Corrupción en La República Dominicana
Corrupción en La República Dominicana
Corrupción en La República Dominicana
En el año 2003, el banco más grande del país empezó a dar señales de problemas
financieros. Tiempo atrás se había recomendado a las autoridades monetarias una
supervisión más cuidadosa sobre las actividades de este banco, dada su desordenada
política de gastos. Aquello era algo verdaderamente insólito; no había una sola
actividad, por más insignificante que fuera, que no contara con el patrocinio de esta
institución financiera. Todos los medios de comunicación estaban saturados con sus
anuncios y no eran infrecuentes los grandes eventos artísticos que llevaron su nombre.
Sin embargo, nuestras autoridades monetarias insistían en afirmar que todo estaba
bien y se abstuvieron de intervenir seriamente a la institución hasta que el problema era
demasiado grande y conocido como para ser ignorado. Fue entonces cuando se
“descubrió” que “asombrosamente” el banco tenía varios años llevando una doble
contabilidad y que tenía pasivos superiores a la cuarta parte del Producto Interno Bruto
del país. Se dieron a conocer asimismo algunos de los extraordinarios privilegios,
donaciones y obsequios que habían recibido muchos funcionarios públicos, militares y
políticos a través del banco.
El gobierno tuvo que tomar entonces una decisión rápida y difícil a fin de evitar el
desplome total del sistema financiero. Se determinó asumir como deuda pública los
compromisos de la institución con sus ahorrantes, quienes recibieron la totalidad de su
dinero gracias a una nueva emisión monetaria. Por aquel entonces la inflación llegó a
incrementarse en más de un 60 % según las cifras oficiales del Banco Central de la
República Dominicana quien procedió entonces a emitir certificados de inversión -con
retornos sobre el capital de hasta el 50 % anual- con miras a frenar la inflación. De esta
manera, toda la nación terminó asumiendo las consecuencias del vicio particular de
algunos.
Quienes jugaron un rol protagónico en estos acontecimientos se pasean por las calles
sin temor alguno y permanecen a salvo de la justicia gracias a la fuerza del dinero, la
economía de favores y los artilugios de sus abogados. Más aún si algún día estas
personas o cualesquiera que como ellas sean de aventajada condición fueran
apresadas, me parece importante mencionar aquí que no les correspondería una cárcel
ordinaria, pues en mi país los ricos pueden elegir la forma y el diseño de su prisión
-cual si de una suite en un hotel se tratase- negociando oportunamente su libertad
algunos años después cuando el olvido haya cubierto la magnitud de sus faltas.
Son estas solo algunas de las diversas maneras en las que la corrupción afecta a la
sociedad dominicana. Nuestra juventud es testigo de todas estas cosas, las cuales o
bien le causan indignación o le desvían con el ejemplo. La gente critica, comenta, pero
a fin de cuentas nadie hace gran cosa y la mayoría prefiere adaptarse. Cambian los
gobiernos, los personajes y los escenarios, pero la corrupción sigue luciendo los
harapos de siempre y se consolida como un elemento permanente en la gestión pública
dominicana.
Con base en esta experiencia, se podría decir que lo primero que pueden hacer los
miembros de la sociedad dominicana para hacer frente a la corrupción característica de
su entorno es sencillamente no ser indiferentes. Debemos reconocer que se trata de un
fenómeno cuya acertada limitación y manejo es importante para todos nosotros, por lo
que hace falta definir una determinada postura al respecto. Así como los habitantes de
Las Praderas un día decidieron vivir en una zona más limpia, cada quien puede
disponerse a vivir en una sociedad menos corrupta demandando activamente a los
servidores públicos un sistema más justo y una gestión más transparente.
En adición a no ser indiferentes, nos hace falta también dar ejemplo evitando el
comportamiento corruptor toda vez que nos sea posible, y digo que toda vez que nos
sea posible dado que, la corrupción no siempre se nos presenta como una alternativa.
Aunque nuestra resistencia particular a la corrupción pueda parecernos como un grano
de arena en el desierto, debemos recordar que la República Dominicana no existe
solamente en el gobierno y los símbolos, existe también dentro de cada uno de
nosotros, en nuestros pensamientos y acciones. Así pues, nuestro país tiende a ser
menos corrupto en la medida en que cada quien lo decide para sí.
El no ser indiferente y el dar ejemplo constituyen un gran principio, pero aún puede
hacerse mucho más. Es también necesario involucrarse. La participación en las
iniciativas democráticas a favor de una mayor rendición de cuentas, la negativa a
respaldar con el voto a los políticos corruptos, el requerimiento insistente de mejoras en
el ámbito jurídico, son solamente algunas de las muchas formas en las que uno puede
aunar esfuerzos en la lucha contra la corrupción.
Toda iniciativa política de solución seria a la corrupción debe habilitar a las personas
para poder elegir convenientemente un comportamiento distinto a aquel considerado
como corrupto. En tanto hacer lo bueno sea símbolo de pérdida y sacrificio los seres
humanos difícilmente podrán resistir la maldad. Si bien es cierto que la instrucción y el
ejemplo pueden sugerirnos lo bueno de una cosa, es la experiencia quien nos ratifica
su validez e importancia, pues la necesidad a menudo es soberana sobre nuestra
inteligencia. Hace falta lograr que hacer lo bueno resulte realmente conveniente a fin de
elevar la moralidad de la nación y conferir a la ética un mayor significado. Esto resulta
de una adecuada educación, la acertada legislación y la eliminación progresiva de la
impunidad.
La corrupción no puede ser una alternativa allí donde la misma resulta imprescindible
para obtener siquiera los recursos mínimos para garantizar la subsistencia y la
seguridad familiar. No puede enfrentarse efectivamente la corrupción desde el gobierno
si se insiste en pagar a los funcionarios públicos un sueldo mísero y no se les
proporciona seguridad en su empleo. En un país donde además los empleos en el
sector público se utilizan como un arma política y económica al servicio del gobierno o
tendencia que de momento se encuentra dirigiendo los destinos de la nación, no puede
consolidarse la profesionalización de los funcionarios ni el desarrollo materialmente
conveniente de carreras en el sector público que la auténtica lucha contra la corrupción
requiere y demanda.