Metodos y Tecnicas Cualitativas de Investigacion en Ciencias Sociales
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Metodos y Tecnicas Cualitativas de Investigacion en Ciencias Sociales
EDITORES:
JUAN MANUEL DELGADO
JUAN GUTIÉRREZ
CAPÍTULO 11
GRUPOS DE DISCUSIÓN
Manuel Canales
A nselmo Peinado
plos (muchos de ellos en las páginas de notas) que permitan al lector no familiarizado empí-
ricamente con la técnica, hacerse una adecuada composición de lugar.
Ahora bien, una descripción de la técnica del grupo de discusión, por más que preten-
da ser didáctica, ha de situarla en el contexto del discurso social -que ayuda a construir
analíticamente-, para su cabal comprensión. Este será nuestro punto de partida.
La práctica social no es nunca, tan sólo, discursiva; pero toda práctica social necesita
del discurso, de una organización particular del sentido, el cual, a su vez, ha de descono-
cerse a sí mismo como práctica, ha de desconocer sus orígenes. Entre las prácticas socia-
les y su discurso hay siempre una interacción: el segundo no es mera emanación de las
primeras, sino que retorna sobre aquellas; lo que, entre otras cosas. significa que el cam-
bio social no es ajeno al sentido, y que cuando este se rompe en las prácticas sociales, la
necesidad de recuperarlo puede abrir un proceso social de ruptura encaminado a la consti-
tución de nuevas condiciones sociales que garanticen un sentido también nuevo (véase
Pereña, 1979b).
La perspectiva en la que se sitúa el grupo de discusión (el análisis del discurso), supe-
ra la (estrecha de miras) dicotomía emir/etic (véase el capítulo Teoría de la observa( ión).
Y lo hace mediante la deconstrucción de los componentes semánticos de producciones
discursivas concretas, recogidas mediante la técnica, para mostrar su estructura. Esta no
equivale nunca a la producción semántica consciente (las hablas individuales de los parti-
cipantes en los grupos, las "opiniones"; a estas realizaciones concretas de un discurso las
denominaremos "textos"). La estructura de una producción lingüística cualquiera -lo que
denominaremos simplemente "discurso"', que vendría a equivaler, por tanto, a "discurso
social"-, muestra un campo semántico que define qué elementos son incluidos como per-
tinentes y sus relaciones recíprocas, de carácter siempre jerárquico o hipotáctico; y, por
oposición, como en toda estructura, qué elementos excluye, qué relaciones no acepta (véa-
se cap. Formación discursiva). De este modo, lo incluido y lo excluido se muestran y ex-
plican recíprocamente. El trabajo de análisis no supone, por tanto, la mera "aceptación"
acrítica de los enunciados de un observador interno; por el contrario, el análisis del discur-
so requiere la confrontación previa de varios observadores internos, entre sí, y de éstos con
el observador externo (situación de grupo), quien vendría a realizar, en palabras de Jesús
Ibáñez, una "reducción crítica de los contenidos émic" presentes en la producción discur-
siva del grupo de discusión. La posición del prescriptor de los grupos, tanto en la realiza-
ción de los mismos (pero sin participar en ellos), cuanto en la posterior labor analítica,
prefigura ya "ese tercer término que supere la antítesis entre los puntos de vista clic y
emir" (Ibáñez, 1988). Nada más lejos, también, por otra parte, de la teoría de la acción so-
cial, en la que el sentido de una acción coincide con el declarado por sus agentes: la con-
ciencia sería aquí el criterio del sentido. El análisis del discurso, por el contrario, al postu-
lar el análisis de las producciones lingüísticas con que trabaja, no erige a la conciencia en
juez del sentido, sino que resitúa a éste -el sentido- en el terreno de la estructura de aque-
llas (las producciones concretas).
La superación de la antítesis entre estructuras clic y ende, requiere, obviamente, (le
una teoría social integradora, capaz de poner en relación los componentes infraestructura-
Capítulo 11: Grupos de discusión 289
El grupo de discusión es una técnica comúnmente empleada por los comúnmente deno-
minados investigadores cualitativos. Su formulación teórica y metodológica, en el contexto de
una tradición netamente española, que ahora también lo es latinoamericana, se encuentra en
los escritos y en las enseñanzas de Jesús Ibáñez, Angel de Lucas, Alfonso Ortí y Francisco
Pereña2, así como en los trabajos recientes de los investigadores formados por ellos'.
En este apartado intentaremos trazar una aproximación a la técnica con la pretensión de
hacerla accesible a quienes no la conocen. Pretensión sin duda discutible, pues las propias
características de la metodología y de la técnica, centradas en la subjetivización de ambas y
del análisis por el investigador, hacen prácticamente imposible todo manual canónico. El in-
vestigador ha de "ocupar" (hacerse un lugar como sujeto) la técnica y reflexionar sobre ella.
Se aprende haciendo y mirando lo que hacemos, pues la técnica -como veremos más adelan-
te-, no reposa tanto en una serie de procedimientos precodificados, cuanto en posiciones
que ha de asumir y regular un sujeto. Por ello, la exposición tratará de delinear un espacio en
el que el investigador pueda situarse, y unos recorridos por los que pueda transitar. Se trata,
en definitiva. de mostrar una situación, reflexionando sobre sus condiciones de posibilidad y
su consistencia, de modo que otro pueda ocuparla.
La técnica, en fin, se aprende como un oficio, como un artesanado, no es susceptible de
estandarización ni de formalización absoluta. Las formas que aquí avanzaremos, deben ser,
por tanto, entendidas como esquemas, listos para ser borrados una vez comprendidos.
Antes de entrar en aspectos de detalle, convendría señalar algo que nos parece primor-
dial: el porqué y para qué de una técnica que, como ésta, posee dimensión grupal.
El grupo de discusión es una técnica de investigación social que (como la entrevista
abierta o en profundidad, y las historias de vida) trabaja con el habla. En ella, lo que se dice
-lo que alguien dice en determinadas condiciones de enunciación-, se asume como punto
crítico en el que lo social se reproduce y cambia, como el objeto, en suma, de las ciencias
sociales. En toda habla se articula el orden social y la subjetividad.
Ahora bien, ¿por qué precisamente en grupo?, ¿por qué interacción comunicativa, cuan-
do hemos afirmado que todo yo es grupal, que la identidad individual se configura desde las
identificaciones colectivas? Es decir, ¿por qué no limitarnos a las entrevistas abiertas indivi-
duales?
290 Parle 11 Las tlrniras t las prrtrlicas de inresli ^arirín
I.a razón la hallamos en las características mismas del discurso social. El discurso so-
cial, la ideología, en su sentido amplio corno conjunto de producciones significantes que
operan como reguladores de lo social-, no habita, como un todo. ningún lugar social en par-
ticular. Aparece diseminado en lo social. No es, tampoco, interior al individuo, en el sentido
de una subjetividad personal, sino exterior, social, corno ya pusieron de manifiesto Bajtín y
su escuela, de un modo que se expresa clara y concisamente en una cita como la siguiente
( Voloshinov, 1992).
La llamada psicología social, que según la terminología de Plejánov. retomada por la ma-
yoría de los marxistas. es el eslabón transitivo entre una formación político-social q una ideolo-
gía en el sentido restringido (la ciencia, el arte etc.), se presenta en términos reales, materiales
copio la interacción discursiva. Tomada fuera de este proceso real ele la comunicación e inte-
racción discursiva (y, en general. (le la comunicación semiótica). la ideología social se conver-
tiría en un concepto metafísico o mítico (el "alma colectiva' o la "psique interior colectiva", el
"espíritu del pueblo etc.).
La ideología social no se origina en alguna región interior (en las ''almas' de los indivi-
duos en proceso de comunicación), sino que se manir Teta globalmente en el exterior: en la pa-
labra, en el gesto. en la acción. En ella no hay nada que fuese interior y no expreso: todo está
en el exterior, en el imcrcanmbio, en el material y, ante todo, en el material verbal.
lenguaje se nos muestra como pura sustitución de unos significantes por otros, como jue-
go metafórico. En eso consistiría la realidad del lenguaje, y en esa sustitución ilimitada,
vendría a producirse el sentido.
Ese es, precisamente, el lugar de la ideología que, mediante lo que podríamos denomi-
nar presión o violencia semántica. liga el proceso de sustitución metafórica a un centro, a
un núcleo de sentido. El sujeto -cada sujeto e, incluso, cada grupo social- "elige" los signi-
ficantes de que liará uso, dispondrá de sus propios repertorios de estilo, etc. Pero es "elegi-
do' por la presión semántica, por el universo de sentido que es para él preexistente y que le
constituye. Es ahí donde significante y significado vienen a articularse estratégica y provi-
sionalmente como efecto (pues el signo, decimos, no es autosubsistente) de sentido.
Si las palabras pueden sustituirse unas por otras, es porque son intercambiables de acuer-
do a criterios de valor semántico. Y si hay intercambio es porque no salimos nunca de la esfe-
ra de la circulación. El sentido es, en efecto, circulación, antes que producción. Es preexisten-
te a y viene dado como un todo para el sujeto parlante. En el intercambio se re-produce el
sentido'.
Conviene, entonces, detenerse en un aspecto en el que el sentido común se engaña: si
toda producción discursiva implica sustitución de significantes y acoplamiento al sentido,
el sujeto no sabe lo que dice: cuando hablamos, no sabemos lo que decimos, pues no so-
mos dueños de la estructura que genera nuestro decir (véase el capítulo Forma( ifir discur-
siva). También por eso decimos, nos contradecimos y nos desdecimos; titubeamos o cam-
biamos de opinión'. El sujeto parlante es dueño de sus opiniones, pero no de la estructura
que las genera. Por eso el orden social no es consciente (lo que es requisito, por otra parte.
de su funcionamiento, como es requisito que desconozcamos lo que decimos para que el
lenguaje pueda seguir funcionando en nosotros).
Re-producir y reordenar el sentido precisa del trabajo del grupo, pues requiere poner
en juego en toda su extensión, el nivel del habla, a fin de permitir que la presión semántica
configure el tema del que en cada caso se trate, como campo semántico (como campo, por
tanto, de sentido). No es, por consiguiente, que el sentido no esté dado como un todo para
el sujeto individual: se trata, por el contrario, de que un sujeto individual no sometido a una
situación discursiva, tan sólo nos ofrecerá enunciados en los que las relaciones semánticas
se expresarán de modo fragmentario. Lo que en el grupo es conversación (esto es. frota-
miento de las hablas individuales), habría de equivaler, en el caso de la entrevista, al diálo-
go con uno mismo (lo que requeriría tomarse a sí mismo como otro), a fin de que el resulta-
do fuera la emergencia de un campo semántico desplegado en toda su extensión.
En la situación discursiva que el grupo de discusión crea, las hablas individuales tra-
tan de acoplarse entre sí al sentido (social). Es tan sólo tomándolo de este modo, como ca-
be hablar de que el grupo opera en el terreno del consenso. Consenso, por cuanto el senti-
do es el lugar mismo de la convergencia de los individuos particulares en una topología
i maginaria de carácter colectivo.
Lo que el investigador recupera mediante la técnica, no es aquí, por tanto, un dato. sino
-en terminología de Ibáñez-, un capta. No viene dado, sino que hay que (re)producirlo.
Investigar, viene del latín testigo (seguir las huellas que deja la presa en el camino: véase
Ibáñez, 1991), que dará lugar también a —vestigio". Lo investigable es lo que puede ser ras-
treado y explicado. Pero el seguimiento del rastro no es mera recolección. A ta investiga-
ción. en efecto, le cuadra mejor la metáfora del cazador que la del recolector.
292 Parle l7: Las léntiacs r las próeliras de in eest/garión
fundamental para entender la "forma" del grupo de discusión. En él, los interlocutores no
coinciden necesariamente con los individuos que lo constituyen. De hecho, al menos a los
efectos del asunto que aquí nos ocupa. "individuo" es una convención más que discutible.
Si el yo es grupal, como ya hemos señalado reiteradamente, algo del yo no coincide con los
límites corporales de cada individuo. Y todo lo que pueda haber de singular en un yo, no
interesa a la investigación sociológica: lo que buscamos, por el contrario, es trazar la topo-
logía de ese campo de convergencia imaginario, en acoplamiento con el cual se constituye
el yo; dar cuenta de la constitución de ese campo de certezas ideológicas Y. por tanto, socia-
les, sobre las cuales se construye la identidad individual. Si el yo no coincide plenamente
con el individuo; si la identidad tiene su fundamento fuera de sí, es obvio que no podemos
considerar al individuo como interlocutor absoluto. Por el contrario, los interlocutores, en
un grupo de discusión, pueden ser-como señala Ibáñez (1988)-: perspectivas distintas de
una misma persona, perspectivas de distintas personas, puntos de vista, personas, grupos,
ideas, culturas... Es por esto que decimos que cada interlocutor no es una entidad, sino un
proceso. Proceso, porque en el transcurso de la conversación, cambian sus partes en la mis-
ma medida en que se va organizando y cambiando el todo.
En este cuadro que describimos, la conversación queda en una dirección compartida. En
un nivel, es dirigida por la propia habla investigada (en lo que tiene de conversación entre los
participantes), que desarrolla un discurso en función de criterios de pertinencia propios'. En
otro nivel, es dirigida por el investigador, en lo que tiene de construcción del marco de la dis-
cusión (el tema), de control de su desarrollo por el lugar que ocupa aquel en el grupo, y por
la acción que sobre él ejerce.
Esto explica la productividad específica de la técnica para el estudio de esos lugares co-
munes que son los lugares de la identificación colectiva. En cuanto el habla está orientada
hacia una conversación -entre iguales-, cada hablante acuerda su habla al hablar de los
otros. Privilegia en el habla lo que ésta tenga de común -así en la disputa, como en el con-
senso-, de articulable con el hablar de los otros. En este sentido, puede decirse que el grupo
''normaliza", al forzar que las hablas individuales se despojen -al menos en mayor medida
que otras técnicas "cualitativas''-, de las adherencias de lo singular, y aun de la sintomatolo-
gía de cada individuo. Del mismo nodo, en el grupo de discusión las diferentes situaciones
de hecho (diferentes experiencias, biografías, circunstancias sociales, etc.), pierden su singu-
laridad para elevarse al estatuto de palabra. nivel en el que son ya comunicables (lo singular,
por definición, no lo es).
Las técnicas que se engloban bajo el rótulo genérico de cuantitativo (o distributivo), de-
finen un modo de investigación del habla que se ciñe a un conjunto de enunciados predefi-
nidos y acotados como (todo) lo decible. El habla investigada se pliega, entre las posibles. a
Capítulo 11: Grupos de discusión 295
elaborada y desplegada en "diálogo" con el investigador. Este puede provocar ese habla con
sus preguntas, pero también puede intervenir en el habla mediante la reformulación y (algo
siempre peligroso) la interpretación de lo dicho. No hay, sin embargo, en ella, propiamente
conversación, pues el entrevistador no puede introducir su habla particular. Y puesto que el
entrevistado ignora la perspectiva del investigador, la transferencia obstaculiza la emergen-
cia del discurso, que no pasará del nivel de satisfacer mediante las respuestas una (supues-
ta) demanda del otro (el investigador).
Hay en la entrevista en "profundidad" un supuesto subyacente, cual es el de que cada
sujeto posee su propio sentido°. Pero que éste se da siempre en el seno de un proceso dis-
cursivo, mediante el cual el yo se halla ligado al universo social del sentido, es algo que se
pone siempre de manifiesto en las dificultades que aparecen durante el trabajo de análisis.
En esta fase, el investigador ha de reconstruir el conjunto de las relaciones del campo se-
mántico particular mediante hipótesis parciales, que sustituirían a las articulaciones se-
mánticas que el discurso mediante entrevistas abiertas es incapaz de producir.
La entrevista abierta es, por tanto, pertinente cuando la investigación no pretende re-
construir el sentido social de un asunto determinado. Lo es en las historias de vida. También
lo es cuando necesitamos conocer los diversos aspectos de un proceso (por ejemplo el proce-
so de compra de un producto), y siempre que conozcamos ya su sentido.
Hay otro caso particular de pertinencia de la entrevista abierta: cuando lo que estamos
estudiando son perspectivas institucionales representadas por cargos ocupados por un sólo
individuo. En tal caso, la constitución de grupos de discusión sería imposible, tanto por ra-
zones de número, cuanto por la dificultad práctica de aunar en un mismo tiempo y lugar a
aquellos que, en razón de las características de la perspectiva institucional que represen-
tan, fueran suficientemente homogéneos entres sí como para formar un grupo.
Y tiene, naturalmente, sentido pragmático, en todos los casos, cuando no podemos rea-
lizar grupos de discusión por razón de las características de la población a la que queremos
dirigimos, o bien porque los costes superarían el presupuesto disponible.
Es siempre difícil hacer llegar una técnica de investigación a quien no la conoce; más
si se trata del grupo de discusión, técnica menos pública que la entrevista por cuestionario.
Pero lo verdaderamente complicado es transmitir algunos aspectos que han de ser subjeti-
vizados por el investigador, y que se comprenden en y por su subjetivización. Y no se trata
de ninguna mística: cuando hablamos de subjetivización, nos referimos a que ahí ha de ha-
ber un sujeto que no se borra ni se esconde tras la técnica, sino que la encama.
De todo esto trataremos a continuación. Pues comprendemos la dificultad, intentaremos
combinar un cieno rigor con la didáctica exigible a un texto de estas características. Por mor
de la claridad, quizá sea útil la presentación del grupo de discusión como un recorrido (si-
mulando el que se sigue de hecho en una investigación), desde su diseño y, aún antes, desde
la demanda del cliente, hasta el momento del análisis.
Toda investigación sociológica depende de una pregunta. Esta nace formulada, explí-
cita o implícitamente, en la demanda del cliente", y atravesará la investigación de princi-
pio a fin. Sin pregunta no hay indagación.
La pregunta bien puede ser, en realidad, un conjunto de ellas, más o menos articuladas.
Del mismo modo, pueden estar mejor o peor formuladas'2. Pero, sea como fuere, hay que
partir de una pregunta inicial que ayude a ordenar un primer espacio para la mirada y la es-
cucha, que se convierte, desde ese momento, en una dirección de búsqueda (vestigo).
En investigación cualitativa, todo depende de ello, aunque por el carácter abierto a la in-
formación y al sentido de la metodología estructural (tal y como hemos expuesto que debe
entenderse a partir de Ibáñez) y de la técnica del grupo de discusión, es perfectamente posible
(y deseable), reorientar la búsqueda a medida que vamos capturando información y sentido.
a) El diseño depende de ese primer marco que hemos elaborado a partir de una deman-
da. Es el momento más arbitrario de la investigación, en el sentido de que precisa del arbi-
trio de la formación y la experiencia del investigador. Es, por consiguiente, también el mo-
mento más "artesanal".
Si nos ceñimos -como haremos en estas páginas, por mor de la claridad- a la hipótesis
de una investigación cubierta solo con grupos de discusión, el diseño habrá de abarcar los
siguientes puntos:
- Número total de grupos.
- Variables o atributos que definirán a los participantes en cada uno de ellos.
- Dispersión geográfica de los grupos.
Estos tres puntos dependen del modo en que hayamos convenido la demanda en obje-
tivos de investigación. El número total de grupos variará según cuáles sean los atributos que
empleemos; esto es, dependiendo del grado en que podamos agrupar atributos distintos en
un mismo grupo, respetando el criterio de homogeneidad.
En todo ello no hay un procedimiento canónico, pero sí pueden darse algunos crite-
rios que el investigador habrá de considerar en cada caso. Téngase en cuenta que no esta-
mos aquí ante una metodología ni ante técnicas que puedan tratarse de modo abstracto.
298 Parle It: Las trrnit as c las 191 (¡(ti( as (le ¡ti' ib/1
Por el contrario, la metodología y las técnicas de las que hablamos son, siempre, metodo-
logía y técnicas concretas.
La "muestra" que aquí nos ocupa. no responde a criterios estadísticos, sino estructu-
rales; no atendemos a la extensión de las variables entre la población objeto de estudio, ni
nos interesa tomarlas como términos o elementos. Por el contrario, esta "muestra" obede-
ce ya a relaciones. Buscarnos tener representadas en nuestro estudio determinadas relacio-
nes sociales; aquellas que en cada caso se hayan considerado pertinentes a priori''.
La manera concreta de resolver el diseño de los grupos de discusión comienza por
pensar qué "tipos" sociales queremos someter a nuestra escucha (jóvenes o adultos; jóve-
nes trabajadores o estudiantes; obreros, clases medias. etc.), cada uno de los cuales repre-
sentaría una variante discursiva.
Habitualmente, se emplean variables sociodemográficas (sexo, edad, status y población),
conjugadas con atributos pertinentes para el estudio de que en cada caso se trate (que consu-
man tal o cual producto. o que no lo consuman; que pertenezcan a tal o cual ideología, etc.).
Si en vez de pensar la composición de los grupos de manera concreta, partimos de
atributos desagregados (como por ejemplo: sexo, edad, clase social, población. y otros
atributos específicos dependientes de los objetivos particulares del estudio), y luego nos
dedicamos a cruzarlos para configurar cada grupo, probablemente no consigamos sino
multiplicar exponencialmente el número de los necesarios. Hay que tener en cuenta que,
en el diseño de esta técnica, cada variable que introduzcamos depende de todas las demás
(la relación es de tipo aditivo) con lo que pudiera darse el caso de que así definirnos final-
mente grupos cuyos participantes serán difíciles de encontrar. y aun grupos que no respon-
dan a la realidad social'.
Qué y cuántos atributos debemos introducir como elementos de configuración de los
grupos, es algo que depende, como decimos, de los objetivos de cada estudio. El criterio
ha de ser siempre, no obstante, el de la saturación del campo de hablas que inicialmente
nos parezcan pertinentes. Buscamos saturar este campo de diferencias, para, de ese modo,
mejor hallar la unidad discursiva (la unicidad de la ideología, que se expresa bajo la forma
de variantes). Partimos pues de las variantes -lo visible- para reconstruir la estructura que
las sostiene. Aquellas sólo cobran sentido en el interior de ésta: expresan posiciones dife-
rentes (de edad, de sexo, de clase o grupo social...), que convergen estructuralmente, pues
cada grupo ha de re-producir un discurso social y, por ende, común.
Una vez diseñadas las relaciones que nos interesa investigar (pensadas en concreto:
por ejemplo, bajo la forma de tipos), hemos de excluir de su combinación en un mismo
grupo, aquellas que entendamos no son comunicables.
Se ha dicho en ocasiones que las relaciones comunicables en un grupo de discusión
son aquellas que, socialmente, se comunican de hecho. De este nodo, habría relaciones no
comunicables (imposibles) en un grupo de discusión cuando en la sociedad se hallan sepa-
radas por filtros de exclusión (tales serían las relaciones propietario/proletario; padre/hi-
jo...)". De hecho, cada polo de estas oposiciones tiene presente discursivamente al otro.
Pero si la oposición se hace realmente presente, una de las dos partes -la que quede en cada
caso como término subordinado de la oposición-, habrá de reprimir su habla. No tendría
sentido. por ejemplo, realizar un grupo compuesto por obreros y patronos. La presencia de
estos últimos inhibiría el discurso obrero. Por otra parte, los obreros actúan discursivamente
entre sí, al igual que sucede con los patronos; unos y otros no se comunican socialmente
más que a través de sus respectivos representantes, de modo que no hay interacción comu-
nicacional entre ellos en cuanto clase.
Capítulo 11: Grupos de discusión 299
b) El número de actuantes de cada clase que debemos incluir en un mismo grupo, de-
pende de lo homogéneo o heterogéneo que queramos sea finalmente su diseño. Si hemos
decidido incluir una cierta heterogeneidad manejable, habremos de cargar cuantitativa-
mente las tintas sobre la clase que presupongamos puede presentar más dificultades para
hacerse con el tema2", para expresarse con relación a él. En cualquier caso, el número de
actuantes por clase, no obedece a ninguna lógica distributiva, sino que se basa en la perti-
nencia del número para que ese subconjunto de miembros pueda hablar desde su posición
de tal subconjunto. El mínimo es, por tanto, siempre dos.
Tras optar por el estudio de determinadas relaciones, diseñada ya su dispersión geográ-
fica y excluidas ciertas combinaciones del interior de cada grupo, obtendríamos el número
300 Parte 1L' Las técnicas las prácticas de ini estig a
total de estos. Cabe con todo, hacer una matización. Por general o sencillo que sea el proble-
ma, el número mínimo de grupos de discusión ha de ser siempre de dos. No es un problema
de representatividad, sino de escucha: un sólo gnipo resulta siempre insuficiente, no porque
en él no esté operando "todo" el discurso, sino porque éste no se manifiesta suficientemente
para la escucha; no podríamos garantizar la saturación del campo de las diferencias que per-
mite un texto más "polifónico" y, por consiguiente, una escucha más completa.
En el extremo opuesto, un número elevado de grupos, no sólo aumenta la redundancia
en proporción muy superior a la información nueva que cada uno produce, sino que, prin-
cipalmente, dificulta enormemente la escucha. A este respecto, cabe señalar que la capaci-
dad de la técnica para producir información nueva, ha de guardar proporción con la del in-
vestigador para absorberla.
( ) El tamaño del grupo de discusión se sitúa entre los cinco y los diez actuantes. Esos
son los límites mínimo y máximo entre lo que un grupo de discusión funciona correcta-
mente. Se trata de una característica espacial que afecta a la dinámica del grupo.
Un grupo ha de estar constituido necesariamente por más de dos miembros (cfr.
Ibáñez 1979: 272 y ss.); dos no constituyen grupo, sino una relación especular. En tres ac-
tuantes tendríamos un grupo embrionario : las diferencias entre dos miembros se articulan
sobre el tercero ; pero exige que ninguno de los participantes se inhiba o quede excluido.
Algo similar ocurre cuando los actuantes son cuatro . Si los componentes son cinco, los ca-
nales de comunicación entre sus miembros supera ya al número de estos, con lo que la re-
lación grupal se hace posible . Pero más allá de nueve, los canales son tantos que el grupo
tenderá a disgregarse en conjuntos de menor tamaño , con lo que se volverá inmanejable
para el prescriptor.
Con todo, la experiencia del investigador j uega también aquí un papel importante: para
la determinación del número de miembros hay que contar con la relación entre el tema y
los actuantes . Un investigador experimentado sabe que, si el tema es de carácter público
(tomemos de nuevo el ejemplo de un estudio sobre la situación política), un grupo de jóve-
nes obreros ( que se perciben a sí mismos como despojados del Saber ) ofrecerá una dinámi-
ca lenta y costosa , obligando al prescriptor a intervenir en exceso . El caso contrario lo ten-
dríamos, por ejemplo, en un grupo de profesionales que hubiera de abordar el mismo tema.
Este hipotético investigador preferirá, entonces , contar con un grupo de jóvenes obreros de
tamaño superior al de un grupo de profesionales . El primero podría aproximarse al límite
superior ; el segundo al inferior.
d) Un ejemplo concreto de diseño nos puede proporcionar una idea más clara de la di-
ferencia entre el "muestreo' estructural y el distributivo, así como del papel que juegan en
su configuración los elementos que hemos abordado hasta el momento.
En un estudio sobre la cultura del alcohol entre los jóvenes de 15 a 25 años de la
Comunidad de Madrid", se parte de unas pocas hipótesis de trabajo -las imprescindibles
para la configuración razonable de los grupos-, de cuya validez habrá de dar cuenta el
propio discurso. El investigador no necesita conocer gran cosa del objeto de estudio. La
primera de estas hipótesis, es que el alcohol se halla culturalizado en nuestro país; esto es,
que su consumo obedece a ciertas reglas, se transgredan o no. La segunda hipótesis de tra-
bajo es que puede existir toda una subcultura juvenil del consumo de alcohol.
Por su carácter cultural, el proyecto parte de la base de que el alcohol no es un mero
objeto de consumo, en el sentido de que no es consumido solamente en términos de la
Capítulo /1: Grupos de discusión 301
Realizado el diseño. se entra en la fase de campo, que en lit investigación con grupos
responde básicamente a los aspectos "logísticos" y a la captación o selección de los indivi-
(tuos participantes.
b) Entre el investigador y los participantes en los grupos hay tina relación de conh-a-
prestación. Los segundos producen un texto que es objeto para el investigador. A cambio
suelen recibir una prestación económica. La contraprestación objetiva la relación entre anm-
bas partes. Si no la hay, la deuda puede planear peligrosamente sobre el grupo, o la dimen-
sión básica de éste cobrar una relevancia negativa para su desarrollo. En efecto, quien acu-
de al grupo a "donar" su discurso lo hace porque se siente en deuda (con quién o con qué,
dependerá de los casos: puede ser con el captador o con el orden del sentido); en tal caso.
no es improbable que muestre la agresividad inherente a la donación gratuita. Pero si acude
por el placer de la palabra grupal, se resistirá a instalarse en la exigencia de trabajo que re-
quiere el grupo de discusión.
Por esto suele haber contraprestación. Pero este punto es siempre problemático, por lo
que se refiere a su forma, cuanto a la cuantificación del servicio prestado. Una relación que
se paga en metálico revela en exceso el carácter de producto para la institución del texto
que se pide a cambio. Está, además, el problema de cuánto vale esa palabra. Lo usual es
emplear formas ambivalentes (el "cheque-regalo'), que es un equivalente de valor y. a la
vez, un regalo, lo que, simultáneamente, resuelve en parte el problema de la cuantificación
del trabajo realizado en términos dinerarios. Con todo -aunque sea injusto- el valor del
producto de un grupo no es, de hecho, independiente del lugar social de quienes lo compo-
nen: los grupos de amas de casa o de obreros, reciben a cambio menos que, por ejemplo,
los compuestos por ejecutivos.
No siempre es posible, por otra parte, emplear el cheque-regalo. Es el caso de las ciu-
dades pequeñas o de los pueblos. Si en estas situaciones optamos por el regalo, corremos
siempre el riesgo de no acertar con el objeto adecuado. Y si lo descartamos, habremos de
darles dinero metálico o recurrir al pago en especie (una comida, etc.).
Hay, por otra parte, tipos de grupos para los que la práctica viene consagrando el pago
en moneda contante y sonante. Es el caso de los grupos de adolescentes que carecen de re-
cursos propios (estudiantes, parados...). Y el de los médicos especialistas, en los estudios
para la industria farmacéutica".
c) Los grupos de discusión suelen realizarse en las salas de las empresas de investiga-
ción; en salas privadas existentes al efecto y que se alquilan por horas o días a los investi-
gadores; o en hoteles.
304 Parte /r: [.as iécnirciV c las prrirliras de im esti,arfón
Todo espacio f%cico es, inmediatamente, significante. Podría hacerse, así, una semiolo-
gía del espacio; cada espacio produce efectos sobre el desenvolvimiento del grupo, por lo
que es necesario borrar en aquel toda marca que pueda operar como marco, consciente o
inconsciente, del grupo. Los tres tipos señalados más arriba ofrecen un marco neutro (son
espacios no marcados) en el contexto de la investigación social o de consumo habitual. El
grupo puede situarse en ellos en posición de objeto para la investigación (es decir, para su
manipulación social o para el consumo). Pero si el local está marcado por relaciones insti-
tuidas o instituyentes, el texto mostrará la huella de esa marca. Un espacio no marcado,
produce un efecto cero sobre el texto. Un espacio marcado, afecta a la producción del texto,
en una dirección instituyente o inhibiendo ésta (en la dirección de lo instituido). Así, una
investigación con obreros sobre el papel de los sindicatos y la defensa de los intereses de
clase (suponiendo que alguien pagara por ello), en el marco físico de una sede sindical,
marcaría al grupo en la dirección de la aceptación del sratu quo. Lo mismo sucedería si es-
tudiáramos la imagen de las fuerzas del orden en una dependencia del Ministerio del
Interior. Por el contrario. y como hipótesis, una investigación sobre desarrollo económico y
medio ambiente en los locales de una asociación ecologista, podría potenciar artificialmen-
te la producción de un texto abierto a lo instituyente... Todo ello en el supuesto de que los
entrevistados no se negaran, simplemente, a acudir a una cita que tuviera como marco este
tipo de locales, o que, aun acudiendo, no se desatara en ellos una relación persecutoria con
el prescriptor.
d) Dentro del local, en la sala en que se va a celebrar la reunión, la disposición del espacio
y de sus componentes (mesas y sillas, fundamentalmente) posee también valor significante.
Aquí, el espacio del grupo se halla predeterminado, por lo que los intervinientes no
podrán conquistarlo sino imaginariamente, lo que se manifiesta en la elección del lugar
que cada uno ocupará a lo largo del desarrollo de la reunión, en los titubeos ante la silla,
etc. La conquista imaginaria del espacio no suele producir problema alguno en las mayo-
ría de las ocasiones, en relación con la dinámica del grupo. Pero a veces puede ser prefe-
rible asignarles determinados asientos. Así, por ejemplo, en algunos grupos mixtos, en
los que las mujeres tienden a sentarse junto a las mujeres, y los hombres junto a los hom-
bres, como para mejor arroparse así en la identidad (esto es: en la diferencia). Esto crea
una situación de configuración inicial del grupo que puede fomentar, más tarde, la crista-
lización (le posiciones (discursivas) sexuales enfrentadas.
La existencia misma de una mesa potencia el grupo de trabajo (la dimensión de traba-
jo del grupo de discusión), e inhibe el grupo básico (digamos, simplificando, la dimensión
placentera vinculada al acto de "consumir" la relación grupal misma). Si no hay mesa, te-
nemos la situación contraria, y es evidente que la dimensión de trabajo se ha de hallar pre-
sente a todo lo largo del tiempo del grupo.
Y si la presencia de la mesa es significante para el grupo, también lo es su forma. Las
mesas alargadas dificultan la comunicación entre los actuantes, que a veces ni siquiera
pueden verse bien unos a otros, y que no equidistan del centro: en ellas, el centro lo ocupa
el prescriptor, que se halla, sin embargo, descentrado espacialmente. Si el grupo se dirige
a él se descentra (no se toma a sí mismo como centro): si se dirige a aquellos con los que
puede mantener una conversación más fluida, se fragmenta. La mesa alargada -especial-
mente la rectangular- es muy poco recomendable para la realización de grupos". Opera,
también, como metáfora de la incomunicación real.
Mesas de formas similares, ofrecen también dificultades similares.
Capítulo 11: Grupos de discusión 305
Este tiempo es variable. Depende de la dinámica particular de cada grupo y del tema a
tratar, lo que equivale a decir que depende del tipo de estudio y del grado de "cristaliza-
ción" del discurso. "Tema" encierra en realidad una relación de objetivos de información,
contemplados ya en la fase de proyecto. Hay, por consiguiente, temas que tienen mayor ex-
tensión que otros. Así, si realizamos un estudio básico sobre las bebidas alcohólicas, el te-
rna tendrá mayor extensión lógica (pues ha de contemplar las relaciones entre los distintos
tipos de bebidas) que si queremos conocer tan sólo el campo semántico del vino. Y éste,
mayor extensión que si lo que nos interesa es la imagen de marca de un vino del Priorato.
Un "pre-test" publicitario de una sola línea de comunicación no debería ocuparnos más de
una hora (y aun menos), mientras que un estudio sobre la situación política general. que
haya de concretarse en la indagación de espacios políticos, podrá durar dos horas.
Si el campo semántico de que se trate está muy cristalizado, se compondrá con mayor
rapidez que si se halla en formación.
Entonces, la duración normal de un grupo de discusión oscilará entre los sesenta mi-
nutos y las dos horas. Recientemente, sin embargo, se han puesto de moda entre nosotros,
vía importación, los llamados "grupos de larga duración" (que se sitúan en torno a las cua-
tro horas). También los hay que ocupan un fin de semana completo. En este último caso,
el grupo tendería a naturalizarse (se establecerían entre sus miembros relaciones extra-dis-
cursivas), por lo que no parece que sean muy adecuados para el análisis del discurso. Los
grupos de 'larga duración" producen 'fatiga" discursiva: el discurso se agota: llega un
momento en que no hay más que decir, salvo lo mismo. Estos grupos requieren, como es
obvio, un gran esfuerzo también por parte del prescriptor, el cual, a partir de un determi-
nado momento, ha de introducir constantemente nuevos estímulos que saquen a ese fatiga-
do discurso de su somnolencia.
Si el tema lo justificara, un grupo podría llegar a durar cuatro horas. Pero cuando se habla
de grupos de "larga duración', estancos ante un grupo que debe durar ese tiempo. Es decir, que
estamos ante una técnica de investigación que ha sido vendida a un cliente como un "produc-
to" especificado en términos de tiempo. Discutir la pertinencia de una técnica semejante nos
retrotraería al problema de la "profundidad" del sentido; es obvio que de este tipo de grupos se
espera un rendimiento superior en términos de "profundización" en el sentido (y no sólo de ex-
tensión de los temas que han de cubrirse). Pero no hay profundidad alguna en el discurso, por-
que no tiene volumen.
Una vez vistos los pasos previos a la realización del grupo de discusión, podemos
ocuparnos de los papeles que en él se juegan, así como de su dinámica.
Un grupo, como cualquier conjunto, no es una mera colección de elementos. Para que
haya grupo es necesario que se hallan establecido relaciones entre sus miembros, lo que
significa que cuando entramos en la sala de reuniones no tenemos sino participantes toda-
vía individualizados. Nada, sino la común respuesta a una convocatoria exterior, los liga to-
davía. El grupo se constituirá en un proceso, y habrá de hacerlo de la única forma en que le
es posible: hablando.
En un grupo de discusión hay dos clases de relaciones: la que liga a cada individuo
con el grupo de pares, y la que liga a éste con el prescriptor`. La constitución de un grupo
se da en el punto de cruce de ambas.
Capítulo 11, Grupos de di.scución 307
Estas relaciones no son, obviamente, simétricas. Las que ligan a cada individuo con el
grupo son secundarias a las que ligan al grupo con el prescriptor. La razón de esto es que
el grupo se constituye en, por y para el prescriptor. Esta figura se erige sobre el modelo
del Padre Ausente, viene a representar el lugar de la Ley. El grupo, entonces, comienza a
articularse teniendo al prescriptor como eje. Si el prescriptor abdica de su función, apare-
cerá el grupo básico o la mera angustia: el grupo de discusión se rompe.
El prescriptor opera, entonces, de un modo interior al grupo (por cuanto lo constitu-
ye), a la vez que exterior (el fundamento no es del orden de lo fundado; además, no parti-
cipa en la producción del texto. Interviene en el texto que allí se va produciendo, pero lo
hace en la perspectiva de la observación).
Los participantes tendrán a su debido tiempo la palabra, pero ésta se halla sujeta (pre-
escrita) al prescriptor, que se la concede, que enuncia el encuadre técnico, el marco temá-
tico, y que opera sobre su producción a lo largo de la reunión. Hay, por tanto, varios mo-
mentos lógicos en el proceso inicial de constitución del grupo, pero todos ellos se dan de
una vez y como un todo en la intervención inicial del prescriptor. Una intervención inicial
tipo, podría ser algo como lo que sigue:
Buenas tardes. Antes de comenzar quería agradecerles su asistencia. Les hemos convocado
para hablar del consumo de alcohol; estamos llevando a cabo una investigación sociológica so-
bre este tema, y para ello estamos realizando diversas reuniones como ésta, en las que se trata de
que ustedes discutan sobre el tenia, como en una mesa redonda. abordándolo inicialmente desde
la perspectiva que les parezca más relevante u oportuna. Después iremos concretando los diver-
sos aspectos que vayan apareciendo espontáneamente y otros de interés para el estudio. Como
comprenderán, para esta investigación es de capital importancia que sometan a discusión aquí
sus opiniones, y que comenten todo cuanto se les ocurra sobre este tema del alcohol.
de que hablen de un tema del que no tienen sino una noción vaga, que no se conocían entre
sí y que, por supuesto, no conocían tampoco al prescriptor. Esto, que no es sino un pre-re-
quisito de ese grupo artificial que es el grupo de discusión, supone una merma importante
del narcisismo individual. En esa conjunción de anonimato -cada participante no represen-
ta más opinión que la suya- y vaguedad de la situación, el yo es todavía muy poca cosa.
La primera intervención del prescriptor habrá de conllevar, por tanto, el establecimiento
de un estatuto legal para el grupo. La legitimidad de la palabra del grupo, y (le cada uno de
sus miembros procede, decimos, del prescriptor. Este enuncia tina demanda que contiene el
reconocimiento del valor de la palabra de los allí reunidos. Reconocimiento que es -como to-
do reconocimiento-, mutuo: mi palabra tiene valor en cuanto que la valora aquel cuya palabra
valoro. La palabra puede funcionar en la medida en que hay un prescriptor que concede valor
a la palabra, que establece la ley del discurso. La palabra se sostiene en él, que guarda los Ií-
mites, permite la diferencia individual y el acoplamiento ideológico-discursivo, simultánea-
mente. Cada cual hablará, entonces, para establecer su habla (para hacerse con el sentido),
que el otro replicará afirmando o negando o, lo que es más común, deslizando el sentido (ma-
tizando o abriendo otros temas).
Ese es el primer paso -fundamental- en la constitución del grupo, el establecimiento
de la Ley que lo configura.
Cuando el prescriptor concede valor a la palabra del grupo. está sosteniendo el narci-
sismo indispensable para que aquella se exprese. Se coloca del lado de la escucha de una
palabra que se convertirá en Saber en el análisis. Infatúa al grupo, pero no le miento, pues
en efecto, el prescriptor no sabe. No saber es requisito indispensable para la escucha. El
que sabe no tiene nada que escuchar. Por grande que sea el conocimiento previo que el in-
vestigador posea sobre un tema determinado, no sabe. Y no sabe porque de lo que ha de
saber es del texto que allí habrá de producirse. Y si no se ha producido, aún no sabe.
En este sentido, el prescriptor no puede querer situarse por encima del grupo y ocupar
el lugar del Saber, teorizando en exceso sobre la técnica o sobre el material lingüístico que
el grupo vaya produciendo (por ejemplo, interpretando constantemente). Esta actitud es
siempre perniciosa. El prescriptor no está en posición simétrica con el grupo, pero tampo-
co puede planear sobre él, porque una actitud tal sólo podría interpretarse como que consi-
dera el grupo como una nadería (pues él tiene el Saber).
En el ejemplo anterior de intervención inicial (o provocación, como gustaba decir con
fundamento Ibáñez), se propone un tema para su discusión, y se enuncia de un modo ge-
neral. No es el único modo. Ibáñez señala dos, cada uno de los cuales se subdivide, a su
vez, en dos variantes:
La propuesta del tema a discutir puede ser, en general, directa (inmediata, enunciando el
tema: ''Vamos a hablar de la OTAN"': mediata, enunciando un tema que contenga lógicamente
el tenia: "Vamos a hablar de pactos militares") o indirecta (enunciando un tema que lleve al te-
ma por condensación metafórica -"Vamos a hablar del Mercado Común Europeo"- o por des-
plazamiento metonímico -"Vamos a hablar de política exterior y de Defensa de España"-).
Pero, sea cualquiera el tipo (te propuesta, cada palabra empleada resulta problemática.
A partir de ese momento inicial, el grupo tendrá que configurarse en la palabra, esto
es, haciendo converger cada uno de los decires individuales en el sentido social. Esto, na-
turalmente, no se produce sin algún titubeo. Esta dinámica puede describirse aproximada-
mente de la manera siguiente:
1. Al prescriptor se le pide que dirija la conversación, que formule preguntas o que im-
ponga un turno si nadie se atreve a tomar la palabra". Pero aquél rehusa la dirección
formal y explícita de la discusión (mantiene, como es obvio su posición asimétrica:
negándose a aquello reafirmará su dirección sobre el recorrido por el que el grupo
transite). De este modo, el grupo queda instituido como espacio de habla. El grupo de-
be converger en el grupo.
2. Este suele ser el momento que más teme el prescriptor novato, que se angustia por-
que teme al silencio que suele seguir. Pero no hay nada que temer. Si hay silencio
será el grupo el que se angustie; y para romper la angustia habrá de tomar la pala-
bra. Que en este punto el prescriptor calle para "aguantar el silencio", como se dice
a veces, nos parece una práctica innecesariamente sádica (pues no significa otra co-
sa que el grupo aguante su angustia) e injustificada desde una perspectiva exclusi-
vamente técnica. Lo razonable no es callar, sino insistir en que el grupo tome la pa-
labra. Finalmente alguien se hará cargo de esta función.
3. Si quien toma la palabra se dirige al prescriptor, en busca de aprobación, éste no co-
rresponderá a la demanda. Para el investigador no existe en el texto que el grupo
produce lo verdadero, ni lo falso. Tampoco lo pertinente y lo no pertinente (salvo
que la conversación desborde el encuadre del tema propuesto). Supongamos una res-
puesta primera que, después, pide verificación sobre su pertinencia ("¿es de esto de
lo que quiere que hablemos?"), el prescriptor no lo verificará, sino que devolverá la
pregunta al grupo, para que sea éste el que juzgue sobre su pertinencia estructural`.
4. A partir de este momento, cada miembro del grupo girará hacia el centro. Las ha-
blas individuales tomarán como centro al propio grupo. La diversas opiniones se
verificarán y recuperarán en ese espacio. El grupo comienza a caminar al cerrarse
sobre sí mismo.
5. En ese acoplamiento de las hablas individuales al espacio de convergencia que su-
pone la estructura del discurso social diseminado, que el grupo (re)ordena para sí
mismo, puede siempre observarse una dialéctica de sumisión-identificación-agre-
sión, que no es otra cosa que la puesta en juego de la dialéctica de reconocimiento-
acoplamiento-diferencia del yo. En efecto, todo yo -como hemos dicho- es yo en
grupo; y no puede serlo sin el grupo, siendo que, para ser yo, ha de ser, a la vez,
310 Parte II: Las lénairas y las pr úcticns de inresrigación
1. En primer lugar, ha de continuar operando como motor del grupo. Esto implica que
ha de fomentar las relaciones simétricas, la igualdad de los miembros. Aquí nos en-
contramos con el -al parecer-. siempre espinoso problema del líder. Se ha dicho
hasta la saciedad que el prescriptor ha de acallarlo, porque influye a los demás par-
ticipantes. Pero esta afirmación se sostiene, paradójicamente. sobre la idea ingenua
de que el sentido es individual. Así, él tendría un sentido, que impondría a los de-
más. Y los demás actuantes. ¿carecerían de sentido'? ¿De dónde podría obtener un
líder el sentido de su decir, sino del sentido (es decir, del mismo lugar que el resto
de los actuantes)? Y. ¿por qué es líder, sino porque enuncia el sentido en el que los
demás se reconocen (naturalmente, salvo que hagamos intervenir aquí a la gracia
divina)? Al líder no hay que callarlo, sino controlarlo para que siga habiendo grupo.
El único líder al que hay que acallar es aquel que se constituye como tal contra el
grupo. Uno y otro son fácilmente diferenciables: en el segundo caso, el grupo in-
tenta rebelarse, o se inhibe buscando que sea el prescriptor quien devuelva la pala-
bra al grupo.
2. En segundo lugar, interviene como testigo del encuadre, no permitiendo que las ha-
blas vaguen por caminos ajenos a él. Hay quien piensa que el prescriptor no debe
intervernir en este punto, que ha de esperar a que sea el propio grupo el que reo-
riente su habla errante. Pero, con ello, ¿no se deslegitima el prescriptor respecto de
su papel?, ¿y no deslegitima la palabra del grupo, simultáneamente"? Esto permite
resituar al grupo en la dimensión de trabajo (errar es propio del componente básico
del grupo), lo que ha de hacerse, sin dejar de valorar su palabra`.
3. Por último, interviene en los nudos del discurso. Bien requiriendo el completamiento
de determinados argumentos, bien, señalando aquellas contradicciones en el texto,
que el grupo no aborde espontáneamente. Pero también abriendo temas conexos e,
incluso, interpretando. La interpretación, con todo, es siempre peligrosa, pues supo-
ne una posición de Saber exterior al propio discurso. Si el grupo la acepta, puede
continuar operando con ella. Pero si no lo hace, se puede abrir una brecha entre el
grupo y el prescriptor.
Todas estas intervenciones tienen también su regla formal. Deben hacerse me-
diante enunciados que no hagan presente la subjetividad del investigador, que en el
grupo ha de ser antes que un sujeto (que posee su propio deseo, sus opiniones, sus
creencias, etc.), una función.
Capítulo 11: Grupos de disru.sión 311
NOTAS AL CAPÍTULO 11
En la literatura al uso, los conceptos de "texto" y de "discurso' suelen ser empleados de muy
diferentes maneras. No ya entre los sociólogos, sino incluso entre los lingüistas, encontramos esta
misma falla de cristalización de los términos. Así, mientras que Van Dijk, emplea "texto' para de-
signar un constructo teórico de índole abstracta, del que el "discurso" no sería sino su actualización,
Halliday, otro reconocido lingüista, emplea "texto' para designar la actualización. Por nuestra parte.
empleamos "texto" y "discurso" en el sentido indicado y de un modo totalmente provisional. Ibáñez
(1979), discute en varias partes de su obra ambos conceptos.
Son pocos los investigadores que tienen conciencia de que el análisis del discurso vinculado a
esta tradición tiene poco que ver con las prácticas similares que se realizan en el extranjero. En la
tradición anglosajona, pero no sólo en ella, la investigación cualitativa del discurso, apenas pasa del
análisis de contenido en el mejor de los casos cuando no se pierde en el terreno de la descripción
más pedestre. Jesús Ibáñez señaló en más de una ocasión que, mientras debíamos importar la tecno-
logía de la investigación cuantitativa, estábamos en condiciones de exportar la cualitativa. Por qué
esto no ha sucedido, hasta el punto de que ya se barrunta entre nosotros la disolución de esta tradi-
ción investigadora autóctona, en beneficio de una perspectiva cualitativa anglosajona. de menor ca-
pacidad analítica; o por qué se habla ya de "nuevas" u "otras" investigaciones cualitativas, que no
suponen frente a aquella (que pasaría así a quedar marcada como "tradicional"), sino un retroceso
obvio, es algo que habría de desentrañar una sociología de la sociología española, y que guarda re-
lación con la incapacidad de la Universidad española para desarrollar un pensamiento propio, cuan-
to con una dinámica del mercado de la investigación entregada a la multinacionalización de sus pro-
ductos. También justo es decirlo-, con el hecho de que los padres fundadores del análisis del
discurso en nuestro país. inauguraron una tradición analítica, pero no parecen haber sido capaces de
crear lo que, propiamente hablando, podríamos denominar una escuela de pensamiento.
Una exposición amplia y razonada de las relaciones entre las metodologías "cualitativa" y
"cuantitativa", que incluye una breve historia de la trayectoria de ambas en España, se encuentra en
Ibáñez (1992). Véanse también los cinco primeros capítulos del presente libro.
. En la entrevista, además, la transferencia que se abre en la relación entre entrevistador y en-
trevistado obstaculiza la producción discursiva.
` Esto, naturalmente, exigiría la redefinición de las relaciones entre lengua y habla, aspecto del
que da cuenta el citado trabajo de Pereña (1979a).
Cuando el investigador demasiado obsesivo se irrita por las incoherencias presentes en la ha-
blas de los individuos, se las atribuye a éstos como característica psicológica. sin pararse a pensar
que la "incoherencia" está inscrita en lo mas íntimo de la estructura del lenguaje. El obsesivo que-
rría que el lenguaje fuera siempre coincidente consigo mismo, que hubiera adecuación plena entre
significante y significado testo es, que el signo fuera una unidad autosubsistente-; añora, entonces,
lo que nunca existió: el lenguaje natural formulado como el lenguaje matemático. Y trataría (vano
intento) de agotar la realidad lingüística en el número.
312 Parte JI. Las téoiicar y las p1drticas de investigación
No así en el español del siglo de Tirso, como cuando D. Gonzalo, en El Burlada,- de Sevilla
afirma: "Las maravillas de Dios son, don Juan, investigables....'' Aquí "in"(vestigables), parece fun-
cionar con valor de prefijo de negación. Hoy diríamos que no son investigables.
" El criterio de pertinencia es interior al discurso producido y no puede ser impuesto por la ins-
tancia investigadora. La pertinencia determina qué elementos (lexemas y semas) forman parte del
conjunto (campo semántico de que se trate). De este modo, hay retroalimentación de sentido: la res-
puesta se desdobla y proyecta a su vez sobre la pregunta, lo que permite al investigador modificar
sus preguntas (que en un primer momento, al menos, no son sino un eco de la demanda de su clien-
te) si no se articulan con el campo semántico que el discurso pone en juego. Ibáñez (1986) pone un
ejemplo muy claro: si, contratados para llevar a cabo la elaboración de una pregunta clave para juz-
gar al Presidente del Gobienno, sociólogos de diferentes ideologías se pusieran manos a la obra in-
mediatamente, posiblemente introducirían cada tino de ellos criterios muy distintos (la autoridad, la
eficacia, la modernidad, la honestidad, la defensa de los intereses de clase...). Pero, si antes de esto,
realizaran una pequeña investigación estructural, podrían ver cuáles son los criterios (y en qué pla-
nos se sitúan) pertinentes para la población, a la hora de juzgar al Presidente del Gobierno. Con-
viene tener en cuenta, no obstante, que los campos semánticos no son nunca absolutos, y que se ha-
llan cerrados tan sólo de modo estratégico. Dicho de otro modo y utilizando ejemplos extraídos de
estudios reales: no existe el campo semántico "Presidente del Gobierno" (en el que éste fuera el lexe-
ma a investigar), sino, por ejemplo, el subcampo semántico de la figura del Presidente del Gobierno
en relación con la permanencia de España en la OTAN, que puede poner en juego criterios, elemen-
tos y relaciones diferentes que en el subcampo semántico Presidente del Gobierno en relación con la
reconversión industrial. En realidad, cada campo semántico supone la reorganización de los elemen-
tos y de sus relaciones, respecto de otros campos semánticos de mayor generalidad en los que pue-
dan estar inscritos.
° Este supuesto lo sostiene, particularmente, la psicología social norteamericana. La entrevista
"en profundidad", crea la ilusión de profundidad "del sentido' porque permite una supuesta implica-
ción del sujeto con su palabra, una manera de expresarse individualizada (que no es, en verdad, otra
cosa que un habla o realización individual del sentido social), las referencias de detalle y aun la pre-
sencia en el habla del entrevistado de aspectos de su síntoma individual. Todo ello crea -decimos- la
ilusión de profundidad, como si el sentido tuviera que ver con el volumen, como si hubiera un lugar
recóndito de la subjetividad en que aquel anidara y que no pudiera emerger en una situación discursi-
va o de conversación. Así, es posible encontrar en textos norteamericanos, afirmaciones como ésta-
— ... en las entrevistas grupales probablemente nunca obtenga (el investigador) la comprensión honda
que se adquiere en las entrevistas persona a persona" (Taylor y Bogdan, 1992).
'" Ibáñez (1992) recrea brevemente la historia de esta técnica, y sitúa su "presentación en socie-
dad" en el año 1969, en el contexto de unas jornadas sobre publicidad. Señala, sin embargo, que ya
desde 1965, en lo que entonces era el instituto ECO, venían haciendo los primeros "tanteos con el
grupo de discusión".
" Decimos esto puesto que, habitualmente, toda investigación empírica tiene un cliente que la
pone a su servicio. Aquí, el investigador se hace cargo de la pregunta y trata de devolver-tras la in-
vestigación-, una respuesta. Pero, incluso en el caso hipotético -e improhabilísimo, salvo media-
ción del azar en forma de premio de Lotería Primitiva o similar- de que el investigador no precisara
contar con un cliente para llevar a cabo una investigación, necesitaría una pregunta -que en este ca-
so habría de ser propia-, para comenzar.
12 Uno de los comportamientos más extendidos en el mercado de la investigación, consiste en
desconocer lo que cada demanda tiene de específico: desconocer la demanda del cliente, para ¡os-
Capítulo 11: Grupos de discusión 313
cribirla inmediatamente en algún tipo de investigación de carácter más o menos estandarizado (así,
en muchas ocasiones se responde a la demanda con una etiqueta, como si en lugar de habérsenos
hecho una demanda, se nos hubiera pedido una clasificación, y decimos: "eso es un estudio de ima-
gen", o "eso es un test de producto"). Cuando la demanda no está suficientemente bien formulada, el
investigador debiera darse la tarea, como primera fase de la investigación, construirla en relación es-
trecha con su cliente (es también cierto, por otra parte, que en la medida en que los departamentos de
márketing de las empresas han ido incorporando funciones de investigación, al investigador suelen lle-
garle demandas ya muy elaboradas; excesivamente elaboradas, en muchas ocasiones).
13 Por razones prácticas, fundamentalmente de coste, no se corrigen los diseños sobre la marcha
(esto es, a medida que producimos información mediante los grupos de discusión). Esto, sin embar-
go, es perfectamente posible.
Lo cual, contra lo que pueda creerse, no es infrecuente cuando actuamos de esta manera.
En un estudio sobre la situación política, se realizaron grupos de discusión definidos por afi-
nidad ideológica. pero no se tuvo en cuenta la clase social de los asistentes. En concreto, en un gru-
po realizado en Barcelona con asistentes afines a la izquierda parlamentaria, la clase social -y su
correlato: el nivel cultural- se mostraron incomunicables, más allá de la afinidad ideológica de sus
miembros: los profesionales medios que acudieron al grupo hablaban entre sí, y sin dirigirse a, ni
retomar lo dicho por sus compañeros de afinidad ideológica proletarios y, por consiguiente, de nivel
cultural más bajo.
1' Por más que los hombres puedan en privado (con las mujeres), o en el seno de grupos "ho-
mosexuales" (los "amigotes", por ejemplo), mostrar sus preferencias sobre determinados tipos de
prendas interiores femeninas; por más, en definitiva, que algo tengan los hombres que decir al res-
pecto, ¿podría imaginarse nadie un grupo de discusión "heterosexual" para tratar este tema? Lo que
obtendríamos, en el mejor de los casos, es información acerca del modo en que hombres y mujeres
pueden hablar entre sí y en público de la sexualidad, la seducción y el fetichismo. O veríamos emer-
ger una especie de grupo terapéutico. Es evidente que el tema distribuye las posibilidades de comu-
nicación en los grupos de discusión, permitiendo algunas y prohibiendo otras.
En un reciente estudio sobre los jóvenes y el alcohol, optamos por separar a los adolescentes
de ambos sexos, como pura precaución técnica. La opción se demostró acertada al escuchar en los
grupos la posición de ambos sexos sobre el mismo tema. El texto masculino implicaba determina-
das apreciaciones acerca de la relación de sus compañeras de edad (y de consumo en los fines de
semana) con el alcohol, que no hubieran sido fácilmente expresadas en un grupo mixto. Del mismo
modo, las jóvenes mantenían una relación con el alcohol en el que la dimensión más subjetiva de su
posición (de sexo), difícilmente hubiera emergido en un grupo en el que hubieran estado presentes
también sus compañeros masculinos.
1N De hecho, si nuestra investigación afecta a adolescentes, el intervalo de edad posible en un
mismo grupo habrá de ser, a veces, inferior a tres años. Entre jóvenes de 15 años y de 16 es posible
la comunicación, porque su ubicación en lo social y sus experiencias son similares. Pero entre jóve-
nes de 15 años y de 18 puede existir un abismo (pensemos, por ejemplo, en el modo en que el servi-
cio militar marca a los varones).
11 En un grupo realizado para una marca de automóviles, el cliente impuso el diseño de los gru-
pos al investigador -cosa, por cierto, cada vez más frecuente-; uno de los grupos estaba constituido
por actuantes que poseían como atributo en común, la propiedad de un coche de un modelo deter-
minado del segmento medio, -de la marca del cliente-, así como el hecho de que su coche anterior
era de la misma marca y modelo. Nada más comenzar el grupo, uno de esos actuantes "profesiona-
les" que tanto abundan, toma la palabra y enuncia: "El (marca y modelo del coche) es cojonudo"; a
ésto, los demás participantes respondieron afirmativamente y con fervor. Como el diseño no había
314 Parte 1/: Las térnircu las prácticas de inragigaciGn
incluido ningún actuante de otro conjunto de usuarios , que pudiera matizar o limitar tal expresión, la
dinámica del grupo transcurrió . desde ese momento, por los caminos de la idiocia. Cn diseño más
abierto a la heterogeneidad , hubiera permitido afirmaciones más matizadas , hubiera facilitado la dis-
cusión Y. por consiguiente . una convergencia en un imaginario colectivo que tuviera en cuenta las di-
ferencias existentes entre marcas y modelos.
11 En los estudios de automóviles , dado que se trata de un objeto eminentemente masculino, se
suele evitar la inclusión en un mismo grupo de los dos sexos . Cuando, por alguna razón , esto no es
posible, se privilegia la presencia femenina cuantitativamente o, al menos, al cincuenta por ciento.
Ansetmo Peinado y Paloma Portero , con el asesoramiento técnico de Francisco Pereña, para
Q. Indice S. A. La Cultura del alcohol entre losévene.s de la Comunidad de Madrid. Documentos
Técnicos de Salud Pública . Núm. 9. Estudio estructural realizado a demanda de la Consejería de
Salud de la Comunidad de Madrid sobre la problemática del alcohol y los jóvenes en el ámbito re-
gional ele Madrid.
" Los captadores profesionales suelen emplear ficheros de individuos, que van engrosando con
cada reunión que montan . Esto facilita su trabajo y permite emplear menos tiempo en la convocato-
ria (le cada grupo. Lo cual supone un beneficio pragmático en la perspectiva del calendario de la in-
vestigación, pero un enorme perjuicio para la técnica. En el argot de la investigación . los individuos
que acuden a grupos (le discusión con cierta frecuencia suelen recibir el nombre de "profesionales''
o, también, según hemos oído en alguna ocasión , de''reunioneros ''. De quien acude por primera vez
a un grupo de discusión se suele decir que es o está " virgen".
Una posible solución a esto requeriría de un pacto entre las instancias cliente, de campo e in-
vestigadora . Pero ninguna de las tres , en realidad , se lo ha planteado seriamente pues. ¿cómo res-
ponder a la creciente premura con que han de realizarse los estudios , si se interponen criterios de
control técnico durante la captación ? Por otro lado , cualquier control encarecería en alguna medida
el coste. Se trata de un asunto que está por resolver: ponerse en camino (le hacerlo requeriría tomar
conciencia de la dimensión del problema.
- Estos constituyen un tipo muy particular (le grupos de discusión. Cuando trabajamos con mé-
dicos especialistas de forma continuada . nos encontraremos con las mismas caras frecuentemente:
más, cuanto más reducido sea el número de practicantes de una determinada especialidad . Al mues-
Ircar constantemente a los mismos individuos, conseguiremos el efecto de estereotipar su texto. Por
otra parte , el médico no querrá darle su tiempo y su texto de balde al laboratorio -aquí el destinata-
rio de su producto está siempre imaginariamente presente, articulado con la relación profesional
que unos y otros, médicos y laboratorios , mantienen-, por lo que la contraprestación será monetaria
-y elevada- en la mayor parte de las ocasiones.
Sin embargo , el investigador no siempre puede elegir las condiciones de la mesa ni clel local.
Así, por ejemplo , si hemos de realizar grupos de discusión en un pueblecito , buscaremos el lugar
más adecuado , e intentaremos realizar la dinámica en las mejores condiciones técnicas posibles: pe-
ro tendremos como límite siempre los locales disponibles , que generalmente no reúnen las condi-
ciones que estamos describiendo en estas páginas . De hecho, los autores de este texto hemos tenido
que realizar grupos en las condiciones más variadas : desde las óptimas. a tes técnicamente más abe-
rrantes. Está claro que no se puede colocar la ortodoxia en altar alguno , y que por encima de las
condiciones ideales está la posibilidad misma de realizar el grupo, bajo unas u otras circunstancias.
Esta fue una de las primeras cosas que aprendimos de Alfonso Ortí.
Hace unos años, en un estudio sobre la situación política en Andalucía , el investigador se vio
obligado a emplear una suite de un hotel sevillano para llevar a cabo en ella varios grupos de discu-
sión. Una cortina separaba la sala habilitada para las reuniones, del dormitorio en el que el investiga-
dor había pasado la noche. Los ruidos provenientes del cuarto de baño de la habitación contigua, lle-
Capítulo JI: Grupos de discusión 315
gaban, tamizadamente, hasta un grupo de amas de casa que estaba teniendo lugar en aquel momento,
lo que indujo a pensar a algunas de las participantes que estaban siendo espiadas desde el dormitorio.
La inhibición que esto produjo obligó al investigador a descomer las cortinas que separaban ambas
estancias, para demostrarlo infundado de tal supuesto..., dejando al descubierto una cama deshecha y
una habitación desordenada. Inevitablemente, algo de la intimidad del investigador, entró así en el
grupo. Con el fondo de este espectáculo visual hubo de transcurrir el resto de la sesión.
A lo largo de este texto venimos empleando el término "prescriptor". Los anglosajones suelen
emplear la denominación "moderador". Jesús Ibáñez, por su parte, habla del "preceptor". —Moderador-
o "monitor" son, en nuestra opinión, malos términos, pues ponen de relieve tan sólo una parte, y no la
más importante. del papel que juega en el grupo esta figura. Por eso, Ibáñez (1979: 271, en nota a pié
de página) los sustituyó por "preceptor". Pero la connotación pedagógica del término -que Ibáñez seña-
la en la nota antedicha-, nos parece excesivamente pesada y, en un segundo orden de connotaciones,
aun religiosa. Si, como señala Ibáñez en el mismo lugar, un "precepto" es una "prescripción" (en el sen-
tido de una pre-escritura), la figura de quien pre-escribe bien puede recibir el nombre de prescriptor tér-
mino libre de las connotaciones que acabamos de señalar.
21 Hemos tenido ocasión de ver grupos de discusión en los que el investigador hacía todo un re-
corrido de varios minutos -eso sí, de un modo coloquial- por las técnicas de investigación para seña-
lar, por diferencia, algo tan simple como que un grupo no es una encuesta y que de lo que se trata en
él es de discutir de modo abierto. Al final de la exposición, los participantes se miraban entre sí ner-
viosamente, y preguntaban al prescriptor qué era, entonces, lo que se quería de ellos concretamente.
` El grupo de discusión opera, como hemos señalado, como simulacro de otros espacios de
discusión. Es artificial por completo, pero lleva inscritas en él las formas de comunicación que son
posibles entre grupos naturales. Que nosotros sepamos, hasta la fecha ningún autor ha llevado a ca-
bo un estudio comparativo de la influencia de las formas de comunicación, vigentes en las diferen-
tes culturas, sobre las variantes vernáculas de la técnica del grupo de discusión. Entre nosotros es
posible una convocatoria anónima, así como que no sea necesaria (sino todo lo contrario) la presen-
tación de los distintos actuantes con sus nombres y apellidos, profesión, etc. Esto, sin embargo, es
práctica común en los grupos de discusión de los países anglosajones. En ellos, los actuantes no só-
lo se presentan, sino que suelen tener delante de sí un cartelito. sobre la mesa, con sus nombres. Es
obvio que esto no es sino una expresión de la forma que cobra el vínculo social en los países que
participan de esta cultura. En España, donde uno puede establecer una conversación con sus paisa-
nos en cualquier lugar público, sin que medie presentación, las conversaciones en los grupos de dis-
cusión adoptan un carácter abierto y múltiple (a veces, difícilmente manejable). Los anglosajones,
por el contrario, recurren a modos muy formales de conversación. Recientemente, nos comentaba
un investigador japonés, en tono de queja, que en su país el grupo de discusión no puede pasar real-
mente del nivel de la entrevista en grupo: en efecto, no llega a establecerse entre los participantes
una relación grupa] propiamente dicha. Cada uno contesta a las preguntas del prescriptor, pero no
participa de las respuestas de sus pares (ni las toma como referencia, ni las discute...), como si la re-
lación entre el prescriptor y cada uno de los respondentes trazara a su alrededor una frontera (la de
la opinión individual) privada, que en ningún momento se pudiera traspasar. Es obvio que el modo
en que el vínculo social toma cuerpo en cada cultura, condiciona la aplicación de la técnica del gru-
po de discusión.
En los estudios de consumo, las propuestas directas mediatas suelen ser las preferibles. Así, si
nuestro tema es una marca determinada de vinos de Rioja, podemos preguntar por los vinos de Rioja.
Si nuestro tema fuera (o fuera también) el vino de Rioja, podríamos preguntar por los vinos españo-
les. En los estudios sociopolíticos, la cosa se complica mucho más. Si nuestro tema es la gestión de
la Junta de Andalucía, y preguntamos por la situación sociopolítica andaluza, es obvio que llegare-
316 Parte JI: Las técnicas y las prácticas de im estigacihr
mos a nuestro tema central , pero seguramente lo haremos después de haber pasado por un campo
contiguo: el (le la situación sociopolítica (le España . que se nos abriría a su vez a la problemática ge-
neral del paro nacional, cte.
Es obvio que el prescriptor no debe ceder a estas peticiones, pues inauguraría una dinámica
irreversiblemente alejada de la propia del grupo de discusión . En el ejemplo que estamos emplean-
do, ante alguna petición al prescriptor por parte de algún miembro del grupo, en el sentido de que
abra la discusión con una pregunta concreta , el prescriptor podrá responder en los mismos términos
en que fue formulado inicialmente el tema. Algo así como: "De acuerdo: ¿qué opinan ustedes del
consumo de alcoholT' ( mejor si el prescriptor "puntúa" su respuesta con una sonrisa en los labios).
Naturalmente , hay ironía en este modo (le responder . ironía que el grupo asimilará sin duda en sus
justos términos . esto es, como una llamada a cumplir con el encuadre técnico.
De nuevo en el ejemplo del alcohol. En un grupo con adultos , y planteado el tema en los tér-
minos antes expuestos ("el consumo de alcohol— ), la primera respuesta que se obtiene es ' Yo creo
que el problema del alcohol es ahora mismo el de la juventud : ¿es por ahí por donde quiere que lo
enfoquemos ?" ). Una respuesta posible sería algo así como : "¿ También los demás lo ven desde esta
perspectiva?").
Para evitar el fantasma de fusión, lo que los kleinianos llaman la base psicótica del grupo; re-
cuérdese lo dicho a propósito de la alteridad: si se alcanza el ser- fuera-de-sí, se pierde el ser-en-sí.
" Si habiendo enunciado un detenninado marco para el discurso , permite la errancia de éste,
¿acaso le importa al prescriptor verdaderamente lo que está diciendo el grupo? El valor de su pala-
bra quedaría así puesto en entredicho.
Afirmando a la vez la importancia de lo que están diciendo, y la prioridad del regreso al en-
cuadre inicial . Si el grupo cambia de tema porque se pasa a un campo semántico contiguo, pero que
no interesa a los efecto de la investigación (caso del candente tema del paro, en el hipotético estudio
de la gestión de la Junta de Andalucía ), se puede intervenir haciendo afirmaciones del tipo de: "Esto
que están comentando es muy interesante , pero estamos limitados por el tiempo..." O: "También a
mí, como pueden comprender, nte interesaría que habláramos de este tema, porque es la preocupa-
ción social más importante , pero..."