Bunge, Mario - La Física Cuántica, ¿Refuta Al Realismo, Al Materialismo y Al Determinismo¿
Bunge, Mario - La Física Cuántica, ¿Refuta Al Realismo, Al Materialismo y Al Determinismo¿
Bunge, Mario - La Física Cuántica, ¿Refuta Al Realismo, Al Materialismo y Al Determinismo¿
1 La interpretación subjetivista
Los fundadores de la teoría cuántica y sus discípulos ortodoxos negaron que los átomos y
demás entes microfísicos existiesen independientemente del observador. El físico David
Mermin (1981) afirmó que la Luna no existe mientras no se la mire. Otro físico, Richard
Conn Henry (2005), fue aun más allá: sin dar un solo argumento, afirmó que el universo no
es real, y ni siquiera es un conjunto de observaciones, sino que es mental. Un filósofo,
Galen Strawson (2008), afirma algo parecido: que todo cuanto estudian los físicos y
químicos es mental (mind staff), de modo que el “materialismo real” (el suyo) implica al
panpsiquismo (apelación académica del animismo).
Lo más notable de esas extrañas opiniones no es que sean meras reediciones de la más
primitiva de las cosmovisiones: el animismo, que creíamos haber sido refutado para siempre
por los filósofos presocráticos. Lo más llamativo es que esas opiniones sean propuestas ex
cathedra, sin argumentos sólidos, tal cual lo hicieran hace casi dos siglos Schelling y
Schopenhauer.
2 El recurso al experimento
Por definición, una observación consiste en averiguar algo acerca de algo preexistente. Sin
duda, algunas observaciones modifican en algo algunas de las propiedades del objeto
observado. Por ejemplo, el termómetro que se inserta en un líquido para medir su
temperatura lo enfría o calienta algo y, con ello, modifica un poco la temperatura inicial; y la
luz que ilumina a un átomo que se pretende localizar altera su posición. Pero en ambos
casos el objeto observado preexiste a la observación.
Las cosas cambian en química y la física de altas energías, como ocurre en un acelerador
de partículas. En estos casos emergen cosas que no existían antes en el mismo sitio. Pero
estas cosas nuevas no surgen de la nada ni de la mente del experimentador, sino que son
productos de interacciones entre objetos físicos preexistentes. Tan es así, que el
experimentador se esfuerza por descubrir y describir las reacciones en cuestión, así como
por protegerlas de su persona.
Por ejemplo, al chocar con protones (núcleos de átomos de hidrógeno), un haz de protones
genera un haz de piones positivos y negativos conforme al esquema de reacción p + p ® p
+ p + π++ π-.. El producto de esta interacción consta de cosas preexistentes (protones) más
cosas cualitativamente nuevas (piones). Tan es así, que la misma reacción también ocurre
naturalmente, como lo descubrieron en 1947 investigadores de rayos cósmicos, al exponer
placas fotográficas a rayos cósmicos a grandes alturas.
Casi todos los filósofos adoptaron la doctrina de Copenhagen, que había sido formulada por
George Berkeley dos siglos antes, de que “ser es observar o ser observado.” No es fácil
dudar de la palabra de esas grandes autoridades científicas, si bien hubo tres grandes
—Max Planck, Albert Einstein y Louis de Broglie— que nunca la aceptaron.
Pero el filósofo crítico no aceptará el recurso a la autoridad, típico del teólogo, sino que
examinará la teoría de marras antes de pronunciarse por ésta o aquélla interpretación de su
formalismo matemático. Esto es lo que hicimos en otras ocasiones (Bunge 1959a, 1959b,
1967, 1973, 1985, 1989, 2010). A continuación expondré una versión simplificada y
actualizada, de mis principales argumentos en favor del realismo. Pero antes recordemos
en qué consiste esta filosofía.
Primero: quienquiera que se proponga investigar algo podrá poner en duda la existencia
real de ese algo, pero no la de todo cuanto lo rodea, en particular su planeta y sus
instrumentos de medición. Por ejemplo, si desea averiguar si un objeto X existe fuera de su
mente, el científico diseñará un experimento que muestre que la presencia de X modifica el
estado de un objeto Y de cuya existencia no cabe dudar so pena de caer en un
escepticismo radical.
Segundo: todo conocedor nace y crece en un mundo que le preexiste, y que a su vez es
producto de una evolución natural y social que lleva miles de millones de años, o acaso
viene sucediendo desde siempre. La idea de los filósofos subjetivistas, como Kant, de que
el espacio y el tiempo sólo existen en la mente del sujeto, y de que cuanto existe es una
apariencia (fenómeno) que se le presenta, son incompatibles con cuanto se sabe sobre la
ontogenia (desarrollo individual) y la filogenia (evolución) del ser humano, así como con la
psicología y las ciencias sociales.
En resumen, el mundo no es creación del sujeto, sino que le preexiste. Más aun, los
climatólogos y ecólogos saben bien que a la naturaleza le iría mucho mejor si
desapareciese el género humano. En la comunidad académica, el filósofo subjetivista podrá
ser considerado como refinado o profundo. Pero fuera de esa burbuja será tenido por
infantil, excéntrico o aun loco. Por ejemplo, no podrá llevarse un artículo de un negocio sin
pagarlo, alegando que es producto de su mente.
4 Indeterminación y decoherencia
En física clásica todas las propiedades son precisas: tantos kilos, tantos kilómetros por
hora, etc. En cambio, las magnitudes cuánticas no siempre tienen valores precisos. Por
ejemplo, habitualmente un electrón no está en un punto fijo del espacio, sino que está con
cierta probabilidad en un cubito, y con otras probabilidades en los cubitos adyacentes. O
sea, el electrón tiene una distribución de posiciones; o, si se prefiere, está en una
superposición de posiciones.
Lo mismo ocurre con sus demás propiedades (o variables) dinámicas: momento, momento
angular, spin, y energía. Por ejemplo, habitualmente el estado energético de un objeto
cuántico es una superposición (combinación lineal) de una infinidad de estados
elementales, cada uno de los cuales corresponde a un valor preciso de la energía.
El experimentador y los aparatos que usa para excitar al átomo y medir la longitud de la
onda luminosa que emite cuando baja de un estado excitado a otro, están en el laboratorio
pero no están representados en la teoría del átomo. De modo, pues, que la afirmación de
que la teoría en cuestión describe operaciones de laboratorio es falsa. Para describir
semejantes operaciones hay que analizar los instrumentos de medición correspondientes,
todos ellos macrofísicos, con ayuda de la física clásica y de indicadores. (V. Cap. 8.)
En resumen, ni estas teorías instrumentales ni ni las teorías cuánticas sustantivas, como las
del electrón, se refieren a observadores: todas ellas son estrictamente físicas.
Obsérvese que esta conclusión no es una afirmación filosófica gratuita, sino que sale de un
examen de las variables que figuran en las teorías en cuestión. La que sí es una afirmación
filosófica gratuita es la tesis subjetivista, de que la teoría atómica no es sino una descripción
de las apariencias (fenómenos) que experimenta el observador. Esta tesis es falsa, aunque
sólo sea porque –como afirmó Galileo (1953) hace cuatro siglos– la física nada sabe de
propiedades secundarias, tales como colores, olores, gustos y texturas. Todas estas
propiedades surgen en cerebros, normalmente en respuesta a estímulos físicos
caracterizados por propiedades primarias, tales como extensión, duración, masa y carga
eléctrica. Además, esa tesis no es sino un injerto del fenomenismo que va de Berkeley,
Hume y Kant a Comte, Mill, Mach, y el Círculo de Viena.
Pero la historia no termina aquí sino en el eventual desenredo, del mismo modo que la
superposición o coherencia termina con la proyección o decoherencia. En efecto, tarde o
temprano uno de los componentes del sistema, digamos el primero, interactúa con un
sistema macroscópico, el que puede ser un aparato de medición. Cuando esto ocurre, la
superposición colapsa (o se proyecta) a uno de los estados elementales, que corresponde a
un valor preciso E1 de la energía.
EPR (1935) creyeron que el enredo implica una “fantasmal acción a distancia.” (De hecho
no hay tal acción: ni la teoría ni los experimentos involucran señales ni fuerzas entre los
componentes del sistema. Análogamente, las “contracciones” y “dilataciones” de Lorentz no
son efectos de fuerzas.) EPR opinaban que éste y otros resultados contraintuitivos de la
teoría cuántica desafían toda “definición razonable de la realidad.” Por esto juzgaron que la
mecánica cuántica no era realista. Y medio siglo después, cuando Alain Aspect demostró
experimentalmente la realidad del enredo, la gran revista Science anunció que el realismo
había sido refutado.
A través de toda esta crisis los físicos experimentales usaron tácitamente una definición de
“realidad que, a diferencia de la de EPR, no estaba ligada a la mecánica clásica. Creo que
esta definición alternativa es aproximadamente la siguiente. Nombren a y b dos objetos
diferentes, y supongamos que al tiempo t se prueba que a es real. Entonces también b
deberá ser juzgada real en t si e algún instante a actúa sobre b, o b sobre a.
(Obsérvese que éste es un criterio, no una definición. Y nótese también que habría que
refinarla a la luz del requisito relativista de invariancia de Lorentz.)
Actualmente suele afirmarse que el “realismo local es insostenible”. Esta afirmación
involucra una confusión entre una doctrina filosófica y la hipótesis física clásica de que
todos los cambios son locales o se propagan por contacto, de modo que lo local se puede
desacoplar de lo global. Quien niegue el “realismo local” tendría que admitir el “idealismo
local”, el “idealismo global”, o el “realismo global”, sin averiguar antes si estas expresiones
tienen sentido.
Insistamos. Es absurdo sostener que “el realismo local es insostenible”, ya que lo que ha
sido refutado no es el realismo filosófico sino la hipótesis física clásica de que el vínculo
entre dos cosas cualesquiera se debilita a medida que ellas se distancian entre sí, hasta
llegar un punto en que se comportan independientemente la una de la otra (Bunge 1989). Si
las cosas son cuantones, una vez unidas permanecen correlacionadas independientemente
de su distancia mutua.
Si se abandonara el realismo filosófico, o sea, el principio de que los objetos físicos existen
fuera de la mente del observador, no sería necesario hacer experimentos para averiguar
cómo es el mundo: bastaría preguntar la opinión de nuestro gurú favorito, o incluso practicar
la introspección.
El que la teoría cuántica no sea intuitiva, es verdad pero otro cantar. Por ejemplo, esta
teoría carece de variables clásicas de posición, o sea, funciones que asignen un punto
exacto del espacio a cada cuantón en cada instante. Einstein creía que semejante posición
exacta, y la correspondientes trayectoria precisa, son “elementos de la realidad”, de modo
que su ausencia de la teoría cuántica probaría que ésta es incompleta.
Esta queja motivó la construcción de teorías de “variables ocultas”, como la de David Bohm,
así como el teorema de Bell. (Por definición, una variable oculta es una variable carente de
“indeterminación” o dispersión intrínseca.) John Bell probó que toda teoría que contenga
variables ocultas debe cumplir las desigualdades que llevan su nombre, las que son
empíricamente contrastables.
Una plétora de experimentos, tales como los de Alain Aspect en 1982, ha refutado toda la
familia de teorías de ese tipo. Y, por supuesto, toda violación de la desigualdad de Bell
equivale a una confirmación de la mecánica cuántica. (En general, la refutación de p
equivale a la confirmación de no-p. Por lo tanto, contrariamente a la opinión de Popper, la
refutación no es más fuerte que la confirmación.) En cambio, un conjunto mucho más
numeroso y variado de experimentos ha mostrado que la teoría cuántica es la teoría física
más precisa de que se dispone.
Recordemos que toda teoría radicalmente nueva puede chocarnos y obligarnos a reeducar
nuestra intuición. Pero si se la considera verdadera es porque se ajusta a la realidad. Quien
abandone el realismo filosófico también abandona toda esperanza de hallar verdades
objetivas, como ocurre con los sociólogos de la ciencia que practican el
constructivismo-relativismo. No confundamos la ciencia con la ciencia ficción ni con la
literatura o la pintura fantásticas.
Anton Zeilinger (2010: 286), el físico experimental que ha efectuado las mediciones más
espectaculares de fotones enredados, concluye que “en la actualidad no hay acuerdo, en la
comunidad científica, sobre cuáles son realmente las consecuencias filosóficas de la
violación de la desigualdad de Bell. Y hay aun menos acuerdo acerca de la postura que hay
que adoptar ahora.”
Hasta aquí nos hemos referido al realismo, la doctrina de que el mundo exterior existe de
por sí y puede conocerse. Abordemos ahora el materialismo, la otra presunta víctima de la
física cuántica. El materialismo es la familia de ontologías que sostienen que el universo es
material. Casi todos los materialistas admiten la realidad de lo mental, pero sostienen que,
lejos de ser inmaterial, todo suceso mental es un proceso cerebral. El materialismo es el
ogro de las religiones, así como de las doctrinas y prácticas espiritualistas. El idealismo
cuántico no es sino la más refinada de ellas. Es posible que haya empujado a Wolfgang
Pauli, el gran teórico cuántico y cruzado de la escuela de Copenhagen, a coquetear con las
“ciencias” ocultas y los arquetipos de Jung. La homeopatía es un miembro menos
presentable del mismo campo. Su fundador, Samuel Hahnemann, sostenía que una droga
es tanto más potente cuanto menos material: por esto recomendaba reducir al máximo, por
diluciones sucesivas, la cantidad de ingrediente activo.
Se ha dicho que la física cuántica refuta al materialismo. Esta opinión es sugerida por la
tesis subjetivista junto con el hecho de que la teoría cuántica no les asigna a sus referentes
la impenetrabilidad que caracteriza a los cuerpos de que trata la mecánica clásica. Pero ya
la óptica, nacida en la antigüedad, trataba de cosas materiales carentes de masa y solidez,
a saber, los haces luminosos, imponderables pero no por ello inmateriales. Los filósofos
modernos podrían haber tomado nota de esta ampliación tácita del concepto de materia.
Incluso el gran Bertrand Russell creyó que la peculiaridad de la materia era su
impenetrabilidad.
8 Indeterminismo
Finalmente, otra creencia popular es que la física cuántica es indeterminista porque sus
leyes básicas son probabilistas. Esta opinión es insostenible incluso si se acepta la versión
del determinismo que propusiera Laplace, ya que falla para una colección de bolitas. En
efecto, Ludwig Boltzmann mostró hace más de un siglo que en este caso interviene el azar
objetivo junto con la causación. Y esto exige la intervención de la mecánica estadística, en
la que el concepto de probabilidad es central.
Tanto la física estadística como la teoría cuántica sugieren una concepción más amplia y
sutil del determinismo (Bunge 1959a), a saber, como la conjunción de los principios de
legalidad (causal, probabilista o mixta) y de conservación de la materia (aunque no de la
masa). Las teorías cuánticas satisfacen esta versión del determinismo porque se centran en
leyes y contienen principios de conservación. El principio de legalidad niega que todo lo
pensable puede ocurrir (la infame consigna de Paul Feyerabend, Todo vale). Por ejemplo, la
energía no puede emitirse ni absorberse en cantidades arbitrarias.
Y las leyes de conservación, sean clásicas o cuánticas, niegan que la materia pueda
emerger de la nada. Además, no todas ellas son enunciados probabilistas. Por ejemplo, la
afirmación de que el momento angular total (orbital más spin) de una partícula en un campo
de fuerzas central es constante no vale sólo en promedio sino también en todo instante.
9 ¿Límites de la razón?
Por ultimo, también se ha dicho que la teoría cuántica limita la racionalidad, en que es
intrínsecamente oscura y prueba que no podemos conocer cuanto queremos. En efecto,
Niels Bohr sostuvo que debemos modificar el sentido del verbo “entender”, y Richard
Feynman afirmó que “nadie entiende la mecánica cuántica”. Pero ninguno de ellos dijo
explícitamente qué entendían por “entender’.
Parece que lo que quisieron decir es que ya no podemos describir los hechos en forma
intuitiva o clásica. Pero no está dicho que a la naturaleza le importe nuestra capacidad de
intuirla. La física clásica está llena de ejemplos de procesos que mucha gente tardó en
entender, tales como el movimiento en ausencia de fuerzas, la difracción de la luz y la
relatividad de longitudes y tiempos.
10 Conclusión
La afirmación de que la física cuántica refuta al realismo forma parte de un argumento que
es inválido por ser circular. En efecto, se empieza por postular que los valores posibles del
operador representativo de una variable dinámica son los que produce una observación, y
se “concluye” que la teoría no se refiere a cosas en sí mismas sino a observaciones, o
incluso, ya que estamos, a estados mentales del observador. El resto –materialismo,
determinismo y racionalismo– son la bonificación por haber comprado el subjetivismo.
Pero cuando se despoja a la teoría cuántica de sus injertos filosóficos, se advierte que es
tan realista, materialista, determinista
y racionalista como la mecánica o la electrodinámica clásicas. Lo que es cierto es que la
teoría cuántica obliga a remozar la ontología. En particular, obliga a ampliar los conceptos
de materia y de determinismo, a degradar los concepto de forma y de individualidad, y a
robustecer el principio de sistematicidad (debido a la superposición y al enredo).
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