Teología Sistemática I. 6. Dios El Hijo. EXPOSICION

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Teología sistemática I

6. DIOS EL HIJO

6.1. SU PREEXISTENCIA

Siendo al mismo tiempo perfectamente humano y perfectamente divino, el Señor Jesucristo


es semejante y a la vez distinto a los hijos de los hombres. Las Escrituras son muy claras
respecto a la semejanza de Él con los humanos (Jn. 1:14; 1 Ti. 3:16; He. 2:14-17), y lo
presentan como a un hombre que nació, vivió, sufrió y murió entre los hombres. Pero de
igual manera la Biblia enseña que Él es diferente a nosotros, no solamente en el carácter
impecable de su vida terrenal, en su muerte vicaria y en su gloriosa resurrección y
ascensión, sino también en el hecho maravilloso de su preexistencia eterna.
En cuanto a su humanidad, Él tuvo principio, pues fue concebido por el poder del Espíritu
Santo y nació de una virgen. En cuanto a su divinidad, Él no tuvo principio, pues ha existido
desde la eternidad. En Isaías 9:6 leemos: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado.»
La distinción es obvia entre el niño que nació y el Hijo que nos es dado.
Así también en Gálatas 4:4 se declara: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió
a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley.» El que existía desde la eternidad, llegó a
ser, en la plenitud del tiempo, «nacido (la descendencia) de mujer». Declarando que Cristo
fue preexistente, meramente se afirma que Él existió antes de que se hubiera encarnado,
puesto que todos los propósitos también afirman que Él existía desde toda la eternidad
pasada. La idea de que Él era preexistente sólo en el sentido de ser el primero de todos los
seres creados (la así llamada herejía arriana del siglo IV) no es una enseñanza moderna. Así
las pruebas de su preexistencia y las pruebas para su eternidad pueden ser agrupadas
juntas. Es también evidente que, si Cristo es Dios, Él es eterno, y si Él es eterno, Él es Dios,
y las pruebas para la deidad de Cristo y su eternidad se sostienen unas a otras.

La eternidad y deidad de Jesús es establecida por dos líneas de revelación:


6.1.1. Declaraciones directas, y
6.1.2. Implicaciones de la Escritura

Figura 10. Líneas de Revelación de la Eternidad y Deidad de Cristo

LÍNEAS DE
DECLARACIONES REVELACIÓN DE LA IMPLICACIONES DE
DIRECTAS ETERNIDAD Y LA ESCRITURA
DEIDAD DE
JESUCRISTO

Fuente: Autores

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6.1.1. Declaraciones directas de la eternidad y deidad del Hijo de Dios
La Eternidad y Deidad de Jesucristo están sostenidas en una vasta área de la Escritura, la
cual afirma su infinita Persona y su existencia eterna igual con las otras Personas de la
Trinidad. Este hecho no es afectado por su encarnación. Veamos algunas citas que nos
confirman este hecho:
La Escritura declara en Juan 1:1-2: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y
el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.» De acuerdo a Miqueas 5:2: «pero tú,
Belén Efrata, pequeño para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor
en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.»
Isaías 7:14 afirma su nacimiento virginal y le da el nombre de Emanuel, lo cual significa «Dios
con nosotros». De acuerdo a Isaías 9:6-7, aunque Jesús fue un niño nacido, Él fue también
dado como un Hijo y es llamado específicamente «el Dios fuerte». Cuando Cristo declaró en
Juan 8:58:
«De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy», los judíos entendieron que
esto era una afirmación de la deidad y la eternidad (cf. Ex. 3:14; Is. 43:13). En Juan 17:5,
Cristo, en su oración, declaró: «Ahora, pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella
gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (cf. Jn. 13:3). Filipenses 2:6-7 dice que
Cristo fue «en forma de Dios» antes de su encarnación. Una declaración más explícita se
hace en Colosenses 1:15-19, donde se declara que Jesucristo es, antes de toda la creación,
el Creador mismo, y la imagen exacta del Dios invisible. En 1 Timoteo 3:16 se declara a
Jesucristo como «Dios... manifestado en carne». En Hebreos 1:2-3 el hecho de que el, Hijo
es el Creador y la exacta imagen de Dios se declara nuevamente, y su eternidad se afirma
en 13:8 (cf. Ef. 1:4; Ap. 1:11). La Escritura declara muy a menudo que Cristo es eterno y que
Él es Dios. La educación contemporánea, la cual acepta la Biblia como la autoridad
irresistible con excepción de algunas sectas-, afirma la eternidad y deidad de Cristo.

6.1.2. Implicaciones de que el Hijo de Dios es Eterno


La Palabra de Dios constante y consistentemente implica la preexistencia y eternidad del
Señor Jesucristo. Entre las pruebas obvias de este hecho pueden resaltarse varias:

6.1.2.1. Las obras de la creación son adjudicadas a Cristo (Jn. 1:3; Col. 1:16; He. 1:10). Por lo
tanto, Él antecede a toda la creación.

6.1.2.2. El Ángel de Jehová, cuya apariencia se recuerda a menudo en el Antiguo


Testamento, no es otro que el Señor Jesucristo. Aunque Él aparece algunas veces como un
ángel o aun como un hombre, Él lleva las marcas de la deidad. Él apareció a Agar (Gn. 16:7),
a Abraham (Gn. 18:1; 22:11-12; Jn. 8:58), a Jacob (Gn. 48:15-16; Gn. 31:11-13; 32:2432), a
Moisés (Ex. 3:2, 14), a Josué (Jos. 5:13-14) y a Manoa (Jue. 13:19-22). Él es quien lucha por
los suyos y los defiende (2 R. 19:35; 1 Cr. 21:15-16; Sal. 34:7; Zac. 14:1-4).

6.1.2.3. Los títulos adjudicados al Señor Jesucristo indican la eternidad de su Ser. Él es


precisamente lo que sus nombres sugieren. Él es «el Alfa y Omega», «el Cristo»,

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«Admirable», «Consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Dios», «Dios con nosotros», el
«gran Dios y Salvador» y «Dios bendito para siempre». Estos títulos identifican al Señor
Jesucristo con la revelación del Antiguo Testamento acerca de Jehová-Dios (compárese Mt.
1:23 con Is. 7:14; Mt. 4:7 con Dt. 6:16; Mr. 5:19 con Sal. 66:16, y Sal. 110:1 con Mt. 22:42-
45).
Además, los nombres que el Nuevo Testamento le da al Hijo de Dios se hallan íntimamente
relacionados con los títulos del Padre y del Espíritu, lo que indica que Cristo está en un plano
de igualdad con la Primera y la Tercera Personas de la Trinidad (Mt. 28:19; Hch. 2:38; 1 Co.
1:3; 2 Co. 13:14; Jn. 14:1; 17:3; Ef. 6:23; Ap. 20:6; 22:3), y explícitamente Él es llamado Dios
(Ro. 9:5; Jn. 1:1; Tít. 2:13; He. 1:8).

6.1.2.4. La preexistencia del Hijo de Dios se sobreentiende en el hecho de que Él tiene los
atributos de la Deidad: Vida (Jn. 1:4), Existencia en sí mismo (Jn. 5:26), Inmutabilidad (He.
13:8), Verdad (Jn. 14:6), Amor (1 Jn. 3:16), Santidad (He. 7:26), Eternidad (Col. 1:17; He.
1:11), Omnipresencia (Mt. 28:20), Omnisciencia (1 Co. 4:5; Col. 2:3) y Omnipotencia (Mt.
28:18; Ap. 1:8).
6.1.2.5. De igual manera, la preexistencia de Cristo se sobreentiende en el hecho de que Él
es adorado como Dios (Jn. 20:28; Hch. 7:59-60; He. 1:6). Por lo tanto, se concluye que siendo
el Señor Jesucristo Dios, Él existe de eternidad a eternidad.

Figura 11. Implicaciones de que el Hijo de Dios es Eterno

Los titulos
Las obras de la El Angel de Jehová
adjudicados a
Creación son es el mismo Señor
Jesucristo indican la
adjudicadas a Cristo Jesucristo
Eternidad de su ser

La Preexistencia de
La Preexistencia del
Jesucristo
Hijo de Dios afirma
sobreentiende que
que tiene atributos
es adorado como
de Deidad
Dios

Fuente: Autores

6.2. SU ENCARNACION

Al considerar la encarnación deben de admitirse dos verdades importantes:

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6.2.1. Cristo fue al mismo tiempo, y en un sentido absoluto, verdadero Dios y verdadero
hombre.
Esto es lo que conocemos como la Unión Hipostática es un término técnico que designa la
unión de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Jesús. Cristo es Dios en la
carne (Juan 1:1,14; Col. 2:9; Juan 8:58; 10:30-34; Heb. 1:8). El es plenamente Dios y
plenamente hombre (Col. 2:9); así, tiene dos naturalezas, la de Dios y la humana.
Decididamente, no es "mitad Dios, mitad hombre". Nunca perdió su divinidad, ni hubiese
podido hacerlo.
Continuó existiendo como Dios cuando se encarnó y agregó la naturaleza humana a Su
eterna naturaleza divina (Fil. 2:5-11). Consecuentemente, en Jesucristo está la "unión, en
una sola persona, de una plena naturaleza humana y una plena naturaleza divina".

Figura 12. Consideraciones de la Unión Hipostática

Jesús como Dios Jesús como hombre

Es adorado (Mat. 2:2,11; 14:33). Adoró al Padre (Juan 17).

Se le ora (Hech 7:59). Oró al Padre (Juan 17:1).

No tuvo pecado (1 Ped. 2:22; Fue tentado a pecar (Mat. 4:1).

Heb. 4:15).

Es omnisciente (Juan 21:17). Creció en sabiduría (Luc. 2:52).

Da vida eterna (Juan 10:28). Pudo morir (Rom. 5:8).

En El habita la plenitud de la Deidad Tiene un cuerpo de carne y hueso (Luc


(Col.2:9). 24:39).

Fuente: vidaeterna.org

6.2.2. Al hacerse Él carne, aunque dejó a un lado su Gloria, en ningún sentido dejó a un lado
su Deidad. En su encarnación Él retuvo cada atributo esencial de su Deidad. Su total Deidad
y completa humanidad son esenciales para su obra en la cruz. Si Él no hubiera sido hombre,
no podría haber muerto; si Él no hubiera sido Dios, su muerte no hubiera tenido tan infinito
valor.
Juan declara (Jn. 1:1) que Cristo, quien era uno con Dios y era Dios desde toda la eternidad,
se hizo carne y habitó entre nosotros (1:14). Pablo, asimismo, declara que Cristo, quien era
en forma de Dios, tomó sobre sí mismo la semejanza de hombres (Fil. 2:6-7); «Dios fue
manifestado en carne» (1 Ti. 3:16); y Él, quien fue la total revelación de la gloria de Dios,
fue la exacta imagen de su persona (He. 1:3). Lucas, en más amplios detalles, presenta el

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hecho histórico de su encarnación, así como ambos su concepción y su nacimiento (Lc. 1:26-
38; 2:5-7).
La Biblia presenta muchos contrastes, pero ninguno más sorprendente que aquel que Cristo
en su persona debería ser al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Las
ilustraciones de estos contrastes en las Escrituras son muchas: Él estuvo cansado (Jn. 4:6),
y Él ofreció descanso a los que estaban trabajados y cargados (Mt. 11:28); Él tuvo hambre
(Mt. 4:2), y Él era «el pan de vida» (Jn. 6:35); Él tuvo sed (Jn. 19:28), y Él era el agua de vida
(Jn. 7:37). Él estuvo en agonía (Lc. 22:44), y curó toda clase de enfermedades y alivió todo
dolor. Aunque había existido desde la eternidad (Jn. 8:58), Él creció «en edad» como crecen
todos los hombres (Lc. 2:40). Sufrió la tentación (Mt. 4:1) y, como Dios, no podía ser
tentado. Se limitó a sí mismo en su conocimiento (Lc. 2:52), aun cuando Él era la sabiduría
de Dios.
Refiriéndose a su humillación, por la cual fue hecho un poco menor que los ángeles (He.
2:6-7), Él dice: «Mi Padre es mayor que yo» (Jn. 14:28); y «Yo y el Padre uno somos» (Jn.
10:30), y «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn. 14:9). Él oraba (Lc. 6:12), y Él
contestaba las oraciones (Hch. 10:31). Lloró ante la tumba de Lázaro (Jn. 11:35), y resucitó
a los muertos (Jn. 11:43). Él preguntó: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
Hombre?» (Mt. 16:13), y «no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre,
pues él sabía lo que había en el hombre» (Jn. 2:25). Cuando estaba en la cruz exclamó: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mr. 15:34). Pero el mismo Dios quien así
clamó estaba en aquel momento «en Cristo reconciliando al mundo a sí» (2 Co. 5:19). Él es
la vida eterna; sin embargo, murió por nosotros. Él es el hombre ideal para Dios y el Dios
ideal para el hombre. De todo esto se desprende que el Señor Jesucristo vivió a veces su
vida terrenal en la esfera de lo que es perfectamente humano, y en otras ocasiones en la
esfera de lo que es perfectamente divino. Y es necesario tener presente que el hecho de su
humanidad nunca puso límite, de ningún modo, a su Ser divino, ni le impulsó a echar mano
de sus recursos divinos para suplir sus necesidades humanas. Él tenía el poder de convertir
las piedras en pan a fin de saciar su hambre; pero jamás lo hizo.

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6.3. LA HUMANIDAD DE CRISTO
Cuando hablamos de la humanidad del Señor Jesucristo tenemos ciertas verdades que
sustentan esta obra:

6.3.1. La humanidad de Cristo fue determinada antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-7;
3:11; Ap. 13:8). El principal significado del tipo del Cordero está en el cuerpo físico que se
ofrece en sacrificio cruento a Dios.

6.3.2. Cada tipo y profecía del Antiguo Testamento concerniente a Cristo, anticipa el
advenimiento del Hijo de Dios en su encarnación.
6.3.3. El hecho de la humanidad de Cristo se ve en la anunciación del ángel a María y en el
nacimiento del Niño Jesús (Lc. 1:31-35).

6.3.4. La vida terrenal de Cristo revela su humanidad: Por sus nombres: «el Hijo del
hombre», «el Hijo de David», u otros semejantes; por su ascendencia terrenal: Se le
menciona como «el primogénito de María» (Lc. 2:7), «la descendencia de David» (Hch. 2:30;
13:23), «la descendencia de Abraham» (He. 2:16), «nacido de mujer» (Gá. 4:4), «vástago de
Judá» (Is. 11:1); por el hecho de que Él poseía cuerpo, y alma, y espíritu humanos (Mt.
26:38; Jn. 13:21; 1 Jn. 4:2, 9); y por las limitaciones humanas que Él mismo se impuso.

6.3.5. La humanidad de Cristo se manifiesta en su muerte y resurrección. Fue un cuerpo


humano el que sufrió la muerte en la cruz, y fue ese mismo cuerpo el que surgió de la tumba
en gloriosa resurrección.
6.3.6. La realidad de la humanidad de Cristo se ve también en su ascensión a los cielos y en
el hecho de que Él está allí, en su cuerpo humano glorificado intercediendo por los suyos.

6.3.7. Y en su segunda venida será «el mismo cuerpo» -aunque ya glorificado que adoptó
en el milagro de la encarnación.

Figura 13. Evidencia de la Humanidad de Cristo.

6
En la vida
terrenal
demuestra su
humanidad por
sus nombres

Cada profecia
del A.T
anticipa su Fué
Advenimiento determinada
desde antes de
la fundación del
mundo

Fuente: Autores

6.4. RAZONES BIBLICAS DE LA ENCARNACION

6.4.1. Cristo vino al mundo para revelar a Dios ante los hombres (Mt. 11:27; Jn. 1:18; 14:9;
Ro. 5:8; 1 Jn. 3:16). Por medio de la encarnación, el Dios, a quien los hombres no podían
comprender, se revela en términos que son accesibles al entendimiento humano.

6.4.2. Cristo vino a revelar al hombre. Él es el Hombre ideal para Dios, y como tal, se
presenta como un ejemplo para los que creen en Él (1 P. 2:21), aunque no para los
inconversos, pues el objetivo de Dios en cuanto a ellos no es meramente reformarlos, sino
salvarlos.

6.4.3. Cristo vino a ofrecer un sacrificio por el pecado. Por esta causa, Él da alabanza por su
cuerpo a Dios, y esto lo hace en relación con el verdadero sacrificio que por nuestro pecado
Él ofreció en la cruz (He. 10:1-10).
6.4.4. Cristo se hizo carne a fin de destruir las obras del diablo (Jn. 12:31; 16:11; Col. 2:13-
15; He. 2:14; 1 Jn. 3:8).

6.4.5. Cristo vino al mundo para ser «misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios
se refiere» (He. 2:16-17; 8:1; 9:11-12, 24).

6.4.6. Cristo se hizo carne para poder cumplir el pacto davídico (2 S.7:16; Lc. 1:31-33; Hch.
2:30-31, 36; Ro. 15:8). Él aparecerá en su cuerpo humano glorificado y reinará como «Rey
de reyes y Señor de señores», y se sentará en el trono de David su padre (Lc. 1:32; Ap.
19:16).
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6.4.7. Por medio de su encarnación, Cristo llegó a ser «Cabeza sobre todas las cosas y de la
iglesia», la cual es la Nueva Creación, o sea, la nueva raza humana (Ef. 1:22). En la
encarnación, el Hijo de Dios tomó para sí, no solamente un cuerpo humano, sino también
un alma y un espíritu humanos. Y poseyendo de este modo tanto la parte material como la
inmaterial de la existencia humana, llegó a ser un hombre en todo el sentido que esta
palabra encierra, y a identificarse tan estrecha y permanentemente con los hijos de los
hombres, que Él es correctamente llamado «el postrer Adán»; y «el cuerpo de la gloria
suya» (Fil. 3:21) es ahora una realidad que permanece para siempre.
El Cristo que es el Hijo Eterno, Jehová Dios, fue también el Hijo de María, el Niño de Nazaret,
el Maestro de Judea, el Huésped de Betania, el Cordero del Calvario. Y un día se manifestará
como el Rey de gloria, así como ahora es el Salvador. de los hombres, el Sumo Sacerdote
que está en los cielos, el Esposo que viene por su Iglesia, y el Señor.

6.5. SU MUERTE

En la Escritura se revela la muerte de Cristo como un sacrificio por los pecados de todo el
mundo. De acuerdo a ello, Juan el Bautista presentó a Jesús con las palabras: «He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1: 29). Jesús, en su muerte, fue el
sustituto muriendo en el lugar de todos los hombres. Aunque «sustituto» no es
específicamente un término bíblico, la idea de que Cristo es el sustituto para los pecadores
se afirma constantemente en las Escrituras. Por medio de la muerte vicaria los juicios justos
e inconmensurables de Dios contra el pecador fueron llevados por Cristo. El resultado de
esta sustitución es en sí mismo tan simple y definitivo como la misma transacción. El
Salvador ya ha cargado con los judíos divinos contra el pecador a total satisfacción de Dios.
Para recibir la salvación que Dios ofrece, se les pide a los hombres que crean estas buenas
nuevas, reconociendo que Cristo murió por sus pecados y por este medio reclamar a
Jesucristo como su Salvador personal.
La palabra «sustitución» expresa sólo parcialmente todo lo que se llevó a cabo en la muerte
de Cristo. En realidad, no hay un término que pudiéramos decir que incluye el todo de esa
obra incomparable. El uso popular ha tratado de introducir para este propósito la palabra
expiación; pero este vocablo no aparece ni una sola vez en el Nuevo Testamento, y, de
acuerdo a su uso en el Antiguo Testamento, significa solamente cubrir el pecado. Esto
proveía una base para un perdón temporal «a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados» (Ro. 3:25). Aunque en los tiempos del Antiguo Testamento
se requería nada más que el sacrificio de un animal para el remitir (literalmente «tolerar»,
«pasar por alto», Ro. 3:25) y el disimular (literalmente «pasar por alto» sin castigo, Hch.
17:30) de los pecados, Dios estaba, no obstante, actuando en perfecta justicia al hacer este
requerimiento, puesto que Él miraba hacia la manifestación de su Cordero, el cual vendría
no solamente a pasar por alto o cubrir el pecado, sino a quitarlo de una vez y para siempre
(Jn. 1:29).

6.5.1. Lo que implica la muerte del hijo

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Al considerar el valor total de la muerte de Cristo deben distinguirse los siguientes hechos:
6.5.1.1. La muerte de Cristo nos da seguridad del amor de Dios hacia el pecador (Jn. 3:16;
Ro. 5:8; 1 Jn. 3:16; 4:9); y en adición a esto hay, naturalmente, una acción refleja o
requerimiento moral que se proyecta, a través de esta verdad tocante al amor divino, sobre
la vida de los redimidos (2 Co. 5:15; 1 P. 2:11-25); pero no debe olvidarse que toda demanda
referente a la conducta diaria no se dirige nunca a los inconversos sino a los que ya son
salvos en Cristo.

6.5.1.2. La muerte de Cristo es una redención o rescate pagado a las demandas santas de
Dios para el pecador y para liberar al pecador de la justa condenación. Es significativo que
la palabra discriminadora «por» significa «en lugar de» o «en favor de», y es usada en cada
pasaje en el Nuevo Testamento donde se menciona la muerte de Cristo como un rescate
(Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Ti. 2:6). La muerte de Cristo fue un castigo necesario, el cual Él
cargó por el pecador (Ro. 4:25; 2 Co. 5:21; Gá. 1:4; He. 9:28). Al pagar el precio de nuestro
rescate Cristo nos redimió. En el Nuevo Testamento se usan tres importantes palabras
griegas para expresar estaidea:
Agorazo, que quiere decir «comprar en un mercado» (agora significa «mercado»). El
hombre, en su pecado, es considerado bajo la sentencia de muerte (Jn. 3:18-19; Ro. 6:23),
un esclavo «vendido bajo pecado» (Ro. 7:14), pero en el acto de la redención es comprado
por Cristo a través del derramamiento de su sangre (1 Co. 6:20; 7:23; 2 Pe. 2:1; Ap. 5:9;
14:3-4);
Exagorazo, que significa «comprar y sacar del mercado de la venta», lo que agrega el
pensamiento no sólo de la compra, sino también de que nunca más estará expuesto a la
venta (Gal. 3:13; 4:5; Ef. 5:16; Col. 4:5), indicando que la redención es una vez y para
siempre;
Lutroo, «dejar libre» (Lc. 24:21; Tít. 2:14; 1 P. 1:18). La misma idea se encuentra en el
vocablo lutrosis (Lc. 2:38; He. 9:12), y otra expresión similar, epoiesen lutrosin (Lc. 1:68), y
otra forma usada frecuentemente, apolutrosis, indicando que se libera a un esclavo (Lc.
21:28; Ro. 3:24; 8:23; 1 Co. 1:30; Ef. 1:7, 14; 4:30; Col. 1:14; He. 9:15; 11:35). El concepto de
la redención incluye la compra, el quitar de la venta, y la completa libertad del rescate
individual a través de la muerte de Cristo y la aplicación de la redención por medio del
Espíritu Santo.
Así, también, la muerte de Cristo fue una ofrenda por el pecado, no semejante a las ofrendas
de animales presentadas en tiempos del A.T., las cuales podían solamente cubrir el pecado,
en el sentido de dilatar el tiempo del justo y merecido juicio contra el pecado. En su sacrificio
Cristo llevó sobre «su cuerpo en el madero» nuestros pecados, quitándolos de una vez y
para siempre (Is. 53:7-12; Jn. 1:29; 1 Cor. 5:7; Ef. 5:2; He. 9:22, 26; 10:14).

6.5.1.3. La muerte de Cristo está representada en su parte como un acto de obediencia a


la ley que los pecadores han quebrantado, cuyo hecho constituye una propiciación o
satisfacción de todas las justas demandas de Dios sobre el pecador. La palabra griega
hilasterion se usa para el «propiciatorio» (He. 9:5), el cual era la tapa del arca en el lugar
Santísimo, y que cubría la ley en el arca. En el Día de la Expiación (Lv. 16:14) el propiciatorio
era rociado con sangre desde el altar y esto cambiaba el lugar de juicio en un lugar de

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misericordia (He. 9:11-15). De manera similar, el trono de Dios se convierte en un trono de
gracia (He. 4:14-16) a través de la propiciación de la muerte de Cristo. Una palabra griega
similar, hilasmos, se refiere al acto de propiciación (1 Jn. 2:2; 4:10); el significado es que
Cristo, muriendo en la cruz, satisfizo completamente todas las demandas justas de Dios en
cuanto al juicio para el pecado de la Humanidad. En Romanos 3:25-26 Dios declara, por
tanto, que El perdona en su justicia los pecados antes de la cruz, sobre la base de que Cristo
moriría y satisfaría completamente la ley de la justicia. En todo esto Dios no está descrito
como un Dios que se deleita en la venganza sobre el pecador, sino más bien un Dios el cual
a causa de su amor se deleita en misericordia para el pecador. En la redención y
propiciación, por lo tanto, el creyente en Cristo está seguro de que el precio ha sido pagado
en su totalidad, que él ha sido puesto libre como pecador y que todas las demandas justas
de Dios para el juicio sobre él debido a sus pecados han sido satisfechas.

6.5.1.4. La muerte de Cristo no sólo satisfizo a un Dios Santo, sino que proveyó las bases
por medio de las cuales el mundo fue reconciliado para con Dios. La palabra griega
katallasso, que significa «reconciliar», tiene en sí el pensamiento de traer a Dios y al hombre
juntos por medio de un cambio cabal en el hombre. Aparece frecuentemente en varias
formas en el Nuevo Testamento (Ro. 5:10-11; 11:15; 1 Co. 7:11; 2 Co. 5:18-20; Ef. 2:16; Col.
1:20-21). El concepto en cuanto a reconciliación no significa que Dios cambie, sino que su
relación hacia el hombre cambia debido a la obra redentora de Cristo. El hombre es
perdonado, justificado y resucitado espiritualmente al nivel donde es reconciliado con Dios.
El pensamiento no es que Dios sea reconciliado con el pecador, esto es, ajustado a un estado
pecaminoso, sino más bien que el pecador es ajustado al carácter santo de Dios. La
reconciliación es para todo el mundo, puesto que Dios redimió al mundo y es la propiciación
para los pecados de todo el mundo (2 Co. 5:19; 2 P. 2:1; 1 Jn. 2:1-2). Tan completa y de largo
alcance es esta maravillosa provisión de Dios en la redención, propiciación y reconciliación,
que las Escrituras declaran que Dios no está ahora imputando el pecado al mundo (2 Co.
5:18-19; Ef. 2:16; Col. 2:20).

6.5.1.5. La muerte de Cristo quitó todos los impedimentos morales en la mente de Dios para
salvar a los pecadores en los que el pecado ha sido redimido por medio de la muerte de
Cristo, Dios ha sido satisfecho y el hombre ha sido reconciliado con Dios. No hay más
obstáculo para Dios en aceptar libremente y justificar a cualquiera que cree en Jesucristo
como su Salvador (Ro. 3:26). A partir de la muerte de Cristo el infinito amor y poder de Dios
se ven libres de toda restricción para salvar, por haberse cumplido en ella todos los juicios
que la justicia Divina podría demandar contra el pecador. No hay nadie en todo el universo
que haya obtenido más beneficio que Dios mismo en la muerte de su amado Hijo.

6.5.1.6. En su muerte, Cristo llegó a ser el Sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía
el pecador (Lv. 16:21; Is. 53:6; Lc. 22:37; Mt. 20:28; Jn. 10:11; Ro. 5:6-8; 1 P. 3:18). Esta
verdad es el fundamento de certidumbre para todo aquel que se acerque a Dios en busca
de salvación. Además, éste es un hecho que cada individuo debe creer concerniente a su
propia relación con Dios en lo que toca al problema del pecado. Creer en forma general que
Cristo murió por el mundo no es suficiente; se demanda en las Escrituras una convicción

10
personal de que el pecado de uno mismo fue el que Cristo, nuestro Sustituto, llevó
completamente en la cruz. Esta es la fe que resulta en una sensación de descanso interior,
en un gozo inexplicable y gratitud profunda hacia El (Ro. 15:13; He. 9:14; 10:2). La salvación
es una obra poderosa de Dios, que se realiza instantáneamente en aquel que cree en Cristo
Jesús.

6.5.2. Falacias concernientes a la muerte del hijo


La muerte de Cristo es a menudo mal interpretada. Cada cristiano hará bien en entender
completamente la falacia de las enseñanzas erróneas que sobre este particular se están
propagando extensamente en el día de hoy:

6.5.2.1. Se afirma que la doctrina de la sustitución es inmoral porque, según se dice, Dios
no podía, actuando en estricta justicia, colocar sobre una víctima inocente los pecados del
culpable. Esta enseñanza podría merecer más seria consideración si se pudiera probar que
Cristo fue una víctima involuntaria; pero, por el contrario, la Biblia revela que El estaba en
completa afinidad con la voluntad de su Padre y era impulsado por el mismo infinito amor
(Jn. 13:1; He. 10:7). De la misma manera, en el inescrutable misterio de la Divinidad, era
Dios quien «estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Co. 5:19). Lejos de ser la
muerte de Cristo una imposición moral, era Dios mismo, el Juez justo, quien en un acto de
amor y sacrificio de sí mismo sufrió todo el castigo que su propia santidad demandaba para
el pecador.

6.5.2.2. Se asegura que Cristo murió como un mártir y que el valor de su muerte consiste
en su ejemplo de valor y lealtad a sus convicciones. Basta contestar a esta afirmación
errónea que, siendo Cristo el Cordero ofrecido en sacrificio por Dios, su vida no fue
arrebatada por hombre alguno, sino que Él la puso de sí mismo para volverla a tomar (Jn.
10:18; Hch. 2:23).

6.5.2.3. Se dice que Cristo murió para ejercer cierta influencia de carácter moral. Es decir,
que los hombres que contemplan el hecho extraordinario del Calvario serán constreñidos a
dejar su vida pecaminosa, porque en la cruz se revela con singular intensidad lo que es el
concepto divino acerca del pecado. Esta teoría, que no tiene ningún fundamento en las
Escrituras, da por establecido que Dios está buscando actualmente la reformación de los
hombres, cuando en realidad la cruz es la base para su regeneración.

11
6.6. LA RESURRECCION

La doctrina de la resurrección de todos los hombres, así como la resurrección de Cristo, se


enseña en el Antiguo Testamento. La doctrina aparece tan tempranamente como en el
tiempo de Job, probablemente un contemporáneo de Abraham, y se expresa en su
declaración de fe en Job 19:25-27: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre
el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por
mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí.» Aquí
Job afirma no solamente su propia resurrección personal, sino la verdad de que su Redentor
ya vive y más tarde estará sobre la tierra. Que todos los hombres serán al fin resucitados se
enseña en Juan 5:28-29 y en Apocalipsis 20:4-6, 12-13.
Profecías específicas en el Antiguo Testamento anticipan la resurrección del cuerpo humano
(Job 14:13-15; Sal. 16:9-10; 17:15; 49:15; Is. 26:19; Dn. 12:2; Os. 13:14; He. 11:17-19). La
resurrección de Cristo se enseña específicamente en el Salmo 16:9-10, donde el salmista
David declara: «Se alegró, por tanto, mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también
reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo
vea corrupción.» Aquí David no solo afirma que él espera personalmente la resurrección,
sino también que Jesucristo, a quien se describe como el «Único Santo», no vería la
corrupción, esto es, no estaría en la tumba el tiempo suficiente para que su cuerpo se
corrompiera. Este pasaje esta citado por Pedro en Hechos 2: 24-31 y por Pablo en Hechos
13: 34-37 señalando la resurrección de Cristo.
La resurrección de Cristo se menciona también en el Salmo 22:22, donde seguidamente a
su muerte Cristo declara que El anunciará su nombre a sus «hermanos». En el Salmo 118:22-
24 la exaltación de Cristo de convertirse en la piedra angular se define en Hechos 4: 10-11
significando la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo parece también estar
anticipada en la tipología del Antiguo Testamento en el sacerdocio de Melquisedec (Gn.
14:18; He. 7:15-17, 23-25).
En forma similar, la tipología de las dos aves (Lv. 14:4-7), donde el ave viva es soltada, la
fiesta de las primicias (Lv. 23: 10-11), indicando que Cristo es las primicias de la cosecha de
resurrección, y la vara de Aarón que floreció (Nm. 17:8) habla de la resurrección. La doctrina
de la resurrección de todos los hombres, tanto como la resurrección de Cristo, se establece
así en el Antiguo Testamento.

6.6.1. Las predicciones de Cristo de su propia resurrección


Frecuentemente, en los Evangelios, Cristo predice ambas casas, su propia muerte y su
resurrección (Mt. 16:21; 17:23; 20:17-19; 26:12, 28-29, 31-32; Mr. 9:30-32; 14:28; Lc. 9:22;
18:31-34; In. 2:19-22; 10:17-18). Las predicciones son tan frecuentes, tan explícitas y dadas
en tan numerosos y diferentes contextos que no puede haber duda alguna de que Cristo
predijo su propia muerte y resurrección, y el cumplimiento de estas predicciones verifica la
exactitud de la profecía.

6.6.2. Pruebas de la resurrección de Cristo

12
El Nuevo Testamento presenta una prueba avasallante de la resurrección de Cristo. AI
menos diecisiete apariciones de Cristo ocurrieron después de su resurrección. Estas son las
siguientes:
6.6.2.1. Aparición a María Magdalena (Jn. 20:11-17; cr. Mr. 16:9-11);

6.6.2.2. Aparición a las mujeres (Mt. 28:9-10);

6.6.2.3. Aparición a Pedro (Lc. 24:34; 1 Co. 15:5);

6.6.2.4. Aparición de Cristo a los diez discípulos, que se refiere colectivamente como «los
once», estando Tomás ausente (Mr. 16:14; Lc. 24: 36-43; Jn. 20:19-24)

6.6.2.5. Aparición a los once discípulos una semana después de su resurrección (Jn. 20:26-
29)

6.6.2.6. Aparición a siete de los discípulos en el Mar de Galilea (Jn. 21: 1-23)

6.6.2.7. Aparición a los quinientos (1 Co. 15: 6)

6.6.2.8. Aparición a Santiago el hermano del Señor (1 Co. 15:7)

6.6.2.9 Aparición a los once discípulos en la montaña en Galilea (Mt. 28: 16-20; 1 Co. 15:7)

6.6.2.10. Aparición a sus discípulos con ocasión de su ascensión desde el Monte de los
Olivos (Lc. 24:44-53; Hch. 1: 3-9)

6.6.2.11. Aparición del Cristo resucitado a Esteban momentos antes de su martirio (Hch.
7:55-56)

6.6.2.12. Aparición a Pablo en el camino a Damasco (Hch. 9:3-6; cr. Hch. 22: 6-11; 26:13-
18; 1 Co. 15:8)

6.6.2.13. Aparición a Pablo en Arabia (Hch. 20:24; 26:17; Ga. 1:12, 17)

6.6.2.14. Aparición de Cristo a Pablo en el templo (Hch. 22:17-21; cf. 9:26-30; Ga. 1:18)

6.6.2.15. Aparición de Cristo a Pablo en la prisión en Cesárea (Hch. 23:11)

6.6.2.16. Aparición de Cristo al apóstol Juan (Ap. 1: 12-20). El número de estas apariciones,
la gran variedad de circunstancias y las evidencias que confirman todo lo que rodea a estas
apariciones, constituyen la más poderosa calidad de evidencia histórica de que Cristo se
levantó de los muertos.
En adición a las pruebas que nos dan sus apariciones, puede aún citarse más evidencia que
sostiene este hecho. La tumba estaba vacía después de su resurrección (Mt. 28:6; Mr. 16:6;

13
Lc. 24:3, 6,12; Jn. 20:2,5-8). Es evidente que los testigos de la resurrección de Cristo no eran
gente tonta ni fácil de engañar. De hecho, ellos eran lentos para comprender la evidencia
(Jn. 20:9, 11-15, 25). Una vez convencidos de la realidad de su resurrección, deseaban morir
por su fe en Cristo. Es también evidente que hubo un gran cambio en los discípulos después
de la resurrección. Su pena fué reemplazada con gozo y fe.
Más adelante, el libro de los Hechos testifica del poder divino del Espíritu Santo en los
discípulos después de la resurrección de Cristo, el poder del Evangelio el cual ellos
proclamaron, y las evidencias que sostienen los milagros. El día de Pentecostés es otra
prueba importante, ya que hubiera sido imposible haber convencido a tres mil personas de
la resurrección de Cristo, quienes habían tenido oportunidad de examinar la evidencia si
hubiera sido una mera ficción.
La costumbre de la Iglesia primitiva de observar el primer día de la semana, el momento de
celebrar la Cena del Señor y traer sus ofrendas, es otra evidencia histórica (Hch. 20:7; 1 Co.
16: 2). El mismo hecho de que la Iglesia primitiva nació a pesar de la persecución y muerte
de los apóstoles, sería dejado sin explicación si Cristo no se hubiera levantado de la muerte.
Fue una resurrección literal y corporal, la cual transformó el cuerpo de Cristo conforme para
su función celestial.

6.6.3. Razones para la resurrección de Cristo


Por lo menos pueden citarse siete razones importantes para la resurrección de Cristo.

6.6.3.1. Cristo resucitó debido a quien es Él (Hch. 2:24).

6.6.3.2. Cristo resucitó para cumplir con el pacto davídico (2 S. 7:12-16; Sal. 89:20-37; Is.
9:6-7; Lc. 1:31-33; Hch. 2: 25-31).

6.6.3.3. Cristo resucitó para ser el dador de la vida resucitada (Jn. 10:10-11; 11:25-26; Ef.
2:6; Col. 3:1-4; 1 Jn. 5:11-12).

6.6.3.4. Cristo resucitó de modo que Él sea la fuente del poder de la resurrección (Mt. 28:18;
Ef. 1:19-21; Fil. 4:13).

6.6.3.5. Cristo resucitó para ser la Cabeza sobre la Iglesia (Ef. 1:20-23).

6.6.3.6. Cristo resucitó para que nuestra justificación sea cumplida (Ro. 4:25).

6.6.3.7. Cristo resucitó para ser las primicias de la resurrección (1 Co. 15:20-23).

6.6.4. El significado de la resurrección de Cristo


La resurrección de Cristo, a causa de su carácter histórico, constituye la prueba más
importante de la deidad de Jesucristo. Porque fue una gran victoria sobre el pecado y la
muerte, es también el valor presente del poder divino, como está declarado en Efesios 1:
19-21. Dado que la resurrección es una doctrina tan sobresaliente, el primer día de la
semana en esta dispensación ha sido apartado para la conmemoración de la resurrección

14
de Jesucristo, y, de acuerdo a ello, toma el lugar en la ley del sábado, la cual ponía aparte el
séptimo día para Israel. La resurrección es, por lo tanto, la piedra angular de nuestra fe
cristiana, y como Pablo lo expresa en 1 Corintios 15:17: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe
es vana; aún estáis en vuestros pecados.» Por haber resucitado Cristo, nuestra fe cristiana
está segura, la victoria final de Cristo es cierta y nuestra fe cristiana está completamente
justificada.

6.7. ASCENCION Y SACERDOCIO

6.7.1. El hecho de la ascensión de Cristo


Puesto que la resurrección de Cristo es la primera en una serie de exaltaciones de Cristo, su
ascensión a los cielos puede ser considerada como el segundo paso importante. Esto está
registrado en Marcos 16:19; Lucas 24:50-51 y Hechos 1:9-11.
La pregunta que se ha levantado es si Cristo ascendió a los cielos antes de su ascensión
formal. Se citan a menudo las palabras de Cristo a María Magdalena en Juan 20:17, donde
Cristo dijo: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.» También se cita
la tipología del Antiguo Testamento donde el sacerdote, después del sacrificio, traía la
sangre dentro del lugar Santísimo (He. 9:12, 23-24). Aunque los expositores han diferido en
sus opiniones, la mayoría de los evangélicos interpretan el tiempo presente de Juan 20:17
«subo» como un futuro vivido. Las expresiones en Hebreos de que Cristo entró al cielo con
su sangre se traducen más correctamente «por medio de su sangre» o «a través de su
sangre». La aplicación física de la sangre sólo ocurrió en la cruz. Los beneficios de la obra
acabada continúan para ser aplicados a los creyentes hoy día (1 Jn. 1:7).
Una última pregunta se ha levantado con respecto a si la ascensión en Hechos 1 fue
literalmente un acto. Todo el pasaje sostiene completamente el hecho de que Cristo
literalmente fue al cielo, tanto como El vino literalmente a la tierra cuando fue concebido y
nacido. Hechos 1 usa cuatro palabras griegas para describir la ascensión: «Fue alzado» (v.
9); «le recibió una nube que le ocultó de sus ojos» (v. 9); «El se iba» (v. 10); y «ha sido
tomado de vosotros al cielo» (v. 11), mejor traducido como «recibido arriba» (cf. 9). Estas
cuatro declaraciones son significativas porque en el versículo 11 está predicho que su
segunda venida será en igual manera; esto es, su ascensión y su segunda venida serán
graduales, visibles, corporales y con nubes (Hch. 1:9-11). Esto se refiere a su venida para
establecer su reino, más que al rapto de la iglesia.

6.7.2. Evidencia para la llegada de Cristo al cielo.


Aunque la evidencia para su ascensión desde la tierra al cielo es completa, el hecho de que
se afirme que Cristo haya llegado al cielo confirma el hecho de su ascensión (Hch. 2: 33-36;
3:21; 7:55-56; 9:3-6; 22:6-8; 26:13-15; Ro. 8:34; Ef. 1:20-22; 4:8-10; Fil. 2:6-11; 3:20; 1 Ts.
1:10; 4:16; 1 Ti. 3:16; He. 1:3, 13; 2:7; 4:14; 6:20; 7:26; 8:1; 9:24; 10:12-13; 12:2; 1 Jn. 2:1;
Ap. 1:7, 13-18; 5:5-12; 6:9-17; 7:9-17; 14:1-5; 19: 11-16).

6.7.3. El significado de la ascensión.

15
La ascensión señaló el fin de su ministerio terrenal. Así como Cristo había venido, nacido en
Belén, también ahora El había retornado al Padre. También marcó el retorno a su gloria
manifiesta, la cual estaba oculta en su vida terrena aun después de su resurrección. Su
entrada en los cielos fue un gran triunfo, significando el acabamiento de su obra en la tierra
y una entrada dentro de su nueva esfera de trabajo a la diestra del Padre.
La posición de Cristo en los cielos es de señorío universal mientras espera su último triunfo
y su segunda venida, y se presenta frecuentemente a Cristo a la diestra del Padre (Sal. 110:1;
Mt. 22:44; Mr. 12:36; 16:19; Lc. 20:42-43;22:69; Ro. 8:34; Ef. 1:20; Col. 3:1; He. 1:3-13; 8:1;
10:12; 12:2; 1 P. 3:22). El trono que Cristo ocupa en los cielos es el trono del Padre; no debe
confundirse con el trono davídico, el cual es terrenal. La tierra aún espera el tiempo cuando
será hecho el estrado de sus pies y su trono será establecido sobre la tierra (Mt. 25:31). Su
posición presente es, por supuesto, de honor y autoridad, y manteniéndose siempre como
Cabeza de la Iglesia.

6.7.4. La obra presente de Cristo en los cielos.


En su posición a la diestra del Padre, Cristo cumple las siete figuras que lo relacionan con la
iglesia:

6.7.4.1. Cristo como el último Adán y cabeza de una nueva creación.

6.7.4.2. Cristo como la Cabeza del cuerpo de Cristo.

6.7.4.3. Cristo como el Gran Pastor de sus ovejas.

6.7.4.4. Cristo como la Vida Verdadera en relación a las ramas; Cristo como la principal
Piedra de Angulo en relación a la iglesia como piedras de un edificio.

6.7.4.5. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote en relación a la iglesia como sacerdocio real.

6.7.4.6. Cristo como el Esposo en relación a la iglesia como su novia. Todas estas figuras
están llenas de significado en describir su obra presente. Su ministerio principal, sin
embargo, es como Sumo Sacerdote representando a la Iglesia ante el trono de Dios.

6.7.5. Se revelan cuatro importantes verdades en su obra como Sumo Sacerdote:

6.7.5.1. Como Sumo Sacerdote sobre el verdadero tabernáculo en lo alto, el Señor


Jesucristo ha entrado en el mismo cielo para ministrar como Sacerdote en favor de aquellos
quienes son su propiedad en el mundo (He. 8:1-2). El hecho de que El, cuando ascendió, fue
recibido por su Padre en los cielos es una evidencia que su ministerio terrenal fue aceptado.
El que se sentara indicó que su obra a favor del mundo estaba completada.

El que se sentara en el trono de su Padre y no en su propio trono revela la verdad, tan


constante y consistentemente enseñada en las Escrituras, que El no estableció un reino en
la tierra en su primera venida al mundo, pero que El está ahora «esperando» hasta el tiempo

16
cuando aquel reino vendrá en la tierra y lo divino será hecho en la tierra así como en el
cielo. «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará
por los siglos de los siglos» (Ap. 11:15); el Hijo -Rey aún- pedirá de su Padre, el cual le dará
«por herencia las naciones y como posesión suya los confines de la tierra» (Sal. 2:8).

Sin embargo, la Escritura claramente indica que El no está estableciendo ahora esta
legislación del reino en la tierra (Mt. 25:31-46), sino que más bien está llamando de ambos,
judíos y gentiles, un pueblo celestial el cual está relacionado con El como su cuerpo y novia.
Después de que el propósito presente sea cumplido El retornará y «reedificaré el
tabernáculo de David, que está caído» (Hch. 15:16; cf. vs. 13-18). Aunque El es un Rey-
Sacerdote de acuerdo al tipo de Melquisedec (He. 5:10; 7:1), El está ahora sirviendo como
Sacerdote y no como Rey. El que viene otra vez y será entonces el Rey de reyes, está ahora
ascendido para ser «cabeza sobre todas las cosas» (Ef. 1:22-23).

6.7.5.2. Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo es el dador de los dones espirituales. De
acuerdo al Nuevo Testamento, un don es una capacitación divina traída al creyente y a
través del creyente por medio del Espíritu que mora en él. Es el Espíritu trabajando para
cumplir ciertos propósitos divinos y usar a quien El habita para este fin. El mora con ese fin.
No es de ninguna manera una obra humana ayudada por el Espíritu.

Aunque ciertos dones generales están mencionados en las Escrituras (Ro. 12:3-8; 1 Co. 12:4-
11), la variedad posible es innumerable, puesto que nunca se viven dos vidas exactamente
bajo las mismas condiciones. Sin embargo, a cada creyente le es dado algún don; pero la
bendición y el poder del don será experimentado solamente cuando la vida está totalmente
rendida a Dios (cf. Ro. 12:1-2, 6-8). Habrá poca necesidad de exhortación para un servicio
honrado por Dios para aquel que está lleno con el Espíritu; porque el Espíritu estará
trabajando en él en ambos sentidos, tanto para querer como para hacer su buena voluntad
(Fil. 2:13).
De igual manera, ciertos hombres que son llamados de «entre los hombres» son provistos
y colocados localmente en su servicio por el Cristo ascendido (Ef. 4:7-11). El Señor no dejó
su obra al juicio incierto e insuficiente de los hombres (1 Co. 12:11, 18)

6.7.5.3. El Cristo ascendido como Sacerdote vive siempre para hacer intercesión por los
suyos. Este ministerio comenzó antes de que El dejara la tierra (Jn. 17:1-26), y es para los
salvos más bien que para los no salvos (Jn. 17:9), y continuará en los cielos tanto tiempo
como los suyos estén en el mundo. Su obra de intercesión tiene que ver con la debilidad,
necesidad de ayuda y la inmadurez de los santos que están sobre la tierra -cosas en las
cuales ellos no son en ninguna manera culpables-. El, quien conoce las limitaciones de los
suyos, y el poder y la estrategia del enemigo con quien ellos tienen que luchar, les es a ellos
un Pastor y Obispo para sus almas. Su cuidado de Pedro es una ilustración de esta verdad
(Lc. 22:31-32).

La intercesión sacerdotal de Cristo no es sólo eficaz, sino que también sin fin. Los sacerdotes
de la antigüedad fallaron a causa de la muerte; pero Cristo, puesto que vive para siempre,

17
tiene un sacerdocio inmutable. «Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que
por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (He. 7;25). David
reconoce el mismo cuidado pastoral y su garantía de seguridad eterna (Sal. 23:1).

6.7.5.4. Cristo se presenta actualmente por los suyos en la presencia de Dios. A menudo el
hijo de Dios es culpable de algún pecado que le separaría completamente de Dios si no
estuviera de por medio la abogacía de Cristo y la obra que El efectuó por su muerte en la
cruz. El efecto del pecado sobre el cristiano es la pérdida de gozo, paz y poder espirituales.
Por otra parte, estas bendiciones se restauran según la gracia infinita de Dios sobre la sola
base de la confesión del pecado (1 Jn. 1:9); pero más importante es considerar el pecado
del cristiano en relación con el carácter santo de Dios.
Por medio de la presente abogacía sacerdotal de Cristo en los cielos, hay absoluta seguridad
de salvación para los hijos del Padre Celestial aun mientras ellos están pecando. Un abogado
es aquel que expone y defiende la causa de otro ante los tribunales públicos. En el
desempeño de sus funciones de Abogado, Cristo está ahora en el cielo interviniendo a favor
de los suyos (He. 9:24) cuando ellos pecan (1 Jn. 2:1). Se revela que su defensa la hace ante
el Padre, y que Satanás está allí también acusando sin cesar día y noche a los hermanos, en
la presencia de Dios (Ap. 12:10). Es posible que al cristiano le parezca que el pecado que ha
cometido es insignificante; pero no es así para el Dios santo, quien no podría nunca tratar
con ligereza lo que representa una ofensa a su divina justicia. Aun el pecado que es secreto
en la tierra es un gran escándalo en el cielo. En la gracia maravillosa de Dios, y sin necesidad
de que intervenga solicitud alguna de parte de los hombres, el Abogado defiende la causa
del cristiano culpable. Y lo que el Abogado hace para garantizar así la seguridad del creyente
está tan de acuerdo con la justicia divina, que El es llamado, en relación con este ministerio
de abogar por los suyos, «Jesucristo el justo». El defiende a los hijos de Dios a base de la
sangre que fue derramada en la cruz, y en esta forma el Padre tiene completa libertad para
defenderles contra toda acusación proveniente de Satanás o de los hombres y contra todo
juicio que en otras circunstancias el pecado impondría sobre el pecador; y todo esto se hace
posible porque Cristo, a través de su muerte, llegó a ser la «propiciación por nuestros
pecados» (los pecados de los cristianos) (1 Jn. 2:2).
La verdad referente al ministerio sacerdotal de Cristo en los cielos no está de ninguna
manera facilitando para los verdaderos cristianos la práctica del pecado. Al contrario, estas
mismas cosas son escritas para que no pequemos (1 Jn. 2:1); porque ninguno puede pecar
con ligereza o descuido cuando considera la enorme tarea de defensa que a causa del
pecado del cristiano tiene que realizar necesariamente el Abogado Cristo Jesús.
Puede decirse, en conclusión, que Cristo cumple su ministerio de Intercesor y Abogado para
la eterna seguridad de aquellos que ya son salvos en El (Ro. 8:34).

6.7.5.5. La Obra Presente De Cristo Sobre La Tierra.


Cristo está también obrando en su iglesia sobre la tierra al mismo tiempo que está a la
diestra del Padre en el cielo. En numerosos pasajes se dice que Cristo habita en su iglesia y
está con su iglesia (Mt. 28:18-20; Jn. 14:18, 20; Col. 1:27). El está en su iglesia en el sentido
de que es Él quien da vida a su iglesia (Jn. 1:4; 10:10; 11:25; 14:6; Col. 3:4; 1 Jn. .5:12).

18
Se puede concluir que la obra presente de Cristo es la clave para entender la presente tarea
de Dios de llamar a un pueblo para formar el cuerpo de Cristo, y el poder y la santificación
de este pueblo para ser testigos de Cristo hasta lo último de la tierra. Su obra presente es
preliminar y a ella seguirán los eventos que tienen relación con su segunda venida.

6.8. EL REGRESO POR SUS SANTOS


6.8.1. Profecía que aún no se ha cumplido
La doctrina seleccionada para su desarrollo en este capítulo es uno de los temas más
importantes de la profecía que todavía no se ha cumplido. El estudiante no debe olvidar
que la profecía es la historia escrita de antemano por el Señor, y que ella es, por lo tanto,
tan digna de ser creída como lo son otras partes de las Escrituras. Casi una cuarta parte de
la Biblia estaba en forma de profecía cuando las sagradas páginas fueron escritas. Mucho
de la profecía bíblica se ha cumplido ya, y en cada caso el cumplimiento ha sido la más literal
realización de todo lo que se había profetizado. Tal como fue anunciado muchos siglos antes
del advenimiento de Cristo, El vino en su humanidad como un hijo de Abraham, descendió
de la tribu de Judá y de la casa de David y nació de una virgen en Belén. De igual manera,
los detalles explícitos concernientes a su muerte, revelados en el Salmo 22, unos mil años
antes de la venida de El al mundo, se cumplieron con admirable precisión.
La Palabra de Dios contiene mucha profecía que al presente está todavía en espera de
cumplirse, y es razonable, así como honroso para Dios, que nosotros creamos que dicha
profecía se cumplirá con la misma fidelidad que ha sido la característica de todas las obras
y todos los actos de El hasta el día de hoy. La enseñanza de que Cristo volverá a esta tierra
tal como El era cuando ascendió a la diestra de Dios -«Este mismo Jesús, en su cuerpo de
resurrección y en las nubes del cielo» (Hch. 1:11)- es tan clara y extensamente presentada
en las Escrituras proféticas, que ella ha sido incluida en todos los grandes credos de la
cristiandad. Sin embargo, es una doctrina que debemos estudiar cuidadosamente y con
espíritu de claro discernimiento.
En consideración con la profecía como se relaciona con la futura venida de Jesucristo,
muchos estudiantes bíblicos distinguen la venida de Cristo por su Iglesia, refiriéndose al
arrebatamiento (el tomar a los santos hacia el cielo), de su venida con sus santos para
establecer su reino (su segunda venida formal a la tierra) para reinar por mil años. Entre
estos dos acontecimientos se predicen varios eventos importantes tales como una iglesia
mundial, la formación de un gobierno mundial con un dictador, y una gigantesca guerra
mundial, la cual tendrá lugar cuando Cristo venga a establecer su reino. La venida de Cristo
por su iglesia es el primer acontecimiento en estas series, si se interpretan literalmente las
profecías.
Aunque los acontecimientos de los últimos tiempos, que ocurren después del
arrebatamiento de la iglesia, son dados en muchas profecías en el Antiguo y Nuevo
Testamento, la verdad de que Cristo vendría primero por su iglesia no fue revelada en el
AntiguoTestamento y es específicamente una revelación del Nuevo Testamento.

6.8.2. Profecías del arrebatamiento.


La primera revelación de que Cristo vendría por sus santos antes de que los acontecimientos
de los últimos tiempos se cumplieran fue dada a los discípulos en el aposento alto la noche

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antes de la crucifixión de Cristo. De acuerdo a Juan 14:2-3, Cristo anunció a sus discípulos:
«En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera yo os lo hubiera dicho; voy,
pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y
os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.» Los discípulos
no estaban de ninguna manera preparados para esta profecía. Habían sido instruidos, de
acuerdo a Mateo 24:26-31, con respecto al glorioso retorno de Cristo para establecer su
reino. Hasta este tiempo ellos no habían tenido indicios de que Cristo vendría primero para
tomarlos de la tierra al cielo y por este medio quitarles de la tierra durante el tiempo de la
tribulación que caracteriza el fin de la era. En Juan 14 está claro que la casa del Padre se
refiere al cielo, que Cristo les iba a dejar para prepararles un lugar allí. El promete que,
habiendo preparado un lugar, El vendría otra vez para recibirles allí. Esto significa que su
propósito es tomarles de la tierra a la casa del Padre en los cielos. El apóstol Pablo amplía
luego con amplios detalles este anuncio preliminar.
Escribiendo a los Tesalonicenses con respecto a estas preguntas en cuanto a la relación de
la resurrección de los santos y la venida de Cristo por sus santos viviendo en la tierra, Pablo
da los detalles de este importante acontecimiento (1 Ts. 4:13-18). El declara en los vs. 16-
17: «Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los
que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las
nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.» El orden de
los acontecimientos de la venida de Cristo por sus santos comienza con el dejar su trono en
los cielos y descender en el aire sobre la tierra. El dará una exclamación -literalmente «una
voz de mando»~. Esto será acompañado por la triunfante voz del arcángel Miguel y el sonido
de la trompeta de Dios. En obediencia al mandamiento de Cristo (Jn. 5:28-29), los cristianos
que han muerto serán levantados de la muerte. Las almas de los muertos han acompañado
a Cristo desde los cielos, como se indica en 1 Tesalonicenses 4:14 -«Porque si creemos que
Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él»-, y
entrarán en sus cuerpos resucitados. Un momento después de que los muertos en Cristo
sean levantados, los cristianos que viven serán «arrebatados juntamente con ellos en las
nubes para recibir al Señor en el aire».
En esta manera toda la iglesia será sacada del escenario de la tierra y cumplirá la promesa
de Juan 14 de estar con Cristo en la casa del Padre en los cielos.
Se dan más detalles de ello en 1 Corintios 15:51-58. Aquí la venida de Cristo por su iglesia
se declara como «un misterio», esto es, una verdad no revelada en el Antiguo Testamento
pero revelada en el Nuevo Testamento (cf. Ro. 16:25-26; Col. 1:26). En contraste a la verdad
de la venida de Cristo a. la tierra para establecer su reino, lo cual está revelado en el Antiguo
Testamento, el arrebatamiento está revelado solamente en el Nuevo Testamento. Pablo,
en 1 Corintios 15, indica que el acontecimiento tendrá lugar en un momento de tiempo,
«en un abrir y cerrar de ojos», que los cuerpos resucitados de los muertos los cuales serán
levantados con incorruptibilidad, esto es, no envejecerán y serán inmortales, sin estar
sujetos a muerte (1Co. 15:53).
En la Escritura está claro que nuestros nuevos cuerpos también serán sin pecado (Ef. 5:27;
cf. Fil. 3:20-21). Los cuerpos de aquellos en las tumbas, así como aquellos vivos en la tierra,

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no son aptos para el cielo. Este es el motivo por el cual Pablo declara «todos seremos
transformados» (1 Co. 15:51).
En contraste con la resurrección y al arrebatamiento de la iglesia, la resurrección de los
santos que murieron antes de Pentecostés, o que murieron después del arrebatamiento,
está aparentemente demorada hasta el tiempo de la venida de Cristo para establecer su
reino (Dn. 12:1-2; Ap. 20:4). Los muertos impíos, sin embargo, no son resucitados hasta
después de los mil años de reinado de Cristo (Ap. 20:5-6; 12-13).

6.8.3. Contrastes entre Cristo viniendo por sus santos y su venida con sus santos
La teoría de que el arrebatamiento sucede antes del fin de los tiempos se llama teoría pre-
tribulación, en contraste con la teoría post-tribulación, la cual hace de la venida de Cristo
por sus santos y con sus santos un solo evento. La pregunta de cuál de estas teorías es la
correcta depende de cuán literalmente se interprete la profecía.

Pueden verse un número de diferencias entre ambos acontecimientos:

Figura 14. Diferencia entre la Venida de Cristo por sus Santos y la Venida de Cristo por sus
Santos

La venida de Cristo por sus santos La venida con sus santos

Para tomarlos hacia la casa del Padre en Cuando Cristo retorna del Monte de los
los cielos Olivos y establece su reino.

En el arrebatamiento, los santos que viven Mientras que ningún santo es trasladado
son arrebatados en conexión con la segunda venida de
Cristo a la tierra.

En el arrebatamiento, los santos van al En la segunda venida los santos quedan en


cielo, la tierra sin ser arrebatados.

En el arrebatamiento, el mundo queda sin En la segunda venida el mundo es juzgado


cambiar y sin juzgar y continúa en pecado, y se establece la justicia en la tierra.

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El arrebatamiento de la iglesia es una Que la segunda venida es una liberación de
liberación del día de la maldición que aquellos que han creído en Cristo durante
sigue, el tiempo de la tribulación y han
sobrevivido.

El arrebatamiento siempre se describe La segunda venida de Cristo a la tierra es


como un acontecimiento que es precedida por muchos signos y eventos.
inminente, esto es, que puede ocurrir en
cualquier momento,

El arrebatamiento de los santos es una La segunda venida de Cristo a la tierra con


verdad revelada sólo en el Nuevo eventos que le anteceden y siguen es una
Testamento doctrina prominente en ambos
Testamentos.

El arrebatamiento se relaciona solamente La segunda venida de Cristo a la tierra trata


con aquellos que son salvos, con ambos, salvos y los que no lo son.

En el arrebatamiento Satanás no es atado, En la segunda venida Satanás está atado y


sino que está muy activo en el período que vuelto inactivo.
sigue

Fuente: Teología Sistemática. (Chafer)

También podemos observar otras diferencias, entre las cuales tenemos:


- Como se presenta en el Nuevo Testamento, la profecía no cumplida se da ubicándola entre
la iglesia y el tiempo de su arrebatamiento, el cual se presenta como un evento inminente,
mientras que deben de cumplirse muchas señales antes de la segunda venida de Cristo para
establecer su reino.
- En cuanto a la resurrección de los santos en relación a la venida de Cristo para establecer
su Reino, en el Antiguo y Nuevo Testamento nunca se menciona el arrebatamiento de los
santos vivos al mismo tiempo. Por consiguiente, tal doctrina sería imposible, puesto que los
santos que viven necesitan mantener sus cuerpos naturales con el propósito de funcionar
en el reino milenial.
- En la serie de acontecimientos que describen la segunda venida de Cristo a la tierra no hay
lugar adecuado para un acontecimiento como el arrebatamiento. De acuerdo a Mateo
25:31-46, los creyentes y no creyentes están mezclados todavía en el tiempo de este juicio,

22
el cual viene después de la venida de Cristo a la tierra, y es obvio que no ha tenido lugar ni
el arrebatamiento ni la separación de los salvos con respecto a los no salvos en el descenso
de Cristo del cielo a la tierra.
- Un estudio de la doctrina de la venida de Cristo para establecer su reino con los
acontecimientos que preceden y siguen deja claro que estos acontecimientos no se
relacionan a la iglesia sino más bien a Israel y los gentiles creyentes y no creyentes. Esto
será explicado en el capítulo siguiente. La verdad de la inminente venida de Cristo por su
iglesia es una verdad muy práctica. Los cristianos tesalonicenses fueron instruidos en 1
Tesalonicenses 1:10 a «esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a
Jesús, que nos libra de la ira venidera». Su esperanza no era la de sobrevivir a través de la
tribulación, sino la liberación de la ira de Dios que sería esparcida sobre la tierra (cf. 1 Ts.
5:9 y Ap. 6:17). Como se presenta en el Nuevo Testamento, el arrebatamiento es una
esperanza reconfortante (Jn. 14:1-3; 1 Ts. 4:18, una esperanza purificadora (1 Jn. 3:1-3) y
una expectativa bendita o feliz (Tit. 2:13). Mientras que el mundo no verá a Cristo hasta su
segunda venida para establecer su reino, los cristianos verán a Cristo en su gloria en el
momento del arrebatamiento y será para ellos «la manifestación gloriosa de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13).

6.9. SU REGRESO CON LOS SANTOS

6.9.1. Acontecimientos importantes que preceden a la segunda venida de Cristo


El periodo entre el arrebatamiento de la iglesia y la segunda venida de Cristo para establecer
su reino se dividen en tres períodos bien definidos.

6.9.1.1. Seguirá al arrebatamiento un período de preparación en el cual diez naciones


entrarán a formar una confederación en un resurgimiento del antiguo imperio romano.
6.9.1.2. Sobrevendrá un periodo de paz traído por un dictador en el área del Mediterráneo,
comenzando can un pacto con Israel planeado para siete años (Dn. 9:27).

6.9.1.3. Sobrevendrá un tiempo de persecución para Israel y todos los creyentes en Cristo
cuando el dictador rompa su pacto después de los tres años y medio. Al mismo tiempo él
se convierte en el dictador mundial, abole todas las religiones del mundo en favor de la
adoración de sí mismo, y toma control de todos los negocios en el mundo de manera que
ninguno puede comprar o vender sin su permiso. Este período de tres años y medio se llama
la gran tribulación (Dn. 12:1; Mt. 24:21; Ap. 7:14). En este período Dios derramará sus
grandes juicios (descritos en Ap. 6:1 - 18:24). La gran tribulación culminará en una gran
guerra mundial (Ap. 16:14-16). En el momento culminante de esta guerra, Cristo volverá
para liberar a los santos, los cuales aún no han sido martirizados, para traer juicio sobre la
tierra y para traer su reino de justicia. De los muchos pasajes que describen este período,
es evidente que estos grandes movimientos de conmoción deben preceder la segunda
venida de Cristo, y sería imposible contemplar la segunda venida a la tierra como inminente
en vista de que estos acontecimientos aún no han tenido lugar.

6.9.2. Factores vitales relacionados a la segunda venida

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6.9.2.1. La Biblia enseña que el Señor Jesucristo retornará a la tierra (Zac. 14:4),
personalmente (Mt. 25:31; Ap. 19:11-16), y en las nubes del cielo (Mt. 24:30; Hch. 1:11; Ap.
1:7). De acuerdo con todos los pasajes bíblicos, será un acontecimiento glorioso al cual todo
el mundo verá (Ap. 1:7).

6.9.2.2. De acuerdo a la revelación dada por Cristo mismo registrada en Mateo 24:26-29,
su gloriosa aparición será como un relámpago brillando de este a oeste. En los días que
preceden, descritos como «la tribulación de aquellos días», habrá conmoción en el cielo, el
sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y los mismos cielos
serán conmovidos. En Apocalipsis 6:12-17 y 16:1-21 se dan más detalles. El retorno de Cristo
será visto por todos en la tierra (Mt. 24:30; Ap. 1:7) «y entonces lamentarán todas las tribus
de la tierra» (Mt. 24:30), porque la gran mayoría de ellos son incrédulos que están
esperando juicio.

6.9.2.3. En su segunda venida a la tierra, Cristo es acompañado por santos y ángeles en


dramática procesión. Esto se describe en detalle en Apocalipsis 19:11-16. Aquí Juan escribe:
«Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba
Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en
su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.
Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios. Y los
ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos
blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y El las regirá
con vara de hierro; y El pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y
en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: «Rey de reyes y Señor de señores.»
El hecho de que ésta es una procesión en la cual Cristo es acompañado por todos los santos
y ángeles santos indica que es gradual y puede llevar varias horas. Durante este período la
tierra rotará, permitiendo al mundo entero ver tal evento. La segunda venida culminará en
el Monte de los Olivos, el mismo lugar desde el cual Cristo ascendió a los cielos (Zac. 14:1-
4; Hch. 1:9-12). En el momento que sus pies toquen el Monte de los Olivos, se partirá en
dos y formará un gran valle extendiéndose desde Jerusalén en el este hasta el valle del
Jordán.

6.9.2.4. En su venida, Cristo juzgará primeramente a los ejércitos del mundo desplegados
en la batalla (Ap. 19:15-21). Al establecer El su reino, congregará a Israel y les juzgará (Ez.
20:3-38) en cuanto a su dignidad para entrar en el reino milenial. En una forma similar El
reunirá a los gentiles o «las naciones» y las juzgará (Mt. 25:31-46). El les traerá entonces en
su reino de justicia y paz sobre la tierra, con Satanás atado y toda rebelión abierta juzgada.
Figura 15. Ilustración gráfica de la Venida de Cristo por sus Santos y la Venida de Cristo por
sus Santos

24
ACONTECIMIENTOS DE LA PRIMERA MITAD DE LA TRIBULACIÓN

Fuente: ministerioselbuenpastor.org

6.9.3. La segunda venida contrastada con el arrebatamiento


Existen muchos contrastes entre la venida de Cristo por sus santos y su venida con sus
santos.

Los dos acontecimientos la venida de Cristo por sus santos y su venida con sus santos
pueden distinguirse así en el siguiente cuadro comparativo:

Figura 16. Diferencia entre la Venida de Cristo por sus Santos y la Venida de Cristo por
sus Santos

VENIDA DE CRISTO POR SUS SANTOS VENIDA DE CRISTO CON SUS SANTOS

Nuestra reunión con él La venida de nuestro Señor Jesucristo» (2


Ts.:2:1).

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El viene como “la estrella de la mañana” Como “el Sol de Justicia” (Mal. 4:2).
(Ap. 2:28; 22:16; 2 Pe. 1:19

El día de nuestro Señor Jesucristo(1 Co. 1:8; El Día del Señor (2 Pe. 3:10)
2 Co. 1:14; Fil. 1:6, 10; 2:16)

Un acontecimiento sin señales Debe atenderse las señales de su


proximidad (1 Ts. 5:4; He. 10:25).

Un acontecimiento repentino, en cualquier Cumplimiento de la profecía que le precede


momento. (2 Ts. 2:2, 3).

No hay referencia a la maldad La maldad terminada, Satanás juzgado, el


Hombre de Pecado destruido (2 Ts.:2:8; Ap.
19:20; 20:1-4).

La iglesia quitada de la tierra Volviendo con Cristo (1 Ts. 4:17; Jud. 14-15;
Ap. 19:14).

Las naciones sin cambios Liberadas de la atadura de la corrupción (Is.


35; 65:17-25).

La creación no cambiada Librada de la esclavitud de corrupción (Is.


35; 65:17-25).

La esperanza centrada en Cristo: «El Señor El reino está próximo (Mt. 6:10).
está cerca» Fil. 4:5

Cristo aparece como el Esposo, Señor y El aparece como Rey, Mesías y Emmanuel
Cabeza de la iglesia (Ef. 5:25-27; Tit. 2:13) para Israel (Is. 7:14; 9:6-7; 11:1-2).

Su venida no vista por el mundo Viniendo en poder y en gran gloria (Mt.


24:27, 30; Ap. 1:7).

Los cristianos juzgados en cuanto a Las naciones juzgadas como para el reino (2
recompensas Co. 5:10-11; Mt. 25:31-46)

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Fuente: Teología Sistemática (Chafer)

Obsérvese el siguiente diagrama que daremos a continuación.

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