UD1 Visión Humanista
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Deontología
profesional
Visión humanista
I. INTRODUCCIÓN
II. OBJETIVOS
V. VOLUNTAD E INTELIGENCIA
VI. RESUMEN
VII. GLOSARIO
VIII. BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
UD 1. VISIÓN HUMANISTA
I. INTRODUCCIÓN
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II. OBJETIVOS
La ética es una realidad evidente. Solo el ser humano como especie se pregunta sobre
el bien de sus acciones, sobre lo bueno o malo de sus actos. Esta misma pregunta lo lleva
a su valoración (a su respuesta), al juzgar sobre su proceder en virtud de consecuencias.
La ética supone el encuentro de la inteligencia y la voluntad.
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La inteligencia, que busca conocer las cosas y las acciones para el comprender,
y la voluntad, que busca el bien y el dominio de sí mismo, para alcanzar la felicidad.
A diferencia de todas las criaturas creadas, movidas por el instinto, el ser humano es
libre de buscar la felicidad o apartarse de ella.
Sellés (2011), precisa: “El hombre por naturaleza es un ser ethicus”. Esto conlleva que
todas sus acciones, implícitamente, tienen una dimensión ética, incluso aquellas
consideradas instintivas, como el comer o dormir, entre otras, en las cuales su justa
medida es desbordada, cambia incluso su finalidad natural y desencadena excesos
voluntarios. En la figura 1, a manera de esquema, se advierte la taxonomía de la ética,
en la que la ética es medio de la libertad para la felicidad, en cuanto actitud de vida,
busca continuamente el bien y su mayor logro es el bien último: la felicidad.
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La ética supone crecer en humanidad (Sellés, 2011, p.361), entendido esto como
a mayor grado de comportamiento ético, mayor es el grado de humanidad. A menudo
se escuchan expresiones como: “Es necesario humanizar la educación, la política,
las empresas, etc.”, anhelos que se traducen en la necesidad de vivir la ética.
En palabras de Ángel Rodríguez Luño (2010), la ética ordena la conducta humana
e impregna el sentido moral de los actos libres, porque la ética se ocupa solo de los actos
libres. Aquellos que se realizan en contra de la voluntad, no son libres y no pueden ser
abordados por la ética. La conducta humana, a diferencia de la del resto de los animales,
no está programada, es libre, puede valorarse, va más allá de la procreación, el crecimiento,
la supervivencia y la muerte.
La actividad animal está marcada por el instinto, el comportamiento de los individuos
de cada especie es repetitivo, limitado por su propia codificación genética. Además de la
biología humana, los actos humanos no están programados, dependen de la voluntad
y la razón práctica para actuar en una dirección u otra, en un cometido u otro.
Tanto la naturaleza como la naturaleza humana no crecen al azar, sino que siguen unos
patrones que la ciencia intenta descifrar. Así, la ética, por su parte, encuentra los patrones
y, a pesar del multiculturalismo, establece reglas y normas objetivas de moralidad (Sellés,
2011, p.369), a pesar de que muchos contradictores sostengan que la ética no existe
o que, en el mejor de los casos, es relativa, como es el caso de Nietzsche, para quien la
ética es una mera invención humana, de los débiles para atemorizar a los más fuertes.
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El relativismo ético hace que las culturas choquen entre sí, aunque invoquen a las mismas
creencias. Por ejemplo, en la guerra de Afganistán los Talibanes invocan a Dios y a la Guerra
Santa, en la cual “se permite” matar a todos los infieles, mientras que los soldados de la
Coalición invocan a Dios para matar a los Talibanes. Sellés aclara que, incluso en una
situación de esta naturaleza, se puede establecer lo correcto o el error, en cuanto son
situaciones objetivas y, por ende, se puede establecer si son acertadas a erradas.
Kant y Wittgenstein consideraron a la ética como una dimensión superior a la teoría,
alejada de los actos humanos cognoscibles. Esta dimensión racionalista ética elevó la ética
a la esfera de la idealización de la realidad del acto humano en el que intentar juzgarlo
terminó relativizando su proceder, de tal manera que las corrientes existencialistas del
siglo XX prefirieron obviar la ética de la vida cotidiana de las personas. Una vez depuesta,
la ética se presentó en la vida pública ni siquiera como una opción, sino como una cuestión
moralista propia de las religiones, y en especial de la Iglesia Católica, a la que habría que
combatir a toda costa (Sellés, 2011, p.371).
Producto de esta postura, el siglo XX será recordado por las grandes catástrofes
humanas y el deterioro social, que dejó al ser humano desprovisto de referentes éticos
y en el que los actos humanos, por terribles que fueran, terminaron siendo justificados
por las leyes y por los intereses particulares. El mismo siglo llenó a los países de leyes en
todos los campos de la convivencia social, respuesta evidente a la ausencia de normas
éticas. En definitiva, la ley llegó donde faltó la ética.
Las corrientes filosóficas, como el pragmatismo, el empirismo y el positivismo, de origen
anglosajón, redujeron la ética a un conjunto de normas que las personas debían cumplir en
escenarios democráticos, con un robusto sistema judicial encargado de hacerlas cumplir.
Por otro lado, desde el comunismo se concentró la potestad de la formulación y el
cumplimiento de las normas en el poder ejecutivo, ahora dotado por el autoritarismo
y totalitarismo que emanaba de la dictadura proletaria, aunque el pueblo no participara en
su concepción, solo en su cumplimiento. Scheler, por su parte, intentó refundar la ética
desde los valores, como un conjunto de normas tendenciales, vitales para la convivencia
social, alejadas de la inteligencia, más en la línea de los sentimientos, como la amistad
y la lealtad.
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La ética, por tanto, no se reduce a buscar el bien por el bien. En esta disyuntiva,
el bien inmediato y el placer que producen los bienes materiales puede conllevar al
agotamiento del espíritu. En los tiempos que corren, el sexo, los alucinógenos y los
estimulantes se han convertido en focos del placer, desorientan el significado profundo
del “bien” (Sellés, 2011, p.371).
El concepto de bien aquí tratado se refiere al resultado bueno del actuar humano,
al servicio que se logra en los demás, no solo al personal. El bien puede entenderse como
el acto ordenado a la propia naturaleza del ser humano. Las cosas humanas están
diseñadas por naturaleza para un fin, el cumplimiento de ese fin, el pasar de la potencia
al acto, de manera ordenada, es lo que se considera bueno. Lo contrario son actos
desordenados, por tanto, no buenos, según la naturaleza.
El mero cumplimiento de normas reduce la ética a cierta incapacidad racional de
comportase por parte de las personas, sino es en relación con la ley, además de limitar
la conciencia y enjuiciarla cuando no está orientada al cumplimiento de la ley, a pesar
de que la ley pueda estar equivocada. Esta visión nominalista encausa la voluntad de la
mayoría, y limita la propia búsqueda de la felicidad de las personas y el ejercicio de su
propia libertad (Sellés, 2011).
En este sentido, mayoría, como la voz del pueblo, condona riesgos sustantivos en
cuanto la mayoría termina siendo un simple sistema electoral que delega a unos pocos
la aprobación de normas de comportamiento que superan el sentido común, y que
podrían ser contraproducentes para el propio pueblo.
Por su parte, y a pesar de que las virtudes son el centro del actuar ético, el considerarlas
solo a ellas como suficientes para un comportamiento ético es un reduccionismo
que pondría de manifiesto algún desenfoque estoicista, en cuanto a que solo buscaría el
fortalecimiento de la voluntad alejado de la realidad misma (Sellés, 2011, p.379).
La virtud o los actos virtuosos pierden sentido cuando se llevan a cabo en relación
con ellos mismos y cobran valor cuando se practican en relación con los demás. Ahora
bien, la práctica de la virtud por la virtud pierde su finalidad, que es buscar el bien mayor,
la felicidad. Así como la norma está inspirada por la inteligencia, la virtud está orientada
por la voluntad.
La ética debe estar entonces por encima de los bienes, las normas y lar virtudes, que
deben considerarse medios y no fines. El fin último, la felicidad, debe ser el norte
que guía los grandes ideales de futuro, no la mera vivencia del presente inmediato
(Sellés, 2011, p.380). Sin ideales realistas el ser se consume, se adormece, se muere en
vida. No es casual que las nuevas generaciones sean catalogadas por muchos como
“generaciones de cristal” o “Nies”, que se rompen, se quiebran, no trabajan ni estudian,
no quieren comprometerse ni complicarse, nada más alejado de las facultades de la
inteligencia para resolver problemas y de la voluntad para querer resolverlos.
Desde esta mirada, no es la ética la que está en crisis, sino que es la misma sociedad
la que está en crisis a causa de la ausencia de ética (Marchesi, 2002).
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Para Sócrates, la felicidad se lograba solo con la vida virtuosa, y la máxima virtud era
la ciencia, el deber moral de buscar la verdad, y todo ser humano estaba llamado a
encontrarla. Sin embargo, la felicidad tampoco se logra en plenitud del tener y del
ser, porque ambas dimensiones giran en torno al ser individual, y específicamente al ser
interior, lo que deja de lado al ser social, al ser para el otro.
En esta dimensión aparece el amor como expresión máxima de darse al otro, de servir
a los demás. No podría entenderse la naturaleza humana sin la consideración de la
esencia de la persona libre en relación con los demás, con el otro. Si fuera de esa manera,
las personas serían entes autónomos, pero no lo son, dependen de factores físicos,
químicos y existenciales. Tienen una razón y un fin: buscar la felicidad. No puede vivir
más de unos minutos sin oxígeno y unos días sin agua, pero tampoco sin sueños, metas
y objetivos.
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En esta dinámica del “escape” aparece el “Carpe diem”, que significa “aprovecha el
momento”, “disfruta el día” (Yepes, 2009, p. 173).
El poder podría entenderse como la dependencia que se genera de unos a otros. Quien
ejerce la dependencia tiene el poder, quien se somete, la sumisión. Esta presunción
explica el porqué de la ley del más fuerte, que finalmente es la acción del sometimiento.
San Agustín consideraba que el ser humano es egoísta por naturaleza, y que el egoísmo
era el motor que lo llevaba a la búsqueda del poder.
El argumento de que quien tiene el poder triunfa, tiene éxito y es feliz, se ha impuesto
en nuestras sociedades como modelo de ascenso social. El fin, entonces, no es la
felicidad en esta postura, sino la sensación que da el poder. No es casual que el Estado
esté constituido por los tres poderes, que el poder radique en el pueblo (como rezan
las constituciones) o que se le atribuya al dinero el poder de conseguirlo todo.
Maquiavelo consideraba que el poder radicaba en la justicia, y la justicia solo la podría
ejecutar el más fuerte, de tal manera que el poder terminó desplazado de la esfera
política a la esfera económica, es decir, del poder político al poder económico. De igual
manera, el poder de la opinión pública desplazó a la fuerza del poder militar. Los casos
más recientes, además de la Primavera Árabe, han sido las protestas por el cambio
climático, o las protestas en Ecuador de 2019, Chile 2019, y Colombia 2020 y 2021.
“La voluntad de poder pone a su propio servicio todos los medios de que dispone,
uno de ellos es el dinero” (Yepes, 2009, p. 179). En otras palabras, lo expresó Napoleón
cuando escribió en la última página de su ejemplar del libro de Maquiavelo, El príncipe,
“El fin justifica los medios”. En esta postura las personas dejan de ser fines y se convierten
en meros medios para lograr el poder, como la esclavitud que se ha dado a través de
la historia, de unos pueblos a otros, incluso la esclavitud que se vive actualmente en
las selvas brasileñas o la esclavitud sexual de la trata de personas.
V. VOLUNTAD E INTELIGENCIA
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Este debate permite, sin embargo, comprender los factores radicales de ambas
(inteligencia y voluntad), y en este apartado en particular, por qué partir de la premisa
de la inmaterialidad de la inteligencia como argumento válido. Como dice Sellés (2011,
p.289), la inmaterialidad de la inteligencia se mide por sus actos inmateriales, a saber:
el primer acto es abstraer, que, precisamente, es abstraer de la cosa o la acción su
esencia, que en justicia es abstracta e inmaterial, porque lo que se abstrae no es el
objeto en sí, sino una representación de este. La abstracción encuentra lo particular del
objeto y lo universal de los objetos de la especie.
Por su parte, Descartes considera que todo acto de la inteligencia es subjetivo porque
nunca se logra poseer realmente el objeto, y Comte, que el objeto de la inteligencia,
el conocimiento, solo es válido si es perceptible y verificable.
El segundo argumento, que la inteligencia puede conocerlo todo, que no tiene
límites, está en permanente crecimiento, considera Sellés. Es una potencia destinada al
acto infinito.
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La justa medida de las acciones, el punto medio será lo que se conoce como la recta
razón, sin excesos ni defectos. Esta visión aristotélica da una noción de cómo entender
las virtudes intelectuales que conducen al conocimiento de la verdad.
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Esta dimensión supone que la inteligencia se cultiva para que crezca a partir de ciertas
virtudes. La inteligencia está en potencia, se requiere motivarla al acto de conocer,
por sí misma no lo logra, requiere del querer.
Para la filosofía son cinco las virtudes intelectuales por las que se logra cultivar
la inteligencia, a saber: arte, ciencia, prudencia, sabiduría e intuición. La ciencia es un
hábito demostrativo por el cual se busca la explicación y comprobación de las causas de
las cosas y se comprende la complejidad y particularidad de las causas de las acciones.
Para Sócrates la ciencia era una virtud, más aún, la máxima virtud.
Actualmente son muchas las visiones sobre las formas o los métodos de conocer la
verdad, sin embargo, se consideran eso, métodos, no virtudes, y pueden numerarse según
distintos enfoques epistémicos: idealismo, realismo, positivismo, racionalismo, empirismo,
pragmatismo, materialismo, o existencialismo, enfoques fenomenológicos, entre otros.
El arte, por su parte, se refiere al obrar y al hacer, a las cosas que pueden hacerse
de una manera u otra. El arte es un hábito práctico productivo acompañado por la razón.
Los oficios, por ejemplo, son considerados arte porque son productivos, en cuanto el
hacerlos de una manera u otra cambia el resultado final, que es la productividad.
La prudencia es, según Aristóteles, “un hábito práctico verdadero, acompañado de
razón, sobre las cosas buenas o malas para el hombre” (2011, p. 136). Esta visión aclara
por qué toda deliberación que realizan las personas conlleva un componente intelectual
y otro voluntario, y en la medida que sea un hábito, será un hábito intelectual y volitivo,
por tanto, una virtud. La prudencia será entonces la justa medida de las decisiones,
el recto decidir y el recto actuar. Quien actúa por exceso será un osado, quién actúa por
defecto será un cobarde, el punto medio será el ser audaz. Este proceder el filósofo lo
llama el saber prudencial que es “conocer cada uno lo que le atañe a sí mismo (p. 140).
La sabiduría es el hábito del conocimiento de los principios, para lo cual se requiere
de la ciencia y la intuición. No es sabio el científico que hace ciencia si este no conoce
o se niega a conocer los principios. No basta aplicar métodos científicos para ser sabio,
se requiere conocer las causas primeras, la verdad. La intuición es el hábito de calcular,
acompañado de la razón. No se calcula al azar, sino a partir de supuestos teóricos. Si se
decide esto porque las estadísticas muestran esto, podría pasar esto o aquello.
VI. RESUMEN
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VII. GLOSARIO
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VIII. BIBLIOGRAFÍA
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Enlaces de interés
Deontología. Org http://ww25.deontologia.org/?subid1=20211005-0253-3108-ad97-
e197bb3a79ef
Universidad de Cantabria, Foro Deontología:
https://web.unican.es/foroucempresas/acciones-del-foro-uc-empresas/catalogo-de-
competencias/etica-y-responsabilidad
Códigos de ética en ciencias de la salud:
https://www.bioeticacs.org/iceb/seleccion_temas/deontologia/CODIGOS_DEONTOLOGIC
OS.pdf
Foro abierto Deontología: https://www.coursehero.com/file/31947131/Foro-2-
%C3%A9ticadocx/
Foro Deontología Centro Virtual Cervantes:
https://cvc.cervantes.es/foros/leer_asunto1.asp?vCodigo=39986
Publicación Foro de Córdoba http://www.forodecordoba.com.ar/navegar.php?autor=91
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Enunciado:
Martín Lopera, de 65 años, era el director financiero de una empresa del sector textil.
El Huracán, en la ciudad mexicana de Veracruz. Había sido un destacado ejecutivo, sobre
todo en los últimos cinco años, en los que había gestionado la salida exitosa de la
inminente quiebra de la empresa a causa de los malos manejos y los robos continuos
que se habían detectado por las anteriores administraciones.
Entre sus logros se destacaban el pago de las deudas bancarias, la trasparencia de los
procesos y resultados financieros, el buen trato que había impregnado en la cultura
organizacional y su disposición al servicio a los demás.
Estaba casado y tenía cinco hijos, el mayor de 35 años y la hija menor de 14. Su esposa
Esperanza, de 55 años, había dedicado toda su vida al hogar y, por tanto, a la educación
de sus hijos.
La analista financiera Martha, de 35 años, estaba casada, tenía tres niños: Lucia, de 8
años, Luis, de 6 años, y Santiago, de 2 años. Las cosas con su esposo Carlos no iban del
todo bien desde el nacimiento de Santiago. El ambiente se había tornado pesado
por la diferencia de concepciones y prácticas religiosas de cada uno de ellos. Estas
diferencias se notaban en los estilos de educación que cada uno quería impregnar en
sus hijos. Mientras Carlos permitía que sus hijos vieran televisión hasta altas horas
de la noche, Martha exigía que máximo podían verla hasta las 8:00 p. m., hora en la que
debían acostarse.
Al cabo de un tiempo la relación de Martín y Martha se tornó muy cercana: invitaciones
a comer, a cenar y hasta llevarla a su casa al final de la jornada. Producto de esta
familiaridad empezaron una relación amorosa, salidas a bares y fiestas, incluso un fin
de semana estuvieron en un hostal en el cual se registraron como matrimonio.
Julio, el esposo de Martha, visitó al gerente general de la compañía para contarle
sobre dicha situación y solicitarle el despido inmediato de Martín, solicitud a la que
Gustavo, el gerente, se negó rotundamente, argumentando que primero debía hablar
con Martín y Martha sobre la veracidad de su relación y que, en tal caso, no era política
de la compañía inmiscuirse en los asuntos privados del personal.
Tanto Martín como Martha negaron rotundamente dicho amorío. Gustavo, para salir
de la duda, indicó al personal de confianza del Departamento de Sistemas que investigara
los correos institucionales entre ellos dos.
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En efecto, los mensajes de ida y vuelta hablaban de todo el amor que se tenían
y sobre los planes de divorcio que cada uno había definido, para que finalmente
pudieran estar juntos.
Se pide:
3) ¿Qué recomendaciones haría a cada uno de los actores principales del caso para
que mejoren sus decisiones y comportamientos?
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