Ensayo: Jesús Es El Hijo de Dios - Nery Ramos Salazar
Ensayo: Jesús Es El Hijo de Dios - Nery Ramos Salazar
Ensayo: Jesús Es El Hijo de Dios - Nery Ramos Salazar
TEOLOGÍA CRISTIANA
Evangelio de Juan
Ensayo:
“Jesús”, ¿Es el Hijo de Dios?
Profesora:
Yuleisy Vega Gómez
Estudiante:
Nery Mercedes Ramos Salazar
22 de Setiembre, 2022
Introducción
La Biblia, una colección de libros maravillosamente con mensajes armoniosos, fue escrita
por 40 autores de distintos lugares a través de diferentes continentes, personajes que no
se conocían, y que no fueron de la misma generación, es más fueron de largos tiempos de
generaciones. La Biblia fue escrito en un periodo de tiempo de 1,500 años, sin embargo,
estos 66 libros tienen mucha coherencia y armonía. Esto solo demuestra que en esto
intervino una mano poderosa de un ser supremo llamado Dios, el Dios Padre de toda la
humanidad.
El Antiguo Testamento nos revela aproximadamente 300 profecías, las cuales todas se
cumplieron en la vida de Jesucristo y que muestran que realmente él es el hijo de Dios, el
Mesías esperado por el pueblo de Israel o los Judíos. Estas profecías, se hacen una realidad
a través de los hechos históricos que relatan los autores de los cuatro evangelios en el
Nuevo testamento.
Muchos se podrían preguntar Jesús ¿es el hijo de Dios?, este ensayo es para aquellos que
se hacen esta pregunta y que desean entender porque muchos llaman a Jesús el hijo de
Dios, el único cordero que ha expiado los pecados de toda la humanidad.
Con este ensayo usted descubrirá porque es importante conocer la vida de Jesús y que
efecto tiene para cada vida que le reconoce como el hijo de Dios.
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Desarrollo
El testimonio de las Escrituras tocante al uso de la expresión «hijo de Dios» con referencia
a Jesús no puede ser más claro. En la ocasión del bautismo del Señor, según el relato de
Mateo, «… he aquí que los cielos fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía
como paloma y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo, el
amado, en quien he puesto mi complacencia»» (Mt. 3:16–17). Indudablemente la voz que
fue escuchada por Juan el Bautista, fue la del Padre celestial quien se refiere a Jesús,
llamándolo «mi Hijo, el amado». La misma expresión ocurre en Mateo 17:5, cuando en el
monte de la Transfiguración el Padre habla de nuevo para decir: «Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia; a él oíd».
Es evidente que la expresión «mi Hijo amado», usada en Mateo 3:17 y 17:5, guarda una
relación muy estrecha con el Salmo 2:7, donde Jehová dice: «Yo publicaré el decreto;
Jehová me ha dicho: «Mi hijo eres Tú; Yo te he engendrado hoy.»» La referencia a Jesús
en el Salmo 2:7 es confirmada por los escritores del Nuevo Testamento (véanse Hch. 13:33
y He. 1:5). El énfasis en dicha expresión tiene que ver con la relación especial entre Jesús
y el Padre.
No sólo el Padre Celestial reconoce a Jesús como «el Hijo amado», sino que el mismo
Satanás está consciente de esa relación. En Mateo 4:3, 6, el tentador dice a Jesús: «Si eres
Hijo de Dios» (ei huios ei tou theou). Dicha expresión es una condicional simple con la que
se reconoce la realidad de lo que se dice. De modo que Satanás reconoce el hecho de que
Jesús es el Hijo de Dios. Tal vez una mejor manera de expresar el sentido de la frase sería
«ya que eres Hijo de Dios». Satanás está consciente de que Jesús sostiene una relación
especial con el Padre Celestial, que le hace reconocerlo como Hijo de Dios.
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Teólogos de persuasión liberal sostienen que Jesús nunca se refirió a sí mismo como el Hijo
de Dios ni que tal concepto figuró en proclamación pública del Señor. Los eruditos
contemporáneos, siguiendo a Rudolf Bultmann, afirman que la expresión «Hijo de Dios»
usada con referencia a Cristo entró a formar parte del vocabulario cristiano en etapas.
Primero, fue usada por la comunidad de palestinos que a su vez la había copiado de la
tradición judía. Luego pasó a formar parte de la predicación de la iglesia gentil helenística
quien usa dicha expresión para referirse a la naturaleza de Cristo de la misma manera que
la mitología griega concebía a sus titanes como seres mitad divinos y mitad humanos. Sin
embargo, un examen de las Escrituras no muestra apoyo de clase alguna para tal concepto.
Por el contrario, el Nuevo Testamento enseña que Jesús estaba consciente de Su relación
con el Padre Celestial como Hijo de Dios.
El apóstol Juan expresa que su propósito en escribir el evangelio que lleva su nombre es
«… para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis
vida en su nombre» (Jn. 20:31). Las palabras del apóstol Juan tienen un alcance teológico
profundo. Jesús es el Mesías, es decir, el Ungido de Dios, pero es también el Hijo de Dios y
el Salvador. En otro pasaje del mismo evangelio, Juan se refiere a Jesús como el Hijo
Unigénito de Dios (Jn. 3:16). La palabra unigénito (monogene) significa, literalmente,
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«único en su clase y diferente a toda cosa creada». Jesús es Hijo de Dios en un sentido en
que ningún otro ser puede serlo. Cristo, como Hijo de Dios, es de la misma sustancia que
el Padre e igual al Padre en poder y gloria.
Cuando un pecador cree es engendrado de Dios, ese nacimiento tiene lugar. Pero el
nacimiento de Cristo como Hijo de Dios nunca tuvo lugar. Es una realidad eterna. Cuando
un pecador nace de nuevo se convierte en un hijo de Dios. Pero el Señor Jesús nunca
comenzó a convertirse en hijo de Dios. Siempre lo fue. Debido a que el carácter único de
Su nacimiento incluye Su relación eterna como Hijo con el Padre, Juan argumenta que El,
debido a la eternidad de Su existencia, tiene que ser Dios.
La relación de Jesús con el Padre como Hijo Unigénito no tuvo comienzo, sino que es una
relación eterna. En Su oración sumo sacerdotal, Jesús dijo: «Ahora pues, Padre, glorifícame
Tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Jn. 17:5).
De modo que Jesús confiesa haber tenido una íntima relación con el Padre, hasta el punto
de compartir Su gloria, aun antes de la creación del universo.
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Que los israelitas entendieron las implicaciones de la afirmación de Cristo al llamarse «Hijo
de Dios» es el testimonio incontrovertible del Nuevo Testamento. En el mismo evangelio
según San Juan, se relata otro enfrentamiento entre Jesús y los judíos. En esta ocasión
Cristo afirma: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn. 10:30). De nuevo los judíos se
preparan para apedrear a Jesús. El Señor pregunta a los judíos: «¿Por cuáles obras me vais
a apedrear?» Ellos respondieron: «… Por buena obra no te apedreamos, sino por la
blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios» (Jn. 10:33).
Es patente, por lo tanto, que los contemporáneos de Jesús entendieron varias cosas que los
teólogos modernos parecen no comprender: 1) Jesús sí se refirió a Sí mismo como el Hijo
de Dios; 2) los judíos comprendieron las implicaciones de la declaración de Jesús y lo
acusaron de blasfemia; y 3) la expresión Hijo de Dios usada con referencia a Cristo es un
título que implica absoluta deidad. Tanto Jesús como Sus discípulos y los judíos que oyeron
esa expresión entendieron claramente que la frase Hijo de Dios atribuida a Cristo es
equivalente a ser Dios.
El apóstol Pablo, en su epístola a los romanos, presente a Cristo como el Hijo de Dios,
enfatizando la relación especial de Jesús con el Padre. He aquí las palabras del apóstol:
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol apartado para el evangelio de Dios, que
él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, que es del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo
de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos
— (Ro. 1:1–4).
En este pasaje, Pablo presenta a Jesucristo como una Persona teantrópica. Es decir, como
Dios quien ha tomado naturaleza humana. El evangelio, las buenas nuevas de salvación, es
acerca del Hijo de Dios (Persona divina) quien era del linaje de David según la carne
(naturaleza humana). Además, dice Pablo, que Jesús fue declarado Hijo de Dios con poder.
Debe notarse que en cuanto a la carne, es decir, a Su naturaleza humana, Jesús «vino a
ser» (genomenou) o «nació» de la simiente de David (ek spermatas Dauid). Así explica
Pablo el origen de la humanidad de Jesús. Sin embargo, en lo que concierne a Su origen
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divino, Pablo dice que Jesús fue «declarado», «definido» o «designado» (horisthentos) Hijo
de Dios. Nótese que Jesús no fue hecho Hijo de Dios a causa de la resurrección, sino que
fue declarado Hijo de Dios. Es decir que la resurrección de Cristo es una poderosa
confirmación de Su carácter como Hijo de Dios. En resumen, el argumento del apóstol Pablo
no es que Jesús se convirtió en «Hijo de Dios» al resucitar de entre los muertos, sino que
la resurrección de Cristo es una verificación y una manifestación de Su deidad. La
resurrección de Jesucristo es la confirmación de que El es todo lo que dijo ser.
Por supuesto que para llegar a esa conclusión los teólogos de la escuela liberal se ven
obligados a despreciar el testimonio del Nuevo Testamento, particularmente el de los
evangelios. Por ejemplo, Lucas 1:32 dice que Jesús sería «llamado Hijo del Altísimo»; en
Lucas 2:49, Jesús, respondiendo a una pregunta de María dice: «¿No sabéis que yo debo
estar en los asuntos de mi Padre?» Como se ha mencionado dos veces ya, el Padre celestial
(Mt. 3:17; 17:5) se refiere a Cristo como «mi Hijo amado». Jesús se refiere a una relación
íntima entre él y el Padre, cuando dice en Mateo 11:27: «Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre; y nadie conoce perfectamente al Hijo, sino el Padre, y ninguno
conoce perfectamente al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo resuelva revelarlo» (R.
V. 1977). Un escritor católico ha captado bien el concepto nuevo testamentario de «Hijo de
Dios» con referencia a Cristo:
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Jesús llama a Dios no «nuestro Padre» sino «mi Padre». El concepto de la singularidad del
Hijo es calificado a través de la idea de la relación de obediencia al Padre.
Si se acepta el testimonio del Nuevo Testamento como una fiel expresión de la revelación
de Dios y si se acepta que los evangelistas escribieron las palabras de Jesús tal como el
Espíritu Santo les ayudaba a recordar (Jn. 14:26; 16:12–15), no puede soslayarse el hecho
de que Jesús es «el Hijo de Dios» en una forma única y como tal es uno con el Padre en
esencia, en atributos y en gloria.
Al escribir su Evangelio, Marcos quiso presentar a Jesús como el Hijo de Dios. Desde el
comienzo mismo de su obra, Marcos pone un énfasis especial en el título "Hijo de Dios".
Empieza con la siguiente declaración: "Comienzo del evangelio de Jesucristo, el Hijo de
Dios" (Mr. 1:1).
En el contexto del bautismo de Jesús, en Marcos 1:11, aparece la primera escena en que
se describe a Jesús como Hijo de Dios. En esta ocasión, Dios mismo identifica a Jesús desde
el cielo como su hijo. Esta designación de hijo amado clarifica la misión de Jesús en la tierra,
basada en su obediencia y sufrimientos. El bautismo de Jesús marca el principio de un nuevo
comienzo en el trato de Dios con su hijo y con toda la humanidad. En respuesta a su
dedicación en la misión como siervo, hecha en el sometimiento al bautismo, Jesús confirma
su propia conciencia de ser el Hijo de Dios. Marcos 1:11, es una confirmación divina donde
Dios afirma que Jesús es su hijo único, el cual ha sido elegido para la restauración de todas
las cosas. Jesús fue bautizado porque vio en este acto la entrada a su oficio de salvador de
la humanidad. El bautismo de Jesús fue un acto de solidaridad con aquellas personas que
estaban respondiendo a Dios por medio del bautismo.
En la segunda escena, no es Dios quien describe a Jesús como su Hijo, sino que las fuerzas
del mal lo hacen. Marcos 3:7-12 habla de demonios que reconocen a Jesús como "Hijo de
Dios" (v.11), lo cual coincide con su bautismo y glorificación. En Marcos 5:1-20, muchos
demonios mencionan y lo llaman "Hijo del Dios Altísimo" (5:7; cf. 1:24, 34).
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La tercera escena ocurre durante el evento de la transfiguración, en 9:2-13. La escena está
marcada por el hecho de que Jesús manifiesta su gloria y los discípulos le piden quedarse
en aquel lugar. La manifestación de la gloria de Jesús está acompañada de la voz de Dios,
que dice: "éste es mi Hijo amado, ¡Escúchenlo!". Por segunda vez, el evangelista pone en
boca de Dios el título de "Hijo amado" para enfatizar los sufrimientos del siervo sufriente
de Isaías. Después de instigar a los discípulos a oír a Jesús, las palabras que salen de su
boca hablan de sus sufrimientos y padecimientos (9:9, 12). Esto manifiesta que Marcos
interpreta al "Hijo de Dios" bajo el prisma de sus sufrimientos.
La cuarta escena aparece en Marcos 12:1-9. En una forma alegórica Jesús vuelve a tomar
el tema del sufrimiento cuando habla del dueño de una viña que envía a su hijo a los
labradores, quienes lo matan. Jesús se ve a sí mismo como el Hijo que tiene que morir por
el bienestar del mundo.
Desde el comienzo mismo de su obra, Marcos pone un énfasis especial en el título "Hijo de
Dios"
A lo largo del Evangelio de Marcos, fue Dios, Jesús, o los demonios los que usan un título
para referirse a Jesús. Pero la última vez que se identifica a Jesús como "Hijo de Dios" viene
de una fuente inesperada, un centurión romano (15: 33-41). Durante la crucifixión de Jesús,
la confesión del centurión debe entenderse como el punto climático de toda la narración.
Fue en la presencia de la cruz que el centurión fue capaz de entender el misterio de Jesús
como Hijo de Dios. Con la confesión del centurión, Marcos termina su obra literaria
confirmando que Jesús es el Hijo de Dios porque obedeció hasta la muerte, y muerte de
cruz. Jesús murió sufriendo la agonía de la humanidad sobre sí mismo. Este es el hijo de
Dios para Marcos, aquel que tenía que sufrir y morir para salvar al mundo.
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Conclusión
1. La Biblia ha demostrado que Jesucristo es el Hijo de Dios, tanto por medio de las
profecías del Antiguo Testamento, como por medio del Nuevo Testamento por medio
de los Apóstoles y testigos que conocieron a Jesucristo.
2. Marcos termina su obra literaria confirmando que Jesús es el Hijo de Dios porque
obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz. Jesús murió sufriendo la agonía de la
humanidad sobre sí mismo. Este es el hijo de Dios para Marcos, aquel que tenía que
sufrir y morir para salvar al mundo.
3. Lucas 1:32 dice que Jesús sería «llamado Hijo del Altísimo»; en Lucas 2:49, Jesús,
respondiendo a una pregunta de María dice: «¿No sabéis que yo debo estar en los
asuntos de mi Padre?» Como se ha mencionado dos veces ya, el Padre celestial (Mt.
3:17; 17:5) se refiere a Cristo como «mi Hijo amado».
4. Jesús se refiere a una relación íntima entre él y el Padre, cuando dice en Mateo 11:27:
«Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce perfectamente
al Hijo, sino el Padre, y ninguno conoce perfectamente al Padre, sino el Hijo y aquel
a quien el Hijo resuelva revelarlo»
5. Jesucristo y sus contemporáneos, se refirieron a él, como el Hijo de Dios:
1) Jesús sí se refirió a Sí mismo como el Hijo de Dios; 2) los judíos comprendieron
las implicaciones de la declaración de Jesús y lo acusaron de blasfemia; y 3) la
expresión Hijo de Dios usada con referencia a Cristo es un título que implica absoluta
deidad. Tanto Jesús como Sus discípulos y los judíos que oyeron esa expresión
entendieron claramente que la frase Hijo de Dios atribuida a Cristo es equivalente a
ser Dios.
6. Pablo, siervo de Jesucristo, acerca de nuestro Señor Jesucristo, declara que es del
linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, que no cometió pecado, por la resurrección de entre los muertos
— (Ro. 1:1–4).
7. La relación de Jesús con el Padre como Hijo Unigénito es una relación eterna. En Su
oración sumo sacerdotal, Jesús dijo: «Ahora pues, Padre, glorifícame Tú para contigo,
con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Jn. 17:5). De modo
que Jesús confiesa haber tenido una íntima relación con el Padre, hasta el punto de
compartir Su gloria, aun antes de la creación del universo.
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8. El apóstol Juan expresa que su propósito en escribir el evangelio que lleva su nombre
es «… para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo,
tengáis vida en su nombre» (Jn. 20:31). Las palabras del apóstol Juan tienen un
alcance teológico profundo. Jesús es el Mesías, es decir, el Ungido de Dios, pero es
también el Hijo de Dios y el Salvador.
9. Juan se refiere a Jesús como el Hijo Unigénito de Dios (Jn. 3:16). La palabra unigénito
(monogene) significa, literalmente, «único en su clase y diferente a toda cosa
creada». Jesús es Hijo de Dios en un sentido en que ningún otro ser puede serlo.
Cristo, como Hijo de Dios, es de la misma sustancia que el Padre e igual al Padre en
poder y gloria.
10.El Padre Celestial confirma con la expresión «mi Hijo amado», usada en Mateo 3:17
y 17:5, a Jesús como su hijo y guarda una relación muy estrecha con el Salmo 2:7,
donde Jehová dice: «Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: «Mi hijo eres Tú;
Yo te he engendrado hoy.»» Y La referencia a Jesús en el Salmo 2:7 es confirmada
por los escritores del Nuevo Testamento (véanse Hch. 13:33 y He. 1:5) y los ya
mencionados en las conclusiones anteriores.
11.El mismo Satanás está consciente de esa relación de Hijo de Dios. En Mateo 4:3, 6,
el tentador dice a Jesús: «Si eres Hijo de Dios» (ei huios ei tou theou). Dicha
expresión es una condicional simple con la que se reconoce la realidad de lo que se
dice. De modo que Satanás reconoce el hecho de que Jesús es el Hijo de Dios.
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