Historia Del Uruguay Cosas

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Historia del Uruguay - La democracia en Uruguay: una partidocracia de consenso

El origen de la democracia uruguaya


● Constitución de 1918
● Democratizacion - modernizacion del sistema político
● Partido Colorado - Partido Blanco o Nacional
● “Fusion de los partidos” - “docotores”
● “principistas”
Proyecto consensuado
libre ejercicio del sufragio

Una construcción de consenso


Requisitos institucionales de democracia:
● provision ectiva y periodica de los cargos de gobierno
● carácter competitivo de esas elecciones
● legitimidad de esos procedimientos
“Democracia de consenso” - Arend Lijphart
● veto mutuo o mando de la mayoria concurrente que sirve como proteccion adicional a los
intereses vitales de la minoria
● proporcionalidad como norma principal de la representacion política
Autonomía de la política
“PARTIDOCRACIA”

Las tres poliarquias del siglo XX


● 1918 - 1933
○ ciudadanos - importancia y valoración del sufragio
○ competencia electoral limpia y abierta
○ sistema político inmaduro
● 1942 - 1973
○ “complejización del consenso”
○ crisis economica
○ movilizacion sindicales y estudiantiles
○ cambios gubernamentales
○ ruptura bipartidismo
● 1985 a la fecha
○ dominio de los partidos políticos
○ superación de coyunturas complejas
Democracia y cultura política
● adhesión de la ciudadanía

Desafíos
● tensión por relevo gubernamental inédito
● resolución de violacion de los derechos humanos durante la dictadura
● calidad del funcionamiento de instituciones democraticas: Parlamento, Poder judicial y
organismos de contralor
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revisar
https://es.scribd.com/document/142835105/Caetano-y-Rilla-Uruguay-IV

https://es.scribd.com/document/150041378/Historia-Del-Uruguay-en-El-Siglo-XX-Capitulo-2

https://es.scribd.com/doc/68530521/Ficha-Uruguay-Comercial-Pastoril

BATLLE
https://es.scribd.com/document/57205059/Ficha-6-Batlle
https://es.scribd.com/document/352405921/22678032-Batllismo
https://es.scribd.com/doc/32460377/Presidencias-de-Batlle-y-Ordonez
https://es.scribd.com/presentation/61384091/Primer-Batllismo
https://es.scribd.com/doc/41931444/Crisis-Neobatllismo

DICTADURA
http://www.anep.edu.uy/historia/clases/clase27_2/programa_c27_1_3.html
https://es.scribd.com/document/41949748/La-Dictadura-Blog

ISI
https://es.scribd.com/document/61866764/Ficha-N%C2%BA9-ISI
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“La Historia de la sensibilidad de José Pedro Barrán: innovación historiográfica y provocación


intelectual”

“Pensé que ibas a preguntarme por qué un historiador social se ocupa de estos temas”. La
contestación de Barrán me desconcertó. ¿Por qué mi pregunta – sobre la indiferenciación entre los
niños y los adultos en la cultura “bárbara”– había suscitado esa respuesta? Estábamos en el curso
de historia medieval que, ese año, Rosa Alonso había dedicado a la historia de las mentalidades.
La Historia de las sensibilidades – el primer tomo acababa de salir – nos había fascinado. Era
posible hacer esa historia en Uruguay. No sólo eso. La escribía el autor de tantos libros que
habíamos leído (o que debíamos leer), el profesor que llenaba el salón de actos con sus clases, el
director del Departamento de Historia de la Facultad. Y, al tenerlo en clase, invitado especialmente
por la aparición del libro, todos estábamos predispuestos a caer cautivados ante sus palabras.
Recordé esta anécdota en el instante que decidí escribir estas páginas sobre la Historia de las
sensibilidades. La contestación de Barrán – que sólo entendí después – ponía en juego lo que
quisiera hacer aquí: recuperar las discusiones que despertó su obra. Fernando Devoto decía, con
razón, que el libro es un clásico y lo inscribió en una secuencia historiográfica que lo enlazaba con
Francisco Bauzá, Pivel Devoto y Carlos Real de Azúa. No podría emular su análisis – lúcido,
elegante (Devoto: 2009). Me propongo, entonces, recorrer el camino inverso. Trazar algunas ideas
sobre cómo el libro fue leído y qué significó en el contexto de su producción para luego esbozar
algunas reflexiones sobre ciertos problemas en él planteados. Debo aclarar que no pretendo analizar
con profundidad las muchas repercusiones que tuvo esa obra en la historiografía uruguaya. Me
conformo si logro reponer algo del clima que instaló y del estímulo que hoy sigue teniendo su lectura.
El primer tomo de la Historia de las Sensibilidades se publicó en 1989. La investigación había
insumido cuatro años. Fue realizada – como el propio Barrán recalcó en su prólogo
– en el marco de sus actividades en la Universidad de la República. Para entonces, había quedado
atrás la incertidumbre que había dominado su vida laboral durante la dictadura, cuando, al haber
sido destituido en 1978, estuvo obligado a mantenerse con cursos dictados en su casa y la ayuda de
fundaciones internacionales (al respecto, Markarian: 2010). Esos años convirtieron a su figura en el
referente ineludible de la historia social y, así, lo expresó su nombramiento como director del
Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad
de la República. La importancia de su producción era indiscutible. En 1986, se había publicado el
último de los tomos de Batlle, los estancieros y el Imperio Británico . Escrita en coautoría con
Benjamín Nahum, la saga había iniciado con El Uruguay del novecientos – sobre el que volveré
más adelante – publicado en 1979 cuando arreciaba la persecución dictatorial. Sí La historia rural
del Uruguay moderno – publicada entre 1967 y 1978 – fue una historia de las estructuras
económicas y sociales en el momento de conformación de país, la investigación siguiente colocó el
centro en lo político: ¿cuáles habían sido las matrices fundacionales de lo político en el Uruguay
moderno?, ¿cómo comprender el primer batllismo?, ¿cómo explicar los límites –los “frenos” diría
Real de Azúa, interlocutor central – del reformismo? Las preguntas exigieron una incisiva
reconstrucción que, centrada en lo político, hilvanaba lo social y lo cultural. De hecho, no es difícil
concebir la Historia de la sensibilidad como una deriva de las preocupaciones abiertas en esa
investigación que se intuyen ya en El Uruguay del novecientos
. En ese tomo se despliegan interrogantes, intuiciones y cauces que asumirán toda su fuerza en el
siguiente momento historiográfico de Barrán, definido por el problema de comprender nuestra
cultura. De modo que Barrán comenzó en 1986 su investigación sobre la “civilización” uruguaya – el
control de las pasiones, el monopolio de la violencia, la represión interior – , cuando el país se
enfrentaba a la pregunta de cómo había sido posible el terrorismo de Estado, un fenómeno que, en
cierto modo, puede considerarse máxima expresión del fracaso civilizatorio. Su respuesta parecería
exigirle cuestionarse de raíz la formación cultural de la sociedad uruguaya. En especial, aquellos
trazos que habían delineado una representación del país mesurado, apacible y feliz. Los dilemas
impuestos a la salida de la dictadura
– operaron no sólo sobre las condiciones de producción de la Historia de la sensibilidad sino,
también, sobre los desafíos intelectuales y las apuestas historiográficas. Quizás, ello colabore a
entender cómo se combinaron Bajtin, Elias y Foucault con sus matrices, en cierto modo,
contrapuestas. Su lectura de estos textos estuvo filtrada por una preocupación por el poder – la
imposición de un modelo – que asumía, seguramente, sentidos precisos sobre el telón de fondo de
los años de represión y de la restauración democrática. Por entonces, aún no se habían clausurado
las esperanzas de que el nuevo escenario democrático albergase un despegue inédito en la
historiografía uruguaya, impulsado por el Instituto de Historia de la Facultad de Humanidades.
Barrán era una pieza clave de esas expectativas. Su incorporación como profesor de dedicación
exclusiva y director de departamento de Historia del Uruguay parecían cerrar las disputas entre ese
espacio y el Instituto de Profesores Artigas. Su figura se había convertido en un nexo entre
historiadores de diferentes generaciones, enfoques teóricos y líneas políticas. En su escritorio
podían encontrarse aquellos historiadores de la generación mítica de la Facultad, ese momento que
Blanca Paris nos relataba en sus clases, y las nuevas generaciones formadas en dictadura.
Notemos, no obstante, que a pesar de la renovación, las líneas de investigación predominantes
tenían una impronta bastante clásica. En este contexto, se actualizaron antiguos vínculos, pero,
también se crearon nuevos. De hecho, por entonces, comenzó a forjarse una red de amistades en la
que Barrán disfrutó del placer que le producía pensar intelectualmente. Fue un grupo ecléctico en
sus formaciones, preocupaciones y pertenencias generacionales: Daniel Gil (con quien intimó en
años de la dictadura), Marcelo Viñar (recién llegado de Europa), Fernando Devoto (a quien conoció a
través de los Oddone), Hugo Achugar (que venía de Estados Unidos) y Gerardo Caetano, de la
camada joven del Claeh, entre otros. La dedicatoria que Barrán realizó a estos amigos en su último
libro ( Intimidad, divorcio y nueva moral ) hablan de la centralidad que ellos tuvieron en la etapa
abierta con la investigación sobre las sensibilidades que era, recordémoslo, la primera empresa a la
que se lanzaba solo, luego de casi dos décadas de trabajo en conjunto con Nahum. Pero, también,
ese agradecimiento retrata la personalidad de este historiador que practicó la gratitud intelectual.
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El Uruguay Pastoril y Caudillesco y los comienzos de la Modernización

Uruguay 1851-1875
A pesar de la inestabilidad política se dan factores de estabilidad que lentamente llevan a la
estatización. Como lo dice Skidmore en su libro “historia Contemporánea de América Latina”, existe
una teoría de la modernizaron que se aplicó a América Latina,está teoría sostenía que el crecimiento
económico generaría el cambio social que ha su vez haría posible una política más desarrollada, la
transición de una sociedad rural a una urbana. En este mismo libro se expone, que el autor de un
libro de texto de fines de los setenta consideraba la historia latinoamericana desde la
independencia…. Como el crecimiento lento de la modernización contra la resistencia de las viejas
instituciones y actitudes.
Factores negativos o de inestabilidad
1.Un poder central débil en lo referente a finanzas, un estado insolvente que no pagaba sus deudas
y que ante los pocos recursos del mismo, se ve obligado a solicitar nuevos préstamos, sus víctimas,
los empleados públicos que no cobraban en fecha y los beneficiarios eran los capitalistas, a su vez
utilizaban como recursos ordinarios a los impuestos aduaneros y como recursos extraordinarios,
subsidio Brasilero que nos endeudaba más, ventas de tierras públicas, enajenación de rentas
2. No hay fuerzas políticas coherentes y organizadas como partidos. Se da el período de las luchas
entre lo que denominamos política de pactos y de fusión,en que las fuerzas que actúan son las del
campo frente a la ciudad y viceversa.Ello impide que el país se canalice hacia un destino seguro.
3.En lo económico existe una total dependencia de los mercados extranjeros.Por su carácter
intrínseco según Skidmore existían quienes proponían la “teoría de dependencia”, sostenían que
conducían al autoritarismo político, según su opinión la situación dependiente ponía limitaciones
inherentes a su capacidad de crecimiento,especialmente en la industria.Todo esto propiciaba una
interferencia de países Europeos también la existencia de un sistema bancario muy precario.

Factores positivos de estabilidad


1.Progresos económicos con crecimiento desigual.
2.La ganadería y la explotación ovina y sus rubros exportables.Hasta mediados del siglo XIX la
economía del país se basó, en la producción espontánea y abundante. Las necesidades del
mercado exterior coincidían con nuestros recursos en lo referente a comercialización, desde la
época colonial la demanda externa seguía alimentándose de cueros y tasajos, no había
experimentado transformaciones cuantitativas de entidad aunque las fluctuaciones de los precios
fueran cada vez mayor Al final de la década de la Guerra Grande, cuando el stock ganadero
comenzaba a recuperarse de los estragos del largo conflicto se produjo una baja sostenida de los
precios del tasajo. Está crisis, poseía características desconocida para el mercadoagropecuario era
una crisis de superproducción y de una saturación de los mercados consumidores de tasajo, además
poco después se encadenó con una guerra civil de los Estados Unidos, que también retrajo el
consumo a dichos productos en ese país.Según Barrán y Nahum singulares problemas lo de esta
economía mundial, en la que el“surista” norteamericano, el esclavo cubano y el saladerista y el
estanciero Uruguayo, se veían como eslabones de una cadena inimaginable para un observador
superficial.La primera respuesta Uruguaya frente a la caída de los precios fue la de multiplicar la
producción, se producían más tasajo, más caían, se iba hacia la ruina de la industria saladeril .Por
otro lado pronto Uruguay manifestó su voluntad de adaptarse a la nueva economía,emprendió la
tarea de insertarse en ella, transformando su ganadería y aumentando los bienes importados.
OVINOS
:El cambio más espectacular estuvo constituido por el desarrollo del ganado lanar lo que Barran y
Nahum han llamado Revolución del Lanar en la campaña. Los mismos autores afirman que el
afianzamiento de la explotación del ovino significó la primera modificación de la estructura
económica rural desde el coloniaje. Para remarcar la importancia del porcentaje de las ovejas
mejoradas por cruzas en las dos décadas siguientes a la guerra grande.
GANADERÍA
La pacificación política del país fue condición fundamental para la recuperación del stock ganadero,
según Barrán en 1862 había en nuestros campos unos 8 millones de vacunos, el país había llegado
a la saturación, sobraba ganado y faltaban tierras.La paz política, recuperación de stock ganadero y
la valoración de la tierra, sumados al mejoramiento del ovino fueron el punto de partida de una serie
de cambios en las estructuras económicas y sociales del país, para ponerlas a tono con la llamada
“Modernización”
MODERNIZACIÓN
En principio la Modernización fue impulsada por los propios hacendados, sentó sus bases llegando a
definirse la racionalización de la actitud empresarial del hombre de campo, datan de esos años, los
primeros contratos para la explotación ganadera y se establece la obligación de llevar en la estancia
y en el pueblo libros en los que se asienten egresos e ingresos, recuentos anuales de ganado e
inventarios. El uso de la contabilidad coincide con la presencia y apropiación de la tierra por parte de
elementos europeos, que van desplazando a los nativos y aparece la nueva empresa rural (Lectura
De Reyes Abadie ) crónica N 51 Pág.- 356).
Durante la administración de Berro se tomaron importantes medidas para asegurar el respeto de la
propiedad privada y de los ganaderos, persecución del abigeato, estudio y aprobación de un sistema
de registro de marcas y ganado.
Mestización de los rodeos : Su proceso ocurrió a partir de la década de los ‘80, en éste período
tuvieron lugar las primeras importaciones de bovinos de procedencia inglesa.
Crisis de superproducción bovina ; Como se mencionó anteriormente, reanudadas las exportaciones
de tasajo a ritmo creciente después de la guerra grande, el país contaba con dos mercados
consumidores, Brasil y Cuba, en ambos el tasajo servía para alimentación de la mano de obra
esclava.
El mejoramiento del ovino ; fue una respuesta a la crisis de la ganadería bovina, los hacendados
extranjeros intensificaron la introducción de ganado ovinos finos, con buenos rendimientos de lana.
Era una nueva forma de explotación rural, el ovino daba su lana una vez por año y era capaz de
repetirla durante varios años más .La riqueza se producía en el lomo del animal sin necesidad de
sacrificarlo.Para Barran y Nahum estaban echadas las bases para la transformación de una industria
que había empezado como un anexo, la transformación de la industria implicó la división de las
tareas y especialización del personal
ECONOMÍA
La enajenación de las rentas y su manejo con absoluta autonomía por los concesionarios alzó su
máximo nivel durante el Sitio de Montevideo y La Defensa La especulación fue el gran recurso que
utilizó el hombre interesado en enriquecerse.Al asumir Giró la renta de aduana estaba afectada en
casi su totalidad Las propiedades públicas como ser Cabildo, Cuartel de dragones y Plaza
Independencia Estaban hipotecadas y por ello el estado estaba sujeto al subsidio de Brasil.Decía el
ministro de guerra Venancio Flores “nos encontramos cada día peor de recursos. Hoy estamos sin
pagar la lista civil y militar y van corriendo tres meses, todo el mundo desaparecerá de miseria y esto
es de trascendencia (….)”El 30 de junio de 1839 se autorizó la primera acuñación de moneda pero
desde el 1 de enero de 1863, serían moneda nacional de la república.

BANCOS: Junto a los bancos Magua y Comercial y el primer banco extranjero (Banco De Londres y
Río de la Plata) en 1855 se agregaron los bancos Montevideo (1855), Navia, Italiano (1866) y
Oriental (1867). Poco después abrían sus puertas el Banco Mercantil del Río de la Plata, el Banco
Alemán Belga del Río de la Plata etc.enriquecidos con los préstamos a corto plazo al
Estado.MODERNIZACIÓN Reclamo generalizado de paz y orden el Uruguay anarquizado de
blancos y colorado de caudillos y doctores, era imposible proceder a la modernización del
Estado,imprescindible para la modernización economía-social.Entra en juego el factor de poder del
EJÉRCITO.La década del MILITARISMO76-69 gobierno de Lorenzo Labore 80-82 gobierno de
Francisco Vidal 82-86 gobierno de Máximo Santos Nuevo factor de poder es el ejército, su
experiencia en la guerra del paraguay lo ha homogeneizado y consolidado, le ha dado espíritu de
cuerpo lo ha familiarizado con el uso de las armas modernas Se explica esta época de militarismo
que conocerá el país entre 1876 y 1886 el grueso de la obra militarizada se da con el proceso de La
Torre, se debe tener en cuenta que aLatorre se lo va a buscar a la casa para ofrecerle el gobierno,
por medio de una manifestación popular organizada por los grandes terratenientes y el alto
comercio.Las bases de la modernización con un afianzamiento de un estado moderno, eficaz de
imponerse a la anarquía caudillista. Ferrocarriles , puentes, caminos ,telégrafos, correo,tecnificación
de la guerra y monopolio de las armas por parte del estado, registro de Estado Civil, Código de
procedimiento Civil y Criminal ,José Pedro Varela y la ley de educación con el CÓDIGO RURAL , la
policía rural y la estancia alambrada consecuencias económicas y sociales del código rural
Seguridad y garantías para las actividades financieras, establecimiento del patrón oro,reanudación
del servicio de deuda pública, garantía a los inversores extranjeros.El orden implantado por La Torre
era el que se adapta a las aspiraciones de determinados sectores sociales privilegiados, grandes
terratenientes, alto comercio,inversores extranjeros. Ellos lo llevaron al gobierno y ellos fueron el
sustento. Vamos Ahora a sus tres aspectos de su gobierno indicados anteriormente en la reseña. En
su labor de modernización del estado vamos mencionando muchos de los elementos cuya carencia
estaba determinando la debilidad del poder central que nos caracterizó en décadas anteriores. La
unificación del territorio nacional a través de medios de comunicación y transporte que permitían al
estado ejercer su autoridad. El estado pasa a monopolizar el uso de las armas, que por su recio un
remington no estaba al alcance de cualquiera. La secularización de tareas que, como el control de
nacimientos defunciones y matrimonios salían de la obra de la iglesia y pasaban a la del estado.LA
REFORMA ESCOLAR Concentrada por José Pedro Varela durante el gobierno de Latorre. La
hemos incluido dentro de los aspectos referidos a la modernización del estado ya que, entre las
múltiples transformaciones que estaba exigiendo el país , se encontraba esta necesidad de contar
con ciudadanos analfabetos, cultos, capaces de emprender las variadas tareas que el futuro nos
proponía. A decir del historiador Roque Faraone _ el país productor,comerciante, portuario, exigía
con apremio réplica cultural-

Perteneciente a una de nuestras familias tradicionales de nuestro patriciado, Varela Integró la


generación de jóvenes principistas liberales , junto a Elbio Fernández otros,funda en 1868 la
Sociedad de Amigos de la Educación Popular a través de sus fragmentos Varela atribuía que a la
difusión de que la Educación debía llegar a todos los niveles ¨¨ no necesitamos poblaciones
excesivas, lo que necesitamos es población ilustrada., la ilustración del pueblo es la verdadera
locomotora del progreso . El 24 de agosto de 1877 se aprueba el decreto de educación común
apuntando a la difusión de la enseñanza Primaria y a transformación de criterios.De los tres pilares
básicos en los que Varela sustentaba su reforma eran gratuidad obligatoriedad y laicidad se
conservan los cursos de catecismo pero no eran obligatorios.mientras en 1876 habían 196 escuelas
en 1880 habían 310.Como dice Arturo Ardao más que una doctrina pedagógica, la educación del
pueblo y la Legislación Escolar, constituyen una verdadera revolución mental que recreó desde sus
cimientos mismos a la nacionalidad Pasando al segundo aspecto del gobierno de Latorre, podemos
decir que vino a solucionar algunos problemas que estaban planteados desde la época colonial en el
famoso arreglo de los campos. E efecto, otorgó seguridad y consolidó la propiedad rural, a través de
la aplicación de su código rural allí se establecía la obligatoriedad de marcar los ganados, se
organizaban las policía rural encargada de la represión implacable de vagos y delincuentes si no
resultaban muertos con los enfrentamientos de la fuerza del orden terminaba en la fábrica de
adoquines. El código también tenía una serie de normas tendientes al alumbramiento de los campos
en 1877 se alambran el 64 por ciento de las propiedades quedan claras las consecuencias de el
alumbramiento de los campos 1 ejercicio pleno de la propiedad de la tierra 2 control científico del
ganado , pero el alumbramiento también tendrá consecuencias sociales descanso de la mano de
obra ya que el cerco hace innecesarios muchas de las tareas que desempeñaba peón en la estancia
cimarrona , comienza la extinción del gaucho , la medianería forzosa obligaba a los vecinos a pagar
el alambre a medias, si el pequeño propietario era vecino de un latifundista muchas veces no podía y
termina vendiéndole su propiedad y perdiendo todo. En este caso el alumbramiento favorecerá la
consolidación del latifundio.

https://es.scribd.com/document/320147068/Alonso-Eloy-Rosa-y-Sala-de-Touron-Lucia-El-Uruguay-
comercial-pastoril-y-caudillesco-fragmento
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15) DEMASI TEXTO no resumen
El preámbulo: los años 60
Carlos Demasi
En la noche del 30 de noviembre de 1958, buena parte de la población del Uruguay vivió momentos
de sorpresa y desconcierto: los blancos triunfan en las elecciones. Y es que más allá de lo que
parece habitual en una democracia –la rotación de partidos en el poder– para el caso uruguayo esto
representaba una experiencia insólita, que nadie podía haber vivido 'antes: el último gobierno
"blanco" (el que ejerciere Interinamente Atanasio Aguirre) había terminado hacía más de 90 años, y
desde entonces la sucesión de gobiernos "colorados" había parecido una fatalidad. Sin embargo,
algunos datos estaban señalando aspectos de un deterioro que ya resultaba inocultable: cada año el
Uruguay exportaba en menor cantidad productos que caían en valor, lo que dificulta la adquisición
de insumos imprescindibles para una industria que había crecido en los años anteriores. El resultado
se percibía en el persistente desequilibrio del comercio exterior (con la consiguiente pérdida -de
reservas) y también, quizás el fenómeno más impactante de la época, en la inflación: en los años
1957 y 1958 la tasa de incremento de los precios había rondado cerca del 20%, un fenómeno casi
sin antecedentes -en la historia del país. En ese contexto, la política de control de cambios que se
aplicaba desde comienzos de los años 30 estaba alcanzando su límite y la trama de cotizaciones
diferentes resultaba tan compleja que, aunque de hecho el valor del peso había tenido un descenso
importante, resultaba imposible determinar su nivel. La crisis había erosionado en algo la imagen de
un Uruguay de convivencia pacífica, de clases medias rutinarias, conformistas y predominantemente
urbanas. Aunque la acción legislativa (acelerada en los días previos a las elecciones) concretó la
aprobación de un conjunto de leyes sociales, la campaña electoral se había visto sacudida por las
movilizaciones de los estudiantes universitarios que reclamaban la aprobación de la Ley Orgánica. Si
bien las manifestaciones estudiantiles formaban parte de la normalidad ciudadana, la represión que
esta vez se descargó sobre ellas parecía no tener antecedentes; choques con la policía
acompañados de pedreas y golpizas, marcaron una tónica distinta. Y ésta afectó también a la
campaña electoral, donde la protesta contra el gobierno llevó a los sectores oficialistas a denunciar
la acción de una nueva "mazorca" nacionalista. El triunfo del tradicional partido de oposición era
recibido con inquietud por muchos sectores. Para los colorados, se trataba del temido ascenso de
los blancos al poder, una posibilidad que siempre habían descartado por la "congénita incapacidad
política" de sus adversarios. Para los sectores intelectuales, en cambio, la novedad mayor era el
surgimiento del movimiento ruralista que atraía casi toda la atención: las semanas siguientes vieron
la aparición de muchos artículos periodísticos donde se intentaba una interpretación de la nueva
fuerza política; y allí también las opiniones estaban divididas entre quienes lo consideraban una
versión criolla del fascismo, pasando por innumerables posiciones intermedias, hasta los que lo
veían -como el demorado resurgir del Uruguay "de verdad", largamente olvidado por la perspectiva
urbana del baalismo. Las dudas y temores de los derrotados, no demoraron en tener visos de
confirmación. A pocos días de la elección el máximo dirigente nacionalista s Luis A. de Herrera,
rompió abiertamente con su aliado Benito Nardone, lo que significaba la fractura del sector
mayoritario; y mientras ambos se trenzaban en una áspera polémica, se unían para defender los
cargos políticos de las aspiraciones del sector minoritario-0a Unión Blanca Democrática), de la que
sólo lo habían separado 10.000 sufragios. El gabinete recién se completó faltando pocas horas para
la asunción del nuevo colegiado; y si bien el nuevo elenco gubernamental intentó gobernar con
—7—
Las herramientas de Nardone y su movimiento ruralista fueron, básicamente, el micrófono radial y
las asambleas y Cabildos Abiertos que realizaba en el Interior.
mano firme, la situación parecía reclamar también una cuota no pequeña de buen sentido y claridad
de objetivos.
El viraje de la política económica y sus resultados
El repaso de la política económica aplicada durante el primer gobierno blanco permite contrastar la
distancia que existe entre los objetivos de un proyecto de innovación económica y sus resultados
prácticos; también permite percibir las diferentes corrientes políticas que existían en el seno del
gobierno blanco, lo que es uno de los factores que contribuyen a explicar su incapacidad para
remover los bloqueos a los que debió enfrentarse.
La "Reforma Cambiaria y Monetaria"
El gobierno herrerista que asumió en marzo de 1959, se mostró dispuesto a modificar radicalmente
la política aplicada por los gobiernos precedentes: ya fuera por razones electorales o por
convicciones profundas, la crítica al manejo de la economía había sido uno de los temas principales
de la campaña electoral. Llegados al gobierno aparecía la necesidad de
introducir un cambio, especialmente en la línea de limitar la acción del Estado, coincidiendo en ese
sentido con las directivas del Fondo Monetario Internacional. Aunque Uruguay había adherido
tempranamente al Fondo Monetario (desde comienzos de 1947), nunca había aceptado las
directivas de política económica que éste recomendaba: por eso todavía era un organismo poco
conocido por el uruguayo medio. Pero a medida que se fueron conociendo las tendencias libre
empresistas y aperturistas del organismo, y se hicieron sentir las consecuencias de una política que
explicaba la inflación como una consecuencia del exceso de demanda de los asalariados, entonces
no demoró en transformarse en un referente permanente en el debate político y económico. El 24 de
abril de 1959 se dictó un decreto por el que se modificaban al alza los tipos de cambio para muchas
importaciones, pero recién sobre fines del año el Ejecutivo envió un proyecto de ley que modifica
radicalmente el régimen cambiario, la "Reforma cambiaria y monetaria", desde entonces vinculada
con quien fuera su impulsor, el ministro Juan E. Azzini. Este proyecto establecía un conjunto de
medidas que incluían la fijación de normas monetarias e implantaba en términos generales la
liberalización de importaciones y exportaciones. Sin embargo, más que establecer directamente las
normas aconsejadas por el Fondo Monetario, el articulado original concede amplias facultades al
Ejecutivo para adoptar medidas de política económica sin consultar con el Parlamento: si bien los
primeros artículos implantaron a texto expreso la liberalización de la venta de moneda extranjera y
del comercio exterior, en los artículos siguientes se establecía la obligación de vender al Banco de la
República la moneda extranjera producto de las importaciones, se facultaba al Ejecutivo para
establecer la prohibición por seis meses (prorrogables) de importaciones consideradas
"prescindibles", así como establecía una forma de impuesto sobre la exportación (las "detracciones")
destinadas a "evitar nuevos y significativos impactos inflacionarios sobre el costo de la vida y a la
implantación de planes de desarrollo económico que incidirán en definitiva en mayor productividad".
Es decir que, si bien se admitían en general los principios liberalizadores, el gobierno se reservaba el
derecho de prohibir importaciones, y además se apropiaba de una parte del incremento de las
ganancias de los exportadores para cumplir algunas de las operaciones que antes se realizaban por
la manipulación de los tipos de cambio. Igualmente, el texto establecía la disminución del contenido
oro de la moneda a casi la cuarta parte, lo que significaba una importante caída en la paridad del
peso uruguayo. Visto desde otro ángulo, el principal efecto de la nueva norma no sería la
liberalización del comercio y la eliminación de los cambios múltiples, sino la disminución del control
parlamentario sobre la conducción económica. Sin embargo, la voluntad proclamada era la de
cambiar radicalmente la línea política tradicional, y así lo entendió la oposición colorada que libró
una ardua batalla parlamentaria. Aunque finalmente fue aprobada, la ley sufrió importantes
transformaciones a lo largo del debate; el articulado limitó en parte las potestades del Ejecutivo: fijó
los porcentajes a los que debían ajustarse las detracciones y estableció las formas de repartir el
dinero obtenido, y estableció de manera preceptiva la autorización legislativa para algunas
decisiones. La ley fue seguida por la firma de la primera "Carta de intención" del gobierno uruguayo
con el FMI, en septiembre del año siguiente. En ella, el gobierno solicitaba un crédito de U$S 80
millones; se comprometía a reducir el crédito bancario para limitar la inflación, y declaraba su
intención de continuar la línea liberalizadora mediante la eliminación de los convenios bilaterales y
de las prohibiciones a la importación, así como la reducción de las tarifas aduaneras; igualmente
expresaba el propósito de suprimir las detracciones en un plazo de dos años. Sugestivamente la
Carta no hacía referencia a los sala-
_____
Al año siguiente, una nueva Carta de intención anunciaba un aumento de los topes crediticios fijados
el año anterior. La tercera Carta de intención (y la última de este gobierno) se firmó en setiembre de
1962 (pocos meses antes de las elecciones). En ella se mantenían los compromisos ya asumidos y
se introducía una innovación importante: se anunciaba la eliminación de los subsidios a los artículos
de consumo y a las empresas del Estado, como forma de liberar recursos de las detracciones para
destinarlos a impulsar el desarrollo.
Los primeros resultados de la nueva política
La puesta en funcionamiento de la política fondomonetarista chocó con dificultades que no pudo
superar. Ya fuera por catástrofes naturales (en abril de 1959 se produjeron desastrosas
inundaciones en todo el país seguidas por una fuerte sequía en el verano siguiente, que tuvieron
graves consecuencias en
Lichtensztejn, Samuel y Alberto Couriel: El FAII y la crisis económica nacional, pág. 177.
la producción agropecuaria y provocaron el colapso temporal de la producción de energía
hidroeléctrica), o debido a la reacción de los sectores sociales más afectados que no permitieron su
aplicación en forma integral. Pero todo esto determinó que no se produjera la esperada recuperación
de la producción exportable, el sector que se esperaba que fuera el agente de la reactivación
económica.
La conflictividad social
La política económica impulsada por el nuevo gobierno impactó fuertemente sobre la sociedad
donde reconfiguró agrupamientos y profundizó diferencias: el debate social comenzó a polarizarse
en torno a oposiciones que no eran habituales, mientras aparecían formas de enfrentamiento que no
se veían desde mucho tiempo atrás. Así pueden señalarse el proceso de concentración que condujo
a la unidad sindical, y la aparición de fuertes tendencias macartistas que atravesaron a los partidos
tradicionales así como a sectores sociales poco activos hasta entonces.
El camino hacia la formación de una central sindical
La aplicación de la política económica del gobierno blanco aceleró el proceso de unidad que esta-
La agitación social, como la lucha universitaria por la autonomía en 1958 (arriba), yen los más
diversos sectores del trabajo, aumentó considerablemente en estos años.
ban viviendo los sindicatos. A mediados de los cincuenta, cuando ya se hacían visibles los primeros
síntomas de la crisis, el movimiento sindical comenzó a recorrer el complejo camino de la unidad, un
propósito que ya antes se había visto frustrado. El problema de la unidad estaba vinculado con la
compleja
historia de las luchas sindicales desde el origen de los sindicatos, donde se planteaba el conflicto
entre dirigencias "finalistas" que veían en el sindicato una herramienta para el cambio social, y bases
mayoritariamente "reivindicacionistas" que perseguían reclamos más inmediatos. La existencia de
las organizaciones sindicales dependía de la habilidad para administrar las tensiones entre unas y
otras; sin embargo, los conflictos más graves se planteaban entre dirigencias con proyectos
diferentes: anarquistas, socialistas (y luego también comunistas) formaron sus propios sindicatos
que se integraban en "centrales únicas" de signo político. Y las "centrales" eran también promotoras
de la formación de nuevos sindicatos que así quedaban fuertemente moldeados por la matriz de su
origen; esta es una de las razones por las que los intentos de unificar los gremios por encima de sus
divergencias habían terminado en el fracaso. En este resultado también incidían las solidaridades
internacionales que mantenían los diferentes sindicatos, un problema que se hizo más grave desde
el inicio de la guerra fría: a comienzos de los años 50 el panorama sindical era particularmente
complejo ya que había dos "centrales", la Confederación Sindical del Uruguay (apoyada por el
Partido Socialista y afiliada internacionalmente a la CIOSL, de orientación pro norteamericana) y la
Unión General de Trabajadores (orientada por el Partido Comunista y afiliada a la FSM, identificada
con las posiciones soviéticas). Además existían sindicatos muy importantes que se proclamaban
"autónomos", es decir, no vinculados a ninguna "central", entre los que se encontraban algunos de
los sindicatos más poderosos como la Federación Autónoma de la Carne o AEBU; pero aun entre
éstos la difusión de la etiqueta de "autónomo" generaba desconfianzas y recelos. Los primeros
síntomas de la crisis pusieron en primera fila la necesidad de coordinar las acciones de los
sindicatos, por encima de sus diferencias doctrinarias. A mediados de los años 50 comenzaron las
complejas tratativas para formar una central, coordinadas por una "Comisión Coordinadora pro
Central Única", las que ya se encontraban suficientemente encaminadas como para reunir, en mayo
de 1959, una "Asamblea Consultiva sobre Central Única" donde comenzaron a discutirse los
mecanismos para lograr ese resultado. Sin embargo, a pesar de -que el impacto de -la crisis
afectaba por igual a todos los gremios y ya comenzaba a reclamarse la elaboración de una definición
política de los sindicatos que permitiera enfrentar la política del FMI, las dificultades persistían. La
paralización industrial, la inflación y la reacción conservadora que predominaba en
-10—
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el gobierno blanco, activaron la resolución de los problemas que aparecían como fundamentales
para concretar el resultado. "La primera asamblea consultiva sobre central única acordó que una
central única era necesaria y posible y que además se podían registrar muchos acuerdos sobre sus
bases programáticas y estatutarias excepto sobre tres puntos de entidad secundaria si atendemos a
los acuerdos logrados. Esos tres puntos eran: 1) afiliación internacional de la central; 2)
compatibilidad entre la militancia partidista y la militancia sindical; 3) autorización para que actúen en
la dirección de la central a crearse dirigentes rentados o alejados de la actividad asalariada de su
propio gremio. Aun cuando las divergencias se hicieron visibles en la discusión de estos tres temas
de poca monta fue claro desde el comienzo que el verdadero problema era otro: el programa y el
estatuto de la central a crearse ¿serían el producto de una resolución accidental, o serían resultado
de un acuerdo elaborado efectivamente entre todos los sindicatos que habían considerado que una
central única era necesaria y posible?"' En este proceso donde las "reuniones consultivas" se
combinaban permanentemente con movilizaciones y medidas conjuntas para defender el salario o
apoyar solidariamente a los sindicatos en huelga, en junio de 1961 se acordó constituir una Central
de Trabajadores del Uruguay que funcionaría durante unos años como experiencia unitaria de nuevo
cuño: la Central se mantuvo abierta a los gremios no afiliados mientras mostraba una forma de
funcionamiento que trataba de apartarse del dogmatismo que había caracterizado las experiencias
anteriores.
El macartismo tardío
En buena medida el Uruguay había permanecido al margen de la ola de anticomunismo que recorrió
América Latina durante los inicios de la guerra fría. Luis Batlle Berres, al terminar su primera
presidencia, se había jactado de que en las elecciones de 1950 el comunismo había reducido su
electorado a la mitad a pesar de que en Uruguay actuaba con absoluta libertad. Aunque el mismo
Baile Berres cambió en algo su actitud desde el Consejo de Gobierno cuando sobrevino la crisis, en
líneas generales esta política se mantuvo: el Uruguay fue uno de los po-
Rodríguez, Héetor: Nuestros sindicatos (1865-1965), pág. 75.
cos (si no el único) país latinoamericano en el que el Partido Comunista actuó legalmente aun en la
etapa más dura de la guerra fría. Esta política tuvo un cambio importante a partir del ascenso del
gobierno blanco que coincidió con un refuerzo de las tendencias anticomunistas en América Latina
(más aún desde que la revolución cubana se definiera como marxista-leninista). En el Uruguay, y
cuando todavía no había transcurrido un mes de la instalación del nuevo gobierno, comenzaron a
aparecer denuncias en la prensa donde se reclamaba más atención contra el "peligro" que
representaba la acción del comunismo en el país. A partir de la visita del presidente Eisenhower
(marzo de 1960) y con el apoyo del gobierno, la ofensiva anticomunista se desató de manera frontal:
la represión policial contra las movilizaciones sindicales se combinó con la proliferación de sindicatos
"democráticos", y con la acción de bandas armadas que actuaban impunemente ante la pasividad de
la policía. Los incidentes menudearon: en octubre de 1960 hubo un intento frustrado de asaltar el
edificio central de la Universidad cuando se encontraba ocupado por militantes de la FEUU; en enero
de 1961, una manifestación anticomunista no autorizada –ni impedida– por la policía, arrojó el saldo
de un manifestante muerto en un incidente frente a la sede del Partido Comunista. Más tarde, el
mismo año, en un confuso incidente murió asesinado uno de los asistentes a la conferencia que el
Che Guevara acababa de dictar en la Universidad. Por lo menos desde el comienzo de la guerra fría,
buena parte de los intelectuales uruguayos habían adoptado una estrategia "tercerista", es decir que
se negaban a tomar posición por uno u otro de los bloques enfrentados. Si bien en este tercerismo
coincidían posiciones que en otros aspectos podrían resultar antagónicas (desde anarquistas hasta
el herrerismo), la influencia que tenía el semanario "Marcha" había incidido para definir al tercerismo
como una posición de izquierda identificada con definiciones nacionalistas y antiimperialistas. Pero a
comienzos de los años sesenta, la combinación de la crisis económica con un contexto de
inestabilidad internacional hizo posible la aparición de corrientes de derecha que (con mucho de
oportunismo) atacaban directamente a importantes sectores de intelectuales "terceristas": ahora, el
nuevo clima social presentaba como imposible una tercera posición en la lucha entre "el comunismo"
y "la democracia", y el espacio para el "tercerismo" fue angostándose cada vez más. Si bien -había
dirigentes políticos importantes comprometidos con esta polarización política (el consejero Benito
Nardone, que presidiera del Consejo en 1960, era uno de los más destacados propagandistas del
anticomunismo, especialmente desde su audición radial), también existía intervención directa de
agentes internacionales: una estación de la CIA actuaba desde años antes en Montevideo (E.
Howard Hunt, uno de los "plomeros" involucrados en el episodio de Watergate, fue su responsable a
fines de los años 50), y también la embajada soviética utilizaba a su sede en Montevideo como base
de operaciones en la región. En su libro autobiográfico "Memorias de un espía", Hunt relata sus
actividades en Uruguay entre 1958 y 1960. Allí se queja de la poca colaboración que obtuvo del
Consejo de Gobierno colorado; denuncia el carácter "antinorteamericano" de Luis Baile Berres y su
interés en estrechar relaciones con la URSS. Sin embargo, según el testimonio de Hunt la situación
cambió radicalmente desde que asumiera el nuevo colegiado en 1959, particularmente por su
amistad con Nardone; Hunt se jacta de su trato frecuente con el consejero y de la sensibilidad que
éste mostrara para atender sus "consejos". La acción del espionaje en Montevideo aparece
mencionada en los informes diplomáticos de algunos embajadores acreditados en este país, pero
aparecen más preocupados por el espionaje soviético; la acción norteamericana les resultaba
invisible, como se percibe en los informes de los embajadores de Francia y de Bélgica. Más atentos
aparecían los embajadores suecos, según lo; que señala M. Cantera Carlomagno. En opinión de
éstos, "es verdad que el intercambio comercial con la URSS no justifica la gran cantidad de
funcionarios soviéticos en Montevideo, pero, por otra parte, hay que tener en cuenta de que también
otras potencias (EEUU, Inglaterra, Alemania Federal)mantienen grandes sedes en Uruguay". La
campaña alcanzó su punto máximo en 1961, y para entonces eran evidentes sus limitaciones: no
logró conmover a la mayoría de la población que mostraba más preocupación por el comportamiento
de los denunciantes que alarma por el accionar de los "comunistas" denunciados. En algunos
ámbitos, por ejemplo entre los asalariados industriales, la campaña tuvo efectos negativos desde
que coincidió con la revelación de que la central norteamericana AFLCIO financiaba las actividades
de la Confederación Sindical del Uruguay: esto promovió la desafinación de muchos gremios (que se
aproximaron a la CTU) y desprestigió a los "sindicatos amarillos" que permanecieron vinculados a la
cada vez más debilitada organización. Dentro de la enseñanza, sin embargo, la campaña tuvo más
efecto: se - formaron "agrupaciones democráticas" de docentes, agrupadas en una "Organización
de Padres Demócratas" que amplificaba las denuncias contra "docentes comunistas". El clima de
inseguridad se generalizó en la enseñanza, donde comenzó una vigorosa campaña anticomunista
respaldada por las autoridades y difundida por algunos medios de prensa. Sin embargo, y más allá
de estos resultados inmediatos, resulta difícil medir el efecto de esta campaña. Si bien es posible
que el adjetivo "comunista" haya reforzado su sentido descalificador (algo que ya ocurría como
consecuencia de la difusión del cine y de la prensa norteamericana de la guerra fría), esto no se
concretó en ninguna norma legislativa o administrativa: los mecanismos institucionales de toma de
decisiones volvían imposible cualquier medida que no contara con el apoyo de la oposición; y aquí
pesaba de manera relevante el fuerte sector que lideraba
La "guerra Iría' arreció -en los 60. Benito Nardone y su "movimiento ruralista", con otros sectores,
asumieron con fervor la causa anticomunista. La represión creció a niveles que Uruguay no conocía.
Luis Batlle Berres, que mantuvo distancia con su campaña y no se abstuvo de criticarla tanto des&
sus medios de prensa como desde sus posiciones ins. titucionales. La acción de sus dos consejeros
en e Consejo de Gobiemo bloqueaba cualquier intento de aprobar medidas sin amplia publicidad, y
la actividad de sus legisladores exponía a la luz cualquier intento de incluir medidas represivas
disimuladas en el articulado de leyes complejas. La eficacia de su actitud se vio reflejada en el
apodo de "comunistas chapa quince" que les endilgó Nardone, una etiqueta disparatada que el
sector quincista utilizó en su propio beneficio en la campaña electoral de 1962. La oposición –por
momentos vigorosa– de algunos sectores colorados y la falta de apoyo a los sectores "demócratas",
se combinó, en el invierno de 1962, con una aparente crisis donde algunos grupos de derecha
parecieron salirse de control y comenzaron una campaña de atentados y secuestros a judíos y
militantes de izquierda. Las bombas en sinagogas y los tatuajes con svásticas era más de lo que la
sociedad (y aun el gobierno) podían aceptar ya que dejaba demasiado a la luz algunos extremos que
convenía mantener en la penumbra; y si bien la policía nunca encontró a los responsables (con la
excepción de los integrantes de un grupo que fueron víctimas de una explosión accidental), los
atentados no se volvieron a repetir en los años siguientes. Sin embargo, ante estos episodios
algunos pensaron que era inminente el comienzo de una acción armada de la derecha contra el
movimiento popular, y que por lo tanto era necesario tomar medidas para contrarrestarla.
Los desequilibrios políticos
Los partidos políticos sintieron fuertemente el impacto de la situación social y económica, y eso se
percibe claramente en las elecciones de 1962; en principio, comparadas con las efectuadas cuatro
años antes, hay que anotar la desaparición de tres lemas: el Partido Socialista, el Partido Comunista
y la Unión Cívica no aparecen en la escena, sustituidos por la Unión Popular, el FIDEL y el Partido
Demócrata Cristiano; y si bien posteriormente el PS volvería a presentarse en las elecciones, las
otras modificaciones serían permanentes.
El panorama electoral
Los cambios que se verifican en la propuesta para las elecciones pueden verse como un intento de
adaptar la propuesta electoral a la fluida realidad de
la época: si bien era evidente la existencia de la cri- sis, no estaban claros cuáles serían los caminos
a re- - correr para enfrentarla. Parecía que los partidos de l izquierda debían unirse (la experiencia
de las movi- lizaciones callejeras evidenciaba que juntos convo- • caban más), pero la ley de lemas
resultaba un obsta- • culo ineludible. Por otra parte, los diversos sectores de los partidos
tradicionales trataban de ajustar su oferta electoral, a veces obligados por la desaparición de sus
antiguos líderes o por el desgaste padecido por sus figuras principales. Los partidos tradicionales
parecen haberse visto menos afectados por la situación. En principio, el herrerismo (que sufría la
ausencia de su fundador) se dividió en dos grandes grupos, cada uno liderado por uno de los
principales consejeros del sector. Martín Echegoyen, primer presidente nacionalista del Consejo, y
Eduardo Víctor Haedo, que presidiera el cuerpo en 1961, convocaron a los herreristas en tomo a dos
proyectos que invocaban su fidelidad con el fundador: el llamado "Eje Echegoyen-Nardone" que
restablecía la alianza electoral de 1958, y el "Herrerismo ortodoxo" que rescataba el enfrentamiento
de Herrera con Nardone, en los últimos meses de vida del líder. Estos últimos se presentaron a las
elecciones conjuntamente con la UBD (no sin humor, á esta alianza se le llamó "la ubedoxia") y
resultaron finalmente vencedores en las elecciones. Por su parte, dentro del Partido Colorado se
registraron algunas novedades importantes: el sector mayoritario, liderado por Luis Baffle Berres,
mantuvo en líneas generales una propuesta similar a Jade 1958, ahora nuevamente con su líder
como candidato. La idea central de su campaña era que en la elección anterior el electorado se
había equivocado, inducido por la hábil propaganda del nacionalismo; pero "ahora que ya sabe lo
que son", el elector volvería naturalmente a sus antiguas fidelidades. Detrás de esta propuesta
estaba la idea de que la política impulsada por el batIlismo seguía siendo viable, y que los problemas
del país se debían a la acción de un elenco gubernamental esencialmente incompetente. Por lo
tanto, esta campaña tuvo pocas novedades: se trató de poner en evidencia las contradicciones y los
errores del gobierno nacionalista, sin preocuparse por articular un proyecto que respondiera a las
nuevas realidades del país. Aparentemente tal cosa no era necesaria. Por su parte el sector de la
lista "14", orientado desde el diario "El Día" por César Baffle Pacheco (que integraba el Consejo de
Gobierno como representante de la minoría), elaboró una nueva propuesta reuniéndose con
colorados no batIlistas. Así se creó la "Unión Colorada y BatIlista" que impulsó el nombre de un
"hombre nuevo", el Gral. Oscar Gesti-
do, como primer candidato. Gestido no tenía experiencia electoral anterior, pero se había
desempeñado con eficacia en cargos públicos. En un contexto en el cual ya se identificaba "política"
con "corrupción", -Gestido era una figura nueva, no contaminadapor los vicios de las prácticas
corrientes y que ofrecía una imagen de honestidad y rectitud. Tal vez la situación más interesante
dentro del Partido Colorado se manifestó con la aparición de la lista "99", un producto de la dinámica
de la campaña electoral. En principio su principal dirigente, Zelmar Michelini (estrechamente ligado a
Luis Batlle), había iniciado las gestiones para presentarse dentro del sublema con su propia lista de
candidatos a Representantes, identificada con el número 515. Pero cuando aún se encontraba en
trámite la concesión del número, la dirigencia luisista protestó por las "críticas" que les dirigían desde
las líneas michelinistas: desde este sector no se aceptaba la tesis de la 15 que explicaba el
resultado de 1958 como un "error del electorado", y proponía una "autocrítica" para buscar otras
causas de la derrota. Sin duda este argumento fue solamente el emergente de una compleja
situación interna que rápidamente derivó en la formación de un sector político separado, el
"Movimiento por el Gobierno del Pueblo", que armó su propia lista para todos los cargos a partir de
la reunión de figuras provenientes de la 15 con otras provenientes de la 14 (Renán Rodríguez,
Enrique Martínez Moreno) que equilibraban la imagen radical que podían ofrecer Michelini o Hugo
Batalla.
En los partidos menores, las tensiones sociales dejaron (como ya vimos) marcas más visibles. La
Unión Cívica se transformó en Partido Demócrata Cristiano, un reflejo de las transformaciones que
sufría la Iglesia Católica combinadas con la compleja situación interna; de esa forma se iniciaba un
largo proceso de renovación que resultó particularmente crítico, en un partido que tenía una
dirigencia muy anciana y carecía de figuras de edad intermedia que pudieran oficiar de
amortiguador. El cambio de nombre fue la primera etapa de este proceso, que por entonces avanzó
muy poco más y al momento de realizarse las elecciones no había logrado la imagen de partido
nuevo a la que aspiraba. Por su parte, en los partidos identificados tradicionalmente con la
"izquierda" del espectro político, la tendencia hacia la unidad parecía un reclamo impostergable de
las bases y un proyecto proclamado por las dirigencias; sin embargo, la experiencia electoral de
1962 mostraría hasta qué punto el logro de este objetivo podía resultar difícil. El
Partido Socialista encaminó su estrategia en el sentido de formar una "Unión Nacional y Popular"
que tomara el relevo de la "burguesía nacional" representada por los partidos tradicionales, para
retomar así el impulso hacia la "liberación nacional". Para el socialismo, la "revolución nacional y
popular" era una etapa necesaria que todavía no había "culminado" en estos países; por esa razón,
argumentaban, era preciso hacer una alianza con sectores desprendidos de los partidos
tradicionales antes de concretar una coalición de izquierdas que lo uniera al Partido Comunista al
que, entre otras cosas, reprochaba su dependencia de la Unión Soviética. Las negociaciones se
formalizaron con Enrique Erro, uno de los dirigentes herreristas más votados en 1958, pero
separado del partido en mayo de 1962. A fines de agosto se formó la "Unión Popular" (el Partido
Nacional objetó el uso de la palabra "Nacional" en la denominación de la coalición), donde junto a los
socios mayoritarios aparecían también grupos más pequeños como el grupo de intelectuales
independientes denominado "Agrupación Nuevas Bases", el Frente de Avanzada Renovadora
(separados de la Unión Cívica), y algunas figuras que provenían del ruralismo, como Alberto Methol
Ferré y José Claudio Williman, decepcionados por la evolución política de Nardone. Como
respuesta, el Partido Comunista reunió un conjunto de pequeños agrupamientos políticos
(probablemente el más relevante fuera el "Movimiento Revolucionario Oriental" que había fundado el
diputado Ariel Collazo cuando fue expulsado de la UBD) y que se presentaba como una "alianza de
las fuerzas progresistas", donde no aparecían "sectores conservadores". Esta coalición (denominada
"Frente Izquierda de Liberación", o FIDEL) difícilmente podía ocultar la presencia hegemónica del
Partido Comunista ya que el resto de los grupos fundadores casi no tenían relevancia propia.
El resultado de las elecciones
Si bien las cifras pueden indicar que poco cambió desde 1958 (volvieron a triunfar los blancos y
mantuvieron la mayoría en el Consejo de Gobierno; entre los colorados Luis Baffle Berres retuvo la
mayoría), otra lectura de los resultados revelaba cambios apreciables. El Partido Nacional venció al
Colorado por unos 20.000 votos de diferencia, lo que quiere decir que éste último recuperó casi la
mitad del electorado que había marcado la ventaja de los blancos en 1958. En el partido triunfador,
el éxito correspondió esta vez a la UBD, es decir a los sectores que en 1958 resultaron derrotados
por escasos 10.000 votos; y si bien se presentó a la elección aliada con un sector del herrerismo, fue
muy escaso el aporte de votos que realizó este último. Por lo tanto, si bien es cierto que los
nacionalistas mantuvieron el gobierno, ya casi nada quedaba del aplastante triunfo de 1958. A pesar
de las dificultades que supuso el accionar desde la oposición, el Partido Colorado logró mantener la
unidad y ensanchar su capacidad de captación del electorado. No fue poco mérito si se piensa que
era generalmente admitido que la "unidad" que mostraba el Partido Colorado sólo se explicaba por la
necesidad de defender las posiciones de gobierno, y que se volatilizaría cuando esas posiciones se
perdieran. Para la instancia electoral de 1962, el sector liderado por Michelini fue objeto de fuertes
avances para que se incorporara a la Unión Popular, pero prefirieron mantenerse dentro del
coloradismo. Los resultados electorales parecieron darle razón a su opción, ya que el grupo tuvo una
extraordinaria votación que le permitió obtener una banca senatorial para su principal dirigente; pero
no le ahorró los reproches de quienes lo vieron como el causante del fracaso de la votación de la
izquierda. Para los sectores izquierdistas, la elección de 1962 dejó resultados confusos. Por una
parte, fue claro que el electorado no había respaldado la opción de la Unión Popular, ya que ésta
obtuvo menos votos que los obtenidos por el Partido Socialista en 1958. En cambio el FIDEL se vio
premiado con una votación que le permitió acceder al Senado, un resultado inesperado para quienes
consideraban que la presencia del Partido Comunista inhabilitaba cualquier po-
La victoria nacionalista de 1962 constituyó un triunfo muy acotado con respecto al obtenido en 1958
y significó, además. una rotación interna dentro del propio Partido Nacional: la UBD derrotó al eje
herrero-ruralista.
sibilidad de crecimiento electo- ral. Aparentemente los promoto- res de la Unión Popular habían
fallado en sus cometidos princi- pales: el electorado no vio a la UP como un "partido nuevo" que
nucleara a los descontentos de los partidos tradicio- nales, sino que lo vio como una nueva versión
(más restrictiva) del viejo Partido Socialista, ahora volca- do hacia la derecha por su rechazo al
comunismo y su alianza con sectores conservadores; por eso no habría podido captar los votantes
descontentos con los partidos tradicionales ni podido retener la vota- ción tradicional del socialismo,
que prefirió la pro- puesta (aparentemente más consecuente) del FIDEL. Pero esta no fue la peor de
las consecuencias para el Partido Socialista: la forma como se había estructurado la alianza con
Erro (de acuerdo con la constitución vigente, sólo podía presentarse una lis- ta de candidatos como
"lema no permanente") le dio a éste el primer lugar en casi todas las listas departa- mentales, por lo
que su ingreso a la Cámara de Re- presentantes podía considerarse seguro, pero no para los
representantes socialistas. Como resultado del escrutinio ingresaron dos representantes del lema,
pero ninguno sería socialista, y además uno declaró que actuaría junto con el Partido Nacional del
cual provenía. El Dr. Frugoni, fundador del partido y mar- ginado de este proceso, declaró: "Voté en
blanco para no votar a un blanco" y amparándose en el art. 79 de la Constitución reclamó la
propiedad del lema que había quedado abandonado por sus antiguos titula-. res, al renunciar
expresamente a su afiliación para integrar el lema "Unión Popular". Corno resultado final, la Corte
Electoral decidió que tanto los recla- mantes como los reclamados debían resolver su disputa
presentándose en la próxima elección (la de 1966) con respectivos sublemas dentro del lema
común: es decir que por primera vez, un partido de iz-
quierda utilizaría los mecanismos previstos en la tan criticada "ley de lemas".
NUIIT La escasa ventaja obtenida por el Partido Nacional en las elecciones significaban un problema
serio en la medida en que sus divisiones internas no le permitían enfrentar con facilidad la
perspectiva de un gobierno. La estructura de los sublemas marcaba el triunfo de la "ubedoxia", que
contaba con el aporte de los votos de Haedo; quedaba la incógnita de saber qué actitud asumiría el
Herrerismo Ortodoxo, que representaba la cuota de continuismo en el nuevo gobierno. El elenco de
consejeros herreristas del segundo gobierno blanco era una muestra de la rapidez de desgaste de
las diligencias partidarias en el régimen colegiado. Los dos consejeros del sector (que, por el orden
de ubicación debían ocupar la Presidencia del
Salvador Ferrer Serra, fallecido prematuramente, ejerciendo el ministerio de Hacienda marcó desde
el comienzo distancias importantes con respecto a la administración Azzini.
Consejo en 1964 y 1966) eran figuras recién llegadas a la política: Alberto Heber, que se había
iniciado como diputado a partir de 1959, y Luis Giannattasio, un empresario de la construcción sin
actuación política, que fuera designado Ministro de Obras Públicas en 1959. La inexperiencia de
algunos integrantes, sumada a los problemas de salud (dos consejeros no llegaron a culminar su
mandato) contribuyeron a darle a este colegiado un carácter particularmente opaco, donde el vacío
de poder dejó amplio lugar para el protagonismo de los ministros transformados en las figuras más
representativas del período: en buena medida éstos desarrollaron políticas propias, y desde allí
asumieron perfil jóvenes figuras como Wilson Ferreira Aldunate, Francisco Rodríguez Camusso y
Dardo Ortiz. Correlativamente esto marcó otra característica de ese gobierno: la ausencia de una
política coherente; cada ministro aplicaba su política, con mayor o menor talento y capacidad. El
resultado, como se vio en 1965, podía llegar a definirse como catastrófico.
Las vacilaciones en la economía.
Tal vez el cambio más importante del nuevo gobierno se manifestó en la política económica, donde
se mostró menos apegado a los lineamientos del FMI: frente a las tres "Cartas de intención" del
primer colegiado blanco, hubo sólo una en el segundo colegiado y ésta en el año 1966, es decir el
último del período. En buena medida, este cambio de la orientación política no fue tanto una opción
conscientemente asumida como el resultado del empirismo con que se movió el segundo colegiado
blanco, que se limitó a instrumentar arbitrios a medida que los problemas se planteaban.
La opción desarrollista
La apuesta económica más nítida que aparece en este período es la opción por los planteos
desarrollistas. Desde comienzos de 1960 se había creado la CIDE, una Comisión encargada de
"elaborar planes orgánicos de desarrollo económico, proyectar y buscar su financiación interna y
externa, coordinar toda labor tendiente a aumentar la productividad nacional y vigilar la puesta en
práctica de los planes que apruebe"'. Cuando en 1962 se puso en marcha la "Alianza para el
Progreso", una iniciativa dirigida a contrarrestar el impacto favorable que
Registro Nacional de teye.1 y.Depretos, 1960, págs. 146-148.
-16— —17—
en América Latina ejercía la revolución cubana, la CIDE fue reestructurada y se le encargó la
elaboración de un diagnóstico global de la situación económica y social, que sirviera de base para la
elaboración de planes de desarrollo económico que más tarde serían reunidos en el "Plan Nacional
de Desarrollo Económico y Social, 1965-1974". El "Diagnóstico..." fue el primer análisis técnico de la
realidad uruguaya: los cálculos intuitivos y pragmáticos fueron sustituidos por elaborados cuadros de
cifras, y por primera vez existió una base estadística para conocer la realidad del país. Se elaboraron
las cuentas nacionales, básicas para un cálculo más preciso de la renta nacional, y en octubre de
1963 se realizó un Censo Nacional de Población, el primero desde 1908; paralelamente se
realizaron informes sobre aspectos parciales de la realidad. El impacto de este diagnóstico se
evidenciaría en los planteos de todos los sectores sociales: desde entonces y por varios años, el
debate social los utilizaría como un insumo permanentemente invocado y citado en discursos,
memorandos, declaraciones y programas, presentados por partidos políticos, movimientos sociales,
gremios obreros y patronales, etc. El Plan tenía un enfoque desarrollista y estaba estructurado en
etapas que iban desde los objetivos de "corto plazo" (tres años) hasta un conjunto de cambios
estructurales previstos para el "largo plazo" (diez años). Entre los objetivos de corto plazo se
encontraban el de frenar la inflación y establecer las bases para el crecimiento acelerado (para lo
cual se preveían fuertes inversiones del sector estatal); para el largo plazo se preveía un aumento
anual del ingreso per cápita del 4%, y los proyectos de inversión privados se orientarían hacia los
sectores considerados estratégicos de acuerdo con las definiciones establecidas en el plan. Las
primeras etapas utilizarían mucha financiación externa, la que sería sustituida por el ahorro interno
en los tramos finales. Con respecto a los diferentes sectores, el Plan establecía una vigorosa acción
de transformación sobre las "estructuras agrarias" a los efectos de corregir los defectos básicos en
las formas de tenencia; éstos no se limitaban al ya clásico del latifundio sino que se le agregaba el
de los (hasta ahora casi invisibles) "minifundios": se consideraba que tanto unos como otros tenían
dificultades insalvables para la incorporación de nuevas tecnologías, sobre las que el Plan apostaba
a los efectos de promover el aumento de la producción agropecuaria. Todo el planteo, si bien se
apoyaba en una importante elaboración estadística, reclamaba un consenso social y un compromiso
del poder político que
–se descartaba– no existía; tales expectativas resultaban excesivas frente a la acción combinada del
malestar social y las divergencias internas del elenco gobernante. Sin embargo, conviene mencionar
algunos de los intentos (no todos frustrados) de aplicación de las propuestas de la CIDE. Tal vez el
más recordado sea la presentación al Parlamento por el entonces Ministro de Ganadería, Ferreira
Aldunate, de siete proyectos de ley para la "Reforma de las estructuras agrarias", que llegaron a
generar fuertes rechazos en la Asociación Rural y nunca llegaron a ser considerados por el cuerpo
legislativo. Se recuerda menos que el mismo ministro aprovechó el Presupuesto 1965-68 y otros
decretos complementarios para transformar su Ministerio en un organismo más técnico, también
según los lineamientos de la CIDE. Otras medidas propuestas en el Plan de Desarrollo fueron
incluidas en la reforma constitucional aprobada en 1966; así aparece la creación de un Banco
Central integrado por el Departamento de Emisión y el Departamento de Contralor del Sistema
Bancario, entre otras. Aunque sus propulsores podían apoyarse en proyectos instrumentados en el
Plan de Desarrollo, estos intentos aislados no cumplían con una de las bases principales que
sustentaba la propuesta: la simultaneidad de la aplicación de las reformas era condición esencial
para que pudieran resultar eficaces.
Los problemas de la conducción económica
La falta de definición sobre las políticas económicas se manifestó también en otros aspectos, y de la
misma forma que inhibió la adopción decidida del proyecto de la CIDE, igualmente enfrió la adhesión
a las directivas del FMI. Aunque no se rompió formalmente con las directivas del organismo (como
ocurriría años después, durante el gobierno de Gestido), hubo un retorno parcial a las políticas de
control de cambios y de importaciones que habían sido tan criticados a fines de la década anterior: si
bien se proclamó la implantación del denominado "mercado libre, único y fluctuante" para la moneda,
en los hechos el Banco de la República fijaba la cotización para el comercio exterior, los bancos
establecían otra para sus intercambios, y también existía un "dólar libre" que se cotizaba en las
casas de cambio. La ausencia de directivas claras en materia económica abrió amplio margen a la
especulación, uno de los problemas más denunciados en la época. Eran notorias las dificultades de
los importadores para conseguir la moneda extranjera necesaria para renovar
sus stocks, e igualmente la inflación interna tornaba complejo el cálculo de ganancias de los
exportadores; por lo tanto, la especulación con moneda extranjera fue una de las estrategias más
usadas en la época. Desde el punto de vista de los exportadores de lanas, en una época de caída
de los precios internacionales resultaba ventajoso retener la zafra hasta que la devaluación del peso
cubriera las expectativas de ganancias en moneda nacional; para los importadores, la compra de
volúmenes demasiado grandes de materias primas los ponía a cubierto de cualquier posible escasez
futura y les permitía especular con los precios. Como resultado, podía preverse con Cierta precisión
la fecha en la que se producirían las devaluaciones del peso "...fue quedando cada vez más en
evidencia que había dos períodos semestrales perfectamente diferenciados desde el punto de vista
del fluir de divisas en el mercado carrzbiario: la etapa de saldos positivos (por salida de
exportaciones y entrada del turismo) que se extiende aproximadamente desde octubre a marzo, y la
etapa de saldos negativos o período «seco» (con ausencia de exportaciones y finalización de
turismo) que transcurre entre abril y setiembre. La existencia de dos semestres con facetas
cambiarás diferentes y conocidas, fueron de inspiración para la gestión de los grupos especuladores.
La mecánica operativa se daba, por ejemplo, de la siguiente manera: con anterioridad a una
previsible devaluación se registraba una tendencia a la compra de moneda extranjera, a adelantar
compras de productos importados o a adquirir productos destinados a la exportación; una vez
concretada la devaluación, se realizaban las ganancias en rn,oneda nacional para colocarlas total o
parcialmente en préstamos no superiores de seis meses, lo que permitía
repetir el ciclo."' En este proceso los bancos cumplían una función muy importante como
habilitadores de créditos y captadores de ganancias a la vez que orientaban hacia el exterior buena
parte de las divisas obtenidas, lo que acentuaba el déficit en la balanza de pagos: se calcula que
alrededor de 200 millones de dólares salieron del país en el período 1962-1965, es decir el
equivalente de más de un año de las exportaciones totales. Todo este manejo especulativo
escapaba al Banco de la República, organismo encargado del control de la banca privada. En parte
por exceso de atribuciones (el BROU reunía a la vez las funciones de
banco de créditos y de banco central, ya que además de la emisión monetaria también controlaba el
comercio exterior y el sistema bancario en su conjunto), y en parte por omisión (según se reveló
posteriormente, el Banco desconocía su propia situación: las cifras que manejaba de sus propias
cuentas no coincidían con las de los organismos internacionales, lo que contribuyó a su desprestigio
en el exterior). Esta situación culminó en 1965, cuando se combinaron los efectos de una grave
crisis financiera con los vencimientos de la deuda externa. A pesar de las dificultades, en algunos
rubros la economía uruguaya mostraba una situación positiva. Esto no debe sorprendemos: es
imposible imaginar una crisis en la que todas las actividades estén igualmente comprometidas. En
1964 las exportaciones de carne alcanzaban niveles muy altos y con tendencia al ascenso (sólo en
el primer semestre de 1964 se exportó más carne que en todo el año 1963), así como también se
incrementaba el precio (de octubre de 1963 a junio de 1964 tuvo un incremento de más del 55%), a
pesar de la competencia norteamericana y de la amenaza inglesa de limitar las compras. Por su
parte la lana comenzaba a aumentar su precio luego de una caída persistente que duraba varios
años, y en 1964 se cotizaba a U$S 1,41 los diez kilos, y la exportación de tops, 13.000 t., significaba
una marca histórica; en resumen, las perspectivas quizá no fueran tan malas. Al amparo de esta
tendencia, los productores laneros retenían la venta de la zafra con la expectativa de captar
incrementos futuros; sin embargo, a comienzos de 1965 el precio de la lana comenzó a caer y al
cabo de pocas semanas se estabilizó en U$S 1,21. Entonces la expectativa de retención de la zafra
perdió su sentido originario, pero no por eso se aceleró la comercialización: por el contrario, los
productores presionaron para devaluar el peso, con el objetivo de obtener la misma cantidad en
moneda uruguaya que hubieran conseguido si hubieran vendido la zafra con los precios altos.
Cuando en marzo se produjo la devaluación y la zafra comenzó a venderse, la disminución del
ingreso en dólares por la caída del precio internacional equivalía al ingreso generado por la
temporada turística.
Instituto de Economía: El proceso económico del Uruguay, pág. 356.
La crisis financiera de 1965
A pesar de la crisis económica que afectaba desde años atrás al país, todavía existían grandes
sumas de capital en manos de particulares, producto de los ingresos de los años de "vacas gordas".
Desde que la inversión industrial dejó de ser redituable (la ruin-
—18—
—19—
Las colas para abastecerse de alimentos pasaron a constituirse en un hecho normal. Algunas
medidas económicas tomadas por el gobierno y la especulación por parte de particulares generaron
escaseces varias. A ello se sumó la"veda" en el consumo de carne, medida tomada a los efectos de
aumentar los saldos exportables.
versión en el campo había dejado de serio mucho tiempo atrás) ese capital daba vueltas por el
mercado financiero sin terminar de encontrar una colocación productiva. Las "Cartas de intención"
firmadas con el FMI comprometían al gobierno a restringir el crédito que se canalizaba por medio de
instituciones oficiales, lo que reducía la oferta de dinero. La aplicación de esta política combinada
con la apertura comercial estimulaba la demanda de créditos (necesarios para la reconversión
industrial y, más frecuentemente, para aprovechar las facilidades de importación) y esto presionaba
las tasas de interés al alza; naturalmente entonces, el capital que no encontraba inversión productiva
comenzó a dirigirse al circuito financiero. Aquí se abrían dos formas posibles de inversión: podían
trasladarse los capitales al exterior, o colocarlos en el propio mercado interno. Es muy difícil de
calcular con precisión el volumen de la fuga de capitales producida en los primeros años de la
década del sesenta. El Instituto de Economía calculaba en U$S 300 millones la suma del capital
radicado en el exterior en el periodo 1962- 1967, y Carlos Quijano estimaba que sólo en el año 1965
alcanzaría a 50 millones de dólares; entre las
consecuencias de esti fuga de capitales hay que considerar el efecto regulador sobre el mercado
interno, ya que al limitar la sobreoferta de capital mantenía altos los intereses. Debemos tener
presente que el mercado financiero uruguayo está en relación con el tamaño del país. En este
ámbito reducido, sumas relativamente pequeñas pueden provocar cambios importantes en la
relación oferta-demanda; además esa pequeñez hace perder de vista otro hecho relevante para
comprender su funcionamiento: la relativa concentración de las operaciones bancarias en pocas
instituciones. Si bien es cierto que a mediados de 1964 había en funcionamiento decenas de casas
bancarias que sumaban centenares de dependencias, el 10% de ellas controlaban entre el 50 y el
60% del total de operaciones financieras. Este grado de concentración en un mercado relativamente
pequeño hacía posible que algunos pocos tuvieran mucha incidencia. Por esa razón es que, a pesar
de su tamaño, igualmente el mercado prometía jugosas ganancias; se explica que hubiera una fuerte
competencia entre instituciones bancarias para controlar los depósitos y así poder funcionar como
centros de decisión financiera. El entusiasmo llevó rápidamente a la espe-
culación y ésta terminó rompiendo todas las barreras impuestas por la prudencia, en un
descontrolado afán por aumentar las ganancias. El carácter inflacionario de la economía uruguaya
es un elemento a tener en cuenta para comprender el funcionamiento del sistema financiero en esta
época. Aunque la inflación ya no era una novedad, el marco legal todavía no se había adaptado a la
cambiante realidad de los precios en continuo ascenso; así es que el apego estricto a las normas
legales implicaba el riesgo de tener graves pérdidas de dinero. El sistema financiero recurrió a dos
arbitrios que permitían mejorar las ganancias y eludir la depreciación provocada por la inflación: uno
de ellos fue la comercialización de moneda extranjera, y el otro, el aumento de las tasas de interés.
Como ya vimos, la adquisición de moneda extranjera fue uno de los mecanismos utilizados para
cubrirse de las previsibles devaluaciones del peso uruguayo y así se transformó en una de las
actividades más importantes de los bancos privados: si tomamos la primera mitad de la década del
sesenta vemos que el volumen de créditos en moneda extranjera pasó de representar el 10% del
crédito total, hasta superar el 40%. Esta variación de la estructura del crédito tuvo una enorme
gravitación sobre el endeudamiento externo y limitó la incidencia del BROU en el control del
mercado' de cambios. Por su parte el aumento de las tasas de interés fue otra de las defensas
utilizadas por los inversionistas. El ritmo de la inflación había dejado muy atrás las modestas tasas
legalmente admitidas, ya que éstas no compensaban la depreciación real de la moneda nacional.
Por lo tanto, para captar los depósitos había que pagar intereses que superaban largamente los
topes legales y, correlativamente, era necesario exigir intereses que compensaran los gastos.
Entonces se volvió normal la contabilidad llevada en dos versiones, una para la Dirección General
Impositiva (con las tasas legales) y otra "real" con los montos efectivamente pagados. De esta forma
el dinero resultaba tan caro que solamente volcándolo a la intermediación o a la especulación (ya se
hiciera con mercaderías de importación, con moneda extranjera o con préstamos) podía compensar
su costo. Pero esta situación dejaba a los bancos un margen de seguridad muy reducido, y esto ya
había llevado a la quiebra a algunas instituciones bancarias en los años anteriores. Permanecía
fresca en la memoria la resonante quiebra del Banco Italiano a comienzos de la década; un "Banco
Industrial" dio quiebra antes de abrir sus puertas, y el año 1964 había ter-
-20— -21—
La clase obrera cristalizó el proyecto de una central única de trabajadores con la creación de la CNT
Poco después se convocó al "Congreso del Pueblo", que contó con una amplia y multifacética base
social.

La crisis económico financiera afectó también a los bancos: algunos quebraron y otros sufrieron
fuertes "corridas'. El malestar popular, expresado de diversas formas, determinó la aplicación de
"medidas prontas de seguridad" bastante prolongadas.
Llegó a darse retornar los cheques sobre el exterior, rechazados por el caso de un falta de pago:
para entonces la deuda exigible a cor- banco -el to plazo ya superaba el valor de un año de exporta-
«Banco ciones. Industrial"-, que quebró antes de abrir Si la situación externa era dificil, en lo interno
no estaba mejor: a fines de junio el gobierno se en- sus puertas. contró con que no tenía dinero
suficiente para pagar los sueldos a los funcionarios, lo que provocó tres días de paro general. Por
otro lado, la inflación había vuelto más baratas las monedas de 50 centésimos que las arandelas de
metal, por lo que aquellas fueron perforadas para cumplir esta función y desaparecieron rápidamente
de la circulación: fue necesario encargar con urgencia la impresión de billetes de $0,50 para cubrir
las necesidades de la plaza. Y éstas eran solamente las manifestaciones visibles de problemas que
parecían insolubles: la inflación descontrolada, la escasez de reservas, las demandas por atrasos, la
liquidación de los bancos quebrados. El gobierno, visiblemente sobrepasado por la Julio E. Suá-
situación, intentó recobrar el control: intervino el rez (JESS) Banco de la República y destituyó a dos
Directores desde la (Azzini y Hernández Wildner) que se negaron a re- revista nunciar;
paralelamente, cerró las importaciones en "Peloduro" y un intento por equilibrar la balanza de pagos.
Por su también de la parte el Subsecretario de Hacienda, Héctor Lorenzo contratapa del semanario
"Marcha" ilustró con Ríos, inició una política de consenso para implemen- tar medidas para enfrentar
la crisis, y a fines de junio logró los votos necesarios para crear el "Consejo humor y Nacional de
Acuerdo Social", organismo integrado agudeza los por representantes del gobierno, de las cámaras
em- aconteceres presariales y de los sindicatos: la representación de de la realidad, éstos estaría
desempeñada mayoritariamente por la
minado con la quiebra del Banco Regional, cuyos ecos todavía resonaban en el ambiente. La
situación hizo crisis a fines de abril de 1965. Por entonces trascendieron noticias de la posición
inestable en que se encontraba el Banco Trasatlántico, uno de los "grandes" de la plaza financiera
uruguaya. A pesar de toda la reserva del caso en los días siguientes se registró una "corrida" contra
el Trasatlántico lo que configuraba una situación muy grave no solamente para ese banco sino
también para el resto del sistema: en los otros bancos comenzaba a sentirse la presión de ahorristas
temerosos apurados por retirar sus depósitos, sin que la autoridad monetaria adoptara ninguna
medida. Finalmente fue una decisión de la Asociación de Bancarios la que cortó la corrida, al
decretar paro por tiempo indeterminado eh los bancos privados de todo el país y condicionar su
retomo al trabajo a la adopción de urgentes medidas legislativas: el mantenimiento de las fuentes de
trabajo, el control de la actividad bancaria y la protección de los ahorristas, la nacionalización de la
banca, etc. Mientras no se dictara una ley que regulara esos puntos, no reabrirían los bancos. Así
fue que el Parlamento aprobó con infrecuente celeridad un conjunto de leyes que regulaban la
actividad bancaria (prohibía la apertura de nuevos bancos y estimulaba las fusiones entre los
existentes), garantizaba los depósitos de los ahorristas y redistribuía a los empleados de los bancos
cerrados. Pero estas medidas, tardías e incompletas, no resolverían los problemas: si bien
contribuían a restablecer la confianza en la solidez de los bancos también limitaba el accionar a
pocas instituciones, con lo que se reforzaba la tendencia a la concentración financiera. Por otro lado
circulaba la versión de que la "crisis" del Trasatlántico era el resultado de choques entre grupos
económicos antagónicos, por lo que estas medidas vendrían a consolidar la victoria de uno de ellos
sobre los demás. Pero la crisis bancaria era sólo un aspecto de la crisis financiera de 1965, que tuvo
una continuación en las dificultades del Banco de la República. La retención de las exportaciones y
la fuga de capitales habían provocado atrasos en los pagos de la deuda externa, y según una
cláusula del convenio (aprobado por el Directorio en noviembre de 1963), si por falta de
disponibilidad de dólares se atrasaba en una sola de las cuotas, el Banco se comprometía a enviar
oro como pago. El atraso había ocurrido pero el Banco no se dio por enterado hasta que
comenzaron a
—22-- —23—
siUANLET ráBPII-g.°
presidida por el Ministro de Ganadería,
° , W. Ferreira Aldunate, e inte- grada por economistas de los dos partidos tradicionales ya que se
entendía que los compromisos que aceptara debían ser asumidos por arn- 1 V _ bos partidos. Todo
el esfuerzo no logró los resultados espera„,.,.1.9.• . . dos; aparentemente ya era tarde para iniciar
polfticas '7 .7.. ....4:..., ,..'. autónomas, y resultaba contradictoria la pretensión . • ;,',"?...:',.< .. de no
aceptar condicionamientos a la política econó-
:. ''''.... •!. ,'7;' mica mientras se solicitaban nuevos créditos y se in- tentaba refinanciar los antiguos.
Pronto se vio que los plazos se habían agotado y que los acreedores • -- . • --•-• extranjeros no
estaban dispuestos a esperar más.
Retorno a la política fondomonetarista
A pocos días del retomo de la misión refinanciadora se produjeron cambios en la conducción eco- ,'
nómica: sorpresivamente el ministro de Hacienda • Daniel Hugo Martins fue designado
Vicepresidente del Banco de la República, lo que motivó su renuncia a un cargo "al que nunca he
aspirado ni pedido”. Su retiro tuvo algunos vaivenes, pero finalmente se concretó junto con el de su
subsecretario H. Lorenzo Ríos, el principal impulsor de la política de acuerdo social. La designación
del nuevo ministro, el diputa- ";11 ,'~15.!. do Dardo Ortiz, vino a significar un giro importante en la
orientación económica. Aparentemente el gobierno estaba interesado en .115,091 .ew_; " mostrar
que tenía el control de la situación: a fines
.
de setiembre decretó medidas de seguridad (acom- pañadas por fuertes medidas represivas y la
deten- ción de varios dirigentes sindicales) y aprovechó su recién creada CNT. Pocas semanas
después, y a los vigencia de más de un mes para anunciar la implan- efectos de negociar la
refinanciación de las deudas tación de una nueva orientación económica, el lla- con los acreedores
extranjeros, se envió una misión mado "Plan Ortiz". Se constituyó un "Comando
interministerial de lucha contra el agio y la especulación", que eliminaba todo control de la minoría en
el manejo de la economía y de hecho dejaba sin efecto la "Comisión de acuerdo social". Se aprobó
la devaluación del peso, una de las mayores de su historia: de $ 24 a $59,90, acompañada de otras
medidas para acelerar e incrementar las exportaciones; así se decretó por primera vez la "veda" de
la venta de carne al público como recurso para aumentar el saldo exportable. Las medidas
significaban un respiro para el gobierno que recuperaba así una masa de dólares que circulaba en el
mercado, y esto le permitía obtener dinero para hacer frente a sus compromisos y pagar
puntualmente los sueldos a los funcionarios. La proximidad de las elecciones obligaba a presentar
una imagen más ordenada del manejo gubernamental, a la vez que las esperadas refinanciaciones
sólo podían realizarse si se le daban garantías suficientes a los acreedores internacionales. A fines
del año se envió una nueva misión al exterior, esta vez presidida por el propio titular de Hacienda, y
también fue acompañada por un decreto de medidas de seguridad. Si bien el propósito del gobierno
resultó exitoso en el corto plazo y durante buena parte del año siguiente, que era año de elecciones,
la economía pareció controlada, en setiembre (a dos meses de las elecciones) fue necesario recurrir
nuevamente a la devaluación del peso; pocas semanas faltaron para que el gobierno lograra el
objetivo de presentarse al electorado con el argumento de una moneda "estabilizada". Pero más allá
de los cálculos electorales, el estilo de conducción adoptado representó un cambio importante en las
relaciones entre el gobierno y los gobernados: si los negociadores pudieron presentarse con mejores
posibilidades ante los acreedores, en cambio la población vio caer sobre sus espaldas el peso de
una inflación incrementada, acompañada por fuertes medidas represivas. El gobierno comenzó a
demostrar con toda claridad que le interesaba más la imagen externa que el respeto de las normas
de convivencia internas, una estrategia que tendría continuadores en el futuro.
La aparición de nuevos actores
El protagonismo de los sindicatos
La actuación del segundo colegiado blanco estuvo marcado por una continua agitación social, más
acentuada aun que en el primer período nacionalista.
Esto se explica por la profundización de la crisis, pero también por la inoperancia del nuevo elenco
gobernante que agravaba con su inacción los problemas económicos que ya se hacían evidentes.
En este período puede percibirse un cambio importante en la actividad sindical, ya que no solamente
se realizan movilizaciones para reclamar contra el cierre de fuentes de trabajo o por aumentos
salariales, sino que el movimiento sindical en su conjunto concreta su unidad y además comienza a
formular propuestas de política económica general, una novedad en cuanto a lo que era habitual en
las prácticas sindicales.
A) La formación de la CNT
El proceso que había comenzado a concretarse en 1960 con la formación de la CTU, continuó en los
años siguientes, estimulado por la crisis. Es importante recordar que la central creada en 1960 no
era un punto de llegada sino una etapa en el proceso de unificación: por sus estatutos y por su
funcionamiento, la CTU no actuó como sus antecesoras sino que buscó coordinar su accionar con
todos los gremios, incluso con aquellos que no estaban afiliados. A éstos los invitó a participar con
voz y voto en su primer congreso ordinario, realizado en 1963. Estas instancias abrieron el camino
para la formación de una Central que reuniera a todos los gremios que actuaban en el país,
independientemente de su afiliación o no a la CTU. Así se convocó, para fines de setiembre de
1964, a la reunión de una Convención Nacional de Trabajadores que congregaría a la mayoría de
los gremios activos. En esta reunión se decidió la permanencia de la "Convención Nacional de
Trabajadores propiamente dicha, o Plenario Nacional de la Convención" como dice el primer punto
de la resolución. Se trataba de una instancia coordinadora compuesta de varios organismos
representativos, que mantenía el mismo nombre que ja asamblea en la que se había originado.
Igualmente se aprobó una Plataforma y un Programa de Soluciones que orientaban la lucha sindical
en tomo a objetivos concretos. La memoria del movimiento sindical registra la aprobación de una
moción que establecía que, en caso de golpe de Estado, los obreros ocuparían inmediatamente los
lugares de trabajo. Sin embargo resulta muy difícil encontrar alguna referencia a una decisión de ese
tipo, que no aparece en las resoluciones de 1964 ni en los estatutos aprobados de 1966. Puesto a
repasar los antecedentes, Héctor Rodríguez recuerda que "El -movimiento sindical adoptó un estado
de alerta frente a este tema y se afirmó en la conciencia de los trabajadores en el correr de ese año
1964, la idea de que los trabajadores como tales y los sindicatos como tales podían hacer algo
contra un golpe de estado: y era declarar la huelga general con ocupación de los lugares de
trabajo:'. Aunque no hubiera una resolución expresa, la rapidez con la que reaccionaron los
sindicatos cuando el golpe de junio de 1973 muestra que efectivamente el tema se había "afirmado
en la conciencia de los trabajadores" 5
Aunque todavía no se había concretado la aspiración de formar una central sindical, se estaban
dando pasos importantes para desarmar las desconfianzas y prevenciones de los diferentes
sindicatos. Así, por ejemplo, la resolución sobre la integración y el funcionamiento de los organismos
centrales fue redactada por Gerardo Gatti, militante anarquista que representaba al Sindicato de
Artes Gráficas (un gremio que no pertenecía a la CTU), y que fue aprobada por todos los asistentes
(donde predominaban representantes comunistas y socialistas). Comenzaba la prueba de la
convivencia entre orientaciones sindi-
Rodríguez, Héctor: Unidad sindical y huelga general, pág. 45.
cales que hasta ese momento habían sido antagónicas. Sin duda, la cautelosa integración a la CNT
de las diferentes orientaciones sindicales era resultado de las experiencias de los años anteriores,
centradas principalmente en el mantenimiento del salario y en la defensa de las libertades sindicales.
Aunque esta orientación podía ser calificada de "economicista" en el debate sindical de los años
sesenta, en cambio ostentaba una fuerte dosis de pragmatismo: significaba aceptar la realidad de
las bases, que en lineas generales rechazaban los objetivos trascendentes que proponían el cambio
global de la sociedad . (un proyecto que se entendía más adaptado a las características de un
partido político) y acompañaba aquellas propuestas que respondían a necesidades más inmediatas.
Sin embargo, esto no quiere decir que el movimiento sindical debiera limitarse a esas
reivindicaciones; por el contrario, uno de las principales características que la CNT mostró desde sus
comienzos fue la preocupación por enfocar los problemas de los diferentes sindicatos en la
perspectiva de la situación global, insistiendo en la necesidad de plantear soluciones generales para
los trabajadores que involucraban medidas de política económica. Los "planes
Mientras crecía la movilización sindical, un sector nuevo comenzaba a plantear sus reivindicaciones:
los cañeros de Artigas lograron poner nerviosos a los sectores ultraconservadores pese a la
modestia y la racionalidad de sus peticiones originales.
de soluciones" elaborados por la CNT tenían que brindar el marco donde debían inscribirse las
movilizaciones concretas impulsadas por los diferentes gremios. La existencia de una coordinación
centralizada unificó las demandas de los asalariados, brindándoles mayor visibilidad y eficacia. A
comienzos de abril de 1965 se realizó el primer paro general convocado por la CNT, que tuvo una
extensión inédita y fue una muestra de la creciente capacidad de presión que adquirían los
sindicatos. Pronto esta demostración fue acompañada por otras acciones que llevarían la alarma a
los sectores conservadores. Esta etapa de transición hacia la unificación del movimiento sindical
culminó en setiembre-octubre de 1966 cuando la CNT aprobó sus estatutos y se transformó
(manteniendo el mismo nombre) en la
central única tan buscada por el movimiento obrero. La madurez y la experiencia alcanzadas por los
sindicatos y el interés por concretar la organización, permitieron la aprobación de los estatutos de la
central precisamente cuando comenzaba la campaña electoral (es decir, cuando las opciones
políticas pasan al primer plano) y en un momento en que los sindicatos se encontraban divididos en
tomo al tema de la reforma constitucional: seis sindicatos de los más fuertes apoyaban un proyecto
de reforma, actitud que era cuestionada desde otros gremios. Sin embargo, la central formada en
ese complicado contexto demostraría ser muy sólida y persistiría en situaciones muy difíciles para el
movimiento sindical.
B) El "Congreso del Pueblo"
Una de las primeras decisiones de la Convención reunida en 1964 fue la convocatoria de un
"Congreso del Pueblo" en donde tuvieran representación todos los trabajadores y agrupaciones de
los sectores populares. La intención era ampliar la base de apoyo de las propuestas de los
sindicatos ampliándolas con las demandas de otros grupos sociales, y construir un gran movimiento
extrapartidario que estructurara esas demandas en el contexto de un "plan de soluciones
nacionales" coordinado entre todos los sectores. El "Congreso" se reunió en agosto de 1965 y contó
con la presencia de delegados de varios centenares de organizaciones, desde iglesias hasta comités
barriales, incluyendo a la CTU, las asociaciones de pasivos, de cooperativistas, etc. Luego de varios
días de sesiones, el Congreso aprobó un "Plan de soluciones a la crisis" y creó un organismo
permanente, la "Asamblea Representativa Nacional" La reunión del "Congreso del Pueblo" fue en su
momento un factor importante de movilización social, que despertó alarma entre los sectores más
conservadores y también generó expectativas entre la izquierda, en parte porque el proyecto general
del Congreso parecía coincidir más con los cometidos de un movimiento político que con la acción
sindical. Los organizadores del Congreso se preocuparon por contrarrestar la idea de que se trataba
de organizar la acción de un "poder sindical": uno de los organizadores argumentó que el Congreso
"no se opone al orden estatuido sino que es una forma de petición organizada de todos los sectores
a quienes tienen el Poder: cuando proponga al Gobierno sus soluciones, éste tendrá que
escucharlas".
Sin embargo, la organización generó reacciones que se manifestaron en acusaciones de algunos
diarios que insistieron en que la Embajada Soviética había proporcionado la financiación para
realizar el Congreso (una acusación en la que también involucraban al Municipio colorado de
Montevideo que había facilitado el alojamiento a las delegaciones del interior). Pero lo que
preocupaba era el grado de adhesión que las propuestas del Congreso podían generar entre las
asociaciones participantes, que representaban una proporción importante del electorado. Si este
compromiso se mantenía durante el año electoral, los partidos políticos deberían adoptarlo o
enfrentarlo, una disyuntiva que incomodaba en cualquiera de sus dos términos. Esto también era un
problema para los impulsores del Congreso y se manifestaba en posiciones contrapuestas entre los
mismos dirigentes: por un lado estaba aquellos que consideraban que el "Congreso [.1 debía
mantenerse como un movimiento social que actuara al margen de los partidos políticos" (éstos eran
las únicas organizaciones importantes que no habían sido invitadas a participar); de esta forma se
mantenía como una organización "de todo el pueblo" sin exclusiones. Por otro lado, algunos
consideraban que esta era la primera etapa para la estructuración de un partido político que
impulsara y profundizara las reivindicaciones populares. Cierto que esta posibilidad contribuiría a
facilitar la continuidad del movimiento, pero fatalmente restringiría las adhesiones. Esta sería una
dificultad que se revelaría insuperable para el "Congreso...": la "Asamblea Representativa Nacional",
organismo creado para coordinar la aplicación del "Plan de lucha", se reunió en tres oportunidades
(la última en julio de 1966) y luego dejó de reunirse, lo que determinó la paralización y
desintegración del movimiento. Las resoluciones del "Congreso del Pueblo", en particular el "Plan de
soluciones a la crisis", se transformaron en una bandera de todos los grupos de izquierda y sirvieron
posteriormente como base para la elaboración del "Programa" del Frente Amplio. Pero los
organismos creados en el "Congreso..." se desactivaron antes de las elecciones de 1966 y ya no
volverían a funcionar. Parece probable que el Congreso del Pueblo, al igual que la CNT, se vieran
bloqueados por los mismos factores que hacían posible su existencia, ya que si por un lado la
amplitud social de su integración los transformaba en agentes sociales relevantes, por otro lado esa
misma amplitud introducía en el conjunto una gran heterogeneidad que dificultaba la organización de
movilizaciones eficaces para imponer
el "Plan de soluciones" que habían adoptado; tampoco la CNT pudo revertir la política económica
impulsada por el gobierno, pese a que mantuvo actuación continuada hasta el golpe de Estado. Los
diferentes gremios que integraban la Central, imposibilitados de coordinar sus acciones por la
diversidad de situaciones, terminaron reivindicando sus propias demandas y realizando acciones por
su cuenta, respaldados por "paros solidarios" del conjunto de los sindicatos cuando los conflictos se
volvían muy visibles o cuando se combinaban en una fuerte conflictividad social. En este contexto,
algunos gremios como los funcionarios del Estado y de los entes autónomos coordinaban fácilmente
sus acciones porque se encontraban en situaciones similares (la misma política gubernamental, la
presión de plazos constitucionales, etc.), mientras otros gremios como AEBU o el transporte urbano
tenían capacidad suficiente para transformar una paralización sectorial en un paro general. La
expectativa de coordinar de manera efectiva una diversidad social tan amplia, aun en un contexto de
crisis, se reveló una tarea casi imposible para los movimientos sociales.
C) La movilización social
La unificación del movimiento sindical, que lo consolidó como actor de importancia en el escenario
social, estuvo acompañada por un persistente protagonismo a lo largo del período. Las demandas
de los sindicatos y sus movilizaciones ocuparon un lugar importante en ese complejo período, y por
momentos asumieron preponderancia frente a la pasividad del Ejecutivo. Progresivamente, ante la
ausencia de iniciativas de los poderes públicos, los sindicatos fueron estructurando propuestas que
ocupaban el centro del escenario y que estaban acompañadas por formas de movilización poco
frecuentes. La llegada en 1964 de los cañeros desde los ingenios azucareros de Artigas hasta
Montevideo, organizados sindicalmente por Raúl Sendic, provocó un impacto múltiple: para la
población de la capital representó el primer contacto con una realidad rural hasta entonces
desconocida o voluntariamente ignorada, y para muchos (a la izquierda y a la derecha) resultaban la
materialización del paradigma del "campesino revolucionario" presente en otros países de América
pero hasta entonces ausente en Uruguay. Sin embargo, si se atiende a la modestia de sus reclamos
originales, este modelo no parece ajustarse demasiado a la realidad: los cañeros reclamaban la
expropiación de una gran estancia del norte en el marco de la aplicación de la ley de colonización
vigente desde 1948.
Las movilizaciones de los cañeros fueron en progresión creciente: en 1964 se retiraron con la
promesa de que sus demandas serían satisfechas; en 1966 retomaron a reclamar su cumplimiento y
por entonces tres de los integrantes del grupo fueron detenidos, acusados de asaltar un banco. Los
acusados no negaron su responsabilidad, y se justificaron alegando la necesidad de satisfacer el
hambre y las necesidades de las familias acampadas: parecía el comienzo de la "acción directa"
como forma de resolver urgencias que las autoridades no alcanzaban a satisfacer. Las acciones de
UTAA, su sindicato, no eran las únicas iniciativas obreras que, en casos considerados de extrema
urgencia, ponían al poder público ante situaciones de hecho: a fines de diciembre de 1965, los
empleados del transporte colectivo decidieron transladar a los pasajeros sin cobrarles boleto como
forma de protesta por el retraso en el pago de sus sueldos; las patronales reaccionaron disponiendo
el inmediato retiro de las unidades en circulación, antes de que el gobierno tomara ninguna
resolución. Pero tal vez el ejemplo más significativo de iniciativa sindical sea la asamblea de AEBU
(bancarios) en abril de 1965, que decidió parar (y cerrar así los bancos privados) hasta que el
Legislativo adoptara un conjunto de medidas para detener la crisis bancaria que ya se
desencadenaba. En este caso fue la huelga bancaria la que detuvo la corrida y permitió que el
legislativo instrumentara las medidas de salvataje para los bancos y los ahorristas, las que en poco
se alejaron de las propuestas del sindicato: garantía de los ahorros, preservación de las fuentes de
trabajo, etc., si bien no aceptaron otros reclamos como la nacionalización de la banca. Aunque era
innegable la oportunidad y el buen sentido de la decisión de detener las actividades (el Presidente
del BROU calificó de "actitud patriótica" la decisión de huelga, un reconocimiento infrecuente en
cualquier gobernante), la situación preocupó mucho al gobierno porque dejaba en evidencia
(especialmente ante los acreedores extranjeros) el grado de debilidad del Ejecutivo. Si hasta ese
momento las relaciones entre los gobernantes y los sindicatos no habían sido muy fluidas, a partir de
entonces se parecieron mucho a un combate estimulado desde la prensa y azuzado por
declaraciones de algunos ministros y consejeros. Tomó mucha fuerza desde entonces la denuncia
del "poder sindical", presentado como un peligro para la estabilidad institucional y como justificativo
para la represión. Es cierto que las demandas sindicales se incrementaron durante el período, y muy
especialmente en 1965 cuando se combinaron por un lado la
También los estudiantes manifestaron sus reclamos.
crisis bancaria y la cesación de pagos del BROU con la falta de dinero de la administración central
(que obligó algunas veces a postergar por varios días el pago de los sueldos a los funcionarios
públicos), y cuando además en un contexto de fuerte inflación se acercaba el límite de los plazos
constitucionales para decretar aumentos de salarios a los funcionarios públicos. De acuerdo a la
Constitución éstos no podían aprobarse en el año previo a las elecciones, un plazo que vencía en
los últimos meses de 1965; por lo tanto la movilización de funcionarios fue aumentando de
intensidad a medida que se acercaba la fecha constitucional. Limitado por las exigencias de los
acreedores internacionales que reclamaban el pago de la deuda, y por las condiciones impuestas
por el FMI que establecían limites máximos para los aumentos de salarios, y presionado por otro
lado por las demandas de los asalariados que habían visto disminuir su ingreso real como
consecuencia de la inflación que superaba el 80%, el gobierno optó por cortar por lo más delgado,
reprimiendo a los sindicatos. La asimetría para evaluar las diferentes demandas sociales es
reveladora del perfil conservador del gobierno: cuando los productores de lana retenían la zafra (y el
gobierno se apresuraba a concederles sus reclamos monetarios), no aparecía ningún ministro,
consejero o legislador del gobierno que denunciara
—.28— —29—
el "poder lanero" como un factor de desestabilización; en cambio, cuando, como resultado de esas
demandas se realizaban devaluaciones monetarias que repercutían en el aumento de los precios,
eran los reclamos de los asalariados los denunciados como ilegítimos. Durante el año 1965 se
implantaron medidas de seguridad en dos oportunidades, y en los dos casos el pretexto fue la
conflictividad sindical, las que fueron acompañadas de una represión muy fuerte sobre los
sindicatos: en octubre se denunciaron detenciones arbitrarias y torturas policiales contra varios
militantes sindicales; en diciembre, cuando se reimplantaron las medidas, fueron temporalmente
clausurados dos diarios de izquierda y una radio y se informó la detención de más de 500 personas:
el Ministerio del Interior emitió un comunicado donde se informaba los lugares dónde los familiares
podían llevar paquetes con "ropa blanca y artículos de higiene" a los detenidos. Se informó que la
policía había comenzado las detenciones de dirigentes sindicales antes de la firma del decreto, y el
propio Ministro del Interior hizo correr la versión de que algunos dirigentes de la CNT se habían
refugiado en la Embajada de la URSS para escapar a la persecución policial. Aunque este dato fue
fácilmente desmentido y terminó con la renuncia del ministro y de otros jerarcas, no fue la primera
vez que se intentó vincular la acción sindical con las intervenciones de "agentes extranjeros".
Los movimientos en el ejército
Si bien es cierto que la actitud del ejército uruguayo en el período no tuvo las características de otros
países de la región (recordemos que en abril de 1964 se produjo el golpe militar en Brasil, y que el
ejército argentino culminó varios años de "inquietud" cuando en julio de 1966 derrocó a Arturo Illia),
la institución militar no dejó de sentir los efectos de las modificaciones del escenario regional. Más
aun si se tiene presente que las relaciones entre los ejércitos se habían hecho más estrechas desde
los acuerdos militares con Estados Unidos, y más todavía desde la realización de las maniobras
"Unitas" iniciadas a fines de los años cincuenta. La presencia de la revolución cubana y el
surgimiento de focos guerrilleros en países sudamericanos había reforzado las tendencias más
conservadoras dentro de los ejércitos, un proceso al que no se vio ajeno el ejército uruguayo. Sin
embargo, la tradición política de las Fuerzas Armadas había configurado una forma de participación
menos protagónica: si bien es cierto que el ejér-
cito nunca fue ajeno a la política y que (por acción u omisión) tuvo intervención en todas las crisis del
siglo, es importante señalar que no aparece como un agente en esos procesos. Por el contrario, es
en otras situaciones donde las Fuerzas Armadas tomaron visibilidad, y siempre subordinadas al
poder político: tal el caso de sus tareas de vigilancia en caso de huelgas (como ocurrió con la huelga
de UTE en 1963) o de ayuda social como ocurrió durante las inundaciones de 1959; y aun
corresponde señalar que no siempre intervenían de buena gana en "tareas policiales" como las del
primer caso. Esta situación comienza a cambiar ya desde el primer colegiado blanco. El mismo día
de la asunción del mando, el 1° de marzo de 1959, se produjo un incidente a consecuencia del cual
el jefe del Ejército fue destituido en pleno desfile. C. M. Gutiérrez lo calificó de "confuso y ambiguo
episodio" y lo relata así: "Al comenzar el desfile militar, con los nuevos gobernantes en los balcones
de la Casa de Gobierno, el Inspector General de Ejército quiebra la tradición y envía los tanques
adelante, en la formación de la caballería motorizada. Desde los balcones de la Casa, los periodistas
advierten que los camiones llevan cajas de proyectiles, y alguien trae la noticia de que los tanques
llevan colocadaç cintas de municiones en su artillamiento ligero. Pálido y exhausto, el nuevo
Presidente del Consejo, Martín Echegoyen, se retira del balcón; el Inspector General del Ejército es
llamado a su presencia, en una salita interior Allí, mientras las fuerzas siguen desfilando, se le quita
el mando y en el acto se nombra un nuevo jefe". Y resume así la situación: "por un angustioso lapso,
las instituciones del país han estado en manos de un general ofuscado y un hombre anciano,
valeroso y fatigado ".7
No debe llamar la atención las malas relaciones entre el ejército (históricamente vinculado al partido
colorado) y el gobierno blanco; pero aparentemente este incidente (y el posterior esfuerzo de
"blanqueo" de los mandos) no tuvo consecuencias inmediatas: las Fuerzas Armadas se mantuvieron
al margen de problemas políticos a pesar de algunos sorprendentes llamados a la acción formulados
por consejeros ruralistas. El oficial que se mostraba más dinámico era el Cnel. Mario O. Aguerrondo,
que tuviera un polémico desempeño de la Jefatura de Policía de Montevideo: su política de mano
dura con los delincuentes hacía un contraste demasiado chocante con
'Gutiérrez, Carlos María: En la Sierra Maestra y otros reportajes, pág. 101.
la impunidad con que operaban los grupos de tendencia fascista. El segundo colegiado blanco
mantuvo una política más cautelosa con los militares: Aguerrondo fue ascendido a General y si bien
se lo trasladó a cumplir funciones administrativas en el Estado Mayor, se mantuvo en la Policía casi
todo el elenco de militares que lo había acompañado. En líneas generales los integrantes del
gobierno se abstuvieron de incidir en la interna militar, pero esa prudencia comenzó a
resquebrajarse ante los embates de la crisis económica: en este período comenzaron a invertirse los
papeles y fueron los militares los que comenzaron a realizar discretos "planteos" que comenzaron
con una propuesta de limitación de sueldos de los gobernantes y que llegaron, según los rumores de
la época, a imponer como Ministro de Defensa al general Moratorio, de lejanos y confusos
antecedentes golpistas. En plena crisis financiera, circuló un rumor que atribuía al ministro Ferreira
Aldunate la siguiente frase: "La alternativa es clara: o la moratoria general, o el general Moratorio".
Precisamente en los últimos años del período, los rumores de golpe de Estado comenzaron a
circular con mayor frecuencia y alcanzaron a las páginas de la prensa; en 1965 el consejero
Vasconcellos dio a publicidad una plan golpista que se había frustrado por casualidad el año
anterior; hasta el semanario "Marcha", siempre tan discreto con respecto a ese tema (el Dr. Quijano
opinaba que "no había que invocar a los fantasmas") comenzó a publicar noticias sobre esos
rumores que llegaron a ocupar el titular de portada: la edición del 12 de diciembre de 1965
presentaba el título del editorial: "Montar en la sombra la máquina de la dictadura" y en la última
página aparecía un artículo titulado: "Ultimo momento: ¿la antesala del golpe?". La situación había
superado el mero alarmismo para alcanzar un inquietante grado de certidumbre, reforzado por las
vinculaciones de algunos militares con generales golpistas de países vecinos. Sin embargo, esta
novedosa situación provocó tensiones dentro del ejército y reforzó antagonismos internos. Como
señala Selva López, todavía "la reacción interna de las Fuerzas Armadas fue la que abortó las
intentonas; a la cabeza del antigolpe estuvieron un núcleo de militares legalistas y civilistas"8 . No
todos coincidían en la "urgencia" por enfrentar al comunismo y todavía tenía mucha fuerza
López, Selva: Estado y Fuerzas Armadas en el Uruguay del s. XX, pág. 138.
aquella visión tradicional que consideraba a las Fuerzas Armadas como la garantía de la soberanía
nacional frente a la amenaza de los países vecinos. Estas divergencias surgieron a la luz en
setiembre de 1965 cuando un grupo de coroneles envió una nota al jefe del Ejército criticando la
invitación del ministro Moratorio al general brasileño Justino Alvez Bastos, que había tenido
participación relevante en el golpe de abril del año anterior. Aunque los firmantes de la nota eran
conscientes de cometer un delito militar, igualmente asumieron los riesgos con la intención de hacer
público el hecho y a la vez para marcar las diferencias internas. Esa aparición ocasional de
diferencias dentro de las Fuerzas Armadas se transformó en habitual en 1966, en buena medida
estimuladas por las actitudes políticas del Presidente del Consejo Alberto Heber, que designó al
Gral. Aguerrondo como Comandante de la Región Militar N° 1 (el cargo más importante con mando
directo de tropas); éste no demoró en reorganizar la escala de mandos colocando hombres de su
confianza. La presencia de un oficial de los antecedentes de Aguerrondo en la Región Militar con
sede en la capital y que incluye unidades tácticas de gran importancia, resultaba un dato inquietante
en un año tan complejo. Pero la actitud de Heber no era solamente la de favorecer a sus amigos
sino también la de desairar a sus adversarios: en un episodio que tuvo gran resonancia, se negó
públicamente a dar la mano a los generales Liber Seregni y Santiago Pomoli (jefes de la Región
Militar N°2 y de la Escuela Militar, respectivamente), identificados como los principales opositores a
Aguerrondo dentro de filas: el episodio provocó la reacción de todo el Ejército y Heber se vio
obligado a disculparse públicamente con los ofendidos. Si bien el episodio parece poco relevante,
tenía una significación muy grande en el contexto en que se desarrolló ya que arrojaba luz sobre las
divergencias internas del Ejército, permitía que el público identificara a los líderes aparentes de los
grupos en pugna y, lo que parecía peor, motivó una reacción corporativa de los mandos que puso al
poder civil en una situación embarazosa. Para todos fue evidente desde entonces que en el Ejército
se estaba desarrollando una fuerte lucha de poderes donde trataba de incidir el poder político, y la
prueba decisiva se produciría, muy probablemente, cerca de la fecha de las elecciones.
La crisis de los liderazgos partidarios
El panorama político en estos años resulta particularmente complejo, si tenemos presente la presión
de la crisis económica que influía persistentemente y
—30—
Daniel Fernández Crespo (foto), Luis Baffle Berres y Benito Nardone fallecieron en 1964,
desapariciones que agravaron la falta de liderazgos y de disciplina interna en los partidos políticos. A
ello concurrió, además, el eclipse de algunas figuras como Eduardo Víctor Haedo.
las muestras de incapacidad del gobierno para enfrentarla. En parte se ratificaba la persistente
afirmación del Dr. Quijano, "no hay gobierno porque no hay partidos", pero también ocurría que los
sectores políticos se encontraban fuertemente estructurados en tomo a las figuras de los caudillos, y
éstos se veían superados por la magnitud y las características de una crisis diferente de todas las
que había tenido que enfrentar el país: hasta entonces, el repertorio de medidas gubernamentales
para una crisis consistía esencialmente en arbitrios más o menos circunstanciales que amortiguaban
su impacto hasta que la coyuntura internacional favorecía la recuperación; en cambio, ahora el
Uruguay estaba en crisis mientras se vivía la "edad de oro del capitalismo", una época de persistente
crecimiento que arrancó desde el final de la guerra mundial, y de la que el Uruguay quedaba al
margen. Las únicas soluciones posibles parecían pasar por una reestructuración de todo el aparato
econó-
mico, una medida demasiado fuerte para ser implantada por un gobierno democrático. Por lo tanto,
cualquier intento de atacar la crisis afectaba intereses de grupos sociales que no podían ser -
desoídos, y esto resultaba particularmente grave para partidos "policlasistas" formados a partir de la
creación del electorado resultante de la mediación de caudillos locales. El ajustado resultado
electoral de 1962 trajo un reparto casi equivalente de legisladores para cada uno de los grandes
partidos, lo que se expresaba en un manejo muy difícil de las mayorías parlamentarias: las
disidencias intrapartidarias –especialmente en el partido gobernante– se doblegaban mediante la
concesión de mayores ventajas para el disidente, un resultado que no alentaba a la disciplina
interna. Esta situación se agravó particularmente por la muerte de los principales dirigentes de los
sectores electoralmente más fuertes, una experiencia que ya había vivido el herrerismo a partir del
comienzo del primer gobierno blanco y que se extendió a otros sectores en 1964 cuando –con pocos
meses de diferencia– se produjo la muerte de Benito Nardone, de Luis Baffle Berres y de Daniel
Fernández Crespo. Tanto si era el resultado de una larga enfermedad (en buena medida
incapacitante desde tiempo antes) o si era un acontecimento sorpresivo como ocurrió en el caso de
Luis Baffle, la ausencia del líder del sector representaba la desaparición del principal elemento de
cohesión de conglomerados muy inorgánicos. Desde la desaparición del "líder máximo", el caudillo
local era el dueño de los votos y tenía las manos libres para realizar acuerdos electorales con otros
sectores de su mismo partido; así se explica la reorganización sufrida por los sectores políticos en
este período, que marcaron el surgimiento de nuevos liderazgos y el eclipse definitivo de figuras de
larga actuación, como fue el caso de Eduardo V. Haedo. El resultado más inmediato de la
desaparición de los liderazgos fue la sensación de vacío de poder que transmitían los órganos
gubernamentales, lo que redundó en el desprestigio de las instituciones políticas: el Parlamento era
inoperante y sólo parecía preocupado por salvaguardar los privilegios de los propios legisladores y
sus allegados: en épocas de graves dificultades económicas, el Senado aprobó su presupuesto
incorporando gran cantidad de "secretarios" y los legisladores se aprobaron un régimen especial de
jubilaciones, conocido como "el 383" por el número del artículo de la Ley de Presupuesto, que les
aseguraba la percepción de ingresos por jubilación equivalentes al sueldo en actividad. El Colegiado,
órgano ejecutivo por naturaleza, se encontraba paralizado por la división del Partido Nacional, ya
que allí se enfrentaba la "mayoría de la mayoría" compuesta por los cuatro consejeros de la UBD,
con "la minoría de la mayoría" integrada por los dos consejeros herreristas Alberto Heber y Alejandro
Zorrilla de San Martín, ingresado luego del fallecimiento del Ing. Giaruiattasio. La imposibilidad de
funcionar como un solo bloque obligaba a los consejeros blancos a recurrir al apoyo de la minoría
colorada –generalmente con el voto del Gral. Gestidoo a buscar arbitrios no del todo legales como
las "reuniones de mayoría" o la creación del "Comando Interministerial", inventado durante las
medidas de seguridad de octubre de 1965 para enfrentar la crisis y eludir el bloqueo de la minoría de
su propio partido. Esta situación de parálisis explica la aparición de protagonismos como el de
algunos consejeros (al año 1965 se lo presentó propagandísticamente como el "año Beltrán" porque
éste ocupó la Presidencia del Consejo, mientras que al año siguiente se propagandeaba a "Heber
Presidente" por las mismas razones). Más notoria fue la influencia que tuvieron algunos ministros
como Wilson Ferreira Aldunate (calificado polémicamente como el "primer ministro" por su incidencia
en la política general del Ejecutivo), o Dardo Ortiz, que impulsó vigorosamente un ajuste
conservador a fines de 1965; en plena crisis de ese año el Subsecretario de Hacienda Héctor
Lorenzo Ríos había tenido más visibilidad que el propio ministro Daniel H. Martins como impulsor de
medidas para enfrentar el derrumbe económico. Como resultado de esta situación, la "clase política"
acentuó el deterioro de su prestigio en un momento en el que aparecía como más necesario su
reforzamiento y su protagonismo. La ausencia de liderazgos y el desprestigio del conjunto dejaba en
evidencia el "vacío político" del gobierno en la medida que no existía ningún mecanismo visible de
renovación; en muchos casos el protagonismo de algunas figuras del gobierno duraba lo mismo que
su pasaje por algún cargo ministerial. Los intentos de renovación debían esperar aquellas instancias
privilegiadas que son las convocatorias electorales, y confiar en el apoyo electoral para fundamentar
sus pretensiones; así ocurrió en 1962 con Zelmar Michelini (cuando su flamante "Movimiento por el
gobierno del pueblo" tuvo una votación sorprendentemente alta), o con el caso del Gral. Gestido, que
debutó electoralmente encabezando una lista de titulares al Poder Ejecutivo. Pero esta estrategia
electoral era un arma de doble filo si atendemos al grado de volatilidad que ya había adquirido el
electorado en los sesenta: un buen resultado electoral no garantizaba la lealtad de los votantes; por
el contrario estos estaban dispuestos a retirarle a sus votados la confianza en la elección siguiente:
las elecciones del período 1958-1971 muestra varios ejemplos de esta variabilidad electoral. A pesar
de todo, la desaparición de los líderes políticos determinaba que la competencia electoral de 1966
tuviera un grado de complejidad extra, ya que sería a la vez un proceso para adjudicar el control del
gobierno y también para dirimir los liderazgos en los sectores.
La reforma constitucional
A este escenario tan complejo se le agregaría un nuevo elemento: la iniciativa de reformar la
constitución. Esto no era una novedad; por el contrario, en todas las elecciones se había plebiscitado
algún proyecto de reforma que generalmente resultaba recha-
—32— -33—
Cierto es que la defensa del colegiado no había sido nunca una bandera importante para los
hombres de la lista 15; pero a los dirigentes de más peso les parecía poco hábil levantar el tema de
la reforma cuando el nacionalismo estaba en el gobierno ya que les daba argumentos para justificar
su inoperancia; por eso cuando a mediados de 1965 el Dr. Baffle puso el tema en el debate,
inmediatamente se produjo una conmoción en el sector: Vasconcellos se opuso abiertamente y las
principales figuras tomaron distancia de la iniciativa. Jorge Batl le aprovechó para vincular el tema
con las próximas elecciones internas del sector que se transformaron de hecho en un plebiscito a
favor o en contra de la reforma constitucional. Para eso utilizó su control de los principales
mecanismos de propaganda del sector: el diario "Acción" y la radio "Ariel", de los cuales excluyó
implacablemente a todos sus adversarios y los transformó en los principales portavoces de la
prédica reformista; obtuvo el apoyo del consejero Abdala y trabajó para conseguir la adhe-
zado; en este período de gobierno había sido un tema recurrente entre los dirigentes nacionalistas
que de esa forma podían explicar las fallas del gobierno invocando los defectos constitucionales.
Pero más allá de estrategias políticas, en esta oportunidad el movimiento comenzó a tomar
credibilidad como resultado de la falta de actividad del segundo colegiado blanco, luego tomó
impulso por la acción de algunos dirigentes interesados en utilizarlo como bandera para dirimir
diferencias internas y terminó escapando al control de sus promotores, con la aparición de cuatro
proyectos distintos que se plebiscitarían simultáneamente.
Amílcar Vasconcellos enfrentó decididamente la pro- puesta reformista de Jorge Baffle. Años más
tarde, en 1973, advirtió severamente contra el riesgo dictatorial.
sión de los dirigentes barriales, que eran la base del "aparato" sectorial. Las elecciones internas (que
tuvieron lugar en Montevideo y en unas pocas ciudades del interior) se realizaron el último domingo
de noviembre de 1965 y aunque el sector "Unidad y Reforma" impulsado por Jorge Baile obtuvo la
mayoría, los resultados admitían varias lecturas. La elección se dirimió entre tres sectores
principales: "Unidad y Reforma", el sector vasconcellista "Por la ruta de Luis Baffle" y el "Frente
Colorado de Unidad" integrado por un grupo importante de senadores; de hecho la 15 se dividió en
tres bloques de los cuales el primero obtuvo una mayoría que distaba de ser absoluta y,
sorprendentemente, el "Frente Colorado" quedaba en segundo lugar. Pero J. Baile no vio los
resultados de esa forma, y se dejó llevar por el triunfalismo que lo presentaba como nuevo líder de la
15 histórica y por lo tanto, ganador de las próximas elecciones. Aparentemente la elección permitía
algunas conclusiones. La instancia movilizó a varias decenas de miles de votantes cuando todavía
faltaba un año para las elecciones nacionales; podía entonces suponerse que la 15 seguía siendo el
sector mayoritario dentro del partido y que el Partido Colorado sería el triunfador en las próximas
elecciones. El tema de la reforma constitucional había ganado la calle y debían concretarse
rápidamente los acuerdos interpartidarios para hacerla viable: inmediatamente después de las
elecciones internas, desde varios sectores nacionalistas se hizo referencia a la necesidad de iniciar
esas conversaciones. Pero el resultado imponía al sector vencedor la obligación de concretar una
reforma constitucional –para lo cual necesitaba el apoyo de sectores del Partido Nacional–, en el
marco de una campaña electoral donde ese partido sería el blanco de los ataques; y si no lograba
resolver esta contradicción y la reforma finalmente no era aprobada, ese resultado sería visto como
una derrota para su sector. En principio Baffle podía capitalizar el ambiente favorable a la reforma y
tratar de concretar rápidamente los acuerdos políticos que le permitieran presentar un proyecto
viable. Inmediatamente comenzaron las reuniones con sectores colorados y a comienzos del año
siguiente ya había un proyecto que tenía el apoyo de la mayoría de los colorados (aunque con la
oposición de Vasconcellos, transformado en principal defensor del colegialismo acompañado por el
diario "El Día"). Se decidió presentar el proyecto con el apoyo del 10% de los ciudadanos inscriptos,
y así fue que en febrero comenzó la recolección de firmas. Podía pensarse que la rapidez para
reunirlas sería un buen indicio de la capacidad del
Jorge Baffle en 1966 (foto de Alfredo Testoni).
partido para impulsar la reforma con sus solas fuerzas; sin embargo, la recolección no progresó al
ritmo que se esperaba (recién a fines de mayo se presentó el proyecto a la Asamblea General), y
para entonces el panorama se había complicado mucho más.
B) La multiplicación de reformas
Tal vez la situación más sorprendente en todo este proceso de reforma haya sido la decisión de "un
grupo de sindicatos" (apoyados por el Partido Comunista) de impulsar un proyecto de reforma.
Tradicionalmente los sectores de izquierda se mantenían al margen de las iniciativas de reforma
constitucional, consideradas como una cortina de humo destinada a desviar la atención de los
"verdaderos" problemas del país. La aparición de un proyecto de reforma respaldado por el Partido
Comunista desencadenó un debate entre la izquierda: desde las posiciones reformistas se
argumentaba que era una oportunidad para imponer una reforma "verdaderamente popular" que
institucionalizara el programa del Con- greso del Pueblo y otras banderas del movimiento popular; en
cambio los opositores criticaban la adhesión a "reformas en el papel" y el abandono de la
A) El proyecto de "Unidad y Reforma"
La desaparición de Luis Baffle Berres representó un impacto muy importante en su sector político,
especialmente grave si se tiene en cuenta que tenía serias posibilidades de obtener la victoria
electoral en las próximas elecciones. Las principales figuras de la lista 15 (los dos consejeros del
sector, Anificar Vasconcellos y Alberto Abdala, y un importante grupo de senadores que eran
también gestores políticos relevantes, como Glauco Segovia, Alba Roballo, Justino Carrere Sapriza,
Luis Tróccoli, etc.) se mantuvieron a la expectativa durante varios meses, en lo que aparentemente
era una estrategia para mantener la unidad del grupo hasta las próximas elecciones y dirimir luego
sus diferencias ya con los resultados electorales a la vista. La única instancia prevista hasta
entonces era la realización de elecciones internas, una práctica que había sido utilizada varias veces
en vida de Luis Baffle pero que ahora resultaba particularmente importante para elaborar las listas
del sector. Este frágil consenso comenzó a resquebrajarse desde que se hicieron evidentes las
aspiraciones de algunos dirigentes de segunda fila, que encontraron un líder en el diputado Jorge
Baffle. Los antecedentes inmediatos del diputado Baffle no parecían especialmente relevantes:
había ingresado como titular en febrero de 1959 y aunque había sido reelecto posteriormente, su
actuación parlamentaria era bastante opaca. Tal vez así lo aconsejaban sus discrepancias (que más
tarde se hicieron notorias) con la línea política de Luis Baffle; pero esta falta de protagonismo lo
dejaba en mala posición al momento de proyectar sus aspiraciones. Por lo tanto, si Jorge Baffle
pretendía transformarse en el principal dirigente del sector, debía encontrar una "causa" política con
la cual identificarse y que sirviera de referencia para sus partidarios tanto como para sus
adversarios, y ésta fue la propuesta de una reforma constitucional.
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—35—
El país entero se vió embarcado en las campañas reformistas del 66.
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oportunidad para "esclarecer al elector" sobre el "verdadero sentido" del debate constitucional.
Aparentemente el tema fue visto por la dirigencia comunista como una buena oportunidad para
abandonar las posiciones esencialmente testimoniales de la izquierda, y comenzar a participar en los
temas que movilizaban al electorado. Esta estrategia apostaba a legitimar un espacio en el campo
político (una línea que el partido había adoptado desde mediados de los cincuenta) y que ahora
ratificaba a costa de distanciarse del resto de los sectores de la izquierda que se mantenían
apegados a las posiciones clásicas y que además, en un contexto de radicalización política, veían
cada vez con más escepticismo a las elecciones como un camino válido para impulsar el cambio
social. A pesar de las críticas, el "Proyecto de los sindicatos" o "Reforma popular" comenzó a
difundirse; sus patrocinadores eligieron también el procedimiento de la recolección de firmas, por lo
que la invitación a "firmar contra el colegiado" resultaba algo confusa para el ciudadano y un posible
inconveniente para los reformistas colorados. La activa militancia del Partido Comunista recolectó
muy rápidamente las firmas y fue el primero en presentarse a la Asamblea General, ya el 24 de
marzo.
Por su parte en el Partido Nacional también se estaban produciendo movimientos reformistas,
aunque en este caso se recurrió al procedimiento de la presentación de un proyecto respaldado por
las firmas de no menos de dos quintos de integrantes de la Asamblea General. Como los
legisladores nacionalistas superaban ese número, podían presentar un proyecto sin necesidad de
buscar alianzas con otros sectores: el 28 de abril se cumplió con las formalidades y el proyecto
elaborado por el Dr. Echegoyen quedó pronto para ser plebiscitado en la próxima elección. El
análisis del articulado despertó inmediatas polémicas por su carácter extremadamente conservador
y la imposición de normas que eran muy resistidas en la población. En el clima de desconfianza que
se instaló en el ambiente político, los colorados consideraron que este proyecto era inviable y sólo se
trataba de una simple maniobra con el propósito de impedir la reforma; por otra parte la recolección
de firmas colorada progresaba con lentitud y recién se completó el procedimiento el 24 de mayo. La
norma constitucional, incorporada en 1934, que creó el procedimiento de la iniciativa popular para la
reforma, incluye una curiosa disposición que habilita en este caso a la Asamblea General a
presentar "proyectos sustitutivos" para ser plebiscitados en la misma elección; ahora parecía
ineludible la realización de un acuerdo interpartidario que impulsara un proyecto consensuado, una
idea que pocos meses antes Jorge Baile había rechazado de plano. Pero ahora eran los
nacionalistas los que no parecían interesados; tanto el herrerismo como la UBD se encontraban
divididos respecto al tema y aparentemente los sectores antirreformistas (Echegoyen en el
herrerismo y la lista 51 en la UBD) parecían más fuertes que los reformistas (el herrerista Heber y el
sector de W. Beltrán en la UBD). Además la situación económica parecía haberse estabilizado luego
de los cataclismos del año anterior: el dólar se mantenía a 60 pesos, la inflación estaba
relativamente controlada, se consolidaba el prestigio del ministro Ortiz y ahora eran los colorados los
que comenzaban a dar imagen de poco confiables.
C) La "reforma naranja"
Entonces comenzó a hacerse evidente el peligro implícito en la proliferación de reformas. ¿Qué
ocurriría si la suma del total de votos por las reformas fuera la mayoría absoluta de sufragios y
superara el 35 % de los inscriptos, pero ninguno de los proyectos por separado cumpliera esas
condiciones? En ese caso la constitución vigente quedaría derogada, pero no habría ningún texto
constitucional en condiciones de sustituirla; por lo tanto, el país quedaría sin constitución. Las
perspectivas en ese caso eran sombrías; era difícil que hubiera tiempo para "reunir una
constituyente" como proponía Michelini, sino que parecía más probable que antes de eso los
militares dieran un golpe de Estado. Por entonces la expresión "reforma o golpe" comenzó a correr
en el ambiente. Un momento tan difícil estimulaba para instrumentar soluciones que parecían
imposibles, ya que los rumores de golpe militar circulaban libremente. Tal vez esto explique el triunfo
de los partidarios del acuerdo constitucional en el Directorio nacionalista (que representó un vuelco
decisivo para impulsar la estructuración de un "proyecto interpartidario"), luego de superar un débil
alegato antiacuerdista de Echegoyen a comienzos de agosto. Aunque la mayoría dela UBD
(representada por la lista 51) se pronunció en contra del acuerdo, el vuelco del herrerismo aportaba
la cantidad de votos suficientes para viabilizar el proyecto. Rápidamente se elaboró un articulado
que contó con los votos de legisladores de los dos partidos, y que fue aprobado por la Asamblea
General sobre el límite del plazo constitucional.
Washington Beltrán (foto de Alfredo Testoni, 1971).
El proyecto interpartidario combinaba disposiciones del proyecto colorado y del nacionalista, en una
mezcla más o menos satisfactoria para sus impulsores; los puntos más discutidos fueron
laboriosamente transados a partir de las propuestas elaboradas por una subcomisión integrada por
el Dr. Julio M. Sanguinetti por los colorados, y Gervasio de Posadas Belgrano por los nacionalistas.
Así se incluyó la prolongación del mandato presidencial a cinco años, prevista en la iniciativa
nacionalista pero se eliminó la exigencia de la "fe democrática" que aparecía en este proyecto; otras,
como la subvención para la enseñanza privada se cambió por la exención de impuestos. Los
colorados debieron sacrificar algunas de sus iniciativas -más promocionadas como la eliminación de
la exigencia de previa compensación en el caso de las expropiaciones, pero pudieron incorporar un
mecanismo de aprobación tácita (las "leyes de urgente consideración") para eludir las demoras
parlamentarias y aumentar la "eficacia" del Ejecutivo. Como era previsible, el resultado de la
combinación de normas de dos proyectos tan diferentes realizada en un contexto de amenaza
institucional, tuvo un tinte predominantemente conservador: los perfiles estatistas y las garantías que
establecía el proyecto colorado quedaron por el camino al igual que los artículos más discutidos de
la iniciativa nacionalista. En definitiva quedó un texto desbalanceado donde se reforzaban
atribuciones del Ejecutivo, lo que era un elemento común a los dos proyectos, mientras se
amortiguaban los aspectos desarrollistas que aparecían en el proyecto colorado. Como observó un
periodista, era evidente el viraje hacia la derecha de los sectores mayoritarios del batIlismo: por
primera vez estaban de acuerdo con la Federación Rural en un problema político de relevancia.
Aunque aparentemente se había dado un paso importante con la presentación de un "proyecto
sustitutivo" (que por el color de las hojas de votación sería conocido como "reforma naranja"), la
situación política no terminaba de aclararse: no era seguro que la existencia de cuatro proyectos
fuera mejor que tres; también generaba dudas la próxima campaña electoral, con adversarios que
debían repartir su discurso entre la temática reformista en la que estaban casi todos de acuerdo, y la
argumentación partidista en la que necesariamente debían confrontar.
Las elecciones de 1966
Según expresó Aldo Solad, lo que "parece más notable de estas elecciones, es justamente el que
haya habido elecciones"9 . Todo coincidía para transformarlas en una instancia relevante en la que
se combinaban la posible frustración del ímpetu reformista, la crisis económica, la amenaza golpista,
y además la tardía definición de las candidaturas, ya que recién en setiembre comenzaron a
concretarse las fórmulas electorales. Era necesario presentar listas para el sistema vigente y para
los diferentes proyectos, lo que suponía la reunión de nombres de importancia similar: no podía
deslegitimarse la constitución vigente ni apostarse con demasiada fuerza a una reforma en particular
porque se correría el riesgo de que no fuera aprobada. Esto suponía la necesidad de multiplicar las -
hojas de votación, especialmente para los que apoyaban otros proyectos, que tenían que incluir en
el sobre las hojas de votación por el régimen vigente, el "Si" de la reforma que apoyaban junto a las
hojas de candidatos para ese sistema y, supletivamente, hojas de candidatos según la "reforma
naranja" para el caso de que ésta fuera aprobada. Ante la mirada del electorado, ¿quedarían claras
las diferencias
9 Safari, Aldo: Uruguay. Partidos políticos y sistema electoral, pág. 188.
entre partidos, candidatos y proyectos? La respuesta podía poner nerviosos a muchos ya que ella
incidiría en la marcha de los años futuros. El tema de las candidaturas, postergado por el debate
constitucional, pasó a primer plano y entonces mostró complejidades inesperadas. En una campaña
electoral donde se promovían reformas presidencialistas, la propaganda se centró rápidamente en
las figuras de los candidatos principales; y si bien algunos parecían ineludibles como el Dr. Batlle, el
Gral. Gestido o el Dr. Echegoyen, otros en cambio eran figuras alejadas de la política pero que
aparecían perfilados con fuerza, como el Dr. Alejandro Gallinal; también algunos consejeros en
actividad como Alberto Heber, Presidente del Consejo de Gobierno, o Amílcar Vasconcellos
presentaban su candidatura al amparo de una disposición especial. La selección de candidatos a
Vice, sin embargo, estuvo llena de dificultades y terminó arrojando resultados inesperados como la
proclamación de Jorge Pacheco Areco como compañero de Gestido, luego de que se manejaran (y
descartaran) varios nombres prestigiosos. La campaña electoral se desarrolló con normalidad, pero
se mantuvo permanentemente el rumor de reuniones de militares que preparaban un golpe de
Estado. En la semana previa a las elecciones el Jefe del Ejército libró una orden de servicio (que
apareció publicada en la prensa) por la que se prohibía terminantemente todo movimiento de tropas
desde los cuarteles y se suspendían todas las maniobras o actividades que estuviesen previstas con
participación de efectivos del Ejército. La sola existencia de la orden daba verosimilitud a los
rumores, y su publicación en la prensa ponía en alerta a toda la opinión pública que así se
transformaba en un elemento de control de su cumplimiento. Sin embargo, nada contribuyó más a
despejar las dudas que los propios resultados electorales. El partido Colorado se impuso por mucha
ventaja y la reforma "naranja" superó ampliamente las condiciones mínimas para su ratificación. Las
principales sorpresas estuvieron en los resultados por lista: entre los colorados Gestido se impuso
gracias al aporte de votos de los senadores del "Frente colorado de unidad" separados de la 15 por
discrepancias con Jorge Batlle: la discreta estrategia de alianzas practicada por el general se reveló
más productiva que el arrollador triunfalismo del diputado. Dentro del nacionalismo, Echegoyen tuvo
clara mayoría y su lista fue la segunda más votada en el total; se afirmaba su hegemonía dentro del
partido mientras quedaban debilitados los dirigentes que habían surgido con tanta pujanza en los
años anteriores como Wilson Ferreira
y a Lorenzo Ríos. Este resultado tendría enorme importancia para explicar la actitud del partido en
los años sucesivos. Por otra parte, entre los partidos menores la coalición FIDEL obtuvo el mayor
caudal de votos dentro de la izquierda y superó su máximo histórico de 1946 en porcentaje sobre el
total, con más del 5,5% de adhesiones, aunque la reforma defendida por el partido Comunista
estuvo lejos de su ratificación. Pero su crecimiento parecía ratificar el carácter "canibalístico" del
crecimiento de la izquierda, ya que el resto de los partidos menores en su conjunto apenas llegaban
al 3% incluyendo al renovado Partido Demócrata Cristiano que acaparaba el 2,96%. Pero el triunfo
colorado y la ratificación de la reforma constitucional parecían despejar definitivamente la tormenta
que amenazaba el escenario político.
Aunque aparecía rodeado por expectativas favorables y mostraba una fuerte voluntad de "hacer las
cosas bien", el desempeño del breve gobierno de Gestido estuvo lejos de responder a tales
esperanzas; antes bien el mandatario pareció superado por la grave crisis económica y las
dificultades políticas que debió enfrentar.
En buena medida tales dificultades se veían multiplicadas por la nueva constitución que comenzó a
regir plenamente a partir del 1° de marzo. El interés por eliminar el colegiado y las necesidades de
una laboriosa transacción habían hecho perder de vista la realidad de los partidos políticos.,Aunque
el partido Colorado había obtenido una ventaja de más de 100.000 votos sobre su adversario, sus
diferentes sectores no tenían mucho en común y no podían impulsar la misma política. Dentro del
mismo partido coexistían los sectores empresistas de Jorge Baffle, el desarrollismo de Michelini, y el
pragmatismo de los políticos colorados tradicionales, y a eso había que sumar la presencia de
representantes del partido Nacional en los Directorios de los entes; era demasiada diversidad, aun
para la habilidad negociadora de Gestido.
El regreso del partido Colorado y kr aparición de la guerrilla urbana
Si bien 'los resultados electorales parecieron di- sipar los temores, pocos días después de las
eleccio- nes se produjeron los primeros choques entre la poli- cía y la guerrilla urbana: como
resultado de un en- cuentro casual se desarrollaron varios enfrentamien- tos que terminaron con la
muerte de un comisario y un guerrillero. Según la información que se maneja- ba, la guerrilla había
comenzado a realizar acciones en 1963 cuando robaron las armas de un club de tiro en Colonia
Suiza; por entonces los participantes fueron rápi- damente identificados y algu-
El Gral. Oscar D. Gestido (atrás) en sus años de aviador militar.
—38— -39—
nos de ellos detenidos, mientras otros escaparon a la (no muy tenaz) persecución policial. Desde
entonxes comenzó a mencionarse como uno de sus líderes a Raúl Sendic, promotor de sindicatos
rurales como el de los cañeros de Artigas. Luego de esa primera aparición, transcurrió un largo
período donde el grupo, integrado por disidentes de partidos de izquierda (particularmente del
partido Socialista) y otros de origen blanco, se dedicó a trabajos de organización sin realizar ninguna
operación relevante; en esa etapa existía la intención de no atraer a la represión, por lo que si bien
intentaron algunos asaltos para procurarse dinero, en caso de ser capturados nunca invocaban su
condición de "Tupamaros" como comenzaban a denominarse. Al cabo de varios años de trabajo
habían reunido una buena cantidad de armas y organizado algunos lugares de refugio; pero casi
toda esa estructura se vio desbaratada por la acción de la policía en diciembre de 1966 y si bien no
fueron desarticulados por completo, el golpe los obligó a permanecer en la clandestinidad dedicados
durante largos meses a recomponer su organización. Todavía debía pasar tiempo antes de que la
acción de la "guerrilla urbana" se transformara en un dato de la realidad cotidiana. El impacto de
estos enfrentamientos se disipó rápidamente frente la expectativa por las acciones de los
gobernantes recién electos. Gestido comenzó a organizar su gobierno tratando de dar participación
a todos los sectores colorados y para fines de enero ya estaba compuesto el gabinete que asumiría
el primero de marzo. El nuevo elenco gobernante quería dar una imagen de armoniosa organización
que contrastara con el conflictivo comportamiento del partido derrotado; era una actitud muy
necesaria, habida cuenta del malestar existente contra la "clase política". Junto a algunos políticos
de primera fila, el gabinete integró a personas poco vinculadas con el quehacer político; igualmente
recurrió a gran cantidad de militares retirados para componer los cuadros administrativos, lo que a
juicio de S. López "centró la atención de las Fuerzas Armados en la cosa pública, las inquietó y llevó
a interpelar a la presidencia acerca de la línea de gobierno."
Los problemas del nuevo gobierno
El gabinete que asumió el 1° de marzo de 1967 trató de mostrar una imagen activa y segura; así se
propuso impulsar una "Ley de emergencia" para po-
3° López, Selva: Estado y Fuerzas Armadas..., pág. 136.
ner en marcha su programa económico. Pero al comenzar su actividad pudo verse la contracara de
la política "de mayorías" propuesta por Gestido: el gabinete incluía a representantes del liberalismo
económico en el Ministerio de Hacienda (el ing. Carlos Végh Garzón) y del desarrollismo en los
recientemente creados Banco Central (el Cr. Enrique Iglesias) y Oficina de Planeamiento y
Presupuesto (el Cr. Luis A. Faroppa). Con ese panorama, las ineludibles transacciones fueron
demorando la elaboración de la "Ley de emergencia" y reduciendo sus ambiciones hasta que recién
en mayo pudo ser presentado un proyecto al Parlamento limitado a la creación de algunos
impuestos. Para entonces ya era evidente el choque de dos tendencias dentro del gabinete: los
partidarios de aceptar la política del Fondo Monetario (representados por los ministros que
respondían al Dr. Baile, particularmente Végh Garzón) y los partidarios de los cambios múltiples y de
la limitación de importaciones. A fines de junio, Gestido sustituyó a los ministros de la 15 y designó a
Vasconcellos como Ministro de Hacienda y a Michelini como Ministro de Industria y Comercio; junto
con Faroppa configuraron un gabinete que intentó (per última vez) realizar una política diferente de
la propuesta por el FMI. Este intento trató de mantener estable la cotización del dólar y de continuar
los pagos al exterior sin recurrir al crédito, por lo que buscó la restricción de gastos (se limitaron las
importaciones y los viajes de funcionarios al exterior). En la búsqueda de divisas para cumplir con
los compromisos externos se creó la "Cuenta 18 de Julio" donde los particulares podían hacer
depósitos en moneda extranjera, con tasa de interés preferencial y exoneraciones de impuestos
(también les permitía el blanqueo de capitales); y para frenar la descontrolada suba de precios se
intentó la creación de Comisiones Asesoras con representación de los sectores sociales
involucrados, que actuarían conjuntamente con la Comisión de Subsistencias. Esta política se
mantuvo durante poco más de tres meses, recibiendo las críticas de todos los sectores mientras la
especulación saltaba por encima de todos los controles. A principios de octubre se produjo un nuevo
giro en la política gubernamental, que asumió una orientación similar a la impuesta por Dardo Ortiz a
fines de 1965: en el contexto de la vigencia de medidas de seguridad (acompañadas de la ya
habitual detención de los dirigentes sindicales) se modificó el gabinete donde se reforzó la presencia
de "técnicos", es decir, empresarios sin actuación política previa como el Arq. Walter Pintos Risso en
Obras Públicas o el Dr. César Charlone, (largamente retirado de la política) en Hacienda. La
renovación de las figuras podía parecer una etapa más del proceso de sustitución de los
desprestigiados "políticos" por "hombres nuevos"; pero a la vez dejaba las manos más libres al
gobierno ya que no había que tomar en cuenta el costo electoral de la nueva política. Así se anunció
el retorno a la política fondomonetarista; en noviembre se elevó el valor del dólar de $99 (una cifra
que ya había sido ampliamente superada en los hechos) hasta fijarlo en $200, muy por encima de la
cotización del cambio "libre", se liberó la venta de moneda extranjera y se abrieron las
importaciones; de esta forma aumentaban las ganancias de los exportadores y la "corrida hacia el
peso" de quienes tenían dólares (al desaparecer las expectativas devaluatorias) proveía de moneda
extranjera al Banco Central. Pero también tendría un fuerte impacto inflacionario al incrementar los
precios de todos los bienes y servicios importados Estas medidas no eran para nada originales: las
mismas habían sido implantadas en marzo de ese
Alonso, Rosa y Carlos Demasi: Uruguay 1958-1968. Crisis y estancamiento. Montevideo, Banda
Oriental, 1986. Couriel, Alberto y Samuel Lichtensztejn: El FMI y la crisis económica nacional.
Montevideo, Fundación de Cultura Universitaria, 2' ed. 1971. Finch, Henry: Historia económica del
Uruguay contemporáneo. Montevideo, Banda Oriental, 1980. Gutiérrez, Carlos María: En la Sierra
Maestra y otros reportajes. Montevideo, Tauro, 1967. Instituto de Economía: El proceso económico
del Uruguay. Montevideo, Universidad de la República, 2' ed. 1971.
mismo año por el ministro Krieger Vasena en la Argentina; pero en ese caso la fuerte devaluación y
la liberación de importaciones habían venido acompañadas de la congelación de precios y salarios.
El gobierno de Gestido no llegó a tanto y se conformó con aplicar el ajuste de manera incompleta,
pero no era posible saber si se buscaba evitar la adopción de medidas tan drásticas o si
simplemente se trataba de una estrategia gradualista que preveía su aplicación en el futuro. De
todas formas, esta devaluación completaba un año de elevadísima inflación que alcanzó al 136 %
según la Dirección de Estadística y Censos; la proximidad del verano y el hastío de la población
permitían suponer que durante unos meses el gobierno dispondría de una tregua, que podía
aprovechar para evaluar la eficacia de las normas adoptadas e instrumentar nuevas medidas
económicas. La sorpresiva muerte de Gestido, en la madrugada del 6 de diciembre, dejaría en la
sombra todas esas especulaciones y haría sentir a los uruguayos que se había producido un giro en
su historia.
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1) Real de Azua texto no resumen CREO QUE YA LO PASE

Una implantación colonial débil y tardía


Es ya un lugar común de la historiografía uruguaya destacar la demora con que la administración
española emprendió la organización de la zona oriental del Plata y lo precaria que resultó —con el
término extintivo de 1814 a la vista— toda la construcción. Ultima porción, entonces, del Reino de
Indias que pareció merecer metódico cuidado — V ello bajo el acicate de pretensiones rivales— sin
masas indígenas aptas para su reducción a servidumbre" y aun sin esas riquezas minerales de
importancia ni esas posibilidades climáticas para una retributiva "agricultura de plantación" que
hubieran llevado a paliar el déficit laboral por cualquier medio, la gobernación instalada en
Montevideo desde 1750 fue un producto típico de la política borbónica. Lo que quiere decir también
que llevó mucho más borrados los trazos que caracterizaron a la sociedad colonial en las regiones
de primera implantación. Esta dilución, que no es ausencia, se advierte así actuando sobre la
primordial función de la Iglesia, sobre una acción de intensiva y compulsiva evangelización, sobre
una actividad económica pautada por normas mercantilistas y monopolistas de alto rigor, sobre una
estructura social sostenida en estrictos vínculos de dominio y subordinación, sobre una minuciosa
exclusión de todo contingente foráneo Y, en especial, no-católico. La debilidad que ostentaron así en
la Banda Oriental los elementos caracterizadores ideales del sistema colonial ha sido reiteradamente
destacada y ponderada por nuestra historiografía pero, en puridad, sólo a los efectos de subrayar la
fluidez con que la región oriental hizo suyos (como si le hubieran sido consustanciales) los
contenidos sociales e ideológicos democráticos cuyo curso tornaron posible (no, por cierto,
inevitable) la ruptura del Imperio y el dinamismo insurreccional superviniente. Aunque, de seguro, la
historia uruguaya no soportaría una interpretación del tipo de la de Frederick Jackson Turner, creo,
en cambio, que el carácter `"fronterizo" de la implantación uruguaya no ha sido tal vez subrayado lo
suficiente. La frontera, en cuanto zona de indefinición de jurisdicciones, de intensa movilidad
horizontal generalmente clandestina o semiclandestina, generalmente facilitada por lo borroso,
inestable y a menudo contradictorio del estatuto jurídico de la propiedad, pesó mucho en el curso
histórico del país. Esto, tanto en el sentido de un intenso aunque esporádico cuidado militar corno en
el de un roce y conflicto de jurisdicciones —la de Buenos Aires, la de Yapeyu, la de Montevideo--
que facilitaron, junto a la estricta condición geográfica, física, de la región su carácter de zona de
"razzias" y "correrías". Fue desde las costas del este, desde el litoral, desde el norte que irrumpieron
a menudo portugueses y tribus indígenas, L'eneros y changadores, piratas y corsarios de variados
pelajes europeos. Se hace así explicable que tales factores hicieran mueL para que, unidos todos
ellos a lo tardío de la distribución mas o menos formal de la tierra, el sistema de propiedad fundiaria
no fuera un modelo (le precisión. Para que careciera, sobre todo, de la fijeza y estabilidad que en
otras zonas del dominio español fue capaz de tener en cuanto apoyo al poder económico de un
sector social terrateniente :, Pero en una sociedad de primitiva tecnología el :poder de un
grupo .social dominante poco sostén posee en: las: cosas sino se Complementa ..con la cuantía de
una masa humana dominada. La clase económica prevaleciente en la Banda Oriental contó, corno
es obvio, con gentes bajo su dependencia, pero aqui también es cuestión de "cuantas" y de "en qué
medida", siendo de-creer que en ambas variables el -poder, la extensión de la imposición social del
sector elevado fue más débil que en casi todas las otras regiones del Imperio hispánico. En esto no
sólo tuvo que ver la carencia va aludida de indios reducibles-a servidumbre y el alto costo e
independencia del artesanado libre de la ciudad sino dos factibles y más decisivos contingentes
humanos restanteS. La relativamente escasa cuantía de la esclavitud negra ly ella, en especial, en
cotejo con las sociedades luso-españolas del trópico) representó fenómeno general en las zonas
templadas y de economía ganadera del dominio español. Hay inventarios sucesorios corno están
igualmente las listas del Exodo artiguita de 1811 que permiten tina razonable aunque algo vaga
estimación, así como advertir que alta era la proporción del contingente aplicado al servicio
doméstico. Esta fue probablemente la tendencia general, pese a la condición de un Montevideo
convertido en centro de los contratos de "Asiento" y-distribución de esclavos a otras zonas del sur y
pese también a las excepciones significativas que representaron la intensa aplicación de mano de
obra servil en algunas estancias de la zona coloniense y al caso particular y bastante escandaloso
de los dominios de los García Zúñiga. Junto a la modalidad peculiar que en la incipiente sociedad
oriental asumió la esclavitud del negro debe colacionarse la aun más decisiva, amplia y duradera
configuración del pobrerío paisano trabajador y formalmente libre. La existencia de una población
rural dispersa, de inestable asentamiento y aún sin controles efectivos para la represión de una
tendencia a la trashumancia que más tarde se acentuaría fue la base de nuestro "peonaje- ''".
Constituyó un estrato social que Cínicamente se hizo "masa- en las guerras revolucionarias y civiles
y sólo en la primera de esas coyunturas y aun muy esporádicamente, potencialmente peligroso para
la ordenación social vigente. De cualquier manera —y la cuestión "magnitud" es aquí decisiva— no
parece discutible la aserción de que, por lo menos hasta 1870, será una base débil para una
sociedad estable y_ firmemente jerarquizada, un factor de,endeblez para el poder-de la cumbre
social, una variable independiente a tener en cuenta para futuros conflictos. La índole "secular- de
esos conflictos futuros y aun de otros anteriores ha sido igualmente una característica de las
tensiones sociales e ideológicas uruguayas. "La estrella más apagada del firmamento católico de
América -, como el chileno Eyzaguirre llamara después a la Iglesia oriental, va lo estaba bastante en
1767 cuando, en ocasión de la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios americanos de
España el acto suscitó en la Banda Oriental el mínimo de protestas que en todo el Reino de Indias
se registró. Por otra parte, la Banda de oriente con sus características socio-culturales fue, más que
otra cosa, un resultado de la expansión de la "ciudad-puerto" y lo que Montevideo era y seguiría
siendo importó una variante decisiva para la sociedad que en torno suyo se iba peculiarizando. Es
justamente aquí —es de suponer— que se registran dos diferencias fundamentales entre
Montevideo y Buenos Aires y las respectivas futuras funciones que habrían de cumplir en las
colectividades que tras de ellas se fueron organizando. Una de ellas, en la coyuntura, marcará todo
el proceso revolucionario. Y es que con ventajas y condiciones naturales (posición, profundidad de
aguas) 'muy superiores a las de Buenos Aires, el crecimiento montevideano hubo de afrontar,
prácticamente sin pausas, el antagonismo corporativo del comercio porteño y aun la minuciosa,
urticante puesta de obstáculos por parte de la administración virreinal. La historia clásica uruguaya
ha subrayado y aun enfatizado este proceso con el fin de explicar el origen y las modulaciones del
sentimiento autonomista oriental. En esta ocasión no es, sin embargo, ese antagonismo el que ha de
interesarnos sino el traer a colación la existencia de esos dos permanentes asedios —comercial y
administrativo— que el sector alto de la capital oriental debió enfrentar y no siempre con éxito. Pues
él tuvo bastante que ver —y es afirmación moderada— con la mucho más floja tradición de
dominación que la clase comercial dirigente montevideana contará entre sus recursos, comparado
ello, sobre todo, con los que disponía la correspondiente porteña hacia 1810 y 1811. Pero entonces,
va en el torbellino de las decisiones inaplazables, otro factor, como se aludió, será el decisivo. Base
naval esencial de España en el Atlántico Sur —como lo sería después, hasta 1870, de todos los
"escuadrones" navales de las potencias europeas- Montevideo quedó hasta 1814 en manos de las
fuerzas leales a las autoridades residentes en España. La revolución, es decir, todo lo que siguió en
la primera década posterior a la disolución del vínculo imperial, se hizo sin la ciudad y aun contra la
ciudad, una resistencia, una ausencia que le dará a su rol del futuro trazos muy peculiares.

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3) SALA TEXTO NO RESUMEN El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco.


A) CONDICIONES DE INSERCION EN EL MERCADO MUNDIAL EL DESARROLLO DE LAS
FUERZAS PRODUCTIVAS
1) Exigencias y posibilidades del mercado exterior
Los nuevos países de origen hispano-portugués eliminaron al independizarse la intennediación de
Estados atrasados, cuyo monopolio comercial de todas maneras se había ido desmoronando en el
siglo XVIII y comienzos del xix, durante las guerras de la Revolución Francesa y el Imperio. Se
enfrentaron ahora con los principales países capitalistas, en condiciones de dependencia que ya no
era colonial, y mucho menos estrecha que la que les sería impuesta en el período imperialista. Se
procesaba entonces la primera etapa de la Revolución Industrial. Pero la máquina a vapor era
empleada casi exclusivamente en la industria textil del algodón, para la que Inglaterra buscaba en
los arios treinta mercados en el exterior, ante la estrechez del interno resultado del bajo nivel de
consumo del proletariado urbano y agrícola, más reducido aún durante las crisis (en esta época las
de comienzos de la década, del 36-37 y 41-42). Será recién en los cuarenta cuando la expansión
ferroviaria impulsará la metalúrgica y la minería y la ampliación del mercado exterior favorecería
incluso el acelerado desarrollo de la textil. Inglaterra será desde mediados del siglo y por varias
décadas la primera potencia industrial, comercial, naval y financiera y el patrón oro que impone, será
expresión de su dominio de la economía mundial. Pero recién en esta primera mitad del siglo XIX
dispondrá nuevamente, luego de la crisis del 25, de excedentes de capitales que invertirá en
América Latina. En la primera mitad, Francia, que utiliza la fuerza para apropiarse de territorios o
imponer su comercio y el pago de deudas a sus súbditos, es sobre todo agrícola y productora de
artículos de lujo. Los Estados Unidos, que ven duramente limitado el mercado para sus telas bastas
por la industria británica, son exportadores de algunas manufacturas y sobre todo de trigo y harina.
Será con ellos que el Uruguay independiente comerciará preferentemente sin perjuicio de la
reanudación del tráfico con España, del que realiza con países y ciudades mediterráneas y
alemanas, con otros estados europeos y con los mercados esclavistas latinoamericanos,
especialmente Brasil. El mercado mundial en proceso de conformación tiene fuertes restricciones.
Los países capitalistas buscan colocar sus producciones en América Latina, pero es limitada la
capacidad de consumo de sus frutos exportables. Fuera de las zonas atlánticas europeas y de los
Estados Unidos, predominan en las distintas formaciones relaciones sociales de producción
precapitalistas. En éstas es lento el proceso de transformación interna y el mercado exterior no exige
por el momento que se eliminen las relaciones no capitalistas.

2) El Uruguay ante las exigencias del mercado.


a) Condiciones de su inserción luego de la independencia
Cuando el Uruguay se independiza había pasado ya la etapa de la primera inversión de capitales
británicos en América Latina, luego de la crisis de 1825. Quedaban atrás los arios de la fiebre
inversionista en la que se suponía extraordinariamente rica minería latinoamericana, cuando los
grandes contratos o proyectos con Bolivar y Sucre, Alamán, Rivadavia y otros. El "negocio minero"
había fracasado por la exigencia de importantes capitales, porque las minas no encerraban entonces
las riquezas previstas o por la Inestabilidad de los nuevos estados. Algunos países latinoamericanos
entre 1822 y 25 habían contraído créditos por más de 18 millones de libras en condiciones
extremadamente gravosas. Los empréstitos, que entre 1820 y 1826 alcanzan a 20.978.800 son
grandes negocios para los especuladores británicos y latinoamericanos. Serían satisfechos
gravando a los nuevos países en cifras astronómicas por concepto de intereses y amortizaciones.
(1) El pequeño Uruguay, que cuando se fijaron sus fronteras ocupó aproximadamente 187 mil
kilómetros cuadrados, sin minas, con escasa población y precaria estabilidad, no atrajo inversiones
extranjeras. Por otra parte allí donde se produjeron no contribuyeron a impulsar el aparato
productivo. Al decir de Sempat Assadourián, para el conjunto del subcontinente, es "la estructura
económica... la traba para un proceso de expansión económica circunscripto al exclusivo juego de
los factores internos...", (2) lo que es obviamente válido para el Uruguay. Será entonces el comercio
exterior el que en estas circunstancias jugará un papel decisivo para los cambios que se procesan.
El Uruguay exporta algunas lanas, pero sobre todo derivados del vacuno criollo, especialmente
cueros y carnes saladas. Importa artículos industriales de amplio consumo, algunas máquinas y
herramientas, la sal (materia prima básica para el saladero), artículos de lujo, y hasta alimentos. Se
beneficia de precios por sus exportaciones que no dependen de un solo comprador. Pero la
demanda es limitada y no absorbe toda la producción eventual de la región ganadera del Plata, que
se ha ampliado en relación a la época colonial. No exige sino de manera parcial la mercantiliz,ación
de sus producciones. La carne y el cuero, alimento y materia prima esencial, tienen un fuerte
consumo interno. No obstante, hasta fines de los 80 no toda la carne de los animales faenados por
los cueros tiene valor de cambio ni de uso y se sigue tirando aunque en una proporción cada vez
menor. La demanda externa no exige transformar las relaciones sociales de producción
predominantemente precapitalistas, que aunque coexistiendo con capitalistas, dominan en el país.

b) El Uruguay en el miro del Río de la Plata


El Uruguay independiente procuró atraer el comercio exterior hacia Montevideo aprovechando la
excelencia de su puerto, brindándole todo tipo de facilidades y ventajas, imponiendo la moneda
metálica mientras Buenos Aires multiplica la circulación del papel moneda, y utilizando las favorables
coyunturas políticas y militares. "Siempre que Buenos Aires tenga la desgracia de verse atacada —
dirá Woodbine Parish— la situación ventajosa de Montevideo como puerto central le dará bastante
importancia como puerto de depósito para los efectos en su origen destinados a las provincias del
interior". (3) Desde el momento mismo de la independencia los gobiernos uruguayos procuraron
incrementar el comercio exterior. Un papel importante para esto iba a desempeñar el tráfico de
intermediación con las regiones fronterizas de los países vecinos. Las comisiones podían aumentar
los ingresos y compensar los déficit de las balanzas comercial y de pagos. Los impuestos
aduaneros, los más importantes, debían contribuir teóricamente a reducir el déficit fiscal y a sufragar
el funcionamiento del aparato estatal, junto a una ya elevada deuda pública, en proporción a los
recursos disponibles. Las facilidades brindadas al tráfico y luego la situación conflictiva de Buenos
Aires, atrajeron comerciantes extranjeros. El país sufragó la costosa imposición de la moneda
metálica, que requirió el rescate del cobre brasileño y el papel moneda argentino circulante, pero
favoreció el comercio .exterior y el de tránsito. El tráfico aumentó extraordinariamente cuando se
produjeron los conflictos entre Rosas y el gobierno francés que desembocaron en el bloqueo de
Buenos Aires entre 1838 y 40 y aún posteriormente hasta el sitio de Montevideo desde 1843. La
guerra de los Farrapos en el sur de Brasil que se extiende hasta 1845 —en la etapa que finaliza en
1843— favoreció al comercio de Montevideo. Este pasó de 23 millones de pesos en 1827 y 35 en
1836, a 182 en 1842. (4) En el período aumentaron sustancialmente las exportaciones del territorio
uruguayo hasta alcanzar niveles que sólo se repetirían a fines de los cincuenta. El mercado exterior
era inelástico para las de la región ganadera. La carne salada sólo era consumida por los esclavos
de Cuba y sobre todo de Brasil. Pero a éstos se les proporcionaba el mínimo de un producto que de
todas maneras resultaba relativamente caro. Su comercio dependía de coyunturas internas e
internacionales. La lana era en la época un artículo casi suntuario y limitadas las exportaciones del
Plata en general y del Uruguay en particular. Los cueros secos y salados que se colocaban en
Europa y los Estados Unidos, sólo tenían amplio mercado durante las guerras. Atraer el comercio
era decisivo entonces para incrementar las exporta. La pugna por atraer el comercio exterior y el de
tránsito hacia Buenos Aires o Montevideo, se caldeó a partir de 1835, cuando Rosas accede a la
gubenatura de Buenos Aires con plenos poderes. El monopolio del tráfico por Buenos Aires en el
espacio de la inorgánica Confederación Argentina, era la política tradicional de las clases y
fracciones de clases dominantes bonaerenses. Conllevaba su posibilidad de acumulación y
apropiación de los ingresos fiscales aduaneros del comercio exterior desde y para las provincias, por
el gobierno de la ex-capital virreinal, gobierno en verdad provincial con la facultad especial de las
relaciones exteriores. Para imponer la hegemonía provincial con la inconstituída confederación,
Rosas habría de utilizar la fuerza, pero se vio a la vez obligado a realizar concesiones. Para imponer
una verdadera hegemonía sobre las demás provincias y sobre otras clases de Buenos Aires, el
segmento saladerista, el grueso de los grandes hacendados y latifundistas, y una parte de los
grandes comerciantes bonaerenses, debieron aceptar una politica no estrictamente liberal en
materia de comercio exterior y un limitado proteccionismo junto al de la industria saladerista, para
artesanías, manufacturas y agricultura. Este fue más acentuado por cierto que el que se impuso en
el Uruguay, donde artesanos, manufactureros y agricultores tenían mucho menor gravitación y en el
cual el problema de la organización nacional no se expresaba en este aspecto. La política aduanera
de moderado proteccionismo que plasma en la ley de 1835 de Rosas por otra parte, no se orientaba
a crear una industria, sino a permitir la pervivencia de la producción artesanal y también de la
agricultura. Toda la politica de Rosas iba a tener como objetivo básico la más estrecha inserción en
el mercado exterior a través de Buenos Aires, exportando derivados de la ganadería y como im-
portadores de manufacturas, cuyo volumen se acreció sustancialmente en la etapa. En último
término durante un lapso el gobierno de Rosas creó las condiciones económicas y politicas más
favorables para la ampliación y apropiación del grueso del excedente por las clases dominantes
bonaerenses. Pero durante su férreo gobierno situaciones coyunturales externas, la paz y hasta
medidas proteccionistas o el bloqueo de Buenos Aires, favorecieron un limitado desarrollo de otras
actividades productivas bonaerenses y provincianas. En el Uruguay la acumulación de nacionales y
extranjeros en el comercio, la usura, y la gánadería, la producción saladeril y aún manufacturera,
dependieron de la atracción del tráfico exterior a Montevideo y se incrementaron cuando aumentó el
comercio de intermediaCión. Su capacidad de acumulación en cierto modo dependía entonces del
fracaso del monopolio bonaerense del comercio con las provincias argentinas y se acrecía cuando
por la guerra civil se volcaba hacia Montevideo el del sur de Brasil. Esto determinaba coincidencias
objetivas sobre todo con las clases dominantes de las provincias argentinas vecinas, que no podían
utilizar para el comercio exterior los puertos de que disponían sobre el Paraná y a las cuales les era
favorable la propia pugna entre Montevideo y Buenos Aires. La lucha por las condiciones más
propicias de acumulación se entrelazaba entonces con las luchas en torno a los problemas de
organización estatal, en que estaban envueltos Argentina y Brasil. A más largo plazo era inevitable la
conformación de los mercados nacionales de los países vecinos. Por el momento el Uruguay podía
circunstancialmente usufructuar de sus dificultades, para ampliar el espacio "interior" de su comercio
.
c) La modalidad de dependencia hacia los paises capitalistas
La alta productividad del trabajo en la pradera uruguaya determinó sin duda que recibiera más
trabajo socialmente necesario materializado en los artículos importados, que el contenido en sus
exportaciones. Los precios internacionales se fijan en el período por el cuero y el sebo rusos en
estos productos, de mayores costos de producción. En la década del 30 tienden a bajar los de estos
y otros productos de exportación, pero al decir de Ferns, (6) su reducción fue compensada por la
caída de los de las importaciones, incluyendo textiles, hierro y harinas. El dominio del mercado
metropolitano, la ignorancia o escaso conocimiento de sus precios, el hecho de que crecientemente
fuera dominado el tráfico exterior y aun el mayorista por comerciantes extranjeros en su mayoría
agentes de casas matrices europeas, la posibilidad de comprar cueros muy depreciados en los
momentos previos a las guerras civiles o durante las mismas, el monopolio extranjero de los fletes,
etc., fueron los mecanismos de apropiación de una parte del excedente producido en el país por los
productores directos. Habrá que añadir a esto la succión de comerciantes prestamistas extranjeros
en la usura y especialmente en la practicada con el Estado. También, los beneficios de inversiones
menores en actividades productivas. De todas maneras una parte importante del excedente queda
en el país, en virtud de que los medios de producción fundamentales, tierras y ganados, saladeros,
etc., pertenecieron en su inmensa mayoría a uruguayos, aunque hubo importantes hacendados
ingleses, vascos y franceses y un cinturón de estancias de brasileños en la frontera. El papel que
tuvo para el comercio extranjero en el Plata contribuyó a insertar el país en la guerra, lo que supuso
un altísimo costo.
B) LA FORMACION SOCIAL QUE PLASMA EN EL PERIODO 1) Expansión económica, crecimiento
demográfico
En 1830 poblaban el Uruguay aproximadamente 74 mil habitantes, para 1833 habían aumentado a
100 mil, superaban los 128 mil en 1835 y 140 mil en 1842. Aunque un manual de geografía atribuía
40 mil habitantes a Montevideo y 160 mil a la campaña, la ciudad de Montevideo aproximadamente
tenía 14 mil habitantes en 1830, y 31 mil en 1842. Fue factor importante en el incremento de su
población, el fuerte aflujo inmigratorio. En 1843 vivían en Montevideo 11.431 orientales y 19.252
extranjeros. El ritmo inmigratorio se aceleró a fines de los treinta: entre 1835 y 38 arribaron al país
9.155 inmigrantes, pero desde 1838 al 42 lo hicieron 22.381. (7) Aunque los extranjeros se radicaron
también en ciudades del interior del país y en el campo, la mayoría lo hizo en Montevideo. La ciudad
se convirtió en un centro comercial muy importante durante y luego del bloqueo francés de Buenos
Aires. Según el francés Xavier Marmier florecía el tráfico que se extendía desde el Plata a las
fronteras del Paraguay y las mercancías afluían o se despachaban hasta para el norte de Europa.
(8) Fue comparada en la época con ciudades comerciales famosas, por los barcos que llegaban y
partían de su puerto, las carretas con cueros que realizaban el transporte interno de frutos, los 30
saladeros de sus alrededores y el comercio que le daban vida y movimiento. Era época de empresas
que se levantaban como de la nada y de la fiebre de la especulación. La edificación se derramaba
más allá de la ciudad colonial amurallada que comprendía la pequeña península barrida por el viento
pampero hacia la "ciudad nueva", pero las calles tradicionales concentraban la vida que bullía en las
tiendas de todo tipo, en el paseo al atardecer, en la catedral dieciochesca frente al cabildo de rejas
afiligranadas convertido en lugar de sesiones del Poder Legislativo. Junto a las casas tradicionales
con patios enjardinados y sus miradores, se levantaban mansiones de comerciantes, especuladores
y gobernantes, alhajadas de manera ostentosa. El clásico café reunía a emigrados argentinos y
políticos uruguayos, el teatro lucía con los trajes de las damas de la "sociedad" lugareña que
lloraban con los dramas románticos y las tertulias se sucedían, siendo famosas algunas por lo
agradable y culto de la conversación que alternaba con el recital poético o los acordes del piano. (9)
Paraíso de grandes comerciantes y especuladores, lugar de influencia decisiva de cónsules ingleses
y franceses, Montevideo era también el centro de la lucha contra Rosas, de conspiración de una
inmigración política argentina que se entendía muy bien con los "doctores" uruguayos. Mientras,
todos descansaban en la protección del ejército que comandaba el Presidente caudillo Fructuoso
Rivera, que buscaba una transacción imposible con Rosas y que acabaría sufriendo la irreparable
derrota de Arroyo Grande a fines del 43, tras la cual los ejércitos argentino-uruguayos bajo la jefatura
del ex-presidente Manuel Oribe, iban a poner sitio a Montevideo en febrero de 1843. Todavía en
1850, tras 7 años de sitio, cuando la ciudad se había empobrecido, el comercio se reducía ya a muy
poco luego de que fuera levantado el bloqueo impuesto por la flota anglo-francesa a Buenos Aires
entre 1845 y 48, y el gobierno había enajenado a los usureros extranjeros hasta las plazas y edificios
públicos, el francés Benjamín Poucel predecía un destino floreciente al Uruguay: "...este país se
convertirá un día — expresa— por los vastos imperios que lo avecinan, desde el punto de vista
politico en lo que es Suiza, enclavada en el corazón de Europa, es decir que después de haber
alcanzado la prosperidad material que le aseguran sus buenos puertos... Montevideo se volverá un
centro industrial a causa del poderoso motor que el país posee en sus innumerables cursos de agua.
Pero si la industria debe ser la última palabra de la prosperidad montevideana, ésta era brillante
deberá ser precedida por la agricultura y es por eso que sus tierras sin cultivo demandan brazos..."
(10).

2) ¿Era posible la imposición como dominante del modo de producción capitalista en la formación
social uruguaya entonces?
La acelerada expansión de algunas manufacturas y semimanufacturas y el rápido aumento de los
excedentes ganaderos, parecían augurar al Uruguay naciente la rápida imposición como dominante
del modo de producción capitalista.
26
Se expanden manufacturas y producción doméstica en el textil de la lana con empleo de algunas
máquinas. La industria no tenía entonces la complejidad posterior. El Uruguay era un país pequeño
pero poco menor que Inglaterra y seis veces más extenso que Bélgica. Tenía escasos capitales,
pero éstos afluían de manera no desdeñable. Estaba casi despoblado, pero carecía a la vez de las
más pesadas relaciones sociales de producción precapitalistas, y su población casi se duplicó en 15
años. Podía aumentar extraordinariamente la producción agropecuaria en un territorio explotable
casi en el 90% de su extensión. La agricultura creció a partir de que se benefició de cierta protección
y cuando afluyeron colonos en 1835. El país exportó trigo. Su pradera era apta para la rápida
reproducción del ganado, aumentó sustancialmente el rebaño vacuno y comenzó a mestizarse el
ovino. Teóricamente una política inteligentemente proteccionista de la industria y manufacturas, el
impulso a la agricultura y a las formas más avanzadas de explotación ganadera, de introducción con
controles adecuados a los capitales, estímulo a la inmigración, una acertada distribución de la tierra,
etc., podían impulsar una fuerte expansión de la economía y eliminar rápidamente relaciones
precapitalistas, abrir camino a la imposición como dominante en su formación social del capitalismo,
el modo de producción más avanzado de la época. Un tema esencial era el de sistema de tenencia
de la tierra. Al iniciar su vida independiente, en el Uruguay eran propiedad pública las cuatro quintas
partes del territorio nacional y el estado tenía además fuertes expectativas a los ganados
cimarrones. Podía teóricamente distribuir las tierras de manera gratuita en pequeñas y medianas
extensiones, en las cuales tradicionalmente se habían aplicado desde la época colonial las
modalidades simples, pero más avanzadas de la ganadería de entonces. El punto había sido
ardorosamente debatido durante la época colonial, cuando se libró en el país una importante lucha
por la tierra, cobró vigencia en la práctica en el "Reglámento para el fomento de la campaña y
seguridad de los hacendados" en 1815, y estuvo muy presente en la prensa, las discusiones
legislativas y los discursos ministeriales durante los primeros gobiernos independientes. Población,
desarrollo de la agricultura e industria se combinaban con la crítica severa al papel del latifundio,
incluso en manifestaciones de Fructuoso Rivera, primer Presidente de la República. Pero fueron los
"doctores" liberales quienes más enfatizaron en la relación entre todos los temas anteriores y la
estabilidad institucional del país. Tenían muy claro que la forma de gobierno liberal sólo podría
imponerse, y con ella su papel dominante en el aparato estatal, si el país se poblaba y producía.
Pero el camino hacia la imposición como dominante del capitalismo en la formación social uruguaya
transitó una vía más compleja y sinuosa. El que se procesó en medio de guerras civiles,
internacionales e intervenciones, cuando la acumulación originaria coexistió durante décadas con
formas de redistribución precapitalista, el que enlenteció la inversión de los limitados capitales en
actividades productivas, el que incluso redujo la población del país durante la Guerra Grande. Las
modalidades que asumió el tránsito hacia la imposición del modo de producción capitalista,
determinó que durante décadas no pudiera constituirse un bloque en el poder de clases dominantes,
capaz de resolver a su interior de manera pacífica sus contradicciones y de subordinar a las clases
dominadas. Rota la alianza de las capas de pequeños y medianos hacendados entre sí y con los
pobres del campo del período de la revolución democrático radical, las primeras, protocapitalistas,
de cuya diferenciación hubiera podido surgir el desarrollo capitalista por la vía más avanzada, no
existieron en el país aquéllas con poder e interés para realizar una revolución democrático burguesa.
Por otra parte sólo se conformó una oligarquía suficientemente sólida para imponer su poder y con él
el capitalismo por la vía oligárquica o "prusiana", en las décadas finales del siglo XIX.

3) Caracteres de la formación social que plasma en las primeras décadas posteriores a la


independencia
Desde fines de la sexta década comienza a predominar el proceso de acumulación originaria, y
sobre todo entre 18'76y 86 bajo los gobiernos militaristas, el poder estatal opera para acelerarlo
compulsivamente. Hacia fines de siglo el modo de producción capitalista se ha impuesto como
dominante, aunque articulando como subordinadas relaciones precapitalistas. Con Dobb creemos
que no basta que exista "comercio y préstamo en dinero y una clase especializada de mercaderes y
financistas aunque sean hombres acaudalados, para constituir una sociedad capitalista...", sino que
es preciso que empleen ese capital para "extraer plusvalía a la fuerza de trabajo en el proceso de
producción". (11) Para que domine el modo de producción capitalista no alcanza siquiera con que el
capital subordine a formas de producción precapitalistas mediante el comercio y la usura, sino que
es preciso que invierta capital en el proceso productivo mismo y se haya establecido la
subordinación real 29
en el proceso de trabajo. Es obvio que el capitalismo puede convertirse en el modo de producción
dominante, articulando de manera subordinada a modos de producción precapitalistas. Pero debe
haberse convertido en el dominante. Ernesto Laclau (h), refutando la tesis de Gunder Frank sobre el
capitalismo comercial dominante desde el coloniaje en América Latina, la declara insostenible.
Ejemplifica con México, Perú, Bolivia y Guatemala y con las plantaciones antillanas, mostrando las
modalidades que revisten las relaciones precapitalistas de distinto tipo. Refiriéndose en cambio a la
región ganadera platense considera que allí "El poblamiento asumió formas capitalistas desde sus
comienzos, las cuales fueron acentuadas con la inmigración masiva del siglo XIX". (12)
Consideramos no obstante, que aún con diferencias innegables con las formas más típicamente
serviles o esclavistas, tanto en las regiones que conforman la "pampa húmeda" argentina como en la
Banda Oriental colonial y en las primeras décadas posteriores a la independencia, predominaron
relaciones precapitalistas. El país vive un proceso de transición durante el cual coexisten
modalidades de redistribución del excedente y medios de producción precapitalistas, junto a un
incipiente pero no insignificante proceso de acumulación originaria, coexisten relaciones de
producción de tipo precapitalista con otras definidamente capitalistas. Este proceso extremadamente
acelerado, presenta sin embargo modalidades que determinarán la guerra civil y la Guerra Grande,
que enlentecerá dicho proceso por casi dos décadas.

4) El nivel de las fuerzas productivas


a) Manufacturas y artesanías
Todavía en 1834 el Cónsul francés Baradére informaba a su gobierno que era necesario que los
extranjeros vinieran a comprar cueros, astas, etc, para luego devolverlas en objetos manufacturados.
(13) El Uruguay había carecido de artesanía indígena durante la época colonial y había desarrollado
sólo las más elementales por medio de inmigrantes y esclavos. En 1830 las cifras de materias
primas importadas eran insignificantes comparadas con las de artículos manufacturados: 2.940
pesos de hierro y 22.416 en maderas y tablazones. En cambio se importaban artículos de ferretería
por valor de 27.367 pesos, y muebles por 27.924. Sobre un total de 2.651.067 los textiles y la ropa
hecha insumían 684.747 pesos y los alimentos 1.297.462. (14) En los años siguientes se
desarrollaron las artesanías y surgieron junto a los saladeros algunas otras manufacturas. Comenzó
a utilizarse la máquina a vapor. Para 1836 el capital del comercio era estimado para el catastro en
687.050, casi 20 veces más que el de los establecimientos calificados como industriales. (15) En ese
año aumentó la importación de madera que casi se multiplicó por cuatro en relación a 1832 y se
redujeron las importaciones de muebles a 17.357 pesos. (16) Sin duda influyeron medidas
protectoras para esta producción del país. Juan Antonio Oddone enfatiza la importancia que tuvo la
inmigración en esos años, que venía mayoritariamente de la Península Ibérica, Islas Canarias y de
ambos lados de los Pirineos. Indica que, "Tenderos y hoteleros franceses, consignatarios ingleses,
changadores vascos y gallegos, imponen un ritmo inusual a la ciudad, mientras agricultores
procedentes del Piamonte y las Canarias comienzan a instalarse en las chacras de los alrededores".
(17) . Sarmiento recordará en 1846 los efectos de la inmigración en la venta de casas y en la
construcción y que la propiedad urbana iba pasando de los nacionales de origen, a los dueños de la
riqueza creada en los almacenes y talleres industriales. El impulso que recibió la construcción
determinó el desarrollo de manufacturas y artesanías a su servicio. También surgieron otro tipo de
artesanías y pequeñas manufacturas del hierro, la madera, fabricación de sombreros, ropas, y hasta
una producción textil de la lana a domicilio. Más adelante se levantó la llamada "fábrica de estearina"
que empleó máquina de vapor y desde la cual se tendieron rieles para el transporte de su
producción al puerto. (18) Pero de todas maneras el saladero, manufactura de carne y cueros
salados y más tarde también de grasas y sebos y otros derivados del vacuno, fue el que alcanzó
mayor desarrollo en el período. Las carnes saladas que alcanzaban a 101.497 quintales y medio y
88 barriles en 1830, más que se triplicaron en 1837 y se elevaron a 512.217 y 52 barriles en 1839.
(19) Tanto de la descripción del francés Baradére como de la de Alcides D'Orbigny, que visitó la
república a fines de la cuarta década, surge que las técnicas habían variado muy poco en relación a
la época colonial. "Comúnmente —nos dice Baradére del saladero— se compone de uno o varios
galpones colocados 700 u 800 pasos de la casa, en el sitio más alto de la propiedad. Algunas zanjas
abiertas en el interior de los galpones para recoger esa especie de salmuera que se desprende de la
carne antes de que tome la sal, de que esté completamente seca y un número más o menos grande
de estacas que mantienen travesaños para extender la carne y hacerla secar, es poco más o menos
todo lo que constituye esta clase de establecimiento". (20) Algunos adelantos se introdujeron en ese
período. Según un informe de Justo Corta: "...hacia principios de la cuarta década, empezó el
segundo período en estas industrias, ya bastante adelantadas, en el saladero de don Juan Hall en
las Tres Cruces. Ya había alli cancha con piso artificial y techo para desollar, y torno como aún se
usa en Brasil... Ya se usaba la sal para los cueros húmedos o secos, a los que se les daba primero
un riego con disolución de nitro". (21) Por esta época, Francisco Martínez Nieto introdujo de
Inglaterra la caldera a vapor, lo cual permitió la utilización de las gorduras y la explotación más
productiva de los huesos, hasta entonces utilizados como combustible en los hornos de ladrillo. En
1832 comenzó a ser empleado en la extracción de grasa de los residuos animales "el dispositivo
construido por Martínez Nieto [que] debió consistir en tachos de hierro recorridos por serpentines, en
cuya agua sobrenadaban las grasas fundidas". (22) El procedimiento que se extendió a los restantes
saladeros permitió incrementar la producción de grasas, de lo cual es índice el aumento de las
exportaciones del producto, que pasaron de 1.279 arrobas en 1834 a 83.674 en 1838. (23) Como
señalan Barrán y Nahum: "las formas coloniales de la explotación destructiva en que sólo se
utilizaba del animal el cuero, fueron superadas por el proceso de industrialización del sabidero". (24)
En éste el vacuno pasó a ser explotado en su totalidad. El enlazado en el corral era seguido por el
traslado del animal hasta el lugar donde era sacrificado, frente a la "plataforma", según la llamaba
Baradére o el "tinglado" al decir de D'Orbigny. Luego se procedía al corte de un tendón de una pata
y, una vez inmovilizado, a su faena. Al desollamiento, que se realizaba abriendo la piel a lo largo del
vientre con una cuchillada, seguía la separación de la carne de los huesos. En un galpón la carne
era cortada en trozos pequeños y finos, que se colocaban unos encima de los otros, separados por
camadas de sal. A las veinticuatro horas se daban vuelta en el sentido opuesto, y se los dejaba de
tres a cuatro días. Luego se procedía al secado, tarea que según Baradére "se lleva a cabo del
mismo modo que los bucaneros de Santo Domingo con la única diferencia que allá se utilizaba el
humo en tanto que aquí se hace sólo por medio del sol y el viento pampero". (25) Se hacían
finalmente grandes pilas de cueros y lanas. El trabajador asalariado era empleado en tareas que
exigían destreza y suponían riesgo y era similar al de la estancia. Se utilizó la mano de obra infantil.
Los esclavos cargaban con las tareas más pesadas y menos riesgosas, ya que constituían un
capital. La reunión de trabajadores dueños de su herramienta de trabajo en un establecimiento,
división del trabajo, se combinaba entonces con la utilización de la fuerza de trabajo esclava.

b) Producción agropecuaria
i) Agricultura
La agricultura se había desarrollado con dificultad en la colonia. No había tradición agrícola indígena.
La fuerza de trabajo fue escasa y cara y el mercado estrecho en una región muy poco poblada y en
la cual la abundancia de ganado y la imposibilidad de impedir su faena a los no propietarios, no
obligó a los habitantes a producir para otros, y mucho menos en una actividad para la cual carecían
de hábitos. 33
Se importaron esclavos pero su adquisición estaba fuera de las posibilidades de la mayoría de los
agricultores. En general estuvo limitada a las tierras de la Jurisdicción de Montevideo y la fruticultura
y horticultura se practicaron casi exclusivamente en las proximidades de la capital. El cultivo de
mayor extensión fue el cerealero, fundamentalmente el triguero. Hubo años en que la Banda Oriental
no sólo se abasteció sino que exportó trigo y harina. La labranza fue en general primitiva, las
herramientas casi no hacían más que arañar la tierra que se agotaba a los 6o 7 años, debiendo
trasladarse el agricultor a otras nuevas. En una campaña sin cercos, el ganado destruía las
sementeras, pero como los ganaderos eran mucho más poderosos, los agricultores no lograron la
protección oficial pese a sus muchas solicitudes al Cabildo de Montevideo. La masa de los
establecimientos agrícolas eran pequeños y medios. Los agricultores carecieron de tierras y se
vieron sometidos al pago de aparcerías o, rentas precapitalistas. Sufrieron por la usura practicada
sobre todo por los panaderos-molineros. Las guerras por la independencia afectaron duramente a la
agricultura. En los primeros años de la .década del 30 el país importó harinas y trigo. En 1834 el
Ministro Lucas J. Obes puso en práctica un conjunto de iniciativas destinadas a promover la
agricultura. Dispuso la entrega de un fondo a una comisión integrada por hombres de empresa de la
época, que tenía como cometido mejorar los instrumentos y métodos de cultivo, organizar un
establecimiento experimental a estos efectos y dar una enseñanza práctica en estos aspectos a
jóvenes pobres de todos los departamentos de la república. Se distribuyó semillas a los agricultores
y se les brindó otro tipo de ayuda. Se destinaron fondos públicos para sufragar el pasaje, alojamiento
y primeros gastos a inmigrantes, que debían conformar fuerza de trabajo para los oficios urbanos y
básicamente para la agricultura. El Presidente Fructuoso Rivera expresó entonces que el impulso a
la producción favorecería la paz. Los efectos de tales medidas se hicieron sentir muy rápidamente.
Para 1836 la cosecha produjo sobrantes que se exportaron y todo hacía preveer que el saldo
exportable triguero seguiría aumentando. (26) Pero las guerras civiles y sobre todo el Sitio Grande
iban a afectar gravemente a la agricultura.
ü) Ganadería
La finalización de las guerras por la independencia, la reconstrucción del rebaño extraído en elevada
proporción hacia Brasil durante la dominación luso-brasileña, con los ganados traídos de Brasil en
1827 y 28 que se reprodujeron rápidamente en la pradera, y a la vez la demanda del mercado
mundial, favorecieron la expansión ganadera. La mecanización de la industria textil en Europa
estimuló la explotación del ovino, que para ser redituable exigía la mestización de la oveja criolla de
malas lanas. Para 1842 el rebaño ovino alcanzaba a 880 mil cabezas; en ese año se exportaron
92.060 arrobas de lana, la suma mayor de todo el período. (27) Entre los importadores del merino
con que se mestizó la oveja criolla, se cuentan junto a Francisco Juanicó, el ex-presidente argentino
Bernardino Rivadavia y el francés Benjamín Poucel. La Guerra Grande afectó duramente a la
estancia ovejera. Durante el sitio de Montevideo fueron concentrados en la ciudad de Durazno
estancieros anglo-franceses, que se contaban entre quienes habían iniciado la merinización del
ovino. No pocos de los orientales y argentinos se refugiaron en Montevideo o marcharon al exterior.
Todas las estancias sufrieron por el consumo y arreos de ganado, muchas quedaron abandonadas.
Los reproductores ovinos significaban una inversión mayor, exigían pastoreo y fuerza de trabajo. Se
aniquiló el ganado fino y la ganadería ovina paralizó su desarrollo. De todas maneras la mayoría de
los animales eran vacunos, criollos, de gruesos cueros y carnes magras. El rebaño vacuno se
estimaba en 1842 en aproximadamente 6 millones y medio de cabezas. La exportación de cueros
entre 1840 y 42 superó al millón cien mil piezas y aunque sin duda afluyeron de los. países vecinos,
la cifra de los producidos en el país fue muy elevada. (28) También fue muy alta la de tasajo. Se
había multiplicado por 10 la de la época colonial, cuando la Banda Oriental era la única productora
de carnes saladas en el Plata. (29) Sin duda, sumando las exportaciones al consumo de carne,
principal. alimento de la población uruguaya, fue entonces que la proporción de carne que se tiró fue
menor en muchos años. La demanda externa no exigió la mestización del vacuno criollo, que
satisfacía los requerimientos del saladero, el que sólo necesitaba que los animales estuvieran
descansados. Por otra parte el vacuno críollo poseía un cuero grueso que era salado. (30) La
explotación ganadera conoció variantes en el período. En algunas estancias comenzó a mestizarse
el ovino —lo que supuso una inversión mayor que la requerida por el vacuno—, y predominó ya el
pastoreo sobre la caza. Sin duda aquéllas que colocaban el entero animal en el saladero o para el
abasto de ciudades y pueblos, mantuvieron más estrictamente el rodeo y practicaron más
sistemáticamente la castración que favorecía el engorde del novillo. Es para este tipo de
establecimiento que se estimaba entre un 30 y un 24% el beneficio de la inversión inicial, que era
muy limitada. (31) En general consistía en la adquisición de la tierra y el ganado. Pero una alta
proporción de la tierra era propiedad pública y en los casos que fue efectivamente pagada, su precio
fue muy inferior al del mercado y de la que fue solicitada para ser adquirida, sólo de una prte éste
satisfizo. El vacuno criollo costaba poco. Sin contar con que buena parte de los hacendados se
había apropiado de él o lo había adquirido a los beneficiarios de los repartos luego de la guerra con
Brasil. Descripciones de la época nos hablan de que la mayoría tenía como edificaciones ranchos de
paja y terrón, algunos de los cuales servían de vivienda al estanciero y su familia, a sus capataces,
como cocina y galpones donde se guardaban herramientas de trabajo y dormían los peones y
esclavos. (32) Existían otras con mejores edificios, algunas verdaderas fortalezas ante la inseguridad
de la campaña. Escasa inversión, apropiación por medios extraeconómicos de ganados y tierras, no
venta o consumo de parte de las carnes, caracterizan entonces la explotación ganadera. Todavía en
1885 cuando ya estaba muy avanzado el proceso de mestización del ovino y el cercamiento de los
campos, el pintoresco cronista de "La tierra purpúrea" se asombra de que al terminar la comida, se
arrojen y permitan el festín de perros, caranchos, halcones y gaviotas, 10 a 15 kilos de carne. Esto
explica la generosa hospitalidad que los viajeros no dejan de recordar y que durante décadas la
estancia mantuviera, una población que excedía por cierto la fuerza de trabajo requerida. Carne y
cueros tuvieron además de un valor de cambio y uno de uso. Todavía a comienzos del siglo XX
Nepomuceno, hijo del caudillo estanciero de la última patriada, Aparicio Saravia, recuerda en sus
memorias que en el invierno crudo el abrigo más importante lo hacían de cueros de venado y de
toro, descarnándolos y sobándolos hasta darle un espesor muy fino, para que fueran livianos e
impermeables y que aún cuando casi siempre iban descalzos confeccionaban "tamangos" para el
frío con cueritos de cordero. Su alimentación, según evoca, se componía de leche, carne, pan, tortas
fritas y pirones, y no se practicaban refinamientos culinarios. (33) Pero además, la posesión material
de la tierra y los ganados se asegura con gentes que la defienden, y la jurídica por vínculos con el
poder. Salvo los extranjeros, que tuvieron siempre para garantizar sus derechos supuestos o reales
el apoyo de sus cónsules y escuadras, los demás confiaban preferentemente en sus lazos con el
gobierno o con el caudillo del bando contrario. En realidad la inserción en "la divisa" constituyó la
mejor garantía si ésta estaba en el poder; en caso contrario era preciso que la propia accediera a él.
Para buena parte de los hacendados la disposición de gentes a su servicio, favorecía un lugar mejor
en la hueste caudillesca.

5) Modelos fracasados de transformación del Uruguay independiente


Durante las primeras presidencias se formularon dos proyectos que se orientaban a la imposición
como dominante del modo de producción capitalista, pero que excluían una revolución democrático-
burguesa ya fracasada y por entonces imposible. Santiago Vázquez, antiguo rivadaviano, en grado
menor Lucas J. Obes, tradicional financista del caudillo Fructuoso Rivera y otros "doctores" liberales
vinculados a la emigración argentina, propugnaron una política en teoría antilatifundista, de impulso
a manufacturas y artesanías, pero también a la agricultura junto a la ganadería, de fomento a la
inmigración, etc., que concebían como herramienta del progreso del país y de la estabilidad política
bajo un régimen liberal en que tendrían papel protagónico. Durante la primera parte de su gobierno
el segundo Presidente constitucional Manuel Oribe y su Ministro de Hacienda Juan María Pérez,
propugnaron en conjunto una política de estructuración de un sistema de crédito público, de
abaratamiento y consolidación del aparato estatal, más específicamente ganadera y fuertemente
propietarista. Parece anticipar la que plasma en los setenta bajo la dictadura milita- rista de Lorenzo
Latorre en sus aspectos económicos y financieros. La primera fue impulsada por un segmento
heterogéneo de "politicos especializados" vinculados a sectores especulativos que por necesidad —
en una primera etapa— se apoya en el poder de Rivera. Los segundos se apoyaron en los más
elevados estratos de las clases privilegiadas y en particular entre los hacendados más fuertes,
muchos de origen colonial. De todas maneras la inexistencia de clases suficientemente consolidadas
acabará subordinando ambos proyectos a la pugna entre las facciones que se singularizarán por las
"divisas" colorada y blanca, y que fueron en esta etapa reales redistribuidoras de medios de
producción entre sus adeptos.
a) Proteccionismo moderado, diversificación de la producción, limitación inicial en la concesión de
tierras públicas
En algunos países de América Latina, incluido el Uruguay, se desarrollará en las décadas finales del
siglo XIX una industria liviana. Pero en los primeros años posteriores a la independencia se frustran
proyectos, incluso tan ambiciosos como el formulado en México por Lucas Alamán, en lo
fundamental por los efectos de la pervivencia de una estructura precapitalista. En general suelen
dictarse algunas providencias en favor de artesanías, o determinadas producciones agrícolas
tradicionales y la navegación nacional. Sin duda aquellas formas productivas susceptibles de
evolucionar hacia otras capitalistas, también requerían todo tipo de medidas de protección y
fomento. Es corriente en alguna bibliografía estimar la política de Rosas que plasma en la ley del 18
de diciembre de 1835 y otras disposiciones, como destinada a imponer la independencia económica,
frente a los avances del capital extranjero. Con Halperín Donghi creemos que tal como lo muestran
de manera categórica las estadísticas de la época, lo esencial de la politica de Rosas consistió por el
contrario en haber integrado de manera mucho más sólida a la Argentina, como importadora de
manufacturas británicas y exportadora de derivados de la ganadería. Lo cual no obsta, para que la
elevación de los impuestos y la prohibición de ciertas importaciones —continuando por otra parte
una política ya perfilada con anterioridad— y aún la coyuntura misma de la guerra exterior y la paz
interna, favorecieran a ciertas producciones bonaerenses o provinciales. En el Uruguay las fuerzas
que propugnaban medidas proteccionistas eran más débiles. Favoreció el desarrollo de artesanías y
algunas
manufacturas no destinadas al mercado exterior, el incremento acelerado de la población, la
introducción de mano de obra con ciertas habilidades y aún la elevación de tarifas aduaneras por
necesidad fiscal y el bloqueo de Buenos Aires que limitaba su competencia comercial. Pero las
medidas que expresamente se dictaron a favor de artesanías y manufacturas fueron escasas. En
este plano hubo el reclamo de una política en favor de las mismas por parte de Santiago Vázquez y
la gente que se nucleaba en torno al periódico "El Nacional". Reclamaban su protección mediante el
incremento de los aranceles aduaneros y la prohibición de importar artículos competitivos. Pero
también iban a defender el otorgamiento de privilegios de tipo monopolista a extranjeros para la
industria productora de estearina o la navegación a vapor en el Plata. Santiago Vázquez en 1835,
durante la Presidencia del Gral. Oribe, realizó una encendida defensa de las artesanías, respaldando
los reclamos que realizaban carpinteros, muebleros, herreros, y hasta un fabricante de pólvora. (34)
Aproximadamente 100 carpinteros y herreros se unieron para presentar un petitorio contra la
introducción de puertas y ventanas. (35) Desde "El Independiente" fundamentó la necesidad de
elevar los impuestos o prohibir las introducciones que competían con la producción nacional,
alegando su mayor costo, a la vez que enfatizando en la importancia del desarrollo de la "industria
fabril". (36) Recuerda que a 5 años de la independencia sólo habían alcanzado algunos progresos la
agricultura y la ganadería. En el caso de la primera, porque el gobierno anterior había tomado
medidas en su favor, que él había apoyado porque llevarían a la creación de un espíritu de empresa
que debía trasladarse a los talleres artesanos. Aunque explicita sus convicciones liberales, considera
que no se atacará la libertad de comercio prohibiendo la entrada a producciones competitivas y
ejemplifica con Inglaterra, que aún mantenía limitaciones a la importación que favorecían a su
industria, lo que en su opinión se justificaba mucho más en países atrasados. (37) Confiere
importancia fundamental al hecho de que la ruina de los artesanos aumentará el número de
desocupados, de "vagos", y enfatiza en la importancia política de contar con productores con trabajo
y arraigo.
Oponiéndose a la política postulada por Vázquez, "El Defensor de las Leyes", órgano que apoyaba
entonces al Gral. Oribe, sostuvo que el incremento de las tarifas o la prohibición de introducir
determinadas mercancías, daría como resultado el contrabando o el monopolio por algunos
productores nacionales. Sostenía que para el país era fundamental el comercio al que —decía— no
debían oponerse trabas. "Lo que en rigor económico-político se llama industria nacional no era uno u
otro elaboratorio triste, o producción insignificante y escasa que se halla en este país, sino aquélla
que cuenta con la seguridad de un gran consumo interior, y de una grande exportación para el
extranjero; aquélla cuyo progreso está más indicado por las peculiares calidades del país, tanto en lo
fisico como en lo moral; aquélla a la que el genio, costumbres y educación de los nacionales tienen
mayor inclinación; aquélla finalmente, que está tan adelantada en perfección, que pueda competir
con la de otros países en la buena calidad de sus productos y en lo cómodo de sus precios". (38) El
periódico trasuntaba lo que sería por décadas la opinión de las clases dominantes uruguayas: el
"destino manifiesto" ganadero y comercial. No solo comerciantes y ganaderos se afiliaban a este
criterio, sino que quienes vivían del presupuesto y los acreedores del Estado temían que la elevación
de las tarifas aduaneras desviara el tráfico hacia Buenos Aires. Algunas reclamaciones muy
concretas fueron no obstante atendidas. Se prohibió introducir muebles a pretexto de que se
destinaban a uso personal y se incrementaron en 1836 los impuestos para los al-UU. los
competitivos con los que producían carpinteros y herreros. Pero no se atendió a las exigencias más
drásticas formuladas por Vázquez. Una nueva polémica se producirá durante el segundo gobierno
del Gral. Rivera, ahora en relación con monopolios solicitados por el francés Hipólito Doinnel, para
su fábrica de estearina y por el inglés Tomás Dutton socio de Samuel Lafone, comerciante,
saladerista y prestamista británico de papel cada vez más preeminente entonces, para la navegación
a vapor en el Plata. Nuevamente la discusión ocupó todos los ámbitos posibles, y los doctores
acudieron en apoyo de sus opiniones a los argumentos de los economistas de la época, aclarando
de todas maneras que las "teorías europeas sobre economía política [debían] estudiarse no para
aplicarlas servilmente..." (39) Y aunque la polémica opuso a hombres ubicados en el bando
"colorado", no dejó de ser ardorosa y al decir de Santiago Vázquez conllevó "insultos y denuestos".
Temas importantes como el papel de la industria o los ries gos del capital extranjero, estuvieron en la
palestra. Fueron protagonistas principales Santiago Vázquez y un joven que tendría larga trayectoria
política en el Uruguay: Manuel Herrera y Obes. El primero utilizó como tribuna de mayor audiencia
"El Nacional", periódico dirigido por otro joven político Andrés Lamas, junto a dos brillantes
emigrados argentinos: Juan Bautista Alberdi y Miguel Cané. Herrera y Obes polemizó desde el
periódico más cercano a Fructuoso Rivera, dirigido por Isidoro de María, comerciante y propietario
de barcos de vela. (40) Ambos coinciden en la importancia que para la economía, el orden y la paz,
tiene el desarrollo de la producción. Según «El Nacional» "vendrían del arado, la imprenta, los
barcos y las máquinas de vapor". Herrera y Obes se opone a la concesión del privilegio a Dutton.
Indudablemente expresa mejor la opinión de los propietarios de barcos entre los que se cuentan
comerciantes nacionales e inmigrantes "El Nacional" había denunciado arios antes el riesgo .que
comportaban los empréstitos extranjeros, que habían provocado en América Latina "ruina, miseria y
oprobio". En 1841 había alertado frente al riesgo que suponía la concesión solicitada para la
navegación por barcos extranjeros de ríos nacionales. (41) Herrera y Obes por su parte, encarecía la
importancia de la introducción de capital extranjero para levantar la industria y explotar las riquezas
que encerraba el país. En realidad ninguno se oponía al privilegio por seis años para la producción
de estearina, solicitado por el industrial francés. En cambio Herrera destaca los peligros que
implicaba el privilegio solicitado por Dutton, denunciando que arruinaría la navegación nacional. (42)
Vázquez hábilmente aducía que los marinos eran en su mayor parte extranjeros, ocultando que se
trataba de inmigrantes radicados en el país y sostenía que el vapor favorecía la navegación y la
industria. (43) Vázquez defendía tras Dutton a Lafone, y Manuel Herrera y Obes, a los propietarios
de barcos veleros. De todas maneras fue entre los "doctores" liberales, que la industria tuvo
defensores más entusiastas. Pero se paralizaron todos los ensayos durante el Sitio Grande, cuando
incluso se marchó a Buenos Aires gran parte de los inmigrantes en la etapa final.

b) El frustrado intento de encaminar el país hacia la imposición del capitalismo por la vía
"oligárquica" o "prusiana"
En la primera etapa del gobierno del segundo Presidente constitucional, Manuel Oribe, junto a su
Ministro de Hacienda Juan María Pérez, tratará de imponer una política . económico-financiera
destinada a abaratar el costo del aparato estatal y escapar a las imposiciones de los usureros y
especuladores, de privilegiar la ganadería, sin abandonar la inmigración destinada sobre todo a la
agricultura y a otras actividades productivas, pero considerando que su fomento dependería del
mantenimiento de la paz y la estabilidad, y oponiéndose a una política proteccionista por parte del
estado. Aunque el Ministro aludió más de una vez a los males que irrogaba el latifundio, consideró
que el país los superaría al incrementar su población y con el aumento de capitales. La política
gubernamental se orientó a crear un sistema de crédito público admisible, transformando los
empréstitos a corto plazo en otro a uno mayor, fincando esperanzas en la concertación de un
empréstito en Londres. Este fracasó finalmente porque los británicos exigieron en cambio la firma de
un tratado de comercio y navegación leonino cuyos inconvenientes denunció la oposición, y el
Cónsul Hood, ligado a prestamistas postergados del anterior gobierno, difundió en Londres
información que desprestigiaba al Uruguay. Según el historiador inglés Ferns, existía entonces
hostilidad hacia los estados extranjeros en el país. (44) Desde "El Nacional" los .doctores liberales
enfatizaban el riesgo que existía para la independencia nacional en la concertación de empréstitos y
tratados con grandes potencias, y curiosamente en "El Universal" y en "El eco oriental" que
apoyaban al Poder Ejecutivo, se defendían las virtudes del ingreso que supondría el dicho
empréstito. Desde luego eran razones políticas del momento las que fundamentaban las posiciones.
Ante el fracaso del empréstito externo, Pérez impuso medidas más severas de contención del gasto
público, aplicó un forzoso y gravó el comercio y la producción. Se incrementó el costo de la vida, lo
que afectó a sectores populares. Aplicó la Reforma Militar, que implicaba el pase a retiro de buena
parte de la oficialidad, con criterio selectivo además en contra de los adictos a Rivera. Se sancionó
finalmente la ley sobre venta y prescripción de tierras públicas, de definido carácter propietarista. No
sólo los mil pesos en que se fijó la legua cuadrada, sino el complejo procedimiento para su
adquisición, excluyó de las posibilidades de acceso a la misma a la mayoría absoluta de la
población. El Poder Ejecutivo mostró simpatías definidas por los viejos propietarios y poseedores de
origen colonial. Fue perdiendo las simpatías de la inmensa mayoría de poseedores y de las masas
rurales. En grandes rasgos, su política puede compararse con la impuesta en la década del 70 a
partir del gobierno del Cnel. Latorre. Pero entonces se había consolidado una oligarquía comercial,
bancaria y terrateniente infinitamente más sólida que la que existía durante la Presidencia de Oribe.
Por otra parte el propio Ministro de Hacienda había sido uno de los especuladores más fuertes y se
le acusó de utilizar el ministerio para seguir especulando. En definitiva, ante la imposibilidad de
aplicar una política consecuente en favor de una oligarquía consolidada, Oribe acabaría haciendo
una politica de facción, en favor de la divisa "blanca".

6) Relaciones sociales de producción precapitalistas que predominan en el período


El fracaso de los "modelos" de transformación estuvo condicionado y determinó el predominio de
relaciones precapitalistas en esta etapa del proceso de transición. En lo fundamental estuvieron
caracterizadas por:
—La orientación de los capitales hacia el comercio y la usura y especulación, en particular con un
fisco deficitario.
—Una muy limitada producción manufacturera, que se incrementó en el período y se redujo
drásticamente durante la Guerra Grande y cuyos establecimientos más importantes, los saladeros,
reproducían en lo fundamental labores de la estancia y conjugaban el trabajo libre con el esclavo.
—La existencia de una agricultura limitada, explotada de manera primitiva.
—Una ganadería sólo parcialmente mercantil. Pese a la mestización del ovino que permitió la
exportación de lanas, predominó el vacuno criollo. Aunque aumentaron los requerimientos del
mercado, el cuero siguió siendo a la vez valor de uso y cambio y la carne de los animales faenados
por el cuero superó a la comerciada y consumida en la estancia. A este desarrollo de las fuerzas
productivas correspondieron relaciones de producción caracterizadas por:
—La persistencia del trabajo esclavo en retroceso. En la ciudad, no sólo en las labores domésticas,
sino en la artesanía, semimanufacturas , puerto, construcción, servicios públicos, etc. El esclavo fue
explotado directamente por el propietario o conchabado por éste a productores. Incluso se
introducen esclavos bajo el disfraz de "colonos". Es muy importante el trabajo esclavo en las
estancias brasileñas del norte y este del país. La libertad de los esclavos recién fue decretada
durante la Guerra Grande. Fueron incorporados entonces masivamente a los ejércitos, en particular
en las tropas que defendieron Montevideo a partir de 1843.
—La existencia de "colonos" blancos, inmigrantes cuyos contratos de trabajo hasta sufragar el
pasaje fueron transferidos a quienes requerían su fuerza de trabajo. El Estado garantizó el
cumplimiento de los contratos.
—Imposición de coerción extraeconómica para las masas rurales 'sujetas como las urbanas, a la
legislación punitiva contra los "vagos", es decir para quienes no ostentaran "papeleta de
conchabado". No existía, como en el período artiguista, la alternativa del libre acceso a la tierra.
—Formas de peonazgo en que el salario en dinero sólo es una parte del mismo, que puede servir
simplemente como medida de cuenta, para obtener la parte de su sustento del peón y familiar no
proporcionada por la estancia (carne y yerba mate en lo fundamental), y vestimentas e instrumentos
de producción (cuchillo) en la "pulpería" de la estancia. El mantenimiento y reproducción de la fuerza
de trabajo se realiza en alto grado por la alimentación y vivienda proporcionada bajo formas no
monetarias. Es común que los peones como los capataces además de la tropilla de caballos —
instrumentos de trabajo— posean algunos vacunos propios. Existencia de otras modalidades de
relaciones precapitalistas: agregados, puesteros, aparceros, arrendatarios no capitalistas y
ocupantes tolerados.
—No consolidación de la propiedad privada de la tierra. En 1830 las cuatro quintas partes de las
tierras eran de propiedad pública y para 1836 de las 5.618 leguas que constituían el total, 2.365,
menos de la mitad, se habían transformado en propiedad privada. El precio que se paga por la
propiedad de la tierra no está regido en lo fundamental por relaciones de mercado. El acceso y el
mantenimiento de la tenencia dependerá en algo grado, salvo en el caso de los extranjeros, de
relaciones de dependencia personal y la inserción del hacendado en la hueste del caudillo.
—Debilidad y no segregación del aparato estatal de la sociedad civil, pese a lo preceptuado por la
constitución. Incluso sobre todo du-
rante la Guerra Grande, traspaso de la administración de las fuentes de ingreso estatales a clanes
de prestamistas y especuladores. Imposibilidad del aparato estatal de alcanzar al conjunto de la
población del país y sustitución por la relación directa y personalizada de las masas con los
caudillos.
—La guerra civil endémica y la Guerra Grande, consecuencias de las modalidades de inserción en el
mercado, de la no segregación efectiva ni la constitución de mercados nacionales en el Plata y de la
no finalización de la apropiación de medios de producción ni la real subordinación de las masas
rurales, contribuirán a su vez a frenar las tendencias al desarrollo de las fuerzas productivas, a la
vuelta a formas de explotación depredatoria anteriores, y al mantenimiento de relaciones sociales de
producción precapitalistas.
______________________________________________
4) Capítulo 5 TEXTO no resumen ODDONE LA FORMACIÓN DEL URUGUAY MODERNO, c.
1870-1930

EL URUGUAY TRADICIONAL: GANADO Y CAUDILLOS


A finales de la década de 1860, la población uruguaya no superaba los 300.000 habitantes. Más de una
cuarta parte vivía en el puerto principal, Montevideo, donde también se hallaba la capital política. La
proporción de extranjeros era una de las más elevadas entre las repúblicas latinoamericanas. De acuerdo con
el censo de 1860, uno de cada tres habitantes (y uno de cada dos en Montevideo), había nacido fuera del
país; por lo común provenían de Italia, España, Brasil, Francia, Argentina o Gran Bretaña (probablemente en
ese orden). La única línea ferroviaria, inaugurada en 1869, tenía solamente 20 kilómetros de longitud. De
hecho, el sistema de transportes consistía en poco más que caminos primitivos; por fortuna, el principal
producto de su economía, el ganado, tenía la virtud de ser móvil. Para el transporte de personas se usaban
carros en el este y en el centro del país, mientras que los barcos de vela y los vapores que surcaban el río
Uruguay hacían que la región oeste estuviera mucho mejor comunicada con la capital. A pesar de la reducida
extensión de la República —alrededor de 180.000 kilómetros cuadrados—, los viajes por el interior eran
lentos, principalmente en invierno cuando la crecida de ríos y arroyos bloqueaba las rutas terrestres. La
economía estaba basada en la explotación extensiva del ganado bovino criollo. Sus cueros se enviaban a
Europa, a la vez que parte de su magra carne, después de salada y secada en los saladeros hasta convertirla
en tasajo, era consumida por los esclavos de Cuba y Brasil. Por tal razón, y al igual que en el periodo colonial,
el peso de su cuero determinaba el valor de un vacuno, más que la carne que producía. La matanza de
ganado para las necesidades de la raleada población rural indigente no constituía aún un acto ilícito y hi
siquiera en las estancias el libre consumo de carne resultaba económicamente irracional. La importancia que
había llegado a alcanzar el comercio en este país productor de materias primas y alimentos era un tanto
excepcional. La ubicación del
puerto de Montevideo en la margen septentrional del Río de la Plata y sus ventajas naturales sobre Buenos
Aires y los embarcaderos de Rio Grande do Sul lo convirtieron en un centro distribuidor regional de las
mercancías europeas destinadas a las provincias argentinas de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, la zona
riograndense e incluso Paraguay. La espina dorsal de las clases altas uruguayas estaba constituida por
terratenientes, capitalistas y prósperos comerciantes, entre quienes figuraban numerosos extranjeros
residentes. De este núcleo surgen los fundadores del Banco Comercial (1857), primera institución crediticia de
propiedad nacional. Las clases medias, sumamente débiles en el interior, crecieron con mayor fuerza en
Montevideo gracias al comercio y a los comienzos de la actividad manufacturera. La industria de la salazón de
la carne había contribuido a la formación de un pequeño contingente obrero, pero el grueso de las clases
asalariadas dependía de los ganaderos y, en calidad de peones o trabajadores zafrales, vivían en
asentamientos diseminados por las inmensas estancias. En el norte aún existía una fuerza laboral oculta
integrada por esclavos que los ricos hacendados brasileños importaban de Rio Grande do Sul. La sociedad y
el sistema económico descrito no creaban desigualdades y tensiones sociales extremas; en algunos
aspectos, Uruguay contrastaba con la América Latina del siglo x[x, caracterizada por la acentuada
polarización de las clases sociales. Las diferencias económicas entre los individuos eran de origen reciente y
no las aumentaban distingos raciales, como ocurría en México, Perú o Brasil; por lo tanto, podían acortarse
con relativa facilidad. Asimismo, como país nuevo poblado en buena parte por inmigrantes, la movilidad social
ascendente se afianzaba. En 1847 un destacado representante de la elite se quejaba amargamente, y no le
faltaban razones para ello, afirmando que en este país «todos los que tienen la cara blanca se creen con los
mismos derechos». Dos aspectos típicos de la vida social y política del periodo eran la frecuencia de las
guerras civiles y el paternalismo del caudillo-terrateniente para con la población marginal del campo. Durante
el primer medio siglo de vida independiente, varios presidentes debieron hacer frente a rebeliones y se vieron
obligados a abandonar su cargo antes de cumplir el término legal de cuatro años. El gobierno central debía
enfrentar las turbulencias de los caudillos entre los cuales estaba fragmentado el poder en el interior del país.
El proceso de asentamiento de la autoridad gubernamental sobre esos centros de poder alternativos fue
trabajoso y lento. La violencia y el recurso a las armas se hallaban consustanciados con las formas de vida de
la campaña y con el trajín habitual de las faenas ganaderas. Por otra parte, la ausencia de un sentimiento
nacional definido y generalizado entre la mayoría de la población, sumada a las ambiciones de las clases
dominantes de Brasil y Argentina, los poderosos vecinos de Uruguay, estimulaban los levantamientos contra
el poder central de Montevideo. Al concluir la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1865-1870) las
características ancestrales del Uruguay habían empezado a desaparecer. Los comerciantes, principalmente
los de origen extranjero, habían visto crecer su influencia gracias a la prosperidad alcanzada durante la
guerra reciente; junto a los terratenientes, empezaban a exigir paz interior y gobiernos fuertes como pilares de
un orden social estable.
La afluencia del capital extranjero, principalmente británico, era ya apreciable. Préstamos al Estado, compra
de tierras por parte de compañías cuyo consejo de administración residía en Londres, instalación de la
Liebig's Extract of Meat Company en Fray Bentos (1863), y de una filial del Bank of London and River Plate
(1865), dan el tono a ese movimiento que se afianza después de 1870, cuando los ingleses adquieren
ferrocarriles e importantes compañías de servicios públicos urbanos. El país prosiguió integrándose a la
economía mundial, dadas la creciente facilidad y la baratura con que podían transportarse hombres y
productos. El perfeccionamiento de los barcos de vela, pero, sobre todo, el triunfo de la energía del vapor en
las rutas oceánicas, pusieron a Uruguay en estrecho contacto con las necesidades, el capital, los inmigrantes,
la cultura y las modas de la otra orilla del Atlántico. Los vínculos de Montevideo con Londres, Marsella,
Génova y El Havre comenzaron a ser seguros y regulares. Se expandió el comercio de importación y
exportación, a la vez que aumentaba su volumen y descendían las tarifas de carga. El cordón umbilical que
unía la nación uruguaya con Europa parecía más fuerte cada día.
LA MODERNIZACIÓN Y EL MERCADO MUNDIAL, 1870-1904
Al filo de 1870 la situación económica del Uruguay revelaba un cuadro de aparente prosperidad. Montevideo,
con sus casi 100.000 habitantes, era la vistosa fachada de los tempranos cambios modernizadores. El viajero
británico Hutchinson, que en 1861 describía «la morisca arquitectura de sus casas de azotea», difícilmente
podría haber imaginado el desarrollo que experimentaría la capital en los años siguientes. Si el Cerro
(promontorio que domina el puerto) y la catedral —las dos montañas de la «Nueva Troya» descrita por
Alejandro Dumas— seguían dominando la blanca perspectiva urbana ceñida por un cinturón de chacras y
saladeros, pronto la apertura de nuevas calles, los progresos edilicios y los primeros ensayos de iluminación a
gas mostraron los signos de una promisoria expansión urbana. Con el alzamiento del caudillo blanco Timoteo
Aparicio comienza en 1870 la «guerra de las lanzas», que fue un intento del Partido Blanco por recuperar al
menos parte del poder que los colorados monopolizaban. Las acciones militares se arrastraron durante dos
largos años y en abril de 1872, al firmarse una paz negociada, surgió un nuevo grupo político desprendido de
los partidos tradicionales. La fracción «principista» estaba integrada por intelectuales y universitarios, hijos de
las familias más antiguas, que, sin embargo, ya no eran las más ricas. Defendían con obstinación un orden
político inspirado en ideas ultraliberales, que invocaban una desconfianza sistemática frente al Estado y la
vigencia sin restricciones de los derechos individuales. Ni tales reclamos, ni el compromiso a ultranza de los
principistas con la Constitución, podían despertar las simpa- tías de las clases altas empeñadas en
establecer un gobierno fuerte. Las tendencias menos renovadoras de los partidos tradicionales triunfaron en
las elecciones de finales de 1872, pero ello no impidió que los líderes principistas accedieran al Parlamento,
que permanecería bajo su influencia hasta 1875.
José Ellauri, descendiente del patriciado colonial, resultó electo presidente a principios de 1873 después de
un trabajoso acuerdo electoral. El nuevo gobernante, que carecía de apoyos partidarios fuera del círculo
principista, se resignó a una actuación de perfiles neutros, que terminó siendo enjuiciada como
peligrosamente inoperante. Las cámaras emprendieron en 1873 un programa de reformas administrativas,
judiciales y electorales dirigidas básicamente a reafirmar los derechos individuales frente a los desbordes
autoritarios atribuidos al poder estatal. Quienes representaban en el Parlamento intereses económicos
concretos —por ejemplo, terratenientes y comerciantes— no aceptaron la propuesta principista, considerada
más bien como un obstáculo a la implantación de un orden económico en el que sus inversiones fuesen más
seguras y rentables. Las pérdidas sufridas por el sector ganadero habían sido cuantiosas durante la última
rebelión blanca, y aunque se habían establecido algunos bancos después de 1857, las facilidades de crédito
no satisfacían los requerimientos más elementales de los productores. Los préstamos comerciales a corto
plazo y la especulación con valores inmobiliarios o emisiones de deuda pública restringieron los créditos de
que disponía Montevideo, privando así de tales beneficios a los productores del agro. Esta distorsión crediticia
se acentuó durante los años de inestabilidad comprendidos entre 1868 y 1875. En ese periodo, el
alambramiento de las estancias y la inversión que requerían las primeras innovaciones tecnológicas en el
sector aumentaron sus demandas de crédito. El descontento de los estancieros se generalizó en los primeros
meses de 1874 cuando aparecieron los tempranos síntomas de crisis financiera. Aislados de la opinión
pública, sin respaldo político, privados de recursos económicos y con insuficiente respaldo por parte de un
Ejecutivo vacilante, los principistas fueron desplazados por un grupo de oficiales del ejército decididos a poner
fin al callejón sin salida creado por la crisis y los infructuosos esfuerzos de Ellauri por superarla. Ante la
incapacidad del gobierno provisional que le sucede, la dictadura del coronel Lorenzo Latorre (1876-1880)
logró en cambio satisfacer las demandas esenciales de las clases propietarias. La autoridad de los pequeños
caudillos rurales quedó, de hecho, anulada por las drásticas medidas de la autoridad central, que pacificaron
la campaña y promovieron la aplicación del orden capitalista a la economía ganadera mediante una justicia
primitiva, pero eficaz. No obstante, al amparo de la misma se equiparaba a los delincuentes con los
desocupados del campo, marginados por el alambramiento y por el nuevo estatuto de la estancia-empresa.
Para afianzar esas brutales transformaciones se reafirmaron los derechos de propiedad de los terrateniee-,
mediante un cuerpo de leyes y reglamentos que complementaron el alcance dei nuevo Código Rural (1876).
La estabilidad interna se apuntaló mediante la rr,-z garlización del ejército, que a su vez fortaleció las bases
del Estado. A ese la autoridad central pudo disponer de los armamentos más modernos del siglo xix —el fusil
de i-épetición y la artillería Krupp— y por esta vía el gobierno de Latorre ejerció un poder coactivo
prácticamente ilimitado. Fue la suya una obra que los estancieros agrupados en la Asociación Rural, fundada
en 1871, nunca dejaron de reconocerle. Tras la inesperada renuncia de Latorre (1880), el general Máximo
Santos
122 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

LA FORMACIÓN DEL URUGUAY MODERNO, c. 1870- 1930 123


rigió con mano dura al país durante más de seis años. Por lo pronto reforzó la estructura del Partido Colorado
colocándose a su cabeza. Asimismo, el partido comenzó a recibir apoyo del ejército, que emerge como factor
político de poder. En adelante, y durante casi un siglo, las fuerzas armadas y los colorados convivieron
mediante una tácita alianza que aseguró ventajas a los militares y al mismo tiempo neutralizó toda posible
aspiración de éstos a alguna forma más directa de participación; junto a otros factores, dicho entendimiento
contribuyó a la estabilidad política subsiguiente y, a la larga, resultó una efectiva garantía del orden
institucional. La evolución del militarismo en Uruguay, su rápida declinación después de 1886 y su
sometimiento pacífico a la autoridad civil (o, quizá, el consentimiento de la misma), deben verse en estos
términos. Santos no era el simple brazo ejecutivo de las oligarquías económicas, sino también —hecho nuevo
en Uruguay— el representante de un «poder militar» que poseía una embrionaria casta de oficiales que
desplegó su ambición y cultivó un estilo de vida ostentoso, rodeado por una modesta corte de parientes y
parásitos que ascendieron rápidamente en la escala social. Época de desfiles y ceremonias, pero también de
turbios negociados y concesiones públicas, que empañaron el prestigio del sistema instaurado por Latorre.
Con la formalización de un frente de oposición, integrado por las facciones «legalistas» de los blancos y
colorados, se recrudecieron las medidas represivas de Santos, que a la vez hicieron más visibles las grietas
del sistema: un fracasado levantamiento popular, un atentado contra su vida y finalmente un gesto de
conciliación pusieron fin a su gobierno. La época de Santos anticipó la desintegración del militarismo formal.
Las acusaciones de nepotismo y venalidad que la oposición dirigió contra el gobierno, aunque exageradas, no
carecían de fundamento. Aun el apoyo inicial de la clase alta rural, 'que aceptó tácitamente a Santos como
tutor del orden que requería su proyecto modernizador, se convirtió más tarde en franca decepción cuando
los defectos del sistema empezaron a pesar más que sus limitados beneficios. A fines de 1886, Santos partió
para Europa y le sucedió uno de sus lugartenientes, el general Máximo Tajes, figura sin relieves bajo la cual
se opera el desplazamiento definitivo del militarismo. Incluso en condiciones económicas favorables, sus
líderes habían demostrado que eran incapaces de mantener un modelo autoritario estable al estilo del general
Roca en la Argentina de 1880. Si bien con Latorre una efímera dictadura había fortale-„ cido al Estado y
beneficiado a las clases propietarias, bajo Santos el militarismo no pudo sobrevivir a la prosperidad que él
mismo había contribuido a crear. Bajo el militarismo se consolidó la paz interna que eliminó temporalmente la
anarquía de los caudillos, pero también alcanzaron su madurez los rasgos de la dependencia externa que se
basaba, según revelan con entusiasmo muchos informes diplomáticos, en lazos más estrechos con las
potencias imperialistas. Este fenómeno favoreció el crecimiento de la producción, pero asimismo comportó
cambios en su composición. Mientras las exportaciones de cueros aumentaron un 30 por 100 durante el
periodo 1876-1886, las de lana crecieron en un 40 por 100. A decir verdad, en 1884 el valor de la lana superó
el de los productos pecuarios por primera vez. Los campos de pastoreo se cercaron rápidamente (el 60 por
100 de las estancias invirtieron en alambre durante los cinco años posteriores a 1877) y la mano de obra
sobrante se vio abandonada por el capitalista- terrateniente que ahora sustituía al caudillo-terrateniente, sobre
todo en el oeste y el sur del país. Los mercados externos se diversificaron. A los tradicionales clientes de
productos ganaderos (Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil y Cuba) se añadieron los compradores de lanas
finas de merino: Francia, Bélgica y Alemania. La presencia británica en Uruguay se volvió más significativa al
amparo de la estabilidad interior que le aseguraron los gobiernos fuertes, pero también se vio robustecida por
las garantías que el mismo Estado otorgó al asegurar tasas mínimas de rendimiento en distintas inversiones.
El incremento fue llamativo en las emisiones de la deuda pública y en el sector de los servicios públicos. The
Economist calculó que el volumen de inversiones británicas en títulos del Estado alcanzaba en 1884 un total
de 3,5 millones de libras esterlinas, en tanto que consignaba otros 3 millones invertidos en empresas. Entre
estas últimas destacó el rápido incremento de la red ferroviaria, que de 474 kilómetros en 1882 pasó a tener
1.571 en 1892. Durante este periodo de prosperidad relativa se registró un rápido crecimiento demográfico,
debido principalmente al volumen de los aportes inmigratorios. Según cálculos de la época, en 1873 Uruguay
tenía 450.000 habitantes, de los cuales 103.000 eran extranjeros. Ese mismo año, cuando desembarcaron
hasta 24.000 inmigrantes, los anuncios de la crisis financiera y poco después el derrumbe del gobierno
institucional abrieron un decenio de muy limitados horizontes, durante el cual las grandes masas de recién
llegados se sentían atraídas por Argentina y el sur de Brasil. Hasta después de 1882 no llegó una nueva
oleada de inmigrantes al país. Entre los residentes extranjeros predominaban los italianos, que tuvieron un
efecto decisivo en el crecimiento de Montevideo. Si se compara el censo de 1884 con el de 1889, se percibe
claramente que mientras la población italiana se multiplica con rapidez, la española permanece estacionaria y
la francesa casi está desapareciendo. En el periodo 1887-1889, cuando la afluencia inmigratoria registró el
nivel más alto del siglo, es probable que su presencia neta superase las 45.000 personas, cifras que
reflejaban la demanda de mano de obra generada por el boom que precedió a la crisis de 1890. Aunque el
país vivía en un clima de euforia política desde la renuncia de Santos, no tardaron en reaparecer viejos
problemas al comenzar los trabajos de reorganización partidaria con miras a la restauración del gobierno civil.
Los colorados, superando divisiones internas, utilizan con habilidad _la estructura del partido y el poder de
convocatoria popular del presidente saliente una vez que se desmantelan las bases políticas del poder militar.
El artífice de la transición fue el nuevo ministro de Gobierno, Julio Herrera y Obes (que había sido una
destacada figura entre los principistas cesantes en 1875). De este cargo a la presidencia mediaba sólo un
corto paso para un político hábil que supo encauzar a su favor los descontentos acumulados contra Santos.
La maquinaria electoral montada en el Ministerio de Gobierno permitió a Herrera y Obes hacerse con una
base de poder estrechamente ligada al círculo de sus adeptos, que proclamaba la infalibilidad del ministro y el
peso de su oposición aun contra la mayoría de los colorados. El cerrado exclusivismo de Herrera le hizo
proclamar en una ocasión la necesidad de una «influencia directriz» en la elección de los candidatos al
gobierno.
Pronto resultó claro que la vuelta al gobierno civil era, en realidad, el instrumento de una nueva opresión —la
del poder presidencial— legitimada por una fachada democrática. Con el ascendiente de los caudillos en
suspenso y el ejército de nuevo en sus cuarteles, el gobierno disponía de considerable poder para ejercer un
alto grado de coacción política. Los instrumentos técnicos —el ferrocarril, el telégrafo y el armamento
moderno— habían sido objeto de nuevos perfeccionamientos desde los tiempos de Latorre. Los
departamentos del interior estaban rígidamente controlados por la autoridad de los jefes políticos, que
dependían directamente de las órdenes del Ejecutivo. Estos mecanismos consolidaron la autoridad del
presidente, pero, al mismo tiempo, esa autoridad se vio desgastada por la creciente distancia que lo separaba
del país real y de sus nuevos actores sociales. La masa popular del Partido Colorado, que pronto encauzaría
José Batlle y Ordóñez, requería una organización partidaria que armonizara más con los intereses de aquellos
sectores de la sociedad, producto del entrecruzamiento de las corrientes migratorias, externas e internas.
Desde otro ángulo, y ante el incumplimiento de las promesas de coparticipación, en 1893 el Partido Blanco
decidió abstenerse del proceso electoral y se preparó una vez más para la lucha armada, frente a la política
de exclusivismo colorado que practicaba la presidencia. Comerciantes, banqueros, hombres de negocios y la
mayoría de los productores rurales expresaron de diversas maneras su descontento frente a Herrera y Obes.
Respecto a estos últimos, sus aprensiones no eran injustificadas: el vasto proyecto de ley de colonización
aprobado en 1888 en la Cámara, presentado por Carlos M. Ramírez y Julio Herrera y Obes, provocó
escándalo y-oposición entre los grandes estancieros ya que implicaba un cuestionamiento del sistema
tradicional de tenencia de la tierra, que nó excluía en ciertos casos la expropiación. Por lo demás, el comienzo
de la crisis económica agudizó la oposición del sector capitalista en bloque frente a un presidente cada vez
menos atento a sus intereses. El alto comercio de Montevideo retiró pronto su apoyo a Herrera y Obes, quien
a su vez expresó repetidamente el resentimiento de su clase frente a esa «nueva categoría» de usureros
integrada en gran parte por acaudalados extranjeros. Los orígenes de la crisis de 1890 fueron complejos.
Tras la caída de Santos, la favorable situación internacional estimuló la afluencia de capitales argentinos que,
en manos de audaces financieros atraídos por las ventajas del mercado uruguayo, ensancharon
repentinamente los horizontes del crédito. En ese contexto, la fundación del Banco Nacional (1887) por parte
de capitalistas extranjeros con la participación nominal del gobierno, contribuyó a un alza de precios que
impulsó el boom financiero previo al crack de 1890. Sin embargo, y dada su magnitud, esta crisis no puede
explicarse como el mero resultado de la actividad especulativa local, sino que debe verse también en función
de factores de más vasto alcance. La quiebra del Banco Nacional en 1891 y la negativa del mercadoa aceptar
sus billetes de banco supusieron, al igual que en 1875, una derrota para el gobierno. Asimismo representaron
un triunfo para el grupo «orista», integrado principalmente por comerciantes e inversionistas extranjeros cuyos
intereses estaban vinculados al oro y que por lo tanto no aceptaban ninguna otra base monetaria. La victoria
de esta oligarquía financiera le otorgó el monopolio de la oferta de créditos durante los cinco años siguientes.
Tal privilegio, gestado
sobre las ruinas de la crisis, volvió a poner condiciones de usura para los préstamos al sector rural, como en
tiempos muy anteriores. La fundación del Banco de la República en 1896 puso fin al monopolio, pero el éxito
—que favorecía a , los terratenientes, los pequeños comerciantes, la aristocracia venida a menos y las masas
populares— sería sólo parcial. Lo único que consiguió entonces el Banco estatal fue que el crédito estuviera
oficialmente a disposición de los grupos hasta entonces excluidos casi por completo de sus ventajas. Se
había dado un paso importante, pero la tradición de una moneda convertible basada en el oro, a la cual se
había adherido la nueva institución, permaneció intacta. La fundación del Banco de la República representó
una intervención importante del Estado en la economía. En el mismo año, los propietarios de la Compañía de
Luz Eléctrica, que tenían deudas con el Estado, traspasaron la empresa a la administración municipal de
Montevideo, y en 1901 se empezó la construcción del puerto de Montevideo. Como sostienen José Pedro
Barrán y Benjamín Nahum, estas tres iniciativas económicas del Estado señalaron el abandono del
liberalismo primitivo por parte de la elite política y allanaron el camino hacia la ideología batIlista dominante en
el periodo posterior a 1904. Hay que señalar, con todo, que en esta etapa el Estado o bien satisfacía los
requisitos económicos de determinados sectores del capital extranjero y nacional o sencillamente
compensaba las limitaciones del mismo. No hubo ningún enfrentamiento con el capital, como los que habría
más adelante, durante las presidencias de José Batlle y Ordóñez. Las elecciones presidenciales para la
sucesión de Herrera y Obe - s, celebradas a comienzos de 1894, demostraron tanto la fuerza creciente de la
oposición como los tenaces esfuerzos de los partidarios del gobierno por mantenerse en el poder. Se
necesitaron 40 votaciones y 21 días de sesiones infructuosas en el Parlamento para llegar a un acuerdo.
Cuando finalmente la Asamblea parlamentaria designa a Juan Idiarte Borda, un candidato surgido del
«colectivismo» (grupo político de Julio Herrera y Obes), el país empieza a deslizarse hacia la guerra civil. La
vigencia del acuerdo de 1872, que había sancionado de hecho la coparticipación del Partido Blanco
adjudicándole el control de 4 en un total de 13 departamentos, venía siendo desvirtuada no sólo por los
mecanismos de fraude y coacción usuales, sino por la modificación del número de los departamentos
(elevados a 19) y la disminución de las jefaturas asignadas a los blancos (3, desde 1893). Si a estos
resentimientos se agrega el descontento de las clases dominantes frente al gobierno, bastará una chispa,
apenas un pretexto, para encender la lucha armada. A finales de 1896, en vísperas de las elecciones
legislativas, una desafiante exhibición militar del caudillo Aparicio Saravia fue el preludio de la rebelión que
estallaría el año siguiente. La insurrección de 1897 invocó, una vez más, la protesta de los blancos excluidos
del poder, pero es importante tener presente el trasfondo social de la revuelta. Desde el decenio de 1870,
cuando comienza la modernización acelerada en las estancias tradicionales, los cambios tecnológicos habían
dejado indefensa a la clase trabajadora rural. El cerramiento de los campos, la mecanización de las faenas y
la mejora de los transportes causaron una aguda desocupación, sin olvidar que la crisis de 1890 había
asestado un duro golpe al sector ganadero. En 1891, en los departamentos productores de ganado, el ratio
entre el trabajo y la tierra era de un peón por cada 1.000 hectáreas. El paro, la vagancia, la pauperización, el
éxodo de las zonas rurales, el descenso de los salarios reales, el hambre y la mendicidad redujeron a los
trabajadores rurales a condiciones de miseria. La presencia de los pobres rurales en el ejército de Saravia fue
una de las respuestas a esta situación. El reclutamiento militar por parte del gobierno también absorbió una
proporción considerable de los trabajadores rurales ociosos. En total fueron movilizados unos 15.000
hombres, una tercera parte de ellos por los rebeldes blancos. La intransigencia del gobierno y el incierto'
resultado de la guerra misma perjudicaron a la clase terrateniente. A la ya habitual pérdida de caballos y de
ganado, expropiado por los rebeldes o por las fuerzas del gobierno durante la campaña militar, se sumaba
ahora una severa escasez de mano de obra para la esquila y las cosechas agrícolas. La prensa de
Montevideo se hizo eco de las protestas de los hacendados y es sintomático que las clases altas rurales, sin
distinción de partidos, expresasen de distintas formas su condena a los levantamientos saravistas. La
sostenida campaña en favor de la paz fue dirigida contra el propio presidente, adversario empecinado de toda
fórmula de paz negociada. La muerte de Idiarte Borda, víctima de un atentado político, allanó el camino hacia
un tratado de paz, y a la vez marcó la declinación de la influencia «colectivista». Su sucesor, Juan Lindolfo
Cuestas, que procedía de ese círculo, se unió sin embargo a las fuerzas que se le oponían y obró como
artífice de su desmantelamiento. El golpe de Estado fue el recurso que eligió el nuevo presidente para
desligarse del núcleo del que provenía y satisfacer a la vez los reclamos de una «voluntad popular», entonces
invocada por Baffle como justificación de aquel extremo. El Pacto de la Cruz, con el que concluye la guerra,
establece un equilibrio entre los dos partidos políticos y una precaria división de facto del gobierno nacional.
La fórmula de coparticipación adoptada en 1897 volvía una vez más a cuestionar el principio de unidad
política del país e implicaba una peligrosa limitación a la soberanía del Poder Ejecutivo. Hasta la muerte de
Aparicio Saravia en 1904, y tras las renovadas exigencias de los blancos que condujeron a la reanudación de
la lucha armada, no se impuso de modo decisivo la autoridad del gobierno central, ni se consolidó una
estructura de Estado moderno. Este último conflicto civil, sangriento e inmensamente destructivo, duró nueve
largos meses y estalló cuando comenzaba a creerse que las guerras entre partidos políticos ya habían sido
definitivamente superadas. En realidad, fue aquel un enfrentamiento entre dos países que aún coexistían
dentro de fronteras. Uno, principalmente blanco, exigía libertad electoral y una democracia política completa,
pero también incluía a los estancieros más tradicionales que seguían apacentando ganado criollo, negociaban
con el saladero y aceptaba aún el paternalismo de los caudillos para con sus peones. El otro Uruguay,
predominantemente colorado, defendía el principio de un gobierno unificado, pero también representaba el
nuevo país de la cría de ovejas, el ganado mejorado que el frigorífico permitía colocar en el mercado
británico, además del terrateniente como hombre de negocios capitalista. Para Batlle, elegido presidente en
1903, la guerra de 1905 fue la prueba definitiva de que la producción extensiva de ganado y su consecuencia
natural, los latifundios improductivos donde tenían su último refugio los caudillos blancos, debían eliminarse
en tanto que se llevaba a cabo una reforma de la propiedad de la tierra. Sin embargo, nunca pudo poner en
práctica tales reformas, debido en parte a la enorme oposición que su solo anuncio despertaba. Al finalizar el
siglo xtx, la plena incorporación de Uruguay a la economía mundial a partir de las exportaciones
agropecuarias era un hecho consumado. El precio que hubo de pagar por este grado de integración y
prosperidad fue por lo pronto una recurrente inestabilidad económica. La lana, que a partir de 1884 fue el
producto de exportación más importante, se vio afectada desfavorablemente por el descenso de los stocks y
la caída de los precios mundiales en el periodo 1890-1891. La carne en conserva y el extracto de carne
experimentaron serias fluctuaciones en los mercados europeos: los precios del extracto de carne de Liebig
subieron hasta 1890, pero en lo sucesivo descendieron mucho, a la vez que los mercados de la carne en
conserva disminuían después de 1886 y provocaban la consiguiente reducción de la producción. Otros
productos tradicionales como los cueros también perdieron importancia. Las exportaciones de tasajo
crecieron durante las dos últimas décadas del siglo; no obstante, sus precios experimentaron bruscos
altibajos, dentro de un cuadro de superproducción que afectó al conjunto de la economía pecuaria.

EL REFORMISMO Y LA ECONOMÍA EXPORTADORA, 1904-1918


Desde que fue elegido por primera vez, en 1903, hasta su muerte, acaecida en 1929, José Baffle y Ordóñez
dominó la vida política de Uruguay. Dos veces presidente (1903-1907 y 1911-1915), su autoridad se debió en
gran parte a que supo conciliar las aspiraciones de la burguesía modernizadora con los reclamos de las
clases populares. Hijo de un presidente y nieto de un comerciante que había pertenecido al patriciado
colonial, periodista y fundador del diario El Día en 1886, Baffle venía trabajando desde 1890 por la
normalización de las instituciones y por la independencia económica del país. Su programa básico de 1903
—«libertad electoral y elecciones honestas»— reivindica esenciales garantías democráticas y anticipa un
régimen de participación ampliada, acorde con los reclamos de modernización que el país estaba en vías de
consagrar. En pocos años logra introducir en el viejo partido histórico que integraba —el Colorado— cierto
contenido doctrinario en torno al cual se irá conformando una compacta alianza de grupos e intereses
predominantemente urbanos (incipiente burguesía industrial, sectores medios y estratos populares), en buena
parte de reciente origen inmigratorio. Baffle fue elegido para su primera presidencia por la oligarquía colorada.
La victoria militar de su gobierno sobre Saravia le permitió consolidar su posición como líder del partido y, al
mismo tiempo, aseguró la unidad política y administrativa del país. Corolario de esta nueva situación, la
instalación de un «gobierno de partido» obedeció tanto a las convicciones personales de Baile como a las
necesidades que planteaba su propio programa. La seguridad de sólidas mayorías era imprescindible y
responden a ese imperativo las reformas electorales de 1904, que fortalecieron considerablemente la
representación del Partido Colorado. Observando el grado de participación, las metas aún eran distantes:
apenas el 5 por 100 de la población total de un millón de habitantes ejercía entonces el derecho de voto. Para
avanzar en este terreno, Baile se propone modificar de raíz la vieja estructura oligárquica del partido mediante
una más directa representación de todos los niveles de la ciudadanía. El «club seccional» fue el instrumento
idóneo para lograr ese objetivo, llevando a las comarcas del interior y a los barrios urbanos la práctica
cotidiana de una democracia interna; las asambleas partidarias permitieron asimismo un contacto más
cercano con problemas de la vida pública que hasta entonces sólo se discutían en círculos cerrados. Por
ambas vías fueron articulándose las ideas de participación ampliada dentro de la concepción de un gobierno
de partido, nacido de la elección popular. Pese al descontento del Partido Blanco, la pacificación del país fue
un hecho desde 1904 y también una condición cumplida para acceder al estadio de modernización. Finanzas
ordenadas y crecientes saldos exportables permitieron a BatIle encarar un programa reformista de vastos
alcances, acorde con los cambios que se estaban produciendo en la sociedad uruguaya. Los aportes
migratorios siguen modificando la base demográfica. Según el censo de 1908, 181.222 extranjeros (17,38 por
100 de la población total) conviven con 861.464 nacionales. La mitad de esos extranjeros reside en
Montevideo, que cuenta para entonces con 310.000 habitantes, un tercio de la población total. Pero más allá
de las cifras y su significación, el impacto de la inmigración es ya inseparable de la nueva fisonomía social de
Uruguay. En las ciudades, la inmigración se asocia al surgimiento de una pujante clase media a la que se
accede con relativa facilidad; asimismo impregna con su dinamismo ideológico al proletariado urbano, sobre
todo en las primeras etapas de la organización sindical. Las reformas de Baffle favorecieron la reestructura
administrativa del país. El Estado resultó fortalecido por el incremento del número de ministerios y la creación
del Tribunal Supremo de Justicia en 1907. Al mismo tiempo, la influencia de la Iglesia disminuyó a causa de la
limitación progresiva de sus prerrogativas y de las leyes liberales sobre el divorcio, que se decretaron en 1907
y 1913; esta última ponía el divorcio a disposición de la voluntad de la esposa, y sin expresión de causa. Se
ampliaron los beneficios de la educación mediante la creación de los liceos departamentales en 1912, y la
sanción de la gratuidad total de la enseñanza secundaria y superior en 1916. En el terreno laboral, el Estado
asumió el papel de árbitro interclasista, interviniendo en nombre de los asalariados más débiles, ya fuera
mediante leyes protectoras o por garantías efectivas de los derechos sindicales. De estas leyes, la más
escandalosa (a ojos de la patronal) fue la que en 1915 aprobó la jornada laboral de ocho horas para todos los
trabajadores urbanos. Además de estas medidas de bienestar social, el Estado también propició pautas de
desarrollo de marcado carácter nacionalista. La formulación de una política proteccionista, coordinada en
1912 a partir de antecedentes que se remontaban a 1875, estimuló la expansión de la industria
manufacturera. Baffle intentó igualmente limitar la magnitud de la penetración extranjera (especialmente la
británica) en la economía. El capital foráneo aparecía bajo la forma de préstamos al gobierno uruguayo e
inversiones directas. En ambas manifestaciones, la posición británica era dominante. En 1910 los préstamos
pedidos en Londres ya totalizaban 26,5 millones de libras esterlinas y constituían una de las deudas
exteriores per cápita más altas de América Latina. En lo sucesivo, la proporción de la deuda británica
disminuyó al comenzar a solicitarse préstamos a bancos de Nueva York. En el sector de las empresas de
servicios públicos, la inversión británica en ferrocarriles, tranvías, teléfonos, agua y gas creció rápidamente
durante los años 1905-1913. Baile contemplaba con mucho recelo la presencia de estas compañías y las
concesiones al amparo de las cuales actuaban. Todo el mundo sabía que sus tarifas eran demasiado altas y
que prestaban servicios deficientes; frente a ello, el gobierno procuró obtener el apoyo de las inversiones
norteamericanas (que antes de 1914 se limitaban en gran parte a la industria frigorífica) para impugnar la
posición británica, obteniendo un magro resultado. Sin embargo, se fundaron ciertas empresas estatales con
el fin de asegurar, o al menos disputar, el control de ciertos sectores de la economía que tradicionalmente
eran dominados por el capital europeo, tales como los seguros, los ferrocarriles, los teléfonos y la destilación
de alcohol. El Estado también penetró en el sector financiero y nacionalizó por completo el capital del Banco
de la República en 1911 con el objeto de crear un banco estatal, además de convertir el Banco Hipotecario en
propiedad del Estado el año siguiente. La postura reformista de Batlle partía fundamentalmente de una
concepción especial del papel del Estado como catalizador de los cambios requeridos por la dinámica social
de su país. Esta concepción llevó a Baffle a hacer hincapié en los riesgos implícitos que contenían las
atribuciones presidenciales. A su modo de ver, la ampliación de los fines del Estado suponía delegar en un
cargo (y en un hombre) poderes extraordinarios y el abuso de estos poderes había constituido la trama de la
historia política de Uruguay durante gran parte del siglo xix. Considerando aquellos riesgos, así como la
necesidad de garantizar la continuidad de la política gubernamental, Batlle propuso en 1913 las bases de una
reforma de la Constitución. En esencia, su proyecto consistía en suplantar el ejecutivo presidencial por un
cuerpo colegiado de nueve miembros del partido mayoritario. Dos de ellos designados por la asamblea
general para un periodo de seis años; los siete restantes, elegidos por votación popular, rotarían por
renovación anual. Era una propuesta audaz. Si por un lado impugnaba un consenso interpartidario que había
durado casi un siglo, por otro revelaba la intención de perpetuar la influencia del Partido Colorado en el poder,
ya que —según el proyecto— tendría que perder cinco elecciones sucesivas para ser desplazado del nuevo
ejecutivo. El Partido Blanco se seguía resintiendo de los reveses causados por el fin de la coparticipación en
1904. Castigado por las subsiguientes leyes electorales que redujeron la representación parlamentaria de las
minorías y dirigido por hombres que en su mayor parte procedían de filas conservadora , era un adversario
previsible y decidido del nuevo sistema de gobierno que se proponía. Resulta claro que las causas de su
oposición no eran únicamente políticas, sino que también tenían relación con el carácter de las reformas
sociales de Batlle. Apareció, pues, un frente de oposición en el que la dirección del Partido Blanco estaba
aliada con un importante grupo conservador, el riverisrno, que se había escindido de los colorados en marzo
de 1913. Al igual que todos los demás grupos que más adelante romperían con los badlistas, el riverismo
pretendía determinar su identidad en el marco de las tradiciones del antiguo Partido Colorado, y así acusaban
a los badlistas —dadas sus simpatías «socialistas»— de haberlas traicionado. Dentro de ambos grupos, los
estrechos intereses de clase que unían a los grandes terratenientes con los banqueros, comerciantes e
inversionistas extranjeros les empujaban a expresar desconfianza y más adelante alarma ante las propuestas
del gobierno, lo que pronto dividió al país en dos bandos irreconciliables. Las clases sociales que se
proclamaban orgullosamente «conservadoras» empezaron a identificarse con la defensa de un orden social
amenazado, prescindiendo del color partidario. En tales circunstancias, el debate en torno a la Constitución
colegiada no fue simplemente un acuerdo acerca del sistema presidencial, sino que, de hecho, vino a implicar
el apoyo o el rechazo de todo un programa de reformas impulsado desde 1903. Las elecciones para la
Asamblea Constituyente que debía estudiar la propuesta se celebraron en julio de 1916 y dieron una clara
ventaja a favor de los enemigos del colegiado. El sucesor de Batlle en la presidencia, Feliciano Viera,
seguramente influido por dicho resultado, anunció que se interrumpiría el programa de reformas sociales.
Procedente del mismo núcleo partidario que Batlle, cuyas ideas había aceptado anteriormente sin reservas, la
actitud de Viera provocó una peligrosa disensión partidaria en las filas de los seguidores de Batlle. Una
sugestiva nota dirigida al presidente por las entidades que nucleaban a las asociaciones patronales subraya
su satisfacción ante ese giro conservador. El desacuerdo de Viera, que se sumaba al de Manini Ríos —
cabeza de la fracción riverista— venía a revelar la difícil coexistencia de diversos grupos de opinión y de
intereses en el Partido Colorado. Poco después, las elecciones parlamentarias de 1917, segunda y decisiva
instancia para la suerte de la reforma colegiada, otorgaron el triunfo a sus partidarios, despejándose así el
camino hacia una nueva Constitución que entró en vigor en marzo de 1919. La integración del poder ejecutivo
—aparente motivo de la larga controversia— reflejaba una insoluble disparidad de criterios: la carta creaba un
ejecutivo bicéfalo, en el cual alternaban la autoridad de un presidente de la República con la de un Consejo
de nueve miembros, el primero conservando las atribuciones clásicas (seguridad interior, jefatura de las
fuerzas armadas, relaciones exteriores), que Batlle había albergado la esperanza de sustraer de la órbita
presidencial; el segundo, consagrado a las funciones administrativas del Estado, mostraba la debilidad inicial
de un cuerpo que carecía de respaldo efectivo y que quedaba subordinado en definitiva al poder presidencial.
Durante el periodo 1904-1918, la naturaleza de la economía fue determinada por los procesos paralelos de
modernización y dependencia. La consolidación del Estado y la complejidad de sus funciones lo
transformaron en agente efectivo del desarrollo económico, pero ello contribuyó a que las contradicciones del
«desarrollo dirigido hacia afuera» resultasen más evidentes. La expansión continua de las exportaciones
agropecuarias demostró la dependencia de los sectores productivos básicos (en forma abrumadora, el de la
ganadería) respecto de los mercados consumidores de ultramar. La nueva industria frigorífica produjo uno de
los cambios más característicos del periodo: la carne vacuna congelada desplazó gradualmente al tasajo
como principal producto cárnico de exportación. Pero entre los rubros exportables, la lana continuó siendo el
más importante, representando el 40 por 100 de los embarques durante el periodo 1906-1910, comparado
con el 25 por 100 de los cueros y el 16 por 100 de la carne y los extractos. La expansión del sector rural
prosiguió durante todo el primer decenio del siglo y la mayor parte del segundo, exceptuando la breve
interrupción que causó la crisis financiera de 1913. La primera guerra mundial aceleró la declinación del
tasajo, al aumentar la demanda europea de lana y de carne congelada. El progreso de los transportes y las
comunicaciones conoció una fase decisiva durante el decenio anterior a la guerra mundial. Al despuntar el
nuevo siglo se habían emprendido las obras del puerto de Montevideo, inauguradas en 1909. Con la aparición
del automóvil en 1904 y la electrificación de los tranvías urbanos en 1907, la ciudad se expande incorporando
alejadas barriadas que lindaban con las chacras suburbanas. Las vías férreas surcaban el país de sur a norte;
su trazado inicial había obedecido a los requerimientos de un desarrollo orientado en buena medida por los
intereses exportadores, que se conciliaban con los del comercio británico. Cubrían 1.964 kilómetros en 1902 y
su desarrollo alcanzó 2.668 kilómetros en 1919. Acorde con la estabilización del país y con las expectativas
económicas, la inmigración se expande hasta los comienzos de la guerra mundial con ritmo febril: entre 1910
y 1914, la población total pasa de 1.132.000 a 1.315.000, calculándose a la par los aumentos migratorios y
vegetativos. El censo departamental de 1900 señalaba que un 30 por 100 de la población global residía en
Montevideo. Semejante proporción era también el resultado de un distorsionado proceso de concentración
urbana. La desocupación en el interior, la ausencia de normas protectoras del trabajo, con jornadas ilimitadas
de trabajo y deprimentes condiciones de vida (dos tercios de la población rural era analfabeta en 1900)
mostraban un trabajador sometido a una verdadera relación de dependencia personal frente al estanciero,
que aún podía ejercer coacción en tiempos de guerra civil, movilizándolo bajo la divisa de su caudillo. Al
mismo tiempo comienza a detenerse el proceso de penetración de los extranjeros en el medio rural, una vez
que la clase de los terratenientes conquista las garantías de seguridad e incorpora los adelantos tecnológicos
(necesarios para dominar el sector exportador). A fines del siglo xix —como señalara Germán Rama—, la
ausencia de tierras públicas y la consolidación de la clase alta rural impusieron a los inmigrantes una barrera
infranqueable para acceder a la tierra. En el sector manufacturero, la multiplicación y diversificación de
establecimientos fue acompañada por el incremento del empleo industrial: de 30.000 en 1889 a 41.000 en
1908, y 50.000 en 1920. Pero más que el número de sus integrantes importa señalar el cariz que asumen las
tempranas reivindicaciones obreras. Los objetivos apuntan casi invariablemente a mejores condiciones de
vida (salarios, jornada laboral máxima) y las huelgas se vuelven frecuentes desde comienzos de siglo, cuando
Montevideo es el refugio de los «agitadores» expulsados de Argentina al amparo de la «ley de residencia». La
clase trabajadora uruguaya alcanza su madurez política en estos años, culminando una tradición de luchas
que se remonta a las últimas décadas del siglo pasado. Su organización fue alentada por el apoyo decidido
del presidente Batlle, promotor, como se ha visto, de una avanzada legislación tutelar del trabajo.
Los LÍMITES DEL REFORMISMO, 1918-1930
La primera guerra mundial hizo prosperar la economía uruguaya a partir del boom exportador de sus
productos agropecuarios. Asimismo, la industria local y el consumo de artículos manufacturados en el país
crecieron considerablemente: el censo de 1920 registraba 3.704 establecimientos y 401 empresas
industriales. Defraudando las expectativas de los ganaderos, el final de la guerra clausuró la coyuntura
próspera y legó un periodo de severas dificultades para la colocación de carnes, caracterizado por bruscas
oscilaciones en la demanda externa. En este cuadro, el capital norteamericano, a tono con el dinamismo de la
prosperity, emprende una vigorosa ofensiva en la región del Plata, favorecida por el estancamiento industrial
británico y su decaída competitividad, aun en los mercados que le eran propios. Desde fines de la guerra, los
signos expansivos no dejaban lugar a dudas. En materia de comunicaciones se establecen o se consolidan
líneas marítimas regulares, se organizan servicios telegráficos directos desde Nueva York al Plata, al tiempo
que las agencias de noticias del norte comienzan a penetrar en los servicios informativos de las prensas
argentina y uruguaya. El comercio de Estados Unidos con Uruguay opera sobre una base de escasa -
reciprocidad. La producción primaria uruguaya (lanas y cueros, básicamente) es en todo caso competidora de
la norteamericana, y sus exportaciones no son alentadoras. Por el contrario, las importaciones de procedencia
norteamericana han desplazado desde 1916 a sus homólogas británicas. Superada la crisis de 1920-1922,
los Estados Unidos recuperan esa marca y la mantienen hasta 1929. Aparte de los derivados del petróleo, la
industria automotriz y la maquinaria agrícola, sus vendedores imponen una nueva línea de productos de
consumo donde alternan receptores de radio, gramófonos y una vasta gama de electrodomésticos que abren
una profunda brecha en la antigua hegemonía comercial británica. El movimiento de capitales guarda
asimismo relación con el aumento de las ventas en el mercado uruguayo: tras el incremento de los
automotores llega la asistencia de Wall Street a los planes de construcción y mejora de la red viaria, o la
financiación de ambiciosas obras públicas. Sólo un dato: en 1923, cuando circulaban en el país más de
10.000 vehículos, se habían construido casi 300 kilómetros de carreteras, cuya extensión llega casi a
triplicarse en 1929. No obstante, la presencia británica era aún descollante. A finales de los años veinte, la
masa de capital invertido superaba los 41 millones de libras esterlinas, aun cuando la tendencia declinante en
ese rubro se advertía desde 1913. Después de la paralización ocasionada por la guerra, las esporádicas
adiciones que se operan en el decenio siguiente no modifican el cuadro. Empréstitos e inversiones siguen
siendo los principales receptores de capital. Las obligaciones estatales ascendían a unos 20 millones de
libras, y entre las inversiones directas (que representaban una suma equivalente) figuraban las empresas de
servicios públicos y una planta congeladora de carne. La inmigración, que había cesado virtualmente con la
gran guerra, se reanudó con fuerza en el decenio siguiente. Entre 1919 y 1930 entraron en el país casi
200.000 extranjeros, si bien los frecuentes desplazamientos hacia Argentina y Brasil exigen reajustar esa cifra
con miras a una evaluación realista del número de radicados. Los recién llegados incorporan un mosaico de
nacionalidades, resultado de las penurias económicas y los reajustes políticos ocasionados por la guerra.
Aparte de la tradicional afluencia de españoles e italianos, se sumaron polacos, rumanos, bálticos, serbios y
croatas, alemanes y austríacos, sirios y armenios, todos los cuales contribuyeron a un proceso de
diversificación cultural y religiosa; los judíos llegaron en número significativo y generalmente avanzaron desde
el punto de vista económico, formando una comunidad laboriosa y unida. La distribución laboral de los recién
llegados la dictaba la pauta de la demanda de mano de obra. La industria frigorífica, las fábricas de textiles y
de muebles, los talleres mecánicos pero, sobre todo, las faenas de distribución absorbieron esta nueva mano
de obra y el pequeño volumen de ahorros que trajo consigo. Invariablemente preferían instalarse en
Montevideo y ejercieron una influencia importante en el proceso de urbanización. En 1930 Montevideo, con
655.000 habitantes, acumulaba casi el 25 por 100 de la población total del país. La capital seguía siendo el
centro aglutinante de población y de riquezas: «bomba de succión» la calificaba no sin rencor un estudioso de
la época, Julio Martínez Lamas, aludiendo a la situación de privilegio que en su opinión Montevideo
detentaba. En el orden de la producción ganadera culminan durante la primera posguerra dos procesos
estrechamente interrelacionados: el afianzamiento del frigorífico, que apareja a su vez la imposición de la
carne enfriada sobre la congelada; y el ocaso definitivo del saladero que apenas procesa el 5 por 100 de las
faenas frigoríficas. La apertura definitiva del frigorífico al mercado mundial, confirma asimismo la superación
definitiva del antiguo comercio tasajero. La industria frigorífica, nuevo puntal del sector exportador, aparece
dominada por el capital extranjero, norteamericano en su mayoría, que controla los principales
establecimientos y las compras de ganado en Tablada. La política de precios acordada entre las compañías
internacionales, así como los sucesivos convenios con que se repartieron el mercado uruguayo, otorgaron a
estas compañías un estatus de monopolio de hecho que resulta insostenible, en especial para los medianos y
pequeños productores. En este clima, se abrieron camino las ideas de participación del Estado en ese sector,
materializadas con la creación del Frigorífico Nacional. Los cinco años que precedieron a la crisis de 1929 se
caracterizaron por otro auge exportador, al recuperarse el comercio mundial. Los productos de la ganadería
continuaban representando el 95 por 100 de las exportaciones y entre ellos los principales eran la lana y la
carne vacuna refrigerada. El elevado valor de las exportaciones y una restringida tasa de crecimiento de la
demanda de importaciones permitieron que el peso se revalorizase dando una imagen de relativa estabilidad.
No obstante, la balanza de pagos contenía algunas partidas inquietantes, especialmente el nivel de la deuda
externa que revelaba el flanco más vulnerable de la supuesta prosperidad; en 1929, Uruguay remitió al
extranjero unos 3,7 millones de libras en concepto de pagos correspondientes al servicio de la deuda. Pese a
las señales inquietantes, el estado de bienestar continuaba avanzando, y en los últimos años de la
administración batllista se suceden las medidas reformistas. Pocos meses antes del anuncio del crack
neoyorquino, la intervención estatal se concentraba en el mercado de la carne mediante la ya señalada
creación del Frigorífico Nacional con el apoyo inicial de los hacendados. En 1931 se registra una adición
importante a las actividades directamente productivas del Estado; nace la Administración Nacional de
Combustibles, Alcohol y Portland (ANCAP). Entre los cometidos del ente oficial figuraba la fabricación de
alcoholes y cemento; además, poseía el monopolio de la explotación de los yacimientos de petróleo que se
esperaba encontrar; pero también el monopolio, más significativo, de la importación y refinación de petróleo
crudo, poderes que generarían conflictos con las empresas extranjeras afincadas. En materia laboral, según
los inversores extranjeros y los capitalistas locales, «la maldición socialista» asume un cariz amenazante
hacia fines de los años veinte, cuando surgen propuestas de salarios mínimos para el comercio y la industria,
y aun un plan de jubilaciones para los empleados de las empresas, que sería financiado parcialmente por la
parte patronal. La tregua que acordaron los partidos tradicionales al sancionarse la Constitución colegiada de
1919 se apoyaba en una serie de complejos convenios políticos. Para los blancos, esta estructura legal les
aseguraba la imposibilidad de que Batlle volviera a ocupar la presidencia. También entrañaba (tanto para ellos
como para los colorados) la aceptación de un acuerdo interpartidista como condición inevitable para gobernar.
Durante 15 años, distintos acuerdos de esta clase garantizaron una frágil estabilidad institucional. Tal sistema
de implícita coparticipación tendía, sin embargo, a agravar las escisiones internas en ambos partidos. Entre
los blancos, y a pesar de existir tendencias opuestas, se encumbró la figura de Luis Alberto de Herrera, al que
se identificaba con los sectores rurales más conservadores. En el Partido Colorado, los sucesivos cismas que
amenazaron provocar su desintegración, cedieron sólo ante la poderosa influencia de Baffle-. Su muerte, a
finales de 1929, abrió un periodo de incertidumbre. El vacío de poder creado por su desaparición puso a seria
prueba, en los años siguientes, la estabilidad de las instituciones. La falta de un líder de recambio y la
inevitable lucha por su legado político intensificaron aún más las tensiones entre los colorados. Las elecciones
presidenciales de 1930, ganadas por Gabriel Terra, revelaron hasta qué punto la coexistencia de tendencias
opuestas entre los batllistas había dependido del ascendiente personal de Baffle. El golpe de Estado de 1933
es inseparable de un contexto en el que las tensiones políticas internas se vieron agravadas por las
repercusiones de la crisis mundial. Con ese desenlace toca a su fin aquel modus vivendi basado en pactos y
acuerdos entre agrupaciones sociales y políticas antagónicas, para el cual había sido tan necesaria la
estabilidad económica que conociera Uruguay en los años anteriores a 1929.
___________________________________________________________________ 5)

La dimensión tecnológica del cambio: auge y madurez de una trayectoria tecnológica modernizadora
Una vez cumplidos los turbulentos años de las guerras de independencia y la guerra contra el gobernador
bonaerense Rosas, tuvo lugar un notable poroceso de cambio tecnológico en el campo uruguayo, entre 1860
y 1914. Se obtiene -una imagen muy precisa de estas transformaciones si se mide el producto y la
productividad de la ganadería del conjunto del territorio nacional. Como muestra el Cuadro 20, el producto
ganadero del Uruguay creció a una tasa acumulativa anual cercana al 3% durante el periodo 1870-1913,
acompañado por un crecimiento de la productividad factorial total (PFT) de la ganadería del orden del 2% en
un período similar. Lamentablemente esta estimación no puede hoy confrontarse con otra similar para
períodos anteriores, pero en cualquier caso puede afirmarse que esos números revelan un desempeño
altamente satisfactorio, si se tiene en cuenta que el conjunto de países similares en dotación factorial e
inserción internacional (Argentina, Canadá, Australia y Estados Unidos) registró un crecimiehlo de su producto
agropecuario promedio del 2,0% en el mismo período, y que el crecimiento de los sectores agrarios de estos
países se basó fundamentalmente en una acelerada expansión de sus respectivas fronteras agrícolas. Así, el
desempeño tecnológico de la mayoría de ellos fue notoriamente inferior al de la ganadería uruguaya: la PFT
del sector agrario argentino fue negativa entre 1870-1910, la de Estados Unidos apenas creció un 0,5%, y la
de Canadá sólo un 1,1% en los mismos años (Federico, 2000). La estimación de la PFT del sector ganadero
uruguayo permitió saber que entre 1872-1908 hubo un importante crecimiento de los factores
productivos,derivado de la masiva incorporación de ganado (ovino) a la pradera uruguaya, y como se verá en
el apartado siguiente, de la definitiva apropiación productiva de la tierra en el marco de los nuevos derechos
de propiedad sobre ésta y los ganados. Aun así, la productividad creció a una tasa del 2% anual, lo que
revela una cierta sinergia entre una mayor dotación factorial, nuevas formas de producción, y nuevas formas
institucionales en relación con el acceso y control de los factores productivos, así como el acceso a nuevos
mercados, que parecen haber pautado esta primera etapa en la historia de la ganadería capitalista uruguaya.
¿Qué estaba ocurriendo?.
La noción que permite capturar este proceso a cabalidad es la de trayectoria tecnológica, un concepto de la
nueva economía del cambio técnico que traduce la dinámica temporal y relacional de los procesos
innovativos. Una trayectoria tecnológica es una serie orientada y acumulativa de innovaciones sucesivas; una
secuencia temporal donde, a partir casi siempre de una innovación radical, se producen sucesivas
innovaciones incrementales, compatibles con un contexto económico determinado y por lo tanto encaminadas
en una cierta dirección, pero en una dinámica tal que en su fase de madurez, los rendimientos de las
innovaciones de una trayectoria son decrecientes (PNUD, 2005). La gran transformación del período 1870-
1914 no es otra cosa que el _ nacimiento y la juventud de una determinada trayectoria tecnológica_para la
ganadería local, que hunde sus raíces en la década de 1860 y que discurre sobre las cuatro siguientes. Así,
se pueden identificar tres núcleos innovativos_ en torno a los cuales se articuló la trayectoria modemizadora:
la incorporación del ovino al establecimiento, el alambramiento de los campos y la mestización -Jéfrodeo
vacuno. La combinación de estas innovaciones amplió las fronteras de posibilidades de producción de la
ganadería local, llevando el pote -nciar productivo de la pradera -natural a su límite, mediante la obtención de
nuevos productos. Se determinó así una nueva función de producción para la ganadería vacuna uruguaya,
que encontró su expresión en un nuevo tipo de unidad productiva, base de las exportaciones del país y motor
del crecimiento agroexportador del período 1870-1914. La innovación radical inicial fue. la incorporación del
_ganado _ovino al rodeo nacional, un proceso que tuvo lugar durante la década de 1860. La ovinización
incorporó un nuevo rubro productivo a la estancia, maximizó la productividad de la pradera natural y
diversificó riesgos. Una segunda íriii-6■7ac -i-oil que continuó la trayectoria tecnológica fue el alambramiento
de las propiedades ganaderas, un rápido proceso que se aceleró y completó rápidamente entre 1876 y los
últimos años del siglo XIX. La utilización de cercos de alambre para deslindar y subdividir en "potreros" los
establecimientos, introdujo criterios de racionalización en el uso de la pradera y modificó la forma de
organización del trabajo al interior del predio. Por estos motivos, el cercamiento no sólo introdujo nuevas
formas de racionalización de la .cría y el engorde del ganado, sino que fue la vía regia para la consolidación
de los derechos de propiedad y la formación definitiva. de mercados modernos de factores en la producción
agraria.
Finalmente, la tercera innovación fue la"mestización" del rodeo —término que emplearemos aquí para referir
al proceso general de mejoramiento genético de vacunos y lanares que tuvo lugar desde 1860 en el caso de
los lanares y desde 1880 entre los vacunos. Implicó un intenso proceso de aprendizaje por parte de los
productores que redundó en un nuevo tipo de vacunó, adecuado a los requerimientos de la incipiente
industria frigorífica, y un nuevo tipo de ovino, originalmente orientado a la producción de lana fina. Con la
mestización del rodeo la trayectoria tecnológica en curso alcanzó su madurez. Así, a lo largo del casi medio
siglo transcurrido entre 1860 y la primera década del siglo XX, el nacimiento y desarrollo de esta trayectoria
tecnológica creó nuevos productos, (la lana, los corderos y el novillo "mestizo" para frigorífico) y un racimo de
nuevos procesos (los cambios en la cría y engorde asociados al carácter mixto del establecimiento y
permitidos por el alambramiento), a nivel del predio rural. La nueva dinámica tecnológica provocó un
incremento de la cantidad de ganado sobre la pradera natural, y una mejora de la calidad del mismo que
fueron evidentes entre 1870 y la segunda década del siglo XX, respectivamente en la evolución de la carga
animal y en los rendimientos por cabeza de este período. Como se ve en el Cuadro 21, en la década de 1860
se registró un aumento sostenido de la carga animal total, resultado de la incorporación generalizada del
ovino, y aunque después la carga animal dejó de crecer, los rendimientos fisicos aumentaron hasta la primera
década del siglo XX, tanto por cabeza animal como por hectárea de tierra. Inicialmente estas innovaciones
fueron hechas por iniciativa privada y en una modalidad de "aprender haciendo" se formó un escueto sistema
privado de compra (en el extranjero) y venta (local) de tecnología, articulado en torno a establecimientos
privados de importación de reproductores bovinos y ovinos que funcionó sin una participación estatal
gravitante. Así, aunque como se verá después, el Estado jugó un papel crucial como garante y definidor de
las reglas del juego, la adopción de innovaciones entre 1870 y la primera década del siglo XX se hizo
sustancialmente en base a la iniciativa privada, en un rudimentario mercado de conocimientos tecnológicos
donde apenas la Asociación Rural, entidad corporativa ganadera recientemente fundada, jugaba un modesto
y esporádico papel de mediador entre una oferta de conocimientos tecnológicos producida en otros países
(donde la agropecuaria era, por cierto, muy diferente a la uruguaya) y la demanda local. Ya entrado el siglo
XX, en cambio, se dieron los primeros pasos en la creación de un sistema publicó de innovación
agropecuaria, con la fundación de la Facultad de Agronomía y Veterinaria en 1907 y la creación en 1911 de
las Estaciones Agronómicas y del Instituto Fitotécnico Nacional. Debido a la ausencia de técnicos locales, fue
necesario contratar profesionales extranjeros para colocarlos al frente de estas instituciones. La creación de
estos organismos era, en parte, una respuesta del gobierno a la percepción cabal de que el primer ciclo de
innovaciones había alcanzado su fin, y de. que el desarrollo posterior de la ganadería nacional requería otro
tipo de esfuerzos públicos y privados. Efectivamente, hacia 1913, cuando en el mercado de ganado el
frigorífico se impuso sobre los saladeros, la trayectoria tecnológica iniciada hacia 1860 había alcanzado su
madurez: la carga animal que podía soportar la pradera natural había alcanzado su máximo, y si se quería
iniciar una nueva trayectoria tecnológica ésta debería estar basada en otra innovación radical: la adaptación
y generalización de cultivos forrajeros como complemento de la alimentación del ganado.

2. La dimensión institucional del cambio: nuevas reglas, nuevos agentes, nuevo mercados
La cuestión del proceso de nacimiento de un entramado de dispositivos institucionales que resultaban
fundamentales para la formación de mercados modernos se conoce muy bien, por cuanto está asociado a la
emergencia de un Estado con poder de coacción a escala de todo el territorio nacional. Un primer conjunto de
dispositivos institucionales tenían como objetivo una mejor definición, efectivización y garantía de los
derechos de propiedad sobre tierras y ganados. Así, tuvieron lugar, en un único movimiento, dos procesos
simultáneos: la separación de tierras y ganados (hasta entonces una simbiosis que los convertía casi en un
único bien económico) y la separación de hombres y tierras. Por el primero de ellos se creaban las
condiciones para la formación por separado de un mercado de tierras y un mercado de ganado; lo segundo
daría lugar a la formación de un mercado moderno de trabajo rural. El proceso tuvo en verdad un tímido
comienzo durante la década de 1860, pero los conflictos políticos internos e internacionales en los que se vio
envuelto el país desde 1865 hasta 1875 impidieron su desarrollo. Las transformaciones institucionales
cobraron brío recién en 1875 concluyeron al despuntar el siglo XX, al aprobarse una serie de medi as que
apuntaban a consolidar los derechos de propiedad sobre la tierra y el capital. El punto de partida fue la
aprobación de un Código Rural cuya redacción se encomendó directamente a la Asociación Rural, entidad
recién fundada, que representaba a los grandes hacendados. El mismo fue seguido de un decreto
exonerando de impuestos a la importación de alambres para cercos (1875), destinado a facilitar el conocido
proceso de "alambramiento de los campos", por la aprobación de un Reglamento General de Policías Rurales
y Departamentales de Campaña (1876), la creación de una policía particular al servicio de los hacendados
(1876), la creación de una Oficina General de Marcas y Señales de Ganado (1877), la creación de Registros
de Propiedades Departamentales y Seccionales (1879), y la aprobación de una ley represora de la vagancia y
el abigeato (1886) (Barrán y Nahum, 1964) (Jacob, 1969). Así, el intenso y rico proceso de consolidación de
los derechos de propiedad que se inicia con la creación del Código Rural y corre sobre las siguientes dos
décadas puede verse como el definitivo nacimiento de los mercados de factores de producción de una
ganadería capitalista: el mercado de ganado (principal componente del capital en la ganadería), el mercado
de tierras y el mercado de trabajo. El proceso de formación de mercados de bienes agrarios también ha sido
estudiado con cierto detalle, y se han destacado la importancia del ferrocarril, de la creación de un patrón
monetario nacional y de diversas formas de crédito para-bancario, en su desarrollo (Barrán y Nahum, 1971)
(Barrán y Nahum, 1973) (Barrán y Nahum, 1978) (Millot y Bertino, 1996). El Cuadro 22 muestra que entre
1875 y 1914 el costo del transporte de bienes agrarios en el territorio nacional, aunque con oscilaciones
durante el período, cayó en relación al precio de esos mismos bienes. Así como en los mercados
internacionales la caída en los fletes marítimos facilitaba la formación de una economía globalizada, la
difusión del ferrocarril por las tierras sudamericanas facilitaba la formación de unos mercados nacionales de
productos agrarios, si bien con un sesgo geográfico muy rotundo hacia los puertos atlánticos, como ha sido
reiteradamente señalado (Barrán y Nahum, 1973). Ha tenido menos destaque la implantación del sistema
métrico decimal, cuya aprobación legal databa de 1862 (Alonso Criado, 1877) pero cuya generalización tomó
un largo periodo: todavía en los últimos años del siglo XIX convivían numerosas unidades de medida de peso
y volumen de los productos agrarios. arrobas, quintales, pesadas de 40 libras, unidades, fanegas. ¿Qué
características tuvieron los mercados formados en este proceso? Se desconocen con precisión el ritmo y la
geografía del proceso de formación de estos mercados, por cuanto no se han hecho estudios de
convergencia de precios de distintas regiones. Sin embargo, la información del Cuadro 23 muestra, a escala
nacional, unos movimientos de los precios en los mercados de factores muy bien alineados con el movimiento
de los precios de los bienes finales más importantes de la ganadería del período, desde el último cuarto del
siglo XIX.
Así, se observa que el precio de la tierra ha fluctuado de manera muy acompasada con los precios de las
carnes, las lanas y los cueros exportados entre 1870 y 1913; también, que el precio del ganado para faena
co-varió cien por ciento con el de las carnes exportadas hasta 1904, año en el cual por primera vez una
empresa frigorífica ingresó al mercado de ganado, iniciando un acelerado proceso de concentración del lado
de la demanda. Este último dato es del todo coherente con los resultados de otros estudios sobre la
imperfecta estructura del mercado local de ganado para la industria frigorífica, que han destacado el papel
negativo de una demanda fuertemente concentrada sobre el desempeño del sector ganadero exportador
(Bernhard, 1958); máxime si se tiene en cuenta que en aquel período la demanda de ganado gordo para
carnes congeladas estaba concentrada en sólo dos empresas: los frigoríficos "La Uruguaya", que pese a su
nombre en 1911 fue comprado por capitales argentinos, y "Montevideo", una planta del grupo estadounidense
Swift (Chicago) abierta en 1912 (Finch, 1980). En resumen, resulta claro que hacia 1913 ya funcionaban unos
mercados nacionales para los factores productivos y que los precios allí formados respondían con
"normalidad" a los precios de los bienes finales, excepto en el caso de un mercado imperfecto como el del
ganado para faena, donde las empresas demandantes lograban retener para sí una parte extraordinaria del
precio de los bienes finales. En cuanto a las características del mercado moderno de tierras, se ha destacado
que su proceso de formación dio lugar a la apropiación de facto de importantes extensiones de tierra fiscal, a
la consolidación del latifundio ganadero, y por las razones que se verán enseguida, a la formación de un
nutrido "pobrerío rural", fenómeno que constituyó una alarmante novedad en la historia social del campo
uruguayo (Barrán y Nahum, 1964) (Jacob, 1969). La cuestión no puede entenderse sin hacer referencia a las
características del flamante mercado de trabajo rural. Según diversos autores, en el primer impulso innovador
protagonizado por la ovinización de la década de 1860, los requerimientos de trabajo rural aumentaron.
Algunas estimaciones sugieren un aumento importante de la demanda de trabajo rural hacia 1869 y una suba
de los salarios en diferentes categorías de trabajadores rurales, durante la década de 1870 (Millot y Bertino,
1996). También se ha señalado que la producción ovina requería 4 o 5 veces más mano de obra que la
vacuna, y se ha enfatizado su carácter sedentarizador y "civilizador" de población rural (Barrán y Nahum,
1964). La efectivización de los derechos de propiedad sobre el ganado mediante numerosos recursos
represivos, así como un amplio conjunto de dispositivos disciplinadores de la fuerza de trabajo, facilitó que el
desarrollo del ovino diera lugar a un primer movimiento de conformación de un mercado de trabajo moderno,
colocando a disposición de la nueva estancia ovinizada contingentes efectivos y más dóciles de mano de
obra. Así, el primer impulso innovador habría estado asociado a un aumento de la demanda de trabajo, a
mayores salarios y a cierta densificación de la población rural. Pero después de 1885, cuando el proceso de
cercamiento estaba casi consumado, se redujo la demanda de trabajo en la estancia debido a que el
alambrado hizo innecesarias algunas categorías ocupacionales típicas de la producción ganadera sin cercos.
A la vez, la consolidación de los derechos de propiedad sobre la tierra y el ganado y la apropiación de tierras
fiscales, destruyó un segmento de población campesina articulada a la estancia ganadera bajo formas
peculiares de aparcería (los "agregados") y eliminó definitivamente la posibilidad de hacer uso de facto del
suelo agrícola, consagrando la estructura latifundiaria pre-existente (Barran y Nahum, 1964) (Millot y Bertino,
1996) (Jacob, 1969). Hacia la mitad de la década de 1880, la conjunción de este fenómeno con la expansión
de las vías férreas (que nuevamente redujo los requerimientos de mano de obra) habría provocado un
fenómeno de desocupación rural con efectos diversos en el corto y largo plazo, que será analizados
enseguida. Cabe pensar, además, que la modificación radical del escenario institucional para el acceso a los
recursos tierra y ganado terminó con la articulación que pudo haber existido en la ganadería pre-moderna
entre ambos agentes y ambas producciones, lo cual habría modificado severamente la sociedad rural. En el
corto plazo se formó una masa paupérrima que dio origen a los "pueblos de ratas" de la campaña y ambientó
el levantamiento armado de 1904, al poner a disposición de los caudillos rurales, amplios contingentes de
población pobre que habría sido la "carne de cañón" del conflicto (Barrán y Nahum, 1972). En el largo plazo,
comenzó un proceso secular de emigración campo-ciudad que precipitó una temprana y vertiginosa
urbanización de la sociedad uruguaya y adelantó la transición demográfica (Solari, 1958) (Barrán y Nahum,
1979) (Pellegrino, 1997). Por último, cabe apreciar que el enfoque nacional con que se ha estudiado estos
procesos excluyó del análisis la hipótesis presentada en el Capitulo 1 sobre la disimilitud de los procesos de
formación de mercados de trabajo y de tierra en las dos regiones económicas allí identificadas. Posteriores
investigaciones deberán, en efecto, tomar el hecho de que la primera mitad del siglo profundizó las
diferencias entre el sur y el norte de un país que, por decirlo de manera chocante, había sido creado por
decreto por dos potencias vecinas sin consideraciones a su articulación geo-económica. Cabe suponer que
en la segunda mitad del siglo XIX la. tierra y elrganado_sufrierorlprocesos de valorización en ambas regiones
pero a ritmos diferentes, _que actuaron en cada región sujetos sociales diferentes, y en especial, _que el
proceso. de formación del mercado de trabajo también tuvo un trámite diferente en cada _ caso: las antiguas
formas de utilización de la mano de obra, incluyendo la esclavitud, la desigual distribución de la inmigración
europea que afluyó al territorio desde 1880 y desde luego, las desiguales formas de disolución de las antiguos
circuitos de producción y consumo, determinaron singularidades de gran peso a uno y otro lado del Río
Negro. Las dificultades para conocer con exactitud la evolución de la población rural, la población activa rural,
y los salarios rurales del período no han permitido, sin embargo, más que un análisis indirecto de estos
fenómenos. Algunos estudios recientes sobre la movilidad espacial de la población en los primeros años del
siglo XX mostraron un

mapa de regiones expulsoras y regiones atractoras de población que revela la existencia de importantes
diferencias regionales en el proceso de formación de un mercado de trabajo rural, que ameritaría posterior
investigación (Pollero et al., 1999). Las nuevas reglas del juego y los nuevos mercados son causa y
consecuencia de la aparición de nuevos agentes. Al cabo del proceso, la nueva función de producción de la
panadería capitalista, aunque menos intensiva en trabajo, era tan intensiva en el uso del factor tierra como lo
había sido la ganadería asociada a la producción del cuero y el tasajo. En este sentido, la trayectoria
tecnológica de la ganadería del último cuarto del siglo XIX no desafió la estructura territorial preexistente, sino
que puso en marcha un proceso de especificación y consolidación de los derechos de propiedad que dió un
nuevo sentido a la alta concentración territorial que venía del pasado. La transformación tecnológica de este
período no se hizo a pesar del latifundio, sino con y desde el mismo. La producción de carne y lana en base
a pasturas naturales no cuestionaba la concentración de una gran cantidad del recurso productivo pradera en
un latifundio, sino que como los muestran los indicadores de rendimiento físico, aumentaba la eficiencia de la
pradera y consecuentemente, valorizaba la tierra. En el marco de una dinámica institucional fuertemente a
tono con esta dinámica tecnológica, la consolidación de los derechos de propiedad, la solidificación de la gran
propiedad territorial y el fortalecimiento del Estado eliminó algunos sujetos sociales, consolidó otros, y
promovió la aparición de nuevos. Ya se analizó el nacimiento de un "pobrerío rural" que ensombreció el
triunfalismo de las clases rurales. Por otro lado, el poder económico y político de los hacendados se vio
fortalecido frente a los trabajadores rurales, pero debilitado frente al Estado moderno. Este había jugado un
papel fundamental en el proceso de consolidación de los derechos de propiedad. En un proceso en parte
acicateado por las transformaciones rurales y en parte resultado de complejos procesos políticos, desde 1876
se aceleró la consolidación de un Estado centralizado que aumentó significativamente su poder de control
efectivo sobre el territorio. Hubo un primer tramo autoritario y militarista en la historia de la formación del
Estado moderno uruguayo, que los historiadores han identificado con el nombre de Militarismo (1876-1886),
donde fue notoria la congruencia entre los requerimientos institucionales del cambio tecnológico iniciado en la
década de 1860, los intereses de paz, seguridad y orden de los estancieros nucleados en la Asociación Rural,
y la vocación de austeridad autoritaria de los gobiernos de esa etapa. Pero tras aquel primer tramo autoritario
y militarista, la formación del Estado moderno avanzó no sin traspiés, derivados en parte de algunos shocks
externos (la crisis de 1890) y en parte de las dificultades para encauzar un proceso de institucionalización de
un sistema político también moderno, hacia la experiencia reformista del primer Batlismo (1903-1916) que
habría de protagonizar el peor enfrentamiento con los hacendados.

3. ¿La transición hacia qué capitalismo agrario?


Finalmente, cabe interrogarse sobre la naturaleza del capitalismo agrario así gestado. Es de sentido común
interrogarse sobre la naturaleza capitalista de la economía agraria a partir de verificar la conducta racional de
sus agentes. En otro lugar se analizó el contenido de las versiones clásica (Barrán y Nahum, 1964-1978) y
revisionista (Millot y Bertino, 1991) sobre la racionalidad de los hacendados en este periodo. (Moraes, 1999).
Para la versión clásica los hacendados progresistas son aquellos que incorporaron las innovaciones cuando
éstas les fueron ofrecidas, que tomaron riesgos cuando las expectativas de ganancia así lo aconsejaron, y
que aceptaron ceder parcelas de poder personal en favor del poder impersonal del Estado, a partir de un
análisis costo-beneficio sobre las ventajas y desventajas de uno y otro escenario institucional. Tales han sido
los verdaderos protagonistas del cambio, que no es dificil identificar sin forzar el análisis original, como
hacendados capitalistas. El problema, según este punto de vista, no es este segmento de hacendados sino su
opuesto, el de los hacendados tradicionales, que no innovó, no aceptó tomar riesgos y resistió ceder su cuota
de poder de caudillo ante un Estado moderno. De ahí el carácter de modernización trunca que tomó el
proceso. Para la visión revisionista la dualidad de conductas es similar, sólo que aquí los hacendados
tradicionales son igualmente racionales: no innovan porque la innovación no está disponible para ellos
(pertenecen a un medio geográfico de características distintas del resto); no toman riesgos que no les
conviene tomar, ya que enfrentan condiciones técnicas y económicas menos favorables a la inversión, y su
decisión de no ceder frente al Estado moderno es igualmente racional, dada su propia estructura de
preferencias en materia de entramado institucional. En otras palabras, no es que los hacendados no sean
capitalistas o lo sean muy débilmente porque son atrasados, sino que son atrasados porque son capitalistas.
Es notorio que para la versión clásica la racionalidad capitalista implica innovación, aceptación de los riesgos
y adaptación a los cambios, mientras que para la versión revisionista únicamente quiere decir maximización
del beneficio. La maximización del beneficio puede o no ser compatible con la innovación, el riesgo y la
flexibilidad institucional, según las coordenadas medioambientales y geográficas de cada agente. La
oposición manifiesta en este debate revela una disparidad teórica que no es de extrañar. En verdad la lógica
de los agentes de la agricultura ha sido un quebradero de cabeza para todas las corrientes teóricas, porque
siempre ha resultado dificil tratar al sector agrario como a cualquiera de los otros sectores de la actividad
económica, y peor aún, establecer cuándo un sistema agrícola se vuelve fehacientemente capitalista. Se ha
señalado en reiteradas oportunidades que los marcos teóricos de cuño neoclásico pero también los de
inspiración marxista, obvian el componente biológico de los procesos agrarios y en especial que no se hacen
cargo de las especificidades que coloca sobre la dinámica del sector la naturaleza biológica implicada en sus
procesos productivos. Algunos autores definitivamente niegan que la agricultura pueda convertirse en
capitalista, debido a las limitaciones que los ciclos biológicos pondrían a la acumulación de capital (Goodman
et al., 1990). Otros no lo creen así, pero introducen aspectos específicos en la conducta de los agentes
económicos de la agropecuaria, que los singularizan (Sábato, 1988) (Paolino, 1990) (higoyen, 1991) (Scarlato
y Rubio, 1994). Algunos de estos aspectos específicos que interesan para este análisis son:
* Las decisiones de inversión en los sectores agrarios están determinadas por algunos factores adicionales a
la simple disponibilidad del capital y la expectativa de una ganancia. Debido a que el horizonte temporal de los
ciclos productivos es usualmente largo y rígido, la incertidumbre es mayor y el riesgo, bajo determinadas
circunstancias, es tal que el costo del error compromete la posibilidad de repetir la decisión (Paolino, 1990).
* En parte por lo anterior, algunos autores representan a los agentes de la agropecuaria como poseedores de
una cartera de activos cuya composición y manejo es hecha con criterios de preferencia por la liquidez
(Sábato, 1988) (Paolino, 1990).
* Los atributos de estos activos son singulares, y variables según el contexto institucional y la coyuntura
macroeconómica. La tierra por ejemplo, adquiere un grado de liquidez determinado según el grado de
amplitud y organización que tenga el mercado de tierras; asimismo, en contextos de inestabilidad
macroeconómica severa adquiere atributos similares al dinero, en cuyo caso es considerada por los agentes
más como reserva de valor que como recurso productivo. Otros activos, como semillas e insumos contraen un
alto grado de iliquidez al ser inmovilizados durante parte del proceso productivo, pero la posibilidad de
formación de inventarios con algunos productos (granos, lana, el mismo ganado) contrapesa esta situación. El
caso del ganado es singular porque su condición simultánea de "bien de capital" y "bien final" le otorga alto
grado de liquidez en caso de existir mercados organizados para sus estados de desarrollo intermedio
(Scarlato y Rubio, 1994). En contrapartida, este potencial de liquidez propio del ganado hace que bajo ciertas
condiciones la especulación con las categorías intermedias de ganado constituya una opción que compite
fuertemente con las alternativas de inversión productiva.
En síntesis, la consideración de las rigideces del ciclo biológico en la microeconomía de los sistemas
agrícolas matiza fuertemente la noción de una racionalidad capitalista que bajo las instituciones "adecuadas"
determina asignaciones óptimas de los recursos y niveles óptimos de eficiencia. Por el contrario, habría un
capitalismo a la agropecuaria, donde no todo lo que es racional produce resultados espectaculares. Allí los
capitalistas ganan por invertir pero también por especular, la incertidumbre no es meramente una cuestión de
difundir gacetillas de precios, y el funcionamiento de los mercados no necesariamente habilita un mecanismo
de formación de los precios de tipo marshalliano. Estas singularidades no serían el resultado de un mal
funcionamiento institucional o de algún tipo de inmadurez institucional, sino que serían intrínsecos a la
dinámica sectorial cuando la lógica de la subsistencia
-o de la economía campesina— ha quedado atrás. No es de extrañar, por lo tanto, que bajo los tramos de
infancia y juventud de la trayectoria tecnológica que inició la transición hacia el capitalismo agrario, el
desempeño de la ganadería uruguaya haya sido exitoso en términos de producto y de productividad, pero que
cuando esa misma trayectoria alcanzó su madurez, hayan pasado a primer plano conductas especulativas
que muy pronto trabaron un círculo perverso con la "queda tecnológica" que sobrevino cuando la trayectoria
alcanzó su madurez. El capítulo siguiente presenta la última evidencia disponible sobre el desempeño de la
ganadería entre 1870 y 1970, el verdadero "siglo XX" de la agropecuaria uruguaya. En el mismo se visualiza
claramente el sendero de crecimiento de la ganadería uruguaya moderna y sus inflexiones.
____________________________________________
7) TEXTO NO RESUMEN
CAPÍTULO 1
BATLLISMO: UN SIGLO DE EVOLUCIÓN, 1870-1970
"Cualquiera que quisiera distinguir al Uruguay de sus hermanas repúblicas,
cada una con un tamaño y una naturaleza que no son conocidos entre tantos de nosotros europeos,
debe llegar a recordar que es el más pequeño de los estados sudamericanos, y que no tiene ni
montañas, ni desiertos, ni antigüedades, ni indígenas. Sin embargo, no es de ninguna manera un
país a describir en negativas porque tiene, como vamos a ver ahora, un carácter distintivo particular"
James Bryce, South Atnerica: Observations and Impressions [1912] p. 349
1. INTRODUCCIÓN
Los cien años de historia uruguaya que terminan en 1970 tienen la apariencia de un ciclo que
empezó y terminó con golpes militares. En 1870 el Uruguay se encontraba en vísperas de un
período de gobierno a cargo de sus fuerzas armadas del que surgiría un Estado fuertemente
centralizado y en el que su economía iba a experimentar importantes transformaciones. En 1970 —
al igual que entonces— el gobierno civil había sufrido ya un grave deterioro que anunciaba, tal vez,
los hechos que culminarían en el golpe de 1973, y la eliminación (por lo menos para una gene.
ración) del Uruguay batllista. El propósito de este capítulo inicial es analizar las raíces del batllismo,
su carácter cambiante en el curso del siglo, y los factores que ocasionaron su crisis. Los capítulos
siguientes examinan aspectos de la economía y sociedad uruguaya en el mismo período,
postergando hasta los dos capítulos finales la investigación de la era militar y la democracia
restaurada. La experiencia del Uruguay en los cien años indicados, dentro de un continente
caracterizado por la inestabilidad de sus instituciones y por la violencia de sus luchas políticas, fue
singular. A través del temprano desarrollo de la legislación social y laboral, del crecimiento del sector
público de su economía, de la preeminencia de sus clases medias y de su adhesión a (y novedades
en) las normas constitucionales de gobierno y a las libertades públicas y privadas, el Uruguay tuvo
una evolución muy especial en el conjunto de América Latina. Para los que han observado el
desarrollo del país, desde afuera como desde adentro, ha sido una historia excepcional. En los años
50, el dicho popular de "como el Uruguay no hay" reflejó el sentimiento generalizado de satisfacción
de sí mismo. Sin embargo, hacia los últimos años de la década del sesenta, todo eso había
terminado. A partir de entonces por lo menos un diez por ciento de la población emigró y se llegó a
hablar, con cierta ironía amarga, de la "latinoamericanización" del país. La amargura fue más intensa
por la severidad de la represión política y la declinación en el nivel de vida, en un país acostumbrado
a disfrutar de condiciones económicas cómodas, y de hablar sin temor. Para empezar, es necesario
aclarar el significado de la frase "Uruguay batlIista". Esencialmente refiere a los logros políticos y
sociales tan característicos del Presidente José Batlle y Ordóñez en los primeros años del siglo. Más
específicamente, batllismo era la ideología de la fracción del partido Colorado Iiderada por Batlle
hasta su muerte en 1929, y que luego fundamentaba su identidad política en la memoria de Baffle.
Pero en el sentido más amplio, batllismo es un estilo o ideología nacional de desarrollo que daba
forma a la vida pública nacional hasta el fin de los años 60 (con una interrupción breve en los 30). El
sello de la ideología era sobre todo el uso de parte del Estado de instrumentos para redistribuir el
ingreso asegurando así un alto nivel de consenso social. Como consecuencia de eso, batllismo
también implica una preferencia social marcada por arreglos en vez de confrontación, y una
tendencia popular de considerar el Estado como fuente de soluciones y protección económica y
social. La naturaleza poco ortodoxa de la política batIlista, y la larga vigencia de su ideología,
expresan cuestiones fundamentales de la estructura y desarrollo del país. ¿Cuáles fueron los rasgos
que singularizaron al proceso uruguayo en el siglo XIX? ¿Cuáles fueron los límites de su
singularidad en el siglo XX y cuáles los factores que determinaron el agotamiento de su experiencia?
La hipótesis que tomaremos como punto de partida para responder a estas preguntas está basada
en la idea de que, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, el Estado y el sistema político
uruguayo se caracterizaron por detentar un importante grado de autonomía con respecto a los
intereses económicos dominantes en el país. Esta autonomía no podía —por supuesto— ser
absoluta, ya que la lógica de un sistema capitalista parecería implicar que el sector que posee los
medios de producción ha de controlar, en último término, el aparato del Estado. Poulantzas ha
mantenido que la autonomía relativa del Estado es una condición estructural del sistema capitalista,
como consecuencia del rol del Estado de mediar entre fracciones opuestas de la clase capitalista.'
No entramos en el debate sobre esta afirmación discutible. Es suficiente observar que la autonomía
relativa del Estado uruguayo —en nuestro sentido— no procede necesariamente de reglas
generales del sistema capitalista, sino de la naturaleza específica del pro . ceso de modernización
en el país en las últimas décadas del siglo XIX y sus consecuencias para el sistema 1 político. La
índole de la transformación económica permitió la sobrevivencia de I estructuras políticas
tradicionales (es decir, sin el fin de representación de clase) en la era de la política de masas. Como
resultado, la función normal de los partidos políticos articulando los intereses económicos y
concertando acuerdos entre fracciones de la clase capitalista no se cumplía plenamente. La clase
dominante entonces encontró un proceso político menos (o menos directamente) dispuesto a sus
exigencias. En ocasiones los partidos expresaron, incluso, intereses contrarios a ella en defensa de
las clases subordinadas. La participación directa de integrantes de los poderes económicos en el
quehacer político se fue reduciendo y la práctica de la política como una ocupación profesional se
desarrolló tempranamente, hasta posibilitar hablar de la creación en el Uruguay de una "clase
política ".
La discusión teórica del Estado ha tenido que ver en mayor parte con el capitalismo metropolitano,
sobre todo en su fase monopólica. El análisis del Estado en el capitalismo periférico en el largo plazo
es evidentemente un problema más complejo. La etapa de la historia uruguaya que se estudia en
este trabajo nos muestra la efectiva creación de un Estado capitalista y la modernización de un
sistema económico mediante la eliminación de vestigios de etapas anteriores. La naturaleza de
estas transformaciones derivó del carácter dependiente de la sociedad uruguaya. En América Latina
en general el efecto de este proceso fue la creación de un género específico de formación social.
Las tradicionales oligarquías terratenientes se reforzaban en alianzas con grupos ligados al sector
exportador, al mismo tiempo impidiendo el desarrollo de una burguesía industrial. La condición
dependiente de la región se construyó y se consolidó esencialmente por la penetración y
moldeamiento por los intereses dominantes de los países céntricos de estructuras internas de poder.
Así resultó una alianza implícita entre el capital extranjero, que consiguió un tratamiento favorable, y
grupos domésticos en colaboración. La capacidad de estos" de mantener su dominación política y
social se encontraba fortalecida a través de la participación en los beneficios de la relación
dependiente. La fracción dominante de la clase alta recibía una recompensa suficiente para asegurar
su capacidad de dominación sobre las reclamaciones de otros grupos no favorecidos. Durante la
fase de desarrollo liderado por exportaciones, típico del período anterior a 1930, la condición de
dependencia traía consigo un tratamiento liberal de importaciones tanto de capitales como de bienes
desde los países metropolitanos. Eso impedía tanto la formación de un mercado interno, como
consecuencia de la distribución interna de ingreso y el envío a sus países de origen de los ingresos
de factores extranjeros y pagos sobre deudas extranjeras, como el crecimiento de la industria
manufacturera doméstica por la falta de protección arancelaria.
A los efectos de una mejor definición del desarrollo uruguayo dependiente, resulta necesario hacer
una distinción básica entre las sociedades en las que los sectores locales pudieron mantener el
control del sistema productivo —es decir, aquellas en las que la tierra quedó permanentemente en
manos de propietarios nacionales y se usó en forma extensiva para producir para la exportación— y
aquellas basadas en un desarrollo exportador de tipo enclave.' En el primer caso —en el que se
incluye el Uruguay— el capital extranjero desempeña un papel importante aunque generalmente
subsidiario en el desarrollo del sector exportador, sobre todo en el suministro de una infraestructura
y la preparación de productos para exportación. La existencia de una burguesía local —en este caso
terrateniente— tuvo como resultado un importante proceso de acumulación de capital y el dominio
de esta clase de terratenientes modernizadores se ejerció a través de alianzas con grupos
tradicionalistas del mismo sector agropecuario y con intereses comerciales y financieros entre los
que predominaba el capital foráneo. El dinamismo de la economía exportadora y la difusión —
aunque sólo fuese parcial y limitada— de sus beneficios en el resto de la sociedad estimularon la
diversificación del sistema económico y dieron lugar al surgimiento de grupos urbanos y rurales que
producían para el mercado interno y cuyos intereses resultaban divergentes y aun competitivos con
los del sector exportador. Así resultó una pluralidad de intereses opuestos dentro de la clase
dominante. Los partidos políticos tienen la función de expresar y solucionar estos conflictos en el
contexto del sistema de gobierno liberal y democrático, sin arriesgar la posición dominante del
bloque de poder. El caso del Uruguay se conformó con este modelo de desarrollo, pero también
aportó elementos que resultaron de su propia experiencia histórica y que dieron lugar a la ideología
del batllismo. Es posible interpretar con Poulantzas la relativa autonomía del Estado como una
necesidad estructural derivada del surgimiento temprano de una burguesía urbana. Pero para
nuestros propósitos lo vemos como el resultado de un conflicto interno producido en el seno de los
sectores terratenientes durante la etapa de la transformación capitalista de la ganadería en las
décadas finales del siglo XIX. La insuficiente representación política de los terratenientes permitió el
desarrollo de una ideología pequeño-burguesa que incorporó mecanismos que consolidaron el
control del sistema político "autónomo" sobre el aparato estatal. Estos mecanismos demostraron ser
notablemente duraderos —aunque eventualmente en una forma corrompida— y mantuvieron
virtualmente intacto el Uruguay batllista hasta fines de la década de 1960, mucho después de que
los intereses urbanos promovidos por la ideología batIlista hubieran comenzado a desintegrarse.
2. LA MODERNIZACIÓN, 1870-1900
Aun cuando muchas de las características del Uruguay actual son el resultado del proceso político
de los primeros años del siglo XX, la modernización —tanto política como económica— se inició, en
realidad, en las últimas tres décadas del siglo XIX.' El primer impulso económico provino del
crecimiento de la producción de ovejas en la década de 1860 pero, aunque las exportaciones de
lana aumentaron, tal vez lo más significativo de esta etapa fue poner en evidencia las limitaciones de
las estructuras económicas y sociales que caracterizaban al sector ganadero. En la década siguiente
dos hechos marcaron el comienzo de la transformación gradual y progresiva de esas estructuras. En
1871 se fundó la Asociación Rural del Uruguay e inmediatamente se convirtió en activa
propagandista de las nuevas prácticas en la producción ganadera y en reconocida representante de
los estancieros modernizadores. En 1876 el Coronel Lorenzo Latorre desplazó a la débil
administración de Pedro Varela e impuso, por primera vez en la historia del país, un poder
centralizado por encima de los intereses de facciones. Uno de los mayores logros de la Asociación
Rural fue el de asegurar la amplia difusión de la práctica del alambramiento de los campos en las
décadas finales del siglo XIX. Anteriormente, el territorio uruguayo era explotado casi totalmente por
estancias abiertas sin otros límites que los naturales o algunos cercos de piedra. Aunque la
demanda mundial de productos animales era todavía modesta, las frecuentes guerras civiles y las
inevitables pérdidas de ganado que traían aparejadas desalentaban aun más las inversiones en
activos fijos o en la mejora de los rodeos. El derecho de propiedad, por otra parte, dependía de la
capacidad física de los propietarios para defenderlo, ya fuera en forma colectiva —a través del
patrocinio personal de los caudillos blancos o colorados— o en forma individual, defendiendo con
familiares y peones los límites imprecisos de las estancias contra los ataques de cuatreros y
ladrones. En realidad, sólo la posesión de un bien legitimaba el derecho a poseerlo y el único grupo
social que normalmente podía asegurarse una indemnización por sus pérdidas en las guerras civiles
era el de los propietarios extranjeros, particularmente los británicos. La demanda de mano de obra
en el sector rural no respondía, entonces, a necesidades puramente productivas sino también a la
necesidad de asegurar y defender el derecho de los propietarios a disfrutar de la producción de sus
tierras. En esa forma una parte importante de la población rural participaba —aunque sólo fuese
marginalmente— de la renta producida y el patrón y el peón trababan en este contexto semi-feudal
una relación de mutua dependencia para la defensa y protección comunes. A falta de una autoridad
central la estancia era, en buena medida, un pequeño sistema político y social autónomo. Con
anterioridad al período de la modernización los roles de propietario y de caudillo tendían a coincidir
ya que, por lo general, lo uno presuponía lo otro. Estas dos funciones no eran, sin embargo,
idénticas y alrededor de la década de 1860 existían ya dos grupos de terratenientes cuyos intereses
empezaron a resultar cada vez más divergentes hasta hacerse incompatibles hacia finales del siglo.
En las tierras más fértiles del litoral y del sur la concentración de propietarios extranjeros dio lugar al
surgimiento de un sector empresario progresista que resultó fundamental para el aumento de la
producción lanera en la década del sesenta y que protagonizó la creación de la Asociación Rural en
los años siguientes. En el norte y en el centro del país —por el contrario— la tenencia de la tierra
continuó estando, en mucho mayor grado, vinculada al control social y político de la región. El
gobierno central y el aparato del Estado con sede en Montevideo eran comparativamente débiles.
Los políticos de la ciudad, los "principistas" —en especial los del Partido Colorado— estaban ya
totalmente desorientados cuando fueron desplazados del poder por los militares en 1875. El
deterioro de su situación económica durante las guerras civiles y lo escaso de su participación
directa en actividades tales como la agropecuaria o el comercio, redujo su papel al de una elite
profesional, intelectual y, sobretodo, política. Con una ideología importada de Europa que combinaba
el anti-estatismo liberal inglés con el aristocrático estilo de vida de sus abuelos, el patriciado no
respondía ya a las necesidades ni de la elite económica urbana ni de la rural. Aquélla, tanto como
ésta, estaba siendo dominada, cada vez más, por inmigrantes, vinculados especialmente a las
actividades comerciales y financieras. El fracaso del sistema político —todavía dominado por las
luchas entre blancos y colorados y por la superpuesta rivalidad entre los caudillos rurales y los
doctores ciudadanos— en dar cauce a las aspiraciones de los sectores dominantes del sistema
económico llevó a éstos a alterar los marcos institucionales y a intentar el control del aparato estatal.
El militarismo vino a coincidir así con las aspiraciones de los propietarios, tanto del sector urbano
como del sector rural. La reducción de los gastos públicos y la desaparición del papel moneda de
curso forzoso le ganaron la confianza de los círculos comerciales y financieros. La austeridad
económica y el orden interno promovidos por la administración militar bajo el gobierno de Latorre
también fueron recibidos positivamente en Londres. Pero el mayor logro del nuevo régimen fue, sin
duda, el de proporcionar el marco institucional necesario para el rápido desarrollo del sector
exportador. El aumento de la producción ganadera para satisfacer la creciente demanda de los
mercados europeos significó la adaptación y la mejora de los stocks de ganado. La introducción de
valiosos animales de raza y la cría selectiva hicieron indispensable el alambramiento de los campos
que resultaba ser también —en cierto modo— la expresión física del derecho de propiedad. Mientras
la Asociación Rural promovía la difusión de estas innovaciones técnicas, los derechos de los
propietarios tuvieron su sanción normativa a través del Código Rural de 1875-79 que fortalecía las
atribuciones de las policías de campaña y dictaba disposiciones para su efectivo funcionamiento. Al
mismo tiempo, las tropas del gobierno, dotadas por primera vez de armas modernas y ayudadas por
la extensión del ferrocarril y del telégrafo, empezaban a contrarrestar el poder regional de los
caudillos. Aunque el gobierno militar duró solamente una década y las guerras civiles-continuaron
hasta comienzos del siglo XX, el establecimiento de un Estado moderno que garantizase el derecho
de propiedad resultó ser un logro permanente. El proceso de modernización del sector ganadero fue
acompañado de dos rasgos que iban a tener profundas consecuencias sociales y políticas. En
primer lugar, aunque el establecimiento de una autoridad central efectiva y la consolidación del
derecho de propiedad eran las condiciones indispensables para la transformación de la economía,
ello no significó que la modernización se produjese de manera uniforme en todo el territorio del país.
El ejemplo progresista de los estancieros extranjeros del litoral sólo encontró lenta aceptación en las
regiones más remotas cuyos caudillos no se resignaban totalmente ni de buen grado a aceptar las
órdenes del gobierno de Montevideo. Recién a fines de la década del ochenta el Ferrocarril Central
del Uruguay penetró en la mitad norte del país y pudo así extender su influencia centralizadora. Por
otra parte, aunque la mayoría de los dirigentes de la Asociación Rural se mantuvo apartada de las
luchas políticas tradicionales, la jerarquía militar —al igual que el gobierno civil que había depuesto
— provenía de familias coloradas, mientras que los caudillos de las regiones del norte y del este
eran mayoritariamente blancos. En segundo lugar, la modernización económica implicó un
desplazamiento masivo de la fuerza de trabajo del medio rural y un deterioro de su participación en
los resultados de la economía ganadera. Las inversiones realizadas en alambrados redujeron la
cantidad de mano de obra requerida para el cuidado y la vigilancia del ganado a la par que tendían a
eliminar a la población que vivía en los bordes de las estancias pastoreando —o robando— algunos
animales. En esta forma el alambramiento vino a convertirse en un agente del cambio económico y
social que alteraba las relaciones laborales y la participación del trabajador en los beneficios de la
producción de la tierra. Probablemente, la mayor parte de esta población desplazada emigró hacia
las zonas vecinas de la Argentina y del Brasil. Otros emprendieron la marcha hacia los centros
poblados o encontraron trabajo en la construcción de los ferrocarriles que a su vez, con el aumento
de las exportaciones de carne a partir de 1905, expulsaron a más habitantes de la campaña de sus
ocupaciones tradicionales. Pero el problema de la pobreza constituyó una preocupación para la
Asociación Rural por la inestabilidad que engendraba. Esta preocupación sería tan acertada como
ineficaz ya que, precisamente, de esa masa laboral desposeída se nutrirían los ejércitos del caudillo
blanco Aparicio Saravia en las postrimerías del siglo. Para entonces, sin embargo, las estructuras
políticas habían cambiado sustancialmente ya que los gobiernos militares no se prolongaron más de
una década y el eclipse de la elite política duró apenas ese plazo. La restauración de los civiles en el
gobierno —producida en 1886 bajo el gobierno del General Máximo Tajes, ya de corte civilista— se
debió, en buena medida, a la creciente corrupción administrativa del régimen que vio deteriorado su
apoyo entre los grupos dirigentes. Mientras tanto, importantes cambios se produjeron en la
organización de los partidos tradicionales y en la estructura de la economía. Ya a comienzos de la
década del ochenta, había empezado a revitalizarse la actividad partidaria —tanto en el Partido
Colorado como en el Partido Nacional o Blanco— y ese resurgimiento se debía en parte a la
creciente importancia de las clases medias cuyos intereses empezaban a rivalizar con los de las
elites urbana y rural.' La antigua división que se operaba de hecho en el seno de ambos partidos
entre los doctores intelectuales de Montevideo —que alcanzaron su punto más bajo a comienzos de
la década del setenta— y los caudillos del Uruguay rural, capaces de hacer vibrar la adhesión
emotiva a las divisas, comenzó a cerrarse. La carrera de Julio Herrera y Obes —principista en el
setenta y líder colorado convertido en Presidente entre 1890 y 1894— ilustra este cambio: «El
elemento principal que el Presidencialismo urbano y doctoril de Herrera ha debido apropiarse es el
tradicionalismo partidario [...] El doctor Herrera, el principista Herrera, el intelectual Herrera, se
acaudilla, se agaucha, para poder dominar »
El resurgimiento de los partidos políticos se produjo en un momento en el que imperaban
condiciones adversas en los principales rubros de la vida económica vinculados al comercio de
exportación e importación y coincidió con el surgimiento de intereses urbanos que producían para el
mercado interno. El sector ganadero —luego de un período de grandes inversiones en el
alambramiento— debió enfrentar, en la segunda mitad de la década del ochenta, la caída de los
precios mundiales de sus principales productos. En el decenio siguiente los precios subirían, pero la
decadencia del sector comercial fue definitiva. Los grandes volúmenes de mercaderías de
importación introducidas por el puerto de Montevideo —y, en menor medida, por el de Salto—
incluían importantes partidas de bienes en tránsito destinados al interior de la Argentina y al sur del
Brasil que aprovechaban las ventajas naturales de los puertos uruguayos. La modernización de los
puertos y la legislación proteccionista de los países vecinos terminó por anular esas ventajas
provocando con ello la decadencia del comercio de tránsito. La declinación de la influencia de las
casas importadoras de Montevideo puede observarse a través de la concesión de tarifas
proteccionistas a los fabricantes locales de manufacturas livianas iniciada en 1875 pero
sustancialmente aumentada en 1886 y en 1888. Además, uno de los temas centrales de la política
económica de fines del siglo XIX fue el de la moneda. El restablecimiento de la convertibilidad al oro,
implantado en 1876, favoreció a los grupos económicamente poderosos —importadores,
saladeristas, grandes bancos y a algunos de los grandes estancieros que realizaban en oro sus
pagos en el exterior y necesitaban estabilidad monetaria para el éxito de sus negocios o para
beneficiarse de las altas tasas de interés—. El problema volvió a plantearse en la década del
ochenta. Mientras el grupo llamado de los oristas representaba a los grandes intereses
conservadores de Montevideo, el de los papelistas incluía a los deudores y a los perjudicados por la
escasez del crédito y por los altos intereses, tales como los medianos y pequeños propietarios
rurales y los fabricantes urbanos. Pero los papelistas incluían también a la elite política cuya
restringida participación en la actividad productiva la privaba de una base económica segura.
Además, su capacidad para utilizar el aparato estatal que volvía a controlar se veía limitada por su
dependencia de los créditos de los oristas o de los empréstitos londinenses. De otra parte, su base
de sustentación política se centraba, cada vez más, en la representación de los intereses más
perjudicados que reclamaban una expansión monetaria. La fundación del Banco Nacional, realizada
en 1887 con el aporte, entre otros, del capital británico, demostró las posibilidades de la elite política
a pesar de la fuerza de la oposición orista. La experiencia fracasó en 1890, a raíz de la crisis de la
casa Baring, pero los políticos no resultaron ni desplazados ni desacreditados por ese fracaso. Y, en
realidad, esta tendencia se vio confirmada por la creación, en 1896, del Banco de la República, un
banco estatal que liberalizó sustancialmente el crédito. La configuración política y económica del
Uruguay en las últimas décadas del siglo XIX no se ajusta, pues, al simple esquema de un sector
social económicamente poderoso que ejerce directa o indirectamente el poder político mediante su
alianza con el capital extranjero. Aunque existían representantes de la "oligarquía" en los cargos
gubernativos, la elite política constituyó —a partir de la segunda mitad de la década del ochenta—
un grupo claramente distinto que defendía sus posiciones a través de la prensa, del clientelismo o
por la transformación de las formas caudillistas del liderato político tradicional en un sistema
partidario más o menos viable. Esto le permitió desarrollar sus propios lineamientos políticos que —
exitosos o no— no se ajustaban enteramente a los intereses de los sectores económicamente
poderosos. La posibilidad de que el sistema político funcionase con tal grado de autonomía puede
ser explicada por dos factores. En primer lugar, las elites económicas —tanto la urbana como la rural
— estaban dominadas por extranjeros inmigrantes que identificaban las tradiciones partidarias con
las guerras civiles de períodos anteriores. Generalmente carecían de los vínculos familiares y de los
antecedentes personales requeridos para el liderato político y no percibían la capacidad potencial de
los partidos para la movilización política de las masas. En segundo lugar, existían sustanciales
diferencias y conflictos de intereses en el seno mismo del sector económicamente privilegiado. Los
propietarios rurales estaban divididos entre aquellos que estaban influidos por los esfuerzos
modemizadores de la Asociación Rural —para los cuales la tierra era esencialmente un bien de
naturaleza económica— y los que respondían a los caudillos que consideraban la propiedad de la
tierra corno una base para el predominio social y político. Los estancieros progresistas estaban a su
vez divididos entre los más ricos—que también tenían intereses urbanos, especialmente en el
comercio y la banca— y la mayoría que se sentía frustrada por la insuficiencia del crédito. Las
fuerzas dirigentes de la economía urbana también se dividían entre la masiva pero declinante
influencia de los importadores, y los reclamos de lós que producían para el mercado interno. Las
transformaciones de la economía y la implantación de un efectivo aparato estatal no se vieron, pues,
acompañadas por un equivalente traspaso de los mecanismos del poder político a las nuevas clases
din gentes de la economía. La elite política urbana definió objetivos propios que trató de alcanzar
mediante alianzas con sectores de la clase dirigente. Paradójicamente, el importante papel
desempeñado por los elementos extranjeros en el proceso de modernización debilitó a la nueva elite
económica. Este factor explica, en alguna medida, su fracaso en la plena dominación del nuevo
sistema político.
3. EL BATLLISMO, 1900-1930
En la historiografía uruguaya ha existido una tendencia a considerar las dos / presidencias de José
Baile y Ordóñez"(1903-1907 y 1911-1915) y la sostenida influencia que ejerció hasta su muerte en
1929 como un cambio radical en la vida del país. En realidad, no pueden existir dudas acerca de la
importancia de esos años decisivos para la posterior evolución del Uruguay. El último conflicto
armado entre Blancos y Colorados terminó en 1904 y, a partir de entonces, se consolidaron las
formas democráticas de gobierno y los partidos políticos adquirieron definitivamente carácter civil. La
legislación que le ha valido al Uruguay la equívoca denominación de "estado benefactor" se originó
en ese período. El valor de las exportaciones se duplicó entre 1900 y el estallido de la Primera
Guerra Mundial a raíz de la iniciación del comercio de carnes congeladas. La actividad industrial
aumentó y se realizaron importantes mejoras en la infraestructura, tanto a nivel urbano como
nacional. La sola enumeración de estos cambios llevaría a pensar que —sin desmedro alguno del
significado de su obra— sería más acertado decir que Baffle fue una creación de sus tiempos que
sostener —como lo hace Vanger— que fue el creador de los mismos.' En realidad, los logros de
Baffle pueden ser considerados como una respuesta a dos procesos que eran ya evidentes a fines
del siglo pasado: la inestabilidad social del sector ganadero y el rápido crecimiento de la economía
urbana. El fenómeno batIlista significó una transacción —de carácter liberal, humanitario, muy de
clase media— entre las tensiones sociales y políticas resultantes de estos procesos. Aunque en
algunas oportunidades pueda haber tomado formas radicales —más que nada en la defensa por
parte del Estado de los sectores económica y socialmente desvalidos— la intención subyacente del
batllismo era de esencia conservadora; se trataba de extender las funciones del Estado a los efectos
de asegurar el equilibrio de fuerzas entre las distintas clases sociales y realzar el papel del sistema
político. La inestabilidad del sector rural alcanzó su punto culminante en la revolución liderada por
Aparicio Saravia en 1904. Tal como queda esclarecido en la obra de Barrán y Nahum, la revolución
saravista no fue, en ningún sentido, un intento de los terratenientes como clase para frenar el avance
de los intereses urbanos encontrados.9 Fue, más bien, el esfuerzo de un caudillo terrateniente —a
la cabeza de parte del Partido Nacional y con el apoyo de los terratenientes conservadores que
resistían la modernización— para derrocar al gobierno —inmoral, intolerable y, más que nada,
colorado— de Baffle. La guerra rompió la alianza entre las dos fracciones de la clase alta rural. Las
fuerzas de Saravia se reclutaban entre los sectores pobres de la campaña, desposeídos y
desplazados por la modernización. Esto no deja de ser, en cierto modo, una ironía ya que los
intereses más directamente amenazados por las revoluciones de Saravia eran, precisamente, los de
los estancieros progresistas que habían invertido en ganados finos y en alambrados que ahora veían
carneados y quemados por las tropas. Por ese motivo fue que intentaron asegurar una paz basada
en un nuevo pacto entre blancos y colorados. Sin embargo, sus esfuerzos fracasaron, especialmente
debido a que no tenían un efectivo control sobre los partidos y, recién en 1904, Batlle pudo
asegurarse una victoria militar. La última guerra civil tuvo una gran importancia en la determinación
de las relaciones entre el gobierno esencialmente urbano de Batlle y los propietarios rurales. A pesar
de los daños y pérdidas físicas que tuvo que sufrir y de su aislamiento político, que resultó evidente,
la clase alta rural pudo considerarse satisfecha. La conducta financiera del gobierno de Batlle fue —
a pesar de los gastos de la guerra inobjetable. Más importante aún fue la concluyente demostración
de que el poder de una autoridad central resultaba, a largo plazo, una garantía mucho más efectiva
de la paz y de la estabilidad interna que cualquier acuerdo interpartidario sobre la base de una
distribución territorial de zonas de influencia. La época de los acuerdos, de las tradicionales formas
de coparticipación a través de las cuales los partidos habían mantenido una paz inestable desde
1872, había llegado a su fin. Los propietarios rurales tuvieron claro, a partir de 1904, que el Partido
Colorado no planeaba atacar el principio de la propiedad privada de la tierra ni rescatar las tierras
fiscales que los propietarios habían ocupado. La autonomía del sistema político era, en verdad, un
privilegio del que la naciente clase política no podía arriesgarse a abusar atacando las bases
mismas del sector rural. Un pacto implícito se estableció, entonces, entre ambos sectores. Sin
embargo; la paradoja de la vulnerabilidad política de la clase alta rural —el hecho de que un grupo
económicamente dominante no pudiese controlar el sistema político— fue reconocida en 1916
cuando los propietarios rurales se unieron para formar la Federación Rural como un grupo de
presión que actuase en el seno de ambos partidos tradicionales en defensa de los intereses del
campo.'' A pesar de todas las ideas peligrosas que se proclamaban en Montevideo, los intereses
rurales tenían poco que temer. La política agropecuaria de Batlle fue, en realidad, neutral. Su
propósito era lograr la transformación gradual de una estructura insostenible, pero las medidas que
puso en práctica —elevación de los impuestos sobre la tierra, impuestos a la herencia y al
ausentismo, salarios mínimos para el medio rural, planes de colonización, créditos a los pequeños
productores, enseñanza e investigación agronómica— fueron fácilmente evadidas o tuvieron
escasos resultados. A largo plazo, el fracaso del batllismo en reformar la estructura agraria iba a
tener serias consecuencias para el futuro desarrollo del Uruguay. El rápido crecimiento de las
exportaciones y las ventajas evidentes de la conciliación política constituyeron —por otra parte—
razones de peso para evitar un enfrentamiento de fondo con los intereses rurales. Además, en lo
que respecta al corto plazo existía un argumento concluyente: la economía urbana —cuyos intereses
Batlle representaba directamente— tenía margen para crecer sin entrar en conflicto con las arcaicas
estructuras rurales. Si bien el surgimiento del fenómeno batllista no puede explicarse sin compren'
der la vigencia de las tradiciones partidarias heredadas, su fuerza radicó en el rápido crecimiento de
Montevideo y en la diversificación de los intereses y de las clases sociales urbanas. Hacia fines del
siglo pasado Montevideo representaba ya el 30% de la población total del país y era
predominantemente una ciudad de inmigrantes. En el censo de 1889 el 47% de sus habitantes
resultó ser extranjero." La gran mayoría de los recién llegados poseía escaso o nulo capital y pocos
de ellos tenían un oficio. Pero, así como los círculos dirigentes del comercio y de las finanzas habían
contado anteriormente entre sus filas con un elevado número de inmigrantes, la nueva clase
industrial, beneficiada por la legislación proteccionista de la década del ochenta, también incluyó un
número desproporcionado de extranjeros. Con el crecimiento de la ciudad la industria liviana, la
construcción, la distribución, los servicios públicos y la. administración gubernamental absorbieron
un número creciente de pequeños capitalistas, profesionales, empleados, obreros especializados y
no especializados. La producción agrícola creció en los departamentos cercanos a Montevideo. La
inmigración aumentó en los primeros años de este siglo coincidiendo con el establecimiento de la
industria frigorífica, la extensión y mejora del sistema tranviario y la construcción del puerto de
Montevideo. Los albores del siglo fueron, pues, un período de decisivos cambios económicos
impulsados por el aumento de las exportaciones y sostenidos por el crecimiento urbano y la
protección industrial para el mercado interno. La política económica de Batlle no logró ningún cambio
importante en la estructura económica del país. Se concedieron beneficios impositivos a las nuevas
empresas industriales que se sumaron a la protección arancelaria ya existente. Pero, al faltar una
política fiscal progresista, el mercado se mantuvo sin desarrollarse y tuvo que ser el socialista Emilio
Frugoni quien señalase el carácter regresivo del proteccionismo aplicado a los artículos de primera
necesidad.' 2 El crecimiento del sector público —otro rasgo del ballismo— lejos de perjudicarlo,
favoreció indudablemente al capital nacional. El monopolio por parte del Estado de algunos tipos de
seguros se realizó a expensas de empresas extranjeras, no de las uruguayas. El capital privado no
demostró interés en los servicios de electricidad hasta que llegaron a ser potencialmente redituables
y ese rubro se mantuvo en el sector público. La nacionalización de las principales instituciones
bancarias (el Banco de la República y el Banco Hipotecario) se realizó a los efectos de mantener la
estabilidad financiera y el acceso al crédito de los sectores sin recursos. Por otra parte, la hostilidad
de Baffle hacia el capital extranjero, si bien era sincera, distaba mucho de ser una actitud de
enfrentamiento a la intromisión imperial. En realidad, se redujo casi exclusivamente a los servicios
públicos de propiedad británica cuya ineficiencia y altos costos eran ya un motivo de crítica común .
antes de finalizar el siglo XIX. Esta actitud coincidía además con el fin de la fase expansiva del
imperio inglés y no afectó la complacencia del Uruguay para obtener créditos en Nueva York
después de la Primera Guerra Mundial. En su crítica a los ferrocarriles el gobierno encontró un
inesperado aliado en el sector de los propietarios rurales que, desde tiempo atrás, se sentían
desconformes con un servicio por el que debían pagar altísimos precios." Si bien los resultados
económicos de la política batllista fueron en verdad modestos, sus logros sociales y políticos fueron
realmente importantes. La inmigración masiva introdujo nuevos intereses en Montevideo —
instituciones e ideologías representativas sobre todo de la clase obrera— que no tenían nada que
ver con las fidelidades partidarias tradicionales que carecían de una base social homogénea. Las
organizaciones obreras se fortalecieron a partir de 1895 y el descontento laboral se intensificó
durante la década de rápido crecimiento económico que precedió a la Primera Guerra Mundial
provocando alarma entre los sectores empresarios más poderosos. Los partidos políticos
tradicionales, tan mal equipados para registrar y articular los nuevos reclamos, se sintieron
igualmente amenazados por la militancia de los obreros. La respuesta de Baffle fue elevar al Estado
-y con él al sistema político- al plano de una benevolente neutralidad desde la que se podía negar la
realidad de la lucha de clases y mediar en los conflictos sociales que se convirtiesen en un peligro
para el orden. El proceso legislativo consagró una aspiración primaria del movimiento obrero -la
jornada laboral de ocho horas- en 1915. Posteriores actos legislativos fueron anticipando los
reclamos laborales y, de esa manera, el sistema partidario tradicional se fortaleció a expensas del
movimiento sindical y -más aun- de la eventual temática de Jos partidos de izquierda. Mientras los
clubes políticos cumplían el papel de agentes para la integración de los inmigrantes montevideanos,
la aprobación de leyes sobre pensiones a la vejez, jubilaciones, descanso semanal para los
trabajadores, seguros de accidentes de trabajo y salarios mínimos consolidaba la lealtad de los
trabajadores al aparato estatal que los protegía. Esa legislación era el precio que debían pagar los
pequeños industriales en ascenso por la estabilidad política y social. 4 La ideología del batllismo fue,
fundamentalmente, una ideología de clase media. Aunque ningún sector social fue excluido de la
alianza batllista, los mejor representados fueron el de la pequeña industria y el de los empleados
públicos y privados. Un sentimiento igualitario combinado con la defensa de la propiedad, la creencia
en el valor de la movilidad social manifestada a través del apoyo a la educación y a la igualdad de
oportunidades y la afirmación del Estado por encima de los intereses de las distintas clases sociales,
fueron rasgos característicos de la temática del movimiento. La política batllista consistía, entonces,
en mantener mediante concesiones el equilibrio entre fuerzas sociales crecientemente antagónicas,
mientras conservaba y fortalecía la independencia del sistema político a través de su capacidad de
mediar entre ellas. Sustanciales cambios fueron necesarios en el sistema político para adaptarlo al
cumplimiento de sus nuevas funciones. El más importante de ellos fue la implantación de la
democracia parlamentaria basada,en elecciones libres con el consiguiente aumento de la
participación popular en la vida pública. Por su parte, la transformación de los dos partidos
tradicionales, de partidos de elite en partidos democráticos, promovió importantes cambios internos
en la organización partidaria. Uno de ellos, que en parte reflejaba la ausencia de una política de
clase en un período de diferenciación social, fue la tendencia a las subdivisiones en el seno de cada
partido. La Ley de Lemas de 1910 permitía atada lema (Partido Colorado y Partido Nacional)
acumular los votos de sus distintas fracciones en un solo total electoral. Un segundo cambio
importante en el sistema político fue el restablecimiento, en 1918, de la coparticipación como fórmula
de gobierno. En su nueva versión -respaldada ahora por la reforma del texto constitucional de 1919-
la coparticipación implicaba que el partido de la minoría, es decir, el Nacionalismo, accedía a una
limitada participación en el nombramiento de funcionarios en la administración central y en los entes
autónomos. El derecho a la distribución de cargos públicos -ahora compartido y monopolizado por
los grandes partidos- tuvo como consecuencia un importante incremento de la burocracia estatal y,
simultáneamente, del poder de los partidos en la década del veinte. La práctica del patronazgo como
forma de asegurar o de premiar lealtades políticas estaba lejos de ser nueva en el Uruguay pero, en
las décadas siguientes, el clientelismo asumió proporciones masivas y resultó fundamental para la
supervivencia de las dos grandes corrientes tradicionales. Sin desmedro de la significación que el
período batllista tuvo en la evolución del Uruguay, resulta evidente que no se inició en él el
crecimiento y la diversificación de la economía urbana y que no representó enteramente el ascenso
de una nueva clase social. Menos aun puede decirse que haya logrado un cambio significativo en los
términos de la dependencia uruguaya. El sistema político comparativamente autónomo que se gestó
en épocas anteriores fue empleado para asegurar el aislamiento político del sector económicamente
dominante, es decir, de los propietarios rurales, y para establecer un cierto grado de equilibrio entre
el capital y el trabajo en el medio urbano, entre el capital nacional y el capital extranjero, entre el
capital británico y el capital norteamericano. El Estado se convirtió en un mediador neutral en los
conflictos de intereses y el control de las organizaciones partidarias tradicionales sobre un aparato
estatal en franco crecimiento quedó plenamente confirmado.
4. CAÍDA Y RESTAURACIÓN DEL BATLLISMO, 1930-1955
La ideología y el régimen batllistas se vieron amenazados en cuatro oportunidades fundamentales
en el correr de nuestro período. En 1916, cuando la reacción de las clases conservadoras ante la
segunda y más radical presidencia de Batlle impuso un freno sobreel reformismo, y en 1958, cuando
la victoria electoral del Partido Nacional le dio a los intereses rurales una mayor representación en el
gobierno, la autonomía del proceso político estuvo en peligro pero sobrevivió. En realidad, aunque
en esas coyunturas los sectores económicamente más poderosos lograron imponer orientaciones
gubernativas más cercanas a sus intereses que las seguidas en los años anteriores, el control de los
partidos sobre el aparato estatal se mantuvo intacto y aun se fortificó. En las dos oportunidades
restantes, sin embargo en 1933 y a comienzos de la década del setenta el orden batllista fue
derrotado.
La propuesta de reforma constitucional formulada por Batlle en 1913 y el "alto de Viera" de 1916'4
produjeron divisiones eh el . seno del Partido Colorado que convirtieron al batIlismo en sólo un
sector -aunque fuera el más poderoso- del partido de gobierno. Más aun, el Partido Colorado
mantenía sólo una pequeña ventaja electoral sobre el Partido Nacional. Como resultado de estas
circunstancias, durante la vigencia de la primera constitución colegialista, entre 1919 y 1933, se
impuso una política de compromisos que significó el logro de una relativa estabilidad en la década
del veinte que re ejaba la armonía de los sectores constitutivos de la alianza batllista. Los
fundamentos de esta política quedaron en evidencia cuando, a comienzos de la década del treinta el
batllismo logró extender la acción del Estado a actividades directamente productivas -como la
creación de ANCAP- mediante acuerdo con un sector del Partido Nacional (el Nacionalismo
Independiente) a cambio de la participación de ese sector en el reparto de los cargos públicos a
crearse. Este "pacto del chinchulín " -tal como lo denominó Berrera- realizado en 1931 fue exp ota o
Terra, como una muestra de la corrupción del gobierno colegialista, durante la campaña que
precedió al Golpe de Estado que tuvo lugar dieciocho meses más tarde. Terra también sacó
provecho de esta circunstancia al asegurarse la neutralidad y la eventual cooperación del sector
herrerista del Partido Nacional excluido del pacto. De todos modos la división de la e elite política
era, fundamentalmente, un reflejo del impacto de la depresión mundial en el sector de los
propietarios rurales y de su impotencia politica dentro del esquema batIlista. Desde el punto de vista
de los _ ganaderos que producían para la expoliación, la caída de los precios mundiales a
comienzos de los años treinta puso fin a una etapa que se inició con una baja de los precios al
terminar la guerra, se estabilizó en un 30% por debajo del pico de los años bélicos a mediados de la
década del veinte y cayó luego, en forma radical, con la crisis. En términos de volúmenes físicos, las
cifras resultaron apenas más alentadoras ya que el promedio de las exportaciones en el período
1926-1930 apenas superó en un 20% los niveles de preguerra. Este estanzamicato estaba en
agudo contraste con el rápido crecimiento de los valores de exportación en la década anterior al
primer conflicto mundial que había coincidido con la fase radical del batllismo. La creciente hostilidad
de los propietarios rurales hacia los políticos, el estatismo; la burocracia los impuestos; se manifestó
en los años veinte a través de la Federación Rural. En 1929 esta institución desempeñó un papel
primordial en la creación del Comité de Vigilancia Económica, un agrupamiento de los sectores
conservadores en defensa de sus intereses. La acción de los rurales sólo fue efectiva, sin embargo,
en aquellos puntos en los que coincidieron con el sistema político, tal como sucedió en la común
oposición a las actividades del trust de la carne que rebajaba los precios del ganado. La creación en
1928 del Frigorífico Nacional significó para los productores ganaderos una defensa contra la
dominación capital extranjero en el comercio de exportación de carnes. Los partidos y el sistema
político obtuvieron, sin embargo, a través de esta medida, una ampliación de su área de influencia.
Resulta significativo el hecho de que -en comparación con otros países de la región- la reacción
política de Uruguay ante la depresión mundial fuese tardía. El impacto económico de la crisis
alcanzó su máxima gravedad en 1932 cuando el valor de las exportaciones cayó en un 58% de la
cifra de 1930. Automáticamente se produjeron déficit en el presupuesto y en la balanza de pagos así
como la devaluación del peso, pero la tormenta estaba empezando a superarse en el momento del
Golpe de Estado de marzo de 1933. Aunque la política del Consejo Nacional de Administración en
los dos años anteriores -con el establecimiento de controles cambiarios y del comercio exterior-
estaba dirigida básicamente a enjugar los déficit comerciales e impositivos, existen buenas razones
para sostener que estas medidas respondían a los objetivos tradicionales. del batIlismo. La
restricción de importaciones fue planificada para que tuviese efectos proteccionistas sobre la
industria local, la estabilización del peso devaluado a niveles superiores a la cotización del mercado
castigaba al sector exportador, la amortización de la deuda externa y la remesa de dividendos e
intereses a Gran Bretaña fue suspendida, el "pacto del chinchulín " permitió la creación de una
empresa estatal (ÁNCAP) destinada a la refinación de combustibles y alcoholes y a la producción de
portland, y la reducción del déficit presupuestal se planeó más sobre la base del aumento de los
impuestos que sobre una reducción de los gastos. El Golpe de Estado de 1933, aunque resolvió en
beneficio de los poderes económicos el problema de su falta de representación en el sistema
político, fue, en parte, originado también por divisiones intern-as en el seno mismo de los partidos.
Además, el terrismo pudo mantenerse no sólo a través de medidas represivas sino por expedientes
puramente políticos. Al no destruir las organizaciones partidarias el régimen fue, a su vez -una
década más tarde- desplazado por el renacimiento del batIlismo. El propio Terra había realizado
toda su carrera política en filas del batllismo y fue electo rara la Presidencia de la República en 1931
como candidato de ese sector. Posteriormente inició desde el gobierno una campaña
propagandística denunciando la corrupción e ineptitud del Colegiado que -de acuerdo con la
Constitución vigente

desde 1919- compartía con él las funciones del Poder Ejecutivo. Desde comienzos de 1933 pudo
contar con la aquiescencia de Herrera -jefe del sector mayoritario del Partido Nacional- que tenía
importantes conexiones en el medio rural. El Golpe mismo, llevado a cabo bajo la consigna de la
reforma constitucional, provocó escasa resistencia popular. La fuerza de la tradición bipartidaria y la
dependencia de Terra con respecto al apoyo de un sector del nacionalismo hicieron que la nueva
Constitución se basase en un nuevo acuerdo interpartidario. La coparticipación continuó siendo,
pues, el modus vivendi de la vida política del país. «Puede decirse que la diferencia real entre las
cartas constitucionales de 1918 y 1934 radica en que, mientras en la primera la coparticipación se
hacía entre los dos partidos, en la última quienes coparticipaban eran una fracción de cada uno de
los dos partidos [...] En esencia, el pacto de 1931 había sido informalmente constitucionalizado». Y
ya que -tal como lo hemos visto- una de las bases de la coparticipacion era el reparto de los cargos
públicos entre las organizaciones partidarias, resulta significativo señalar que en el presupuesto de
1937 figuran 39.400 puestos en la administración central que deben compararse con los 30.100
existentes en 1924-25 y con los aproximadamente 33.000que figuraban en 1931-32.
Aun cuando las modalidades del funcionamiento político pudiesen seguir siendo tradicionales, la
orientación gubernativa del nuevo régimen significó un corte con la ideología batllista.
Indudablemente, el sector más beneficiado por el cambio fue el de los propietarios rurales. La nueva
línea se manifestó con claridad en el mensaje presidencial que acompañó los proyectos de
reducción de los impuestos sobre el agro. «El iniciar una tendencia de rectificaciones y correcciones
en favor de la campaña, por medio de estas leyes que más directamente influyen sobre la vida rural,
señalará el principio de una etapa histórica en la vida económica de la República». Otros beneficios
económicos directos favorecieron a la campaña y entre ellos deben destacarse la sus ensión del
pago de hipotecas sobre la propiedad rural, la mejora en los pagos a los productores ganaderos y la
devaluación de los tipos decan~les a las exportes. El apoyo de otros sectores de la clase alta se
consolidó sobre la base de una oposición a la extensión de la legislación laboral y social y a los
avances del Estado en las actividades industriales. En consecuencia se produjo una paralización
casi completa de la actividad legislativa en estos rubros. Sin embargo, la nueva alianza gobernante

reposaba en intereses que coincidían sólo parcialmente. El contralor de los cambios y del comercio
exterior, que se mantuvo luego del golpe, limitaba la libertad del sector comercial mientras que los
intereses industriales se veían perjudicados por la depreciación de los tipos de cambio en medio de
una política que seguía siendo proteccionista. na orientación dictada exclusivamente por los
sectores rurales hubiese sido insostenible en un país cuya vida política había estado determinada en
los últimos treinta años por la masa de población concentrada en Montevideo. Por eso la política
iniciada en 1933 se caracterizó en realidad, tanto por la diversificación de la economía y el descenso
de la presión salarial como por la restauración de la prosperidad de los propietarios rurales. Una
dimensión distinta de la quiebra del sistema político autónomo es la que surge al considerar el papel
de los poderes imperiales y su influencia en el comportamiento de los distintos sectores de la vida
del país. Aunque la reacción de las clases conservadoras ante su falta de representación se estaba
gestando desde antes de 1930, resulta claro que fue la propia crisis del sistema capitalista la que
precipitó la crisis interna. El Uruguay nació y creció bajo la tutela británica pero -a la altura de 1914—
los lazos de esa relación se estaban evidentemente aflojando. Las inversiones británicas habían
alcanzado su punto máximo y -en esa fecha sólo una modesta y decreciente proporción de las
exportaciones uruguayas tenía por destino al Reino Unido. La ironía de la década del veinte radicaba
en que el crecimiento de las exportaciones de carnes congeladas y enfriadas -para las que Gran
Bretaña era el mercado más importante- ataba a los ganaderos uruguayos a un régimen imperial en
decadencia, que no tenía ya nada que ofrecerles, pero del que era imposible pensar en liberarse.
Para colmo de males, el Uruguay ocupaba una posición marginal en su principal mercado de carnes.
En 1930, toda la producción de carnes vacunas enfriadas, el 83% de las carnes de cordero
congeladas y el 39% de las carnes vacunas congeladas era exportado para el Reino Unido pero el
porcentaje que la producción uruguaya representaba en el total de los embarques sudamericanos
para ese destino era pequeño y disminuyó más aun durante la Depresión. Como si esto fuera poco,
la producción de carnes sudamericanas para el mercado inglés se veía amenazada, toda ella, por la
competencia de las exportaciones de los miembros de la Mancomunidad Británica. Las implicancias
de esta situación para ambas partes estaban claras. Para el Foreign Office -desalentado de tratar
con los batllistas- «Sólo medidas enérgicas harán entrar en razón a los uruguayos y en Ottawa
tenemos un arma poderosa lista para ser utilizada». Para los productores de carne, con su principal
mercado amenazado-Gran Bretaña absorbía la cuarta parte del total de las exportaciones
uruguayas- y ante la inminencia de las negociaciones sobre las cuotas en el abasto del mercado
britanico de carnes, la remocion del gobierno
batllista se convirtió en un asunto fundamental. El Foreign Office había ya expresado su aprobación
de Terra: «Si tiene éxito [en despojar de su autoridad al Consejo Nacional de Administración] ello
será en beneficio de nuestro punto de vista».22 Cuatro días después del golpe, una compañía
británica proporcionó una ayuda más concreta. Atlas Electric and General Trust ofreció un empréstito
de un millón de dólares si el gobierno prometiese un tratamiento favorable de su compañía de
tranvías de Montevideo. En 1936, se ve una nueva medida antibattlista de interés directo para los
capitales británicos, cuando la Ley Baltar negó a los entes autónomos el derecho de establecer
monopolios legales tales como él que se había concedido a la ANCAP en 1931 y a los que estaban
autorizados por sus leyes de creación. Uno de los efectos de la crisis económica internacional, tanto
en el Uruguay como en otros países dependientes que ya habían iniciado su crecimiento industrial,
fue el de promover una mayor industrialización. Este proceso no se debió al desplazamiento de un
grupo de la elite dirigente (los propietarios rurales) por otro grupo anteriormente subordinado (la
burguesía industrial). Por el contrario, en el Uruguay -al igual que en la Argentina- el retiro del apoyo
de la potencia imperial exigió a las fuerzas vivas del sector rural el aumento de su participación
directa en la actividád política a los efectos de garantizar la realización de los cambios internos
regleridos por la nueva coyuntura internacional. ¿Por qué, pues, no pudo el nuevo régimen mantener
el control del aparato estatal y fue gradualmente desplazado a partir de 1938 en un proceso que
culminó en 1942 con larestauracion del batllismo en el poder bajo una nueva Constitución? Tal vez,
en el fondo, la vida política del país estuviese sólo parcial o aparentemente interrumpida. En
comparación con la dictadura de los años después de 1973 la represión de disidentes fue blanda. No
se hizo ningún intento de atacar las estructuras-políticas tradicionales, si bien no se permitió a los
sectores opositores manifestar su oposición en forma efectiva. En realidad, el régimen surgido en
1933 también estuvo basado en un acuerdo interpartidario y esto implicó el tradicional reparto del
patronazgo ejercido sobre la administración pública. Los intereses rurales no pudieron, pues,
mantener el control del Estado porque nunca llegaron a controlarlo del todo. El fracaso del nuevo
régimen se debió también al debilitamiento de la coalición gobernante como consecuencia de los
acontecimientos internacionales. Terra adorno su régimen de ciertos rasgos fascistas, y entre los
herreristas existía una considerable corriente de simpatía hacia los países del Eje que se mantuvo al
iniciarse la Segunda Guerra Mundial en 1939. Este sentimiento no era compartido en general por el
sector colorado del bloque gobernante y planteaba además la grave

complicación de que -a pesar de la considerable penetración económica alemana durante la década


del treinta- Gran Bretaña continuaba siendo, por lejos, el más importante mercado para las
exportaciones uruguayas. Sin embargo, el mercado británico no estaba en expansión, y la falta de
dinamismo del sector exportador, mal recuperado del impacto de la crisis, contrastaba con la
apreciable y enérgica tasa de crecimiento de las manufacturas. Esa fue, en realidad, la causa
fundamental de la declinación de los intereses rurales a fines de los años treinta. La mayor
rentabilidad del sector industrial era una consecuencia del colapso de los precios mundiales de los
productos primarios y de la necesidad, cada vez mayor, de que el país se abasteciese a sí mismo
en rubros en los que antes dependia de las importaciones. El proceso de sustitución de
importacione"s- se vio acelerado por Medidas de emergencia tomadas a partir de 1931 y
continuadas bajo el régimen de Terra. No fue, por lo 'tanto, la consecuencia de un cambio político
favorable. Por el contrario: fue el resurgimiento-bajo nuevas circunstancias- del sector urbano el que
contribuyo a la restauración del battlismo en el poder y será , ese battlismo restaurado el que
desarrollará una política de rápido crecimiento industrial. La ruptura de la alianza entre Terra y
Herrera y el restablecimiento del batllismo tuvieron como consecuencia la Constitución de 1942, y
con ella una nueva época de legislación battlista. La concepción del Estado como mediador entre el
capital y el trabajo se vio ampliamente fortalecida por la instalación de los Consejos de Salarios en
1943 y la extensión del sistema de seguridad social -interrumpida en los años anteriores- fue
reiniciada en la década del cuarenta. Después de la Segunda Guerra Mundial el alcance del sector
público aumentó con la adquisición de sus dueños británicos de los servicios públicos, sobre todo los
ferrocarriles y los tranvías. Desde 1947 la economía experimentó una década de rápido crecimiento
industrial. Este crecimiento fue financiado en su mayor parte por capitales nacionales y por la
utilización de las reservas internacionales acumuladas y la oferta de divisas resultante del auge de
las exportaciones provocado por la guerra de Corea. El nuevo batllismo tenía en común con su
prototipo un próspero sector exportador como condición fundamental. En otros aspectos las dos
versiones eran distintas. El atractivo de Luis B afile, sobrino de Batlle y Ordóñez y la figura
sobresaliente entre 1947 y los años finales de los 50, se relacionó más con su populismo
demagogico y menos con el reformismo social que caracterizó el pensamiento de su tío. La política
redistributiva favoreció el sector industrial y a clase obrera urbana que componía su mercado de
consumidores. Sin embargo la fuerza de la tradición política bautista se manifestó en 1951 con una
nueva reforma constitucional que reimplantó el Ejecutivo Colegiado. Otra vez se institucionalizó la
coparticipación en la administración.

5. EL FIN DEL ESTADO BATLLISTA, 1955 -1970


A mediados de la década del cincuenta, la economía uruguaya entró en un período de
estancamiento que duró hasta el comienzo de los años setenta. La extrema gravedad de la crisis fue
determinada por el largo estancamiento de la producción exportable del sector ganadero y por el fin
del rápido crecimiento industrial debido a la sustitución de importaciones. Todo ello se tradujo en el
descenso de la renta per cápita durante casi dos décadas. Un análisis del funcionamiento de la
economía durante el período de la crisis aparece en el capítulo 8. El propósito de las páginas que
siguen es examinar cómo el Uruguay batIlista pudo sobrevivir tanto tiempo en condiciones
económicas extremadamente adversas y cuáles fueron las razones de su deterioro final en el
período 1968-1973.
La realización de políticas de reforma social a principios del siglo XX (y la restauración de esta
tradición de innovación social en los años 40) combinó con un alto nivel de estabilidad política e
ingenio constitucional, para dar lugar a la fama del Uruguay social y políticamente moderno —un
laboratorio para la experimentación social—. Ante las circunstancias tan difíciles de la crisis
económica, la tradición uruguaya de progreso social y político hubiese autorizado a esperar que
surgiesen en el seno de los partidos iniciativas tendientes a la realización de profundos cambios y
reformas. Por el contrario, si dentro de las organizaciones partidarias no surgían orientaciones de
fondo capaces de terminar con el estancamiento, sólo cabía esperar que la estructura institucional
del país se viese una vez más en peligro. En realidad, el Estado batllista sobrevivió por más de una
década sin ofrecer , una respuesta positiva a la crisis económica. En efecto, las reacciones políticas
frente al estancamiento fueron limitadas. (En 1958 el Partido Nacional obtuvo su primera victoria
electoral sobre la base de la insatisfacción del sector rural, especialmente los pequeños productores,
frente a la complejidad y a las distorsiones de la política batllista, más que nada en lo referente al
sistema de contralor de cambios, a la existencia de tipos de cambio múltiples y a , los subsidios
otorgados a la industria y al consumo. La Reforma Monetaria y Cambiaria de 1959, programada con
la asistencia del Fondo Monetario Internacional, estaba destinada a desmantelar ese complejo
sistema ya redistribuir la renta contemplando a los sectores exportadores. Los objetivos de esta
reforma demostraron ser tan difíciles de llevar a la práctica como las recomendaciones
estructuralistas de la CIDE y su implementación resultó imposible en la década del sesenta. La falta
de aptitud del sistema político para ubicar los problemas y proponer soluciones alternativas quedó
plenamente en evidencia en las elecciones de 1966 que se disputaron teniendo como tema central el
de una nueva reforma de la Constitución. La principal consecuencia de la reforma aprobada fue la
creación de un Poder Ejecutivo unipersonal con poderes más amplios que marcaría el principio del
desmantelamiento del Estado batIlista.
La gravedad de la situación económica tardó en reflejarse en la vida política e institucional. La
relativa autonomía de lo político seguía, pues, siendo una realidad en el Uruguay aun luego de
producido el resquebrajamiento de las bases materiales que la originaron. Dueños de los
mecanismos creados por el Estado batIlista —especialmente de la capacidad de designar
funcionarios en la administración pública y de la potestad de amparar a través de los privilegios del
aparato estatal a quienes tuviesen un respaldo político—, los dos partidos tradicionales lograron una
ampliación masiva de su base clientelística. Actuaron como intermediarios entre el individuo y el
Estado en un clima de creciente inseguridad-económica. Se produjo entonces un círculo vicioso
entre la crisis económica (estancamiento de la producción) que provocaba tensiones sociales
(descenso del salario real, desocupación, inflación) que, a su vez, magnificaba el papel de la
intermediación política (empleos públicos, tratamiento preferencial en trámites burocráticos,
prebendas). Cuanto más se agravaba la crisis, tanto más importante resultaba tener conexiones
políticas y demostrar fidelidades partidarias. Esta especie de perversión del quehacer político \
fortalecía —en el corto plazo—el poderío de las elites de los partidos. En realidad, las consecuencias
políticas de esta situación contribuyeron a perpetuar las dificultades económicas del país ya que la
enorme expansión de la burocracia estatal redujo la proporción de la renta nacional disponible para
inversiones mientras que el sistema político —monopolizado por los partidos tradicionales— perdía
cada vez más su capacidad para idear alternativas políticas coherentes. En síntesis: el tradicional \
esquema batllista creado para reducir los conflictos sociales durante el período de crecimiento de las
exportaciones terminó siendo utilizado —y desvirtuado— por la elite política para mantener el
estatus del sistema en medio del deterioro de la situación económica. Lo que antes fue una ideología
de innovación y reforma se convirtió en una doctrina de parálisis social. El ascenso de Jorge
Pacheco Areco a la presidencia al fin de 1967 fue unl momento decisivo en el proceso de extinción
del Uruguay tradicional. En junio de 1968 su administración congeló los salarios y precios para
consolidar los efectos de la devaluación del peso. Además, el gobierno utilizó casi continuamente las
medidas prontas de seguridad para reprimir disidentes grupos políticos y los sindicatos. Fue una
tentativa intencional de poner fin a las políticas redistributivas basadas en el consenso de
administraciones anteriores. El proceso culminó en junio de 1973. Con el apoyo de las fuerzas
armadas, Juan María Bordaberry —elegido presidente en 1971—disolvió el parlamento, encarceló a
disidentes políticos, proscribió los sindicatos y terminó con la libre expresión política. El significado
del proceso no fue meramente la desaparición de libertades civiles en un país que tradicionalmente
las había valuado en un alto nivel. El propósito de la ofensiva derechista fue en última instancia la
destrucción del sistema político mismo, a través del que se armó el Estado batllista. La composición
del gobierno de Pacheco —muy representativa de los intereses del sector privado que iban a
beneficiarse de la nueva orientación económica— ofreció la primera indicación de la separación de
los fi partidos tradicionales de su patrimonio.23 Pero fueron los militares quienes montaron el ataque
de frente contra los partidos como consecuencia de su eliminación de la amenaza guerrillera en
1972. Invitadas por los políticos a defender el statu quo, las fuerzas armadas empezaron a
cuestionar su base ética y política. Al fin atacaron a la elite polftica por sus elementos
comprometidos en negocios corruptos, muchas veces con informaciones obtenidas de los
Tupamaros. Eran evidentes las discrepancias entre los militares sobre el nivel de su participación en
la dirección política del país y entre militares conservadores y progresistas. Pero su campaña de
corto plazo de limpiar las estructuras políticas dificultó y amenazó la posición de los líderes políticos
contrarios a una participación militar mayor y consolidó forzosamente a los militares golpistas. Ellos
empezaron a denigrar sistemáticamente al sistema político entero, y para marzo de 1973 un golpe
pareció ineludible. En vista de la severidad de la crisis económica, es muy sorprendente que la crisis
política se demorara tanto tiempo. Si es posible entender el período hasta 1968 en términos de la
autonomía del sistema político en el contexto de una paralización de relaciones entre los grupos más
importantes de la clase dominante, hay que identificar los factores que llegaron a ser críticos a partir
de esa fecha y determinaron que la falta de representación de la clase capitalista fuera insoportable.
Un paso necesario era la adopción de la Constitución de 1967, que eliminó el Consejo Nacional de
Gobierno. Pero en un sentido más fundamental, la clase dominante podía aceptar la autonomía
política con tal de que sus intereses estuvieran protegidos adecuadamente. El estancamiento que se
produjo en la década del cincuenta onía en tela de juicio la posición de lá elite política. El triunfo
electoral del partido Blanco en 1958 expresó la resolución del sector rural de aumentar su
representación política e imponer una estrategia económica nueva. Sin embargo, la tentativa no tuvo
éxito por varias razones. La primera es que los mecanismos de redistribución del Estado batllista
resultaban todavía viables y los Blancos las aprovecharon no menos que los Colorados en años
anteriores. En segundo lugar, la estabilidad social que resultaba de la política redistributiva era
todavía un objetivo deseable, sobre todo para los intereses urbanos fortalecidos por la
industrialización. Y en tercer lugar, las distorsiones del sistema vigente no habían liquidado todavía
las posibilidades de inversiones rentables de capitales. La banca creció rápidamente en los primeros
años -de la crisis y operaciones especulativas en el mercado cambiario, en mercancías, en la
compraventa de tierras y en construcción urbana ofrecieron rendimientos atractivos. . En el curso de
la década de sesenta estas tres condiciones cesaron de ser válidas. El papel de los partidos en el
ejercicio del control social a través de la redistribución de la renta dependía de su capacidad de
proteger de los efectos económicos de la crisis a un número importante de personas y, por lo tanto,
de la capacidad del Estado para movilizar los recursos necesarios a los efectos de mantener su rol
como agente de cohesión social. En realidad, aunque la participación del gobierno en el consumo
total aumentó de un 10.8% (1955-1957) a un 16.1% (1964-1966), la relación del ingreso del gobierno
con el PBI se mantuvo casi constante durante la primera década de la crisis?' Así, la carga de
mantener la tradicional política de consenso fue soportada al precio de una sustancial alteración en
la composición de los gastos públicos en favor del consumo y, a partir de 1961, permitiendo que los
gastos de consumo —es decir, excluyendo las inversiones públicas— superasen a los ingresos en el
presupuesto del país. Continuar manteniendo el rol tradicional del Estado hubiese implicado el
aumento de la participación estatal en la distribución del ingreso nacional a través de medidas
fiscales o una aceleración del proceso inflacionario. Ninguna de esas alternativas resultaba
aceptable a los sectores dominantes de la economía para 1968. Por primera vez en 1967 el proceso
inflacionario había superado el 100%. La gravedad del desequilibrio en la balanza de pagos hizo
ineludibles nuevas negociaciones con el FMI. La estabilidad de Id clase capitalista entera estaba
amenazada no solamente por el rápido proceso inflacionario sino también por un grave crac
bancario en 1965. Además el descontento estudiantil y de la clase obrera era evidente.
Manifestaciones callejeras y las primeras operaciones de los Tupamaros perturbaron el orden
público. El Estado batllista, incapaz de realizar cualquier estrategia económica para resolver las
reclamaciones incompatibles de los sectores rural y urbano, e incapaz de mantener la estabilidad y
seguridad interna, había perdido las bases de la supervivencia. Después del régimen intermedio del
pachecato, que asistió al desprestigio del parlamento y de los partidos políticos pero también a una
amenaza más aguda al sistema capitalista, la escena estuvo preparada para el golpe militar.
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8) TEXTO no resumen Barrán, José Pedro y Nahum, Benjamín (1981)


Capítulo I El Reformismo y sus aliados
1 — Caracterización
El elenco político que gobernó al país entre 1903 y 1915, dominado por la personalidad de José
Batlle y Ordóñez, cuestionó el orden económico y social del Uruguay del novecientos. Ese orden se
basaba en el respeto a la propiedad privada, que englobaba al latifundio en la campaña; la creencia
en que el "progreso" del país radicaba en el 'crecimiento hacia afuera" mediante la explotación de
sus ventajas naturales, lo que conducía a la valoración de la ganadería como destino manifiesto y al
respeto del carácter sacrosanto de las inversiones británicas; y, por fin, la creencia en que la marcha
de la sociedad sería armoniosa si el Estado no interviniera para proteger a los "débiles" frente a los
"fuertes", ya que la "debilidad" de ciertos grupos sociales sólo era una condición transitoria de sus
integrantes. Cada uno de estos supuestos fue puesto en duda por la dirigencia- política mencionada.
El movimiento obrero organizado por anarquistas y socialistas en Montevideo lanzó, por cierto, un
grito de guerra total contra el orden vigente. Las voces de protesta del elenco político eran menos
airadas que las obreras, pero las "clases conservadoras" sabían que tenían otra fuerza ya, que
partían del gobierno, es decir, de la forma más visible del poder en ese Uruguay todavía
decimonónico. Fue ese elenco político del novecientos el protagonista de lo que de ahora en
adelante denominaremos "reformismo", es decir, la tendencia a promover el cambio más o menos
radical de los modelos económicos, sociales y mentales dominantes, sin recurrir a la violencia.
Preferimos usar el término "reformismo" en lugar del habitual -barIlismo- por varias razones. En
primer lugar, en todo el período a estudio (1903-1916) y más todavía en el que se analiza en este
tomo (1903-1910), el batllismo no era aún un partido político organizado, con autoridades, lema y
programa; tampoco, a no ser en los años finales (1914-16), un movimiento de masas. Los
contemporáneos a veces llamaron "batIlistas" a los seguidores del Presidente Baffle y Ordóñez en
su primer período y a. los que deseaban su retorno en 1911, pero en el mismo y estrecho sentido
personalista que asumía el término cuando cada Presidente durante su período aglutinaba
adhesiones y fidelidades, que se debían tanto a sus dotes de caudillo popular como al prestigio y la
fuerza que emanaban del puesto ocupado. Así hubo un "herrerismo" bajo Julio Herrera y Obes y
hasta un "cuestismo" bajo la figura bien poco carismática, por cierto, de Juan Lindolfo Cuestas. Fue
en este limitadísimo sentido que llegó a autocalificarse en 1910 como "batIlista in partibus", José
Irureta Goyena, el líder de los grandes estancieros. No podernos, en consecuencia, aceptar una
denominación que en este período se presta a peligrosas confusiones y sobre todo a evocar
equivocadamente un futuro (1914-16 a 1929) en que efectivamente el término "batllista" designaba
no sólo la fidelidad a un líder, sino también a un programa radical de cambios instrumentado por un
partido bien diferenciado dentro del Coloradismo. En segundo lugar, los que vivieron y escribieron en
1905 ó 1910, utilizaron por lo general el término "reformista" para designar a la corriente que luego
se denominará "batllista". En los documentos analizados, mensajes presidenciales, ministeriales,
discursos parlamentarios y editoriales periodísticos, los seguidores de Batlle se llamaron a sí mismos
"reformistas" o 'reformadores". pretendiendo expresar con ello la esencia misma de su nueva fe: el
uso del aparato estatal para la promoción de una economía que nos tornara "independientes", de
una sociedad que fuera "justa", de una cultura científica que nos liberara de "la esclavitud de la
ignorancia", todo ello dentro del respeto por el "estado de derecho" y sus reglas de juego, lo que
impedía el recurso a la violencia revolucionaria y a la vez identificaba al reformismo con la defensa
de los derechos individuales, herencia que la mayoría de sus dirigentes no podía olvidar por haberse
formado al calor de la lucha contra el santismo. En tercer lugar, el uso del término "reformismo" nos
permite ubicar al batIlismo como una más de las muchas corrientes políticas europeas y amencanas
que buscaron en las primeras décadas del siglo XX eliminar 131 aristas más crudas del "capitalismo
salvaje" y resucita' el viejo anhelo de 1789 por una sociedad ideal, sin recurrir, empero, a los mismos
rnétodos. En Gran Bretaña', el Partido Liberal rejuvenecido en sus postulados económico-sociales
por Lloyd George (1906-1914); en Francia, la 'República Radical" y su anticlecicalismo apasionado
(1899-1910); en los Estados Unidos, el "progresismo" dé Teodoro Roosevelt (1901-1909) y la
"misión moral" de Woodrow Wilson (1913-1921), en su lucha por disciplinar a los "grandes
negocios", crearon una atmósfera mundial de renovación y cambio dentro de la cual se inscribían
tanto el radicalismo argentino de Hipólito Irigoyen como el batliismo, nuestro "reformismo"; todos, sin
embargo, con sus peculiaridades y hasta hondas divergencias.

2 — La naturaleza política del reformismo


Podrá parecer extraño que el reformismo cuestionara al orden establecido desde el poder. En la
tercera parte del Tomo I de esta obra hemos pretendido explicar la originalidad del sistema político
uruguayo que facilitó la aparente anomalía. El elenco dirigente político pudo desligarse de la presión
de las clases altas del país por su control casi monopolico del aparato gubernamental, lo que le
permitió gozar de autonomía financiera y una seguridad en el usufructo de su posición privilegiada
que ni siquiera los ricos terratenientes, vapuleados por las guerras civiles del siglo XIX, habían
logrado obtener. En realidad, no era la primera vez que el elenco político discutía los supuestos del
modelo. Como hemos estudiado en otro lugar (1), la generación de políticos "civilistas" que sucedió
al santismo en noviembre de 1886 y alcanzó su predominio bajo la presidencia de Julio Herrera y
Obes (1890-94), fue la que preparó el terreno a los reformistas del novecientos. No es casual, por
cierto, que el líder de la reforma, Baffle y Ordóñez, iniciara su carrera consustanciado con esa
generación y sus problemas. De ellos, los más acuciantes eran: recuperar el gobierno de manos de
la poderosa alianza clases conservadoras-militares, en auge bajo Lorenzo Latorre, y salvar a la
nación de la más peligrosa de sus crisis económicas, la de 1890. El gobierno de Lorenzo Latorre
(1876-80) hizo sentir al elenco político ya casi profesionalizado el peligro del desplazamiento. La
ideología liberal radical que habían ostentado esos políticos bajo el "principismo" les había hecho
olvidar que las clases altas del Uruguay apetecían más el orden que el respeto a la Constitución.
Latorre les demostró que el mantenimiento del orden era el supuesto para cualquier tipo de
entendimiento o compromiso con las clases altas. Esa lección no la olvidarían. Recuperado el control
del gobierno en 1886, el equipo dirigente político colorado se identificó con la defensa de la paz
interna, una paz que también era su paz, por cuanto significaba su perpetuación en el poder
mediante la "influencia directriz" y las elecciones fraudulentas. Pero la crisis económica de 1890,
visible desde antes, tuvo un efecto diametralmente opuesto al anotado puesto que desunió los
intereses, que se creían tan bien ligados, del elenco político y las clases altas. La crisis revelo al
elenco político los "vicios" de la estructura económica y social del Uruguay, acentuando las dudas
acerca de lo que se podía haber denominado nuestro destino manifiesto: el modelo de "progreso"
basado en la triada ganadería, latifundio e inversión británica. Los políticos "civilistas" creyeron
amenazada la nacionalidad por una estructura que nos dejaba inermes ante el espectacular
crecimiento demográfico y agrícola argentino, a la par que nos desangraba por el oro remitido ario a
año a Londres; pensaron que la tranquilidad interna y la paz social serían cuestionadas por un
peligroso "pauperismo rural, fruto del alambramiento de las estancias y el asentamiento de la
propiedad privada en los "arcaicos" latifundios. Y tanto el mantenimiento de la nacionalidad como el
de la tranquilidad interna eran las garantías supremas de la existencia y supervivencia de ese elenco
dirigente que había hecho un oficio del control de un gobierno soberano. Andrés Lamas, Carlos
María Ramírez, Francisco Bauza y Angel Floro Costa, entre otros, enjuiciaron con dureza el régimen
de propiedad de la tierra al igual que el monocultivo ganadero, haciéndolos responsables de la
miseria rural, la inestabilidad interna y la despoblación del Uruguay. Julio Herrera y Obes, Antonio
Bachini y José Batlle y Ordóñez, observaron por vez primera con mirada crítica a la inversión
británica. Escribió el último de los nombrados en 1891: "Todo es extranjero y privilegiado o tiende a
serlo (en el país). Y de esa manera, si en el régimen político hemos destruido el sistema colonial, no
lo hemos destruido en la industria, en el comercio..." . Sostuvo la Comisión de Hacienda de la
Cámara de Representantes en 1888: "...la más primera de nuestras exigencias actuales es la
repoblación del país. Tenemos, pues, que satisfacerla por todos los medios lícitos, y uno de los más
adecuados es la expropiación de la tierra {pues) en los campos se ven millones d« leguas incultas..."
. Estos antecedentes fueron vitales para el reformismo del novecien- tos, ya que la mayoría de sus
preocupaciones centrales —con la única excepción del "problema obrero"— las había tratado la
generación del Noventa. José Baffle y Ordóñez era el nexo más claro entre ambos grupos políticos,
pro hasta los jóvenes reformistas del novecientos reconocían su deuda con los viejos "pensadores'',
casi todos colorados, del Noventa. El diputado José Pedro Massera sostuvo en 1910, al fundamentar
un completísimo proyecto de ley que resumía las ideas reformistas en materia de tierras que
"...nadie (fue) más elocuente sobre esta cuestión que vuestro gran estadista Andrés Lamas, ardiente
propagandista en los países de Sud -América de la genial enfiteusis ile Rivadavia". Luego citó esta
frase de Lamas que coincidía textualmente con la campaña antilatifundista y antiganadera de los
diarios reformistas de 1905 a 1910: "La tierra entregada al pastoreo puro, es la conservación de la
tierra casi despoblada, porque el ganado excluye al hombre- (-". Y "El Día" repetiría después de
1905 la prédica que Angel Floro Costa había comenzado hacia 1880, denunciando una "...forma de
repartición de las tierras que con el tiempo (creó) una clase privilegiada, una -verdadera aristocracia
territorial"(') . El rol histórico asumido por el elenco político colorado —ser gobierno—, lo convirtió en
el celoso guardián de la paz interna, pero la experiencia de 1890 lo condujo a cuestionar el modelo,
basado naturalmente y entre otras cosas, en la paz interna. Además, la independenci 7a económica
de este elenco político era el mejor caldo de cultivo de una libertad intelectual que ambientaba la
discusión del modelo al hacer ver los riesgos que corría la nación si las clases conservadoras (y el
Estado como otra fuerza más) se obstinaban en mantenerlo incambiado. Ese bifrontismo a lo Jano
del elenco político colorado lo llevó a un peculiar diálogo-enfrentamiento con las clases
conservadoras, hecho que sólo se entrevé en 1890 y resulta ya claro en el novecientos. La
generación civilista del Noventa protagonizó un primer cuestionamiento del orden establecido de
tono teórico, inquisitivo, intelectual. Por ello predominó el diálogo con las clases altas sobre el
enfrentamiento. Los dirigentes del novecientos, el principal de los cuales, Batlle y Ordóñez, había
formado en el ala radical del Noventa, echaron a andar un segundo cuestionamiento del orden
establecido más concreto y realista, predominando por ello el enfrentamiento con las clases altas
sobre el diálogo. Pero el diálogo siempre existiría mientras el Partido Colorado fuera el mantenedor
de la paz interna, y su adversario político el iniciador de la guerra civil.
El elenco político colorado del novecientos, por lo demás, no era homogéneo. A sus integrantes los
unía el gozar del monopolio del gobierno, haber dedicado su vida a la 'profesión pública". y cierto
desprecio por el culto demasiado "sórdido.' de las clases altas al dinero. Todo lo demás era objeto
de discrepancias. Dentro del multifacético Partido Colorado de 1903 a 1910, con una ideología
liberal vaga e imprecisa, es posible percibir por lo menos tres tendencias ideológicas: la sostenida
por la mayoría de los dirigentes del Partido en el Senado y la Cámara de Representantes fue, como
luego aprecieremos, tradicionalista en sus puntos de vista sobre la organización económico-social
del país y atenta a las sugerencias de las "clases conservadoras": la moderada, encarnada en el
Presidente Claudio Williman y sus Ministros, admitió la necesidad de ciertas reformas en el campo
económico-social con la intención de que el modelo en sí perdurara; fue, de este modo, un
reformismo apuntalador del orden vigente, corrector de sus más peligrosos excesos para evitar que
se produjeran revueltas de los "de abajo"; la radical, liderada por José Batlle y Ordóñez desde el
Poder Ejecutivo, buscaba la sustitución del modelo por otro de contenidos éticos y humanitarios; la
reforma no era en este caso un expediente para impedir transtormaciones profundas, sino —a su
entender— el único camino que las produciría, guardando en el nuevo mundo a crear lo poco de
bueno que tenía el viejo, en particular el respeto al estado de derecho y las libertades individuales
Esta última corriente, minoritaria dentro del Partido Colorado, se transformó en mayoritaria por la
protección que recibió desde las alturas del gobierno cuando Batlle lo ejerció por dos veces, y por las
nuevas fuerzas sociales que incorporó al Partido con su política populista. Pero nunca lo dominó por
entero. Siempre hubo sectores del Partido que resistieron la absorción por un radicalismo socio-
económico que sentían ajeno. De ellos nacerán las futuras divisiones que contribuirán a frenar al
reformismo batllista, como se analizará en los próximos tomos. Ya en 1903 ó 1910, sin embargo,
cualquier observador avisado hubiera advertido que las líneas de tensión que recorrían al Partido
cuando el reformismo radical planteaba sus primeros y vagos proyectos de reformas sociales y
económicas, iban a engendrar una división profunda más adelante, cuando éste pretendiera
concretarlos. Por ahora, sin embargo, coexistían las tres tendencias hermanadas sobre todo por el
temor a un retorno revolucionario del adversario político, los 'blancos. Dentro del reformismo, de
acuerdo a lo dicho, había visiones radicales y moderadas tanto del cambio como del papel del
Estado. Badle encarnó las primeras, Williman las segundas. La historiogratía tradicional lo informa y
los propios prota gonistas así lo vieron. No tenemos por qué innovar. Es conocida la anécdota. Un
historiador argentino afirmo en 1917 que Claudiowilliman había segido "en un todo" la política de
Batile y Ordóñez. Williman le respondio en términos precisos: -Tuve, pues, mi política, comd que era
mía y nada más que mía; y si ella tuvo puntos de contacto en -muchos casos con la política de mi
antecesor 3' en otros fue su continuación, cosa natural desde que ambos procedimos de la misma
escuela y del Mismo partido político, en muchos otros, como por ejemplo en el terreno de las re-
vinos económicas, sociales y obreras, difirió tan fundamentalmente de la del señor Batlle y Ordóñez,
que mi gobierno mereció el dictado„ no completamente justo, de conservador" . Pocas palabras de
un hombre público tienen tan poco desperdicio como éstas. En efecto —y como observaremos
después en detalle— la política obrera de la Administración Williman .mereció el dictado de
conservadora. Ella fue la que abiertamente se contrapuso tanto a la anterior de Baffle en 1905-06
como a la posterior de éste en 1911- 15, La acción del gobierno contra los huelguistas del ferrocarril
en 1908 y la expulsión de dirigentes sindicales anarquistas fueron los hechos más notorios de esta
política "conservadora" en lo social, así como los más celebrados por las clases altas - y los
inversores británicos. La anglofilia de que Williman hizo gala al levantar el veto de Baffle a los
favores fiscales que el Parlamento concedió a la Compañía anglogermana Liebig, y -al pagar
indemnización a la tripulación de un pesquero canadiense atrapado por el gobierno de su antecesor,
confirma otra vez las diferencias entre uno y otro gobernante, las que se tradujeron en una muy
distinta relación de ambos con las clases conservadoras y, sobre todo, con el Imperio Británico.
Entonces, ¿el reformismo se detuvo y hasta asumió un signo opuesto bajo la Administración
Williman? ¿Será necesario considerar el período a estudio (1903-10) corno formado por dos etapas
contrapuestas? Creemos que sería un profundo error contestar afirmativamente a estas dos
interrogantes, pues ello implicaría desconocer la naturaleza fundamentalmente política del
reformismo. Si el reformismo hubiera sido, corno tantos movimientos similares en Latinoamérica y
Europa, un partido político con profundas bases y ataduras sociales, naturalmente que Baffle
significaría lo opuesto a Williman. Este habría encarnado la reacción de los elementos
conservadores de un partido, reacción ligada a los sectores ricos de la sociedad, así como Batlle
representaría el ala radical de ese mismo partido sostenida por amplias capas populares. Como lo
hemos consignado en el tomo 1, la vida política uruguaya del novecientos no permitía todavía esta
clase de enfoques socio-políticos. El Partido Colorado, gobernante desde 1865, era tan poco
representativo de los sectores altos de la sociedad como de los populares. El núcleo de políticos pro-
fesionales sólo se representaba bien a sí mismo. Para este reformismo, la lealtad al partido o al líder
del partido era más importante que la lealtad a un programa radical o conservador. Esto es lo que
nos parece sustancial destacar al mencionar su naturaleza eminentemente política: Las
explicaciones dadas por Williman de su conducta ante la segunda candidatura de Baffle en 1911
están plagadas precisamente de referencias a su lealtad al partido y el líder, antes que de
referencias a sus obvias discrepancias con el radicalismo de su antecesor-Sucesor. Para este
reformismo era útil una fuerza moderada (la de Willifrian) que garantizara otra torna del poder por los
radicales y su jefe, como Sucedió en 1911. El continuismo del grupo más innovador quedaba
garantizado por los fundamentos, más políticos que sociales, de este reformismo. Si el -origen de la
tendencia pro-cambio hubiera estado en un partida articulado firmemente en determinadas
apoyaturas sociales, el radical Baffle no hubiera podido suceder al conservador Williman viceversa.
Los contemporáneos, en general, coincidían con este punto de vista. Willirnan era sólo la versión
moderada del reformismo, aceptable como mal menor a los ojos de testigos provenientes de las
diplomacias imperiales alemana y británica y la comunidad inversora extranjera. Su antiobrerismo,
aplaudido por la opinión conservadora, resultó un mérito neutralizado por su "obcecada" fidelidad a
Baffle. En 1907, el Ministro del Imperio Alemán aseguraba a su canciller que al lograr Baffle
"...asegurar la elección de su sucesor el actual Presidente Claudio Williman (...) garantizó (...)la
permanencia y el desarrollo de su propia obra de gobierno. . ." (7) . Unos meses más tarde, en junio,
la mirada del representante de Su Majestad Británica revelaba ser más precisa: "...la mano [del ex-
Presidente Baffle} todavía descansa pesadamente en. el país". Iba luego al meollo del continuismo,
esa nueva dinastía, esta vez "civilista", Badle-Williman-BatIle, al sostener que bajo este interregno
conservador Batlle continuaba controlando el Partido Colorado y el parlamento: "...la mayoría de las
Camaras esta compuestas de los amigos y partidarios de Baile, [los que] tratan al Dr. Willinmir.
como un “locus tremens” hasta que llegue el momento de elegir un nuevo Presidente cuando
esperan otra vez iMPOner a su Jefe y Patrón, el ex-Presidente Batlle" (8). Para los diplomáticos
británicos existía un acuerdo tácito o expreso entre ambos presidentes por el cual el Ejecutivo debía
retornar a Baffle en 1911: Williman tendría "que mantener el lugar caliente'', aunque eso lo obligara a
cierta "servidumbre" (9) . Era la fidelidad de Williman la que permitía "...a Batlle vivir tan
tranquilamente en París, sin hacerse notar (pero) manteniendo un estrecho control sobre la
maquinaria política y electoral para preparar su regreso". Desde este punto de vista, al asegurar el
regreso de Batlle y su posterior y formidable empuje reformista en 1911, Williman había sido lo que
el Ministro británico calificara un tanto despectivamente en enero de 1911: otro de los "capacitados
agentes políticos de Batlle aquí" ("). La comunidad británica residente en el Uruguay, cuyo portavoz
era "The Montevideo Times", coincidió con estos juicios. Williman, aunque honrado por las clases
conservadoras y los inversores extranjeros por su política anti-obrera, había terminado siendo "...un
servidor de la política y de la situación establecida por su predecesor (...} El Dr. Williman podría
haberse liberado si lo hubiera querido f pero nunca mostró ningún deseo de hacerlo" (n). El reproche
político se unió al caballeresco elogio moral cuando "The Montevideo Times" señaló a Williman en
febrero de 1911 su pecado capital: la lealtad "a la causa de su predecesor-sucesor" (12) Los hechos
aparecerían deslumbrantes en 1910, cuando estalló en octubre la revolución blanca para oponerse a
"la reelección de Baffle", pero sin que se atacara al Presidente Williman. Este combatió y derroto a
los rebeldes, causando cierta zozobra y asombro en los círculos diplomáticos que transmitían la
opinión de los inversores extranjeros. Parecía incongruente con la "prudencia" y el "tacto" —virtudes
capitales de Su Excelencia—, el empecinamiento con que defendía la candidatura Badle, existiendo,
como luego observaremos que existían, otras salidas políticas. El Ministró alemán sólo halló la
explicación psicológica para entender la conducta de Willirnan: "El por qué el gobierno insiste por
todos los medios en hacer prevalecer la elección de Batlle como presidente f ...} a pesar de la
resistencía de los nacionalistas, clericales y mismo) una gran parte de los propios correligionarios,
sólo se explica porque el Presidente Williman {...1 tomó la obligación frente a su antecesor en el
cargo de apoyar su reelección; él quiere mantener su palabra contra viento y marea.. ." . (13) . "The
Times", de Londres, sintió la misma extrañeza —que era falta de simpatía en última instancia— ante
esta actitud de Williman que le hacía " . . modificar toda la fuerza del Gobierno para defender lo que
tan solo era la causa del candidato a la futura Presidencia, y más extraño aun, un candidato que ci.;
el momento está ausente del país" ("). La segunda presidencia de Batlle en 1911, ambientada por el
conservador Williman, es el argumento capital que permite comprender tanto la naturaleza política
del reformismo, como cierto continuisrno que se esconde detrás de la empero real diferencia entre
Batlle y Williman. Con éste, el reformismo tuvo que "congelar" un aspecto clave de su ideología —"el
obrerismo"—, pero mantuvo el mecanismo político que le permitió reencontrar —y con qué vigor en
1911— ése y otros postulados. Por lo demás, ciertos rasgos claves del reformismo —su postura
anticlerical, su fobia antiganadera— fueron mantenidos y hasta alimentados bajo la Administración
Williman. La primera ley de divorcio es de 1907, la abolición de la enseñanza religiosa en las
escuelas estatales, de 1909; el singular proyecto de ley de Contribución Inmobiliaria que gravaba a
los que no hicieran agricultura con el impuesto doble, de 1909, y por cierto que no hubo ninguna
medida del período a estudio (1903 - 10) que causara tanto disgusto a los grandes propietarios como
ésta. La reelección de Batlle apoyada sin cortapisas, el medido pero real liberalismo anticlerical, la
preferencia por el modelo agrícola, todo ello hace que la Administración Williman pueda ser
calificada de reformista. De ahí que no haya dos etapas en este período, sino una sola, siendo las
diferencias ideológicas atenuadas por una identidad de naturaleza política que le permitió a Baffle
"recomendar" a su sucesor, y a éste, 'reelegir" a Baffle. Son estos procedimientos y conductas, en
los que cuentan más las "virtudes" típicas de un elenco político que la lealtad de clase, los que
permiten caracterizar al reformismo como un impulso proveniente del mundo político, más que del
social, lo cual no significa afirmar que el reformismo careciera de apoyos en ciertos sectores sociales
populares y medios. Esos aliados existieron y es probable que con el tiempo su gravitación llegara
incluso a transformar la originaria naturaleza política del reformismo, convirtiéndolo en los años
posteriores a 1915 -16 en un partido con profundo arraigo en ciertas clases v hondas antipatías en
otras las conservadoras). Pero en 1903 o 1910, el reformismo era antes que nada un movimiento de
políticos profesionales cuestionador del orden establecido, vinculado más o menos armoniosamente
a ciertos grupos .sociales que también lo cuestionaban; un movimiento, por fin, que recién
se iba distanciando de las clases conservadoras, auténticas usufructuarias del "modelo".
3 — Los sectores sociales hostiles al modelo
A pesar de la naturaleza eminentemente política del reformismo, creemos importante destacar que
fueron sus aliados en la sociedad uruguaya los que le dieron al movimiento trascendencia histórica.
De haber sido el reformismo un hecho político en medio del vacío social s es probable que se
hubiera agotado en un solo período presidencial, acosado por la hostilidad de toda la sociedad. Ello
no ocurrió. Por el contrario, el reformismo y los grupos sociales hostiles al orden establecido, en un
juego de influencias recíprocas, se alimentaron y consolidaron mutuamente, como analizaremos en
futuros tomos de esta obra. ¿Qué grupos sociales, por cuestionar el modelo, eran aliados en
potencia del reformismo? Los obreros, los sectores medios, los inmigrantes europeos de reciente
data, los industriales dependientes del mercado interno, criticaban en mayor o menor medida al
orden vigente. Todos ellos vivían, en una proporción que en la mayoría de los casos equivalía al cien
por ciento, en Montevideo. El origen urbano y reciente de estos sectores facilitaba su alianza con el
reformismo. Nada que oliera a tradición les impedía acercarse a un movimiento político identificado
con solo una parte de ella (el Partido Colorado). El tono urbano de las preocupaciones de estos
políticos de extracción casi siempre montevideana ambientaba también el entendimiento. En el
medio rural, la mayoría de las fuerzas sociales debían ser teóricamente hostiles al orden establecido
pues eran sus víctimas. Pero en este enunciado terminan las similitudes con Montevideo. Un solo
grupo rural, los agricultores, concientizó su animadversión al modelo. Los estancieros de ingresos
medios, las peonadas y el pobrerío, se limitaron a "sufrido", como hemos explicado en los Tomos IV
a VII de nuestra Historia Rural y en el primero de esta obra. La distancia que los separó del
reformismo se nutrió tanto en la imposibilidad de tomar conciencia de su situación como en la
peculiar naturaleza política de aquél. Los sectores medios y populares rurales, conservadores como
el medio en que vivían, creyentes en el viejo aforismo campesino de que "sólo la tradición es sabia",
dispersos y desocupados, de vieja data en la nación, no podían identificarse fácilmente con un
movimiento innovador, 'europeo" en lo ideológico hasta el tuétano, que representaba sólo a una
parte de la tradición política del país y que, para peor, terminaba de derrotar cruentamente en 1904 a
la otra cara de esa tradición. No bastaba, por consiguiente, la similitud de objetivos para establecer
una alianza efectiva entre el reformismo y los diversos grupos sociales víctimas y/o cuestionadores
del modelo. Tal alianza sólo habría de lograrse si se concretaba un acuerdo de naturaleza política
entre ellos. Con los sectores rurales medios y populares, el acuerdo parecía casi imposible dadas las
barreras ya señaladas que los oponían, barreras cuya real naturaleza y origen sólo una historia de
las mentalidades podrá poner de relieve. Esas barreras también distanciaban a los sectores
populares y medios rurales de sus pares montevideanos, hecho que tenía ciertos antecedentes en el
pasado, estalló fulgurante bajo el reformismo batllista, y continuará , . repercutiendo en las décadas
siguientes. Esto debilitaba cualquier enjuiciamiento profundo del orden vigente.
Los dirigentes obreros de las Sociedades de Resistencia fueron quienes atacaron ron más violencia
el orden establecido, poniendo en discusión todos y cada uno de sus supuestos. El radicalismo del
método elegido para construir la nueva sociedad —la revolución violenta— se debía al predominio
de la ideología anarquista. En este aspecto, como observaremos, la discrepancia con el reformismo
era total. En cambio, en el enfoque crítico de la sociedad, la economía y la mentalidad dominantes,
había coincidencias que a muy corto plazo debían conducir a un entendimiento que se percibe
históricamente como el acuerdo más claro entre una freza social determinada y el reformismo
político. Para los conductores del movimiento obrero, la propiedad privada de los medios de
producción —incluida, claro está, la tierra— era una iniquidad y un sobo; la ganancia percibida por el
industrial, la renta cobrada por el terrateniente, una confiscación del trabajo del obrero, el peón y el
conjunto social; el Estado —y su aparato coactivo—, un mero instrumento de opresión por el cual las
clases dominantes controlaban a las oprimidas; la religión y la mayoría de las ideas recibidas, un
cúmulo de supersticiones alentadas por el clero católico, siempre al servicio del pasado oscurantista
y medieval; el patriotismo, un sentimiento utilizado por las burguesías nacionales para justificar sus
ambiciones de expansión y a la vez dividir al proletariado. Estos principios alentaron la propaganda
de todos los periódicos anarquistas y socialistas del novecientos:
-El Trabajo", "Tribuna Libertaria", "El Derecho a la vida", "El obrero panadero'', "La voz del obrero",
etc. Los portavoces de esta ideología, en nada original del Uruguay, estaban, empero, realizando un
esfuerzo intenso por atender los reclamos específicos del medio, lo que los tornaba más peligrosos a
los ojos de las clases conservadoras y también más útiles a los ojos del reformismo. El reclamo
socialista de 1903 era ya un programa mínimo de reformas aplicables al concreto mundo industrial
montevideano: "Queremos la sanción legal de la jornada de 8 horas; la responsabilidad ,le los
patrones en los accidentes de trabajo; el reconocimiento de los derechos ciudadanos a los
extranjeros que tengan dos años de residencia en el país; la reglamentación higiénica del trabajo y la
limitación de la labor nocturna a los casos indispensables; la igualdad de retribución por la
producción igual..." ("). Su visión del medio rural puede resultar esquemática a la mirada del
historiador, pero era coincidente con , la reformista y tan cuestionadora del orden establecido como
la' que tenían del medio urbano: "En It campaña reinan el facón, la bota de potro y la lanza guerrera
de las montoneras. La chusma rural rueda de patrón en patrón como sujeto de aprovechamiento y
de desprecio. El- elemento campesino, sin leyes que protejan su trabajo ni inspectores que atiendan
sus quejas, perece por falta de seguridad y de estímulo, odiado por los grandes estancieros que
desconocen el cultivo de la. tierra y gozan con la visión de sus ganados y rebaños pastando
libremente en campos vírgenes, sin el menor rastro de habitación humana" - La similitud con el punto
de vista reformista, expresado en más de una oportunidad por "El Día", era virtualmente total: hasta
se hacía hincapié en la imagen de un campo lleno de animales y vacío de hombres. -Es más, el
investigador tiene derecho a preguntarse, en este caso, si la visión crítica del modelo rural que
tenían los obreros montevideanos no provendría precisamente del reformismo colorado. La intención
de "nacionalizar" el punto de vista encuentra otra prueba en las frecuentes comparaciones entre el
Uruguay y la sociedad neozelandesa, también ganadera, puestas a la orden del día ya en 1903 por
"La 'Voz del Obrero" (ls) . En 1910, el socialista Leoncio Lasso de la Vega, en otro esfuerzo por
acercar la ideología obrera radical al medio, hizo una violenta. _crítica de los "...1000 vacunos {que]
poseen las 2/3 partes de las tierras del país sólo proporcionan trabajo a unos 20.000 proletarios —
sin familias— con salarios que oscilan entre 6 y 10 Pesos mensuales, racionamientos mezquinos,
alojamientos rústicos y antihigiénicos muy inferiores a los que proporcionan a las tropas que
engordan para vender a los frigoríficos..." ('). Al fin y al cabo los obreros sabían que la masa
rompehuelga se alimentaba siempre en los desocupados del campo, fruto obvio de la ganadería
extensiva. De ahí su aprehensión real de este fenómeno rural. El sistema impositivo uruguayo fue
también objeto de crítica. Los impuestos que gravaban al consumo fueron atacados en 1903 por
gravitar sobre la masa popular; se proponía "su sustitución por un impuesto territorial" . El estanciero
latifundista fue así señalado como uno de los enemigos de la sociedad justa que se deseaba
edificar. La insistencia en las virtudes de la educación, el poder liberador de la ciencia y el necesario
cambio de mentalidades que debía acompañar a toda transformación "progresista", convertían a las
ideologías obreras en parteras de una nueva visión del mundo y la vida, siendo en esto también
acompañadas por el reformismo radical. Dirá "La Voz del Obrero" en 1903: "El analfabetismo aplasta
a la nacionalidad. Más de cien mil niños carecen de escuelas. La situación de la mujer,
principalmente en nuestras campañas, llena de humillación a cuantos tienen ocasión de observarla
de cerca. La barbarie nos rodea por todos lados…” . Como la mayoría del gran patronato era
extranjero --empresas del ferrocarril, aguas corrientes, teléfonos, gas, tranvías, constructora del
puerto, etc.—, los obreros y sus dirigentes tenían una tendencia natural a identificar al empresario
rico con el capital europeo y a derivar de ello una teoría critica acerca de. la dependencia. Sus males
hieron denunciados por los socialistas, por eje. -apio, al comentar los crecidos impuestos al consumo
destinados al pago de la deuda pública colocada en la City londinense: "El gobierno oriental percibe
$49,50 y gasta por cada habitante la bicoca de $19,17, lo cual da una diferencia de $30,33. ¿Adónde
van a parar esos $30,33 que multiplicados por los 950.000 habitantes dan sin total de $28.813.500?
Van a parar a Londres, París,/ etc., a título de cotización de los 180 millones de deudas contraídas
por el Uruguay en sus 70 años de vida republicana..." El movimiento obrero organizado cuestionaba,
pues, todo el andamiaje elaborado con tanto cuidado por las clases conservadoras de dentro y de
fuera. T ns ideas y los supuestos dominantes eran desmontados y vueltos a mostrar como
"prejuicios"; el modelo económico y social aparecía como una aberración, puesto que impedia el
progreso además de la felicidad de la mayoría. Los grandes industriales y comerciantes, los fuertes
terratenientes y el capital extranjero, habían sido identificados con el enemigo luego de un esfuerzo,
sin duda incompleto y penoso, por tornar uruguaya la compleja ideología revolucionaria europea. Los
puntos de contacto con el reformismo no tardaron en aparecer cuando los obreros montevideanos
trataron, sobre todo, de mejorar su condición, que no de cambiarla. No minimicemos por ello el
acuerdo, sin embargo, adoptando un punto de vista anacrónico: para el proletariado urbano de carne
y hueso del novecientos, era cuestión casi de supervivencia trabajar sólo 8 horas; para las clases
conservadoras esa reivindicación era sentida como atentatoria. ¡Tanto habían basado esas clases la
acumulación de sus capitales en horarios desmedidos! El reformismo radical, el de Batlle, sabía que
hallaría en los dirigentes obreros sus mejores aliados, así como éstos comprendían que sin el apoyo
gubernamental, su lucha sólo sería de inciertos resultados, vista la ausencia de tradición sindical en
el país y el fabuloso "ejército de reserva" —el desocupado pobrerío rural— dispuesto a cubrir el
vacío que dejara cualquier huelguista. El divorcio en cuanto a métodos para llegar a una sociedad
"justa" no tenía por qué entorpecer demasiado un entendimiento que era vital para ambos bandos, el
obrero y el reformista. El elenco político debía comenzar a pensar no sólo en un programa de
cambio, sino también en las elecciones, a las que tarde o temprano tendría que convocar
limpiamente, sin los vicios del pasado que las adulteraban haciendo del ganarlas un juego de niños.
La evolución económica, social e ideológica, y el partido de oposición, no admitían más el fraude que
traía aparejado a respuesta revolucionaria blanca. Para ese día, que no tardaría en llegar, los
políticos profesionales debían contar con un electorado, y el primer aliado natural debía ser el
proletariado montevideano, por su número, su falta de arraigo en la tradición nacional (que lo
tornaba asimilable para un partido "progresista"), y el imprescindible apoyo gubernamental que su
débil movimiento sindical requería para sobrevivir. Baffle advirtió todo esto ya en 1895, el año en que
por vez primera, la abundancia de huelgas en Montevideo y su fracaso ante la oposición coaligada
de los patrones y el gobierno de Idiarte Borda, puso sobre el tapete la existencia de una "clase
social" diferente a las antiguas "...numerosisima, y poderosa por tanto, que había vegetado hasta
ahora entre nosotros sin que se ocupase solidariamente de sus intereses ni dar muestras de vida, y
que, de pronto,. despertada por el rumor de la
27,
lucha que sostiene esa misma clase social en casi todas las naciones del mundo civilizado, se
dispone a hacer valer sus aspiraciones y derechos de una manera inteligente y eficaz. Saludémosla!
Esa clase social es el pueblo (...) Quién podría determinar la acción que va a ejercer, las
modificaciones que va a producir en nuestra vida social y política? Dejémoslos que hablen y que
saquen sus cuentas ir,. . .J Pronto comprenderán que el salarió no puede ser nunca tan alto en un
país que si el salario se reduce por la vía de los patrones se reduce aún más -por los impuestos
excesivos que los malos gobiernos hacen pagar pronto comprenderán que la legislación vigente es
imperfecta en lo que a los intereses del obrero se refiere {...) Entonces nuestra vida política cambiará
de aspecto..."
* * *
Los sectores sociales medios eran también víctimas —aunque menos rigurosas— del 'sistema" y
habían tomado conciencia de su situación haciendo una crítica a veces aguda del mismo. Ello se
comprueba al leer la multitud de artículos periodísticos montevideanos en los cuales se denunciaba
cómo el orden vigente estrechaba los caminos del éxito y el ascenso social a la clase media. En -La
Razón" se señaló en 1909 que "el feudalismo de la estancia" impedía una justa distribución de la
riqueza y causaba la anemia en el "cuerpo social", particularmente entre "los pequeños capitales":
"Mientras los estancieros realizan 25 ó 30 millones de pesos en lanas y novillos, y proclaman la
riqueza del país, el resto de sus habitantes ve y palpa las cosas en una forma diametralmente
distinta. Fuera de ese gran rubro, casi único, de la riqueza nacional, no se encuentra más que el
comercio y la industria fabril, debatiéndose e-u un cúmulo de dificultades cada vez más intensas y
graves". Destacaba el articulista el "drama" demográfico del país —su despoblación, su escasísima
densidad de habitantes—, hallando su causa en la ganadería extensiva. Las víctimas de este hecho
eran sobre todo "los núcleos que no(podían) tener vida propia" pues se los impedía la estancia: "...si
al estanciero el factor hombre no lo preocupa, porque su ideal es el procreo de animales y vende sus
productos en el extranjero, para el país, o sea el 98 o 99% restante, le resulta un problema
abrumador, sencillamente vital Lo que necesita el país es lo que no tiene: aumento de población,
diversificación de sus productos, para la formación de nuevos núcleos que tengan vida propia, que
trabajando para si mismos contribuyan a enriquecer al pais es decir, a todos..."
Concluyó con un anatema que el reformismo hubiera hecho sin duda suyo: "Creemos que el
verdadero enemigo del progreso del país, mejor dicho, el verdadero obstáculo, es fa estancia en su
forma de explotación actual, la cual ni siquiera ha sabido evolucionar en el sentido de los frigoríficos
y cremerias.... "El Demócrata", periódico portavoz de un núcleo de avanzados jóvenes católicos,
expresó en sus editoriales el punto de vista generalizado entre la clase media montevideana sobre la
organización económico-social vigente, aunque no representó, por cierto, la mentalidad dominante
de esta clase, influida por el anticlericalismo liberal. En 1906, atacando en conjunto a los estancieros
y los grandes industriales extranjeros, los culpó de concentrar la riqueza y destruir "la clase media": “
...tan sólo los ricos disfrutan de los beneficios de la industria [ganadera] ...Por lo que se refiere a las
demás industrias y empresas comerciales del país, sabemos que en su casi totalidad están en
manos de extranjeros que las explotan con toda la voracidad de gente (…) que se hartan hasta el
punto de reventar, cuando encuentran el plato abundante (...). A estas industrias eminentemente
explotadoras que centralizan en sus manos todos los recursos y las fuerzas productivas, hacen
guerra al pequeño capital y lo absorben, destruyendo por tal modo a la clase media debemos en
éste y en todos los países del mundo la formación del cuarto estado constituido por las legiones de
los asalariados" . La concentración de la riqueza en manos de los terratenientes y los inversores
extranjeros impedía que la clase media se fortaleciera; la despoblación, originada en el sistema de
explotación vigente en la - estancia, estrechaba aún más el horizonte a ese sector social. La
despoblación causaba, entre otros efectos nocivos, según estos intérpretes de la clase media, el
nacimiento de un "proletariado intelectual" de bachilleres y profesionales egresados de la
Universidad como abogados y médicos, sin futuro económico. Editorializó "El Día" en 1907: ". en los
ultimos 10 años han estado saliendo año tras año un promedio de 10 a 12 médicos por año de la
Facultad de Medicina, entre tanto que no se han muerto más de 2 por año y que la población
nacional no ha aumentado más que para dar trabajo a otros 2, lo que indica un exceso de
producción de 6 a 8 por año, que multiplicado por 10 da un aumento de 60 u 80 médicos . sobre las
necesidades reales de la población. El hecho se repite en la Facultad de Derecho..."(26) . En este
plano las quejas alcanzaron un tono agudo, denotador de la conciencia de la clase media acerca de
las dificultades que enfrentaba al buscar el ascenso social a través de la educación y la profesión
liberal, en medio de un modelo que rechazaba al joven universitario. Dirá "El Día" en 1908: "...la
Universidad fabrica médicos y abogados para los cuales la vida de hoy es casi desesperante.
Conocemos compañeros distinguidos que a pesar de sus condiciones intelectuales {...) no pueden
abrirse camino. Los médicos jóvenes o viven en la capital a expensas de su familia o se ven en la
necesidad de emigrar a campaña, y no a las capitales sino a los centros menores de población f ...)
Con los abogados pasa exactamente lo mismo. No tienen más recurso que dedicarse a la
magistratura f Hoy hay más abogados que pleitos y sucesiones..." Los jóvenes y los inmigrantes
eran los más ansiosos por aumentar las oportunidades de empleo. Amadeo Almada, futuro diputado
batllista, escribió en 1905 que debido "a vuestro desequilibrio económico la juventud no encuentran
más horizontes abiertos a su actividad que el empleo público" . La clase media baja sentía también
muy en carne propia problemas similares a los del obrero industrial. Empleada en tiendas,
almacenes y oficinas, sus quejas por los horarios excesivos eran un modelo de -prudencia" y "tino"
frente a las airadas protestas de las Sociedades de Resistencia anarquistas, pero revelaban, sin
embargo, similar hostilidad al "orden" industrial y mercantil. "El Demócrata" publicó en 1906
numerosas demandas de "las señoritas empleadas en las tiendas de modas" en pro del descanso
dominical y un horario de trabajo inferior a las 91/2 horas "siempre de pie". Los sectores sociales
medios se sentían, pues, limitados en sus expectativas por el orden tradicional. Pero la naturaleza
de su oposición a ese orden no era igual a la demostrada por la dirigencia obrera. Esta buscaba la
sustitución de un modelo por otro diametralmente diferente; los sectores medios sólo deseaban —
como lo demuestran en sus, críticas— una mayor justicia distributiva or parte del viejo orden. Para
la clase media montevideana, el mal no se identificaba con el mantenimiento de la propiedad
privada, Sino con la 'centralización de todos los recursos— en pocas manos, como lo dijera "El
Demócrata" en 1906. La propiedad, por el contrario, era una aspiración de los sectores medios v de
los inmigrantes. El reformismo ha sido considerado por la ensavística nacional ya clásica como el
portavoz de estos sectores sociales medios. No hay dudas que ellos se sabían trabados por el orden
establecido. Esto creaba una importante base de entendimiento con el elenco político. Había, de
seguro, otras: la tradicional simpatía del Partido Colorado hacia el inmigrante, Ir integración de la
dirigencia reformista con muchos hijos d e éstos, la coincidencia en la importancia de la educación
como forma de ascenso social, la todavía mas importante coincidencia sobre el camino para llegar al
cambio: la reforma, no la violencia revolucionaria. Empero, como observaremos, el reformismo
radical de Batlle llegó a efectuar algunos planteos que chocaban con la mentalidad "razonable" de
nuestros sectores medios. Asustaron ciertos ataques verbales al derecho de propiedad, al igual que
el anticlericalismo furibundo, las tendencias "divorcistas" y el apoyo sin cortapisas a los "agitadores"
anarquistas. Este reformismo radical hizo mas hincapié en la alianza con el proletariado hasta 1916,
por lo menos. De ello hay testimonios. En cambio. son de escasa entidad aquellos que muestran al
reformismo a la búsqueda de apoyo en los sectores medios. Hay pocas referencias expresas a esa
alianza en la prensa o entre los dirigentes parlamentarios reformistas. Se podrá argumentar que el
reformismo dab t por supuesta su alianza con la clase media montevideana, debiendo, en cambio,
buscar expresamente el apoyo de los obreros. El sentido común aboga por esta conclusión (sobre
todo, y sin discusiones, cuando la referirnos a su alianza con la burocracia) ... no la documentación.
Dos grupos "profesionales", la mayoría de cuyos integrantes podían ubicarse en las capas medias,
agricultores e industriales que trabajaban para el mercado interno, se sentían particularmente
limitados por los sectores sociales privilegiados del modelo establecido, más que por el modelo
mismo. No discutían sus supuestos —la propiedad privada, a veces ni la concentracion de la riqueza
— sino el papel hegemónico de los estancieros y los inversores británicos en la estructura social y
económica uruguaya. Para los empresarios nucleados en la Unión Industrial Uruguaya,
dependientes del consumo nacional, el modelo vigente debía transformarse en industrial si se
deseaba un "triple aumento de la riqueza pública, aumento por lo que se produce, aumento por el
dinero que para pagar extraños productos deja de exportarse y luego ocupación a mayor número de
brazos y por consiguiente facilidades a mayor población que tamo necestian las tierras
sudamericanas f...] en vez de tener que contraerla {...} al solo cultivo del terruño, a la única faena de
la estancia.. /150) Estos industriales insistían con singular fuerza en la crítica a la ganadería
extensiva y sus secuelas inevitables, la despoblación, la miseria del jornal rural y la anemia
productiva por falta de consumidores. El banquero ligado a los intereses industriales, Luis J.
Supervielle, escribió en 1909 en apoyo del proyecto pro-agrícola de Contribución Inmobiliaria del
gobierno de Williman: ".. . creo representar en este momento los intereses del comercio y de la
industria que a gritos piden el aumento de los consumidores {y encarezco} a aquellos a quienes la
tierra ha enriquecido que se acuerden a su vez del país, el cual en la actualidad exige de ellos un
sacrificio" (31) . El ex-hacendado y luego industrial, Luis Mongrell, señaló en 1907 que: "El
estanciero se resiste en cuanto tocan a dividir la tierra, a limitar su acción de terrateniente en sus
dominios {...} Pero hay que empezar alguna vez por hacer nación respetable f ..) La regeneración del
país debe empezar por la campaña {...) Las industrias fabriles no tomarán carta de naturalización
mientras el país no cuente por millones sus habitantes..." (321
Un colaborador de ``El Siglo" en 1909 puso el dedo en la misma llaga al señalar otra vez el vínculo
entre la estancia y el pobre y disminuido mercado interno: "Para nuestros ganaderos, la servidumbre
económica, depresiva y llena de peligros e incertidumbres en el porvenir que han impuesto al país,
no tiene límites. Su bandera es el monopolio de la tierra y la tranquila división de 25 a 30 millones de
pesos, que forman la casi totalidad de nuestra exportación; entre pocas manos, escasamente el
11/2% de nuestra población, mientras el resto, unos viven oprimidos en una pequeña zona agrícola,
sin horizontes, y otros se oprimen en las ciudades, vegetando en el comercio y en la industria fabril,
con un mercado cada día más estrecho, roidos por la competencia y d exceso de producción..."(").
Por. ello estos industriales preconizaban hacer agricultura, colonias con _ cremería, lechería,
viticultura, todo lo que demandara más personal ocupado que la ganadería. "El Industrial Uruguayo"
siempre apoyó los proyectas tendientes a modificar el monocultivo -ganadero. Dijeron sus redactores
en 1905: la agricultura es industria eminentemente pobladora, y el aumento de población, como es
sabidísimo, valoriza la tierra (...I mientras una estancia de 5000 hectáreas se maneja con pocos
peones, las 4149 hectáreas de viña que había en 1901 en la República ocupaban, según la
estadística, 1935 personas. La coincidencia de este grupo industrial con el punto de vista reformista
sobre el medio rural era total. Para José Serrato, Ministro de Fomento primero y de Hacienda luego
en el primer período de Baffle y
Ordóñez 1,1903-07 ), el problema número uno del país era su despoblación, y el segundo,
íntimamente relacionado, el de la tierra en manos de estancieros rutinarios. En 1907, como senador,
acuñó conceptos idénticos a los de los industriales: "Id gran problema Planteado hoy, y que
constituirá siempre un verdadero y trascendental pensamiento de gobierno, es aquel que se refiere
el aumento de nuestra población. El aumento actual es lento, lentísimo; sOlo se produce por el
crecimiento vegetativo, el cual no aporta al país si;ro apenas de 20 a 22.000 almas...' Para resolver
este problema, el paso previo era impedir que "... nuestras sierras de propiedad privada
permanezcan (...1 destinadas en su mayor y casi exclusiva parte al pastoreo de ganados..." (35). El
periódico de los jóvenes radicales seguidores de Baffle en su primera presidencia —"Diario Nuevo",
transformado en 1905 en "El Diario"— y -El Industrial Uruguayo" hicieron una campaña conjunta en
1905 a favor de determinados proyectos que impulsaban la agricultura, debiendo ambas
publicaciones polemizar con la revista de la Asociación de Ganaderos, que defendía el statu-quo
rural (36). En 1909 y 1910, los dos únicos diarios montevideanos que apoyaron calurosamente el
proyecto de Contribución Inmobiliaria pro-agrícola de la administración Willirnan, fueron "El Día",
órgano del reformismo, y "El Tiempo", diario de antaño vinculado a, los intereses industriales, cuyos
redactores habían sido o eran los abogados de la Unión Industrial Uruguaya Domingo Mendilaharzu
y Gabriel Terra Por supuesto que estos industriales dejaban de coincidir con el reformismo en cuanto
éste pretendía solucionar "el problema obrero' con medidas ,-4.masiado radicales a los ojos de
empresarios que también formaban parte del orden establecido en sus supuestos esenciales. La
alianza de los industriales vinculados al mercado interno era la única que podía lograr el reformismo
dentro del grupo más amplio de los dedicados a esa actividad económica. Para quienes vendían su
producción en el exterior (empresarios de la carne en saladeros y frigoríficos) el modelo rural debía
en todo caso perfecionarse, no cambiarse. Para los inversores británicos, dueños de los servicios
públicos, podía resultar interesante un bienestar generalizado que ampliara la demanda, pero el
reformismo siempre acompañó sus propuestas en este sentido de otras en procura de mejorar la
condición obrera... y esos inversores eran Ios más grandes empleadores del período. Porque la
coincidencia entre los industriales y el reformismo era parcial en lo ideológico, y limitada a un grupo
de empresarios, este aliado no prometía ser consecuente.
El único grupo de la sociedad rural víctima consciente del modelo, era el de los agricultores. Las
prolíficas familias de labradores en el sur del país —Canelones, Colonia, San José— vivían
dificultades derivadas tanto de la estancia que las cercaba y desalojaba, como del sistema de
tenencia de la tierra, ya que el arrendatario abonaba rentas pesadísimas al dueño del campo. La
presión por la tierra de parte de las familias agricultoras se hizo sentir particularmente en Colonia.
Colocadas en un callejón sin salida entre su alta tasa de natalidad y el elevado precio de la tierra,
estas familias expresaron más de una vez su desaliento emigrando a la Argentina o recordando a las
autoridades —sobre todo los valdenses— su "hambre de tierras". Hizo de portavoz del descontento
que cundía entre los agricultores hacia el "orden" ganadero, la "Sala de Comercio de Productos del
País" (luego "Cámara Mercantil de Productos del País"), sede de los negociantes en granos que se
veían perjudicados por el débil volumen de las cosechas. Decía la 'Sala" en 1906: "...el latifundio,
que en otras épocas se explicaba por el atesoramiento casi obligada y seguro, hoy debe ser puesto
al servicio del desarrollo del progreso del país, el que en definitiva brindará una hermosa perspectiva
al mismo terrateniente, porque el día que exportemos 300 a 400.000 toneladas de cereales, la
fortuna privada será sobradamente compensada con la -valorización de la tierra..." ("). En junio de
1909, su sucesora, la "Cámara" fue más precisa: "Hasta que no entreguemos a la agricultura. 200 ó
300 mil hectáreas, no podrá adquirir el país todos los elementos indispensables para su
independencia, y esa exigencia [...J. puede ser posible f ...) si a estanciero dedica un pequeño
porcentaje de la extensión de su tierra ..) al cultivo de forrajes y cereales f esto evitaría radicalmente
emigración Ir .1 atraería de inmediato la inmigración {...) y el país contaría con una exPortación
permanente de productos agrícolas,. . "(59 . La "Cámara" acusó en 1910 y 1911 al 'sistema de los
grandes latífundios" de ser el principal causante Ye la poca densidad de - Población rural' así como
de la concentración de la riqueza territorial en pocas manos. El territorio del país es propiedad de
unos. 41.000 terratenientes o grandes propietarios rurales, cuando por una distribución
medianamente racional del suelo, el numero de propietarios rurales no debería bjar de 200.000,
Todo ese territorio {...} se encuentra destinado a la ganadería extensiva, y este régimen, además de
mantener al país romo cristalizado dentro de una forma de distribución arbitraria e injusta de su
tierra, no le permite aumentar su producción ni extender sus industrias, que es lo que ha de traerle la
población que necesita para cambiar su fase actual" (40). El ideal de- un país de pequeños
propietarios agrícolas será también, por cierto el primer modelo rural de recambio propuesto por el
reformismo. Los terratenientes hacían sentir sus "derechos de manera tan ruda en el Uruguay del
novecientos, que su enfrentamiento con los arrendatarios terminó por aflorar a la conciencia más
bien aletargada de nuestros conservadores agricultores canarios. Los estancieros se negaban a
arrendar sus campos a los agricultores necesitados de expansión. En 1908 la "Cámara Mercantil"
denunciaba que "...las familias labradoras tenían que andar en peregrinación rogando se les
arriende...,, (41). Los ganaderos confesaron por boca de la Asociación Rural en 1909 que "...los
propietarios se resisten de una manera general a arrendar sus tierras Para agricultura porque tos
que las demandan con ese fin, no ofrecen garantías de preparación ni de solvencia, de tenacidad en
la labor, razón por la cual corren aquéllos el peligro de tener que dar a sus fundos el destino primitivo
después que la acción del arado haya reducido considerablemente su rendimiento como terreno de
pastoreo {y} ...la pérdida efectiva que representa el tiempo que un campo de labranza tarde en
recobrar su fertilidad primitiva de campo de pastoreo Les) más o menos seis años..." (e). "La
invencible repugnancia que la mayoría de los propietarios tiene a dedicar sus tierras a la
agricultura...", al decir del empresario Juan L Lacaze en 1905 (43), hizo que el precio de la escasa
tierra arrendada fuera elevadísimo y los contratos de duración cortísima, no previéndose nunca
indemnizar al arrendatario por las mejoras que introdujera. Los labradores expresaron estas quejas
en tono más bien lastimero en ciertas revistas que circulaban en la campaña (44) , y los diarios
montevideanos recogieron la desesperación de los desalojados por convenir a los propietarios otro
destino para su bien (45). Las palabras que un parlamentario puso en 1907 en boca de un agricultor
resumían de seguro una toma de conciencia común entre los labradores arrendatarios: "¿Adónde
iré. el día que el dueño del terreno me lo pida?'
Este cuestionamiento del orden establecido hecho por los agricultores perdía, sin embargo, vigor, si
pensamos que la difusión del minifundio los convertía en obsesivos defensores del derecho de
propiedad privada, y que tenían mentalidades y conductas ilustrativas del mayor conservadorismo
dentro del país: alta natalidad, alta religiosidad, resistencia al envío de niños a la escuela,
supervivencia de explicaciones mágicas de la- vida, tal corno lo hemos descripto en el tomo L Esta
realidad no abonaba, por cierto, una alianza fácil entre el reformismo y el grupo que practicaba la
actividad económica más elogiada por él, a la que veía como sinónimo de "civilización" y
"poblamiento".
4 — La fuerza real de los aliados del reformismo
La presión de los agricultores por la tierra era la única que provenía del medio rural, medio en el que
residían la clave económica del país y los grandes terratenientes, uno de los puntales sociales del
orden establecido. Esa presión, empero, era débil: los agricultores se concentraban sólo en 3 de los
18 departamentos de campaña y su pobreza demostraba también las dificultades que enfrentaba el
laboreo en estas tierras de clima azaroso y fertilidad no uniforme. Todos los demás críticos del orden
establecido que atacaban al latifundio y la ganadería extensiva vivían dentro de una estructura
económica y social urbana, exigiendo la modificación del modelo no tanto para ser ellos sus directos
beneficiarios sino para lograr, a través del fraccionamiento de las grandes propiedades,
consumidores los industriales, } una sociedad más justa y productiva, y menos hostil a sus
intenciones niveladoras, los obreros y el reformismo. Los que debían teóricamente ser beneficiarios
directos del cambio agrario, o eran culturalmente ajenos al planteo reformista (caso de las peonadas
y el pobrerío rural), o se hallaban fuera del país (los inmigrantes europeos), Como es obvio, la fuerza
que podía tener el reclamo de los inmigrantes (más bien un supuesto teórico), era prácticamente
nula. Es cierto que en 1905 el órgano de la colectividad italiana en Montevideo, "La Italia al Plata",
pidió "llamar a los agricultores europeos expropiar los latifundios- Un. El llamado de atención al
reformismo fue concreto: "¿Por qué Baffle no puede completar su obra política con una económica?
¿Por que con audacia {...} no hace volver a sus verdaderas funciones la enorme cantidad de tierra
que sirve sólo de sostén a los rodeos, mientras podría dar vida y riqueza a un millón más de
habitantes? Bien profunda huella de su pasaje por el poder dejarla Baffle Ordóñez obrando de esa
manera" Batlle "oyó- esta voz y designó al director del periódico, Arturo Pozziiii, su agente
propagandístico en Europa, a la búsqueda de la ansiada inmigración 149). Pero nada se podía hacer
contra un hecho que tenía la fuerza de una roca: los inmigrantes contarían en la misma medida en
que arribaran a nuestras playas; no pesaban en pro del cambio viviendo en Italia o España. Los
terratenientes habían advertido satisfechos la real debilidad de esta presión por la tierra, inflada por
críticos urbanos y no por peligrosos reclamos campesinos. La Revista de la Asociación Rural
tranquilizó en 1912 a los hacendados, asustados por tanto juicio negativo sobre el latifundio, con
este argumento: "Si los agricultores inmigrantes existen sólo en nuestra imaginacion, no cabe en lo
juicioso y sensato; despojar a los hacendados de sus tierras, para darlas a agricultores que no sólo
no existen etz el pais, sino que ni siquiera han demostrado deseo de venir... ¿Oué hay, por
consiguiente, que urja y apremie la expropiación de tierras -?" (5O). A primera vista, las fuerzas
sociales pasibles de aliarse al reformismo político eran formidables si el historiador las enumera y
piensa en alguna sociedad europea del novecientos: obreros, industriales, agricultores, sectores
medios. Pero ello no es más que un espejismo ya que precisamente el modelo contra el que se
alzaban había limitado su Crecimiento por, y era dependiente de, Gran Bretaña, no similar al
británico. El proletariado montevideano era reciente como la industria, y tanto su origen rural como la
búsqueda acuciante del ascenso social si provenía de la inmigración, debilitaban la fuerza de sus
ataques contra el orden vigente; los agricultores, los sectores medios y los industriales, cuestionaban
sólo ciertos aspectos de ese orden puesto que eran beneficiarios parciales de sus supuestos
básicos; el pobrerío rural y las peonadas estaban más hambrientos de carne que de tierra, valga la
imagen; por fin, si el reformismo deseaba unir en un solo haz a estas fuerzas era muy dificultoso
conciliar intereses a mentido divergentes cuando no opuestos (obreros e industriales, por ejemplo).
¿Quién condujo, entonces, observada la debilidad de los posibles apoyos sociales del reformismo, el
ataque contra el modelo? Simplificando un tanto el planteo del problema: ¿fue el reformismo el que
agitó a los obreros, o la presión obrera, de los inmigrantes y la clase media por el cambio, la que
gestó al reformismo? Si adoptamos el primer punto de vista, hacemos coincidir, en extraño acuerdo,
la posición oficial de la historiografía batllista —"Baffle fue el creador de su tiempo'-'— con la de los
más obstinados detractores de Baffle, las clases conservadoras, para quienes, en efecto, era el
gobierno el "culpable" de la violencia de los de abajo, pues la amparaba e impulsaba. Si adoptamos
el segundo punto de vista, el reformismo aparecería como un simple epifenómeno, un derivado de
previas transformaciones ocurridas en la sociedad y la economía uruguayas. De seguro la solución
es algo más compleja de lo que sugieren las preguntas. En la historia uruguaya, la vida política —el
Estado, si se prefiere— fue siempre un factor tan "creador" -como la vida económica o social. El
Estado definió la lucha por la propiedad de la tierra entre los grupos rivales, y fue la primera
estructura que alcanzó a ser fuerte a través de un temprano dominio del aparato tecnológico de
origen europeo y norteamericano. El elenco político, por motivos que hemos analizado en el tomo I,
logró una autonomia real frente a la presión de las .clases altas y ello incrementó el papel del
Estado. ¿Nos inclinamos, entonces, por la tesis del reformismo "creador de su tiempo"? No
necesariamente, pues esto implicaría no querer ver la otra cara de la moneda. El reformismo se
asentó y perduró por la resonancia que a su prédica dieron las fuerzas sociales que —a posteriori de
su ascenso al gobierno en 1903, eso sí— se convertirían en sus aliados. Fue la confluencia de
intenciones entre el equipo político y esos aliados la que dio al reformismo dimensión histórica, pero
fue también la naturaleza eminentemente política del reformismo la que lo debilitó, frustrándolo como
herramienta de un cambio profundo, ya que sus apoyos sociales no sólo eran débiles sino también
eran sólo eso: apoyos y no participantes de su quehacer. Como en la historia bíblica, el pecado
original del reformismo se confundía con su nacimiento en el poder.
Capítulo Una ideología jacobina
1 — El núcleo
No intentaremos aquí la descripción completa de la ideologia reformista, sino una caracterización
global que enfatice los aspectos que ayuden a entender la naturaleza del enfrentamiento que el
reformismo mantuvo con las clases conservadoras. Arturo Ardao ha comprobado que una
concepción ética de la sociedad y el derecho fue la base filosófica del reformismo, al menos si nos
referimos a su personalidad descollante, Batlle y Ordóñez (51) . Una moral, en efecto, de sello
tolstoiano, no católico, en la que el hombre era el centro de una obsesión a veces hedonista, sin que
nada, y menos una Institución, lo trascendiera; imbuida de "cierta piedad difusa, casi cósmica' hacia
el ser débil, fuera de la naturaleza que fuera (humana o animal), hallárase dónde se hallare (en el
Uruguay o en resto del mundo), vertebrada por una "concepción romántico anárquica naturatista, un
poco a lo Ibsen, del individuo y las construcciones sociales", al decir de Carlos Real de Azúa (52).
Una ideología, entonces, finisecular, alimentada en el pensamiento enciclopedista, la creencia eu el
progreso indefinido a través de la ciencia y la difusión de la educación, y el rechazo del "prejuicio"
religioso como factor explicativo del mundo y el hombre. El reformismo se pensó a sí mismo y se vio
como un hijo de la ``Gran Revolución", y es éste, por cierto, uno de los tantos puntos de contacto
que tiene con el contemporáneo Partido Radical-Socialista francés. Dirá "El Día" en 1905, dentro de
un sugestivo editorial en que compara "las huelgas obreras" con el movimiento de 1789: "La
revolución francesa, esa grande y deslumbrante explosión que tendía no sólo a la reivindicación
política sino a la reivindicación social del género humano, se excedió en ciertos momentos hasta el
desborde.
¿Por qué.? Porque fue un estallido de fuerzas populares f ...} largos si- glos oprimidas { porque
operó por medio de la reacción violenta lo que hubo de operarse por medio de la evolución lenta y
tranquila: porque encontró vallas y obstinaciones en la realeza y el clero en lugar de hallar
concesiones generosas y espontáneos desprendimientos..." (53) . Pero no busquemos tanto
filiaciones o influencias, que de seguro existieron dado el cuidado con que nuestra elite política
seguía todo lo ocurrido en la "única" república europea. Más importante es advertir que el
reformismo fue sobre todo una postura vital, un sentirse los abanderados de cierta concepción
racional y ética del mundo y no meramente los sostenedores de un programa político. Ese tono de
"cruzada" que a veces alcanzó la prédica reformista —intolerante y moralista— se alimentaba
precisamente en esta convicción, convicción que le otorgó al movimiento fuerza singular, la que
poseen los 'iniciados" en un misterio que deben contar al mundo para cambiado. El núcleo del
mensaje no ofrece dudas: la organización social, económica y política debe garantizar a cada
individuo las mismas oportunidades de elevarse en la escala social, dependiendo luego todo del
"mérito" personal; concebido corno suma de virtudes intelectuales, ya que el talento era lo único que
debia diferenciar a los hombres entre sí. El segundo postulado incorpora la novedad: la "Gran
Revolución" ha dejado resabios que se oponen a la igualdad: el desnivel económico entre los
ciudadanos y el mantenimiento de la educación como privilegio de minorías. El Estado será la
herramienta niveladora que restablecerá la igualdad natural. Concebido como el representante de
toda la sociedad, inclinará la balanza del lado del débil cuando la estructura económica, social o
cultural haya colocado el fiel del lado de los fuertes, los privilegiados, los menos. El Estado deberá
ser (y podrá ser) el corrector de la injusticia, no tiene por qué seguir necesariamente representando
a los grupos dominantes. Para ello abandonará su viejo papel de "juez y gendarme" e intervendrá
directamente en la economía y la sociedad. Esta concepción dará origen a la ampliación de los fines
del Estado, criterio común en la Europa "progresista" de la época, según el cual los servicios
públicos no podían quedar en manos de la empresa privada. Dirá José Serrato en el Senado de
1909: "Las funciones económicas y sociales de los Estados modernos se han desarrollado
ampliamente, en forma casi inesperada en los últimos tiempos, y esto, a medida que las funciones
políticas y religiosas disminuían como consecuencia de la igualdad y de la libertad de conciencia de
todos los ciudadanos ir ...} Bastaría hacer una rápida referencia {...} de algunas de las leyes ,sue se
han dictado en Inglaterra y en los demás países civilizados del mundo. para demostrar que esa
función económica y social se ejerce hoy casi sin limitación alguna. Citarj {...2 la instrucción
obligatoria, las leyes que obligan a la vacuna, las leyes obreras de legislación general del trabajo
(...1 del trabajo de la mujer y de los niños, del salario mínimo, las leyes de primas a la producción y a
la exportación; las primas a la navegación; la instrucción superior y la profesional . .."
2 — Reforma, no revolución
El Estado reformista no pretendía destruir el sistema sino sus excesos. Este postulado aplicado a la
concreta realidad uruguaya, tenía, empero, sus bemoles, ya que los excesos parecían constituir
parte del sistema. De cualquier manera, el reformismo quiso poner distancia entre él y las ideologías
revolucionarias del novecientos. Mucho fue dicho con tal de separarse de ellas. Esto se debió a dos
factores cuyos respectivos pesos es difícil medir con exactitud: la propia convicción de ser
"obreristas" y no "socialistas", y la necesidad de tranquilizar a las clases conservadoras. Las tesis del
materialismo histórico fueron condenadas expresamente por "El Día" en 1906, tanto si provenían del
confuso cerebro del estanciero Carlos Reyles como del más peligroso de Marx: "...se quiere
proclamar al factor -económico como la única, fuerza capaz de imprimir dirección progresista a la
sociedad, con prescindencia absoluta de todos los otros factores, del factor moral, del factor político,
del factor filosófico y , hasta del factor religioso, que en realidad representan los principios
superiores que orientan la marcha de la personalidad, que la dignifican (...). Los intereses
económicos son a nuestro entender elementos de primera fuerza en el vitalismo complicado de la
sociedad, pero no son los únicos; más aún, muy a menudo de elementos determinantes se
transforman en elementos determinados y entonces su acción se subordina a los intereses morales
o a factores políticos Y entre nosotros mismos tenemos el ejemplo reciente: la buena política en
ciertas circunstancias puede por si sola transformar la faz completa de una sociedad; no debe por lo
tanto preconizarse el desdén de la política..."-' La frase final debió, por cierto, ser hondamente
sentida por este elenco de hombres que había convertido a la política en una fuerza de naturaleza
muy peculiar en el país, muy difícil de entender como un mero epifenórneno cuando se la vivía corno
lo determinante. La lucha de clases era un hecho que podía ser eliminado sin modificar el supuesto
de la propiedad privada de los medios de producción. Las reformas económicas y sociales aplicadas
por el Estado reformista conducirían, según los jóvenes batllistas de 1905, a un ". . estado social que
no es un sueño, (en que} todos coadyuvarán -al mismo fin, y unidos el capital y el trabajo se
afanarán porque la producción se eleve; pues cuanto más se obtenga, más interés tendrá el capital,
más alto será el salario. La sociedad será una verdadera colmena donde los zánganos no tendrán
cabida, pues el rico, si quiere conservar su capital, tendrá que trabajar y preocuparse del bienestar
general, no como actualmente, que las grandes fortunas de los que nada producen, pero consumen,
crecen cuanto más catástrofes afligen a la humanidad". Las clases conservadoras no tenían por qué
alarmarse demasiado, un mensaje se escribió especialmente para ellas: "No reciban, pues, con
recelo estas ideas los hombres de dinero. Nosotros no vamos contra ellos A nadie queremos
arrebatarle el fruto de su trabajo...' ("). Para "El Día", los estancieros incluso debían esperar ventajas
económicas del fraccionamiento de sus tierras mediante la expropiación y la colonización. Los
términos en que se entablara el difícil diálogo con las clases propietarias tendrían que elegirse con
cuidado; no era "una lucha" contra el latifundio lo que preconizaba el reformismo (y parecían creer
ciertos extremistas dentro del movimiento), sino una tarea de convencimiento. Claro que si ella
fracasaba, el Estado actuaría "pero sin menoscabo de intereses legítimos". Editorializó en 1909 en
términos que valen la larga transcripción por su singular mezcla de elogios y amenazas, razones
para tranquilizar y otras para inquietar: "La lucha contra los grandes latifundios, o por lo menos
contra su forma primitiva y única de explotación, hay que entablarla en un día más o menos distante
y cuanto más antes mejor (...1- La palabra lucha tal vez no sea la más apropiada ya que nosotros no
aspiramos ni propiciamos nada que importe la ruina de nadie, ni siquiera el menoscabo de intereses
legítimos. Lo que nosotros no queremos es que los grandes propietarios entendiendo muy mal sus
propios intereses sigan perjudicando gravemente los intereses nacionales {...) La diversidad del
medio nos importaría poco con tal que los viéramos francamente orientados bada el fin que
perseguimos. Por eso hemos aplaudido cuantos fraccionamientos de campo se han llevado a la
práctica Por eso alentamos a quién quiera que estando en posesión de crecidos bienes tiende a
acrecentarlos colonizando o por lo menos evolucionando francamente hacia los círculos superiores
de la ganadería misma. Pero como una u otra clase de iniciativas se produce con una desesperante
lentitud f pedimos el concurso de ios Poderes Públicos para que con lees inteligentes y un poco
coercitivas se estimule la modorra de los inertes (...) y se les obligue a enriquecerse más, pero a
condición de que hagan circular un poco de esa riqueza entre los que tienen el perfecto derecho de
ver utilizadas y remuneradas sus energías" (37). En todas las clases sociales había hombres de
buena y mala voluntad. El individuo no tenía determinada su conciencia por su posición social, sino
que su conciencia seguía el camino del bien colectivo cuando era despertada. Este razonamiento
evitaba que se tuviera que recurrir siempre a la coerción para modificar el orden establecido:
bastaba a veces difundir, con argumentos razonables, la necesidad del cambio y hasta los
beneficiarios del modelo terminarían aceptando las reformas. Dijo "El Día" en 1908 sobre el
problema rural: "Una buena propaganda, una propaganda franca y persistente sobre la necesidad de
dividir la tierra y la necesidad de hacer en parte agricultura, podría producir efectos saludables, sobre
todo en estos momentos en que el mal se palpa y muchos grandes propietarios comienzan a sentir
la necesidad de realizar algún esfuerzo en bien de los intereses generales". Empero, por lo general
no se caía en ingenuidades. A continuación se advertían las dificultades de "...conseguir que los
grandes hacendados tomen iniciativas en este sentido, ya. que la industria ganadera les está dando
resultados sobresalientes, y desde que el interés ha sido y será por mucho tiempo, tal vez por
siempre, el propulsor principalísimo de las actividades humanas (...) si eso llegara a ponerse en
evidencia, sería del caso pedirle algún sacrificio a aquella industria demasiado floreciente, un
sacrificio pequeño, pero que la empujase a un cambio. Podría resultar esto incómodo para algún
ganadero, pero no sería por cierto el primer caso en que sería necesario incomodar ligeramente a un
gremio para alcanzar beneficios superiores de interés general. De ahí que si la iniciativa privada se
hiciera esperar demasiado —como es de temer que se haga esperar— nosotros no vacilaremos en
prestigiar y sostener leyes de fomento agrícola, leyes de las llamadas pobladoras..
¿Hasta dónde debían ir los cambios y con qué métodos serían impuestos?. José Serrato en abril de
1905 marcó objetivos: concluir con "el feudalismo, dueño, monopolizador de la tierra", y "la nueva
plutocracia o sea el capital", pero la "...reforma ( ..) no podría llegar a conmover la base en que se
asienta la sociedad política y económica. Tendrá necesariamente que reconocerse como asiento
sólido y formal de esa reforma, el de la propiedad privada, pero con las limitaciones y cargas que
impongan el interés general del Estado". (55 )• El reformismo se vió a si mismo como un "socialismo
de estado", tan respetuoso de la propiedad privada como consciente de las limitaciones de ese
derecho, tan dispuesto al cambio como a promoverlo sólo por medio de "la evolución" pacífica.
Fundamentó José Serrato el proyecto de estatización de los seguros en 1911 en estos términos: ...si
por socialismo se entiende el -mejoramiento de las clases obreras y trabajadoras, tendiendo a elevar
su cultura, sus medios de existencia y su dignidad humana, si se entiende también el procurar a la
sociedad una distribución más racional de la riqueza, si por socialismo se entiende defender y
buscar de mejorar ese -valor económico que se llama hombre, y sin el cual no hay progresos ni
adelantos, en ese caso este proyecto es netamente socialista; pero si por socialista, o por aspiración
socialista inmediata se entiende la desaparición de la propiedad individual, si por socialismo se
entiende la apropiación de todos los medios de producción, yo digo entonces que este proyecto no
ha sido inspirado en las ideas de esa escuela". (60) Octavio Morató, otro financista de nota en el
movimiento, expresó en 1912: "Por socialismo de Estado debe entenderse la política económica y
financiera desarrollada con el fin de introducir ideas de reforma social en la organización del Estado,
sin conmover y sin modificar fundamentalmente las instituciones legales y políticas. En vez de ir a la
conquista de las reivindicaciones sociales por medio de la revolución, que pugna por arrasar los
fundamentos de la sociedad actual, el "socialismo de Estado" tiende a dar satisfacción a aquellas
reivindicaciones por medio de la evolución r ...1 mientras que el socialismo como doctrina
económica, significa la apropiación social de todos los medios de producción, máquinas e
instrumentos, etc.". (61). ¿Sería, entonces, lo que los economistas hoy en día llaman un capitalismo
dirigido o capitalismo de Estado?. No nos apresuremos a clasificar lo que es más complejo de lo que
parece. Tengamos, eso sí, en cuenta, que estas definiciones fueron hechas ante el temor
manifestado por las clases conservadoras y los inversores extranjeros. Serrato lo dijo con cierta
ironía ese año al referirse otra vez al proyecto que estatizaba los seguros:
"Decir que este proyecto es un proyecto netamente socialista es como anunciarles fa las clases
conservadoras) el principio de la revolución social, con todas sus oscuras, confusas y complejas
conclusiones que los hombres de Gobierno tampoco pueden aceptar". (62). En efecto, ni el proyecto,
ni el gobierno, ni en particular su Ministro de Hacienda, querían tener nada que ver con el
socialismo. Pero las clases conservadoras igual lo intuían. La vertiente jacobina y libertaria del
reformismo, que existía, como a continuación observaremos, las intranquilizaba.
3 — La vertiente jacobino-libertaria
La vertiente jacobino-libertaria fue el elemento más original de la Ideología y la actitud reformista, la
que diferenció realmente al movimiento uruguayo de cualquier otro similar en América Latina. Este
aspecto del reformismo derivaba de un llevar a los extremos, un desarrollar lógicamente, ciertos
principios contenidos en la formulación inicial del cuerpo doctrinario. Lo "impropio" de este rasgo
reformista a los ojos de las clases conservadoras y aun de muchas capas medias ``prudentes', lo
que lo tornaba "inquietante", era el tufillo anarquista que despedía. La propaganda anticlerical de "El
Día» en estos años no se diferenció mayormente de la habitual en los periódicos libertarios más
violentos. El tono exaltado, la burla de los dogmas y las más altas personalidades de la Iglesia —
como el Papa—, y la denuncia de las 'irregularidades" en la vida privada de los sacerdotes, eran
exactamente iguales a las de los panfletos anarquistas. También "El Día:* acogía escritos y
conferencias de socialistas y anarquistas con ,tal frecuencia que terminaban confundiéndose con la
propaganda específica del reformismo. La "abolición de la propiedad privada y por ende (la)
eliminación completa del derecho de herencia; la supresión del .Estado; la disolución del Ejército" y,
como sostenía el católico 'U Bien" en noviembre de 1910, "todos los demás descabellados lugares
comunes del anarquismo", eran alimento común del lector de 'U Día" en el novecientos. El
jacobinismo libertario de "El Día" convertía al reformismo en un "cúmulo de barbaridades", en el
sentir de la opinión medida y circunspecta de los hombres del "justo medio". Así pensarán, en
mezcla que revelaba afinidades, los colorados tradicionalistas, los colorados avanzados pero
prudentes —Pedro Manini Ríos—, los blancos de origen patricio —Luis Alberto de Herrera—, y los
intelectuales que rendían culto a la belleza de la forma y se sentían heridos por el tono
"populachero" v la "excitación de las más desenfrenadas pasiones demogógicas -, al decir del
articulista de "El Bien" en 1910, y al sentir de José Enrique Rodó, por ejemplo.( 64). La influencia del
anarquismo en Baffle y del batllismo en el anarquismo uruguayo fueron notorias para los
contemporáneos, un tanto desasosegados por el espectáculo de estas simpatías del gobierno hacia
los que predicaban la destrucción del Estado como institución. El historiador Carlos M. Rama ha
comprobado que: "...centenares de militantes; incluso de primera línea del sindicalismo, el
socialismo y especialmete anarquismo, se incorporaron a los partidarios de Batlle (...} De todos los
sectores sociales de principios de siglo ninguno dio tantos elementos al Batllismo como el
anarquismo. Si se toma la nómina de los intelectuales libertarios de los primeros años del siglo, se
aprecia que 10 años más tarde casi todos han pasado a la actuación política activa, incluso como
dirigentes batllistas..." (65 ) El reformismo radical, de su lado, acogió, más como postura vital que
como programa, planteos que provenían del anarquismo ítalo-español, en particular el identificar a
los grandes enemigos del "progreso social" y el avance de "la cultura" con la Iglesia y el Ejército. La
afirmación de la libertad individual como valor supremo, que nace con el Iluminismo, es proclamada
por la Revolución Francesa, limitada a la burguesía por el liberalismo, y extendida a todos los
hombres por el anarquismo, fue recogida por el reformismo. Este, al acentuar a veces su oposición
al princi,: -: 'le autoridad cuyos máximos exponentes veía en el Estado y la Iglesia Católica,
recordaba a los defensores extremos del individualismo, los anarquistas rusos, italianos y españoles.
Las posiciones anarquistas hallaron en Baffle un terreno abonado por su lucha juvenil contra el
santismo y su desconfianza al ejército por la actitud hostil de la mayoría de la oficialidad a su gestión
de gobierno. En la masa reformista, esa identificación del enemigo con el cura, el militar, el
capitalista y el latifundista, olía de lejos a una creencia generalizada en el novecientos entre los
sectores populares montevideanos, creencia alentada por los inmigrantes "rebeldes", la permanente
propaganda anarquista y la experiencia vivida cuando las huelgas eran reprimidas. Por todo ello, "El
Día" dejaba estampar artículos explosivos, como uno de 1911 en que se denunciaban como
aberraciones lo que todo militar consideraba virtudes. ( 66). La Iglesia y los "curitas" recibían un
tratamiento más hostil si cabe. Ya en 1895, cuando el gobierno de Idiarte Borda buscaba obtener la
creación del Arzobispado, Baffle se refirió al tema en términos un tanto irreverentes: "Sobre este
recargo del presupuesto probablemente no ha f1,37j5-,Icto al señor Idiarte Borda. El no sabe lo que
es echarle cuentas a un pobre pais como el nuestro un arzobispo y dos obispos. Hay que pagarles a
cada 11120 de estos señores sueldos enormes, que darles buena casa, secretarios, ayudantes de
todo género, nuevas curias. Después hay que consentirles que por ahí fabriquen nuevos seminarios
y que nos llenen el país de curitas. Por último habrá que consentirle al señor arzobispo quién sabe
qué derroches..." (67 ). Cuando en 1914 "La Liga de Damas Católicas" lanzó la iniciativa de
"entronizar el Sagrado Corazón de Jesús" en todos los hogares, "corno medio de extender el reinado
de Jesucristo en el Uruguay", "El Día" fue violento: "La ciencia conoce el bacilo religioso y conoce
también el medio de asegurar a la humanidad una perfecta inmunidad. El embrutecimiento mediante
el fanatismo religioso y la superstición clerical está neutralizado por la luz, de las escuelas laicas.
Pronto liquidaremos el último vínculo entre el Estado y la Iglesia para asegurar de este modo la
grandeza de la sociedad y la familia, comprometida por la acción funesta de los que, cotizó el clero
católico, abominan de las dignidades familiares y sólo se preocupan de la sociedad para oprimida y
explotarla. Nuestro pueblo ilustrado acerca de la farsa clerical, se ha redimido del yugo de los viejos
ídolos". ( 68) . Hacia 1915 comenzaron a aparecer en "El Día" fotos del carnaval con jóvenes
disfrazados de frailes, al lado de risueñas señoritas, con irónicas leyendas debajo. ( 69). Este
jacobinismo libertario condujo también al reformismo a la apología de "los agitadores" en medio del
estupor del resto de la prensa y el ya ahora decidido, ";es demasiado!", lanzado por las clases
conservadoras. En principio, la defensa de los anarquistas extranjeros que formaban las Sociedades
de Resistencia obreras —porque de ellos se trataba—, se confundió con la de "...los preceptos
constitucionales que tutelan todas las opiniones, todas las propagandas, mientras ellas no ataquen
algún principio fundamental de orden público o no atenten claramente contra derechos de terceros.
Y la libertad igual para todos es un bien que ha costado demasiado caro para que, donde se tiene la
suerte de poseerlo en su mayor plenitud, se pugne por cercenarlo".(") , Pero en "El Día", la defensa
de lo "extranjero" iba más allá. En su prédica siempre hubo un tono internacionalista, una exclusión
consciente de toda manifestación de nacionalismo estrecho, irracional. Ello lo emparentó otra vez
con las posturas vitales anarquistas que ponían énfasis
en el individuo y la humanidad y negaban carácter sagrado a la "patria". Además los agitadores
fueron elogiados por representar las ideas nuevas, "...ideas que por mas perturbadoras que
parezcan en un vzoviento dado, pueden fructificar en un porvenir -más o menos lejano, empujadas y
propagadas por los agitadores". La visión de la historia corno un perpetuo cambio hacia el mayor
conocimiento y la felicidad humana era intelectualmente revolucionaria; justificaba, en nombre del
progreso y la libertad, a todas las "agitaciones Las ideas que en un principio parecían extremas y
"raras", al generalizarse y construirse con ellas un nuevo orden, se volvían caducas hasta que
inevitablemente otro principio minaba lo que a su vez se había convertido en un obstáculo al
progreso. En junio de 1905 "El Día" fue preciso: "...por regla general, todas las ideas nuevas, las
grandes ideas nuevas de todos los tiempos, han sido lanzadas a la vida y han sido propagadas por
los agitadores. El gran Sócrates pareció, sin duda, para los griegos, un terrible agitador, desde que
lo obligaron a beber la cicuta. El mismo Jesus, que después fue un Dios, y que todavía sigue
siéndolo para una buena parte de la gente, no fue en su tiempo más que un atrevido agitador! Los
que en la Edad Media reaccionaron contra los avances del catolicismo dando origen a la Reforma,
fueron agitadores. Y agitadores son y serán en todas partes los que se levantan contra el criterio
dominante para señalar rumbos nuevos. Por eso son agitadores los patriotas de Rusia que se
sacrifican luchando contra el absolutismo del Czar! ;Por eso son agitadores en los pueblos
monárquicos, los simples republicanos militantes! Por eso, en las mismas repúblicas, son todavía
agitadores aquellos radicales que entreveen campos más amplio y más fecundos para la actividad
humana de los que ofrece la misma República". La referencia a la revolución rusa de 1905 no podía
ser más desgraciada ante la 'ya alerta mirada conservadora. La peligrosidad de estos principios para
cualquier orden social que se deseara inalterable queda demostrada en este otro enunciado:
"Dejemos, pues, a los agitadores. que se agiten y agiten mientras su actividad no salga del campo
del derecho! Dejemos que sus ideas, poi. atrevidas que nos parezcan, circulen y se proPaguen y se
discutan, que de la discusión de las ideas siempre ha brotado la luz que ha alumbrado el porvenir de
todos los pueblos! No nos alarmen las exageraciones dé doctrina, porque dentro de las mayores
exageraciones suelen encontrarse principios de verdad que pueden ser fuentes de grandes bienes!
No se olvide que las grandes conquistas hoy alcanzadas han sido consagradas como grandes
absurdos en los largos siglos pasados!"
El reformismo contuvo, en potencia, una rebeldía contra el modelo vigente que iba más allá del
enjuiciamiento a su estructura económica y social. Las ideas 'recibidas" por la sociedad tradicional y
sus clases altas fueron puestas en tela de juicio y a menudo sustituidas por otras —no menos
"recibidas", tal vez— pero en medios diametralmente opuestos. La "razón" era e1 único tribunal ante
el cual se inclinaban los reformistas radicales. Ello los condujo a menudo al extremismo ideológico, a
un "idealismo" capaz de asustar a las clases conservadoras tanto como lbs más concretos proyectos
de estatización. Domingo Arena, al defender en junio de 1906 la abolición de la pena de muerte,
sostuvo que siendo la vida humana el supremo valor, era inconcebible no aplicar el principio en
tiempos de guerra y seguir fusilando a los espías. El diálogo que transcribiremos es un buen ejemplo
de la tensión entre el "idealismo" reformista y el "realismo" de que hacían gala los defensores del
sistema: "Sr. Arena...si dejamos establecido que la pena dé muerte pueda aplicarse en tiempo de
guerra, es sencillamente dar carta blanca a los jefes de división, a los jefes de ejército para que
puedan hacer verdaderas atrocidades; y eso no podemos tolerarlo los abolicionistas... Sr. Lacoste.
Ponga el caso de un ejército que no fusile a los espías. Sr. Arena. ¿Y por qué ha de fusilar a los
espías? Sr. Lacoste. Ponga cl ejemplo de un solo ejército que no fusile a los espías. Sr. Arena. Será
porque esos ejércitos no están bastante adelantados; pues el señor diputado no podrá negar que es
una gran crueldad fusilar un espía, desde que la mayor parte de las veces un espía es un patriota
(...)- del país enemigo y en vez de fusilarlo, habría que rodearlo de las -mayores consideraciones
posibles. Sr. Rodríguez (Don G. L.). ;Darte una condecoración!" ( 72 )•
***
Esta veta jacobina, este "verbalismo" revolucionario, sincero, empero, pocas veces plasmó en
ataques concretos al orden establecido por cuanto una cosa fue "El Día" y otra —más "mesurada" y
"prudente"-- Batile y su gabinete. Pero ocurría también que a veces el Batlle presidente salía a
escribir en "El Día", con un seudónimo, lo que no se atrevía a estampar en sus Mensajes al
Parlamento. El tono jacobino era el ropaje del reformismo. Ese ropaje cumplió dos funciones: por un
lado, la veta jacobina y libertaria actuó como el gran agIutinador entre el elenco político reformista y
parte importante de la masa popular montevideana; por el otro, los "excesos" doctrinarios asustaron
a las clas s conservadoras tanto o más que los circunspectos actos de gobierno. Es probable que
ésta haya sido, ¿por qué no?, una ideología "pequeño burguesa", pero los ricos sintieron en algún
momento el presentimiento del diablo, de la "tempestad populachera", al decir del órgano
periodístico católico en noviembre de 1910.

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