Breve Antología (Jaroslav Seifert)

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Jaroslav Seifert recibió el Premio Nobel de Literatura en 1984.

Al premiarle se
reconocía el valor de su poesía, pero también el hecho de ser el único superviviente
de una generación de poetas extraordinaria, única en la historia de su país, que vivió,
sufrió y cantó con maestría los acontecimientos del siglo XX. Seifert parte de las
vanguardias de los años veinte, se integra en el ‘poetismo’ de influjos dadaístas y
cultiva la poesía revolucionaria. A partir de los años treinta su obra se inclina hacia un
clasicismo que se remansa y se enraíza en su Praga natal para dar a luz libros de gran
belleza que culminaron con Ser poeta en 1983. La Academia Sueca, al concederle el
Premio Nobel, destacó que «con su poesía, de una sensualidad ardiente y gran riqueza
de invención, da una imagen liberadora de una humanidad indomable y diversa».
Jaroslav Seifert

Breve antología
ePub r1.1
Titivillus 08.10.2019
Jaroslav Seifert, 1984
Traducción: Clara Janés
AGRADECIMIENTO

Quiero dar las gracias a Jaroslav Seifert, a la Unión escritores checos, a Adriana
Krasová, Hedvika Vydová y Jan Kriska que me han procurado los libros gracias a
los cuales he podido realizar esta antología, y de modo especial a Jirka Mlejnková
por su inapreciable colaboración.

C. J.
«Creo, pero si he de ser sincero diré más bien sólo opino, que lo que suele llamarse
poesía es un gran misterio único, del cual el poeta, y concretamente cada uno, desvela
un poco o un mucho. Luego deja la pluma o cierra la máquina de escribir, se queda
pensativo y, al anochecer, muere.»

JAROSLAV SEIFERT
Toda la belleza del mundo
Recorrer la obra de Jaroslav Seifert tal vez sea seguir un camino que se inicia
con la frescura del sol matutino, corre hacia el esplendor del mediodía y va luego
pausadamente acercándose al crepúsculo, cediendo a la envoltura de luces cada vez
más difusas y a la vez contrastadas de destellos, recreándose más en la reflexión y el
recuerdo. Esta última etapa de recorrido no se parece, sin embargo, a una agonía, sino
todo lo contrario. Se diría que precisamente, rebasada la madurez del día, irrumpe
el poeta con su voz más real y poderosa, aunque aparezca ésta como envuelta en un
velo mágico donde la nostalgia y el sueño fluyen «como fluyen los años», y se aleje
de aquella capa de brillante colorido que hostigaba al brinco, a la pirueta y al juego
casi fantástico del comienzo.
El comienzo, no obstante, fue ése para muchos, los que sintieron la fascinación
de los inventos de principios de siglo, los que vivieron en el entusiasmo futurista y
el optimismo de los años veinte, y pensaban en París como en su tierra prometida.
Jaroslav Seifert, que nació en el barrio pragués de Zizkov en el año 1901 y en
su adolescencia vivió el fervor por la Revolución de octubre, lo que se refleja en sus
primeros poemas vinculados a la estética del grupo Devétsil (Nueve fuerzas) para el
cual la poesía debía servir a la causa del proletariado, participó pronto de este sentir
incorporándose al movimiento llamado poetismo, que, fecundado por dadá, creó el
gran poeta Vitezlav Nezval en 1924. Si las dos primeras obras de Seifert Ciudad en
lágrimas (1921) y El amor mismo (1923), responden a las ideas del Devetsil, En las
ondas (1926), El ruiseñor canta mal (1926) y Paloma mensajera (1929) se sitúan ya
en la línea poetista que pretendía que el poema fuera «seductor y accesible como el
deporte, el amor, el vino y otras exquisiteces.»
Pero la madurez meridiana atrajo hacia el nítido horizonte de Seifert estelas
metafísicas y decantó su poesía hacia el clasicismo: La manzana de tu regazo (1933),
Las manos de Venus (1936), Primavera, adiós (1937). Seifert se alzó con estas obras
como el gran maestro del verso que nunca ha dejado de ser.
En la misma línea de perfección y equilibrio se hallan los libros donde laten los
acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial: Casco de tierra (1945) y Canción
de la victoria (1950).
Si París —sueño casi infantil— fue el horizonte de los años de poetismo, Praga
se alza ahora como verdadera protagonista de la poesía de Seifert y lo seguirá siendo
hasta el final. No sólo es recuerdo, realidad y promesa en obras como Vestida de
luz (1940), Puente de piedra (1945) y Praga (1956), sino en Concierto en la isla
(1965), El cometa Halley (1967) y hasta El paraguas de Picadilly (1979) y Ser poeta
(1983). Praga y la poesía, pues el paisaje exterior, que es siempre esa ciudad, incluso
en su ausencia, se imbrica estrechamente con el paisaje interior. Por ello la poesía,
ese misterio que poco o mucho van desvelando los poetas y, «concretamente cada
uno», está siempre presente, sobre todo en estas últimas obras. Y lo están también
«cada uno» de ellos, como sucede en el «Homenaje a Vladimír Holan» del libro Ser
poeta, donde con manos cálidas y amorosas, Seifert da cauce de poema a las aguas
del río deslumbrante que fue su generación.
Ser poeta aparece en 1983, año en que Seifert llega a los 82. Quizá se acerque ya
la noche, pero la noche no es la muerte, como tampoco lo es la misma muerte para el
poeta. Si bien tal vez eso signifique seguir en la carrera inacabable, signifique que su
obra —como dice Seifert le sucede al poeta— deba seguir corriendo indefinidamente
detrás de la poesía, sin poder pararse a respirar.

CLARA JANÉS
I

POESÍA

1936-1983
PRIMAVERA DE 1936

¿Dónde están tus pinceles, Botticelli?


Desde la concha la ternura de Venus,
pero la tierra se eleva hacia la luz
de mano de los trabajadores, que dieron tumbos
al retumbar de la máquina y el yunque.

La pequeña guarida demasiado poco oculta


y el nido clavado en el borde de la roca,
las chozas de la miseria, las catedrales,
cuya fecha de construcción fue borrada…
esta es la tierra que amamos.

Es una medianoche primaveral, suavemente llueve


en la crecida espuma de las flores
y los cometas de los reflectores
corren sobre la colina.
Como jugando en su vuelo
con una estrella del firmamento.

La araña, que se mece silenciosa


dibujando sus blasones melancólicos,
no nos dio la principesca espada.
Llegará el tiempo en que alguien la levante
y limpie su herrumbroso filo.

La cruz de la espada se proyecta en los sueños de los niños


como custodio suyo, siempre alerta,
y despierta a los que se olvidaron
de enloquecer por la belleza de la tierra
Dónde están tus pinceles, Boticcelli?
PRIMAVERA EN LAS REDES DE LOS PESCADORES

En las redes del pescador orladas de corchos


está la primavera. Los dientecillos de las yemas
de los árboles nos sonríen
cuando hacia atrás miramos.

En las redes del pescador orladas de corchos


y aun tres veces dobladas
hay también estrellas. Ellas me conocen,
siempre una se acuerda

y me ilumina, cuando voy a casa


y busco en la oscuridad el amado umbral.
Pocos son los que consiguen esto:
tener por amigas las estrellas del cielo.

En las redes del pescador orladas de corchos


quedó atrapado el viento. Su risa
es esa risa que conocen todas las mujeres
cuando entre sí hablan de hombres.

En las redes del pescador orladas de corchos,


por las pequeñas garras quedó prendido el frágil miedo.
Este es el miedo que los hombres conocen
cuando hablan entre sí de las mujeres.
CANCIÓN DE AMOR

Oigo lo que no oyen los demás,


pies descalzos pisando terciopelo.

Suspiros bajo el sello de una carta,


el estremecimiento de las cuerdas, cuando las cuerdas no tiemblan.

Huyendo alguna vez de la gente,


veo lo que no ven los demás.

El amor, vestido con la risa


que se oculta en las pestañas sobre los ojos.

Cuando todavía tiene copos de nieve en los bucles,


veo florecer la rosa en el rosal.

Oí al amor partir
cuando unos labios rozaron los míos por primera vez.

Quién, sin embargo, detendrá mi esperanza:


ni siquiera el miedo al desengaño

para que a tus rodillas no se ponga.


La más hermosa suele estar loca.
CANCIÓN DE LA PRIMAVERA Y LA MUERTE

A la memoria de F. X. S.

Si te acercas a aquel silencioso vergel


al que no va nadie,
te encontrarás en medio de la arboleda
que bordea las dunas del silencio.
Mires donde mires es primavera,
verás sólo blanco y blanco.
Y hasta al ángel que inclina el rostro
sobre el jarrón antiguo

le ronda la cabeza una flor blanca


y él aprieta suavemente el jarrón.
Nunca es tan triste morir
como en primavera.

Es primavera, y como al beber el vino chispeante


los ojos brillan.
Ya sé por qué es el blanco
color de luto en China.
EL ABANICO DE BOZENA NÉMCOVÁ

El tiempo que en silencio baila sobre el reloj


y ordena a las heridas que se curen
cerró hace ya mucho el abanico en tu mano
y con pie ligero pasó por encima de las frentes

que como las huellas en la nieve de marzo


se desvanecieron después con la brisa,
y desapareciendo en ese eterno ciclo
se han ido transformando en blanca anémona.

La pátina de los tiempos cubre con leve velo


todo aquello que rozó la ruina,
tan sólo el abanico quedó y con él tu nombre
y el perfume, el perfume de lejanas primaveras checas.

Cuando suavemente bajo el peso de las patitas de las abejas


se abrió la flor y marchitó después,
cuando en las pequeñas gotas sonrosadas oímos
claramente el sonido de un dúctil cabello de muchacha,

cuando en mayo me quedé, sólo en silencio sorprendido,


en éxtasis ante la eterna belleza de las bellezas,
cuando me decía: Tierra mía hermosa,
tú sola nos has dado la vida,

cuando bajo la carga en silencio sucumbíamos,


cuando bajo nuestros pies caía la hoja marchita,
nosotros en el interior de un capullo tan cerrado
no pudimos leer nuestro propio destino.

Ese abanico, que provocaba besos,


es para mí algo más que un mero abanico.
En sueños hablamos con lo realmente inexistente,
y yo me encontré hoy con su sueño.
¡QUE DIFÍCIL ME FUE!

¡Qué difícil me fue


abandonar para siempre
los muros amados! Hubo momentos
en los que pensé que no podía vivir
sin sus sombras, que en tanto superan
a nuestra breve vida.

La rosa de los vientos ya no invita


a lejanías extrañas
y sus destellos tal vez para mí se han extinguido,

Y los árboles verdes


con raíces ampliamente agarradas
van al mismo paso que yo.
SI SE ENTERRARAN LOS AMORES…

Si se enterraran los amores


habría aquí un cementerio apacible.
Sin sirenas, nada por ninguna parte.
La isla está vacía.

Y el tiempo desgarró ya a la música


que agitaba en la sala
el atractivo de los encajes.
Y desgarró también los encajes. Eso lo sabe hacer.
Y de sus hilos
hizo ovillos,
en los que suenan sólo los guisantes
en el gaznate del pato. Es así como se hacía.

De un teatro cercano
venían aquí, a veces, bailarinas,
cuando salían de los ensayos.
Hoy la isla pertenece a la poetisa, como el libro y la rosa.

Y también a las golondrinas.


Golondrinas felices,
mientras piaban, ella lloraba.

Era tan jovencita


cuando oyó las sirenas de la vida.
Pero no se hizo atar
ni se puso cera en los oiditos
como aquel cobarde aventurero.

Con alegría corrió a su encuentro,


y murió por ello.
—¿Y qué hubiera pasado,
me preguntó de pronto mi hijita,
si las golondrinas fueran rosas?

esta pregunta no supe contestar.


HASTA AHORA NO SE LO HE DICHO A NADIE

Hasta ahora no se lo he dicho a nadie,


pero yo estuve allí.
Los pájaros nocturnos serán mis testigos
las lechucitas y los caprimulgos
que ven bien incluso en la oscuridad
No se suele creer a los niños.
Se dice que mienten,
pero yo estuve allí, ¡yo estuve allí aquella vez!

Fue pasada ya la medianoche,


las estrellas centelleaban, como si llorasen,
y yo temblaba de frío en los últimos peldaños,
muy arriba, como en lo alto
de la escala de Jacob.
Estaba sólidamente en tierra
y se apoyaba en una nube.

Y a la mitad del camino por encima de las nubes de estrellas


me paralicé de horror:

el arpa dorada
caía en picado del vacío al vacío,
girando en torno a la tierra
tenía unas cuerdas rotas
y era como un ala arrancada
a la espalda de un ángel.

¡Quizá sucedió con la tormenta cósmica


que arroja la arena diminuta de las estrellas
en los trigales!
Las mariposas de las albercas,
de pronto asustadas, al instante levantaron el vuelo
de la piedra húmeda.

Qué pasó cuando subí


hasta la misma cima de la escalera,
lo diré enseguida:
Se me puso a latir el corazón por un recuerdo

Desde la seda negra


—tal era la oscuridad—
una hermosa estrella se deslizó ligera
y flotó en el silencio de una órbita,
grande como la luna llena
vista desde la ventana.
Brillaba como la leche
coloreada tan sólo por la flor
había caído en ella.

Esa belleza la había podido entrever ya una vez.


Fue mi primer secreto.
Pero no fue un pecado, ella no lo sabía.
Cuando se desnudaba,
tenía el rostro vuelto.
Hace ya tiempo que murió.

Mientras bajaba de nuevo


hacia los nidos de las alondras
y los gallos anunciaban ya la aurora,
otra cosa pude ver.
—¿Qué? ¡di!
El rayo de Alción.
Y debajo, en algún sitio, chirriaba una carroza anticuada,
cuyas ruedas aplastaban las manzanas caídas,
y en el horizonte estaba Rip[1].
UNA VEZ FUI CORRIENDO DETRÁS DE MI PADRE

Una vez fui corriendo detrás de mi padre


una concentración popular.
Allí se oía otra canción:
No habrá ni reyes ni emperadores,
¡y romped las cadenas!

Hubiera querido romperlas


pero entonces aún no sentía su peso
y tan sólo me gustaban
el gorro frigio,
los tambores y sus correas
y los harapos de la bandera deshilachada a tiros.

Y al día siguiente corrí hacia el castillo presidencial


por las escaleras más hermosas del mundo
y, emocionado, contemplé la ciudad.
De tener un laúd y saber tocarlo,
en aquella ocasión me hubiera puesto enseguida a cantar,
mientras con el azul del cielo
y las sonrisas,
que no me pertenecían,
tejía mis deseos. Eran juveniles
y hacían reír.

Luego, lo borré todo


y empezó lo mismo de nuevo.
Por dónde vagué,
ya no lo recuerdo,
pero un momento me vuelve siempre ante los ojos:

Por la puerta entreabierta vi una sala donde se bailaba.


Las cortinas de las ventanas eran solemnes
y era como ver a la juventud bajo palio.
Muchachas vestidas de blanco, muchachas vestidas de rosa
y bailarines en negro traje de etiqueta
giraban alrededor de hermosos presentimientos.

Un hechizo así puede hasta cortar la respiración.


Y luego alguien de golpe cerró la puerta.
AMANTES, CAMINANTES NOCTURNOS…

Amantes, caminantes nocturnos,


van de tiniebla a tiniebla
hacia el banco vacío
y despiertan a los pájaros.

Sólo las ratas que anidan con el cisne


en la orilla del lago y bajo las ramas del sauce,
los asustan a veces.

Los ojos de la cerradura brillan en el cielo,


y cuando una nube los vela
es que alguien pone la mano en el picaporte
y el ojo que pretendía ver el misterio
mira vanamente.

—Yo quisiera abrir esa puerta,


mas no sé cuál,
y además me da miedo lo que hay detrás.

Pero ya caían los dos juntos


y sosteniéndose estrechamente en el abrazo.
en ese estado de ingravidez
se mecían en espasmos de sorpresa.

Y las sombras bailan. Llevan coronitas


de guano, de herrumbre y margaritas,
y su capa
está hecha de crepúsculos rojos extinguidos al atardecer.

Aquellos dos, sin embargo, con los labios unidos


siguen aún fuera del mundo
tras la puerta del cielo.
—Cuando caigas, agárrate firmemente a mí
y no pierdas el pañuelo.
ALGUNA VEZ NOS ATAN LOS RECUERDOS…

Alguna vez nos atan los recuerdos


y no hay tijeras que puedan cortar
hilos tan fuertes.
¡O cuerdas!

¿Ves el puente que está jumo a la casa de los artistas?


A unos pasos delante del puente
los guardias mataron a tiros a un obrero
que iba delante de mí.

Tenía yo entonces apenas veinte años,


y siempre que voy por allí
tropiezo con el recuerdo.
Él me toma de la mano y vamos juntos
hasta la puerta del cementerio judío,
por donde entonces escapé
a sus metralletas.

Pasaron los años con inseguro paso hacia adelante


y yo me fui con ellos.
Años y años,
hasta que el tiempo se detuvo.
SI SE PUDIERA DECIR AL CORAZÓN…

Si se pudiera decir al corazón:


¡No corras!
Si se le pudiera ordenar: ¡arde!
Ya se apaga.
Falta aún un zapatito,
Falta aún la palma de una mano,
falta aún un dedal,
para que la llave gire y se abra la puerta
por la que entramos y lloramos
debido a esa belleza terrible
a la que se llama vida.
No os avergoncéis, Jesús también lloró.
Ayer brillaron con mucha claridad las estrellas.

¿Por qué tiene que hablar de sí mismo un solo tallo,


cuando hay hierba?
Yo me disculpo ante vosotros
sólo pido dos palabras.

Cuando me derrumbé ya de dolor


la muerte se mojó el dedo con saliva
para apagarme
esa roja llamita de la sangre,
llegó aquélla que me era más próxima,
se arrodilló junto a mí,
y se inclinó más todavía
para insuflarme en los pulmones como a un ahogado
su dulce aliento, con largos besos.

Y aquel, que ya casi se marchaba,


abrió otra vez los ojos
para agarrarse con las manos desesperadamente
a los hombros inclinados y los cabellos
Tal vez es posible incluso vivir sin amor,
pero morir sin él
es desesperación.

¡Falta aún una hojita,


falta aún un granito,
falta aún lo que cabe en la punta de un alfiler!
para que pueda mecerme aún un rato más
al húmedo solcito de la feminidad,
que nos trae y nos lleva,
busca y omite,
impulsa y frena,
derriba y eleva,
ata y desata,
mima y mata,
ala y ancla,
lazo y rayo,
rosa y zarpa hasta el final.
EL TÍMIDO SUSURRO DE LA BOCA BESADA…

El tímido susurro de la boca besada


que sonríe: por un sí
que hace tiempo no escucho.
Ni tampoco me toca.
Sin embargo quisiera encontrar aún palabras
que estén amasadas
de miga de pan.
Pero el pan se ha puesto mohoso
y el perfume amargo.
Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas
y me ahogan
cuando quiero asirlas.
Matarlas no puedo,
y a mí me matan.
¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!
Si pudiera obligarlas a bailar para mí
se quedarían mudas.
Y aún cojearían.

Sin embargo sé muy bien


que el poeta está obligado siempre a decir más
que lo que esconde el rumor de las palabras.
Y eso es la poesía.
De lo contrario con la llave inglesa del verso no podría
arrancar el capullo de la melosa envoltura
y obligar al hielo
a que os recorra la espalda
mientras desnuda la verdad.
SOBRE EL PUENTE DE TROYA SE HALLABA AÚN…

Sobre el puente de Troya se hallaba aún


el ejército de Schörner,
pero los alemanes huían ya.
Y los deseos amamantados en sangre
se tendían de la esperanza a la seguridad.
Y la seguridad es un metal
con el que se pueden acuñar monedas
con el sonriente rostro de la libertad.

Mayo pertenecía en otro tiempo a los amantes,


ahora ya no les pertenece del todo.
Los hombres corren en busca de las armas
escondidas bajo las raíces de las hierbas
que saben callar.
Si hubieran tenido más tiempo,
habrían derribado hasta su propia casa
para hacer las barricadas más sólidas,
y en lugar de taparlas con sacos de arena
lo hubieran hecho con sus propios cuerpos.

¡Qué pena que no oí


lo que me dijo la enfermerita
que corría con las vendas!
¡Aún se disparaba!
Tenía sangre en el uniforme
y en la mejilla barro,
pero en los ojos algo tan hermoso
que me estremecí.
El primer soldado ruso nos echó en las manos
unos cuantos puñados de tabaco negro.
Pero antes de que pudiera llenarme la pipa,
la guerra había acabado.
TEATRO DE TYL

a Frantisek Hampl

Que Don Juan traspase con un estoque al comendador,


la música se ha impuesto ya al silencio
y el telón se levanta.
¡Qué hacer hoy con el comendador!

¿Y el conde Almaviva?
Teme a los cuernos.
Pues el bello Cherubino está detrás del sillón
vestido de transparentes velos
y falta ya poco para que salte por la ventana al jardín.

Hasta hoy no se han podido aún


ventilar los olores
de estas sombras queridas
ni barrer el polvo de sus viejas pelucas.

Para otra sombra, sin embargo, abro


ese palco de patio.

Con un pañuelo tres veces anudado


solía sentarse allí un poeta checo.
Quizá era tímido,
pero, de todos modos, besó
la tímida, infantil boca de aquella que…
Mas para qué contarlo, ¡ya la conocéis!

¡Cuántas personas estaban dispuestas


a darlo todo por ella!
Y lo hicieron.
Hasta entregar la vida.
¡Y la entregaron!

Para que nosotros pudiéramos cantar.


ISLA DE STVANICE

Unos pasos en la hierba cubierta de polvo


un día al atardecer…
y de tu cuello se colgará el deseo
hasta la muerte.

Estar próximo y estar más cerca aún


y enviar la mano
a por un puñado de placer.
El placer es, en verdad, inagotable,
pero nunca hay bastante.
Y nerviosamente los dedos arrancan ya
hasta el crepúsculo de las sombras,
tímidas, perplejas,
pues el misterio, que voló, precipitado
quiere regresar.

No sé por qué tendrían las mujeres que desechar


con todos los mitos
el mito de su feminidad.

El mundo con él es más hermoso.


De qué serviría entonces el baile,
que, de todas maneras, es menos que el abrazo,
¡pero aun así!
Isla de amor, alguien musita
sobre tu marchita hierba.
Ése soy yo
cuando los amantes esperan en la orilla
que la luna, remando, se esconda tras las nubes,
que en la lejanía se enciendan las lámparas de las orillas
y se apague el río.

Desde ese momento tuve que escribir versos


y los cabellos de mujer, como un enjambre de abejas,
me zumban en la cabeza.
LA PUERTA DE LA PÓLVORA

Cuando solía bajar corriendo


desde la periferia a la Puerta de la pólvora
descubrí Praga.
Me metía por las callejuelas antiguas
y sentía un estremecimiento.

En las cervecerías tintineaban los vasos


y el amor arrastraba allí, por el empedrado,
sus pobres encajes.
Y yo corría hacia la Plaza vieja
seguía hasta el río.

Por Navidad había mercado en la plaza.


Al atardecer los vendedores encendían
las llamitas de las lámparas de gas
y colocaban las naranjas de sus cestas
formando pirámides
como los artilleros colocaban las balas junto al cañón
antes de que empezara la batalla.

Y fue ese el tiempo infinito


de las soledades de un muchacho.
Una vez me sonrió
una chica desconocida.
Sostenía entre los labios una rosa rota
ya un poco marchita,
y me susurró algo a los ojos.

Me di a la fuga
y escapé por la Puerta de la pólvora,
y al meter la llave en la cerradura de mi casa
aún me latía el corazón.

De todos modos, en mi vida, nunca he huido del amor.


¡Triste rosa!
Se marchitó sin mí.
Pero posiblemente en ese punto empezó todo.
¡Fue ella! ¡Fue la rosa!
ESQUELETO DE BALLENA

Fueran donde fueran aquellos dos,


había ojos por todas partes.
Sobre las alas de las mariposas de la selva del Amazonas
que están colocadas encima de espejos
para que puedan verse las alas también desde abajo,

entre colibríes
que encienden sus delgados picos,
para que las flores, con tintineante chisporroteo, estallen
y ardan en sus colores,
hasta delante del horroroso gorila,
que siempre recuerda a alguien.

Casi todo el mundo, sin embargo, se paraba


ante el esqueleto de ballena.
Se eleva como un fantasma sobre las cabezas,
como si presagiara una catástrofe.

No sé cuánto pagaron en su día por él,


¡pero hasta una piedra de oro hubieran dado
por un momento de soledad
aquellos dos!

Así era entonces el tímido amor


en esta ciudad hermosísima
por la que se oían músicas
apenas los pastos empezaban a verdecer.

Sólo la sala del señor Joaquín Barrand,


donde en una silla dormitaba el vigilante,
estaba vacía.

Allí los labios finalmente se encontraban


en el beso, que se prolongaba más
de lo que aguantaría un buzo bajo el agua
cuando busca perlas.

¡Bien, y no hablemos más de amor!


¿Y qué hay de los trilobites?

Años y años pasaron deprisa


y los trilobites del devónico…
a sus millones de años
se añadieron aún cuarenta y cinco
y puede que uno más.
CALLEJUELA DE DIFUNTOS

Era en otoño
y se escribía el año dieciocho,
Los fusiles apilados en pirámide bordeaban aquí y allá
a ras de las casas,
la Guerra había terminado.

Los soldados heridos


en silencio se arrastraban por una calleja
donde no podías entrar
para que no se supiera
adónde iban.
Las muchachas en ropa interior se peinaban en las ventanas
sus revueltas melenas.

Las palabras, que entonces aprendí


sólo de los poetas,
la palabra Deseo,
la palabra Sueño, la palabra Amor,
significaban para mí otra cosa
que escurrirse por el pasillo
donde colgaba una cruz
y olía a water,
donde el sucio revoque
estaba tan pulido por los codos
que parecía la pared de una capilla
con oscuras piedras semipreciosas.

No me detuve hasta llegar a las escaleras


camino de San Nicolás,
para poder sentarme
y apartar de mí el miedo
y el atractivo horror.

Pero las caras de las ventanas


con una blanca capa de polvos
iban tras de mí por el pasadizo
hacia el templo.

Cerré los ojos para no ver.


La primera, la segunda
y otras dos
se sentaron, sin embargo, cerca en las escaleras,
y, sonriendo,
dejaban que el tirante de sus camisas
se deslizara libremente por sus brazos.
¡Dios! ¡Aún hay luz
y la gente va por ahí!

Una de ellas tenía una cicatriz en la mejilla,


la otra dos dientes de oro en la fachada,
la tercera estaba borracha,
la cuarta tenía una inscripción en la frente.
Pero alguien me susurró al oído:
¡Abre los ojos!

De lo hondo del templo,


como bajo terciopelo, tintinearon
las campanillas de la misa,
y la escalera estaba vacía.
ANTE LA PUERTA DE MAIWO

Con la barbilla apoyada en las rodillas solía sentarme


ante la verja del castillo
y miraba pelear a los gigantes.
Uno con un palo, el otro con una daga.
Tenía tiempo de sobras,
esperaba el final de aquel combate.

La guerra, por entonces, poco a poco retrocedía,


me sonaban las tripas.
Y había hambre.
Pero ¿qué le importa al cielo
cuándo llega la primavera?
En los tejados, los palomos
rondaban a las palomas arrullándolas ridículamente
y suaves lloviznas rosas, azules
caían sobre Praga.
Bajo el funicular, sobre la hierba,
las violetas sonreían a los zapatos
y el vagón se caía entre las flores bajo el tejado,
donde sonaba el timbre.

Y en ese momento la fuente antigua


me salpicó de agua
como con una gota de leche la mujer que amamanta,
al darse cuenta
de que no miro amorosamente
el rostro del niño.

Por lo demás, la belleza de las mujeres


abrió hasta los ojos ciegos de Homero,
pero era ya viejo.

Luego me limité a esperar pacientemente


a que cayera el mazo y rugiera el cráneo,
a que el viento arrebatara el sombrero cardenalicio
del pórtico del palacio
donde se había posado una mariposa,
a que las gárgolas vomitaran delante de mí
las vedijas de plata del cielo limpio,
sobre el que no había ni una mancha,
y alguna uniera a mis pasos
los ojos de su sonrisa.

Esta es toda la historia.


No satisface.
Pero no hay asesinatos en ella.
Por lo menos no muchos.
Y aún espero.
Y es que ni siquiera la daga, que la mano sostiene en alto,
se ha hundido en las costillas,
que es lo que anhela.
EL ARPA DE EOLO

a Laco Novomesky

En el tejado de la villa, durante muchos años, se oyó


el arpa de Eolo.
En días de alegría, como en días de pena,
cuando había guerra,
en días de muerte,
en días de llanto, en días de dolor,
y hasta cuando llovía
y en el cielo encendía la tormenta
un relámpago tras otro.

Éramos aún muchachos,


corríamos por la hierba de una finca vecina
y escuchábamos
cómo tocaba el viento.

Luego los marineros bombardearon desde el Aurora


el Palacio de Invierno
y a la villa se trasladó
Vladimír Alexandrovic Antonov Ovsejenko,
quien con la espada en una mano
y el revólver en la otra,
conquistó el Palacio de Invierno al frente de sus gentes.
Fue ejecutado.

Pero todavía hoy lo veo vivo:


siempre en pie, sonriente, junto al busto de Lenin.
Y los inteligentes ojos de Lenin
miraban adormilados por la ventana sobre su cabeza
el panorama de Praga
velado por el humo de la estación de ferrocarril.

Una primavera el viento derribó el arpa


sobre las matas del jardín
llenas de azul de violetas.
En el suelo parecía un farol pisoteado,
de aquéllos que al anochecer iluminaban a los campesinos
en su camino a la cuadra.
Era para llorar.

¡Fue un músico ingrato


el viento!
Rompió el antiguo instrumento
que había tocado durante tantos años
y se fue volando.
EN LA VILLA BERTRAMKA[2]

Si alguna vez existió el paraíso,


no fue en este planeta,
La tierra gira alrededor de su eje
para que el tiempo
de todos los humanos sufrimientos
eternamente fluya.

Pero el paraíso existió.


Sin duda, en alguna de las estrellas.
¿Quién puede concretar con precisión
dónde se hallan esos jardines celestiales?

Mas, si existe en el paraíso la belleza,


no podemos imaginarla,
a no ser recordando nuestro mundo.

Los encantos de las mujeres,


el perfume de las flores,
la alegría de los niños
y los colores de las alas de las mariposas.
Si el cielo está ahí,
no puede haber debajo lugar para el dolor.
La gente allí no llora
y las lágrimas son allí más escasas
que las perlas en nuestros ríos.

De allí llegó.

Y cuando se puso a tocar


y la trenza se movía por su espalda,
dejaron de musitar hasta las conchas
y aguzaron sus orejitas de porcelana.
¿Por qué no pensaron entonces en cerrar la puerta?
¿Por qué no desengancharon los caballos de la calesa?
¡Se fue tan pronto!
Y por las puertas de la tierra negra
volvió al lugar de donde viniera.

Tras él quedó sólo un pobre mechón de cabello,


y además otra cosa
que hace la vida más hermosa.
ESTRELLA PALACIO ESTIVAL

Era de nuevo primavera.


Por debajo de la alambrada
salían los polluelos a la hierba
y los niños los cogían en las palmas de las manos.
Pero hasta la mano del niño puede ser dura.

Tras un largo muro y sobre las cimas de los árboles


vemos desde la ventana el tejado del palacete estival.
Por todas partes hubo en tiempos campos de batalla
¡Ya lo sabéis!
¿Y qué no lo fue?
Y por todas partes, alrededor de los caminos, en las zanjas
yacían los caídos.

Al pie de la Montaña Blanca hay actualmente un parque de tanques,


allí se entrenan los soldados
y a veces resopla con dificultad el motor de los carros blindados.

Pobres nidos de perdiz.


Pobrecita hierba,
¡lo que pueden llegar a soportar sus tallos!

Pero ¿a quién suplicar,


a quién hacer que jure,
y a quién obligar con la fuerza de los puños?
¿A las nubes? ¿Al cielo? ¿Al viento? ¿A las piedras?
¿O bien sólo a los hombres?

Cuando la vida del niño se alce de la tierra,


¡que no le duela!
Se duerme mal cuando hay cardos y grava
debajo de la cabeza.
ISLA DE KAMPA[3]

Cuando alguien llame a la puerta y digas: pase,


será el cartero
y te traerá una carta
transmitiendo mi deseo de sentarme
una vez más en tu mesa.

Abrirás la ventana casi a ras del agua


—amamos a ese río, ¿verdad?—
y el viejo puente, en silencio, nos pasará por encima.
Sobre el liso mantel de blancos flecos
habrá una lámpara.
Sólo la torre de la ciudad antigua se fijará
en quién ha entrado en tu casa.

Hacia azules vendavales, a toda prisa, volaron


las trigas de Schnircha.
Eran domingos, eran hermosos días
y por los hielos que fluían
se precipitaba la primavera a la ciudad.
Y para mis adentros rápido inventaba
las palabras de ternura
por las que asciende el amor.
Sin embargo, en la orilla donde el parapeto acaba,
hay un molino y sobre él una torre.
Y también ella sonreía.
Y las mujeres jóvenes sólo sonreían
y pasaban, cuando me daba la vuelta.
Pero ellas sonreían a todo.

Cierra esa ventana, del río sube humedad,


y enciende la lámpara.
Así se iluminaba
cuando éramos niños.
La mesa brillaba, pero en los rincones había oscuridad.
Aquella lámpara era el faro del hogar.
Buenas noches.

Ahora, por favor, ilumíname,


al final del pasillo quizá me esperen las tinieblas.
CUANDO FLORECE EL SERBAL

Cuando florece el serbal


llega a ratos su perfume
a mi ventana,
sobre todo al atardecer y después de la lluvia.

Los árboles están a unos minutos,


en la calle, doblando la esquina…
Y este año, antes de que pudiera acercarme a ellos,
los mirlos, con alboroto,
picotearon sus frutos rojos.

Sin embargo, cuando bajo los mismos árboles


aspiro su perfume,
la vida en torno a mí
se comba de placer,
como si me acariciaran
las tiernas manos de una mujer.
TAN SÓLO UNA VEZ…

Tan sólo una vez he visto


el sol ensangrentado de ese modo.
Y luego nunca más.
Con malos augurios se ponía en el horizonte
y parecía que alguien hubiera abierto de una patada
la puerta del infierno.
Pregunté por qué en el observatorio
y ya lo sé.

Conocemos el infierno, está en todas partes


y camina con dos patas.
¿Y el paraíso?
Puede que el paraíso no sea
sino una sonrisa
mucho tiempo esperada,
y una boca
que susurre nuestro nombre.

Y luego el breve momento de vértigo


en que a toda prisa podemos olvidar
ese infierno.
LA CAZA DEL MARTÍN PESCADOR

¡Cuántas veces se me han ocurrido versos


hasta en un cruce de calles,
mientras el semáforo estaba rojo!
¿Por qué no?
Incluso es posible enamorarse
en un momento tan breve.

Pero antes de atravesar la calle


y llegar a la otra acera,
me he olvidado de los versos.
Entonces podía aún
sacármelos de la manga,
pero la sonrisa de la que cruzaba delante de mí,
la recuerdo aún hoy.

En Kralupi, bajo el puente del ferrocarril,


muchas veces cuando era muchacho
subía hasta la copa de un sauce hueco
y entre las ramitas, sobre el río,
pensaba y soñaba
en mis primeros versos.

Pero para no mentir, diré que pensaba


y soñaba también
en el amor de las mujeres,
y miraba cómo por el agua
navegaba el junco arrancado.

La Pascua estaba ya cercana


y el aire lleno de encantos primaverales.
Hasta que una vez vi un martín pescador
sobre una flexible ramita.

En toda mi larga vida


no he visto otro,
aunque mis ojos han anhelado por mucho tiempo
conocer esa belleza diminuta.

Aquella vez hasta el río olía fuerte,


con ese olor agridulce
de los largos cabellos de mujer
que desbordan los hombros
y caen por el cuerpo desnudo.

Cuando, pasados unos años,


hundí la cara en esas cabelleras
y abrí los ojos,
en un abismo soleado pude ver
hasta el fondo del amor.

En la vida hay momentos excepcionales


en que estoy de nuevo en Kralupi
bajo el puente del ferrocarril.
Todo sigue como entonces,
hasta el sauce
pero eso es sólo una figuración,
la Pascua vuelve a estar cercana,
el aire lleno de hechizos de primavera
y el río huele.
Y es que a diario, bajo mi ventana,
por la mañana temprano, se embalan los pájaros
y cantan a la vez,
y el canto de uno tapa el canto del otro,
y los dulces sueños,
que en general tenemos hacia el alba,
se evaporan.

Pero eso es lo único


que podría reprocharse a la primavera.
LA CHISTERA DEL SEÑOR KRÖSINGER

Hubo un tiempo en que la ciudad de Praga,


entre todas las ciudades de Europa,
como Londres, Roma y París,
era pobre de llorar.
¿Qué tenía excepto el castillo?
Una bandada de palomas en la torre de la iglesia de San Nicolás,
el observatorio
y las uvas ácidas de Grobovka.

París hervía.

Praga con sus geranios en las ventanas


y sus modestas cortinas
de barato cáñamo,
era tranquila y amable como la flor
del escaramujo.

Por la orilla, lentamente, se paseaba


una alta chistera.
Pertenecía al señor Krösinger,
cantante del Teatro Nacional.
Era algo particular
y creo que, en Praga, único.
Excepto quizá en los camerinos de teatro.

Recordaba las conocidas chisteras


de los prestidigitadores
cuyos ágiles dedos sacaban de ellas
un sinfín de pañuelitos de seda
ya un poco arrugados,
para que, al final, de ellos
salieran volando seis palomas asustadas.

De pronto la chistera desapareció,


y el Teatro Nacional se vistió de luto.

Mientras tanto llovía un poco en la colina de Petrin.


La lluvia era de color rosa y perfumada
como los labios de una muchacha,
y caía mimosa en el regazo joven
donde apenas un momento antes se apoyaba,
como decapitada,
una revuelta cabeza de hombre.

Puede que entonces me perteneciera,


no lo sé, ¡hace ya tanto de ello!
Praga miraba desde todas las ventanas
y se sonreía feliz
a sí misma.

En frente, en el café Slavia,


Karel Teige[4] había cortado ya el día anterior
el crepé para el nuevo vestido de primavera
de la joven poesía.

¡Au revoir! O mejor: ¡Buenas noches!


¡Hace ya tanto tiempo, querido mío!
LA CABEZA DE LA VIRGEN MARÍA

Hay en el año un momento único.


Abrí la ventana,
chirriaron los goznes
y ahí estaba el otoño.
Todavía sedoso, con gotitas de sangre
y leves toques de tristeza.
Es un tiempo en el que las heridas humanas
se ponen a doler más.
Hice una visita a Vladimír Holan.
Estaba enfermo.

Vive cerca del seminario de Luze,


prácticamente sobre el río.
El sol se había puesto un momento antes tras las casas,
el río susurraba silenciosamente
y barajaba sus húmedas cartas
para el juego nocturno.

Apenas entré,
Holan cerró bruscamente el libro
y me preguntó, aparentemente enfadado,
si también creía en la vida después de la muerte
o quizá en algo aún peor.

Yo, sin embargo, hice como quien oye llover.


En un armarito bajo, junto a la puerta,
vi fugazmente una escultura, una cabeza de mujer.
¡Dios, si la conozco!
Yacía allí, tumbada sobre la mejilla,
como si estuviera bajo la guillotina.

Era la cabeza de la Virgen María


de la plazuela de la ciudad vieja.
La derribaron los peregrinos,
hace precisamente sesenta años,
al regresar de la Montaña Blanca[5].

Echaron abajo la columna con los cuatro ángeles armados,


sobre la que se alzaba.
No era ni por asomo tan alta
como la de la plaza Vendôme de París.
¡Que les sea perdonado!

Se erguía allí como símbolo de la derrota


y la humillación
de la nación checa,
y los peregrinos se sentían alegres
debido a los primeros sorbos de libertad.

Yo estaba allí con ellos


y la cabeza de la estatua rota
rodó por el pavimento cerca del lugar
donde yo me hallaba.
Cuando se paró,
sus ojos devotos miraron
mis zapatos polvorientos.

Ahora, sin embargo, rodaba hacia mí


por segunda vez,
y entre esos dos momentos
se extendía casi toda una vida humana
que me pertenecía.
No digo que haya sido feliz,
pero ya está cerca del final.

—Por favor, dime otra vez


qué me preguntaste cuando entré.
Y perdona.
VENTANA SOBRE LAS ALAS DE LOS PÁJAROS

Hasta el agua en la que vivió el lirio de los valles


es venenosa.
¡Incluso la primavera toda!
Penetra en los tejidos vivos
como la bomba de neutrones
y alcanza todo lo que tiene vida.
Sólo la roca permanece impávida,
apenas cambia un poquito
el poco amable color de su rostro.

Por el camino, corriendo, cambié los letreros


de los nombres de las calles.
Estaban clavados sólo sobre el viento de primavera.
Corrí hacia la única ventana:
era azul.
Siempre me la traían
los pájaros sobre sus alas.
Cada día un poco más cerca.

Luego mi ventana se cerró.


A veces, de todos modos, la veo,
pero tan sólo cuando cierro los ojos.
Y ayer empezó el otoño.

Los racimos de uva son como las doradas borlas


del telón
de un teatro de aficionados;
y el silencio, que va con el otoño,
habla la lengua natal de los cementerios
hacia donde lentamente corren
los arroyos de nuestras vidas.

Conozco bien el dolor,


es una hermana mala y testaruda.
La muerte es un misterio
que se paga con el pánico.
La ventana fue hace tiempo destruida
y los pájaros volaron hacia los viñedos.

Oír aún por un momento el silencio,


cuando a los ojos parece
que el cargado racimo de las cepas
anhela ser recogido.
El hombre eleva la mano en pos del amor
y la mujer gime de gozo.
Bajo los viñedos corre un viejo río,
y mientras el viento juguetea
con las roncas hojas,
se lleva el río
todas las dulces fuentes de esta tierra
hacia el sucio mar de Hamburgo.
AUTOBIOGRAFÍA

Cuando alguna vez hablaba de sí misma,


mi madre decía:
Mi vida fue triste y silenciosa,
y solía ir de puntillas.
Pero cuando me enfurecía
y daba alguna patada,
y tintineaban levemente en el anaquel
las tazas de mamá,
yo me reía.

En el momento en que nací


dicen que entró por la ventana una mariposa
y se posó sobre la colcha de la cama de mi madre,
pero en el aquel mismo momento aulló el perro en el patio.

Mi madre vio en ello


una señal nefasta.

Mi vida no ha sido verdaderamente tranquila


como la suya.
Pero si en los días presentes
la miro con nostalgia
como si se tratara de marcos vacíos
en un muro polvoriento,
fue maravillosa.

No puedo olvidar
muchos momentos
que fueron como flores luminosas
de todos los colores y matices
y los atardeceres llenos de perfume
que parecían racimos de uva negra
ocultos entre las hojas de la oscuridad.

Apasionadamente he leído poemas


y he amado la música
y me he perdido, siempre en el asombro,
de belleza en belleza.
Mas apenas vi por primera vez
la imagen de una mujer desnuda,
empecé a creer en los milagros.

La vida pasó deprisa.


Fue demasiado corta
para mis deseos
que no tenían fin.

Antes de que pudiera darme cuenta


se acercó el final de la vida.

La muerte abrirá pronto mi puerta de una patada


y entrará.
Del susto y el horror contendré entonces
el aliento
y se me olvidará respirar.

¡Ojalá no me niegue
poder aún besar las manos
de aquélla que pacientemente acompañó mis pasos
y anduvo, anduvo, anduvo,
y amó más que nadie!
SER POETA

La vida ya hace tiempo me enseñó


que la música y la poesía
son en este mundo lo más hermoso
que puede darnos,
excepto el amor.

En una antigua crestomatía,


publicada aún en tiempos del viejo Imperio austrohúngaro,
en el año en que murió Vrchlicky[6]
busqué el tratado que hablara
de poética y de los adornos poéticos.
Luego puse una rosa en un vasito,
encendí una vela
y empecé a escribir mis primeros poemas.

Inflámate, llama de las palabras, y arde,


aunque acaso me quemes los dedos.
Una metáfora sorprendente
es más que un anillo de oro en la mano.
Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer
me sirvió de nada.
En vano recogía las ideas
y con fuerza cerré los ojos
para poder oír el misterioso primer verso.
En la oscuridad, lugar de las palabras,
entreví una sonrisa de mujer
y en el viento cabellos ondeantes.

Era mi propio destino


tras el que corrí, tropezando a veces,
sin respirar,
toda mi vida.
VERSOS DE TAPIZ

¡Praga!
A quien la ha visto una vez por lo menos
su nombre le canta en el corazón
y es ella misma una canción entretejida de tiempo,
y nosotros la amamos.

¡Escuchad!
Mis primeros sueños aún felices
brillaron en sus tejados
como platillos volantes,
y se perdían dios sabe dónde,
cuando era joven.

Una vez apoyé la mejilla


sobre la piedra del viejo muro
del castillo.
En el oído, de pronto,
sentí un retumbar oscuro:
eran los siglos y su bramido.
Mas la suave y blanda piedra de marga
de la Montaña Blanca
me susurró al oído amistosamente:
ve, te están buscando.
Canta, tú tienes a quién cantar,
y di la verdad.

Y lo hice y no he mentido
si no es a mis amores
y sólo un poquito.
CANDELABRO

Dios sabe adónde ha ido a parar


aquel candelabro que mi madre trajo de Kralupi.
Lo hicieron con el casquillo de una granada
durante la Primera Guerra Mundial
y hacía años que estaba en mi casa sobre un armario.

Cuando se nos acababa el keroseno,


iluminábamos la casa con una vela
y ésta humeaba.

A su pobre luz escribí


mis primeros versos.
Y cuando los nuestros se iban a dormir,
leía, hasta que dejaba de arder,
novelas de amor.

Su temblorosa llama
era para mí un fuego fatuo
que me encandilaba ya desde los bancos de la escuela,
por lo menos en el sueño,
y me llevaba hacia las rancias callejuelas de Praga
donde se hacía el amor
sólo un ratito.

Pero tenía miedo.


Eran más misteriosas
que las pérfidas y cenagosas riberas del Jízera
en sus fuentes,
donde se ahogaron hasta un valiente jinete
y su caballo.

Siempre que mi madre sacaba brillo al candelabro


con un trapito suave,
me parecía que dejaba ir un suspiro.
No le pregunté por qué.
Más tarde lo he podido captar:
¡que no haya guerra nunca más!

¡Y no obstante, la hubo!
CONCIERTO DE BACH

Nunca dormí hasta avanzada la mañana,


me despertaban los tranvías matutinos
y con frecuencia también mis propios versos.
Me sacaban por los pelos del edredón
y me llevaban a la silla,
y apenas me limpiaba los ojos
me obligaban a escribir.

Atado por dulce saliva


a los labios de un momento único,
no pensaba en la salvación de mi mísera alma,
y, en vez de la gloria eterna,
deseaba un breve instante
de placer fugaz.

En vano las campanas me elevaban de la tierra


yo me agarraba a ella con uñas y dientes.
Estaba llena de perfumes
y misterios excitantes.

Cuando por la noche miraba al cielo


no buscaba el cielo.
Más bien me horrorizaban los agujeros negros
situados en el límite extremo del universo
que son más terribles aún
que el mismo infierno.

Pero oí de pronto el sonido de un clavicémbalo.


Era un concierto
de Juan Sebastián Bach
para oboe, clavicémbalo y cuerdas.
¿De dónde venía aquella música?
No lo sé, pero no era de la tierra.

Aunque no había probado el vino,


me tambaleé un poco
y tuve que agarrarme
a mi propia sombra.
VISTA DESDE EL PUENTE DE CARLOS

Hacía rato que había dejado de llover.


En un santuario de Moravia,
donde me había refugiado durante la tormenta,
cantaban una canción mariana
que me impedía marcharme.
La había escuchado en casa con frecuencia.

El cura se había arrodillado ya sobre las gradas


y abandonado el altar.
El órgano dejó de sollozar.
Pero la procesión de peregrinos no se movía.
Sólo un rato después, los que estaban arrodillados
se levantaron cantando
y, sin girarse,
salieron todos de espaldas
hacia el pórtico abierto.

Nunca volví a aquel lugar


ni me detuve bajo las copas de los tilos
donde blancas banderas se agitaban
bajo el zumbido de las abejas.
Añoraba Praga
aunque sólo por breves momentos
me encontrara fuera de sus muros.

Día tras día miro agradecido


el castillo de Praga
y su catedral
y no puedo apartar la vista
de esta imagen.
Es mía
y además creo que es milagrosa.

Por lo menos a mí me decidió el destino.


Y cuando cae el crepúsculo
en las ventanas de Praga,
y hay estrellas en las tinieblas transparentes,
escucho siempre su vieja voz
y oigo versos.
De no ser por esa voz estaría callado
como el pájaro al que llaman kiwi.

Hay días en que el castillo


y su catedral
se alzan oscuramente nobles
y parecen construidos
de tristes piedras
traídas de la luna.

Pero al momento
envuelven a las torres de Praga
coronas tejidas de rayos
y rosas
y de un dulce espejismo
en el que está tejido también el amor.

Mis despreocupados pasos por las calles,


mis rosadas aventuras,
amores y todo el resto
fueron sepultados por ligeras cenizas
cuando ardió el tiempo.

A unos pasos del camino real


había un rincón oscuro
donde al anochecer se aparecían a los peatones
putas despeinadas
y hacia sus regazos muertos
atraían a inexpertos chiquillos
como era yo.
Hoy ese lugar está en silencio.
Sólo asustan
en la cima de los tejados
las antenas de televisión.

Pero cuando piso el empedrado


del Puente de Carlos
recuerdo irremediablemente a los peregrinos
del interior del santuario.

¡Qué suerte
poder ir por este puente!
Aunque con frecuencia veo su imagen
tras el cristal de mis propias lágrimas.
HOMENAJE A VLADIMÍR HOLAN

Hay momentos en que en nuestro pensamiento


olvidamos incluso a los muertos,
cual si su eterno no ser
fuera sólo un reposar
en tranquilidad suave y sin dolor,
bajo unas flores marchitas…

Pero basta un estremecimiento de placer,


sea cual sea,
y nos aprestamos a regresar
a los problemas cotidianos.

He sobrevivido a todos los poetas


de mi generación…
todos fueron amigos míos.
El último en morir fue Vladimír Holan.
¿Cómo no iba a sentir zozobra?:
estoy solo.

Jirí Wolker fue el primero,


era joven y tenía prisa.
¡Oh esos desdichados besos
en los labios febriles
de las muchachas tuberculosas
del sanatorio a la orilla del mar!

Años más tarde muere Jindrich Horejsí.


Era el mayor de nosotros.
Escribía sus versos en el café repleto,
en una mesita redonda,
como un soldado, después de la batalla,
escribe a su amada las cartas
sobre un tambor boca arriba.

Josef Hora fue entre nosotros el único


en tutearse con F. X. Salda[7].
Entrad en su jardín
cuando empiecen a florecer los árboles injertados.
Sus impresionantes flores desprenden al sol perfume
de almendras amargas.

Frantisek Halas, compañero amado,


no nos dijo adiós siquiera.
Deseaba que sus versos graznaran
a los oídos de la gente,
pero, a veces, no lo conseguía
y cantaba.

Con un gesto brusco se marchó de repente


Konstantin Biebl.
Añoraba la ternura
de las muchachas javanesas
que son como flores vivas
y andan silenciosamente de puntillas.

Vitézlav Nezval renegaba de la muerte


y ella se vengó.
Cuando murió inesperadamente en Pascua,
como él mismo había predicho,
se partió una de las ramas fuertes
del árbol de la poesía.

En la muerte aún no había ni pensado


Frantisek Hrubín.
Al principio no sospechaba yo dónde había descubierto
las melodías de sus versos,
pero él escuchaba solamente la risa del agua
en el dique del Sázava.

Holan tardó en morir.


El teléfono frecuentemente se me caía de la mano.
A esta maldita jaula que es Bohemia,
lanzaba con desprecio sus poemas
como trozos de carne ensangrentada.

Pero los pájaros tenían miedo.


La muerte quería su sumisión
mas él la sumisión no conocía
y hasta el último momento
luchó furiosamente con la muerte.

El ángel que levantaba sus brazos


cuando se desvanecía,
estaba sentado al borde de su cama
y lloraba.

10.04.1980
II

PRIMEROS POEMAS

1921-1929
DICIEMBRE DE 1920

En la cárcel
donde jamás brilla el sol
hay una mesa
y es tan pobre como un bancal
donde no creciera ni una flor,
tan triste como una jaula de la que escapara el pájaro;
sólo una hogaza de pan brilla en ella como el sol
y de una copa bebe un sorbo la tristeza.

En esta mesa pusieron la semilla del dolor


cuando ya no la podían llevar en sus corazones,
y de ella una flor creció que era semejante al lirio,
si bien tenía roja la flor,
y era triste como la desgracia humana
y era hermosa como el mundo.

A esa flor
se acercó al amanecer una paloma blanca
que iba a todos con sus quejas:
era el alma de Josef Kulda, clamaba,
y llegaba directamente del hospital.
Del mismo modo que el vino es dulce cuando se bebe,
es amarga la vida cuando se vive,
pero a pesar de ello es hermosa,
pues una mano llena de dulces
es el paisaje después de la lluvia,
el deseo de felicidad,
un sol que sangra
como cierva herida,
la piedra de la sabiduría,
el pozo de la alegría,
la canción que los pastores tocan en el salmai[8],
que son los ojos de una niña bonita
y al fijarse el hombre en ellos
cantará en su corazón:
Sólo una vez al año florece mayo,
una vez en la vida sólo el amor.

Esa palabra
como un pájaro voló hacia la red estelar
y sobre las estrellas,
esa palabra la hizo el cuerpo
para que more entre nosotros.

El inocente
bajó del cielo como la flor de la flor,
llegó a la calle como un perfume,
sin ser reconocido, reconoció a los suyos
mientras el corazón humano de las campanas
tocaba a rebato,
porque el inocente
llegado había a la calle como un perfume,
y bajado del cielo como la flor de la flor.

En realidad no importa que el amigo esté muerto


y ya huela,
de palabras y suspiros empezó a tejer la corona de oración
para colocarla sobre las nubes blancas;
volvió los ojos al alma
y en un presentimiento misterioso
lo miró sonriendo
y dijo:

¡Josef Kulda, yo te lo digo, levántate!

Y he aquí que él se levantó,


y si no hubiera brillado el sol para bailar,
hubiera llorado.
Se levantó y caminó ligero sobre el cementerio,
para que su traje no se mojara de rocío.
Fue como un sueño,
y tenía el rostro completamente distinto,
era como un novio, desdichado de dicha,
y olía a romero.
CIUDAD PECAMINOSA

Ciudad de los fabricantes, de los soldados y de cruentos boxeadores,


ciudad de los inventores y los ingenieros,
ciudad de los generales, los comerciantes y los poetas patriotas
por sus negros pecados rebasó la medida de la cólera divina
y dios se enfureció:
cien veces prometió ya la venganza a esa ciudad,
la lluvia de azufre, el fuego y los retumbantes truenos,
y cien veces la perdonó
ya que siempre recordaba una promesa que hiciera:
la presencia de dos justos salvaría a su ciudad de la ruina
y no guardar la palabra le era difícil a dios:

dos amantes justamente paseaban por el vergel en primavera


profundamente embriagados por el olor
del espino en flor.
PARÍS

Ya ni siquiera me atrae caminar por la orilla del río


cuando al atardecer sobre Praga la nebulosa oscuridad se posa,
las aguas están turbias, nada te dicen,
van a dar en el Elba cerca de Mélník.
Tampoco me hace gracia caminar siempre
por las mismas calles donde no hay nada nuevo que ver,
y sentarme después por las tardes en un banco del parque
donde los policías con una linterna arrojan luz sobre los enamorados.
Todo es aquí tan triste, y las cosas que suceden,
la vida, nunca se sale de su carril,
y cuando pasa algo, una insurrección, una huelga o un asesinato,
luego todo se enfría ostentosamente.
Fíjate, amada mía, aquí todas las cosas son tontas,
para nosotros aquí no existe ningún placer.

Ya que no nos pudimos dar a luz


en algún punto en los límites de la oscura vieja selva africana
donde el blanco ardor del sol lo aviva todo como fuego
y entre las ramas saltan monos pelirrojos;
ya que no pudimos en las orillas del Nilo
bañar nuestro cuerpo, mirando a los ojos al voraz cocodrilo,
recoger los nenúfares floridos sobre las aguas,
escapar de un salto de las garras del león,
hambrientos desayunar jugosos cocos
y dormir en la tempestad de los saltos de agua;
ya que no pudimos, como los nativos negros y rizados
hasta la saciedad alcanzar a calentarnos a los rayos del radiante sol,
¿por qué, por qué nos fue con el destino dado vivir
en las calles de esta ciudad del paralelo cincuenta,
donde ajeno a todos es el impulso ardiente y fuerte
y a un buen hombre le cuesta tanto respirar,
donde todo sentimiento se marchita antes de llegar a arder
donde se llevan los cuellos duros y almidonados,
donde en lugar de escuchar a los pájaros preferimos
escuchar el jazzband
y vamos a ver a los leones sólo en el zoo?

Pero ya que es así sin remedio y en esta ciudad de piedra


junto a máquinas, martillos y palancas, encallecieron nuestros puños
y una civilización de hierro es ya tan próxima a nosotros
que en medio de los bosques y los prados extrañamos la ciudad,
ya que para siempre estamos hechizados por el círculo de fábricas
que humean,
¿por qué, por qué nos fue con el destino dado vivir justamente aquí?
¡Allá en el occidente, junto al río Sena, está París!
Al anochecer, cuando en el cielo se extienden las plateadas estrellas,
va mucha gente por los bulevares y circulan muchos coches,
allí hay cafés, cines, restaurantes y bares modernos,
la vida allí es alegre, bulliciosa, se agita y arrastra,
hay allí célebres pintores, poetas, asesinos y apaches,
allí suceden cosas insólitas y nuevas,
allí hay bellas actrices y detectives célebres,
bailarinas desnudas bailan en los varietés de los suburbios,
y el olor de sus encajes te lía la razón con amor,
ya que el hombre no resiste, ya que París es seductor.

De sus poetas de allí valoro mucho a Ivan Goll,


pues precisamente le gusta ir al cine, como a mí,
y piensa que entre los hombres, el más triste es Charlie Chaplin.
Los combates de boxeo son también espectáculos hermosos,
cuando el hombre está ansioso y suspira de amor,
¡pum! golpe por golpe, ¡pum!, ojo por ojo.

En el cielo gira lentamente la Gran rueda


y cuando al atardecer París ensombrece el crepúsculo,
los amantes van juntos de paseo a Trocadero,
y si el polvo de la tierra pesa sobre sus zapatos,
para probar además la belleza celestial,
ciñéndose tiernamente por la cintura,
vuelan con el ascensor eléctrico
hacia las estrellas de la torre Eiffel.

Aquí es todo tan triste, hasta las cosas que pasan


la vida de su camino no pierde nunca el andel,
y cuando me duermo y en las ventanas la noche cierra
me parece oír cantar un ruiseñor en los cipreses del Père-Lachaise.
Y, en fin, como París está al menos un paso más cerca del cielo
ven, amada mía, ven a París.
BOMBILLA

Alrededor de la fría luz de las bombillas


el bullicio infatigable de las alas agitadas.

Y el señor Edison
levantando los ojos del libro que leía
sonreía.
¡A qué cantidad de mariposas nocturnas
salvó la vida!
CONSUELO

Señorita, señorita usted frunce el ceño


porque le ha llovido durante todo el día,
¿qué podría decir aquella pequeña efímera
para la que llovió durante toda la vida?
NAPOLEÓN

Mí pipa de Gambier me resulta enormemente divertida,


tiene, de la cabeza del emperador, una cónica cabecita.

¡Buenos días, glorioso emperador!

¿Te pasaron ya de la cabeza los humos


por querer ser el señor del mundo?
PUERTO

ANCLA al final todavía una hermosa esperanza


sube la ostra muerta hacia lo alto del navío

TIMONEL pasear por Marsella al atardecer


y en las botas aún el barro de Singapur

BARCO en la verga del mástil entre los faroles


la cacatúa y los monos pensaban que se sentían como en
casa

NOCHE el soldado y la chica quedaron solos en el café


la botella arrojaba la sombra del emperador Napoleón

HÉLICE cuando todos se fueron a bailar


a nado afluyeron a la superficie los nenúfares de la
profundidad

GRÚAS y las grotescas jirafas se fueron a dormir en largas filas


entre las palmeras de la tierra desconocida.
PARQUE

La corriente del agua como juguetones dedos


en las cuerdas de piedra de la lira que sostienen
las manos de la poesía
y el jardinero
con la manguera en medio del camino
se ha vuelto poeta.

Y se ha puesto a cultivar las rosas que ama


muere de amor cuando riega
esas rosas
Lady Waterloo y Estrella de Francia
en junio la Perla de nieve.

Cuando llega el otoño


y las flores más tristes que tiene
cuando los enamorados
junto al estanque
se paseen con los pies hacia arriba.

Mira a Arquímedes que dibuja círculos en la arena


en la corriente de la fuente cae una lluvia ligera.
VIAJE DE NOVIOS

Si no fuera por esos besos insensatos


no nos iríamos de viaje de novios;
y si no existiesen los viajes de novios,
¿para qué habría entonces wagon-lits?

El miedo eterno del pito que indica la partida de las estaciones,


¡oh, los wagon-lits, vagones de novios!
Esa felicidad matrimonial es como un frágil cristal,
la luna de miel se asoma.

Querida mía por las ventanillas ves


los picos de los Alpes,
abramos de par en par la ventana a los perfumes,
mira el azúcar de las campanillas blancas,
de los lirios nieve suave
tras los wagon-lits está el vagón restaurante.

¡Oh vagones restaurante, vagones de novios,


ser eternamente su huésped y luego soñar
sobre el frágil cubierto en la felicidad matrimonial!
¡Atención, frágil!
¡Atención, no volcar!

Y un día más y una noche más,


dos bellas noches y dos hermosos días.
¿Dónde está ese libro de versos, la guía de ferrocarriles?
¡Oh qué hermosos son mis vagones!

¡Vagones restaurante y wagon-lits!


¡Oh viaje de novios!
EL REY HERODES

Cuando se llevó a los labios un racimo de uva


Herodes, el rey asesino de los inocentes,
tenía en las manos horribles huellas de sangre.

¿Qué culpa pesa sobre su alma?


Horribles huellas de sangre tenía usted en las manos
o un racimo de uva elevó usted a sus labios.
TARDE EN EL CAFÉ

Princesa Salomé, te paseas por mi sueño,


veo tu peinado entre las copas y los racimos de uva.
¡Qué suerte ser poeta,
ser poeta con ojos de estrafalario!

El camarero lleva su cabeza en la bandeja de plata.

Quisiera perderme en el mundo como un ratoncillo en el desierto.


¿Hacia dónde navegó esa bandera del mástil del barco rojo?
¿Y por qué es el ancla un signo de esperanza si yo siento aquí tanta
tristeza
y esa canción no despertará a la bailarina muerta?

Bajo la palmera artificial sonríe un negro


con una rosada máscara de luces sobre el rostro.
En ese instante he vencido un gran amor en mi corazón,
pero su sombra a través de la noche me acompaña.

De noche, por el jardín colgante donde se marchitaron las estrellas


cuando apasionado dormilón y aventurero en pos de la belleza,
apoyado en el calor de una estufa americana, como si quisiera dormir
para siempre,
recordé piñas heladas.

Penachos de crisantemos como livianas plumas de avestruz,


sobre la mesa la baraja de cartas, el destino, el peso del amor.
CANCIÓN DE LA MUERTE

Tenemos que morir


aunque no queramos
la voz del toque de difuntos
muere No quiere

Perlas y piedras preciosas


devolvemos a los vivos
como el suicida desde el fondo
las burbujas del aire

Y así moriremos pobres


moriremos puros
con los dientes de oro
en las blancas encías

Tal vez eso es sólo la sonrisa


de oro puro
No es tan terrible
como suele decirse

¿Qué es la muerte?
que afile la guadaña
Cuando un mirlo canta
duerme

Espiral
ah flexible rosca
¿por qué llora usted
mi envidiosa
cuando el mirlo canta
y duerme?
BALADA

Muele el molino la miseria,


los ojos se paran en el llanto.
En el punto muerto
duerme el muerto.

El tambor sonó
y el llanto se turna con él por el camino.
Por las cuatro alas del molino
la miseria chirría.

De gasa blanca
tiene la novia el vestido de bodas
y llora,
dice que irá a acostarse con el muerto.

La guerra pasa, la guerra pasa,


el tiempo gira para siempre,
pasan los inviernos, pasan las primaveras,
los mayos y los diciembres.

El arado de la guerra surca con profundidad


la tierra florida,
y las superficies del mar
que en sangre se transforma.

¿Qué crecerá en los surcos


pues sembraste grano sangriento?
Tronó el cielo y se acumulan los asesinatos
y no hay final.

Estalló una granada,


levantaré un trozo vacío y hecho astillas
y les felicitaré a ustedes
en su banquete de bodas.

Lo levantaré en alto
para brindar, como una copa.
La sangre correrá
sobre nuestras cabezas.

Bajo la estrella negra


se ahoga la tierra de los hombres.
El molino hacia el cielo se yergue penosamente
como un trono de miseria.
CIUDAD DE LENIN

Érase el antiguo palacio del almirantazgo,


la concha imperial de la que nació Venus
con gorra de marinero…
Érase un pequeño milagro.
Eso es todo.

El comandante del puerto saluda al capitán de China,


se estrechan la mano. La blanca a la amarilla.
Los barcos rellenos de mantequilla, chocolate y té
están anclados inmóviles.

Es de noche. Como una araña borracha con la cruz en la espalda


monstruo del templo se tambalea a través de las tinieblas de la noche.
En las columnatas, entre los negros iconos
retumba el grito revolucionario.

El palacio de invierno está teñido de sangre.


La columna de mármol imanta a la luna.
Aquí corrió la sangre. Cae la nieve. El rojo junto al blanco.
Eso por la noche asusta.

Ciudad sobre el Neva. Metrópolis de poetas,


en tus muros escribió el sable versos rojos,
resonaron aquí cañones y no palabras de amor.
Era la revolución.
Eso es todo.
CANCIÓN

Agita un pañuelo blanco


el que se despide.
Cada día acaba algo,
acaba algo muy hermoso.

La paloma mensajera bate el aire con las alas,


de vuelta a casa.
Con esperanza y sin esperanza
siempre volvemos a casa.

Sécate las lágrimas


y sonríe con los ojos llorosos,
cada día empieza algo,
empieza algo muy hermoso.
JAROSLAV SEIFERT (Praga, 1901-1986). Poeta checo considerado uno de los más
grandes poetas checos contemporáneos; obtuvo el premio Nobel en 1984. Fue activo
inspirador de los principales movimientos vanguardistas checos, entre ellos el
llamado "poetista". Miembro fundador, en 1921, del Partido Comunista
checoslovaco, rompió con él después de viajar a la Unión Soviética en 1929, y fue
fervoroso luchador contra la ocupación nazi.
Notas
[1]Rip: La montaña más alta de Bohemia central, que, según la leyenda en su seno
guarda encerrados 300 guerreros que se despertarán cuando el país se halle en grave
peligro. <<
[2] Villa en la que solía vivir Mozart durante sus estancias en Praga. <<
[3] Poema referido al poeta Vladimír Holan, que vivió en esta isla. <<
[4] Poeta, autor, junto a Nezval, del «Manifiesto del pocrismo». <<
[5] La Montaña Blanca era meca de peregrinaciones patrióticas. <<
[6]Poeta nacido en 1853, figura central del grupo Lumír, que influyó en la apertura a
las letras europeas, y concretamente a las francesas, de la poesía checa. <<
[7]Personalidad dominante de la crítica checa de finales del siglo XIX, sin duda el
espíritu más fino, cultivado y penetrante del grupo de 1890. <<
[8] Instrumento, parecido al oboe o flauta grande, que tocan los pastores. <<

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