Catequesis Santiago Apóstol

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SANTIAGO APÓSTOL:

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para
hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que
estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de
beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a
mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes
lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los
dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los
tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser
grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre
vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Este es el Evangelio que se proclama el día de Santiago Apóstol. En la escena anterior


Jesús ha anunciado a sus discípulos que se dirigen a Jerusalén, donde Él tiene que ser
entregado en manos de los malhechores, pero que al tercer día resucitará. Las lecturas
que vamos a leer están atravesadas por dos ideas: la primera es el cambio en nosotros
que realiza Dios a través de su amor (de la gracia); la segunda es que para resucitar hay
que morir.
Lo que sorprende de la persona de Santiago, y de todos los apóstoles, es el cambio que
se da en él. Santiago fue uno de los primeros llamados por Jesús, junto con su hermano
Juan. Debían ser de una familia bastante orgullosa, pues la madre de los hermanos pide
a Jesús los primeros puestos para sus hijos. En otro pasaje del Evangelio a Jesús le
rechazan en una ciudad de Samaría, y los hermanos, no soportando la humillación de ser
rechazados, piden a Jesús que haga bajar fuego del cielo para aniquilar a los
pueblerinos. Jesús les reprende. Santiago tiene tantas ganas de estar cerca de Jesús, y de
tener un puesto relevante, que se ve “capaz” de beber el cáliz del Señor, de ir a la
muerte con Él. Es un gesto valeroso, sin duda. Sin embargo, no calcula bien. Él no es
capaz, con perdón, de nada de esto. Es más, durante la oración de Jesús en Getsemaní
Santiago duerme, igual que Pedro y Juan. Y después de que lo capturen huye y no se
sabe más de Él. Poco capaz de aguantar la presión…
Pero esto tenía que pasar para que Santiago palpase su debilidad, cayera en la cuenta de
lo poa cosa que era. ¿Para qué? Para que no se atribuyera el mérito de la gran obra que
iba a ser su vida. Para que siempre reconociera que, si su vida llegaba a ser grande, iba a
ser gracias a la obra que el Señor iba a hacer con Él, que dependía totalmente de Cristo.
Y así llegamos a la lectura de los Hechos de los Apóstoles: aquel que se había dormido
y huido, aquel que no era capaz de pedir “ser servidor”, llega al amor más grande, y da
su vida por los amigos, y por Su amigo. Entregó todas sus fuerzas para anunciar a
Jesucristo, y así llegó hasta el límite conocido del mundo (nuestra tierra), y después de
esto entregó su vida como mártir (que significa testigo) del Señor.
Cualquiera que quisiera hacer una película sobre la vida de Santiago a partir de la
muerte de Jesús, lo tendría que presentar como un superhombre con el que nadie puede,
que no se cansa, como hecho de otra pasta. Pero como nos dice Pablo en la segunda
lectura de hoy: “llevamos un tesoro en vasijas de barro”. Santiago es también el de este
evangelio, su camino, su cambio, fue pasar de vivir desde sus propias fuerzas y
exigencias (que son siempre pequeñas) a vivir desde Cristo (desde las fuerzas de Cristo
y también desde las aspiraciones de Cristo, pues Santiago jamás soñó con un altura tan
grande como la alcanzó en el amor a Dios a la Iglesia).

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