
cusqueña y nacional.

En la década de 1990, en pleno despliegue de la globalización y de las


reformas económicas de mercado, diferentes regiones se inventaron
“tradiciones” e instituyeron sus propios raymis: el Cápac Raymi en Puno, que
celebra la salida de Manco Cápac y Mama Ocllo del Lago Titicaca; el Sondor
Raymi en Andahuaylas, que celebra al héroe mítico chanca, Ancco Huayllo; el
Vilcas Raymi en Vilcashuamán, centro administrativo inca en el sur de
Ayacucho, e incluso otro Inti Raymi en Huánuco Viejo, gran centro
administrativo inca en la sierra norcentral, que pretende competir con el
cusqueño.

161
Asimismo, descubrimientos arqueológicos como el del Señor de Sipán y las
excavaciones en las huacas del Brujo, del Sol y de la Luna han redefinido las
identidades norteñas, ubicando en un lugar más visible y valorando las raíces
moche, una cultura que floreció hace casi 2 mil años y una lengua que
desapareció a principios del siglo XX. Vinculada con las excavaciones
realizadas en la costa norte está la construcción del museo Tumbas Reales de
Sipán, que refuerza tanto la defensa y valoración del patrimonio histórico como
la identidad regional, convirtiéndose además en un atractivo turístico.

En este mismo orden de cosas se incluye la acción de organismos


internacionales como la UNESCO, que al declarar a ciertas ciudades –Lima,
Arequipa y Cusco– Patrimonio Cultural de la Humanidad, despierta la
conciencia conservacionista e incrementa el interés por preservar lo que antes
se destruía. Lo mismo sucede con la presión internacional de organismos y
movimientos ecologistas, que se traduce en la creación de parques nacionales
o zonas intangibles. Esto incrementa nuestro interés por lo paisajes peruanos y
la conservación de nuestra biodiversidad. Especies como la vicuña –
representada en el escudo nacional como símbolo de nuestra riqueza y hasta
hace pocos años en peligro de extinción– o territorios que antes se veían como
vacíos y aptos para la colonización se convierten en patrimonios y emblemas
distintivos de nuestro país.

El incremento del comercio internacional, por su parte, traslada las rivalidades


entre países del campo bélico al de la competencia y la eficacia, produce otras
formas de nacionalismos que se expresan, por ejemplo, en la batalla por las
patentes para preservar el carácter peruano de productos naturales como la
maca o la (el) ayahuasca, o en la batalla por denominaciones de origen, como
la “guerra del pisco” entre Perú y Chile.

Tradición en las fiestas patronales

RELIGIÓN Y MÚSICA
Junto a los anteriores generadores de identidad –que podrían considerarse
novedosos–, siguen actuando también los tradicionales, que por ser tales
parecían destinados a convertirse en cosas del pasado. No ha sido así. Si bien,
a diferencia de otras partes del mundo, en el Perú no existen movimientos
fuertes de defensa y fortalecimiento de las lenguas originarias, quechua o
aimara por ejemplo, otros marcadores tradicionales de identidad, como la
música y la religión, continúan actuando de manera potente.

Las fiestas patronales funcionaron desde hace siglos como señal de identidad y
reconocimiento de pertenencia en ciudades, pueblos y comunidades de todo el
país. La fundación de cualquier localidad no estaba completa hasta tener un
santo patrón con el cual identificarse. Las grandes migraciones no quebraron
esta tradición. Por un lado, en muchos nuevos barrios urbanos se procedió a
designar santos patrones de manera similar. Por otro, los migrantes llevaron
consigo sus fiestas y patronos a las grandes ciudades, donde reprodujeron sus
celebraciones comunales. Además, en muchos casos adoptaron a los patronos
del lugar de llegada y los llevaron de regreso a sus pueblos de origen. De esta

162
forma, algunos se volvieron referentes nacionales, como el Señor de los
Milagros, que ahora tiene hermandades y procesiones en diferentes partes del
país.

Siempre que les es posible, los migrantes y sus hijos regresan a sus pueblos
de origen para estar presentes en las fiestas patronales. Muchas pequeñas
aldeas rurales, prácticamente, abandonadas la mayor parte del año, reviven
para las celebraciones del santo patrón o patrona, cuando todo el que puede
regresa para reafirmar su identidad. En épocas de intensa movilidad espacial,
quienes se van necesitan un sitio al cual volver, un lugar y una fecha donde
anclar sus recuerdos y su sentimiento de pertenencia. Como se sabe, las
fiestas patronales promueven fundamentalmente el desarrollo de identidades
locales. Para los que participan en ellas, las fiestas aparecen como expresión
de un “núcleo duro” de la propia cultura, una suerte de depósito de tradición
sacralizada; un espacio y tiempo densos, propicios para la el reencuentro con
aquellas expresiones culturales que son consideradas como genuinas de la
identidad y religiosidad propias.

No es de extrañar que, en este contexto, florezcan sobre todo las


peregrinaciones, ni que algunas alcancen dimensión ya no solo regional, como
antes, sino nacional y aun transnacional. Resulta interesante constatar cómo,
junto al limeño Señor de los Milagros, adquiere en las últimas dos décadas
repercusión nacional el culto al Señor de Qoyllur Rit’i, sincretismo entre la
devolución católica a Jesucristo y la andina al apu Ausangate. El culto se ha
desterritorializado y muchas comunidades migrantes recrean en Lima y
Estados Unidos fiestas y rituales en honor a la taytacha. En Lima se oficia una
misa en quechua en la céntrica iglesia de San Sebastián, y luego un pasacalle
ingresa a la plaza de armas. Si en la peregrinación al santuario del Ausangate
se reafirman y contrastan las diferentes “naciones” indígenas, en Lima la
festividad es símbolo de cusqueñismo, y en el extranjero, de peruanidad.

La sorprendente y admirable selección femenina de vóley del Perú tuvo su década de


oro en la de 1980, una época en la que, debido a la crisis económica y a su propio
desarrollo, la mujer irrumpió con fuerza en el espacio público. Surgió así una
selección exitosa y entrañable conformada por jugadoras amateur. Finalmente, un
mundo en el cual el deporte amateur da paso a un deporte élite y superestrellas, el
vóley peruano decayó también en medio de la crisis.

Este es solo un ejemplo de cómo, en Lima y en otras ciudades, muchas


expresiones culturales de raíz andina rural, como bailes, comparsas,
pasacalles, procesiones o fiestas patronales, ganan presencia y convocatoria
no solo entre los migrantes andinos, sino también entre sus descendientes de
primera, segunda y hasta tercera generación. Del mismo modo, estas
expresiones culturales, anteriormente estigmatizadas y autocensuradas, han
ganado importante presencia en los medios de comunicación. Más aún, han
logrado avanzar desde espacios privados o semipúblicos hacia otros espacios
públicos más representativos de las ciudades: estadios, plazas de toros,

163
parques, avenidas o las plazas mayores. Esta mayor “visibilidad” de las
manifestaciones andinas en las ciudades se aprecia en los datos de una
encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI)
en 1997. Preguntados por el tipo de actividades culturales públicas a las que
asistían, el 62,4% de encuestados marcó el rubro “fiestas costumbristas y/o
patronales”.

¿Cómo entender este renacimiento en pleno contexto de globalización? Si


hasta mediados del siglo pasado se tenía que viajar a una determinada región
o comunidad para escuchar cierto tipo de música, con las migraciones varios
ritmos comenzaron a traspasar las fronteras regionales y a tener repercusión
nacional. En la década de 1960 fue la música huanca, después la ayacuchana
y luego la puneña, con la saya, por ejemplo. Pero la expansión de estos ritmos
tenía como límite los coliseos y campos deportivos donde los clubes
provincianos celebraban sus reuniones. Más allá, los sonidos tradicionales se
apagaban. Es que los primeros migrantes andinos buscaban ganarse un
espacio en la ciudad y ser aceptados. Sentían la necesidad de acriollarse, tal
vez incluso de “achorarse”, y si las ciudades, especialmente Lima, eran el
territorio de la salsa y del rock, ellos tenían que ser “tropicalandinos”.

La migración transnacional

LOS QUE SE FUERON


Incluso la emigración fuera del Perú refuerza en muchos casos la identidad
nacional de los que se fueron, en vez de diluirla. Durante la década de 1990,
más de 2 millones de peruanos, principalmente jóvenes, dejaron nuestro país
para radicar en el extranjero. Muchas son las razones de tal decisión. No
obstante, estas pueden ser resumidas en dos palabras: crisis y deseos de
superación.

La geografía de la migración transnacional muestra que el éxodo se inicia


desde los sectores más urbanos del país, Lima y luego las ciudades más
importantes de la costa norte, como Trujillo, Lambayeque y Piura. Después
siguen migrantes de las capitales departamentales más importantes de la
sierra, como Huancayo, Arequipa y Cusco. Finalmente, migran también
pobladores de caseríos y comunidades campesinas de la costa y de los valles
más modernizados de Junín y Cusco; hasta que comienzan a partir jóvenes de
las comunidades quechuas de Ayacucho y Huancavelica.

De esta forma, el mítico viaje a Miami, anterior ritual de consumo de familias de


clase alta, ha quedado desbordado, pues muchas familias de sectores
populares urbanos y rurales tienen familias, vecinos o paisanos en lugares tan
distantes como Finlandia o Japón, con los que mantienen contacto y
desarrollan diversas modalidades de intercambio de información, afecto, dinero
y productos.

Muchos de los emigrantes son, pues, hijos o nietos de migrantes rurales que en
su momento se trasladaron a las ciudades. Si esto es así, su impulso es el
mismo que el de sus padres o abuelos, peregrinos de la periferia al centro, que

164
en el camino descubrieron que, en la Aldea Global, Lima no era el ombligo del
mundo, o había dejado de serlo, y siguieron su camino más allá de las
fronteras nacionales. Sin embargo, llevaban consigo costumbres, habilidades,
creencias, gustos y otras muchas señas de identidad recogidas a través de
generaciones en los campos y luego en las ciudades del Perú. Siguieron
siendo peruanos a pesar de vivir en el extranjero. Algunos, quién sabe, a pesar
suyo.

En muchos casos, las viejas identidades se refuerzan conforme el emigrante va


descubriendo las dificultades para formar parte plena de la sociedad receptora.
En diferentes ámbitos de su nueva vida cotidiana, se da cuenta de que es el
“otro” minoritario. Esa sensación de “otredad”, acompañada muchas veces de
discriminación, hace que los emigrantes descubran en el extranjero a otros
como él: “peruanos en el extranjero”. Por otro lado, los lugares de llegada
tienden a ser cosmopolitas y multiculturales. Los diferentes grupos que allí
coexisten exhiben, por decisión propia o haciendo de la necesidad virtud, sus
lenguas, vestidos, comidas, cultos religiosos, y los recién llegados se sienten
impulsados a exhibir los propios.

Así se han ido conformando importantes colonias peruanas en Estados Unidos,


España, Italia, Japón, Chile y Argentina. Se aglutinan alrededor de la lengua, la
música, la comida, los cultos religiosos y las fiestas cívicas. Uno de los puntos
de inflexión más importantes en el proceso de construcción de un “nosotros”
peruano en esas colonias es la irrupción en el espacio público extranjero a
través de restaurantes de comida peruana que sirvan como lugares de
encuentro, así como de periódicos, rituales cívicos, procesiones religiosas y
competencias deportivas.

La demografía de la migración transnacional viene transformando tanto la


economía como el panorama de la diversidad cultural en el propio Perú. Con
casi el 10% de peruanos en el extranjero, los aproximadamente 700 millones
de dólares enviados anualmente como remesas se convierten en una de
nuestras principales fuentes de divisas. Por otro lado, los peruanos que se
fueron regresan y traen consigo nuevas costumbres, acentos, sueños, valores
e ideas sobre lo que es y debe ser el Perú. El país debe considerarlos como un
repositorio de peruanidad –invalorable recurso, tanto en el plano económico
como en el cultural– y elaborar una idea de Perú que los incluya.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. La globalización ha generado tensiones entre tradición y modernidad dando lugar a


nuevos mestizajes culturales. Proporcione 5 ejemplos de estos nuevos mestizajes.
2. ¿Por qué se afirma que, a partir de 1990, se generan nuevas pautas de consumo y
se construyen nuevas identidades?
3. ¿De qué manera la recuperación o invención de ciertas tradiciones han incidido en
la revalorización del patrimonio cultural y del turismo?
4. La religión y la música han sido generadores tradicionales de identidad. ¿Aquellas
siguen siendo importantes en el contexto de la segunda gran transformación?
5. ¿Por qué cree usted que la migración de peruanos al exterior ha reforzado la
identidad nacional en lugar de diluirla?

165
EL NEOLIBERALISMO Y LOS RETOS DEL SIGLO XXI

Carlos Contreras y Marcos Cueto

Adaptación realizada de:


Contreras, Carlos y Marcos Cueto (2018). Historia del Perú Contemporáneo. Lima:
Instituto de Estudios Peruanos. Capítulo 10 (páginas 405-465)

1. LA CAÍDA DE FUJIMORI Y EL RELANZAMIENTO DEL PROYECTO


NEOLIBERAL CON TOLEDO Y GARCÍA

Las elecciones del año 2000 y los primeros meses del tercer mandato
presidencial de Fujimori resultaron tan turbulentos que parecieron, en ese
momento, el final del proyecto neoliberal. Atropellando los mecanismos
constitucionales que preveían una sola reelección, mediante el ardid de una
"interpretación auténtica" de la Carta de 1993 realizada por el Congreso, la
defenestración de tres miembros del Tribunal Constitucional que se oponían a
ello y la desautorización de un referendo impulsado por la oposición, que había
conseguido superar la enorme valla de más de un millón de firmas necesarias,
Alberto Fujimori se presentó para un nuevo mandato presidencial. El
argumento fue que su elección del año 1990 no debía contar, al haber sido
realizada bajo otra Constitución. La oposición, aglutinada alrededor del
principal candidato opositor, Alejandro Toledo, organizó el día de la toma de
mando —los simbólicos días de 28 y 29 de julio, cuando se celebra la
Independencia del Perú— una gigantesca manifestación en Lima, pero con
grupos provenientes de provincias, anunciada como la "Marcha de los Cuatro
Suyos" (aludiendo a las cuatro regiones del imperio inca), que acusó de fraude
al Presidente y reveló la debilidad política con la que iniciaba su nuevo
régimen.

Dicha debilidad se volvió más patente cuando, dos meses después, hallándose
en marcha un programa de la Organización de Estados Americanos para
ayudar a "democratizar" el gobierno del país, se dio a conocer por la televisión
una de las filmaciones que el asesor Vladimiro Montesinos había realizado en
el SIN (que una secretaria descontenta habría filtrado al político opositor). En
ellas se veía al excapitán del ejército comprando con unos miles de dólares el
pase al bloque del gobierno de un congresista elegido de la oposición. Este
material dio inicio a una lista casi interminable de "vladivideos", que capturaron
la televisión y la atención de los peruanos, en que aparecían en la sala de
espera del asesor presidencial políticos, empresarios, artistas y,

166
aparentemente, cualquier persona poderosa que buscaba un favor y estaba
enterada de cómo funcionaba realmente el Estado.

El gobierno desactivó el SIN y decidió pasar al retiro, anunciando nuevas


elecciones, sin Fujimori, para el año siguiente. La oposición se dividió entre los
moderados, que aceptaban este calendario, y los radicales que, argumentando
que Fujimori y Montesinos eran dos caras de una misma moneda, exigían la
destitución inmediata del gobierno. Observando el avance de estos últimos,
que en el mes de noviembre lograron ganar la presidencia del Congreso, el
presidente optó por renunciar al poder, aprovechando un viaje al Asia, desde
donde remitió su dimisión un 19 de noviembre del año 2000. Posteriormente se
refugió en Japón, donde la nacionalidad japonesa que poseía por el origen de
sus padres impediría el previsible pedido de extradición judicial que lo
esperaba en el Perú. La renuncia desde el exterior fue recibida por una parte
importante de la opinión pública como una traición. El Congreso, en manos de
la oposición, optó por rechazarla y destituir al presidente por "incapacidad
moral". Sin apoyo político, los dos vicepresidentes, Francisco Tudela y Ricardo
Márquez, renunciaron a sucederlo en el poder, recayendo la presidencia, de
acuerdo con la Constitución, en el Presidente del Congreso, el austero
abogado cuzqueño Valentín Paniagua, de las filas de Acción Popular. Todo ello
creó una situación política inusual, en la que la metáfora del derrumbe
estrepitoso de un castillo de naipes parecía cobrar vida.

La caída del fujimorismo representó una grave crisis política, pero no significó
el final del proyecto económico iniciado en los años noventa. Este sería
relanzado con nuevos rostros y estilos, que le darían el aire de renovación
necesario. El breve gobierno de transición de ocho meses de Paniagua fue
sucedido en 2001 por el de Alejandro Toledo, del partido Perú Posible, y en
2006 por el de Alan García Pérez, del APRA (quien regresaba por segunda vez
al poder). Durante el interinato de Paniagua, este conformó un gabinete de
personalidades presidido por Javier Pérez de Cuéllar; el Perú volvió a la
jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José, de
la que el régimen de Fujimori se había apartado, y se crearon las
Procuradurías y los Tribunales Anticorrupción para investigar y encauzar a los
funcionarios civiles y militares de los años noventa. Un centenar de altas
autoridades civiles y militares involucradas con el gobierno de Fujimori fueron
investigadas, y eventualmente procesadas y sentenciadas por personal
especializado, con un celo que no se veía en el Perú desde la caída del
gobierno de Leguía. La "judicialización" de la política se convirtió desde
entonces en un ingrediente importante, propiciando que los gobiernos
buscasen aliados, ya no solo entre las Fuerzas Armadas, como había sido lo
ordinario en el Perú, sino también en el Poder Judicial. Asimismo, fue creada
una Comisión de la Verdad, para investigar no solo los "excesos" sino los
patrones de recurrencia de la violencia cometida por las Fuerzas Armadas y los
grupos subversivos entre los años 1980 y 2000.

Políticamente, el país se dividió entre quienes querían un desmantelamiento


del proyecto neoliberal y la democratización "real" del país, exigiendo duras
sanciones para los involucrados con el régimen de Fujimori y levantando como
bandera la abrogación de la Constitución de 1993 y el retorno a la de 1979, y

167
quienes querían preservar la continuidad del modelo neoliberal, pero
depurando de los vicios de autoritarismo y corrupción que habían caracterizado
a los últimos años del régimen caído. Entre los primeros figuraban las fuerzas
de izquierda, que consiguieron algunas curules en el Congreso del periodo
2001-2006, aliándose con el partido de Toledo, y mantenían una influencia
importante en las organizaciones gremiales de los trabajadores, que
recuperaron algún protagonismo, y en el liderazgo político en el interior.

Alejandro Toledo era un economista graduado en la Universidad de Stanford


de los Estados Unidos, que en los últimos años había trabajado como consultor
empresarial y profesor de finanzas en la Escuela Superior de Administración de
Negocios (ESAN). A pesar de que este perfil prefiguraba un gobierno amistoso
con los empresarios, por otro lado, Toledo provenía de una familia indígena,
pobre y numerosa, originaria de Cabana, un pequeño pueblo de Ancash, lo que
sin duda fue parte de su atractivo electoral. Su esposa era una antropóloga
belga que hablaba el quechua y que le dio al mandato de Toledo una retórica
indigenista antioligárquica, la misma que llegó a intimidar a los empresarios y a
la población más conservadora, Sin embargo, a pesar de que su gobierno tuvo
alguna retórica y gestos simbólicos "indigenistas" y nacionalistas —como el
juramento presidencial de Toledo en Machu Picchu— no se impulsó una
corriente cultural renovadora que le diese mayor visibilidad a la producción
artística e intelectual nacional.

El régimen de Toledo le dio a los representantes del bloque izquierdista


algunos espacios, como el Ministerio de Educación y, parcialmente, del Interior
y de la Mujer; asimismo, el ámbito de los derechos humanos, incluido el
manejo de la Comisión de la Verdad, a la que añadió el calificativo "y
Reconciliación" además de otros seis integrantes, y de los Tribunales
Anticorrupción. La lucha contra la corrupción se fue diluyendo, conforme ella
iba apareciendo también en el nuevo gobierno, quedando al final como un
tema de baja prioridad. En materia económica se mantuvo la línea neoliberal,
nombrando como ministro de Economía y Finanzas, primero a Roberto
Dagnino, un prestigioso abogado de ideas liberales que trabajaba en los
Estados Unidos y que había colaborado con Mario Vargas Llosa, después a
Pedro Pablo Kuczynski, quien tenía un perfil similar: una da experiencia en la
banca internacional, además de una experiencia previa como ministro de
Energía y Minas del segundo gobierno de Belaunde. Durante la campaña
electoral del año 2000, el propio Toledo había manifestado que se proponía
"construir el segundo piso" del modelo económico inaugurado por Fujimori.
Cuando, en el año 2004, el Congreso hubo de interrumpir la elaboración de
una nueva Constitución (cuya redacción dirigida por el antiguo parlamentario
de Izquierda Unida, Henry Pease) por falta de apoyo político, pareció claro que
el pulseo entre ambas fuerzas había sido ganado por el neoliberalismo. El
desafío del país parecía ahora volver compatible a este con una real
democracia social y política.

El inicio de la explotación del gas de Camisea —un yacimiento la selva del


Cuzco descubierto por la Shell en 1988 y cuyos contratos se habían firmado
durante el gobierno provisional de Paniagua—, el de las empresas cupríferas
en Antamina y Tintaya, el impulso a la construcción de viviendas urbanas y un

168
trabajo fino de expansión monetaria dirigido por el Banco Central de Reserva,
lograron remontar el estancamiento económico en que yacía el país desde
1998. El sector exportador, apoyado por las ventas de los minerales, fue el
protagonista más importante de esta recuperación. El impresionante
crecimiento de la economía china y posteriormente de la India, impactó
positivamente en los mercados mundiales, elevando los precios de las
materias primas que exportaba el Perú.

La política liberal se vio en los hechos radicalizada por la suscripción de


tratados bilaterales de Libre Comercio (TLC) con nuestros más importantes
socios comerciales, que puso en marcha el gobierno de Toledo, y continuó el
de García. La oposición que hicieron a ellos algunos grupos e intelectuales de
izquierda, que argumentaban, por ejemplo, el peligro del deterioro ambiental o
de la dificultad en garantizar los medicamentos genéricos para los más pobres,
no encontró mayor acogida en la población, que los vio pragmáticamente como
oportunidades de empleo. El primero de estos tratados, que facilitaría el
camino a los demás, fue el firmado con los Estados Unidos en 2006. Este
reemplazó unos acuerdos anteriores, iniciados en 1991, por los que Estados
Unidos otorgaba facilidades a las exportaciones de los países que cooperaban
en la lucha antinarcóticos.

Los TLC implican no solo el compromiso de desgravar de impuestos a los


bienes provenientes del otro país, sino que involucraron aspectos mucho más
profundos, como la igualación entre extranjeros y para el tratamiento
tributario y de acceso a los recursos, el respeto estándares laborales (horarios
de trabajo, seguro médico, prohibición trabajo infantil o precario) con los que
debían estar fabricados los la salvaguardia de los derechos de propiedad
intelectual de las tecnologías de vanguardia (que no solían ser respetados en
países nuestro) y cierta pérdida de soberanía nacional, puesto que en
cumplimiento la empresa afectada podía recurrir a un arbitraje internacional. En
cierta forma, consolidaron el modelo impuesto por la de 1993.

Por otro lado, en estas negociaciones el Perú no pudo Estados Unidos, o a las
economías europeas, a desmontar los de subsidio a sus productores agrícolas,
que dificultaban los bienes agropecuarios de nuestra economía. A pesar de
ello, la agrícola se vio también impulsada por las reformas liberales desde los
años noventa. La abolición de la ley de reforma agraria dida por el gobierno
militar se vio complementada con el de títulos de propiedad a los predios
rurales. Los parceleros habían adjudicado las tierras de las antiguas haciendas
fueron autorizados a venderlas, creándose un mercado de tierras que terminó
reconcentrando la propiedad agraria en pocos años, sobre todo en la región de
la costa.

Surgió en esta región una nueva agricultura de exportación, que diferenció de


la anterior en no dedicarse al cultivo de caña de azúcar o algodón, sino a
nuevos productos, como el espárrago, el pimentón (o páprika), la aceituna, y
frutas como el mango, la uva y el plátano orgánico. Otra diferencia fue que las
antiguas familias de terratenientes fueron reemplazadas por empresas
corporativas, cuya extensión de tierras llegó a superar las cuarenta mil
hectáreas. Modernas técnicas de riego por aspersión y el uso de semillas

169
mejoradas elevaron la cantidad de producto que podía obtenerse por hectárea,
especialmente en los casos del espárrago, el arroz, la vid y la mandarina. Por
su elevada tecnificación, esta nueva agricultura no brindaba muchos empleos.
Según los datos proporcionados por Rosario Gómez, en el año 2006 la
agricultura de exportación no tradicional daba empleo directo formal a 35.000
trabajadores (muchas de ellas mujeres). Sus exportaciones representaban el
68% del total de exportaciones agrarias, mientras que, las de la agricultura
tradicional, solo el 32%.

Con la reactivación económica, los ingresos del Estado crecieron. Entre los
años 2001-2011 más que se triplicaron, al pasar de 26.703 a 88.135 millones
de nuevos soles. Se aprovechó de compensar económicamente a muchos
exempleados del Estado que habían sido despedidos durante el gobierno de
Fujimori, y se restauró en sus puestos a diplomáticos y jueces a los que se
consideró injustamente separados. Se aprovechó de disminuir el monto de la
deuda externa, desarrollándose un sistema de bonos soberanos de la deuda
pública en moneda nacional, que permitirían al Estado depender menos del
endeudamiento externo.

La adopción de un esquema de "metas explícitas de inflación" ayudó, por su


parte, a que el programa de reactivación económica no se viera acompañado
de un rebrote inflacionario. Junto con el impulso dado por las reformas liberales
de la década anterior, estas medidas ayudaron a que la primera década del
siglo XXI haya sido, en términos económicos, una de las más positivas en la
historia económica del país. El producto por habitante, que había rondado los
1000 dólares hacia 1990, llegó a superar los 5000 dólares en 2010. Claro que
debe tomarse en consideración que los dólares de 1990 tenían un mayor poder
de compra que los de veinte años más tarde, pero incluso si descontásemos
este factor hubo un importante crecimiento.

Los hechos fueron demostrando que no era suficiente esperar los beneficios
del así llamado "chorreo económico" para que se beneficiasen del crecimiento
los más pobres, sino que el gobierno tenía que intervenir en favor de los más
vulnerables a los desajustes que causaba la modernización comercial. En esta
dirección se dieron esfuerzos por tratar de aliviar la pobreza extrema y mejorar
el acceso a los servicios públicos, aplicando métodos recomendados por
organismos internacionales, como no concentrarse en extender la cobertura de
los servicios estatales, sino financiar la demanda de los más pobres de modo
que efectivamente los usen, así como involucrar a la comunidad en la gestión y
los gastos de dichos servicios, así como en su ejecución y supervisión.

Sin embargo, a pesar de que se tomaron medidas importantes para proteger a


los grupos vulnerables a través de la agencia Foncodes, y se propuso mejorar
la educación pública, con programas de difusión del uso de computadoras en
las escuelas (proyecto Huascarán); la salud, mediante el Seguro Integral de
Salud (SIS); y el acceso a la vivienda propia para quienes carecían de ella,
tales iniciativas no fueron sostenibles en el tiempo en casi todos los casos sus

170
promotores iniciales se apartaron del gobierno. Así, la falla del "neoliberalismo
a la peruana" fue no crear un verdadero sistema de redistribución de la riqueza,
ni rediseñar la estructura impositiva del Estado, en función de las necesidades
sociales. En la práctica se siguió pensando que los beneficios económicos,
tarde o temprano, y espontáneamente alcanzarían a todos; inclusive a la
cultura, la ciencia y la educación, por las que poco se hizo y que eran clave
para crear un círculo virtuoso entre generación del conocimiento y desarrollo.

La elección de Alan García en 2006 significó otro momento de relativa duda


acerca de la continuidad del modelo neoliberal, puesto que durante su
campaña política el líder aprista se había mostrado crítico del TLC con los
Estados Unidos, por entonces a punto de concretarse. Fue sintomático que, a
pesar de las expectativas iniciales, el candidato más claro de la derecha, la
pepecista Lourdes Flores, no pasase a la segunda vuelta. El candidato con el
que García libró la segunda vuelta fue Ollanta Humala, un excomandante del
ejército que el 29 de octubre de 2000 había dirigido, junto a su hermano
Antauro, también oficial del ejército, un extraño levantamiento militar en el
desierto de Locumba. Al mando de un pequeño destacamento de soldados, a
quienes sacó del cuartel, pidió la renuncia de Fujimori, cuyo gobierno estaba ya
en retirada tras la difusión de "vladivideos". El año anterior a la elección había
fundado su agrupación, el Partido Nacionalista Peruano, en el que confluyeron
diversas fuerzas descontentas con los resultados del modelo neoliberal.

García había terminado su gobierno de 1985-1990 con muy baja popularidad,


pero a su retorno al país para las elecciones de 2001 demostró sus enormes
dotes de comunicador y seductor político. Se montó en los tablados
improvisados de las plazas de provincias, desfiló airosamente frente a los
periodistas de la televisión que durante años lo habían denostado y, en apenas
nueve semanas, logró elevar su popularidad, pasando a la segunda vuelta
electoral y colocándose a punto de ganar a Toledo, lo que, empero, no
consiguió. En las elecciones de 2006, García fue visto por el electorado
conservador y de centro como el "mal menor" frente a Ollanta Humala quien,
vestido con una camiseta roja, enarbolaba un discurso más radical y aparecía
apadrinado por Hugo Chávez, otro excomandante que dirigía en Venezuela
una "revolución boliviariana" enfrentada a los Estados Unidos y amiga, en
cambio, del gobierno cubano de los hermanos Castro. El triunfo de García
sobre Humala fue bastante ajustado. El exmilitar obtuvo un fuerte respaldo en
las regiones de la sierra, lo que transmitió la idea de que los beneficios del
crecimiento económico y la apertura comercial no habían llegado a esa región.

El gobierno de García mantuvo, sin embargo, la política neoliberal pensando


que la "amenaza" de Humala consistía solo en una corriente retrógrada, ajena
al progreso económico y aliada con un presidente extranjero percibido como
prepotente. No solo no abortó el TLC con los Estados Unidos, sino que lo
consolidó y promovió otros similares con la Unión Europea, Corea del Sur,
Chile y México. Los gobiernos de Toledo y de García mantuvieron cierta
disciplina fiscal, lo que se reflejó en las bajas tasas de inflación. La afluencia de
inversión extranjera y el superávit de la balanza comercial mantuvieron también
estable el tipo de cambio de la moneda, presentándose incluso la situación casi

171
inédita en la historia peruana, en que la moneda nacional se apreció frente al
años 2002 y 2012 el tipo de cambio cayó de los 3,62 a dólar)

2. LA OPOSICIÓN AL NEOLIBERALISMO Y LOS LÍMITES DEL PROYECTO

Desde los años noventa fue palpable el descontento de un sector


importante de la población con la privatización de los servicios imperio del
mercado en la economía. La fuerza de este sector en hechos como la
renuncia del gobierno a la privatización de agua potable en Lima,
Sedapal, y de la empresa de petróleos, así como en el rechazo del
magisterio agrupado en el Sindicato de Trabajadores en la Educación del
Perú (Sutep) a la propuesta de Estado adoptase el modelo chileno de
educación, en el que tener y administrar escuelas públicas, el gobierno
pagaba escuelas privadas por cada alumno que recibían, o entregaba en
las escuelas públicas a los gobiernos municipales u organizaciones
particulares.

La ruidosa caída del régimen de Fujimori creó un cúmulo de expectativas


e incertidumbre que volvió difícil el escenario político. En junio de 2002,
menos de un año después de que el gobierno tomara el poder, sus
índices de desaprobación rondaban el 80%. Actitudes personales (como
no reconocer a una hija tenida autoasignarse un abultado sueldo de
18.000 dólares se vio presionado a rebajar), la labor opositora de los
líderes una vez evidenciada la continuidad de la política económica, de da
radical, habían minado rápidamente su popularidad.

En el sur del país, donde los efectos de la apertura y liberalización la economía


había provocado graves perjuicios sociales, el descontento era mayor. La
privatización de la empresa de electricidad de la ciudad de Arequipa, Egasa,
que el gobierno quiso llevar contra viento dándola a un consorcio belga que
ganó la licitación, quincena del mes de junio de 2002 una masiva e
incontrolable movilización dirigida por un Frente Amplio Cívico, a cuya cabeza
estaba Juan Manuel Guillén, el alcalde de la ciudad y antiguo rector de la
Universidad Nacional de San Agustín. Después de varios días en que la
represión policial no pudo derrotar a los manifestantes, y cuando la protesta se
había extendido a los departamentos vecinos, el gobierno hubo de rendirse: del
Ministerio del Interior a su titular, Fernando Rospigliosi, y anular la privatización
de la empresa eléctrica.

La gesta arequipeña demostró que un amplio sector de peruanos no estaba


convencido de las bondades del proyecto neoliberal. Sin duda, varios aspectos
de la vida urbana y rural habían mejorado desde los años noventa: el servicio
telefónico y el internet se extendían a hogares que ya no eran solo los de la
clase alta, e incluso a pueblos pequeños o aislados. Las carreteras que
atravesaban la sierra, por ejemplo, entre Chiclayo y Tarapoto, Pisco y
Ayacucho, Cuzco y Puno, o Nazca y Cuzco fueron pavimentadas y asfaltadas,
reduciendo el tiempo y el costo del transporte. Pero estas obras, al comunicar
mejor a la población del país, volvían más evidente la desigualdad, al tiempo
que hacían más vulnerables las actividades de producción locales, por la
competencia que significaba el comercio traído por las carreteras.

172
Existía, entonces, una paradoja entre la existencia de buenos indicadores
macroeconómicos y la supervivencia de bolsones de extrema pobreza y falta
de igualdad de oportunidades para el acceso a los bienes públicos. Ello se
resumía en una sensación de que los abismos sociales y el racismo que
habían separado a los peruanos desde el periodo colonial reflorecían en el
siglo XXI. El rechazo al neoliberalismo se hizo fuerte en el interior, donde la
producción y el comercio local sufrieron la apertura comercial y donde el
empleo público había _sido la única o, al menos, la forma mayoritaria en que
la población podía acceder a un empleo salarial formal con beneficios
sociales. Por oposición, la población de Lima y la región de la costa,
especialmente las ciudades de la costa norte, donde se inauguraron
modernos centros comerciales y tuvieron mejor éxito empresas de diferente
tamaño ligadas a la exportación, pasarían a ser el sustento social del
proyecto.

Las privatizaciones se detuvieron después del "arequipazo" de 2002, pero no


las protestas. La pérdida de apoyo social del gobierno propició nuevas
manifestaciones de rechazo, de las que la más llamativa fue el
"andahuaylazo" de los primeros días de enero de 2005. El 1 de enero de
dicho año, el exmayor del ejército Antauro Humala Tasso comandó en
Andahuaylas una rebelión al mando de cientos de reservistas, que tomaron la
comisaría y pidieron la renuncia del gobierno de Toledo. Este atravesaba una
coyuntura de baja popularidad, que probablemente hizo abrigar a Humala la
esperanza de adhesiones inmediatas, pero esto no sucedió. Con la llegada de
fuerzas policiales de Lima la rebelión fue sofocada y, su cabecilla, detenido y
encarcelado. La rebelión de Humala se inspiraba en una ideología que sus
seguidores llamaron el "etnocacerismo", en alusión al héroe de la Guerra del
Pacífico, Andrés Cáceres, que durante su lucha contra el ejército invasor
formó alianzas con las guerrillas indígenas. Aunque Antauro Humala hubo de
rendirse en Andahuaylas, ganó un capital político que fue importante para las
elecciones siguientes, en las que participó su hermano Ollanta. Este, sin
embargo, se fue distanciando de la asonada de su hermano y del
etnocacerismo, a fin de labrarse una imagen de hombre respetuoso de las
reglas y resultados electorales.

La oposición a la minería

La puesta en marcha de proyectos mineros en todo el Perú y la difusión de una


nueva agricultura de exportación significaron para la población rural la ruptura
del aislamiento en el que habían permanecido históricamente. La minería
desarrollaba grandes operaciones de tajo abierto, que removían cerros enteros
para extraer el cobre o el oro que contenían. Para la refinación de los minerales
utilizaban la escasa agua que había en las regiones. Desde los inicios del siglo
XX se habían venido acumulando pasivos ambientales, de los que la más
terrible muestra era la ciudad de La Oroya. Un informe del instituto Blacksmith,
de los Estados Unidos, del año 2006, reportó que dicho asentamiento integraba
el ránking de los diez puntos más contaminados del planeta, afectando
severamente la salud de los pobladores.

173
La remoción de materiales con explosivos, su levantamiento con palas y
gigantescos camiones y las operaciones de refinación afectaban el medio
ambiente; con la explotación minera arribaban forasteros y, con ellos, las lacras
urbanas de la delincuencia, el alcoholismo y la prostitución. Aun cuando las
más importantes empresas mineras comenzaron a ser más cuidadosas con las
consecuencias que para el medio ambiente tenían sus operaciones (una
muestra de ello fue el mineroducto subterráneo que la empresa Antamina
perforó entre Huaraz y el puerto de Huarmey, para la salida de los minerales),
la población rural vio con recelo la presencia de la minería. Esta brindaba
pocos puestos de trabajo a la población local y hacía pocas compras a los
productores locales, a cambio de los grandes perjuicios que traía a la ecología,
la calidad del agua y del aire.

A lo largo de la primera década del siglo XXI, el país se vio sacudido


regularmente por protestas sociales contra la actividad minera. En 1999, se
había fundado la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la
Minería (Conacami) que, con el apoyo de organizaciones no gubernamentales
(ONG), fue muy activa en coordinar las protestas contra las actividades de la
gran minería. Sucesos conocidos fueron los de Tambogrande, en Piura, donde
entre 1999 y 2003 se desarrolló la lucha de la población contra el inicio de la
explotación aurífera. Un plebiscito organizado en 2002 por las autoridades
locales y el apoyo de una ONG arrojó una oposición de 98,7% en contra de la
minería en dicho valle. En 2004, en Cajamarca se desarrollaron violentas
movilizaciones a lo largo de varios meses por la defensa del cerro Kilish, fuente
de agua de la ciudad y donde la empresa minera Yanacocha quería realizar
operaciones productivas. Ambas operaciones mineras hubieron de
suspenderse. En el marco de la campaña electoral de 2011, el departamento
de Puno fue también sacudido por una movilización popular que planteaba
declarar al departamento "región libre de minería". Paradójicamente, la minería
era en Puno una de las actividades informales de más larga data entre la
población, por lo que no era claro si la oposición campesina era solo contra la
"gran minería", o contra todo tipo de actividad minera.

En la región amazónica de la selva central, Madre de Dios y Puno el


narcotráfico y la minería aurífera causaron enormes estragos en la naturaleza.
Para el sembrío de los cocales se talaron los bosques, mientras que los
explotadores del oro excavaron con dragas el lecho de los ríos y utilizaban
mercurio para la refinación. Los nativos tenían una organización representativa:
la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Amazonía Peruana (Aidesep),
creada en los años ochenta, que junto a varias ONG y la prensa de Lima
desarrollaron una fuerte campaña que llevó a la creación de un Ministerio del
Medio Ambiente (2008) y a la prohibición del uso de dragas en los ríos de la
Amazonía (2010).

El agudo centralismo que caracterizaba al Perú hacía que, aunque las


operaciones mineras se realizasen en las provincias, la plana gerencial de las
empresas residiera en Lima, y los impuestos que estas pagaban se hiciesen al
gobierno central. Así, para la percepción de la población del interior, Lima
recibía los beneficios de la actividad, en forma de puestos de trabajo ingresos
tributarios, pero no cargaba con los perjuicios que ella generaba, como la

174
contaminación y el transtorno social inherente a las actividades que suponen
desplazamientos de materiales y población.

La descentralización y los gobiernos regionales

Como una vía para mitigar estas protestas, a la vez que cumplir con una vieja
demanda política, el gobierno de Toledo puso en marcha desde 2002 un
programa de descentralización política. Este recogió en parte el programa del
APRA de 1989, que creó gobiernos regionales elegidos en 1990, y que fueron
abortados por el autogolpe de Fujimori en 1992, quien los reemplazó con los
Consejos Transitorios de Administración Regional (CTAR), que carecieron de
poder efectivo. La versión de 2002 se diferenció en varios puntos de la de
1989. No fusionó departamentos circunscripciones mayores, sino que hizo de
cada departamento una región (la provincia de Lima fue apartada del proceso);
los presidentes regionales serían elegidos directamente por el electorado y no
por una Asamblea Regional; y esta fue reemplazada por un Consejo de
Coordinación Regional, similar al cuerpo de regidores de las municipalidades,
quienes serían elegidos de la misma forma que el presidente. Una vez
instalados, el gobierno central les iría transfiriendo competencias
progresivamente: cada ministerio iría cediendo a los gobiernos regionales un
conjunto decisiones sectoriales, según estos fuesen acreditando ante un
Consejo Nacional de Descentralización (CND), controlado por el Ejecutivo, que
contaban con la preparación y el personal requerido. De esta forma el gobierno
central mantuvo en su poder la administración de la dosis de descentralización
que se aplicaría.

El rápido desgaste político del gobierno de Toledo hizo que, a pesar de que las
elecciones se realizaron a menos de año y medio del inicio de su mandato, la
coalición política gubernamental solo pudiese ganar dos de los veinticuatro
gobiernos regionales, mientras que el APRA ganó la mitad. Estos resultados,
junto con la falta de profesionales en las provincias, hicieron que la
transferencia de funciones se hiciese lenta y tortuosa, reteniendo el gobierno
central las decisiones clave de la administración económica y política. El
gobierno de García desactivó más tarde el CND, y la transferencia de los
programas políticos, sociales y económicos de mayor envergadura, como la
educación o la gran minería no llegó siquiera a plantearse.

Dentro del plan de la descentralización se previó la integración de los


departamentos en unas pocas "macrorregiones" que, así, más grandes,
podrían equilibrar el peso de la capital. Sin embargo, los departamentos,
ahora fortalecidos como regiones, no estuvieron interesados en fusionarse, ya
que esto habría significado una renuncia al poder que acababan de obtener.
Las elecciones de 2005 para fusionar regiones fueron, en este sentido, un
fracaso, lo que colaboró para el retardo del programa de descentralización. En
las elecciones para los gobiernos regionales siguientes triunfaron frentes de
organizaciones locales y no los partidos políticos nacionales, lo que llevó a
que estos perdiesen interés en la profundización del proceso.

En el año 2010, los gobiernos regionales tuvieron un presupuesto, en cifras


redondas, de 20.000 millones de nuevos soles. Frente al presupuesto total de

175
la república, de 82.000 millones en el mismo año, dicha cifra representó una
cuarta parte. Sin embargo, un elemento crítico de los gobiernos regionales ha
sido la dependencia de sus ingresos de las transferencias del gobierno
central; prácticamente no cuentan con ingresos propios, tendencia que, lejos
de remitir, ha ido acentuándose con el paso del tiempo. Según una
investigación emprendida por Jorge Vega, en 2008 el 96% de sus ingresos
provino de las transferencias del gobierno central. Otro tanto sucede con los
gobiernos municipales.

Con el propósito de debilitar la oposición a la minería que se palpaba en las


regiones, se decidió que la mitad del impuesto a la renta que pagasen las
empresas mineras sería entregada a los gobiernos de las regiones donde
ellas operasen. Este "canon minero" se extendió también a la explotación
petrolera, gasífera y al funcionamiento de las aduanas. En 2010, la cuarta
parte de los ingresos de los gobiernos regionales se originó en este rubro. La
consecuencia fue, sin embargo, una grave desigualdad entre los ingresos
percibidos por aquellos gobiernos regionales con grandes y lucrativos
campamentos mineros o gasíferos, como Cuzco y Ancash, y otros sin minería
o con una de tipo informal, como Amazonas, Apurímac, Lambayeque,
Huánuco, San Martín y Madre de Dios. La profundización de la
descentralización y, sobre todo, de la de tipo fiscal, queda como uno de los
puntos críticos en la agenda política de los próximos años.

Un momento álgido en la oposición al neoliberalismo fueron las protestas


contra los decretos supremos que el gobierno de García emitió en el primer
semestre de 2009 para facilitar los acuerdos de venta o cesión de sus tierras
por parte de las comunidades de indígenas amazónicos. Previamente, el
Presidente había dado a conocer en dos artículos publicados en la prensa de
la capital su postura contra lo que consideró una actitud de "el perro del
hortelano" en el país. Según él, muchos recursos naturales que podrían rendir
grandes riquezas, como bosques, minas y tierras, yacían inmovilizados por
barreras legales y culturales que, argumentaba, era necesario remover. Dichos
recursos estaban en manos de comunidades nativas que no sabían sacarles
provecho, pero tampoco permitían que fuesen explotados por otros. El
aprovechamiento de los acuerdos de libre comercio con las grandes potencias
mundiales dependía de que el patrimonio de recursos naturales del país
pudiese ser plenamente incorporado en el mercado.

Las protestas de las comunidades de la Amazonía contra los decretos


supremos se centraron en la provincia de Bagua, donde bloquearon una
carretera, que el gobierno quiso reabrir con el uso de la Policía el 5 de junio
de 2009, ocurriendo una masacre en la que murieron 34 personas, casi todos
policías que habían sido retenidos por los nativos en una estación de bombeo
del oleoducto. El Primer Ministro, Yehude Simon), se vio obligado a renunciar,
y el gobierno debió retirar los decretos supremos. El Congreso aprobó más
tarde una Ley de Consulta Previa, que trató de adecuar la legislación peruana
al convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que estipulaba la
necesidad de que los pueblos nativos sean consultados acerca de la
procedencia de obras públicas privadas que afectasen su territorio.

176
La protesta, bautizada como el "baguazo", culminó gracias al apoyo que
tuvo en otros sectores de la población. ochenta se multiplicaron en el Perú las
ONG que, en las tes, alcanzaron a sumar varios cientos, distribuidas por todo
Las ONG fueron muy activas en apoyar la organización de populares, así como
en vigilar la conducta de las actividades de exportación. Canalizaban la ayuda
económica internacional movilizaba para la cooperación para el desarrollo y la
defensa ambiente y fueron muy eficaces en reducir la asimetría de poder y
organización que solía darse entre las grandes empresas, el gobierno y la
población popular. En varias ocasiones, los gobiernos en todo caso, disminuir
la actividad de las ONG, pero no lo a raíz de la decidida oposición del sistema
internacional de para el desarrollo. La coalición de "frentes de defensa" locales,
ONG y los dirigentes políticos de oposición contuvieron, así, la radicalización
del proyecto neoliberal durante la primera década del presente siglo.

3. LA EMIGRACIÓN Y LOS NUEVOS PERUANOS

El siglo XXI trajo consigo un fenómeno hasta entonces inédito en el Perú: la


emigración. Hasta la década de 1960, el Perú había que registraba un saldo
migratorio positivo, aunque pequeño. Desde los años setenta este saldo pasó a
ser negativo. Empresarios y profesionales descontentos con las reformas del
gobierno militar emigraron a países como los Estados Unidos o Venezuela. En
los años ochenta a este contingente se añadieron las personas preocupadas
por la inseguridad creada por el terrorismo y la falta de oportunidades laborales
y de negocios provocada por la crisis económica. Pero cuando fenómenos
habían amainado, en la primera década del siglo de emigrantes, que
habitualmente había estado por debajo personas, se disparó hasta por encima
de 200.000 (véase siguiente página). En este punto, los emigrantes ban a ser
el 1% de la población del país, eliminando así más de la mitad del crecimiento
demográfico natural.

El censo del 2007 trajo la sorpresa de una población de solo 28 millones,


cuando los pronósticos en los años previos eran de alrededor de 30 millones.
Las razones de la emigración, durante la primera XXI, habrían estado
vinculadas, más que a la falta de empleo, a la situación de bajos salarios en un
contexto de modernización de las expectativas sociales. Se abrió paso la idea
de que trasladándose a una sociedad del primer mundo o a un país más
adelantado, se podía tomar atajos en la ruta personal del progreso económico
y social. A partir de 2016, junto con una disminución de la emigración, comenzó
a registrarse el fenómeno inverso, con el arribo de inmigrantes venezolanos
que salían de su país escapando de una agobiante hiperinflación y
desabastecimiento.

Otro fenómeno demográfico importante ha sido la natalidad, que se produjo


desde los años setenta. Esta cayó, según datos del Instituto Nacional de
Estadística e Informática, desde 41 por 1000 en 1972, hasta 18 por 1000 en
2017. Ambos hechos implicaron un fuerte freno en el proceso demográfico
nacional. El censo de 2007 dio el dato de 28,2 millones de habitantes, mientras
que el más reciente, de 2017, arrojó 31,2 millones, fijándose la magnitud del
incremento entre ambos en 1,0% anual. Este último trajo, sin embargo, el

177
problema de una alta proporción de población omitida (6%), que complica la
comparación con los casos anteriores.

La disminución de la natalidad fue, como en otros países, el resultado de la


progresiva y rápida urbanización del país y de la incorporación mujer en el
sistema educativo. El proceso se aceleró en los años noventa bajo el
controvertido método de la anticoncepción quirúrgica voluntaria (AQV) a la que
se sometió a aproximadamente un cuarto de millón de mujeres que ya tenían
hijos, especialmente en el ámbito rural. Aunque facilitar la ayuda médica
moderna a las mujeres más hijos parecería, en principio, una medida
adecuada, después de la caída del fujimorismo realizaron algunas ONG,
señalaron que durante la campaña de la AQV no siempre se informó
adecuadamente a las mujeres de las consecuencias de la intervención, o no se
tomaron los cuidados para que ellas puedan expresar libremente su
consentimiento, promoviéndose en cambio, en varias ocasiones, con regalos y
diversos incentivos la aceptación de las intervenciones.

Los años de mayor velocidad en el crecimiento demográfico habían


correspondido al tercer cuarto del siglo XX hubiese una fuerte presión sobre el
mercado de trabajo, que después empezó a disminuir. El mercado de trabajo
fue uno de los sectores más afectados por la política neoliberal. La embestida
del terrorismo y la crisis económica habían debilitado seriamente a los
sindicatos de trabajadores. La apertura de las importaciones y la eliminación de
las empresas públicas fue otro golpe duro, que aumentó el desempleo. El
empleo formal, con estabilidad laboral, vacaciones pagadas, gratificaciones,
seguro médico y cotización para la Compensación por Tiempo de Servicios y la
jubilación se convirtió en una situación privilegiada, de la que solo disfrutaba
una minoría. Según datos del economista Gustavo Yamada, en el año 2008
solo uno de cuatro empleos en la economía peruana podía considerarse
mínimamente formal. El resto se distribuía entre el autoempleo y el empleo
precario o informal.

En medio de ese panorama fue que floreció un estilo de intermediación laboral


conocido como los “services”. A fin de eludir las obligaciones del empleo
formal, algunas grandes empresas realizaban un contrato con otra empresa
que les proveía de trabajadores. Esta última solía carecer de capital y de
propiedades reales que pudiesen ser embargados ante una situación de
insolvencia, por lo que los trabajadores quedaban desprotegidos. El abuso de
los "services" llevó a reglamentar que solo ciertas áreas de la actividad de las
empresas pudiesen confiarse a ese tipo de trabajadores. El crecimiento de las
exportaciones y de la inversión pública ha ido mejorando solo lentamente el
panorama del mercado laboral.

De acuerdo con el censo de 2017, cuatro de cada cinco peruanos viven en


centros urbanos; de cada cien, 58 viven en la costa (32 de ellos en Lima), 28
en la sierra y 14 en la región amazónica. Las ciudades con más de medio
millón de habitantes suman ya seis (además de Lima-Ca11ao, figuran
Arequipa, Trujillo, Chiclayo, Piura y Huancayo). Una comparación del Perú de
1990 con el de hoy muestra un país rápidamente urbanizado, en el que la
provisión de energía eléctrica se ha duplicado al pasar del 45% al 89%, lo que

178
ha implicado que cerca de dos tercios de los hogares rurales y más del 90 %
de los urbanos cuenten ya con electricidad. El número de vehículos contar
comerciales con tiendas de autoservicio, así como el uso de teléfonos
celulares, se han extendido rápidamente.

En cierto sentido, el país progresó bajo el neoliberalismo, pero la desigualdad


no se redujo, al menos no con la misma rapidez. La pobreza afectaba en los
inicios del siglo XXI a más o menos la mitad de los peruanos, según las
diversas definiciones que de ella se hacían (pobreza monetaria o de
necesidades básicas insatisfechas), mientras que la “pobreza extrema"
(definida por la situación de hambre), a una cuarta. Con los mayores recursos
para el Estado que la bonanza exportadora de la minería trajo en la primera
década de este siglo, el gobierno de Toledo (2001-2006) puso en marcha un
programa de "transferencias condicionadas" de dinero a la población en
situación de mayor pobreza. El programa "Juntos" emulaba a otros similares
que en algunos países latinoamericanos en situación de desarrollo medio se
habían aplicado recientemente: entregaba una pequeña cantidad de dinero a
las madres que tuviesen hijos en edad escolar, siempre y cuando ellas
cumpliesen con llevar a los niños a la escuela y a los controles médicos
establecidos. Así, el Estado "compraba" lo que, de acuerdo con sus patrones,
estimaba una maternidad responsable o adecuada, que mejorase el "capital
humano" de la siguiente generación.

Los programas de transferencias de dinero como "Juntos" sirvieron para


resolver carencias inmediatas, pero también para encubrir las falencias de un
sistema económico que no distribuía sus beneficios para todos. El gobierno de
García extendió el programa de transferencias a los ancianos, bajo el nombre
de programa "Gratitud"; y el de Ollanta Humala (2011-2016) lo amplió hasta
extenderse a millones de usuarios en un 90% de las provincias del país. Según
las cifras del INEI, la magnitud de la pobreza habría descendido para el año
2016 al 21% de la población total, mientras que la pobreza extrema se
reduciría al 4%, pero algunos analistas dudan de la exactitud de esta
información.

La rápida reducción del crecimiento demográfico del país, junto con la


emigración, ha implicado el envejecimiento de la población promedio: entre los
censos de 1993 y 2017 la edad promedio subió de 25,1 a 32,0 años; la
población mayor de 65 años creció del 4,7% al 8,4%, mientras que la de
menores de quince cayó del 37% al 26,4%. La familia urbana de la costa se ha
reducido a un promedio de solo dos hijos, mientras que en los barrios ricos de
la capital se han visto aparecer nuevos oficios, como los de paseador de perros
y cuidadora de ancianos. Estos nuevos empleos nos hablan de la falta de
mano de obra en el hogar para tareas para las que antes sus propios
integrantes se daban abasto.

El ensanchamiento dentro de la pirámide de edades del segmento de


población económicamente activa ha reducido la tasa de dependencia (el
número de personas que deben ser sostenidas por los económicamente
activos), fenómeno que los demógrafos llaman el "bono demográfico", que es

179
una manera positiva de concebir las consecuencias de la disminución del
tamaño de las familias: menos hijos permitirían a las familias más ahorro y
mejor educación. Pero los efectos económicos y sociales que conlleva la
disminución de la natalidad en una sociedad son muy complejos y difíciles de
predecir. Por ejemplo: las familias pequeñas tienen una menor capacidad para
optimizar la división del trabajo doméstico entre sus miembros.

4. CRISIS DE LA CORRUPCIÓN Y MIRADA AL FUTURO

La tensión política existente entre un sector de la población que exige cambios


en el modelo económico orientado a la exportación de recursos naturales y la
atracción de inversiones y turistas extranjeros, al igual que implementación de
programas que reduzcan las inequidades sociales y pobreza, y otro que
prefiere la continuidad de un programa que prioriza estabilidad de los
indicadores macroeconómicos sobre las reformas sociales bajo el supuesto de
que el crecimiento sostenido de la economía resolverá en el futuro las
disparidades, se acrecentó en los últimos años, cuando la velocidad de este
crecimiento se redujo y su vulnerabilidad a las vicisitudes internacionales se
hizo evidente, lo que provocó el recrudecimiento de la pobreza en sectores no
beneficiados por el desarrollo económico.

La remisión del crecimiento ocurrió tanto por problemas en la economía


internacional, en la que China dejó de demandar materias primas a la
velocidad de antaño, al tiempo que la economía europea, japonesa y
norteamericana no lograban volver a las cifras de crecimiento de la "época
dorada", cuanto por la resistencia de la población del interior para aceptar la
explotación —generalmente con poca consideración al deterioro del
medioambiente o de las sociedades rurales— de los recursos naturales, que
implicaban las operaciones de la gran minería y la minería ilegal o la
explotación indiscriminada del bosque amazónico.

La fuerza del sector defensor de la continuidad del programa liberal, se hizo


evidente con ocasión del gobierno de Ollanta Humala (2011-2016), quien en
las elecciones del 2011 logró ganar la primera vuelta al frente de la alianza
"Gana Perú", cuyo miembro principal era su Partido Nacionalista Peruano. Su
programa contenía reformas sociales y económicas orientadas a un
crecimiento "hacia adentro" (vale decir, preparado para atender la demanda
interna de todo tipo de bienes, especialmente los manufacturados, y enfocado
a resolver los reclamos por mejores salarios, empleo, sanidad, educación y
condiciones de vida de buena parte de la población), al que bautizaron "La
gran transformación". La popularidad del excomandante del ejército se había
labrado como opositor a los gobiernos "entreguistas" de Fujimori y Toledo,
quienes no habían desplegado programas sociales efectivos para combatir la
pobreza y reducir las inequidades internas —creadas en parte por la
modernización económica— y habían negociado con los chilenos la llegada de
inversiones extranjeras para sectores como el del gas, vistas como
desventajosas para los peruanos. Tras una apretada segunda vuelta en la que
logró poco más del 51 % de los votos, Humala logró vencer a Keiko Fujimori,
con la ayuda de un sector liberal capitaneado por el premio Nobel de
Literatura, Mario Vargas Llosa.

180
El precio de dicho apoyo fue, sin embargo, el abandono del plan de
transformación de la economía en una línea que, para algunos, parecía
inspirada en el régimen militar de los años setenta o en gobiernos
contemporáneos de centro-izquierda en América Latina, como el que había
realizado el presidente Lula en Brasil o el del matrimonio Kirchner en
Argentina. De esta manera se acabó imponiendo un programa económico más
ortodoxo plasmado en un documento conocido como "La Hoja de Ruta", que el
candidato Humala se comprometió a cumplir en una ceremonia protocolar
filmada para la televisión. Tras su elección como presidente, Humala ratificó al
presidente del Banco Central, Julio Velarde, y en el Ministerio de Economía y
Finanzas y otros organismos económicos, mantuvo a técnicos defensores del
programa neoliberal.

El gobierno de Humala viró así hacia una política que mantenía el modelo
primario exportador, calificado por sus opositores de "extractivista",
contentándose con conseguir para el Estado una cuota mayor de tributos. Con
estos fondos puso en marcha un conjunto de programas sociales
redistributivos, para cuya aplicación creó el nuevo Ministerio de Desarrollo e
Inclusión Social (MIDIS), reforzó el Ministerio de Salud con profesionales
reconocidos y renovó el Ministerio de Educación con la incorporación de
técnicos y funcionarios calificados. Los programas de apoyo a la niñez
(Cunamás y Qali warma), a los jóvenes que querían iniciar estudios superiores
(Beca 18) y a los ancianos en situación de pobreza (Pensión 65) seguían
iniciativas originadas en los gobiernos de Fujimori (Wawa wasi, Pronaa),
Toledo (programa Juntos) y García (programa Gratitud), aunque para esta
ocasión contaron con la asesoría de técnicos brasileños del gobierno centro-
izquierdista de Dilma Rouseff, quien había sucedido a Lula.

Para mantener estos programas y, con ello, la adhesión política que pudiese
compensar la falta de una estructura política de base organizada, el gobierno
requería mantener el flujo de ingresos tributarios aportado directa e
indirectamente por las exportaciones mineras, lo que Io llevó a
enfrentamientos abiertos con la población en Cajamarca, Cuzco, Moquegua y
Arequipa, donde al presidente le recordaron su promesa de campaña de
connotaciones sociales y medioambientales: "el agua antes que el oro". Las
deserciones en la bancada oficialista en el Congreso no se hicieron esperar, y
cuando el gobierno se acercaba a su fin adquirieron tal dimensión, que dejaron
la conducción del Poder Legislativo en manos de la oposición. El gobierno de
Humala terminó en medio de denuncias de corrupción en la asignación de
obras públicas y la compra de armamento, y enfrentado con las élites del
interior, luego de haber debilitado los gobiernos regionales que hasta ese
momento habían venido trabajando por un modelo de gasto público más
descentralizado. El inicio de las obras de un tren subterráneo para Lima y de
una nueva refinería de petróleo en Talara, y la adquisición de un satélite
espacial en Francia, fueron algunos de los logros más resaltantes de su
gestión. Los programas y las reformas sociales, con ciertas excepciones como
los promovidos por los Ministerios de Educación y de Salud, sufrieron de
discontinuidad.

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Los gobiernos regionales padecían ciertamente de problemas de corrupción y
mal manejo administrativo. Varios presidentes regionales fueron acusados
penalmente y terminaron encarcelados; pero detrás de las acusaciones que el
gobierno promovió, pareció deslizarse la intención de debilitarlos como actores
políticos y legitimar, en el marco de un estancamiento de los ingresos del
Estado, una recentralización del presupuesto. En 2015, a los presidentes
regionales se les cambió el nombre por el de "gobernadores regionales" para
que no hubiese más presidente en el Perú que el de la república; y al año
siguiente reaparecieron los prefectos regionales, autoridades locales
nombradas por el Poder Ejecutivo, que habían pasado a segundo plano con el
régimen de descentralización 'implantado durante el gobierno de Toledo.
Parecía así estancarse una reforma política tan necesaria en un país que
desde hace mucho tiempo sufre del problema del centralismo.

La tensión descrita entre sectores a favor y en contra del programa económico,


así como la falta de consenso sobre la dimensión de los programas sociales,
han coexistido en el nuevo siglo con la contraposición entre fujimorismo y
antifujimorismo. A pesar de que su líder había sido sentenciado en 2009 por el
Poder Judicial por crímenes cometidos por fuerzas paramilitares en Barrios
Altos y La Cantuta y purgaba prisión en un establecimiento policial de la capital
(¿o quizás precisamente por eso?), el fujirnorismo mantenía un buen caudal
de seguidores, que habían logrado agruparse bajo la conducción de Keiko, hija
del expresidente. Ella había estudiado en los Estados Unidos una carrera de
administración de negocios (que sus opositores alegaban había sido
financiado con parte de la riqueza personal acumulada por su padre en el
poder) y había salido librada de una cadena de acusaciones e investigaciones
judiciales que sobrellevó después de la caída del gobierno de su padre. En las
elecciones de 2006 fue elegida congresista por Lima con una votación
histórica.

Keiko le dio forma a la corriente de simpatía que irradiaba el gobierno de los


años noventa, cuyos logros en estabilización, liberalización de la economía y
derrota del terrorismo, concitaban un cierto reconocimiento de parte de la
población. El sesgo autoritario, los abusos contra los derechos humanos y las
maniobras de control de la prensa que hubo por entonces fueron entendidos
como hechos disculpables ante el clima de violencia y desgobierno de dicha
coyuntura. Esto ocurría sobre todo entre los sectores populares, adonde se
había ido construyendo una memoria de los años noventa como una época de
ley, orden y progreso, pero también en ciertos nichos muy específicos de las
clases medias y las élites. Keiko formó partido Fuerza Popular, que orientó su
mensaje político a la construcción de una especie de capitalismo desde abajo,
con empresarios populares prendedores que debían lidiar con las trabas de la
burocracia y el desprecio de las clases "mercantilistas", favorecidas por sus
redes de contactos y sus orígenes sociales.

En las elecciones de 2016, Keiko Fujimori y Fuerza Popular tuvieron una


victoria arrolladora en la primera vuelta, consiguiendo, el 40 % de los votos y
73 escaños (del total de 130) en el Congreso, lo que le daba una cómoda
mayoría en el Poder Legislativo. Para enfrentar la segunda vuelta se formó
una alianza de todas las demás fuerzas políticas, que incluían a buena parte

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de la derecha tecnocrática liderada por el otro candidato, Pedro Pablo
Kuczynski, quien logró pasar a la segunda vuelta algo ajustadamente (con
21% de los votos) y la izquierda (cuya candidata, Verónika Mendoza, quedó en
tercera posición, con el 19%). Después de una tensa campaña, Kuczynski
logró ganar la presidencia por apenas dos décimas porcentuales. Este
economista, formado en Inglaterra y los Estados Unidos, había trabajado
intermitentemente como alto funcionario en el Gobierno peruano (había sido
gerente del Banco Central de Reserva cuando ocurrió el golpe militar de 1968
y ministro de Estado en varias ocasiones en los gobiernos de Fernando
Belaunde y Alejandro Toledo), en empresas transnacionales y en la banca
norteamericana y sabía comunicar sus ideas con humor y pedagogía. Para
poder ganarle a Keiko fue importante que líderes de opinión que gozaban de
prestigio, como el mismo Vargas Llosa, señalaran a PPK (las siglas con las
que se le identificó en la campaña hasta su misma agrupación política
"Peruanos Por el Kambio") como una persona que en esta coyuntura
simbolizaba la honestidad y el respeto democracia y los derechos humanos,
en comparación con la memoria fujimorismo de los años noventa.

La alianza que en la práctica se dio para la segunda vuelta entre derecha


neoliberal y la izquierda fue resultado del antifujimorismo, corriente política que
se fue desarrollando desde finales de los años venta y que cobró fuerza a
medida que aumentaron las posibilidades de retorno al poder de los herederos
del hombre que renunció a la presidencia desde el extranjero. El
antifujimorismo anidó en los sectores altos y mesocráticos de la capital, pero
también entre el creciente número de activistas de diversas causas sociales y
en regiones como el sur andino, donde la izquierda ha tenido un importante
predicamento. El fujimorismo implica para ellos la personalización del poder, la
minimización de la democracia y el retorno de tradiciones nefastas de la
política latinoamericana, como el reparto de prebendas y pequeñas
concesiones a sectores específicos, que degradarían la política. Durante la
campaña se reveló, además, que la oficina contra las drogas del gobierno
norteamericano investigaba a un alto dirigente de Fuerza Popular, El
antifujimorismo consiguió ganar terreno en espacios claves —como la prensa
escrita y televisiva— dentro de la escena peruana e internacional.

El gobierno de Kuczynski buscó compensar su debilidad inicial (carecía de


partido político con sólidas bases sociales de apoyo y su bancada en el
Congreso era minoritaria frente a la mayoría absoluta del fujimorismo)
haciendo alianzas con los alcaldes y gobernadores regionales y procurando
dividir al fujimorismo, cuya líder acusaba el desgaste de las derrotas en las
segundas vueltas de los años 2011 y 2016. A finales de este último año
estalló, sin embargo, el escándalo de la corrupción desplegado en las últimas
dos décadas por las empresas brasileñas de construcción, con Odebrecht a la
cabeza, Mediante el financiamiento de las campañas electorales de los
candidatos presidenciales, coimas a funcionarios claves y contratación de
consultorías y estudios que encubrían sobornos, dichas empresas habían
conseguido hacerse cargo de grandes obras de infraestructura financiadas
total o parcialmente por el gobierno, como la carretera interoceánica que unía
el puerto de 110 con el Atlántico, la represa de Olmos o el gaseoducto, Los

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costos de dichas obras fueron recargados por los gobiernos de turno con el
propósito de compensar los pagos bajo la mesa acordados con las empresas.

Funcionarios del último gobierno aprista, empresarios directivos de las


empresas peruanas consorciadas con las brasileñas y dirigentes políticos
como Humala y su esposa Nadine Heredia, fueron apresados a raíz de las
primeras delaciones y se puso en marcha una operación de extradición (desde
los Estados Unidos) del expresidente Toledo, acusado de recibir sobornos de
Odebrecht por 20 millones de dólares. Las acusaciones y muestras de
corrupción en gran escala (que envolvían a varios gobiernos, incluyendo los
regionales y municipales) aumentaron el descrédito de la clase política, pues
envolvió a tecnócratas y viejos líderes que antes habían hecho de la lucha
contra la corrupción una bandera. El propio presidente Kuczynski fue acusado
de haber recibido pagos, cuando ejercía funciones públicas, a través de
servicios de asesoría financiera que cobraban empresas suyas.

La crisis desatada por los escándalos de corrupción, se vio agravada por el


repudio de la izquierda y ciertos sectores liberales al indulto al expresidente
Fujimori. La economía estaba, por su lado, estancada a raíz de la paralización
de diversos proyectos de infraestructura que incluían, por ejemplo, el nuevo
aeropuerto del Cuzco y el metro subterráneo de Lima, y otras operaciones de
inversión en diversos sectores. Acosado por nuevas acusaciones, Kuczynski
renunció a la presidencia de la república a finales del mes de marzo de 2018,
cuando era inminente la aprobación de una segunda moción de vacancia,
respaldada por casi todas las fuerzas políticas. Fue reemplazado por el
vicepresidente Martín Vizcarra, un ingeniero proveniente de una familia del
sur, que había sido presidente regional de Moquegua y, al comienzo del
gobierno de Kuczynski, ministro de Transportes y Comunicaciones. Sin
mayores vínculos con la élite tradicional limeña, el nuevo mandatario conformó
un gabinete ministerial de técnicos con poca experiencia política pero buenas
credenciales profesionales, presidido por César Villanueva, quien también
había sido presidente regional algunos años atrás en el departamento oriental
de San Martín.

La caída del presidente Kuczynski, en medio de escándalos de corrupción que


comprometían a casi todos los líderes políticos de los últimos lustros, fue
interpretada como el hito final del fracaso de la nueva transición a la
democracia que habría comenzado en el año 2000, con el breve gobierno de
Paniagua. Iniciada con grandes promesas de respeto al equilibrio de poderes,
descentralización y transparencia en el manejo de los fondos públicos, el paso
de los años y los gobiernos demostró que las nuevas élites políticas y
empresariales, tanto del Estado central como de los gobiernos locales,
incurrieron en los mismos vicios de manipulación de las decisiones del poder
judicial que se había criticado antes, y en un turbio y hasta delictivo manejo de
la economía pública. La reforma del sistema electoral (que incluye, por
ejemplo, la cuestión del financiamiento de las campañas políticas y la forma de
representación de la población en el Congreso), del sistema tributario (que
debe conseguir gravar de forma equitativa las nuevas formas de riqueza) y de
la legislación laboral (que aprieta la vigilancia en el relativamente pequeño

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sector formal, pero desatiende al informal), son algunas de las tareas
pendientes para que el futuro del país se torne más halagüeño.

En vísperas de su bicentenario como nación independiente, las demandas de


la población por una educación y salud públicas de calidad, la igualdad de
oportunidades para todos, a la vez que la necesidad de una mejora
significativa de la infraestructura de comunicaciones y energía, así como de
inversión en las áreas de la ciencia y la tecnología que permitan recuperar el
ritmo del crecimiento, se entremezclan con la desigualdad generada en la
estructura de ingresos por los cambios económicos y las migraciones. El
centralismo y la crisis de los antiguos partidos políticos, junto con la dificultad
para la aparición de otros nuevos que puedan encauzar las demandas de
cambio de los sectores emergentes, ha terminado produciendo un nivel de
enfrentamiento y polarización que complica las posibilidades de alcanzar
acuerdos que doten al país de la estabilidad política y social necesarias para el
emprendimiento de las reformas pendientes.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. El gobierno de Alberto Fujimori cayó el año 2.000 provocando un impacto


político de enormes dimensiones en nuestra historia contemporánea. A partir
de esa experiencia, ubique y explique dos coyunturas políticas del siglo XX
peruano que podrían compararse a aquel acontecimiento.
2. Analice dos factores que permitieron al Perú aprovecharse de las ventajas de la
globalización y experimentar un auge exportador en los primeros años del siglo
XXI.
3. A partir de la lectura del texto, elabore un pequeño ensayo personal en el que
exponga qué límites ha tenido el modelo llamado “neoliberal”.
4. La corrupción es un fenómeno que, lamentablemente, ha ensombrecido toda
nuestra trayectoria republicana. Sin embargo, qué elementos particulares
podríamos reseñar de la corrupción que ha afectado al Perú en los últimos 30
años.

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