Libro Proceso y Ejecucion de Luis Xvi

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PROCESO Y EJECUCIÓN
DE LUIS XVI
: - €OLECCION QUEVEDO

TOMOS PUBLICADOS

1.—La sonrisa de Themis.


IL.-—Los viejos cuentos españoles.
111.—Del Rey y la Institución Real (El regicidio
del P. Mariana).
Í IV.—Episodios Rabelesianos.
| V.—Doctrinal de Quevedo.
VI.—Cymbalum Mundi,
VIL.—Ensayo sobre la poesía épica, de Voltaire.
VILL—Venus en el claustro (2.? edición).
IX.—La Mojiganga Teológica, del P. 1sla.
X y XI.—La Roma escandalosa bajo los Césares, de
+ Suetonio.
Va XII.—El Arte de amar, de Ovidio.
XII1.—Los delitos sexuales en las viejas leyes espa-
ñolas.
XIV.—La sonrisa de Esculapio.
XV.—Ananga-Ranga, de Kalyana-Malla.
XVI.—Tratado de las cosas íntimas de la Compa-
ñía de Jesús.
XVII.—Proceso y ejecución de Luis XVI (2.* edi-
a ción). :
XVIII. —Luciano de Samosata.
XIX y XX.—Retrato de los Jesuítas.
Proceso y ejecución
de Luis XVI
RECOPILACIÓN HISTÓRICA POR

E. BARRIOBERO Y HERRÁN

SEGUNDA EDICIÓN

MUNDO LATINO
" COMP.A IBEROAMERICANA DE PUBLICACIONES
PRÍNCIPE DE VERGARA, 42 Y 44
MADRID
1931
Es propiedad. Queda he-
cho el depósito que marca
la ley.
Copyrigth
by E. BA-
RRIOBERO Y HE-
RRÁN, 1931.

Imp. de Galo Sáez / Mesén de Paños, 8 / Madrid,


O e AGE." AE A E E AA E A AS ns, AAA EA EEE A AAA dia

PROCESO Y EJECUCIÓN
DE LUIS XVI

RIMEN, asesinato, regicidio. He aquí las


E palabras que casi todos los historiado-
res emplean para dar cuenta de aquella trá-
gica resolución de la Convención Nacional
Francesa.
Los ejecutores de Carlos 1 de Inglaterra tu-
vieron mejor suerte. Muchos historiadores los
censuran, pero ninguno los execra. Y es que
éstos mataron a su rey sin deponer los guan-
tes; eran nobles y burgueses, y aquellos otres
eran pueblo. Y la Historia, que por excep-
ción suele ser alguna vez noble, es burguesa
siempre. :
A mi juicio, esta severidad para con la sobe-
ranía nacional, este afán de ocultar el proceso
y los fundamentos de la sentencia, obedece a
dos causas. Una, y acaso la principal, la eje-
cución de María Antonieta, asociada a la del
rey por obra de la Revolución y del momen-
to y poco justificada ante la crítica imparcial.
8 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Otra, el afán que mostró Napoleón empera-


dor en hacer olvidar el puente de la demago-
gia por donde pasó al escenario de su apo-
teosis.
La Convención, abrumada además por los
intentos reaccionarios y enferma de aquella
autofagia, que la determinaba a enviar de
continuo a la guillotina sus miembros más
notables, no pudo cuidarse de hacer impri-
mir y circular el proceso de Luis XVI, con
lo que, al faltar el documento, los enemigos
de la democracia y los esclavos y aduladores
de la realeza han podido despacharse y adje-
tivar a su gusto.
Pero hubo un proceso. Nada de crimen, de
asesinato ni de regicidio.
Enjuició y falló un Tribunal competente,
con arreglo a mormas jurídicas, que oyó al
acusado y a sus defensores y examinó pruebas.
Por otra parte, la inviolabilidad del rey
nunca fué dogma del Derecho político fran-
cés, y aun se puede añadir que Luis XVI aca-
bó de ser rey de Francia cuando su huída
vergonzosa, en la que de orden de la Con-
vención se le detuvo en Varennes, esto es,
muchos meses antes de la iniciación del pro-
ceso.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 0

Sobre la justicia del fallo sólo cabe poner


reparos a la pena; la de muerte nunca es
justa. Pero en cuanto a lo demás, no deja de
ser digno de observar y registrar el hecho de
que el voto de Robespierre en la gran Asam-
blea coincide con el juicio póstumo de Riva-
rol, monárquico y reaccionario: “Como rey,
Luis XVI mereció sus desgracias, a lo menos
porque no supo desempeñar su oficio.”

EL PROCESADO LUIS CAPETO

Si a Suetonio, redivivo, le fuera dado haber


escrito la historia de Luis XVI, tendría el lec-
tor que hacer larga antesala en un copioso
catálogo de presagios que desde muy lejos le
anunciaban el cadalso.
A juicio del romano historiador, no deja-
rían de constituir uno fundamental aquellas
palabras de Luis XV: “Después de mí, el di-
luvio. ¡Bien les queda que hacer a mia £u-
cesores!”
Durante su mocedad y en los ratos de ocio
que le libran antes de reinar, sus jornadas de
albañil y de cerrajero, traduce de Hume la
10 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

vida de Carlos 1 de Inglaterra y sigue con es-


panto los detalles de su triste suerte. Su plu-
ma, temblorosa, termina la traducción; pero
el espanto queda en su alma, y para torcer lo
que acaso inconscientemente considera su trá-
gico destino, decide tener contentos a los cor-
tesanos a favor de un constante reparto de fa-
vores y prebendas. Cuando se forja este pro-
pósito no advierte que los cortesanos estaban
delante del trono; pero a sus flancos y a su
espalda, el pueblo, los banqueros y los filó-
sofos formaban tres falanges amenazadoras.
En sus bodas con la austriaca María Anto-
nieta, la aglomeración de aquel pueblo que
quiso admirar de cerca a sus jóvenes Delfines
determinó la muerte de trescientas personas.:
La sangre del pueblo salpicó los azahares de
la novia y las galas del novio. ¿Será cierto el
dicho árabe de que la sangre pide sangre?
Sobrecogido y aterrado sin duda por estos
presagios, al saber la muerte de Luis XV y
su ascensión al trono por virtud de ella, cae
de hinojos ante el féretro y pide la ayuda de
Dios para emprender su nuevo camino.
Comienza muy joven a reinar; apenas cuen-
ta veinte años; pero la flor de su juventud se
marchita prematuramente y apenas han pa-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 11

sado dos lustros cuando ya se le ve encorvado


y gordinflón, fofo y débil, tanto de cuerpo
como de voluntad.
Desde sus comienzos se muestra santurrón,
encogido, grosero y falto de ingenio. Pone
punto final a las orgías de los anteriores rei-
nados, destierra de la corte a las que fueron
las queridas de sus antepasados y establece
como norma la beatería y la adulación al pue-
blo. Sobre todo al pueblo campesino. La reina
cuida personalmente su gallinero, y el rey
lleva una flor de patata como dije de su ca-
dena.
Es amigo de la guerra. En complicidad con
San Germain, introduce en el Ejército francés AEEN
CODA A
ET

las costumbres alemanas.


Ó
Tiene la hipocresía de la sobriedad. Nada
más que la hipocresía, porque durante su rei-
nado aumenta la deuda pública en mil seis-
cientos millones, y consiente que cada fin de
año los asentistas le regalen una bolsa de ter-
_ciopelo negro con una buena parte de las ga-
nancias que han obtenido por virtud de los
privilegios que les concediera y de los favores
que les dispensara. Su mejor ministro de Ha-
cienda es el manirroto Calonne, quien repeti-
damente le contesta: “Si lo que vuestra ma-
12 E. BARRIOBERO Y HERRÁN
Xx

jestad pide es posible, delo por hecho; si es


imposible, se hará.”
Tiene también la hipocresía del trabajo.
“Yo también trabajo”, dice un día a Turgot,
y le muestra un proyecto que acababa de con-
cebir para destruir los conejos que le comían
la hortaliza.
Sólo supo ser rey en sus últimos momen-
tos. La serenidad pone matices de soberanía
en su gesto cuando, acusado, comparece ante
la Asamblea y cuando, invitado por Sansón
con aquel famoso Montez, monsieur, sil vous
plait, sube las gradas del cadalso. La poste-
ridad ha descubierto que pocos días antes
había derramado sobre el papel, en el que
hizo constar su testamento, todas las lágrimas
de sus ojos y todos los sollozos de su corazón.

LA HUÍDA A VARENNES

El 20 de mayo de 1791 fué aquella célebre


“Declaración de Mantúa”, conocida en la His-
toria con el nombre de Tratado de Pavía, en
el que se concertó por las potencias europeas
una coalición contra Francia.
Al conocerla el monarca, tiembla y corre
Sd

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 13

a ponerse bajo el amparo de la Asamblea Na-


cional, a la que tanto había detestado hasta
entonces. Para complacerla, o acaso para adu-
larla, despide a los clérigos de su capilla y
a los ministros malquistos de la pública opi- pS
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nión. Apresurado y nervioso, firma además to-


dos los decretos contra los que había opuesto .
resistencia.
La Asamblea significa alborozada su com-
placencia, y con ello calma los nervios y las
inquietudes del rey, que pocas semanas des-
pués vuelve a sentirse rey y protesta contra A
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aquellas firmas, que dice haber prestado con- )SN


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tra su voluntad. La reacción del pueblo es


instantánea y violenta. Desde las ventanas de
las Tullerías se ven los puños cerrados y los
gestos amenazadores. El rey, sobrecogido, de-
cide retirarse a Monmedy, en donde cuenta
con una asamblea adicta y algunos amigos.
En la noche del 20 al 21 de junio, todas las
personas de la real familia, cuidadosamente
disfrazadas y provistas de pasaportes con
nombres supuestos, salen del palacio sin que
nadie lo advierta y separadamente, para re-
unirse poco después en un lugar insospecha-
ble, y desde allí emprender el viaje.
Pero en la ruta, el rey no podía menos de
14 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

mostrarse como era: aturdido y falto de in-


genio y previsión. Detiénese su carroza para
relevar el tiro; baja al camino, y el maestro
de postas Drouet lo reconoce. Ya se compren-
derá lo poco que tardó en difundir la noticia;
pero no se conformó con esto, sino que, ar-
mado de un fusil, monta a caballo, sigue los
pasos de la familia fugitiva, le da alcance al
llegar a Varennes y le pide, insolente, los pa-
saportes. Avisado, sin duda, al mismo tiempo
que Drouet llega el procurador de la ciudad,
y con el pretexto de facilitar el examen de la
documentación, medio le invita medio le obli-
ga a trasladarse a su casa. Estos cortos mo-
mentos bastan para poner en alarma la po-
blación, que, al cabo de ellos, ya en multitud
armada, rodea la familia real para impedir
la fuga. Mientras tanto, cosa asombrosa dada
la dificultad de comunicaciones de aquel
tiempo, legó desde París un ayudante de
campo de Lafayette, portador de una orden
expedida por la Asamblea Nacional para lle-
varse al rey y a su familia a París en sus mis-
mos coches.
No hay para qué decir cómo fueron recibi-
dos. Á su paso, las bocas más procaces lanza-
ban contra él los ultrajes más horrendos.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 15

Traidor y perjuro eran las palabras más sua-


ves. Poco antes de llegar a la luminosa villa,
un noble, sin duda agradecido, acércase a be-
sarle la mano y es arrollado y muerto por la
multitud, a la que sólo pudo calmar la pre-
sencia de tres comisarios de la Asamblea.
El día 25 de junio fué el de la entrada de
la real familia en París, a las siete de la tar-
de. La multitud llenaba las calles y las venta-
nas. Se había prohibido, bajo pena de muer-
te, el que nadie se descubriera delante del
rey. Penosamente pudo llegar al palacio, y el
pueblo entonces quiso asesinar a los tres guar-
dias de Corps que con él regresaban, por su-
poner que habían sido los organizadores de
la fuga; pero la aparición de seis diputados
de la Asamblea los salvó. Iban comisionados
por ella para recibir las declaraciones del rey
y de la reina. El rey explicó a su manera los
motivos que habíanle inducido a abandonar
París, y disculpó a los que le habían acom-
pañado.
El 13 de julio siguiente examinó la Asam-
blea :odas las actas y declaraciones referen-
tes a la fuga, y después de una discusión em-
E
¡peñadísima, decretó que no podía abrirse
“proceso contra el rey por ser. inviolable su
16 E, BARRIOBERO Y HERRÁN

persona. Así, sólo pudo perseguir y castigar


a los cómplices.

LA PRISIÓN DE
LA REAL FAMILIA

Absueltos todos por lo de la fuga, queda»


ron en libertad; pero en una libertad aparen-
te, porque sobre el palacio de las Tullerías,
tanto la Asamblea como la Municipalidad,
habían establecido permanente vigilancia. Es-
ta no impidió el que más de una vez las tur-
bas populares invadieran, lanzando invecti-
vas y gritos, la regia morada. Tal ocurrió
cuando aquellos treinta mil hombres se pre-
sentaron en la Asamblea cantando el Ca irá
y bramando: “¡Abajo el veto! ¡Vivan los des-
camisados!”
Después, guiados por Santerre, encaminá-
ronse al regio alcázar, rodearon al monarca,
pusiéronle un gorro encarnado y le hicieron
subir sobre una mesa mientras le gritaban:
“¡No más veto, no más clérigos, no más aris-
tócratas! Te engañan, Luis, te engañan!”
Pero por entonces las cosas no pasaron de
ahí y pudo Luis disfrutar de una aparente
tranquilidad hasta el mes de agosto de 1792,
Sá AE -dsd %

+
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 17

en que el duque de Brunswick lanzó contra


Francia, en nombre del Ejército prusoaus-
tríaco, la proclama que determinó una suble-
vación general, acaudillada por Dantón, Ro-
bespierre y otros miembros de la Convención
Nacional,
Tal ocurrió el día 10; los suizos y un corto
número de franceses adictos al trono defen-
dieron las Tullerías; pero al rey le faltó va-
lor para montar a caballo y ponerse al frente
de sus leales y acudió a refugiarse a la Asam-
blea Nacional, a la que saludó con estas pa-
labras:
“Vengo para evitar una gran catástrofe;
siempre me creeré seguro entre los represen-
tantes de la nación, y aquí he de permanecer
hasta que se restablezca la tranquilidad.” P

La Asamblea no podía tomar en conside-


ración esta súplica quejumbrosa a causa de
los agravios que del rey tenía recibidos. y
fué imposible a su presidente y a los miem-
bros realistas atajar el torrente de ironías y
desprecios que brotó contra él de todas partes.
Fué encerrado con los suyos en una habita-
ción destartalada, y desde ella, entre el es.
JP tampido del cañón que de la calle llegaba y
las miradas preñadas de odios de sus centine-
18 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

las de vista, oyó cómo se desplomaba la mo-


narquía y cómo se acordaba declararle sus-
penso en sus funciones de rey.
En las calles, la carnicería era espantosa;
en ella tomaron parte las mujeres; los marse-
lleses, a los acordes de su himno, realizaban
an
proezas inauditas; los cañones ametrallab
a la guardia suiza, y los que del fuego se sal-
varon, fueron degollados por las turbas.
Los jacobinos declararon a voz en grito que
el rey era el único culpable de aquella heca-
o tombe. Dantón pedía armas y proclamaba
una República en la que por igual hombres
y mujeres tuviesen voto. Marat gritó que to-
dos eran traidores. Y Robespierre declanua-
ba: “¡Ved en movimiento la más hermosa re-
0 volución que ha honrado a la Humanidad, la
única que ha tenido un objeto digno del hom-
bre: el de fundar una sociedad política so-
bre los divinos principios de la Igualdad, de
e la Justicia y de la Razón. ¿Qué otra cosa po-
«dría inspirar a este pueblo un valor tan su:
blime y paciente y producir prodigios y he-
roísmo iguales a cuantos la historia nos re-
cuerda de la antigiiedad? El choque que ha
derribado un trono los conmoverá todos.”
Mientras el famoso diputado de Arras pro-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 19

nunciaba estas palabras, eran el rey y su fa-


milia conducidos por numerosa guardia a la
prisión del Temple, de donde ya no habían
de salir sino para el patíbulo.

LA VIDA EN LA CÁRCEL DE
LOS REGIOS PRISIONEROS

De ordinario muéstranse todos 'resignados


y animosos. Sólo se les consiente un criado,
el ingenioso y expeditivo Clery, para toda la
familia. El rey ocupa un piso; las mujeres y
los niños, otro. De día los dejan estar re-
unidos.
Luis se levanta temprano, y las primeras
horas de la mañana las dedica a educar a su
hijo. Le enseña geografía, que, fuera de los
oficios manuales y de la lengua inglesa, es lo
único que sabe, y les hace leer versos de Ra-
cine y de Corneille.
María Antonieta, mientras tanto, da lec-
ción de lectura a su hija. Después hace tapi-
cería y bordados.
A la una bajan todos juntos a los jardines;
a las dos vuelven a subir para comer; luego,
Luis duerme la siesta y las mujeres trabajan
20 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

hasta el crepúsculo. Cuando encienden las lu-


ces leen.en común, cenan y se separan para
acostarse,
Luis, en la cama, seguía leyendo easi toda
la noche. Acaso sea ésta la única manifesta-
ción de su inquietud.
Tenían centinelas de vista. Santerre hacía
diariamente una minuciosa requisa en todas
las habitaciones.
Los oficiales de la guardia estaban reuni-
dos en una especie de Consejo permanente,
que expedía órdenes y acordaba o denegaba
las peticiones de los prisioneros.
Al principio se les permitió tener papel,
plumas y tinta; después, no, y llegó a qui-
társeles todos los instrumentos punzantes y
cortantes para evitar el que atentaran contra
su vida. Con ello pusieron fin a las primoro-
sas labores de la ex reina.
Estaban muy mal de ropa. En septiembre
les enviaron para este menester dos mil fran-
cos; pero quedaron en poder del administra-
dor del Temple, que sólo les facilitaba peque-
ñas cantidades.
El Estado les daba de comer magníficamen-
te. En la cocina de los regios prisioneros la-
boraban trece funcionarios. Uno de ellos fué
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 21

autorizado para que ayudase a Clery a servir


la mesa, y desde entonces, por su mediación,
pudieron tener los presos periódicos y noti-
cias de la calle.

EL PROCESO DE LUIS XVI

La Asamblea no sentía gran prisa por juz-


gar al rey y poner fin a su proceso. En ella, '
las opiniones estaban divididas, y no era po-
sible hacer un cálculo sobre quiénes forma-
ban mayoría, si los partidarios de la inmu-
nidad y la inviolabilidad, o los que sostenían
que el 10 de agosto había dejado de ser rey.
Fué precisa una gran presión del exterior,
de la opinión pública, para que se decidiese
a iniciar su ardua y complicada tarea.
La discusión del prólogo absorbe todas las
sesiones desde el 13 hasta el 30 de noviembre.
Luis XVI, ¿puede ser juzgado?
En caso afirmativo, ¿por qué Tribunal?
El 3 de diciembre la Convención declara
que Luis será juzgado por ella, y acuerda de-
dicar a la vista del proceso todos los días si.
guientes desde las once de la mañana hasta
las seis de la tarde.
El día 4 se pone a discusión la forma que
22 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

se ha de dar al proceso; los partidarios del


rey quieren aprovecharse de ella para intro-
—ducir expedientes dilatorios.
Vuelve a suscitarse la cuestión, por decirlo
así, de competencia, y un discurso de Camilo
Desmoulins, que se transcribe en este volu-
men, determina el que la Asamblea mantenga
su acuerdo.
La sesión del siguiente día comienza por la
lectura de numerosos documentos. Entre ellos
los encontrados en el armario secreto de hie-
rro que el rey había construído, y cuya exis-
tencia un obrero reveló a M. Roland, y éste
a la Asamblea. (Nota 1.)
Se nombra una Comisión que por el estu-
dio de estos documentos concrete el acta acu-
satoria, y que cuando ésta sea aprobada por
la Asamblea, haga comparecer a Luis XVI
para contestar los cargos.
El día 10, la Comisión presenta el documen-
to enunciativo de los cargos; la Asamblea lo
aprueba y acuerda que comparezca Luis en
el día siguiente.
El Municipio toma en las calles enormes
precauciones. Numerosas tropas rodean el
Temple, adonde llegan a las diez y media de
la mañana el alcalde de París y el procura-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 23

dor de la ciudad para comunicar a Luis el


acuerdo de la Convención. Sale con ellos, se
acomoda en el coche del alcalde y se pone en
marcha la comitiva con una escolta de seis-
cientos hombres y seis cañones y numerosa
caballería a vanguardia y retaguardia. La
multitud ve pasar el cortejo con silencio pro-
fundo y emoción intensa.
Reunida la Asamblea, discute varias mo-
ciones presentadas acerca de la forma como
se ha de recibir al rey. Legendre dice que hay
que asustarlo con el silencio de las tumbas.
A propuesta de Defermón, se le coloca un
sillón junto a la barra.
Al fin, Santerre anuncia su llegada, y Ba-
rrere, que preside, exclama: “Ciudadanos: la
Europa os contempla. La posteridad os juz-
gará con una severidad inflexible. Conservad,
pues, la dignidad y la impasibilidad que con-
viene a los jueces. Acordaos de aquel silen-
cio terrible que acompañó a Luis cuando lo
trajimos a Varennes.”
Entre el silencio más profundo comparece
a las dos y media de la tarde el acusadu; le
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acompañan el alcalde y los generales Sante-


rre y Wittengoff. Su tranquilidad emociona
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un momento a la Asamblea. Parece como si


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24 É E. BARRIOBERO Y HERRÁN

hasta Marat y Robespierre se sintieran des-


fallecer un instante.
_—Sentaos—le dice Barrere—y contestad a
las preguntas que van a seros dirigidas.
Se sienta Luis y, sin que su tranquilidad se
altere, escucha la lectura del acta de acusa-
ción, inciso por inciso.
Se le acusa de haber interrumpido las sesio-
nes en 20 de junio de 1789 y el funcionamien-
to de los Tribunales el 23 del mismo mes y
año; de la conspiración aristocrática, derrota»
da por la insurrección de 14 de julio; del
banquete a los guardias de Corps; de los ul-
trajes inferidos a la insignia nacional; de la
negativa a sancionar la declaración de los
Derechos del hombre y varios artículos cons-
titucionales; de la nueva conspiración de oc-
tubre y sus escenas sangrientas; de las pro-
mesas falaces de reconciliación que al verse
descubierto formuló; del falso juramento he-
cho a la Federación el 14 de julio; de los ma-
nejos llevados a cabo con Talón y Mirabeau
para promover una contrarrevolución; de ha-
ber dado dinero para corromper cierto nú-
mero de diputados; de la reunión de los Ca-
balleros del Puñal el 28 de febrero de 1791;
de la fuga a Varennes; de la hecatombe del
. er 3 E Y e

S PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS xvI PECAR

de Campo de Marte; del silencio guardado so-


PEE Ro bre la Convención de Pilnitz; del retraso en
la promulgación del decreto que reincorpo-
raba Avignón a Francia; de los movimientos
de Nimes, Montauban, Mende y Jalles; del
aumento de paga concedido a los guardias de
_Corps emigrados y-a la Guardia constitucio-
nal licenciada; de haber sostenido correspon-
dencia secreta con los príncipes emigrados;
- de la insuficiencia de los ejércitos situados en
la frontera; de la negativa a sancionar el de-
-creto por el que/se llamaba a las armas vein-
te mil hombres; del desarme de todas las pla-
zas fuertes; de haber retrasadoel anuncio de
la marcha de los prusianos; de la organiza-
ción de compañías secretas en el interior de
París; de haber organizado los suizos y las
tropas que guarnecían el castillo en la ma-
ñana del 10 de agosto; de haber redoblado
esta guardia; de haber hecho ir al alcalde a
las Tullerías; y, por último, de la efusión de
sangre que habían producido estas disposicio-
- nes militares. ;
Terminada la lectura de cada punto, le pre-
guntaba el presidente:
—¿Qué tenéis que contestar?
El rey, siempre con voz.segura, negó unas
26 ; E. BARRIOBERO Y HERRÁN

cosas y declinó sobre sus ministros la respon-


sabilidad de otras, alegando que jamás se ha-
bía separado de la Constitución. Cuando se
le dijo: “Habéis hecho correr la sangre del
puebloel día 10 de agosto”, protestó enérgi-
camente: “¡No, no, señor; no he sido yo!”
Se le mostraron los documentos probato-
rios y cometió la torpeza de negar la existen-
cia del armario de hierro, que estaba perfec-
tamente comprobada, lo que produjo en la
Asamblea un efecto lamentable. Solicitó, por
último, una copia de la acusación y del pro-
ceso y que se le permitiese designar un Con-
sejo de defensa.
Se le mandó salir, y en el salón contiguo
sirviéronle un refresco. Después lo conduje-
ron al Temple con el mismo aparato de por
la mañana.
Deliberó la Asamblea sobre las peticiones
del procesado y le fueron concedidas, dispo-
niendo además que se le facilitara papel, plu-
mas, tinta y todo lo necesario para que pu-
diese redactar notas destinadas a su defensa
y asimismo el que comunicara libremente a
todas horas con sus defensores.
Para esta misión designó a Target y a Tron-
Chet; el primero rehusó, y al saberlo el vene-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 27

rable Malesherbes, que a la sazón contaba se-


tenta años y estaba considerado como el juez
más respetado en Francia, ofrecióse en estos
términos: “He sido llamado dos veces al Con-
sejo del que fué mi amo, en los tiempos en
que esta función era codiciada por todos; le
debo, pues, el mismo servicio, ejerciendo en
sti provecho una función que muchos encuen-
tran peligrosa.” :
No obstante el acuerdo de la Convención
de que pudiera comunicar libremente con sus
defensores, por orden de la Municipalidad son
éstos registrados minuciosamente cada vez que
acuden al Temple.
Les entregan todas las piezas y documentos
del proceso; pero sólo les conceden dos días
para hacer su estudio, y entonces los dos an-
cianos solicitan la colaboración de un aboga-
do joven que pueda aliviar su trabajo. De
acuerdo con la Asamblea, designan a Deseze.

LA DEFENSA

El día 26 comparece de nuevo en la Asam-


blea el procesado, asistido por sus defensores,
El presidente concede la palabra a Deseze,
28 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN ,

que invierte cuatro horas en la lectura de su


alegato. Después de un largo prólogo, enca-
minado a demostrar que a su defendido le
asistía la prerrogativa de la inviolabilidad,
llega, sólo a efectos del debate, a reconocer la
soberanía del pueblo; pero deduciendo que
ella era la que al pactar.con Luis XVI la
Constitución de 1791 había estipulado la in-
violabilidad. En consecuencia, por grandes
que fueran los crímenes que hubiese cometi-
do, sólo con el destronamiento podían ser cas-
tigados.
Pidió que si se despojaba al acusado de
sus derechos de rey, se le conservara los de
ciudadano, y en consecuencia, para su proce-
so, se observaran las prescripciones legales,
incluso la de que fuera secreto el voto de los
jueces, a quienes buscaba en el local y en-
contraba sólo acusadores.
Al analizar los hechos los separó en dos
grupos: los que habían precedido y los que
habían seguido a la aceptación del acta cons-
titucional, Contra la responsabilidad de los
primeros le amparaba la inviolabilidad, y la
_de los otros debía recaer sobre sus ministros.
Añadió que de todos los hechos en que se
fundaba la acusación faltaba una prueba con-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 20

creta y definitiva. Presentó a Luis llegando


al trono casi en la edad de la inconsciencia,
ES
justo, severo y de buenas costumbres; amigo
- siempre del pueblo, a quien había descarga-
do de numerosos impuestos y emancipado de
la servidumbre, haciendo notar la confianza
y la tranquilidad con que ante él comparecía.
de
Y puso fin a su alegato con estas aparatosas
palabras: A:
- “Ciudadanos: No concluyo... Me detengo
ante la Historia; pensad que ella juzgará vues-
tro juicio, y que el suyo será el de los siglos.” -
Como se ve, el esfuerzo del defensor no
fué bastante para probar a la Asamblea el
mal uso que el monarca hiciera del veto, ni
su inocencia en las jornadas sangrientas, ni
en la preparación de las guerras que contra
Francia se habían desencadenado.
Preguntó el presidente a Luis si tenía algo
que manifestar, y con la misma serenidad que
desde el principio le acompañara, dijo:
“Acaban de exponeros los argumentos de
mi defensa; yo no he de repetirlos. Al ha-
blaros, acaso por última vez, os declaro que
mi conciencia nada me reprocha y que mis
defensores os han dicho la verdad.
”Jamás he temido el que mi conducta fuera
/

30 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

examinada públicamente; pero se ha desga-


rrado mi corazón al encontrar en el acta acu-
satoria el cargo de haber hecho derramar la
sangre del pueblo, y, sobre todo, el que se me
atribuya las desgracias del 10 de agosto.
"Confío en que las múltiples pruebas que
yo he dado en todos los tiempos de mi amor
al pueblo y la forma en que siempre me he
conducido, sean suficientes para convenceros
de que siempre estuve dispuesto a exponer
mi sangre para ahorrar la del pueblo y ale-
jar de mí semejante imputación.”
Al terminar el rey su discurso, lo devuel-
ven a su prisión con las precauciones ya co-
nocidas.

LA SENTENCIA

La Convención había escuchado con el más


profundo silencio los discursos; pero tan
pronto como defensores y acusado salieron
del local, estalló en él la tempestad más yio-
lenta.
Unos querían que se abriese debate; otros,
que la sentencia fuera dictada en el acto;
otros pedían la nulidad del procedimiento, y
por instantes va creciendo el tumulto, y de
AJ

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 31

todas las bocas brotan injurias o amenazas,


Por fin se acuerda abrir discusión, y que ésta
comience en la sesión del siguiente día.
El día 27 empieza el debate. La Asamblea |
continúa dividida. Unicamente el grupo de
los girondinos tiene fuerza numérica para de-
T
A
A

cidir. En nombre de ellos habla Salles y pro-


pone que la sentencia la dicte el pueblo. Le
replican que eso sería provocar,la guerra ci-
vil y excitar las iras de la opinión, que se ha
mostrado refractaria a todo aplazamiento. Ro-
bespierre, en un impetuoso discurso, solicita
que en el acto se declare a Luis XVI culpa-
ble y se le condene a muerte.
La discusión se prolonga hasta el 7 de ene-
ro de 1793, esto es, hasta que todos se mostra-
ron tan hartos de escuchar los mismos rela-
tos de hechos y los mismos argumentos, que
pudo acordarse la clausura por unanimidad
y fijar el día 14 para la votación nominal.
El concurso en aquella fecha era extraordi-
nario, y los oradores más destacados de cada
grupo se aprestaban con todas sus armas, unos
a precipitar y otros a diferir el desenlace, Al
fin, después de larguísima discusión, se logra
concretar las tres preguntas que han de ser
votadas nominalmente en el siguiente día.
IEA Y. BARRIOBERO Y HERRÁN

Al abrirse la sesión del día 15, formula el


presidente la primera:
Luis Capeto, ¿es culpable de haber conspi-
rado contra la libertad de la nación y de aten-
tar contra la seguridad general del Estado?
La Asamblea se compone de 749 miembros;
de ellos se pronuncian por la culpabilidad
683. Algunos no asisten por causas justifica-
das, y otros votan la incompetencia de la
Asamblea. El presidente, en el nombre de la
Convención Nacional, declara solemnemente:
- Luis Capeto es culpable de haber conspi-
rado contra la libertad de la nación y de aten-
tar contra la seguridad general del Estado.
Se pone a votación la segunda pregunta:
El juicio que se dicte, ¿será enviado a la
sanción del pueblo?
Doscientos ochenta y un votos se pronun-
cian por el referéndum del pueblo; 423 lo re-
chazan. Y el presidente, en la «forma ritual,
declara que:
El juicio que se dicte sobre Luis Capeto no
será enviado a la ratificación del pueblo.
Como la hora era ya muy avanzada, se dejó
para el siguiente día la votación de la ter-
cera pregunta. : A
Cuenta Thiers que en aquella noche au-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 33 ds
A

mentó en París la agitación de un modo


asombroso, y casi a su compás, la reacción en
favor del rey. En los teatros, con cualquier
ocasión, se le aclamaba. Temiéndolo la Mu-
nicipalidad, había ordenado la suspensión de
todos los espectáculos; pero el Consejo ejecu-
tivo había revocado esta orden, por conside-
rarla atentatoria a la libertad de Prensa, en
la que estaba comprendida la libertad del
teatro. En las prisiones reinaba una conster-
nación profunda; se había dicho que iban a
“repetirse las espantosas matanzas de septiem-
bre, y los presos y sus familias asediaban con
sus súplicas a los diputados para que los li-
brasen de la muerte. Los jacobinos propala-
ban que había una conspiración para sustraer
del suplicio a Luis XVI y restablecer la mo-
narquía.
Las medidas de orden público y las discu-
siones entre la Convención y la Alcaldía ab-
sorbieron la mayor parte del tiempo destina-
do a la sesión, por lo que se acordó que ésta
fuera permanente hasta llegar al desenlace.
Cuando la votación iba a comenzar se plan- .
tea discusión sobre el número de votos ne- :*
cesario para dar al fallo validez. Lehardy pro-
. . 4

pone que sea las dos terceras partes, como


34 E, BARRIOBERO Y HERRÁN

en los Tribunales de lo criminal. Dantón dice


que debe bastar la mayoría simple, esto es,
la mitad más uno. Al cabo de un gran tumul-
to, a las siete y media de la tarde, se adopta
este acuerdo, y el presidente formula la pre-
gunta:
¿Qué pena debe ser impuesta al culpable?
Comienza la votación nominal. Unos votan
escuetamente la pena de muerte; otros se
pronuncian por la prisión o el destierro; otros
aceptan la pena de muerte; pero para que
no se ejecute hasta después de cierto tiempo.
Cuando un diputado se acercaba a la mesa
presidencial para pronunciar su voto, hacíase
un silencio profundo, y después de haberle
oído estallaban los movimientos de aproba-
“ción y de censura que le acompañaban du-
rante la vuelta a su asiento. Las tribunas aco-
gían con murmullos todos los votos que no
eran por la pena de muerte, y a veces diri-
gían a la Asamblea gestos amenazadores y
frases insultantes. El duque de Orleáns vota
la muerte de su pariente, y ello produce un
FR
movimiento de indignación hasta en aquellos
que habían exteriorizado el mismo parecer.
La sesión dura toda la noche del 16 y has-
ta las seis de la tarde del 17. Comienza el
A IA

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 35

escrutinio con una ansiedad extraordinaria,


de la que participaba la multitud, agrupada
- en el exterior. Había una gran incertidumbre,
pues se creía haber oído pronunciar las pa-
labras reclusión y destierro tantas veces como
la de muerte.
Unos decían que faltaba sólo un voto para
la condena, y otros que había mayoría, pero
sólo de un voto, y miraban ansiosos a la puer-
ta por si llegaba en el instante algún rezaga-
do que pudiera decidir la cuestión. En aquel
momento aparece en la tribuna un hombre,
que a ella se acerca con paso vacilante y la
cabeza vendada; se ve que se trata de un en-
fermo. Es Duchastel, diputado de Sevres, a
quien hicieron abandonar el lecho para ve-
nir a dar su voto. Se produce un griterío es-
pantoso, pues en voz baja anuncian los que
dicen estar bien enterados que han ido a bus-
carlo para salvar la vida de Luis XVL En
medio de la expectación universal, Duchastel
vota por el destierro,
Otro incidente interrumpe el escrutinio. El
ministro de Negocios Extranjeros pide la pa-
labra para comunicar una nota del caballero Ey L
deE
ar

Oscariz, embajador de España en París, cuyo


tímido contenido es el siguiente:
36 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

“Su Majestad católica sentiría verse acusa-


da de haberse querido mezclar en los asun-
tos interiores del Estado, cuando sólo trata
de hacer escuchar su voz en favor de un pa-
riente, de un aliado, de un príncipe en des-
gracia, del jefe de su familia. Si yo pudiera
por mi contestación anunciar al rey que los
deseos de su corazón han sido satisfechos, fe-
liz de haber sido el agente de una negocia-
ción tan humana y tan gloriosa; feliz por ha-
- ber servido bien a mi patria y a la vuestra,
este día sería el más bello y el más consola-
dor de mi vida.”
A esta nota añadió, por su parte, el minis-
tro que Carlos IV ofrecía además la neutra-
lidad de España y su mediación con todas las
potencias hostiles a Francia, a cambio de que
se salvara la vida de Luis XVI.
Los de la montaña, impacientes, dicen que
ese es un ardid preparado para producir un
aplazamiento, y piden que continúe el escru-
tinio. Dantón quiere que en el acto se le de-
clare a España la guerra. La Asamblea acuer-
da que el escrutinio continúe; pero momen-
tos después se ve otra vez interrumpido por
los defensores, que quieren entrar para hacer
una comunicación. Robespierre protesta que
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 37

toda defensa ha terminado, y que después del


escrutinio podrán entrar los defensores y ha-
cer cuantos alegatos estimen pertinentes. Pod

El escrutinio termina. Vergniaud, que pre-


sidía, dice: “Ciudadanos, voy a proclamar el +
+a

resultado de la votación. Espero que guarda-


«A

réis un profundo silencio. Cuando ya ha ha-


blado la justicia, le llega su turno a la hu-
manidad.”
De los 749 miembros que componían la
Asamblea, 15 estaban ausentes por comisión
y ocho por enfermedad; cinco se habían abs-
tenido; con ello, quedaba el número de su-
fragios reducido a 721. Para la mayoría ab-
soluta se requería 361.
Doscientos ochenta y seis habían votado la
prisión o el destierro en diferentes condicio-
nes; dos, por los hierros; 46, por la muerte,
aplazada hasta el final de la guerra o la ra-
tificación de la Constitución; 26, por la muer-
te aplazada sine die; y 361, por la muerte
inmediata.
El presidente, con acentos de dolor en la
voz, declara en nombre de la Convención:
La pena impuesta a Luis Capeto es la de
muerte.
38 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

EL EPÍLOGO DE LA SENTENCIA

A las palabras del presidente siguieron unos


momentos de silencio, acaso de consternación.
Se da entrada a los defensores, y Deseze
manifiesta que entabla, por encargo de su
cliente, recurso de apelación para ante el
pueblo. Se funda en el corto número de yo- 4
tos que ha decidido la condena, lo cual refle- E
ja un estado de duda, que debe resolver la
nación.
Tronchet añade que al haber seguido el Có- ASE
digo penal eñ cuanto a la severidad de la ]
pena, lo deben observar en cuanto a la hu-
manidad de las formas, sobre todo en la que
exige las dos terceras partes de los votos para
a
dictar una sentencia tan grave.
Llega su turno al venerable Malesherbes,
y con voz entrecortada por los sollozos, dice:
?
“Ciudadanos: Yo no tengo costumbre de ha- PA
y'

cer discursos. Veo, además, con dolor que se


Es me niega el tiempo para ordenar mis ideas
sobre la manera de contar los votos... En otras
D
i
cd
]
ocasiones he reflexionado mucho 'sobre este 4q

tema; tengo muchas observaciones que co-


Pa EUA A eNA RANA a Ee
K NN + E » . h

E Se

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 39

municaros.., pero... Ciudadanos..., perdonad


mi turbación..., concededme de plazo siquiera
hasta mañana para que pueda exponeros mi
AI
pensamiento...” h
15

Siguió un silencio emocionante, y el presi- e

dente, Vergniaud, contestó a los defensores:


“La Convención ha escuchado vuestras recla-
as
Aa
maciones; el formularlas era para vosotros
un deber sagrado. ¿Acuerda la Asamblea que $e
AE
» v
ne
se felicite a los defensores de Luis?” e

La felicitación fué acordada por unani- A

midad.
Tomó en seguida la palabra Robespierre, y
en atención al acuerdo adoptado en contra de
la apelación al pueblo, rechazó la demanda
de los defensores. Otro representante propu-
so que, aun aceptado esto, se concediese un
plazo de veinticuatro horas a Malesherbes.
Merlín de Douai sostuvo que nada se podía
objetar sobre la manera de contar los votos,
pues aunque el Código penal invocado exigía
las dos terceras partes para la declaración
del hecho, sólo exigía la mayoría simple para
la aplicación de la pena, y aquí la culpabili-
dad había sido declarada casi unánimemente.
Continúa el debate, y al fin se acuerda re-
chazar la apelación y dejar para el día si-
40 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

guiente la discusión de si la pena ha de eje-


cutarse inmediatamente o no.
El día 18, los realistas protestan que los
votos no se han contado bien y piden que se
cuenten de nuevo. La discusión dura todo el
día; al fin, se recuentan los votos y se com-
prueba que no hubo error.
El 19, al fin, se plantea la cuestión funda- ;
mental del proceso, porque un aplazamiento
equivalía a la anulación de la sentencia. Se
discute mucho sobre lo que podían hacer las
potencias extranjeras en el caso de que la
pena se cumpla y sobre lo que podía ocurrir
en Francia si no se cumple. Se declara per-
manente la: sesión, y al fin, a las tres de la |
madrugada del 20, termina la votación nomi- :
nal; 380 votos contra 310 determinan que Luis
Capeto sea ejecutado sin dilación alguna.

LA EJECUCIÓN

Al amanecer el día 20 de enero de 1793,


París se frota los ojos nerviosamente como si
se recobrara de una cruenta pesadilla, El pue-
blo prepara el patíbulo para el rey. La His-
toria no ha borrado aún la huella opresora
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 41

de los reyes absolutos. El estupor engendra


leyendas y quimeras. Los criados del rey, los
jóvenes cortesanos y algunos guardias de
Corps van a tentar la proeza de asaltar el
Temple y salvarlo. Los jacobinos han tomado
todas las precauciones necesarias para que
nadie les arrebate su triunfo.
La Convención encarga al Consejo de mi-
nistros la ejecución de la sentencia. El de Jus-
ticia, Garat, es el encargado de notificarla al
-. paciente. Marcha al Temple con Santerre una
Comisión del Tribunal de lo criminal y el
secretario del Consejo. A las dos de la tarde
los recibe con dignidad y sin emoción y le
leen la terrible sentencia. Les pide tres días
para prepararse a morir, un confesor que le
asista, comunicación con su familia y permiso
para que ésta salga de Francia. Le prometen
transmitir a la Asamblea sus peticiones.
Un instante queda solo, frente a la muerte;
frío y sereno como cuando para los demás la
decretaba.
La Convención le otorga el plazo y le nie-
ga lo demás.
El mismo día 20, a las seis de la tarde, llegó
el confesor. Al moribundo no le interesa con-
fesarse. Pide ávidamente noticias del clero

k EX
A
N
42 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

francés y de los obispos que le son adictos.


Quiere, sobre todo, que el arzobispo de Pa-
rís sepa que muere como un excelente cató-
lico apostólico romano.
A las ocho pide ver a su familia. Lo con-
ducen para ello los guardias al comedor, y
mientras habla con ella lo vigilan al través
de las puertas vidriadas.
El comienzo de la escena es de confusión y
de dolor horrible. Debe ser, en efecto, mucho
más horrible ir a la muerte desde el trono
que desde la corvea. Cesan los gritos, se apla-
can las lágrimas y la conversación empieza.
Todos hablan a la vez. En algún instante, la
ingenua alegría familiar les lleva a olvidar
su desgracia.
A la tierna escena pone fin el confesor, que
llega para invitarlo a oír una misa en la ma-
drugada siguiente. Luis acepta regocijado. No
ha oído misa desde que está preso. La Con-
vención ha dado permiso para que se celebre
en el Temple y ha mandado traer ornamen-
tos y adminículos de una iglesia vecina.
A las doce se acuesta y da orden a Cléry
de que lo despierte antes de las cinco.
París, indiferente o estupefacto, permanece
en una quietud siniestra. Sólo una protesta
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 43

cristaliza en una violenta realidad. El guardia


de Corps Paris ha decidido vengar la muerte
de su amo. En un restaurante ve a Lepelletier,
uno de los que han votado en la Convención
la condena, y le hunde su sable en las entra-
ñas. Después se suicida. París, ante los dos ca-
dáveres, no reacciona.
El día 21, a las cinco de la madrugada,
Luis Capeto se viste con calma. Dice que ha
dormido bien. Oye la misa y comulga. A las
ocho suenan en el exterior los tambores, he-
raldos del suplicio. Vibran un instante los
nervios del rey y vuelve a mostrarse sereno.
Tal vez el fiel Cléry le ha traído la noticia
que circula por la villa: cuatrocientos o qui-
nientos hombres valerosos se apoderarán de
él en el camino del cadalso para salvarlo.
La Convención, el Municipio y el Consejo
Ejecutivo están reunidos en sesión perma-
nente.
Santerre le invita a salir, y el cortejo se
pone en marcha. Durante el camino lee el
ex rey en el breviario de su confesor las ple-
garias de los agonizantes.
El coche avanza entre la indiferencia y el
silencio. Ni un viva, ni un muera, ni un aplau-
so, ni un grito de dolor. A las diez llega jun-

EA
e

44 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

to al cadalso. Tres verdugos se acercan para


desnudarlo y hacerle el tocado de la muerte.
Cuando le ván a atar las manos se resiste al-
tivo. El confesor le exhorta a que sufra el ul-
traje cristianamente. Se resigna y sube vaci-
lante las gradas. Una vez arriba se aparta de
los verdugos, se adelanta y declama:
“¡Franceses: Muero inocente de los críme-
nes que se me imputan! ¡Perdono a todos los
autores de mi muerte y pido que mi sangre no
caiga!...”
Los tambores de Santerre ahogan su voz.
El siniestro Sanson conquista el derecho de
añadir una raya a los cientos de ellas con que
están registrados en su zahurda sus sangrien-
tos servicios. Francia ha escrito la página más
discutida de su historia. Y el pueblo se des-
borda ebrio de emoción para, aclamar su Re-
pública, la primera, la que caerá dos veces
fulminada por los manuvios imperiales, para
alzarse inexpugnable de entre los lodos y las
ascuas de una guerra inicua.
Ñ

45
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI

LAS POTENCIAS EXTRANJERAS


,

España se viste de luto. Envuelve en cres-


pones sus banderas y sus escudos, y desde
los púlpitos de sus cincuenta mil iglesias y
capillas se hace el panegírico de Luis XVL
Pasado el novenario, se apresta con las de-
más naciones a repartirse los despojos de
Francia, a la que considera muerta con su
rey. Pero como la ve más de cerca que las
otras, pronto se da cuenta de que el cadáver
no es cadáver, con lo que se desvía del béli-
co rebaño y firma con la República el Trata-
do de 22 de julio de 1795. Nuestro embajador,
el marqués de Campo, adornado de todas sus
preseas, es recibido por la Convención, a la
que saluda: “La paz felizmente acordada en-
tre su majestad católica y la República fran-
cesa, a la que tengo el honor de dirigirme y
cuya benevolencia espero merecer...”
E

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CAMILO DESMOULINS
Y EL PROCESO DE LUIS XVI
e 7 JA,
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3 ea

CAMILO DESMOULINS

ARA César Cantú es el personaje más po-


p pular de la Revolución francesa. Cha-
teaubriand, como los periodistas ratés de
nuestros días, hacen con sus enemigos perso-
nales, esquiva, siempre que puede, hablar de
Camilo, El monárquico Rivarol, en su Petit
Dictionaire des grands hommes de la Révolu-
tion, consigna esta semblanza:
“Es el escritor predilecto de la nación fran-
cesa. Cada orador tiene su campo de batalla
y su auditorio. Unos se apoderan de la tribu-
na; otros, del púlpito; otros, del sillón acadé-
mico. M. Desmoulins se ha establecido en la
calle con su elocuencia y tiene por admirado-
res a todos los transeuntes. Con estas tres sa-
bias palabras: Nación, Linterna, Aristocracia,
ha sabido ponerse al alcance del honrado car-
nicero, de la verdulera y de todos los nuevos
lectores que ha dado a luz la Revolución. Ha-
4
30 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

bía necesidad de plumas de este género para


conducir el pueblo y acostumbrarlo a tener
ideas. Voltaire y Rousseau, con sus escritos su-
blimes, no han hecho más que ilustrar a los
hombres y dulcificar su carácter. Pero jamás
hubieran llegado a destetarlos del jugo mo-
nárquico. Jamás, para civilizarlos, les hubie-
ran enseñado la noción de las propias fuer-
zas. Jamás con su estilo hubiesen llegado a
ensangrentar la Francia. Y esto es, precisa-
mente, lo que han sabido hacer nuestros es-
critores públicos. Sin sus arengas periódicas,
los franceses de hoy serían tranquilamente
esclavos. Por fortuna, M. Desmoulins entre-
tiene su energía con sus hojas, los alienta a
la venganza y no hay escrito suyo que deje
de provocar efusión de sangre.”
Mare Dufraisse encabeza su estudio sobre
Camilo Desmoulins con estas palabras:
“Es preciso hacerle la justicia de declarar
que durante su larga carrera de periodista
siempre se abstuvo de atacar a los periódicos
republicanos. “El cisma nos ha perdido”, re-
petía con dolor y evitaba toda polémica que
pudiera ocasionar un desgarramiento en el
seno de la Prensa patriótica.”
Cuando el proceso de Luis XVI es diputado
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 51

de la Convención. Su anciano padre le requie-


re desde el rincón de su provincia para que
se abstenga de votar y le envía de su letra
vacilante el borrador de la excusa. Camilo
siente el deber de desobedecer a su padre y,
acaso para justificarse ante el anciano, escri-
be su discurso que habrá de leer un secreta-
rio, porque el gran periodista es tartamudo.
La Convención lo acoge con gran entusiasmo,
declara que con él queda marcado uno de
los puntos más culminantes del debate y lo
manda fijar y publicar.
He aquí su texto:
“Ciudadanos:
Nécker, a quien también se llamaba el mi-
nistro adorado, acaba de publicar la defensa,
0, mejor, el panegírico de Luis XVL a quien
se adoraba también. Risible esfuerzo de un
ídolo derribado que pretende levantar otro
derribado igualmente.
Como el obispo de Londres, Juxón, intenta
justificar a Carlos 1 mártir de sus opiniones
religiosas, Nécker ha tratado de esforzarse pa-
ra justificar a Luis XVL mártir de los falsos
cálculos políticos de este banquero, de la ne-
cedad de este burgués gentilhombre y de esta
gloriola pueril, de este orgullo de criado do-
52 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

méstico que del resplandor del trono apro-


vechaba el reflejo, para servirme de su pro-
pia expresión. Al leer su defensa, la menos
dañosa de cuantas han aparecido para el mo-
narca destronado, se reconoce en cada página
la verdad de la frase de J. J. Rousseau: “No
corresponde a un esclavo razonar la liber-
tad.” :
Lo que asombra, ante todo, es que de entre
los republicanos, de entre los representantes
del pueblo francés, hayan podido salir las
mismas expresiones en el seno de la Conven-
de la libertad del mundo
ML:

ción, en esta cuna


y sostener que los reyes no podían ser some-
tidos a juicio, fuesen los que fueran los crí-
menes que hubiesen cometido, mientras que
en los días de la más extrema servidumbre y
bajo el reinado de Nerón, los comediantes de
Roma se expresaban con mayor libertad y de-
clamaban en escena el verso de Séneca: “La
víctima más agradable que se puede ofrecer a
Júpiter es la cabeza de un rey perjuro.”

Victima haud ulla amplior,


potest, magisque ópima, mactari Jovi,
quam rex... iniquus.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 53

La diferencia que había entre aquellos días


de esclavitud y los de la libertad, es que en
el tiempo de Julio César decía el poeta: “La
ofrenda más agradable para Júpiter es la ca-
beza de un rey” y que en aquellos otros es-
taban obligados a decir de un rey culpable.
Pero, al menos, ni aun bajo los emperadores,
ni aun en los tiempos de Nerón, se atrevió
nadie a discutir si un rey podía ser juzgado
por sus delitos.
No imprimamos, pues, esta mancha sobre
el nombre francés y sobre la generación pre-
sente que la colocaría por debajo de los es-
clavos de Nerón y de Calígula. Ya es bastante
deprimente para la Francia el que quince
siglos hayan transcurrido antes de que se re-
conozca, como en Roma y como en Grecia,
que sólo el nombre de rey es un crimen; no
mancillemos nuestra historia con un privile-
gio de inviolabilidad que jamás existió; yo
atestiguo con el propio Luis XIV y con su cé-
lebre edicto de 1667, en el que, a pesar de su
despotismo, expresábase de esta manera en el
preámbulo:
“Nunca se diga que el monarca no está su-
jeto a las leyes de su Estado. La proposición
contraria es una verdad del derecho de gen-
54 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

tes que algunas veces ha sido atacada por la


adulación; pero los buenos príncipes la han
defendido siempre como una divinidad tute-
lar de su imperio.”
Podría probar por una serie de escritos,
desde el comienzo de la monarquía y desde
Gregorio de Tours, hasta el famoso Boucher
(el cura de San Benito), que la adulación ja-
más ha podido triunfar en su empeño de
establecer en Francia esta doctrina de la in-
violabilidad. Sólo necesitaría transcribir al-
go de este último, que ha agotado la erudi-
ción sobre la materia en el libro sobre el
proceso de Enrique 1IL, en el que, en me-
dio del estrépito teológico, nada ha dejado
a las luces de este siglo y a la Convención
que pudieran añadir a lo que se escribió ha-
ce doscientos años. Pero la declaración de
Luis XIV me dispensa de recurrir a otras
autoridades.
No es que yo quiera deducir que nuestros
revisores cortesanos hayan querido hacer a
Luis XVI el regalo de la inviolabilidad. Que-
den aparte estas sutilezas, estas argucias, más
dignas de Escobar que de Brutus, y de je-
suítas que de legisladores, por las que el pa-
triotismo ingenioso del Comité ha intentado
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 55

una lucha imposible contra 'el texto de la


Constitución.
Yo no puedo negar la evidencia, y es evi-
dente que una Constitución que dice: “La
persona del rey es inviolable y sagrada”, ha
hecho la monarquía inviolable.
Y en modo alguno se diga que era inviola-
ble como rey y por sus actos administrativos
y no por los actos extraños a sus funciones
de poder ejecutivo. No se distinga, como se
quiere hacer, entre la persona del rey y la
de Luis XVL porque donde la ley no dis-
tingue, los jueces tampoco pueden distinguir;
y aquí, la ley ha distinguido tan poco con
respecto a la inviolabilidad entre la persona
del rey y la persona de Luis XVL que ha
establecido que “cuando Luis XVI se ponía
a la cabeza de los enemigos para restable-
cer el antiguo régimen, sólo incurría en el
destronamiento”. Y, ciertamente, entrar en
Francia a la cabeza de los austriacos incen-
diando nuestros pueblos, no es acto que pue-
da considerarse como administrativo. Es, pues,
incontestable que los constituyentes han aco-
razado a Luis XVI con la inviolabilidad más
absoluta.
Y

Podría decirse hasta que los Dandré y los


56 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Duport han previsto el caso de esta distin-


ción de los descamisados vencedores del cas-
tillo de las Tullerías, y que para enardecer
y animar a Luis XVI a la conspiración y dar-
le, como aquellos Papas del siglo XI, una abso-
lución anticipada de todos los crímenes que
pudieran cometer, los revisores infames inser-
taron este artículo adicional: “El rey, después
de su destronamiento, podrá ser juzgado como
simple ciudadano por sus actos posteriores.”
En efecto, tales actos posteriores son verda-
deramente delitos no administrativos; y el
caso supuesto es el de que el rey esté destro-
nado y, en consecuencia, ya” no administre.
Puesto que la Constitución declara que por
estos delitos no administrativos no puede ser
juzgado si no son posteriores, hay que dedu-
cir que todos los delitos anteriores, sin dis-
tinción, quedarían cubiertos por la misma
inviolabilidad; y está fuera de duda que en
el acto constitucional, en esta pretendida car-
ta de liberación del género humano, estos in-
dignos mandatarios nos habían colocado por
debajo de la condición de los esclavos de
Cómmodo y de Caracalla.
Pero la misma buena fe que no nos pet-
mite negar aquí que hayan acorazado su rey
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 57

constitucional con una inviolabilidad impe-


netrable, tampoco permite negar, y esta sola
palabra corta el debate, que lo que se llama .
la Constitución decretada en los años 89, 90
y 91, jamás ha sido otra cosa que un pro-
yecto de Constitución, mientras no tenga la
aceptación del pueblo soberano.
Este es el primer principio que la Conven-
ción ha reconocido desde su apertura en 21
de septiembre. Y cuando entonces nosotros
decretamos que no habría ley constitucional
sin la sanción del pueblo, no es lícito ima-
ginar que con ello diéramos una ley nueva.
No hicimos más que proclamar solemnemen-
te una ley inmutable, universal y tan anti-
gua como el género humano. No hemos hecho
más que quitar el moho del tiempo que cu-
bría este artículo de los Derechos del Hom-
bre. Nos hemos concretado a hacer leer a
nuestros comitentes, y a restablecer en toda
su pureza, el texto de la ley natural, de esta
ley grabada por el dedo de Dios sobre un
bronce imperecedero, cuyas páginas jamás
podrán ser desgarradas ni por los constitu-
yentes ni por el despotismo.
Ahora bien; este Código primitivo y co-
mún a todas las naciones, declara que nin-
38 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

guna ley es obligatoria si no ha sido con-


tácita y libremente, por
sentida, a lo menos
el pueblo. Así, pues, es preciso que esta ley
de la inviolabilidad de Luis XVI haya sido
consentida por la nación. Recuérdese, por el
contrario, las reclamaciones generosas de Pa-
rís especialmente contra esta inviolabilidad
en la petición del Campo de Marte. AMlí acu-
dió en tropel para firmar sobre el altar de
la patria esta petición tan famosa sobre el
juicio de Luis XVI, detenido en Varennes con
las manos manchadas de sangre, como feliz-
mente ha dicho Saint-Just; cuando los saté-
lites del tirano, para conservarle su proyec-
tada inviolabilidad, han fusilado los ciuda-
-
danos que usaban apaciblemente de un de-
recho sagrado, ¿no es por una San Barto-
Se, de[7
>
lomé como Luis XVI ha interrumpido el
curso de las firmas que de todas partes de
a
IN
E

Francia llegaban para engrosar el torrente


A
AA

que debía sumergir su trono? Existen toda-


vía los millares de firmas de la petición, en-
tre las que se podrá encontrar las de casi
todos los diputados convencionales. ¿Creía
Luis XVI haber borrado con sangre aquellas
firmas? ¿Pensaba que haciendo fusilar al
pueblo contrarrestaba su oposición? El si-
caMadr

: 59
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI

lencio de los ciudadanos acuchillados o fugi-


tivos ante la bandera roja de la mosquetería,
¿podrá pasar por una ratificación? Y para
escapar al justo castigo de estos crímenes,
¿será un medio aceptable el de cometer crí-
menes mayores?
Es, pues, evidente que el pueblo que ha
sellado con su sangre su oposición a esta ley
constitucional, no la ha consentido libremen-
te. No; la generación presente no ha consen-
tido que se introduzca para Luis XVI este
privilegio de la inviolabilidad que jamás exis-
tió para sus antecesores, que hasta la esclavi-
tud de nuestros padres ha rechazado durante
catorce siglos y de la que, según su propia
declaración, no llegó a gozar Luis XIV. Es,
pues, cierto que Luis XVI puede ser juzgado
por sus crímenes y que no es más inviolable
para la nación que lo fueran Enrique Ul y
Carlos VII para el Parlamento de París, en
la tercera dinastía; en la segunda, Carlos el
Simple y Luis el Simpático, para los obispos,
y en la primera, Chilperio, Thierry y Chil-
derico, para los alcaldes de Palacio; y el
vaso de Soissons prueba bien que, lejos de
ser inviolable Clodoveo, estaba sometido co-
mo el más sencillo soldado de su Ejército, a
60 p E, BARRIOBERO Y HERRÁN

las leyes de la guerra y de los Francos.


Por otra parte, aun cuando esta leyde la
inviolabilidad, de la que he probado que
sólo fué un proyecto, hubiera sido consenti-
da libremente, ¿qué resultaría de ello para
Luis XVI y de qué le serviría este pretendido
contrato entre él y la nación? ¿De qué es
acusado Luis XVL, sino de una serie no inte-
rrumpida de traiciones y de perjurios y de
esta especie de crímenes en los que es esen-
cial anular con respecto al culpable todos los
compromisos de aquellos con quienes él ha-
bía contratado? ¿Podría Luis XVI reclamar
la inviolabilidad que le había sido concedi-
da por la Constitución y por un contrato que
él ha violado el primero, como si desligán-
dose por sí mismo no hubiese desligado a los
demás contratantes?
De nada, pues, sirve a Nécker la preten-
sión de que tenía un contrato Luis XVI con
la nación, y defenderlo por los principios del
Derecho civil. ¿Qué ganaría con ello y por
cuántas razones habría de ser nulo tal con-
trato, con arreglo a esos principios? Nulo,
porque no estaba ratificado por la otra parte
contratante; nulo, porque Luis XVI no ha
podido desligarse de él sin desligar a la vez
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 61

e la nación; nulo, por la violencia, los asesi-


| natos del Campo de Marte y esa bandera de
muerte bajo la cual se ha organizado la revi-
sión; nulo, por defecto de causa, por defecto
de enlace, puesto que nadie se obligaba más
que la nación, que lo daba todo y nada re-
% cibía. Luis XVI, al no estar obligado a nada
por su parte y pudiendo, en cambio, cometer
impunemente todos los crímenes, digo im-
punemente, puesto que en el momento en el
que Nécker lo supone contratando con la na-
, ción de la que va a recibir esta corona cons-
titucional, esta corona no le pertenecía, nada
poseía, y así la causa del destronamiento no
le quita más que lo que la nación le va a
| dar, esto es: no le quita nada. En consecuen-
cia, bajo este aspecto, semejante contrato no
E podría ser colocado sino en la categoría de
: aquellos a quienes los jurisconsultos llaman
de sociedad leonina, como el contrato del
león con el rebaño que no obliga a éste más
que mientras se encuentre al alcance de los
dientes y las uñas.
Pero me da vergiienza seguir a los abogados
de Luis XVI en esta discusión de Derecho ci-
vil, cuando es por el derecho de gentes por
el que se debe resolver este pleito. La escla-
62 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

vitud de las naciones durante diez mil años


no hubiera podido prescribir contra sus de-
rechos imprescriptibles. Jamás ha sido ple-
namente permitido a los Carlos, a los Enri-
ques, a los Federicos, a los Eduardos, a los
Luises, reinar más que como Julio César. Es
un crimen ser rey. Era asimismo un crimen
ser rey constitucional, porque la nación no
había aceptado la Constitución. Sólo hay una
legítima suposición que permita reinar: cuan-
do un pueblo se despoja formalmente de sus
derechos para cedérselos a un solo hombre;
no solamente como lo hicieron los Estados
generales de Dinamarca en 1660, sino cuando
el pueblo entero ha aprobadoo, por lo me-
nos, ratificado por sí mismo esta cesión de
su soberanía. Y aun así, no quedaría obliga-
da la generación siguiente, porque la muerte
extingue todos los derechos. A los que exis-
ten y están en posesión de esta tierra les eo-
rresponde ahora hacer la ley a su vez, y si no,
que los muertos salgan de sus tumbas y ven-
gan a mantener los derechos que les arrebatan
los vivos. Toda otra realeza no se ejerce so-
bre el pueblo, sino con el riesgo de la in-
surrección, como los bandidos reinan también

VER
A
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 63

en los bosques con el riesgo de la pena ca-


pital,
Y después de que nos hemos insurreccio-
nado y recobrado nuestros derechos, venir a
oponerles leyes feudales, o la propia Consti-
tución a los franceses republicanos, es como
oponer el Código negro a los negros vence-
dores de los blancos.
Nuestros comitentes no nos han enviado
aquí para aceptar esas leyes feudales y esa
pretendida Constitución, sino para abolirla
o, más bien, para declarar que jamás ha exis-
tido y para reintegrar a la nación su sobe-
ranía usurpada. O somos verdaderamente re-
publicanos y, como tales, hemos de elevarnos
a la altura de estas ideas republicanas, o no
debemos presentarnos como gigantes si es que
no somos más que pigmeos.
Con arreglo al derecho de gentes, Luis XVI
era un tirano en estado de rebeldía contra
la nación y un criminal digno de la pena de
muerte como rey y hasta como rey constitu-
cional, y los franceses no tienen necesidad de
formarle el mismo proceso que Hércules al
jabalí de Erymanta, y los romanos a Tarqui-
no o a César, quien también se creía un dic-
tador constitucional,
E 1: a li

64 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Pero no es únicamente a un rey, sino tam-


bién a un criminal cargado de responsabilida-
des a quien vamos a castigar en su persona.
No esperéis de mí que me entregue a una
exageración desatinada, ni que le califique de
Nerón, como he oído hacer a los que más
favorablemente opinaron para él Sé que
Luis XVI tenía inclinaciones de tigre, y si
nosotros realizáramos esos juicios, que Mon-
tesquieu llama juicios de costumbres, como el
del Areópago, condenando a muerte un niño
por haberle sacado los ojos a un pájaro; si
nosotros tuviésemos un Areópago, cien veces
hubiera podido condenar a este hombre por
deshonrar la especie humana con sus capri-
chos y sus locas crueldades. Pero como no
son los hechos de su vida privada, sino los
crímenes de su reinado los que juzgamos, es
preciso declarar que esta larga serie de acu-
_saciones contra Luis, que nos han presentado
nuestro Comité y nuestros oradores, haciéndo-
le mil veces digno de la muerte, no ofrecerían,
sin embargo, a la posteridad los horrores del
reinado de Nerón y son más graves aún los
crímenes de los constituyentes y los de la rea-
leza que los de Luis Capeto.
Lo que hace al ex rey justamente odioso
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 65

al pueblo son sus cuatro años de perjurios y


de juramentos renovados sin cesar a la na-
ción, con la vista fija en el cielo, mieñtras
conspiraba contra ella. La traición fué siem-
pre y en todas las naciones, el crimen más E
pl

ER
abominable; siempre ha sido perseguida con
y Y

5
el mismo horror que se persigue a las víbo- me
YY
ras y se huye de los venenos, porque es im- >
eN;
:
posible defenderse de ella. Así, la ley de las
Doce Tablas condenaba a las fieras al man-
datario que había defraudado la confianza
de su comitente y permitía a éste matarlo
en donde lo encontrase. Así, la fidelidad para
cumplir sus compromisos es la única virtud
de que se envanecen los que han renunciado
a todas las demás; es la única que se en-
cuentra en las cavernas de los ladrones. Es
el último bien de sociedad que impide el que
la de los bandidos se disuelva. Todo el mun-
do conoce el pasaje histórico de aquellos la-
drones entre quienes se había refugiado el
pretendiente después de la batalla de Cullo-
den, que se dejaron todos colgar por haber
robado sumas de poca consideración y nin-
guno, se dejó tentar, violando su palabra por
las treinta mil libras esterlinas prometidas
a quien descubriera su refugio.
E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Este rasgo es el que mejor pinta la rea-


leza, demostrando cómo hasta las cavernas
son menos malvadas que el Louvre, puesto
que la máxima de todos los reyes es la de
César: “Está permitido violar la propia fe
para reinar.” Otro tanto decía Antonio de
Leyva a Carlos V en su idioma religioso:
“Si no queréis ser un malvado, si queréis sal-
var vuestra alma, renunciadal imperio.” Es
lo que escribió Maquiavelo en términos que
se aplicande la manera más justa a nuestra
situación. Por ello, no dejé yo de citar hace
un año este párrafo en una petición a la
Asamblea Nacional: “Si para hacer libre a
un pueblo fuera preciso renunciar a la so-
beranía, el que de ella hubiera estado revesti-
do merecería alguna excusa y la nación sería
injusta al encontrar mal que no traicionase,
porque es difícil y contrario a la Naturaleza
caer voluntariamente desde tan alto.”
Todo esto prueba que los crífmenes de Luis
XVI son más bien los crímenes de los cons-
tituyentes que lo han mantenido en su con-
dición de rey, es decir, que le han dado pa-
tentes para ser enemigo de la nación y trai-
cionarla, .
Pero todas estas consideraciones, que pue-
A
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 67

den ser buenas para debilitar el horror de la


posteridad hacia estos complots, no bastan
ante la ley para hacer que el castigo se mi-
tigue. ¡Cómo! ¿Los jueces castigarían menos
a un bandido por haber sido educado en
una caverna en la creencia de que todas las
propiedades de los pasajeros le pertenecían,
porque su educación de tal manera había de-
pravado su naturaleza, que no había podido
ejercer otro oficio sino el de ladrón? ¿Será
una razón para que las traiciones del rey
queden impunes la de que no podía ser sino
un traidor y para no dar ejemplo a las na-
cionesde derribar este árbol que no puede
dar más que veneno?
En dos palabras: por la declaración de los
Derechos, por ese Código eterno, inmutable,
por ese Código proveedor de todas las so-
ciedades hasta su entera organización, hasta
que las leyes particulares hayan derogado
sus leyes generales y que el pueblo fran-
cés ha adoptado con transportes y restablecido
en toda su pureza los artículos borrados por
la pátina de los siglos; por este artículo que
ha consagrado como la base de su Constitu-
ción: “La ley es igual para todos, tanto cuan-
3 -// do castiga como cuando protege”, Luis XVL
68 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

despojado de su inviolabilidad quimérica, no


podría ser mirado sino como un conspirador
que, perseguido por el pueblo el 10 de agos-
to, ha venido a buscar. un asilo entre nos-
otros y al pie del trono y de la soberanía
nacional, cuya casa se ha encontrado llena
de piezas de convicción de sus complots y de
sus crímenes, que nosotros hemos colocado
en situación de arresto y encerrado en el
Temple y no nos falta más que juzgarlo.
Pero ¿quién juzgará a este conspirador? Es
> una cosa asombrosa, inconcebible, la tortura
E
en que esta nueva pregunta ha puesto las
mejores cabezas de la Convención. Tan lejos
como estamos de la naturaleza y de las le-
yes primitivas de toda sociedad, la mayor
parte de nosotros ha creído que no podía
juzgar a un conspirador sin un Jurado de
acusación, un Jurado de juicio y jueces que
aplicasen la ley, y todos han imaginado un
Tribunal más o menos extraordinario. De
esta manera no salimos de las antiguas nor-
mas y costumbres, sino para caer en nuevos
amaneramientos, en lugar de seguir el recto
camino del buen sentido. ¿Quién juzgará a
Luis XVI? El pueblo entero si pudiese, como
el pueblo de Roma juzgó a Manlius y a Ho-
pi
ES

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 69

racio, sin pensar que fuera necesario un Ju-


rado de acusación, luego un Jurado de juicio
y luego un Tribunal que aplicase la ley, para
juzgar a un culpable cogido in fraganti. Pero
como no se pueden reunir los informes judi-
ciales de veinticinco millones de hombres, es
preciso acudir a la máxima de Montesquieu:
3
y
7
“Un pueblo libre hace todo lo que puede
a
|re por sí mismo, y el resto por sus representan-
tes y sus comisarios,” Así, a no negar la evi-
dencia; es la Convención Nacional o la Co-
misión nombrada por el pueblo quien debe
juzgar al último rey y hacer la Constitución
de la nueva República.
Se pretende que esto sería acumular todos
los poderes: las funciones legislativas y las
funciones judiciales. Es, ante todo, preciso que
los que más nos han golpeado los oídos con
los peligros de esta acumulación de pode-
res, o se burlasen de nuestra candidez de
creer que ellos respetaban esos límites o que
ellos mismos no se entendiesen bien. ¿Es que
_las Asambleas constituyente y legislativa no
han ejercido cien veces las funciones de jue-
ces, sea para anular el procedimiento del Cha-
telet y de tantos otros Tribunales; sea para
decretar un gran número de condenas en las
70 E. BARRIOBERO Y HERRÁN
-

que hubo o no-hubo lugar a acusación?


¿Mandar acusar a Mirabeau o a Felipe Igual-
dad o enviar a Lessart a Orleáns, no era ejer-
cer funciones judiciales? De aquí concluyo
que estos ponderadores, como Mirabeau los
llamaba, que hablan sin cesar de equilibrio
y de balanceo de poderes, ni ellos mismos
creen en lo que dicen. ¿Se puede contestar,
por ejemplo, que la nación, puesto que ejer-
ce la omnipotencia de la soberanía, no acu-
mula todos los poderes? ¿Se puede contestar
que la nación no puede delegar a su gusto
tal o cual parte de sus poderes en quien bien
a
le parezca? ¿Se puede negar que la nación
y

óS
(ey nos ha revestido aquí, acumulativamente, de
sus poderes para juzgar a Luis XVÍ y para
IS
cd
a
hacer la Constitución? Se puede hablar del
equilibrio de los poderes y de la necesidad
de mantenerlo, cuando el pueblo, como su-
cede en Inglaterra, no ejerce su soberanía
más que en el tiempo de las elecciones. Pero
cuando la nación, el soberano, está en acti-
vidad permanente, como antiguamente lo es-
tuvo en Atenas y en Roma y hoy en Francia,
o el derecho de sancionar las leyes se reco-
noce como de su pertenencia, o puede todos
los días reunirse en sus municipalidades y

me
F

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 71


IET
AA

secciones y destituir a sus mandatarios infie-


les; no se ve esa gran necesidad de mante-
€,
A

ner el equilibrio de los poderes cuando es


el pueblo quien de sus brazos de hierro tie-
ne suspendidos los dos platillos de la balanza,
dispuesto a precipitar los ambiciosos y los
traidores que intenten hacerle inclinarse del
lado opuesto al interés general.
Es evidente que el pueblo nos ha enviado
aquí para juzgar al rey y hacer una Cons-
titución. ¿Es tan difícil de realizar el pri-
mero de estos mandatos? ¿Tenemos otra cosa
que hacer en el momento sino lo que hizo
el cónsul Brutus cuando el pueblo lo comi-
sionó para que él mismo juzgase a sus dos
hijos, sirviéndose así de aquella piedra de
toque, como se sirve hoy de ésta para probar
la Conyención? Los hizo llegar ante su Tri-
bunal, como vosotros debéis hacer que Luis
XVI se presente aquí. Les presentó las prue-
bas de su conspiración, como vosotros debéis
presentar a Luis XVI esa multitud de prue-
bas concluyentes de sus complots. Nada pu-
dieron responder a la declaración del es-
clavo, como Luis XVI nada podrá responder
a la correspondencia de la Puerta y a esa
larga serie de pruebas escritas de que gra-
72 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

tificaba a sus guardias de Corps en Coblentz


y traicionaba a la nación; no os quedará sino
probar como Brutus al pueblo romano, que
sois dignos de comenzar la República y su
Constitución y aplacar los manes de los cien
mil ciudadanos a quienes' él ha hecho pere-
cer, pronunciando el mismo juicio: Í, lictor,
deliga ad palum.'

o
e
EL AMBIENTE QUE RODEA
EL PROCESO DE LUIS XxX VI
ER
plds

4
la
El autor de este libro concede más fe a
los periodistas que a los historiadores;
aquéllos ven los sucesos y a éstos se los +
cuentan. ¡Y que difícil es contar bien! Pero
es aún más difícil oír bien, esto es, con el -
tamiz a punto para EE la verdad de gus
afeites. - Ñ
E Así, para recomponer a ambiente que
rodeó el proceso de Luis XVI, ha preferido - E
a las demás fuentes, los artículos que Des- PAS
moulins publicó en sus periódicos. ]
De France libre es el adjunto discurso
que el farol—la Linterna—, en donde el
pueblo ha comenzado a colgar los que a su a
juicio estorbaban la realización de sus E
bles ansias, dirige a los parisienses. ESz
Tuyo tal éxito que a su autor se le llegó
AOREA «El Procurador de la Linterna», ,
a lo que replicó que su procuración no ha- E
bía costado una gota de sangre inocente.
* Ps<=

e
pA

»
t
rn pe
DISCURSO DE LA LINTER-
NA A LOS PARISIENSES
y

. RAVOS parisienses!
2D ¡Cuánto agradecimiento os debo!
Me habéis hecho célebre para siempre y ben-
dita entre todas las linternas. ¿Qué son la lin-
terna de Sosias o la linterna de Diógenes«com-
paradas conmigo? Este buscaba un hombre
y yo he encontrado doscientos mil. En una
gran disputa con ese Luis XII, mi vecino,
le he obligado a convenir en que mejor que
él merezco el sobrenombre de Justa. Todos
los días gozo del éxtasis de algunos viajeros
ingleses, holandeses o de los Países Bajos,
que me contemplan con admiración; veo que
no pueden volver de la sorpresa que les cau-
sa el que una linterna haya hecho en dos
días más que todos los héroes en cien años.
- En estos momentos no puedo contenerme y
1

78 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

me asombra el que no me oigan gritar: “Sí,


yo soy la reina de las linternas.”
Ciudadanos, quiero hacerme digna del ho-
nor que se me dispensó al elegirme. El pú-
blico se agrupa y se renueva sin cesar en
torno mío. No he perdido una palabra de
cuanto se ha dicho; he observado mucho y
quiero contarlo todo.
Antes de llegar a los reproches que me
gustaría no tener que hacer a la nación, ha
de recibir de mí los cumplimientos que le
son debidos.
En las últimas ordenanzas se señala un es-
tilo completamente nuevo. Nada ya de Luis
por la gracia de Dios; nada de Porque tal es
nuestro placer. El rey ha hecho a su Ejército
el honor de escribirle y pide a los soldados
su cariño. No me gusta que se lo pida en el
nombre de sus antepasados, y bien se nota
“que el librero Blaizot no le ha enviado un
ejemplar de cierto folleto en el que se hace
los retratos de sus padres. Por lo demás, la
carta es de las más lindas. El nuevo secreta-
rio de la Guerra conoce bien los cumplimien-
tos y este estilo me encanta.
Sin duda, no habéis notado aún que el
grito de ¡Viva el rey! no es ya tan común y
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 70

envejece visiblemente. En otras ocasiones,


cuando los parisienses regalaban al rey un
barco o una cantidad en dinero, en lugar de
gritar: “¡Viva la bondadosa villa de París!”,
se gritaba: “¡Viva el rey!” Si habíamos ven-
cido a los imperiales, en lugar de gritar “;¡Vi-
van nuestros soldados! ¡Viva Turena!”, junto
a sus tiendas llenas de heridos, las buenas
gentes gritaban: “¡Viva el rey!”, mientras
que.a cien leguas de allí reposaba el rey
blandamente bajo los pabellones de la volup-
tuosidad, o perseguía un ciervo en los bos-
ques de Fontainebleau.
Ultimamente todavía, en la noche del 4 de
agosto, cuando la nobleza y los comunes se
disputaban los sacrificios y se despojaban de
todo en competencia y cuando no se enten-
día en todos los ámbitos de la Asamblea Na-
cional más que estas palabras conmovedoras:
“Nosotros somos todos iguales, todos amigos,
todos hermanos”; en lugar de gritar: “¡Viva
el vizconde de Noailles, viva el duque de Ai-
guillón, viva Montmorency, viva Castellane,
viva Mirabeau, que les ha dado el ejemplo,
viva la Bretaña, viva el Languedoc, el Artois
y el Bearn, que sacrifican tan noblemente
sus privilegios!”, ¿no se ha visto a M. De
M

80 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Lally desgañitarse a gritar: “¡Viva el rey,


viva Luis XVI, restaurador de la libertad
francesa!”?
Eran entonces las dos de la mañana y el
bueno de Luis XVI, sin duda, en los brazos
del sueño, estaba muy lejos de esperar esta*
proclamación, de recibir al levantarse una
medalla que le haría cantar con toda la corte
un enojoso Te Deum por todo el bien que
acababa de realizar. M. de Lally: nada es
bello sino lo verdadero.
Hoy, la Asamblea Nacional parece sentir
mejor su dignidad. M. Target ha hecho en
ella el experimento, cuando, siguiendo el vie-
jo estilo, comenzó su última representación
con estas palabras: “Sire, traemos a los pies
de vuestra majestad...”, y se le gritó: “¡ Abajo
los pies!”
Lo que debe consolar al agradable miem-
bro de esta desgracia, es la dirección del agra-
decimiento que acaba de recibir por parte
de las anguilas de Melún (Nota 2), además
de la prórroga de sus derechos de pesca.
Franceses, sois siempre el mismo pueblo,
jovial, amable y, por último, burlón. Con
vuestras dolencias hacéis los vaudevilles y en
vuestros distritos practicáis los eserutinios en-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI ; 81

tonando la canción de Malbroug. Pero este


pueblo burlón ha sido elevado, por la noche
del 4 de agosto, por encima de todas las na-
ciones. En otros, se ha visto con frecuencia
al patriotismo hacer sacrificios y a las mu-
jeres, en las calamidades públicas, llevar sus
pedrerías al Tesoro público. Las damas ro-
manas se despojaban de su oro; pero les eran
indispensables las distinciones, las literas, los
carros, los adornos exclusivos y el rojo; de
otra manera, decían ellas, y si no se revoca
la ley Appia (Nota 3), ya no haremos más
hijos. Estaba reservado a las damas francesas
AE
AD
£l renunciar hasta a los honores y no acep-
ARA
o
tar distinciones, fuera de aquellas de las que
la virtud no puede defenderse: las bendicio-
nes del pueblo.
Franceses: ¿no instituiréis una fiesta con-
memorativa de esta noche, en la que tan gran-
des cosas fueron hechas sin las lentitudes de
un escrutinio y como por inspiración?
De esta noche podréis decir, mucho mejor
que de la del Sábado Santo, que nos ha saca-
do de la miserable esclavitud de Egipto. Esta
noche ha exterminado los jabalíes, los cone-
jos y toda la caza que devoraba nuestras
cosechas. Esta noche ha abolido el diezmo y
6
Ba E. BARRIOBERO Y HERRÁN

el pie de altar. Esta noche ha abolido las


anatas y las dispensas, ha quitado las llaves
del cielo a un Alejandro VI para entregarlas
a la buena conciencia. El Papa ya en ade-
lante no cobrará un impuesto sobre las ca-
ricias inocentes del primo y de la prima. El
tío goloso, para acostarse con su tierna so-
brina, no tendrá necesidad de pedir otra cosa
sino una dispensa de edad para ella.
Esta noche, desde el gran requisidor Seguier
hasta el último procurador fiscal de pueblo,
han sido despojados de la tiranía de la toga.
Esta noche, al suprimir la venalidad de la
Magistratura, ha procurado a la Francia el
bien inestimable de la destrucción de los
Tribunales, Esta noche ha suprimido las
_justicias señoriales y los duques-pares; ha
abolido la corvea, la mano muerta, el cen-
so, y ha borrado de la tierra de los Fran-
cos todos los vestigios de la servidumbre.
Esta noche es la que ha reintegrado a los
franceses en los derechos del hombre, la que
ha declarado a todos los ciudadanos igua-
les, igualmente admisibles a todas las digni-
dades, puestos y empleos públicos; la que
ha arrancado todos los oficios civiles, ecle-
siásticos y militares al dinero, al nacimiento
a
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 83

y al principe, para dárselos a la nación y al


mérito. Esta noche es la que ha quitado a
una madame de Bear su pensión de ochen-
ta mil libras por haber tenido la desver-
giienza de introducir a la Du Barry; la que
ha quitado a madame de Espre su pensión
de veinticinco mil libras por haberse acos-
tado con un ministro. Esta noche es la que
ha suprimido la pluralidad de beneficios, por
la que ha perdido un cardenal de Lorena
sus veinticinco o treinta Obispados; un prín-
cipe de Subiza, sus ciento cincuenta mil li-
bras de pensión; un barón de Benseval, las
siete u ocho encomiendas de príncipe, y la
que ha prohibido la reunión de tantos car-
gos como se veía acumulados sobre una sola
cabeza en las cartas dedicatorias y en los epi-
tafios. Esta noche es la que ha hecho al cura
Gregoire obispo; al cura Thibaut, obispo; al
cura del viejo Pousanges, obispo; al abate
Syeyes, obispo. Esta noche es la. que ha qui-
tado a las eminencias la caperuza roja para
darles la caperuza de San Pedro; la que ha
quitado a sus excelencias, a sus grandezas, a
:
-
sus señorías, a sus altezas, esa cinta roja, ver-
de

de o azul.
84 E. BARRIOBERO Y HERRÁN
1

Que la altivez insultante


ostentaba sobre el pecho.
De la vanidad lo ha hecho
tejer la mano brillante.

En lugar de ese cordón del favor, habrá


un cordón de mérito y la Orden Nacional sus-
tituirá a la Orden Real. Esta noche es la que
ha suprimido los señoríos y los privilegios
exclusivos. Irá a comerciar a las Indias el
que quiera. Tendrá una tienda el que pueda.
El maestro sastre, el maestro zapatero y el
maestro peluquero, llorarán; pero los depen-
dientes se regocijarán, y habrá iluminación
en las buhardillas. Esta es, en fin, la noche
en que la Justicia ha arrojado de su templo
a los mercaderes, para escuchar gratuita-
mente al pobre, al inocente y al oprimido;
esta noche es la que ha destruído el cuadro,
la Diputación y la Orden de los Abogados,
esta Orden acaparadora de todas las causas,
que ejercía el monoplio de la palabra y pre-
tendía explotar exclusivamente todas las que-
alisl
dr
rellas del reino. Ahora, ya todo hombre que
tenga conciencia de sus fuerzas y la confian-
za de sus clientes podrá defender. Mait, Eru-
cius será inscrito en el nuevo cuadro, aun-
que sea bastardo; M. Juan Bautista Rous-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 835

seau, aun cuando sea hijo de un zapatero, y


M. Demóstenes, aun cuando en su subterrá-
neo no exista una antesala aceptable.
¡Oh, noche desastrosa para la Gran Cáma-
ra, los alguaciles, los ujieres, los procurado-
res, los secretarios, los subsecretarios, las be-
llezas solicitantes, porteros, mozos de estra-
dos, abogados, gentes del rey, para todas las
gentes de rapiña! ¡Noche desastrosa para to-
das las sanguijuelas del Estado, los financie-
ros, los cortesanos, los cardenales, arzobispos,
abades, canónigos, abadesas, priores y sub-
priores! Pero ¡oh, noche encantadora, ob vere
beata nox, para mil jóvenes reclusas bernar-
dinas, benedictinas, visitandinas, cuando ellas
quieren ser visitadas por los padres bernar-
dinos, benedictinos, carmelitas, franciscanos,
que la Asamblea Nacional borrará de los re-
gistros y excarcelará, y el abate Fauchet en-
tonces, como recompensa de su patriotismo y
para hacer estallar de rabia al abate Maury
convertido en patriarca del nuevo reino y a
su vez presidente de la Asamblea Nacional,
designará su presidencia en la lápida de lo
inolvidable con estas palabras del Génesis,
que monjas y monjes no esperaban escuchar:
“Creced y multiplicaos”!

E3
86 E. BARRIOBERO Y HERRÁN -

¡Oh, noche feliz para el negociante a quien


le queda asegurada la libertad de comercio!
¡Noche feliz para el artesano cuya industria
es ya libre; no trabajará más para un amo
y obtendrá de sí mismo el salario! ¡Noche fe-
liz para el labrador cuya propiedad se en-
cuentra aumentada, por lo menos, en una

décima parte con la supresión de los diez-


mos y de los derechos feudales! ¡Noche fe-
liz, en fin, para todos, puesto que las barre-
ras que cerraban para casi todos los cami-
nos de los honores y de los empleos han sido
forzadas y arrancadas para siempre y ya no
existirá entre los franceses otra distinción,
sino la de la virtud y el talento!
Inmortal Chapelier, tú que presidías esa
* noche venturosa, ¿cómo has levantado tan
pronto la sesión y podido escuchar la hora
del reloj en medio de una Asamblea ebria
de patriotismo y de entusiasmo? Has creído
.- que no debías mostrarte anheloso de los
triunfos del momento. Pero con esta meta-
física, la Bastilla aún estaría en pie. ¿Cómo
no has visto que al prolongar la sesión dos
horas más, la impetuosidad francesa hubiese
“acabado de destruir todos los abusos? Esta
Bastilla hubiera sido derribada de un solo
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 87

ataque y el sol alumbraría en Francia un


pueblo de hermanos y una República mu-
cho más perfecta que la de Platón.”
La ilustre Linterna, después de haberse pa-
rado un poco para tomar aliento, continuó
en estos términos:
“Justo es ya que con estos elogios mezcle
algunas quejas justas. ¡Cuántos malvados lo-
graron escapárseme! No es que yo ame una
justicia demasiado expeditiva; ya sabéis que
os mostré mi descontento cuando la ascensión
de Foulón y de Berthier (Nota 4) ; rompí dos
veces la fatal lazada, aunque estaba bien con-
vencida de la traición y de la maldad de los
dos bribones; pero el carpintero tomó el asun-
to con mucha prisa: Yo hubiera preferido
un interrogatorio y la revelación de numero-
sos hechos.
En lugar de comprobar estos hechos, cie-
gos parisienses, acaso habéis dejado que des-
aparezcan las pruebas de la conspiración tra-
mada contra vosotros, de forma que habéis
impedido el que se sirva a la justicia y a la
patria que lo pedían, y habéis deshonrado
la Linterna. Mi gloria pasará y quedaré man-
chada con los asesinatos en la memoria de
los siglos. Ved cómo el señor Morande, en su
+ ” e RA par eS po m
E s ú

O 88 ; E. BARRIOBERO Y HERRÁN |

ps -——Courrier de PEurope y el Gazetier de Leyde e |


E me han calumniado ya. Dejo a las linternas /
e de este país el encargo de vengarme. Por mu- :
25 ) cho que digan estos periodistas pensionados, E

Gracias al cielo, mis manos no son criminales.

¿Por qué, sin embargo, os preocupáis tan


poco de nuestra común justificación? Ya el
Ée cuerpo del delito fué encontrado. ¿Es que s
ñ se puede dudar del complot formado contra
Brets? ¿Es que no es evidente que había E k
una conspiración más espantosa contra Pa- 3
rís? ¿Es que no había casas señaladas con
creta? ¿Es que no se ha descubierto una can- |
tidad enorme de mechas azufradas? ¿Qué sig- +
nificaban esos dos regimientos de artillería,
esos cien cañones y ese diluvio de extranje-
ros, ese regimiento de Salís-Samade, Chateau-
vieux, Diesbac, Royal-Suise, Royal-Allemand,
Roemer, Bercheny, Estheracy y esa multi-
tud de húsares y de austriacos sedientos de
saqueo y prestos a bañarse en la sangre de
este pueblo tan dulce, que hoy mismo apenas
puede creer en la existencia del complot in-
fernal? Pero ¿cómo no creerlo? ¿Es que no J
se había transportado tres piezas de artille-
O

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 80

ría hasta la terraza del jardín público de


Passy, porque se lo había encontrado a pro-
pósito para cañonear desde allí a los parisien-
ses; esto es, desde el mismo sitio en donde
Carlos IX los había arcabuceado hace dos-
cientos años? ¿Es que Benseval no se enfu-
reció al saber la noticia del despido impru-
dente de M. Nécker, porque esto era tanto
como tocar antes de la hora a las vísperas
sicilianas y reventar toda la mina? ¿Es que
ese Mesmai, el consejero del Tribunal de
Besancón, no ha revelado bastante locamen-
te la maldad de sus colegas los aristócratas y
todo lo dañino de sus propósitos? ¿Es que
para sorprender nuestra confianza, y con el
fin de que nuestra artillería no cayese en ma-
nos pérfidas, no se ha disfrazado con el traje
de artillero a los espías que un artillero de
verdad, M. Ducastel, ha desenmascarado y ha
caído sobre ellos abatiéndolos a sablazos? ¿Es
que no se había preparado de la misma ma-
nera una infinidad de trajes de guardias fran-
ceses para disfrazar a los traidores con el fin
de que nos asesinaran sin riesgo? ¿Es que
Flesselles no ha enviado a los ciudadanos de
cinco o seis distritos, el lunes, a media noche,
a buscar armas en los benedictinos y en otros
90 E. BARRIOBERO Y HERRÁN .

sitios tan insospechados, confiando en hacer


una carnicería y en que los asesinos regimen-
tados que vagaban alrededor de la villa, al
verlos inermes, apresuraran la ejecución de
sus designios y se precipitaran a entrar en
la capital? ¿Es que no resulta evidente que
la asonada del arrabal de San Antonio, tan
bien pagada, no la provocó el partido de los
aristócratas con el fin de aparentar que te-
nía razón y hacer avanzar las tropas? ¿Quién
no ve que entonces se mandó a los guardias
franceses y a la Real-Corbata tirar sobre los
ciudadanos y fusilar gentes inermes, borra-
chos y mendigos en el jardín de Reveillón,
sin otra finalidad que la de hacer paladear a
los soldados la sangre de sus conciudadanos
y ensayar su obediencia? ¿Quién no ha oído,
por último, a los artilleros confesar que te-
nían dispuesta una ambulancia para perse-
guirnos con sus bolas rojas? Centinela vigi-
lante del pueblo el estimable M. Gorsas y
otros periodistas han observado desde lo alto
de su garita todas las maniobras de nuestros
enemigos. Se ha explicado en el Courrier de
Versailles a Paris, en el Point du jour, etc., su
plan de ataque, y yo he oído a respetables
militares, oficiales generales ligados al prín-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 91

cipe por pensiones y, por tanto, nada sospe-


chosos, a pesar de su repugnancia a creer que A
Luis XVI hubiese podido, como el gran Teo- ,
dosio, en Salónica, ordenar un asesinato ge- 3
neral, obligados a declarar que, en verdad,
ni aun la corte tan corrompida de Catalina :
de Médicis era tan sanguinaria. ñ E
Así, pues, esos pequeños señores y esas
de pequeñas señoras tan voluptuosas y delica- i
dos, que no se mostraban más que en sus : q
habitaciones o en sus coches elegantes, que
E mariposeaban en los pasatiempos de Mesali- »a
na y de Safo, en la obra galante de la seño-
rita Bertin, en sus cenas deliciosas, en las
E que, al beber los vinos de Hungría, alzaban
8 la copa de la voluptuosidad por la destruc- :
Er ción de París y por la ruina de la nación =>
, francesa. Allí, los Broglie, los Besenval, los” <<
de Antichamp, los Narbonne-Fritzlard, Lam-
bese, de Lambert, Bercheny, Condé, Conti,
d'Artois, con el plano de París en la mano,
mostraban alegremente cómo el cañón rom- a
pería las torres de la Bastilla, cómo desde
las alturas de Montmartre, las baterías elegi-
rían los edificios y las víctimas; cómo las bom-
bas irían a caer parabólicamente en el Pa-
/ Tais-Royal.
NS

92 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Yo pido perdón a M. Bailli, este excelente


ciudadano, este digno alcalde de la capital;
pero él sabe muy bien que el alcalde de The-
bas, Epaminondas, según cuenta Cornelio Ne-
pote, jamás se hubiera prestado a una mentira
ni aun para conquistar la calma. ¿A quién
se podría hacer creer que la plataforma de
Montmartre sólo estaba destinada para acribi-
llarnos desde ella y para ningún otro uso?
Excelentes parisienses: había contra vos-
otros una conspiración execrable. La conjura-
ción de las pólvoras cuyo descubrimiento se
celebra en Londres con una fiesta de aniver-
sario, estaba mil veces menos comprobada, y
vosotros no habéis escapado del asesinato más
que por vuestro valor, porque los malvados
y los traidores son siempre cobardes y sólo
los anima el egoísmo y el vil interés y de una
pasión baja no pueden hacer grandes cosas,
mientras que el patriotismo, es decir, el amor
a los hermanos y el olvido de sí mismo en-
gendra acciones heroicas. Habéis escapado,
por fin, de este peligro, porque el ángel tute-
lar de los bordes del Sena ha velado visi-
blemente por vosotros y porque, como decía
Benedicto XIV, la Francia es el reino de la
Ae Pira
SA, Providencia.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 93

Puesto que la traición está comprobada,


¿por qué no nos ocupamos de enjuiciar a
los traidores? Yo lo diré con la moderación
que corresponde a una Linterna; pero tam-
bién con la franqueza de que conviene usar
en un país libre y desempeñando la misión
de vigilancia que es de esperar de mi minis-
terio y del ojo del gran justiciero de Francia;
tenemos a Besenval, d'Espremenil, Maury, el
duque de Guiche; tanto mejor si resultan
inocentes; pero no me gusta que hayan li-
bertado a Cazalés (Nota 5). Su persona se dice
que es sagrada; yo no entiendo esa palabra.
¿Se quiere decir del señor Cazalés lo que la
ley romana, es decir, el adulador Ulpiano de-
cía del príncipe: “Está por encima de las le-
yes. Légibus solutus est”? Esto es falso. Nada
hay sagrado e inviolable más que la inocen-
cia; ésta es la única que puede desafiar a la
Linterna. Una infinidad de folletos pronun-
cian la responsabilidad de los diputados en
vez de defender el que se les someta a pro-
ceso si es necesario. D”Espremenil, Maury,
Cazalés, ¿son más inviolables que el pretor
Léntulos, el dictador César y el tribuno Sa-
turninus, que todos eran personas sagradas?
¡También era una persona sagrada el rey Agis.
094 E E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Que se me muestre en los archivos de la jus-


ticia un monumento más augusto y que ins-
pire a todos los mortales un terror más san-
to, más saludable por su espada, que la ins-
cripción que se leía en una columna en el
templo de Júpiter Lyciano. Los arcadianos,
después de haber dado muerte a su rey Aris-
todemo por traidor a la patria, erigieron di-
cha columna y en ella grabaron estas pala-
bras: “Los reyes perjuros son castigados tar-
de o temprano con la ayuda de Júpiter. Por
fin se ha descubierto la perfidia de éste que
ha traicionado a Messena. ¡Gracias os sean
dadas, gran Júpiter!”
¿Por qué han libertado a ese marqués de
Lambert? Lloraba, y yo oí que un joven le
decía: “Miserable; cuando era preciso llorar
es cuando recibiste la horrible orden de es-
trangular a todo un pueblo si persistía en re-
clamar sus derechos. Cobarde; tú estabas dis-
puesto a asesinar mujeres, niños y ancianos;
tú eras general de un ejército de verdugos, y
no sabes morir. ¡No escaparás de la Linter-
na!” Y sin embargo, se me ha escapado.
¿Por qué libertar también al abad de Ca-
lonne, al duque de la Vauguyón y a tantos
otros? No quiero asegurar que fuesen culpa-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI , 95

bles. La imagen del terrible carpintero y el


ejemplo de algunos fatales desprecios pueden
asustar a la inocencia. Pero la huída, el dis-
fraz y las circunstancias, por lo menos, los
hacían sospechosos; esta es una palabra llena
de sentido, de tanto sentido como la que el
orador romano dirigió en algún momento a
los patriotas: In suspicione latratote. Duran-
te la noche, los gansos del Capitolio han de
chillar. Ahora estamos entre tinieblas y no
parece mal que los perros fieles ladren a los
transeuntes para que no sean de temer los
ladrones. El Comité de los crímenes de lesa
nación ha ordenado el alejamiento de tal o
de cual, no obstante el rumor público que los
acusaba. Puesto que la Asamblea Nacional lo
ha dispuesto, que partan libremente y que
continúen su camino hacia Botany-Bay; yo
me felicitaré, por lo menos, de que M. Ro-
bespierre se haya opuesto con todas sus fuer-
zas al destierro del duque de la Vauguyón.
M. Glaizén se opuso de una manera mucho
más elocuente. Miembro del Comité criminal,
ha presentadosu dimisión en el mismo ins-
tante. ¡Honor a MM. Glaizén y Robespierre!
Me permitiré preguntar todavía: ¿Por qué
no habéis unido los pedazos de la carta rota
96 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

del barón de Castelnau? ¿Por qué el público


no los ha leído? Habéis hecho como los ate-
nienses, que devolvían, sin abrirlas, las cartas P

interceptadas de Filipo a su mujer. Sí; pero


bien se cuidaba de abrir las que iban dirigi-
das a los enemigos. En tiempo de guerra, los
ingleses abren todas las cartas. Citaré a mon-
sieur De Clermont-Tonnerre, aunque presi-
dente de la nación y primero de nuestros per-
sonajes en esta quincena (Nota 6). El hono-
rable miembro, tal vez con demasiada elo-
cuencia, se ha excedido extraordinariamente
en el uso de sus poderes al mediar celoso por
Besenval, por su tío y por Castelnau. Esta
carta, vino a decir a la Asamblea Nacional,
es una prueba de honradez; yo la he leído. .
Este yo la he leído es muy agradable. Habéis
dicho, pues, parisienses, como los griegos re-
unidos dijeron a Temístocles: Leédselo a
Arístides. ¿Es M. De Clermont-Tonnerre vues-
iro Arístides? Hay una ley que dice: Adúlte-
ra, ergo benéfica. Yo no puedo decir del mis-
mo modo: Es aristócrata, luego es noble. ¡No
lo quiera Dios! Yo misma, el martes 15 de
julio, cuando los augustos representantes de
la nación se volvieron a la villa y desfilaban
bajo las banderas de los guardias franceses,

59
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 07

jamás lo olvidaré, vi a un noble, el vizconde


de Castellane, besar con entusiasmo aquellas
enseñas de la patria. Lo vi y temblé de ale-
gría. Todo lo que yo quiero deciros es que la
carta desgarrada por el barrón de Castelnau
debía ser leída públicamente y fijada, como
se debían fijar la de Flesselles a Delaunay, la
de Besenval a Delaunay y la antigua carta de
Sartines a su digno amigo Delaunay.
Esto es viejo, se dice, y debía ser olvidado.
md
.A
Pero ¿se puede imaginar que yo haya olvida-
xxO
a2EA
2
_ do el que un cierto elector de París, enviado
entonces a Versalles para entregar al mo-
mento las cartas interceptadas en las manos
de Castelnau, y habiendo llegado a las tres de
la tarde, no dió cuenta hasta después de las
diez de la noche? ¿Se puede imaginar que
yo no me acuerde de que el señor de Messe-
my, que figura hoy entre los representantes
del Municipio, era la persona de confianza del
señor Barantin y el director de la librería?
¿Se puede imaginar que yo haya olvidado el
que en la consternación de la capital, el do-
mingo 12 de julio, cuando los más celosos pa-
triotas entre los electores conjuraban a M. De
la Vigne, su presidente, a que tocase al ins»
tante a rebato y convocara su Asamblea ge»
7
98 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

neral, ese pusilánime presidente los desesperó


con sus negativas, y a pesar de los reproches
tan duros como escuchó de los celadores del
bien público, supo retrasar todavía veinticua-
tro horas, contemporizando, una Asamblea
cuya reunión era tan urgente y que venía re-
trasándose ya durante muchos días contra el
clamor general? ¿Se puede imaginar que yo
haya olvidado que el señor De Beaumarchais
era el íntimo amigo del señor Le Noir, este
honrado teniente de la Policía? Todavía per-
donaría yo mejor al diputado de Santa Mar-
garita, que ha burlado al conde Almaviva, a
los Robins, al director de la librería y a la
Cámara Sindical. Fígaro y Tarare eran dos
buenas obras de teatro, políticamente hablan-
do. El monólogo de Fígaro es una obra me-
ritoria; y los persas tomaron de Zoroastro la
costumbre de colocar las buenas acciones del
acusado en un platillo de la balanza y las
malas en la otra.
Preferiría, sin embargo, ver el Municipio
de París representado por ciudadanos tales
como el autor de los Etudes de la Nature y
de Paul et Virginie. ¿Cómo ha podido suce-
der que los honores no hayan ido a buscar
en el fondo de su retiro a este hombre de le-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 90

tras, tan modesto y tan sabio, que tanto hace


amar la naturaleza? ¡Oh, virtud! ¿Vivirás
siempre lejos del honor? El filósofo observa-
dor que ha escrito El año 2440 y el Tableau
de Paris y tantas otras obras a las que acom-
paña más la utilidad que e brillo, tampoco
debía ser olvidado. Pero el mérito desdeña
la intriga, y hay muchas gentes que, como
jamás llegan al fondo, se las encuentra siem-
pre en la superficie.
¡Cuántos podría yo nombrar que llegados
a última hora, y hasta sin haber llegado del
todo, o desesperados y en el secreto de su co-
razón gemían sin cesar por la Revolución, y
no solamente se han atrevido a pedir las mis-
mas recompensas que los que habían señala-
do la aurora y soportado solos todo el peso
del día, envidiando a éstos hasta la más pe»
queña hoja de la palma que les era debida!
(Nota 7.)
El que Ulises, el que el mismo Thersites
o que Stentor eclipsen las armas de Aquiles,
¿qué importa a los generosos patriotas que
han desafiado los suplicios sublevando al pue-
blo por la libertad y llamando a la nación a
las armas? Gozan de una recompensa, la úni»
, ea digna de ellos: han visto huir a los aristó-
100 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

cratas y ven a la nación libertada; sólo puede


faltar a su dicha una cosa: la seguridad de
que el pueblo francés no volverá a sufrir sus
yerros y que no caerá de una aristocracia en
otra.
Pero al parecer no se dedica todo lo que
fuera deseable a extirpar todos los gérmenes
de la aristocracia. ¿A qué esas charreteras,
manzanas de la discordia arrojadas en los
sesenta distritos? Cuando no se ha tomado
las armas más que contra el aristocratismo, es
decir, contra el orgullo de las distinciones,
contra el espíritu de dominación, para acer-
carse todo lo posible a la igualdad original
y crear un estado de cosas que advirtiese a
todos sin cesar que son hermanos, ¿a qué dis-
tinguir la charretera del oficial de la del sol-
dado? (Nota 8.) Existía un sabio decreto del
distrito de San José por el que se mandaba
que todos llevasen el mismo uniforme y que
no hubiese distintivos más que a la hora del
servicio; ¿cómo ha podido ocurrir que al au-
tor de una moción que cortaba las raíces de
tantas querellas, celos y cábalas no se le haya
glorificado y no haya sido unánimemente aco-
gida? Si los franceses son un pueblo vano y
les son absolutamente indispensables las dis-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 101

tinciones, que la Asamblea Nacional instituya


una orden nacional y la condecoración sea
concedida a los que se hayan distinguido por
una acción heroica. Pero desde este momento
yo pregunto a todos esos señores, aristócratas
sin saberlo, que nos encontramos en los pa-
seos adornados con una charretera, para qué
quieren distinguirse de los demás y cuál es.
la acción bella y generosa que les ha conce-
dido ese derecho. En un reclutamiento mili-
tar de burgueses; en un momento en donde
apenas hay tiempo para reconocerse, cuando
la charretera no puede ser una prueba de mé-
rito ni de valor el llevarla, es lo mismo que
llevar sobre el hombro una acusación de an-
siedad, de intriga o, por lo menos, este cartel:
“Aristócrata”. Porque ¿qué es la aristocracia,
sino el furor de destacarse sin razón? La Na-
turaleza no ha repartido más que desigual-
dades entre los hombres sin necesidad de que
la ambición venga a repartir otras quiméricas.
Esta salida contra las charreteras me ha
llevado muy lejos de mi tema. Volvamos a la
Asamblea Nacional y al Comité criminal,
Pero antes escuchad una breve anécdota. No
sé qué distrito había escrito al Comité que el
abad de Vermond estaba en tal parte, y para
102 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

detenerlo sólo se aguardaba la autorización


de los Doce. Pero entre ellos había un obispo
que aborrece la sangre (Nota 9), y M. Tron-
chet, que aborrece la aristocracia ferozmente.
La respuesta fué que este asunto no les in-
cumbia. ¿Será a mí a quien incumba? ¿Cómo
la Asamblea Nacional, de la que se puede de-
cir con verdad que le han sido concedidos to-
dos los poderes de la tierra, puede dudar de
si tiene tanto derecho como un bailío rural,
para decretar en virtud del rumor público?
Cuando no se casa las hijas, decía el viejo
Belus, padre de la princesa de Babilonia, se
bastan ellas para casarse. Cuando no se hace
justicia al pueblo, se la toma por su mano.
Así he visto yo hoy muchos ciudadanos correr
entusiasmados en derredor mío, gritando con
una voz terrible: ¡Oh, Linterna! ¡Linterna!
Lejos de mí ese antipático designio de des-
acreditar a los representantes de la nación y
a una Asamblea tán augusta, tan llena de luz
y tan inflamada de patriotismo, como jamás
hubo otra en el universo. Son nuestros legis-
ladores y nuestros oráculos (Nota 10); pero
la desconfianza es madre de la seguridad. ¿En
donde estaríais vosotros, buenos parisienses,
si hubieseis dado fe a las bellas palabras con
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 103

que se os decía que los húsares y los cañones


no avanzarían más que para proteger contra
los ladrones vuestras tiendas y vuestras ca-
sas? La aristocracia respira todavía. Los Tar-
quinos están errantes y buscan a Porsena;
que Porsena tiemble y sepa que la Francia no
carece de hombres tan valerosos como Mu-
cius y que esta vez no se equivocarán de víc-
tima.
Franceses: los enemigos del bien público
desesperarán de conquistaros si vosotros que-
réis ser libres. Han tomado el partido de dis-
gustaros de la libertad por los excesos de la
licencia. Atentos a esto, han lanzado contra
el pueblo a esas rabiosas hordas de bandidos
que desuelan y saquean las provincias. No, no
es el pueblo en modo alguno el que comete
tantas iniquidades; no puede ser el pueblo
al que yo he visto entregar con tanta fideli-
dad el oro y las alhajas de Flesselles, Delau-
nay, Foulón y Berthier; no puede ser ése el
mismo pueblo que en París hacía una justi-
cia tan pronta y ejemplar con los bribones
cogidos infraganti y que en Versalles acaba
de arrancar al suplicio un parricida. Pero hay
bandidos pagados por un partido, hombres sin
asilo, la hez de los hombres, que se ha derra-

1
104 E. BARRIOBERO Y HERRÁN
y

mado sobre la Francia (Nota 11). Muchos se


pasean por nuestras villas, se mezclan en los
grupos de los ciudadanos y hacen presa en el
Palais-Royal. Estos son los que se han atrevi-
do a pedir la cabeza de M. De Lafayette y
de M. Bailly.
“Está bien claro — dice acertadamente el
Courrier de Versailles a Paris—que hay pro-
motores secretos y poderosos de estas insu-
rrecciones. Gentes desharrapadas, que con un
trabajo continuo apenas podían combatir el
hambre y desde hace poco tiempo pasean a
todas horas. No se puede dudar de que están
pagados. Se ha visto a algunos sembrar la
plata entre las ínfimas clases sociales; ¿qué
ha sido de ellos? ¿Qué ha sido de aquel abad
a quien se había mandado arrestar porque lo
denunciaron personas cuyo testimonio era
digno de todo crédito, y mediante un decreto
lo sustrajeron a la Linterna y al tormento que
debía de haber sufrido previamente?
¿Qué es lo que ha ocurrido con ese caba-
llero que se decía condecorado con una or-
den extranjera, cuyo juicio no se ha aplazado
sino para juzgarle del todo? ¿Qué es lo que
ha ocurrido con tantos otros personajes sospe-
chosos, a quienes se ha facilitado y pagado la
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 105

evasión? ¿No sería justo que la Asamblea


| Nacional rindiera públicamente cuentas de lo ?
| que ha hecho con estos primeros culpables y
de sus interrogatorios?”
Aunque... todo el mundo sabe que el can-
ciller D'Aguesseau se encierra en vano doce
horas diarias con el más hábil descifrador
para leer el último interrogatorio y el testa-
mento de Ravaillac. Estaba escrito de letra
ilegible por un tal Gilbert, por entonces es-
cribano del Tribunal. De él descienden los
magistrados Gilbert. Ha sufrido muchos in-
terrogatorios, que están escritos de esta ma-
nera, lo que da lugar a muchas y muy am- AS
plias reflexiones. :
Me falta todavía inmunizaros contra el ve-
neno de algunas mociones presentadas a la
Asamblea Nacional y contra algunos escritos e
que por la capital circulan. Entre estos folle- Sto
tos peligrosos hay uno bastante llamativo, que >:
se titula El triunfo de los parisienses. El au-
tor quisiera hacerles creer que su ciudad va a Ex
quedar tan desierta como la antigua Babilo- ls
nia; que los franceses van a ser transforma»
dos en un pueblo de labradores, de jardineros
y de filósofos con cayado y alforja; que en |
, seis meses la hierba tapizará el pavimento de "A
106 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

la calle de Saint-Denis y de la plaza Maubert,


y que encontraremos plantíos de melones en
la terraza de las Tullerías y eras de ajos y ce-
bollas en el Palais-Royal. “¡Adiós los finan-
cieros!, dice el autor. Turcaret volverá a su
Suiza y comerá pan duro. Los prelados, los
beneficiados de vientre opulento, se volverán
éticos y congruistas. Si las buenas costumbres
renacen, adiós las bellas artes. ¡Ah, M. Far-
geon! ¿De qué os podrá servir el haber supe-
rado a todos los perfumistas de Egipto? ¡Ah,
M. Maille! ¿De qué os servirá haber inven-
tado el vinagre s'tytico, que borra las arrugas
y pone la frente como un espejo; el vinagre
de ciprés, que en doce días vuelve indefecti-
blemente morena a la rubia;el vinagre sin
ejemplo, que blanquea, pule, afirma y embe-
llece; ese vinagre, por último, que hace las
vírgenes O las rehace, y en cuyo anuncio pre-
venís complacientemente a las damas que pue-
den enviarlo a buscar sin temor de que el
portador adivine su uso? Tantos bellos des-
cubrimientos van a resultar inútiles.”
Y menos mal si la reforma no afectara más
que a las cortesanas de primera categoría;
pero este ejército innumerable del que el se-
ñor Quidot era el inspector, este ejército que
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 107

bajo las arcadas del Palais-Royal (Nota 12), y


a la claridad de las lámparas de M. Quinquet,
pasa revista diariamente ante nosotros, revis-
ta mucho más encantadora que la de Xerxes,
este ejército va a ser licenciado por no po-
derle pagar. Más aún: la retaguardia de esta
milicia va también a ser dispersada. En se-
guimiento de tres mil frailes descogullados y
- de veinte mil abades desbonetados, que vol-
verán a sus provincias para guiar el arado o
para medir y pesar sobre el mostrador pater-
no, será preciso que treinta mil prostitutas
desciendan de las buhardillas de las calles de
Trussevache, Vide-Gousset, etc., renuncien a
las dulzuras de Saint-Martin y de la Salpe-
triere y, como la pobre Paquette de Cándido
en los bordes del Ponto Euxino, vayan a ha-
cer pasteles con el hermano Giroflee, El au-
tor de este folleto va más lejos todavía:
“Adiós—dice—los sastres, los tapiceros, los
silleros, los abaniquistas, los especieros, la
Gran Cámara, los procuradores, los abogados,
los iluminadores, los baratijeros, los. orfebres,
los cocineros...” Arruina los seis cuerpos; ni
aun a los panaderos perdona y nos convence
de que debemos o comer hierba o vivir del
maná (Nota 13).

q
108 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Es fácil demostrar que, lejos de decaer de


su esplendor, la capital va a estar más flore-
ciente que nunca. Se acusa a la generación
actual de demolerlo todo y nada edificar;
pero ¿no era preciso haber destruído la Bas-
tilla antes de edificar sobre el solar que ocu-
paba? Ya algún arquitecto se desvela en ima-
ginar un palacio digno de los augustos repre-
sentantes de la nación. Pronto lo veréis alzar-
se entre las ruinas de la Bastilla. Allí, en su
seno, París tendrá la Asamblea Nacional, el
Congreso de cuarenta y cinco provincias, la
sede de la majestad y de la lealtad del pue-
blo francés, el altar de la concordia, la cáte-
dra de la filosofía, la tribuna del patriotismo,
el templo de la libertad, de la humanidad y
de la razón, al que todos los pueblos llegarán
en busca de oráculos.
Al estar entonces el Consejo permanente
de la nación sedentario en París, esta villa
recobrará, por último, las emigradas “oficinas,
y con ellas un gran aumento de riqueza, de
salud y de buen humor, cuya ausencia no cesa
de lamentar desde que Luis XIV la empobre-
ció para enriquecer Versalles. Este beneficio.
tan grande, no es el único con que la revolu-
ción debe enriquecer la capital. Esta no es,
o
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 109

como las demás, una villa que pertenece en


propiedad a sus habitantes; París es más
bien la patria común, la madre patria de to-
dos los franceses, y no hay ciudad alguna en
el reino que deje de interesarse por su esplen-
dor, en el que se apresuran todas las provin-
cias a colaborar. La industria y la actividad
parisienses, secundadas por esta conspiración
unánime del resto de la nación para embe-
llecer la metrópoli, creará en ella maravillas,
y M. Mercier no morirá, así lo espero, sin ver
lo que tanto ha deseado: París puerto. Sí;
París puerto, y puerto de tal naturaleza, que
la galera de Hyeron pueda maniobrar en él;
yo quiero alcanzar a ver cómo aquí le pasa
revista M. De Lafayette, y asimismo a la In-
fantería parisién, a la Caballería parisién, a
la Artillería parisién y a la Marina parisién.
Verdad es que la revolución da un golpe
decisivo al almanaque real. ¡Adiós el privi-
legio de M. D'Houry! Pero M. Baudoin nos
imprimirá un almanaque nacional (Nota 14).
Verdad es que habrá menos seminarios y con-
ventos de célibes; pero es preciso esperar que
la población no disminuya por ello; verdad
es que los Tribunales actuales pasarán; pero
no pasará la curia. Tendremos magistrados
110 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

menos aristócratas, menos insolentes, menos


ignorantes, menos caros; pero no nos faltarán
jurisconsultos que en nada cederán a los de
la Universidad de Lovaina, de Oxford y de
Salamanca. Ciertamente que mientras haya
hombres habrá pleitistas. ¿Quién se atreverá
a decir que no se pleitea en las monarquías?
Se pleiteaba en Atenas y en Roma, y por los
procesos consta que los romanos eran mucho
más pleitistas que nosotros. Seguramente no
habrá más de veinte profesores de Derecho
interesados en poblar el foro de ignorantes,
puesto que sus rentas crecen en proporción
de la ignorancia y la pereza; pero las escue-
las de Derecho subsistirán, con la diferencia
- de que en ellas habrá una verdadera cátedra
en vez de un mostrador. Verdad es que Cal-
chas ya no tendrá cien mil libras de renta;
pero Thermosyris no necesita más que una
flauta y un libro de himnos, mientras que a
Mathan le son indispensables las tiaras y los
tesoros. Verdad es que el señor Leonard ya
no hará reventar seis caballos para ir a llevar
papelitos a Versalles y no perderá cincuenta
mil libras bajo la caución de su peine; pero
los peluqueros no serán desterrados de la Re-
pública. La esclavitud de los reyes está abo-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 111

lida; pero para encantar el sueño de la vida


siempre será necesaria la esclavitud de las
mujeres y la galantería francesa vivirá eter-
s*4 namente. ¿Cree el autor del Triunfo de la
A
Aa
tad
ts
VA
capital que la libertad sea enemiga de los es-
pectáculos y de Aspasia? ¿Quién no ve lo
mucho que ella satisface al Palais-Royal? Ja-
más otra monarquía ha hecho tantos gastos y
sacrificios por el teatro como la democrática
Es de Atenas. Los thebanos erigieron una estatua
al comediante Pronomens junto a la de Epa-
minondas (Nota 15), y aquellos lacedemo-
nios, delante de quienes danzaban las mujeres
completamente desnudas y desenvolvían sus
gracias al pie del monte Taygeto todas las
vírgenes del Peloponeso, ¿odiaban también
las mujeres? ¿Hicieron mal al cambiar este
sencillo espectáculo por toda la magia del
teatro de Atenas? ¿En qué se funda nuestro
autor/aristócrata para predecir la soledad de
las butacas y los palcos, la ruina de los co-
merciantes de modas, de las fábricas de plu-
mas y de gasas, de la feria de Saint-Germain
y de la calle de los Lombardos? La Linterna
predice, por el contrario, que jamás las artes
y el comercio habrán estado tan florecientes.
Los ingleses se apresurarán a tejer las telas
112 e E. BARRIOBERO Y HERRÁN

que los franceses se apresurarán a vestir. Pe-


ro paciencia, ciudadanos; teníais ciento cua-
renta mil clerizontes que no formaban parte
de la nación en punto a producir; pero bien
sabían vivir a costa vuestra. Figuraos estos dos-
cientos ochenta mil brazos entregados al co-
mercio o a la agricultura; uno se ocupa de
pulir el acero; el otro, en lugar de secarse du-
rante muchos años al guardar una exagerada
cuaresma, hace redes para la pesca del baca-
lao en Terranova. ¡Cuánto espíritu perdido en
el quinquenium, entre el polvo de las escue-
las y sobre los bancos de la Sorbona! Los bue-
nos efectos de tantos talentos aplicados a per-
feccionar una manufactura o a extender una
rama del comercio, son incalculables.
La verdad es que el clero se obstina furio-
samente en conservar sus cabellos cortados en
redondo, sus solideos, sus mitras, sus sotanas
negras, rojas y violetas, sus beneficios, su al-
mohada y su cocina, y no quiere oír hablar
de la libertad de la Prensa, y tiene un mie-
do extraordinario a la razón. Desde la gran
victoria conseguida sobre él en la jornada de
los Diezmos, creía yo que no habría de ser
difícil más que el primer paso; pero la se-
sión del domingo 23 de agosto me ha des:
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 113

engañado. Ecce iterum Crispinus. Scapín ha


colocado de nuevo la cabeza fuera del saco,
gritando como un diablo, y todos los esfuer-
zos del conde de Mirabeau no han podido
lograr que vuelva a esconderla,
Prosigue, animoso, Mirabeau. Un momento
han sofocado tu voz en Versalles; pero Pa-
rís, la Francia y la Europa entera escuchan
esa voz, la voz de la filosofía, del patriotismo y
de la libertad, y nuestros ciudadanos la contes-
tan haciendo resplandecer sus dardos. ¿Cuán-
do te veremos por fin en la presidencia de la
Asamblea Nacional? Mientras llega, continúa
siendo el gran orador y levantando el hacha
de Phocion sobre los períodos redondos y las
frases sonoras de algunos de nuestros padres
conscriptos. Prosigue los doce trabajos y aca-
ba de triunfar del fanatismo. ¿Ves cómo has
xq llegado a lograr ser simpático a los patriotas?
Las alarmas del Palais-Royal el 30 de agosto,
Á
Bo
.

demuestran que los peligros no se separan de


la patria. Sin duda, la nación sabrá recom-
pensar tus servicios; sin duda, esta nación va
a saturarse del derecho que le pertenece in-
discutiblemente para elegir los que deben re- -
presentarla. En el extranjero la representan
//sus embajadores, y es ella quien los nombra.
8
A A A AT EA E A A A TA A A A MA A ds e e
E

114 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Sí; ella dispondrá de las embajadas. Ella ha


visto con qué dignidad has sostenido tú sus
derechos; no podrá olvidar tu habilidad para
el alejamiento de las tropas.
Nec dignius unquam majestas meminit sese
romana locutam.
La voz pública te designa ya representante
de la nación en Europa. Ve y haz olvidar a
nuestros antiguos y eternos auxiliares que sus
socorros y su amistad han sido pagados con
la ingratitud; que la infidelidad a los pactos
de trescientos años y a las alianzas más in-
violables ha desmentido y deshonrado la leal-
tad francesa. O, mejor, concibe un propósito
digno de tu filosofía y de tu genio: te corres-
ponde convocar la Dieta europea y realizar
la impracticable paz del abad de Saint-Pierre.
Estoy ya cansada y disgustada de que se
te acuse de sostener la facción real y de ha-
ber dicho que si el rey no tiene el veto (Nota
16), valdrá más vivir en Constantinopla. Esta
es una calumnia y la contradicción resulta-
ría demasiado grosera con los principios que
sin vacilar sostuviste siempre, tan contrarios
a lo de conceder a un solo hombre el derecho
de retener los más sabios decretos de toda
una nación y decirle: “Eso que vosotros que-
ed e e ,1 ce

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 115

réis, veinticinco millones de hombres, yo solo


no lo quiero.” No, no es posible que Mira-
beau haya usado de ese lenguaje y, por tanto, PA

lo nombraremos nuestro embajador,


Para M. Mounier, que no solamente quiere
un veto absoluto, sino que se ha atrevido a
proponernos un senado veneciano, acordare-
mos el destierro en el Delfinado adonde irá
como vino, con la diferencia de que vino en-
tre aplausos y marchará entre protestas. Y
M. De Lally, tan ferviente realista que ima-
gina que en reconocimiento de su celo por el
poder de uno solo vamos a crear para él,
como en el Bajo Imperio, el cargo de un
gran doméstico, irá, si quiere sentarse, a la
Cámara Alta del Parlamento irlandés, que
tanto cita como modelo.
Cuando este honorable miembro propuso
a la Asamblea Nacional una Cámara Alta, un
Tribunal pleno y doscientos puestos de se-
nadores vitalicios y la denominación de Real;
cuando hizo brillar así ante todos los ojos
doscientas recompensas para los traidores,
como los Chapelier, los Barnave, los Pthion
de Villeneuve, los Target, los Gregoire, los
Robespierre, los Buzot, los Landine, los Bio-
/zat, los Volney, los Schmitz, los Gleizen, los
116 Z. BARRIOBERO Y HERRÁN
»

Mirabean y todos los Bretones; ¿cómo esos


fieles defensores del pueblo no han desga-
rrado sus vestidos en señal de dolor? ¿Cómo
no se han dicho: “Ha blasfemado”? Cierto
que yo soy celosa partidaria de la libertad
de arengar y presentar mociones, y, Por ello,
necesito de indulgencia, veniam petimusque,
damusque vicissim. Jamás propondré como el
célebre legislador Zaleucus que el que venga
a hacer una proposición tenga la cuerda al
cuello y perore al pie de la Linterna. Sin em-
bargo, proponer un veto absoluto y para col-
mo de males, aristócratas vitalicios y la de-
nominación de Real para la Asamblea, me
parece la proposición más libertina que se
puede concebir.
¿Se había equivocado mucho el Palais-Ro-
yal al gritar contra los autores y factores de
semejante moción? Yo sé que el paseo del
Palais-Royal está lleno de gentes mezcladas,
y en él los fulleros usan frecuentemente en
su provecho de la libertad de la Prensa, y
que allí algún celoso patriota ha perdido
más de un pañuelo en el calor de las mocio-
nes. Esto no impide rendir un honorable tes:
timonio a los paseantes del Liceo y del Pór-
tico. Este jardín es el hogar del patriotismo
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 23 117

y el punto de cita de los patriotas selectos


que han abandonado sus hogares y sus pro-
vincias para asistir al magnífico espectáculo
de la Revolución de 1789, y no ser en ella
espectadores ociosos. ¿Con qué derecho se
puede privar del sufragio a esta multitud de
extranjeros y de corresponsales de sus pro-
vincias? Son franceses y tienen derecho, a la
vez que interés, en colaborar para formar la
Constitución. ¡Cuántos parisienses no se cui-
dan de ir a sus distritos porque les es más
fácil y cómodo acudir al Palais-Royal! No
hay necesidad allí de pedir la palabra a un
presidente y aguardar el turno durante dos
horas. Se presenta la moción; si encuentra
partidarios, se hace subir al orador sobre una
silla; si le aplauden, la mantiene, y si le sil-
ban, se va. Así hacían los romanos en el Fo-
rum, que no se parecía poco a nuestro Palais-
Royal. No iban al distrito para pedir la pa-
labra, sino que acudían a la plaza y se su-
bían a un banco sin miedo a ser por ello de-
tenidos ni arrestados. Si la moción era bien
recibida se le daba forma escrita, se fijaba
en la plaza y allí permanecía el cartel duran-
te veintinueve días. Al cabo de este tiempo,
/
/ se convocaba Asamblea general y todos los
118 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

ciudadanos, no uno solo, daban su sanción.


Honrados paseantes del Palais-Royal, ar-
dientes promotores de todo el bien público:
vosotros no sois perversos ni Catilinas, como
os aman M. de Clermont-Tonnerre y el Jour-
nal de Paris (Nota 17), que vosotros nunca
leéis. Catilina, si mal no recuerdo, quería
eximirse del veto, al ejemplo de Syla, que
había quitado al pueblo sus tribunos y su
veto. Así, vosotros, en lugar de ser Catili-
nas, sois los enemigos de Catilina. Recibid,
queridos amigos, la más cordial felicitación de
esta Linterna. Del Palais-Royal han partido
los generosos ciudadanos que han arrancado
de las prisiones de la Abadía los guardias
franceses detenidos porque se les supuso par-
tidarios de la buena causa. Del Palais-Royal
han partido las órdenes de cerrar los tea-
tros y de guardar luto el 12 de julio. En el
Palais-Royal, el mismo día, se apeló a las
armas y se tomó la insignia nacional. El Pa-
-lais-Royal, desde hace seis meses, es el que
ha inundado la Francia de esos folletos que
han hecho filósofos a todos, incluso a los sol-
dados. En el Palais-Royal es donde los pa-
triotas, danzando en rueda con la caballería,
los dragones, los fogoneros, los suizos y los
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 119

artilleros, y abrazándolos, emborrachándolos,


prodigando el oro para hacerles beber a la
salud de la nación, han ganado todo el Ejér-
cito y destruído los proyectos infernales de
los verdaderos Catilinas. El Palais-Royal es
el que ha salvado a la Asamblea Nacional y
a los ingratos parisienses de una general de-
gollación. Y porque dos o tres aturdidos que
no llegan a querer la muerte del pecador, sino
su conversión, hayan escrito una carta cun-
minatoria, una carta que no ha sido inútil,
el Palais-Royal será sometido a interdicción
y ya no se podrá pasear en él sin ser mirado
como un Maury o un Espremesnil.
No se ha reflexionado bastante sobre todo
lo desastroso que puede ser ese veto. ¿Se pue-
de dejar de ver que por medio del veto, en
vano habíamos hecho al clero cantar un Te
Deum por la pérdida de sus diezmos, puesto
que el clero y la nobleza conservaban sus
privilegios? Esta famosa noche del 4 al 5
de agosto, el rey hubiese dicho: “Yo la retiro
del número de las noches, prohibo que se la
invoque en los decretos y lo anulo todo, veto.”
En vano la Asamblea Nacional hubiera supri-
mido impuestos y gabelas, si el rey hubiera
podido decir: “Veto.” He aquí por qué mon-
/

de
120 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

sieur Treilhard, abogado de los recaudado-


res, ha defendido el veto hasta quedarse sin DS
Aa
a

voz; ha desafiado la infamia y se ha dicho,


como M. Pintemaille en Horacio:

Pópulos me sibilat, at mihi plaudo.


Ipse domi, nummos símul ac contempolr ín arca. *

Yo no soy más que una Linterna; pero me


atrevería a confundir con dos palabras a esos
grandes defensores del veto: Mounier, Cler-
mont-Tonnerre, Lally, Thouret, Maury, etc. En
favor de ese monstruoso y absurdo veto, que
haría de la primera nación del universo y de
veinticuatro millones de hombres un pueblo
ridículo de niños bajo la férula de un maes-
tro de escuela. No saben más que apoyar los
manifiestos de provincias. No comprenden que
ni uno de estos manifiestos, a la vez que con-
cede el veto, deja de contener algún artícu-
lo contradictorio y destructivo del veto. Por
ejemplo, todas las provincias han votado im-
perativamente una nueva Constitución; lue-
go con ello han declarado implícitamente que
nadie tenía derecho a oponerse a esta Cons-
titución. Todas las provincias han votado im-
perativamente el reparto igual de los impues-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 121

tos, la extinción de los privilegios pecunia-


rios, etc.; luego, por ese mandato imperativo,
han declarado indirectamente que ningún po-
der tenía el derecho de decir veto y de man-
tener los antiguos usos.
Esta contradicción que se encuentra en to-
dos los manifiestos, entre el artículo que con-
cede el veto y otro o varios artículos, no se
ha ocultado a los redactores en las provin-
cias. Se ha hecho notar en muchos Munici-
pios. Pero las provincias seguían entonces el -
precepto del Evangelio, que recomienda la
prudencia de la serpiente.
Los defensores del veto en Versalles, se
apoyan en su pretendida mayoría. La Lin-
terna va a revelar aquí un gran error y la
observación que somete al juicio del Palais-
Royal, su distrito favorito, es de tal impor-
tancia, que por sí misma elimina de la Asam-
blea Nacional, por lo menos, quinientos ene-
migos de la razón y del optimismo.
No tenemos ya Estados generales que fa-
bricaban dolencias; tenemos una Asamblea
Nacional que hace leyes. Tal Asamblea no
puede estar compuesta sino por representan-
tes de la nación, y la Linterna no reconoce
/
como representantes más que a los seiscien-
/
122 E. BARRIOBERO Y HERRÁN i
AMe

tos diputados de los Municipios. Es eviden-


te que los otros seiscientos miembros son di-
putados; pero no de la nación, sino del cle-
ro y de la nobleza. El clero y la nobleza
ya no tienen hoy el derecho de enviar seis-
cientos diputados a Versalles, pues lo mismo
podría enviarlos la Magistratura o cualquier
otra corporación. He aquí, pues, seiscientos
miembros de la Asamblea Nacional que es
preciso mandar a las galerías. Como todos los
ciudadanos son iguales y tienen derecho a
colaborar en la Constitución, sería injusto que
la nobleza y el clero no estuviesen repre-
sentados. Es preciso que tengan sus diputa-
dos en la misma proporción que el resto de
los ciudadanos: uno por cada veinte mil.
El censo del clero y la nobleza se eleva a
trescientos mil individuos; luego les corres-
ponde tener quince representantes en vez de
seiscientos. Los que excedan de esta cifra
no tienen más derecho a votar que los ciuda-
danos del Palais-Royal. Así piensa la Linter-
na. De esta manera, protesta además contra
el artículo de la Constitución que establece
una religión dominante y un culto exclusi-
vo, y su protesta está fundada en derecho,
puesto que si el clero no hubiese tenido tres"
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 123

cientos representantes en la Ásambieca Nacio-


nal, la moción de M. Rabaud de Saint-Etienue
hubiera prevalecido.
Pero hay que perdonar al clero el que gri-
te con toda su fuerza en favor de un culto
dominante.

Don Puerco razonaba en sutil personaje.


EA
El abate Maury veía que el beneficio del
Priorato de Lihons corría un gran riesgo.
“:Pérfidos Municipios—gritaba el abate Fran-
cois—, que cuando nos abrazabais en la iglesia
de San Luis era para ahogarnos! Ya están su-
-primidos el diezmo y las primicias; si la li-
bertad de cultos se establece, las puertas del
infierno habrán prevalecido contra nosotros
a pesar de la profecía.”
M. Francois tiene razón. Va a ser cuestión
de contribuir al sostenimiento del sacerdo-
te católico. “¿Que yo dé de comer al cura?”,
dirá el ciudadano. “Que lo mantenga el sacris-
tán, que es el que va a misa.”
Todo el mundo se hará cismático, hereje y
hasta judío si es preciso, con tal de no pa-
gar. El filósofo dirá: “Que paguen los que
se hacen enterrar en el cementerio y los que'

qe
124 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

codician los honores póstumos y los cánticos.


Mi tumba está en mi jardín, y en ella repo-
sarán mi mujer y mis hijos. La idea de que
las cenizas de su padre están en este recinto,
harán que mi hijo ame esta propiedad, que,
consagrada de esta manera, nunca la vende-
rá. Á su vecino el rico, que le pedirá este
rincón de tierra, habrá de contestarle como
aquel jefe de los canadienses a quien pro-
ponían los europeos que les cediese su país:
“No podemos alejarnos de esta tierra. ¿Cómo
diríamos a las osamentas de nuestros padres,
levantaos y marchad?”
Consolaos, por tanto, buenos parisienses;
tendréis siempre vuestra querida patrona y
no os quitarán al cura de San Eustaquio,
como decía, bromeando, uno de nuestros pre-
cursores. Tendréis siempre vuestras procesio-
nes, vuestras serpientes y vuestros contraba-
jos y seréis siempre dueños de haceros ente-
rrar en Clamart o en Saint-Sulpice; pero no
miraréis como paganos a aquellos que, al
ejemplo de Abraham y de Jacob, quieran ser
llevados a la tierra de Canaán para reposar
al lado de Sara y de Raquel.
Se trata de una religión que no pertenece
a cierto pueblo ni a ciertos climas, como el
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 125

cristianismo, sino que está difundida entre


todos los pueblos, todos los siglos y todos
los países; de una religión innata que han
conservado en toda su pureza los hombres es-
clarecidos y los sabios: la religión de los Só-
crates, Platón, Cicerón, los Escipiones, Marco
Aurelio, Epicteto, Confucio, Plutarco, Virgi-
lio, Horacio, Bayle, Erasmo, Bacón, L"Hopital,
Buffon, Voltaire, Montesquieu, Rousseau. Su
fe consiste en creer en Dios; su caridad, en
amar a los hombres como a hermanos; su es-
peranza, en hallar otra vida. Esta religión no
procurará en caso alguno éxtasis como los de
Santa Teresa o los de San Ignacio, que tranz-
piraban de amor divino y se mojaban hasta el
extremo de tenerse que cambiar de camisa
tres veces durante una misa de media noche.
No hay en ella quien codicie la dicha de
estar loco. Recuerdo, a propósito, un cuento
encantador de Voltaire, que podrá consolar-
nos. Se trata de un filósofo muphti que sabe
de algunas visiones extáticas de una vieja
beata musulmana, y va a visitarla; la encuen-
tra tan feliz como madame Guyón, a pesar
de que un ángel le ha atravesado el corazón pyz

de una lanzada y le ha impreso las llagas


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de San Francisco. El muphti no puede evitar Mii
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126 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

el tenerle envidia; pero al volver a su pa-


lacio patriarcal ya se pregunta: “¿Quisiera
yo alcanzar semejante dicha?”
Es innegable que hay cierta crueldad en
impedir a los demás que caminen con los
pies vueltos, se den disciplinazos y contem-
plen deslumbrados, como San Pablo, el ter-
cer cielo, descubriendo en él lo que ningunos
ojos han visto y ningunos oídos escuchado.
Sería esto un atentado a la libertad, y yo
ruego que no se calumnie a la Linterna atri-
buyéndole semejantes intenciones; declaro,
por el contrario, que se debe permitir a quien
quiera, ir a Santa Genoveva, a Nuestra Seño-
ra de Loreto o a Santiago de Galicia y hasta
llegar a Jerusalén como el bienaventurado
Labre. Felices los que creen. La fe transpor-
ta las montañas; hará llegar el mar hasta
París y nos evitará el gasto enorme de en-
sanchar el Sena y de hacer un puerto por
encima del Campo de Marte. Pero esta fe
no está al alcance de todos, y es justo que
la Asamblea Nacional se ocupe de loz intere-
ses de todo el mundo. Si el pueblo tiene ne-
cesidad de una religión, el filósofo, el hom-
bre sensible y honrado la tienen aún mayor.
Ved cuántos esfuerzos han realizado Platón,
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 127

Cicerón y Juan Jacobo para convencernos de


“la inmortalidad. Somos en Francia un millón
de teístas, observaba hace ya más de veinti-
cinco años el patriarca de Ferney; después,
ese número ha crecido hasta el infinito y
es muy probable que el teísmo llegue, poco
a poco, a ser la religión católica, es decir,
universal.
El estimable M. Rabaud, cuyo civismo y
talento hacen tanto honor al clero de Gi-
nebra, pide templos para cuatro millones de
protestantes. El templo del teísta es el uni-
verso; pero la Linterna pide iglesias, es de-
cir, lugares de asamblea para ocho millones
de teístas. Esta religión sería digna de la
majestad y de las luces del pueblo francés.
Despojada de las mentiras de los demás cul-
tos, que todos han desfigurado la divinidad,
no conservaría más que lo que ellos tienen
de augusto: el reconocimiento de un ser su-
premo y la idea de la justicia inseparable
de la recompensa de los buenos y el casti-
go de los malos. El filósofo ejerce el sacer-
docio de esta religión, y tiene para el pue-
blo la ventaja de que no le hacen falta
diezmos, ni censos, ni abadías, ni prioratos,
ni beneficios. Después de haber estado eseu-

IN
pd
a
128 z : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

chando al abate Maury predicar el celibato


a los trescientos, se iría a San Sulpicio o a
San Roque para seguir una cuaresma 0 un
adviento del abate Raynal o de Juan Jacobo
Rousseau. Las ceremonias religiosas y atra-
yentes no faltarían en este culto. Que la Igle-
sia le restituya todo lo que ha tomado del pa-
ganismo, que no es más que el teísmo alte-
rado, y en lugar de las procesiones rogativas,
tendríamos la procesión de la fiesta de Mi-
nerva; en lugar del agua bendita, el agua lus-
tral; en lugar del pan bendito, los ágapes y
Jas comidas en común de los pitagóricos; en
lugar de esa placa de plata o de cobre que
se nos presenta, usaríamos la antigua cere-
monia del beso de la paz. ¿Tenemos nosotros
algo que sea más piadoso que la plegaria de
Epicteto o el himno de Cleantho? ¿Hay nada
tan devoto y tan recogido como el pasaje
de la ópera Alcestes cuando éste oye la ora-
ción del gran sacerdote? ¿Se puede compa-
rar con el Oh salutaris, de Gossec, que se
canta en Notre-Dame? Entre nuestras fiestas
no hay una que no sea imitación de las fiestas
paganas. Hay más: con frecuencia, de estas
fiestas no hemos imitado más que las extra-
vagancias, sin retener el objeto moral. Recor-
a

/ :
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 129

daré como ejemplo esas fórmulas tan desacre-


ditadas que han venido a suceder al Carna-"
val, En las Saturnales, los paganos se produ-
cían como si el mundo fuese a concluir. Era
aquélla una fiesta conmemorativa instituída
para recordar a todos la igualdad original;
se hacía una especie de declaración solemne
de los derechos del hombre, y todo allí re-
presentaba el futuro anonadamiento de las
sociedades. Alí no había Tribunales, ni escue-
las, ni Senado, ni guerra. Todos los Estados
estaban confundidos. Se regalaba a los po-
bres en todas las mesas sin distinción de ran-
go. Los amos cambiaban de vestidos con sus
criados y los servían a su vez. Se pagaban las
deudas, los salarios de las nodrizas y los al-
quileres de los pobres.
Ya he dicho bastante para dar a conocer
al clero que se equivoca al quererse prevaler
de la pretendida necesidad de su moral, sin
la que podemos pasarnos muy bien. Dejo al
abate Fauchet la tarea de hacer más ade-
lante un hermoso libro y darnos un cuerpo
completo de religión y concluir el Dios na-
cional que tan felizmente ha comenzado.”

DA
/

El Clero-La Nobleza-Los Reyes. Des-


moulins, en Le Vieux Cordelier, escribe
sendos artículos sobre estos temas. Estos
artículos son los que, según Rivarol, con-
movían a los carniceros y a las verduleras.
Al autor de este libro le parece que el
«Procurador de la Linterna» apuntaba más
alto. Juzgue el lector con criterio propio:
EL CLERO

La instrucción hizo el clero. Hoy, ya que


todos somos instruidos y sabemos leer, no
puede haber más que dos órdenes y cada
uno debe permanecer en el suyo. Ya todos
somos clero,
Y si no es como clérigos, como letrados pre-
tenden los eclesiásticos constituir un orden
aparte, un primer orden, y, para ello, no
invocan su carácter de ministros de la Reli.
gión. La Religión quiere, por el contrario,
que ocupen la última fila. El libro de actas
de la villa de Etaín, después de haber citado
numerosos textos, dice: “que su reino no es
de este mundo; que si quieren ser los pri-
meros en el otro, han de ser los últimos en
éste”, etc., les presenta este dilema admira-
ble: “Si creéis en vuestro Evangelio, colo-
caos en el último puesto que se os señale;
/ “sed, por lo menos, iguales a nosotros; y si no
134 E. BARRIOBERO Y HERRÁN
Y >,
no

creéis una palabra de lo que decís, sois unos


hipócritas y unos bribones; y mientras tanto,
nosotros os damos, reverendísimo padre en
Dios, monseñor arzobispo de París, seiscien-
tas mil libras de renta por burlaros de nos-
otros: Quidquid dixeris argumentabor.” Los
sacerdotes, al ver la contradicción entre sus
costumbres y su moral, que salta a la vista,
y la facilidad que tienen en todas partes para,
engañar a los pueblos y atraer su dinero, han
debido decirse: “¡Cuántos imbéciles nos ro-
dean!” Sin duda, somos el primer orden. Es
natural que el orden de los tontos venga des-
pués. ¿Por qué otro razonamiento un abate
Maury,

En el púlpito cristiano; en el sillón ateo,

podría ser convencido de que el orden de sus


semejantes es el primero?
Yo desafío a que se me muestre en la socie-
dad nada más despreciable que lo que se
llama un abate. ¿Quién es de entre ellos el
que no ha tomado la sotana, esta librea de
un amo del que se burla interiormente, para
vivir en la opulencia sin hacer nada? ¿Hay
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI : 135

algo más vil que el oficio de religión, el oficio


de continencia, un oficio de mentira y de
charlatanismo continuos? ¿Qué diferencia
existe entre nuestro clero y el de Cibeles,
aquellos galos tan despreciados que se mu-
tilaban para vivir? A lo menos hay en favor
de los sacerdotes de la diosa de Syria una
fuerte presunción de que no se burlaban de
la credulidad del pueblo y además un gran
sacrificio probaba su fe.
¡Cosa extraña! Un sacerdote es eunuco de
derecho, y si lo es de hecho, se le reputa irre-
gular e inhábil para el sacerdocio. Le pedí a
uno de ellos la razón de esto, que es dificilísi-
ma de dar, y me contestó en una forma aplau-
dida siempre por toda la Iglesia: “No es mu-
cho pedir que los que pueden hacer un Dios
puedan hacer un niño”; pero esto no es de
mi tema.
Puesto que he hablado de sus ministros,
diré también algunas palabras sobre la Re-
ligión.
Se ha tratado de delirio el ateísmo, y con
razón. Sí, hay un Dios; lo vemos muy bien
al tender la vista por el universo; pero lo
vemos como esos niños desgraciados, que,
habiendo sido expuestos por sus progenito-
136 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

res, ven que tienen un padre; es preciso que


lo tengan; pero en vano lo llaman, porque no
aparece.
En vano trato yo de averiguar qué culto
le es más agradable; porque ninguna señal
lo manifiesta, y sus rayos destruyen tan pron-
to nuestras iglesias como las mezquitas. No
es Dios quien tiene necesidad de religión;
son los hombres. Dios no necesita incienso,
procesiones, ni oraciones; pero nosotros sí te-
nemos necesidad de esperanza, de consuelo
y de un algo remunerador. Esta indiferencia
suya para con todas las religiones, ¿no po-
dría sugerirnos una religión nacional?
En lugar de una religión alegre, amiga de
los deleites, de las mujeres, de la población
y de la libertad; de una religión en la que
el baile, los espectáculos y las fiestas son una
parte del culto, como ocurría con la de los
griegos y los romanos, tenemos nosotros una
religión triste, austera, amiga de la imposi-
ción, de los reyes, de los frailes y del ci-
licio; una religión que quiere que seamos
pobres, no sólo de bienes, sino que también
de espíritu, enemiga de los ricos y de las
más dulces inclinaciones de la Naturaleza;
que reprueba la alegría, que quiere que se
ye
A
Y

DE LUIS XVI 137


PROCESO Y EJECUCIÓN

camine con los talones al revés, como los car-


melitas; que quiere que se viva en estado ta-
citurno, como los Antonio, los Pablo y los
Hilarión; que no prome te sus recompensas,
sino a la pobreza y al dolor; que no es bue-
na, en una palabra, más que para los hospi-
tales, ¿puede sostener su máxima antinacio-
nal: obedeced a los tiranos, Subditi estote non
tantum bonis et modestis sed etiam dyscolis?
El paganismo lo tenía todo, excepto la razón;
pero la razón no está muy conforme tampoco
yo
con nuestra teología; y locura por locura,
prefiero Hércules matando el jabalí de Her-
manta, a Jesús de Nazaret ahogando dos mil
cochinos. z
Es de hacer notar que los devotos fueron,
en general, los peore s de nuest ros reyes. Des-
de Francisco Í, no hay uno, excepción hecha
de Enrique IV, en el que la Religión no haya
sido uno de los crímenes de su reinado, como
la disolución lo fué en el de Enrique II, la
crueldad en Luis XL, cubiertos siempre de
escapularios y reliquias. Este Tiberio de la
Francia fué devotísimo, gran organizador de
peregrinaciones y novenas, y llegó a hacer en
serio, del Angelus, una ley debidamente pro-
,mulgada. ¿De qué nos sirve tal Religión y
Ni a e A De aA AA A A NS A O ES O
. » eS ; r % E - . S

> M. BARRIOBERO Y HERRÁN

tal clero? Por lo menos, la voz del Hierofan-


E te hizo temblar a Nerón y le rechazó los mis-
terios de los iniciados cuando se atrevió =
presentárselos. Y se sometió a la voz del pre-
: gonero que decía estas palabras: “¡Lejos de
aquí los homicidas, los malvados, los impíos
y los epicúreos!”
Que nos den una religión animosa y buena
para el Estado, si se quiere que sus minis-
tros formen en el primer orden.

LA NOBLEZA

Menenius, en su apólogo, comparaba el


cuerpo político con el cuerpo humano y los
nobles con el estómago. El pensamiento de
este autor, que equiparó con los tumores esos
; lobos que, sin ser partes integrantes de nues-
= tro organismo, engordan y se nutren a expen-
, sas del cuerpo, es bien justo.
“La nobleza—dice Belisario—, no es otra
- cosa sino unos adelantos que la patria hace
EE - sobre la palabra de nuestros antepasados es-
| perando que nosotros seamos capaces de ha-
cer honor a nuestros fiadores.”
7% : ¡Cuántos siglos hace que la patria pierde
E
AN
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI ; 139

estos adelantos, sin tener recurso alguno para


proceder contra la caución! Nosotros no que-
remos hacer adelantos con la garantía de
los muertos, puesto que su insolvencia es bien
notoria.
Los griegos son, sin discusión, entre los an-
tiguos, el pueblo que mejor conoció la liber-
tad; pero ¿se quiere saber en qué la hacían
13
ar
AY

consistir? En la igualdad de las condiciones


sociales. Nada de sátrapas, nada de magos,
nada de dignidades, nada de oficios heredita-
rios. Los areopagitas, los prytaneos, los ar-
contas, los éforos, no eran nobles, ni los an-
fictyones eran milores. Eran escultores, labra-
dores, sastres, médicos, comerciantes, orado-
res, artistas o peripatéticos; es decir, pasean-
tes; fuertes o débiles, ricos o pobres, valero-
sos o tímidos, bien o mal hechos, necios o
discretos, honrados o bribones. Eran de Ate-
nas, de Megara, del Peloponeso o de la Fóci-
da; no eran sino ciudadanos griegos. Nadie
hubiera aconsejado a Alcibíades Hlamarse gen-
tilhombre o marqués; nadie hubiera aconse-
jado a los iniciados o a los sacerdotes de
Minerva colocarse en el primer orden. ¿Qué
es eso del primer orden?, hubiera dicho un
ateniense. Sabed que no hay más que un
ae

140 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

orden en la nación: el orden de los que la


componen. Sólo en Esparta hay dos: el orden
de los lacedemonios y el de los ilotas; es de-
cir, el orden de los amos y el de los criados.
Esto se ha dicho muchas veces, pero es bue-
no repetirlo.
Si la nobleza es un estímulo para imitar
los ejemplos de los antepasados, será un estí-
mulo mucho más poderoso cuando los hijos lo
sean todo por sí mismos y nada por sus pa-
dres. Toda la nación ha levantado acta de
la declaración del vizconde de Entraigues:
“La nobleza es el azote más grande que ha
podido caer sobre la tierra.”
Ellos mismos han dictado su sentencia. Que
ya no se reconozca en Francia más que la
nobleza personal. ¿Es que son hereditarios
A
AAA las cualidades y los talentos? Jamás hubo en
PE
ina
todo el universo una familia en la que se
RIA
hayan transmitido de padres a hijos la vir-
E tud y el genio. En cambio, no ha habido un
secretario de un rey que no crea tener la
nobleza transmisible. ¿Qué es eso de la no-
bleza? Somos muy estúpidos. Pero ya han
puesto sus barbas en remojo. Queridos con-
ciudadanos, acabad con esa distinción absur-
da y onerosa.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 141

Para los nobles todas las gracias.


Para ti, pueblo, todos los trabajos.
El hombre es estimado por su raza,
como los perros y los caballos.

Demostremos que nosotros somos hombres


y no caballos ni perros.
Y vosotros, generosos patricios, en quie-
nes la voz de la razón ha sido más fuerte que
la del interés y que todos los prejuicios ger-
mánicos; vosotros, que al reconocernos como
hermanos vuestros y al apresuraros a reuni-
ros con nosotros para cooperar en la obra
de hacer que el nombre de ciudadano fran-
cés sea más honorable que el de gentilhom-
bre, acabáis de ennobleceros mucho más de
cuanto se ennoblecieron vuestros padres, por
medio de un penoso sacrificio. Estad seguros
de que nunca lo olvidaremos. En Roma, cuan-
do el pueblo hubo forzado todas las barre-
ras que le cerraban el acceso a los cargos y
obtenido el poder llegar al Consulado, no abu-
só de su derecho y continuó elevando los pa-
tricios a las primeras dignidades.
Hay muchos de entre vosotros a quienes
sabremos distinguir siempre y colocaremos al
frente del Ejército y en las primeras digni-
dades, y nada habrá que pueda ilustrar me-
142 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

jor vuestros nombres sino el acto de haber


renunciado generosamente a todas las pre-
rrogativas de que gozabais para recomenzar
la nobleza.

ES | LOS REYES

En 1790, el poder monárquico y el Estado


republicano fueron representados en Londres
en un baile hasta entonces nuevo. Aparecía
primeramente un rey que, después de una
cabriola, daba un puntapié en el reverso de
la tripa a su primer ministro; éste se lo de-
volvía; cambiaban un segundo y un tercero
y, al fin, el que recibía el último figuraba ser,
con sus gruesas nalgas, la nación, que no ge
vengaba de nadie. El Gobierno republicano
estaba representado por una danza o ronda
en la que todos ES daban y recibían
puntapiés.
En una materia tan grave no debe ser la
Opera de Londres ni las disertaciones pro et
contra de los filósofos los que debían decidir,
sino los hechos contra cuya realidad y en-
lace es imposible discutir. La cadena de los
acontecimientos será aquí tan fuerte como
una demostración geométrica.
- PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 143

Con la Historia de Francia en la mano,


confunde Mirabeau, con hechos incontesta-
bles, los vanos discursos de aquellos que sos-
tienen que el Gobierno monárquico es, no
solamente el mejor de todos, sino el único
bueno para los franceses, que tienen el privi-
legio de ser gobernados por una familia úni-
ca, incomparable, en la que a lo largo de una
serie de siglos no hay uno que no haya sido
dulce, moderado y en modo alguno tirano
ni déspota. Como yo no aspiro a hacer un
libro ni a decir cosas nuevas, sino verdades
útiles a mis conciudadanos y a evitar que se
extinga el fuego sagrado del patriotismo, tan
felizmente avivado por la antorcha de la filo-
sofía, voy a concretarme a copiar los retra-
tos fieles de nuestros reyes, vistos al través
de sus hechos. Habrá de sernos imposible sa-
lir de esta galería sin proferir aquellas pala-
bras que hasta los niños sabían decir en Es-
parta: “Yo jamás seré esclavo.”
No hace falta más que abrir nuestros ana-
les, aun cuando estén escritos por monjes o
por historiógrafos, para ver, a pesar de estos
panegiristas, que ninguna historia presenta
una serie más larga de malos reyes. La enu-
meración sería fatigosa (Nota 18).
144 2 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Comenzaremos por Felipe el Hermoso, fal-


y
sario, monedero falso, insaciable de dinero
de poder, tirano; a pesar de la palabra em-
peñada, embastilla al conde de Flandes y a
su hijo; altera la fabricación de la moneda
para asumir el privilegio de acuñarla exclusi-
vamente. Es el que se atrevió a crear pares
para recompensar a los templarios que se de-
elaran dignos de mil muertes, y hace morir en
la hoguera a los que juran su inocencia y le
piden prueba de sus crímenes. Jamás hubo un
auto de fe más abominable. Su avaricia des-
honra la nobleza, haciéndola venal. Veja a
los banqueros y a los mercaderes de mil ma-
neras. No tiene término medio para los ri-
cos: o les vende la nobleza o los entrega a
la justicia; han de ser nobles o malvados.
No cesa de oprimir a su pueblo y eleva a
cuatro mil marcos las rentas del fisco, que
en tiempo de Felipe Augusto no pasaron de
tres mil seiscientos.
Luis Hutín, Felipe el Largo y Carlos el
Bello, sus tres hijos, se suceden en su trono.
y se muestran herederos de sus ambiciones.
Continúan vendiendo la nobleza y las Magis-
traturas, acaban de quitar a todos los señores
el derechode acuñar moneda, se esfuerzan en
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 148

crear impuestos por su sola autoridad y re-


fuerzan los cimientos de su acendrado despo-
tismo. Sería muy difícil decir cuál de estos
tres príncipes, indignos de las miradas de la
posteridad, fué el más interesado, el más me-
diocre y el que hizo menos bien a la Fran-
cia. Su cornificación célebre no vengó a la
nación, pero la hizo reír, y la muerte de la
mujer de Luis Hutín, estrangulada con un
pañuelo, el suplicio espantoso de Felipe y
Gauthier de Launoi, el proceso de Mahaut
d'Artois, prueban que en estos déspotas la
injusticia y la crueldad estaban al nivel de
su avaricia. Un rasgo basta para pintar estos
reinados. En las instrucciones para los comi- RA
E:

sarios enviados a las provincias, jamás hubo


una palabra para el bien público; en ellas
únicamente se habla de cómo tienen que
arreglarse para atrapar el dinero,
Felipe de Valois. Sin forma de proceso hizo
asesinar por el verdugo catorce gentileshom-
bres bretones, a quienes había convidado a
las bodas de su hijo. He aquí al tirano y he
aquí al monedero falso. “Haced—dice a los
oficiales de la Moneda, en su ordenanza de
1350—alear para los mercaderes y cambian-
tes el vellón de seis dineros con seis granos de
/

10
146 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

ley, y prohibid a los obreros que revelen


este hecho, haciéndoselo jurar sobre el santo
Evangelio.” Un particular, por tal delito, hu-
biese ido a la cárcel con la palabra ladrón
escrita sobre la espalda. Pero no se puede
deshonrar las flores de lis ni el manto real
con semejante epígrafe. Nuestros historiado-
res se contentan con decir que Felipe IV fué
un ingrato, un carácter violento y un publica-
no insaciable.
Juan. Todo el mundo conoce la frase del
rey Juan: “Si la fe estuviese desterrada de la
tierra, habría que acudir para encontrarla a
la boca de un rey de Francia.” Admirad esta
fe. Jamás se vió semejante mutación en las
monedas. “Acuñad los reales en hierro de
forma que nadie lo advierta, y decid que el
marco sigue teniendo sesenta y dos escudos.”
¡Esta es la fe tan alabada! Ahora miremos
este príncipe por el lado favorable.
Combatida por mil males durante todos
estos reinados y puesta a dos dedos de su
pérdida por el rey Juan, la Francia recibe
algún consuelo de Carlos V. Es como un en-
fermo que recobra un poco sus fuerzas. Con-
valecencia de corta duración. El reinado de
Carlos VI es uno de los más desastrosos, y la
DN A TAE

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 147

coloca en una larga agonía. No es Carlos el


Bien Amado el que pudiera hacer amar la
monarquía. Junto a él, Isabel de Baviera,
madre desnaturalizada, se dedica a hacer
odioso el trono.
Dos francesas, Agnes y la Doncella, ayudan
a esta extranjera a abrir las llagas que infi-
rió al Estado. Y las llagas inferidas a la li-
bertad no cesan de agrandarse. Carlos VII
toma como pretexto las necesidades del reino
para establecer impuestos sin el consentimien-
to de los Estados Generales. “Y éstos—dice
Comines—consintieron, mediante ciertas pen-
siones.” Los que consintieron son estos seño-
res que hoy se obstinan en pedir el veto
alegando que son incorruptibles. Este Car-
los VII fué el que dió el golpe mortal a la
libertad al crear tropas regulares y perpe-
tuas, y la Francia, debilitada -entonces por
las guerras y la anarquía, cayó anonadada
bajo el cetro de hierro del despotismo.
Luis XI, el compadre del verdugo. Como
mostraban los ilotas a los espartanos para
apartarlos de la bebida, no hay más que mi-
rar a este príncipe para sentir horror por
la monarquía. “No había más—dice su apo-
logista Duclós—que horcas alrededor de su
148 -—R, BARRIOBERO Y HERRÁN

castillo.” Por estas afrentosas señales se re-


conocía los lugares habitados por el rey. Se
complacía en construir jaulas de hierro, a las
que se llamaba las hijitas del rey, por ser el
objeto de sus más tiernas afecciones, y dirigía
personalmente la construcción de grandes
cadenas. Cuando aplicaban el tormento a los
acusados, estaba oculto detrás de una celosía
para evitar la piedad de los jueces. Hizo mo-
rir en los suplicios a más de cuatro mil per-
sonas, la mayoría ante su vista y saboreando
su martirio, y casi todos sin forma de pro-
ceso. Hizo juzgar, sin asistencia de los pares,
a su primo hermano, el duque de Nemours;
censuró la indulgencia de los jueces que lo
habían sacado de su jaula para interrogarlo,
quiso que se aplicara el tormento y, cuando
fué decapitado, mandó colocar sobre el ca-
dalso sus dos hijos para que les salpicara la
sangre de su padre. Búsquese en los fastos
de los Busiris semejante refinamiento de
scrueldad. Este rey execrable hizo a continua-
ción encerrar los dos príncipes en calabozos
puntiagudos para que no pudiesen tener des-
canso; de ellos, los sacaban dos veces por
semana para azotarlos, y de tres en tres me-
ses, para arrancarles uno o dos dientes. El

LSD añ A
AP
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 149

mayor se volvió loco; el pequeño tuvo la suer-


te de librarse por la muerte del tirano, y por
la protesta que presentó en 1483, se conoce
el detalle de estos hechos, que no podrían
ser creídos, ni aun imaginados, sin una prue-
ba fehaciente. Ejerzamos sobre nuestros re-
yes, por lo menos, la justicia póstuma de los
egipcios. Este Desrues, entregado a la execra-
ción pública, ¿qué es comparado con Luis XI?
El interés hizo de él un malvado. ¿Qué in-
terés podía tener este Tiberio en manchar-
se con tantas barbaries? Como la más pura
virtud consiste en ser bueno gratuitamente,
el monstruo más detestable es el gratuitamen-
te malo, como tantos de nuestros reyes.
Carlos VILL, sin vicios y sin virtudes. (Ved
el retrato que de él hace M. de Mirabeau en
sus Lettres de Cachet, capítulo XII.)
Luis XIL, el padre del pueblo. Tendré oca-
sión de hablar de este buen rey más ade-
lante.
Francisco 1. Usa de la Francia como de un
terreno de su propiedad. Príncipe inicuo,
hace perder indignamente su pleito al con-
destable de Borbón. Simoníaco, trafica sobre
el sacerdocio con León X. Hipócrita y bár-
baro, decreta el horrible suplicio de seis lu-
150 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

teranos. Déspota, encadena la libertad de la


Prensa y destruye las libertades de la Igle-
sia galicana. Insolente y altivo, amenaza a
los pontífices que se resisten a sus innova-
ciones. Erige en ley la venalidad de la Ma-
gistratura, que es lo mismo que si en un na-
vío se vendiese por dinero el cargo de pilo-
to. Insulta a la nación dándole por juez al
mejor postor y, como Calígula, hizo cónsul
un caballo, con la diferencia de que aquél
solo fué cónsul honorario, mientras que aquí
nuestros magistrados juzgan. Decreta la muer-
te de Semblancay, inocente, a petición de
Luisa de Saboya, y la vida de Saint-Vallier,
culpable de la prostitución de su hija. Co-
loca la Francia al borde del precipicio por
su impericia, y la arruina con sus prodigali-
dades y la corrompe por sus escándalos. Yo
sería un sabio en materia de cronología si los
poetas hubiesen grabado en mi memoria to-
das las épocas tan lacónicamente como su
muerte con este epitafio:

En mil quinientos cuarenta y siete murió


del mal yenéreo que le entró.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 151

Enrique lí quiere someter sus súbditos a


sus Opiniones religiosas y que se arrastren
a sus pies como él a los de una querida vie-
ja. Con costumbres tan corrompidas, es hipó-
crita, déspota y perseguidor como su padre.
Envía al cadalso a la infeliz Ana de Bourg
y hace promulgar al Tribunal aquel lindo de-
creto que mandaba matar a todos los hugo-
notes en donde quiera que se les encontrase.
* En un reinado de dieciocho meses, Fran-
cisco II hace bancarrota y prohibe, bajo pena
de muerte, a sus acreedores pedir sus cré-
ditos. Se esfuerza por implantar en Francia
la Inquisición; da los edictos más atroces
contra los protestantes, hace perecer a mi-
llares de ciudadanos y se encarniza contra
su propia sangre. Se me dirá que fué el car-
denal de Lorena quien causó todos estos ma-
les. ¿Qué le importa al pueblo? Los minis-
tros son el crimen de los príncipes y al pas-
tor es a quien corresponde no entregar el
rebaño a un perro rabioso.
¡Y qué monstruo le sucede! Extermina en
una noche cien mil de sus súbditos. Desde su
palacio arcabucea a su pueblo. Y aún habrá
quien se extasíe con la dulzura, la bondad,
las virtudes hereditarias de esta familia in-
152 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

comparable, única. Nerón, Vitelio, Caracalla,


Commodo, no eran de una misma familia.
¡Sí, ésta es una familia única!
Enrique IM prueba que un príncipe dehil
es el peor de los reyes. La molicie de un
Sardanápalo y la imbécil superstición de un
Talapuino parecen formar el fondo de su
carácter. De los tres hijos de Enrique II no
se sabe cuál es el que hizo a Francia más
daño. Unicamente pudo sobrepujarlos su ma-
dre, aquella Catalina de Médicis que no pue-
de ser nombrada sin horror; la que edificó su
dominación sobre nuestras calamidades, y al
educar sus hijos en la astucia italiana, no en-
señándoles más que envolverse en ardides des-
preciables y en intrigas peligrosas, demostró
cumplidamente, por los males infinitos de
este reinado, que saber ser rey no es más que
saber disimular y traicionar.
Enrique 1V y Luis XIL a pesar de no estar
libres de pecado, no merecen ser colocados
en esta galería.
Luis XIII. Más miserable que los reyes hol-
gazanes, que en ciento catorce años de rei-
nado no dan más que dieciocho años de ma-
yoría de edad, no abandona, aun siendo ma-.
yor, los andadores de la infancia. La frase que
LAA ERÓN

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 153

dijo en la última hora del 5 de marzo, sa-


cando su reloj, la sangre fría con que con-
templó aquel favorito tan querido y la car-
ta que arrancó a madame D”Haurefort, bas-
tante déspota para exigirla y tomarla de su
seno, bastante devoto para no atreverse a to-
carla con la mano y servirse para ello de unas
pinzas, pintan su carácter. Se tapaba los oí-
dos cuando le hablaban de los privilegios de
las provincias. Se hace llamar el Justo y con-
cede la gracia de su hermano más culpable,
mientras hace decapitar a Montmorency. La
sangre del virtuoso Thou y de Concini y de e

su mujer intrigante claman contra su ini-


quidad. Se llama el Justo y ejerce su justicia
por medio de comisarios. Se disfraza con la
ropa de la justicia para ejercer su tiranía.
Tiene en su séquito una banda de jueces
_vice-déspotas y verdugos ambulantes. La or-
denanza interlocutoria del infame Laubarde-
mont, que para sofocar el grito de la indig-
nación pública conmina con la pena de diez
mil libras de multa a quien diga que las
religiosas de Loudun no están poseídas del
demonio, es un rasgo único de estupidez y
de tiranía judicial; y cuando el desgraciado
Grandier, con los huesos rotos en el tormen-

L
154 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

to, y no pudiendo pronunciar palabra, era


conducido al suplicio, ¿qué decir de aquel
crucifijo de hierro candente que un fraile le
aplicaba a los labios con el fin de que el do-
lor le obligase a volver el rostro y presen-
tarlo así ante el pueblo como un hechicero y
un apóstata?
No se imputa aquí a Luis el Justo más que
los asesinatos públicos. ¿Qué sería si se le
hiciese el cargo de todos los crímenes secretos
de su ministro y se le pidiera cuenta de toda
la sangre que ha corrido en la carnicería sub-
terránea de Ruel? ¡Oh reyes! ¡Qué horror
os tengo! ¿Cómo no hemosde odiarios, si sois
unos tigres? ¿Qué me importa el que sea
un Luis XI o un Luis XIII quien ocupe el
trono? No hay diferencia entre tirano y rey.
¿No da el mismo resultado el cálculo de los
asesinatos, de las violencias y de las injusti-
cias de uno y otro reinado?
Luis el Grande. Este príncipe tan alaba-
do de la Academia Francesa, a quien se ha
divinizado durante un siglo ante los ojos de
la razón y el tribunal de la posteridad, y
juzgado con testimonios y testigos irrecusa-
bles, ¿qué es, realmente? Mal padre, que
desdeñaba como cosa burguesa el .amor de
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 155

la familia; mal amigo, egoísta, que recomen-


daba a Felipe Y que no amase a nadie; mal
esposo, como en el momento de su muerte
confirmó María Teresa, cuando dijo que des-
de el día de su matrimonio no había tenido
ninguno feliz; mal hermano, pues es sabido
lo celoso que se mostró de la victoria de Cas-
sel, éxito que hizo perder para siempre a
Felipe el mando de los ejércitos; mal padre,
porque en nada estimaba a sus hijas: es bien
conocida la frase llena de insensibilidad que
se le escapó junto al estanque grande cuan-
do madame De Lude le trajo la noticia tan
dolorosa del peligro de la duquesa de Borgo-
ña; príncipe vengativo y cruel, que a des-
pecho del derecho de gentes hizo prender a
un extranjero, al desgraciado periodista de
Holanda, y le hizo expiar, durante once años,
en una jaula de hierro, en la que las ratas
le mordían los pies gotosos, el crimen de ha-
ber atentado contra la gloria de un enemigo;
príncipe trapacero, que por toda instrucción
daba al delfín la de violar la fe de los Tra-
tados; celoso de la más fútil gloria hasta el
extremo de hacer pasar por suyos los versos
que se había hecho dictar por Benserade o
Dangueau, versos, después de todo, que le

A
156 - E. BARRIOBERO Y HERRÁN

pertenecían tanto como las victorias de Tu-


rena o de Luxemburgo, que tanto halagaban
su vanidad. Príncipe tan ciego por los éxitos,
tan enfatuado por las adulaciones, que vivía
convencido de que no eran sus generales quie-
nes ganaban las batallas, sino su reinado, y
que creía indiferente poner a la cabeza de
sus ejércitos un criado suyo o.un gran gene-
ral. Como premio a la nación por sus elogios,
nos dió la capitación y el diezmo, y en veinte
años gravó al Estado cón mil quinientos mi-
llones de rentas. Creó oficios por valor de dos
millones y dejó más de cuatro mil millones
en deudas.
Pero lo que más abominable hace su me-
moria es su despotismo para con los ciuda-
danos. No encontraba cosa más agradable que
sentirse Sofi; pero ¿qué Sofi fué jamás abso-
luto? Gobernaba el pueblo por medio de ór-
denes secretas. Llegó a prohibirnos, bajo pena
de galeras, salir del reino, como si fuéramos
siervos O negros encadenados a su servicio.
Perseguidor hasta la demencia, este rey je-
suíta ordenó a sus dragones convertir tres
millones de herejes; hizo parecer más de diez
mil por medio de la rueda, la cuerda y el
fuego, sin contar un millón de fugitivos que
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 157

la Francia perdió para siempre. Déspota has-


ES ta el frenesí, no quería que los ingleses fue-
ran más libres que nosotros, y pretendía obli-"
garlos a erigir un tirano. Tal fué el despre-
8 cio que sentía este sultán hacia una nación.
ilustrada entonces por tantos héroes y tan
grandes personajes, que de joven se atrevió
a entrar en el Parlamento con botas de mon-
tar y el látigo en la mano, y cuando viejo,
a destinarle como amo el fruto de sus disi.
paciones. Se daba el placer de la guerra,
como solemos darnos el de la caza, y toda
su vida expuso a sus pueblos como quien azu- q
za una jauría. Jamás olvidaré que para tomar
un partido cuando la guerra entre los etolia- , $
nos y los arcanianos, hicieron valer loz roma- z
eS nos en su manifiesto que eran descendientes de E
=l Eneas y que los arcanianos no habían estado 8
en el sitio de Troya. Tales fueron, si se ex-
ceptúa la de Sucesión, todas las guerras de y
Luis XIV, en donde perecieron veinte millo- : pes
nes de hombres. ¿Qué son esos asesinatos os- : E
curos, esos incendios de una casa, que casti- |
, gan las leyes, en comparación de lo que hizo
en el Palatinado y de sus asesinatos en ali.
neadas batallas? “He amado mucho la gue-
ES rra”, decía. No, tú no amabas la guerra. Si E
158 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

ello tiene alguna excusa sería la de Carlos XII,


que el silbido de las balas era su música;
pero tú eras cobarde, huías lejos del peligro,
oculto en la calesa de una prostituta, y te or-
ganizabas el espectáculo de una Saint-Barthe-
lemy. No, tú no amabas la guerra; ro ama-
bas más que a ti mismo, ni veías más que a
ti, creías que todo era tuyo, hasta la vida de
tus súbditos y sus mujeres. ¡Ah, si yo hubie-
-ra sido el marqués de Montespán! En lugar
- de vestirme tontamente de luto y escribir al
Papa una carta ridícula para pedirle segundas
nupcias, hubiera hecho como el senador Má:
ximo o como el zapatero de Mesina, de quie-
nes me asombra el que tengan tan pocos imi-
tadores (Nota 19).
Desde Richelieu, con quien la opresión mi-
nisterial y fiscal llegó al último grado, había
quedado fija en él. La nación estaba ya aco-
modada al despotismo y hasta nuestras Aca-
demias parecen no tener otra idea del mo-
narca que la de los judíos, ese pueblo estú-
pido y grosero de la antigiedad. Podrá to-
mar vuestras mujeres y.vuestros hijos y car-
garos como bestias. Hoc erit jus regis qui vo-
bis imperaturus est. Semejante a esos insen-
satos que razonan perfectamente sobre todo
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 159

lo demás y sólo en un punto revelan su de-


mencia, la nación francesa daba lecciones a
Europa en todas las ciencias y se mostraba
en una verdadera infancia en cuanto a los
principios del derecho natural, esto es, en la
única ciencia que no es necesario estudiar por-
que está grabada en todos los corazones.
El regente parece sobrepujar en audacia
toda esta serie de malos reyes; al menos, el
despotismo de Luis XIV ennobleció la nación,
y el de la regencia nos degrada a los ojos del
universo. ¿Podía este príncipe llevar más le-
jos el ultraje que dar a la religión un obispo,
a la nación un duque y par, para servirme de
su expresión, en camisa? Busca en los bajos
fondos de la capital el degenerado más cra-
puloso, un hombre cuyo nombre ensucia la
imaginación y presenta la idea de todos los
vicios, de todas las bajezas y de todas las por-
querías juntas. Hace de él un pontífice y se
atreve a colocarlo en la silla del virtuoso Fe-
nelón. Sin duda, este príncipe ateo quiso de-
safiar a los muertos y fortalecerse en la incre-
dulidad de otra vida, puesto que la sombra
de Fenelón no se levantaba de su tumba para
arrojar al infame Dubois. Como Amasis, el
regente pone el orinal sobre el altar y manda
160 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

al pueblo que se prosterne. Pero ¿qué temer


de este pueblo que recibía papel en lugar de
su oro y se contentaba con burlarse en can-
ciones de su estafador? Gracias al cielo, ya
hemos dejado de hacer canciones.
Todos los puestos vendidos; los cortesanos
con la careta levantada; los registros, sin nú-
meros; los Tribunales, lanzando tantos decre-
tos de detención contra los molinistas como
órdenes secretas expedía Fleury contra los
jansenistas; un rey gravando a sus súbditos
con más impuestos que todos sus predeceso-
res juntos; los robos más violentos y más in-
fames no llaman la atención, porque las fan-
tasías de hoy eclipsan el pillaje de ayer: un
intendente general haciendo pública decla-
ración de que él no estaba más que para ro-
bar, y que lo haría de modo insuperable;
la nación, enganchada a la carroza de una
prostituta, que decidía igualmente de la
suerte de los príncipes y de los pueblos, del
duque y par y del histrión; que disgustaba
a un cobarde cardenal y a un viejo arzobis-
po si no le besaba el trasero, y al canciller de
Francia si no se pintaba de rojo y le servía
de bufón.
Por último, cosa horrible de pensar, el rey
$

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 161

monopolizando públicamente los cereales y


condenando al hambre sus pueblos para en-
tretener una querida. Cien mil órdenes se-
cretas. Tal fué el reinado de Luis XIV. Pero
no fué malvado. Y al serlo, ¿qué más hubiera
hecho?, se pregunta Mirabeau. Tarquino no
era malvado, decía Cicerón. No era cruel, no
era más que vanidoso, y nuestros padres lo
arrojaron. Pero esto sucedía entre los roma-
nos. Y nosotros..., perdón, queridos conciu-
dadanos, cuando asistí a la Asamblea Nacio-
nal, dije: Nosotros valemos más que los ro»
manos, y Cyneas no vió nada semejante en el
Senado.
Tales fueron nuestros reyes. No he mostra»
do más que el hombre público, el monarca.
¿Qué sería si, ojeando en sus vidas privadas,
hubiese pintado sus crímenes domésticos?
Isabel de Baviera, madre desnaturalizada;
Luis XL parricida; Catalina de Médicis, en-
“venenadora del delfín Francisco; su hijo
Luis XIII venga a su padre con un parricidio,
y en nuestros días, los asesinatos cometidos
por la reina, el delfín y la delfina, que hi-
cieron a Choiseul y a Luis XV tan odiosos.
¿Cómo podría yo terminar mejor este capítu-
lo que con estas notabilísimas palabras que
Yi
162 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

dirigía a su maestro, después de la lectura de


la Historia de Francia, el delfín que acaba-
mos de perder: “Padre Corbín, entre todos
estos reyes no veo ninguno bueno”?
TA a

Nota 1.Abierta ya la discusión sobre el proceso


de Luis XVI en la sesión de 5 de diciembre, el mi-
nistro M. Roland pide la palabra para hacer una re-
velación sensacional. En la regia morada se ha'des-
cubierto un armario secreto, de hierro, incrustado en
un muro, en el que guardaba el procesado papeles im-
portantísimos, que en el acto iba a entregar a la
Asamblea.
El ministro había tenido la noticia por el propio
obrero que ayudó a Luis a construir y colocar el ar-
mario. En el acto había ido a registrarlo, y la confi-
dencia no podía haber resultado más fructífera.
Leyéronse algunos de aquellos papeles, y, en efecto,
por ellos resultaba comprobado que el ex rey estaba
en comunicación amistosa con los enemigos de Fran-
cia y que había intentado comprar a algunos miem!
bros de la Asamblea. Entre otros, a Mirabeau, que no
se mostró esquivo a los regios halagos, lo que pro-
dujo un escándalo indescriptible.
166 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Nota 2. Dice un proverbio francés que las angui-


las de Melún chillan antes de que se las desuelle, y pa-
rece ser que el dicho viene de que un buen hombre
llamado Anguila hacía de San Bartolomé en un Mis-
terio, y al ver al verdugo comenzó a gritar horrible-
mente antes de que se le acercara.

Nota 3. Véase El arte de amar, de Ovidio, en esta


misma “Colección Quevedo”.

Nota 4. .. El hambre es entonces una ciencia,


un arte complicado de administración y de comercio.
Tiene su padre y su madre: el fisco y el acaparamien-
to. Engendra una raza aparte, raza bastarda, de provee-
dores, banqueros, financieros, recaudadores, intenden-
tes, consejeros y ministros. Una frase profunda sobre
la alianza de los especuladores y los políticos salía de
las entrañas del pueblo: Pacto del hambre.
Entre estos hombres había uno ilustre, que lo era
desde mucho tiempo antes. Su nombre (muy expresi-
vo, que él trató de justificar), Foulón, estaba en la
boca del pueblo desde 1756. Había comenzado como
intendente del Ejército en el país enemigo; verdade-
ramente terrible para la Alemania, lo era todavía más
para nuestros soldados; sus fornituras costaban bata-
las como la de Rosbach. Había engordado a costa de
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 167

la delgadez del ejército; se hizo dos veces rico con el


ayuno de los franceses y el de los alemanes.
Foulón era especulador, financiero, de una parte tra-
tante y de la otra miembro del único Tribunal com-
petente para juzgar a los tratantes. Tenía por seguro
ser ministro. Se hubiera muerto de pena si la banca-
rrota se hubiera hecho por otro y no por él. Los laure-
les del abate Terray no le dejaban dormir. Incurría
en el error de predicar en voz demasiado alta su sis-
tema; su lengua trabajaba contra él y lo hacía im-
posible. La corte gustaba mucho de la idea de no pa-
gar; pero quería tomar prestado, y para atraer a los
prestamistas no era buen medio el de llamar al mi-
nisterio al apóstol de la bancarrota.
Foulón era ya viejo; procedía de aquel buen tiem-
po de Luis XV, de aquella escuela insolente que se
gloriaba de sus robos, los mostraba cínicamente y,

como trofeo de sus bandidajes, construía en el bulevar


el pabellón de Hanover. Foulón se había edificado en
el lugar más populoso, al extremo del bulevar del

Temple, un delicioso hotel, que todavía era admirado


en 1845.
Estaba convencido de que en Francia, como dice el
Fígaro, de Beaumarchais: “T odo acaba en cancio-
nes.” Luego es preciso tener audacia, burlarse de la
opinión y desafiarla. De aquí las palabras que se re-
petían en todas partes: Si tienen hambre, que sieguen
168 . E. BARRIOBERO Y HERRÁN

hierba... Paciencia; yo, que soy ministro, les haré

comer heno; mis caballos lo comen... Se le imputaba


haber dicho esta frase terrible: “Es preciso guada-
ñar la Francia.” ,
Creía el vejete complacer con sus bravatas al joven
partido militar y recomendarse para el día que veía
venir, en el que la corte, queriendo dar algunos golpes
desesperados, buscase un arriesgado bribón.
Foulón tenía un yerno que, según él, era un hom-
bre muy capacitado, pero muy duro, según los realis-
tas: Berthier, intendente de París, sujeto de pocos es-
crúpulos, puesto que se casó con una fortuna adquiri-
da sin ellos. Venido de abajo, de una raza de procu-
radores de los modestos Juzgados de provincias, era
rudo para el trabajo, activo y enérgico. Libertino a
los cincuenta años, a pesar de su numerosa familia,
compraba, según se dice, a todas horas niñas de doce
años. Sabía muy bien cómo lo odiaban los parisienses,
y se sintió feliz al encontrar la ocasión de hacerles
la guerra. Con el viejo Foulón fué el alma del Mi-
nisterio de los tres días. El mariscal de Broglie no au-
guraba cosa buena; obedecía. Pero Foulón, y más Ber-
thier, estaban muy entusiasmados. Este mostraba una
actividad diabólica para reunir armas y tropas y fa-
bricar cartuchos. Si no fué contra París a sangre y
fuego, no fué suya la culpa. Asombra el que gentes
tan ricas, tan perfectamente informadas, y además ma-
-
.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 169

duras y de experiencia, se lanzaran a tales locuras. Y


es que los grandes especuladores financieros partici-
pan todos del temperamento del jugador y tienen sus
mismas tentaciones,
Además, el negocio más lucrativo que jamás hubieran
podido encontrar habría sido el de encargarse de pro-
mover la bancarrota por ejecución militar. Esto era
muy arriesgado; pero ¿hay gran negocio que no lo
sea? Se gana con la tempestad y con el incendio; ¿por
qué no con la guerra y el hambre?
El hambre y la guerra, quiero decir Foulón y Ber-
thier, que creían ser dueños de París, quedaron des-
concertados con la toma de la Bastilla.
La noche del 14, Berthier intentaba tranquilizar a
Luis XVI. Si encontraba en él un ligero asentimiento,
podía todavía lanzar sus alemanes sobre París.
Luis XVI no hizo nada ni dijo nada. Los dos hom-
bres comprendieron en aquel instante que estaban
muertos. Berthier huyó hacia el Norte; Foulón pasó
cuatro noches sin dormir y sin detenerse, para no po-
der ir más allá de Soissons; tampoco intentó huir;
al principio hizo decir por todas partes que había re-
chazado el Ministerio porque se sentía amenazado de
una apoplejía; después se hizo el muerto; enterró
magníficamente a uno de sus criados que acababa de
morir. Hecho esto, marchó cautelosamente a casa de
-su/amigo Sartines, el antiguo teniente de la Policía.
170 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Tenía motivo para sentir miedo. El movimiento era


terrible. (Michelet.)

Nota 5. La muerte de Foulón y de Berthier llenó


on,
a los nobles de terror; muchos de ellos emigrar
el duque de Coi-
entre otros el duque de Luxemburgo,
egny, el príncipe de Lambesc, el conde de Vaudreil, la
y el mar-
princesa de Beaufíremont, el conde de Cayla
qués de Serens. Esta vasta deserci ón de los principa-
de guerra
les de la nobleza, ¿no encubría una señal
la
ni era un recurso silencioso y siniestro para pedir
ero? El pueblo no se engañó.
intervención del extranj
patria
Comprendió que si los personajes ligados a la
dul-
con los lazos de la riqueza, de la felicidad, de las
defender-
ces costumbres, huían en vez de resignarse O
ón de volver acompa-
se, no podía ser sino con intenci
eros con
ñados de aquellos mismos soldados extranj
quienes antes habíanse atrevido a amenazar París.
Por ello, el pueblo fué inexora ble en su vigilancia. El
barón de Bachmann, mayor del regimiento de guar-
nte
dias, se vió arrastrado al hotel de Ville, únicame
a las
porque al descender por el puente Real, frente
di-
Tullerías, su coche había vuelto a la derecha, en
desde París, la des-
rección a Versalles. Muy pronto,
a
confianza trascendió a las provincias; la sospech
de las
guardaba los caminos, se dirigió a las puertas
aldeas, se extendi ó a lo lar-
ciudades, atemorizó a las
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 171

go de las fronteras. La Municipalidad de Villenaux re-


tuvo prisionero a Besenval. Cazales, que había aban-
donado precipitadamente la Asamblea Nacional, en
donde debía ilustrarse para los combates de la elocuen-
cia, fué detenido al entrar en Caussade, en donde al-
canzó la celebridad, bien a pesar suyo. El abate Mau-
ry, que había huído hacia el Norte, después de haber
tocado a rebato, ahoga sus caballos; pero cuando atra-
vesaba Peronne, dos aldeanos: advierten que no lleva
escarapela en su sombrero; lo interrogan, lo reconocen
y lo dejan prisionero en una sala del Ayuntamiento de
Peronne.
... Todo se concertaba para excitar, para agriar la
desconfianza popular, y los mensajes funestos y los
- correos misteriosos cruzaban sin cesar los caminos.
Para colmo, el primer poder salido de 1á Revolución
se mostraba incierto y rehusaba, si no los cuidados,
por lo menos la responsabilidad de la- vigilancia. Evyi-
dentemente, tenía miedo de las condiciones en que los
días de crisis colocan la salud general, y mientras, en
el hotel de Ville, los delegados de la alta burguesía
no sentían escrúpulos para aportar injuriosas restric-
ciones al derecho de publicar los escritos de autores
sin existencia conocida, la mayoría de la Asamblea
Nacional no se atrevía a contestar a los conspirado-
res conocidos sobre el derecho de corresponderse im-
pufiemente con sus cómplices del interior, el derecho
172 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

de ocultar su intriga con un sello inviolable, la liber-


tad, en fin, de conspirar contra la libertad. (Louis
Blanc.)

Nota 6. Sí; el primer personaje de la nación. Yo


oigo decir: ¡Qué honor ha recibido M. Chapelier en
el Te Deum! Ha pasado antes que el guardasellos; el
gran maestre de ceremonias y los maceros le prece-
dían. Se ha arrodillado sobre un cojín a la derecha del
rey. Pero me parece que no es el presidente quien de-
bía estar a la derecha del rey, sino el rey quien debía o

estar a la derecha del presidente. Filii hóminum, us-


que quo gravi corde? (Nota de Desmoulins.)

Nota 7. En Las Revoluciones de París, diario que


ha maltratado un poco a La Francia Libre, pero que
respira por todas sus páginas el patriotismo y que de
día en día fortifica sus principios. ¡Cuánto admiro la
obstinación de los esfuerzos del autor para no dejar
caer en el olvido a los soldados que se distinguieron
en la Bastilla! Sin duda, en la próxima revista se bus-
cará a la cabeza de la milicia parisiense los señores
Hullín, Elie, Maillard, Humbert, Arné, Richard, Du-
pín, y causará asombro no verlos por lo menos al lado
de los señores de Montholon, D'Ormessón, el prínci-
pe León, el duque D'Aumont, de Lally-Tollendal, de
Saint-Chrystau; y el público recordará lo que dice
A

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 173

Tácito con respecto a un salón de su tiempo, en el que


los pintores no se habían atrevido a exponer los re-
tratos de Bruto y Casio: Praefulgebant Cassius et

Brutus eo magis quod illorum effigies non visebantur.


Los más notables eran Bruto y Casio, precisamente
porque no se encontraban allí. Sin duda, M. De La-
fayette lavará a París de ese reproche. Hay en su
gabinete, entre las estampas de la guerra de América,
una que representa al conde de Estaing cuando abraza
sobre los muros de la Nueva Granada a un soldado
que había subido el primero y lo hace capitán, en aquel
tiempo en que los soldados estaban excluidos de los
grados militares. Duces ex virtute sumunt, non ex m0-
bilitate, dice también Tácito al hablar de nuestros an-
tepasados. Nunca hubo nobles entre nuestros antiguos.
padres los germanos, porque como dicen los nobles:
¿Qué más podríamos ser sino oficiales? ¿Qué podríais
hacer? Subir los primeros en el asalto, mostraros los
primeros en el peligro; entonces seríais los primeros
en el Te Deum y en la procesión. Se hace oficiales;
no a los que muestran pergaminos, sino a los que
muestran valor. Es una vergúenza que en el siglo xvIn,
en 1789, después de la toma de la Bastilla, los hijos
tan esclarecidos de estos bárbaros sean menos filóso-
fos que sus padres. (Nota de Desmouliws.)
174 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Nota 8. Parece que M. De Lafayette piensa de


distinto modo, a juzgar por su respuesta a algunos
guardias nacionales que le pidieron permiso para lle-
var charreteras: “Con mucho gusto-—dijo—; pero a
condición de que los oficiales no las lleven.”
Se ve que el señor marqués está convencido de la
necesidad de las distinciones. Sabe muy bien, sin em-
bargo, que en el mayor peligro de Atenas (este nom-
bre de Atenas llama siempre la atención e impone algo
más que el distrito de San José), el ejército acampa-
do en Marathon, tenía por jefes diez burgueses de los
que cada uno era a su vez el comandante general de
la milicia ateniense. Cada uno mandaba un día; pero
para dar la batalla esperaron el día de Milciades, y
toda la distinción concedida a aquel gran hombre fué
la de colocarlo el primero y a la cabeza de los diez,
pero sin charreteras, en el gran cuadro que hizo pintar
la ciudad en memoria de la jornada. Milciades se ha-
bía inmortalizado en un solo día; había colocado su
cubierto en el Prytaneo, a la mesa de los patriotas
ilustres. Pero la ciudad no pensó en concederle un suel-
do de cincuenta talentos para que comiese. ¡Sueños
vanos—exclama un periodista—, proyectos de un ce-
rebro exaltado, de un joven escritor, que toma los fran-
ceses por un pueblo de Solones! Como si Atenas no
hubiera tenido su arrabal de San Antonio y sus damas
del mercado. Pero con esta diferencia; que aquellas
PROCESO Y EJECUCIÓN DB LUIS XVI 175

damas llegaban a Theofrasto y le enseñaban a hablar


el griego correctamente. ¿A qué se debía esto? A que
en Atenas el Comité de Policía nunca impidió a los
vendedores gritar en las calles. Dejad que se acata-
rren los gritadores; contened la licencia con penas y
no con prohibiciones, y en seis meses nuestro puerto
del trigo nada tendrá que envidiar al puerto del Pyreo.
Vuelvo a la milicia burguesa de Atenas, que jamás
pudo consentir que Milciades tuviese una charretera
y fueran los oficiales distintos de los soldados, Se pue-
de pensar que en los bellos días de la República, el
comandante general no tenía necesidad de hacer pre-
dicar a los bufones en el teatro la subordinación mi-
litar, ni de acudir a dar solemnemente las gracias 2
una compañía que había hecho el juramento culpable
de obedecerle ciegamente. El soldado obedece hoy por-
que mañana le tocará ser oficial, y cuando el enemi-
go estaba a las puertas, el burgués 2 quien le había
llegado el turno de ser generalísimo, se guardaba muy
bien de exponer su patria aventurando la batalla
aquel día; pero esperaba el día del mando de M. De
Lafayette para que batiese a Mardonius, le matase
cien mil hombres y volviese con su corona de laurel
a ocupar su puesto de burgués en el jardín y a dispu-
tar en el café de Foi sobre el veto. Tal es la imagen
de república y de igualdad que yo me complarco en
imaginar continuamente.
176 A E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Y vosotros, mis queridos camaradas, guardas na-


cionales, decidme: ¿A qué esa manía de querer ser,
por lo menos, subtenientes? ¿Es que no somos ahora
ya todos iguales? Vosotros sois iguales a los coro-
neles, duques y pares, mariscales de Francia y prínci-
pes de la sangre; vosotros sois iguales al mismo rey,
puesto que no tenéis sobre vosotros más que la ley
que hoy reina sobre Luis XVI lo mismo que sobre
vosotros. Vosotros todos sois ahora muy altos y muy
poderosos señores, aunque los autores del Journal de
- Parts y el abate Aubert persistan en no reconocer como
tales más que a algunas gentes, confiesen su torpeza
y quieran permanecer “villanos. Parisienses: Vosótros
queréis no' ser más que un pueblo de subtenientes,
cuando sois un pueblo de reyes. (Nota de Desmoulins.)

Nota 9. "Que ese prelado no acuse a la Linterna de


injusta para con él. No ha olvidado todavía su celo
por el Tercio y aun admira sus esfuerzos y sus ruegos
fervientes para arrancar en Poissy al señor Tomassín
del furor ciego de la multitud. Nunca un pontífice de
Roma, desde lo alto de su silla, reinando sobre los:
reyes postrados a sus pies, ha sido tan grande como el
obispo de Chartres, de rodillas a los pies del pueblo
y suplicando por la inocencia. Pero, mientras tanto,
un ministro de los altares ocupaba su puesto a la ca-
beza de la Diputación de Saint-Germain, siendo irriso-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 177

ria su presencia en el Comité criminal. (De Desmou-


lins.)

Nota 10.. La Linterna, por su propio prestigio, debe


hacer público lo que los buenos ciudadanos se decían
al oído desde mucho tiempo atrás, y un periodista pa-
triota no debe temer el publicarlo; y es que poco a
poco algunos miembros de las ciudades se dejaban ga-
nar por pensiones, proyectos de fortuna, caricias... Fe-
lizmente existen las galerías, las galerías imcorrupti-
bles, siempre del lado de los patriotas, y representan
a esos tribunos del pueblo que asistían a las delibe-
raciones del Senado y tenían el veto. Representaban la
capital, y, por fortuna, bajo las baterías de la capital
se está elaborando la Constitución. (De Desmoulins.)

Nota 11. Al comienzo de las turbulencias, la ciudad


de Lyon se encontró de pronto llena por una turba de
gentes extrañas, descalzas como los carmelitas, y con
la espalda cubierta por una lamentable chaqueta; sus
rostros no eran menos llamativos; justamente asusta-
dos de los desórdenes que cometían, y cuyo término
no se podía prever, los burgueses decidieron tomar las
armas; hicieron fuego sobre aquella multitud, y entre
cien prisioneros que cogieron, se encontraron con la
sorpresa de ver los hombros de noventa y seis carga-
dos de simbolos y de jeroglíficos. Las espaldas de esta

12
178 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

tropa, alineada en el hotel de Ville, ofrecían la imagen


del Gabinete de las Medallas y las insignias de todas
las potencias de Europa. (De Desmoulins.)

Nota 12. El Palais-Royal era entonces el sitio desig-


nado como cuartel general de las revoluciones futuras.
En aquella época no tenía el aspecto que presenta
hoy. En medio del jardín, el duque de Orleáns, su
propietario, había hecho construir, hacia 1788, un re-
cinto revestido de un emparrado y coronado por una
terraza con flores y juegos de agua. Se llegaba a las
habitaciones del príncipe por una pequeña galería des-
- cubierta, y a los pisos bajos del palacio, por un pa-
sillo subterráneo. Este recinto, que de lejos ofrecía la
imagen de un vasto bosque adornado de flores, había
estado al principio destinado a servir de teatro a los
ejercicios de equitación, por lo que había recibido el
nombre de circo, y estaba además abierto a las dan-
zas y conciertos. A uno de los lados había un estante
flanqueado por cuatro pabellones. Alrededor exten-
díanse rientes palacios que encuadraban las galerías.
En aquel fresco y voluptuoso lugar acampó- con
preferencia la insurrección, y tan extraño forúm fué
tan terrible para los enemigos de la Revolución, que
uno de ellos lo describía en estos términos: “Es la
imagen de la quimera; su cabeza es la de una bella
prostituta; su lengua, la de una serpiente; su mano, EA
P
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 170

la de una arpía; sus ojos lanzan llamas; su corazón


está vacío y no fermenta sino en lascivos pensamien-
tos, y su boca destila alternativamente el veneno y
las palabras heroicas.”
Allí fué en donde se reunió el 12 de julio todo el
París de la Revolución. La afluencia era tal, que mu-
chos se vieron obligados a trepar a las ramas de los
árboles y permanecer suspendidos de ellas. Todavía no
hacían más que esperar; pero ya se elevaban hacia el
cielo esos murmullos de las turbas inquietas, tan pare-
cidos al de la mar. (Louis Blanc.)

Nota 13. El autor de este folleto, M. Le Tellier,


acaba de ser detenido y conducido a la Abadía. La Lin-
terna detesta los principios de este abogado, enemigo
de la regeneración; pero se abstendrá por ello de gri-
tar con todas sus fuerzas que es afrentoso que cuando
la nación acaba de erigir un altar a la libertad de la
Prensa, se haya detenido a un desdichado escritor. El
sol luce tanto para los malvados como para los bue-
nos. Hoy se ha violado la libertad de la Prensa en la
persona de un escritor aristócrata; pero a todos vos-
otros gritaba Theramenes cuando los treinta tiranos
lo borraron de la lista de los ciudadanos: No es más
difícil a Critias borraros del papel de ciudadano que
borrar a Theramenes. Es preciso preguntar enérgica-
mente el porqué del encierro de ese pobre diablo de
180 AS E. BARRIOBERO Y HERRÁN

escritor y el castigo ejemplar del señor Miromesnil,


que a pesar de lo que se lo estorbaba, un hombre odio-
so ha podido deslizarse entre los representantes muni-
cipales, y en su calidad de jefe del Comité de Policía
ha ordenado la detención de M. Le Tellier.
Cuando el señor Bouviller fué enviado a la Abadía,
y por cierto justamente, hubo una insurrección de to-
dos los glotones de la capital en favor del cocinero,
y cuando la libertad de la Prensa es violada con un
encarcelamiento, nadie reclama al escritor. Los magis-
trados se parecen a aquellos atenienses a quienes Só-
crates decía: “Yo soy médico y pleiteo contra un
pastelero; vosotros niños, luego perderé mi pleito.”
¡Oh, atenienses del siglo xvirr!l ¿No comprenderéis
alguna vez la necesidad de la libertad ilimitada de la
Prensa? ¿Cuál es la garantía más segura de la liber-
tad civil y política?
Un buen cura os ha dicho: “¿Cuándo dejaréis de
tomar veneno?” ¿Cómo no veis, señor cura, que lo
que llamáis veneno y lo colocáis en el índice, otro
cura, Rabaud, lo llama remedio del alma? Es indu-
dable que a la madre corresponde velar sobre las lec-
turas de su hija. Los padres y los amos son censores
domésticos, que la Asamblea Nacional no suprimirá,
y las demás censuras son una inquisición frailuna. Y
aun cuando fuera veneno, para usar vuestra misma
palabra, ¿qué contestaríais, señor cura, a un ciuda-
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 181

dano que os dijera: Me gusta ese veneno, y, como la


mujer de Sganarelle: Quiero que me peguen?
- Más aún dice el abate Maury cuando afirma: “Seré
calumniado o me dirán que he cometido una violación.”
“Y a mi—protesta D'Espremenil—me dirán que soy
cornudo.” Señores míos, tres respuestas como las que
daba M. Pinée: Primero, sabéis que Catón fué ca-
lumniado y llevado a los Tribunales setenta veces; ¿es
él tan sabio como Catón? Prestaba su mujer lucrati-
vamente a su amigo Hortensius; como atestigua Vir-
gilio, obtuvo en los Campos Elíseos, por aclamación,
la presidencia de todos los cornudos, presentes, pasa-
dos y del porvenir, his dantem jura Catonem. ¿Es, al
menos, un hombre honrado? Sed Catones y no teme-
réis la libertad de la Prensa. Segundo. La Prensa es
como aquella lanza que curaba las heridas que había
hecho. Se imprimirá en casa de M. Knapen que mon-
sieur D'Es... recibe de M. De Clugny una pensión de
veinte mil libras, violenta presunción de infidelidad
conyugal; pero muchas gentes dirán a esto, como La
Fontaine, que la cabronería no es un mal; pero si
pensáis de otra manera, id a imprimir en casa de
Grenge que la anécdota de la pensión es falsa. Tenéis
además al abate Aubert, que os ofrece sus buenos ofi-
cios por veinticuatro sueldos; desmentitrá el hecho en
sus anuncios y quedaréis desagraviado; tarde o tem-
prano, la verdad se abre paso. Tercero. Si os sentís
182 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

calumniado, acusad al autor; sin duda, la ley de las


Doce Tablas, que condenaba a muerte a todos los au-
tores de sátiras y de escritos cáusticos, era demasiado '
severa. Se comprende, como observa Montesquieu,
que esta ley fué hecha para:los decenviros y los gran-
des aristócratas y, por tanto, para los enemigos de la
libertad de la Prensa. Después se imprimió sobre la
frente del calumniador la letra inicial C, pena todavía
demasiado fuerte y atroz, puesto que no daba lugar a
distinciones entre los calumniados. Y hay mucha di-
ferencia entre aquel que imprime que M... ha envene-
nado a sus tres mujeres y el que imprime que M. Du-
val ha tenido la desventaja de ser juzgado digno del
secretariado del orden. Es preciso esperar que la Asam-
blea Nacional establezca penas proporcionadas a la
exigencia de los casos; entonces los cornudos se pre-
vendrán contra los autores. Importa, sobre todo, que la
nación conserve su libertad, de la que la Prensa es el
guardián más seguro. Así, libertad indefinida de la
Prensa, libertad para todos los partidos, y en este mo-
4OA
T
mento mismo, en el que con tanto horror se pronuncia ia

el nombre de los Tribunales, y en el que el abate


Fauchet pide que se instituya el día de su expulsión una
fiesta de gran solemnidad y una.misa cantada, en vista
de que un Tribunal aristócrata fué el que crucificó a IS
Ps
AAG

Cristo, mientras otros patriotas menos cristianos pro-


ponen para el aniversario una fiesta de gusto pagano,
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 183

durante ocho días; una danza general de la viuda y


el huérfano en todo el reino. Y todo ello en este mo-
mento mismo, cuando debe ser permitido al honora-
ble miembro M. Bergasse exaltar su valor, su candor,
su desinterés, su devoción patriótica y enterrar con
todos los honores la Sinagoga. (Nota de Desmoulins.)

Nota 14. No se puede hablar de almanaques sin


recordar a su divino autor, monseñor el conde de Ri-
varol. Conocido es el daño que le hace la revolución y
la mezcla impura de los tres órdenes. Las cartas de
Bagnoles cuentan que los aldeanos han quemado el
antiguo y soberbio castillo de Rivarol. Como los prín-
cipes tienen cañones y banderas ante sus palacios, el
conde también tenía sus baterías y su enseña delante
de la puerta. Todo le fué robado; sus títulos de no-
bleza ya no existen; por fortuna, la manufactura de
los almanaques va a darle para reconstruir un castillo
mucho más magnífico. Ved qué bellos almanaques vais
a poder hacer, señor conde: el almanaque de la Asam-
blea Nacional, el almanaque del hotel de Ville, el al-
manaque de los distritos, el almanaque de los doce mil
folletos de este año, el almanaque de los cuarenta mil
pensionarios del rey, el almanaque de las sesenta mil
prostitutas, el almanaque de los cien mil cornudos. ¡ Ay,
mi querido conde! ¡La cosa más bella de los almana-
ques es la libertad de la Prensa! (De Desmoulins.)
184 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

Nota 15. Nosotros no levantamos todavía estatuas


2 nuestros comediantes; pero el distrito de los fran-
ciscanos ha demostrado ya que pensaba sobre esta pro-
fesión como los griegos, y ha nombrado a M. Gram-
mont capitán, lo que ha dado lugar a discusiones pin-
torescas. Señores, ha dicho alguno, yo me siento or-
gulloso de tener por comandante a Orosman o a Tan-
credo; pero por el honor del distrito propongo que se
prohiba a los cincuenta y nueve restantes silbar des-
de el patio a nuestro capitán. La moción produjo gran-
des rumores. La mayor parte alegaba que todos los
A ciudadanos son iguales, y que si había alguna diferen-
cia entre ellos sería en ventaja de aquellos a quienes
las disposiciones de M. Nécker hizo cerrar su teatro,
y dieron los primeros el ejemplo del duelo nacional, y
de los que al resucitar algunas veces ante nuestra vis-
ta la gran sombra de Cicerón, de Brutus y de Corne-
lio no habían dejado morir en los corazones los últi-
mos resplandores del patriotismo. Pero estas razones EyA
de
yWPe

no satisfaciían por completo, y el honor del distrito


A
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parecía comprometido cuando M. Perilhe, el dignísimo Y:


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presidente y patriota ilustre, puso a todos de acuerdo e

y supo conciliar el derecho de todos. Señores—dijo—,


edo
yo creo que sería titánico y contrario a los progresos
de las artes prohibir al patio que silbe al comediante
y al poeta; pero debe estar permitido del mismo modo
>3
silbar al abogado y al capitán, que no son seres pri-

5
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 185

| vilegiados. El marqués de Uxelles, mariscal de Fran-


cia, fué silbado en la ópera a la vuelta de la campaña
por haber entregado en capitulación la ciudad de Ma-
yence. Asimismo nuestros padres los parisienses han
silbado al regimiento de Corinto y al comandante ge-
neral de nuestra milicia. Vosotros habéis visto en al-,
gunas audiencias a todo el tribunal; nosotros hemos
visto silbar a los cancilleres, a los arzobispos, a los
cardenales, a nuestro Santo Padre el Papa, a Condé,
Conti, a D'Artois, y se sentían muy felices por pagar
sólo con recibir los silbidos. En una nación tan alegre
como la nuestra, el artículo primero de nuestras liber-
tades debe ser la libertad de silbar. En cuanto a mí, se-
ñores, yo os permito silbar a vuestro presidente si OS
sirve de placer, y entiendo que M. Grammont no es
irregular ni inhábil para ser capitán, y no ha lugar a
deliberar.
Es un distrito encantador el de los franciscanos, y
yo no vacilaría en proponerlo como modelo al distrito
de San Roque. El es el que ha obtenido el destierro -
de M. Le Tellier y el del barón de Tintot. Ha im-
puesto el respeto a los paseos públicos y ha impedido
que las patrullas profanen la santidad del palacio, que
se debía llamar Palacio Nacional mejor que Palacio
Real. El distrito de los franciscanos ha autorizado a
los libreros a prescindir de la aprobación de la villa;
ha declarado a.los vendedores ambulantes personas sa-
186 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

gradas y les ha devuelto la voz de su territorio bajo


la responsabilidad de ellos mismos. Se nota que este
distrito se resiente de la vecindad del café Procope.
Este café no está adornado, como los demás, de espe-
jos, dorados ni bustos ; pero lo está con el recuerdo de
tantos grandes hombres como lo han frecuentado, cu-
yas obras cubrirían todas sus paredes si estuvieran
apiladas contra ellas; no se entra en él sin experimen-
tar un sentimiento religioso como el que hizo salvar
de las llamas la casa de Píndaro. Ya no están allí, es
cierto, Pinrón, Voltaire, ni Juan Bautista Rousseau;
pero los patriotas sostienen todavía su reputación. En
ese café es en donde la Asamblea Nacional debe tener
al abate Syeyes. Tiene la gloria única de que jamás
el lenguaje de la esclavitud se ha dejado oír en él; en
él jamás han entrado las patrullas nacionales, y mu-
cho menos las patrullas reales; es el único asilo en
donde la libertad no ha sido violada. (De Desmoulins.)

París era un hervidero desde algunos días


Nota 16.
antes; la palabra veto se encontraba en todas las bo-
cas; la cuestión del veto apasionaba a todos los ciuda-
danos. “¿Qué hay del veto? ¿Es cierto que la reina
qúiere el veto? ¿Estaremos amenazados por el yeto?”
Esto es lo que todos se decían al encontrarse en las
calles y lo que hacía reunirse en el Palais-Royal una
multitud enardecida y llenaba la capital de una miste-
e

Ñ
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E

E
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 187

riosa turbación. Pronto este odio al veto, arrastrado


a lo largo de los grandes caminos, penetró en las ciu-
dades y se difundió de pueblo en pueblo y tuvo a toda
la Francia atenta, inquieta y temblorosa.
¿Qué significaba, pues, esta terrible palabra? Lo Ea
cierto es que no todos tenían una idea bien clara de lo 3
que les inspiraba tal horror. Los hubo que creían odiar a
en el veto un personaje peligroso. Un hombre pre-
S
guntó que de qué distrito era; otro opinó que debían
llevarlo a la Linterna. Virieu aseguró, desde lo alto
de la tribuna, que entre el pueblo de París pasaba el
veto por un impuesto, y contó que dos campesinos,
hablando un día del veto, decían:
—¿Sabes tú lo que es?
—No.
—Pues bien; tú tienes tu escudilla llena de sopa; el
rey te dice: Réparte tu sopa; y no tienes más remedio
que repartirla.
Pero no nos riamos. Sin duda, el veto era un per-
sonaje peligroso: era el rey, que podía decir “no”
cuando la nación había dicho “sí”. El veto era un im-
puesto y el más funesto de todos; entregaba a la vo-
luntad de uno, no solamente el dinero del pueblo, sino
su sangre y su vida. “El rey dice: Reparte tu sopa; y
no tienes más remedio que repartirla.” Así era, en
efecto, y el conde de Virieu no preveía que un día el
mundo, llegado a la edad de la razón, pondría muy por
188 ye E. BARRIOBERO Y HERRÁN

encima de los sabios sofismas de los partidarios del


veto esta viva imagen, esta ocurrencia, a la vez origi-
nal y profunda, del buen sentido popular. “Allí no ha-
bía de risible más que los burlones”, ha escrito exce-
lentemente M. Michelet.
Por la noche, la multitud se apretujaba en el Palais-
Royal, reforzada por los que allí llevaran la ociosi-
dad del domingo. Del café de Foy partían clamores,
que se prolongaban en ecos al través de la multitud
emocionada. Allí dominaban Loustalot, Desmoulins, el
barón de Tinstot, el marqués de Saint-Huruge. Una
cabeza enorme, un cuerpo rechoncho, unas ideas llenas
de fiebre y servidas por una voz retumbante, hacían
de este último un gran agitador. Las venganzas de
una linda mujer influyente en la corte, en 1787, lo ha-
' bían arrojado a Inglaterra, de donde trajo contra el
antiguo régimen un odio agriado por el destierro. Más
tarde se hizo sospechoso; pero mientras tanto fué tri-
buno. (Louis Blanc.)

Nota 17. ¿No es increíble que sólo por la denun-


cia del Journal de Paris, M. De Saint-Huruge esté
en la prisión? El periódico le acusó de haber escrito
una carta amenazadora al presidente de la Asamblea
Nacional, y a pesar de tener domicilio conocido, y sin
previa comprobación del hecho, lo llevaron a la cárcel.
El marqués de Saint-Huruge ha pedido al Journal de
YALA

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 189

Paris una retractación, y la obstinada negativa del pe-


“riodista ha demostrado que no se trataba de un error,
sino de una calumnia. El marqués ha preguntado en
dónde estaba su acusador y se han negado a presen-
társelo y a nombrarlo; y mientras tanto permanece
preso. ¿Hay algo más tiránico y más horrible? Mu-
chos periódicos, todos los escritores patriotas, han pu-
blicado ese rasgo de beneficencia del Journal de Paris,
sublevando con ello la indignación pública; la inocen-
cia del acusado es reconocida por todos, y, sin embar-
Y
Y
go, permanece preso. ¿Por qué permanece preso? La
denuncia del Journal de Paris está apoyada por una
ROyA
A LR carta de dos miembros de la Asamblea Nacional; los
y», e
a:
> “dos honorables miembros quedarían comprometidos;

dde EN
e
la torpeza del Journal de Paris y su gran iniquidad
quedarían demostradas. Y vale más que el marqués
de Saint-Huruge permanezca bajo los cerrojos si su
libertad puede turbar el sueño de estos periodistas,
á
que, pagados para distraer nuestra curiosidad, para
TES A
los
+ LANAS
deyd entretener la estulticia, para hacer circular por
AR cafés y deglutirlas con los aperitivos y las limonadas,
las mentiras groseras del Gobierno, haciéndonos diser-
taciones exquisitas sobre la forma de embarrarse al
caminar y enseñándonos cómo el barro se escapa por
la tangente y tantas otras bellas cosas que les han
ayudado a salirse de entre el barro en donde debían
permanecer y adquirir una carroza de buenos mue-
4
/
190 E. BARRIOBERO Y HERRÁN

lles con lacayos que nos fustiguen con sus látigos. (De
Desmoulins.)

Nota 18. Los juicios que Desmoulins consigna en

este trabajo están contradichos por algunos historia-


dores del siglo xIx, sobre todo por Henri Martín y
los de la escuela llamada doctrinaria; pero coinciden
con los de Michelet y con los de Edgard Quinet en su
Philosophie de V Histoire de France.

Nota 19.Este desventurado padecía la obsesión del


orden y de la ley, por lo que no podía sufrir que
vivieran y operasen impunemente los bandidos, hasta
morir en su lecho como los justos. Tanto declamó des-
de su tayuela, que llegó a imbuir sus convicciones a sus
oficiales, y ya de acuerdo, se constituyeron en Tribu-
nal: uno era escribano; fiscal, otro, y el maestro, pre-
sidente. En el taller instruían causas, deliberaban, com-
probaban, sentenciaban, y luego, como podían, ejecu-
taban las sentencias.
El señor presidente salía por la noche con su arca-
buz, acechaba al reo y jamás le fallaba el tiro.
En Sicilia se hablaba mucho de los bribones muer-
tos por una mano invisible y se llegó a pensar en la
Providencia, sin meditar sobre si a ésta le sería más
fácil dejar de crearlos que suprimirlos de aquel modo,
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 101

ni recordar que para eso tiene los rayos y el có-

lera.
Una noche, al fin, fué el buen juez sorprendido en
su justiciera tarea. Registrado su taller encontraron
en él numerosos procesos escritos y tramitados con
sujeción a todas las reglas del procedimiento judicial;
pero no fueron suficientes para evitar el suyo, por cuyo
resultado murió en la horca, para vivir en la memoria
del pueblo que, cuando hubiera. sido necesario, no qui-
so tomarse la molestia de defender la justicia del pobre
zapatero de Mesina.
NOTICIA DE ALGUNOS DE LOS PERSO-
NAJES CITADOS EN LOS TRABAJOS DE
DESMOULINS
Tar AREA 0 AAA

A,
V

Bailly (Juan Silvano).—Literato y astrónomo. Pre-


sidió la célebre sesión del juego de pelota y fué al-
calde de París después de la toma de la Bastilla. Per-
dió la popularidad cuando votó el destronamiento de
Luis XVI. Fué ejecutado en 1793.

Bergasse (Nicolás).—Abogado y publicista de Lyon.


Sus contiendas judiciales con Beaumarchais le dieron
gran popularidad. Escribió algunos libros de Derecho.

Boucher (el cura).—Lo fué de la Parroquia de San


Benito, en París, durante sesenta años de los no-
- venta y seis que vivió. Fué un caudillo fogoso de la
Liga (1548-1644).

Colome (Carlos Alejandro).—-Fué nombrado inter-


ventor de las Haciendas generales en 1785, y lo hizo
tan mal, que, arrollado por la bancarrota, tuvo que
convocar una reunión de notables para pedirles auxi-
lio en 1787. Después, huyó a Inglaterra y sirvió ver-
gonzosamente a los enemigos de Francia.
106 Y HERRÁN
E, BARRIOBERO

Cazalés (Jacobo de).—Miembro de la Constituyente.


Uno de los oradores más notables del patrido realista.
Después de la sesión del 10 de agosto, emigró.

Deseze.—Defensor de Luis XVI en su proceso. Per-


tenecía a la Magistratura francesa, y en ella hubo de
continuar hasta que murió, en 1828, a los ochenta
años.

Drouet (Juan Bautista).—Convencional y miembro


del Consejo,de los Quinientos. Explotaba una línea
de postas en Saint Menehould cuando la fuga de
Luis XVI, y fué quien lo descubrió y lo detuvo.

Duque de Orleáns (Felipe Igualdad).—El príncipe


más prudente ha podido tener una revolución.
que
Supo conquistar al pobre pueblo con sus obras bené-
ficas y con su despreocupación. Y el pueblo, sin darse
cuenta, satisfacía su ambición y alentaba su valor.
Felipe de Orleáns se ha dejado alabar, ensalzar y ado-
rar sin mostrar que se daba cuenta. Y se hubiera de-
jado coronar si el trono no resultara el puesto más
peligroso de la monarquía. Así, su prudencia lo de-
terminó a ser el último de los ciudadanos. Lafayette
lo envió con esta calidad a Inglaterra para tranqui-
lizar a Francia y para que los parisienses se 2acos-
tumbraran a vivir sin él, que, por su parte, se mos-
TI

PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 107

tró digno de una -misión tan honrosa. Durante scis


meses se deja despreciar por toda Europa; ha cifrado
su salvación y su gloria en el olvido de la nación fran-
cesa. Su ingenio no se vió defraudado. Vuelve tran-
quilamente a París para la fiesta augusta del 14 de
julio. El arrabal de San Antonio, el Mercado y el
Palais-Royal, han olvidado su rostro y sus benefi-
cios. Se ha visto en precisión de hacerse insultar para
hacerse reconocer. (Rivarol.)

Fauchet (Abate). —Es, a la vez, representante en


el Municipio, predicador revolucionario y voluntario
en el Ejército nacional y desempeña bien todos sus
cargos. En el púlpito, ha dicho “que colgaron a Cristo
los aristócratas”, y éstos no han podido negarlo. (Ri-
varol.)

Flexelles (Jacobo).—Ultimo preboste de los merca-


dos de París. Fué asesinado por el pueblo el día de la
toma de la Bastilla.

Garat—Uno de los periodistas más distinguidos de


la Convención. Su optimismo le impulsó a decir en
una ocasión que “con dos o tres ideas bastaba para
rechazar a los enemigos de Francia”. Los enemigos
'eran, por entonces, todas las naciones de Europa.
198 L. BARRIOBERO
Y HERRÁN

Gregoire.—Uno de los curas sacrificadores. Su plan


para la supresión de todos los gastos del culto era su-
blime y evangélico. Destinaba seiscientos francos anua-
les en cada Parroquia para mantener a Dios. El mis-
mo, con un franco diario, sostenía su altar decorosa-
mente, decía dos o tres misas semanales, predicaba y
arengaba al pueblo en las grandes ocasiones. (Ri-
varol.)

Lally (Tomás Arturo de).—Barón de Tolendal. Go-


bernador general de las posesiones francesas de la
India. Lo derrotaron los ingleses, y acusado de trai-
dor a Francia, fué condenado y ejecutado en 1766. Su
hijo consiguió de la Revolución la revisión del proce-
so y la rehabilitación de su memoria.

Legendre (Luis).—Carnicero cuando advino la Re-


-—volución. Fué uno de los convencionales más famosos
en París.

Lepelletier de Saint-Targeau (Luis Miguel).—Con-


yencional. De brillante posición económica. Su voto
por la condena de Luis XVI le costó la vida a los
treinta y tres años. El guardia Paris, que lo asesinó,
no lo conocía y tuvo que preguntar quién era.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 199 *

Malesherbes (Cristián Guillermo).


— Defensor de
Luis XVI en su proceso. Magistrado que gozaba re-
putación de íntegro y justiciero. Murió en el cadalso
en 1794, a los sesenta y tres años.

Maury (Juan).—Obispo. Gran orador. Diputado de


la Asamblea Constituyente y autor de un libro que
se titula “La elocuencia en el púlpito”.

Merlin de Douai (Felipe Augusto).—Jurisconsulto


notable y ferviente republicano. En su ancianidad lo
condenó Napoleón al destierro.

Morande (Theveman de).—Libelista que alcanzó gran


popularidad y renombre durante la Revolución.

'Pethion—Abogado de Chartres. Elocuente y tur-


bulento. En sus discusiones con Mirabeau llegó fre-
cuentemente a la injuria, y la Asamblea lo proclamó
vericedor de su adversario en algunas ocasiones.

Rabaud de Saint-Etienne.—Convencional. Diputado


de Nimes. Murió guillotinado en 1793.

Roland (Juan María).—Del grupo de los girondinos.


Fué ministro del interior en 1792. Se casó con Manon
Phlipon, conocida en la Historia por madame Roland,
200 : E. BARRIOBERO Y HERRÁN

mujer de gran talento, escritora y entusiasta republi-


cana. El grupo de la montaña la llevó al cadalso, y al
morir pronunció la frase tan repetida desde entonces:
“¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu
nombre!” Al saber su marido el suplicio de madame
Roland, se suicidó.

Saint Just (Luis de).—Convencional. Miembro del


Comité de Salud Pública. Comisionado para parla-
mentar con los ejércitos del Rhin, se distinguió por su
habilidad y su valor. Murió en el cadalso, con Robes-
pierre, a los veintisiete años.

Santerre (Antonio José).—Popular cervecero de Pa-


rís, a quien en 1793 se encomendó el mando de la
Guardia Nacional. En su carrera militar llegó a gene-
ral de división.
A:

Target —Hábil legislador. Uno de los autores de


la Constitución y acaso el que más trabajó en ella;
pero era muy difuso en sus discursos y, a causa de ello,
no logró que la Convención llegase a tomarlo en serio.

Tronchet (Francisco Dionisio).—Uno de los aboga-


dos que para su defensa eligió Luis XVI. La Revo-
lución lo respetó, y pocos años después figuraba como
el más importante de los redactores del Código civil.
PROCESO Y EJECUCIÓN DE LUIS XVI 201

Turgot (Roberto).—Barón de L'Aulne. Ministro de


Hacienda de Luis XVI. Pertenecía a la escuela de los
fisiócratas y quiso realizar desde el poder sus doctri-
nas estableciendo la libertad absoluta de la industria
y 'el comercio; pero no pudo triunfar de la rutina, y
muy pronto cayó en desgracia.

Vergniaud (Pedro Victoriano).—Convencional. Pre-


sidió con acierto algunas sesiones del proceso. Cuando
triunfaron los girondinos lo enviaron al patíbulo. Con-
taba al morir cuarenta años.

AS:
Y
Proceso Y EJECUCIÓN DE LuIs XVI:
oooo===.*:
El procesado Luis Capeto....oo
La huída a Varennes......o oo.oo ..... E
..---
La prisión de la real familia........
prisio-
La vida en la cárcel de los regios
MOTOS. ecooo omo prommnosor aniro ss ES
E
El proceso de Luis UT
.mmnssto?
La defensa... ....
La sentencia. oo
.......
El epílogo de la sentencia...
mer ren
co rs
nents
La ejecución. ...oooorrrre
(a
Las potencias extranjeras. ........
Y EL PROCESO DE
CamiLo DESMOULINS
Luis XVI:

Camilo Desmoulins. ............msrtcss” $


RODEA EL PROCESO DE
EL AMBIENTE QUE
Luis XVI:
ienses.
Discurso de la Linterna a los peris
ÍNDICE

ELROOO AA io rarIaSE

GLOSARIO: esos coa A 163


NOTICIA DE ALGUNOS PERSONAJES CITADOS EN
LOS TRABAJOS DE DESMOULINS........... 5
ACABÓSE DE IMPRIMIR LA SEGUNDA EDI-
CIÓN DE ESTE LIBRO EN LOS TA-
LLERES TIPOGRÁFICOS DE GALO
SÁEZ, MESÓN DE PAÑOS, 8,
MADRID, EL DÍA 19
DE JUNIO DE
1931
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