Usos Del Síntoma (G. Lombardi)
Usos Del Síntoma (G. Lombardi)
Usos Del Síntoma (G. Lombardi)
Gabriel Lombardi
1El carácter de consciente o inconsciente no es una distinción segura. El inconsciente es simple, es equívoco;
la consciencia es compleja, exige la división subjetiva.
Havel, que no suele ser muy selectivo en cuanto al objeto de su satisfacción sexual, resiste
sin embargo a la enfermera Alzbeta. El médico jefe, algo preocupado, le pregunta por qué
rechaza tan encarnizadamente a Alzbeta, ¿es acaso porque ella manifiesta su deseo hacia él
de forma tan expresiva que parece una orden? Después de un diálogo de varias páginas
sobre la conquista, el rechazo, y el significado del erotismo, Havel declara que si ha de ser
sincero, no sabe por qué no acepta a Alzbeta. Ha honrado a mujeres más feas, más viejas,
más provocativas; un experto en estadísticas o una computadora concluirían que también él
habría de consentir en hacerlo con Alzbeta. Sin embargo, argumenta:
… quizás es precisamente por eso que no la acepto. Puede que haya pretendido resistirme a la
necesidad. Ponerle una zancadilla a la causalidad. Reventar la calculabilidad de la marcha del
mundo mediante el capricho de una arbitrariedad.
¿Y por qué tuvo que elegir precisamente a Alzbeta? – gritó el médico jefe, algo
indignado. Ante lo cual Havel responde:
2 Freud, S (1925) “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras completas, vol 6, Amorrortu, BsAs, 1986, p.94.
no se atrevió a afrontar la situación decisiva, y en lugar de eso constituyó un síntoma, una
división subjetiva como equivalente de angustia. Equivalente, equívoco, equipolente, todos
los equi- que se quiera, ellos permiten desplegar síntomas simbólicamente arborificados en
lugar de angustia, tendiendo puentes lingüísticos entre significantes que con frecuencia sólo
tienen una relación homofónica parcial, dando “por igual” cosas desiguales – así funciona
lo simbólico, como trama equívocos del “inconsciente”, noción a la que Lacan llama une-
bévue, un equívoco-. Entonces, una cosa es la angustia y su certeza imaginario-real, y otra
bien distinta es el laberíntico miedo al caballo, al caballo con carro, al lobo dibujado, al
genital femenino que desagrada al homosexual – ejemplos de síntoma fóbico en los que
interviene el significante que sustituye al significante -.
Una vez ubicado, el síntoma indica el punto desde donde se ha desplazado el conflicto,
el lugar de corte de la división subjetiva, el borde simbólico de vacilación o desgarramiento
del ser moral, y como tal constituye, en el decir de Lacan, “lo analizable en las neurosis, en
las perversiones y en las psicosis”. Analizarlo, consiste en devolverlo a la puerta original,
habiendo explorado los caminos posibles.
Iba caminando por la carretera con dos amigos mientras el sol caía; de repente, el cielo se
volvió rojo como la sangre. Me detuve y me apoyé en la valla, sintiéndome indeciblemente
cansado. Lenguas de fuego y de sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos
siguieron caminando, yo me retrasé, temblando de miedo. Entonces oí el enorme, infinito grito
de la naturaleza.3
3 E. Munch. “I was walking down the road with two friends when the sun set; suddenly, the sky turned as red as blood. I
stopped and leaned against the fence, feeling unspeakably tired. Tongues of fire and blood stretched over the bluish black
Dante consideró la melancolía un pecado, es decir una situación que se elige y merece el
Infierno. Desde esta perspectiva ya clásica, tampoco el melancólico es meramente un
paciente, es un caso de renuncia al deseo, un pasaje al acto a veces no muy ruidoso, como
el del funcionario de la breve novela de Melville, Bartleby, el escribiente, que responde,
con voz suave o aflautada, pero cada vez con mayor frecuencia y decisión: “preferiría no
hacerlo” {I would prefer not to}.4
El neurótico en cambio no renuncia al deseo, sino que lo sostiene… reprimido, con el
enorme gasto que eso implica, ya que una fuerza equivalente a la de ese deseo ha de
realizarse para que no emerja, en un constante esfuerzo de desalojo, escribe Freud. El
resultado es una existencia dividida entre un deseo que pugna por expresarse y un constante
esfuerzo que se le opone. Allí situamos el síntoma, en esa división subjetiva que a veces
molesta, duele o aturde bajo la forma de una herida más o menos insoportable, pero que
otras veces resulta camuflada mediante soluciones de compromiso.
(…) los síntomas son resultado de un compromiso entre dos corrientes anímicas, y en un
compromiso se toman en cuenta las demandas de cada una de las partes; y por lo demás cada
una de ellas ha debido renunciar a un fragmento de lo que quería conseguir. Toda vez que se
produjo un compromiso, hubo ahí una lucha, (…) entre el erotismo sofocado y los poderes que
lo mantienen en la represión. En verdad, cuando se forma un delirio esta lucha nunca toca a su
fin. Ataque y resistencia se renuevan tras cada formación de compromiso, ninguna de las cuales
resulta del todo satisfactoria, por así decir. Esto lo sabe también nuestro poeta, y por eso hace
que a su héroe, en este estadio de su perturbación, lo gobierne un sentimiento de insatisfacción,
una peculiar inquietud, como precursora y garantía de posteriores desarrollos.
fjord. My friends went on walking, while I lagged behind, shivering with fear. Then I heard the enormous infinite scream
of nature.”
4 H. Melville, Bartleby, the Scrivener.
En frecuentes casos el síntoma, que inicialmente es un cuerpo extraño para el yo, es
integrado en él como un rasgo de carácter, como una insignia que refleja y representa por
ejemplo las agachadas del padre – que si no es un referente en el plano ético puede serlo en
el plano de la enfermedad -. La duda o la constipación suelen ser admitidas por los
neuróticos obsesivos como hereditarias, el síntoma resulta integrado al yo porque sintoniza
con lo familiar, lo cual resulta económico en el sentido originario del término.
De todos modos, por lo general de nada sirve que el psicoanálisis denuncie ese primer
camuflado del síntoma en el yo. Cuando el análisis golpea al yo, en lugar de afrontar éste su
división, suele responder por él un segundo estrato de integración y ocultamiento del
síntoma que fue bien explicado por Freud en su texto Pegan a un niño. El ser golpeado en
la fantasía sustituye el vínculo con el padre del registro previo del amor narcisista. Hay un
segundo imaginario en la fantasía, un imaginario de resguardo que compensa la división
práctica $ sin levantar la inhibición neurótica.
“La fantasía es la posición del neurótico en el deseo”, resume Lacan en el quinto
capítulo de La dirección de la cura y los principios de su poder, donde explica que
conviene seguir el deseo a la letra, seguir los hilos asociativos que enhebran los sueños y
los síntomas, los lapsus y las afecciones, el humor y las compulsiones. En lugar de
integridad ética, en la neurosis y también en otros tipos clínicos hay enredos, en lugar de
enlaces simples y nítidos hay embrollos, anudamientos defectuosos e innecesarios.
Decir que la fantasía es la posición del neurótico en el deseo es decir también que hay
una érotica del desgarramiento subjetivo, sea éste moral o somático, obsesivo o histérico.
Tanto el erotismo de la voz del Padre en el antiguo testamento como la iconografía cristiana
emergente en la Edad Media han sido reemplazados e integrados por los compromisos de la
neurosis. “Porque te amo te hago sufrir”, “vale la pena”, es decir que la pena vale: la
fantasía da al síntoma un sentido que equivale y reemplaza al sentido religioso o sacrificial
del sufrimiento y de la postergación del deseo. El análisis, que no espera el juicio de Dios
pero se interesa realmente en el juicio íntimo, personal, de cada ser hablante respecto de su
propia acción, va en contra de la postergación y de los camuflados de la división subjetiva.
“Sólo podemos ser culpables de haber cedido en el deseo”, dice la ética del análisis. No es
que habremos de rendir cuentas en otra vida de lo que no hacemos en esta, ya estamos
rendidos a las cuentas, el inconsciente lleva las cuentas de nuestras renuncias. Lo que para
la religión es mirabilis, ordalía o tortura para realizar el juicio de Dios, desde la perspectiva
del análisis es degradación ética del ser, es malversación de la vida al servicio de un dios
oscuro, que se ha apoderado de nuestra dignidad de res eligens.
La neurosis mantiene las elecciones fundamentales en souffrance, demoradas,
preservando así una división del ser que por lo general no experimenta en carne viva,
porque la camufla por identificación con la voz o la mirada, del padre según la tradición, y
hay casos peores. La fórmula que propone Lacan desde los años 50 es la siguiente: si el
síntoma es la división subjetiva $, la fantasía es la identificación con un objeto que de algún
modo sutura y da sentido (de excitación no espiritual sino sexual, valor de goce) a esa
división subjetiva que se expresaba en la duda, en el remordimiento, en la indecisión
paralizante, en el sí, pero no quiero simultáneos e insatisfactorios de la histeria. El síntoma
$ deviene entonces $<>a, donde el a es la mirada o la voz como objeto. El fantasear es
entonces una suerte de auto-tratamiento del síntoma por identificación.
Pero el camuflado del síntoma es todavía un poco más complejo en la neurosis, ya que
ese objeto propio del erotismo, mirada o voz, más evidente en las fantasías y en los
síntomas de otros tipos clínicos, es reemplazado en las neurosis por otras formas del objeto
que están reguladas por la demanda D, y que a su vez permiten olvidar que se trata del
deseo y del erotismo. De ese modo el neurótico logra en tercer término hacer pasar incluso
la fantasía por otra cosa: se trata de un pedir al Otro, demanda oral, o de una exigencia del
Otro –una prohibición, un mandato, un permiso, en cualquier caso el deseo atascado en el
registro anal -. El obsesivo en su fantasía se identifica con la demanda del Otro; supone que
éste le pide que entregue y entonces se identifica en rebelión, no entregando su bolo fecal,
su dinero, su deseo, su monografía. La división queda sellada entonces según la fórmula
$<>D, donde el sujeto se identifica en la demanda del Otro, como si nada tuviera que ver
con el deseo: el Otro le pide y él no entrega ese objeto que ha venido al lugar de la causa
del deseo en el Otro. Podría todavía sorprender que alguien pueda reemplazar con eso la
causa del deseo, pero el obsesivo funciona así, mientras hace pasar su deseo de
contrabando, “por ejemplo” disimulado en el mérito. La identificación con la demanda, con
la exigencia del significante, ha devenido el soporte de un deseo que se sostiene en esa
vacilación electiva en que consiste la duda permanente y la ambivalencia en todo, en el
amor, en el gusto, en el trabajo, en la acción – tiro la piedra, retiro la piedra -.
Algo similar, aunque de sentido inverso, sucede en la histeria. Allí el sujeto atempera su
división subjetiva con demandas dirigidas al Otro. En lugar de tomar al otro como objeto,
le pide, le suplica, le exige, le reprocha, identificándose con esas formas de la demanda que
le permiten mantener su deseo insatisfecho. El hecho mismo de pedir, de protestar, de
regañar, de reivindicar, de reprochar, de intrigar, adquiere un valor erótico que al mismo
tiempo aleja los cuerpos. El hombre de las ratas y el caso Dora de Freud ilustran
admirablemente esa “solución” de compromiso consistente en tratar el síntoma mediante el
recurso de la identificación $<>D, que como vimos implica un doble ocultamiento.
La fantasía así doblemente camuflada en la neurosis viene a coincidir, en el exiguo
formulario lacaniano, con la escritura de la pulsión, que también es $<>D. Aclaremos sin
embargo el malentendido en el que se oculta el neurótico: lo que urge en la pulsión no es la
demanda del Otro o dirigida al Otro, sino el significante que exige equívocamente
satisfacción, y que no necesariamente viene del Otro ni se dirige al Otro. El fin del análisis
para Lacan marcaría nítidamente ese cambio de interpretación de nuestra relación con la
demanda. Su mensaje es que no conviene embrollar en demandas el vínculo con el Otro, el
análisis invita a reconducir la demanda a la pulsión, a dejar la demanda para nuestra
relación con las exigencias equívocas y pulsionantes del significante. Es más interesante y
vitalizante vincularse con el Otro por el deseo que por la demanda.
Mentir al partenaire
Este trabajo de disimulación tan característico de la neurosis, este permanente hacer
pasar una cosa por otra en el plano del deseo, muestra el estilo de empleo que se hace del
síntoma en este tipo clínico. En primer lugar, en lugar de decidir, el ser se divide; en lugar
de elegir, no lo hace, ahorrándose la pérdida que eso implicaría, el primer resultado es la
división subjetiva. En segundo lugar, esta división se camufla integrándola en una instancia
imaginaria de falsa consistencia, sea el yo con su enorme potencial de ignorancia, sea la
fantasía que da un valor de goce al dolor somático o moral del síntoma. En tercer lugar, se
sustituye el objeto a de la fantasía por esa D que parece pulsional, pero que no lo es porque
viene del Otro o está dirigida al Otro, mientras que lo pulsional real no se encuentra del
lado del Otro sino del lado de la cosa, del viviente. La pulsión designa la relación del sujeto
con la mera exigencia del significante, que se impone con esa fuerza constante vislumbrada
por Freud en su teoría de la pulsión, exigencia que no requiere de la presencia del Otro para
hacerse sentir en permanencia.
La verdadera intervención del Otro no ha de esperarse en el plano de la demanda sino en
el del deseo, que siempre viene del Otro, sea que el viviente se fije a él o no, lo haga suyo o
deje de lado. Si la angustia es apertura al deseo, si es la sensación genuina del ser ante el
deseo del Otro, ella señala el momento de tomar una decisión, de atravesar o de cerrar la
puerta. Pero el neurótico, en lugar de aprovechar la certeza ética de la angustia produce un
síntoma, un “equivalente de angustia”, se divide, y luego camufla su cobardía, su tibieza,
con los procedimientos descritos. En lugar de actuar, el neurótico se refugia en la fantasía,
que es al mismo tiempo una actividad y una inhibición en cuanto al actuar que realiza y
transforma. Un neurótico puede ser muy laborioso, un trabajador eficiente. Justamente por
acomodarse a la demanda del Otro puede no tener inhibiciones en el hacer. Su inhibición
específica es en el actuar según el deseo, que tal vez no implica un gran esfuerzo sino una
decisión, un cambio de estado en el ser, una mutación de la división en integridad ética, que
siempre es castrativa, porque implica pagar el precio, pero cura la división.
Por otra parte, Freud explicó muy bien en su texto “Análisis fragmentario de una
histeria” que los mismos síntomas pueden expresar fantasías diferentes, como un odre viejo
puede ser llenado con vino nuevo. Señala el “carácter conservador” del síntoma, que
permanece como formato siempre facilitado para diferentes empleos, para las diferentes
circunstancias en que el neurótico hará uso de su condición.
Así puede verse el empleo fundamental del síntoma: es el recurso último para mantener
la electividad esencial del ser hablante en tanto res eligens, pero sin jugarse, sin actuar
verdaderamente. “El sujeto, por ser sujeto, sólo funciona dividido”, dice Lacan en Mi
enseñanza, y es por eso que para alojarlo y tratarlo de otro modo que en la fantasía, el
análisis ha de desprenderlo de sus formaciones de compromiso, ha de mostrar que en el yo
el síntoma es un cuerpo extraño, muy extraño, aunque el yo se haya adecuado a él y no se
dé por enterado; y que la fantasía, que supuestamente da valor a la división subjetiva, es en
verdad una prueba de falta de valor, de indecisión, de esa forma de ser culpable que merece
o bien el análisis o bien el Apocalipsis, según donde se ubique la instancia de
enjuiciamiento.
En el Apocalipsis, Juan de Patmos anticipa el Juicio en Dios, representándolo en el ángel
que vocifera: “yo reprendo y castigo a todos los que amo”. Su voz descarga palabras
urgentes. “Ten pues ardor y conviértete”. “¡Ojalá fueras frío o hirviente! Acaso porque eres
tibio, y ni hirviente ni frío, voy a vomitarte de mi boca”. Pero eso futuro, Dios te espera un
tiempo todavía, y acaso el neurótico también espera; los deleites de su fantasía tal vez
coincidan con los que imagina Dante, en ese Inferno a medida que acaso nunca llegue a
realizarse, fuera de la fantasía en que cada uno se excita, sufre y goza, manteniendo el
deseo postergado.
El análisis ubica el Juicio en otro tiempo, ahora, y en otro lugar, no en Dios, no en el
Otro, no en el analista, sino en el núcleo más íntimo del ser en análisis. Por eso en el
método analítico no es la voz de Dios la que vomita al tibio por la boca del ángel, sino que
es el analizante mismo quien tiene la libertad de vomitar su tibieza e indecisión. Por
supuesto que para ello deberá entregar su síntoma en su carácter de cuerpo extraño,
entregarlo en carne viva, haciendo la experiencia de lo real de la clínica psicoanalítica, que
es “lo real en tanto que imposible de soportar”, según Lacan. ¿Qué real es el que está allí en
juego sino el etimológico, el real propio del análisis, el real de la cosa que él es, ese reus
culpable por negarse al deseo que ha tomado del Otro, al que se ha fijado, sin todavía
apropiárselo?
Ejemplos flagrantes de uso del síntoma
Del síntoma como posición del ser hay diferentes usos posibles. Se lo puede emplear
para “llamar la atención”, como se dice, para mentir y con esa mentira decir una verdad,
dicho de otro modo para hacerse escuchar, para demorar una decisión, para gozar de un par
de pulsiones manteniendo el deseo en reserva, resguardado por la represión, también para
remover en un análisis las referencias inconscientes a fin de ponerse a punto de decidir – es
el uso analizante del síntoma -. Hay tantos empleos posibles del síntoma que “vale la pena”
dictar un curso que se llama así: Usos del síntoma. Y sin duda no alcanzará el tiempo para
describir las opciones que esta perspectiva clínica y ética abre.
Hay en la historia del psicoanálisis ejemplos flagrantes de “uso del síntoma”.
Es para no decidir entre la candidata asignada por la familia y su mujer amada que el
“Hombre de las ratas” enferma de neurosis obsesiva. Aquello que es el resultado de la
enfermedad, la parálisis de la decisión y de la acción, está en este caso en el propósito de
ella; “la aparente consecuencia de la enfermedad es, en la realidad efectiva, la causa, el
motivo del devenir enfermo”, escribe contundentemente Freud. Ese propósito no es
consciente, y de nada serviría señalarle que él se enferma “a propósito”. Freud enseña a
tomar el síntoma como esa mentira que dice parte de una verdad a desarrollar, y que
designa un real ya alcanzado: esa posición dividida del ser, esa condición de reus que lo
hace culpable incluso de delitos que no ha cometido y de deudas que no ha contraído,
complicando y camuflando su ceder en el deseo, deseo que sin duda ha quedado para él
enredado en demandas equívocas. Incluso su niñera le había dicho, en el momento
traumático de la infancia: “puedes hacerlo pero a condición de no decir nada”. El sujeto se
instala allí mismo en tanto negación del ser hablante, ser hablante que tiene el decir
prohibido. Este sin embargo, aún amordazado, hablará sintomáticamente con sus
pensamientos deliriosos, esos que sus padres podrían adivinar {erraten}, si estuvieran un
poco más atentos.
Freud enseña a llevar el síntoma al estado analizante, ese empleo que es el punto de
partida y la brújula de todo un proceso de revisión de los embrollos del nudo estructural en
que se ha ido enredado el sujeto ya desde antes de nacer, si incluye los ya históricos
pecados del padre y las ambiciones insatisfechas de la madre. El síntoma es lo analizable,
justamente porque puede devenir activo, o activo-pasivo al mismo tiempo, inducir la
repetición de transferencia y devenir así síntoma analizante, que es el verdadero y eficaz
partenaire del analista. Aún dividido y contradictorio, el síntoma analizante habla con
verdad.
No basta entonces con que el sujeto admita su culpa, lo importante es que despliegue los
lazos equívocos por los cuales ha devenido culpable de indecisión. El neurótico no es
amoral, es hipermoral dice Freud, es culpable de lo que no hizo, de lo que hicieron otros, y
todavía no está a la altura de separarse y ser responsable estrictamente de lo que desea y
realiza, o no realiza; es necesario un análisis para que alcance su dignidad ética de res
eligens, ese ser que no tiene otra ley que su deseo.
Dora es otro ejemplo flagrante de uso del síntoma; inicialmente en posición de “alma
bella” reivindicativa, es inducida por Freud a admitir que no sólo hay reproches dirigibles a
otros, el padre y los K., sino que también hay en ella autorreproches, que remiten
rápidamente a las intrigas y las complacencias voluntarias que se inscriben en su cuerpo
histérico, ese cuerpo que rechaza el sexo, que lo delega en Otra mujer, precisamente aquella
que, sin ser su madre, mantiene un vínculo erótico con su padre.
El psicoanálisis toma también casos paradigmáticos de la literatura, el de Hamlet y del
método que guía su locura, mediante la cual literalmente analiza, es decir desmenuza, los
usos y costumbres de la casa real a la que pertenece. Incitado por el fantasma del padre
asesinado en la flor de sus pecados, que con su voz ahora le exige: “No el tálamo real de
Dinamarca, de incesto y de lujuria lecho sea”5.
Uno de los ejemplos más conocidos y divertidos de la literatura es el empleo del síntoma
que relata Molière en Le médecin malgré lui. Se trata del caso de Lucinde, cuyo padre
Géronte estaba muy preocupado en entregarla pronto a Horace, un joven rico, en
matrimonio de conveniencia. Según suele ocurrir, la joven no desea al hombre asignado por
la voluntad paterna sino a otro de menores recursos económicos, en este caso Léandre.
Como su deseo no es escuchado por su padre, enferma. ¿En qué consiste su síntoma?: no
puede hablar. Como suele ocurrir en la clínica, lo metafórico deviene literal. Para tratar ese
síntoma “metiroso”, Molière no encuentra nada mejor que un falso médico, que es obligado
a actuar como tal a pesar de ser un leñador – también por un avatar del amor, la venganza
de su mujer que le hace dar una golpiza para que simule ser médico -.
Luego de la primera revisión de Lucinde, el “médico” diagnostica inmediatamente el
síntoma y se lo comunica al padre: su hija está muda. De acuerdo, ¿pero de dónde viene
eso?, inquiere el padre. Del hecho de que ha perdido la palabra, responde el médico. Muy
bien, dice el padre, pero cuál es la causa de que haya perdido la palabra. Siguen respuestas
desopilantes del “médico”, que pasa de las explicaciones tautológicas (la causa reside en el
impedimento de la acción de la lengua) a las fórmulas en un latín ficticio (Cabricias arci
24 de agosto de 2014.