Evangelio. Billy Graham
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Justo antes de que yo saliera a cumplir con uno de mis compromisos de predicación en
África, un vecino me preguntó con cierto desdén: “¿Por qué va a África a llevar su
religión? Ellos tienen sus propias religiones. ¿Por qué molestarlos con la suya?”. Se
sorprendió mucho cuando le aseguré que no vamos a ninguna parte a predicar
“religión”.
A lo largo de los siglos, ha habido cientos de miles de personas que han tenido la misma
dedicación de Pablo, el principal apóstol: “Sin embargo, considero que mi vida carece
de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que
me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la
gracia de Dios” (Hechos 20:24). Hay miles de religiones, pero solo un evangelio.
Pablo dijo: “No me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación
de todos los que creen” (Romanos 1:16).
Dios es tan rico que no vende nada de esto. Aun los más ricos son tan lastimosamente
pobres que no podrían comprarlo. Es un regalo gratuito: por fe, por medio de la fe, y
nada más.
Aun entre los cristianos, hay una ignorancia generalizada en cuanto a los ingredientes
que componen el evangelio. La Biblia nos advierte sobre quienes “quieren tergiversar el
evangelio de Cristo” (Gálatas 1:7). ¿Acaso hay advertencia más severa que las palabras
de Gálatas 1:9? “Si alguien les anda predicando un evangelio distinto del que recibieron,
¡que caiga bajo maldición!”. Dado que este evangelio es el evangelio de la gloria de
Dios, la persona que predica “otro evangelio” (es decir, un poco de ley, un poco de
gracia, un poco de Cristo, un poco del yo, un poco de fe, un poco de obras) le roba la
gloria a Dios y la esperanza al pecador.
No hay nada más importante para conocer y tener en claro en nuestra mente, que el
evangelio de Jesucristo. El Nuevo Testamento insiste en que somos salvos por creer el
evangelio. Si usted cree el evangelio, será liberado del castigo y el poder del pecado
aquí y ahora, y cuando esta breve vida terrenal termine, irá al cielo. Si no cree el
evangelio, estará perdido en las tinieblas de afuera. Cualquier cosa que determine
nuestro destino eterno, sin duda, merece que la estudiemos con máxima atención.
¿Qué es, entonces, el evangelio de la gracia de Dios? Si la Biblia enseña que somos
salvos por creer el evangelio, ¿qué es lo que debemos creer?
Esto está en total armonía con el resto del Nuevo Testamento, ya que debemos recordar
que Cristo no vino principalmente a predicar el evangelio (aunque proclamó libertad a
los prisioneros), sino más bien, vino para que hubiera un evangelio que predicar. Este
evangelio fue ganado y hecho realidad por la obra de Cristo en ese cruel madero.
Él vino del cielo a la tierra con un extraño propósito. Era tan diferente del de todo otro
ser humano, que se aferra a la vida y que pasa la vida empeñado en vivir. El Señor Jesús
vino con el propósito de morir. Aunque la muerte no tenía derecho alguno sobre Él,
nació para morir.
Simón Pedro declaró: “Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo
por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios” (1 Pedro 3:18). Todos hemos
quebrantado las leyes de Dios y hemos desobedecido abiertamente sus mandamientos, y
por ello, todos estamos bajo sentencia de muerte. Pecar contra un Dios infinitamente
santo es incurrir en una culpa infinita y exige un sacrificio infinito. Pero el infinito Hijo
de Dios, nuestro Señor Jesucristo, murió; y al morir, satisfizo plenamente cualquier
reclamo que hubiera en nuestra contra.
La diferencia vital
Si alguien, en nuestro país, fuera sentenciado a muerte por asesinato, y uno de sus
amigos fuera ante el juez, diciendo que morirá gustosamente en lugar del condenado, el
tribunal se vería obligado a sentenciar que, según nuestras leyes, un hombre no puede
morir en lugar de otro.
Pero Dios no está atado por las leyes de los hombres. “Pero el Señor quiso quebrantarlo
y hacerlo sufrir, y […] él ofreció su vida en expiación” (Isaías 53:10).
En realidad, el Señor Jesús fue muerto, en la mente y en el plan de Dios, desde antes de
la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). Para el ojo de la fe, la muerte de Jesucristo
está tan cerca de nosotros como lo estuvo para el ladrón que murió junto a Él.
Pero Pablo no se limitó a declarar la obra de la cruz. El hecho de que el Señor Jesús
murió para salvar es una mitad del evangelio; el hecho de que resucitó de los muertos
para guardar es la otra mitad. Ambas partes son esenciales en el evangelio completo de
la gracia de Dios. Jesús habría sido un Salvador insuficiente si hubiera permanecido
muerto. El hecho de que murió y ahora vive en el cielo por nosotros demuestra que Él es
un Salvador completamente suficiente.
La diferencia vital entre nuestra fe sobrenatural y todas las religiones naturalistas del
mundo es la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
“Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (1 Corintios 15:3). Esta es la
única base sobre la cual un Dios santo y recto puede perdonarle a usted sus pecados y
recibirlo para sí. El que fue crucificado, ahora vive en la gloria, en el poder de la
resurrección. El Dios todopoderoso lo ha declarado Príncipe y Salvador.
Recíbalo con sus ojos: “Mirad a mí, y sed salvos” (Isaías 45:22, RV60). Recíbalo con
sus pies: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré
descanso” (Mateo 11:28). Recíbalo con sus manos: “El que quiera, tome gratuitamente
del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17). Recíbalo con sus labios: “Prueben y vean que
el Señor es bueno” (Salmos 34:8). Recíbalo con sus oídos: “Escúchenme y vivirán”
(Isaías 55:3). Recíbalo con su voluntad: “Elijan ustedes mismos a quiénes van a servir”
(Josué 24:15). Recíbalo con su corazón: “Confía en el Señor de todo corazón”
(Proverbios 3:5).
Si usted lo recibe, Él lo recibirá a usted, y descubrirá que este evangelio, que habla de la
muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo por usted, es poder de Dios para
salvación eterna.