Teoría Del Derecho Como Garantía Penal, Diferencias Entre Principios, Garantías y Reglasderecho Penal (Parte General)

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Universidad de Panamá

Centro Regional Universitario de San Miguelito

Derecho Penal (Parte General)

Tema de Monografía #5: La teoría del delito como garantía penal. Diferencia entre
principios, garantías y reglas.

Integrantes:

Duartes Yahetzeli 8-970-1607

López Yecenia 8-275- 638

Mariscal Genevive 8-793-589

Profesor:

Ernesto Nicolau

Fecha de Entrega:

8 de noviembre de 2022.

1
Índice
Introducción.........................................................................................................3

1. La teoría del delito como garantía penal....................................................4

2. Los principios, garantías y reglas.............................................................15

3. Conceptos.................................................................................................16

3.1. Concepto de Principios.............................................................................16

3.1.1. Principio de la legalidad.......................................................................19

3.1.2. Principio de seguridad jurídica............................................................19

3.1.3. Principio de la ley más favorable al reo...............................................20

3.1.4. Principio de la prohibición del doble juzgamiento...............................20

3.1.5. Principio de nulidad.............................................................................20

3.2. Concepto de Garantías:............................................................................20

3.3. Concepto de Reglas.................................................................................24

4. Diferencias entre “principios”, “garantías y “reglas”.................................25

Conclusiones.....................................................................................................29

Bibliografía.........................................................................................................32

2
Introducción
El presente trabajo de investigación aborda dos temas relacionados entre sí. A
saber: la teoría del delito cómo garantía penal y los conceptos y diferencias
existentes entre principios, garantías y reglas.

En cuanto al primer aspecto, se hace referencia al concepto denominado “Teoría


del delito”, su importancia y a como ella actúa como garantía dentro del proceso
penal, lo cual resulta clave para asegurar una correcta aplicación de la justicia,
tomando como base el principio enunciado en el artículo 3 del Código Penal de
nuestro país, el cual establece, de forma expresa, el denominado “principio de
mínima intervención del Derecho Penal”.

Por lo tanto, resulta importante e inevitable mencionar a continuación los


conceptos “principios”, “garantías” y “reglas”, a la relación que existe entre ellos y,
en definitiva, a sus diferencias.

3
1. La teoría del delito como garantía penal

La teoría del delito, parte de la ciencia del Derecho Penal, “comprende el estudio
de los elementos positivos y negativos del delito, así como sus formas de
manifestarse. Los elementos positivos del delito configuran la existencia de éste,
mientras que los elementos negativos constituirán su inexistencia; las formas de
manifestación se refieren a la aparición del mismo (López Betancourt, 2015, p. 3).

En palabras de Zaffaroni (México, 1991, p. 333), citado por López Betancourt, la


teoría del delito “atiende al cumplimiento de un cometido esencialmente práctico,
consistente en la facilitación de la averiguación de la presencia o ausencia del
delito en cada caso concreto”. Es decir, añade López Betancourt, “esta teoría no
se va a encargar de estudiar cada delito en particular…sino las partes comunes de
todo hecho delictivo, con el fin de determinar si existe o no un ilícito. Esas partes o
elementos son la conducta, la tipicidad, la antijuridicidad, la imputabilidad, la
culpabilidad, las condiciones objetivas de punibilidad, la punibilidad, así como sus
elementos negativos, ausencia de conducta, atipicidad, causas de justificación,
inimputabilidad, ausencia de condiciones objetivas de punibilidad, excusas
absolutorias, respectivamente, todo esto con el fin de establecer cuando se le
podrá imputar un hecho delictivo a un sujeto” (p.3).

La teoría del delito “constituye un instrumento de análisis científico de la conducta


humana, utilizado por juristas”, ya sea en la función de jueces, fiscales, defensores
o bien como estudiosos del derecho “para determinar la existencia del delito”,
añade Zaffaroni (México, ob. cit. p. 318), es decir, se trata de “un método de
análisis de distintos niveles, en el que cada uno de estos presupone el anterior y
todos tienen la finalidad de ir descartando las causas que impedirán la aplicación
de una pena y comprobando (positivamente) si se dan las que condicionan esa
aplicación” (Girón Pallés, 2013, Guatemala, p.3).

Mediante la Teoría del delito:

4
“Se plantean las reglas generales que tienen como finalidad definir los
presupuestos que deben cumplirse para que determinada acción se
estime punible. Entre otras, cumple con funciones de racionalidad (evita la
arbitrariedad aumentando la credibilidad del Estado) y de cientificidad
(permite el desarrollo científico de reflexión sobre las condiciones del ius
puniendi) y, además, cumple una función de reforzamiento de garantías en
el Estado de Derecho. (MP, 2016, p.33)

Por consiguiente, es menester el traer a colación lo aprendido en clase, en donde


se indicó que:

La dogmática penal es la herramienta científica que permite razonar la


teoría del delito en sus diferentes etapas. Actualmente en Panamá la
teoría unánimemente aceptada es la dogmática finalista de su autor
Welzel y la dogmática funcionalista de Roxin.

En nuestro Código Penal en el libro Primero, tenemos una serie de


articulados que recogen ambas dogmáticas y en especial el artículo 2, que
indica que la política criminal debe ser el norte para la protección
indispensable de los valores esenciales de la sociedad. (Nicolau,2022)

De lo anterior, se puede comprender que para llevar a la práctica y ver cómo se


desarrolla la teoría del delito es fundamental tener siempre presente que esta se
“analiza en la parte general” (Arango, 2016, p.11).

En otro orden de ideas, no hay que olvidar que “el derecho penal restringe
libertades. No sólo la de los condenados, a quienes se priva de libertad o restringe
otros derechos a consecuencia de la comisión de un delito. La prohibición de
realizar delitos que se dirige a los ciudadanos es también una restricción de su
libertad de actuación. Ambas son legítimas: la primera por derivarse de una
sentencia firme, y la segunda porque la prohibición de comportamientos delictivos
es la única manera de evitar la lesión de los bienes jurídicos y garantizar que sus
titulares puedan disponer libremente de ellos (…) Decidir cuánta libertad de
actuación es legítimo restringir para la libertad de actuación del resto, supone una

5
delicada ponderación de las libertades en conflicto, sobre la base de los valores
constitucionales, que permita argumentar que la prohibición del comportamiento
es necesaria e idónea para preservar el bien jurídico tutelado” (Meini
Méndez,2020, p.18).

En ese orden de ideas, el artículo 3 del Código Penal de nuestro país, establece el
principio de mínima intervención del Derecho penal en estos términos:

“La legislación penal sólo debe intervenir cuando no es posible utilizar otros
mecanismos de control social. Se instituye el principio de su mínima aplicación”.

Lo que se quiere dejar en claro con esa norma, “es que el derecho penal es la
última razón (última ratio) que tiene el Estado constitucional para hacer frente a los
comportamientos socialmente más disfuncionales que agravian gravemente
bienes jurídicos: Así pues, antes de acudir al castigo penal, deben preferirse otros
medios de control social menos aflictivos para la libertad de las personas” (Meini
Méndez, ob. cit. p. 21).

A ese respecto, Muñoz Conde (España, 2010, p. 72) opina que ante la “excesiva
intromisión del poder punitivo del Estado en el ámbito de los derechos individuales
más sagrados, el problema de los límites al poder punitivo estatal, límites que se
basan en última instancia en la dignidad humana y en la idea de la Justicia misma,
sigue siendo un problema fundamental. A mi juicio, estos límites pueden reducirse
a la vigencia, no sólo formal, sino material también, de dos principios
fundamentales: el principio de intervención mínima y el principio de intervención
legalizada del poder punitivo del Estado”.

Eso no significa decir que ante la comisión de un hecho que la ley penal castiga
con una pena, el Estado no actúe, que no se apliquen las normas que describen y
sancionan esa conducta.

Lo que propugna la teoría del delito es que se haga un análisis de todos y cada
uno de los elementos que lo integran objeto de determinar si este efectivamente
existe o no y la forma en que este se manifiesta, como ya quedó dicho en párrafos
anteriores, con arreglo a los principios fundamentales que limitan el poder punitivo

6
estatal y respetando las garantías que se establecen constitucionalmente en
resguardo de los derechos fundamentales de las personas.

“Por ejemplo, en un homicidio, puede ser que la conducta sea típica, hay voluntad
en su realización y encuadra en uno de los tipos penales contemplados en la
legislación, pero si se logra establecer que el imputado actuó en legítima defensa
de su vida, estaremos ante una causa que justifica su actuar y, por lo tanto, hay
una acción típica, pero no antijurídica. En otros casos, estamos ante acciones
típicas y antijurídicas, pero por tratarse de una persona que padece una
enfermedad mental, no se le puede imponer una pena por existir un eximente de
responsabilidad penal; habrá que solicitar la suspensión de la persecución penal, y
si no fuere posible, pedir que se le juzgue por el procedimiento específico para la
imposición de una medida de seguridad” (Girón Pallés, ob. cit. p. 4).

“El penalista español Gimbemat Ordeig ha descrito así, con una impresionante
referencia a la situación en países con un sistema jurídico menos desarrollado, de
modo sintético, las ventajas del pensamiento dogmático: "La dogmática jurídico
penal, al señalar límites y definir conceptos, hace posible una aplicación segura y
calculable del Derecho penal, y lo sustrae a la irracionalidad, a la arbitrariedad y a
la improvisación. Cuanto más pobre sea el desarrollo de una dogmática, tanto más
imprevisibles serán las decisiones de los tribunales..." E invoca el peligro de que la
decisión jurídica del caso se convierta en una "cuestión de lotería": "Y cuanto
menor sea el desarrollo dogmático, tanto más crece esa lotería, hasta llegar a una
situación de aplicación caótica y sin rumbo de un Derecho penal..." (Roxin, 1997,
p.207).

Y añade Roxin: “La reunión y estructuración de todos los presupuestos de la


punibilidad en un sistema dogmático, tiene, en primer lugar, la ventaja práctica de
la simplificación y dirección del examen del caso. El estudiante que tenga que
realizar un dictamen sobre la punibilidad de una conducta, pero también el
abogado o el juez, para valorar jurídico penalmente los supuestos de hecho que
se les sometan, procederán siguiendo el orden que está previamente marcado por
la estructura del delito. Es decir, si concurre una acción, se examinará primero la

7
tipicidad y luego la antijuridicidad, culpabilidad y los demás presupuestos de la
punibilidad. Esta estructuración en determinados pasos de razonamiento
ordenados en una sucesión lógica garantiza, en primer lugar, que todas las
cuestiones importantes para juzgar la punibilidad también se examinen realmente;
en cambio, si lo que se hiciera fuera un "hurgar aquí y allá", de modo no
estructurado sistemáticamente y sin orden ni concierto, en la problemática jurídica
del caso, existiría el peligro de pasar por alto aspectos decisivos y de tomar
decisiones incorrectas” (ob. cit. p. 207).

Por su parte, el autor mexicano Enrique Díaz Aranda (México, 2014, p.38)
ejemplifica la importancia de la teoría del delito así:

“…si vamos caminando por la calle y vemos a una persona muerta,


estaremos ante un suceso que será necesario investigar por las
autoridades para determinar si fue un suceso natural, por ejemplo, si su
muerte ocurrió porque le cayó un rayo, o bien, si los indicios apuntan hacia
la comisión de un delito de homicidio y la muerte se puede imputar a otra
persona, supuesto en el cual debemos determinar quién lo cometió y
procesarlo para hacerlo responder penalmente. En este orden de ideas,
en el primer nivel de análisis constatamos a través de los sentidos la
existencia de un hecho y realizaremos una labor de abstracción para
determinar si los indicios o circunstancias que lo rodean nos llevan a
sospechar o deducir que ello está previsto como delito en la ley. En caso
afirmativo pasaremos al análisis para determinar quién o quiénes lo
cometieron y será durante el proceso penal cuando se compruebe
plenamente su responsabilidad para poderlos condenar. Es imprescindible
utilizar la teoría del delito, pues, (…) dicha teoría nos proporciona un
sistema de análisis para ordenar e interpretar las normas penales
sustantivas para determinar si la conducta desplegada por el sujeto es o
no constitutiva de delito. Pero la responsabilidad penal es una cuestión de
carácter procesal que se determinará en la resolución del juez.”.

8
En igual sentido se expresa Esther Hava García, catedrática de la Universidad de
Cádiz (España, 2016, p.2-3):

“Desde el punto de vista de su utilidad, podría decirse que la teoría del delito
constituye una “herramienta” de la que se sirve el penalista para resolver, a partir
de ese sistema, los problemas específicos que plantea la aplicación de los delitos
concretos. Así por ejemplo, a la hora de determinar si se ha cometido un
homicidio, conforme a lo dispuesto en el art. 138 CP (“El que matare a otro será
castigado, como reo de homicidio, con la pena de...”) no nos basta con constatar
que “A mató a B”, pues aún será preciso comprobar cómo fue el comportamiento
de A (acción y omisión), cómo se produjo la muerte (relación de causalidad e
imputación objetiva), con qué intención actuó A (dolo e imprudencia), si el hecho
es antijurídico (causas de justificación), si A es culpable (imputabilidad,
conocimiento de la antijuridicidad del hecho), etc. Todos esos elementos (acción,
tipicidad, antijuridicidad, culpabilidad, etc.) constituyen los “ladrillos” a partir de los
cuales se construye el sistema de la teoría del delito, que debe ser coherente para
cumplir adecuadamente su función principal en la práctica jurídica: resolver
problemas específicos de aplicación. Por ello, la teoría del delito debe edificarse a
partir de los cimientos que proporcionan las propias normas penales, pues de
nada serviría el sistema si fuera contradictorio con lo que disponen los textos
legales vigentes; por las mismas razones, no deben existir contradicciones
internas al propio sistema, pues éstas podrían debilitar o incluso derrumbar todo el
edificio sistemático.”

Queda claro entonces la importancia de la teoría del delito en su aplicación


práctica, más allá de simples especulaciones teóricas, y su estrecha relación con
las garantías y principios que rigen la aplicación de la ley penal, habida cuenta que
ella actúa en dos sentidos: por una parte, actúa como presupuesto de una
sentencia justa y, de otra parte, logra también generar seguridad jurídica.

En efecto, en concepto de Ferrajoli (España,1999, p.42), las garantías penales y


procesales “son esencialmente garantías negativas, dirigidas a limitar el poder
punitivo en defensa de las libertades individuales. Esta misma idea se ha

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identificado, con frecuencia, con el proyecto de un derecho penal mínimo, es decir,
con un sistema penal capaz de someter la intervención punitiva, -tanto en la
previsión legal de los delitos, como en su constatación judicial-a rígidos límites
impuestos en defensa de los derechos de la persona (subrayado nuestro). En lo
que se refiere al delito, estos límites no son otros que las garantías penales
sustanciales: del principio de estricta legalidad o taxatividad de los
comportamientos punibles a los de lesividad, materialidad y culpabilidad (…) Estas
mismas garantías, por otra parte, sirven para limitar y minimizar el poder punitivo,
en la medida en que todas ellas pueden configurarse como técnicas normativas
destinadas a vincularlo al papel de averiguación de la verdad procesal. Por ello,
cabe caracterizar las garantías penales, empezando por la formulación clara de
las figuras penales impuesta por el principio de estricta legalidad (por ejemplo,
“Ticio ha causado voluntariamente la muerte a un hombre”), como aquellas que,
en el plano legal, aseguran en grado máximo, la averiguación de la verdad
jurídica, es decir, la verificabilidad y refutabilidad, en abstracto, de las hipótesis de
la acusación, dado que no podría verificarse ni refutarse una acusación vaga e
indeterminada (por ejemplo, “Ticio es enemigo del pueblo” o “es un sujeto
peligroso”). En cambio, es posible caracterizar las garantías procesales de la
carga de la prueba al principio de contradicción o al derecho a la defensa, como
las que aseguran en grado máximo, en el plano jurisdiccional, la averiguación de
la averiguación de la verdad fáctica, es decir, que exigen, en concreto, la
verificación por las hipótesis acusatorias de la acusación y permiten su refutación
por parte de la defensa.” (p.43).

En palabras de Adrián E. Ciorciari (Argentina, 2010), “el bloque constitucional es


un conjunto de normas que impiden, limitan y racionalizan el proceso de
tipificación de conductas y el establecimiento de penas a tales acciones, lo cual se
ha visualizado primero en el trabajo dogmático-penal antes que en la operatividad
práctica de los principios y derechos fundamentales referidos” -es decir, “los
establecidos en la Constitución Política argentina; en la Declaración Universal de
los Derechos Humanos; en la Convención Interamericana sobre Derechos

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Humanos; entre otros textos normativos-.”reflejándose por lógica en los contenidos
de la teoría del delito” (p.2).

Agrega que en cuanto a la teoría del delito “tienen especial relevancia los
derechos humanos, y su extensión y contenido debe ser compatible con los
mismos, en tanto y en cuanto sostengamos una visión del Derecho Penal
garantista y respetuosa de la dignidad humana, y, por consiguiente, del Estado
Social y Democrático de Derecho (p.2)

Resumiendo un poco las ideas expuestas hasta ahora por los distintos autores
citados, la teoría del delito estaría estrechamente ligada con el respeto a los
principios y garantías que establece la Constitución, no solo por lo que respecta a
la persona investigada (en aquellos casos en los cuales se esté en presencia de
una acción, típica, antijurídica y culpable), sino también por lo que respecta a los
órganos encargados de investigar, enjuiciar y sancionar la comisión de delitos (de
forma tal que la averiguación, determinación, enjuiciamiento y sanción de los
delitos, se lleve a cabo con estricto apego a los principios y garantías
constitucionales que rigen el proceso penal).

a) Por lo que respecta a los estrechos nexos existentes entre los principios y
garantías constitucionales en su relación con todos y cada uno de los elementos
de la teoría del delito, cabe señalar lo siguiente:

En lo que concierne a la acción, “está más que clara su vinculación a los derechos
humanos, fundamentalmente en lo que se refiere a la objetividad material del
delito y, por ende, la exigencia de un Derecho Penal del Acto, en contraposición a
una Derecho Penal del Autor, propios este de los sistemas jurídicos autoritarios.
En pocas palabras, para que exista delito, debe existir un acto externo, que tenga
trascendencia hacia los demás, de lo que claramente se infiere que las persona
trascendencia hacia los demás, de lo que claramente se infiere que la persona
humana sólo podrá ser “castigada” por lo que hace (Derecho Penal del Acto) y
nunca por lo que es (Derecho Penal del Autor)”, señala Ciorciari (ob. Cit p.4)

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El mismo autor opina que “el elemento de la teoría del delito que se vincula más
claramente con los Derechos Humanos es la tipicidad, que evidentemente surge
como reacción a la omnipotencia del Estado, especialmente del gobernante, que
tenía la mayor libertad para determinar qué era delito y que no lo era, no habiendo
por consiguiente el menor atisbo de seguridad jurídica. La tipicidad se vincula
directamente con la aparición del principio de legalidad (nullum crimen, nulla
poena sine lege), lo que significa que sólo las leyes determinarán qué se entiende
por delito y qué pena le corresponde al mismo y además, que esa ley deberá ser
emitida por el órgano correspondiente, es decir, por el legislador (…) Entonces
podemos decir que la idea de tipicidad se desprende también de este principio de
legalidad, ya que significa que la conducta humana se adecua a la descripción que
hace de la misma el tipo penal” (Ciorciari, p.4-5)

Y continúa diciendo: “También advertimos que la antijuridicidad se ve influenciada


por los Derechos Humanos, fundamentalmente en lo que refiere a su aspecto
material, ya que es evidente que para que una acción típica se considere delito,
debe haber afectado algún bien jurídico que se encuentre protegido y esté bien
jurídico tiene un correlato en algún Derecho Humano como son: la vida, la
integridad, la libertad, el honor o la propiedad” (p.6).

Concluye Ciorciari señalando que: “en relación con la culpabilidad, también la


importancia que tienen los Derechos Humanos surge clara, ya que sería agredir
los mismos imponer una pena a aquel ser humano que no hubiera podido
conducirse dentro de la norma penal. Esto es así, pues al hombre (ser humano)
sólo se le puede imputar aquellas conductas que pudiera evitar realizar, haciendo
uso evidentemente de su libertad, elemento esté en el que se basa la dignidad
humana y que acarrea la admisión de la responsabilidad. Tenemos la obligación
de señalar que, en caso de no exigirse el principio de culpabilidad para penar a un
individuo, es evidente que se lo convertiría en un medio y no en un fin, atacando
su dignidad como ser humano. Como lo expresa JAKOBS: “quien impone una
pena sin que la persona que va a ser castigada merezca un reproche por el hecho
cometido, o en todo caso, cuando merece un reproche menor que el que

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correspondería a la medida de la pena, incluye a aquella persona – a diferencia de
lo que ocurre en el caso de la pena merecida – entre los objetos del Derecho de
cosas” y en consecuencia negando su calidad de persona”.

Un último aspecto que debe abordarse es el que tiene que ver con la vinculación
existente entre derecho penal mínimo y garantismo y entre derecho penal mínimo
y efectividad del sistema penal.

En ese sentido nos dice Ferrajoli (ob. cit. p. 43), “que sólo un derecho penal
concebido únicamente en tutela de los bienes primarios y de los derechos
fundamentales, puede asegurar, junto a la certeza y al resto de garantías penales,
también la eficacia de la jurisdicción frente a las formas, cada vez más poderosas
y amenazadoras, de la criminalidad organizada”.

b) Por lo que respecta a los estrechos nexos existentes entre el respeto a los
principios y garantías que establece la Constitución y las atribuciones que tienen
asignadas los órganos encargados de investigar, enjuiciar y sancionar la comisión
de delitos, cabe traer a colación algunos de los conceptos que sobre ese asunto
expresa Luigi Ferrajoli (España,1999, p.40) en el sentido de que, en el caso
concreto del derecho penal:

“Se hablará de garantismo penal para designar las técnicas de defensa de los
derechos de libertad y, entre ellos, en primer lugar, el de la libertad personal,
frente a las intervenciones arbitrarias de tipo policial o judicial”.

Su tesis de que “las garantías penales y procesales, son esencialmente garantías


negativas, dirigidas a limitar el poder punitivo en defensa de las libertades
individuales”, se ha identificado, agrega el mismo autor, “con el proyecto de un
derecho penal mínimo, es decir, con un sistema penal capaz de someter la
intervención punitiva –tanto en la previsión legal de los delitos, como en su
constatación judicial-, a rígidos límites impuestos en defensa de los derechos de la
persona” (ob. cit. p.42).

Pero creemos también, luego de leer la literatura relacionada con el tema que
analizamos, que la teoría del delito se relaciona también con la llamada “teoría del

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caso”, de forma tal que su construcción se haga sin obviar ninguno de los
“elementos positivos y negativos del delito”, a los que se refiere López Betancourt
(2015, ob. cit. p. 3), es decir, aquellos elementos (positivos) del delito que
configuran la existencia de éste, ni obviando tampoco los elementos (negativos)
que constituyen su inexistencia, siendo que al Ministerio Público le corresponde
averiguar la verdad de los hechos y al juez, evaluar unos y otros elementos al
momento de dictar sentencia.

En efecto, consideramos que en la medida en que la elaboración de la “teoría del


caso”, se haya efectuado con respeto de los principios y garantías constitucionales
que rigen el proceso penal, se estará asegurando al mismo tiempo que se
sancione a quienes efectivamente han intervenido en la comisión del delito
concreto de que se trate.

En ese sentido, señala Benavente Chorres (España, 2011, p. 125) que la teoría
general del delito “comprende, explica y sistematiza los presupuestos generales y
elementos que han de concurrir en una conducta para que pueda ser calificada
como delito y sancionada con una pena (…) Hassemer apunta que la teoría del
delito despliega su eficacia en un nivel de abstracción medio entre la ley y el caso,
proyectando la ley sobre la realidad, poniéndola en contacto con el caso y
regulando esta comunicación”.

Uno de los puntos clave para la construcción de la teoría del caso nos dice
Benavente Chorres, -entendiendo por teoría del caso “la expresión o comunicación
de la versión personal que realiza cada una de las partes con relación a aquellos
casos ventilados en un proceso penal” (ob. cit. p. 21)-, es la selección de la teoría
del delito a aplicar, es decir, que se deben “manejar las categorías normativas que
conforman el concepto material del delito, incluyendo las circunstancias
modificatorias de la responsabilidad penal, así como los excluyentes o eximentes”
(p. 161).

De tal forma que cuando el Ministerio Público construye su teoría del caso y
comprueba que su investigación ha cubierto todos esos aspectos de la teoría del
delito, respetando las garantías y principios constitucionales que rigen el proceso

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penal, se estará, al mismo tiempo, garantizando la correcta aplicación de la justicia
al caso concreto.

Como bien dice Zaffaroni (Argentina, 2007, p. 289), la teoría del delito “cumple una
importante “función práctica, consistente en clasificar de modo razonable los
caracteres (del delito) para ofrecer un modelo de análisis que (a) facilite la
enseñanza del derecho tanto como (b) el planteo y decisión de los casos en
tribunales”.

2. Los principios, garantías y reglas


Resulta indispensable el tener una idea clara de cuáles son los principios,
garantías y reglas que se establecen desde nuestra Carta Magna ya que de ésta
se origina lo que son los códigos, que son una agrupación de aquellas leyes que
se enfocan en un área del derecho, en esta ocasión nos referimos a el Código
Penal, con relación a lo mencionado, podemos destacar que:

Por consiguiente, considero que la afirmación que recoge nuestro actual


Código Penal no hace más que cumplir con el preámbulo constitucional,
y coloca nuestro sistema penal sustantivo al mismo nivel que el derecho
comparado, ya que de la dignidad humana emergen los derechos
humanos, cuyos bienes jurídicos, protege nuestro sistema penal.

Por lo tanto, resulta coherente indicar que a partir de este reconocimiento


el resto de los artículos que integran el Libro I, Título Preliminar, Capítulo
I “Postulados Básicos” del Código Penal desarrollen principios
fundamentales humanos inherentes a la legislación penal. (Ministerio
Público [MP], 2016, p. 18).

Con el pasar de los años estas teorías (el causalismo, el neocausalismo, el


finalismo y el funcionalismo) han formado parte de nuestros códigos, entonces,
comprendiendo esto no se puede señalar como tal estos son los principios,
garantías y reglas de la teoría del delito y determinar si son causalista, finalista o
funcionalista, ya que son diferentes estructuras de las teorías, y estas se
combinan con el Sistema Penal, el Código Penal y el Código Procesal Penal, tal

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como lo tipifica el Libro Primero, Disposiciones Generales, Título I Garantías,
Principios y Reglas, el artículo 1 nos indica la: “Interpretación y prevalencia de
principios. El proceso penal se fundamenta en las garantías, los principios y las
reglas descritos en este Título. Las normas contenidas en este Código deberán
interpretarse siempre de conformidad con estos” (Ministerio Público, 2016, p.33).

De lo anterior se puede recalcar, que es afirmativo que nuestra normativa


contempla una serie de garantías, principios y reglas, pero no nos dice a cuál
teoría corresponde su concepción.

Por ejemplo, en el Código Procesal Penal, desde el artículo 1 al 28 están


tipificadas las Garantías y los principios que rigen los procesos penales. Mientras
que el Código Penal, en el capítulo II del Título Preliminar, se establecen las
denominadas “garantías penales”.

3. Conceptos

3.1. Concepto de Principios


Manuel Ossorio en su “Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales”
(Guatemala, p. 770) nos proporciona la siguiente definición del vocablo “Principio”:

“Comienzo de un ser, de la vida/ Fundamento de algo/ Máxima, aforismo.” Y de la


palabra “aforismo”, la siguiente acepción:

“Sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia


o arte y que tiende a concretar los justos términos de una verdad,
sentencia, axioma o máxima instructiva. Tanto en la ciencia como en la
práctica del Derecho, los aforismos presentan importancia desde el tiempo
de los romanos, por cuanto contienen la doctrina fundamental de su
Derecho. Por representar principios generales de éste, todavía en la
actualidad son de constante invocación ante los tribunales”. (Ossorio, ob.
cit. p. 54)

En opinión de Jiménez Gil (Colombia, 2008, p. 5) “el órgano de la aplicación o el


intérprete justifican la configuración de una norma como principio, sobre la base de

16
la supuesta presencia de características diferenciales (de tipo estructural y/o
funcional) de aquella norma frente a otras reglas del sistema”.

“Los principios constituyen la filosofía del sistema, la herramienta


inmediata que servirá a los operadores judiciales para la solución de los
conflictos que se les presenten, tomando en consideración que el código
no se coloca en todas las situaciones posibles, por lo que corresponderá
al intérprete dilucidar la materia que le es conflictiva, en atención a la
orientación que deviene de los principios, garantías y reglas que el
proceso instituye.” (Rosas Robles, 2020, p. 126)

Osvaldo A. Gozaíni (Argentina,2016, p.11-12) señala que, para un sector


de la doctrina clásica, “son principios procesales los presupuestos políticos
que determinan la existencia funcional de un ordenamiento procesal
cualquiera” pero que la simplicidad del argumento “exigió mejorar la
fundamentación, porque al admitirse que los principios eran “presupuestos
políticos”, fácilmente se llegaba a convalidar que ellos podían variar por
razones “políticas”, por lo que fue así que otros autores optaron por referir
a “sistemas”, dando la idea de que el proceso se ejecutaba mediante una
serie de actos que se cumplían de manera ordenada (sistemática),
estableciendo principios que le daban unidad al mecanismo”.

Para dicho autor, los principios no son reglas técnicas, sino imperativos
que guían el procedimiento de jueces y abogados. Por esa razón, dice, los
principios se pueden presentar también como garantías procesales.

“Dicho, en otros términos, los principios “constituyen los resguardos y


reaseguros que tiene el justiciable para confiar en el sistema al que
recurre cuando peticiona protección jurisdiccional. Se pueden encontrar
principios en la acción, o al tiempo de entrar al proceso (acceso a la
justicia); cuando se debate en el proceso (buena fe, lealtad, probidad,
moralidad); y en la propia función jurisdiccional (sentencia debidamente
fundamentada).En este terreno anidan como principios, el dispositivo
(según el cual el proceso se inicia a petición de parte); la legalidad de las

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formas (formalismo o informalismo en los actos procesales); la publicidad
(el proceso no debe ser secreto para las partes aunque pueda serlo para
el público); la lealtad, probidad y buena fe (que se puede resumir en el
principio de moralidad; o en la prohibición de abuso procesal); la autoridad
del juez en el proceso, y el respeto por la dignidad profesional (“En el
desempeño de su profesión el abogado será asimilado a los magistrados
en cuanto al respeto y consideración que debe guardáarse” –art. 59,
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación Argentina…” (ob. cit. p.
14).

En otra de sus obras, afirma Gozaíni lo siguiente:

“Los principios procesales constituyen una suerte de máximas inalienables que se


dan para ordenar el desarrollo de un litigio, por eso, la variedad de procedimientos
permite formular reglas particulares. No se quiere afirmar que los principios sean
distintos por los intereses a desentrañar, sino que las estructuras procesales
admiten modificar la reglamentación puntual del proceso para darle una eficacia
mayor a la que tendría de aplicar un patrón común. En el caso, la actividad
principal de los procesos constitucionales es fiscalizar la ejecución de los
mandamientos fundamentales, de modo tal que el conflicto principal está en la
norma a interpretar antes que en la controversia entre partes” (Argentina, 2006,
p.187).

En el caso del derecho penal, hay quien afirma que “los principios (dogmas) sobre
los que se asienta la “teoría del delito” no son ley positiva alguna, sino
valoraciones, interpretaciones (al fin, meras opiniones), que los juristas han
establecido sobre la definición de delito. El único dogma (casi universal) es que el
delito es una acción típica, antijurídica y culpable. Sentado ello la tarea del jurista
consiste en justificar en su propio ordenamiento jurídico este postulado inamovible.
Tan inamovible es que campea en el Derecho Penal desde hace por lo menos
ciento treinta años” (Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Argentina,2018,
p.9).

18
Entre los principios que rigen el proceso penal y que sirven para controlar el poder
punitivo del Estado a fin de evitar excesos y arbitrariedades por parte de quienes
ostentan ese poder, Muñoz Conde (ob. cit. p. 86), concede particular importancia a
lo que denomina principio de intervención legalizada (o de legalidad) conforme al
cual,” la intervención punitiva estatal, tanto al configurar el delito como al
determinar, aplicar y ejecutar sus consecuencias, debe estar regida por el
«imperio de la ley», entendida ésta como expresión de la voluntad general”.

En realidad, el desenvolvimiento del proceso observa un conjunto de principios y


presupuestos que estructuran las denominadas reglas adjetivas del procedimiento.

Como ya se señaló en párrafos anteriores, las garantías consisten en un conjunto


de mecanismos jurídicos mediante los cuales se protegen los derechos que
poseen todos los seres humanos. Un ejemplo de esos mecanismos son los
recursos legales.

En nuestro país, el Código penal contempla en su libro I denominado “La Ley


Penal en general”, título preliminar, capítulo II, las “Garantías penales”, que van
desde el artículo 9 al 16.

Estas garantías, a su vez, se encuentran relacionadas con la Constitución Política


de la República de Panamá, en su artículo 4, en el cual se establece que Panamá
acepta el derecho internacional; lo cual quiere decir que todos aquellos
instrumentos jurídicos de carácter internacional, que regulen aspectos referentes a
la protección de los derechos humanos, tendrán efectos jurídicos en nuestro país;
pero siempre que no afecten los valores principios, usos y costumbres de nuestro
país.

Cabe señalar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su


artículo 11, establece el principio de legalidad que contempla asimismo nuestro
Código penal y la Constitución de Panamá, en el Capítulo I (” Garantías
Fundamentales”) del Título III denominado “Derechos y Deberes individuales y
sociales” artículos 17 al 55.

Entre ellos, podemos mencionar los siguientes:

19
3.1.1. Principio de la legalidad establecido en los artículos 9, 12 y 13 del
Código Penal y en el artículo 31 de la Constitución de Panamá.
Según este principio, para que a una persona se le pueda iniciar un
proceso penal por la comisión de un delito, éste debe estar tipificado
con anterioridad a su comisión, en la ley. Además, el mismo debe
estar descrito en forma clara, de tal manera que se puedan identificar
con exactitud los elementos que lo conforman
3.1.2. Principio de seguridad jurídica (artículo 10 del Código Penal,
artículo 32 de la Constitución de Panamá), El mismo consiste en que
la norma jurídica establece, previamente, cuál es el procedimiento
que debe seguirse para la imposición de una sanción como producto
de la comisión de un delito, aclarando que únicamente los tribunales
competentes pueden ejecutar dicho acto en atención a las
formalidades que la ley establece. Es decir, no se puede establecer
un juez o tribunal especial para juzgar a la persona en ese momento,
puesto que ya la ley con anterioridad debe haber determinado como
se juzga y cómo se aplica una pena.
3.1.3. Principio de la ley más favorable al reo (artículo 14 del Código
Penal, artículo 46 de la Constitución de Panamá). Esta garantía
penal pretende, fundamentalmente, asegurar que la imposición de la
pena cumpla con la resocialización del individuo para lograr así un
cambio positivo para la sociedad. Por consiguiente, el juez al dictar
sentencia tendrá el compromiso de aplicar la ley que más le
beneficie o ayude al reo.
3.1.4. Principio de la prohibición del doble juzgamiento (artículo 15 del
Código Penal; artículo 32 de la Constitución de Panamá): Esto quiere
decir que el juez solamente puede juzgar una vez a una persona por
la comisión de un hecho punible. Es decir, si hoy el Sr. XX mata al
Sr. OO, y, al Sr. XX lo juzgan y él cumple la pena, cuando sale de
prisión no puede ser juzgado nuevamente por el homicidio del Sr.
OO. (Sáenz,2018)

20
3.1.5. Principio de nulidad (artículo 11 del Código Penal), según el cual,
todos aquellos procesos penales que no cumplan con la ley, es decir,
con las formalidades que la ley establece, es nulo.

3.2. Concepto de Garantías:


Manuel Ossorio en su “Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales”
(Guatemala, p. 434), define el vocablo “garantía”, en su sexta acepción, de la
siguiente forma:

“Protección frente a peligro o riesgo” (Dic. Der. Usual).

Y la expresión “garantías constitucionales”, así:

“Las que ofrece la Constitución (v.) en el sentido de que se cumplirán y respetarán


los derechos que ella consagra, tanto en lo que se refiere al ejercicio de los de
carácter privado como al de los de índole pública. Algunas Constituciones, como la
argentina, tratan esta cuestión en un capítulo denominado “Declaraciones,
derechos y garantías”.

Para Rosa Robles (2020, p. 128), las garantías:

“Son, más bien, las medidas e instituciones que se establecen para


proteger, para garantizar, la eficacia y el cumplimiento de los derechos.
Por eso, antes de que se establezcan tales medidas e instituciones
protectoras deben existir los derechos que han de ser protegidos y
garantizados, es decir, los derechos objeto de tales garantías.

Lo anterior se puede explicar, en su opinión, con un ejemplo, y es que todas las


personas están en un estado de vulnerabilidad para cruzar el umbral criminal, el
cual es esta barrera que existe entre la persona y su capacidad para delinquir.
Ahora, el porqué es que todas las personas estamos vulnerables a esta situación,
ello depende también de los factores o estímulos exógenos de los cuales no
tenemos control.

21
Osvaldo A. Gozaíni (Argentina,2016, p.13), llama garantías “a los derechos
constitucionales o fundamentales que siempre deben estar presentes para que se
pueda litigar en el marco de un proceso debido. Éste sería el género, mientras que
las reglas y los principios serían proyecciones que no pueden opacar la luz que
aquél establece. Menos aún dejarlas de lado, y sería nulo cualquier procedimiento
que no aplicará a pie juntillas las garantías establecidas. En esta senda transitan
el derecho de defensa en juicio, comúnmente razonado con el principio de
bilateralidad procesal, o de contradicción, para lo que habrá de tenerse presente
que este postulado resulta útil, únicamente, en los procesos controvertidos.
También, la independencia e imparcialidad judicial; la igualdad de las partes; el
derecho a ser oído; la razonabilidad judicial; entre otras”.

Mientras que para Luigi Ferrajoli (España,1999, p.39): “Garantía, es una expresión
del léxico jurídico con la que se designa cualquier técnica normativa de tutela de
un derecho subjetivo. El sentido originario del término es, sin embargo, más
restringido. Por garantía se entiende, en el lenguaje de los civilistas, un tipo de
instituto derivado del derecho romano, dirigido a asegurar el cumplimiento de las
obligaciones y la tutela de los correspondientes derechos patrimoniales”.

Agrega que la ampliación del significado del término “garantías” y la introducción


del neologismo “garantismo” para referirse a las técnicas de tutela de los derechos
fundamentales “son, en cambio, relativamente recientes (…) Esta ampliación del
significado de “garantías” se ha producido en el terreno del derecho penal. Más
concretamente, la expresión “garantismo”, en su sentido estricto de “garantismo
penal”, surgió, en la cultura italiana de izquierda en la segunda mitad de los años
setenta, como respuesta teórica a la legislación y a la jurisdicción de emergencia
que, por aquél entonces, redujeron de diferentes formas, el ya de por sí débil
sistema de garantías procesales. En este sentido, el garantismo…se relaciona con
la exigencia…de la tutela del derecho a la vida, a la integridad y a la libertad
personales, frente a ese terrible poder que es el poder punitivo, en expresión de
Montesquieu” (p.39).

22
Señala además que existen diversos tipos de garantismo, “según el tipo de
derechos para cuya protección se prevean las garantías como técnicas idóneas
para asegurar su efectiva tutela o satisfacción”.

En el caso concreto del derecho penal, “se hablará de garantismo penal para
designar las técnicas de defensa de los derechos de libertad y, entre ellos, en
primer lugar, el de la libertad personal, frente a las intervenciones arbitrarias de
tipo policial o judicial (…) Propongo llamar garantía a toda obligación
correspondiente a un derecho subjetivo, entendiendo por derecho subjetivo toda
expectativa jurídica positiva (de prestaciones) o negativa (de no lesiones)…
Llamaré garantías primarias o sustanciales a las garantías consistentes en las
obligaciones o prohibiciones que corresponden a los derechos subjetivos
garantizados. Llamaré garantías secundarias o jurisdiccionales a las obligaciones,
por parte de los órganos judiciales, de aplicar la sanción o de declarar la nulidad
cuando se constatan, en el primer caso, actos ilícitos y, en el segundo, actos no
válidos que violen los derechos subjetivos, y, con ellos, sus correspondientes
garantías primarias.” (p.40).

En su opinión, las garantías, son normas primarias o secundarias. “Aunque


implicadas por los derechos fundamentales constitucionalmente establecidos, en
la realidad pueden faltar cuando no hayan sido, a su vez, expresamente
establecidas. Incluso, de hecho, aunque se hayan establecido, pueden ser
violadas por sus destinatarios que…son los poderes públicos. Ello explica por qué
el paradigma garantista sea siempre un paradigma en gran medida carente de
desarrollo, aunque venga impuesto por las cartas constitucionales, quedando
vacío de contenido por defecto de actuación, tanto por la ausencia como por la
inefectividad, ya de las normas primarias de garantías o de las secundarias” (p.
42).

El mismo Ferrajoli en otra obra suya (España,1991, p.14), señala que todos los
derechos fundamentales constitucionalmente establecidos, “requieren de una
legislación de desarrollo que estipule sus garantías, ya que éstas no se producen,
como sucede con los derechos patrimoniales, al mismo tiempo que los derechos

23
garantizados. Tómese como ejemplo la estipulación constitucional del derecho a la
vida o de un derecho de libertad como el hábeas corpus, o incluso de un derecho
social como el derecho a la salud. En ausencia de la prohibición penal del
homicidio, o de las garantías procesales de la libertad personal, o de una
legislación social en materia de asistencia sanitaria, - es decir, en ausencia de
garantías fuertes, tanto primarias como secundarias-, tales derechos están
condenados a permanecer sobre el papel. Pero no diremos…que éstos no existen
sólo porque no exista, como exige la definición de derecho subjetivo, la prohibición
o la obligación que les corresponde. Existe, de hecho, la obligación constitucional
de introducir estas garantías fuertes, es decir, del colmar la laguna, lo cual
respalda y satisface, como garantía constitucional positiva, la tesis teórica del nexo
de implicación entre derechos y garantías”.

Respecto de la importancia que tienen las garantías dentro del proceso penal, nos
dice Rosa Robles lo siguiente:

La principal característica del modelo acusatorio descansa en la


seguridad jurídica, “que da a las personas, a los grupos sociales y a los
Estados mismos, la sensación y el conocimiento de que sus derechos han
de ser respetados; de que, en caso de ser desconocidos y vulnerados, el
poder judicial restablecerá el orden imperante; y de que no ha de alterarse
la estabilidad y permanencia de las situaciones jurídicas.” (ob. cit. p. 128)

3.3. Concepto de Reglas.


Manuel Ossorio, en su conocido Diccionario (Guatemala, p. 829), nos da la
siguiente definición de “reglas”, en sus primeras cuatro acepciones:

“Norma. | Principio. | Precepto. | Estatuto.”

Por su parte, Osvaldo A. Gozaíni (2016, ob. cit. p.13), define las reglas, en
términos generales, “como los reglamentos señalados para el lugar, tiempo y
forma de los actos procesales. Por ello son de esta categoría, la eventualidad
(distribución de los tiempos del proceso, es decir, que consiste en pedir de las
partes que todos los actos de postulación, ataque y defensa, respondan a las

24
etapas preclusivas del proceso); la economía procesal (que significa establecer o
no la gratuidad del proceso; y también disponer la secuencia del procedimiento, la
acumulación de actuaciones, y la periodicidad o preclusión de los actos); el
derecho a los recursos (con la discusión abierta si desde una regla se puede violar
un estándar del debido proceso constitucional); y en definitiva, todas las demás
cuestiones que significan dar criterios para el desarrollo del trámite contencioso y
voluntario”.

En concepto de Rosa Robles (ob. cit. p.130), las reglas consisten en un sistema
determinado para ordenar la discusión argumentada entre las partes, como son
las normas para la producción de pruebas en el juicio escrito, o la actuación de
ellas en los procesos que se sustentan con oralidad.

De igual forma las órdenes que se establecen para la introducción de los hechos
en el proceso, o para impugnar las sentencias.

En términos generales, las reglas son los ordenamientos o reglamentos señalados


para el lugar, tiempo y forma de los actos procesales.

Por consiguiente, son también de esta clase, las normas que buscan dar certeza
de la distribución del tiempo del proceso.

Los códigos procesales contienen un conjunto de reglas y como tales, conforman


una estructura de cumplimiento obligatorio que pretende afianzar la seguridad y la
previsibilidad en la relación jurídica que crea una controversia judicial Los
mandatos impuestos orientan sobre distintas cuestiones que tanto el juez como las
partes deben respetar.

4. Diferencias entre “principios”, “garantías y “reglas”


En síntesis, nos dice Gozaíni (ob. cit. p. 17) “los principios establecen las formas
ineludibles como se debe desarrollar un procedimiento judicial; las reglas imponen
normas de conducta para el juez, las partes y sus abogados; y las garantías se
convierten en los fundamentos objetivos y subjetivos que salvaguardan los
derechos inalienables de toda persona que esté en juicio”.

25
En efecto, para dicho autor, las garantías serían el género, mientras que las reglas
y los principios serían especies o proyecciones de aquellas “que no pueden
opacar la luz que aquél establece. Menos aún dejarlas de lado, y sería nulo
cualquier procedimiento que no aplicara a pie juntillas las garantías establecidas”
(ob. cit. p. 13).

Gozaíni, resume las diferencias que existen entre estos tres conceptos así:

“Los principios procesales disciplinan como ha de ser el debate (iniciado


por la parte; dirigido por el juez; con formas legalmente establecidas;
conductas honestas y de buena fe, etc.); las reglas conforman la
regulación adjetiva con modalidades y efectos que pueden ser distintos de
acuerdo con la naturaleza del conflicto, o de la finalidad inmediata que las
partes persigan, o bien, por los intereses cuya tutela se pretende (12);
mientras que las garantías se ocupan de los presupuestos incanjeables y
permanentes que la litis debe tener para salvaguardar el debido proceso”
(ob. cit. p. 18-19).

“Cuando una garantía deja de aplicarse en el proceso judicial, existe un vicio que
lo nulifica por inconstitucionalidad del acto. Si la transgresión es de algún principio,
la nulidad es la consecuencia, pudiendo agregar una multa como sanción (v.gr.:
temeridad y malicia); mientras que el incumplimiento de las reglas provoca
solamente anulación a instancia de parte interesada” (Gozaíni, ob. cit. p. 39).

La diferenciación entre reglas y principios alcanza todo su interés cuando se


compara su distinto modo de entrar en conflicto, nos dice Gozaíni (ob. cit. p.42 y
ss)

En su opinión, los principios poseen unas cualidades que están ausentes en las
reglas, las cuales determinan su importancia, y, por ello, cuando dos principios se
interfieren o entra en discordia, ambos siguen siendo válidos, por más que en el
caso concreto se conceda preferencia a uno de ellos, lo que no ocurre con las
reglas, donde no se puede decir que una norma sea más sobresaliente que otra
dentro del sistema.

26
Si se da una conflagración entre dos normas, una de ellas no puede ser válida. Si
dos reglas están en pugna y solamente hay dos soluciones, o bien se declara la
invalidez de una de ellas, o en su caso, se introduce una cláusula de excepción
que elimina el conflicto, de manera que una de las normas cederá siempre en
presencia de la otra.

En resumen, las garantías son inflexibles, mientras que los principios son normas
abiertas y las reglas son normas cerradas pero que admiten elasticidades.

Las discrepancias estructurales salen a la luz cuando entre ellas interfieren, pues
una garantía predispone y condiciona, un principio orienta el presupuesto que se
quiere preferir y las reglas señalan el camino para llegar a esos objetivos.

Según Jiménez Gil (ob. cit. p. 4), existe una fuerte corriente doctrinal que plantea
la inexistencia de los principios generales del derecho, o en el mejor de los casos,
“una corriente doctrinal que afirma una separación débil entre los conceptos de
reglas y principios, que en la práctica conduciría a entender que reglas y principios
son una misma cosa: normas jurídicas en sentido amplio”. Según la tesis de la
separación débil, “la diversidad en la tipología de las normas entre principios y
reglas es una variable dependiente de las diversidades en la interpretación y en la
aplicación, en la argumentación y en la solución de los conflictos. Las diferencias
entre reglas y principios son disyuntivas pero no necesarias; “los principios
jurídicos pueden ser definidos, per genus et differentiam, como aquellas normas
jurídicas que están configuradas como tales, sobre la base de una elección
valorativa, en la fase de producción del derecho (por el legislador que atribuye a
algunas normas el nomen de principios), o en la fase de aplicación del derecho a
casos concretos (generalmente por los jueces), o bien en el razonamiento jurídico
(por los jueces y por los dogmáticos). Esta configuración, en la aplicación del
derecho y en el razonamiento, está generalmente motivada. Es decir, el órgano de
la aplicación o el intérprete justifican la configuración de una norma como principio
sobre la base de la supuesta presencia de características diferenciales (de tipo
estructural y/o funcional) de aquella norma frente a otras reglas del sistema” (ob.
cit. p. 5).

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La tesis de la separación fuerte, en cambio, “predica que entre reglas y principios
se observan claras y precisas diferencias estructurales y/o funcionales que
redundan en que el método de interpretación de unas y otras normas sea
diferente”, añade Jiménez Gil.
Podemos mencionar algunas diferencias:

 “Son muchas las diferencias entre las reglas y principios, pero colocaría
como muy importantes, la indeterminación que existe en los principios que
es menor esa indeterminación significativa en la regla”. (Miguel Carbonell,
2021, 8: 52)
 “La regla se cumple o no se cumple en cambio el principio se va
desarrollando se va cumpliendo progresivamente”. (Miguel Carbonell,
2021, 9: 11)
 “Diferencia estructural o morfológica que mencioné de que la regla tiene
tres elementos en antecedentes, la cúpula del deber ser y la consecuencia
y el principio solamente contiene un elemento que es el deber ser jurídico
positivado” (Miguel Carbonell, 2021, 9:20).

En definitiva, en la aplicación puntual de garantías, principios y reglas el juez tiene


un rol protagónico muy superior al que el esquema decimonónico le marcó; como
contrapartida a ese aumento de deberes y poderes le fueron señaladas
obligaciones, entre las cuales, la necesidad de justificar sus decisiones aparece en
primer plano.

Por último, Gozaíni se plantea una interrogante que nos parece muy interesante
(ob. cit. p. 52) y es la siguiente: ¿el proceso judicial es una garantía; ¿un principio
(debido proceso), o una regla (el procedimiento propiamente dicho)?

Y nos da la siguiente respuesta: “el proceso es una garantía prexistente al


conflicto y, como tal actúa, como un reaseguro para quien necesita formalizar una
pretensión. Es asimismo una garantía en el sentido del que hablaba Calamandrei,

28
cuando indicaba cada una de las garantías que ofrece la actividad jurisdiccional
(v.gr.: observancia de la ley; reintegrar el derecho transgredido; ofrecer
certidumbre y seguridad jurídica; restituir la vigencia del derecho afectado;
constituir un estado jurídico; actuar preventivamente, etc.) (70); y los requisitos
básicos que consagra el debido proceso. Ahora bien, si el proceso es una garantía
es evidente que como herramienta constitucional o fundamental necesita estar
cubierto de mínimos que afiancen o aseguren su eficacia”.

Quiere decir, entonces, que el proceso es también y al mismo tiempo una


garantía: “Desde esta perspectiva, el debido proceso es una garantía autónoma
cuyos contenidos son principios intangibles” (ob. cit. p.53).

Conclusiones
- La teoría del delito “atiende al cumplimiento de un cometido esencialmente
práctico, consistente en la facilitación de la averiguación de la presencia o
ausencia del delito en cada caso concreto”. Es decir, constituye un instrumento de
análisis científico de la conducta humana, utilizado por juristas para determinar la
existencia del delito”, en palabras de Zaffaroni.

- “El derecho penal restringe libertades. No sólo la de los condenados, a quienes


se priva de libertad o restringe otros derechos a consecuencia de la comisión de
un delito. La prohibición de realizar delitos que se dirige a los ciudadanos es
también una restricción de su libertad de actuación (…) Decidir cuánta libertad de

29
actuación es legítimo restringir para la libertad de actuación del resto, supone una
delicada ponderación de las libertades en conflicto, sobre la base de los valores
constitucionales, que permita argumentar que la prohibición del comportamiento
es necesaria e idónea para preservar el bien jurídico tutelado” nos dice Iván Meini
Méndez.

- En ese orden de ideas, el artículo 3 del Código Penal de nuestro país, establece
el principio de mínima intervención del Derecho penal en estos términos:

“La legislación penal sólo debe intervenir cuando no es posible utilizar otros
mecanismos de control social. Se instituye el principio de su mínima aplicación”.

- En cuanto a la utilidad práctica de la teoría del delito, nos dice Claus Roxin, que
el abogado o el juez, para valorar jurídico penalmente los supuestos de hecho que
se les sometan, “procederán siguiendo el orden que está previamente marcado
por la estructura del delito. Es decir, si concurre una acción, se examinará primero
la tipicidad y luego la antijuridicidad, culpabilidad y los demás presupuestos de la
punibilidad. Esta estructuración en determinados pasos de razonamiento
ordenados en una sucesión lógica garantiza, en primer lugar, que todas las
cuestiones importantes para juzgar la punibilidad también se examinen realmente”,
pues, si ello se hiciera "de modo no estructurado sistemáticamente y sin orden ni
concierto, en la problemática jurídica del caso, existiría el peligro de pasar por alto
aspectos decisivos y de tomar decisiones incorrectas”.

- Por otro lado, para Ferrajoli, las garantías penales y procesales “son
esencialmente garantías negativas, dirigidas a limitar el poder punitivo en defensa
de las libertades individuales. Esta misma idea se ha identificado, con frecuencia,
con el proyecto de un derecho penal mínimo, es decir, con un sistema penal capaz
de someter la intervención punitiva, -tanto en la previsión legal de los delitos, como
en su constatación judicial-a rígidos límites impuestos en defensa de los derechos
de la persona:” (subrayado nuestro).

- Por lo que respecta al delito, nos sigue diciendo Ferrajoli, “estos límites no son
otros que las garantías penales sustanciales: del principio de estricta legalidad o

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taxatividad de los comportamientos punibles a los de lesividad, materialidad y
culpabilidad (…) Estas mismas garantías, por otra parte, sirven para limitar y
minimizar el poder punitivo, en la medida en que todas ellas pueden configurarse
como técnicas normativas destinadas a vincularlo al papel de averiguación de la
verdad procesal.”

En su opinión “sólo un derecho penal concebido únicamente en tutela de los


bienes primarios y de los derechos fundamentales, puede asegurar, junto a la
certeza y al resto de garantías penales, también la eficacia de la jurisdicción frente
a las formas, cada vez más poderosas y amenazadoras, de la criminalidad
organizada”.

- Pero, además, la teoría general del delito está íntimamente relacionada con la
denominada “teoría del caso”, pues ella “comprende, explica y sistematiza los
presupuestos generales y elementos que han de concurrir en una conducta para
que pueda ser calificada como delito y sancionada con una pena (Benavente
Chorres). En su opinión, uno de los puntos clave para la construcción de la “teoría
del caso”, es la selección de la teoría del delito a aplicar, es decir, que se deben
“manejar las categorías normativas que conforman el concepto material del delito,
incluyendo las circunstancias modificatorias de la responsabilidad penal, así como
los excluyentes o eximentes”. De esa manera, se facilita el planteamiento y
resolución de los casos en tribunales, tal y como sostiene Zaffaroni, con pleno
respeto de los principios y garantías que rigen los procesos penales.

- Los principios no son reglas técnicas, sino imperativos que guían el


procedimiento de jueces y abogados, pues, en palabras de Gozaíni, los principios
“constituyen los resguardos y reaseguros que tiene el justiciable para confiar en el
sistema al que recurre cuando peticiona protección jurisdiccional”. Entre tanto, las
garantías vendrían a ser los derechos constitucionales o fundamentales que
siempre deben estar presentes para que se pueda litigar en el marco de un
proceso debido. Las reglas, por su parte, consisten en los reglamentos señalados
para el lugar, tiempo y forma de los actos procesales.

31
- Las diferencias existentes entre estas figuras se pueden resumir en las
siguientes: los principios establecen las formas ineludibles como se debe
desarrollar un procedimiento judicial; las reglas imponen normas de conducta para
el juez, las partes y sus abogados; y las garantías se convierten en los
fundamentos objetivos y subjetivos que salvaguardan los derechos inalienables de
toda persona que esté en juicio.

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