Corrupción en La República Dominicana

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Corrupción en la República Dominicana

La corrupción afecta a la sociedad dominicana de diversas maneras; no en vano nos


hemos referido a ella como un fenómeno de expresión múltiple. Acaso la forma más
evidente en la que la corrupción afecta nuestras vidas sea a través de las
interrupciones asistemáticas sostenidas en el suministro energético que reconocemos
en la forma de “apagones”.

Desde hace más de cuatro décadas la solución a las deficiencias en el suministro


energético ha estado en la agenda de nuestros gobernantes. Se crean comisiones, se
anuncian programas, se construyen represas, se privatiza la distribución, luego se
desprivatiza y así sucesivamente. Hoy día, la República Dominicana presenta una de
las tarifas eléctricas más elevadas en el mundo (US$ 0.2586 / KWh), sus habitantes
son expuestos a interrupciones en el suministro de hasta seis horas diarias y los que
pagan su consumo deben asumir el coste de la energía no cobrada a otras empresas y
a particulares.

Si bien la problemática energética dominicana responde en gran medida a factores


estructurales (alto costo de producción e intermediación, oferta insuficiente, dificultades
para proceder al cobro del consumo facturado) la misma no se encuentra exenta del
tema de la corrupción. La privatización de las empresas estatales, realizada en el año
1999, no fue transparente al público y se cree que resultó en el beneficio personal de
varios funcionarios del partido que por aquel entonces gobernaba los destinos de
nuestra nación. Se cuenta además con empresas generadoras que reciben recursos
del estado aun cuando decidan no realizar actividad productiva alguna, garantía de
inversión requerida en un país cuyo gobierno, aun disponiendo de fondos, presenta
frecuentes problemas de pago.

Las deficiencias en el sector eléctrico tienden a elevar el nivel agregado de precios,


reducen el poder adquisitivo y desmejoran el clima de inversión dada la relevancia del
suministro para cualquier actividad doméstica, comercial o productiva. Conviene
preguntarse entonces, dada la evidente relevancia social que reviste la solución a este
problema, por qué los gobiernos dominicanos han sido hasta ahora incapaces de lograr
avances muy significativos. Simplemente, sucede que no existe una voluntad política a
favor de una solución al problema energético ya que la principal prioridad de nuestros
gobernantes, lejos de servir al bienestar público es velar primeramente por su propia
conservación y permanencia en el poder político.

La corrupción no siempre se presenta de manera luminosa, ni en la forma de tarifas


sobredimensionadas de energía. También la misma se viste de la impunidad de la cual
disponen los militares, políticos y grandes empresarios para cometer toda clase de
fechorías e indelicadezas. En mi país, es mucho más probable que un campesino
hambriento caiga preso por robar una gallina que un banquero por malversar el dinero
de miles de ahorrantes.

En el año 2003, el banco más grande del país empezó a dar señales de problemas
financieros. Tiempo atrás se había recomendado a las autoridades monetarias una
supervisión más cuidadosa sobre las actividades de este banco, dada su desordenada
política de gastos. Aquello era algo verdaderamente insólito; no había una sola
actividad, por más insignificante que fuera, que no contara con el patrocinio de esta
institución financiera. Todos los medios de comunicación estaban saturados con sus
anuncios y no eran infrecuentes los grandes eventos artísticos que llevaron su nombre.
Sin embargo, nuestras autoridades monetarias insistían en afirmar que todo estaba
bien y se abstuvieron de intervenir seriamente a la institución hasta que el problema era
demasiado grande y conocido como para ser ignorado. Fue entonces cuando se
“descubrió” que “asombrosamente” el banco tenía varios años llevando una doble
contabilidad y que tenía pasivos superiores a la cuarta parte del Producto Interno Bruto
del país. Se dieron a conocer asimismo algunos de los extraordinarios privilegios,
donaciones y obsequios que habían recibido muchos funcionarios públicos, militares y
políticos a través del banco.
El gobierno tuvo que tomar entonces una decisión rápida y difícil a fin de evitar el
desplome total del sistema financiero. Se determinó asumir como deuda pública los
compromisos de la institución con sus ahorrantes, quienes recibieron la totalidad de su
dinero gracias a una nueva emisión monetaria. Por aquel entonces la inflación llegó a
incrementarse en más de un 60 % según las cifras oficiales del Banco Central de la
República Dominicana quien procedió entonces a emitir certificados de inversión -con
retornos sobre el capital de hasta el 50 % anual- con miras a frenar la inflación. De esta
manera, toda la nación terminó asumiendo las consecuencias del vicio particular de
algunos.

Quienes jugaron un rol protagónico en estos acontecimientos se pasean por las calles
sin temor alguno y permanecen a salvo de la justicia gracias a la fuerza del dinero, la
economía de favores y los artilugios de sus abogados. Más aún si algún día estas
personas o cualesquiera que como ellas sean de aventajada condición fueran
apresadas, me parece importante mencionar aquí que no les correspondería una cárcel
ordinaria, pues en mi país los ricos pueden elegir la forma y el diseño de su prisión
-cual si de una suite en un hotel se tratase- negociando oportunamente su libertad
algunos años después cuando el olvido haya cubierto la magnitud de sus faltas.

La corrupción es también frecuente en las compras del estado y de los ayuntamientos,


ocasión que aprovechan algunos para enriquecerse de manera ilícita haciendo uso de
la discrecionalidad pública en provecho suyo o de sus relacionados afines. La basura
en nuestras calles en más de una ocasión ha dado testimonio de cómo una
negociación perversa puede resultar en perjuicio de los ciudadanos.

La corrupción no siempre es una alternativa. En mi país hay casos en los que la


corrupción se convierte en la única manera conveniente de agilizar o aún acceder a
determinados servicios públicos, tales como la legalización de documentos o los
trámites de aduana. No se trata tampoco de una realidad del todo indeseada. Muchas
personas optan por aceptarla como un elemento característico de la gestión pública,
que puede considerarse como normal hasta cierto límite. Se adaptan así a una realidad
que según ellos otros en vano resisten. Incluso hay quienes encuentran gracioso
comentar la forma en la que se las ingeniaron para llegar a un acuerdo con un
empleado público para evadir una multa o “resolver” rápidamente algún problema. Así
sucede a diario con las infracciones de tránsito y las evaluaciones requeridas para
obtener la licencia de conducir.

Son estas solo algunas de las diversas maneras en las que la corrupción afecta a la
sociedad dominicana. Nuestra juventud es testigo de todas estas cosas, las cuales o
bien le causan indignación o le desvían con el ejemplo. La gente critica, comenta, pero
a fin de cuentas nadie hace gran cosa y la mayoría prefiere adaptarse. Cambian los
gobiernos, los personajes y los escenarios, pero la corrupción sigue luciendo los
harapos de siempre y se consolida como un elemento permanente en la gestión pública
dominicana.

Con base en esta experiencia, se podría decir que lo primero que pueden hacer los
miembros de la sociedad dominicana para hacer frente a la corrupción característica de
su entorno es sencillamente no ser indiferentes. Debemos reconocer que se trata de un
fenómeno cuya acertada limitación y manejo es importante para todos nosotros, por lo
que hace falta definir una determinada postura al respecto. Así como los habitantes de
Las Praderas un día decidieron vivir en una zona más limpia, cada quien puede
disponerse a vivir en una sociedad menos corrupta demandando activamente a los
servidores públicos un sistema más justo y una gestión más transparente.

En adición a no ser indiferentes, nos hace falta también dar ejemplo evitando el
comportamiento corruptor toda vez que nos sea posible, y digo que toda vez que nos
sea posible dado que, la corrupción no siempre se nos presenta como una alternativa.
Aunque nuestra resistencia particular a la corrupción pueda parecernos como un grano
de arena en el desierto, debemos recordar que la República Dominicana no existe
solamente en el gobierno y los símbolos, existe también dentro de cada uno de
nosotros, en nuestros pensamientos y acciones. Así pues, nuestro país tiende a ser
menos corrupto en la medida en que cada quien lo decide para sí.
El no ser indiferente y el dar ejemplo constituyen un gran principio, pero aún puede
hacerse mucho más. Es también necesario involucrarse. La participación en las
iniciativas democráticas a favor de una mayor rendición de cuentas, la negativa a
respaldar con el voto a los políticos corruptos, el requerimiento insistente de mejoras en
el ámbito jurídico, son solamente algunas de las muchas formas en las que uno puede
aunar esfuerzos en la lucha contra la corrupción.

Toda iniciativa política de solución seria a la corrupción debe habilitar a las personas
para poder elegir convenientemente un comportamiento distinto a aquel considerado
como corrupto. En tanto hacer lo bueno sea símbolo de pérdida y sacrificio los seres
humanos difícilmente podrán resistir la maldad. Si bien es cierto que la instrucción y el
ejemplo pueden sugerirnos lo bueno de una cosa, es la experiencia quien nos ratifica
su validez e importancia, pues la necesidad a menudo es soberana sobre nuestra
inteligencia. Hace falta lograr que hacer lo bueno resulte realmente conveniente a fin de
elevar la moralidad de la nación y conferir a la ética un mayor significado. Esto resulta
de una adecuada educación, la acertada legislación y la eliminación progresiva de la
impunidad.

La corrupción no puede ser una alternativa allí donde la misma resulta imprescindible
para obtener siquiera los recursos mínimos para garantizar la subsistencia y la
seguridad familiar. No puede enfrentarse efectivamente la corrupción desde el gobierno
si se insiste en pagar a los funcionarios públicos un sueldo mísero y no se les
proporciona seguridad en su empleo. En un país donde además los empleos en el
sector público se utilizan como un arma política y económica al servicio del gobierno o
tendencia que de momento se encuentra dirigiendo los destinos de la nación, no puede
consolidarse la profesionalización de los funcionarios ni el desarrollo materialmente
conveniente de carreras en el sector público que la auténtica lucha contra la corrupción
requiere y demanda.

También podría gustarte