Bunge, Mario - La Física Cuántica, ¿Refuta Al Realismo, Al Materialismo y Al Determinismo¿

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Mario Bunge — La física cuántica, ¿refuta al

realismo, al materialismo y al determinismo?

Es creencia generalizada que la física cuántica refuta al realismo, al materialismo, al


determinismo, y acaso también a la racionalidad Esta creencia, parte de la llamada
interpretación de Copenhagen, fue concebida por los propios padres de la nueva
física, en particular Niels Bohr (1934), Max Born (1953), Werner Heisenberg (1959),
Pascual Jordan (1944) y Wolfgang Pauli (1961).

El carozo filosófico de esa interpretación del formalismo matemático de la teoría


cuántica es la tesis de que ésta no describe objetos naturales sino observaciones; y
que las cosas, al menos al nivel microfísico, son efectos de observaciones, las que a
su vez serían productos de actos mentales, los que escaparían a las leyes naturales.
Examinemos esas afirmaciones, que recuerdan lo que había sostenido George
Berkeley dos siglos antes: que “ser es percibir o ser percibido.”

1 La interpretación subjetivista

Los fundadores de la teoría cuántica y sus discípulos ortodoxos negaron que los átomos y
demás entes microfísicos existiesen independientemente del observador. El físico David
Mermin (1981) afirmó que la Luna no existe mientras no se la mire. Otro físico, Richard
Conn Henry (2005), fue aun más allá: sin dar un solo argumento, afirmó que el universo no
es real, y ni siquiera es un conjunto de observaciones, sino que es mental. Un filósofo,
Galen Strawson (2008), afirma algo parecido: que todo cuanto estudian los físicos y
químicos es mental (mind staff), de modo que el “materialismo real” (el suyo) implica al
panpsiquismo (apelación académica del animismo).

Ni Henry ni Strawson repararon en que, si el universo fuese mental, pensaríamos sin


cerebro; que la humanidad habría existido antes que el universo; y que éste sería estudiado
por psicólogos, no por cosmólogos. Tampoco advirtieron que, si el universo fuese mental, se
pensaría a sí mismo. El filósofo Jesús Mosterín (2006: 401) se les acerca, ya que afirma
que el universo se piensa a sí mismo “a través de” nosotros. El físico Roland Omnès (1999:
245) le mató el punto, al sostener que “lo sagrado está en todos los sitios del universo y
nada es completamente profano.” Pero no ofreció ningún elemento de prueba.

Lo más notable de esas extrañas opiniones no es que sean meras reediciones de la más
primitiva de las cosmovisiones: el animismo, que creíamos haber sido refutado para siempre
por los filósofos presocráticos. Lo más llamativo es que esas opiniones sean propuestas ex
cathedra, sin argumentos sólidos, tal cual lo hicieran hace casi dos siglos Schelling y
Schopenhauer.

2 El recurso al experimento

El llamado “efecto observador” consiste en la afirmación de que el observador no encuentra


y estudia cosas dotadas de ciertas propiedades, sino que crea todo lo que cree observar, o
al menos crea sus propiedades. Esta afirmación se fundaría en un análisis de los
experimentos y mediciones típicos de la microfísica. Veamos.

Por definición, una observación consiste en averiguar algo acerca de algo preexistente. Sin
duda, algunas observaciones modifican en algo algunas de las propiedades del objeto
observado. Por ejemplo, el termómetro que se inserta en un líquido para medir su
temperatura lo enfría o calienta algo y, con ello, modifica un poco la temperatura inicial; y la
luz que ilumina a un átomo que se pretende localizar altera su posición. Pero en ambos
casos el objeto observado preexiste a la observación.

Es verdad que se ha llegado a afirmar que los átomos radioactivos no se desintegran


mientras se los observe, a semejanza de la pava mítica, que no hervía mientras se la
miraba. Pero esta afirmación no es avalada por el cálculo ni por la observación (Bunge y
Kálnay 1983).

Las cosas cambian en química y la física de altas energías, como ocurre en un acelerador
de partículas. En estos casos emergen cosas que no existían antes en el mismo sitio. Pero
estas cosas nuevas no surgen de la nada ni de la mente del experimentador, sino que son
productos de interacciones entre objetos físicos preexistentes. Tan es así, que el
experimentador se esfuerza por descubrir y describir las reacciones en cuestión, así como
por protegerlas de su persona.

Por ejemplo, al chocar con protones (núcleos de átomos de hidrógeno), un haz de protones
genera un haz de piones positivos y negativos conforme al esquema de reacción p + p ® p
+ p + π++ π-.. El producto de esta interacción consta de cosas preexistentes (protones) más
cosas cualitativamente nuevas (piones). Tan es así, que la misma reacción también ocurre
naturalmente, como lo descubrieron en 1947 investigadores de rayos cósmicos, al exponer
placas fotográficas a rayos cósmicos a grandes alturas.

El diagrama siguiente muestra esquemáticamente los tres procesos a que se eludió en el


texto: (a) observación pasiva (p. ej. astronómica); (b) experimento (versión realista); y (c)
experimento (versión subjetivista).
En resumen, hay transformaciones de unas cosas en otras, pero no creaciones de cosas
concretas ex nihilo ni ex mente. Por cierto que un cerebro puede crear nuevas ideas, tales
como diseños experimentales y teorías. Pero, por original que sea, una ideación es un
proceso en el que intervienen ideas preexistentes. Una idea totalmente original, sin raíces,
sería incomprensible. Por ejemplo, los astrofísicos no saben casi nada acerca de lo que
llaman “materia oscura,” pero al menos saben que sus constituyentes son materiales
(cambiables e interactuantes) y que no emiten luz: si la materia oscura fuese mental, se la
conocería bien. Pero volvamos a la física cuántica.

3 Crítica de la interpretación subjetivista

Casi todos los filósofos adoptaron la doctrina de Copenhagen, que había sido formulada por
George Berkeley dos siglos antes, de que “ser es observar o ser observado.” No es fácil
dudar de la palabra de esas grandes autoridades científicas, si bien hubo tres grandes
—Max Planck, Albert Einstein y Louis de Broglie— que nunca la aceptaron.

Pero el filósofo crítico no aceptará el recurso a la autoridad, típico del teólogo, sino que
examinará la teoría de marras antes de pronunciarse por ésta o aquélla interpretación de su
formalismo matemático. Esto es lo que hicimos en otras ocasiones (Bunge 1959a, 1959b,
1967, 1973, 1985, 1989, 2010). A continuación expondré una versión simplificada y
actualizada, de mis principales argumentos en favor del realismo. Pero antes recordemos
en qué consiste esta filosofía.

El realismo filosófico es la doctrina según la cual (a) el universo existe independientemente


del sujeto cognoscente u observador (realismo ontológico); y (b) éste puede conocerlo
objetivamente, aunque de a poco (Mahner 2001). He aquí dos argumentos en favor del
realismo.

Primero: quienquiera que se proponga investigar algo podrá poner en duda la existencia
real de ese algo, pero no la de todo cuanto lo rodea, en particular su planeta y sus
instrumentos de medición. Por ejemplo, si desea averiguar si un objeto X existe fuera de su
mente, el científico diseñará un experimento que muestre que la presencia de X modifica el
estado de un objeto Y de cuya existencia no cabe dudar so pena de caer en un
escepticismo radical.

Segundo: todo conocedor nace y crece en un mundo que le preexiste, y que a su vez es
producto de una evolución natural y social que lleva miles de millones de años, o acaso
viene sucediendo desde siempre. La idea de los filósofos subjetivistas, como Kant, de que
el espacio y el tiempo sólo existen en la mente del sujeto, y de que cuanto existe es una
apariencia (fenómeno) que se le presenta, son incompatibles con cuanto se sabe sobre la
ontogenia (desarrollo individual) y la filogenia (evolución) del ser humano, así como con la
psicología y las ciencias sociales.

En resumen, el mundo no es creación del sujeto, sino que le preexiste. Más aun, los
climatólogos y ecólogos saben bien que a la naturaleza le iría mucho mejor si
desapareciese el género humano. En la comunidad académica, el filósofo subjetivista podrá
ser considerado como refinado o profundo. Pero fuera de esa burbuja será tenido por
infantil, excéntrico o aun loco. Por ejemplo, no podrá llevarse un artículo de un negocio sin
pagarlo, alegando que es producto de su mente.

4 Indeterminación y decoherencia

En física clásica todas las propiedades son precisas: tantos kilos, tantos kilómetros por
hora, etc. En cambio, las magnitudes cuánticas no siempre tienen valores precisos. Por
ejemplo, habitualmente un electrón no está en un punto fijo del espacio, sino que está con
cierta probabilidad en un cubito, y con otras probabilidades en los cubitos adyacentes. O
sea, el electrón tiene una distribución de posiciones; o, si se prefiere, está en una
superposición de posiciones.

Lo mismo ocurre con sus demás propiedades (o variables) dinámicas: momento, momento
angular, spin, y energía. Por ejemplo, habitualmente el estado energético de un objeto
cuántico es una superposición (combinación lineal) de una infinidad de estados
elementales, cada uno de los cuales corresponde a un valor preciso de la energía.

Solamente el tiempo, la masa y la carga eléctrica carecen de dispersión intrínseca,


“indeterminación” o “incerteza”. Lo mismo vale para las variables inherentemente
macrofísicas, tales como la tensión, la temperatura y la entropía: todas ellas tienen valores
precisos en todo instante. La cuestión de si el universo esté en una superposición de
estados, como han conjeturado Hawking y Mlodinow (2010), es un seudoproblema, ya que
nadie logrará escribir y resolver una ecuación de estado para él, ni ejecutar un experimento
para poner a prueba semejante especulación propia de la ciencia-ficción.

En resumen, comúnmente un electrón está en una superposición de estados elementales.


Pero cuando interactúa con su medio, puede ocurrir que semejante superposición se
contraiga a un cubito minúsculo o, idealmente, a un punto. Esto es lo que se llama “colapso”
o “proyección” de su vector de estado, la célebre y.
También se habla entonces de decoherencia (v. Schlosshauer 2007). Este proceso de
contracción de una nube de probabilidad a un punto ocurre naturalmente, como cuando el
electrón pasa por un poro muy pequeño. El mismo proceso también ocurre cuando se mide
con gran precisión la posición del electrón. Algo análogo vale para las demás propiedades
dinámicas de todos los objetos cuánticos, sean o no microscópicos. Pero Marcello Cini
(1985) y otros han argüído que en esos casos no hay colapso instantáneo sino contracción
más o menos rápida.

Lo que importa filosóficamente es que el proceso de decoherencia (o proyección) es


puramente físico, aun cuando ocurra bajo control experimental. Un observador puede
diseñar o ejecutar un experimento, pero su mente no puede actuar sobre ningún objeto
exterior porque la telekinesis no existe.

5 La teoría cuántica no se refiere al observador

Un análisis semántico de los conceptos básicos de la teoría cuántica, tales como el


operador de la energía (o hamiltoniano) y la función de estado, muestra que no contienen
ninguna variable referente al observador. Por ejemplo, el operador energía para el más
simple de los sistemas físicos, un átomo de hidrógeno, consta de la energía cinética más la
energía electrostática de su electrón. Esto basta para calcular los niveles energéticos
posibles del átomo en cuestión y mucho más.

El experimentador y los aparatos que usa para excitar al átomo y medir la longitud de la
onda luminosa que emite cuando baja de un estado excitado a otro, están en el laboratorio
pero no están representados en la teoría del átomo. De modo, pues, que la afirmación de
que la teoría en cuestión describe operaciones de laboratorio es falsa. Para describir
semejantes operaciones hay que analizar los instrumentos de medición correspondientes,
todos ellos macrofísicos, con ayuda de la física clásica y de indicadores. (V. Cap. 8.)

El resultado de semejantes análisis es una amplia panoplia de teorías especiales. Hay


tantas teorías de este tipo como tipos de instrumento: la teoría del péndulo simple para
medir la aceleración de la gravedad; la teoría del galvanómetro para medir intensidades de
corriente eléctrica; la teoría del espectrómetro de masas para medir masas de átomos o
moléculas, etc. La vasta mayoría de estas teorías instrumentales son aplicaciones de
teorías generales clásicas, tales como la óptica ondulatoria, que ignora a los fotones.

En resumen, ni estas teorías instrumentales ni ni las teorías cuánticas sustantivas, como las
del electrón, se refieren a observadores: todas ellas son estrictamente físicas.

Obsérvese que esta conclusión no es una afirmación filosófica gratuita, sino que sale de un
examen de las variables que figuran en las teorías en cuestión. La que sí es una afirmación
filosófica gratuita es la tesis subjetivista, de que la teoría atómica no es sino una descripción
de las apariencias (fenómenos) que experimenta el observador. Esta tesis es falsa, aunque
sólo sea porque –como afirmó Galileo (1953) hace cuatro siglos– la física nada sabe de
propiedades secundarias, tales como colores, olores, gustos y texturas. Todas estas
propiedades surgen en cerebros, normalmente en respuesta a estímulos físicos
caracterizados por propiedades primarias, tales como extensión, duración, masa y carga
eléctrica. Además, esa tesis no es sino un injerto del fenomenismo que va de Berkeley,
Hume y Kant a Comte, Mill, Mach, y el Círculo de Viena.

Si la interpretación fenomenista (o positivista) de la teoría cuántica fuese correcta, esta


teoría describiría procesos mentales. Por lo tanto sería parte de la psicología, no de la fisica,
de modo que los psicólogos no tendrían motivos para envidiar a los físicos. Más aun, los
psiquiatras podrían usar la teoría cuántica para diagnosticar y tratar desórdenes mentales,
tales como la negativa a admitir la realidad objetiva del mundo exterior.

6 Quanta y realismo: un enredo

En su célebre crítica a la mecánica cuántica, Einstein, Podolsky y Rosen (1935), en


adelante EPR, advirtieron que esta teoría implica lo que después se llamó entanglement o
enredo (habitualmente traducido por entrelazamiento). El enredo en cuestión consiste
esencialmente en ésto: si dos o más cuantones constituyen inicialmente un sistema, pierden
su individualidad y parecen seguir unidos a distancia aun después de haberse distanciado
entre sí.
Por ejemplo, sean dos cuantones de la misma clase, tales como electrones o fotones, que
se unen formando un sistema con una energía total E. En un momento dado, sea
naturalmente o por efecto de un aparato experimental, el sistema se descompone en dos
componentes que se separan entre sí. (Las dos componentes pueden separarse al nacer,
como ocurre con el par de fotones que emite un átomo excitado al decaer a un nivel
energético inferior.) La energía total del sistema no cambia, pero ahora se ha distribuido al
azar entre sus dos componentes, y de manera tal que ninguno de ellos tiene una energía
con un valor preciso. O sea, cada uno de los dos componentes está en una superposición, o
combinación lineal, de estados elementales (autovalores) de la energía. El enredo sería,
pues, un caso particular de superposición.

Pero la historia no termina aquí sino en el eventual desenredo, del mismo modo que la
superposición o coherencia termina con la proyección o decoherencia. En efecto, tarde o
temprano uno de los componentes del sistema, digamos el primero, interactúa con un
sistema macroscópico, el que puede ser un aparato de medición. Cuando esto ocurre, la
superposición colapsa (o se proyecta) a uno de los estados elementales, que corresponde a
un valor preciso E1 de la energía.

O sea, el primer componente ha adquirido una nueva propiedad: no la de poseer energía,


sino la de tener una energía precisa. Y la adquirió a causa de su interacción con un objeto
macrofísico, no por ser observado, ya que el proceso en cuestión puede automatizarse.
Y aquí viene la sorpresa: al mismo tiempo que se contrae la distribución de energía del
primer componente, el estado del componente 2 del sistema original se proyecta al
correspondiente a la energía precisa E2 = E – E1.

En definitiva, los dos cuantones han recuperado su individualidad: se han desenredado.


Este desenredo ocurre cualquiera sea la distancia a la que estén separados los
componentes, y sin que medie señal alguna del primero al segundo. La distancia máxima
alcanzada hasta la fecha es de 150 km, la que separa a observatorios en dos islas
Canarias.

EPR (1935) creyeron que el enredo implica una “fantasmal acción a distancia.” (De hecho
no hay tal acción: ni la teoría ni los experimentos involucran señales ni fuerzas entre los
componentes del sistema. Análogamente, las “contracciones” y “dilataciones” de Lorentz no
son efectos de fuerzas.) EPR opinaban que éste y otros resultados contraintuitivos de la
teoría cuántica desafían toda “definición razonable de la realidad.” Por esto juzgaron que la
mecánica cuántica no era realista. Y medio siglo después, cuando Alain Aspect demostró
experimentalmente la realidad del enredo, la gran revista Science anunció que el realismo
había sido refutado.

A través de toda esta crisis los físicos experimentales usaron tácitamente una definición de
“realidad que, a diferencia de la de EPR, no estaba ligada a la mecánica clásica. Creo que
esta definición alternativa es aproximadamente la siguiente. Nombren a y b dos objetos
diferentes, y supongamos que al tiempo t se prueba que a es real. Entonces también b
deberá ser juzgada real en t si e algún instante a actúa sobre b, o b sobre a.
(Obsérvese que éste es un criterio, no una definición. Y nótese también que habría que
refinarla a la luz del requisito relativista de invariancia de Lorentz.)
Actualmente suele afirmarse que el “realismo local es insostenible”. Esta afirmación
involucra una confusión entre una doctrina filosófica y la hipótesis física clásica de que
todos los cambios son locales o se propagan por contacto, de modo que lo local se puede
desacoplar de lo global. Quien niegue el “realismo local” tendría que admitir el “idealismo
local”, el “idealismo global”, o el “realismo global”, sin averiguar antes si estas expresiones
tienen sentido.

Insistamos. Es absurdo sostener que “el realismo local es insostenible”, ya que lo que ha
sido refutado no es el realismo filosófico sino la hipótesis física clásica de que el vínculo
entre dos cosas cualesquiera se debilita a medida que ellas se distancian entre sí, hasta
llegar un punto en que se comportan independientemente la una de la otra (Bunge 1989). Si
las cosas son cuantones, una vez unidas permanecen correlacionadas independientemente
de su distancia mutua.

Si se abandonara el realismo filosófico, o sea, el principio de que los objetos físicos existen
fuera de la mente del observador, no sería necesario hacer experimentos para averiguar
cómo es el mundo: bastaría preguntar la opinión de nuestro gurú favorito, o incluso practicar
la introspección.

En mi opinión, tanto Einstein como los defensores de la ortodoxia de Copenhagen estaban


errados en lo que respecta al enredo. Einstein erró al creer que la realidad es clásica, y
Bohr al rechazar el realismo filosófico. El éxito sensacional de la teoría cuántica prueba a la
vez que ella es realista y que la realidad no es clásica. En suma, Realismo ≠ Clasicismo.

El que la teoría cuántica no sea intuitiva, es verdad pero otro cantar. Por ejemplo, esta
teoría carece de variables clásicas de posición, o sea, funciones que asignen un punto
exacto del espacio a cada cuantón en cada instante. Einstein creía que semejante posición
exacta, y la correspondientes trayectoria precisa, son “elementos de la realidad”, de modo
que su ausencia de la teoría cuántica probaría que ésta es incompleta.

Esta queja motivó la construcción de teorías de “variables ocultas”, como la de David Bohm,
así como el teorema de Bell. (Por definición, una variable oculta es una variable carente de
“indeterminación” o dispersión intrínseca.) John Bell probó que toda teoría que contenga
variables ocultas debe cumplir las desigualdades que llevan su nombre, las que son
empíricamente contrastables.

Una plétora de experimentos, tales como los de Alain Aspect en 1982, ha refutado toda la
familia de teorías de ese tipo. Y, por supuesto, toda violación de la desigualdad de Bell
equivale a una confirmación de la mecánica cuántica. (En general, la refutación de p
equivale a la confirmación de no-p. Por lo tanto, contrariamente a la opinión de Popper, la
refutación no es más fuerte que la confirmación.) En cambio, un conjunto mucho más
numeroso y variado de experimentos ha mostrado que la teoría cuántica es la teoría física
más precisa de que se dispone.

Recordemos que toda teoría radicalmente nueva puede chocarnos y obligarnos a reeducar
nuestra intuición. Pero si se la considera verdadera es porque se ajusta a la realidad. Quien
abandone el realismo filosófico también abandona toda esperanza de hallar verdades
objetivas, como ocurre con los sociólogos de la ciencia que practican el
constructivismo-relativismo. No confundamos la ciencia con la ciencia ficción ni con la
literatura o la pintura fantásticas.

Anton Zeilinger (2010: 286), el físico experimental que ha efectuado las mediciones más
espectaculares de fotones enredados, concluye que “en la actualidad no hay acuerdo, en la
comunidad científica, sobre cuáles son realmente las consecuencias filosóficas de la
violación de la desigualdad de Bell. Y hay aun menos acuerdo acerca de la postura que hay
que adoptar ahora.”

Yo sugiero que podría llegarse a un acuerdo si se descartasen las definiciones


idiosincráticas de ‘real’ y ‘realismo’ propuestas por EPR y se consultara el diccionario. Un
objeto diferente del universo es real si un cambio cualquiera en él altera a otro objeto. Y el
realismo filosófico es la doctrina que sostiene que el universo es real. No olvidemos que el
universo preexistió a los filósofos idealistas.

7 ¿Se ha desvanecido la materia?

Hasta aquí nos hemos referido al realismo, la doctrina de que el mundo exterior existe de
por sí y puede conocerse. Abordemos ahora el materialismo, la otra presunta víctima de la
física cuántica. El materialismo es la familia de ontologías que sostienen que el universo es
material. Casi todos los materialistas admiten la realidad de lo mental, pero sostienen que,
lejos de ser inmaterial, todo suceso mental es un proceso cerebral. El materialismo es el
ogro de las religiones, así como de las doctrinas y prácticas espiritualistas. El idealismo
cuántico no es sino la más refinada de ellas. Es posible que haya empujado a Wolfgang
Pauli, el gran teórico cuántico y cruzado de la escuela de Copenhagen, a coquetear con las
“ciencias” ocultas y los arquetipos de Jung. La homeopatía es un miembro menos
presentable del mismo campo. Su fundador, Samuel Hahnemann, sostenía que una droga
es tanto más potente cuanto menos material: por esto recomendaba reducir al máximo, por
diluciones sucesivas, la cantidad de ingrediente activo.

Se ha dicho que la física cuántica refuta al materialismo. Esta opinión es sugerida por la
tesis subjetivista junto con el hecho de que la teoría cuántica no les asigna a sus referentes
la impenetrabilidad que caracteriza a los cuerpos de que trata la mecánica clásica. Pero ya
la óptica, nacida en la antigüedad, trataba de cosas materiales carentes de masa y solidez,
a saber, los haces luminosos, imponderables pero no por ello inmateriales. Los filósofos
modernos podrían haber tomado nota de esta ampliación tácita del concepto de materia.
Incluso el gran Bertrand Russell creyó que la peculiaridad de la materia era su
impenetrabilidad.

8 Indeterminismo

Finalmente, otra creencia popular es que la física cuántica es indeterminista porque sus
leyes básicas son probabilistas. Esta opinión es insostenible incluso si se acepta la versión
del determinismo que propusiera Laplace, ya que falla para una colección de bolitas. En
efecto, Ludwig Boltzmann mostró hace más de un siglo que en este caso interviene el azar
objetivo junto con la causación. Y esto exige la intervención de la mecánica estadística, en
la que el concepto de probabilidad es central.
Tanto la física estadística como la teoría cuántica sugieren una concepción más amplia y
sutil del determinismo (Bunge 1959a), a saber, como la conjunción de los principios de
legalidad (causal, probabilista o mixta) y de conservación de la materia (aunque no de la
masa). Las teorías cuánticas satisfacen esta versión del determinismo porque se centran en
leyes y contienen principios de conservación. El principio de legalidad niega que todo lo
pensable puede ocurrir (la infame consigna de Paul Feyerabend, Todo vale). Por ejemplo, la
energía no puede emitirse ni absorberse en cantidades arbitrarias.

Y las leyes de conservación, sean clásicas o cuánticas, niegan que la materia pueda
emerger de la nada. Además, no todas ellas son enunciados probabilistas. Por ejemplo, la
afirmación de que el momento angular total (orbital más spin) de una partícula en un campo
de fuerzas central es constante no vale sólo en promedio sino también en todo instante.

9 ¿Límites de la razón?

Por ultimo, también se ha dicho que la teoría cuántica limita la racionalidad, en que es
intrínsecamente oscura y prueba que no podemos conocer cuanto queremos. En efecto,
Niels Bohr sostuvo que debemos modificar el sentido del verbo “entender”, y Richard
Feynman afirmó que “nadie entiende la mecánica cuántica”. Pero ninguno de ellos dijo
explícitamente qué entendían por “entender’.

Parece que lo que quisieron decir es que ya no podemos describir los hechos en forma
intuitiva o clásica. Pero no está dicho que a la naturaleza le importe nuestra capacidad de
intuirla. La física clásica está llena de ejemplos de procesos que mucha gente tardó en
entender, tales como el movimiento en ausencia de fuerzas, la difracción de la luz y la
relatividad de longitudes y tiempos.

En cuanto al límite de la cognoscibilidad, es inherente a la formulación original del célebre


“principio de incerteza” de Heisenberg, como imposibilidad de conocer al mismo tiempo la
posición y la velocidad de un electrón. Pero esta formulación es incorrecta, ya que las
premisas que implican el teorema de Heisenberg no involucran el concepto de
conocimiento: solo se refieren a cuantones. Lo que afirma el teorema en cuestión es que los
electrones y demás objetos cuánticos carecen de posiciones y velocidades precisas al
mismo tiempo. Y es lógico que, si carece de tales propiedades, no podamos conocerlas. De
modo que, contrariamente a la afirmación de Heisenberg, la teoría cuántica no se refiere a
nuestro conocimiento de la naturaleza: pertenece a la física, no a la ciencia cognitiva ni a la
filosofía del conocimiento.

En suma, el advenimiento de la teoría cuántica fue una gran victoria de la racionalidad y un


aporte monumental al conocimiento de la naturaleza.

10 Conclusión

La afirmación de que la física cuántica refuta al realismo forma parte de un argumento que
es inválido por ser circular. En efecto, se empieza por postular que los valores posibles del
operador representativo de una variable dinámica son los que produce una observación, y
se “concluye” que la teoría no se refiere a cosas en sí mismas sino a observaciones, o
incluso, ya que estamos, a estados mentales del observador. El resto –materialismo,
determinismo y racionalismo– son la bonificación por haber comprado el subjetivismo.

Pero cuando se despoja a la teoría cuántica de sus injertos filosóficos, se advierte que es
tan realista, materialista, determinista
y racionalista como la mecánica o la electrodinámica clásicas. Lo que es cierto es que la
teoría cuántica obliga a remozar la ontología. En particular, obliga a ampliar los conceptos
de materia y de determinismo, a degradar los concepto de forma y de individualidad, y a
robustecer el principio de sistematicidad (debido a la superposición y al enredo).

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