UD1 Visión Humanista

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UD 1

Deontología
profesional
Visión humanista

I. INTRODUCCIÓN

II. OBJETIVOS

III. ÉTICA Y PERSONA

IV. FELICIDAD Y SENTIDO DE LA VIDA

V. VOLUNTAD E INTELIGENCIA

VI. RESUMEN

VII. GLOSARIO

VIII. BIBLIOGRAFÍA

CASO PRÁCTICO DE UNIDAD

ANEXOS
UD 1. VISIÓN HUMANISTA

I. INTRODUCCIÓN

La presente unidad, denominada Visión humanista, parte del objetivo general de


identificar los principios sustantivos y conceptuales de la deontología profesional
a partir de la visión humanista de la ética, en relación con la dignidad de la persona,
la felicidad y el sentido de la vida, la voluntad y la inteligencia como motores del
movimiento del bien y hacia el bien.
El epígrafe denominado Ética y persona introduce el estudio de la deontología
profesional desde la naturaleza del comportamiento humano de las personas,
orientadas por su realidad a las buenas acciones, con el uso de medios materiales para
la satisfacción de sus necesidades básicas y de realización personal, lo que implica la
consideración intelectual de lo bueno y lo malo de las acciones, objeto formal de la ética
como disciplina y como campo de la filosofía. En esta línea, no basta obrar bien en
relación con el yo propio, sino que su dimensión se extiende al buscar el bien del otro.
Los grandes problemas de la sociedad a través de su historia podrían enmarcarse
en las relaciones sociales de sus miembros: guerras; conflictos; esclavitud; migraciones en
masa; explotaciones económicas, políticas, sociales, de recursos naturales, etc.; crisis
económicas y, actualmente, ambientales podrían tener origen en la ausencia de la ética
en las decisiones que se han tomado por quienes han tenido la responsabilidad de hacerlo.
Los diferentes pueblos que conforman la humanidad giran en torno a sistemas
de valores que, de una manera u otra, coinciden en la consideración de lo bueno o lo
malo de los actos humanos, con el enfoque puesto sobre todo en las faltas graves, como
matar, robar, calumniar, injuriar, dañar, etc., y dejando, de alguna manera en los
tiempos actuales, al bien como un valor relativo que puede interpretarse según la
cultura que mejor les parezca a las personas.
Esta relativización de la ética, y por ende, del “bien” ha ocasionado una crisis de valores
global, y en todas las instituciones sociales, como la familia, la empresa, el Estado, las
instituciones públicas y privadas en general, ha distorsionado la finalidad del profesional
universitario “al servicio de la sociedad, mediante el ejercicio de su profesión”, y la ha
reemplazado por el enriquecimiento personal y la búsqueda del poder, sin considerar
la responsabilidad social que conlleva el oficio, arte o saber, certificado por una institución
universitaria.
Este epígrafe como punto de partida busca que los maestrantes reflexionen a fondo
sobre su proceder en el ejercicio profesional. No se trata de contemplar la ética como
teoría, sino de aplicar los componentes éticos en la vida profesional, con la transformación
de las mentes y los corazones en agentes de cambio, que desde una visión humanista
influyan en sus equipos de trabajo y los oriente hacia el bien común, en la búsqueda
de una sociedad más justa y equitativa.

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DEONTOLOGÍA PROFESIONAL
UD 1. VISIÓN HUMANISTA

Para una mejor comprensión de los conceptos fundamentales de la ética se estudiará


en esta unidad el capítulo 9 del libro Antropología para inconformes, de Juan Fernando
Selles, profesor de la Universidad de Navarra, discípulo personal de Leonardo Polo, uno
de los filósofos más importantes del siglo XX en habla hispana.
Para el efecto, se abordarán en este epígrafe los temas concernientes a la existencia
de la ética, qué es la ética, diversos enfoques históricos parciales de la ética, y la reducción
de la ética a bienes, normas y virtudes.
El epígrafe llamado Felicidad y el sentido de la vida introduce el estudio de la finalidad
del ser humano en relación con su naturaleza, finalidad ordenada a la búsqueda del bien
mayor, la felicidad, que es el encuentro de su sentido, de su realización como ser libre en
la que, por su inteligencia y su voluntad, decide buscar las causas primeras de su realidad
creada en la que comprende que tal realidad química, física, biológica y espiritual, en su
conjunto y como un todo, es organizada por la perfección de la vida en medio del cosmos,
de los ecosistemas y las funciones y naturalezas de cada criatura, y que no puede ser una
simple explosión de casualidades en el escenario del caos y la ausencia de luz.
La felicidad, por tanto, es la revelación de la verdad. Es hacer suyo el misterio de la
creación y a su creador. La inteligencia, entonces, cobra sentido, tiene un propósito: conocer
la verdad. No es casual que el ser humano sea la única especie dotada de inteligencia
racional. La inteligencia humana puede volver sobre sí, abstraer la esencia y la sustancia
de las cosas para definirlas, para explicarlas y comprenderlas. Puede cuestionarse preguntas
y responderlas, puede formular problemas y resolverlos. La voluntad, por su parte, ordena
la acción intelectual hacia el bien propio y hacia el bien común, y despierta la acción del
querer obrar para el perfeccionamiento, para la felicidad.
En los tiempos que corren la felicidad es vista como el simple estar bien. En los
ámbitos personales, familiares, empresariales y en las políticas públicas de los Estados
se emancipa a la felicidad como el estado placentero de la comodidad, la alegría y el
placer, determinados por realidades pasajeras, como el gozo de los bienes materiales,
el dinero y el afecto, que producen sensaciones de aceptación social mediante
simbologías del éxito, la moda y el poder.
Esta temporalización de la felicidad viene frustrando los espíritus de las personas en
cuanto que, si la felicidad es esto o aquello, que ya acabó… ¿qué más queda? De tal
manera que no son casuales las altas tasas de suicidio en los países escandinavos con
los mayores índices de desarrollo humano. Si este placer momentáneo de tener una casa
lujosa, un carro, un título universitario, un buen salario o el reconocimiento del ascenso
laboral era la felicidad, ¿qué sentido tiene la vida si ya la meta se cumplió? (se podrían
preguntar los jóvenes de las nuevas generaciones).
Este epígrafe busca que los maestrantes reflexionen sobre la vivencia y expectativa,
sobre el sentido de la vida, la felicidad y el destino, desde el afán de poder y de la ley
del más fuerte, desde la mirada antropológica de Ricardo Yepes Storke en su búsqueda
incesante de la excelencia humana (quien describe con acierto las rutas posibles de
la felicidad, desde el realismo aristotélico y la filosofía trascendental de Leonardo Polo).

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DEONTOLOGÍA PROFESIONAL
UD 1. VISIÓN HUMANISTA

Para el efecto, se abordarán en esta unidad los temas concernientes a la felicidad:


planteamiento, el sentido de la vida, la felicidad y el destino, el afán de poder y la ley del
más fuerte.
El epígrafe denominado Voluntad e inteligencia amplía la naturaleza de estas dos
facultades superiores del ser humano. La comprensión de sus dimensiones permite
establecer con claridad el comportamiento ético de las personas en el marco deontológico
de cualquier profesión, y definir, desde un enfoque realista, la responsabilidad que conlleva
ser usuario legítimo de estas capacidades.
Se podría suponer que todo acto humano tiene una dimensión intelectual y una
dimensión voluntaria. Esto supone que cada uno de esos actos tiene un tanto de
conocimiento y un tanto de bueno. Por ejemplo, en el comer, una necesidad básica,
se encuentra una porción de cada una de ellas. En el caso humano, a diferencia de los
animales, se pueden transformar los alimentos según convenga, para lo cual se requiere
conocimiento, y aun así consumir, en plena conciencia, alimentos que se sabe que van
a hacer daño, una acción voluntaria.
El avance de las sociedades hacia el progreso, a un mundo mejor o al desarrollo (como
se quiera llamar), se ha suscitado gracias a la inteligencia, esa capacidad de conocer las
causas primeras de las cosas y las acciones, es decir su naturaleza. Y ha sido posible
gracias a que se quieren mejorar las condiciones del bien personal y del bien común
de la propia sociedad.
Sin la inteligencia y la voluntad la especie humana se movería solamente por instintos
de supervivencia, y simplemente sería una especie más animal, incapaz de abstraer,
razonar, transformar, amar, servir o trascender. Esta diferencia la convierte en la especie
dominante, responsable no solo de su desarrollo, sino de mantener el equilibrio
y la armonía de toda la naturaleza creada y sus especies. La concepción de depredador
no se ha ganado por el comportamiento, a veces irracional, a veces incomprensible.
Para una mejor comprensión de los conceptos fundamentales de la inteligencia y la
voluntad se estudiará en esta unidad el capítulo 7 del libro Antropología para inconformes,
de Juan Fernando Selles, y al padre del realismo (por demás, más vigente que en su
tiempo), el filósofo griego Aristóteles, a quien se le deben gran parte de las categorías
filosóficas contemporáneas que han servido, precisamente, para el avance de la búsqueda
de la felicidad de la humanidad. Su visión realista expresada en Metafísica, en general,
y en Ética a Nicómaco (la lectura del caso), permite caminar con seguridad, con los pies
en la tierra, desde una visión objetiva y no relativa de la realidad.
Para el efecto, se abordarán en este epígrafe los temas concernientes a la inteligencia
como facultad inmaterial, la voluntad como facultad espiritual, las virtudes intelectuales
y las virtudes de la voluntad.

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UD 1. VISIÓN HUMANISTA

II. OBJETIVOS

• Determinar el concepto humanista de la ética y la persona humana, más allá de


reduccionismos nominales, de bienes e incluso de la práctica de virtudes.
• Identificar la dimensión trascedente de la felicidad humana y el sentido de la vida,
y la tensión de los contravalores derivados del egoísmo y el afán del poder humano.
• Reconocer la voluntad y la inteligencia como las facultades superiores ordenadas
a la búsqueda del bien mediante el ejercicio de las virtudes.
• Determinar la dimensión relevante de la ética en las decisiones de los actos
humanos.
• Conceptualizar los componentes capitales de la ética.
• Analizar los enfoques de la ética a través de la historia que más han influido en
la conceptualización contemporánea.
• Comprender las implicaciones de la visión reduccionista de la ética como solo el
cumplimiento de bienes, normas y virtudes.
• Determinar la dimensión trascendente de la felicidad.
• Identificar los componentes radicales del sentido de la vida de las personas.
• Comprender la relación de la felicidad y el destino de las personas.
• Escalar las implicaciones del afán de poder y las prácticas de la ley del más fuerte.
• Determinar la dimensión relevante de la Inteligencia como facultad inmaterial.
• Conceptualizar los componentes de la voluntad como facultad espiritual.
• Analizar los elementos constitutivos de las virtudes intelectuales.
• Comprender las dimensiones de las virtudes de la voluntad.

III. ÉTICA Y PERSONA

3.1. Sobre la existencia de la ética

La ética es una realidad evidente. Solo el ser humano como especie se pregunta sobre
el bien de sus acciones, sobre lo bueno o malo de sus actos. Esta misma pregunta lo lleva
a su valoración (a su respuesta), al juzgar sobre su proceder en virtud de consecuencias.
La ética supone el encuentro de la inteligencia y la voluntad.

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La inteligencia, que busca conocer las cosas y las acciones para el comprender,
y la voluntad, que busca el bien y el dominio de sí mismo, para alcanzar la felicidad.
A diferencia de todas las criaturas creadas, movidas por el instinto, el ser humano es
libre de buscar la felicidad o apartarse de ella.
Sellés (2011), precisa: “El hombre por naturaleza es un ser ethicus”. Esto conlleva que
todas sus acciones, implícitamente, tienen una dimensión ética, incluso aquellas
consideradas instintivas, como el comer o dormir, entre otras, en las cuales su justa
medida es desbordada, cambia incluso su finalidad natural y desencadena excesos
voluntarios. En la figura 1, a manera de esquema, se advierte la taxonomía de la ética,
en la que la ética es medio de la libertad para la felicidad, en cuanto actitud de vida,
busca continuamente el bien y su mayor logro es el bien último: la felicidad.

Figura 1. Taxonomía de la ética.


Fuente: elaboración propia (incorporación de elementos de Aristóteles, Sellés y Yépes).

A diferencia de los animales, el ser humano dispone de la inteligencia y la voluntad


para razonar y optar por la acción buena. Estas dos facultades superiores se entrelazan
en una sola, la sindéresis, a la que Aristóteles consideraba como la facultad natural
de juzgar rectamente y que tendría que ver, en su dimensión ética, con la capacidad de
decidir rectamente, a lo que se conoce como la virtud de la prudencia.
El ser humano es el sujeto ético que, en cuanto persona, es un ser libre por naturaleza
y constituye la esencia natural de su ser. “La ética es manifestación de la libertad” (Sellés,
2011, p.360). No supone esto que con la pérdida de la libertad o de algunas libertades
se pierda la responsabilidad ética de los actos, siempre que la conciencia esté presente.

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La ética supone crecer en humanidad (Sellés, 2011, p.361), entendido esto como
a mayor grado de comportamiento ético, mayor es el grado de humanidad. A menudo
se escuchan expresiones como: “Es necesario humanizar la educación, la política,
las empresas, etc.”, anhelos que se traducen en la necesidad de vivir la ética.
En palabras de Ángel Rodríguez Luño (2010), la ética ordena la conducta humana
e impregna el sentido moral de los actos libres, porque la ética se ocupa solo de los actos
libres. Aquellos que se realizan en contra de la voluntad, no son libres y no pueden ser
abordados por la ética. La conducta humana, a diferencia de la del resto de los animales,
no está programada, es libre, puede valorarse, va más allá de la procreación, el crecimiento,
la supervivencia y la muerte.
La actividad animal está marcada por el instinto, el comportamiento de los individuos
de cada especie es repetitivo, limitado por su propia codificación genética. Además de la
biología humana, los actos humanos no están programados, dependen de la voluntad
y la razón práctica para actuar en una dirección u otra, en un cometido u otro.

3.2. ¿Qué es la ética?

La ética es el campo de la filosofía aplicada que se ocupa de conducir las acciones


humanas libres hacia el bien, no solo de juzgarlas, sino de guiarlas en su recto proceder,
como lo señala Robert Spaemann (1991). No se trata de juzgar los actos como morales
o inmorales, sino de iluminar, mediante el comportamiento virtuoso, los proyectos
vitales de las personas en la búsqueda de su felicidad.
“Ética es la actuación libre de la persona en cuanto conduce su vida”. Esta actuación,
está delineada por los hábitos y las virtudes que perfeccionan a la propia persona y los
vicios contrarios a las virtudes que la desdibujan y corrompen. (Sellés, 2011, p.365).
El ser humano no es un mero animal que nace, crece, se reproduce y muere. Las personas
van más allá, porque su naturaleza está ordenada a la perfección, a la trascendencia,
a la felicidad. La felicidad es el bien último, que solo se logra a partir de recorrer los caminos
del bien, en los que las acciones buenas conducen inevitablemente a la felicidad. Las
acciones malas, por el contrario, conllevan a la tristeza, al fracaso y a la perdición, antónimos
de la felicidad.
El ser humano está hecho para la acción, a pesar de que todas sus potencialidades estén
en estado pasivo, todas ellas, sin excepción están ordenadas a desplegarse a partir de los
actos humanos, y los actos humanos son medios para lograr la felicidad. Por ejemplo,
el trabajo es el medio para lograr el sustento y el conocimiento práctico, la educación, para
lograr el saber, la ciencia, para el conocimiento teórico, la técnica, para las herramientas,
el arte, para la belleza.
Cada acto humano tiene una meta, un fin. “El motor de la ética, es la felicidad, y la
felicidad es el bien último de toda actuación” (Sellés, 2011, p.365). Sin la búsqueda
de la felicidad, el ser humano pierde el sentido de su existencia, el sentido de la acción.
¿Actuar para qué?
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Es común en la actualidad ver a muchos jóvenes desprovistos de propósitos,


de metas, de proyectos. Pareciera que la necesidad natural de buscar la felicidad se les
hubiese arrancado de su esencia.
Desde la antropología, dice Selles: “La ética es el modo de conducirse”. O, desde la
filosofía, como la describe Leonardo Polo: “La ética es la ciencia que considera al hombre
como sistema libre”. Estas definiciones conllevan a la libertad como condición capital
del ser humano ético, en cuanto que modo significa elección, y sistema libre comprende
seres humanos libres en convivencia.
Así como la ciencia se ocupa de lo verdadero o lo falso del conocimiento, la ética se
ocupa de lo bueno o lo malo de las acciones humanas que, a su vez, se basan en los
bienes, las virtudes y las normas de convivencia. Es una disciplina de la filosofía, que
se nutre de la metafísica, pero que se enmarca en la antropología, en cuanto al ámbito
propio de la naturaleza humana.

3.3. Diversos enfoques históricos parciales de la ética

Tanto la naturaleza como la naturaleza humana no crecen al azar, sino que siguen unos
patrones que la ciencia intenta descifrar. Así, la ética, por su parte, encuentra los patrones
y, a pesar del multiculturalismo, establece reglas y normas objetivas de moralidad (Sellés,
2011, p.369), a pesar de que muchos contradictores sostengan que la ética no existe
o que, en el mejor de los casos, es relativa, como es el caso de Nietzsche, para quien la
ética es una mera invención humana, de los débiles para atemorizar a los más fuertes.

Autores Enfoques Repercusión social


Nietzsche. La ética no existe. Anarquía del individuo.
Kant, Wittgenstein. Idealismo ético. Pérdida de la ética como referente
moral de la vida pública.
Pragmatismo, Nominalismo: conjunto Sistemas legales y judiciales
empirismo de normas que cambian encargados de hacer cumplir
y positivismo. según las circunstancias. las normas.

Comunismo. Estatismo: normas dictadas Autoritarismo y totalitarismo


desde el ejecutivo. del Estado.

Scheler. Valores sociales. Normas tendenciales y vitales


para la convivencia pacífica.

Tabla 1. Otros enfoques éticos que se distancian del humanismo.


Fuente: elaboración propia (incorporación de elementos según Sellés).

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El relativismo ético hace que las culturas choquen entre sí, aunque invoquen a las mismas
creencias. Por ejemplo, en la guerra de Afganistán los Talibanes invocan a Dios y a la Guerra
Santa, en la cual “se permite” matar a todos los infieles, mientras que los soldados de la
Coalición invocan a Dios para matar a los Talibanes. Sellés aclara que, incluso en una
situación de esta naturaleza, se puede establecer lo correcto o el error, en cuanto son
situaciones objetivas y, por ende, se puede establecer si son acertadas a erradas.
Kant y Wittgenstein consideraron a la ética como una dimensión superior a la teoría,
alejada de los actos humanos cognoscibles. Esta dimensión racionalista ética elevó la ética
a la esfera de la idealización de la realidad del acto humano en el que intentar juzgarlo
terminó relativizando su proceder, de tal manera que las corrientes existencialistas del
siglo XX prefirieron obviar la ética de la vida cotidiana de las personas. Una vez depuesta,
la ética se presentó en la vida pública ni siquiera como una opción, sino como una cuestión
moralista propia de las religiones, y en especial de la Iglesia Católica, a la que habría que
combatir a toda costa (Sellés, 2011, p.371).
Producto de esta postura, el siglo XX será recordado por las grandes catástrofes
humanas y el deterioro social, que dejó al ser humano desprovisto de referentes éticos
y en el que los actos humanos, por terribles que fueran, terminaron siendo justificados
por las leyes y por los intereses particulares. El mismo siglo llenó a los países de leyes en
todos los campos de la convivencia social, respuesta evidente a la ausencia de normas
éticas. En definitiva, la ley llegó donde faltó la ética.
Las corrientes filosóficas, como el pragmatismo, el empirismo y el positivismo, de origen
anglosajón, redujeron la ética a un conjunto de normas que las personas debían cumplir en
escenarios democráticos, con un robusto sistema judicial encargado de hacerlas cumplir.
Por otro lado, desde el comunismo se concentró la potestad de la formulación y el
cumplimiento de las normas en el poder ejecutivo, ahora dotado por el autoritarismo
y totalitarismo que emanaba de la dictadura proletaria, aunque el pueblo no participara en
su concepción, solo en su cumplimiento. Scheler, por su parte, intentó refundar la ética
desde los valores, como un conjunto de normas tendenciales, vitales para la convivencia
social, alejadas de la inteligencia, más en la línea de los sentimientos, como la amistad
y la lealtad.

3.4. Reducir la ética a bienes, normas y virtudes

La reducción de la ética al simple cumplimiento de normas, a hacer lo correcto, buscar


el bien y vivir una vida virtuosa es limitarla a una visión económica de la ética (se hace esto
porque se gana esto). Esta visión peligrosa, porque instrumentaliza al ser para el beneficio,
es contraria al fin social de la ética y la sumerge en una visión egoísta. Jaime Marchesi (2002)
sostiene que la ética cobra sentido en su proyección, en el reflejo del comportamiento de
las personas sobre el otro, en la esfera social, en las instituciones políticas, empresariales,
en los modelos económicos y, en definitiva, en el desarrollo humano.

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La ética, por tanto, no se reduce a buscar el bien por el bien. En esta disyuntiva,
el bien inmediato y el placer que producen los bienes materiales puede conllevar al
agotamiento del espíritu. En los tiempos que corren, el sexo, los alucinógenos y los
estimulantes se han convertido en focos del placer, desorientan el significado profundo
del “bien” (Sellés, 2011, p.371).
El concepto de bien aquí tratado se refiere al resultado bueno del actuar humano,
al servicio que se logra en los demás, no solo al personal. El bien puede entenderse como
el acto ordenado a la propia naturaleza del ser humano. Las cosas humanas están
diseñadas por naturaleza para un fin, el cumplimiento de ese fin, el pasar de la potencia
al acto, de manera ordenada, es lo que se considera bueno. Lo contrario son actos
desordenados, por tanto, no buenos, según la naturaleza.
El mero cumplimiento de normas reduce la ética a cierta incapacidad racional de
comportase por parte de las personas, sino es en relación con la ley, además de limitar
la conciencia y enjuiciarla cuando no está orientada al cumplimiento de la ley, a pesar
de que la ley pueda estar equivocada. Esta visión nominalista encausa la voluntad de la
mayoría, y limita la propia búsqueda de la felicidad de las personas y el ejercicio de su
propia libertad (Sellés, 2011).
En este sentido, mayoría, como la voz del pueblo, condona riesgos sustantivos en
cuanto la mayoría termina siendo un simple sistema electoral que delega a unos pocos
la aprobación de normas de comportamiento que superan el sentido común, y que
podrían ser contraproducentes para el propio pueblo.
Por su parte, y a pesar de que las virtudes son el centro del actuar ético, el considerarlas
solo a ellas como suficientes para un comportamiento ético es un reduccionismo
que pondría de manifiesto algún desenfoque estoicista, en cuanto a que solo buscaría el
fortalecimiento de la voluntad alejado de la realidad misma (Sellés, 2011, p.379).
La virtud o los actos virtuosos pierden sentido cuando se llevan a cabo en relación
con ellos mismos y cobran valor cuando se practican en relación con los demás. Ahora
bien, la práctica de la virtud por la virtud pierde su finalidad, que es buscar el bien mayor,
la felicidad. Así como la norma está inspirada por la inteligencia, la virtud está orientada
por la voluntad.
La ética debe estar entonces por encima de los bienes, las normas y lar virtudes, que
deben considerarse medios y no fines. El fin último, la felicidad, debe ser el norte
que guía los grandes ideales de futuro, no la mera vivencia del presente inmediato
(Sellés, 2011, p.380). Sin ideales realistas el ser se consume, se adormece, se muere en
vida. No es casual que las nuevas generaciones sean catalogadas por muchos como
“generaciones de cristal” o “Nies”, que se rompen, se quiebran, no trabajan ni estudian,
no quieren comprometerse ni complicarse, nada más alejado de las facultades de la
inteligencia para resolver problemas y de la voluntad para querer resolverlos.
Desde esta mirada, no es la ética la que está en crisis, sino que es la misma sociedad
la que está en crisis a causa de la ausencia de ética (Marchesi, 2002).

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IV. FELICIDAD Y EL SENTIDO DE LA VIDA

4.1. La felicidad: planteamiento

La felicidad es la realidad humana de la vida lograda, en la que se alcanza la plenitud


del bien último. Esta concepción, como señala Spaemann (1991), en la actualidad es
atacada por las visiones materialistas de la felicidad, las cuales la asemejan a simples
sinónimos de vida buena, calidad de vida, bienestar o éxito.
Yepes (2009) sostiene que “la felicidad significa para el hombre plenitud, perfección”.
En esta línea, todo sueño y propósito de mejorar o alcanzar supone un avance hacia la
felicidad. Resulta evidente que, para el logro de este propósito, la felicidad requiere el
crecimiento de todas las dimensiones humanas hasta lograr el equilibrio de estas. Así,
la armonía del alma, la sabiduría de sí mismo y la contemplación de la vida lograda son
partes constitutivas en la búsqueda de la felicidad. Los clásicos de la filosofía occidental
coincidían en que la felicidad es el bien último, y no dudaban, sin importar su postura
idealista o realista, en que este bien era Dios (Yepes, 2009, p. 158).
La búsqueda de la felicidad supone, entonces, que los actos humanos deben estar
orientados hacia ella. Cada acto debe estar marcado por ese anhelo y voluntad propia,
colmando todos los deseos de las personas. Los actos son temporales, son finitos,
terminan. Por este motivo no son plenos ni permanentes; se esfuman. Se presentan con
rostros de felicidad y hacen que las personas se sientan “felices”, entonces el ser feliz se
confunde con el placer o la sensación de estar bien, complacido; pero complacencia no
es plenitud.
Aristóteles en su Ética a Nicómaco sostiene que la vida buena puede ser “la familia,
y los hijos en el hogar, una moderada cantidad de riquezas, los buenos amigos, buena
suerte afortuna que aleje de nosotros la desgracia, la fama, el honor, la buena salud,
y, sobre todo una vida nutrida en la contemplación de la verdad y la práctica de la
virtud”. Al parecer, esta idealización de la felicidad no ha cambiado en la actualidad,
de tal forma que es común que las personas consideren la posesión de estas gracias
como su felicidad (Yepes, 2009, p. 159).
Esta confusión puede encontrase en la semejanza que presenta la felicidad con la vida
buena y con la categoría contemporánea del bienestar o la calidad de vida. Estos dos
últimos se reconocen porque reúnen tres elementos fundamentales:
• Salud física y mental, cuidado del cuerpo y de la mente, la armonía del alma.
• Satisfacción de las necesidades humanas: vivienda, trabajo, recreación, educación,
alimentación, etc.
• Contar con las adecuadas condiciones naturales y técnicas.

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Si se observan detenidamente, estas condiciones giran en torno al tener, no al ser,


y la plenitud no se logra con los bienes materiales, sino con las realidades del ser:
ser virtuoso, ser sabio, sentirse amado.
Aunque los bienes materiales pueden hacer sentir felicidad en un momento y podrían
ser parte de la búsqueda de la felicidad, no lo son en plenitud (Yepes, 2009, p. 159).

Enfoque Propósito Temporalidad Dimensión Alcance


Vida buena. Estar bien, tener, Satisfacer Material. Salud física
sentir placer. el placer. y mental, cuidado del
cuerpo y de la mente,
Calidad Estar bien, Satisfacer las Material.
la armonía del alma.
de vida tener, disfrutar necesidades
(estado de de esparcimiento. básicas. Satisfacción
bienestar). de las necesidades
humanas:
alimentación, vivienda,
trabajo, recreación,
educación.
Contar con
las adecuadas
condiciones naturales
y técnicas.
Felicidad. El bien último. Teleológica- Espiritual. Plenitud.
trascendencia.

Tabla 2. Enfoques contemporáneos que se confunden con la felicidad.


Fuente: elaboración propia (incorporación de elementos según Yepes).

Para Sócrates, la felicidad se lograba solo con la vida virtuosa, y la máxima virtud era
la ciencia, el deber moral de buscar la verdad, y todo ser humano estaba llamado a
encontrarla. Sin embargo, la felicidad tampoco se logra en plenitud del tener y del
ser, porque ambas dimensiones giran en torno al ser individual, y específicamente al ser
interior, lo que deja de lado al ser social, al ser para el otro.
En esta dimensión aparece el amor como expresión máxima de darse al otro, de servir
a los demás. No podría entenderse la naturaleza humana sin la consideración de la
esencia de la persona libre en relación con los demás, con el otro. Si fuera de esa manera,
las personas serían entes autónomos, pero no lo son, dependen de factores físicos,
químicos y existenciales. Tienen una razón y un fin: buscar la felicidad. No puede vivir
más de unos minutos sin oxígeno y unos días sin agua, pero tampoco sin sueños, metas
y objetivos.

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4.2. El sentido de la vida

A través de la historia, la humanidad se ha preguntado sobre qué es real, quién es


Dios, qué es la naturaleza, quién es el ser humano y, más recientemente, en esto que se
ha llamado el fin de la postmodernidad, cuál es el sentido de la vida.
En la búsqueda de motivos para vivir, actualmente las personas se confunden y llenan
ese espacio con placeres. La pérdida del ideal de encontrar la verdad, porque la verdad
se volvió relativa, positiva, provisional y pasó a ser solo una creencia justificada;
la relatividad del bien, en la cual cada uno puede definirlo a su manera, sin tener
referentes naturales, sino solo culturales; la pérdida de la necesidad de las reflexiones
filosóficas de quién se es, de dónde se viene y para dónde se va, extirpadas de los
currículos escolares y universitarios; la pérdida de la necesidad del trabajo y de la
propiedad, a causa de los sistemas paternalistas y los estados de bienestar; y aunque
suene paradójico, el haber subsanado las necesidades básicas de la sociedad, todo esto
ha cercenado, en su conjunto, la necesidad de levantarse literalmente de la cama.
Sin embargo, desde los campos de concentración nazi, y especialmente desde
Auschwitz, Víctor Frankl encontraría el sentido de la vida, a pesar del exterminio que
sufrió su familia y cercanos. Esta realidad podría derrumbar a las personas más fuertes,
sin embargo, en su libro El hombre en busca del sentido último encontraría los hilos
conductores de la superación humana, incluso en la adversidad, no como mera
capacidad de resiliencia, sino como la correspondencia natural de la vitalidad humana
hacia la búsqueda de la felicidad.
Yepes (2009) encuentra el sentido de la vida como “la percepción de la trayectoria
satisfactoria o insatisfactoria de nuestra vida. Descubrir el sentido de la vida es alcanzar
a ver a donde lleva”. En esta premisa se advierte que el sentido de la vida no es la felicidad,
sino que es el camino o la condición para esta última, y ver para donde va la vida es
cuestión de tener tareas, proyectos, un motivo diario para levantarse, un algo porque
trabajar (Yepes, 2009, p. 164).
Esta dimensión supone que quien no tiene sentido de la vida no encuentra una razón
para levantarse, y podría ser una de las causas de depresión psicológica que
experimentan las personas en la actualidad, especialmente los jóvenes. Dar sentido
es encontrar un motivo, y no hay motivo más grande que buscar la propia felicidad.
Todo lo anterior, sumado a la necesidad trascendental de buscar a Dios (porque las
corrientes nihilistas y existencialistas consideraron que el hombre no era más que una
realidad de huesos y carne incapaz de amar, de naturaleza nefasta, indigna, propia del
mundo salvaje de los animales), esta mirada desde luego caló en las juventudes
nadaístas del siglo XX, en los movimientos de contracultura y el desprecio a cualquier
asomo de moral.

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4.3. La felicidad y el destino

La certeza o la incertidumbre del destino del ser humano siempre ha acompañado su


existencia. Por un lado, las visiones extremas del existencialismo consideran que no hay
destino, sino solo existencia material, una vez que termina la vida termina la realidad
individual. Por otro lado, la visión trascendental considera al ser humano un ser que
trasciende la vida biológica, llamado a compartir la vida eterna.
En la primera visión, las eventualidades, los sucesos y las realidades humanas son
simples consecuencias de la casualidad, la fortuna, el azar y la suerte. Por este camino,
todo se consume, se termina y muere, porque el ser humano no es libre, sino víctima
de la naturaleza, es depredador de sí mismo y de sus semejantes, es lobo y jauría, no
hay en él más que naturaleza muerta, porque por naturaleza el ser humano es malo. En
la visión trascendental por naturaleza el ser humano es bueno, es libre de buscar su
destino o no. El libre albedrio le permite buscar su fin último, la felicidad. Toda persona
está llamada a una misión, tiene una tarea, y su deber es descubrirla, es enrutar
su conducta, sus actos hacia ella.
Germain Grisez (2000) aclara la controversia de las dos posturas mediante su concepción
de la autodeterminación: el hombre participa activamente en el bien, procura conocerse,
pero nunca termina de hacerlo, solo participa de los bienes que experimenta, pero no los
agota, en una continua e incesante búsqueda de la felicidad.
Yepes (2009) afirma: “El hombre es, cuando ama, dueño de su destino, porque se
destina a quien quiere”. Esta premisa supone varias interpretaciones. Una es que
el amor es dar a otro, y, por tanto, el otro es la persona destinataria, y que, por ser
voluntario, es dueño, y dueño de su destino, porque quiere. En términos prácticos,
es la manifestación del amor de sí mismo para el otro.
El destino, por tanto, si está ordenado por el amor también está ordenado a la
felicidad. Sin embargo, este enfoque supondría que al estar ordenado a otra persona
tendría finitud, una vez que el otro muere. El mismo Yepes aclara: “El hombre desea
dejar atrás el tiempo e ir más allá de él, hacia una región donde el amor y la felicidad no
se trunquen, donde queden a salvo de cualquier eventualidad y se hagan definitivos”
(Yepes, 2009, p. 168).
La noción de muerte, como terminación absoluta de la realidad humana expuesta por
el nihilismo y sus variantes, la desesperación, el fatalismo, el absurdo, el cinismo,
el pesimismo o escepticismo práctico, despojaron al ser humano de toda posibilidad de
trascendencia, dejándolo a la deriva de una existencia meramente material. El nihilismo
afirmó que la vida no tiene sentido, porque “no existen respuestas a las preguntas por
ese sentido, por el valor de la justicia y la felicidad”. Determinó que, con la ausencia del
otro se pierde el sentido, y el ser se consume en la nada, en la soledad (Yepes, 2009,
p. 168). En efecto, la naturaleza humana destina el cuerpo a la muerte biológica, pero la
misma naturaleza destina el alma a trascender sobre la vida natural. Es la pérdida
de esta dimensión.

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Figura 2. Actitudes frente al destino


Fuente: elaboración propia, sobre el enfoque de Yepes.

La desesperanza, dice Yepes, es el “des-esperado”, el que ya no espera, el que ha


perdido toda esperanza y cree que su destino no tiene sentido. Aquí se encuentran los
“depresivos” y los “desgraciados”, a los que hay que acompañar y arropar porque su
soledad los consume y, generalmente, los arroja al suicidio. El fatalismo se expresa por
aquellos que consideran que el destino está escrito, que no hay posibilidad de diseñarlo
y buscarlo. El destino los encuentra porque está predestinado. En esta postura aparece
la fortuna o la suerte, y todo tiene una explicación, o los astros, o la furia, o el castigo de
Dios. Para el absurdo nada tiene sentido y, por el contrario, la vida es un “sinsentido”;
es una contradicción que la racionalidad humana, y eso que se llama humanidad sea
precisamente la causante de las guerras, las opresiones y las injusticias. El cinismo, por
su parte, solo ve en el otro el interés que puede lograr; se burla de los demás, no cree
en nada y todo le causa risa, incluso su propia existencia; no es auténtico y adopta
posturas para agradar, porque al final siempre espera algún beneficio. El pesimista
considera que nada vale la pena emprender, porque finalmente todo será un fracaso;
no cree en los demás, incluso ni en sí mismo; es un fatalista, porque nada tiene remedio,
y si tuviera, no tiene sentido arreglarlo. Como respuesta a este negativismo, aparece
la afirmación eufórica de la vida y ebriedad, como la llama Yepes, la cual busca la
compensación de la soledad del espíritu y el vacío del sentido en la estimulación del
ánimo a través del alcohol o la droga, que libera las pasiones y que hace por un momento
pensar que se es libre, cuando en realidad el ser se vuelve esclavo de las sensaciones de
liberación que experimenta en su cerebro.

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En esta dinámica del “escape” aparece el “Carpe diem”, que significa “aprovecha el
momento”, “disfruta el día” (Yepes, 2009, p. 173).

4.4. El afán de poder y la ley del más fuerte

El poder podría entenderse como la dependencia que se genera de unos a otros. Quien
ejerce la dependencia tiene el poder, quien se somete, la sumisión. Esta presunción
explica el porqué de la ley del más fuerte, que finalmente es la acción del sometimiento.
San Agustín consideraba que el ser humano es egoísta por naturaleza, y que el egoísmo
era el motor que lo llevaba a la búsqueda del poder.
El argumento de que quien tiene el poder triunfa, tiene éxito y es feliz, se ha impuesto
en nuestras sociedades como modelo de ascenso social. El fin, entonces, no es la
felicidad en esta postura, sino la sensación que da el poder. No es casual que el Estado
esté constituido por los tres poderes, que el poder radique en el pueblo (como rezan
las constituciones) o que se le atribuya al dinero el poder de conseguirlo todo.
Maquiavelo consideraba que el poder radicaba en la justicia, y la justicia solo la podría
ejecutar el más fuerte, de tal manera que el poder terminó desplazado de la esfera
política a la esfera económica, es decir, del poder político al poder económico. De igual
manera, el poder de la opinión pública desplazó a la fuerza del poder militar. Los casos
más recientes, además de la Primavera Árabe, han sido las protestas por el cambio
climático, o las protestas en Ecuador de 2019, Chile 2019, y Colombia 2020 y 2021.
“La voluntad de poder pone a su propio servicio todos los medios de que dispone,
uno de ellos es el dinero” (Yepes, 2009, p. 179). En otras palabras, lo expresó Napoleón
cuando escribió en la última página de su ejemplar del libro de Maquiavelo, El príncipe,
“El fin justifica los medios”. En esta postura las personas dejan de ser fines y se convierten
en meros medios para lograr el poder, como la esclavitud que se ha dado a través de
la historia, de unos pueblos a otros, incluso la esclavitud que se vive actualmente en
las selvas brasileñas o la esclavitud sexual de la trata de personas.

V. VOLUNTAD E INTELIGENCIA

5.1. La Inteligencia como facultad inmaterial

La inteligencia es la capacidad de conocer. Tanto la inteligencia como la voluntad son


facultades superiores del ser humano. Estrictamente, no proceden de la naturaleza
biológica del ser humano, pero sí emanan de su esencia. Esta visión de corte aristotélico
y reforzada por Sellés es refutada por los racionalistas como Descartes, que sostienen
que sin cerebro no hay razón. La solución se podría encontrar en la visión que por las
dos corrientes se tiene de la naturaleza.

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En la vertiente aristotélica, la naturaleza humana está comprendida por la unidad del


cuerpo y el alma, y esta última permanece en el tiempo más allá de la muerte biológica
del cuerpo. Para Descartes, el alma muere con el cuerpo. Según Aristóteles, el alma es
la esencia del ser humano, y la inteligencia y la voluntad es lo que hace diferente a este
de los animales, por tanto, son parte de su esencia y pertenecen al alma. Santo Tomás
encuentra que la esencia del ser humano es el acto de las dos facultades en armonía,
la sindéresis, el recto juicio para obrar.

Facultades Naturaleza Objeto Virtudes Argumentos


superiores
Inteligencia. Inmaterial. Verdad. Arte. Abstracción.
Ciencia. Conocimiento creciente-infinito.
Prudencia. Capacidad de negación.
Sabiduría. Capacidad de auto-referenciación.
Intuición. Crecimiento irrestricto.
Voluntad. Inmaterial. Bien. Prudencia. Capacidad de querer sentir.
Justicia. Capacidad de querer conocer.
Templanza. Capacidad de querer hacer.
Fortaleza.

Tabla 3. Facultades superiores del ser humano.


Fuente: elaboración propia (incorporación de elementos Aristóteles y Yepes).

Este debate permite, sin embargo, comprender los factores radicales de ambas
(inteligencia y voluntad), y en este apartado en particular, por qué partir de la premisa
de la inmaterialidad de la inteligencia como argumento válido. Como dice Sellés (2011,
p.289), la inmaterialidad de la inteligencia se mide por sus actos inmateriales, a saber:
el primer acto es abstraer, que, precisamente, es abstraer de la cosa o la acción su
esencia, que en justicia es abstracta e inmaterial, porque lo que se abstrae no es el
objeto en sí, sino una representación de este. La abstracción encuentra lo particular del
objeto y lo universal de los objetos de la especie.
Por su parte, Descartes considera que todo acto de la inteligencia es subjetivo porque
nunca se logra poseer realmente el objeto, y Comte, que el objeto de la inteligencia,
el conocimiento, solo es válido si es perceptible y verificable.
El segundo argumento, que la inteligencia puede conocerlo todo, que no tiene
límites, está en permanente crecimiento, considera Sellés. Es una potencia destinada al
acto infinito.

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La imaginación, por ejemplo, es limitada por el conocimiento; si se conoce más, se


puede imaginar más. Pero no se pueden imaginar los límites geográficos del universo,
hasta tanto el conocimiento no aumente las fronteras de lo que se sabe de las 100 000
millones que lo componen. ¿Y si son más? Todos los órganos biológicos tienen una
capacidad finita de desarrollo, la inteligencia no. Sin embargo, la visión positivista de
Comte pretendió encasillar a la sociedad, y por ende al ser humano, en las mismas reglas
preestablecidas de la naturaleza. Según Comte, el ser humano se mueve por ciertas
reglas inviolables y elimina cualquier posibilidad del ser “único” e “irrepetible”, movido
por la libertad y la trascendencia.
El tercer argumento de Sellés es la capacidad de negar que tiene la inteligencia. Cuando
esta niega la realidad de una cosa o una acción, está creando una nueva realidad, un ente.
Por ejemplo, al negar la teoría del Big Bang se asume que debe existir otra causa de la
creación del cosmos, no esa, y esa nueva causa es el objeto de la inteligencia para su
comprobación. Por esta razón los positivistas sostienen que la verdad es provisional, pero
no porque se crea que una cosa es, (¡necesariamente es!, como sucedió con la propaganda
nazi de Joseph Goebbels y su mensaje sobre la raza superior). El racionalismo y el
positivismo sentaron sus bases sobre la duda metódica y su principio es poner en duda
todo lo existente, hasta la propia realidad.
El cuarto argumento radica en la capacidad de referenciarse a sí misma que sostiene
Sellés, es decir, de volver en sí. Ningún otro órgano puede dar razón de sí. La inteligencia
puede, desde los actos superiores, explicar y comprender los actos inferiores.
Para comprender esta premisa, Aristóteles precisa los cinco niveles de conocimiento:
• Teórico (episteme), por el cual se crea el conocimiento científico.
• Práctico (praxis), que parte de la experiencia y alimenta la teoría.
• Técnico (tecnè), la utilización de las herramientas y que se desarrolla a través
de la tecnología.
• Artístico (mitativa), la imitación de la realidad a través de la expresión humana.
• Intuitivo, la capacidad de predicción, de acuerdo con los hechos pasados.

Si se observan estos tipos de conocimiento, todos se entrelazan entre sí, la teoría


podría ser el nivel superior, y el intuitivo, el mejor, dependiendo del contexto en que se
desarrolle. Por ejemplo, los directivos deben tomar decisiones de futuro (intuición),
con base en el conocimiento teórico, práctico, técnico y artístico.
Sin embargo, en la visión racionalista de Descartes, en el mito-experimento del
cerebro en una cubeta, este órgano no puede dar razón de sí, explicado con claridad en
el argumento de la película Matrix, en el que el cerebro no puede diferenciar la realidad
virtual de la propia realidad.

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El quinto argumento, y tal vez el más importante para la comprensión de su


inmaterialidad, es su capacidad de crecimiento irrestricto. Ningún órgano puede crecer
o producir sustancias irrestrictamente, todos tienen un límite, incluso el cerebro.
Sin embargo, la inteligencia no tiene límite. En este sentido, el cerebro es el único órgano
limitado por la biología, pero ilimitado en su capacidad de inteligencia.

5.2. La voluntad como facultad espiritual

La voluntad es la capacidad de querer. Los animales, por su instinto, tienen tendencia


a sobrevivir, pero no porque quieren, sino porque su naturaleza los impulsa a sobrevivir.
En cambio, el ser humano, a pesar de querer sobrevivir, también puede querer morir,
o querer trascender. No tendría razón una facultad superior de querer si no tuviera un fin,
y ese fin está orientado al bien último, que es la felicidad, la plenitud de la contemplación
del creador.
La voluntad es una facultad en potencia. No se quiere porque sí. Se quiere porque la
inteligencia la motiva a querer a partir de la razón práctica, es el motor que primero
conoce y luego quiere conocer las causas primeras, el motor, el autor. Este querer
en primera instancia es personal, porque se quiere el bien para la persona, pero también
se quiere el bien para otros, de manera universal, el bien común, lo que hace que
trascienda la voluntad a la materialidad, porque ningún órgano puede trascender,
la voluntad sí.
Sin la inteligencia la voluntad se pierde, porque la voluntad puede querer esto
o aquello, lo placentero, lo material o inmaterial, y es la inteligencia la que la enruta
hacia la correcta decisión (sindéresis). Los existencialistas definían al ser para la muerte,
pero no por ello la voluntad se orientaba a la muerte, por el contrario, el ser humano no
quiere morir, los que lo desean han caído en una angustia existencial.
El objeto propio de la voluntad es el bien. Luego, la voluntad quiere el bien. Ese querer
se entiende por los tres tipos de apetitos: natural, tendencia a cumplir con el fin de las cosas;
intelectual, que es la voluntad; y el sensitivo, que es el concupiscible (deseo de placer)
e irascible (impulso de agresividad o de muerte) (Sellés, 2011, p. 302). El apetito por el bien
supone que este no está en la mente sino en las cosas, por eso se apetece. Sellés precisa:
“Es necesario que el bien, antes de ser querido, deba ser conocido como bien” (2011,
p. 304). Esto supone que las cosas de la realidad son los objetos por conocer y la tendencia
natural de la inteligencia es conocer la verdad, por tanto, esta tendencia activa la voluntad
de querer conocer y de querer el bien, que finalmente es el conocimiento de la verdad.

5.3. Las virtudes intelectuales

La justa medida de las acciones, el punto medio será lo que se conoce como la recta
razón, sin excesos ni defectos. Esta visión aristotélica da una noción de cómo entender
las virtudes intelectuales que conducen al conocimiento de la verdad.

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Esta dimensión supone que la inteligencia se cultiva para que crezca a partir de ciertas
virtudes. La inteligencia está en potencia, se requiere motivarla al acto de conocer,
por sí misma no lo logra, requiere del querer.
Para la filosofía son cinco las virtudes intelectuales por las que se logra cultivar
la inteligencia, a saber: arte, ciencia, prudencia, sabiduría e intuición. La ciencia es un
hábito demostrativo por el cual se busca la explicación y comprobación de las causas de
las cosas y se comprende la complejidad y particularidad de las causas de las acciones.
Para Sócrates la ciencia era una virtud, más aún, la máxima virtud.
Actualmente son muchas las visiones sobre las formas o los métodos de conocer la
verdad, sin embargo, se consideran eso, métodos, no virtudes, y pueden numerarse según
distintos enfoques epistémicos: idealismo, realismo, positivismo, racionalismo, empirismo,
pragmatismo, materialismo, o existencialismo, enfoques fenomenológicos, entre otros.
El arte, por su parte, se refiere al obrar y al hacer, a las cosas que pueden hacerse
de una manera u otra. El arte es un hábito práctico productivo acompañado por la razón.
Los oficios, por ejemplo, son considerados arte porque son productivos, en cuanto el
hacerlos de una manera u otra cambia el resultado final, que es la productividad.
La prudencia es, según Aristóteles, “un hábito práctico verdadero, acompañado de
razón, sobre las cosas buenas o malas para el hombre” (2011, p. 136). Esta visión aclara
por qué toda deliberación que realizan las personas conlleva un componente intelectual
y otro voluntario, y en la medida que sea un hábito, será un hábito intelectual y volitivo,
por tanto, una virtud. La prudencia será entonces la justa medida de las decisiones,
el recto decidir y el recto actuar. Quien actúa por exceso será un osado, quién actúa por
defecto será un cobarde, el punto medio será el ser audaz. Este proceder el filósofo lo
llama el saber prudencial que es “conocer cada uno lo que le atañe a sí mismo (p. 140).
La sabiduría es el hábito del conocimiento de los principios, para lo cual se requiere
de la ciencia y la intuición. No es sabio el científico que hace ciencia si este no conoce
o se niega a conocer los principios. No basta aplicar métodos científicos para ser sabio,
se requiere conocer las causas primeras, la verdad. La intuición es el hábito de calcular,
acompañado de la razón. No se calcula al azar, sino a partir de supuestos teóricos. Si se
decide esto porque las estadísticas muestran esto, podría pasar esto o aquello.

5.4. Las virtudes de la voluntad

En su afán de actualizar el concepto clásico de la virtud como un hábito operativo


bueno de la voluntad, Sellés entiende que la virtud es “una perfección sobrevenida a la
voluntad”, entendida en la filosofía popular como la fuerza de voluntad para hacer o no
una cosa o una acción. En el ámbito intelectual, como se vio, se llaman hábitos, y en el
ámbito de la voluntad se conocen como virtudes o virtudes morales.
La virtud supone entonces la acción. No hay virtud en quien no hace. Por el contrario,
aparecen el ocio y el vicio. La virtud tampoco es innata, ni la intelectual ni la volitiva.
Hay que motivarla para que crezca y se desarrolle.
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La práctica de las virtudes transforma al ser humano en un ser más humano.


La humanidad, por tanto, o al menos la humanización de la sociedad, sería la práctica
masiva de las virtudes. Y aquí está el problema. Pareciera, por los resultados de la
sociedad, que sus miembros, mujeres y hombres, no quieren. Sellés precisa: “Vivir en el
vicio no es ser un tipo auténtico, sino un auténtico bruto despersonalizado”.
Se podría afirmar que todas las virtudes dependen de la voluntad, y todas, en su justa
medida, dependen de que el ser humano quiera obrar en consecuencia. Así, se definen las
virtudes conocidas como cardinales, porque orientan el proceder en las cuatro direcciones
fundamentales, a saber: prudencia, justicia, templanza y fortaleza. La prudencia se ha
descrito en los apartados anteriores; la justicia tiene que ver con darle a cada uno lo que
merece; la templanza, con el dominio de las pasiones; la fortaleza, con el dominio de sí
mismo para alcanzar los ideales, a pesar del sacrificio que suponga.
La práctica de las virtudes, además de las cardinales, como la caridad, la humildad,
el orden, la magnanimidad, la paciencia, la laboriosidad y la sinceridad, entre otras,
contribuyen al perfeccionamiento de las personas. El ejercicio virtuoso cierra el espacio al
egoísmo, a la soberbia, la mentira, el engaño, la corrupción, la envidia, etc., antivalores que
se han enquistado en la sociedad contemporánea como si fueran parte natural de ella,
y que por simple evidencia son la simple negación de la voluntad y la inteligencia humana.

VI. RESUMEN

En esta unidad, llamada Visión humanista, se identificaron los principios sustantivos


y conceptuales de la deontología profesional a partir de la visión humanista de la ética,
en relación con la dignidad de la persona, la felicidad y el sentido de la vida, la voluntad
y la inteligencia como motores del movimiento del bien y hacia el bien.
Para tales efectos se abordaron los conceptos fundamentales de la ética y la persona,
la felicidad y el sentido de la vida, la voluntad y la inteligencia. Asimismo, se abordó el
concepto humanista de la ética y la persona humana, más allá de reduccionismos
nominales, de bienes e incluso de la práctica de virtudes; se identificó la dimensión
trascedente de la felicidad humana y el sentido de la vida, y la tensión de los contravalores
derivados del egoísmo y el afán del poder humano; también se introdujo el estudio de la
voluntad y la inteligencia como las facultades superiores ordenadas a la búsqueda del bien
mediante el ejercicio de las virtudes. Para ello, la unidad se dividió en tres epígrafes que
abordaron los temas básicos orientados al logro del objetivo general: ética y persona,
felicidad y el sentido de la vida, y voluntad e inteligencia.

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VII. GLOSARIO

ABSURDO: tendencia que encuentra a la realidad humana como un sinsentido.


ACTO: movimiento de la potencia, acción, obrar humano consiente en el que participan
la inteligencia y la voluntad.
ARTE: hábito práctico productivo acompañado por la razón.
BIEN: correspondencia de los actos humanos con la finalidad de la naturaleza de las cosas
creadas.
BIENESTAR: estar bien de manera temporal.
CALIDAD DE VIDA: satisfacción de las necesidades básicas humanas.
CARPE DIEM: pasarla bien, aprovechar el momento.
CIENCIA: hábito demostrativo riguroso y sistemático.
CONOCIMIENTO: saber de algo en concreto.
ESENCIA: constitutivo capital de las cosas, lo que permanece invariable y que hace que sean
esa cosa y no otra.
ÉTICA: rama de la filosofía que tiene como fin obrar bien de acuerdo con la búsqueda de
la felicidad.
ÉXITO: alcance de una meta específica.
FATALIDAD: actitud que considera que el destino es negativo y no se puede cambiar.
FELICIDAD: alcance del bien último, la plenitud.
INTELIGENCIA: facultad superior del ser humano de conocer.
INTUICIÓN: hábito de calcular, acompañado de la razón.
LIBERTAD: facultad natural del ser humano de elegir y decidir sobre su propio bien en virtud
de la felicidad.
NATURALEZA DE LAS COSAS: principio rector de las cosas creadas, ordenada a su finalidad.
NIHILISMO: corriente filosófica que no encuentra sentido a la existencia.
NORMA: precepto racional práctico sobre actuar de una forma u otra en relación al bien.
PESIMISMO: actitud que niega el esfuerzo, porque finalmente se va a fracasar.
PLENITUD: estado permanente por el logro de la felicidad.
POTENCIA: capacidad natural de generar actos humanos. En la visión filosofía escolástica,
Dios es acto puro, el hombre es potencia.

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PRUDENCIA: hábito práctico verdadero, acompañado de razón.


RELATIVISMO ÉTICO: valoración subjetiva de los actos humanos, en relación con el yo y no con
el “nosotros”.
SABIDURÍA: hábito del conocimiento de los principios.
SENTIDO DE LA VIDA: sentido que se da a las acciones, las metas y los fines.
SEÑORÍO: gobierno y dominio de sí mismo en relación con la naturaleza y esencia.
SINDÉRESIS: el recto juicio para obrar.
VERDAD: conformidad del pensamiento con las cosas, sus causas y su naturaleza.
VIDA BUENA: complacencia por el compartir con la familia, los amigos, las cosas buenas.
VIRTUD: hábito operativo bueno de la voluntad.
VOLUNTAD: facultad superior del alma de decidir y ordenar la propia conducta.

VIII. BIBLIOGRAFÍA

Bibliografía utilizada en la unidad


Angulo, N. “Pobreza, medio ambiente y desarrollo sostenible”. Nómadas. Critical Journal
of Social and Juridical Science 2010; 26(2).
Aristóteles. Ética a Nicomaco.
Barroso, F. “Responsabilidad social empresarial”. Revista Universitaria Ruta 2018; Vol. 19(1):
73-89.
Fridolin, A. Ética social. Barcelona: Editorial Herder; 1964.
Grisez, G.; Shaw, R. Ser persona. Madrid: Rialp; 2000.
López, D.; Vergara, P.; A. Roa, M. “Attributes of the Humanist Director: the exercise of
virtues as a possible scenario for the constitution of the Humanist Enterprise”. The Journal
of Social Sciences Research 2018; 4(10): 146-152.
Marchesi, J.; Sotelo, J. Ética, crecimiento económico y desarrollo humano. Madrid: Editorial
Trotta; 2002.
Marcilla, G. (2019). “Códigos éticos profesionales y códigos éticos para el ejercicio de cargos
públicos”. Anales de la Cátedra Francisco Suárez 2019; 53: 263-290.
Muñoz, J. “Ética empresarial, Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y Creación de Valor
Compartido (CVC)”. Globalización, Competitividad y Gobernabilidad 2013; 7(3): 76-88.

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Pérez, J. Fundamentos de la dirección empresarial. Madrid: Ediciones Rialp; 2017.


Rodríguez, L. A. Ética general. Pamplona: Eunsa; 2010.
Selles, J. Antropología para inconformes. España: Rialp; 2011.
Yepes, R. Fundamentos de Antropología. Pamplona: Eunsa; 2003.

Enlaces de interés
Deontología. Org http://ww25.deontologia.org/?subid1=20211005-0253-3108-ad97-
e197bb3a79ef
Universidad de Cantabria, Foro Deontología:
https://web.unican.es/foroucempresas/acciones-del-foro-uc-empresas/catalogo-de-
competencias/etica-y-responsabilidad
Códigos de ética en ciencias de la salud:
https://www.bioeticacs.org/iceb/seleccion_temas/deontologia/CODIGOS_DEONTOLOGIC
OS.pdf
Foro abierto Deontología: https://www.coursehero.com/file/31947131/Foro-2-
%C3%A9ticadocx/
Foro Deontología Centro Virtual Cervantes:
https://cvc.cervantes.es/foros/leer_asunto1.asp?vCodigo=39986
Publicación Foro de Córdoba http://www.forodecordoba.com.ar/navegar.php?autor=91

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CASO PRÁCTICO DE UNIDAD

Caso práctico o asignación de la unidad

>> CASO PRÁCTICO

Enunciado:

Martín Lopera, de 65 años, era el director financiero de una empresa del sector textil.
El Huracán, en la ciudad mexicana de Veracruz. Había sido un destacado ejecutivo, sobre
todo en los últimos cinco años, en los que había gestionado la salida exitosa de la
inminente quiebra de la empresa a causa de los malos manejos y los robos continuos
que se habían detectado por las anteriores administraciones.
Entre sus logros se destacaban el pago de las deudas bancarias, la trasparencia de los
procesos y resultados financieros, el buen trato que había impregnado en la cultura
organizacional y su disposición al servicio a los demás.
Estaba casado y tenía cinco hijos, el mayor de 35 años y la hija menor de 14. Su esposa
Esperanza, de 55 años, había dedicado toda su vida al hogar y, por tanto, a la educación
de sus hijos.
La analista financiera Martha, de 35 años, estaba casada, tenía tres niños: Lucia, de 8
años, Luis, de 6 años, y Santiago, de 2 años. Las cosas con su esposo Carlos no iban del
todo bien desde el nacimiento de Santiago. El ambiente se había tornado pesado
por la diferencia de concepciones y prácticas religiosas de cada uno de ellos. Estas
diferencias se notaban en los estilos de educación que cada uno quería impregnar en
sus hijos. Mientras Carlos permitía que sus hijos vieran televisión hasta altas horas
de la noche, Martha exigía que máximo podían verla hasta las 8:00 p. m., hora en la que
debían acostarse.
Al cabo de un tiempo la relación de Martín y Martha se tornó muy cercana: invitaciones
a comer, a cenar y hasta llevarla a su casa al final de la jornada. Producto de esta
familiaridad empezaron una relación amorosa, salidas a bares y fiestas, incluso un fin
de semana estuvieron en un hostal en el cual se registraron como matrimonio.
Julio, el esposo de Martha, visitó al gerente general de la compañía para contarle
sobre dicha situación y solicitarle el despido inmediato de Martín, solicitud a la que
Gustavo, el gerente, se negó rotundamente, argumentando que primero debía hablar
con Martín y Martha sobre la veracidad de su relación y que, en tal caso, no era política
de la compañía inmiscuirse en los asuntos privados del personal.
Tanto Martín como Martha negaron rotundamente dicho amorío. Gustavo, para salir
de la duda, indicó al personal de confianza del Departamento de Sistemas que investigara
los correos institucionales entre ellos dos.

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UD 1. VISIÓN HUMANISTA

En efecto, los mensajes de ida y vuelta hablaban de todo el amor que se tenían
y sobre los planes de divorcio que cada uno había definido, para que finalmente
pudieran estar juntos.

Se pide:

1) Desde el punto de vista ético, ¿cómo se puede describir el comportamiento


de Martín, de Martha y de Gustavo?

2) ¿Qué virtud o virtudes se advierte que no se cultivaron por parte de Martín


y Martha? ¿Por qué?

3) ¿Qué recomendaciones haría a cada uno de los actores principales del caso para
que mejoren sus decisiones y comportamientos?

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>> SOLUCIÓN

1) Descripción del comportamiento de cada uno:


- Martín: como hombre casado debió respetar los compromisos asumidos
en el matrimonio. Como profesional y como directivo, no debió utilizar su
posición para propiciar una relación amorosa impropia por su naturaleza.
- Martha: como mujer casada debió respetar los compromisos asumidos en
el matrimonio. Como profesional, no debió responder a las invitaciones
personales y extralaborales que terminaron en una relación amorosa
impropia por su naturaleza.
- Gustavo: en primera instancia optó con prudencia al no dar crédito a ciegas
sobre una situación impropia; en segundo lugar, optó por pedir testimonios
directamente a los involucrados; y, en tercer lugar, considerando que el
mail institucional es de propiedad de la empresa, ordenó el rastreo de algún
tipo de información que pudiera confirmar alguna de las dos versiones.

2) ¿Qué virtud o virtudes se advierte que no se cultivaron por parte de Martín


y Martha? ¿Por qué?

Fidelidad, lealtad, justicia, templanza, fortaleza, honestidad, orden, prudencia.

3) En este caso, ¿cómo se calificaría la orden de Gustavo de intervenir en el correo


institucional de Martín y Martha?

Válido: a pesar de que la empresa, por política, no debe inmiscuirse en asuntos


de la vida privada de los colaborados, sí es potestad de toda compañía velar por
el buen clima de la organización y de atender, en consecuencia, los asuntos que
puedan ir en contra de su propósito corporativo.

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DEONTOLOGÍA PROFESIONAL

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