Historia y Cura Psicoanalítica - Luis Hornstein

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HISTORIA Y CURA PSICOANALÍTICA

El psicoanálisis ante la historia


Adorno advirtió en nuestros días un creciente cansancio ante la historia. Y lo atribuyó
a una desvalorización de la conciencia. ¿Porqué hubo una concepción ingenua de la historia
habrá que abolir toda forma de pensamiento histórico? No. Pero deberemos sí redefinir qué
entendemos por historia en psicoanálisis. Nuestro desafío es recuperar la historicidad
constitutiva de la realidad psíquica, desechando una concepción lineal de la historia.
Freud, que era un hombre de su época, ¿cómo escribiría hoy el “Proyecto”, “Tótem y
Tabú”, “El malestar en la cultura”? ¿Inspirándose en qué física? ¿En qué biología? ¿En qué
neurociencias? ¿En qué termodinámica? ¿Con qué historia los escribiría?
La “nueva historia” es económica, demográfica, de las técnicas, de las costumbres, y
no sólo historia política, militar y diplomática. Historia de todos los hombres y no únicamente
de los “grandes hombres”. Historia en movimiento, de las transformaciones, y no historia
estática. Historia explicativa, “conceptualizante” y no sólo narrativa. La historia-relato
procedía como si el historiador encontrara la historia, como si solo la pusiera en palabras,
cuando lo que hace es construirla.
Hubo dos géneros: la historia historizante (del acontecimiento), consagrada al relato
político y biográfico y la historia panorama, que colocaba los hechos dentro de un
cuestionario universal. Y dos tradiciones: nominalismo y realismo. Para el nominalismo la
historia se reduce al conjunto de los discursos acerca del pasado. Una realidad pasada no
es exhumable; sólo puede haber discursos sobre ella. El realismo concibe al pasado como
una realidad que se trata de restaurar. Sólo los acontecimientos en sí constituyen la historia,
la cronología los ordena y el historiador debe despojarse de toda interpretación.
Veyne llama historia conceptualizante a la que se opone a la historia de “tratados y
batallas”. Esta era una historia narrativa, escrita a nivel de las fuentes. La historia
conceptualizante no pasa por alto la historia política o militar sino que la escribe mejor. La
historia no se limita a ser un relato. También explica o, mejor dicho, debe explicar.
El psicoanálisis y la historiografía comparten su vocación por el tiempo, pero
conciben de manera distinta la relación del pasado con el presente. Al distribuir “el espacio
de la memoria” sus estrategias difieren. El psicoanalista busca, sobre todo, “ese muerto que
habita al vivo”, mientras que el historiador lo es en tanto reconoce una ruptura entre el
pasado y el presente. La historiografía considera esta relación al modo de la sucesión (uno
después del otro), de la correlación (proximidades relativamente significativas), del efecto
(uno sigue al otro) y de la disyunción (uno u otro, pero no los dos a la vez). El psicoanálisis,
en cambio, privilegia su noción de repetición: uno reproduce al otro de otra forma.
Estas dos estrategias del tiempo se enfrentan, aunque sus cuestiones sean
análogas: investigar principios y criterios con los cuales comprender las diferencias o
garantizar continuidades entre la organización de lo actual y las configuraciones antiguas;
dar valor explicativo al pasado o hacer al presente capaz de explicar el pasado. Estas
diferencias nos dicen que renovaciones podemos esperar de la historiografía y también
cuales serán los límites de ese aporte.
Sin embargo,
“(El encuentro entre la historia y el psicoanálisis) nos ofrece una magnífica
oportunidad, la de liquidar a esa interdisciplinariedad floja que se insinúa en nuestros
días a través de los intersticios que quedan entre los campos definidos por las
ciencias, interdisciplinariedad que sólo aprovecha de estos encuentros lo vacío, lo
incierto y lo inconfesable, y que deja a cada ciencia la facilidad de atribuir a otras lo
que está más allá de su propia explicación. La interdisciplinariedad que buscamos
trata más bien de captar constelaciones epistemológicas que se dan recíprocamente
una nueva precisión de sus objetivos y un nuevo estatuto para sus procedimientos”
(Certeau 1978, 1987).
Para Certeau, el encuentro entre la historia y el psicoanálisis va en camino de la
interdisciplina que buscamos.
Si en las referencias a la historia pensamos en estados alejados del equilibrio
descubrimos que mediante la transformación del azar en organización el psiquismo

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desarrolla potencialidades. Lo esporádico, lo infrecuente es el equilibrio y la simplicidad. Lo
incesante es la turbulencia. Vista así la historia del psiquismo -a la vez destructora y
creadora- volvemos a pensar las series complementarias.
Mencionaré algunas inquietudes y preocupaciones que se originan en mi quehacer
cotidiano aclarando, que no son cuestiones escolásticas, “especulativas”: ¿Cuál es la
eficacia y la perdurabilidad del pasado en el presente?. La infancia: ¿destino o
potencialidad?, Lo nuevo: ¿ilusión engañosa o neogénesis?, ¿Cómo pensar la historia
libidinal e identificatoria de las diversas instancias y sus temporalidades? ¿Cómo pensar la
historia constitutiva del sujeto? El psiquismo: ¿un sistema auto-organizador? ¿El presente
determina enteramente el futuro? ¿No somos más que autómatas desprovistos de toda
libertad? ¿Hay un azar ontológico o solo un azar por ignorancia? ¿Qué es historizar en
lapráctica psicoanalítica?
Inquietudes y preocupaciones para las que hallé algunas respuestas en historiadores y
epistemólogos que han logrado traducir inquietudes en problemas, dudas en preguntas.
En Práctica psicoanalítica e Historia (Paidós, 1993) dije que entender una historia no
es tomar partido por una estructura inmutable ni por un caos de acontecimientos aleatorios
sino conjugar lo que permanece y lo que cambia. Las permanencias lo son en tanto pueden
resistir a los acontecimientos. Otras veces son destruidas o transformadas por algunos de
ellos. ¿El acontecimiento puede hacer surgir nuevas posibilidades de historia o es sólo un
disfraz que forja la compulsión de repetición, apenas un pretexto para el idéntico retorno de
lo ya inscripto?
Al psicoanalista, la retroacción le permite abarcar la historia sin constreñirla, y al
paciente, resignificar los traumas infantiles que pierden así cierto carácter compulsivo. Eso
supone superposiciones y deslindes entre historia reciente e historia infantil. ¿Qué efectos
de recursividad produce lo actual: los duelos, los acontecimientos, las crisis, los logros?
En el posfreudismo la búsqueda de las determinaciones infantiles se ha convertido en
el encuentro del fatalismo, como si analizar fuera refrendar el Destino. De ahí el tono lúgubre
de un psicoanálisis que interpreta monótonamente la repetición. Pulsión de muerte, sí ¿pero
vamos a negar que la repetición está afectada por la diferencia? Contrarrestemos ese
determinismo a ultranza, hijo de la repetición, que ve repetición en todas partes.

De la sugestión a la historización simbolizante


A finales del siglo XIX la terapia sugestiva y la moral eran hegemónicas. Cada una a
su modo, pretendían suprimir los síntomas sin interrogarlos. La terapia sugestiva, apelando
al poder que emana de la transferencia. La moral, inculcando ideas consideradas
superiores. Se opera mediante consejos, exhortaciones y ejemplos. Una intervención
educativa que busca modificar las creencias y así transformar la personalidad. (Utilizo el
tiempo presente porque un siglo después estas modalidades perduran tanto en el exterior
como en el interior del campo analítico.)
Freud propuso al psicoanálisis como alternativa. Se valía de la sugestión para vencer
las resistencias y así favorecer el trabajo analítico. Interpretaba la transferencia para
eliminar, tanto como fuera posible, lo sugestivo. La sugestión es un convencimiento “que no
se basa en la percepción ni en el trabajo del pensamiento sino en una ligadura erótica”
(Freud, 1921). El psicoanálisis conjuga ligadura erótica (repetición, transferencia) con trabajo
de pensamiento (recuerdo y reelaboración). Si solo fuera ligadura erótica produciría
sugestión, casi un hechizo. Si solo fuera trabajo de pensamiento, produciría
intelectualización.
Si bien en muchos psicoanálisis el analizando parece demandar un “contestador
automático” (demanda avalada por cierta difusión de un psicoanálisis que todo lo interpreta),
la iniciación del tratamiento es un trabajo compartido en el cual las referencias teóricas solo
sirven para reconocer la singularidad de la actualización de este inconsciente.
La iniciación del tratamiento es una oportunidad para cuestionar la ilusión de un
sistema interpretativo prefabricado con una modalidad de interrogación con respecto al
sentido de estos síntomas, de estas inhibiciones, de estas angustias, de estas repeticiones.

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El bagaje analítico puede ser (o devenir) defensa ante la singularidad de una historia.
La mejor teoría es la que no se nota, la que sustenta la clínica pero no la parasita, la que
permite desplegar interrogantes. La interpretación psicoanalítica no se apoya en un saber
preestablecido desde el cual se tendría la clave con recursos apriorísticos.
En los comienzos de un psicoanálisis lo que se escucha es la “historia oficial”. Pero
esa historia es confrontada con aquella que el psicoanalista ayuda a construir. Los
testimonios del pasado son los síntomas, las transferencias, las repeticiones, las
formaciones caracterológicas, los sueños y también los recuerdos.
El psicoanálisis remite a una historia pero no repite una historia, en tanto a la
repetición se le sumen el recuerdo y la reelaboración. Interpretaciones y construcciones le
permiten al analizando apropiarse de un fragmento de la historia de su pasado libidinal y
reconstruir su sentido con el fin de ponerlo al servicio de su proyecto de vida actual.
Y en la práctica el lugar de la historia está emparentado con el que le otorgamos a la
historia en la constitución del sujeto y con el concebir la transferencia como un proceso
histórico. También con la conceptualización que tengamos de la historia colectiva.
En psicoanálisis, el “hacer la historia” no podría reducirse a crónica, a un relato que
reprodujera el pasado con fidelidad pero sin establecer una interpretación de los hechos. La
historia que se va haciendo en el trabajo analítico establece relaciones entre el pasado que
se evoca y su repetición.
La historia se construye desde el presente. ¿Cómo? ¿Inventando un pasado?
¿Recuperándolo sin producir nada nuevo? La verdad histórica se construye partiendo de las
inscripciones del pasado, pero es el trabajo mancomunado el que generará nuevas
simbolizaciones. No porque inventemos cualquier pasado, ni porque develemos algo
preexistente.
Podríamos decir que la relación realidad/fantasía es fundante del psicoanálisis, que
es constitutiva de Freud y su descubrimiento. ¿Dónde terminaba una y comenzaba la otra?
La preocupación, la insistente ocupación por el problema de la verdad histórico-vivencial
(esa fuente del Nilo que en 1896 buscaba en ese trauma o serie de traumas) permaneció
como cuestión abierta hasta el final de su obra.
En vez de oponer realidad a fantasía quizá convenga articular acontecimientos
históricos significativos con los montajes fantasmáticos que acompañan su representación
psíquica. Y considerar qué interpretación de lo vivenciado elaboró el sujeto y sobre la base
de qué causalidades.
La interpretación, al operar un desplazamiento en cuanto a la causalidad, reorganiza
el campo de la significación; su meta es que el analizando logre conjugar de otra manera los
verbos “ser” (registro identificatorio) y “tener” (registro objetal).
La construcción, a su turno, aspira a reconstruir una parte de la historia infantil. Así,
ciertas dimensiones del presente serán interpretadas como repeticiones de la historia del
paciente. Por novedosa que sea la historia transferencial, es necesario que respete y
refuerce la singularidad de la historia del analizando. Las construcciones en el psicoanálisis
pretenden recuperar tramas, no acontecimientos aislados. La escena primaria o el Edipo son
tramas, redes relacionales complejas, más que acontecimientos o conjunto de
acontecimientos.
Es que el acontecimiento siempre está inserto en una trama. Es un nudo de
relaciones; aislado, no es nada. Es el resultado de una encrucijada de itinerarios posibles.
De ahí que la historia deba hacer inteligibles las tramas y no limitarse a relatar.
El recuerdo se produce en el interior de la repetición y recupera huellas olvidadas,
deformadas, transformadas por los efectos de la historia, del tiempo, de la imaginación,
huellas que constituyen ese patrimonio singular de memoria.
Freud transformó la concepción tradicional de la memoria, esa secuencia inscripción
-almacenamiento- reevocación. La memoria es un sistema múltiple de huellas que se
reactualizan y se retraducen una a otras en los diversos sistemas. Si bien conceptualizó la
represión como una falta de traducción, introdujo un “más allá del principio de placer” en el
cual predomina lo traumático, la desligadura y lo vinculó a la pulsión de muerte.

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La represión implica un olvido conservador: lo reprimido perdura en el interior de la
psiquis. Mientras que la pulsión de muerte desinviste y destruye las huellas. Produce huecos
de memoria que dificultan el trabajo de rehistorización. Los mecanismos de defensa
arcaicos suponen procesos de desestructuración y de deshistorización. Las fijaciones son
tanto sobreinvestimientos del pasado, como resultantes de los traumas: rupturas en los
sistemas mnémicos. De ahí que la tarea del psicoanalista no consista solo en recuperar una
historia sino en posibilitar simbolizaciones estructurantes.
Lo que se despliegue en la trama de la historia transferencial dependerá de lo
compartido en las sesiones precedentes, así como de otros encuentros realizados por el
analizando y por el psicoanalista en otros espacios y en otros tiempos. El pasado se
constituye gracias a ese fondo de memoria que pone al abrigo del desinvestimiento el
recuerdo de un cierto número de experiencias afectivas seleccionadas en función de la
intensidad del afecto que las había acompañado.
La relación existente entre ese tiempo vivido en el pasado y la narración que permite
que un tiempo muerto encuentre lugar en un discurso vivo no es una cuestión especulativa.
Al contrario, concierne a la práctica cotidiana. Sendas memorias -la del psicoanalista y la del
analizando- tejen una trama sobre la que se desplegará el trabajo analítico. La historización
simbolizante se produce por la conjugación del recuerdo compartido y comunicado. El
psicoanálisis es un encuentro entre dos historiadores y dos versiones. No es un “combate de
versiones narrativas” sino que produce una nueva versión de la historia, construida en
común. Para lo cual el psicoanalista escuchará al otro como otro (tanto en relación con su
realidad psíquica como con sus referencias teóricas).
Un psicoanalista es una trayectoria, alguien que debate (y se debate) con la clínica,
con los textos, con su propio psicoanálisis, con las mil facetas de su vida. Alguien dispuesto
a la historia y a trabajar la historia, la diferencia. Su afiliación es a un trabajo de pensamiento
no a instituciones ni líneas. Desde una trayectoria se puede pensar la praxis mientras que
una línea es algo que se aplica.
La relación entre metapsicología y praxis ¿se produce en el interior de la sesión?
¿Cuándo se reflexiona (fuera de la sesión) acerca de un psicoanálisis? ¿Sólo en los
intercambios con colegas? Para algunos conjunción se convierte en una disyunción:
metapsicología o práctica cotidiana. Freud (1932) escribió que la patología muestra una
ruptura o desgarradura donde en lo normal está presente una articulación. A mi modo de
ver, en la teoría ocurre algo parecido. La teoría “normal” articula metapsicología y praxis y
esa articulación es precisamente el método. Mientras que en la patología de la teoría, la
praxis está desgarrada de la metapsicología.
El arte clínico requiere aspectos que remiten a la creatividad. Creación en distintos
registros: creación por el analizando de una nueva versión de su historia; creación por el
psicoanalista que se descubre construyendo con otro algo nuevo e inesperado, y creación
por los dos participantes de una historia transferencial.
Teorización flotante (Aulagnier) es esa selección de lo que conoce el psicoanalista
respecto al funcionamiento psíquico y posibilita la movilidad de sus pensamientos en la
escucha.De mil maneras -entre ellas su propio psicoanálisis- el psicoanalista se cuidará de
tomar por conocido lo desconocido ahora o siempre. En lo teórico tal es el papel de la teoría
de la complejidad. Más que una mente en blanco, una mente libre para investir cada
proceso analítico en su carácter único y no predecible. La teorización flotante es fuente de
nuevos pensamientos que surgen en el marco espacio-temporal de la sesión. Interpretar no
es producto solo del encuentro entre dos inconscientes sino que incluye la actividad de
pensamiento del psicoanalista, su toma de conciencia vinculada tanto a su propia
problemática inconsciente como a su saber “teórico”.
La escucha psicoanalítica no es totalmente pasiva ni totalmente desinformada
aunque no es la aplicación de un conocimiento teórico. Día a día el psicoanalista va
procesando sus lecturas, su experiencia clínica, su propio psicoanálisis, sus identificaciones
significativas, su participación en diversos colectivos, va complejizando su escucha. Un
peligro es que la teorización flotante se torne tan consciente, tan sistemática que deje de ser
flotante y la racionalidad se convierta en racionalización. Otro, que por escapar a las

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teorizaciones rígidas, no haya ninguna, por ejemplo, en aquellos que hacen de la práctica
fuente absoluta de la interpretación.
Un analista trabaja mediante su disponibilidad afectiva y su “escucha”. En la clínica
actual se le solicita mucho más: su potencialidad simbolizante, no solo para recuperar lo
existente sino para producir lo que nunca estuvo. La demanda predominante de análisis en
la actualidad está sustentada en sufrimientos intensos, que implican para el analista
desafíos en que su actitud técnica debe ser modificada.
La disponibilidad para la escucha no consiste meramente en quedarse callado.
Consiste en no prejuzgar. En colocarse al servicio de la experiencia del otro, otro único,
singular. En abrirse a lo desconocido. La escucha es el prerrequisito para una interpretación
a salvo de un saber preestablecido, congelado, una mera “aplicación” de la metapsicología.
Cuanto más amplio sea el campo de los posibles relacionales del psicoanalista más
productiva será su hospitalidad al abanico identificatorio propuesto por el mundo
fantasmático del analizando. Puede derivar al paciente. Pero si lo toma en psicoanálisis no
puede negarse a ninguna de las infinitas e imprevisibles proyecciones. No está de más que
anticipe cuales pueden ser algunas, si está disponible para las que efectivamente vayan
siendo. Si no lo está, es porque ejerce violencia secundaria para rechazar lo singular de este
psicoanálisis. De ahí lo necesario de dilucidar la función que tiene la teoría en la escucha y
la violencia que puede ejercer en el desarrollo asociativo del analizando.
La violencia primaria le permite al yo devenir. Pero cuando para la madre prevalece
el deseo de preservar inmutable su relación con el infans (“que todo cambie” o “que nada
cambie”), se instala la violencia secundaria, una deshistorización que despoja al niño de
todo futuro investible. “Que todo cambie” es un proyecto de comenzar de cero, de despojar.
En un psicoanálisis ese proyecto consiste en despojar al analizando de su historia infantil,
de sus referentes identificatorios, de todo aquello que lo hace un sujeto singular. Alegato
para una escucha pero también alegato por este oficio de intérprete que nos confronta al
riesgo de la violencia secundaria, ya sea por sordera, ya sea por atribuirnos un poder de
transformación que desconozca lo específico de ese sujeto.
Si la violencia primaria impone a los niños ciertas denominaciones para ponerle
palabras a los afectos, el trabajo analítico es justamente el recorrido inverso, ya que toda
interpretación tiene como finalidad encontrar en estas demandas, estas inhibiciones, estos
síntomas, los conflictos que lo originan y remontar estos conflictos a aquellas experiencias
afectivas que han sido su fuente. El trabajo analítico se propone deshacer ciertas violencias
sufridas (Aulagnier).

Verdad histórica-verdad narrativa


Algunos autores piensan que el psicoanálisis no busca verdades históricas sino
verosimilitudes. La “verdad histórica” sería una fantasía retrospectiva proyectada hacia el
pasado y la meta de reconstruir la historia, una ilusión. El psicoanálisis solo debería aspirar
a la verosimilitud. En todo caso una postura bien diferente de la de Freud que abandonó la
teoría traumática en 1897, pero no la aspiración a recuperar la verdad histórica subyacente
a la “verdad narrativa”.
“Ninguna verosimilitud, por seductora que sea, resguarda del error; aunque todas las
partes de un problema parezcan ordenarse como las piezas de un rompecabezas,
debiera tenerse en cuenta que lo verosímil no necesariamente es lo verdadero y la
verdad no siempre es verosímil” (Freud, 1938).
Según Spence, el psicoanalista construye un relato verosímil que no tiene valor de
verdad histórica. Esta construcción, al adquirir verdad narrativa, no solo da forma al pasado
sino que se convierte en el pasado.
Estas concepciones hermenéutico-narrativas -influenciadas por el postmodernismo
que relativiza las nociones de verdad objetiva- cuestionan el objeto del psicoanálisis tal
como fue expuesto por Freud. La inclusión de la noción de narrativa aplicada a la historia del
sujeto implica un cambio de perspectiva en la consideración del pasado como dimensión
relevante, en tanto reservorio de hechos históricos que explican situaciones del presente.
Están convencidos de que la verdad histórica es inaccesible e irrelevante. Se dedican, más

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bien, a encontrar las técnicas adecuadas para vincular la reconstrucción a la transferencia.
Al atenuar la distinción entre “verdad narrativa” y “verdad histórica”, la reconstrucción pasa a
segundo plano restándole importancia a la realidad de los acontecimientos pasados.
Sostienen que el objetivo del tratamiento es el fortalecimiento del yo, más que la
recuperación de los recuerdos. ¿Qué clase de fortalecimiento es ése y cómo se lo
consigue? De la reconstrucción sólo se exige que sea clínicamente “útil” al paciente.
Hay un obstáculo mecanicista. Consiste en creer en una verdad objetivable, en algo
fijo y muerto que volveríamos a encontrar idéntico a sí-mismo. Y un obstáculo idealista:
negar toda referencia a un núcleo de realidad histórica y limitar lo real al discurso del aquí y
ahora.
Se podría encontrar una relación entre “verosimilitud” y “construcción”. Freud aceptaba
que, si era imposible despertar el recuerdo, la convicción sobre la veracidad de las
construcciones puede ser un sucedáneo. Cuanto más arcaica es la vivencia que la
construcción trata de recuperar, más se apela al saber “teórico” y menos a la rememoración.
Pero, ¿cómo deslindar convicción de sugestión? ¿Bastará que las construcciones sean
verosímiles para el analizando? ¿No podría colarse una retórica de la persuasión?
Un relato verosímil, coherente acaso sea sólo una elaboración secundaria, una
proyección de la teoría del sujeto a este sujeto, una fantasía del psicoanalista. Un
psicoanalista que debe ser imaginativo, sí, articulando e interpretando el material, tan
imaginativo como un literato pero a su modo. El no puede inventar el material.
Historizar la repetición es convertirla en recuerdo. No se hace en un día. Se hace cada
vez que el analizando acepta la singularidad de su historia y descubra que sus encuentros
actuales están influenciados por los privilegios que se conceden a tal o cual rasgo del
objeto, a tal o cual referencia identificatoria y a tal o cual forma de compensación narcisista.
Nuevas versiones, nuevas ilusiones para el porvenir, que deja de ser mera repetición!
Cuanto más pretenda lograr el psicoanalista una construcción histórica completa, más
riesgo correrá de no poder confrontarla con el recuerdo. En el postfreudismo la tendencia es
cada vez más ambiciosa: se ha querido escudriñar los elementos primeros de la experiencia
humana. Y actualmente hay una peculiar fascinación por todo lo que remita al origen. Esa
no era la actitud de Freud ante lo originario.
El rechazo a toda unificación sistematizante es particularmente evidente en todo
aquello que concierne al origen, de tal manera Freud eludía el riesgo de sustancialización.
Lo arcaico se juega sobre tres bordes: ontológico (el ser del comienzo); discursivo (la
posibilidad de un discurso del comienzo) y gnoseológico (la posibilidad de un conocimiento
del comienzo). Lo arcaico se refiere a tres paradigmas diferentes: ya sea a un fundamento,
ya sea a un sustrato que sostiene lo aparente o a un antecedente temporal. En esta tercera
alternativa designa el punto de emergencia de un proceso. Cada uno de estos tres
paradigmas engendra modelos de racionalidad distintos.
Freud utilizaba el prefijo “Ur” al acuñar las palabras para el antes de los procesos
psicosexuales que constituyen el material de la experiencia psicoanalítica (escena primaria,
fantasía originaria, represión originaria, padre originario). Intentaba dilucidar la articulación
entre deseo, ley, realidad y prohibición. Lo arcaico tiene la pretensión de que el origen deje
de estar velado; de allí su persistente seducción. Por eso lo tentador de un psicoanálisis
completo. Freud dijo que no era posible, aceptando los límites del psicoanálisis. Aceptación
que para algunos es pesimista y para otros, como Assoun, traduce en la práctica la “ética
freudiana de lo arcaico”.
El yo, aunque puede renunciar a su imagen idealizada (yo ideal) mantiene en
suspenso la posibilidad que otro pueda encarnarla (idealización). Búsqueda del otro
prehistórico (Freud, 1896). Un otro que nos entienda más allá de la palabra. Freud estuvo
siempre atento a la reaparición de la sugestión en el psicoanálisis. Si predomina la
convicción sobre la rememoración lo que enuncia el psicoanalista no vale por lo que el
psicoanalista dice, sino porque lo dice el psicoanalista.

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Historia transferencial e implicación subjetiva
Desde el nacimiento el ser humano enfrenta duelos, “elige” mecanismos de defensa,
compone una realidad vincular. Es de esta historia que el psicoanalista tratará de forjar una
nueva versión sin sustituir la historia singular por una universal, supuestamente
proporcionada por la teoría.
Disponemos de una teoría, un método y una técnica pero precisamente la
metapsicología freudiana se autolimita al indicar los límites de la teoría en la práctica. Como
analistas estamos obligados a afrontar la totalidad de lo psíquico, donde lo particular de
cada historia mantiene indefinidas relaciones con los conceptos adquiridos en nuestra
formación teórica. El método supone rehusarle el saber al analizando pero, además,
rehusárnoslo a nosotros mismos (Laplanche).
La teoría de la complejidad es relativamente reciente pero la complejidad es vieja
como el mundo y analizar siempre fue complejo: escuchar con atención flotante,
representar, fantasear, experimentar afectos, identificarse, recordar, autoanalizarse,
contener, señalar, interpretar y construir.
La iniciación de un psicoanálisis resulta de un encuentro único, irrepetible, de un
analizando con su historia y un psicoanalista con su historia y una disponibilidad para la
escucha. Repitámoslo: con su propia historia, su escucha estará al servicio de una
experiencia singular, la de este otro, la potenciará, la ayudará a desplegarse. En cambio,
avasallará lo nuevo cada vez que reduzca un tratamiento a una réplica de otros.
Pensar la historia transferencial como un producto del espacio analítico implica
encarar su metapsicología: encuentro de dos psiquis, dos historias, dos proyectos, dos
sistemas abiertos, descubriendo sus múltiples relaciones. Producción, más que
reproducción, tal como nos lo permite pensar un psiquismo concebido como sistema abierto
auto-organizador que conjuga permanencia y cambio.
El psicoanalista no debe ser solo un soporte de proyecciones y de afectos
movilizados por la regresión del paciente. Es el potencial afectivo el que nutre sus
intervenciones. La contratransferencia revelará al psicoanalista no sólo su “saber” sino
también su capital libidinal y relacional que remite a su propia historia. Pretender un
psicoanalista automático, ahistórico, reductible a una función es una exigencia que
desvitaliza la experiencia psicoanalítica o conduce a ese escepticismo cultivado riesgo
propio de un ideal inviable.
El psicoanalista está ante un enigma exigido a un pensar y a un hacer. ¿Huye o lo
enfrenta? Lo enfrenta mediante su atención flotante y su contratransferencia. Invistiendo la
totalidad de lo psíquico, aunque sus investigaciones privilegie ciertos aspectos de la teoría.
Ese investirlo todo, ese no rehusarse es la atención flotante. Una atención quizá más
mentada que practicada.
La atención flotante no es solo un correlato, algo paralelo o complementario de la
asociación libre: supone mayor complejidad y pone en juego la trayectoria del psicoanalista:
historia personal, psicoanalítica, teórica, práctica. Es una asociación libre restringida por la
escucha y por la teorización flotante y no una remisión sin fin al mundo fantasmático del
psicoanalista.

Para Lewkowicz lo esencial de la operación historiadora puede reducirse a la relación


entre dos marcas: la marca 1, previa o antecedente; la marca 2, nueva o actual. Para una
historia lineal la marca 2 es un término de la serie cuya razón radica en la anterior: en 2 se
despliega en acto lo que en 1 estaba en potencia. La marca 2 repite su antecedente,
redunda hasta reducirse a la explicitación de 1. En la marca 1 tiene que estar la razón
suficiente de 2. La marca 2 es nueva en su apariencia pero reductible a 1. Se trata de lo
aparentemente nuevo.
Según la institución contemporánea del tiempo, el instante actual quiebra toda relación
con el instante previo. Se instaura una marca 2 que desaloja a la anterior sin resto. Si 1 cae
en el no-ser y 2 es todo lo que es, estamos ante lo totalmente nuevo.
En ninguno de los dos casos hay historización. En el primero porque la marca 2 repite
a la 1; no hay presente sino puro pasado desplegándose. En el segundo caso, la marca 2

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sustituye a la anterior; el puro presente inunda la totalidad de lo dado. Puro presente o puro
pasado son dos formas de eliminar la diferencia propia de la operación historiadora. En la
historización, la marca 2 no repite ni sustituye a la 1: la suplementa. La marca 2 instaura
cualidades inexistentes e imposibles en 1. La operación historiadora no consiste en hacer
desaparecer la 1 sino en alterarle la consistencia. 1 no es la clave de 2; 2 no es la clave de
1: la clave es la diferencia. La marca 2 hace caer la omnipotencia de la marca 1, se altera el
sentido y el valor de la memoria cuando un término actual irrumpe en su hegemonía
historizándolo. La marca 1 señala eso cuya potencia habrá que limitar, sin anular, para
continuar en la vía subjetiva de la liberación. No es puente sino obstáculo. No es patrimonio
sino lastre.
Despojar al sujeto de su historia es consustancial a la alienación (vicisitud frecuente
de muchos psicoanálisis).“El hombre -afirma R. Aron- aliena su humanidad tanto si renuncia
a buscar como si imagina haber dicho la última palabra”.
En el rescate de la singularidad histórica estriba la diferencia del psicoanálisis con las
terapias sugestivas y morales, que algunos habían creído definitivamente derrotadas.

Luis Hornstein
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus
últimos libros son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y Clínica
(Paidós, 2003), Proyecto terapéutico (Paidós, 2004), Las depresiones
(Paidós, 2006), Autoestima e identidad (F.C.E., 2011) Las encrucijadas
actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013). Puedes escribirle a su email:
[email protected] o consultar su página www.facebook.com/luishornstein

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